Kühlewind, Georg - De la normalidad a la salud_resumen

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1 De la Normalidad a la Salud. Caminos para el desarrollo de la Consciencia. Georg Kühlewind. 1997 Ed. Rudolf Steiner y Mandala Ediciones. Nuestra conciencia ordinaria es una “conciencia de pasado”. Esto significa que los elementos de nuestra conciencia –el pensar y el representar – son el producto acabado de un proceso al cual no tenemos acceso. La conciencia se forma con lo comprendido y con lo recordado, como conciencia del yo; el proceso de comprender queda inaccesible a la conciencia ordinaria. ¿Qué ocurre en el comprender? Un niño pequeño comprende las primeras palabras directamente, sin palabras, intuitivamente, o dicho de otro modo: con tan honda imitación de quien habla, que “imita” no sólo las palabras, sino también la intención del habla y su sentido. El niño tiene que poder “imitar” hasta la voluntad de hablar del interlocutor para comprender, sí, comprender lo hablado antes de poder confiar en las palabras, la mímica, los gestos. Muy pronto el niño puede construirse la gramática como un “saber”. La voluntad que el niño pequeño emplea en el comprender la denomino “Voluntad Activa”. Cuando un niño pequeño que aprende a hablar aun no dice “yo” en sentido propio es porque el que habla está todavía “fuera del cuerpo”; no es capaz de decir “yo”, de llegar a la intuición del yo, antes de que se realice la identificación con el cuerpo. Lo que acontece con la identificación con el cuerpo es la formación del ego; éste es quien se siente idéntico al cuerpo. Y el ego es el origen de nuestra conciencia ordinaria. En la egoidad la atención queda dividida entre el mundo y el organismo, por lo cual la experiencia del propio organismo constituye la esencia del sentimiento de sí mismo. Como la egoidad es un débil y vago sentimiento del verdadero yo –ése que está fuera del cuerpo antes de la identificación – y como la egoidad está sujeta a la conciencia de pasado, necesita continuamente “confirmaciones”, “actualizaciones”. El hecho de que la conciencia esté sujeta al organismo es algo que sólo lo puede comprobar un nivel cognitivo que no sea dependiente de éste y que por eso mismo pueda contemplar esta dependencia como desde fuera, ésta es la “entidad del Yo”. Esta separación del nivel presente del alma de sus elementos del pasado hace posible que poseamos la capacidad de reflexión – pensar y representar, percibir y recordar. La “entidad del yo” está formada por estas fuerzas “libres” –no identificadas – que se expresan en un organismo físico viviente. Todo lo que se hace con la intención de expresarse –el lenguaje, tiene su origen en estas fuerzas libres. Por eso a la “entidad del yo” se le puede llamar “entidad de la palabra”. El animal es una entidad ya formada, todo está sujeto a la forma sensitiva, instintiva y de reacción preestablecida.

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De la Normalidad a la Salud. Caminos para el desarrollo de la Consciencia.  

Georg Kühlewind.  1997 Ed. Rudolf Steiner y Mandala Ediciones. 

 

Nuestra conciencia ordinaria es una “conciencia de pasado”. Esto significa que  los elementos de nuestra conciencia –el pensar y el representar – son el producto acabado de un proceso al cual no tenemos acceso. La conciencia se forma con lo comprendido y con lo recordado, como conciencia del yo; el proceso de comprender queda inaccesible a la conciencia ordinaria.  

¿Qué  ocurre  en  el  comprender?  Un  niño  pequeño  comprende  las  primeras  palabras directamente, sin palabras, intuitivamente, o dicho de otro modo: con tan honda imitación de quien habla, que “imita” no sólo las palabras, sino también la intención del habla y su sentido. El niño tiene que poder “imitar” hasta la voluntad de hablar del interlocutor para comprender, sí, comprender  lo hablado antes de poder confiar en  las palabras,  la mímica,  los gestos. Muy pronto  el  niño  puede  construirse  la  gramática  como  un  “saber”.  La  voluntad  que  el  niño pequeño emplea en el comprender la denomino “Voluntad Activa”. 

Cuando un niño pequeño que aprende a hablar aun no dice “yo” en sentido propio es porque el que habla está todavía “fuera del cuerpo”; no es capaz de decir “yo”, de llegar a la intuición del  yo,  antes  de  que  se  realice  la  identificación  con  el  cuerpo.  Lo  que  acontece  con  la identificación con el cuerpo es la formación del ego; éste es quien se siente idéntico al cuerpo. Y el ego es el origen de nuestra conciencia ordinaria. 

En  la  egoidad  la  atención  queda  dividida  entre  el  mundo  y  el  organismo,  por  lo  cual  la experiencia del propio organismo constituye  la esencia del sentimiento de sí mismo. Como  la egoidad es un débil y vago sentimiento del verdadero yo –ése que está fuera del cuerpo antes de  la  identificación  –  y  como  la  egoidad  está  sujeta  a  la  conciencia  de  pasado,  necesita continuamente “confirmaciones”, “actualizaciones”. 

El hecho de que la conciencia esté sujeta al organismo es algo que sólo lo puede comprobar un nivel cognitivo que no sea dependiente de éste y que por eso mismo pueda contemplar esta dependencia como desde fuera, ésta es la “entidad del Yo”. Esta separación del nivel presente del alma de sus elementos del pasado hace posible que poseamos la capacidad de reflexión –pensar y representar, percibir y recordar. 

La “entidad del yo” está formada por estas fuerzas “libres” –no identificadas – que se expresan en  un  organismo  físico  viviente.  Todo  lo  que  se  hace  con  la  intención  de  expresarse  –el lenguaje,  tiene  su origen  en  estas  fuerzas  libres.  Por  eso  a  la  “entidad  del  yo”  se  le puede llamar  “entidad  de  la  palabra”.  El  animal  es  una  entidad  ya  formada,  todo  está  sujeto  a  la forma sensitiva, instintiva y de reacción preestablecida. 

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Con el envejecer, estas “fuerzas” se independizan  del organismo vivo y sensitivo que hasta ese momento estaban activas en  su  crecimiento, en el organizar y en  la  formación metódica de formas. Estas  son  la  fuerzas  supraconscientes, específicamente humanas, cuya característica es que no  son  innatas  (como por ejemplo  la  facultad de digerir alimentos) ni  se desarrollan naturalmente (como por ejemplo la facultad de engendrar descendencia), sino que se llevan a efecto  por  la  acción  de  un  “entorno  humano”,  y  luego  permanecen  en  adelante  “libres”, susceptibles  de  evolución  y  de  cambio.  Precisamente  por  la  presencia  oculta  de  lo supraconsciente, puede comprenderse la facultad de la consciencia de poder darse cuenta de sus propios fenómenos, de percibir su propio carácter de pasado. 

Así pues,  el niño pequeño, usa  en  su  “voluntad  activa”  estas  fuerzas  supraconscientes para comprender las primeras palabras. Esta comprensión está basada en un “sentir cognoscitivo” o “sentido de  la evidencia” que asegura que  lo comprendido es correctamente comprendido o que “no es comprendido”.  

El “sentir cognoscitivo” tiene el carácter lógico por el que se guía el pensar. En tanto que el ser humano piense, piensa lógicamente. Si comete un error lógico, la culpa de ello seguro que no la tiene el pensar, sino una ausencia de pensar que ha entrado  por casualidad en la corriente del pensar: de no ser así no podría descubrir la falta de lógica mediante el pensar. 

Cuando el sentir se basa en el sentir del propio organismo a través de  la egoidad, deja de ser un “sentir cognoscitivo”. El núcleo de lo subconsciente es el sentimiento del ego, una especie de sentimiento del “yo” en el cual la “entidad del yo” no se experimenta a sí mismo, sino en el sentir de los cuerpos: cuerpo físico, cuerpo de fuerzas formativas (en la forma‐representación del yo) y cuerpo sentiente (forma sentiente del ego). Así se produce un “rapto” de fuerzas en el ámbito  de  lo  anímico,  se  podría  decir  que  el  subconsciente  representa  el  negativo  de  una individualidad.  Todo  impulso  subconsciente  es  del  ego,  es  egoísta.  Se  podría  decir  que  lo supraconsciente es  lo primigenio, que  la consciencia habitual se forma con  la actividad de  las facultades supraconscientes –el pensar y la palabra – y que lo subconsciente es aquello que se niega y se forma de manera desfigurada. 

La aparición de las “emociones” provenientes del sentimiento del ego no se efectúa gracias a la actividad del sujeto, muchas veces se efectúa incluso contra su voluntad y su intención. Con los sentimientos  pueden  enlazarse  automáticamente  deseos,  apetitos,  impulsos  volitivos.  La formación de series de asociaciones es biográficamente subjetiva e  individualmente distinta. Este mundo acabado tiene amplia autonomía. 

Con  relación  a  lo  subconsciente,  sin  embargo,  no  somos  individuos  –entidad  del  yo.  Los diseñadores  de  publicidad  y  los  demagogos  procuran  precisamente  poner  en  actividad asociaciones, emociones, evitando en  lo posible el pensar  lógico: se dirigen a  la zona anímica que  se  compone  de  contenidos  acabados,  estructuras  acabadas,  series  de  asociaciones acabadas donde podemos  reaccionar  sin  la  comprensión activa del yo. Donde el Yo no está presente. 

La  enfermedad  del  alma  comienza  arriba,  en  la  más  luminosa  de  sus  facultades.  Por  la desorientación ocasionada por la falta de experiencia de la “entidad del yo” en los procesos de consciencia, el ser humano se apoya en el sentirse a sí mismo más de lo que sería conveniente 

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y se vuelve adicto a ello. En vez de experimentarse como pensador quiere convencerse de su existencia desde fuera, y esto lo lleva a la propensión a sentirse a sí mismo en algo exterior, la posición social, el poder, el dinero, la estima, etc. Constituyen un mundo del cual dependerá y donde tendrá que pugnar continuamente por demostrarse a sí mismo, para tener certeza de su existencia. Así,  la dinámica de  las fuerzas del alma –pensar y percibir – se ven distorsionadas. En el “pensar” se busca una auto‐afirmación del ego y en el “percibir” una búsqueda de éxito, de  afectividad, de poder… 

 Egoidad dinámica 

subconsciente. 

PENSAR PERCIBIR  

Búsqueda de auto‐afirmación 

Búsqueda de éxito, afectividad, poder…  

Depender del reconocimiento exterior viene motivado por  la  inseguridad de sí mismo, por  la falta de la experiencia de la “entidad del yo”. La “entidad del yo” no puede experimentarse en la conciencia de pasado. La “entidad del yo”, en su  libertad de  formas, que disuelve  todo  lo formado, no encuentra en   un alma endurecida por  las “formas de pasado”  la posibilidad de expresarse mediante  ella  en  el  cuerpo.  Si  la  vida  anímica  de  una  persona  consiste  sólo  en hábitos,  formas de  sentimientos y modelos de  reacción no comprendidos, esa persona  sería inaccesible a todo lo que es nuevo para ella. La búsqueda de la autoafirmación puede revestir formas agresivas, puede degenerar en un culto a sentimientos de odio, de ella pueden salir el tipo del intrigante, el mentiroso, el arrojado, y también el patológicamente desconfiado. 

El principio  fundamental de  la higiene anímica y  también de  la curación psicológica hay que buscarlo en el aprovechamiento total de las “fuerzas libres”, arrancándolas de las formas fijas inmovilizadas  y devolviéndolas  a  la  entidad del  yo  como  formas  creadoras.  Los hábitos  son actividades de origen subconsciente, substitutivos de la experiencia de la “entidad del yo”. La tarea es que  las  fuerzas anímicas  y espirituales  transformadas en hábitos  subconscientes  se transvasen de éstos a la fortalecida “entidad del yo” y que los hábitos mismos se sedimenten como posos –sin poder sobre el alma autónoma – como tierra vegetal donde puede cultivarse la vida espiritual. Así la dinámica de las fuerzas del alma –pensar y percibir – se ordenan en su manera natural: en el “pensar” una “voluntad activa” como la del niño pequeño en su primer comprender,  y en el  “percibir” una  “voluntad  invertida” que no parte de él en dirección al mundo, sino que desde el mundo fluye hacia él. 

SUPRA

CONSCIEN

TESU

PRACO

NSCIENTE

 

 

Intuición PENSAR PERCIBIR  

Consciencia

Voluntad Activa 

Voluntad Invertida 

 

 

Cuando alguien experimenta su propia existencia de manera  inquebrantablemente firme, con ello experimenta también que esta existencia es eterna e inmortal, puesto que se experimenta independientemente del cuerpo; a esta entidad sólo le puede alcanzar y hacer algo aquello que ella misma permita. 

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Voluntad Invertida 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La intensidad de la existencia durante la experiencia de la entidad del yo se manifiesta en que el yo puede entregarse: cuanto más  intensamente existe el yo,  tanto menos dividida está su atención. Esta entidad del yo no existe de manera estática, sino precisamente en la entrega. 

El entregarse en el amor a otra persona (aquí sirve como meditación la “entrega de Cristo en el huerto de los olivos”), cuando se entrega desde la entidad del yo por su fortaleza, ésta entidad del  yo  se  fortalece  En  los placeres  egoístas  se da un perderse de  la  experiencia del  yo por debajo del nivel que le corresponde, una abdicación del individuo autónomo y consciente que se acompaña de un sentimiento de bienestar especialmente  tendencioso. Este es uno de  los rasgos característicos: el yo se pierde en su debilidad. 

Los  placeres  son  percepciones  que  consisten  en  sentimientos  y  en  sensaciones  que  suben enteramente de fondos  subconscientes. Ante las percepciones ordinarias, el individuo se halla como  observador:  la  entidad  experimentadora,  el  yo,  no  es  incluido,  o  sólo  lo  es  poco; precisamente  así  puede  ser  el  principio  experimentador.  Durante  los  placeres,  las “percepciones” no llegan al yo, de tal manera que el individuo se pierde en estas percepciones como  en  un  desmayo  “sabroso”.  La  percepción  sólo  alcanza  la  sensibilidad,  en  vez  de  ser palabra, se convierte en efecto. 

El  subconsciente  se ha  formado por  los deseos de  satisfacer  “lo bueno para mí”:  lo que  se traduce  en  “placeres  egoístas”.  Una  parte  de  los  placeres  usa  el  cuerpo  y  las  funciones biológicas como medio de satisfacción. Ninguna sed de placeres procede del cuerpo, todos son “necesidades” del alma. “Satisface tus apetitos para librarte de ellos” o “Satisfácelos para que 

PERCIBIR 

PENSAR 

SENTIR 

VOLUNTAD 

REPRESENTAR 

: no parte del individuo en dirección del mundo, sino que desde el mundo fluye hacia él. 

Voluntad Activa: honda imitación del gesto, de su intención y de su sentido. 

Formación del Subconsciente

El mundo de la percepción nos da las preguntas que tienen que existir si se ha de llegar a los conceptos.

El Observar Pensante: la capacidad de retirarnos del percibir. 

El Sentir Cognoscitivo tiene el carácter lógico por el que se guía el pensar. Representa el “negativo” de una 

individualidad, aquello que despreció y se formó de manera desfigurada. 

La representación es una imagen de reminiscencia de una percepción, que podemos traer a la consciencia mediante un concepto o pensamiento. 

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queden  satisfechos  y  enseguida  se  formen  de  nuevo”.  Los  apetitos  “corporales” que  nunca están al servicio del cuerpo, y  las excitaciones “anímicas”, que actúan con  imágenes sobre  la vida  imaginativa  y  por  consiguiente  sobre  el  sentimiento,  producen  “lagunas”  en  la consciencia, por  las que  la persona pierde,  total o parcialmente, el panorama o el punto de vista de toda su manera de vivir,  la  integridad de su vida. Con  la abdicación de  la función del yo, una entidad anímica animal,  formada de manera  subconsciente,  sustentará  su existencia parasitaria a expensas de  las  fuerzas del yo. Las  flaquezas,  lo subconsciente, existen en cada uno de nosotros, pero esto no es el ser humano. Esto es precisamente, lo que lo sustrae, lo que él no ha  formado ni domina, aunque él  se  identifique más o menos  con  los objetivos de  lo subconsciente. 

El sentirse a sí mismo es  la consecuencia del predominio del sentido del  tacto. El  tacto es  la base corporal o el  lado  sensorial del  sentimiento egoísta de  sí mismo. Mediante éste, el  ser humano  llega a saber muy poco del mundo, en realidad experimenta sólo un punto, del que sabe que está fuera de su cuerpo o fuera de su órgano táctil. Por la necesidad de sentirse a sí mismo, el carácter táctil se añade a cada función sensorial: también “palpamos” un poco en el ver, el oír, etc. El “contacto”  se expresa de manera más directa en  lo  sexual.  (…) El  impulso sexual nace en  la búsqueda de un  ser humano; en  la búsqueda de una persona que pueda suprimir la soledad del buscador. En lo sexual tenemos la forma más típica y más destacada de una esfera de hábitos que, en sus motivos e  impulsos, dimana de  lo subconsciente. Todas  las argumentaciones que  traten de explicar este  impulso desde  lo biológico  inducen a error. Su fuente no es biológica, sino anímica, como también lo es la de todos los “deseos”; lo biológico es tan incapaz de gozar como una planta, y sólo es utilizado como medio para el placer. 

Nada sería más erróneo, desde el punto de vista de la higiene de la consciencia, que renunciar sencillamente a  los placeres. De  lo que se  trata –y esto puede sonar muy extraño – es de  la lenta formación de una percepción más completa, con  la que podamos experimentar un tipo de alegría diferente del que experimentamos con el placer normal. 

 Uno no puede deshacerse de  la egoidad, o  transformarla,  simplemente  con  resoluciones, o por  voluntad,  o  con  buenas  intenciones.  Así  que  a  uno  no  le  queda  más  remedio  que emprender el  largo camino que conduce, a  través de  la educación del percibir, a un  tipo de percepción más completa y por tanto, causante de alegría; una alegría, cuyo sustitutivo son los placeres normales. Toda la sintomatología de la sed de placeres se integra en el problema de la egoidad; encuentra  su  solución progresiva en  la educación del percibir. Esta  transformará  la “alegría”  siempre  pasiva  –es  decir,  siempre  esperada  y  venida  de  fuera,  y  por  lo  tanto experimentada  pasivamente  –  en  una  alegría  estética  y  creadora:  realmente,  en  un  “bello destello divino”. 

 

   

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INTRODUCCIÓN A LOS EJERCICIOS DE HIGIENE ANÍMICA. 

Con todos los ejercicios procuramos hacer que el individuo acabado, los hábitos y los caminos acostumbrados de la vida anímica desaparezcan, y que se cree el individuo no acabado, capaz de improvisar, y se ponga en su papel legítimo. 

 

 

 Hábito. 

 

 

 

 

Experiencia de la Entidad del yo. 

Vive en el pasado.  Es un presente vivo. 

Se impone.  Requiere aceptación y esfuerzo.

Origen subcons. Origen supracons. 

El yo no está activo. 

Hay que dejar un vacío activo. 

Pre‐configurado. 

Espontáneo. 

Goce momentáneo requiere repetición.  Alegría, gozo. 

Si  este  nivel  autónomo  se  despierta  y  se  fortalece,  desde  su  fortaleza  podrá  percibir, contemplar  los  lugares  débiles  de  lo  anímico,  observarlos  en  su  acción  paralizadora  o desviadora, y luego quitarles eficacia con ejercicios de disolución indirecta. 

Los  ejercicios  de  “fortaleza  anímica”  hay  que  realizarlos  regularmente  tanto  para  curarse, como para conservar la salud durante toda la vida. La “experiencia de la entidad del yo” es una tarea  del  ser  humano,  esto  significa  que  no  puede  cumplirse  espontáneamente  sino  que requiere una “aceptación” y un “esfuerzo”.  

Crear un  territorio protegido dentro de  la agitación de  la vida  cotidiana, donde el  individuo trate a solas con sus dioses, era la intención de los recintos sagrados vallados –temenoi – en la Grecia  antigua. A eso  ámbitos dejados  vacíos en el espacio, protegidos de  todo  lo profano, dejados vacíos para  lo puramente divino‐humano, corresponden hoy  los  intervalos de tiempo dejados vacíos, los oasis en el tiempo, en los cuales el individuo hace algo que ni es necesario para  la vida cotidiana, ni resulta de un  impulso subconsciente, sino que acontece únicamente por su decisión autónoma y que hace funcionar las fuerzas del yo. En principio son suficientes entre 20 y 30 minutos. 

El  ser  humano  es  ahora  la  única  fuente  de  su  voluntad.  Se  ha  agotado  la  antigua  intuición supraconsciente que daba sentido a la vida del individuo sin que necesitara realizar preguntas sobre  ello.  Esto  se  ha  transformado  en  la  capacidad  de  preguntar  –sólo  posible  desde  la entidad del yo. Una pregunta formulada encierra ya la mitad de la respuesta. Está en la libertad del  individuo que uno  haga o   no  las preguntas  fundamentales.  Estamos  en un  punto  cero cósmico y humano, que brinda  la posibilidad del comienzo humano. La  intuición consiste en hacer bajar contenidos de niveles superiores, supraconscientes, sin poder experimentar esos niveles  de  manera  consciente.  Conocerse  a  sí  mismo  es  posible  cuando  el  sujeto,  el  ser humano, se convierte en el conocedor, es decir, cuando se experimenta como el que conoce, no como el que es conocido, o aún lo que es conocido. 

 

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EJERCICIOS DE HIGIENE ANÍMICA. 

1. Hablar y escuchar. a. Verdadero escuchar. b. Verdadero hablar. 

2. Ejercicios de fortaleza anímica. a. Manejo del tiempo. Puntos de observación. b. Concentración mental. c. Ecuanimidad. d. Fantasía intencionada. e. Positividad. f. Acción superflua. g. Acción ralentizada. 

3. Educación de la percepción. a. Conceptualización y abstracción. b. Afinar la percepción. c. Ampliar la percepción. d. Percepción de los placeres. 

1. HABLAR Y ESCUCHAR (pág. 124): El lenguaje existe para que el ser humano ejerza, actualice su condición humana mediante él. Sin el hablar, el ser humano no es verdaderamente humano, y esto significa también que no puede ser humano sin un interlocutor. El anhelo humano por el calor de  la palabra: el anhelo de comprender y del ser comprendido. Lo que acerca y  lo que conforta, está entre las palabras, por encima de las palabras, en el comprender.  

El  verdadero  hablar  comienza  con  el  verdadero  prestar  atención,  con  lo  cual  se  prepara  la comprensión del otro.  

a.  Verdadero  escuchar.  Silencio  receptivo  interior  (crear  un  espacio  vacío  y  llenarlo  de  la comprensión del otro).  

Primero,  uno  está  atento mentalmente,  es  decir,  uno  procura  no  pensar  los  pensamientos propios que  surgen en uno, durante el hablar de otro,  como  respuesta,  como  crítica,  como observación  concomitante  o  como  aprobación,  sino  que  uno  se  empeña  en  pensar  los pensamientos  del  hablante,  ponderando  de  vez  en  cuando  si  uno  lo  está  entendiendo realmente por  las palabras del hablante y no están apareciendo contradicciones por nuestra incomprensión.  

Como siguiente paso, uno  también puede procurar prestar atención a estratos anímicos más profundos: comprender al que habla con el sentir. En ello hay que acallar cualquier simpatía o antipatía  –incluso  la  espontánea,  no  se  trata  de  los  sentimientos  que  en  mí  produce  el hablante,  sino  del  sentir  puramente  cognoscitivo,  que  va  dirigido  a  él  …  tal  como  puedo experimentar  el  color  especial  del  sentir  de  un  fenómeno  estético  o  de  un  paisaje.  En  el silencio receptivo interior, la aprobación o el rechazo, la satisfacción o la crítica del contenido de lo que se dice deben suspenderse.  

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El  silencio  receptivo  evoluciona  a  una  actitud  anímica  positiva,  de  ayuda  al  otro.  Crea  un ambiente  favorable  para  el  hablar  del  otro.  La  comprensión  está  desprovista  de  cualquier apreciación  (aprobación  o  rechazo),  e  incluso  ayuda  eventualmente  al  que  habla  a comprenderse a sí mismo. 

La  apreciación  y  la  formación  de  una  respuesta  tendrán  lugar  luego,  tanto más  pronta  y acertadamente cuanto más atentos estemos en el escuchar, es decir, totalmente dedicados al hablante y no distraídos por nuestros pensamientos propios y nuestra crítica inmediata. 

b.  Verdadero  hablar:  Responder  es  fácil  cuando  previamente  en  el  verdadero  escuchar  se ejercitó la “atención concentrada”. Prestar atención a no decir nada superfluo, a no hablar por hablar, a no parlotear. Prestar atención a no hablar mal de un tercero en su ausencia. Hablar positivo: háblese sólo cuando se tenga algo que decir. Hablar silencioso: expresar en silencio algo difícil o  imposible de  formular. Habla de  tal manera que  tu  interlocutor  sea  incitado  a comprender. 

Cuando el interlocutor aborda lo personal, lo privado, desviándose del contenido intelectual de la conversación (…) el mejor método, cuando uno descubre el intento, es hacer una pausa no demasiado  pequeña  antes  de  la  respuesta.  Esto  quita  impulso,  la mayoría  de  las  veces,  al atacante  y  da  la  posibilidad  de  salir  de  lo  personal  y  de  dar  la  respuesta  objetivamente,  y también de tomar en cuenta la intención del ataque. 

 

2. EJERCICIOS DE FORTALEZA ANÍMICA: 

a.  Puntos  de  Observación.  Pág.137  El manejo  del  tiempo:  para  aprender  a manejar  bien nuestro  tiempo  tenemos que vivir de manera más consciente. No podemos abandonarnos a ninguna espontaneidad.  

Los “puntos de observación” son momentos en los cuales el  individuo evalúa su modo de vivir, se fija metas, piensa en cambios. Con una periodicidad anual, o cada seis meses con ocasión de grandes  fiestas,  o  cada  mes.  Su  contenido  son  una  pequeña  ojeada  retrospectiva  y  otra prospectiva, una evaluación, un plan, preguntas, respuestas. 

Uno puede preguntarse en  los minutos en que uno está en  los puntos de observación: ¿qué ocurre dentro de mí, en mi alma, sin mi voluntad, sin mi consentimiento?  ¿Qué ocurre hasta el extremo de no comprenderlo, y tal vez incluso no poder comprenderlo? Una predilección o un rechazo  totalmente emocional y sin motivo racional son ejemplo de  lo habitual que hay que disolver con cuidado. 

Preguntas  como  ¿Para  qué  existe  nuestro  “tiempo”?  o  ¿Cuál  es  el  sentido  de  la  vida?  No pueden  responderse  por  otra  persona más  que  por  un  yo  que  da  orientación  a  la  vida  de manera consciente. Sólo así podrá el individuo ser responsable de su vida, ante sí mismo y ante los demás. Si se ha fijado una meta, podrá examinar si maneja su tiempo como es debido, en el sentido de esta meta.  

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b.  Concentración mental.  Pág.140  Tratar    que  los  pensamientos  permanezcan  en  un  tema fijado por uno mismo, cuando uno tenga precisamente tiempo, por ejemplo, cuando uno tenga que  esperar  en  la  estación  o  en  el  dentista,  o  viaje  en  tren…  en  vez  de  abandonarse  al movimiento de sus asociaciones. El tema elegido no tiene que ser algo “importante”. Cuanto menos interesante tanto mejor servirá para ejercitar en el las fuerzas de la concentración.  

c.  Ecuanimidad.  Pág.  152  Aprender  a  dominar  la  expresión,  la  forma  de  expresión,  la exteriorización  de  los  sentimientos.  Uno  renunciará  a  cualquier  exageración,  a  la  que tendemos  y,  si  hubiere  lugar  a  ello,  inclusive  a  hablar.  El  prestar  atención  y  saber  prestar atención a los impulsos emocionales es ya, en sí un fortalecimiento de la entidad autónoma.  

Renuncia a vivir  intensamente  los estados de ánimo negativos  (…) Lo más difícil de controlar son el enfado y  los sentimientos de odio. También son  los que más  fácilmente se proyectan hacia afuera.  

Ecuanimidad  hacia  fuera,  intensidad  dominada  de  los  sentimientos  adentro.  Ecuanimidad significa una vida intensa de los sentimientos, se experimenta y no se sufre, por eso puede ser tan  intensa.  (…)  Al  desarrollar  el  tacto  interno,  uno  se  acostumbra  a  “discernir”  en  la  vida misma de los sentimientos, no sólo en la vida de los pensamientos.  

Podemos renunciar a expresar los estados de ánimo negativos y “representar” un rol que nos haga por ejemplo, adoptar una actitud afable y comprensiva,  tomar  la  situación con humor. Podemos  absorber  totalmente  este  rol  y  de  ese modo,  pronto  los  sentimientos  negativos todavía  vivos  –no  exteriorizados  –  se  transforman  en  fuerzas  positivas  del  yo.  Entonces  la persona obtiene un punto de vista desde el que puede echar una mirada retrospectiva al mal humor, al enfado y al odio: ahora aparecen desprovistos de su poder.  

Reprimir las emociones negativas no sirve de mucho, o no sirve para nada, hay que buscar una actividad  –un  rol  –  o  proponerse  tareas  en  las  cuales  uno  pueda  hacer  desembocar intensamente  sus  fuerzas  y  su  interés,  de  esta  forma  puede  reducir  considerablemente  el poder de los estados de ánimo y humores. 

d.  Fantasía  Intencionada.  Pág.  149  En  el  fantasear  asociativo,  a  uno  le  dirigen  deseos, posibilidades de placer imaginadas, o bien uno se imagina situaciones desagradables, imágenes llenas de preocupaciones, incluso de fracaso personal. Cada una de estas series de imágenes la gobierna  y  dirige  la  vida  de  los  sentimientos.  Este  asociar,  que  está  orientado  desde  lo subconsciente, debe ser reemplazado por la fantasía intencionada. 

La  fantasía  intencional  consiste  en  representarse  exactamente  un  paisaje:  añadir  árboles, pájaros,  cielo  con  nubes…  o  un  jardín,  con  flores…  Puede  ser  una  escena  con  personas conocidas o desconocidas. Una cosa es  importante: no debe ni agradar, ni desagradar, debe ser más bien “objetiva”, exacta, no superficial. 

e.  Positividad.  Pág.  164  Descubrir  algo  positivo  en  los  acontecimientos,  personas  o situaciones.  Este  “descubrimiento”  tiene  que  ser  un  reconocimiento. No  se  trata  en modo alguno de que uno vea negro lo blanco o dé por bueno lo malo, esto no sería un ejercicio, sino ilusión o autoengaño. Lo positivo ha de ser reconocido, en eso consiste el ejercicio.  

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f.  Acción  superflua.  Pág.  147  Reflexionar  sobre  una  acción  completamente  superflua, que no tiene ninguna finalidad práctica, no tiene significación, que sólo podría ejecutar desde mi voluntad. (…) Me imagino la acción. Luego, eventualmente, decido si la ejecuto o no. 

Un principio general adicional de este ejercicio es dividir todo en pequeños pasos en lo posible, y dar estos pequeños pasos. 

g.  Acción ralentizada: lentitud. Pág. 149 La lentitud está en contradicción con los hábitos del ser humano moderno; a tal punto que ella misma tiene que concebirse como ejercicio, y a menudo  tiene  que  aprenderse.  (…)  una  lentitud  no  por  apatía,  ni  por  distracción,  sino  por intensificación de la actividad. 

3.  EDUCACIÓN DE LA PERCEPCIÓN. Pág.182   

Se trata de adquirir una nueva actitud  interior ante  las percepciones ordinarias. Esta consiste en que el perceptor no preste a  la percepción nada más que  su atención  y espere  todo de “fuera”.  Esto  alude  sobre  todo  a  la  conceptualización. No  obstante,  esta  actitud  es  todo  lo contrario a la pasividad: la atención “expectante” –pero no expectante de algo determinado – es la mayor actividad posible. 

La actitud ante el mundo de  la percepción cambia  lentamente, y tiene su centro de gravedad en  la  vida  del  sentimiento  cognoscitivo.  Uno  recibe  una  sensación  como  si  la  esencia  del mundo de  la percepción estuviera oculta detrás de un  tapiz; de vez en  cuando  se  separa el tapiz y  la verdadera esencia del mundo  se  traduce emocionalmente. En estos momentos, el experimentador  siente,  al  contemplar  una  escena  natural,  puramente  sentido,  sabiduría, armonía. Aunque es un estado afín a la actitud estética, no es la tendencia a lo bello, sino a lo verdadero  su  verdadera  esencia.  La  unión  de  percepción  y  concepto  en  los  fenómenos naturales es sólo nominalista. No sabemos qué sentido tiene “el clavel” o “el escarabajo”.  

a.  Conceptualización  y  abstracción  en  la  percepción.  Tómese  un  objeto  cualquiera,  sea fabricado por el ser humano, sea creado por  la naturaleza, y contémpleselo detenidamente. Luego,  trátese de  representárselo con  los ojos cerrados, o apartados del objeto. Compárese repetidas veces la contemplación y la representación. 

Como  resultado  de  este  ejercicio,  una  primera  experiencia  es  la  dificultad  de  realizar  una representación completa  sobre un objeto  simple de  la naturaleza –un guijarro – y constatar que no ocurre  lo mismo ante un objeto simple hecho por el ser humano –una bola de billar. Una  segunda  experiencia  es  que  la  representación  está  orientada  a  lo  que  conocemos  del objeto  –la  abstracción  –  y  no  al  objeto  individual  que  hemos  contemplado.  Una  tercera experiencia es que la representación pierde viveza, frescura, respecto de lo percibido. 

Para  ejercitar  la percepción  elíjase  siempre  como objeto un  fenómeno de  la naturaleza, un objeto natural: una piedra o un cristal, un paisaje, un árbol o una planta, el cielo nublado, o también se puede hacer este ejercicio con el oír  la voz de una persona, sonidos –el tañido de un gong o una nota musical– o sonidos de  la naturaleza. El ejercicio consiste en observar con precisión. Percibir  intensamente,  luego tratar de representar  lo percibido, sin cuidar de hasta qué punto da resultado. Simplemente, percibir y representar repetidas veces, sin preocuparse del éxito. Lo importante es el hacer, no el éxito. En el reproducir de la representación se trata 

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sólo  del  cómo,  de  la  intensidad  de  las  vivencias,  de  las  cualidades;  nunca  del  qué  de  las percepciones o sus detalles. Por eso es beneficioso  concentrarse en los rasgos que no pueden expresarse en palabras, en la forma irregular, la estructura sutil, las cualidades de la superficie de una piedra o de una hoja, para lo cual no existen palabras ni conceptos fijos. 

Habitualmente representamos sin haber percibido realmente, sino como patrón o modelo: el patrón de  rosa, de árbol.   Prestar atención precisamente a  las particularidades  “indecibles”, que  uno  no  puede  pensar  concretamente,  pero  sí  puede  observar muy  exactamente  en  el percibir.  

b. Afinar la percepción. Percibir y experimentar diferencias sutiles. Para esto es apropiado, por ejemplo, el cielo despejado o poco nublado, en el cual puede verse un azul muy distinto en las diversas direcciones. El verde distinto de una pradera, del bosque, de una falda de montaña. Los colores cambiantes con  la hora del día en un  lago, o un río o sencillamente de un árbol. Con las cualidades de la audición sucede lo mismo: uno puede seguir de cerca el embate de las olas del mar, el susurrar de  los árboles con diferentes  intensidades de viento, el ruido del un arroyo o de una cascada, y reproducirlos en el representar.  

c. Ampliar  la percepción. Prestar atención a  los  sentidos que no  son predominantes en una percepción  determinada.  Por  ejemplo,  durante  la  percepción  de  un  color  nos  podemos preguntar ¿qué sabor tiene? ¿Qué olor tiene? ¿A qué clase de movimiento me incita?  

Es condición  importante que no entremos ni en especulaciones, ni en el asociar: se  trata de vivencias o experiencias de percepciones, no de pensamientos o trozos de pensamientos sobre percepciones.  

d. Percepción de los placeres. Prestar atención a breves placeres nada graves como el comer, el  beber,  el  fumar,  etc.  Con  el  apenas  perceptible  y  cuidadoso  “estar  atento”  crece  la intensidad de lo percibido y la percepción sensorial se fortalece. De esta forma estamos activos en el percibir  transformando el placer en un  sentir  cognoscitivo.  La  felicidad,  la  alegría que produce la “comprensión” de un sentimiento cognoscitivo es de un tipo más superior al simple goce del placer. 

El placer es  siempre  “exterior” porque  se basa en una  “pérdida del  yo”, el  yo pasivo es en realidad  oscurecido  y  por  tanto  “formas  animales”  –astrales–    toman  posesión.  Es  el  “lado exterior de lo anímico”. El “comprender” es completamente “interior” en cuanto que como tal es una actividad del yo. 

La modificación de nuestra actitud con respecto a  la esfera de  los placeres es de  importancia fundamental  para  toda  la  organización  de  nuestra  vida.  Ya  no  se  guiará  por  lo  agradable  y cómodo para mí. Podrá superarse el egoísmo, que hoy gobierna al ser humano en sus acciones, en  su  sentir,  en  su  desear,  y  no  pocas  veces  en  su pensar,  al  entrar  un  nuevo  tipo  de  alegría  en  el ámbito  de  la  experiencia.  Esta  transformación  es todo lo contrario de fácil, cómoda o agradable.  

 

Cuerpo físico. 

Cuerpo 

Cuerpo astral. 

Comprender

Yo.

Subconscien

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CAMINO DE CONOCIMIENTO. 

Por  lo general, el  ser humano parte de que  la  realidad existe acabada y  sin  su cognición. La toma como algo dado, que posteriormente puede conocerse. No se da cuenta de que siempre tiene que ver con una imagen de la realidad, que está determinada por los resultados de una cognición que él no ha obtenido de manera consciente –sino más bien supraconsciente – y que consiste,  precisamente,  en  la  cognición  a  la  que  ahora,  en  un  segundo  acto,  se  dedica  de manera consciente. A esto se ha llamado consciencia de pasado. 

Se trata de vivificar la consciencia de pasado sacándola de la pasividad en la contemplación de una realidad acabada y transformarla en la actividad que espera preparada lo que deviene de la  supraconsciencia.  Es muy  afín  al  jugar  y  es  incluso un  juego.  Podemos  llamarla  voluntad improvisadora. Uno no sabe de antemano lo que va a improvisar y, sin embargo, no es un azar, no es algo sin rumbo y sin sentido. 

El  camino  de  instrucción  pretende  evidenciar  el  abismo  que  existe  entre  la  actividad supraconsciente  y  la  consciencia  de  pasado,  y  arrojar  luz  a  los  hábitos  que  en  forma  de dogmas, prejuicios, sentimientos o impulsos se han instalado en el subconsciente y que impide atravesar el abismo. 

El lector debe traducir a su particular forma individual todos los ejercicios de la consciencia aquí expuestos. Esto significa que contamos con la activa colaboración del lector, con su fina intuición, que será indispensable para comprender lo que queremos decir con las palabras, aquí sin duda insuficientes.  

¿Cómo debe organizarse un camino de instrucción? Puesto que la tarea es individual, podemos indicar  de manera  general  a  lo  sumo  el  comienzo: Después  del  indispensable  estudio,  uno puede empezar con  la concentración en el pensar. Después de algún  tiempo, uno añadirá el ejercicio del verdadero hablar; ambos, hasta donde y en el grado en que a uno le sea posible. Estos ejercicios constituyen  la base del camino de  instrucción. A continuación, uno añadirá a los  dos  ejercicios  básicos  un  ejercicio  adicional  de  los  seis  “Ejercicios  Complementarios”, alternándolos  mensualmente.  Uno  leerá  todos  los  días,  lentamente  y  de  manera contemplativa,  un  ejercicio  del  Sendero Óctuple    y  al  día  siguiente  procurará  fijarse  en  el proceso  anímico  correspondiente,  quizá  a  una  hora  prefijada.  Con  el  tiempo  se  añadirán necesariamente a estos ejercicios la concentración en la representación y la concentración en la  percepción,  pero  aplicadas  de  manera  personal.  Uno  empezará  a  meditar  cuando  la concentración esté suficientemente asegurada. 

 

1. El Estudio. Características del mundo espiritual.  1.1. Estudio de los procesos de la conciencia.  1.2. Estudio por medio de un mundo simbólico. 

2. Ejercicios de Concentración:  2.1. en el Pensar,  2.2. en el Representar  2.3. y en el Percibir. 

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3. Disolución de los hábitos:  3.1. Los Seis ejercicios básicos.  

3.1.1. Pensar Controlado. 3.1.2. Iniciativa en la Voluntad. 3.1.3. Ecuanimidad. 

3.1.3.1. Ejercicio con una profunda tristeza. 3.1.3.2. Ejercicio con una alegría conmovedora. 

3.1.4. Positividad. 3.1.5. Imparcialidad. 3.1.6. Tolerancia. 

3.2. El Óctuplo Sendero.  3.2.1. Recta Opinión. 3.2.2. Recto Juicio. 3.2.3. Recta Palabra. 3.2.4. Recta Acción. 3.2.5. Recto Punto de Vista. 3.2.6. Recto Esfuerzo. 3.2.7. Recta Memoria. 3.2.8. Recta Contemplación. 

4. La Meditación:  4.1. Percepción Cognoscitiva. Pensar, Representar, Percibir. 4.2. Sentimiento Cognoscitivo.  4.3. Voluntad Cognoscitiva. 

 

EL ESTUDIO. 

“El  estudio  no  es  el  aprender,  como  sucede  habitualmente,  sino  que  hay  que recordar que para el ser humano hay un pensar que es  todavía un pensar  fluido, activo,  con  lo  cual  el  ser  humano  excluye  en  torno  suyo  todas  las  percepciones sensoriales…  El  ser humano  tiene que  aprender  a olvidar  todo  y  a prescindir de todo  lo  que  actúa  exteriormente  sobre  los  sentidos  sin  quedarse,  no  obstante, como un recipiente vacío. Esto es posible cuando uno se abstrae en un contenido de  pensamiento  puro,  libre  de  sensualidad,  tal  como  el  que  incluyen  las comunicaciones  del  investigador  espiritual  y  medita  sobre  lo  que  va desarrollándose.  En mis  escritos  he  seguido  este  camino,  los  he  escrito  de  tal manera  que,  así  como  en  un  ser  viviente  un  miembro  brota  del  otro,  un pensamiento  salga orgánicamente de otro… Quién quiera  llegar más arriba  tiene que  leer así  las comunicaciones científico‐espirituales. Quien no quiera  llegar más arriba, puede  leerlas como un  libro corriente.” R. Steiner – GA 97. 22 de  febrero 1907. Pág. 207 

CARACTERÍSTICAS  DEL  MUNDO  ESPIRITUAL.  El  mundo  espiritual  está  en  constante transformación, y como es el mundo de  la cognición y no el mundo corriente de  lo conocido, cada cognición lo modifica también. La cognición es una parte de él. 

Las  dificultades  de  comunicar  –las  descripciones  del  mundo  espiritual  –  dimanan  de  la circunstancia de que no se trata de “informaciones”. No puede haber informaciones sobre los 

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ámbitos  del mundo  por  el  cual  las  cosas  y  los  procesos  perceptibles mediante  los  sentidos devienen, porque estos ámbitos están situados detrás del mundo de los hechos, son el mundo del  devenir.  Información  significa  A  es  igual  a  B.  En  el mundo  del  espíritu  no  existe  nada semejante  a  “es”.  Pero  tampoco  hay,  en  el mundo  espiritual,  elementos  A  y  B  fijados  de antemano, antes de su cognición, y, por  lo tanto, no hay un saber sobre ellos. La teoría de  la información, que se ocupa del comunicar y no del origen de las informaciones, presupone esos elementos. 

Existen dos maneras de abordar el estudio que se complementan:  

o La primera es el estudio de lecturas que describen el mundo espiritual mediante símbolos. Los símbolos no reproducen la realidad inmediata, pero pueden inflamar la experiencia anímico‐espiritual de la realidad. Por ejemplo el libro de Teosofía de R. Steiner. Véase el estudio que realiza Kühlewind en la página 203‐5 del libro. 

o La segunda es el estudio de lecturas que describen del mundo espiritual mediante los procesos de la consciencia. Fija la atención del lector sobre los procesos de la consciencia estimulando experiencias en la cognición que le señalan la calidad de los conceptos superiores. Mediante un pensar observador, que primero observa los fenómenos de la consciencia cognoscitiva y luego los obstáculos de la consciencia para la cognición. Por ejemplo el libro Filosofía de la Libertad de R. Steiner. Véase el estudio que realiza Kühlewind en la página 199‐203 del libro. 

Con la capacidad gráfico‐pictórica interior previamente ejercitada como facultad1 la realidad espiritual correctamente orientada se suscitará interiormente con el estudio. Ambas maneras de abordar el estudio son complementarias y producen nuevos conceptos e ideas con carácter de experiencia gráfica‐pictórica interior. Estimulan un “pensar vivo”. El “pensar” viviente o presente es una actividad dentro de las fuerzas vitales y con ellas. Si éstas están sujetas a una forma estructurada, hablamos de cuerpo etéreo; si están libres, pueden revestir pasajeramente cualquier forma en la cognición, y en ese caso pueden llamarse fuerzas cognitivas. Esto significa que tiene o puede desarrollar la capacidad de “pensar” ideas vivientes o de “percibir” formas espirituales vitales. 

 

EJERCICIOS DE CONCENTRACIÓN. 

CONCENTRACION EN EL PENSAR: Ya se hicieron ejercicios de concentración y de percepción en el capítulo de higiene anímica. Ahora se trata de dar un paso más y arrojar luz sobre la conciencia activa en la concentración en un objeto. 

                                                            1 Los ejercicios de higiene anímica deberían practicarse antes de comenzar el estudio, es decir, sobre todo, el ejercicio del verdadero hablar y un tipo de ejercicio de concentración, para asegurar el silencio interior y la concentración imprescindibles para la observación de la consciencia y para la reflexión. Estos ejercicios pueden proseguirse también en paralelo con el estudio. En cambio, los ejercicios que se describirán en los próximos apartados, sólo cuando el lector haya avanzado tanto en el estudio que pueda observar los fenómenos de la consciencia por sí solo y dentro de él se haya formado una imagen de la esencia del ser humano y su consciencia. 

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La idea del objeto sobre el que nos concentramos, o su función, sólo pueden existir en un pensar continuo, nunca como algo pensado. La idea se percibe como un acontecer. El pensar nunca debe caer fuera de su proceso. Cómo la actividad del ejercitante y el acontecer de la idea son aquí la misma realidad, la luz de la consciencia abarca su propia actividad. Durante el “pensar” de la idea, la actividad y el “objeto” son idénticos, la idea no existe fuera de la actividad que la piensa, no hay un recuerdo de ella, nunca es “imaginada” o percibida. El mundo de la percepción NO está acabado antes de la cognición, y por tanto NO permanece igual que después de la cognición. “Manifestar‐percibir” (alumbrar/ver, decir/oír) tienen una naturaleza indivisible que une al objeto y al sujeto. Se podría decir que la luz‐palabra alumbra adentro dando un carácter sensitivo a la experiencia: así llega el ejercitante a la experiencia del yo. La idea está dentro de mí, yo soy la idea.  

Mediante el pensar‐querer‐mirar la idea, el ejercitante –su atención‐ se eleva al presente, donde puede realizarse la experiencia del yo real. Esta experiencia del yo es la que confiere seguridad y firmeza al ser humano, la que cura cualquier problema anímico, porque es una experiencia. Esta experiencia puede denominarse la experiencia fundamental del espíritu. En ella se experimenta cómo uno puede estar consciente, “pensar”, aprehender (cognocer) sin las palabras de una lengua. Uno se concentra en una “nada” y, sin embargo, es posible conseguir pensar esto sin que se convierta en un “algo”, en un “algo pensado”. 

CONCENTRACION EN LA PERCEPCIÓN: ya se ha hecho un trabajo de educación de la percepción en los ejercicios de higiene anímica. En vez de centrarnos ahora sobre objetos artificiales, nos centramos fundamentalmente en los reinos de la naturaleza.  

En el percibir la naturaleza, las ideas no se revelan al percibir. Por eso, en el percibir falta la transición de la concentración a la meditación. En la concentración sobre el pensar, esta transición nace de la concentración en las ideas de los objetos. En todos los ejercicios de la percepción es importante el esfuerzo por ocupar lo menos posible al pensar. Se persigue un despertar a la consciencia vigilante, despierta, libre de contenido. 

Percepción de las cualidades sensoriales: color, sabor, el olor, los sonidos. Comparar cualidades sensoriales entre reinos de la naturaleza. Comparar estados de cohesión: sólido, líquido, gaseoso; seguir con la disociación de lo gaseoso en una especie de calor. 

Percepción de los estados de vida: observar la germinación de renuevos, hojas o brotes, la floración, el marchitamiento, la maduración de los frutos, etc. por tanto procesos que tienen que ver con las fases vitales de la planta. Puede añadirse sucesos naturales generales: la salida y la puesta del sol, los árboles y el agua en el viento y en la calma, etc. Comparar sonidos de animales con los de la naturaleza inanimada. 

Percepción de la especie de la planta, del animal: las ideas de las cosas naturales no se revelan al percibir, sino eventualmente al pensar combinado. 

Percepción del mineral: su conceptuación o idea es la más elevada de los reinos de la naturaleza. 

CONCENTRACIÓN EN LA REPRESENTACIÓN: No utilizamos ahora la percepción, sino la representación. Sin el objeto de la representación visible se tratará de construir su 

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representación mediante imágenes, conceptos o descriptivamente. El representar concentrado se ejercitará en temas que de por sí sean poco interesantes, no conmovedores ni emocionantes. El ejercitante se olvida de sí mismo para que el yo verdadero pueda llegar a la experiencia de sí mismo. En el olvidar, el ejercitante se vuelve idéntico al tema, deviene éste. 

El representar no debe ser un recordar de algo hecho anteriormente, sino un acontecimiento actual. El hecho de que uno piense o represente “lo mismo” que en un ejercicio anterior no tiene nada que ver con la intensidad de la actividad. Durante la actividad concentrada el aburrimiento no tiene sitio en la conciencia en cuanto ésta está completamente llena del tema.  

En este punto puede verse en qué gran medida el estar concentrado es una cuestión moral. ¿Puede uno entregarse totalmente a un tema o tiene uno segundas intenciones y reservas mentales? En este sentido, concentración significa a la vez improvisación, pues en el pensar concentrado uno tiene la posibilidad de recordar, de mirar de reojo una “agenda” para leer desde ahí el próximo pensamiento; el pensar tiene que conformarse completamente con su actividad presente, sólo puede improvisar. Concentración significa, pues, improvisación. 

 

DISOLUCIÓN DE LOS HÁBITOS. 

Parece conveniente realizar una revisión a fondo de todos los hábitos de la consciencia, que atraviesan nuestra vida con una red, una estructura. La revisión de los hábitos y los ejercicios de concentración tienen que ir cogidos de la mano. Lo que determina nuestra vida es nuestra manera de conocer y nuestras actividades, que, o bien las exige la vida, o bien corresponden a nuestra individualidad, a sus “instintos”, a su proceder hedonista. La revisión afecta a estas actividades determinantes de la vida.  

Los ejercicios de disolución pueden agruparse en dos grupos. El primero, con seis ejercicios, fue llamado por Rudolf Steiner en su época “Ejercicios complementarios” (los Ejercicios principales eran meditaciones) y pueden compararse con la corriente respiratoria, los ocho ejercicios del otro grupo (llamado tradicionalmente el Sendero Óctuple) con la fonación; sin respiración no se puede articular sonidos. Ambos grupos se entremezclan armónicamente, en el fondo, forman el tejido que reemplaza a los hábitos y nos hace posible la estabilidad de la vida y del alma mediante la presencia de espíritu. Presencia de espíritu quiere decir cognición intuitiva y proceder intuitivo a la vez. 

Los Seis Ejercicios Básicos. 

El pensar controlado. El ejercitante debe prestar atención a la regulación del curso de sus pensamientos. Éste debe gobernarse interiormente. Los  pensamientos fatuos, juntados no de manera lógica y conforme al sentido, sino por casualidad y por asociación, deben evitarse. Cuanto más se origine un pensamiento de otro, cuanto más se esquive lo ilógico, tanto más crecerá la sensibilidad cognitiva. Si uno oye pensamientos faltos de lógica, trate de pensar los pensamientos correctos. Uno no debe retirarse de manera egoísta de un ambiente quizá ilógico, para proteger su desarrollo. Tampoco debe uno sentir el prurito de corregir en seguida todo lo ilógico en su entorno. Más bien, uno debe orientar de manera lógica y conforme al 

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sentido, y en total silencio interior, los pensamientos que desde fuera se agolpan sobre uno  esforzarse por atenerse a esta orientación en los pensamientos propios, dondequiera que sea. 

La iniciativa de la voluntad. La consistencia lógica en la vida del pensamiento debe completarse con la consistencia lógica en el actuar. Cualquier inconstancia o falta de armonía en la acción perjudica la sutil sensibilidad cognoscitiva que se forma mediante los ejercicios. Cuando uno ha hecho algo, la siguiente acción debe disponerse de manera que se infiera lógicamente de la primera. Así como debe quitarse la costumbre del pensar asociativo, así también debe quitarse la costumbre de la acción “asociativa”, motivada por impulsos no conscientes. Con “no consciente” no se alude al contenido del impulso sino a su origen. Para que en la acción pueda realizarse la espontaneidad superior, intuitiva, la vida volitiva tiene que ponerse primero bajo el control de la entidad autónoma del yo. Entonces, una vez liberada de lo subconsciente, podrán materializarse en ella las intuiciones de lo supraconsciente. 

La ecuanimidad. Cultivo de cierta estabilidad ante las oscilaciones del placer y dolor, o alegría y tristeza. El “regocijo celestial, congoja de muerte” (Goethe) debe ser reemplazado de manera consciente por un estado de ánimo equilibrado. Uno cuidará de que ninguna alegría le arrastre, ninguna pena le oprima, ninguna experiencia lo lleve al furor y enfado desmedidos, ninguna expectativa lo llene de ansiedad o temor, ninguna situación lo desconcierte, etc. Los sentimientos han de experimentarse. Algo alegre ha de alegrar el alma, algo triste ha de entristecerle. El alma sólo debe llegar a dominar la expresión de estos sentimientos. Si uno se esfuerza por conseguir esto, notará en seguida que no se vuelve más apático, sino, al contrario, más sensible de lo que era antes a todo lo alegre y lo doloroso del entorno. Esto es para todo este camino de instrucción lo que los cimientos son para un edificio.  

Ejercicio con una profunda tristeza: Una profunda tristeza junta a la manera de un nudo las fuerzas anímicas de ordinario activas en la experiencia del entorno y las pone a su servicio –al servicio de la tristeza. La fuerza que existe normalmente en el prestar atención al entorno más próximo o más distante pierde su autonomía. El prestar atención a la tristeza no es dirigido por la voluntad que de ordinario existe en la atención, la atención es una voluntad vacía. La atención permanece sin dueño e impotente: de ese modo el sentimiento de la tristeza es intensificado y extremado por el sentimiento de la impotencia. Puede llegarse al extremo de que el alma pierda totalmente su conexión con el movimiento volitivo por el que es dirigida la atención: entonces sobrevienen enfermedades nerviosas. La impotencia también puede intervenir en la esfera de la voluntad no consciente que gobierna la armonía espontánea de los procesos vitales: así nacen enfermedades en el organismo físico. Cuando tal colapso resulta de una tristeza, no deben suprimirse simplemente sus síntomas exteriores. La atención concentrada debe rebuscar el sentimiento de la tristeza –sin dueño, impotente, incapaz de moverse – el cual se ha contraído en un punto casi corporalmente sensible. Este rebuscar se efectúa concentrándose en el hecho que ocasiona la tristeza, pensando intencionalmente en éste. Luego, la misma voluntad debe buscar el sentimiento ocasional. Habitualmente, queremos evitar el dolor; en este ejercicio hacemos lo contrario: buscamos su esencia. El descubrimiento del sentimiento doloroso –provocado por un hecho – en la segunda fase de la concentración, que ahora ya no se fija sobre el hecho sino sobre el sentimiento, 

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significa que el sentimiento está ahora envuelto por una cuna, por una mano que acaricia –la atención – en la cual, sin duda, nada de ese dolor puede encontrarse. El sentimiento, recostado sobre la atención, pierde su específico carácter doloroso y contraído. Se deshace y se disuelve y subsiste en el alma con un carácter de inalterable calma, que abarca a toda la persona.  Ejercicio con una alegría conmovedora: La pérdida de equilibrio –ante una alegría conmovedora – es el salto de las fuerzas de la atención a una zona donde al ser humano no le es posible el experimentar. (…) Si la fuerza de la concentración permanece dentro de la vivencia agradable en el sentimiento y ésta no es usada como plataforma para el exceso, de tal suerte que la fuerza pueda vivir dentro del sentimiento, la alegría pierde su carácter superficial y se convierte en un experimentar interior sereno. Ocasionalmente puede ayudar al experimentador a conseguir perdonar y a que haga desaparecer su susceptibilidad.  

La positividad. El cultivo de la fuerza que actúa en el pensar y a la que el pensar debe su capacidad de adaptación pura y desinteresada a las circunstancias y a los problemas, el cultivo de este amor de carácter espiritual, se llama positividad. Lo malo, lo feo, el error no deben impedir al ser humano buscar y darse cuenta de lo bueno, lo bello y lo verdadero dondequiera que existan.  

Esta actitud anímica nos enseñará a encontrar el punto de vista desde el cual la persona pueda trasladarse con comprensión llena de amor a fenómenos y seres antes ignorados por ella y, en vez de condenarlos, se pregunte: ¿cómo ha llegado lo otro a ser así y a actuar así? De esta actitud dimana la verdadera piedad y el anhelo de ayudar donde se pueda, y también el discernimiento para decidir si uno puede ayudar y cómo puede hacerlo mejor. El entorno se convierte en algo que forma parte de uno mismo.  

La imparcialidad. La forma habitual de contacto de la consciencia con el mundo consiste en el palpar de las fronteras propias cuando un ser, una cosa o un acontecer se acerca a ésta. Este movimiento de tanteo se encorva hacia atrás, en la dirección del sentirse a sí mismo, porque la actividad de la consciencia pierde su identidad en las fronteras, o bien no puede neutralizar la invasión en el punto de contacto, no puede liberarse del carácter auto‐sintiente. Este sentimiento de las fronteras se intensifica e inunda total o parcialmente el encuentro con el ser o el acontecer.  

El ejercicio de la imparcialidad se adelanta a la suscitación del pensamiento o del juicio en el momento de percibir, encontrar, acontecer. Relaja, ablanda intencionadamente cualquier conclusión precipitada, cualquier juicio ligero si ya han aparecido y los disuelve. (…) Cuando se consigue conquistar esta actitud, el sentir comienza, casi a la vez, a suavizar su dureza, a debilitar su borde repelente, por el cual, hasta ahora, habían sido erigidas, cuidadas y mantenidas las fronteras de la auto‐consciencia. El encuentro con lo nuevo no sólo nos aporta la información sino que ahora suscita la experiencia del “cómo”. Así se crea el espacio de encuentro que engloba en una unidad sin fronteras al experimentador, a la experiencia –el acontecer, y a la cosa o el ser.  

 

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Tolerancia. Cuando el sentir se convierte en un órgano sensorial que palpa el mundo se establece una conexión con todo aquello de lo que el alma, en su sensibilidad egoísta, se ha apartado, con todo lo que ella ha rechazado, con todo lo que no ha podido asimilar. En la práctica de la tolerancia nada se perderá para ella, todo se volverá valioso en el pensar, nada será menospreciado, nada será rechazado. La vida de los sentimientos cambiará en consecuencia: a medida que se independice del “reaccionar psíquico”, construirá un nuevo sistema de órganos sensoriales, mediante cuya sensibilidad el alma quedará entretejida incluso con el entorno hasta ahora alejado de ella.  

Con tenaz labor nacerá la verdadera sonrisa humana como el primer grado de la sabiduría. El alma verá el mundo con nuevos colores: participará intencionadamente en la realización de las cosas, aconteceres, hechos y los frutos de esta actividad irradiarán muy visiblemente su color rojo maduro.  

El Óctuplo Sendero. 

1.‐ La recta representación o la recta opinión. El primer ejercicio consiste en dirigir nuestra atención y cuidado a nuestras representaciones del mundo exterior, al modo en que se forman. Habitualmente, la persona se fía totalmente del azar con respecto a esto. Oye o ve esto o aquello, y en ella se forma, en consecuencia, una representación. Así, su cognición no puede desarrollarse; tiene que educarse en este aspecto. Tiene que aprender a prestar atención a sus representaciones, a ver en ellas una información del mundo exterior; no debe contentarse con representaciones que no tengan este significado. Debe desarrollar todo su mundo conceptual de tal manera que se convierta en fiel espejo del mundo exterior y tender a alejar de su alma las representaciones incorrectas. Se esforzará por diferenciar en la vida de sus pensamientos, poco a poco, lo esencial de lo no esencial, lo transitorio de lo eterno, la verdad de la mera opinión. Procurará callarse interiormente del todo al escuchar el hablar de otros y abstenerse de cualquier aprobación, y sobre todo de cualquier juicio desfavorable, de cualquier crítica, incluso en pensamientos y en el sentimiento. 

La concentración en el pensar nos enseña la posibilidad de formar representaciones sólo de manera intencionada. Cuando se logra la correcta representación de un asunto, surge el sentimiento de que me vuelvo idéntico a la verdad a la que se refiere al asunto, idéntico a su descubrimiento, a su existencia. Si la representación formada es falsa, entre el hecho y la representación surge un enfrentamiento y tensión permanente, desagradable y consumidor de energía en tanto el hecho no quede completamente encajado dentro de la verdadera imagen. 

La formación de una opinión o representación no debe acompañarse de sentimientos. Las representaciones que se forman libres de sentimientos espontáneos inflaman luego los sentimientos correctos, adecuados, que armonizan y se identifican con la verdad. 

Mirándolo bien, sólo la verdad debería suscitar sentimientos: la armonía de los sentimientos con la verdad conlleva la curación de todas las enfermedades y sufrimientos que atormentan y abruman al ser humano. 

2.‐ La recta decisión o el recto juicio. El segundo proceso anímico en que hay que trabajar es el decidirse. Incluso para lo poco importante, uno debe decidirse sólo por reflexión. Debe 

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evitarse cualquier actividad distraída, cualquier acción sin significación, uno debe actuar sólo por motivos bien considerados y prescindir de aquello a lo que uno es llevado por motivos que carecen de sentido. Si uno está convencido de la corrección de una decisión, debe perseverar en ella con firmeza interior. Este es el llamado recto juicio, que no puede depender de la simpatía o la antipatía. 

El discernimiento es  la apreciación consciente de las circunstancias. La presencia de espíritu es la práctica intuitiva del discernimiento, y es la base para el juicio. El amor va más allá de la simpatía y la antipatía, y es fruto de la diáfana actividad del discernimiento y de la presencia de espíritu. 

3.‐ El recto hablar o la recta palabra. El tercer proceso es el hablar. Sólo se debe hablar cuando se tenga realmente algo que decir. Cualquier hablar por hablar, por ejemplo, para pasar el rato, es, en este sentido, perjudicial, porque aparta al ejercitante de su camino. Debe evitarse el tipo habitual de conversación, donde se habla inconsideradamente; pero al mismo tiempo uno no debe excluirse del trato con las otras personas. Justamente en este trato ha de llegar el hablar, paso a paso, a ser importante. Uno debe contestar a cada cual, pero de manera reflexionada y considerada en todo sentido. No se debe hablar sin motivo, antes bien se debe permanecer callado de buen grado. Se debe procurar no hablar demasiado, no ser demasiado parco en palabras. Durante el hablar de los otros, primero prestar atención con clama y luego asimilar. 

Por otro lado, el camino del conocimiento lleva, desde este ejercicio, a la formación de una nueva comunidad: cultivando la palabra muda, que hila en la meditación y que, en su presente, es la primera nueva zona espiritual común. 

4.‐ La recta acción. El cuarto ejercicio concierne la regulación de las acciones exteriores. Estas no deben ser perturbadoras para nuestro prójimo. Nuestra conducta debe encuadrarse armónicamente en nuestro entorno, en nuestra situación vital, etc. Si somos inducidos a actuar desde fuera, fijémonos en cómo podemos responder mejor al motivo. Si actuamos por iniciativa propia, ponderemos bien el efecto de nuestra conducta.  

Todo acto humano tiene una intención, y como tal, quieren expresar algo. Los actos unen el cielo y la tierra del mismo modo que la recta palabra. La claridad de la intención ha de penetrar en la acción, ha de alumbrarla; así ésta podrá representar la naturaleza verbal del mundo y comunicarla al actuante y a las demás personas. 

5.‐ La organización de la vida o el recto punto de vista. El quinto aspecto es la organización de la vida entera. Procuraremos vivir conforme a la naturaleza y conforme al espíritu y no dejarnos determinar por imperativos exteriores o formalidades. Evitaremos todo lo que traiga inquietud y precipitación a la vida. Nada debe precipitar al ser humano, pero tampoco debe ser negligente. Debe considerar la vida como medio y ocasión de trabajar, de evolucionar, y actuar en consecuencia. Debe organizar el cuidado de su salud, de sus hábitos, de manera que de ello resulte una vida armónica. 

En el trasfondo de este ejercicio existe una ley espiritual básica: “La entidad del yo sólo puede existir evolucionando continuamente, ascendiendo cada vez más en la jerarquía de los seres”. 

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No tiene una existencia estática, estable como los seres naturales o las cosas artificiales. Si una entidad del yo no evoluciona en dirección hacia donde se encuentra la fuente de su consciencia –de momento supraconsciente – se enferma, se hunde, degenera. Así pues, el continuo desarrollo ulterior tiene una finalidad a la que la egoidad se opone; conduce al nacimiento del verdadero yo. 

La “organización de la vida” debe hacer consciente la aspiración al continuo desarrollo de la entidad del yo y no dejarlo a la espontaneidad, pues la egoidad propende a la sed de placeres, a la inercia y la comodidad. 

6.‐ El recto esfuerzo. El sexto aspecto es la orientación del esfuerzo humano. Uno debe examinar sus capacidades, sus conocimientos, y vivir según ello. Uno debe prestar atención a no hacer nada que esté fuera del alcance de uno, pero también a no omitir nada que esté a su alcance. Uno debe mirar más allá de lo cotidiano, de lo momentáneo, y proponerse fines, ideales, que sean provechosos para la curación y el desarrollo ulterior de la humanidad. También se puede resumir así lo que acaba de decirse: hacer que todos los ejercicios anteriores se conviertan en hábitos. 

El esfuerzo debe estar en armonía con el momento evolutivo de la humanidad y del propio individuo. Crear un hábito no significa “automatizar” de forma rígida, sino adaptarlo a la evolución individual y colectiva. 

7.‐ La recta memoria. El séptimo aspecto en la vida del alma es que la persona debe esforzarse por aprender cuanto pueda de la vida. Todo puede ser ocasión para experiencias conscientes que nos sean útiles en la ulterior organización de la vida. Uno debe recordar exactamente lo que haya descuidado o haya hecho defectuosamente, para descubrir cómo debiera haberlo hecho. Cuando uno vea actuar a otras personas, debe observarlas con la misma intención, pero no con crítica despiadada. Uno puede aprender mucho de cada persona, en particular de los niños, si uno presta atención. Este ejercicio se denomina también el recto recuerdo, uno recuerda lo aprendido, las experiencias que ha tenido. 

8.‐ Síntesis o la recta contemplación. Por último el octavo ejercicio es este: de vez en cuando, mirar con atención hacia adentro y examinar hasta qué punto se ha conseguido seguir los principios de vida propios, qué tiene que cambiarse con respecto a ello y cómo podría lograrse este cambio. De los muchos yerros y flaquezas, se señala uno, que luego hay que superar. Se debe poner especial cuidado en la sinceridad interior, en la honradez para consigo mismo. Uno debe ponderar cómo anda su vida dentro de la totalidad de las finalidades humanas. Este ejercicio se denomina también la recta contemplación. 

Un ejercicio general denominado “mirada retrospectiva” (Pág. 261) consiste en recordar las vivencias que se han tenido durante el día o durante la semana, por orden invertido: el ejercicio comienza con la última vivencia y termina con la primera. La persona debe representar las vivencias de manera viva y contemplar su propia figura en ellas como desde fuera. Este ejercicio sirve para un conocimiento de sí, con la contemplación de sí mismo desde fuera, como un extraño, a ello contribuye el sentido hacia atrás, puesto que así no se estimula lo habitual en el sentir y se fomenta la objetividad. 

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El punto de vista para el conocimiento de sí mismo es el siguiente: nos preguntamos ¿Qué actuaciones han servido sólo a mi propia egoidad y qué actuaciones han contribuido a las finalidades de la humanidad?  A veces es difícil descubrir a la egoidad en todos sus disfraces: en el vestido del altruismo, del querer ayudar, a veces del sacrificio. Pero lo que es flaqueza debe reconocerse como tal aun cuando se haga pasar por fortaleza. 

En los ejercicios del Óctuplo Sendero se apunta más allá de la individualidad: diferenciar lo esencial de lo no esencial, lo transitorio de lo eterno, etc. (primer ejercicio); la decisión correcta (segundo ejercicio); tomar el punto de vista de la humanidad (cuarto ejercicio), vivir conforme a la naturaleza y conforme al espíritu (quinto ejercicio), proponer ideales que sean provechosos para el desarrollo ulterior de la humanidad (sexto ejercicio) y apreciar cómo defiende uno la causa de la totalidad de las finalidades de la humanidad (octavo ejercicio).  

Las experiencias espirituales apuntan siempre más allá de la individualidad, aun cuando tengan forma de sentimientos. Las vivencias anímicas siempre se sienten a sí mismas: uno siente felicidad, o pena, o un estado de ánimo conocido. Tales vivencias se presentan, por regla general, en el transcurso de los ejercicios, y de por sí no es un error si aparecen. El error surge cuando estos sentimientos se cultivan o cuando uno pone su atención en ellos. Entonces se convierten en distracciones. 

LA MEDITACION. 

Con los ejercicios de concentración la atención parte del objeto artificial individual y llega a su idea. La idea no puede ser aprehendida con la consciencia de pasado, forma parte de la esfera intuitiva. Concentrarse en la idea es una intuición intencionada. Detenerse en ella es algo que la vida normal de la consciencia no conoce. En la meditación, la intuición hay que lograrla sin ningún soporte, entonces la idea es de calidad superior a las que conocemos. 

Tales ideas pueden encontrarse expresadas como mantras (frases) o como imágenes simbólicas (figuras); ambas dimanan de la experiencia espiritual de personas individuales. También toda la naturaleza consiste en “imágenes” que expresan ideas superiores, por eso, normalmente no podemos comprender los fenómenos de la naturaleza en su función o idea; nos manejamos con ellos de modo nominalista.  

El  primer  grado  de  la meditación  puede  efectuarse mediante  el  pensar,  el  representar  y  el percibir. El segundo grado  trabaja con el sentir cognoscitivo; el  tercer grado, con  la voluntad cognoscitiva. 

Meditación sobre el pensar. El comprender es un continuo, y el pensar concentrado, cuanto más denso, cuanto más concentrado se vuelve, se acerca al comprender continuo. El lenguaje da al comprender continuo una forma discontinua. Las palabras significan un relativo caer fuera de la corriente del comprender o un atascarse en ella. El pensar, que en la infancia es una unidad con el hablar, se emancipa de éste; de ahí la posibilidad de traducir, del mentir de manera consciente, del ordenador electrónico, etc. El ser humano piensa siempre sin palabras cuando piensa realmente, es decir, cuando piensa algo nuevo.  

Emprendemos la meditación con un mantra o una frase. Por ejemplo: 

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“La sabiduría vive en la luz”. “Me siento uno en pensamiento con la corriente de los sucesos cósmicos”. “En el principio existía la Palabra”. “En la palabra, el ser humano se despierta”.  

Meditar quiere decir actualizar la frase misma, y esto significa “vivenciarla” como experiencia, convertirse en la frase misma. Cuando uno haya comprendido más profundamente la frase, sus palabras, mediante la reflexión, procurará meditarla, es decir, “pensarla” sin palabras. Quien pueda pensar sin palabras de manera articulada medita.  

Como puede verse, en la reflexión, cada palabra se transforma en predicado2, con lo cual se llega a su sentido original. Esto implica la consciencia de la vivencia a la que se refiere la palabra. Palabra quiere decir “consciencia de”. Por ejemplo, “casa” no es sólo una cosa un objeto, sino también la “consciencia de su función”. Quien no “conozca” su función, porque no se hace consciente de ella, tampoco ve la casa… quizá vea paredes y ventanas, si se hace consciente de éstas como conceptos. Pero al no tener consciencia de su función, tampoco tiene consciencia de su existencia. 

El contenido se vuelve real en la meditación y como detrás de la frase meditativa existe un sentido vivo, el contenido se vuelve “otro” en cada meditación. 

Es importante que la frase o tema sea comprensible para la consciencia normal, de lo contrario el concentrarse no tendría ningún punto de aplicación para el ser humano moderno. Palabras en un idioma extranjero que uno no comprende llevan en la concentración al asociar, a la somnolencia.  

La regla general al meditar es deshacerse de todo lo acostumbrado, significaciones, recuerdos, asociaciones, incluso estados de ánimo asociados. Tienen que liberarse las fuerzas de la atención, que normalmente están sujetas a la sensación del cuerpo, y ser dominadas por el yo.  

La idea de un objeto artificial consiste en la atención humana puesta al servicio de la voluntad.  

Meditación sobre la representación. Una imagen suprasensible se describe más fácilmente con imágenes, figuras o incluso números, que con palabras. Estas imágenes pueden llamarse imágenes simbólicas.  Las imágenes tienen la característica de que no reproducen una percepción sino una imagen de fantasía. Cuando la imagen esté presente ante la mirada interior, puede comenzar su contemplación, si es que a uno no le cuesta mucho “mantener” la imagen y no está ocupado en ello. Uno puede callarse interiormente y dejar que la imagen se exprese.  Algunas imágenes son: 

“La Ouroboros” (griego: la serpiente que se muerde la cola); Una explicación de la imagen del Ouroboros la encontramos en las páginas 226 y 227.  “La cruz Rosacruz”, es decir, una cruz negra con siete rosas rojas colocadas en círculo alrededor del punto de intersección;  

                                                            2 En gramática funcional se define predicado o predicación como la descripción de un posible estado de cosas en el mundo. Estos estados posibles del mundo son clasificados en: (1) situación estacionaria o estado propiamente dicho, (2) proceso o suceso (resultado de un proceso) o bien (3) acción. Extraído de la Wikipedia. 

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O “las imágenes de los Profetas en el Antiguo Testamento”; Y “los sellos del Apocalipsis de San Juan”, tal como la Jerusalén celestial con su forma cúbica transparente. Pág. 225 

Por regla general nos hace falta un razonamiento preparatorio que indique en qué dirección se encuentra el sentido de la imagen. La construcción de la imagen y el concentrarse en ella es una fase preparatoria de la meditación. No se meditará sobre la imagen, sino sobre su sentido; la imagen es sólo letra que alude a la esencia. La meditación es, precisamente, buscar y encontrar el sentido.  

Las meditaciones sobre la representación pueden efectuarse también con figuras geométricas.  

 

Meditación sobre la percepción. ¿Qué hace el meditador para que la imagen de la percepción se convierta en acontecer? Intenta lo mismo que hace con todos los temas de meditación al afrontarlos de manera concentrada con un gesto interior interrogador: “¿qué me quiere decir?”. La pregunta no está formulada sólo intelectualmente –así no sirve para nada – sino que es, sobre todo, una actitud interior. Por eso, también es importante detener cualquier discernimiento, cualquier movimiento combinativo. Sólo es capaz de lograr este silencio quien haya aprendido a impedir que su pensar se vuelva “pensado”, es decir, a permanecer en el “pensar fluido activo” (Steiner), en el pensar vivo. A este permanecer se asocia, en la meditación sobre la percepción, el percibir simultáneo: como si uno estuviese viendo la imagen por primera vez.  

Si se logra el silencio receptivo concentrado, otras experiencias se presentan también, sin intención consciente. El “desprender” comienza en el momento en que uno puede lograr el “por primera vez”: el niño pequeño percibe de manera similar. De este modo, uno deviene la percepción: el proceso, su tema y yo nos volvemos idénticos, devenimos un solo acontecer. Al mismo tiempo, o previamente a esto, se hace sensible un sentir que normalmente no se conoce: la percepción se siente a sí misma y se deja sentir. Es un sentir cognoscitivo, de momento todavía “intuitivo”, porque no está totalmente en estado puro: este sentir se siente a sí mismo como su propia reverberación en el espejo del sentir normal; éste todavía se excita ligeramente al mismo tiempo. Con el ejercitar ulterior, el sentimiento normal se calla del todo, y ahora el ejercitante se identifica con la percepción, el nuevo sentir se vuelve cada vez más expresivo: dice algo cada vez más claramente en el sentir. No es un sentir estético, no dice “bello” o “feo”, sino “así”, como si el tema empezara a expresar su cualidad en un enorme concepto.  

El acontecer desempeña ahora el papel que de ordinario corresponde al cuerpo, acaece en el presente, habla en la sensibilidad libre para el yo (espiritual). Cada meditación sostenida cambia el sentimiento de la realidad del ejercitante las funciones cognoscitivas son una realidad que devienen experiencia, no sólo comprensión, y esta experiencia transforma el sentimiento de la realidad. El ejercitante descubre la realidad que actúa detrás de los fenómenos; experimenta que el “mundo de la percepción” existe: una experiencia que el ser humano no tiene de ordinario, pues directamente uno sólo tiene la evidencia de la existencia propia, en tanto que uno se sienta idéntico a al cuerpo propio. Cualquier otra existencia se 

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experimenta normalmente sólo como imagen. En la meditación sobre la percepción, la persona experimenta su identidad con la percepción, y así nace en ella la evidencia y la calidad de su existencia más intensa y más pura de lo que es en general.  

Puede ejercerse primero en cualidades sensoriales (colores, sonidos).  Luego se toman gradualmente temas más complejos: primero, el color rojo, luego, una flor roja; primero, la flor misma, luego, toda la planta, y luego, eventualmente, el entorno.  En todos estos casos, incluso en los más sencillos, hay que encontrar cuál es, en el fondo, el tema. El “encontrar” acontece mediante un “buscar” –estar abierto, callar, esperar – sin saber de antemano lo que se busca.  

 

 

 

 

 

 

 

Fin del documento.