Julius Evola El Fascismo Visto Desde La Derecha

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    Julius Evola

    EL FASCISMO VISTODESDE LA DERECHA

    CAPITULO I

    FASCISMO Y DERECHA AUTENTICA

    En las pginas que siguen nos proponemos realizar un estudio del fascismo desde el

    punto de vista de la Derecha, estudio que se limitar, sin embargo, a los aspectosgenerales del fascismo y, esencialmente, al plano de los principios. En funcin de

    este objetivo, es primeramente necesario precisar lo que entendemos por Derecha,

    aunque no sea una tarea fcil, ya que sin esto es imposible facilitar al lector medio,puntos de referencia que tengan una relacin directa con la realidad actual, y aun

    menos con la historia italiana ms reciente, es decir, con la historia de Italia tras suunificacin como nacin.

    Respecto al primer punto, sera preciso decir que hoy no existe en Italia una Derecha

    digna de este nombre, una Derecha como fuerza poltica unitaria organizada yposeedora de una doctrina precisa. Lo que se llama corrientemente Derecha en las

    luchas polticas actuales se define menos por un contenido positivo que por una

    oposicin general a las formas ms avanzadas de la subversin y de la revolucinsocial, formas que gravitan en torno al marxismo y al comunismo. Esta Derecha

    comprende adems tendencias muy diversas e incluso contradictorias. Un ndicesignificativo de la confusin de las ideas y de la pequeez de los horizontes actuales,

    lo constituye el hecho de que hoy en Italia los liberales y numerosos representantesde la democracia puedan ser considerados como hombres de derecha: esto habrahorrorizado a los representantes de una Derecha autntica y tradicional, por que en la

    poca de esta Derecha, liberalismo y democracia fueron particular y precisamenteconsiderados como corrientes de la subversin revolucionaria, ms o menos como

    hoy el radicalismo, el marxismo y el comunismo, tal como se presentan a los ojos de

    lo que se dado en llamar "partidos del orden".

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    Lo que se llama la derecha en la Italia actual comprende diversas corrientes

    monrquicas y, sobre todo, tendencias de orientacin "nacional" que intentanmantener lazos ideales con el rgimen precedente, es decir, con el fascismo. Pero la

    diferenciacin necesaria a fin de que estas tendencias puedan aparecer como

    representantes de una Derecha autntica ha faltado hasta ahora. esto adems sedesprender de las consideraciones que desarrollaremos, consideraciones destinadas

    a establecer una discriminacin en los contenidos ideolgicos del fascismo;discriminacin que, para el movimiento en cuestin habran debido representar un

    deber terico y prctico indispensable, pero que, por el contrario, ha sido olvidado.

    Es preciso adems revelar el absurdo consistente en identificar por todos los mediosDerecha poltica y Derecha econmica? La polmica de los marxistas apuesta notoria

    y fraudulentamente por esta identificacin. Para estos ltimos, la derecha, la

    burguesa capitalista, conservadora, "reaccionaria", tiende a defender sus intereses yprivilegios, haciendo de todo uno. En nuestros escritos de carcter poltico, jams

    hemos dejado de denunciar esta confusin insidiosa y la irresponsabilidad de los que,favoreciendo de cualquier forma esta forma de ver las cosas, ofrecen armas al

    adversario. ENTRE LA VERDADERA DERECHA Y LA DERECHA ECONOMICA,

    NO SOLO NO EXISTE IDENTIDAD ALGUNA, SINO QUE HAY INCLUSO UNA

    OPOSICION PRECISA. Este es uno de los puntos que sern puestos de relieve en las

    presentes pginas cuando hagamos alusin a las relaciones entre poltica y economa,tal como el fascismo intent definirlas y tal como derivan, adems, de toda verdadera

    doctrina tradicional del Estado.En cuanto al pasado italiano mismo, hemos dicho que desgraciadamente no hay gran

    cosa que extraer para la definicin del punto de vista de la verdadera Derecha. En

    efecto, como cada uno sabe, Italia se unific en tanto que nacin principalmente bajola influencia de las ideologas procedentes de la Revolucin del Tercer Estado y de

    los "inmortales principios" de 1789, ideologas que no han jugado un papelpuramente instrumental y provisional en los movimientos del Risorgimento, sino que

    se han implantado y proseguido en la Italia unificada del siglo XIX y principios del

    XX. As, esta Italia ha estado siempre alejada de la estructura poltica de un nuevoEstado fuerte y bien articulado que habra formado parte, como un recin llegado,

    del nmero de grandes monarquas europeas.

    En esta pequea Italia de la democracia parlamentaria y de una monarqua domstica

    donde los movimientos subversivos explotadores de los conflictos sociales y lasconsecuencias de una administracin implacable, no dejaron de provocar agitacionesfrecuentemente violentas y sangrientas, existen, ciertamente, lo que se llama la

    "Derecha histrica", que se mantena difcilmente en pie y adoleca de la falta de

    valor necesario para remontarse hasta las races de los males que habra debidocombatir, aun cuando en la poca de Di Rudini (1) y Crispi (2), supiera, en

    ocasiones, dar muestra de cierta resolucin. Por otra parte, esta derecha era, en el

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    fondo, una expresin de la burguesa; a diferencia de la Derecha de otras naciones,

    no representaba a una aristocracia en tanto que clase poltica portadora de una viejatradicin: la pequea vena piamontesa, con lo que poda ofrecer en este sentido, se

    disolvi casi enteramente cuando se pas del reino del Piamonte a la nacin italiana.

    Aunque no en el terreno interior nacional y en la elaboracin de una doctrina generaldel Estado, la derecha histrica tuvo una accin digna de este nombre en el dominio

    de la poltica extranjera, cuya coronacin fue el acuerdo de la Triple Alianza (3). Sihubiera sido desarrollado en todos sus postulados lgicos, esta combinacin habra

    podido sustraer a Italia de la rbita de las ideologas de origen francs y

    revolucionario para orientarla en el sentido de las ideologas que se habanconservado, por el contrario, en amplia medida, en los Estados Tradicionales de la

    Europa Central. Pero un desarrollo as, al que habra debido seguir una revisin de

    las ideas polticas fundamentales no estuvo en modo alguno presente; as, la derechahistrica, que se endeud con el liberalismo moderado, no ha dejado ninguna

    herencia ideolgica precisa. Con el final de la Triple Alianza y la intervencin deItalia junto a la Entente, la cual defenda, fuera de sus intereses materiales, la causa

    de la democracia (a pesar de la presencia de una Rusia autocrtica, que debera luego

    pagar trgicamente su poltica culpable), Italia vuelve idealmente a la direccin quehaba elegido durante el perodo del Risorgimento, en relacin estrecha con las

    ideologas y los movimientos revolucionarios internacionales de 1848-1849.Adems, la coartada nacionalista del intervencionismo deba revelarse ilusoria si se

    considera solo el clima poltico-social presentado por la Italia "victoriana", donde las

    fuerzas antinacionales, en su variedad, pudieron actuar libremente y donde ningunarevolucin o renacimiento de lo alto, ninguna constitucin de una verdadera Derecha

    sobre el plano legal tuvo lugar, antes del advenimiento del fascismo. Frente a esteclima, qu sentido tena pues la satisfaccin territorial parcial de las

    reivindicaciones irredentistas? (4).

    El hecho de haber mencionado a la Derecha histrica italiana, la cual se ha definidobajo un rgimen parlamentario, nos lleva a realizar una precisin. En rigor, en

    relacin a lo que tenemos ante la vista y que constituir nuestro punto de referencia,

    el trmino "derecha" es impropio. Este trmino, en efecto, supone una dualidad; laDerecha, prcticamente, se define en el marco del rgimen demoparlamentario de los

    partidos, en oposicin a una "izquierda", es decir, en un marco diferente del

    tradicional, de los regmenes precedentes. En tales regmenes pudo existir, comomximo, un sistema sobre el modelo ingls en sus formas originales pre-victorianas,

    es decir, con un partido que representaba al gobierno (y este era de cierta forma, laDerecha) y una oposicin no comprendida como una oposicin ideolgica o de

    principio, ni tampoco como una oposicin al sistema, sino como una oposicin EN elsistema (o la estructura) con funciones de crtica rectificadora, sin que fuera

    cuestionada, de ninguna manera, la idea, trascendente e intangible, del Estado. Tal

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    oposicin "funcional", aunque delimitada en un contexto orgnico y siempre lealista,

    no tiene nada que ver con la oposicin que puede ejercer tal o cual de los mltiplespartidos, cada uno por su propia cuenta, volcados a la conquista del poder y del

    Estado, si no es la institucin del anti-Estado como pueda ser el caso, ayer del

    Partido Republicano y como es hoy el caso del Partido Comunista.Es preciso, pues, concebir a la Derecha, tomada en su mejor sentido, poltico y no

    econmico, como algo ligado a una fase ya involutiva, a la fase marcada por eladvenimiento del parlamentarismo democrtico y con el rgimen de numerosos

    partidos. En esta fase, la derecha se presenta fatalmente como la anttesis de las

    diferentes izquierdas, prcticamente en competicin con ellas sobre el mismo plano.Pero en principio representa, o debera representar, una exigencia ms elevada,

    debera ser depositaria y afirmadora de valores directamente ligados a la idea del

    Estado verdadero: valores en cierta forma CENTRALES, es decir, superiores a todaoposicin de partidos, segn la superioridad comprendida en el concepto mismo de

    autoridad o soberana tomado en su sentido ms completo.Estas aproximaciones llevan a la definicin de nuestro punto de referencia, por lo

    cual ser lcito hablar, como regla general, de la gran tradicin poltica europea, no

    pensando en un rgimen particular como modelo, sino ms bien, en ciertas formas oideas fundamentales que, de manera variada pero constante, han estado presentes en

    la base de diferentes Estados y que, en profundidad, no fueron jams cuestionadas. Acausa de una singular amnesia parece natural, y por tanto no hay necesidad de

    explicarlo sino (en el mejor de los casos, es decir, abstraccin hecha de las

    falsificaciones y las sugestiones de cierta historiografa) como un efecto patolgicode traumatismos profundos, el que nuestros contemporneos no tengan ninguna idea

    viviente y adecuada del mundo al cual se aplica habitualmente la etiqueta de "antiguorgimen". A este respecto, es evidente que se tienen a la vista, no principios

    directores, sino ciertas encarnaciones de estos principios siempre sujetos a usura,

    desnaturalizacin o agotamiento, y que admiten en todos los casos condicionesdeterminadas, ms o menos nicas. Pero la contingencia, la longevidad ms o menos

    prolongada de estas formas, que se sitan naturalmente en un momento dado en el

    pasado, no tiene y no debe tener incidencia sobre la validez de los principios, tal es lapiedra angular de toda ojeada que quiera recoger lo esencial y no sucumbir al

    embrutecimiento HISTORICISTA.

    No debemos pues concluir estas consideraciones preliminares sino diciendo queidealmente el concepto de la verdadera Derecha, de la derecha tal como la

    entendemos, debe ser definida en funcin de las fuerzas y de las tradiciones queactuaron de una manera formadora en un grupo nacional y tambin en ocasiones en

    las unidades supranacionales, antes de la Revolucin Francesa, antes deladvenimiento del Tercer Estado y del mundo de las masas, antes de la civilizacin

    burguesa e industrial, con todas sus consecuencias y los juegos de acciones y

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    reacciones concordantes que han conducido al marasmo actual y a lo que amenaza

    con la destruccin definitiva de lo poco que queda an de la civilizacin y delprestigio europeo.

    Que no se nos pida ser ms precisos, puesto que esto volvera a exigir la exposicin

    sistemtica de una teora general del Estado. A este respecto, el lector podr referirseen parte a nuestro libro LOS HOMBRES Y LAS RUINAS. Pero precisamente, una

    explicacin suplementaria saldr, de forma suficiente de nuestro estudio en relacincon las diferentes cuestiones que trataremos.

    CAPITULO IINEOFASCISMO, ANTIFASCISMO:MITOLOGIA Y DENIGRAMIENTO

    Hoy tanto la democracia como el comunismo designan por "neofascismo" a lasfuerzas "nacionales" que en Italia se les oponen ms firmemente. En la medida en

    que esta designacin fue aceptada sin reservas por las fuerzas en cuestin,se cre una

    situacin compleja llena de equvocos y que se presta peligrosamente al juego de losadversarios. Entre otros, es tambin la causa de esto que puede definirse en un

    sentido evidentemente peyorativo como "nostlgicos". El fascismo ha sufrido unproceso que puede calificarse de MITOLOGIZACION y la actitud adoptada respecto

    a l por la mayor parte de las gentes reviste un carcter pasional e irracional, antes

    que crtico e intelectual. Esto vale en primer lugar para los que, precisamente,conservan una fidelidad a la Italia de ayer. En amplia medida estos ltimos han

    hecho de Mussolini precisamente y del fascismo un "mito", y su mirada se ha vueltohacia una realidad histricamente condicionada y hacia el hombre que ha sido el

    centro, antes que hacia las ideas polticas consideradas en s mismas y por s mismas,

    independientemente de estas condiciones, a fin de que puedan siempre guardar,eventualmente, su valor normativo en relacin a un sistema poltico bien definido.

    En el caso contemplado en el presente, la mitologizacin ha tenido naturalmentecomo contrapartida la IDEALIZACION, es decir, la valoracin solo de aspectos

    positivos del rgimen fascista, mientras que se relegaba en la sombra

    deliberadamente o inconscientemente a los aspectos negativos. El mismo

    procedimiento se ha practicado en sentido opuesto por las fuerzas antinacionales envistas a una mitologizacin teniendo como contrapartida, esta vez, la denigracin

    sistemtica, la construccin de un mito del fascismo en el cual se evidencia, demanera tendenciosa, solo los aspectos ms problemticos del fascismo, a fin de

    desacreditarlo y hacerlo odioso en su conjunto.Se sabe que en este segundo caso la mala fe y la pasin partisana estn

    manifestndose en el origen de un procedimiento suplementario y de una

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    argumentacin privada de toda legitimidad: se pretende establecer un lazo causal

    entre lo que concierne exclusivamente a los acontecimientos y las consecuencias deuna guerra perdida y el valor intrnseco de la doctrina fascista. Para todo

    pensamiento riguroso, un lazo de este tipo no puede ser sino arbitrario. Debe

    afirmarse que el valor eventual del fascismo como doctrina (abstraccin hecha deuna poltica internacional dada) est tan poco comprometido con las consecuencias

    de una guerra perdida como tampoco hubiera podido ser confirmado por una guerravictoriosa. Los dos planos son totalmente distintos aunque disguste a los partidarios

    del dogma historicista AL CUAL SE REFIEREN GUSTOSOS HOMBRES sin

    carcter.Ms all de todo unilateralismo partidista, quienes a diferencia de los "nostlgicos"

    de la joven generacin, han vivido el fascismo y han tenido en consecuencia una

    experiencia directa del sistema y de los hombres, saben que muchas cosas nofuncionaban en el fascismo. Tanto como el fascismo existi y pudo ser considerado

    como un movimiento de reconstruccin en marcha, cuyas posibilidades no estabantodava agotadas y cristalizadas, era incluso permisible no criticarlo en otros

    aspectos. Los que, como nosotros, aunque defendiendo ideas que no coincidan ms

    que parcialmente con el fascismo (o con el nacional-socialismo) no condenaron estosmovimientos aun teniendo claramente conciencia de sus aspectos problemticos o

    desviados, actuaron as porque esperaban precisamente otros eventuales desarrollos-que era preciso favorecer por todos los medios comprometindose- desarrollos que

    habran rectificado o eliminado los aspectos en cuestin.

    Pero siendo ahora el fascismo una realidad histrica pasada, ya no es posiblemantener la misma actitud. Antes que la idealizacin propia del mito, lo que se

    impone es la separacin entre lo positivo y lo negativo, no con una finalidad terica,sino tambin con una funcin prctica en vistas a una posible lucha poltica. No

    debera pues aceptarse la etiqueta de "fascista" o "neo-fascista" sin discusin: debera

    decirse fascista (si hay lugar) en relacin con lo que hubo de positivo en el fascismoy no con lo que hubo de negativo.

    Superados positivo y negativo, es preciso tambin recordar que el fascismo por su

    carcter, ya sealado, de movimiento susceptible de conocer desarrollos comprendadiversas tendencias, cuyo nico porvenir -si el desastre militar y el hundimiento

    interno de la nacin no lo hubieran paralizado todo- habra podido decir cuales

    deban prevalecer. En Italia -pero tambin en Alemania- la unidad no exclua lastensiones importantes en el interior del sistema. No haremos alusin aqu a simples

    tendencias idelogicas representadas por tal o cual individuo, por tal o cual grupo; enamplia medida estas tendencias fueron inoperantes y no pueden ser tenidas en

    consideracin en nuestro estudio. Se trata ms bien de elementos concernientes a laestructura del sistema y del rgimen fascista, tomados en su realidad concreta en su

    organizacin esttica y, en general, institucional. Esta es la segunda razn y la ms

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    importante, de la necesidad de superar la mitologizacin y de no recuperar el

    fascismo de forma ciega. Si se piensa adems en los dos fascismos, en el fascismoclsico del Ventennio (1) y en el de la Repblica Social Italiana, ciertamente unidos

    por una continuidad de fidelidad y de combate, pero fuertemente diferentes sobre el

    plano de la doctrina poltica -en parte bajo el efecto de la influencia fatal de lascircunstancias- el problema de la discriminacin parecer aun ms evidente; y se

    ver como el mito lleva a peligrosas confusiones que perjudican la formacin de unfrente duro y compacto.

    En relacin con esto es preciso poner de relieve la necesidad de agrandar los

    horizontes y de mantener el sentido de las distancias. Hoy, en realidad, mientras queunos consideran al fascismo como un simple parntesis y una aberracin de nuestra

    historia ms reciente, los otros dan la impresin de quien, apenas nacido, cree que

    nada ha existido fuera de su pasado inmediato. Estas dos actitudes son inadecuadas ysera necesario oponerse con la mayor energa a los que desearan imponer la

    alternativa fascismo-antifascismo, para agotar toda posibilidad poltica y cualquierdiscusin. Una consecuencia de esta alternativa, es, por ejemplo, que puede uno no

    ser antidemcrata sin ser automticamente "fascista" o "comunista". Este crculo

    vicioso es absurdo y para denunciar la perspectiva miope que implica es precisohacer referencia a nuestras consideraciones preliminares.

    Siempre en la investigacin de lo positivo, hay efectivamente una diferencia esencialentre aquello cuyo nico punto de referencia es el fascismo (y eventualmente los

    movimientos anlogos de otras naciones: el nacional-socialismo alemn, el rexismo

    belga, la primera Falange Espaola, el rgimen de Salazar, la Guardia de Hierrorumana, se pudo hablar ayer de una "revolucin mundial" como movimiento global

    opuesto a la revolucin proletaria) en que hace comenzar y terminar el propiohorizonte poltico, histrico y doctrinal; y aquel que, por el contrario, considera en

    estos movimientos lo que se presenta como formas particulares ms o menos

    imperfectas, adaptadas a las circunstancias, formas en las cuales se habanmanifestado y haban actuado (ideas y principios a los cuales es preciso reconocer un

    carcter de "normalidad" y constancia), haciendo as entrar los aspectos originarios

    "revolucionarios" en sentido estricto, de estos movimientos en el dominio de lo quees secundario y contingente. En pocas palabras, se trata de ligar por todas partes en

    donde sea posible, el fascismo a la gran tradicin poltica europea y de poner de lado

    lo que, en l existe a ttulo de compromiso, de posibilidades divergentes o deplanteamientos desviados, de fenmenos que se resentan en parte de los males

    contra los cuales, por reaccin se quera luchar.Ya que hoy no tenemos ante nosotros la realidad concreta del fascismo, su situacin

    histrica especfica, todo esto es ciertamente posible y muestra la nica va que seofrece prcticamente a las "fuerzas nacionales" dado que la nostalgia y la

    mitologizacin no sirven para gran cosa y no puede hacerse resucitar a Mussolini o

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    fabricar otro a medida, por no hablar de la situacin actual, diferente de la coyuntura

    que hizo posible el fascismo bajo este aspecto histrico determinado.En estas condiciones, no es difcil descubrir que significado superior eventual puede

    adquirir el anlisis del fascismo, anlisis que, evidentemente, es tambin una

    integracin. Ms all de toda confusin y de toda debilidad, ofrece en efecto a lasvocaciones una piedra angular. Un gran espritu del siglo pasado, Donoso Corts,

    habl de los tiempos que preparaban Europa para las convulsiones revolucionarias ysocialistas, como los de las "negaciones absolutas y las afirmaciones soberanas". A

    pesar del nivel bien bajo de la poca actual, algunos pueden hoy aun tener este

    sentimiento.En cuanto a la materia del breve estudio que vamos a emprender se limitar a lo que

    fue la realidad estructural e institucional, rgimen y prctica concreta nacidas de las

    diferentes fuerzas que alimentaron el movimiento fascista con una atencinparticular por los principios que se pudo recoger en todo esto, directa o

    indirectamente. Habiendo sido Mussolini el centro de coagulacin de estas fuerzas,es a la doctrina y a las posiciones de ste a quien nos referimos, tal como se

    definieron a travs de la lgica interna del movimiento del cual fue jefe: pues, como

    se sabe, a diferencia del comunismo y, en parte, igualmente al nacional- socialismo,el fascismo antes de la accin y la "revolucin" no tuvo doctrina exactamente

    formulada y unvoca (el mismo Mussolini lo afirma: "La accin es en el fascismo loque ha precedido a la doctrina"). Tal como hemos sealado ignoraremos por el

    contrario las tendencias ideolgicas a menudo discordantes que permanecieron

    simplemente as y que, tras la conquista del poder, formaron parte de gruposminoritarios particulares, grupos a los que, en su conjunto, se les di una libertad de

    expresin bastante amplia, debida probablemente al hecho de que su influencia eraprcticamente nula.

    CAPITULO IIIEL ESTADO Y LA NACION

    El significado fundamental que el fascismo revisti, definindolo y asumindolo fue,

    desde nuestro punto de vista, el de una reaccin que partiendo de las fuerzas de

    ex-combatientes y de nacionalistas, afront una crisis que era, esencialmente, la de laconcepcin misma del Estado, de la autoridad y del poder central en Italia.La Italia de la inmediata pos-guerra se presentaba como un Estado laico en el que la

    influencia masnica era considerable, con un dbil y mediocre gobierno demo-liberal

    y una monarqua privada de su poder, es decir, de tipo constitucional parlamentario,un Estado privado en su conjunto de un "mito" en sentido positivo, a saber, de una

    idea superior, animadora y formadora, que fuera algo ms que una simple estructura

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    de la administracin pblica. Que en tales condiciones la nacin no estuvo a la altura

    de hacer frente a los graves problemas que las fuerzas puestas en movimiento por laguerra y tras la guerra, imponan y de combatir las sugestiones sociales

    revolucionarias difundidas en las masas y el proletariado por los activistas de

    izquierda, fue siempre demasiado evidente.El mrito del fascismo, es pues, ante todo, haber alzado la idea de Estado en Italia, de

    haber creado las bases de un gobierno enrgico afirmando el principio puro de laautoridad y de la soberana polticas. Este fue, por as decir, el aspecto positivo del

    movimiento, a medida que se defini y logr liberarse de sus principales

    componentes originales: la del espritu combatiente revolucionario, la tendenciagenricamente nacionalista y tambin la de un sindicalista inspirado en Sorel.

    En esta perspectiva, puede hablarse de una especie de inversin o desplazamiento

    "vectorial" del movimiento intervencionista italiano. En efecto, ideolgicamente elintervencionismo, como ya hemos subrayado comport la adhesin de Italia al frente

    de la democracia mundial coaligada contra los Imperios Centrales y refirindose,bajo distintos aspectos, al espritu del Risorgimento, es decir a las ideas de 1848;

    pero, esencialmente, el intervencionismo tuvo un sentido revolucionario autnomo y

    la guerra fue una ocasin para el despertar de las fuerzas que no soportaban ms elclima de la Italia burguesa, fuerzas que, como el espritu combatiente, alimentaron al

    fascismo; no aceptando "normalizarse" de nuevo en este clima, cambiaron depolaridad sobre el plano ideolgico y se orientaron hacia la Derecha, haca el ideal de

    Estado jerrquico y de su "nacin militar", las tendencias socialistas y puramente

    insurreccionales (as como republicanas) antes de la marcha sobre Roma fueronrpidamente eliminadas. Este aspecto "existencial" del fascismo debe ser colocado y

    apreciado en su justa medida. En cuanto al otro aspecto, fue tal que Mussolini unavez en el poder, pudo preconizar la aparicin de nuevas jerarquas y hablar de un

    nuevo "siglo de autoridad, un siglo de la derecha, un siglo del fascismo". Cuando

    afirma (1926): "Representamos un principio nuevo en el mundo (actual).Representamos la oposicin neta, categrica, definitiva, a todo el mundo... a los

    Inmortales Principios de 1789", pone de manifiesto el "momento contra-

    revolucionario" como uno de los aspectos ms importantes del movimiento.Estructuralmente, en cierta medida, podra aplicarse pues la designacin de

    "revolucin conservadora" potencial, designacin que fue utilizada tras la primera

    guerra mundial y con el hitlerismo, igualmente con una fuerte componente deantiguos combatientes: pero esto a condicin de referir el conservadurismo a algunos

    principios polticos (a los cuales la ideologa de la Revolucin francesa representabala negacin), no a una realidad de hecho preexistente, pues hemos visto que la Italia

    pre- fascista no tiene nada que hubiera podido dar al conservadurismo un contenidosuperior y positivo. No haba gran cosa digna de ser "conservada". A diferencia del

    movimiento alemn paralelo que acabamos de mencionar, bajo varios aspectos el

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    fascismo debi prcticamente partir de cero en Italia. Este hecho explica tambin,

    incluso aunque no los justifique, algunos de sus rasgos ms problemticos.Por regla general, toda forma de ideologa societaria y democrtica fue suprimida en

    la doctrina poltica fascista. Se reconoci la preeminencia del Estado sobre el pueblo

    y la nacin, es decir, la dignidad de un poder supraordenado, en funcin del cual lanacin adquiere una conciencia verdadera, una forma y una voluntad, participando

    en un orden superador del plano naturalista. Mussolini tuvo ocasin de afirmar en1924: "sin Estado no hay Nacin. Hay solamente un conglomerado humano

    susceptible de recibir todas las desintegraciones que la historia pueda infligirle"

    (1927). Aade y precisa: "No es la nacin quien engendra el Estado. Por el contrario,la nacin es creada por el Estado que da al pueblo (...) una voluntad y, en

    consecuencia, una existencia afectiva". La frmula "el pueblo es el cuerpo del Estado

    y el Estado el espritu de este cuerpo" (1934) remite, si se interpreta de manera justa,a la idea clsica de una relacin dinmica y creadora entre la "forma" y la "materia".

    El pueblo, la "nacin" en el sentido corriente, naturalista y romntico, no son msque la "materia" (el cuerpo), el Estado es la "forma" concebida como fuerza

    organizada y animadora, segn la interpretacin de la "materia" y de la "forma" dada

    por la filosofa tradicional iniciada en Aristteles.La concepcin falsa de un Estado que debera contentarse con proteger las

    "libertades negativas" de los ciudadanos como simples individuos empricos,"garantizar un cierto bienestar y una vida comunitaria pacfica" reflejan o siguen

    pasivamente, en el fondo, a las fuerzas de la realidad econmica y social concebidas

    como fuerzas primarias, tal concepcin es pues rechazada. Se permanece tambin enoposicin a la idea de una simple burocracia de la "administracin pblica", segn la

    imagen agrandada de lo que pueden ser la forma y el espritu de cualquier sociedadprivada con fines puramente utilitarios.

    Cuando junto a esta concepcin de base el fascismo afirma el trinomio "autoridad,

    orden, justicia", es innegable que recupera la tradicin que form a los grandesEstados europeos. Se sabe adems que el fascismo evoca y procura evocar, la idea

    romana como integracin suprema y especfica del "mito" del nuevo organismo

    poltico, "fuerte y orgnico". La tradicin romana, para Mussolini, no deba serretrica sino una "idea-fuerza" y un ideal para la formacin de un nuevo tipo humano

    que habra debido tener el poder entre las manos. "Roma es nuestro punto de partida

    y referencia. Es nuestro smbolo y nuestro mito" (1922). Esto testimonia unavocacin precisa, pero tambin una gran audacia: era querer tender un puente sobre

    un abismo de siglos, para recuperar el contacto con la nica herencia verdaderamentevlida de toda la historia desarrollada sobre el suelo italiano. Pero una cierta

    continuidad positiva no se estableca ms que a nivel del sentido del Estado y de laautoridad (del IMPERIUM en el sentido clsico) as como en relacin con la tica

    viril y un estilo hecho de dureza y disciplina que el fascismo propuso al italiano. Una

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    profundizacin de las dems dimensiones del smbolo romano -dimensiones

    espirituales en el sentido propio, de la visin del mundo- y de las precisiones sobre laromanidad a las cuales deba precisamente referirse, no tuvieron lugar, por el

    contrario, bajo el fascismo oficial; los elementos que podan emprender esta

    profundizacin no existan o no fueron utilizados.

    CAPITULO IVESTADO FASCISTA Y ESTADO TRADICIONAL

    En las lneas esenciales de su doctrina del Estado, el mensaje del fascismo debe ser

    considerado desde el punto de vista de la Derecha, a buen seguro, como positivo. Seencuentra precisamente en la rbita de un sano pensamiento poltico tradicional, y es

    partiendo de este pensamiento como es preciso rechazar netamente la polmicasectaria de denigramiento unilateral impuesta por el antifascismo. Pero una

    clarificacin se impone. De un lado, es bueno precisar lo que haba debido

    acentuarse para asegurarle un carcter inequvoco; del otro, es preciso indicar lospuntos en donde se manifestaron, en el sistema y en la prctica fascista, las

    principales desviaciones.En lo que respecta al primer punto, nos contentaremos con sealar que el principio

    de preeminencia del Estado sobre todo lo que es simplemente pueblo y nacin

    debera articularse adems a travs de la oposicin ideal entre Estado y "sociedad",

    debiendo estar reunidos bajo el trmino de "sociedad" todos los valores, todos losintereses y todas las disposiciones que entran en el dominio fsico y vegetativo de

    una comunidad y de los individuos que la componen. En realidad, la anttesis entrelos sistemas polticos que gravitan en torno a la idea del Estado y los que, por el

    contrario, lo hacen en torno a la idea de "sociedad" (tipo "social" del Estado) esfundamental sobre el plano de la doctrina. Entre los segundos, se encuentran las

    variantes del derecho natural, doctrinas del contrato con base utilitaria y de la

    democracia, con los desarrollos en cadena que llevan de la democracia liberal a las"democracias populares", es decir, marxistas y comunistas.

    A este dualismo est ligada la definicin del plano poltico en tanto que tal en

    trminos, en cierto sentido, de una "trascendencia". As, el contenido "heroico" omilitar, por el servicio como honor y el lealismo en el sentido superior, que la

    existencia o al menos ciertos aspectos de la existencia, pueden adquirir en referenciaal Estado, entra en juego. Se trata de una cierta tensin ideal elevada que lleva ms

    all de los valores no solo hedonistas (de simple bienestar material) sino tambineudemonistas (incluso de bienestar espiritual). Es innegable que el fascismo se

    esfuerza en valorizar esta dimensin de la realidad poltica (que es preciso juzgar

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    como opuesta a la realidad social), por su aspiracin a una existencia antiburguesa,

    hecha de lucha y peligro (el famoso "vivir peligrosamente", prestado por Nietzsche aMussolini, todo esto se resiente, adems de la componente existencial, la de los

    antiguos combatientes, del movimiento fascista), y por la exigencia de una

    integracin del hombre en medio de una "relacin inmanente con una ley superior,una voluntad objetiva que transciende al individuo particular". La formulacin de

    esta exigencia es significativa, incluso si no se llega a precisar el contenido demanera adecuada.

    Juzgar las formas concretas por las cuales el fascismo busca adaptarse a esta

    exigencia, contrapartida irreprochable de la doctrina del Estado de la que hemoshablado antes, no es cosa fcil. Si puede reconocer el carcter exterior y forzado de

    diferentes usos e iniciativas de la Italia de ayer, esto no debe servir como pretexto

    para olvidar un problema de importancia capital. Se trata en el fondo, de la siguientecuestin: de qu forma canalizar el impulso a la "autotrascendencia", impulso que

    puede ser reprimido y no expresado en el hombre, pero que no puede jams sercompletamente extirpado, salvo en el caso lmite de una sistemtica bastardizacin

    de tipo bovino. Las "revoluciones nacionales" de ayer intentaron facilitar un centro

    poltico de cristalizacin a este impulso (es, de nuevo, la accin ya mencionada deuna "forma" sobre una "materia"), para impedir su bastardizacin y su manifestacin

    o irrupcin bajo formas destructoras. En efecto, nadie puede ignorar la crisisprofunda de la "racionalizacin de la existencia operada por la civilizacin burguesa,

    la mltiple emergencia de lo irracional y de lo "elemental" (en el sentido mismo

    donde se habla del carcter elemental de las fuerzas naturales) a travs de las fisurasde esta civilizacin sobre todos los planos.

    Hoy con la recuperacin de quimera de la "racionalizacin" se tiende, por elcontrario, a rechazar y desacreditar todo lo que es tensin existencial, herosmo y

    fuerza galvanizadora de un mito, precisamente bajo el signo de un ideal ya no

    poltico, sino "social" y de bienestar fsico. Pero se ha precisado justamente que unacrisis profunda es inevitable pues, al fin, PROSPERITY y bienestar ABURRIRAN.

    Los signos anticipadoras de esta crisis no faltan: estn representados por todas las

    formas de revuelta ciegas, anrquicas y destructoras de una juventud queprecisamente en las naciones ms prsperas, perciben el absurdo y el sin sentido

    completo de la existencia socializada, racionalizada, materializada, encuadrada en la

    "sociedad de consumo". En estas naciones, el impulso elemental no encuentra msobjeto y, abandono a s misma, vuelve a la barbarie.

    En las sociedades tradicionales, una cierta liturgia o una cierta mstica de la potenciay de la soberana han existido siempre; era parte integrante del sistema y facilitaban

    una solucin al problema del cual acabamos de hablar. No hay pues lugar pararechazar algunas iniciativas tomadas por el fascismo ni su voluntad de mantener un

    clima general de tensin elevada; se trata ms bien de reconocer el lmite ms all del

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    cual esto solo tuvo algo de teatral e inautntico, en un marco, a menudo determinado

    por la inadecuacin entre principios e intenciones de un lado, y por un cierto materialhumano de otro.

    A decir verdad, un problema grande se plantea sin embargo en este contexto, que no

    puede ser estudiado a fondo en el presente anlisis. Se refiere a la acusacin segn lacual un sistema poltico como el que estudiamos, usurpa un significado religioso,

    desva la capacidad humana de creer y sacrificarse y, en general el poder deautotrascendencia del hombre en relacin a su objeto legtimo, que sera

    precisamente la religin, para orientarlo hacia sucedneos profundos. Se ve

    claramente que esta objecin es vlida en la medida que se parte de un dualismoesencial e insuperable entre, mundo del Estado y mundo espiritual o de lo sagrado.

    Es preciso entonces aceptar netamente lo que comporta tal dualismo: implica, de un

    lado, la desacralizacin y la materializacin de todo lo que es poltico, poder,autoridad; de otra la "des-realizacin" de todo lo que es espiritual y sagrado. es

    preciso entonces aceptar netamente tambin, como consecuencia natural el "Dar alCsar", y todas las tentativas de la teologa poltica para resolver la fractura as

    operada no pasando del simple compromiso.De otra parte, es preciso recordar que

    esta escisin fue ignorada por toda una serie de organismos polticos tradicionaleseuropeos, en los cuales tal o cual forma de sacralizacin del poder y de la autoridad

    represent incluso el pivote de la legitimidad de todo el sistema. En principio, si laautoridad y la soberana no poseen un cierto carisma espiritual, no pueden ni siquiera

    merecer ese nombre, y todo el sistema del estado autntico queda falto de un slido

    centro de gravedad para todo lo que no se reduzca a lo simplemente administrativo y"social".

    Pero la situacin general de la poca y el significado que el catolicismo en tanto quefuerza social ha tenido en Italia deban impedir al fascismo afrontar directamente la

    grave cuestin de la justificacin suprema del Estado, aunque fue debido y se intent

    mediante la recuperacin verdadera y valiente de la idea romana. Y, de hecho, todono cesa de vascular. De un lado, Mussolini reivindic en varias ocasiones un valor

    "religioso" para el fascismo,pero de otro no lleg a precisar cual deba ser en

    concreto esta religiosidad, en la medida en que debera estas asociada a la ideapoltica y, en consecuencia, diferente de una evolucin comn e informe orientada

    hacia el supra-mundo. Mussolini declara que "el Estado no tiene teologa, sino una

    moral". Pero con esto contina el equvoco, pues toda moral, para tener unajustificacin profunda y un carcter intrnsecamente normativo, no debe ser una

    simple convencin de la vida en sociedad; es preciso que tenga un fundamento"trascendente", a fin de remitir a un plano no diferente del plano religioso donde

    nace la "teologa". Era pues natural que se llegara a menudo al enfrentamiento,especialmente cuando se entraba en el terreno de la educacin y de la formacin

    espiritual de las jvenes generaciones, entre el fascismo y los representantes de la

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    religin dominante, deseosos de monopolizar todo lo que tuviera un carcter

    propiamente espiritual, apoyndose sobre las clusulas del Concordato (1)De otra parte, es bastante evidente que si no se afronta el problema es imposible

    separar completamente ciertas interpretaciones de los movimientos de tipo "fascista"

    que hacen de ellos sucedneos en un mundo desacralizado, incluyndolos en elmarco de las modernas msticas secularizadas y "paganas": incluso elementos como

    la lucha y el herosmo, la fidelidad y el sacrificio, el desprecio por la muerte y assucesivamente, pueden tomar un carcter irracional, naturalista, trgico y oscuro

    (Keiselring haba hablado concretamente de una coloracin TELURICA de la

    "revolucin mundial"), cuando falta este punto de referencia superior y, en ciertaforma, transfigurante del que hemos hablado y que pertenece necesariamente a un

    plano trascendente diferente del dominio de la simple tica.

    Para pasar a otro tema, en materia de compromisos, se debe recordar que si unaoposicin fundamental entre lo que es poltico y lo que es "social" fue

    suficientemente puesta de relieve en la doctrina fascista, por el contrario, unaoposicin anloga no fue formulada respecto al nacionalismo apelando simplemente

    a los sentimientos de patria y de pueblo, y asociados a un "tradicionalismo" que, en

    Italia, por el carcter mismo de la historia precedente de la nacin, no tena nada encomn con la tradicin entendida en el sentido superior, sino que se reduca a un

    mediocre conservadurismo de tipo burgus "bienpensante", ms o menos catlico yconformista. La unin de la corriente nacionalista, en la medida en que tambin,

    partiendo de estas posiciones de referencia, haba buscado organizarse sobre el plano

    activista (los "camisas azul celeste") contra los movimientos subversivos italianos, ydel movimiento fascista, contribuy a una cierta desnaturalizacin de la idea poltica

    fascista. Ciertamente, no pueden olvidarse las condiciones en las cuales sucumbe lapoltica cuando es el "arte de lo posible". En los ltimos tiempos el PATHOS de la

    "patria" y la llamada a los sentimientos nacionales en la lucha contra las corrientes de

    izquierda han sido uno de los raros medios an a disposicin. Por ello en la Italiaactual "ser nacional" sirve a menudo como sinnimo de "ser Derecha". Pero desde el

    punto de vista de los pincipios se tiene aqu una desnaturalizacin anloga a la ya

    observada que hace que el liberalismo, antigua bestia negra de los hombres dederecha, haya podido ser considerada hoy como orientado a derecha.

    Histricamente, la relacin entre movimientos "nacionales" y movimientos

    revolucionarios referidos a los principios de 1789, en innegable, incluso aunque noqueramos remontarnos hasta el lejano perodo de la aparicin y emanacin de las

    "naciones" bajo la forma de "estados nacionales" monrquicos que provocaron ladesintegracin de la civilizacin imperial y feudal de la Edad Media europea. Desde

    el punto de vista de la doctrina es muy importante comprender el carcter naturalistay, en cierta forma, prepoltico que presentan los sentimientos de patria y de nacin

    (carcter prepoltico y naturalista no diferente del sentimiento de la familia) en

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    relacin a lo que une, por el contrario, a los hombres sobre el plano especficamente

    poltico, en torno a una idea y un smbolo de soberana. Adems, todo PATHOSpatritico tendr siempre algo de colectivista: se resiente de lo que se ha llamado el

    "Estado de las masas". Volveremos sobre este punto. Por un instante, creemos

    legtimo hablar de la desnaturalizacin habida en el fascismo (a parte de lo quepuede referirse a la componente sealada antes del precedente partido nacionalista)

    por el mito de la nacin en general, con consignas, referencias y prolongaciones quellevaban al populismo. Si la mezcla de todo esto con la doctrina, formulada adems

    claramente, cuyo valor tradicional hemos puesto en evidencia, de la preeminencia del

    estado sobre la nacin, puede ser considerado como una caracterstica del fascismoen tanto que realidad de hecho, esto no impide que en esta mezcla se practique,

    segn un puro pensamiento de Derecha, un compromiso, y que las diversas

    componentes deban ser separadas y referidas a dos mundos ideales bien distintos.Con la mentalidad hoy dominante, esta precisin sobre el valor del concepto de

    patria y de nacin en vistas a una purificacin del ideal de estado autntico, podr noparecer del todo evidente. Sin embargo, bastar quizs hacer observar cuan fcil es

    abusar de los llamamientos a la patria y a la nacin mediante una retrica verbalista e

    imprudente, con fines inconfesables. Es fcil advertirlo hoy en el patriotismo ancladoen Italia, con fines inconfesables, igualmente, pero de carcter tctico y electoral,

    incluso en partidos que, realmente, no tienden solo al anti-estado, sino tambin a lanegacin del contenido superior eventual que podra recogerse en un nacionalismo

    purificado y mejorado. Por lo dems, se ha podido hablar en Rusia de una "patria

    sovitica" y ayer, durante la guerra de los soviticos contra Alemania, ha sidoposible apelar al patriotismo de los "camaradas": puro absurdo, desde el punto de

    vista de la verdadera ideologa comunista. Es preciso recordar, en fin, que a pesar delos compromisos indicados, la idea de la realidad trascendente del estado no deja de

    ser una caracterstica del fascismo, que le diferenciara de movimientos similares:

    esta idea fue a menudo percibida como un elemento distintivo, "romano", en relacina la ideologa nacional-socialista en la cual el nfasis se colocaba ms bien (al menos

    en la doctrina) en el pueblo-raza y sobre la VOLKSGEMEINSCHAFT(2).De entre los peligros presentados por el sistema fascista desde el punto de vista, no

    de una informe democracia liberal, sino de la verdadera Derecha, el ms grave puede

    ser quizs el totalitarismo.

    El principio de una autoridad central inatacable se "esclerotiza" y degenera cuando seafirma a travs de un sistema que lo controla todo, que militariza todo y queinterviene por todas partes segn la famosa frmula "Todo dentro del estado, nada

    fuera del estado, nada contra el Estado" Si no se precisa en ALGUNOS TERMINOS

    como se debe concebir tal inclusin, una frmula de este tipo no puede valer ms queen el marco de un estatismo de tipo sovitico, estando presentes las premisas

    colectivistas, materialistas de este: no por un sistema de tipo tradicional reposando

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    sobre valores espirituales, sobre el reconocimiento del sentido de la personalidad y

    sobre el principio jerrquico. Por ello, en la polmica poltica, se ha podido concebirun comn denominador hablando de un totalitarismo de derecha y de un

    totalitarismo de izquierda: lo que no es sino un verdadero absurdo.

    El Estado tradicional es orgnico y no totalitario.Es diferenciado y articulado, admitezonas de autonoma parcial. Coordina y hace participar en una unidad superior a

    fuerzas cuya libertad sin embargo reconoce. Precisamente por que es fuerte, no tienenecesidad de recurrir a una centralizacin mecnica: esta no es reclamada ms que

    cuando es necesario controlar una masa informe y atmica de individuos y

    voluntades, lo que hace, adems, que el desorden no pueda jams ser verdaderamenteeliminado, sino solo provisionalmente contenido. O por emplear una afortunada

    expresin de Walter Heyndrich, el Estado autntico es OMNIAPOTENS, no OMNIA

    FACENS, es decir que detenta en el centro un poder absoluto que puede y debe hacer

    valer sin trabas en caso de necesidad o en las decisiones ltimas, ms all del

    fetichismo del "estado de derecho"; pero no interviene en todas partes, no sesuperpone a todo, no tiende a imponer una vida cuartelera (en sentido negativo), ni

    un conformismo nivelador, en lugar del reconocimiento libre y del lealismo; noprocede a intromisiones impertinentes e imbciles de lo pblico y de lo "estatal" en

    lo privado. La imagen tradicional es la de una gravitacin natural de sectores y

    unidades parciales en torno a un centro que dirige sin apremio, acta por su prestigio,su autoridad, ciertamente puede recurrir a la fuerza, pero se abstiene lo ms posible.

    La prueba de la vitalidad efectiva de un Estado la da la medida del margen quepuede conceder a una descentralizacin parcial y racional (3). La ingerencia

    sistemtica del Estado no puede ser un principio ms que en el socialismo del Estado

    tecnocrtico y materialista.En oposicin a esto, la tarea esencial del Estado autntico es crear un cierto clima

    general, inmaterial en un sentido, segn lo propio a los regmenes de la pocaprecedente. Tal es la condicin necesaria a fin de que un sistema en que la libertad es

    siempre el factor fundamental tome cuerpo de manera prcticamente espontnea y

    funcione de forma justa con un mnimo de intervenciones rectificaciones. A esterespecto, la oposicin es significativa, sobre el plano econmico, entre el ejemplo

    norte- americano, donde el gobierno federal ha debido promulgar una severa ley

    anti-trust para combatir las formas de piratera y de cnico despotismo econmico

    nacidos en el clima de la "libertad" y del libre-cambio, y el ejemplo de la actualAlemania Federal donde, bajo otro clima -que es preciso considerar en buena partecomo una herencia residual ligada a ciertas predisposiciones raciales de los

    regmenes precedentes- la libertad econmica se desarrolla en una direccin

    esencialmente positiva y constructora, sin intervenciones particulares,centralizadoras del Estado.

    Cuando el fascismo presenta un carcter "totalitario" debe pensarse en una

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    desviacin en relacin a su exigencia ms profunda y vlida. En efecto, Mussolini ha

    podido hablar del Estado como de un "sistema de jerarquas" jerarquas que "debentener un alma" y culminar en una lite: el ideal diferente del ideal totalitario. Ya que

    hemos hablado de economa -aunque volveremos sobre esta cuestin- la tendencia

    "pancorporativa" que tena efectivamente un carcter totalitario fue desaprobada porMussolini, y en la Carta del Trabajo la importancia de la iniciativa privada fue

    ampliamente reconocida. Por lo dems, podra hacerse referencia al smbolo mismodel fascio litorio, del que el movimiento de revolucin antidemocrtica y

    antimarxista de los Camisas Negras extrajo su nombre y que, segn una frase de

    Mussolini, deba significar "unidad, voluntad, disciplina". El fascio, en efecto, secompone de varas distintas unidas entorno a un hacha central, la cual, segn un

    simbolismo arcaico comn a numerosas tradiciones antiguas expresa la potencia de

    lo alto, el puro principio del Imperio. Se tiene pues a la vez unidad y multiplicidad,en sinergia y orgnicamente unidos, en correspondencia visible con las ideas

    mencionadas anteriormente.De otra parte, es preciso observar que el Estado democrtico italiano actual, ha

    mostrado que podra ser, bajo pretextos "sociales", mucho ms invasor y estatizante

    que el rgimen precedente, el fascismo y, es sobre todo en otro sector, en relacincon lo que fue el "Estado tico", que el mundo del Estado automticamente debe ser

    rectificado. Hemos reconocido un carcter positivo a la concepcin del Estado entanto que principio o poder supra-ordenado que da forma a la nacin, y hace poco

    hemos hablado de la tarea consistente en crear un cierto clima general. Una de las

    principales aspiraciones del fascismo fue tambin marcar el comienzo de un nuevoestilo de vida: al Estado agnstico demoliberal, "el colchn sobre el cual todo el

    mundo pasa", Mussolini opone un Estado "que transforme al pueblo continuamente",llegar incluso a decir: "hasta en su aspecto fsico".

    Pero para todo esto el peligro y la tentacin de medidas directas y mecanicistas, de

    tipo "totalitario" en concreto, se presenta inevitablemente. En efecto lo que se trataesencialmente debera ser pensado en trminos anlogos a lo que se llama en qumica

    accin cataltica o a lo que fue designado en Extremo-Oriente, con una expresin que

    no es paradjica ms que en apariencia, el "actuar sin actuar", es decir, la accindebida a una influencia espiritual, no por medidas exteriores y obligatorias.

    Cualquiera que tenga suficiente sensibilidad no puede dejar de presentir la oposicin

    entre esta idea y la direccin propia al Estado tico tal como la concibi una ciertafilosofa representada esencialmente por Giovanni Gentile (4). En esta interpretacin

    el clima de un Estado desciende al nivel de un centro de reeducacin o de reforma, yel carcter del jefe es el de un pedagogo invasor y presuntuoso. Y aunque se refieran

    a un dominio particular, las palabras siguientes son del mismo Mussolini: "Que nose piense que el Estado tal como lo concebimos y queremos, toma al ciudadano por

    la mano como el padre la de un hijo para guiarlo". Las relaciones existentes entre

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    soberanos y sujetos, as como entre jefes y subordinados, sobre un plano viril y

    combatiente, reposan sobre la libre adhesin y el respeto recproco, sin ingerencia enlo que es solamente personal y cae fuera de lo que es objetivamente requerido por los

    fines de toda accin comn, ofrecen otro ejemplo claro de la direccin opuesta y

    positiva. Todo lo que ha revestido en el fascismo el carcter de una pedagoga delEstado y de una expresin ejercida no sobre el plano poltico y objetivo sino sobre el

    de la va normal personal, como uno de los aspectos del "totalitarismo", debe serpues incluido en la lista de las desviaciones del sistema. A este respecto, fue tpico

    entre todos el ejemplo de la "campaa demogrfica" fascista, odiosa

    independientemente del hecho de que reposaba sobre el absurdo principio de que el"nmero es potencia", principio desmentido por toda la historia, el "mando" ha

    estado siempre contenido en pequeos grupos de dominadores y no por la explosin

    democrtica de masas de desheredados y de parias invasores de las tierras ms ricassin otros derechos que su miseria y su incontinencia procreadora. Que a una campaa

    demogrfica en Italia, cuya poblacin era ya excedentaria, fue adems absurda comoen no importa que otra nacin, aparte del equvoco sobre la significacin del

    "nmero", eran hechos evidentes. En general, prejuicios y una cierta

    irresponsabilidad impidieron reconocer un punto cuya importancia no ser jamssubrayada suficientemente, a saber, que el crecimiento natural de la poblacin global

    es uno de los primeros factores de la crisis y de la inestabilidad poltica y social delos tiempos modernos. En el caso donde medidas enrgicas apareciesen como

    verdaderamente necesarias al bien comn, precisamente para limitar este mal

    pandmico, y no para agudizarlo ms (como con la campaa demogrfica fascista)deberan ser recuperadas sin ninguna duda.

    Sobre la misma lnea que el "Estado tico", es decir, de pretensin pedaggica, lapreocupacin por la "pequea moral" antes que por la "gran moral" se evidencia a

    menudo en el fascismo: en lo que concierne a la vida sexual particularmente, con

    medidas pblicas represivas e inhibitorias. Esto se debi en parte a la componenteburguesa del fascismo, que no fue muy diferente por su moralismo -hay que

    reconocerlo- de un rgimen ms o menos puritano de tipo demcrata-cristiano, pero

    el ETHOS, en el sentido antiguo, es cosa diferente de la moral tal como la ha

    concebido la sociedad burguesa. Una civilizacin "guerrera" -y la ambicin del

    fascismo era precisamente dar nacimiento a una civilizacin "moralista" o, mejor,

    para utilizar un trmino de Wilfredo Paretto, una civilizacin de "virtuosismo".Aqu tambin la libertad de la persona debe ser respetada y se debe tender a unatensin ideal elevada y no a una "moralizacin".

    Todo esto nos lleva sin embargo fuera del dominio particular de las presentes

    consideraciones. Lo que es preciso establecer aqu, en general, es la idea de la accinpor el prestigio, por la llamada a formas especiales de sensibilidad, de vocacin y de

    inters de los individuos, idea que debe ser propia del Estado autntico y de sus jefes.

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    Si el llamamiento no encuentra eco, no se podr siquiera alcanzar por otras vas lo

    que importa verdaderamente; un pueblo, y una nacin irn a la deriva o se reducirna una masa impotente entre las manos de los demagogos expertos en el arte de actuar

    sobre las capas sub-personales, pre-personales y las ms primitivas del ser humano.

    Habiendo entrado en consideracin el concepto de libertad en estas ltimasprecisiones crticas, ser bueno aadir algunas breves consideraciones sobre el

    sentido que la libertad puede tener en un Estado de tipo voluntarista, como quiso serel Estado fascista, y no de tipo contractual.

    Hay una palabra de Platn que hemos citado ya en otras ocasiones y que dice que es

    bueno que quien no tiene un soberano en s mismo, tenga al menos un buen soberanofuera de s mismo.Esto lleva tambin a distinguir una libertad positiva de la libertad

    puramente negativa, es decir, exterior, de la que puede igualmente gozar quien, libre

    en relacin a los otros, no lo es del todo en relacin a s mismo, en relacin a la partenaturalista de su ser; a lo que es preciso aadir la distincin bien conocida entre el

    hecho de ser libre DE alguna cosa y el de ser libre PARA alguna cosa (para unatarea, para una funcin dada). En una obra reciente, hemos indicado que la conquista

    de una libertad "negativa" con la que no se ha sabido que hacer, visto el no-sentido y

    el absoluto absurdo de la sociedad moderna, es la causa principal de la crisisexistencial del hombre contemporneo. En verdad, personalidad y libertad no pueden

    ser concebidas ms que a medida en que el individuo se libera ms o menos de loslazos naturalistas, biolgicos, individualistas que caracterizan las formas

    pre-estatales y pre-polticas en un sentido puramente social, utilitario y contractual.

    Puede entonces concebirse que el Estado autntico, el Estado caracterizado por la"trascendencia" del plano poltico, facilite un medio propicio para el desarrollo de la

    personalidad y de la verdadera libertad, en el sentido de una VIRTUS, segn laacepcin clsica; por su clima de tensin elevada, se dirige una llamada permanente

    al individuo para que este se recupere, vaya ms all de la simple vida vegetativa.

    Evidentemente, todo tiene justos puntos de referencia, especialmente el hecho de dar,debe ser realmente "anaggico", es decir, "tendiente hacia lo alto" (para esto,

    digmoslo de paso, poner como punto de referencia un "bien comn" abstracto que

    refleja, en mayor medida, el "bien individual" concebido en trminos materiales, esabsolutamente inadecuado). Una vez eliminado el equvoco del totalitarismo, es

    preciso desterrar de la forma ms neta la acusacin segn la cual un sistema poltico

    que repose sobre la autoridad es en principio incompatible con los valores de lapersona y elimina la libertad. La libertad que puede sentirse negada por un sistema

    de este tipo, no es ms que la libertad inspida, sin forma, la pequea y, en el fondo,poco interesante libertad: y todas las argumentaciones de un "nuevo humanismo" de

    intelectuales descentrados no pueden nada contra esta verdad fundamental.Para evitar todo equvoco, y recuperando lo que hemos dicho anteriormente sobre el

    arte de los demagogos, es preciso sin embargo reconocer fuera de toda duda que

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    adems de la posibilidad "anaggica", existe la posibilidad "cataggica" (tendiente

    hacia lo bajo). Es decir que el individuo puede "transcenderse", salir de ssubordinando incluso sus propios intereses inmediatos, en un sentido no ascendente

    sino descendente. Lo que sucede precisamente en los "Estados de masa", en los

    movimientos colectivistas y demaggicos con fondo pasional e infra-racional, loscuales pueden tambin dar al individuo la sensacin ilusoria, momentnea de una

    vida exaltada e intensa; pero esta sensacin es condicionada por una regresin, poruna disminucin de la personalidad y de la verdadera libertad. Los casos donde es

    difcil distinguir entre las dos posibilidades no faltan, los dos fenmenos pueden

    incluso presentarse simultneamente. Pero lo que hemos dicho facilita puntos dereferencia precisos y permite impedir que se haga valer de forma tendenciosa contra

    el sistema poltico que buscamos definir en funcin de elementos positivos y

    tradicionales (incluso cuando estos no superan el estado de exigencias yaspiraciones) argumentos que no pueden haber tomado cuerpo ms que sobre un

    sistema de tipo completamente diferente. Ya hemos afirmado que era absurdoestablecer paralelismo hablando de totalitarismo de derecha y de totalitarismo de

    izquierda. Si se quiere emplear el trmino "totalitarismo" de manera precisa, la

    diferencia esencial podra ser expresada de forma perentoria diciendo que eltotalitarismo de Derecha es "anaggico", mientras que el de izquierda es

    "cataggico", y es solo porque ambos estn igualmente opuestos al inmovilismo delindividuo burgus, limitado y hueco, que un pensamiento miope cree que tienen algo

    en comn.

    CAPITULO VFASCISMO Y MONARQUIA

    Puede afirmarse con slidas razones que una verdadera derecha sin monarqua estprivada de su centro de gravedad y de fijacin natural, pues en prcticamente todos

    los Estados tradicionales el punto de referencia principal para la encarnacin del

    principio destacado y estable de pura autoridad poltica ha sido precisamente laCorona. Si podemos permitrnoslo aqu, nos sera fcil demostrarlo por una serie de

    consideraciones histricas. Esto vale particularmente para una poca no muy alejada

    de la nuestra, pues los regmenes que, aunque representan en cierta medida uncarcter tradicional regular, no tuvieron estructura monrquica o de tipo anlogo,

    debieron este carcter a situaciones que pertenecen an ms al pasado. Por ejemplo,las repblicas aristocrticas y oligrquicas que han existido en otros tiempos seran

    inconcebibles en el clima de la sociedad actual, donde seran inmediatamente

    desnaturalizadas.@TEXTO PRINCIP = Para volver a lo que hemos dicho inicialmente sobre la

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    situacin en la cual, en general, una Derecha cobra forma, podemos decir que la

    funcin principal de esta ltima debera corresponder, en un sentido, a la del cuerpoque, anteriormente, haba estado caracterizado por un lealismo particular respecto a

    la Corona, aun siendo con ella el guardian de la idea del Estado y de la autoridad

    comprendida en el marco de una monarqua constituyente con un sistemarepresentatito de tipo moderno ("constitucionalismo autoritario").

    Es pues oportuno para nosotros emprender un breve estudio sobre las relaciones queexistieron entre el fascismo y la monarqua.

    El fascismo del Ventennio ha sido monrquico y existen declaraciones explcitas de

    Mussolini sin equvoco sobre el significado y la dignidad de la monarqua,declaraciones que permiten incluso establecer una relacin entre el principio

    monrquico y la dignidad del nuevo Estado reivindicada por el fascismo, entre el

    principio monrquico y el principio de estabilidad y continuidad referido porMussolini tanto al estado mismo, como, de forma ms vaga y mtica, a la "raza". Para

    definir la monarqua, Mussolini habla textualmente de "sntesis suprema de losvalores nacionales" y de "elemento fundamental de unidad de la nacin". Es decir, si

    eliminamos la tendencia republicana (solidaria en amplia medida de la tendencia ms

    o menos socialista) presente en el fascismo anterior a la marcha sobre Roma, debeser considerado como un aspecto esencial del proceso de purificacin, de mejora y

    de "romanizacin" del fascismo mismo, mientras que es preciso concebir el girorepublicano del segundo fascismo, el fascismo de Sal, que adems se proclam

    "social", como una de estas regresiones, debidas al traumatismo frecuentemente

    observadas en psicopatologa: el resentimiento legtimo de Mussolini, los factoreshumanos, contingentes y dramticos, que actuaron en esta coyuntura pueden incluso

    ser perfectamente reconocidos, pero no pueden hacer aparecer de otra forma lanaturaleza del fenmeno, si nos mantenemos en el plano de los puros valores

    poltico-institucionales. As, desde nuestro punto de vista, no hay gran cosa a extraer

    del fascismo de la Repblica Social.En el origen, Mussolini no "toma" el poder sino que lo recibe del rey, asistindose a

    una especie de investidura completamente legal; de acuerdo con las instituciones,

    Mussolini fue encargado de formar gobierno. Tras los desarrollos sucesivos, pudohablarse de una "Diarqua", es decir, de una coexistencia de la monarqua con una

    especie de dictadura; es la importancia que toma el segundo trmino lo que ha

    permitido a los enemigos actuales del rgimen pasado hablar simplemente de la"dictadura fascista" apartado el otro trmino, la presencia monrquica, como si esto

    estuviera privado de toda significacin.Se han dirigido al sistema de la "diarqua" crticas animadas de otro espritu. De un

    lado, hay quienes han credo descubrir en el respeto por la monarqua un equvoco ofalta de fuerza revolucionaria del movimiento mussoliniano (pero olvidan indicar

    con precisin lo que habra debido ser, entonces, la verdadera conclusin de este

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    movimiento). La verdad es que si hubiera existido en Italia una verdadera

    monarqua, una monarqua con un poder capaz de intervenir enrgicamente en todasituacin de crisis y desintegracin del Estado y no una monarqua como simple

    smbolo de autoridad, el fascismo no habra nacido jams, no habra habido

    "revolucin", o por decirlo mejor, la superacin de la situacin crtica en la que seencontraba la nacin antes de la marcha sobre Roma habra llegado exclusivamente y

    en tiempo til gracias a esta "revolucin de lo alto", (con suspensin eventual de lasobligaciones constitucionales), que es la nica revolucin admisible en el Estado

    tradicional, y gracias a la revisin sucesiva de las estructuras que hubieran dado

    muestras de su ineficacia. Pero ya que no exista esto, se siguieron otras vas. Esposible que el soberano realizase la "revolucin de lo alto", en el interior de ciertos

    lmites, a travs de Mussolini y del fascismo, pensando quizs salvaguardar una

    especie de principio de la "neutralidad", del "reinar sin gobernar", principioformulado por el monarca en los ltimos aos del constitucionalismo liberal.

    En trminos de pura doctrina, no se dice que la situacin dirquica que resulta fueranecesariamente un compromiso hbrido. Pudo, por el contrario, encontrar una

    justificacin tradicional, sobre la base de antecedentes precisos.A este respecto,se

    tiene un ejemplo tpico en la dictadura tal como fue originariamente concebida en laRoma antigua: no como una institucin "revolucionaria" sino como una institucin

    prevista por el sistema del orden existente legtimo, esencialmente destinada acompletarlo en caso de necesidad, tanto como durara la situacin de urgencia o la

    oportunidad de una concentracin y de una activacin particulares de las fuerzas

    existentes. Adems, diferentes constituciones tradicionales, y no solo en Europa, han

    conocido dualidades anlogos a las delREXy delDUX, del REXy delHERETIGO o

    IMPERATOR (en el sentido, sobre todo militar, del trmino), el primero encarnandoel principio puro, sagrado e intangible de la soberana y de la autoridad, el segundo

    presentndose como el que, en un perodo tempestuoso asume tareas o misionesparticulares, recibiendo poderes extraordinarios en una situacin crtica, poderes que

    no podan ser atribuidos al REX por el carcter mismo de su fundacin superior. Y

    se exiga una personalidad particularmente dotada, ya que no deba extraer suautoridad de una pura funcin simblica no-actuante, de carcter "olimpico", por

    llamarla as.

    Por lo dems, en tiempos menos lejanos, figuras particulares, como Richelieu,

    Metternich o Bismarck reprodujeron, en parte, junto a los soberanos, esta situacindual, y bajo esta relacin MUTATIS MUTANDIS, no habra en principio gran cosaa reprochar a la "diarqua" del perodo fascista. La dignidad de Mussolini por lo

    dems, no se habra visto comprometida si su actividad se hubiera limitado a la de un

    gran Canciller lealista. En efecto, bajo ciertos aspectos fue tambin la funcin queasume hasta la creacin del Imperio, no por l mismo, sino por el Rey de Italia.

    Incumba a la monarqua ser ms o menos celosa de sus prerrogativas especficas (o

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    mejor, prerrogativas naturales que habran debido ser las suyas en el nuevo Estado)

    en esta situacin de hecho. En el sistema del "constitucionalismo autoritario" queexisti bajo el Segundo Reich, Guillermo II no dud en separar a Bismarck del

    poder, a aquel "Canciller de Hierro" creador de la unidad y de la nueva potencia

    alemana, cuando este tom iniciativas con las cuales el soberano no estaba deacuerdo: pero sin impedir que Bismarck fuera siempre honrado como un hroe y

    considerado como el mayor hombre de Estado de la nacin alemana.Ya que debemos ocuparnos esencialmente de la doctrina, no tenemos que expresar

    un juicio de valor sobre la forma en que sobrevino la crisis de la "diarqua", cuando

    las cosas empeoraron en Italia, por razn de fuerza mayor, particularmente por eldesarrollo desafortunado de la guerra. A decir verdad, desde el simple punto de vista

    jurdico, no habra gran cosa que criticar en el comportamiento de Victor Manuel III;

    puede incluso admitirse la existencia de una conspiracin palaciega dirigida porAcquarone, Badoglio y algunos ms. Formalmente Mussolini se presenta al rey

    como el jefe del fascismo, un jefe al cual la ms alta asamblea de su movimiento, elgran Consejo, no habra renovado la confianza y que, designado por el mismo rey

    como jefe de gobierno, estaba ahora dispuesto a ofrecer su dimisin. Pero era muy

    cmodo, para el soberano, remitirse a las abstractas prerrogativas constitucionales,como si nada hubiera sucedido entre tanto, y emplear la caricatura liberal y

    constitucionalista de la no responsabilidad del REX. Las cosas hubieran debidosuceder de otra manera: el lazo no escrito, pero por lo mismo ms real, de una

    fidelidad de parte del soberano; un soberano que haba permitido adems que el

    blasn de la dinasta, en tanto que emblema oficial del reino italiano, hubiese sidomodificado aadindosele el fascio litorio -expresin clara y adecuada de la

    convergencia unitiva, que haba caracterizado al Ventennio- autoriz, durante esteperodo, que el poder del Estado fuera restablecido, no por la Derecha -inexistente-

    sino por el fascismo.

    No es aqu el lugar para pronunciarse sobre el tratamiento al cual fue sometidoMussolini, ni sobre la manera con la cual se prest fe a la declaracin "la guerra

    contina", ni sobre los acontencimientos que siguieron. Pero no podemos dejar de

    reconocer que, ante todo esto, los que juzgaron roto su lazo de fidelidad con elsoberano y pasaron al servicio del segundo fascismo pueden reivindicar, por su

    comportamiento, una incontestable legitimidad; igualmente, puede comprenderse

    que un resentimiento muy humano llevase a Mussolini hacia lo que la historia,desgraciadamente, nos ofrece tantos ejemplos, para mayor gloria de la subversin: la

    toma de posicin legtima contra una persona, se extiende o desplaza arbitrariamentehacia el principio del cual esta no es ms que el representante, en este caso la

    monarqua. De ah la proclamacin por Mussolini de una repblica e incluso de unarepblica llamada "social": cosa que ya hemos comparado a las regresiones

    involutivas que se verificaron en su personalidad tras los traumatismos psquicos ya

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    referidos (1).

    As, a travs del encadenamiento de los acontecimientos que siguieron y quetuvieron de alguna manera el carcter de una Nmesis, la monarqua en Italia deba

    acabar incluso sin ni siquiera una aureola de grandeza y tragedia.

    CAPITULO VIPARTIDO Y "ORDEN"

    tras este parntesis concerniente a las contingencias histricas, volvemos al examenestructural del rgimen fascista. Si no pensamos pues, desde nuestro punto de vista,

    que la "Diarqua" representase en principio un absurdo, es preciso subrayar por el

    contrario una situacin dual ms general en el conjunto de las estructuras y a esterespecto nuestro juicio debe ser diferente. En efecto, por su naturaleza misma, un

    movimiento revolucionario de Derecha tras una primera fase, debe tender alrestablecimiento de la normalidad y de la unidad sobre un plano nuevo, por medio de

    procedimientos de integracin adaptados.

    es preciso pues revelar en primer lugar el carcter hbrido de la idea del "partidonico" en la medida en que toma en el nuevo Estado el carcter de una institucin

    permanente. A este respecto, es preciso separar la exigencia positiva que seencontraba en el origen de esta idea e indicar en que marco ms adecuado habra

    debido actuar, tras la conquista del poder.

    El Estado autntico -apenas es necesario decirlo- no admite el poder de los partidos

    propio de los regmenes democrticos y la reforma parlamentaria, de la quehablaremos ms adelante, representa sin ninguna duda uno de los aspectos ms

    positivos del fascismo. Pero la concepcin de un "partido nico" es absurda;perteneciendo exclusivamente al mundo de la democracia parlamentaria, la idea de

    "partido" no poda ser conservada ms que de manera irracional en un rgimenopuesto a todo lo que es democrtico. Decir "partido" de otro lado, quera decir

    "parte" y el concepto de partido implica el de una multiplicidad, si bien el partido

    nico sera la parte deseosa de convertirse en todo, en otros trminos, la faccin queelimina a las otras sin por tanto cambiar de naturaleza y elevarsea un plano superior,

    precisamente por que contina considerndose como partido. En la Italia de ayer el

    partido fascista en la medida en que se da un carcter institucional y permanece,representa en consecuencia una especie de Estado dentro del Estado, o un doble del

    Estado, con su milicia, sus responsables federales, el gran Consejo y todo lo demsen detrimento de un sistema verdaderamente orgnico y monoltico.

    En la fase de conquista del poder, un partido puede tener una importanciafundamental como centro cristalizador de un movimiento, como organizador y gua

    de este movimiento. Tras esta fase su mantenimiento como tal ms all de un cierto

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    perodo es absurda. Esto no debe ser comprendido bajo la forma de una

    "normalizacin", en el sentido inferior del trmino, con una caida de la tensinpoltica y espiritual. La exigencia "revolucionaria" y renovadora del fascismo posea

    incluso como tarea una accin global permanente, adaptada y, en un sentido, capilar

    en la sustancia de la nacin. Pero entonces es bajo otra forma que las fuerzas vlidasde un partido deben mantenerse, no dispersarse, permanecer activas: insertndose en

    las jerarquas normales y decisorias del Estado, remodelndolas eventualmente,ocupando los puestos clave y constituyendo, adems una especie de guardia armada

    del Estado, una lite portadora de la Idea en un grado eminente. En este caso, ser

    necesario hablar, ms que de un "partido", de una especie de "Orden". Tal es lafuncin misma de la nobleza en tanto que clase poltica que ostent el poder en otros

    tiempos, hasta un perodo relativamente reciente en los Estados de la Europa Central.

    El fascismo, por el contrario, quiso mantenerse en tanto que "partido" si bien lo quese tuvo, como hemos dicho, fue una especie de desdoblamiento de las articulaciones

    estticas y polticas en superestructuras que sostuvieron y controlaron un edificioprivado de estabilidad, en lugar de una sntesis orgnica y de una simbiosis: por que

    el foso no estaba funcionalmente superado por el simple hecho que se declaraba, por

    ejemplo, que el "partido" y la milicia fascista deberan estar "al servicio de lanacin". Esto no puede ser considerado como elemento vlido del sistema fascista, ni

    siquiera es permisible imaginar el porvenir en funcin de los desarrollos ulterioresque el rgimen habra podido tener si fuerzas ms importantes no hubieran

    provocado el hundimiento final, e incluso si se debe reconocer el valor de la objecin

    segn la cual la existencia de fuerzas que no siguieron el nuevo curso, o bien que loseguan pasivamente, volvi peligrosa toda evolucin prematura en el sentido

    normalizados y anti-dual mencionado anteriormente. Y lo que sucedi tras unaveintena de aos de rgimen es elocuente a este respecto.

    Pero precisamente, en relacin con este ltimo punto es preciso recordar que la

    concepcin fascista del "partido" se resiente desde los orgenes de este ltimofenmeno, es decir de la solidaridad intrnseca entre el concepto de partido y la idea

    democrtica, a causa de la ausencia de un criterio rigurosamente cualitativo y

    selectivo. Incluso despus de la conquista del poder, el partido fascista persisti enser un partido de masas; se abri en lugar de purificarse. En lugar de hacer aparecer

    la pertenencia al partido como un privilegio difcil de obtener, el rgimen lo impuso

    prcticamente a cada uno. Quin es el que ayer no tena "carnet"? An ms: Quienpoda permitirse el lujo de no tenerlo si quera dedicarse a ciertas actividades? De

    aqu la consecuencia fatal de innumerables adhesiones, conformistas u oportunistas,con efectos que, inmediatamente, se manifestaron en el momento de la crisis; crisis,

    sin mencionar la prueba suplementaria y retrospectiva representada por numerosos"fascistas" de ayer, no siempre simples ciudadanos, sino escritores e intelectuales,

    que han cambiado de bandera tras los acontecimientos, intentando hacer olvidar su

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    pasado, renegado de l, o bien declarando cnicamente que haban actuado, en la

    poca, de mala fe. En su origen, en el comunismo sovitico y en elnacional-socialismo, la concepcin del "partido" (mantenida tambin en estos

    movimientos) tuvo por el contrario rasgos mucho ms exclusivistas y selectivos.

    Pero,en el fascismo prevaleci la idea de un "partido de masas", comprometiendoincluso la funcin positiva que el partido, eventualmente, poda continuar teniendo.

    Desde nuestro punto de vista, la finalizacin positiva de coyunturas de este gnero,contrapartida positiva del concepto revolucionario de "partido nico" en un marco

    institucional normalizado e integrado, debe ser pensada en trminos de una especie

    de Orden, espina dorsal del Estado, que participa, en cierta medida, de la autoridad yde la dignidad concentradas en la cspide indivisible del Estado.

    A esto deba conducir la exigencia del paso de la fase de conquista del poder por un

    movimiento de renacimiento nacional y poltico a la fase en que la misma energa semanifestar como fuerza natural motriz formadora y diferenciadora del elemento

    humano. En general, los residuos "partidistas" fueron precisamente un obstculo aldesarrollo completo y feliz del rgimen fascista en el sentido de una verdadera

    Derecha y sobre el plano prctico se le deben diversas interferencias endiabladas:

    como cuando, de una parte, los mritos de partido, en relacin sobre todo con la fase

    activista e insurreccional (el haber sido "squadristi", por ejemplo) fueron

    considerados como vlidos para la atribucin de cargos y funciones que reclamabancualificaciones y competencias especficas, incluso aunque se tuviera una formacin

    mental "fascista"; o igualmente, cuando, por el contrario, se acogieron en el partido a

    hombres de un cierto renombre, sin preocuparse de saber si esta adhesin erapuramente formal, si no eran en el interior agnsticos o simplemente antifascistas (tal

    fue el caso de numerosos miembros de la Academia de Italia instituida por elfascismo).

    CAPITULO VIICESARISMO Y CULTO A LA PERSONALIDAD

    Otro aspecto negativo del sistema, ligado a las dualidades no resueltas o

    insuficientemente integradas que acabamos de indicar, no puede ser silenciado, ya

    que ha tenido, desgraciadamente, una gran importancia en la mitologizacin delfascismo, hasta el punto de que si no se atiende a lo que puede ser separado en el

    sistema, de las contingencias histricas, este aspecto puede llegar a constituir una delas caractersticas esenciales. Se trata del fenmeno del "ducismo" presentado por

    Mussolini cuando se contempla en l la cualidad, conservada en el interior delsistema, de jefe de un movimiento y de un partido; su aspiracin a un prestigio

    bonapartista de tribuno; la importancia que tuvo su personalidad en cuanto tal; la

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    inclinacin sino demaggica, si por lo menos algo democrtica de "ir hacia el

    pueblo", de no desdear los aplausos de las masas, las cuales, tras tantasconcentraciones "ocenicas" en la Piazza Venezia, deban definitivamente

    abandonarlo en 1945... Existe una evidente inconsecuencia entre este aspecto de

    Mussolini de una parte y de otra su doctrina del Estado y declaraciones bienconocidas como las hechas en un discurso en Udine en septiembre de 1922: "No

    adopto la nueva dignidad de las masas. Esto es una creacin de la democracia y elsocialismo".

    Esta precisin no debe parece contradecir lo que hemos dicho antes respecto de las

    cualidades personales y de prestigio particulares que un DUX, en tanto que tal, debeposeer y de prestigio particulares que igualmente deben estar presentes en su

    formacin tpica. Pero aqu entra en juego lo que ha sido revelado a propsito del

    clima especfico y "anaggico", clima que es preciso crear en todo Estado de tipotradicional. Este clima no puede ser obtenido por una animacin que, aunque pueda

    llegar en ciertos casos hasta el fanatismo y el entusiasmo colectivo, se apoya siempreen los aspectos infra-personales del hombre en tanto que hombre-masa y sobre el

    arte de hacer actuar estos aspectos contra cualquier otra forma de reaccin individual

    posible. Se debe recordar que, por intensa que pueda ser la fuerza magntica ascreada, no cesa por ello de tener un carcter efmero, diferencindose profundamente

    de lo que puede, por el contrario, derivar de la fuerza formadora de lo alto de unaverdadera tradicin. El agregado que puede producirse de esta suerte es comparable a

    la adhesin de numerosas parcelas de metal atradas por un imn, pero cuando la

    corriente que determina el campo magntico se interrumpe, todas ellas,instantneamente, se separan y dispersan, demostrando de esta forma cuan

    contingente era el precedente estado de reagrupamiento informe. Igualmente espreciso explicarse en buena parte lo que ha sucedido en Italia y an ms en Alemania

    cuando los acontecimientos destruyeron -para continuar empleando la misma

    imagen- la corriente generadora del campo magntico.Naturalmente, es preciso preguntarse en qu medida otras tcnicas de coagulacin

    pueden ser eficaces hoy, dado que el mundo actual es esencialmente un mundo de

    "hombres-masa". En efecto, no hay verdadera diferente cualitativamente entre elfenmeno en cuestin, que se deseara poner exclusivamente a cargo de ciertas

    formas dictatoriales y todo lo que presenta igualmente el mundo poltico de la

    democracia antifascista con sus mtodos de propaganda demaggicos, de"aturdimiento de cerebros", de fabricacin de la "opinin pblica". Pero por vlida

    que sea esta objecin y las consecuencias que puedan extraerse para una polticacomo simple "arte de lo posible" de tipo ms o menos maquiavlico, no pueden

    alcanzar el dominio de los principios y de las estructuras: el nico dominio que nosinteresa aqu. Un punto conserva su importancia capital en funcin de la

    discriminacin que nos interesa aqu y de la que nos ocupamos. Hoy, no se da

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    prcticamente cuenta nadie, pero existe una diferencia precisa entre la autoridad

    natural de un verdadero jefe y la autoridad que se apoya sobre un poder informe ysobre la capacidad y el arte de nivelar fuerzas emotivas e irracionales de las masas,

    autoridad realizada por una individualidad excepcional. Para ser ms precisos

    diremos que en un sistema tradicional se obedece y se es servidor o sujeto en funcinde lo que Nietzsche llama el "PATHOS de la distancia", es decir, por que se tiene la

    impresin de estar ante alguin de otra naturaleza. En el mundo de hoy, con latransformacin del pueblo en plebe y en masa, se obedece al mximo en funcin de

    un "PATHOS de proximidad", es decir, de la igualdad; no se tolera ms que al jefe

    que en esencia es "uno de los nuestros"; que es "popular", que expresa algo inferior,tal como es afirmado sobre todo en el hitlerismo y el stalinismo (el "culto a la

    personalidad", que remite al concepto confuso de los "Hroes" de Carlyle),

    corresponde a esta segunda orientacin que es antitradicional e incompatible con losideales y el ETHOS de la verdadera DERECHA (1)

    En cierta forma, se es llevado aqu a lo que hemos indicado antes hablando de lospuntos de referencia que diferenciaban un sistema tradicional de los que pueden ser

    determinados en un sistema con un carcter globalmente "autoritario": lo esencial

    est representado por la naturaleza y los fundamentos de la autoridad, es decir,igualmente por la situacin existencial general que corresponde.

    Puede decirse pues que en el rgimen fascista, lo que se presenta sobre el planoinstitucional como una diarqua o como las otras dualidades sealadas

    precedentemente, tuvo una contrapartida interna, expresndose en la coexistencia de

    dos centros distintos de animacin del movimiento nacional. El uno presentaprecisamente un carcter "ducista" y populista, a pesar de todo un transfondo

    democrtico (por lo dems, se sabe que Mussolini tuvo frecuentemente aficin aemplear el recurso de una especie de consenso, incluso cuando estaba claro que este

    era prefabricado u obligatorio) y este residuo actu tambin a menudo en las

    estructuras del partido (2). Las proporciones que tom se explican, sin embargo, porla debilidad del otro centro, el de la Monarqua y de todo lo que poda referirse a una

    orientacin tradicional. Se est, pues, una vez ms obligado a reconocer lo que iba en

    detrimento del sistema: la debilidad del Estado que precede al fascismo. Pero lafuerza animadora engendrada por la otra fuente que fue la nica en revelar el Estado

    italiano, di lugar, por otro lado, a algo ambiguo, a causa de la naturaleza en

    ocasiones problemtica de esta misma fuente. Sin embargo, todo esto nos remite denuevo al terreno de las contingencias histricas.

    Es innegable que Mussolini fue influenciado, fuera de algunos puntos de vistanietzscheanos, por las teoras de Oswald Spengler; este anuncia una nueva poca de

    "grandes individualidades" de tipo "cesarista" (esquematizando bastanteabusivamente la compleja personalidad de Julio Csar), poca que deba suceder a la

    de las democracias. Pero parece que Mussolini, que deba tomarse por una de esas

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