Juan García Ponce, Los Avatares Del Deseo

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    Juan Garca Ponce: avatares del deseo

    JUANANTONIOROSADOZ.Facultad de Filosofa y Letras

    Universidad Nacional Autnoma de Mxico

    Tanto la crtica en torno a la obra del escritor yucateco Juan GarcaPonce (1932-2003) como el autor mismo coinciden en aplicar a suextensa obra el calificativo de intimista, una obra ajena en gene-ral a los espacios exteriores, a las masas y a lo que tenga que ver conla poltica y la sociedad. En una entrevista, el narrador seala: Soy unautor de lugares privados, de interiores (Vallarino: 1). Si exclui-mos sus novelas La invitacin (1972) y Crnica de la intervencin(1982), la mayor parte de las atmsferas y situaciones narrativas sedesarrollan en espacios interiores, en la intimidad propicia para el de-sarrollo del amor y del erotismo. Las dos mencionadas novelas son, dehecho, las nicas que contienen un alto grado de conciencia poltica y

    un cierto desarrollo del tema social, al incluir sin hacer explcitos niel espacio ni las fechas reales o histricas el movimiento estudiantilde 1968 y, en el caso de Crnica de la intervencin (captulo XXIX),tambin la masacre de los estudiantes por el ejrcito, el 2 de octubrede ese ao. El presidente Gustavo Daz Ordaz, cuyo nombre no semenciona, es descrito en el captulo XXVIII: el rostro de la Re-volucin era el de un abogaducho con gruesos lentes que pareca tenerhacia afuera su propia calavera mostrando una inconcebiblementeprotuberante hilera de dientes aun sin hacer ningn gesto (GarcaPonce 1992, v. II: 374). Luego se nos habla de su trayectoria poltica,sumergida en la adulacin hacia su partido. El narrador muestra suantipata por Daz Ordaz al representarlo como un mandril con

    lentes de miope, la calavera hacia afuera y el cuerpo enclenque con elpecho atravesado por la banda presidencial y como un siniestro

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    mandril cuyo pseudoinforme a la nacin encubra una serie deamenazas.

    En cuanto a La invitacin, su tema fundamental ms que el pol-tico es la identidad, tema que aparece prcticamente en toda la obrade este escritor. Aun as, son claras las fuerzas irreconciliables que sue-len enfrentarse bajo las formas depoltica como conflicto y poltica comoorden.El orden y el placer son encontrados efmeramente por elprotagonista R en Beatrice y en la intimidad compartida con ella. Elconflicto, marcado por las sirenas y por una experiencia autobiogrficaa la que me referir ms adelante, es rechazado por R porque ponetrabas a la realizacin del amor.

    No obstante, a pesar de que, como narrador, Garca Ponce haya

    hecho explcitas sus preocupaciones polticas slo en dos novelas, setrata si tomamos la palabra poltica en un sentido ms amplioque el referido a las instituciones gubernamentales o al poder que deellas emanan de un autor eminentementepoltico,que propone unarelacin positiva (sin alterar el orden externo) y desinhibida entre losseres humanos, quienes deben desplegar inocentemente su sexualidad.Asimismo como lo comprobar en este ensayo propone un tipode comunidad basada en el mutuo respeto (nadie fuerza la voluntad denadie), en la tolerancia y en la consecucin del placer, cuyos ejes sonel arte y la figura femenina. Para expresarlo con una frmula deHenry Miller, el mundo de Garca Ponce es una especie de mundoovrico. Ciertamente, el tipo de comunidad propuesta implcitamen-

    te por el autor no deja de ser utpica, aunque posible en el reino de laimaginacin. Como promotor de un idealismo esteticista,1 GarcaPonce un ateo cuya religin es el Arte no niega la posibilidadde que la vida imite al arte: Cuando el arte imita al arte la imitacinnunca es exacta, ocurre lo mismo que cuando el arte imita a la vida ymuy probablemente cuando la vida imita al arte (Garca Ponce 1982b:41). El autor apuesta por el arte y por la vida.

    Para Michelangelo Bovero, coexisten dos ideas o nociones generalesde poltica que al parecer estn a menudo mezcladas o confundidas,y cada una de ellas corresponde a una manera diferente de conjugar elpoder y la poltica. Estas nociones son, por un lado, la poltica como

    1A este respecto, vase mi ensayo El engao colorido: Juan Garca Ponce, sorJuana Ins de la Cruz y Jos Vasconcelos, en El engao colorido(2003: 121-134).

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    contraposicin o conflicto (por ejemplo, la imposicin del dominiodel ms fuerte, as como todo tipo de lucha o dominacin) y, porotro, la poltica como composicin (la paz, la salida del estado deguerra). El origen del nombre poltica, depolis,aristotlicamente lacomunidad de ciudadanos, hace pensar a Bovero que la poltica estms bien ligada a la segunda nocin (Bovero: 37-39). Al respecto,recordemos a Aristteles: Toda ciudad se ofrece a nuestros ojos comouna comunidad y toda comunidad se constituye a su vez en vista dealgn bien (ya que todos hacen cuanto hacen en vista de lo que esti-man ser un bien) (Aristteles: 157). La posicin de este ensayo es queGarca Ponce, al privilegiar el estado de juego implcito en el arte,rechaza la violencia y la poltica como conflicto, y apuesta por un

    vitalismoenergtico y positivo, as como por un tipo de relacin po-ltica que no atente contra el orden exterior ni contra la comunidad.Para comprobarlo, comenzar por exponer algunos elementos bio-grficos para centrarme despus en la figura femenina que aparece ensu obra: en el autor comofenomenlogode la Mujer y en la Mujer co-mo metfora del Arte y de la Vida. Tambin contrastar a GarcaPonce con el Marqus de Sade, con el objeto de percibir dos ideas ra-dicalmente opuestas de relacin poltica.

    No ahondar en la vida de Garca Ponce porque, finalmente,su obra es lo que nos interesa. l mismo advierte: El escritor noexiste, existen sus libros (Poniatowska: 9), y la creacin crea al crea-dor en el mismo sentido que l crea la creacin (Hahn: 15). La crea-

    cin es una fuerza que a menudo desborda al autor, quien se pierde ensu propia obra y es sta la que adquiere realidad, vida. La literaturaes entonces una voz sin dueo por ser producto de nuestro yo pro-fundo. Para Garca Ponce, la persona no es sino depositaria de unavocacin en su caso, la literaria, y es la vocacin la que merececelebrarse.

    De hecho, hay un aspecto que ha llamado la atencin en su biogra-fa: la pasin y disciplina con que asumi la vocacin de escritor: vi-vir y escribir son la misma cosa. Mi vida ha ido haciendo mis libros;mis libros han ido haciendo mi vida (Garca Ponce 1989: 44). Cuan-do perdi la fe en Dios, nunca abandon cierto espritu religioso queest dirigido hacia otro lado y se manifiesta de una manera distinta

    (Garca Ponce 1966: 37). Esa manera es justamente el estado de juegoimplcito en el arte. Este creador ha sido fiel a su vocacin incluso en

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    los momentos ms dramticos, cuando contrajo la esclerosis mltipleque paraliz su cuerpo, aunque no su vitalidad.

    Durante el movimiento estudiantil de 1968, Garca Ponce colabo-r en el Comit Olmpico Mexicano. En Trazos (1974), reproducetres textos sobre el 68: La nacionalidad de las ideas, El subreino dela ilegalidad y El escritor como ausente. En el segundo, del 18 deseptiembre de ese ao, denuncia el imperio de la ilegalidad que rige alpas. La institucionalizacin de la violencia,adems de trivializarla, devolverla cotidiana, la acrecienta a medida que el gobierno pierdelegitimidad. A menor legitimidad, mayor violencia. Eso ocurri en1968, y Garca Ponce lo denunci.

    En Crnica de la intervencinse menciona que Anselmo, con una

    hermtica irona, ha escrito y publicado un artculo sobre la nacio-nalidad de las ideas y ms adelante otro en el que comentaba la to-ma de la Universidad en trminos quizs demasiado irnicos, perotambin violentos e irrespetuosos. Las caractersticas de esos artcu-los, como lo ha notado Juan Pellicer, corresponden a las de los publi-cados por Garca Ponce (Pellicer: 180). Ambos asumen una posicinpoltica contra el autoritarismo y la falta de legalidad. En esta pocaunos policas detuvieron al escritor a las afueras del peridico Exclsiorporque lo confundieron con Marcelino Perell, uno de los lderesdel Movimiento Estudiantil, que andaba en silla de ruedas tambincomenta Garca Ponce, y un polica me puso la pistola en elestmago. Me dijo: Prese hijo de la chingada! Le respond: me en-

    cantara, pero no puedo (Flores Aguilar: 7), experiencia que, con va-riantes, narra en La invitacin.Es tambin sintomtico que en el ter-cer texto mencionado afirme: Yo prefer vivir en el espacio de laimaginacin. Las obsesiones eran ms fuertes que los ofrecimientosdel mundo, lo que significa que su compromiso escon la literatura:a m me importa la sociedad un diablo. Jams pienso siquiera en nin-gn lector en el momento de escribir [...] Yo soy mi propio lector,y ese solo lector representa a todos los lectores (Asa: 5).2Con estovuelvo a una idea expresada anteriormente: lo importante es la obra. Eneste caso, una obra marcada por la intimidad y por la presencia ubicuade la mujer, el centro rector de las tramas.

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    En otro lugar afirma: La escritura no es un acto de soledad. Aspira a dirigirseaunque sea a un lector porque ese lector representa a todos los lectores (Espinosa:45).

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    Cul es la imagen de la Mujer que nos presenta Juan Garca Pon-ce? Prcticamente todas las situaciones narrativas giran en torno delyo (u otro,segn la perspectiva) femenino. Fascinado por la mujer, elautor de Crnica de la intervencinha recreado una imagen de ella enla que entra en juego todo un vocabulario y un discurso generado porla mirada y el deseo, por una contemplacin llena de plenitud. EnTrpico de capricornio,cuando Henry Miller alude al Mundo Nuevoque estaba describiendo, el mundo del sexo, el mundo ovrico, toda-va escondido en las trompas de Falopio, afirma que cualquier hom-bre primitivo lo habra entendido. El Mundo ovrico es una utopafe-minista en el sentido que Garca Ponce le confiere a esa palabracuando, en una entrevista, se considera feminista al referirse al per-

    sonaje predominantemente femenino de su narrativa (Albarrn / Gu-tirrez: 16).Pero el despliegue de la feminidad se lleva a cabo mediante un

    ritual propiciatorio. En Pasado presente(1995) se dice que Todas lasmujeres quieren exhibirse, es una parte de lo femenino, la cuestin estener la pareja adecuada para ello y Xavier hasta estaba dispuesto ahacerse responsable de los actos de Genevive (Garca Ponce 1995a:325). En otras palabras, hay mujeres reprimidas, que no exhiben sufeminidad o que simplemente no se exhiben, y otras que s. Son aestas ltimas a las que incluyo en la categora Mujer (con mayscula),intuicin de una esenciaen la fenomenologa de Garca Ponce, ya quelos rasgos de esta especie de reduccin fenomenolgica pueden ser

    percibidos en una serie de mujeres. Entre los rasgos de la Mujer,encuentro la aperturay la disponibilidad,que incluye el goce exhibi-cionista, y la objetivacin, que incluye la relacin sumisin-obedien-cia, as como la va hacia la impersonalidad; todo esto desde la pleni-tud que implica la inocencia o carencia de culpa, que es a la vezcomienzo y resultado, sin importar las contradicciones, dudas y hastavergenzas que pudieron manifestarse entre ese inicio y su trmino,que, al volverse de nuevo inicio, repite el ciclo del Deseo, con la movi-lidad propiciada por la dialctica de los contrarios. La mujer indivi-dual, con nombre propio llmese Mariana, Paloma, Inmaculada,Alma, Claudia, Nicole, Beatrice, Genevive... , se convierte en Mu-jer (impersonal): convertirse en objeto es renunciar a la identidad para

    ser como la vida: sin dueo. La mujer que es slo su cuerpo no es denadie (Garca Ponce 1982a: 110); es decir, es de todos,como el Arte.

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    En la constante transgresin de las convenciones sociales y del pru-rito judeocristiano por la reproduccin, la Mujer, cuya obediencia ysumisin es paralela y proporcional a su disponibilidad sexual, repre-senta el papel preponderante. Muchos son los personajes femeninosde Garca Ponce que demuestran dicha disponibilidad. Estas mujeresconstituyen el centro de gravedad del mundo fenomenolgico del na-rrador.

    Ahora bien, el gesto propiciatorio de la manifestacin de la Mujeres a menudo iniciado por el varn gracias a la mirada. Por ello, la Mu-jer tiene siempre un papel dinmico, cambiante, mientras que el va-rn, con excepcin del protagonista de El nombre olvidado, es sobretodo esttico. La mujer es deseada porque otros la muestran, la reve-

    lan, pero tambin porque se muestra deseable, entregada a la miradadel otro. Si alguien me viera, me gustara gustarle, dice Alma en lanovela El gato (1974). Ella experimenta una voluntad de exponer sucuerpo, voluntad motivada por la presencia de una figura masculina.El hombre incluso llega a encontrar en la mirada de los dems, dirigi-da a la Mujer, su propia admiracin y hasta el amor como deseo porella.Mujer y Arte son siempre mirados por otro. El hombre incita a lamujer (individual) a convertirse en Mujer (objeto, finalidad). La Mu-jer es entonces una creacin del Deseo. En el cuento Rito se afir-ma que Liliana es siempre la misma porque ha elegido no ser nadiems que aquella en que la convierten (Garca Ponce 1997: 308). Lanarracin, de hecho, finaliza con estas palabras de Liliana: Qu hu-

    millacin! comenta Todo el mundo que quiere me coge! (ibid.,334). En La invitacinleemos que durante el da la nica realidad deBeatrice era la creada por el deseode R.

    Para comprender por qu Arte y Mujer estn estrechamente rela-cionados en Garca Ponce y por qu, en cierto sentido, la Mujer esmetfora del Arte y de la Vida, debe tomarse en cuenta el sentido delvocablo fenmeno: lo que aparece, la mera representacin. Es-to, de acuerdo con la postura que tomemos, puede contraponerse alser verdadero y encubrirlo, pero tambin puede constituir el caminohacia lo verdadero en tanto que las verdades se manifiestan a travs delas apariencias. Para que algo se revele, requiere ser iluminado, perotal apariencia puede ser engaosa. El fenmeno es tambin producto

    de la intuicin: un objeto aparente. Para Garca Ponce, la verdad en elarte se mezcla con la mentira, la luz con la sombra, lo que implica que

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    al arte no le interesa la verdad, sino la apariencia, la belleza del fenmeno.A la fenomenologa implcita en la narrativa no le interesa distinguirentre verdad y apariencia, sino contemplar la apariencia de verdad.Lafenomenologa en este autor se limita a describirlas apariencias para questas sean contempladas y as convencer, pero tales descripciones soncombinadas con la narracin y la reflexin dialctica. Ms que un m-todo, la fenomenologa es, en Garca Ponce, una manera de ver,un actovoyeurista,pues su escritura no implica un mtodo filosfico: no desearacionalizar ni homogeneizar al universo. La ambigedad y la transgre-sin no permitiran tal tentativa.

    Garca Ponce coincide con Georges Bataille en su visin del erotismocomo algo heterogneo.Lo Absoluto o la totalidad hegeliana de la Fe-

    nomenologa del Espritu es homogeneizante porque pretende sistema-tizar la realidad. Para Hegel, la fenomenologa del Espritu muestra lasucesin de fenmenos de la conciencia para as llegar al Saber Absolu-to. El espritu en Hegel es un universal que se va completando. Hegelprocura introducirse en un sistema total de la ciencia presentando sudevenir. La filosofa y, ante todo, la tica anti-hegeliana de EmmanuelLevinas ya implica el cara-a-cara como una relacin sin violencia,donde se propone que la totalidad hegeliana es alienante y donde no seasume la negacin del objeto. Totalidad e infinito,de Levinas, no estapoyada en la razn universal ni en la supuesta objetividad; ms biencritica la filosofa como supremaca de louno sobre la pluralidad; refle-xiona sobre la exterioridad, sobre el otroen tanto que escapa de la tota-

    lidad. Ni Bataille ni Garca Ponce aceptan la homogeneidad del siste-ma. No obstante, en Garca Ponce podemos descubrir una lgica deacumulacin de proposiciones propia de un discurso filosfico de carc-ter dialctico. No existe, como en el Bataille de la experiencia ateolgica,una pretensin de anular el encadenamiento proposicional. Tal discur-sividad desemboca en el orden del erotismo como transgresin, en larepresentacinque lo muestra en su desarrollo como fenmeno hetero-gneo. A diferencia de Bataille, puede afirmarse que en Garca Ponce elcarcter dionisiaco y vitalista del contenido que emana del lenguaje, secombina con una prosa sintcticamente pulcra, organizada, clara, ra-cional, apolneaen el sentido de que no llega como Henry Miller aun extremo lirismo, sino que se mantiene en la mesura y hasta frialdad

    de una forma en que la descripcin y los conceptos no pierden la so-briedad ni siquiera al representar las situaciones menos sobrias.

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    Garca Ponce articula un discurso lcido, congruente al encadenarsu pensamiento, si bien ste se convierte en una complacencia per-versa, ldica, carente de un objetivomoral, filosfico, social, metafsi-co o teolgico. La literatura es el espacio donde conviven cuerpo y es-pritu, y esta dialctica se manifiesta en el lenguaje. Si entendemosespritu como el nousgriego es entonces lo intelectual lo que con-tiene la razn, un principio pensante, opuesto a la materia y que tras-ciende lo orgnico y el tiempo. Pero en Garca Ponce, que parte de lamuerte de Diosy de una postura ajena al logocentrismo,el espritu haperdido su centro y, por ello, se encuentra en una errancia sin fin.Entonces no existe la verdad, sino que cada quien la descubre en smismo: el mundo es espritu, la verdad est en nosotros y el gran ar-

    tista es aquel que, al encontrarla en s mismo, la reconoce en todas lascosas y es capaz de comunicrnosla (Garca Ponce 1997b: 89), posi-cin que coincide con la filosofa de los jainas de la antigua India,para quienes cada quien tiene una perspectiva distinta de la verdad yas la verdad se pluraliza, se convierte en verdades. Pero en GarcaPonce, a diferencia de los jainas, no se trata de llegar a la aniquilacinontolgica con la anulacin de la trasmigracin del alma (samsara), si-no a la consecucin de la representacin de nuestra verdad en el arte,porque es all en la representacin artstica donde habla el espri-tu a la vida, al reino del ms ac,porque de ese reino toma sus mate-rias. El esprituse manifiesta en la literatura a travs del lenguaje, con-trapuesto a la vida, y en el erotismo a travs de los cuerpos; pero este

    erotismo debe ser transgresor en cuanto a sus fines, es decir, impro-ductivo: La esterilidad del amor homosexual afirma Garca Ponceen un ensayo sobre Proust, de las pasiones perversas, slo las hacems espirituales en su gratuidad, en su carcter ajeno a todo movi-miento utilitario (Garca Ponce 1982a: 306), y en el cuento Ritoleemos: La natural fuerza de la sensualidad se pone al servicio de laperversin que la deforma y negando toda naturalidad entra al campodel espritu cuando lo que se muestra es el poder de seduccin de lacarne (Garca Ponce 1997a: 322).

    Es importante la dialctica materia-espritu porque el pensamientode Garca Ponce es fenomenolgico y dialctico; nos remite a una to-talidad paradjicamente ilimitada y asistemtica; todo es parte de la

    continuidad del movimiento: Ese movimiento expulsa de su seno ala palabra uno (Garca Ponce 1992, v. I: 98), lo que hace que todo

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    subsista en la pluralidad. Sin embargo, por su continua transforma-cin, con tal fenomenologa accedemos a lo que yo calificara comoseudo-ontologa.La funcin seudo-ontolgica de la transgresin en elarte hace que al nombrar el ser para desbordarlo al introducirlo en lacarne, se revele a la vez supresencia(en la Mujer).

    Ciertamente, en Garca Ponce no existe un sistema filosfico cerra-do, pero tal ausencia es rasgo general de la literatura, ya que sta, a di-ferencia de la filosofa como sistema, no pretende formular un saberque explique y fundamente lo real. El sistema de razones en el escritoryucateco nace de las emocionesque al repetirse se examinan, y la dia-lctica razn-irracionalidad anula toda posibilidad de sistematizacin.Una de las pruebas de esto sera confrontar el discurso racional del si-

    coanalista con el del sacerdote hertico o con el de Esteban en Crnicade la intervencin.El discurso del doctor Raygadas inmiscuye la lgicay busca encerrar a Mara Ins en un razonamiento freudiano, sicoana-ltico. Pero, como afirma el escritor al referirse a Klossowski, la res-puesta no est en la lgica, sino en el contenido de las intensidades(Garca Ponce 1975: 63), ya que no hay principio ordenador omni-presente ni Dios ni Freud y si se vislumbra es transgredido en elarte. La lgica, la razn slo pueden cuestionar y, si acaso, explicar deun modo perspectivista. El movimiento vital no encuentra, sin embar-go, su orden en los cuestionamientos ni en explicaciones. El arte cons-tituye otro orden; la transgresin encamina al supuesto desorden ha-cia la consecucin de otro orden, un orden intuido en las obsesiones,

    en la frecuencia ritual de las situaciones.Mariana es oleaje sin fin y vive a los ojos del sacerdote en unconstante movimiento interno que la desplaza de ser Mara Ins a serMariana, una y distinta, dos mujeres acaso irreconciliables, pero tam-bin en la fantasa una individualidad contradictoria, una duali-dad, una interrogante sobre la identidad, un desdoblamiento asocia-do con la locura y lo sobrenatural. El lector que ha ledo la obra sabeque son dos mujeres cuya apariencia es idntica. Algo fundamentalpara el escritor es resaltar el carcter polismico y asistemtico de lacreacin, donde los elementos se nieguen y afirmen, donde la trans-gresin implique un orden y el orden requiera su transgresin.

    El movimiento no existira sin la dialctica de la afirmacin y la

    negacin. Un antiguo himno filosfico de la India (Rig VedaX, 129)que vincula al Deseo con la Idea, motor de las acciones que se dirigen

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    a su contrario, afirma que Buscando dentro de s mismos los sabios /encontraron en el no-ser el vnculo con el ser. Mil aos antes deHerclito, este himno expresa que en toda unidad de contrarios existela contradiccin ser-no-ser o afirmacin-negacin para los chinos,yin yyang,que tambin es lo femenino y lo masculino con la queintuimos la totalidad, aunque una totalidad que no admite lo cerradodel sistema, sino el cambio: Todos somos otro del que somos y car-gamos con nosotros mismos (Garca Ponce 1992 v. II: 126). Maria-na es negacin de Mara Ins y despus Mara Ins desea acercarse aMariana. El deseo nos une con el contrario para establecer la suma yaspirar a lo Absoluto, un Absoluto esencialmente abierto y si es po-sible decirlo en puntos suspensivos, que nos otorga lo que yo llama-

    ra una sensacin de lo inconclusoporque no se cierra con la aniquila-cin.En Garca Ponce, la aspiracin o deseo de Absoluto parte de la fe-

    nomenologa de la Mujer o conjunto de apariencias que propicia elotrofemenino, representado por algunas mujeres y descontinuado porotras. Mariana, Paloma, Inmaculada... son la afirmacin de ese yoquese vuelve otro,de ese otroque se vuelve Todo o Nada (los extremos setocan). En este sentido, es reveladora la frase final de la voz primeraen Catlogo razonado,que anuncia la posibilidad de olvidar a la mujero recordarla, disfrazarla para que reaparezca y que ella nunca sea realsino que slo exista en la posibilidad de repetirse a s misma como otra.La Mujer se desdobla, se multiplica y llega a ser definida como una

    pura contradiccin. Presencia ubicua y omnipresente como la vida, estambin como la vida contingente, paradojal, contradictoria,pero tambin como el Arte, al que podemos acercarnos como unoficio que debe dominarse o como un modo de expresarnos paraluchar contra la contingencia y, dice Garca Ponce, satisfacer nuestranecesidad de absoluto (Garca Ponce 1997b: 48).

    En general, los personajes de Garca Ponce son jvenes o de espri-tu juvenil: participan de lo que los hindes llaman artha(bienes ma-teriales, riqueza, economa) porque pueden satisfacer sus necesida-des sin preocuparse, y desarrollan el kama(placer o goce sensual).La voluptuosidad es para los corazones libres, algo inocentey libre, lafelicidad del jardn terrenal (Nietzsche 1983: 264).

    Freud, sin embargo, no considera posible una vuelta a un estado deinocencia; para l, el instinto de muerte es la manifestacin de una

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    tendencia que nos impulsa a reproducir un estado anterior, a retornaral paraso perdido. Dice Bruce-Novoa, en un ensayo sobre GarcaPonce: no se puede regresar al jardn de la infancia, sino que msbien hay que encontrar otro espacio, con las mismas caractersticas, enla vida adulta (Bruce-Novoa: 114). Los personajes vuelven constante-mente al placer. Aun con el uso de su conciencia y de su razn deah tambin el erotismo, Inmaculada nunca dej de ser la nia que,con Joaquina, jugaba en la casa de muecas. Es una especie deinfancia prolongadaen la edad adulta, la bsqueda de ese placer, de eseestado de juego del que habla Schiller, de ese abandono inocente ens mismo que permanece en el recuerdo y que la lleva a otrosplaceres.

    Y si bien, en un sentido freudiano, Inmaculada y otros personajesson perversos, al no encontrar restricciones se mueven con naturalidady libertad en un mbito que les pertenece: en la intimidad son ino-centes en trminos evanglicos.Slo la realidad exteriores capaz de anu-lar o postergar el encadenamiento del deseo y sus avatares. Poco des-pus de iniciada su relacin con Gilberto, Paloma, en De anima(1984),llega a ponerse celosa de que su amante baile con otra en una fiestay llega a confesar que con Armando, su ex esposo, fue con el nicocon quien lleg a sentirse culpablede mentir: con l no poda ser ino-cente. En la medida en que la mujer se aproxima a Gilberto, descubreotro tipo de relacin: se percata de que ste pretende contemplarlaenla plenitud de su ser y, por tanto, la culpabilidad y los celos se des-

    vanecen.Pero Garca Ponce no pretende persuadir al lector de que sea per-verso polimorfo, sino, en todo caso, hacerlo cmplice de las utopasintimistas que crea. La prueba de ello es que no posee la necesidad derecurrir a los argumentos sofsticos, segn Klossowski del Mar-qus de Sade. Sofsticos porque los discursos del perverso en Sade nosalen de la razn normativa. El persuadido debe rechazar las normasde la comunidad conscientemente, mientras que el cmplice acata laperversin sin necesidad de argumentos. Como la narrativa de GarcaPonce es intimista, se halla, en cierto sentido, liberada de esa generali-dad normala la que Sade invoca para que su contra-generalidad impl-cita se haga monstruosidad integral o prostitucin universal. Segn el

    Diccionario de la Real Academia Espaola, en su versin de 1992,perverso es en la acepcin que nos interesa el que corrompe las

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    costumbres o el orden y estado habitual de las cosas. Pero los persona-jes de Garca Ponce, con la imaginacin y la accin, crean y asumensu propio ordenen la intimidad. Por tratarse de una obra intimista, elpoder sobre el sexo no se transmite a partir de un discurso jurdico,pues ste es prcticamente inexistente al no regir el comportamientosexual de los personajes, quienes no atentan contra el orden social ex-terior porque se trata de una literatura disociada, como ya lo hemosvisto, de los aspectos sociales. Por ejemplo, el doctor Ballester en In-maculada o los placeres de la inocencia (1989), aunque se considere unfalso doctor porque en realidad le interesan los enfermos como tales(Garca Ponce 1995b: 190), no slo tiene el cuidado de advertirle aInmaculada que no comente dicha confesin, sino que tambin admi-

    te que cura a algunos pacientes. Jams atenta contra el orden de suclnica. Todo lo contrario: cuando Arnulfo perverso y autnticoculpable introduce el desorden al contratar a Inmaculada comoprostituta para los locos, Ballester no duda en despedirlo (Garca Pon-ce 1995b: 305).

    Adems, en Garca Ponce jams encontramos ni el asesinato ni latortura, y en eso coincide con Henry Miller: todo ese sadismo per-verso me horroriza. Siempre he dicho que mi literatura es saludableporque es gozosa y natural. Nunca digo nada que la gente no diga yhaga todo el tiempo (Miller, citado por Batis 1989: 71). Es ms, lafuerza de Paloma en De animano se finca en la maldad. Paloma nisiquiera llega al brillo maligno que ostentan las uas de la Roberte de

    Klossowsky; ni tampoco alcanza la estatura demoniaca de las hembrasde Tanizaki (Anhalt: 10). Recordemos que Roberte envenena a sumarido. Lo que Anhalt dice de Paloma es aplicable a la mayora de losdems personajes femeninos de Garca Ponce. La disponibilidad deellos implica su propia voluntad de estar disponibles.Las pocas escenasde sadomasoquismo en Inmaculada... se dan porque la protagonistadescubre ese placer del poder como una parte interior, oculta, y por-que Rosenda y la misma Inmaculada lo aceptan mediante la palabray la actitud; lo asumen como adultos, sin forzar a nadie. Despus deque Inmaculada le pega a Rosenda, el pintor Ernesto Mercado les pe-ga a las dos con el cinturn, pero les pide al final que hagan que Miguely Toms no se den cuenta de los golpes (Garca Ponce 1995b: 260),

    lo que implica una voluntad de no alterar el orden fuera de la propiaintimidad y, sobre todo, la voluntad de tratar a las mujeres como a

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    individuos al propugnar una complicidad mutua, ajena a la soledad delsoberano personaje sadiano, quien, a decir de Bataille, no toma encuenta a sus semejantes. Tanto Blanchot como Bataille coinciden enque Sade niega al prjimo, hace su obra en la soledad, en la extremadiscontinuidad con el mundo y con el prjimo; su mensaje es la insigni-ficancia del otroen la continuidad del crimen y de la crueldad (Bataille1997: 232-233, 245, 262). Tambin se debe tomar en cuenta que en elmundo sadiano, como lo ha advertido Roland Barthes, el libertino po-see un rasgo que no comparte: la palabra, el habla. El que dispone dellenguaje es, pues, el amo, mientras que la vctima, el objeto, se calla; sino lo hace, slo ofrece voces mecnicas (Klossowski, Barthes et al.,63). Esto no ocurre de ninguna manera en Garca Ponce, aunque,

    como en Sade, se conciba por medio de la imaginacin y el lengua-je lo inconcebible (por ejemplo, Inmaculada), si bien la creacin deutopas o de comportamientos inconcebibles es caracterstica de toda li-teratura cuyo objetivo no es slo la mmesis ni el realismo.

    En el discurso de Garca Ponce, ajeno a la moral, la raznemergepara controlar y limitar la violencia: impone o implica prohibicionesque hacen del juego algo placenteropara todos,sin negar o victimar alotrocon la crueldad. En Pasado presente,por ejemplo, Virginia le tienemucho miedo a los golpes de Abelardo y aprende a evitarlos, pero tam-bin aprende, gracias a Catalina, el placer del acto lesbinico (GarcaPonce 1995a: 197-198). En esta misma obra, Genevive es manipu-lada como si fuese un objeto, pero y esto es lo importante ac-

    tuaba de acuerdo no slo con su placer, sino tambin con su temor alfuturo (Garca Ponce 1995: 333). En otras palabras, en Garca Poncela razn no est puesta al servicio del horror sanguinario ni del uso delcuerpo con fines sdicos. Se trata, como afirma el moribundo del Di-logo entre un sacerdote y un moribundode Sade personaje excepcio-nal en el corpusde esta obra de producir la felicidad ajena y la pro-pia. Para ello es necesario que la razn imponga lmites. En GarcaPonce las perversiones que no alteran las relaciones interpersonalesson aceptadas, no as las que desmantelan grupos y producen algn ti-po de conmocin social (Gliemmo: 175). De hecho, en el terreno dela transgresin en general, Bataille aclara que sta, al igual que laprohibicin, est a menudo sujeta a reglas.

    Pasin e inteligencia conforman la obra de Garca Ponce. Este mo-vimiento dialctico se advierte en sus personajes y, por ello, paralela a

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    la inocencia, se encuentra su negacin dialctica: desde que hay inteli-gencia, raciocinio, saber, la inocencia se vuelve relativa: En verdadnada era inocente, aunque tomara la forma de lo casual. Haba unamal disimulada expectacin en cada uno de ellos. Ninguno de losgestos de Genevive dejaba de acentuar su natural sensualidad (Gar-ca Ponce 1995a: 333). Lo importante es que, como ya lo hemos ad-vertido, y como lo advierte Eduardo en El libro,de esa malicia se re-torna a la inocencia del placer en s: sin culpa alguna.

    Prosiguiendo con Sade, el erotismo se sita en el dominio de losindividuos, mientras que el sadismo lo hace en el de las personas cosi-ficadas.Para que exista el sujeto obediente debe haber un sujeto quelegisla; pero la obediencia y la disponibilidad, si bien se hallan enlaza-

    das, no son lo mismo. La voluntad de estar dispuesto a obedecerimplicala existencia de alguien consciente de su voluntad y en una relacinque puede ser de subordinacin para con quien posee la voluntadde someter, o simplemente ser una relacin de carcter ldico, dondesubsista la complicidad del mutuo acuerdo.

    Se podr argumentar que en Sade las acciones suelen tambin ocu-rrir en la intimidad y que, por tanto, no hay una real y efectiva alte-racin del orden social ni de la comunidad, por ms pretensiones opersuasiones del filsofo infame. Sin embargo, el que Sade adopteun discurso filosfico y moral e invoque a la naturaleza para mostrar yjustificar las acciones de los verdugos, implica que su pretensin esconvencer. Por otra parte, la comparacin entre Sade y Garca Ponce

    podra establecerse en el orden ertico. Segn Christopher Domn-guez, el erotismo en Garca Ponce

    es tcnicamente sdico, una retrica ms que una moral de la ambi-gedad. Como Sade, Garca Ponce se complace en la repeticin mec-nica de los entuertos sexuales. Esa insistencia cansa al lector, pues eshija de un autor que sufre la recurrencia fatal de sus obsesiones (Do-mnguez 1997: 11).

    La palabra entuertos implica someterse a un orden moral preesta-blecido, aunque prcticamente inexistente en la ficcin de GarcaPonce. No se trata, como dice Nietzsche, de calumniar el desear. Al

    colocar al deseo en un plano moral Sade es, indiscutiblemente, unmoralista al revs se le calumnia. Advierte Garca Ponce que La

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    aspiracin mxima de la moral, su meta, es la pureza absoluta. Y den-tro de ella no existen los contrastes (Garca Ponce 1968: 98), pero suaspiracin en sentido inverso puede ser tambin la impureza ab-soluta, la prostitucin universal y, entonces, tampoco acepta contras-tes. Adems, es sabido que todo autor tiene sus obsesiones, si bien enalgunos como en Garca Ponce son mucho ms recurrentes ymarcadas. Domnguez califica a Garca Ponce como sdico que votapor el Eterno Femenino (12): su obsesin principal es, ms que latcnica sdica, la mujer. Pero si Sade es un moralista al revs es por-que para l existen las prosperidades del vicio (Juliette) o los infortu-nios de la virtud(Justine) y no, como en Garca Ponce, los placeres dela inocencia (Inmaculada).3Nuevamente, Garca Ponce coincide con

    Henry Miller, quien exclama: Cun afortunado soy de que no se meacuse de pervertido o degenerado sino simplemente de ser alguien quehace el sexo placentero e inocente! (citado por Batis 1989: 204). Ladicotoma moral de Sade, que implica una concienciamoral y la trans-gresin consciente de las normas, no es explotada por Garca Ponceporque la propuesta de ste es insistamos en ello amoral como elarte. Dice Gilberto en De anima: La belleza, como Paloma, no tienemoral (Garca Ponce 1984: 109). Finalmente, tanto en Sade comoen Garca Ponce encontramos un poder sobre el objeto ertico, peroen Sade este poder es ilimitado y va acompaado por una indiferenciahacia la suerte de la vctima, que se vuelve insignificante, cosa quejams ocurre en Garca Ponce, principalmente porque no hay verdu-

    gos que reclamen la obediencia absoluta; ni siquiera hay vctimas en elsentido sadiano. Cuando Gilberto dice, evocando un poema de Le-zama Lima: Uno no puede sentir que nadie sea su mujer si estrealmente enamorado de ella. Ah, que t escapes... Entonces slo sepuede tener a la mujer de otro. Ese es el verdadero signo de la perver-sidad (Garca Ponce 1984: 34), se est indudablemente refiriendo ala desposesin.Muy contraria es la frialdad del perverso sdico, que nopermite, en el juego de la voluntad, el intercambio libre del deseo, si-no que se perfila y despliega nicamentehacia el crculo obsesivo, abs-

    3El nombre de Inmaculada o los placeres de la inocencia aclara Garca Pon-ce es un deseo de plagiar a Sade cuando dice Juliette o las prosperidades del vicio

    o bien Justine o los infortunios de la virtud. Sade usa con mala voluntad los infor-tunios de la virtud o las prosperidades del vicio. Yo, los placeres de la inocencia(Aranda Luna 25).

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    trayendo la inclinacin sensual y su emotividad intensa y deseante.Por ello, aunque el orden de lo perverso no est de ningn modo ex-cluido, resulta simplista la reduccin del mundo de Garca Ponce sloa ese orden. Hay ciertamente un escape de la norma y la obsesin ce-remonial, reiterativa a veces fra de los gestos, pero hay ms: hayseduccin y libertad, es decir, flexibilidad y no rigidez de la regla.

    En la obra que nos ocupa hay un reinicio de la fuerza vital, por loque no se da la aniquilacin absoluta del objeto. Los personajes suelenelegir la vida, no como acto gensico, sino placentero, conducente a lapetite mortexttica, atemporal en el instante en que se da, pues esla anulacin de la duracin calculada en el crculo vicioso enmarca-do por el mutuo placer. No suele existir la eleccin de muerte impli-

    cada en la categora de Bataille lo imposible,como un vivir la libertadal borde de los lmites, porque los personajes de Garca Ponce no sue-len estar abocados a un destino trgico: no hay Orestes ni crueldadesni desrdenes ilimitados o excesivos: slo est vido de lo imposiblequien se dibuja un destino trgico (Bataille 1979: 175). Lo imposible,sin embargo, se manifiesta en la obra de Garca Ponce como espacioliterario y tambin como lo imposible sexual en tanto acto antigen-sico (por ejemplo, en mujeres como Inmaculada, quienes, a pesar desu promiscuidad, nunca se embarazan), pero sin el aspecto terrible. Ladistancia entre las novelas de Sade o de Bataille y las de Garca Poncepuede ser la misma toda proporcin guardada que la existenteentre las pelculas de la Triloga de la vida (El Decamern, Los cuentos

    de Canterbury yLas mil y una noches)y Sal o los 120 das de Sodoma,todas de Pier Paolo Pasolini, aunque esta ltima basada justamente enSade. Sobre Sal, afirma Baudrillard que se trata de una carencia deseduccin, es decir, de lo femenino: se trata de un mundo masculinodonde todo est muerto, donde no hay ni complicidad ni promiscui-dad; el placer se dirige a su meta y encuentra a su objeto muerto. Lomasculino est ms cerca de la ley; lo femenino, del goce (Baudrillard:26-29). Las mil y una noches, en cambio, es la plena realizacin delamor, como ocurre en general en todas las literaturas orientales.

    Ahora bien, si admitimos que El vicio podra concebirse como elarte de darse, de una manera ms o menos manaca, el sentimiento dela transgresin (Bataille 1997: 352), Sade, Garca Ponce y Bataille

    (en sus novelas) son viciosos, obsesivos: lo que cambia es el tipo derepresentaciones, las intenciones y, en definitiva, los matices y la con-

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    cepcin, ya que el discurso de la transgresin no es unvoco ni apareceen todos de la misma manera. En Garca Ponce ms bien se dan lasperversiones que Herbert Marcuse califica de compatibles con lanormalidad en la alta civilizacin (Marcuse: 211) porque no atentancontra ella: no son formas destructivas. Hay, en cambio, una reactiva-cin de la sexualidad polimorfa:los personajes, aunque trabajen, adquie-ren, incluso en el trabajo, la satisfaccin de sus necesidades.

    Si me parece impertinente comparar (aunque no contrastar) al es-critor yucateco con Sade es, sobre todo, porque en el primero aparecela amoral inocencia.En Sade, la inocencia es negativa y pasiva (Justinees atraccin para el libertino), mientras que en Garca Ponce la ino-cencia (por ejemplo, Inmaculada) desempea un papel positivo e in-

    cluso activo. En Sade la filosofa es voluntadde desunir, violentar. Lainocencia en sus personajes no existe porque ellos son conscientesde queestn transgrediendo un orden jurdico y social al someter a sus vc-timas: son culpables. Afirma Octavio Paz, refirindose a Garca Ponce,que la palabra inocencia, asociada a la sexualidad

    no es realmente un trmino moral ni cientfico sino religioso: la ino-cencia es una plenitud de ser, del mismo modo que el pecado es unafalta. La inocencia es abundancia, el pecado es carencia. Lawrence losaba perfectamente y, al hablar de sus novelas, en una carta a un ami-go, le dice que todas ellas giran en torno al enigma de la sexualidad yhan sido escritas desde la profundidad de mi experiencia religiosa(Paz 1996a: 383).

    En las representaciones erticas de Garca Ponce hay elementosreligiosos sin importar que sean o no herticos desde la perspectivacristiana, una mstica y una irrupcin de lo sagrado y del misticismo.En este sentido, la aseveracin de Domnguez resulta an ms parcial,pues, como afirma Paz, en la figura del libertino no hay unin entrereligin y erotismo (Paz 1996b: 222), aunque su actitud pueda con-vertirse, por efecto de la pasin, en una religin al revs. En losmonstruos de Sade, sin embargo, no hay xtasis, sino, en todo caso,frenes, o un xtasis del pensamiento en la representacin del actoreiterado a sangre fra, xtasis dice Klossowski opuesto aqu asu anlogo funcional: el orgasmo (Klossowski, Barthes, et al.: 34);tampoco existe la plenitud en el sentido que le confiere Paz, plenitude inocencia que, en cambio, se hacen explcitas incluso en la solitaria

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    Claudia, de La cabaa(1969), que llega a sentir su cuerpo como unaprolongacin de su deseo y a la posibilidad de inocencia como un ele-mento de ese deseo, aunque carezca de objeto; que se reconoce dueade una limpia inocencia y est llena de s, aunque sin saber a dndedirigir esa plenitud (Garca Ponce 1982c: 40, 62, 71, 74, 94, 97). Laobra de Garca Ponce abunda en estos temas, pero, en general, sin elelemento de la soledad que yace en La cabaa.

    Por lo anterior, cuando Barthes asume que el dolor en Sade esnietzscheano, es decir, inocente una desdicha inocente, un rechazode la Falta y compara la inocencia del enamorado con la de los h-roes de Sade (Barthes: 137), no toma en cuenta el desplazamientoamoral de la pasin amorosa ni la excesiva moralidad transvaloradora

    que se opera en la conciencia del hroe sadiano, si entendemos porhroe el personaje que porta los valores explcita o implcitamenteaceptados como positivos por el autor dentro del contexto de la obra(y no por el lector). En Garca Ponce prevalece la amoralidad y la asis-tematicidad en cuanto a la reflexin: las cosas representadas, ajenasgeneralmente a un discurso de la crueldad, simplemente son. Dehecho, a Garca Ponce Sade le parece profundamente aburrido, entreotras cosas, por filsofo pesado, de tal modo que prefiere leer inter-pretaciones de Sade que a Sade (Driben / Legrand: 11). Tal asistema-ticidad moral y filosfica, ajena a un filsofo pesado, es notoria enel manejo de la ambigedad inocencia-perversidad en la obra de Gar-ca Ponce. Por ejemplo, al final de La cabaa, Claudia no saba si

    haca bien o mal (1982c: 181). En el libertinaje de Sade hay un co-nocimiento axiolgico y una reflexin que lo invierte, hay un podersin lmites sobre el objeto sexual, hay una vctima y un victimario, ysuele ser este ltimo el hroe. Hay, por tanto, una relacin destructiva.La nica complicidad existe entre los verdugos. En Garca Ponce esnotoria la entrega, la complicidad con el otro,la alegre aceptacin; porello no existen las vctimas ni los victimarios en la intimidad, sino unavoluntad de estar dispuestoporque todos son cmplices inocentes en superversidad. La mujer en Garca Ponce nunca es vctima. Dice Palo-ma: Si no tiene miedo de serlo, una mujer debe eliminar todos losobstculos que impiden que los dems la vean como ella quiereque lavean (Garca Ponce 1984: 25. Cursivas mas). Ms que con Sade,

    Garca Ponce coincide a todas luces con Henry Miller, para quien elartista est obsesionado por el pensamiento de recrear el mundo, con

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    el fin de restaurar la inocencia del hombre. Adems sabe que el hom-bre slo puede recuperar la inocencia si recobra su libertad (citado enBatis 1989: 101), libertad implcita en las palabras de Paloma, quienla vive a travs de bsquedas y encuentros. Para el autor yucateco, elarte es una bsqueda de la inocencia (Garca Ponce 1997b: 51), conla cual no hay que enfrentar al mundo, sino [...] vivirlo ( ibid.:265).En definitiva, el caminoque a Garca Ponce le interesa presentar, co-mo l mismo lo afirm, es demostrar que el arte es siempre inocen-te, lo que significa que puede serpercibido sin inocencia y as hacerloculpable: no creo que haya algo tan perverso como la inocencia [...]Tengo 13 libros de ensayos basados en esa voluntad de acercarme a lasobras de los dems con una mirada desprovista de inocencia y 13

    novelas para afirmar la inocencia (Aranda Luna: 25). Es sta una delas ambigedades fundamentales en la obra del autor, ambigedadque se inicia con el mismo acto del lector-voyeur. Mi lectura estalectura ciertamente no es inocente, como no lo son las lecturas deGarca Ponce, a pesar de que haga surgir esa inocencia, por ejemplo,al escribir sobre su experiencia al leer la poesa de Paz: el hecho de queen la inocencia que esta poesa nos muestra reconocemos el principiosagrado de la vida y al hacerlo nuestras acciones recobran su sentidooriginal, participan de la realidad de una manera natural (GarcaPonce 1997b: 265).

    En su ensayo Literatura y pornografa, Garca Ponce apunta unrasgo esencial de la conducta del libertino en Sade: su necesidad de

    convertir al otro en objeto de placer sin voluntad individual, cuyopropsito es proporcionar placer y nada ms, y aclara que tanto en ellibertino como en su vctima slo la degradacin de la calidad comopersona permite que el libertinaje se cumpla (Garca Ponce 1988:111). La diferencia es que en la potica vitalista de Garca Ponce, ladesintegracin del sujeto y la objetivacin del otro tiene como fin yfundamento ser slo el placer que das y que te dan (Garca Ponce1992, v. I: 25), lo que implica la inocente naturalidad de una recipro-cidad hedonista(o un hedonismo recproco), mientras que, a decir deBataille, el extremodel vicio es precisamente lo opuesto al placer (Ba-taille 1979: 39). Es cierto, pues, que repentinamente todos los perso-najes del autor yucateco pueden convertirse en objetos, pero no para

    ser victimados: Fuiste un objeto, Anselmo era un objeto, Marianasaba cmo ser un objeto y no quera ms que ser un objeto. No que-

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    ra nada. Ella ya no era ella. Un olvido innombrable. Nadie es el objetode nadie. Los objetos ni siquiera son de s mismos (Garca Ponce1992, v. I: 25). Esta situacin se halla indiscutiblemente en el mbitode la inocenciaen el sentido anotado por Paz. Mariana es descrita comoun ngel y se le define como la pureza (ibid.:21). Desde el momen-to en que no hay victimarios ni degradacin o humillacin, no hay cul-pables. Cuando surge un sentimiento de culpa, ste es ambiguo y se re-suelve en la accin inocentede una transgresin en que la vctima es, entodo caso, el orden del trabajo,ya que es elprincipio de placerel que pre-valece. Los personajes de Garca Ponce no pertenecen a la nobleza ocio-sa: su trabajo cuando se explicita les sirve para obtener el placer.

    Si en Lady Chatterleys Loveres enaltecida la comunidad agrcola a la

    que se refieren Masters y Johnson (1976) como propicia para la sexuali-dad sana, es tambin cierto y en esto el escritor urbano Garca Poncecoincide con D. H. Lawrence, que aparece el adjetivo inocente co-mo un atributo de Connie, que el narrador alude a la belleza que en-vuelve el misterio flico, que Connie se refiere al pene de Mellors co-mo inocente, que el rostro de ste cuando se halla en una ocasincon Connie es comparado por el narrador con el rostro de Buda:motionless in physical abstraction, y que el acto amoroso entreConnie y Mellors es calificado como un acto creativo, mucho ms queprocreativo (Lawrence: 62, 163, 253, 255, 336), lo cual implica ya unatransgresin del orden religioso judeocristiano y del orden del trabajo.Pero ms interesante an resulta la alusin a Abelardo y Elosa: El refi-

    namiento de la pasin, las extravagancias de la sensualidad! Y necesaria,siempre necesaria para quemar las falsas vergenzas y fundir el pesadomineral del cuerpo en la pureza. Con el fuego de la completa sensua-lidad (Lawrence: 297-298).4 A propsito de esta novela, Lawrenceexpresa, en un ensayo, su deseo de que los seres humanos puedan pen-sar el sexo limpiamente (Lawrence: 12). De igual modo, en Trpico decapricornio,Miller dice que su pene presentaba un aspecto tan inocentecomo siempre (Miller: 84).5 La diferencia entre Lawrence, Miller yGarca Ponce es que el primero identifica en sus ensayos al sexoautntico con la pasin por la fidelidad, contrapuesta a la prostitucin,

    4 The refinements of passion, the extravagances of sensuality! And necessary,

    forever necessary, to burn out the false shames and smelt out the heaviest ore of thebody intopurity. With the fire of sheer sensuality.5I looked at my cock and it looked just as innocent as ever.

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    y asimismo propone al falo como el autntico puente hacia el futuro,mientras que Miller alude al mundo ovrico: The ovarian world isthe product of a life rhythm (Miller: 262). Pero los tres proponen lainocencia del sexo como tal.

    Por el contrario, Sade, cuyos conceptos de virtud y vicio se hallaninscritos en la transvaloracin racionalistade un sistema moral, es ajenoa esa experiencia. l no desune para unir. En el Marqus, hay relacionesdesesperadas: la bsqueda del placer por el placer (por ser parte de lonatural) conlleva un dolor extremo que suele desembocar en la anu-lacin del otrocomo otro,en la intolerancia y no en la mutua aniquila-cin por medio del placer exttico.En Crnica de la intervencin,MaraIns dice que esperaba que Jos Ignacio me matara, mejor dicho me

    mataba cada vez que hacamos el amor, era, es, ese mismo deseo de de-saparicin, de que me aniquilaran por completo para ser en el otro,paraser el otro,no pertenecerle, sino ser l, y agrega: Ese deseo de aniquila-cin slo es femenino. Al ser l, yo no voy a ser un hombre. Lo convier-to en mujer (Garca Ponce 1992, v. I: 167): he ah la continuidad a laque se refiere Bataille y que se experimenta en el erotismo de los cuer-pos, concretamente en el orgasmo, en la petite mort. No pertenecer alotro, sino ser el otro implica la unin sustancial en la experiencia ext-tica (salir fuera de s) inexistente en el sdico, quien siempre es l mismoy reafirma su discontinuidad en su libertad de anular al otro.

    A pesar de la disponibilidad sexual de muchas figuras femeninas, lasobras de Garca Ponce y en particular sus grandes novelas y cuen-

    tos no descansan en la simple pornografa, en la banal transgresinde las costumbres por el simple hecho de transgredirlas, en la frvolaaunque excitante descripcin de perversiones. La voluntad delautor no reside, no se estanca en pater le bourgeois,en retar o provocara la sociedad: el arte, como el erotismo dice el autor, es una formade inocencia. La provocacin pertenece a la moral y si hablamos de arte,hablamos de un fenmeno esttico en el que la moral no existe (Cos-mos: 33). Su obra no va dirigida a una sociedad establecida sas noson sus pretensiones, lo cual s sera provocacin. Su obra va dirigidaal individuo: si pensamos en el lector privado, para l no hay nada pro-hibido, y por lo tanto, tampoco cabe hablar de provocacin, e insiste:en el sueo, como en el erotismo, todos somos libres e inocentes (ibid.:

    33-34). A estas ideas hay que agregar que en sus personajes impor-tantes no hay malicia ni conciencia de que estn haciendo mal o trans-

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    grediendo normas; en esto coincide, nuevamente, con Lawrence: nomerece la pena mantener el sucio deseo de pater le bourgeois,de des-concertar a la gente normal. Si utilizo palabras tab, es por un mo-tivo (Lawrence: 43). Ese motivo obedece a la necesidad de un voca-bulario para representar lo que l considera armona entre sexo ypensamiento: Debemos aceptar la palabra culo del mismo modo queaceptamos la palabra cara, puesto que culos tenemos y tendremossiempre (ibid.:90), dice en otro ensayo.

    La insistencia en la pureza e inocencia de las protagonistas msimportantes de las obras de Garca Ponce Mariana, Paloma, Inmacu-lada es el smbolo de la falta de culpa en sus actos. Esto constituyeuna verdadera y autntica obsesin. De Genevive se dice: Tan ino-

    cente, tan sensual. Era la pureza misma (Garca Ponce 1995a: 332).Entonces los personajes principales se mueven dentro de lo que Nietz-sche califica de extramoral, en cuanto a que el valor de sus accionesno reside especficamente en sus intenciones (Nietzsche1996: 58-59).De tal modo, reaparece la inocencia tal como la afirma Nietzsche en Ashabl Zaratustra: Ms all del bien y del mal est tu reino. Tu inocen-cia est en no saber lo que es inocencia (Nietzsche 1983: 415. Cursivasmas). Y si Bataille considera a Nietzsche como filsofo del mal, lo haceen tanto que la pretensin de ste radica en transvalorar los valores. Ba-taille, en efecto, califica al mal como turbia ruptura de un tab pro-ducida por y desde el ejercicio de la libertad (Bataille 1989: 17). lmismo cita las siguientes palabras de Nietzsche: Sera espantoso creer

    an en el pecado; por el contrario, todo lo que hacemos, aunque debi-semos repetirlo un millar de veces, es inocente (ibid.:51).Literalmente, en la superficie de ciertas acciones, hemos detectado la

    transgresin, pero tambin en el caso de Mara Ins la toma deconciencia a posterioride la unin exttica con el otro. Lo interesante esque en la apariencia esto es lo no-intencionado, el valor decisivo de lasacciones, segn la psicologa nietzschiana, para la que, finalmente Loque se hace por amor acontece siempre ms all del bien y del mal(Nietzsche 1996: 107). En la gran novela de Musil, Ulrich sostiene quees el hombre quien le da carcter a la accin y no viceversa, pues tantoel bien como el mal en realidad forman un todo (Musil 1952: 749)6.

    6

    Der Mensch gibt der Tat den Charakter, und nicht umgekehrt geschieht es!Wird trennen Gut und Bs, aber in uns wissen wir, dass sie ein Ganzes sind. Cfr.tambin El hombre sin atributos, vol. III, p. 90.

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    Otro autor ateo, Bertrand Russell, se refiere a una neutralidad tica encuanto a la contemplacin y no especficamente en la accin. Para luna contemplacin imparcial, es decir, exenta de la preocupacin porel yo, no juzgar buenas o malas las cosas, aunque pueda haber unsentimiento de amor o de bondad. Russell proclama la neutralidad ti-cacomo un olvido del bien y del mal para pensar y conocer slo loshechos, con lo cual, segn l, ser ms factible lograr el bien de lo quelo es o sera para quienes desfiguran los hechos con sus deseos (Russell:39, 41-42). La actitud extramoral, en Nietzsche y Musil, y la neutrali-dad tica, en Russell aunadas al concepto de indiferencia moralde la forma, en Thomas Mann, o de inocencia del arte, en GarcaPonce sugieren que no slo las acciones, sino tambin el hecho de

    pensarlas gracias a la contemplacin, al acto voyeurista, se sitan en sms all del bien y del mal. Garca Ponce lo expresa en estos trminos:No creo que haya una divisin tan radical entre el bien y el mal. Nisiquiera creo que el pensamiento conduzca a ningn lado ms que almismo hecho de pensar (Anhalt: 61).

    Al principio de este ensayo, afirm que Garca Ponce apuesta porun vitalismo energtico y positivo, y creo que tal aseveracin a pe-sar de algunas escenas violentas y de cierto pesimismo en Crnica de laintervenciny en La invitacin ha quedado probada. No obstante,ha sido esta visin de continuidad vitalistainherente a la totalidad dela obra de este autor? l mismo advierte un cambio en su visin delmundo. Los relatos de La noche (1963) estn animados por una vi-

    sin del mundo que puede y debe considerarse negativa (Garca Pon-ce 1989: 44). En efecto, ni el final de los tres relatos es feliz ni haysolucin a los conflictos. Los temas son la muerte, el suicidio (enAmelia), la separacin de los amantes (en Tajimara) y la locura(en La noche). Segn Garca Ponce, a partir de sus siguientes obras,sin abandonar sus preocupaciones, se ofrece otra visin del mundo,y poco a poco llegar a la conviccin de que el oficio de escritor debeaplicarse a mostrar la bondadde formas de vida condenadas por la so-ciedad, por la moral [...] Mis obras recientes se apartan de La nocheeneste sentido (ibid.Cursivas mas).

    Es esa bondad,ese impulso vital que sus personajes principales de-muestran haciendo visible al desplegar sus deseos que ciertas

    conductas sexuales no son nocivas para nadie, el que marcar sus rela-ciones polticas, as como la idea de comunidad amigable, desinhibi-

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