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  • Annotation

    Siento por estos relatos algo muy especial, porque son fragmentos de mi propia vida: eldesaparecido mundo de mi juventud en Budapest, bajo el estalinismo; aquellas figuras pintorescas,preparadas para sobrevivir, algunas de las cuales no me eran en absoluto ajenas; mi encuentro con lamsica de Wagner y con la literatura; el despertar de una gran aventura intelectual... y la sbitaruptura, simbolizada en el pasar de un jeep con la bandera inglesa. Cuando termin de redactar estosrelatos, tuve durante largo tiempo la sensacin de que acababa de hacerme un regalo a m mismo.

  • IMRE KERTSZ

    La Bandera Inglesa

    Traduccin de Adn Kovacsics Meszaros

    El Acantilado

  • Sinopsis

    Siento por estos relatos algo muy especial, porque son fragmentos de mi propiavida: el desaparecido mundo de mi juventud en Budapest, bajo el estalinismo; aquellasfiguras pintorescas, preparadas para sobrevivir, algunas de las cuales no me eran enabsoluto ajenas; mi encuentro con la msica de Wagner y con la literatura; el despertar deuna gran aventura intelectual... y la sbita ruptura, simbolizada en el pasar de un jeep conla bandera inglesa. Cuando termin de redactar estos relatos, tuve durante largo tiempo lasensacin de que acababa de hacerme un regalo a m mismo.

    Ttulo Original: Az angol lobogTraductor: Kovacsics Meszaros, AdnAutor: Imre Kertsz2005, El AcantiladoColeccin: Narrativa del Acantilado, 95ISBN: 9788496489240Generado con: QualityEbook v0.70

  • LA BANDERA INGLESA IMRE KERTSZ

    TRADUCCIN DE ADAN KOVACSICS

    BARCELONA 2005

    ACANTILADO

  • PRIMERA EDICIN noviembre de 2005TTULO ORIGINAL Az angol lobog

    Publicado por:ACANTILADO

    Quaderns Crema, S. A., Sociedad Unipersonal

    Muntaner, 462 08006 BarcelonaTel.: 934 144 906 - Fax: 934 147 107

    [email protected]

    Originally published in Hungarian

    1991, 1998 by Imre KertszPublished by permission of Rowohlt Taschenbuch Verlag GmbH,

    Reinbeck bei Hamburg de la traduccin, 2005 by Adn Kovacsics

    de esta edicin, 2005 by Quaderns Crema, S.A.

    Derechos exclusivos de edicin en lengua castellana:Quaderns Crema, S.A.

    La traduccin de esta obra ha recibido una ayuda del Translation Fund of the Hungarian Book

    Foundation

    Foto de cubierta: Hulton Archive Getty Images

    ISBN: 84-96489-24-8DEPSITO LEGAL: b. 45.239 2005

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  • LA BANDERA INGLESA

    ... delante de nosotros, la niebla; detrs, la niebla;

    y debajo, un pas hundido.

    MIHLY BABITS Si quisiera contar ahora la historia de la bandera inglesa, a lo que un grupo de amigos me animadesde hace das o quiz meses, debera mencionar primero la lectura que me ense a admirar labandera inglesadirase que rechinando los dientes, debera hablar de mis lecturas de aquelentonces, de mi pasin por la lectura, decir de qu se nutra, de qu casualidades dependa, comoocurre, por cierto, con todo aquello que reconocemos como destino con el paso del tiempo, sea porsu lgica implacable, sea por su absurdo, debera explicar cundo empez esa pasin y adonde fueparar, debera contar, en suma, toda mi historia. Y como esto es imposible, por falta no ya de tiemposino tambin de los debidos conocimientos, pues quin puede afirmar de s mismo que conoce suvida, por mucho que posea ese equvoco saber que cada cual creer tener de su existencia, que esbsicamente un proceso incognosciblesobre todo para uno, un trnsito y un desenlace (bito oexitus), como esto es imposible, repito, considero que lo ms correcto sera comenzar la historia dela bandera inglesa por Richard Wagner. Y si bien Richard Wagner podra llevarnos a la banderainglesa de manera directa, con la misteriosa precisin de un leitmotiv consecuente, debera empezar,de hecho, para hablar con propiedad de Richard Wagner, por la redaccin. Dicha redaccin ya noexiste, como tampoco, desde hace tiempo, el edificio en el que s existi para m, y mucho, por aquelentonces (tres aos despus de la guerra, para ser exactos): la redaccin con sus pasillos oscuros ysus rincones polvorientos, con sus minsculas piezas cargadas de humo de tabaco, iluminadas porbombillas peladas, con sus llamadas telefnicas, sus gritos, el tableteo de las mquinas de escribir,tan parecido al de las armas de fuego, los fugaces momentos de agitacin, las continuas congojas, losdiversos estados de nimo, y luego la angustia permanente y cada vez ms invariable que parecasurgir de los rincones y que acab impregnndolo todo, esa redaccin antigua que haba dejado derecordar, haca tiempo, las antiguas redacciones y a la que yo acuda todas las maanas a una horaatormentadora, por temprana: a las siete, por decir algo. Con qu esperanzas?, reflexion en vozalta, pblicamente, ante el grupo de amigos que me alentaba a relatar la historia de la banderainglesa. Hoy veo como en una pelcula a aquel joven que deba de tener unos veinte aos y al que enaquel entonces consideraba y viva como mi propio yo, por una ilusin de los sentidos a la que todosestamos expuestos; en ello influye, probablemente, el hecho de que lo yotambin se viera (o meviera) como en una pelcula. Por otra parte, sin embargo, no cabe duda de que tal circunstanciapermite narrar la historia, que de lo contrario resultara inenarrable, como ocurre con todas lashistorias, que dejara de ser, por tanto, una historia, y que, si se narrara de otra forma, acabaracontando precisamente lo contrario de lo que debera contar. Esa vida, la de un joven de veinte aos,slo era sostenida por su capacidad de ser formulada, slo transcurra, con sus fibras nerviosas, contodo su afn convulso, en el plano de dicha capacidad. Esa vida aspiraba, con todas sus energas, avivir, con lo cual se opona, por ejemplo, a mi aspiracin actual y tambin, lgicamente, a misformulaciones actuales, a estas formulaciones que no cesan de fracasar, de chocar con lo

  • informulable, de lucharen vano, clarocon lo que no puede formularse: en aquel entonces, el afnde formular aspiraba, por contra, a mantener a oscuras lo informulable, esto es, la esencia, o sea, lavida que transcurre en la oscuridad, que se mueve a tientas en la oscuridad, que carga con el peso dela oscuridad, pues slo as poda ese joven (yo) vivirla. Mediante la lectura, mediante esa epidermisque cubra las diversas capas de mi vida, me mantena en contacto con el mundo como a travs de untraje protector. Este mundo suavizado por la lectura, distanciado por la lectura, destruido por lalectura, era mi mundo mendaz, pero aun as vivble y, de vez en cuando, casi tolerable. Al final seprodujo entonces el momento previsible en que me perd para la susodicha redaccin y me perdtambin para... a punto he estado de decir para la sociedad; de hecho, si hubiera habido una sociedado, dicho de otro modo, si aquello que haba hubiera sido una sociedad, me habra perdido para esacosa parecida a una sociedad, para esa horda que gema como un perro, que gritaba como una hienahambrienta, siempre vida de cualquier cosa que pudiese destrozarse a mordiscos; haca tiempo queme haba perdido para m mismo y casi me perd tambin para la vida. No obstante, incluso en estepunto ms bajoque por aquel entonces, al menos, tena por el ms bajo, aunque despus conoc unoms bajo, y luego otros ms bajos hasta caer a una profundidad insondablese mantena loformulable o, dicho de otro modo, el enfoque de la cmara o, para expresarlo con ms precisintodava, la lente de una cmara que era, para dar un ejemplo concreto, un noveln de pacotilla. No sni de dnde lo haba sacado, ni cmo se titulaba, ni de qu trataba. Ya no leo esos novelones, desdeque en el transcurso de la lectura de uno de ellos descubr de pronto que no me interesaba saberquin era el asesino, que en este mundoen un mundo asesinoresultaba no ya equvoco y, dehecho, escandaloso, sino tambin superfluo preguntarse por la identidad del asesino, porque todos loeran. En aquel entonces, hace quiz cuarenta aos, sin embargo, ni siquiera se me plante estaformulacin; no era de aquellas que mis aspiraciones de hace cuarenta aos, ms o menos,consideraran tiles, pues el asesinato slo era un hecho ms, uno de esos simples hechosaunque noel ms insignificante entre los cuales viva, entre los cuales me vea abocado a vivir (porquequera vivir). Mucho ms importante era para m la costumbre del protagonista, un hombre de oficioarriesgadoun detective privado, tal vez, su costumbre, digo, de regalarse siempre algo, unwhisky o, a veces, una mujer o algn viaje en coche por carretera, desenfrenado y sin rumbo, antes deacometer una de esas empresas suyas en las que se jugaba la vida. Por aquel entonces, ya meacechaban peligros mortales en la redaccin: para ser preciso, peligros fatalmente aburridos pero nopor eso menos mortferos, nuevos todos los das y, sin embargo, siempre iguales. Por aquel entonces,tras una pausa tan breve como totalmente injustificada, volvieron a aparecer las tarjetas deracionamiento, sobre todo para la carne, tarjetas del todo superfluas, por supuesto, en particulartratndose de la carne, puesto que no se dispona de la cantidad de carne suficiente para conferircierta seriedad a la distribucin de dichas tarjetas. Por aquellas fechas inaugurarono volvieron ainaugurarun restaurante llamado Corvin, perteneciente a unos grandes almacenes del mismonombre, donde (como los grandes almacenes eran de propiedad extranjera, de las fuerzas deocupacin concretamente) tambin se serva carne, pero sin pedir tarjetas de racionamiento, aunque,eso s, cobrando el doble del precio habitual (es decir, el doble de lo que habran pedido en otrositio, si en otro sitio hubieran servido carne), y por aquellas fechas, cuando volva a acecharme,previsiblemente, algn peligro de muerte fatalmente aburrido en la redaccin en forma de algunareunin con solemne ttulo, por ejemplo, me regalaba en ese restaurante con un filete de carnerebozada (muchas veces gracias a un adelanto sobre mi sueldo del mes siguiente, porque lainstitucin del adelanto se mantuvo vigente durante un tiempo, por causa de algn olvido sin duda,cuando todo haba perdido ya su vigencia); y por mucho que me enfrentara a numerosos, diversos y

  • fatalmente aburridos peligros de muerte, la conciencia de haberme regalado algo antes, o sea, laconciencia de mi prevencin, de mi secreto, es ms, de mi libertad inherente a aquel adelanto y aaquella carne rebozada adquirida sin la tarjeta de racionamiento, de los que, salvo yo, nadie podasaber con la excepcin del cajero, que slo saba del adelanto, y del camarero, que slo saba de lacarne rebozada, dicha conciencia me ayudaba ese da a superar horrores, infamias y humillaciones.Por aquellas fechas, los das de diario, que se estiraban entre sol y sol, se haban convertido en dasde infamia sistemtica, aunque la formulacino la serie de formulacionesde cmo seconvirtieron en tales, de ese proceso sin duda muy digno de atencin, ya no forma parte del recuerdode mis formulaciones, ni tampoco, probablemente, de mis formulaciones de aquel entonces. La causadeba de residir, a buen seguro, en el hecho de quetal como he mencionado mis formulaciones selimitaban a ponerse al servicio de la mera prctica de la vida, de la mera posibilidad de continuarlaentre sol y sol, considerando la vida como algo dado, lo mismo que el aire que deba respirar o elagua en que poda nadar. Mis formulaciones no prestaban atencin alguna a la calidad de la vidacomo objeto de formulacin, por cuanto dichas formulaciones no servan al conocimiento de la vida,sino, tal como he sealado, a cmo vivirla, esto es, a cmo eludir su formulacin. Por aquellasfechas, por ejemplo, se celebraban ciertos juicios en el pas, y a las preguntas del grupo de amigosque me animaba a narrar la historia de la bandera inglesa, a las preguntas insistentes y mareantes deaquel grupo integrado sobre todo por antiguos alumnos mos, o sea, por personas unos veinte o treintaaos menores que yo y que, sin embargo, no eran ya del todo jvenes y a las que no les importabainterrumpir e impedir con sus preguntas el relato de la historia de la bandera inglesa, a las preguntas,pues, de si me crea, por as decirlo, las acusaciones planteadas en aquellos procesos, de sicrea en la culpa de los acusados y as sucesivamente, les respond que por aquel entonces nisiquiera haba surgido en m la duda de si eran crebles o no dichos procesos. En el mundo queentonces me rodeabael mundo de la mentira, del horror y del asesinato, que es como puedocalificarlo sub specie aeternitatis, con lo cual, sin embargo, ni siquiera rozo la realidad ysingularidad de ese mundo, ni tan slo se me ocurra pensar que aquellos procesos no fueran puramentira, que los jueces, los fiscales, los testigos y hasta los acusados no mintiesen, que nofuncionara, eso s, de manera infatigable, una nica verdad, la del verdugo, o que pudiera funcionaruna verdad que no fuese la de la detencin, del encarcelamiento, de la ejecucin, del tiro en la nuca ode la horca. Todo esto, sin embargo, slo ahora lo formulo con agudeza, con estas palabras quedefinen de manera decididacomo si por aquel entonces (o en estos momentos) hubiera existido (oexistiera) alguna base slida para cualquier definicin, ahora que me animan a contar la historia dela bandera inglesa, de tal modo que me veo obligado a narrar desde la perspectiva de una historia, aatribuir significado a aquello que en la conciencia generalen esa conciencia equivocada elevada alrango de generalidadha adquirido significado, pero que en la realidad de aquel entoncesalmenos para mapenas lo tena o lo tena de una forma del todo distinta. En consecuencia, no puedocontar, por ejemplo, que en aquella poca sintiera algo as como indignacin por los procesos que secelebraban: no recuerdo ni considero probable haberla sentido, por el simple hecho de que noperciba, ni en m ni en mi entorno, ningn tipo de moral en cuyo nombre hubiese podido indignarme.Con todo ello, sin embargo, sobrevaloro y doy demasiadas vueltas, insisto, a lo que significabanaquellos procesos para mpara un yo que ahora contemplo desde muy lejos, como si lo viera enuna pelcula gastada, tembleque y a punto de cortarse, porque, a decir verdad, slo llegaron arozar mi atencin; significaban, digmoslo as, el espesamiento del peligro continuo y, porconsiguiente, de mi repugnancia continua, la intensificacin del peligro que quiz no me amenazabadirectamente o, para usar una frmula potica, el oscurecimiento del horizonte, junto al cual, no

  • obstante, an se poda leer algo, si es que lo haba (por ejemplo, Are de triomphe). A m no meafectaron las repercusiones morales de los procesos que se celebraban por aquellas fechas, sino msbien las que se producan en el mbito de lo sensorial, de tal modo que no me provocaronconsideraciones morales sino ms bien reflexiones que se movan en el plano de los rganossensoriales y de las fibras nerviosas, esto es, reflexiones debidas a sensaciones tales como la yamencionada repugnancia, luego la alarma, la extraeza, la incredulidad pasajera y la inseguridadgeneralizada. Recuerdo, por ejemplo, que por aquellas fechas era verano y que ese verano sepresent de entrada con un calor casi insoportable. Recuerdo que en ese verano de calor casiinsoportable a alguien de la redaccin se le ocurri la idea de que era necesario transmitir unaformacin superior y, por as decirlo, terica a los compaeros de trabajo jvenes, que as eracomo nos llamaban. Recuerdo que en una noche particularmente sofocante de ese veranoparticularmente sofocante, una de las personalidades ms poderosas de la redaccin, unapersonalidad del todopoderoso partido, una personalidad todopoderosa del partido, unapersonalidad temida por todos, ms poderosa y ms responsable que el todopoderoso y responsableredactor jefe, aunque su autoridad persistiera bastante en lo ocultosi se me permite esta parfrasisheideggeriana, nos imparti, como quien dice, una clase terica, como quien dice, a loscompaeros de trabajo jvenes. Recuerdo el cuarto en el que transcurri la clase, cuarto hoyinexistente del que no queda ya ni rastro, la llamada sala de mquinas, trmino que designaba unapieza atestada de mquinas de escribir, de mecangrafas que aporreaban dichas mquinas a rfagas,de escritorios y mesas comunes y silvestres, sillas, caos, cantidad de telfonos, cantidad decolaboradores, cantidad de fuentes sonoras, todos ellos enmudecidos en esa noche, desconectados yapartados, para dar cabida a los fervorosos oyentes sentados en sus asientos y al conferenciante quelos adoctrinaba. Recuerdo que estaba abierta la puerta de dos hojas que daba al balcn y que yoenvidiaba al conferenciante porque sala con gran frecuencia, al final casi a cada minuto, casi a modode una coma en su discurso, a refrescarse en ese enorme balcn y no se detena hasta llegar a labarandilla, donde se inclinaba sobre el larguero y contemplaba en cada ocasin el abismo humeantedel Krt, y recuerdo que yo, confinado en aquel cuarto trrido, imaginaba cada vez lleno de anhelolas hojas polvorientas que bordeaban la calle y que tal vez se mecan ligeramente movidas por el airedel crepsculo, los transentes que paseaban debajo, la terraza pobretona del caf de enfrente,llamado primero Szimplon y luego Szimpla, las prostitutas clandestinas que se diriganapresuradamente y de forma muy poco clandestina sobre sus tacones altos a sus puestos habituales enlas calles Npsznhz o Brkocsis. Tanto ms me llam la atencin, aunque luego necesitara tiempopara entender el significado de lo ocurrido, el hecho de que este todopoderoso, que entretanto sehaba puesto rojo como un cangrejo, que emanaba sudor a raudales por la frente y que temblaba ams no poder por el esfuerzo, segn crea yo en aquel momento (si es que crea algo), el hecho, digo,de que no procurara bajar cuanto antes a la calle despus de la conferencia, que, al contrario, lecostara separarse de nosotros, nos interpelara incluso individualmente hasta que por fin logramosliberarnos de l y yo pude salir al balcn y mirar, respirando aliviado, abajo, a la calle, que eltodopoderoso acababa de pisar tras franquear la puerta del edificio, momento en el cual dosominosos personajes, listos para actuar, se bajaron rpidamente de un coche negro estacionado juntoa la acera e introdujeron al todopoderoso en el vehculo, con un poco de exceso de celo, quiz, justocuando, en el silencio que se produce de golpe en el crepsculo e interrumpe por un breve instante elalboroto de la ciudad tras un da insoportable, casi como culminacin o como pausa en la piezaorquestal, se encendieron de repente las luces fantasmagricas de las farolas. A vosotros, personascultas y maduras, dije a aquel grupo de amigos formado bsicamente por antiguos alumnos que me

  • animaba una y otra vez a narrar la historia de la bandera inglesa, ya no os asombrar saber adondellev aquel coche negro a su vctima ni el hecho de que ese hombre todopoderoso no cesara de mirardesde el balcn el vehculo que aguardaba abajo, confiando en un principio en que no lo esperara al, aunque al cabo de unos minutos, durante la charla, ya empez a tomar conciencia de que, enefecto, el coche negro lo esperaba a l y, una vez adquirida tal certeza, ya slo le cupo estirar eltiempo cuanto pudo y aplazar el momento de despedirse y salir por la puerta del edificio; a m, encambio, no s qu me sorprendi ms y de forma ms desagradable, si el encuentro, cuatro, cinco oseis aos despus, con un anciano destrozado, roto y medio ciego, en el que reconoc, aterrado, alantiguo todopoderoso, en la entonces todava existente alameda de la avenida Andrssy, luego Stalin,luego Juventud Hngara, luego Repblica Popular, etctera, o la reunin de la redaccin, la llamadareunin relmpago, convocada deprisa y corriendo el da posterior a la escena del balcn, en laque me vi obligado a enterarme de cosas horripilantes, inconcebibles, sobre aquel todopoderoso queun da antes an provocaba un terror generalizado, una admiracin generalizada y un servilismotambin generalizado. Todas esas monstruosidades nos las comunic, ora pateando el suelohistricamente como un nio malcriado, ora haciendo estallar una ira increblemente violenta comoun ser que, mortalmente angustiado, volva a un estado primitivo del hombre, se reduca a una amebapalpitante, a una simple masa viviente y gelatinosa y se suma por completo en ese estado deregresin, nos las comunic, digo, el responsable, el redactor jefe que el da anterior, precisamente,an se arrastraba ante el susodicho todopoderoso, temblando y haciendo reverencias y tratando decongraciarse con l. En la actualidad sera del todo imposible y, adems, del todo intil recordar lasinconcebibles afirmaciones de ese hombre y sus an ms inconcebibles palabras, consistentes en unmejunje de toda clase de acusaciones, improperios, aseveraciones, justificaciones, calumnias,promesas, amenazas, expresado de la forma ms extrema, de tal modo que los improperios no searredraban, por ejemplo, ante los nombres de animales, de fieras de tipo canino sobre todo, y lasaseveraciones recurran al vocabulario religioso ms mojigato. A esas alturas sent curiosidad porsaber si el grupo de amigos que me animaba a narrar la historia de la bandera inglesa era capaz deimaginar la escena ni que fuese de forma aproximada y les ped que hicieran el esfuerzo, puesto queno dispona, por desgracia, ni de la capacidad plstica ni de los instrumentos expresivos paradescribirla: por ms que lo intentaran, se esforzaran y asintieran con la cabeza, estoy convencido deque no lo consiguieron, por la sencilla razn de que nadie puede imaginar tal escena. No se puedeimaginar que un hombre adulto, de ms de cuarenta aos de edad, que coma con cuchillo y tenedor,se ataba la corbata, hablaba la lengua de la clase media culta y exiga, siendo como era redactor jefey responsable de la redaccin, exiga, digo, que se confiara sin reservas en su juicio, no se puedeimaginar, insisto, que un hombre as, sin estar borracho ni haber perdido de golpe la razn, serevolviera de pronto en su propio miedo y empezara a desvariar soltando estupideces a voz en grito yen medio de convulsiones espasmdicas; no se puede imaginar que se produjera una situacin comola que, en efecto, se produjo, ni la forma en que se produjo; tampoco puede imaginarse, en definitiva,la situacin en s, la escena con sus protagonistas: el grupo, nuestro grupo, angustiado ante aquelpayaso gesticulante, todos esos hombres y mujeres adultos, periodistas, mecangrafos, estenotipistasde treinta, cuarenta, cincuenta y hasta sesenta y setenta aos de edad, toda clase de profesionales queescuchaban perplejos, con rostro serio y sin plantear objecin alguna, esas palabras airadas, carentesde todo significado, expuestas en un ejercicio de autonegacin colrica, en un verdadero paroxismode la autonegacin, que suponan una burla al sentido comn, a la reflexin, a la mesura. Insisto, nisiquiera se plante en m la cuestin de la credibilidad o no de las acusaciones, pues esas palabraspropias de un noveln de pacotilla, esas acusaciones que parecan salidas de crnicas medievales

  • sobre herejes, dejaban muy atrs todo mbito de lo juzgable, y quin poda juzgar, adems, salvoaquellos que juzgaban? Qu verdad poda percibir aparte de la verdad de que aquella escena eraridcula y bsicamente pueril y de que cualquiera poda ser llevado en cualquier momento por uncoche negro, lo cual tambin era, bsicamente, una verdad de Perogrullo? Insisto, el joven, aturdido yvacilante de veinte aos (yo), que oscilaba entre el horror y las ganas incontroladas de rer, sloperciba que ese hombre que ayer an era todopoderoso mereca ahora el simple calificativo de unafiera de tipo canino y poda ser llevado en cualquier momento a cualquier sitio en un coche negro, esdecir, slo perciba la falta de toda estabilidad. Y resulta que ante el grupo de amigos que meanimaba a narrar la historia de la bandera inglesa me dej llevar a la afirmacin de que la moralquiz no fuese ms (en cierto sentido) que la estabilidad, y que las situaciones que se caracterizabanpor su falta de estabilidad slo fueran creadas, quiz, para impedir la existencia de una situacinbasada en la moral: y aunque esta afirmacin ma pronunciada con ocasin de una merienda puedaparecer poco elaborada e improbable y en gran parte incluso insostenible en las circunstanciasmucho ms ponderadas de la escritura, s mantengo que al menos existe un estrecho vnculo entre laseriedad y la estabilidad. La muerte, si nos preparamos para ella de forma continua en el transcursode la vida, al considerarla la verdadera y, de hecho, la nica tarea que nos espera, si la vamosensayando, por as decirlo, en el transcurso de la vida, si aprendemos a verla como una solucintranquilizadora, en definitiva, aunque no satisfactoria, la muerte, digo, es una cosa seria. El ladrillo,en cambio, que cae por casualidad sobre nuestra cabeza no es serio. El verdugo no es serio. Sinembargo, tambin teme al verdugo quien no teme a la muerte. Con todo esto, slo quiero describiraunque sea con deficienciasmi estado, mi estado de aquel entonces. El hecho de que, de una parte,pasara miedo y, de otra, me riera, pero sobre todo de que quedara confundido en cierto sentido yhasta cayera en una crisis, perdiera el refugio de mis formulaciones y, quiz debido a la dinmica, ala aceleracin del ritmo, de que mi vida se volviera ms y ms informulable y la continuidad de miforma de vida, por tanto, cada vez ms cuestionable. Llegado a este punto, he de recordar que, siendoel periodismo mi profesin, procurabao deba procurarformular o reflejar la vida. Ciertamente,la exigencia periodstica de formular o reflejar la vida se haba convertido ya en mentira: noobstante, quien miente piensa en el fondo en la verdad, y slo podra haber mentido sobre la vida sila hubiese conocido, ni que fuera en parte. Sin embargo, no conoca la verdad ni por completo ni enparte, la verdad de esta vida, de esta vida vivida tambin por m. Por consiguiente, pas poco a pocode ser un periodista talentoso a ser un periodista sin talento en esa redaccin. A partir del instante enque me salal menos por un tiempodel mundo de la formulabilidad y, por tanto, de la continuidadde mi forma de vida, los acontecimientos que se producan a mi alrededory yo mismo en tantoacontecimientose fragmentaron (me fragment) en imgenes e impresiones frgiles. Ahora bien, lalente de la cmara que recoga estas confusas imgenes, voces y hasta ideas segua siendo yo, seguasiendo atormentadora e incesantemente yo, un yo, sin embargo, que se alejaba ms y ms de m. En laolla de la llamada historia universal, la cuchara de madera del diablo volva a escarbar en el fondode la sopa humana. All me veo, abatido y deprimido, en reuniones que se estiraban hasta lamadrugada, en las que ladraban los perros del infiErn, en las que caan sobre mi espalda loslatigazos de la crtica y de la autocrtica, en las que yo no paraba de esperar el momento en que seabriera la puerta y me echaran, quin sabe adonde. Poco despus, me tambaleo bajo una red detuberas en el polvo color xido de una fbrica-cuartel asesina, me esperan srdidos amaneceres conolor a hierro fundido, turnos de maana envueltos en la niebla en que las difusas percepciones de laconciencia se alzan como pesadas burbujas metlicas y estallan en la superficie vaporosa yremolineante de una masa color gris estao. Me convert en obrero: este hecho, sin embargo, permita

  • ser formulado paso a paso, aunque slo fuese con las palabras de la aventura, lo absurdo, lo ridculoy el miedo, esto es, con las palabras que se correspondan con el mundo que me rodeaba, y de talmodo fui recuperando ms o menos mi vida. Slo llegu a intuir la posibilidad de recuperarla deltodo o, dicho en trminos ms generales, a intuir la posibilidad de una vida plenaahora que ya hevivido la vida, ahora que incluso puede considerarse vivido lo que me queda de vida (de mi vida),he de formular, sin embargo, con mayor precisin, es ms, con la mxima precisin: la posibilidad,pues, de que una vida plena hubiera sido posible, slo llegu a intuir dicha posibilidad, repito,cuando despus de formular la aventura me encontr de repente, asombrado y aturdido, ante laaventura de la formulacin. Como ya adelant en su momento, tengo que empezar por RichardWagner esta aventura que supera todas las aventuras y, como tambin seal oportunamente, he deempezar por la redaccin para hablar de Richard Wagner. Al principio, cuando me contrataron enla redaccin, cuando empec a acudir da tras da a dicha redaccin, cuando da tras da llamaba portelfono para transmitir las noticias e incluso mis crnicas del ayuntamiento (puesto que estabaasignado a la seccin llamada municipal, resuma todos estos hechos diciendo, no sin ciertofundamento, que era un periodista, puesto que la apariencia y la actividad que daba vida a dichaapariencia me permitan, a grandes rasgos, formularlo as. Era la poca de las formulacionesingenuas en mi vida, de las formulaciones sin prejuicios, cuando mi forma de vida y su formulacinno se hallaban frente a frente en una contradiccin imposible de resolver o slo solucionable conmedios radicales. De hecho, haba sido una formulacinuna lecturala que me haba llevado a esacarrera y, por tanto, a esa redaccin, sin contar la necesidad de elegir una carrera, as como mideseo irrefrenable de liberarme de las ataduras del tormento de los padres y de la infancia alargadapor los estudios. Despus de concluir con resultados ridculos o, mejor dicho, con el resultado de laridiculez, mi trabajo como representante de vinos y material de construccin, despus de que misintentos en una imprenta, como cajista, para ser exactos, me permitieran entrar en contacto con laexperiencia de la tortura intil, de la monotona, un libro vino a parar a mis manos por puro azar, sies que tal cosa existe, porque, a decir verdad, no creo en ello (en el azar). Este libro era laformulacin completamente falsa y falsificada, pero realizada, si mal no recuerdo, con sincero deseo,o sea, con sincera fuerza persuasiva, de la vida de un periodista, de un periodista de Budapest que semova en los cafs de Budapest, en las redacciones de Budapest, en los crculos sociales deBudapest y tena relaciones con las mujeres de Budapest, ms concretamente con dos, con una damade la buena sociedad a la que slo mencionaba por el nombre de la marca de su perfume francs, ycon una muchacha pobre, pura y sencilla, una criatura que se distingua claramente de la mujer delperfume, puesto que estaba provista de alma, pero tambin porque haba nacido para ser oprimida, locual le provocaba etErns remordimientos de conciencia de ndole social y metafsica, por asdecirlo. Este libro hablaba de una vida y de un mundo que no podan existir en la realidad o, a losumo, en formulaciones a las que yo tambin aspirara ms tarde para poder mantener mi forma devida, en formulaciones que echaban un tupido velo sobre la vida informulable que transcurra en laoscuridad, que se mova a tientas en la oscuridad, que cargaba con el peso de la oscuridad, es decir,sobre la vida en s. Este libro, que trataba de dicho periodista y, por tanto, tambin, en cierta medida,del periodismo, no saba nada del periodismo en poca de catstrofes ni, en general, de la catstrofe.El libro era simptico y sabio, o sea, ignorante, pero, mediante la seduccin de la ignorancia, surtisobre m un efecto decisivo. Es posible que el libro mintiera, pero es seguro, si mal no recuerdo, quementa sinceramente y tambin es muy probable que, por aquellas fechas, yo necesitara precisamentetal mentira. Uno siempre encuentra con exactitud y sin dilacin la mentira que necesita, como tambinpuede encontrar, con exactitud y sin dilacin, la verdad que necesita, siempre y cuando perciba la

  • necesidad de la verdad, es decir, de la liquidacin de su vida. El libro presentaba el periodismocomo una actividad ligera, como una cuestin de talento, lo cual se corresponda perfectamente conmis ensoaciones de aquel entonces, totalmente absurdas y totalmente ignorantes, relativas a una vidaligera pero de tinte ms o menos intelectual. De un lado, no tard en olvidar el libro; de otro, no loolvid nunca; jams volv a leerlo, jams volvi a mis manos, el libro se extravi y yo nunca ms lobusqu. Ms tarde, sin embargo, tras una serie de cautelosas averiguaciones, llegu a la conclusinde que el libro slo poda ser una de las obras de Ern Szp, concretamente su novela titulada Lanuez de Adn, aunque slo se tratara de una hiptesis y yo nunca me esforzara por comprobarlo. Y yaque mencion este libro que haba influido profundamente en mi vida, casi con la extraadeterminacin de los sueos que actan como revelaciones, cont, tras no pocas dudas y titubeos, algrupo de amigos empeado en animarme a narrar la historia de la bandera inglesa, que, siendo yo unjoven periodista, me haban mostrado una o dos veces a su autor, a Ern Szp, sin que yo fueseconsciente de que era el autor de aquel libroque no era en absoluto una de las obras msimportantes de su vida ni, en general, una obra importante, me lo haban mostrado, digo, poraquellas fechas, o sea, cuando la catstrofe era no ya indudablemente visible, presente y evidente,sino lo nico visible, presente y evidente, cuando no funcionaba nada salvo la catstrofe, me lohaban mostrado, insisto, en uno de esos cafs o cafeteras llamados literarios que por aquelentonces an funcionaban, aunque fuese como cafs catastrficos, cafeteras catastrficas, dondeerraban unas sombras en busca de cierto calor, de cierto refugio provisional, de ciertasformulaciones provisionales. En una o dos ocasioneso quiz tresme presentaron incluso, comojoven periodista, a Ern Szp (quien, por supuesto, jams recordaba mis anteriorespresentaciones) con l nico fin de que yo pudiera escuchar su legendaria o, es ms, mticapresentacin: Yo era Ern Szp. Llegado a este punto, invit al grupo de amigos, de antiguosalumnos que me animaban a narrar la historia de la bandera inglesa, a parar un instante. Con el pasode los aos, de las dcadas, les dije, yo no slo no haba olvidado esa frmula de presentacin, sinoque incluso la recordaba una y otra vez. Eso s, deberais haber visto a Ern Szp, les dije, deberaishaber visto al anciano que antes de que vosotros lo hubierais visto haba sido Ern" Szp: un ancianodiminuto, liberado ya de su propio peso, al que el viento de la catstrofe impulsaba por las callesheladas como un grano de polvo, arrastrndolo de caf en caf. Deberais haber visto su sombrero,por ejemplo, dije, un bombn a la Anthony Edn que en su da se definiera, sin duda, como decolor gris marengo y que ahora se bandeaba sobre su cabeza de pajarito como un acorazadoalcanzado por una serie de impactos completos. Deberais haber visto su cuidado traje de color grisdesesperado y las perneras del pantaln que se posaban sobre los zapatos. Por aquel entonces yaintua y ahora s a ciencia cierta que esa frmula de presentacin, Yo era Ern Szp, no suponaotro de los chistes de la catstrofe tpicos en aquella ciudad de la catstrofe, no supona unaingeniosidad ms de la catstrofe, como se crea y se aceptaba en aquella poca catastrfica que sepresentaba sin ambages, se crea y se aceptaba porque la gente no poda creer, no saba ni queracreer en otra posibilidad. Al contrario, esa presentacin era una formulacin, era, concretamente, unaformulacin radical y, hasta podra decirse, una hazaa de la formulacin. Mediante tal formulacin,Ern Szp segua siendo Ern Szp, se sustanciaba en Ern Szp precisamente en el momento en quese limitaba a haber sido Ern Szp, en que se haban eliminado, liquidado y estatizado todas lasposibilidades que en su da haban permitido a Ern Szp ser Ern Szp. Era simplemente laformulacin lapidaria, consistente en tres palabras tan slo, de la realidad vigente en el momento (lacatstrofe), una formulacin que nada tena ni de sabidura ni de jovialidad. Una formulacin que notrataba de convencer a nadie de nada, pero que tampoco permita a nadie tranquilizarse nunca, es

  • decir, una formulacin de amplio eco, una creacin, a su manera, que tal vezme atrevo a asegurarse mantendra ms tiempo que muchas de sus creaciones literarias. Llegado a este punto, olevantarse un murmullo entre mis amigos y antiguos alumnos; algunos pusieron en duda mi afirmaciny objetaron que nada poda sustituir la obra, como decan, es ms, que Ern Szp acababa de serrescatado por estas fechas, que sus textos volvan a ser ledos y valorados. Yo, como era habitual, nosaba nada ni quera saber nada de todo esto, ya que no soy un literato y he dejado de querer incluso,hace tiempo, la literatura, que ni siquiera leo. Cuando busco formulaciones, suelo hacerlo al margende la literatura, si aspirara a plasmar formulaciones, probablemente evitara que fuesen literarias,puesto que la literaturano quiero ni puedo entrar en ms detallesse ha vuelto sospechosa. Muchoes de temer que las formulaciones sumergidas en el disolvente de la literatura nunca recuperen sudensidad y vitalidad. Habra que aspirar a formulaciones tales que abarquen toda la experiencia de lavida (o sea, la catstrofe), formulaciones que ayuden a morir y que, aun as, dejen algo a lossupervivientes. No tengo nada que objetar a la literatura cuando es capaz de tales formulaciones; sinembargo, observo con creciente frecuencia que slo el testimonio es capaz de hacerlo, tal vez unavida vivida mudamente, sin su formulacin, pero en tanto formulacin. He venido a dar testimoniode la verdad: es esto literatura? Yo era Ern Szp: es esto literatura? Ahora me doy cuenta,pues, de que debo y deba comenzar la historia de mi encuentro con la aventura de la formulacin (y,por tanto, con la bandera inglesa), no por Richard Wagner, como pens al comienzo, sino por ErnSzp, aunque el punto de partida haba de ser, de todas maneras, la redaccin. En esa redaccin, a laque me condujo mi imaginacin influida por Ern Szpas como las circunstancias externassiempre dispuestas a coadyuvar a las ideas fijas, en esa redaccin, digo, hice el mismo recorridoque Ern Szp desde la ignorancia de su sabidura y jovialidad hasta una formulacin del tipo deYo era Ern Szp; eso s, el mo fue un trayecto mucho ms corto, de atmsfera ms cargada, poras decirlo, y no dej ninguna huella intelectual; adems, en el lugar de la supuesta Budapest deantao ya slo encontr una ciudad en ruinas, con vidas arruinadas y almas arruinadas en su interior ycon esperanzas enterradas bajo las ruinas. Este joven del que hablo (yo) tambin era una de esasalmas que entre las ruinas avanzaban tambaleando hacia la nada, aunque l (yo) slo las vea como eldecorado de una pelcula y se consideraba a s mismo como protagonista de esa pelcula un tantoexcntrica, un tanto cnicamente moderna, un tanto cnica y modernamente mentirosa, papel que,basndose en las apariencias del pblico y dejando de lado cualquier circunstancia perturbadora (esdecir, la realidad, o sea, la catstrofe), formulaba de la siguiente manera: soy periodista. Veo a esejoven en las lluviosas maanas de otoo cuya niebla inhalaba como un fugaz momento de libertad;veo el decorado a su alrededor, el resplandeciente asfalto negro, las familiares esquinas de las callesconocidas, los ensanchamientos que desembocaban en la nada, all donde la niebla que seapelotonaba rpidamente permita intuir el ro; los hombres con olor a humedad que esperaban elautobs junto a l; los paraguas mojados; la valla llena de anuncios multicolores que tapaba elmontn de escombros de un edificio destruido por la guerra en cuyo solar se alza ahora, cuatrodcadas ms tarde, otra ruina, la ruina de la paz, porque en el lugar de las ruinas de la guerra seconstruy la ruina de la paz, un ruinoso monumento de la paz total, un edificio de ocho pisos expuestoa la prematura decadencia, cubierto por la contaminacin atmosfrica, destrozado por todo tipo demugres, robos, negligencias, eternas soluciones provisionales y apata carente de futuro. Veo elhueco de la escalera por cuyos escalones no tardaba en subir con la seguridad de un hombreimpulsado por falsas creencias, con esa confianza que le (me) haca decir: soy periodista, o sea,con cierta conciencia de la importancia propia que la misma escalera transmita, esa escalera hacetiempo ya inexistente que en aquel entonces, sin embargo, sugera una realidad inequvoca, la

  • realidad de verdaderas redacciones, de difuntos periodistas, de antiguo periodismo y de la atmsferay de la realidad que todo ello comportaba; veo al portero cojo, al llamado criado o, para ser msexacto, al criado de la redaccin, a ese hombre de importancia sin parangn que por aquel entoncesslo posea una importancia sin parangn por sus servicios, la importancia de los cuales, eso s, notena parangn, que cojeando gilmente entre los despachos de la redaccin traa y llevaba con grancelo los manuscritos y las pruebas de imprenta, asuma encargos pequeos pero inaplazables,prestaba dinero (a intereses bajos) cuando la situacin se pona grave y que slo despus seconvirti en el ordenanza poderoso, implacable, inaccesible, envuelto en el abrigo de piel de laarrogancia, al que slo conocemos por las novelas de Kafka y por la llamada realidad socialista.Ocurri en una de esas maanas de otoo, ya ms bien hacia el medioda, cuando se extinguan pocoa poco los ruidosos acordes del cierre de redaccin, en esos minutos suaves y, podra decirse, hastalnguidos por la satisfaccin, ocurri, digo, que uno de los taqugrafos me pregunt all para quteatro quera yo una entrada gratuita. El taqugrafo lo recuerdo an hoyse llamaba Psztor, y sibien tena unos cincuenta aos ms que yo, lo llamaba Pastorcito, puesto que era un hombre bajito, deaspecto muy pulcro y atildado, siempre vestido con trajes elegantes, corbatas selectas y calzadofrancs, un taqugrafo parlamentario all olvidado en una poca en que no haba parlamento ni lataquigrafa era taquigrafa, puesto que eran los tiempos de los textos preparados de antemano, de lostextos de confeccin, de los textos de la catstrofe, prefabricados, digeridos previamente yminuciosamente censurados: ese taqugrafo, pues, con su oronda barriguita de eunuco, su cabezacalva de forma ovular, su cara que haba madurado esmeradamente y que recordaba los quesosblandos, sus ojitos ocultos tras estrechas ranuras por la angustia, estaba particularmente necesitadode proteccin, tanto ms cuanto que era casi sordo, fenmeno este bastante paradjico tratndose deun taqugrafo, dicho sea con delicadeza, de tal modo que en esa ciudad donde, a pocas calles dedistancia incluso, empezaban a proliferar las personas que, con las manos a las espaldas y la caravuelta hacia la pared, esperaban en los pasillos de las crceles y otras instituciones penitenciarias,mientras siniestros tribunales escupan sus estridentes sentencias y mientras todos cuantos, sinexcepcin, se hallaban fuera de los muros de la prisin slo podan considerarse presos licenciadospor un tiempo indeterminado, l no cesaba de preocuparse ante la posibilidad de que algn azarrevelara su sordera ya conocida para todo el mundo y tal vez lo jubilaran: ese taqugrafo seencargaba, pues, de administrar y registrar en la redaccin los nombres de los llamados compaerosde trabajo con derecho a una entrada gratuita. An recuerdo el ambivalente asombro que despert lapregunta del taqugrafo en el joven al que, como he sealado, por aquel entonces trataba y sentacomo mi yo, puesto que de un lado no tena ganas de ir al teatro, por la sencilla razn de que lasobras representadas en los teatros le quitaban las ganas a cualquiera, y, de otro, la mera preguntapoda considerarse el final del perodo de prcticas, o sea, el comienzo de la edad adulta comoperiodista, ya que tales entradas gratuitas correspondan nica y exclusivamente a los llamadoscompaeros de trabajo fijos y de pleno derecho. Recuerdo que nos quedamos un rato ponderando consincero y solidario escepticismo, como quien dice, la msera oferta, l, un anciano reducido a susnfimos temores de carcter prctico, y yo, un ser angustiado de una manera ms compleja y general,mientras nuestras miradas, tan extraas y, no obstante, familiares, se cruzaban por unos instantes.Exista, sin embargo, otra posibilidad: la Opera. Dan La valquiria, dijo. No conoca esa pera poraquellas fechas. A decir verdad, no conoca a Richard Wagner. En general, no conoca pera alguna,la pera no me gustaba en absoluto. Valdra la pena reflexionar sobre el porqu, aunque no es ste ellugar ni el momento adecuados, porque, de hecho, he de contar la historia de la bandera inglesa.Conformmonos con que a mi familia le gustaba la pera; as resulta ms comprensible que a m no

  • me gustara. Eso s, a mi familia no le gustaban las peras de Richard Wagner, sino las italianas; laculminacin del gusto o, casi dira, de la capacidad de aguante de mi familia era la pera tituladaAida. Me cri en un ambiente musicalsiempre y cuando pueda calificar de musical el ambiente demi infancia, cosa sta que no puedo hacer en absoluto, ya que el ambiente de mis primeros aos devida merece cualquier calificativo salvo el de musical, en un ambiente, digo, donde sobre RichardWagner se decan lindezas como sta: Wagner es ruidoso, Wagner es pesado. Tambin recuerdo unafrase relacionada con otro compositor: si es Strauss, que sea Johann. Etctera. Resumiendo, mecri en un ambiente obtuso tanto en lo que respecta a la msica como en lo que respecta a cualquierotra cosa, aunque esto no dej de afectar a mi gusto. No me atrevera a afirmar que fueraexclusivamente debido a la influencia de la familia, pero lo cierto es que hasta el momento en que enaquella redaccin recib del taqugrafo llamado Psztor mi entrada para la pera La valquiria deRichard Wagner, slo me gustaba la msica orquestal y no me gustaba ninguna en la que se cantase(con la excepcin de la novena Sinfona, y aqu pienso en la de Beethoven, no en la de Mahler, queconoc mucho ms tarde, justo en el momento adecuado, cuando empezaron a aparecer lospensamientos de muerte, cuando empec a conocer los pensamientos de muerte, es ms, cuando mefamiliaric y hasta trab amistad con los pensamientos de muerte), como si viera en la voz humana o,para ser ms preciso, en la voz cantante una materia impura que arrojaba una luz negativa sobre lamsica. Los antecedentes musicales de los que fui partcipe antes de escuchar la pera de Wagnereran todos instrumentales, en particular orquestales, y slo pude acceder a ellos de forma ocasional,sobre todo gracias a ese anciano especialmente brusco, de mirada siempre suspicaz debido a algnproblema de la vista, al que por aquellas fechas conocan todos los estudiantes y pseudoestudiantesen la Academia de Msica; a cambio de uno o dos florines encajados en su mano, dicho ancianodejaba pasar a todos los estudiantes y pseudoestudiantes a la platea, los obligaba bruscamente aponerse junto a la pared y, en el instante en que apareca el director para subir al estrado, los enviabacon voz spera a los asientos que haban quedado vacos. En vano me pregunto hoy por qu, cmo y araz de qu impulso empec a amar la msica, pero lo cierto es que en una poca en que no podadefinirme ni siquiera como periodista, en que mi vida eternamente problemtica se mostraba msproblemtica que nunca, porque la vida de mi familia, de esa familia que empezaba a desintegrarseya, que se deshizo por completo en la poca de la catstrofe, que fue a parar a crceles, pasesextranjeros, a la muerte, a la pobreza o, en contadas ocasiones, al bienestar, era una vida entregada amerced de otros, una vida ante la cual hube de huir siempre desde entonces, lo cierto es, digo, que yaentonces, siendo todava un nio, por expresarlo de algn modo, no habra podido aguantar la vida,mi vida, sin la msica. Creo que esa vida me prepar o, quiz debera decir, ms bien, me entrenpara mi vida que vendra poco despus, la de la catstrofe, la vida atenuada por la lectura y lamsica, una existencia que consista en diversas vidas que se entrelazaban, se anulaban la una a laotra a discrecin, se mantenan, no obstante, en equilibrio y ofrecan incesantes formulaciones. Eneste sentido, y slo en ste, en el del equilibrio, el del equilibrio de las pequeas pesas, ver yescuchar La valquiria, absorber La valquiria, sentir precipitarse sobre m La valquiria, supusohasta cierto punto, sin duda, un peligro: arrojaba un peso demasiado importante en la balanza.Adems, dicho acontecimientola pera de Richard Wagner titulada La valquiriame alcanzcomo un atentado al borde de la calle, como un ataque inesperado para el que no me encontraba enabsoluto preparado. Aun as, no estaba tan desorientado como para no saber que el propi RichardWagner escriba los libretos de sus peras y que, por tanto, convena leerlos antes de escucharlas.Sin embargo, no pude conseguir ni el libreto de La valquiria ni otros libretos de Wagner, a lo cualtambin contribuy, qu duda cabe, el pesimismo provocado por mi entorno y mi letargo provocado

  • por dicho pesimismo, ese letargo siempre dispuesto a renunciar de inmediato, aunque aadir tambinque, a decir verdad, Richard Wagner era considerado un autor indeseado en la poca de la catstrofeo, para ser ms exactos, en la poca en que Richard Wagner empez a interesarme, de modo que suslibretos no se vendan y sus peras no solan representarse, y hasta el da de hoy no entiendo ni spor qu daban precisamente La valquiria entre todas sus peras, y de forma bastante metdica, porotra parte. Recuerdo que vendan un llamado programa, un programa de la poca de la catstrofe enel que, amn de informarde manera catastrficasobre otras peras, ballets, obras de teatro,comedias de guiol y pelculas, tambin se daba a conocer, en cinco o seis lneas, el contenido,como quien dice, de La valquiria, del que no entend nada de nada y que a buen seguro se redact detal manera que nadie lo entendiera. Y como no quiero callar nada, debo aadir, en honor a la verdad,que tampoco saba que La valquiria era la segunda parte de una tetraloga. Me sent, pues, en laplatea de la Opera, que incluso en la poca de la catstrofe segua siendo un lugar bastante agradabley hasta solemne. Luego me ocurri lo que me ocurri: ... la sala entera se sumi en la oscuridad.Con un salvaje acento arranc la obertura. Tempestad y el bramido de la tormenta; inclemencias deltiempo en el bosque. La ruda orden del dios reson y se repiti, deformada por la ira, y el truenoirrumpi obediente. El teln se alz como si lo hubiera abierto el viento tempestuoso. Ah estaba lacabaa pagana, con las brasas al fuego deslumbrando en la oscuridad y la destacada silueta deltronco de fresno en el centro. Siegmund, un hombre rosado con una barba del color del pan, aparecien la puerta de madera y se apoy acalorado y agotado en el poste. Sus fuertes piernas envueltas enpieles y correas lo impulsaron hacia delante en unos pasos que se arrastraban trgicamente.Asomando bajo las cejas y los rizos rubios de la peluca, los ojos azules estaban dirigidos de soslayo,como en una splica, al maestro de capilla; y al fin la msica retrocedi un poco y se interrumpipara dejar or su voz, que son aguda y broncnea a pesar de estarla impostando entre jadeos...Transcurri un minuto, ocupado por el flujo cantarn y revelador de la msica que estaba arrojandotodo su caudal a los pies de los acontecimientos. Entonces entr Sieglinde por la izquierda... Y denuevo sus miradas se fundieron, de nuevo la profunda msica languideca all abajo llena denostalgia... S, as fue. Aunque prestaba toda la atencin con mis ojos y mis odos, no entenda niuna palabra del texto. No tena ni la menor idea de quines eran Siegmund y Sieglinde, de quineseran Wotan y la valquiria, ni de qu los impulsaba. Se acerc el final. Se abri una granperspectiva, se plante una intencin sublime. Todo era una celebracin pica. Brunilda dorma; eldios pas sobre las rocas. S, y yo sal de la Opera a la avenida Stalin, que era como se llamaba enaquel entonces. No intentarlo hara en vano, desde luegodescribir aqu el llamado efectoartstico o la llamada vivencia artstica; bsicamente, me pasy en este caso recurro, en contra demi sentido esttico, a un smil literariome pas, digo, lo que a los protagonistas de Tristn eIsolda, otra pera del mismo autor, Richard Wagner, de la que slo saba de odas, despus de quebebieran la pocin mgica: el veneno penetr en lo ms hondo de m y me impregn por completo. Apartir de entonces, cada vez que daban La valquiria, me sentaba en la platea, la platea de la Operade aquel entonces, y adems de las representaciones de La valquiria, bastante escasas, pordesgracia, en la poca de la catstrofe, slo encontraba un refugio para resguardarme, eso s, confrgil provisionalidad, de aquella catstrofe generalizada, pblica y personal: los baos Lukcs. Enesos dos lugares, de forma meramente sensorial en las aguas termales de los baos Lukcs, todavaverdes en aquel entonces, y de forma sensorial y espiritual en la penumbra de la pera, me suma enun ambiente totalmente distinto y vislumbraba en algunos instantes afortunados la idea de un vidaprivada, eso s, lejana e inalcanzable. Aunque tal intuicin ocultaba cierto peligro, como ya hesealado, yo perciba por otra parte que era irrevocable y confiaba en este slido sentimiento como

  • en un consuelo metafsico: dicho con sencillez, a partir de ese momento, nunca ms, ni siquiera en lacatstrofe ms profunda ni en la conciencia ms profunda de dicha catstrofe pude vivir como si nohubiera visto ni odo la pera de Richard Wagner titulada La valquiria, como si Richard Wagner nohubiera compuesto su pera titulada La valquiria, como si en el mundo de la catstrofe esta pera yel mundo de esta pera no se alzaran como mundo. Yo amaba este mundo; el otro, tena queaguantarlo. Me interesaba Wotan; el redactor jefe, no. Me interesaba el enigma de Siegmund ySieglinde; el del mundo que me rodeaba, el del mundo de la catstrofe real, en cambio, no.Lgicamente, en aquel entonces no lo formulaba con tal sencillez, puesto que no era ni poda ser tansencillo. A mi juicio, ceda demasiado al terror de la llamada realidad, que luego demostr ser larealidad sin salida de la catstrofe, el mundo nico e incuestionablemente real. Y si bien yodespus de La valquiria, a travs de La valquiriaya era consciente tambin, de forma indiscutible,de la realidad del otro mundo, slo saba de l de manera secreta, o sea, contraviniendo de algunamanera las leyes, con una conciencia indiscutible, pero culpable. Creo que por aquel entonces nosaba que esa conciencia secreta y culpable era, en el fondo, la conciencia de m mismo. No sabaque la existencia siempre habla de s misma en forma de una conciencia secreta y culpable y que elmundo de la catstrofe era, en el fondo, un mundo que intensificaba esta conciencia secreta yculpable hasta la autonegacin, que slo premiaba la virtud de la autonegacin, que slo ofreca lasalvacin en la autonegacin, o sea, que era, en cierto sentido, se mirara como se mirara, un mundoreligioso. No vea yo, pues, ninguna relacin entre el mundo catastrfico de La valquiria y el mundocatastrfico real, aunque posea conocimientos incuestionables sobre la realidad de ambos mundos.Simplemente, no saba cmo superar el abismo que separaba ambos mundos o, para ser preciso, nosaba cmo superar la disociacin de la conciencia, al igual que no saba por qu perciba comotareams o menos difusa, ms o menos dolorosa, ms o menos esperanzadora, la de superar undeterminado abismo o, para ser preciso, una disociacin de la conciencia. ... Mir hacia laorquesta. En comparacin con la atenta sala, el foso estaba pletrico de luz y actividad, de manosque tocaban, brazos que rascaban y mejillas hinchadas, de gente sencilla y afanosa que ejecutabaservicialmente la obra creada por una fuerza grande y apasionada, esa misma obra que se estabareflejando ah arriba en rostros de infantil elevacin... Una obra! Cmo se haca una obra? Seform un dolor en su pecho, un ardor o una tirantez, algo parecido a un dulce apremio. Pero unapremio hacia dnde? Por qu? Todo resultaba tan oscuro, tal ultrajantemente confuso... Estabasintiendo dos palabras: creatividad..., pasin... Y mientras el acaloramiento le lata en las sienes,tuvo la nostlgica idea de que la creatividad proceda de la pasin, cuya forma volva a adoptar denuevo tras haber creado. Vio a aquella mujer blanca y fatigada rendida sobre el regazo del fugitivo alque se haba entregado, vio su amor y su necesidad y sinti que la vida, para ser creativa, tena queser as... Le estas palabras como quien lee por vez primera en su vida, como quien se encuentra porvez primera con palabras, con palabras dirigidas nica y exclusivamente a l, palabras secretas queslo l poda entender, y me ocurri lo mismo que cuando vi por primera vez La valquiria. Estelibroel de Thomas Mann titulado Sangre de Welsungoshablaba de La valquiria, el propio ttuloya lo revelaba. Empec a leerlo con esperanza de saber algo de La valquiria... y lo acabestremecido y asombrado, como si me hubiera enterado de algo relativo a m mismo, como si hubieraledo una profeca. Todo coincida: La valquiria, el secretismo, la angustia... Todo. Llegado a estepunto, he de sealar que pasaron aos entre la primera audicin o irrupcin en m de La valquiria yla primera irrupcin en m de este librito, aos que, dicho sea con brevedad, fueron agitados. Y paraaclarar mi anterior aseveracin de que todo coincida, me ver obligado a desviarme un poco yesbozar al menos las circunstancias de mi vida en aquel entonces, sobre todo para orientarme yo

  • mismo en el entramado de la poca y de sus acontecimientos, y para no perder el hilo de estahistoria, la historia de la bandera inglesa. El libroSangre de Welsungosfue a parar a mis manosdespus de que, una hermosa maana de verano, mi futura esposa y yo, ayudados por un buen amigo,atravesramos media ciudad desde la antigua calle Lnyai, luego Szamuely y a continuacinnuevamente Lnyai tirando de una carretilla de cuatro ruedas y una lanza, que llevaba encima, dichosea sin ambages, todas las pertenencias de nuestro incipiente hogar. Ocurri por las fechas en quenuestro cuarto, situado en la calle Lnyai o, mejor dicho, Szamuely, en el que mi futura esposa y yovivamos como realquilados, empez a volverse tan insoportable como inhabitable. Haba conocidoa mi futura esposa a finales del verano anterior, cuando acababa de salir del campo de internamientodonde haba pasado cinco aos por el motivo de siempre, o sea, ninguno. Por aquellas fechas, mifutura esposa viva en la cocina de una vieja amiga, donde dicha amiga la acogi provisionalmenteporque otra persona resida en la vivienda de mi futura esposa. Esta personauna mujer (la seorade Solymosi)ocup la vivienda justo despus de la detencin de mi futura esposa y lo hizo encircunstancias sumamente sospechosaso, si se prefiere, sumamente habituales, por mediacinprecisamente de la autoridad que detuvo a mi futura esposa sin ninguna justificacin, es ms, sinsiquiera un pretexto. En el instante mismo, por as decirlo, en que se enter de la liberacin de mifutura esposa, la susodicha (seora de Solymosi) se dirigi (mediante carta certificada) a mi futuraesposa exigiendo que trasladara de inmediato a su alojamiento actual (o sea, a la cocina de la viejaamiga que la alojaba provisionalmente) los muebles que guardaba de forma ilegtima en la legtimavivienda de ella (de la seora Solymosi). Ms tarde, cuando mi futura mujer recuper su viviendadespus de un arduo proceso judicial pero sobre todo gracias a ciertas circunstancias imprevisibles,por as decirlo, o al azar de un momento favorable, encontramos entre los trastos olvidados, libros ydems cachivaches, un montn de papelitos sujetos con un clip y plagados de palabras escritas conpulcra letra femenina, que no dudo en citar, bajo el ttulo de Apuntes para una denuncia oFragmentos de una denuncia, como simple apndice de unos autos de procesamiento o, quiz, deuna esttica de la catstrofe: Present diversas denuncias contra m en el Consejo y en la polica,que si me haba mudado sin ningn derecho a su vivienda, que si se la haba robado... Pensaba queme asustara con sus difamaciones y que yo renunciara a la vivienda y se la cedera... La viviendame ha sido asignada por una resolucin en firme y sus muebles nada tienen que hacer en ella...Muebles: 3 armarios grandes, 1 sof de esquina, 4 sillas... Que las lleve a un almacn, que yo no heestado obligada a conservarlas durante este 1 ao... A continuacin vienen unas fechas apuntadas,segn todos los indicios, para ser recordadas: 17.10.1952 solicitud, 29. 10. asignacin, 23. n.apertura de la puerta, inventario, 15. n. mudanza, 18. 11. VH (es decir, la Autoridad de Defensadel Estado, o sea, la polica secreta), Consejo = VH, VH 2 x = sin respuesta, secretara deRkosi... Septiembre de 1953, la seora de V. (o sea, mi futura esposa)... Seora de V. Por lamaana... Ped, por carta certificada, que se llevara los muebles... He de guardar mis muebles en elstano porque cuido de los de ella... La ropa [sucia] est toda amontonada en sus armarios, selladospor VH, no se puede ventilar... Aduce no tener vivienda, estar alojada en casa de unos conocidos.O sea, que no necesita las cosas que estn en sus armarios? La seora tiene talento para actuar yhasta sabe llorar si es necesario, pero estoy harta de eso y no aguanto sus muebles en mi casa...Tuvimos que pasar, pues, en diversos alojamientos provisionales ese invierno catastrfico queenseguida entr con una ola de fro de entre veinte y veinticinco grados bajo cero, en la yamencionada cocina de la amiga de antao, por ejemplo, en el gabinete de unos parientes lejanos queslo nos lo cedieron, haciendo hincapi en ello, de forma pasajera, en un cuarto realquilado,sumamente desagradable y memorable, adems, por el glido retrete situado en la galera, y as

  • sucesivamente, hasta que nos cay, por casualidad, el milagro, tambin provisional, del cuartorealquilado de Bessie, la antigua encantadora de serpientes, en la calle Lnyai o, si se prefiere,Szamuely. Hoy ya no importa ni el cmo ni el porqu de dicho milagro, aunque en esta historialade la bandera inglesano puede faltar el mediador terrenal del milagro celestial, un hombreconocido como Bandi Farag en los cafs y locales de diversin de la calle Nagymez, un seor desienes plateadas vestido de una manera poco idnea para la pocade la catstrofey para lascircunstanciascatastrficas, pues llevaba por aquellas fechas un aristocrtico sombrero verde decazador, una abrigo de piel corto y trajes deportivos al estilo ingls, su rostro resplandeca con todoslos colores de un bronceado en ese invierno plido como la muerte y, por lo dems, se dedicabanica y exclusivamente a la profesin de caballero de industria y estafador de bodas, segn decan,lo cual demostr ser cierto al cabo de unas dcadas cuando me enter con autntico y mudoestremecimiento, por una revista que acababa de comprar para entretenerme (puesto que, a decirverdad, las llamadas noticias no me interesaban), que haba fallecido en una conocida crcel paradelincuentes comunes, en la cual, decan, siempre lo esperaban una celda, una bata y unas pantuflas,incluso en los das que pasaba en libertad. Y resulta que, en una de las cafeteras de la zona de lacalle Nagymezo, en una cafetera al menos bien caldeada por el Estado, abierta hasta altas horas dela noche por el Estado, barata, ruidosa, musical, sucia, penumbrosa, convertida en refugio ilegal,nocturno y diurno, de toda clase de marginados, donde mi futura esposa y yo residamos, por asdecirlo, de forma provisional, en vez de hacerlo en nuestra vivienda tambin provisional, estehombre se nos acerc inopinadamente en algn momento de la tarde y, sin apenas conocernos, sedirigi a m con la siguiente frase: Me he enterado, hijo, de que buscis un cuarto realquilado. Ami respuesta afirmativa, pero aptica y refractaria a cualquier esperanza, pregunt: Pero entonces,querido hijo, por qu no hablasteis conmigo? Lo dijo con un tono de reproche y desconcierto tanevidente y profundo que me qued sin palabra, avergonzado. Despus, cuando fuimos a la direccinindicada en la calle Szamuely, donde nos abri la puerta una dama ya mayor, con garbocomohabra dicho quiz Gyula Krdy, de rizos amarillos que emergan bajo un turbante verde, de rostroun tanto rgido por la gruesa capa de maquillaje, pantalones bombachos de seda plagados de signosestelares y geomtricos, que, sin contentarse con una referencia oral, no nos dej dar ni un paso en suvivienda hasta que mir el papelito escrito por el seor Bandi Farag de su puo y letra, en el cualpudo ver tambin la firma autgrafa del mismo seor Bandi Farag. As pues, cuando la dama nosintrodujo, a mi futura esposa y a m, en el cuarto en alquiler, una habitacin que haca esquina, ampliay con mirador, cuyos muebles dominantes eran una cama para un mnimo de cuatro personas, o sea,decididamente sobredimensionada, un espejo colocado frente a ella, as como una lmpara de pieque tena la pantalla cubierta con toda clase de billetes caducadosincluso los de un milln y unbilln de pengo, ni siquiera tan antiguosy que irradiaba, por tanto, una luz mstica, mi futura esposay yo no dudamos ni un instante de la funcin originaria de tal habitacin. Lo ms probable (y, portanto, la explicacin del milagro) era, por lo visto, que la utilizacin del cuarto segn su destinooriginarioincluso, quiz, debido a una denuncia en cursono resultaba por de pronto lo msconveniente en aquella poca. Esto poda cambiar en primavera. En el invierno, sin embargo, anpudimos echar un vistazo al pasado de nuestra casera, pudimos verla en su juventud, con turbante deseda y pluma de avestruz, con una serpiente gigante alrededor de su cintura en algn night-club deOrn, Argel o Tnger, lo cual pareca sumamente inverosmil en ese catastrfico cuarto realquiladode la calle Lnyai o, mejor dicho, Szamuely, en el invierno, digo, an pudimos tener en la mano yadmirar, como si de un rito se tratara, una gran cantidad de reliquias, todas ellas igualmenteinverosmiles; luego, no obstante, el estado de nimo cada vez ms ensombrecido de la encantadora

  • de serpientes dej entrever a las claras que, al margen de los sentimientos hostiles que con el tiemposurgen en el hombre contra el hombre, ella no era guiada por los fines sin objeto fijo de un odiotrascendental, sino por un objetivo absolutamente prctico y tangible: quera recuperar la habitacin,puesto que abrigaba otros planes al respecto, probablemente ms lucrativos. Procurar pasar lo msrpido posible por estos detalles, que slo pueden relatarse en un espritu, el de la formulabilidad,que desde luego no es en absoluto idntico al verdadero espritu de estos detalles o, dicho de otromodo, a la forma en que viva y experimentaba la realidad; esto demuestra a la perfeccin el teln deacero que separa la formulacin de la existencia, que separa al narrador de sus oyentes, que separa alhombre del hombre y, por ltimo, el infranqueable teln de acero que separa al hombre de s mismo.Tom conciencia de todo ello cuando le estas palabras: vio... su necesidad y sinti que la vida,para ser creativa, tena que ser as... De pronto, dichas palabras me hicieron tomar conciencia de mivida, a la luz de esas palabras vi de pronto mi vida, esas palabrastal era mi sensacincambiaronmi vida. Encontr ese libro que barri de un da para otro las brumas de mis formulaciones, que lashizo desaparecer de la superficie de mi vida, para que la contemplara cara a cara, con los coloresfrescos, sorprendentes y audaces de la seriedad, lo encontr, digo, entre los trastos olvidados, los yamencionados papelitos de la denuncia, algunos novelones deshojados sobre obreros ejemplares ypartisanos y novelas de amor del ao de la pera, como algo totalmente inadecuado para el lugar,como algo totalmente improbable, como un milagro dirigido nicamente a m, pues de eso estoyconvencido hasta el da de hoy. Con este librotena yo la sensacinempez la radicalizacin demi vida, cuando mi forma de vida y su formulacin no podan contradecirse de ningn modo. Poraquellas fechas llevaba yo tiempo ya sin ser periodista, ni era yo un obrero; por aquellas fechas mesumerg en mis estudios, que entonces parecan ilimitados, que consideraba ilimitados y que queraque fuesen ilimitados, pudiendo permanecer meses enteros apartado de mis trabajos ocasionalesgracias a una enfermedad orgnica congnita sin que ese modo de vida, que desde luego encajabaperfectamente con el delito de holgazanera peligrosa para la comunidad, corriera ningn peligroinmediato. Todo ello me llenaba en aquel entonces por completo y despertaba en m una sensacin deelevacin y de deber. Creo que por aquellas fechas conoc la experiencia de la lectura, unaexperiencia de la lectura que no puede compararse con nada y menos an con eso que se considera yse define como experiencia lectora, conoc esos ataques de la lectura, ese frenes de la lectura que,en el mejor de los casos, nos afecta una o dos veces en la vida. Por aquellas fechas se public otrolibro del autor de Sangre de Welsungos, un volumen de ensayos que contena el ensayo dedicado aGoethe y Tolsti, cuyos ttulos de los captulos, tales como Cuestiones de rango, Enfermedad,Libertad y distincin, Gracia de la nobleza, etctera, casi me trastornaron el juicio. Recuerdoque por aquellas fechas lea el libro en todas partes y en todo momento, llevaba el ensayo sobreGoethe y Tolsti en todas partes y en todo momento bajo el brazo, me suba con el ensayo sobreGoethe y Tolsti al tranva, con l entraba en las tiendas, con l vagabundeaba por las calles. As medirig a primera hora de la tarde, en un hermoso da de otoo, al Istituto Italiano di Cultura perlUngheria, donde entonces estudiaba italiano movido por una sed de saber ilimitada, y, mientrasatravesaba la ciudad, observ los pasmosos acontecimientos de aquel da que luego se convertira enmemorable, y hasta particip, en cierta medida, como espectador de los hechos de aquel da del queni yo ni nadie poda intuir siquiera que llegara a crecer hasta convertirse en una fecha memorable.Me asombr un poco, recuerdo, al doblar del Mzeum krt a la Sndor Brdy utca, normalmentedesierta, para enfilarme hacia el palacio del Istituto Italiano, construido en su da para albergar lacmara de representantes de Hungra. Sea como fuere, la clase empez. Al cabo de un rato, sinembargo, el ruido de la calle penetr en el aula a pesar de las ventanas cerradas. El signore Perselli,

  • el elegante direttore de bigote negro como el azabache, quien a lo sumo se pona nervioso por latorpe pronunciacin de la palabra molto cuando, en alguna ocasin, visitaba la clase, y quedemostraba entonces cmo deba pronunciarse, con suavidad italiana, con una o larga y cerrada alprincipio y una o breve al final, mientras la lengua se retiraba hacia atrs para enfatizar lasconsonantes intermedias, de modo que sonaba casi como mooolto, el signore Perselli, digo, irrumpiesta vez con verdadera agitacin en el aula e intercambi con nuestro profesor unas palabras depreocupacin diplomtica, sin duda, y sigui su camino rumbo a las dems aulas. Acto seguidoestbamos todos en alguna ventana. En el crepsculo que caa poco a poco, vi perfectamente queenfrente, a la izquierda, se disparaban cohetes verdes desde el edificio de la radio, que pasabanvolando sobre las cabezas de la oscura, nerviosa y agitada multitud. En ese mismo momento, trescamiones abiertos doblaron la calle procedentes de la otra direccin, del Mzeum krt, y desdearriba pude ver perfectamente, sentados en unos bancos, a los soldados de la milicia que llevaban lainsignia de los cazadores de frontera y apretaban los fusiles entre las rodillas. En la superficie decarga del primer vehculo, apoyado en la cabina del conductor, haba un teniente, su comandante, sinduda. La multitud call, les abri paso, y volvieron a orse los murmullos. Llegado a este punto, noquiero citar, porque sera superfluo, las palabras sin duda patticas que se empezaron a gritar desdeabajo a los soldados, y que realmente slo pudieron tener un efecto pattico en ese instante lgido delpatetismo. Los vehculos ralentizaron la marcha en medio de la densa muchedumbre y se detuvieron.El teniente se volvi atrs y alz la mano. En eso, el ltimo camin empez a retroceder, prontoseguido por los otros dos, y acompaados todos por el jbilo de la multitud. En ese momento, nosavisaron a los huspedes capaces de manifestar emociones o impulsos y convertidos de pronto, sinduda, en seres molestos desde el punto de vista de la diplomacia italiana, situada al margen y porencima de los hechos, nos avisaron, repito, que nos reuniramos en la planta baja, donde la largabveda neorrenacentista de la entrada. La pesada puerta de hierro, de dos batientes, permanecaatrancada por dentro con una barra tambin de hierro. All nos apretujbamos, entre las voces que sefiltraban desde fuera y los vigilantes del edificio apostados detrs de nosotros en estado de alerta,hasta que el corpulento portero del Istituto, obedeciendo sin duda a una indicacin, retir la barra dehierro y abri con una rpida maniobra la puerta, por la que todosentre sesenta y ochenta personassalimos a la calle ya sumida en el crepsculo, como respondiendo a una enrgica presin desdeatrs, y fuimos a parar al remolino de voces que oscilaban entre los edificios, a ese torbellino demovimientos agitados, de pasiones irrefrenables y de acontecimientos inabarcables. En los dassiguientes, mi atencin se dividi entre el ensayo sobre Goethe y Tolsti y los tormentososacontecimientos del exterior; para ser exacto, la promesa secreta e informulable inherente al ensayosobre Goethe y Tolsti, a su comprensin gradual y luego a su aceptacin se relacionaba de maneraextraa pero palmaria con la promesa inherente a los acontecimientos del exterior, igualmenteinformulable, igualmente incierta, pero ms amplia. No podra decir que esos acontecimientos que seprodujeron en el exterior disminuyesen mi inters por el ensayo sobre Goethe y Tolsti; al contrario,lo intensificaron. Por otra parte, tampoco puedo decir que, mientras me suma plenamente en elmundo del ensayo sobre Goethe y Tolsti y en los estremecimientos anmicos y espirituales de suvivencia, percibiera slo distradamente y a medias los hechos que se producan en la calle: no, estono se corresponde en absoluto con la verdad. He de sealar, ms bien, que, por extrao que parezca,los hechos que se producan en la calle justificaban mi intensa atencin centrada en el ensayo sobreGoethe y Tolsti; los hechos que se producan en esos das en la calle conferan un sentido real eirrefutable a mi intensa atencin centrada en el ensayo sobre Goethe y Tolsti. El tiempo se volvidel todo otoal; vinieron das ms calmados; tambin desde abajo, claro est, pero sobre todo al

  • mirar por la ventana, vea que la calle haba cambiado mucho: los cables del tranva cadosserpenteaban entre los rales, los letreros de las tiendas colgaban agujereados por los balazos, aqu yall se vean los cristales rotos de las ventanas y los recientes impactos de las balas en el revoquedescascarado de los edificios; en las aceras de la largusima calle, apretadas hileras de personasllegaban hasta la lejana curva, y muy de vez en cuando algn coche particular o camin se desplazabaa gran velocidad por la calzada vaca, siempre con algn distintivo, a ms chilln, mejor. De repenteapareci un coche similar a un jeep. Su cap estaba todo cubierto por los colores britnicos, azul,blanco y rojo: una bandera inglesa. Pas a una velocidad demencial entre la multitud oscura apostadaen las aceras a ambos lados de la calle, y la gente empez a aplaudir, primero de forma aislada,luego cada vez ms nutrida, sin duda como muestra de simpata. Yo ya slo vea desde atrs el cocheque pas a toda velocidad: y en ese instante en que los aplausos parecan arreciar y, por as decirlo,engordar, una mano emergi de la ventanilla izquierda del vehculo, de manera titubeante y casi aregaadientes al principio. Estaba embutida en un guante de color claro, que no vi de cerca, pero quesupongo de ante; probablemente para agradecer los aplausos, oscil una o dos veces en paralelo a ladireccin del coche. Era un saludo, un gesto amistoso, una seal de afecto tal vez; sea como fuere,contena una aprobacin sin reservas y, de paso, la firme certeza con que ella, esa mano enguantada,no tardara en tocar la barandilla, camino del avin al pavimento de hormign, cuando regresara allejano pas de las islas. A continuacin, vehculo, mano y bandera inglesa, todos juntos,desaparecieron en la curva y los aplausos se fueron mitigando poco a poco.

    Hasta aqu, pues, la historia de la bandera inglesa. A Johnny le haca muchsima ilusin estecombate, y ni l ni Brattstrm compartan la congoja que yo senta, le poco despus en el rigurosoinvierno que sigui y en el que volvi a aparecer mi ya mencionada enfermedad en forma de unavoraz fiebre lectora o mi voraz fiebre lectora en forma de la ya mencionada enfermedad. Volvi aasegurar, formando, a su encantadora manera, la r muy adelante en el paladar, que los dos sepelearan en serio y como enemigos; luego ponder con una objetividad una tanto humorstica yburlona las posibilidades de victora... Fue el primero en transmitirme alguna impresin de laparticular superioridad del carcter nacional ingls, que ms tarde aprend a apreciarespecialmente..., le.

    Huelga aadir quiz un detalle que, por lgica, forma parte de la historia: en la misma curva enque desapareci la bandera inglesa fueron apareciendo al cabo de unos das, viniendo de ladireccin contraria, los tanques. Tambalendose casi por las prisas, el nerviosismo y el temor, sedetenan por un instante en la curva y, aunque todo, la acera, el barrio, la ciudad, estuviera desierto yno hubiese nadie por ningn sitio, los tanques, como queriendo adelantarse hasta a un posiblepensamiento, soltaban cada vez un nico disparo antes de proseguir su marcha. Como la posicin detiro, la direccin y la trayectoria del proyectil eran siempre las mismas, en cada ocasin acababandestrozando an ms, si caba, las ventanas, los muros y las paredes de una habitacin de un viejoedificio modernista, de tal manera que el vaco que all se vea acab semejando la boca de unmuerto, abierta en su ltimo momento de asombro, de un muerto, para colmo, al que ahora learrancaban incluso los dientes.

    Aqu s que acaba la historia de la bandera inglesa, historia triste y, adems, carente tal vez deimportancia. Jams se me habra ocurrido narrarla si aquel grupo de amigos, integrado sobre todopor antiguos alumnos que se haban reunido para festejar mi cumpleaos, un nmero de aos bastanteredondo, a decir verdad, no me lo hubiera pedido encarecidamente mientras mi esposa nos preparabaen la cocina los platos con fiambres y las bebidas. Siendo ms jvenes, decan, carecan deexperiencias primigenias, slo haban conocido y escuchado historias de hazaas e historias de

  • terror y quiz tambin historias de hazaas y terror; el cumpleaos era algo bonito, decan, peroteniendo en cuenta las oscilaciones de mi presin sangunea, mi pulso que a lo sumo llegaba a loscuarenta y ocho por minuto y que poda calificarse, por tanto, de revolucionario, el marcapasosque tarde o temprano me resultara imprescindible, teniendo en cuenta, pues, que tambin yo, dichosin ambages, me llevara a la tumba mis historias y vivencias, mi experiencia de vida a pesar de queapenas quedaban ya testigos crebles e historias narrables, ellos, decan, la generacin, paraexpresarlo de algn modo, se quedaran aqu con sus saberes y conocimientos amplios y objetivos,s, pero del todo esquemticos y faltos de vida... Y as sucesivamente. Me apresur a tranquilizarlos,asegurndoles que eso no supona ninguna carencia, que, ms all de la ancdota, toda historia y lahistoria de cada cual coincidan en ser esencialmente iguales y que esas historias esencialmenteiguales eran, en efecto, todas historias de terror, y que la historia ya era desde haca tiempoesencialmente una historia de terror. Cmo poda ser entonces, preguntaron, que en el transcurso demi historia de terror pudiese narrar vivencias anmicas y espirituales como las que acababa decontar, y dnde haba quedado, preguntaron tambin, la continuacin de aquello que llam la tarea,y si haba renunciado a ella, inquirieron; de mi historia dedujeron, adems, algo que siempre habanintuido y supuesto respecto a mi persona, concretamente que, limitndome de manera gris a mi mbitoms estrecho, haba vivido una existencia reducida, cuando, de hecho, podra haber llevado una vidaintelectual y podra haber sido creativo en dicho mbito, en una palabra, preguntaron, cundo y porqu se produjo esa fractura en mi llamada carrera. Como respuesta, me limit a expresar miasombro, pues quedaba demostrado que haba contado en vano la historia de la bandera inglesa, queellos, hijos de la devastacin, no entendan, por lo visto, ni podan entender que la destruccin de laguerra total slo alcanzaba el grado de devastacin absoluta y perfecta mediante la paz total. Slo uncomentario respecto a la vida intelectual: si casualmente hubiera llevado una vida intelectual, lohabra hecho al precio de la autonegacin, esto es, habra llevado una vida intelectual en apariencia;es decir, tanto si hubiera elegido una vida intelectual como si hubiera elegido la renuncia a ella,habra elegido nica y exclusivamente la autonegacin. As pues, considerando que no meentenderan ni podran entenderme, trat de explicarles que no haba renunciado en absoluto aaquello que defin como mi tarea, esto es, que no existiera contradiccin o, cuando menos,contradiccin radical entre mi forma de vida y su formulacin. Les cit unas palabras del granfilsofo de la historia Wilhelm Dilthey, al que ya intent dar a conoceren la medida de lo posible,en la medida de lo permitidoa mis antiguos alumnos cuando todava estudiaban: La comprensinpresupone una vivencia, y la vivencia slo se convierte en experiencia de vida por el hecho de que lacomprensin sale de la estrechez de la subjetividad y pasa a la regin de la totalidad y de logeneral. Eso crea haber hecho. Comprend que aqu slo poda crear en la autonegacin, que lanica creacin posible en el mundo de aqu era la autonegacin en tanto creacin. Tal vez meexpresara de manera radical, pero daba lo mismo porque de todos modos no me entendieron: les dijeque con esto, con esta conciencia consecuente, viv, comprend y cumpl la experiencia moralmenteobligada de la vidade la vida de aquy que mi vida era en este sentido una vida que dabatestimonio: me senta, por tanto, tranquilo. Les record las formulaciones citadas en la historia, en lahistoria de la bandera inglesa: He venido a dar testimonio de la verdad y Yo era Ern Szp. Noexiste aprendizaje ms definitivo ni experiencia ms perfecta. Otra cosa es saber, pens luego, paraqu es esto, para qu es precisamente esto... Para qu la experiencia? Quin ve a travs denosotros? Vivir, pens, es un favor que le hacemos a Dios. Y mientras la atencin se centraba en losplatos que llegaban y en las copas que se alzaban y chocaban para festejar mi cumpleaos, pens, noprecisamente con impaciencia, pero s con cierto alivio colmado de expectativa, que ya no tendra

  • que vivir ni comprender ese prometedor futuro con que hoy en da nos amenazan por doquier.

    (1991)

  • EL BUSCADOR DE HUELLAS

    DE VISITA

    EL dueo de la casaun individuo de apellido complicado y de nombre de pila Hermanncharlaba sin sospechar nada: por lo visto, an daba por sentado que su husped no era ms que uncolega, un seor concentrado en fumar su pipa (objeto incmodo, pero en ocasiones, hemos dereconocer, imprescindible) y en examinar en silencio el rostro de su interlocutor. No vea en l nadaparticular: era la cara de un hombre de mediana edad, radiante de imperturbable autoconfianza, deforma ovalada, nariz y boca normales, pelo castao y ojos azules. Al principio no poda determinarsecon precisin si su chchara slo ocultaba al tpico intrigante o era simple ingenuidad e infantilismo:tenda ms bien a esta segunda hiptesis, aunque la diferencia era deleznable, pens. Volvi aecharle un vistazo: crea el hombre seriamente que haba conseguido cortar de una vez por todas loshilos a sus espaldas? Daba igual, pues pronto se dara cuenta de que no pueden cortarse y de quetarde o temprano debera declarar como cualquier testigo.

    An le regal un minuto, un solo minuto de tranquilidad sin nubarrones. Prest atencin a suchchara: hablaba de su empleo o, para ser exactos, de los problemas de su empleo, con la confianzadebida a un colega, que no a un cmplice, y haca como si estos problemas le causaran unastremendas preocupaciones o, dicho de otro modo, como si no existiera preocupacin alguna en elmundo. Un hombre listo, pens el husped, muy listo: no ser fcil romper su resistencia, desdeluego. Contempl el escenario: estaban los dos en un rincn de la habitacin, sentados en sendossillones de piel verde y crujiente junto a una mesita, al tiempo que las seoras se probaban zapatosen el otro rincn, ponindoselos la una a la otra, sumidas por completo en esa chifladura femenina.Pues s, ya era hora de ponerse a trabajar.

    Se quit la pipa de entre los labios e interrumpi al dueo de casa con una falta de amabilidadtan serena como calculada. Acto seguido desvel con una nica y concisa frase su identidad, yexpuso el objetivo de su misin y del examen que se propona llevar a cabo: Hermann palideci unpoco. Recobr el aplomo de inmediato, sin embargo, lo cual era de esperar: la inopinada declaracinlo pillaba desprevenido, en cierto modo, dijo, puesto que hasta el momento todas las sealesapuntaban a que su husped, el seor colega, slo haba acudido a la ciudad para participar en elcongreso especializado que acababa de concluir, de manera que por de pronto no saba qu decir,tratndose, adems, de una hora tan tarda...

    Y despus de tantos aosterci el husped.As es, no lo niegorespondi Hermann. Pero sobre todo me interesara una cosa: estoy

    obligado a responder a sus preguntas?Noson la rpida contestacin. A usted slo le son aplicables sus propias leyes. Es

    imprescindible que lo sepa e imperdonable que no se lo haya dicho de entrada.Hermann se lo agradeci; slo quera saber eso, dijo. Y, con una sonrisa, mostr sus

    disposicin a declarar como testigo, de forma voluntaria e independiente, como bien podracomprobar su husped. As es, contest ste, aunque quiz no con la solemnidad que habra esperadoHermann como respuesta a su generoso gesto. Por lo visto, el husped, sorprendentemente seguro des mismo, consideraba que Hermann testimoniara de todos modos. Esto era, en efecto, lo

  • desconcertante: que no preguntara nada, que siguiera all sentado con total tranquilidad, fumando supipa con un gesto que pareca de aburrimiento.

    Al cabo de un rato, Hermann rompi el silencio. Pregunt qu interesaba, de hecho, a suhusped. Quera plantearle algunas preguntas de carcter personal tal vez?, insisti en vista de queel otro demoraba la respuesta como si an le diera vueltas a algo. Quera cerciorarse de lo que l,Hermann, saba?, continu con una ligera sonrisa que anticipaba una reaccin comprensiva.

    Por supuestorespondi el husped. Le escuchar encantado. Siempre y cuando tengausted ganas de hablar, claro est.

    Por qu no?dijo Hermann, encogindose de hombros.Al fin y al cabo, continu, no tena nada que esconder. Por consiguiente, tampoco tena mucho

    que contar, aadi. Lo cierto es que haba odo del asunto. Saba, adems, que haba ocurrido en losalrededores. Un asunto doloroso, tanto que hasta dola mencionarlo. l, desde luego, no le habaprestado mucha atencin en su momento. No quera cargar a su husped con explicaciones: sea comofuere, uno de los motivos consista en que an era casi un nio por aquellas fechas, lo cual nosupona ninguna excusa, pero s una circunstancia que quiz poda servir de explicacin. Claro que lehaba llegado esto y aquello a los odos, se haba enterado de que algo ocurra; a pesar de losnumerosos obstculoses ms, precisamente a raz de la marcada presencia de estoseraimposible no enterarse de ciertas cosas, aunque no quisiera. Quien afirmara lo contrario era un falsotestigo. Los detalles y las dimensiones, en cambio, o, dicho de otro modo, el asunto en s, sloempezaron a perfilarse con nitidez ms tarde.

    Llegado a este punto, Hermann call un momento. Quiz con la intencin de encontrar por finalgn apoyo slido, junt en torno a las rodillasque, tal como permaneca sentado, estaban bastantealtaslas giles manos que parecan acompaar cada una de sus palabras con un ademnexplicativo. Se oy con claridad el ligero crujido de los nudillos antes de que volviera a hablar.

    Podra haber actuado como otros, que nunca se ocuparon del asunto: quin se lo habrareprochado? Pero, continu, algo no lo dejaba tranquilo, algo lo impulsaba, algo arda en l, lacuriosidad, pero no era eso, no era la palabra exacta, y tampoco haba all lugar para la vergenza.Se poda hablar, por tanto, de obligacin, de la torturante obligacin de saber? Inici una febrillabor de investigacin: busc hechos, sobre todo hechos incuestionables, para poder ver conclaridad. Reuni documentos, consigui pruebas, acumul todo un archivo: tena qu mostrar a suhusped. Ya slo quedaba trabajar toda esa ingente cantidad de pruebas, pero... Llegados a estepunto, Hermann lanz un profundo suspiro, se reclin en el asiento sin soltar las rodillas y cerr porun instante los ojos como si lo molestara la intensa luz de la lmpara.

    Perocontinulas hiptesis ya nos llevan bastante lejos, demasiado lejos. Uno imaginacosas: no puede evitarlo. Y aunque estos pensamientos no provengan de uno mismo... no s cmodecirlo... Me entiende? Vamos a ver... hay all algo aterrador. Algo se agita en el interior de uno...Es una sensacin que no s cmo describir, as a la primera... Me temo que no soy lo suficientementeclaro...

    Volvi a callar y lanz una mirada titubeante al husped, y aunque ste se abstuvo de influi