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8/12/2019 La apología de la democracia: Una tensión epistemológica en ciencia política - Lincoyan Painecura
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Revista Chilena de Estudiantes de Ciencia Política - La apología de la democracia: 32-53
La apología de la democracia: una tensión epistemológic
en ciencia política
Lincoyan
Painecura Medina
1. Quiero agradecer al Pro. Javier Castillo de la Universidad Católica de emuco, Magister ©en Sociología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, por su enorme disposición, consis-tencia y humildad de revisar, ordenar y criticar junto a mí el borrador de este ensayo. ambiénmis gratitudes al Pro. Luis Valenzuela de la Universidad Católica de emuco, Doctor en Rela-ciones Internacionales de la London School o Economics and Political Science, por sus certerascorrecciones y su influencia en mi presente reflexión. No está demás señalar que cualquier erroru omisión en este artículo es exclusiva responsabilidad del autor.
Resumen
La ciencia política, históricamente, ha creado una conexión entre dos fines queconforman una contradicción: una ciencia neutral valorativamente, pero explíci-tamente apologética de la democracia. A raíz de esto, ha emergido una tensiónepistemológica que, haciendo un uso discursivo del concepto democracia, ha ce-rrado la reflexión normativa y ha direccionado ideológicamente la investigaciónempírica para preservar el status quo. Para entender esto buscamos determinar la
esencia normativa del concepto de democracia; estudiar la neutralidad valorativa,poniendo énfasis en la obra de Max Weber y su relevancia para la ciencia política; yanalizar la conjunción entre democracia y neutralidad a través de la epistemología,haciendo una breve referencia al caso de la ciencia política norteamericana, conel fin de determinar que la neutralidad valorativa encubre una normatividad queimpera en nuestra disciplina. La solución a la tensión epistemológica es el choquede normatividades diversas.
Palabras ClaveEpistemología en ciencia política neutralidad valorativa
democracia Max Weber historia de la ciencia política
Abstract
Political science, historically, has created a connection between two ends that bothconorms a contradiction: a value-neutral science, but explicitly apologetic o demo-cracy. Because o this, it has emerged an epistemological tension that, making a dis-cursive use o the concept democracy, it has closed the normative reflection and guidedideologically the empirical research to maintain the status quo. o understand thiswe seek to determine the normative essence o the concept o democracy; study thevalue-neutrality, paying more attention in the Max Weber’s writings and its relevance
or political science; and analyze the link between democracy and neutrality throughthe epistemology, making a brie reerence to the American political science, so as todetermine that value-neutrality conceals a prevailing normative thinking in our field.Te solution to the epistemological tension is the clash o diverse normativities.
1
KeywordsEpistemology in political science value-neutrality
democracy Max Weber political science history
En una época de destrucción revolucionaria y anarquía tec-
nológica, escuchamos hablar sobre “incrementalismo”. En unaépoca de manipulación del público de masas, escuchamos hablarsobre “estabilidad democrática”. En un tiempo de gran riqueza ygran pobreza, escuchamos hablar sobre “disuasión”
Lewis Lipsitz
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Introducción
Este artículo busca explicitar la existencia de una tensión epistemológica en la dis-
ciplina, debido a que el principio de la neutralidad valorativa en la ciencia política
intenta evitar la irrupción de lo político en relación a la producción científica. Sin
embargo, la neutralidad valorativa ha encubierto una normatividad única que, titu-
lada como “democracia”, niega la explosión y el choque de normatividades diversas.
Debo aclarar que no es el fin de este trabajo el poner en tela de juicio los valores que
la democracia prescriptiva defiende. Aquí no se encontrará una apología al autorita-
rismo, sino una reflexión estricta de lo que el uso discursivo de la democracia ha sig-
nificado para la ciencia política. En términos simples, no se critica sus supuestos, sino
el “rótulo”. Por otra parte, la disciplina ha estado desde sus inicios en un paulatino
proceso de autorrealización científica, en donde el principio de la neutralidad valor-
ativa ha sido uno de sus pilares. ¿Cómo entender, entonces, esta “defensa objetiva” de
la democracia? Ahora bien, para ello es necesario observar críticamente el por qué de
la falta de cuestionamiento al discurso democrático, con el fin de explicitar qué es lo
que realmente los politólogos están defendiendo desde su creación intelectual. Es por
este motivo que el trabajo responde a una inquietud epistemológica –el estudio de laproducción de conocimiento científico– en vez de a una intención teórico-normati-
va, empírica o predictivo-causal. Sin embargo, se realizarán algunas aproximaciones
a la historia disciplinar y a su contextualización en un mundo de Guerra Fría, con
sus ulteriores consecuencias. La solución a la tensión es el choque de normatividades
políticas que debería imperar en nuestra disciplina, poniendo en tela de juicio tanto
a la neutralidad valorativa como al uso discursivo de la democracia.
Para clarificar la estructura del artículo, expondré la secuencia de los argumentos.
Primero, se enfrentará el uso discursivo de la democracia como valor incuestion-
able, con el fin de explicitar su carácter normativo y, por ende, ambiguo. Segundo,
se estudiará el concepto de la neutralidad valorativa, poniendo énfasis en la obra de
Max Weber. ercero, el incuestionable valor democrático y la neutralidad valorativa
darán origen a la tensión epistemológica, la cual observaremos en profundidad, haci-
endo hincapié en la ciencia política norteamericana. Cuarto, se reflexionará respecto
a algunas conclusiones emanadas del desarrollo del ensayo, con el fin de generar una
mirada integral y propositiva.
El por qué de la democracia
La democracia, en su sentido más clásico, corresponde a la idea del “gobierno del
pueblo”, aun cuando esta abstracción se confronte históricamente con su materi-
alización (Dahl, 1992). Charles E. Merriam, en “Te Assumptions o Democracy”
(1938), plantea que los principales supuestos de la democracia son: (1) la dignidad
esencial del hombre; (2) la tendencia a la perfección de la raza humana; (3) la igual-
dad entre los beneficios del “bien común” y el de las masas; (4) la decisión popular
como definitoria en la dirección social y política; (5) la confianza en el cambio social
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por consenso en vez de la vía de la violencia. La democracia no se traduce, sin
embargo, en la abolición de todas las diferencias, sino que sólo en algunos campos,
como “igualdad ante la ley, igualdad en el sufragio, igualdad de oportunidades, en
dignidad, en formas básicas mínimas de vida” (Merriam, 1938:337)1. Por su parte,
en “La democracia y sus críticos” (1992), Robert A. Dahl señala que todo régimen
democrático consta de una Presunción de Autonomía Personal , la cual significa que
cada uno es autónomo para tomar decisiones colectivas en conjunto con los otrosciudadanos. Esta idea, junto a la Consideración Equitativa de los Intereses (igualdad
intrínseca entre los ciudadanos que componen el demos), sustentan el Principio
Categórico de la Igualdad , el cual sostiene que “ninguno está tanto mejor calificado
que los otros como para que se le confíe en forma excluyente la adopción de tales
decisiones colectivas obligatorias” (Dahl, 1992:121). De esta forma, la democra-
cia se transforma en “condición necesaria para tomar decisiones colectivas obliga-
torias” (Dahl, 1992:130). Por lo anterior, el mecanismo para desarrollar un proceso
democrático consta de participación efectiva, igualdad de votos en la etapa deci-
soria, comprensión esclarecida y el control del programa de acción (Dahl, 1992).
¿Quién que confíe en las instituciones representativas –y en sus supuestos resul-
tados favorables para el colectivo– podría poner en tela de juicio tales esquemas
teóricos? Sin embargo, al confrontarnos con la historia, podemos ver el asomo de
ciertas dudas respecto a si el discurso democrático realmente conduce a este tipo de
sociedades o, paradójicamente, nos lleva a algo “distinto”. Por ello, no es coinciden-
cia de que el “avance universal de la democracia” se dé en paralelo a la expansión
global de la órbita capitalista y al fin de la Guerra Fría.
Entre la universalización y la preferibilidad de la democracia real
Desde el colapso de la Unión Soviética y de sus satélites, se ha difundido la idea de
que la democracia debe ser entendida como un valor universal (Diamond, 2003).
Para Sen (2001), el belicoso siglo XX nos ha dejado la más grande de las enseñan-
zas: la urgencia de la defensa de la democracia. El autor parte de la base de entender
a la democracia como un medio para que los países alcancen nobles virtudes que
comprenden la libertad y la participación, la responsabilidad de los gobiernos y
la construcción de necesidades, derechos y deberes. Recurriendo al ejemplo de
Ghandi, Sen (2001) señala que “cuando Mahatma Ghandi defendía el valor de la
“no violencia”, no sostenía que se actuara de acuerdo con este valor en el resto del
mundo, sino que existían razones de peso para percibirlo como algo valioso” (Sen,2001:22). Atravesando el mundo, la democracia no depende de supuestos factores
culturales que inhiban su aparición, sino de su funcionalidad transversal a todas las
civilizaciones humanas (Sen, 2001, Diamond, 2003).
1 raducción propia
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Esta teleología democrática intenta, a mi juicio, extirpar la democracia, como punto
de discusión, del terreno de la normatividad, aun cuando se señale que “la historia
ha probado que es la mejor forma de gobierno” (Diamond, 2003:38). Por esencia, la
discusión normativa no puede ser reducida a una cosificación de “valores univer-
sales” que deban respetarse en todo el mundo, sino que es una constante construc-
ción deliberativa que, en última instancia, la definen personas, grupos humanos,
instituciones, Estados, etc. De hecho, es paradójico que se alberguen fenómenos tandivergentes bajo el nombre de la democracia. Un caso enigmático de esto ha sido
identificado por McFaul (2004) en cuanto a Estados Unidos y la invasión a Irak.
George W. Bush, bajo su Administración, justificó las invasiones a Irak como una
estrategia de expansión democrática frente a los ataques del 11 de Septiembre de
2001. En este caso, la universalización del valor democrático seleccionó como me-
dio a la coacción física, cumpliéndose una de las máximas de Maquiavelo: el fin jus-
tifica los medios. La comunidad internacional, tanto los países democráticos como
los que no encajan en esa definición, rechazaron la intervención norteamericana
por juzgarla como un avance en pos de intereses imperialistas. Sin embargo, para
McFaul (2004), esto no le quita mérito a la contribución preponderante de EstadosUnidos en cuanto a la promoción universal de la democracia, ni menos al valor
mismo de la democracia. El autor, siguiendo el argumento, señala que, debido a
que la democracia debe ser entendida como una norma universal, ésta no debe ser
monopolizada por Estados Unidos, sino que es una construcción global dirigida
por diversos Estados, ONG’s, etc. Por lo anterior, tener opiniones divergentes con la
política exterior norteamericana y defender la democracia como valor ya no es una
contradicción (como sí parecía serlo en la Guerra Fría)2 (McFaul, 2004).
Munck (2006) reafirma el hecho de que “la promoción de la democracia se inició en
gran medida como una iniciativa del gobierno de Estados Unidos y organizaciones
no-gubernamentales localizadas en la misma nación durante los años de la admin-istración Reagan” (Munck, 2006:160). Sin embargo, Estados Unidos ha compartido
el deber de expandir la democracia con diferentes actores que han emergido en
las últimas dos décadas (McFaul, 2004). Este compromiso global se ha asentado
en diversos tratados supranacionales, tales como la Declaración y el Programa de
Acción de Viena (1993), la Declaración del Milenio (2000) y la Carta Democrática
Interamericana (2001), empujando hacia el monitoreo de la misma (Munck, 2006).
Es menester de este monitoreo el asegurar que la democracia sea confrontada con
otros valores políticos, para así poner el énfasis en su contenido y no caer en el
“valor absoluto”, ya que el acento en los derechos políticos puede hacer desviar
la atención de los derechos sociales, éstos últimos presentes en algunos países nodemocráticos (Munck, 2006).
Aun cuando se estipulen todas las ventajas emanadas del régimen democrático,
2 De hecho, esta “contradicción” se mitiga en las palabras de Merriam (1938), cuan-do afirma que la democracia no es identificable con ningún tipo particular de organizaciónpolítica, económica, administrativa o ideológica, sino que es sólo una forma de asociaciónpolítica en donde las decisiones son determinadas por una gran mayoría de la comunidad.
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queda la interrogante si ésta ya se transforma en un universal per se, como lo plan-
tea Sen (2001) o, simplemente, es un tema de preferibilidad. La preferencia por la
democracia corresponde al terreno ético-político asentado en la civilización oc-
cidental (Sartori, 2009). El concepto de “buena ciudad”, que es la raison d´être de la
democracia, es, a su vez, el núcleo de la civilización occidental, por ende, observado
deductivamente, si preferimos la democracia es porque existe una “superioridad
valórica” en Occidente. Reconociendo que esta es una afirmación “políticamenteincorrecta”, Sartori (2009) se cuestiona de qué manera un juicio de valor se puede
demostrar racionalmente, y llega a concluir que la única manera de hacerlo es a
través de la comparación y el contraste. La falsedad de un concepto universal reside
en que éstos no pueden ser ni verdaderos o falsos, sino que son preferibles frente a
otros. Por ejemplo, “si nos atenemos a preguntas concretas –por ejemplo, la prefer-
ibilidad de la libertad sobre la cárcel, de más igualdad frente a menos igualdad, del
derecho de protestar respecto a una sumisión constante– entonces llegaremos a
obtener <<confirmaciones de preferencias>>” (Sartori, 2009:104-05). Si esta “pref-
erencia por comparación” la atenuamos con lo expuesto por Munck (2006) sobre
la relación entre los derechos sociales y políticos, llegaremos nuevamente a unadiscusión que parece no estar tan conclusa como se creía, ya que irían emergiendo
disyuntivas que desencadenarían en el poner en cuestión la democracia en térmi-
nos descriptivos. El choque de normatividades sería la respuesta, descosificando a
la democracia misma.
¿El tabú normativo de la democracia?
El no cuestionar a la democracia discursiva parece, irremediablemente, estar con-
denado a la explicitación normativa e ideológica, aun cuando se expongan sus ventajas, su preferibilidad frente a otros regímenes y tantas otras apologías diver-
sas. De hecho, cuando la democracia no “entrega” los resultados esperados para
la preservación de las instituciones existentes, la idea misma empieza a ser puesta
en discusión. Es por ello que autores como Bernard Crick han señalado que la
política misma debe ser defendida de la idea ambigua de democracia, ya que “cual-
quier idea clara y práctica debe ser defendida frente a vaguedades e imprecisiones”
(Crick, 2001:63). Asumiendo que existe un consenso sobre el no-consenso de qué
es una democracia y qué efectos debe generar, Crick (2001) explica que una democ-
racia puede generar tanto efectos positivos como negativos para la política. La tensa
relación entre democracia y libertad pone en jaque la noción de que la democracia
es positiva por sí misma. Por ello, hay que “moderarla” en sus expresiones extremas,
ya que “la doctrina democrática de la soberanía del pueblo amenaza la idea esencial
de que todas las sociedades avanzadas conocidas son inherentemente plurales y di-
versas, condición que es la semilla y raíz de la política” (Crick, 2001:70). Empero, la
amenaza que genera la democracia a la libertad también se da en la relación inver-
sa, de hecho, “a pesar de los disturbios, las injusticias y las humillaciones, es posible
que el individuo goce de más libertad en las últimas etapas de un régimen colonial
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que en el ambiente de intolerante entusiasmo unitario de un nuevo gobierno nacio-
nal” (Crick, 2001:74). Siguiendo la idea aristotélica del “gobierno mixto”, la supedi-
tación de la democracia a la política, tal como lo concibe Crick (2001), se debe a
que “la democracia es un componente de la política; cuando reclama exclusividad,
destruye la política, <<reduciendo la armonía a mera monotonía, o un tema musi-
cal a una sola nota>>” (Crick, 2001:83). Como veremos en el apartado “Entre la
democracia y la neutralidad” , este tipo de afirmaciones se asientan en la concepciónliberal que subyace a la ciencia política, en el afán de “evitar los extremos”.
Más allá de reconocer que abordar la democracia prescriptiva y descriptivamente
es una interminable reflexión teórica, lo que quiero sentar en este artículo es que la
defensa de la democracia, por el hecho de ser una defensa (valga la redundancia), es
esencialmente normativa, más allá de sus efectos positivos o negativos. Aun cuando
parte de la base de que la democracia es el único camino conducente a la libertad y
a las identificaciones colectivas, Pizzorno (1985) nos señala que:
“Al inicio nos hemos preguntado si la democracia puede ser consid-
erada el régimen que mejor satisface los intereses presentes en unasociedad. Hemos visto que no hay forma no tautológica de respond-
er a esta pregunta. Quien lo ha intentado no lo logró, ya sea porque
ha simplificado demasiado la realidad, ya sea porque ha incurrido en
contradicciones inevitables” (Pizzorno, 1985:40).
La neutralización de lo político en la ciencia política
Ya aclarada la característica inherentemente normativa respecto a la democracia,
es necesario adentrarse en su relación epistemológica con la neutralidad valorativa.
La idea de que es necesario neutralizar el ejercicio de la valoración en toda discip-
lina social que se haga llamar científica no es algo reciente. Sus orígenes se pueden
rastrear desde hace siglos, en los ídola de Bacon, en el positivismo de Comte, en las
prenociones de Durkheim, etc. Más allá de estar en contra o a favor de aquello, es
innegable el hecho de que éste ha sido un requisito omnipresente en el desarrollo
de las ciencias sociales, sin embargo, los compromisos inherentes a los intereses del
investigador, y a las instituciones a las cuales éste pertenece, parecen poner en en-
tredicho cierta afirmación. El compromiso con la contingencia histórica, con una
ideología o con una militancia en una causa política representa una contradictio in
adjecto en relación a la neutralidad (Nohlen, 1985). Es por ello que el compromiso
político debe ser compatible con las exigencias científicas, ya que, aunque se parta
de la base de que la ciencia política no es neutra en cuanto a valores y objetivos, “es-
tos parámetros tienen su plena legitimidad sólo en el contexto del surgimiento de
una investigación y en el de la aplicación de sus resultados, pero tienen que supri-
mirse o desaparecer en el contexto interno de la argumentación científica” (Nohlen,
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2003:6-7). La reflexión de Nohlen (2003) nace enfrentada a “la tentación de que el
intercambio se politice, que la posición ideológica sustituya al argumento razon-
able, que la contingencia política se apodere de la ciencia política de modo que –al
final de cuentas– esta se perciba como parte de la política” (Nohlen, 2003:6).
Nohlen (1985, 2003) observa la neutralidad referida al investigador en particular.
Empero, la existencia de juicios de valor no sólo son determinados por los hombres
de ciencia, sino que también por la construcción epistemológico-lingüística de la
disciplina en la cual se asientan. Sartori (2012) reconoce que los contenidos valor-
ativos son parte constitutiva de la construcción lingüística de la filosofía, “dirigido
a captar el sentido de la vida, la esencia de las cosas y la razón de ser (teleológica,
no causal) del mundo” (Sartori, 2012:251). Es por ello que existe una constante
tensión entre este lenguaje ultrarrepresentativo de la filosofía y el lenguaje aséptico
de la ciencia. La Wertreiheit (“desvinculación valorativa de la ciencia”) se ramifica,
a juicio de Sartori (2012), en dos tipos de escuela: la neutralización de los valores y
la cancelación de los valores. Mientras que la cancelación de los valores propugna la
idea de la tabula rasa en cuanto a los juicios de valor en la investigación científica,
la neutralización valorativa consiste en reconocer su existencia para así apartarlos
de los juicios positivos. Mientras que la cancelación se pretende transformar en un
principio constitutivo de la ciencia, la neutralización es la opción epistemológica-
mente más correcta para Sartori (2012), ya que se presenta como un principio regu-
lador. La cancelación valorativa como principio constitutivo supone un simplismo
analítico, ya que “ciencias como la psicología y la economía hicieron su camino per-
siguiendo y presuponiendo de modo más o menos implícito fines de valor. La me-
dicina no se perjudicó por considerar que la salud es un bien” (Sartori, 2012:253).
Mientras que unos fijan su atención en el investigador (Nohlen, 1985, 2003) y otros
en la construcción epistemológico-lingüística que hay detrás (Sartori, 2012), tam-bién está presente la observación en lo que atañe a la política científica (Albornoz,
2007). El complejo puente entre ciencia y poder es la política científica y, en él, las
definiciones epistemológicas no quedan intactas. Albornoz (2007) señala que “la
posición favorable a la neutralidad de la ciencia, arraigada en la comunidad cientí-
fica, enfatiza el carácter instrumental de los conocimientos científicos y tecnológi-
cos, atribuyendo el bien y el mal a los fines a los que se los aplique” (Albornoz,
2007:63). La ciencia tiene un carácter intencional, determinado por el investigador,
por la organización en la cual trabaja y por quién financia la investigación misma.
Parafraseando a Horkheimer, Albornoz (2007) señala que la ciencia reproduce las
relaciones sociales, ya que es funcional a los intereses involucrados en el juego delpoder, y porque recibe las cargas valorativas de los agentes de poder inmersos en la
dinámica. Los supuestos resultados objetivos de las iniciativas científicas se revisten
de valores definidos por las estructuras de poder. Es por ello que el autor concluye
que “la política científica expresa la forma en que tales procesos se resuelven, qué
intereses prevalecen y de qué manera son compatibles con las aspiraciones de equi-
dad y democracia” (Albornoz, 2007:64). La pregunta ahora es: ¿qué es lo ocurre
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particularmente con la ciencia política?
El aporte de Max Weber: la Wertfreiheit
Introducirse en la discusión sobre desde “dónde” se ejercen las cargas valorati-
vas –investigador, disciplina, poder extra-científico, etc. – y cuál es el efecto deaquello en la construcción científica, requeriría un tiempo y profundidad que
aquí no se tiene. Ahora bien, en lo que atañe directamente a la ciencia política,
uno de los pilares epistemológicos fundamentales, sin duda, ha sido la obra de
Max Weber, en la cual profundizaremos. “El sentido de la <<neutralidad val-
orativa>> de las ciencias sociológicas y económicas” (1917) y “La ciencia como
proesión” (1918) han sido los estudios más relevantes de Weber respecto al
tema3. Estos escritos han marcado un importante precedente en la definición
epistemológica de la disciplina, en miras de hacer una separación tajante entre
lo que es ser un político y ser un científico, tal como Weber señala en uno de
sus pasajes.
Para Weber (1917), las aulas están atiborradas de profesores que, revistiéndose
de intelectuales objetivos, propugnan juicios de valor. Estas valoraciones son
definidas como “las evaluaciones prácticas del carácter censurable o digno de
aprobación de los fenómenos influibles por nuestro actuar” (Weber, 1917:222).
Si bien, el juicio de valor no atañe a la empresa científica, hay ciertas salve-
dades que deben realizarse. En caso de que las valoraciones se permitan en
el ejercicio de la ciencia social (por ejemplo, la idea de “la lealtad al Estado”),
debe procurarse que todos los juicios de valor tengan lugar en el quehacer
académico, ya que si no, “la Universidad se convertiría […] en un seminario
sacerdotal, solo que sin poder conferir la dignidad religiosa propia de este”
(Weber, 1917:228). El valor es contraproducente con la ambición científica,
por lo mismo, Weber (1917) señala que la disciplina empírica sólo se limita a
mostrar: “1) los medios indispensables; 2) las repercusiones inevitables, y 3)
la concurrencia recíproca, de este modo condicionada, de múltiples valoracio-
nes posibles, en cuanto a sus consecuencias prácticas” (Weber, 1917:239). Para
clarificar la situación:
“Que se deba o no ser sindicalista es algo imposible de probar
si no se recurre a premisas metafísicas muy definidas que nun-
ca son demostrables, y que en este caso no lo son por ningunaciencia, cualquiera que sea. Si un oficial prefiere saltar por el
aire con su baluarte antes que rendirse, su acción puede, desde3 Sin duda, un tercer trabajo importante es “La «objetividad» cognoscitiva dela ciencia social y de la política social ” (1904), sin embargo, he decidido no considerarlopara este artículo, ya que se basa más que nada en una defensa del Archiv ür Sozialwis-senschaf und Sozial politik, revista en la cual trabajaba Max Weber, además, su con-tenido no dista mucho del expresado en “El sentido de la <<neutralidad valorativa>>” (1917).
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cualquier punto de vista, ser absolutamente inútil en un caso dado,
si se la confronta con sus consecuencias; pero no es indiferente la
existencia o no de la intención que lo impele a tomar tal actitud sin
preocuparse por su utilidad. Esa intención es tan poco «carente de
sentido» como la del sindicalista consecuente” (Weber, 1917:245).
Por todo lo anterior, Weber (1917) afirma que es deber del intelectual mantener
“la cabeza fría” frente a los ideales, para conservar su capacidad de “pensador”. Laciencia no busca responder preguntas sobre “la verdad”, ya que estas preguntas no
importan tanto para ésta como las de carácter netamente científico (Weber, 1918).
Al igual que Sartori (2012), Weber (1918) ocupa nuevamente el ejemplo de la val-
oración en la medicina, pero concluyendo la negatividad de aquello. La medicina
tiene como axioma el conservar la vida y evitar el sufrimiento en lo posible, sin
embargo, “el médico conserva por todos los medios la vida del moribundo aun
cuando éste suplique ser liberado de ella” (Weber, 1918:40-41)4. Entre otros ejem-
plos, Weber (1918) recurre al caso de las ciencias históricas, ya que, si bien son
ilustrativas de una multiplicidad de fenómenos (políticos, sociales, artísticos, etc.),
“no responden por sí mismas a la pregunta acerca del valor positivo de estos fenó-menos, ni tampoco contestan a la pregunta de si vale la pena conocerlos” (Weber,
1918:41-42). La neutralidad, para Weber (1918), es parte de la probidad que todo
intelectual debe profesar, ya que se debe separar la verificación de los hechos y el
consejo sobre cómo se debe vivir en una sociedad. Max Weber (1918) finaliza su
escrito expresando que “si pregunta por qué razón no se deben tratar estos prob-
lemas en el aula, se le contestará: porque el profeta y el demagogo no tienen lugar
en la cátedra” (Weber, 1918:43).
La obra de Max Weber ha realizado un aporte inmensurable en la ciencia política.
Es por ello la importancia de revisar el desarrollo epistemológico de nuestra discip-
lina a través de los preceptos que han guiado su formación, con el fin de determinar
qué tan cercanos estamos de aquello y qué rol cumple la epistemología en la ciencia
política contemporánea. Esta tensión entre hecho y valor, entre empiria y norma-
tividad, será revisada a la luz de lo que en la ciencia política se ha escrito respecto
al tema, tomando como base la reflexión ya realizada en torno a los escritos de Max
Weber.
Entre la democracia y la neutralidad: reflexiones epistemológicas
En el apartado anterior, decíamos que una de las distinciones básicas que se dan
en torno a los valores en la ciencia social remite al uso del lenguaje, haciendo un
paralelo entre filosofía y ciencia (Sartori, 2012). El problema surge, tal como se
verá, cuando en ausencia de un “lenguaje ultrarrepresentativo”, la ciencia de igual
manera tiene una normatividad implícita. De hecho, dado que la política es un
4 Esta discusión se puede contextualizar en los contemporáneos alegatos sobre elaborto y la eutanasia, trascendiendo de una reflexión técnico-científica para explorar el ter-reno de la valoración y la ética en la medicina.
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cusión deja a la luz es que “hoy no se puede decir nada interesante ni sugerente
sobre la realidad de la democracia si no es recurriendo a una definición ideal de
la democracia que oriente nuestras búsquedas e interrogantes sobre el fenómeno
democrático” (Cansino, 2007:24). El autor añade que “lo paradójico de todo este
embrollo es que la ciencia política nunca fue capaz de ofrecer una definición de
democracia lo suficientemente confiable en el terreno empírico, es decir, libre de
prescripciones y valoraciones” (Cansino, 2007:26), poniendo en tela de juicio su
carácter valorativamente neutral y libre de compromisos políticos7. Algunos casos
al interior de la disciplina pueden servir para reforzar este argumento.
La política comparada. Con lo afirmado por Cansino (2007), el ideal weberiano
en ciencia política se ve desmoronado en su cimientos. De hecho, en el caso de la
política comparada, el valor de la democratización es parte de “los fines humani-
tarios del espectro de las ciencias sociales”, en donde “este compromiso normativo
no es sólo una preferencia de valor del investigador o una implicación prescriptiva
de sus hallazgos; está retejido dentro de la verdadera tela del análisis” (Whitehead,
2001:516). Laurence Whitehead (2001) señala que el postulado de la neutralidad
axiológica deberá, irremediablemente, ser puesto en duda, dado que “calificar unademocracia de <<consolidada>> no es meramente categorizarla sino también
juzgarla” (Whitehead, 2001:528). Sin la pretensión de abandonar la idea de la obje-
tividad científica, el autor concluye que en la ciencia política “existe un noble pedi-
gree para el tipo de <<razón práctica>> y compromiso normativo, basado sobre las
artes del criterio social y la persuasión, que ha tendido a caracterizar los trabajos
mejores en el campo de la democratización comparada” (Whitehead, 2001:533).
La teoría política normativa. Entendiendo a la teoría política como la base nor-
mativa de la disciplina, Mejía Quintana (2006) afirma que la ciencia política ha
generado su ruptura de la filosofía política a raíz de la creación de sus propias
unidades de análisis: “Estado, sistema político y poder –inferidas de la tradición
contractualista y hegeliano-marxista, funcional-sistémica y posestructuralista–
que, posteriormente, derivan en la de democracia como categoría estructural de
interpretación” (Mejía Quintana, 2006:33-34). La condensación de las unidades de
análisis en la democracia se debe al “giro que se produce en el marco del final de la
Guerra Fría, la crisis del Estado de Bienestar y la aceleración conflictiva del proceso
de globalización” (Mejía Quintana, 2006:34). Esta justificación epistémica, a la luz
de este trabajo, no responde sino a juicios políticos que nuevamente se extraen
durante el proceso de la Guerra Fría y de sus consecuencias ulteriores. De hecho, el
autor reconoce que la condensación en la democracia trae consigo la tensión entre
el consenso y el disenso, enfrentándose a un dilema que pone en cuestión a los
intelectuales marxistas y posestructuralistas: “la dificultad de transitar de la democ-
racia política hacia la social, sin que el tránsito sea distorsionado por la utilización
de la fuerza” (Mejía Quintana, 2006:44). Es por ello que, ya explicitado su carácter
ideológico, Mejía Quintana (2006) arguye que “la columna normativa de la ciencia
7 Una de las justificaciones que se dan en cuanto a la defensa de la democracia enciencia política es por su valor aparentemente “universal” e incuestionable (Diamond, 2003;McFaul, 2004; Sen, 2001).
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política tiene varias consecuencias prácticas, además de las mencionadas” (Mejía
Quintana, 2006:56).
La técnica de la encuesta. En uno de sus trabajos, John Dryzek observa de qué
forma la ciencia política ha utilizado técnicas que naturalizan lo político. Entre las
técnicas que los politólogos han empleado en el desarrollo de la disciplina, una
de las más populares ha sido la encuesta, sobretodo en relación a los estudios de
opinión pública y de votación (Dryzek, 1988). Debido al poco conocimiento que
la ciudadanía tiene respecto a la política, las encuestas sirven para “reforzar un or-
den político imperante el cual trata a las masas políticas en términos de individuos
que son mayoritariamente pasivos, y sólo ocasional y mínimamente dispuestos
a participar en la vida política” (Dryzek, 1988:707)8. Dado que los instrumentos
científicos “neutrales” no existen, Dryzek (1988) afirma que las encuestas encierran
una naturalización de las relaciones políticas, determinadas por el diseñador de la
encuesta, entendiendo al ser humano alejado de la “acción”, por ende, partiendo
de la base de la no-política (1988:713-15). Así, la lógica de las encuestas de opin-
ión “toma una postura a favor de una política de una democracia débil” (Dryzek,
1988:721)9. En términos simples, Dryzek (1988) categoriza a la encuesta como un
instrumento más reforzador que crítico-propositivo del orden político.
Los esquemas teóricos. Ahora bien, mientras Dryzek (1988) apunta al aspecto téc-
nico de la disciplina, otros autores descubren las cargas valorativas en las explica-
ciones teóricas. Desde el aspecto de la teoría, el clásico trabajo de Charles aylor
titulado “Neutrality in Political Science” (1967) nos remite nuevamente a la con-
frontación entre la normatividad y los hechos. Los hechos en la ciencia política, nos
dice aylor (1967), supuestamente en nada nos ayudan a apoyar valor alguno, sin
embargo, existe una aceptación frecuente respecto a que éstos influencian nuestros
descubrimientos. El autor señala que los hechos sí son relevantes respecto a los va-lores, sin embargo, éstos están vinculados a ciertas explicaciones teóricas y no son
compatibles con otras. aylor (1967) expone el siguiente ejemplo: la idea de que las
democracias estables son “mejores” que las oligarquías estables (presente en el caso
de la obra “Political Man” de Seymour M. Lipset), puede variar si asumimos el valor
de que los hombres son más felices viviendo bajo reglas que no se cuestionan. Sin
embargo, al asumir lo anterior, también la construcción teórica cambia (o debería
cambiar), ya que si la concepción de las necesidades, deseos y propósitos de los
hombres cambian, también cambia su explicación teórica (aylor, 1967).
Por todo lo anterior, Gerring y Yesnowitz (2006) afirman que los valores y los
hechos “no habitan mundos diferentes”, por ende, “la ciencia política debe ser rel-
evante para las preocupaciones prácticas y públicas –para asuntos que afecten vital-
mente al bien común” (Gerring y Yesnowitz, 2006:114)10. Es por ello que los autores
desarrollan un modelo de cuatro posibilidades para enfrentar esta dicotomía, a sa-
ber: (1) abandonar la ciencia a avor de la política : asumir el estudio de la política
8 raducción propia9 raducción propia10 raducción propia
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como parte de una confrontación de partidos o de ideologías, olvidando su carácter
de “ciencia social”; (2) abandonar la ciencia positivista a avor de la interpretación:
dejar de lado la investigación causal-predictiva, con el fin de “interpretar el mun-
do”; (3) abandonar la dicotomía hecho/valor : suponer que no existe tal dicotomía,
con el riesgo de perder la claridad entre ambas esferas; (4) abandonar la política:
preocuparse netamente de la ciencia y no de su relevancia social. Los autores no
abogan por la negación de la dicotomía, sino por la clarificación de la importanciadel pensamiento normativo en los estudios empíricos de la disciplina, ya que “la
buena ciencia social […], envuelve un “matrimonio” de la ciencia y la importancia
social– ciencia y sociedad” (Gerring y Yesnowitz, 2006:133)11.
La tensión epistemológica: el caso de Estados Unidos
Giovanni Sartori se cuestionó en su momento el carácter de la “clase teórica”, en-
tendiéndolo como ambiguo y apologético del poder político. Frente a la pregunta
de si los intelectuales son “servidores”, Sartori (2012) responde:
“En efecto, es así. No veo por qué la nueva “clase teórica” irá a ser
diferente en este aspecto a los intelectuales de todos los tiempos.
El intelectual vive sobre márgenes sutiles, carece de independencia
económica, opera en invernaderos y en torres de marfil. Salvo muy
nobles pero numéricamente escasas excepciones, no tiene vocación
de guerrero ni temperamento de combatiente. […] El humanismo
que repudia hoy los valores que había profesado hasta ayer, puede ser
tachado de traidor; pero una clase teórica de tipo técnico-científico
actúa en su trabajo sujeta a quien le suministra los instrumentos para
trabajar” (Sartori, 2012:330).
La ciencia política, como disciplina autónoma, ha nacido en las aulas de Estados
Unidos a finales del siglo XIX y la mayor parte de los académicos provienen o es-
tudiaron allá. Es por ello que creo necesario indagar en el cómo se ha manifestado
la tensión epistemológica en la academia norteamericana, cómo ésta ha propagado
sus connotaciones ideológicas de la democracia por el mundo y cómo, a raíz de lo
anterior, se han generado efectos prácticos. En la introducción a “Imagining the
American Polity: political science and the discourse o democracy” (2004), John G.
Gunnell ha señalado que la ciencia política norteamericana “se ha definido a sí mis-
ma como una ciencia dedicada a la comprensión y propagación de la democracia,y ha jugado un largo rol en valorar ese concepto e igualarlo con el sistema político
americano” (Gunnell, 2004:1)12. Si bien, la ciencia política se ha “exportado” por el
mundo, ésta “conlleva una relación única con la vida política y la ideología ameri-
cana. Y sus preocupaciones han sido tanto prácticas como académicas” (Gunnell,
2004:4)13 . El autor plantea que, aunque la disciplina se caracteriza por su anhelo11 raducción propia12 raducción propia13 raducción propia
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científico y su defensa de la democracia, y tomando en consideración de que han
existido relaciones importantes con el contexto socio-político, la ciencia política en
Estados Unidos no ha desarrollado una dependencia tan fuerte con el poder políti-
co, como en el caso de la academia europea. Otros autores no estarían de acuerdo
con dicha afirmación. Para Ball (1999), “la historia de la ciencia política estadoun-
idense es en aspectos importantes parte de la historia de la política estadounidense”
(Ball, 1999:62), y esto se debe entender, sobretodo en lo que concierne a la neutrali-dad, en el amplio contexto intelectual de Estados Unidos, en donde “la disciplina
se buscó un hueco y la legitimidad” (Ball, 1999:62). Un ejemplo interesante de los
ofrecidos por el autor es el caso de Woodrow Wilson, uno de los padres fundadores
de la disciplina y vigésimo octavo Presidente de los Estados Unidos (1913-1921).
Ball (1999) plantea que Woodrow Wilson entendió a la ciencia política como “dis-
ciplina” tecnocrática, vale decir, una “ciencia social de control cívico que sirve al
Estado mediante, entre otras cosas, el adiestramiento de especialistas en adminis-
tración pública y campos conexos” (Ball, 1999:64).
Las reformas políticas y el control social realizados en Estados Unidos, posterior
a la época de la República de Weimar en Alemania que permitió el ascenso de
Hitler, respondieron a la necesidad de “salvar a la democracia estadounidense de sí
misma” (Ball, 1999:65), en donde la ciencia política “podía contraponer su propia
concepción, con el marchamo de estadounidense, de la política democrática, en la
cual la racionalidad triunfa sobre la irracionalidad y el interés prevalece sobre la
ideología” (Ball, 1999:84). El movimiento norteamericano del fin de las ideologías,
señala el autor, se basa en la idea de que existía un supuesto “consenso estadoun-
idense en el interior [que] significaba que el surgimiento de movimientos políticos
milenaristas o utópicos de tipo marxista o de cualquier otro tipo era casi imposible”
(Ball, 1999:89)14. Es la razón, en base a lo anterior, por qué los comparativistas,
años después, llegarían a la obvia conclusión de que “el ejemplo más pleno del tipoideal de cultura cívica es la cultura política de los Estados Unidos” (Ball, 1999:90).
Así se puede observar que la visión de la democracia norteamericana en la cien-
cia política, desde mi punto de vista, no busca la divergencia de opiniones, sino
la uniformidad ideológica. En este mismo impulso, haciendo también una breve
revisión histórica, Berndston (1987) tilda irónicamente de “coincidencia” que, en el
período de expansión de la disciplina en los años veinte del siglo pasado, intelectu-
ales como Charles Merriam hayan estado en el centro de la política por sus cargos
en la American Political Science Association (APSA) y en el Social Science Research
Council (SSRC), además de tener vínculos personales con John D. Rockefeller and
Franklin D. Roosevelt. Berndston (1987) afirma que “la tan llamada ciencia políticalibre de valores tenía sus propios valores, frecuentemente ligados con los objetivos
de la política exterior norteamericana” (Berndston, 1987:93)15 y que algunos com-
parativistas “neutrales” como Gabriel A. Almond apoyaban acérrimamente la idea.
Por lo mismo, el autor concluye que “es una tarea legítima intentar reconstruir los
objetos teóricos de la disciplina, y que es legítimo mirar esas prácticas discursivas
14 Palabras entre corchetes añadidas por el autor15 raducción propia
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las cuales han moldeado los objetos teóricos” (Berndston, 1987:97)16.
Una de las obras fundamentales y más autorizadas para observar el desarrollo de la
disciplina en Estados Unidos es “Te ragedy o Political Science: Politics, Scholar-
ship, and Democracy” (1984) de David M. Ricci. El concepto de tragedia en términos
literarios es utilizado, según Ricci (1984), para indicar el enfrentamiento entre dos
fines: la búsqueda de la ciencia y el apoyo a los ideales democráticos. Ricci (1984)
señala que existe un movimiento circular en los objetivos de la ciencia política: (1)
se selecciona un fenómeno político a estudiar; (2) se estudia correctamente desde
el método científico; (3) el conocimiento no apoya los ideales democráticos; (4) se
retorna al campo de la política para seleccionar otro fenómeno, esperando que los
resultados futuros sean más satisfactorios. Si bien, la disciplina buscó apoyar desde
el conocimiento científico a la democracia, “nunca fue completamente claro que
una ciencia de la política produjera la clase de enseñanzas requeridas para una bue-
na ciudadanía y un mejor gobierno” (Ricci, 1984:70) 17. Esta situación se enmarca, a
juicio del autor, en un contexto nacional de liberalismo, el cual nos hace aproximar-
nos a la respuesta de por qué la ciencia política, a pesar de su incesante búsqueda
de neutralidad científica, responde a los fines políticos ya establecidos para man-
tener el liberalismo. El fin de la Primera Guerra Mundial desemboca en un en-
frentamiento hacia los valores liberales. La ciencia política claramente no estaba
preparada para aquel escenario político, oscilando entre una defensa de la ciencia
y un valor liberal “pasado de moda”. En relación a esa época, Ricci (1984) destaca
las figuras de John Dewey y, fundamentalmente, de Karl Popper como los grandes
“revitalizadores” del liberalismo en términos teóricos, contribuyentes de que la
ciencia política pudiese volver a conectar la ciencia con el liberalismo. Popper, ha-
ciendo una analogía entre la ciencia y la democracia, plantea que la investigación
científica se puede dar en sociedades que, si bien no son perfectas, son “sociedades
abiertas”, recomendando “mantenerse alejado de la ideología, porque conduce soloal desorden político” (Ricci, 1984:128)18. La meta popperiana era la democracia
institucional y, ya conjugada nuevamente la ciencia con el ideario liberal, se da el
contexto en donde emergen los teóricos que dan inicio al behavioralismo. Sin em-
bargo, posterior a la esperanza conductista, la disciplina se caracterizó, a juicio del
autor, por cerrarse a la ciudadanía a través de un lenguaje altamente especializado,
en la cual se vuelven a recrear las condiciones de la tragedia literaria, definida por
Ricci (1984) como una constante. Este nuevo escenario ha sido criticado por Lipsitz
(1970), un contemporáneo al desarrollo del conductismo. Frente a la idea de que la
ciencia política se mostró irrelevante en relación a los problemas sociales y políti-
cos, como en el caso de la Guerra de Vietnam o la lucha por los derechos civiles,Lipsitz (1970) señala que la disciplina sólo ha servido como justificación al status
quo de Estados Unidos, sin confrontarlo críticamente. La democracia debe servir
a las necesidades humanas, por ende, la disciplina también. Sin embargo, el autor
afirma que el sistema socioeconómico norteamericano no es abordado en la gran
parte de la construcción teórica de la ciencia política por considerarse un tabú. A16 raducción propia17 raducción propia18 raducción propia
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mérico en lo que a profesionales de la ciencia política toca […] en el momento en
que el behavioralismo se erige como paradigma dominante” (Ruiz-Rico, 1975:192).
Es por ello que el establecimiento de un paradigma, nos dice Ruiz-Rico (1975),
se debe a factores extra-científicos, los cuales determinan qué teorías son “cientí-
ficas” en relación a su compromiso con el orden social establecido. El carácter
“democrático” de las sociedades capitalistas avanzadas asimila la oposición, haci-
endo alusión a “El hombre unidimensional ” de Herbert Marcuse, frente a lo cualRuiz-Rico (1975) se pregunta:
“¿cabe pensar […] que una sociedad aparentemente racional y libre
requiere en su interior algún grado de disenso —diríalo «propagan-
dístico»— y es confortable verlo encarnado en quienes no tienen
otra arma que la razón? ¿Hasta qué punto no se produce un des-
plazamiento del conflicto a planos simbólicos gratificando lo alter-
nativo y solidificando lo existente?” (Ruiz-Rico, 1975:203).
El uso discursivo de la democracia en la disciplina, como hemos visto a lo largo de
todo este trabajo, encierra paradojas irreconciliables. Debates silenciados y distan-cias abismantes entre la definición normativa, el estudio empírico y los resultados
prácticos en la disciplina. Aun cuando no abogo por la neutralidad, es inquietante
leer la afirmación de Max Weber cuando afirma que:
“Cuando se habla de democracia en una reunión política no se en-
cubre la posición personal; justamente, el tomar partido de manera
claramente reconocible es un condenado deber y una obligación. Las
palabras que se utilizan no son entonces los medios para un análisis
científico sino propaganda política dirigida a obligar a los otros a to-
mar una posición. No son las rejas del arado para ablandar el terreno
del pensamiento contemplativo, sino espadas contra el adversario,
instrumentos de lucha. Pero sería un sacrilegio utilizar la palabra en
este sentido durante una lección en una sala de clases. Cuando allí
se habla, por ejemplo, de la democracia en sus diversas formas se
analizarán las distintas maneras en que funcionan, se establecerán
las consecuencias particulares que tienen una u otra de estas formas
para las relaciones vitales, luego se compararán con otras formas de
ordenamiento político no democrático y se tratará, en la medida de
lo posible, de que el oyente esté en situación de encontrar el punto
desde el cual pueda tomar posición según sus propios ideales. Sin
embargo, el verdadero profesor se guardará muy bien de imponer
desde la cátedra ningún tipo de posición, ya sea expresamente o por
medio de sugerencias, puesto que como es natural la forma más des-
leal es aquella de “dejar hablar a los hechos”” (Weber, 1918:42-43).
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Conclusiones y reflexiones
El presente artículo no viene a poner en cuestión el carácter científico y metódico
–a causa de su compromiso valorativo– del gran reservorio de obras que se han
edificado en la ciencia política. De hecho, si asumimos que la valoración subyace a
la ciencia, no podríamos cuestionar su validez. El punto de quiebre, a mi juicio, se
da en la exclusión de posturas políticas alternativas que no encajen en la definición
de lo “normativamente correcto” para la disciplina. La ciencia política debe abrir
paso para que nuevas miradas de lo político se entronicen en ella, superando la dis-
cusión técnico-metodológica y entrando abiertamente a una discusión ideológica
de sus fines y alcances. Por esa razón recurrí constantemente a la obra de Max
Weber, con el fin de demostrar las paradojas existentes entre lo que los politólogos
pretenden ser y lo que son. Sin poder negar por más tiempo el juicio de valor, la
ciencia política tuvo que reconocer su existencia. Sin embargo, el problema es in-
tentar imponer una unidimensionalidad política en la disciplina.
Este trabajo tiene cinco conclusiones fundamentales que forman un movimiento
circular, similar al expuesto por Ricci (1984), las cuales dan origen a la tensiónepistemológica. Primera, la ciencia política se ha constituido en base a dos fuentes
de legitimación: una fuente epistemológica que es la neutralidad valorativa y una
fuente político-ideológica que es la democracia liberal. Segunda, la disciplina no
puede sostener epistemológicamente a ambas, ya que una es negación de la otra.
ercera, se mitiga la tensión epistemológica aludiendo discursivamente al caráct-
er incuestionable de la democracia como valor universal. Cuarta, la neutralidad
valorativa reviste la tensión a través de una “ciencia comprometida pero objetiva”.
Quinta, cualquier apelación a esta configuración disciplinar es respondida en base
a las fuentes de legitimación de la ciencia política. En otras palabras, la ciencia
política tiene un “candado” entre la democracia y la neutralidad. Para salir de este
movimiento, nos queda elegir o la apología de la democracia o la neutralidad val-
orativa acérrima. Pero, si se elige la apología democrática, ¿se dará el choque de
normatividades o seremos un “seminario sacerdotal” de “funcionarios leales a la
democracia liberal”?
Cuando Max Weber defiende la idea de la neutralización de los valores, tal como se
expuso en ese apartado, es porque la presencia de un solo juicio de valor debe dar
paso también a que todas las valoraciones posibles estén presentes en la ciencia so-
cial (situación que él considera como acientífica, por lo demás) o, sino, las ciencias
sociales serían “seminarios sacerdotales”. Ahora bien, la situación de “seminario
sacerdotal” no es tan lejana de la condición de la ciencia política, sosteniéndoseesta afirmación en varios de los trabajos revisados (Lipsitz, 1970, Ruiz-Rico, 1975,
Ricci, 1984, Berndston, 1987, Dryzek, 1988, Ball, 1999). Siguiendo el modelo de
las posibilidades de Gerring y Yesnowitz (2006), la disciplina tiene sólo dos salidas
a esta tensión. En ese sentido, afirmo que las posibilidades de superar la tensión
epistemológica son: (1) asumir el concepto de neutralidad valorativa tout court ,
rechazando cualquier asomo de valoración o ideologismo, ya sea a favor de la de-
mocracia o no; (2) reconocer explícitamente la presencia de los juicios de valor y,
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sin caer en el “partidismo ciego”, permitir que todas las valoraciones posibles estén
presentes en la disciplina, aun cuando podamos juzgar negativamente la norma-
tividad de los otros intelectuales. Esta dicotomía responde al hecho de que, si bien
ésta no es una contra-apología de los valores democráticos, hemos visto cómo el
uso discursivo de la democracia en la ciencia política ha revestido de “democratiza-
dores” hechos que parecen no serlo tanto.
Así expresado, mi propuesta es abogar por el choque de normatividades; único
camino lógico, a mi entender, que contiene tanto el anhelo cientificista como la
reflexión valorativa, replanteándonos la noción de lo que es la ciencia social. El
choque de normatividades no es una situación acientífica, como diría Weber, sino
la expresión más honesta y concreta de una renovación en la ciencia política que
se resiste a ser funcional a intereses políticos que no conoce o que no comparte.
Sin embargo, en caso de que mi razonamiento sea efectivo y estemos frente a una
tensión epistemológica, cabe preguntarse por qué ésta ha permanecido todo este
tiempo en la ciencia política. La respuesta concretamente no la sé, aunque lo prim-
ero sería ver si los politólogos han dirigido sus esfuerzos en desenmascarar dicha
realidad. Es por ello que este trabajo insta a investigar varios fenómenos, tales como
la socialización en las universidades y la aprehensión de las pautas “correctas” en la
ciencia política, la historia de las altas personalidades de la disciplina, una mayor
profundización en los principios epistemológicos de la ciencia política, una nueva
mirada más integral a la historia de la ciencia política en cuanto a las experiencias
nacionales, trabajos empíricos que superen esta reflexión teórica y puedan dem-
ostrar causalidades en el fenómeno, entre otros. Espero este ensayo contribuya a
dicho proceso.
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