LA CONSTRUCCIÓN DE UN IMAGINARIO DE LA GUERRA EN …

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LA CONSTRUCCIÓN DE UN IMAGINARIO DE LA GUERRA EN COLOMBIA A TRAVÉS DEL LENGUAJE DE LA TELEVISIÓN: EL CASO DE LOS TRES CAÍNES SANTIAGO JOSÉ AMAYA RUEDA DIRECTOR DEL TRABAJO DE GRADO VÍCTOR GUERRERO APRÁEZ PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y RELACIONES INTERNACIONALES CARRERA DE CIENCIA POLÍTICA BOGOTÁ D.C. 2014

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LA CONSTRUCCIÓN DE UN IMAGINARIO DE LA GUERRA EN COLOMBIA A TRAVÉS DEL LENGUAJE DE LA TELEVISIÓN: EL CASO DE LOS TRES

CAÍNES

SANTIAGO JOSÉ AMAYA RUEDA

DIRECTOR DEL TRABAJO DE GRADO

VÍCTOR GUERRERO APRÁEZ

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y RELACIONES INTERNACIONALES

CARRERA DE CIENCIA POLÍTICA BOGOTÁ D.C.

2014

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LA CONSTRUCCIÓN DE UN IMAGINARIO DE LA GUERRA EN COLOMBIA A TRAVÉS DEL LENGUAJE DE LA TELEVISIÓN: EL CASO DE LOS TRES

CAÍNES

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y RELACIONES INTERNACIONALES

CARRERA DE CIENCIA POLÍTICA BOGOTÁ D.C.

2014

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TABLA DE CONTENIDOS

Introducción ........................................................................................................... 1

1 El arte subordinado a la construcción de identidad política ....................... 4

1.1 Antecedentes, la ópera como vehículo estético del imaginario del Estado-

nación ................................................................................................................... 4

1.2 El cine como arma política: Hollywood vs Babelsberg .................................... 5

2 La creación de imaginarios y la manipulación del espectador a través del

cine y la televisión ............................................................................................... 12

2.1 La televisión: su alcance y su incidencia en la audiencia ............................ 12

2.2 La consolidación de imaginarios a través de estereotipos y mensajes ocultos

en el cine y la televisión ...................................................................................... 13

3 Tres Caínes: entre la realidad y la ficción .................................................. 19

4 La creación de paralelos ficcionales, el reemplazo de la experiencia y los

imaginarios de la guerra. .................................................................................... 27

4.1 El narcotraficante, el dinero fácil y una apología a la ilegalidad ................... 28

4.2 Toda izquierda es guerrilla ........................................................................... 31

4.3 Los políticos: la caricaturización del ridículo y la corrupción ......................... 33

4.4 El poder oculto de la imagen: la invisibilización de la víctima ....................... 36

4.5 Los Castaño: enviados de Dios, dueños de la moral .................................... 38

5 La oposición de dos perspectivas en disputa: una batalla desde el

alcance de la pequeña pantalla al mapa electoral ............................................ 43

Conclusión ........................................................................................................... 50

Bibliografía………………………………………………………………………………51

Anexos...................................................................................................................55

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Introducción

El conflicto armado colombiano se caracteriza por su larga duración. Los más de

cincuenta años en guerra han permeado los espacios más profundos de la cultura

colombiana, transformando el lenguaje, las relaciones sociales y nuestra visión de

la realidad. Azar (citado en Ramsbotham, Woodhouse, Miall 2011, Pp. 68-77)

habla de los conflictos socialmente prolongados, que superan cierto período de

tiempo de maduración y que responden a un contexto social de múltiples causas

de conflicto y de diversos actores armados en el entramado de la guerra. Desde

esta perspectiva se acentúa la complejidad del conflicto armado colombiano,

muchas veces analizado sólo desde un enfoque relacionado con las dinámicas

violentas. Sin embargo, los estudios sobre la imagen que ha construido la

sociedad colombiana en torno a su propio conflicto son escasos. Partiendo de esta

afirmación, el presente trabajo se estructura a través de un supuesto teórico: el

conflicto armado colombiano, además de sus realidades objetivas, también se

manifiesta como una construcción mental en la sociedad. Esta segunda dimensión

del conflicto representa la creación de un imaginario colectivo en torno a la guerra

que puede diferir en muchos casos de las condiciones reales de la misma y que

moldea la cultura y la relación entre los colombianos. La brecha entre la guerra y

nuestra perspectiva de la guerra no sólo existe sino que resulta relevante para

hacer un análisis político de la actualidad y de nuestra historia. Tal vez el ejemplo

más claro al respecto sea la relación –o falta de relación- entre las realidades

urbanas y las rurales. No resulta extraño, de esta forma, que el habitante de las

grandes ciudades no conozca las condiciones reales del campo y se limite a

construir su visión de la guerra a partir del imaginario colectivo fabricado por los

medios de comunicación y la sociedad misma.

El presente trabajo se propone explorar de qué manera se manifiesta la brecha

que existe entre la realidad del conflicto y el imaginario del conflicto a través de la

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televisión. Desde la Ciencia Política, el estudio resulta relevante por dos razones

fundamentales. Por un lado, constituye la comprensión del conflicto armado

interno desde una perspectiva poco investigada: nuestro imaginario de la guerra.

Por el otro, resulta pertinente porque ayuda a identificar cuáles son los

estereotipos relacionados con la guerra a los que necesariamente se enfrenta una

política pública de educación y que se deben eliminar a partir de la formación

política de los jóvenes.

El estudio no pretende entrar en debates conceptuales acerca de la construcción

de imaginarios y mentalidades colectivas. Se recurre a los postulados de Theodor

Adorno y Paul Virilio para dicho propósito, tomando prestada su comprensión de

los conceptos. Además, es pertinente hacer una aclaración previa. La relación que

existe entre televisión e imaginarios colectivos se produce en un doble sentido que

retroalimenta su creación y consolidación. Por un lado la televisión ayuda a forjar

nuevas realidades y mentalidades. Por el otro, ayuda a reforzar y consolidar los

estereotipos y prejuicios que existen previamente. Este tema se retomará en el

segundo capítulo, por ahora basta con comprender la idea general: yo veo cierta

programación porque soy yo pero también soy yo porque la veo.

El propósito del texto no es hacer una contrastación exhaustiva entre la realidad

colombiana y la realidad que propone el medio televisivo. El objetivo general del

estudio está en identificar cuáles son los imaginarios que se desprenden de la

pequeña pantalla a través de un caso específico: el serial producido por RTI

titulado Los Tres Caínes (2013) y su relación con la coyuntura nacional. Se parte

de una contextualización del arte como herramienta política en los siglos cercanos,

empezando por el nacionalismo de la ópera como formador del imaginario del

Estado Nación en Verdi y Wagner. Luego, se estudia el imaginario como escenario

de guerra inmaterial a partir del uso del arte –cine en este caso- como arma de

propaganda política en el Tercer Reich y en los países aliados. En el segundo

capítulo se reflexiona acerca de la televisión como moldeador de mentalidades y

creador de estereotipos que manipulan la realidad del espectador. Posteriormente,

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el tercer capítulo está construido a través del estudio concreto de los Tres Caínes.

La elección del serial televisivo no resulta arbitraria y responde a tres razones

concretas: 1) el contexto nacional en momentos de la producción y programación

del serial televisivo; 2) el movimiento de protesta por parte de las víctimas que se

generó después de su salida al aire y 3) el hecho de que Los Tres Caínes es el

primer serial televisivo, desde el boom de programas “basados en hechos reales”

del conflicto armado colombiano, que se sale del marco del narcotráfico y

desarrolla su argumento en torno a violencia política (la paramilitar en este caso

preciso). Los capítulos cuarto y quinto contienen la identificación de imaginarios y

su posterior relación con la coyuntura política y electoral del país. La pretensión

del texto no es explicativa, es decir, no busca hallar relaciones causales entre los

diferentes fenómenos. La intención radica en explorar la posibilidad de encontrar

hechos políticos posiblemente relacionados, con el fin de generar nuevas

preguntas y nuevas investigaciones. El estudio finaliza con una serie de

conclusiones.

Por medio de este trabajo se buscará responder a la siguiente pregunta: ¿cuál es

el imaginario del conflicto armado colombiano que se construye o se consolida a

partir del serial televisivo Los Tres Caínes y qué estereotipos reproduce en la

sociedad colombiana?

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1 El arte subordinado a la construcción de identidad política

1.1 Antecedentes, la ópera como vehículo estético del imaginario del Estado-

nación

El desarrollo del arte ha estado históricamente relacionado a intereses políticos.

Las producciones artísticas, como medios de expresión del ser humano, están

íntimamente ligadas a la realidad precisa de cada artista y se ven afectadas por su

ideología, sus creencias, sus emociones. Esta afirmación no resulta nada

novedosa, pero facilita la comprensión de distintas corrientes y obras de arte a

partir de un análisis profundo del contexto político y social donde se producen. Así,

sin la necesidad de remontarse a la antigüedad, el caso de la producción de ópera

del siglo XIX se presta como un ejemplo bastante ilustrativo.

La ópera del siglo XIX, siguiendo la conceptualización teórica del compositor

alemán Richard Wagner, se presenta como el arte total de la época –

Gesamtkunstwerk en alemán-. El concepto que propone Wagner se explica, en

palabras de la Enciclopedia Meyer (2004) como la “reunión de poesía, música,

danza y artes plásticas en una obra de arte unitaria” (citado por Keska, Pp. 298).

La ópera como unificadora de las artes resalta su importancia en la cultura

europea del siglo XIX. Sin embargo, el punto interesante para el presente análisis

reside en su utilización como herramienta política.

Para mediados de siglo, Italia y Alemania eran las únicas dos grandes naciones de

Europa Occidental que todavía no habían logrado su unificación. Desde la ópera,

Giuseppe Verdi y Richard Wagner aparecen como los portadores de la voz

nacionalista de ambos países. El surgimiento de los dos compositores en la

escena política es difícilmente una coincidencia. Como lo dice Sanguinetti (2001,

Pp.15) “[Wagner] quería ver la unidad alemana como Verdi la italiana”. Éste último,

desde su esquina, promulgaba el nacionalismo italiano guiado por las voces de su

Va pensiero, coro del tercer acto de su ópera Nabucco (1836), que rápidamente se

convertiría en un himno: “Oh mia patria sì bella e perduta!” – “¡Oh, mi patria, tan

bella y perdida!-. Wagner, por el otro lado, hacía alarde de la tradición alemana,

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componiendo el monumental Anillo del Nibelungo (1876), cuatro óperas que rinden

homenaje a la mitología germana, su heroísmo y su poder. Hitler, décadas

después, retomaría la obra de Wagner y la utilizaría para el mismo propósito:

exacerbar el sentimiento nacionalista de superioridad alemana. Ambos

compositores representan un hito clave para la unificación de sus respectivas

naciones en estados-nación. Desde el ámbito de la ópera, las composiciones

influyen en la realidad política e impulsan un movimiento unificador. Ambos

promueven el imaginario de los estados-nación y la ópera se convierte en el

vehículo estético de configuración de la identidad nacional. Wagner y Verdi,

desde la corriente artística más influyente de la época, elaboran un determinado

tipo de arte operístico cuyas potencialidades estéticas y de difusión resultan

esenciales para contribuir a uno de los procesos políticos más significativos del

siglo XIX: la unificación de Italia en 1861 y la de Alemania en1871.

1.2 El cine como arma política: Hollywood vs Babelsberg

Para mediados del siglo XX, el desarrollo cinematográfico hace que la historia se

repita con algunos matices. Muy pronto el cine suple las expectativas que Wagner

tenía en la ópera. Riciotto Canudo (1911), uno de los primeros grandes teóricos

del cine, afirmaba la posibilidad de encontrar en éste la oportunidad para crear la

obra de arte total. Canudo fue el primero en asignarle al cine el apelativo de

séptimo arte, confiando en su capacidad de sumar los otros seis: música, danza,

poesía, arquitectura, escultura y pintura. Sin embargo, aunque el cine como

remplazo de la ópera según el principio de arte total también implica su utilidad

para fines políticos, con la llegada del Tercer Reich se produce un punto de

quiebre entre ópera y cine. El régimen totalitario se apropia de los medios de

expresión artística, los usa como mecanismos de propaganda y elimina la

autonomía del artista en relación con su producción (cosa que tampoco resulta

nueva si miramos el realismo socialista soviético, por ejemplo). Verdi y Wagner

fueron libres en sus composiciones y estuvieron siempre guiados por convicciones

propias. El nacionalsocialismo, por su parte, restringe la libertad de expresión,

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logrando de esta forma unificar la corriente artística bajo los principios de

propaganda al régimen y el nacionalismo alemán.

Joseph Goebbels, ministro de propaganda de la Alemania nazi, escribe los once

principios de la propaganda y los aplica sobre toda la producción de los

Babelsberg Studios –el equivalente al Hollywood alemán-. Sobre dichos principios

reside la totalidad de la expresión artística alemana durante el Tercer Reich.

Estos, representan además el absoluto monopolio que el partido nazi ejerció sobre

la producción de arte durante el régimen totalitario. A continuación se expondrá de

manera breve la aplicación de algunos de los once principios, tomando como base

la película Jüd Suss (Harlan, 1940) cuya producción fue orden directa de

Goebbels. La película trata el tema de la supuesta amenaza judía en el siglo XVIII

en el ducado de Stuttgart. De carácter abiertamente antisemita, el film es una clara

demostración de la utilización del arte con fines políticos y adoctrinadores en el

contexto del Tercer Reich.

La película cuenta la historia del duque Karl Alexander von Württemberg y su

relación con el judío Joseph Süss. Después de que Württemberg hace su

juramento como duque, el judío Süss Oppenheimer gana la confianza del

aristócrata a través de préstamos monetarios. Por medio de manipulaciones y

mentiras logra entrar a Stuttgart –a pesar de la ley que prohíbe la entrada de

judíos- y llega a convertirse en el máximo consejero del duque, por encima del

consejo de la ciudad. Süss llega a ser extremadamente poderoso muy

rápidamente y, a través de políticas que responden al estereotipo del judío avaro y

ambicioso, provoca una guerra civil. Los once principios de Goebbels (Citado por

Fernández, 2011) se pueden detectar nítidamente en el trasfondo de la trama.

Veamos algunos.

Uno. Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una idea

única, un único símbolo. Individualizar al adversario en un enemigo único.

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Dos. Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una

sola categoría o individuo. […]

Cinco. Principio de la vulgarización. Toda propaganda debe ser popular,

adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va

dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de

ser el esfuerzo mental a realizar […]

Seis. Principio de orquestación. La propaganda debe limitarse a un número

pequeño de ideas y repetirlas incansablemente. […] "Si una mentira se

repite lo suficiente, acaba por convertirse en verdad […]

Nueve. Principio de la silenciación. Acallar las cuestiones sobre las que no

se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario

[…].

Los cinco principios citados en el párrafo anterior son una demostración del poder

que tiene el cine a la hora de hacer política. El judío Süss es una representación

de todo el pueblo judío y Goebbels lo utiliza como el enemigo único útil al régimen

de Hitler. La idea es bastante sencilla pero resulta fuertemente poderosa. El

nacionalismo alemán, ligado a la creencia de la superioridad racial germana, se

consolida como el símbolo y la idea única que propone Goebbels en el principio 1.

Posteriormente, según los principios 1 y 2, se reúnen todos los posibles enemigos

del régimen en una sola categoría que representa el demonio a exorcizar de la

sociedad: la amenaza judía. Además se elimina todo tipo de posible complejidad al

antisemitismo y se utilizan vulgares simplificaciones, basadas en estereotipos de

acuerdo al principio 5. Así, los judíos en la película son todos avaros, ambiciosos y

mentirosos. Incluso, el estereotipo se lleva todavía más lejos y caracteriza a los

personajes judíos de manera caricaturesca acorde a su apariencia física. De esta

forma, todos tienen una apariencia repugnante, están siempre sucios y tienen

voces exageradas. El rabino es tal vez el personaje más cercano a una caricatura

en toda la película. Sus ropas manchadas, su aspecto sucio y su nariz exagerada

son seguramente el mejor complemento a su falta de ética y a su disposición a

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engañar al duque cuando Süss se lo propone. El rabino es más un estereotipo que

un personaje, que un individuo. Sus rasgos exagerados son intentos de

deshumanización; el rabino no es una persona, no es un ser humano, es sólo un

judío, es sólo una amenaza. A dichos principios se les suma la constante

repetición que propone Goebbels en el principio 6:

El judío no es astuto, es sólo pícaro”; “[Los judíos] nos están invadiendo

como lombrices”; “¡destierren a los judíos!”; “Él [el judío] por meses no nos

trajo más que mentiras”; [el consejo dirigiéndose al duque] “si no respeta la

constitución al menos oiga el consejo de Martín Lutero. Oíd: Nunca olvides,

querido cristiano, que no tienes un peor enemigo que un judío verdadero.

Es mi consejo, que uno debería prender fuego a sus sinagogas y a sus

colegios. Uno debería deshacerse de su educación talmúdica, que en

tantas mentiras se basa. Y debería prohibírseles que practicaran la usura

(…).

Así, el cine aporta elementos que permiten hacer una lectura de la realidad de

acuerdo a los intereses políticos de quienes manejan las productoras. La

configuración de una realidad maniquea se facilita por medio de las técnicas

cinematográficas, logrando polarizar entre bandos blancos y negros –buenos y

malos- un contexto sociopolítico complejo y lleno de matices grises. Esto se debe

a la capacidad que tienen los realizadores de contar lo que quieren contar y callar

lo que quieren callar (ver principio 9 de Goebbels). Los judíos son caricaturizados

según un estereotipo que por definición carece de contenido empírico, y aparecen

como seres infrahumanos y malvados. Los alemanes, acorde al discurso de la

superioridad aria, no sólo son elegantes y educados, sino que también se

caracterizan por su honor intachable. “No quiero venganza. Quiero tan sólo

justicia. […] Ojo por ojo diente por diente, esa no es nuestra manera de hacer las

cosas”. Esta frase, pronunciada por el padre de Dorothea (la joven violada por

Süss), recalca la superioridad moral del alemán y sirve como demostración de la

visión maniquea que propone la película. “Nuestra manera de hacer las cosas”

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supone la composición de la realidad a partir de un “ellos” y un “nosotros”. “Ellos”

son los malos y los ruines. “Nosotros”, los buenos, no podemos rebajarnos a ser

como “ellos” porque somos superiores.

El cine termina por construir una idea homogeneizante que reúne a toda la

sociedad bajo el significativo vacío de nacionalsocialismo y se fortalece por la

supuesta existencia de un enemigo común al que se le culpa de todos los males

de la sociedad: el pueblo judío (Laclau, 2005). Guerrero (2012, Pp. 58), al

argumentar la estrecha relación que existe entre cine y guerra, explica el carácter

“avasallador” –en sus propias palabras- que poseen ambos. La guerra por medios

violentos y el cine por medios audiovisuales, se encargan de imponer visiones del

mundo y de crear o eliminar percepciones que tienen los espectadores frente a

diferentes fenómenos de la realidad. Más adelante se profundizará en este punto.

Jud Süss acaba con un mensaje político claro. El judío Süss es ejecutado y la ley

que prohíbe la entrada de los judíos a Stuttgart se impone de nuevo. Sturm, padre

de Dorothea y presidente del consejo, declara en voz alta refiriéndose a la ley:

“que nuestros descendientes se acojan firmemente a esta ley para que puedan

salvarse de un enorme sufrimiento, salvar sus bienes y sus vidas, y salvar la

sangre de sus hijos y sus nietos”. Usando el arte Hitler y Goebbels imponen un

mensaje claro: “nosotros”, los alemanes del siglo XX, somos esos descendientes;

el judío es nuestro enemigo.

Lo interesante de toda la producción del cine alemán subordinado al régimen nazi

cobra un sentido extra a partir del análisis de su contraparte: el cine

estadounidense. Ambas potencias, cada una desde su lado del espectro

ideológico y sus diferencias de régimen político, se suman en una doble carrera

tecnológica alimentada por la guerra. Por un lado ambos países se encuentran en

medio de una carrera armamentística dentro de la lógica de la Segunda Guerra

Mundial. Así, mientras Hitler exhibe con orgullo sus panzers, Roosevelt presenta

con vanidad sus M10 Wolverine. Sin embargo, existe una lucha diferente a la

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realidad física de la guerra, una la lucha por la inmaterialidad y la percepción: la

guerra de los imaginarios. Así, no sólo importa quién tenga la mejor arma, importa

también quién sea capaz de mostrar más poder a través de los medios

audiovisuales y quién tenga la mayor incidencia sobre la mentalidad de un público

a la vez espectador de la guerra y del cine.

El cine se presenta como arma esencial de dicha disputa. De esta forma, mientras

Hollywood se aventuraba con superproducciones como Lo que el viento se llevó

(1939), Babelsberg respondía, unos años después, con enormes inversiones

como Las aventuras del barón Münchhausen (1943). Se trata de una carrera

cinematográfica por apropiarse de los imaginarios. Todo se explica a través de

una ecuación bastante simple: cuanta mejor calidad tenga mi cine en comparación

al de mi enemigo, más posibilidades tengo de apoderarme del imaginario del

espectador y más posibilidades de ganar la guerra. En conclusión: a mejor cine

mayor demostración de poder.

El tema de los imaginarios y la percepción se desarrollará más adelante de la

mano de la reflexión de Paul Virilio (1991). Por ahora basta comprender que el uso

del cine como medio de propaganda y como mecanismo de guerra no se reduce al

caso aislado del Tercer Reich. Estados Unidos jugó, a lo largo de todas sus

guerras, el mismo juego y el cine de Frank Capra –con el monumental Why we

fight (1943)- es una demostración contundente de este principio. Capra no utiliza

la ficción para apoderarse del imaginario del espectador. Su técnica es más

directa, más cruda. A través de una serie de documentales, busca mostrar los

horrores de la guerra nacionalsocialista. La técnica visual parece hacer una oda a

la destrucción. Bombas explotan, armas se disparan, gente muere. Capra no es

sutil en el uso de la imagen. Una voz en off lee el listado de países caídos en la

desgracia de la guerra mientras la cámara muestra cadáveres superpuestos unos

sobre otros, ruinas de lo que antes eran ciudades, aviones que caen y estallan. El

mensaje es directo y está explícito al comienzo del documental.

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El propósito de estos films es dar información sobre los hechos, las causas

y los eventos que llevaron a nuestra entrada a la guerra, al igual que los

principios por los cuales estamos combatiendo. Estamos determinados a

que antes de que se ponga el sol sobre esta terrible lucha nuestra bandera

sea reconocida a lo largo del mundo como símbolo de libertad por un lado…

y de poder abrumador por el otro.

Las palabras subrayadas por el mismo director se refieren a la libertad y el poder.

El apoyo al film fue tan grande que recibió un premio de la Academia a mejor

documental. Capra no usa rodeos en su utilización del cine como herramienta al

servicio de la guerra. No importa entender a qué métodos recurre cada bando.

Interesa sí comprender de qué manera, sin importar si régimen democrático o

totalitario, si economía capitalista o planificada –como el caso de la URSS-, si nazi

o aliado, etc, todos los gobiernos han utilizado los medios audiovisuales como

arma para manipular la mente del espectador y apoderarse de sus campos de

percepción. Este último punto se verá en el próximo capítulo.

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2 La creación de imaginarios y la manipulación del espectador a través

del cine y la televisión

2.1 La televisión: su alcance y su incidencia en la audiencia

Hasta ahora se ha abordado el tema del arte como herramienta política en

diferentes contextos. Verdi y Wagner representan la utilización de expresiones

artísticas como elemento para promover sus convicciones políticas en el siglo XIX,

Babelsberg y Hollywood utilizan la producción fílmica como un arma

propagandística al servicio de su respectivo régimen. Antes de estudiar el tema de

la televisión surge una pregunta que debemos tratar. ¿Es la televisión un arte? Sin

las pretensiones de responder exhaustivamente dicha duda, que merecería un

análisis desde la comunicación, el lenguaje y las artes, vale la pena recurrir a los

planteamientos de Arlindo Machado (2000, Pp. 61). Desde el comienzo de su

argumentación Machado se muestra como un firme defensor de la televisión. La

tesis principal del autor afirma la necesidad de reconfigurar nuestra comprensión

del fenómeno televisivo, muchas veces incomprendido. Al preguntarse acerca del

carácter artístico de la televisión Machado asegura que “no vemos nada porque

nos rehusamos a ver, porque nos quedamos ciegos cuando encaramos la

televisión. Las experiencias están allí, muchas de ellas tan grandes y fuertes como

el cine de Welles o de Eisenstein” (Pp. 65). Este autor intenta incluso abordar el

debate ya mencionado en páginas anteriores sobre la consecución de un arte

total. En el siglo XIX Wagner decía que la ópera era la síntesis de todas las artes.

Más tarde Eisenstein reivindicó para el cine ese poder de condensar todas las

otras formas de expresión. Hoy, el director inglés Peter Greenway considera que

la televisión cumple ese papel (Pp.75).

Con la existencia clara de una falta de consenso en cuanto al carácter artístico de

la televisión, el presente estudio no busca unirse al debate ni adoptar una postura

concreta. Para objetivos específicos de este texto, resulta importante comprender

dos puntos. Sin importar que sea arte o no. 1) La televisión, entrados los años

cincuenta, remplaza al cine como principal medio audiovisual. Acá reside el punto

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principal que diferencia a cine y televisión para los propósitos específicos de este

estudio: el alcance poblacional. Más adelante se retomará este punto con la

explicación de la televisión como fenómeno de masas, de la mano de los

postulados teóricos de Theodor Adorno (1966) en su texto Television and Patterns

of Mass Culture. 2) La televisión tiene la posibilidad, al igual que el cine, de forjar o

representar imaginarios en las diferentes sociedades. Este tema ya ha sido tratado

de manera somera en páginas anteriores. A continuación se profundizará en este

punto desde una perspectiva política. ¿Pueden dichos imaginarios servir a los

ideales de un régimen? ¿Sirve la televisión como mecanismo de control político?

Este tipo de interrogantes sirve de guía para el desarrollo conceptual que nos

ofrecen Paul Virilio y Theodor Adorno en sus respectivos textos. Estos dos autores

nos servirán como base para comprender el fenómeno audiovisual – y de la

televisión en específico- como elemento que influye en la mentalidad de la gente y

su perspectiva política. Como bien lo dice Machado (2000, Pp. 62), la televisión ha

sido históricamente entendida como “máquina de moldear el imaginario”.

2.2 La consolidación de imaginarios a través de estereotipos y mensajes ocultos

en el cine y la televisión

Theodor Adorno hace un análisis del papel de la televisión en la sociedad de la

segunda mitad del siglo XX. Desde una postura crítica, Adorno explica la función

de la televisión como elemento central de la cultura de masas y su peligro

moldeando la mentalidad de las clases medias inocentes que se dejan manipular

por el falso realismo que presentan los programas televisivos. Adorno parte de la

afirmación de que el arte siempre ha tenido una influencia directa sobre los

espectadores. De esta manera, para el autor resulta complicado entender de qué

manera la expresión de l’art pour l’art (arte que se hace con el único fin de hacer

arte), se volvió popular en París a comienzos del siglo XIX, cuando la literatura se

convirtió por primera vez en un negocio a gran escala (Pp. 2) Este punto se hace

fundamental para el análisis de la televisión, pues indica de qué manera siempre

existen intereses – comerciales, políticos, entre otros- que impulsan la producción

de ciertas expresiones televisivas por encima de otras. Adorno aclara que la

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pretensión de su artículo es entonces sensibilizar al público en cuanto a los

contenidos y las intenciones que se trasmiten por medio de la televisión.

El segundo punto que trata el autor en su texto está relacionado con las

características de la nueva cultura de masas de la que la televisión resulta la

principal exponente. La cultura de masas, definida por su alto alcance en el

número de espectadores, se ha vuelto casi imposible de eludir. Su producción ha

aumentado de tal modo que se ha hecho casi imposible eludirlos; e incluso

aquellos que antes se mantenían ajenos a la cultura popular – la población rural

por una parte, y los sectores muy cultivados, por la otra – ya están de algún modo

afectados (Pp. 3). Así, la alta difusión que tiene la televisión dentro de la cultura de

masas se apodera de todos los medios de expresión artística y genera una

concepción de arte uniforme a las exigencias del sistema de la cultura popular,

que hace más difícil la existencia de un arte “serio” –en palabras de Adorno-. De

esta forma, las expresiones artísticas “serias” tienen menor cabida dentro del

mercado y son muchas veces tachadas como “pedanterías” dentro del sistema de

la cultura de masas. Adorno explica que este sistema es cerrado y tiende a

uniformizar la realidad a través de la creación de categorías estereotipadas, donde

la niña bonita es inmediatamente considerada la “buena”, los villanos son

caricaturizados a través de su apariencia física y el espectador siempre sabe de

qué manera acabará el programa.

La creación de estereotipos y clichés representa el eje central del argumento de

Adorno (1966). Como la cultura de masas promueve la uniformidad y rechaza al

que piensa por fuera del sistema, el autor afirma que “el mensaje es

invariablemente el de identificación con el statu quo” (Pp. 7), es decir, de

identificación con el que piense dentro del molde. Los estereotipos y los clichés

son el elemento que le permite a la televisión codificar las mentalidades de los

televidentes para que piensen igual, sin necesidad de recurrir a su propia

experiencia. Profundicemos en este punto. La televisión tiene mensajes ocultos y

mensajes explícitos. Los primeros resultan más importantes porque llegan a la

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mente sin ser vistos y sin ningún tipo de resistencia. El autor nos propone el

siguiente ejemplo. En una serie norteamericana, una maestra de escuela, astuta y

graciosa, recibe un pésimo sueldo que no le permite alimentarse debidamente y es

constantemente maltratada por la directora de la institución educativa donde

trabaja. No obstante su condición, la maestra tiene una excelente actitud frente a

la vida y encuentra cada momento que puede para reír y hacer reír al auditorio.

Adorno entiende el mensaje explícito del programa como absolutamente vacío

pero interpreta el oculto como un mensaje de tolerancia frente a una relación de

dominación en una realidad injusta, como la aceptación de unas condiciones

humillantes. Si eres tan divertido, bondadoso, listo y encantador como esta chica,

no te importe que te paguen un sueldo de hambre. Puedes hacer frente a tus

frustraciones en forma humorística; y la superioridad que te confieren tu ingenio y

tu agudeza no sólo te ponen por encima de las privaciones materiales sino que

también te ponen por encima del resto de la humanidad (Pp. 9-10). Ahí comienza

la producción de mentalidades.

Como ya se dijo, la formación de una mentalidad uniforme se construye a través

de estereotipos y clichés. La maestra de la escuela es graciosa y encantadora.

Esto, según los estereotipos que promueve la cultura de masas, es prueba

suficiente de que es la “buena” de la historia y, que a pesar de las complicaciones

que sufra, ella resultará la vencedora frente a la malvada directora (otro cliché).

Este es el punto fundamental de la reflexión. ¿Cómo podemos asegurar que sólo

por ser la muchacha graciosa y encantadora encontrará su final feliz? ¿Cuál es la

verificación empírica que sustenta esa afirmación? Para Adorno (1966), los clichés

que se crean a través de la televisión se forman para remplazar la necesidad de

un sustento empírico en la vida de un espectador que se olvida de su propia

experiencia. Pensemos en otro ejemplo. Los espejos en las películas de terror son

herramientas que utilizan frecuentemente los directores para asustar al público.

Es así como no resulta nada extraño que el héroe o la heroína de una película de

miedo cierren una puerta que tiene al reverso un espejo, o prendan la luz en un

Page 19: LA CONSTRUCCIÓN DE UN IMAGINARIO DE LA GUERRA EN …

16

baño, y aparezca el fantasma, asesino, demonio, etc. reflejado inmediatamente.

La pregunta acá sería: ¿por qué, después de ver una película de terror, he yo de

tenerle miedo a prender la luz en el baño? ¿Existe alguna experiencia de mi

pasado en la que haya efectivamente aparecido algo en ese espejo? ¿Tengo

algún sustento empírico para creer que es eso posible? Para Adorno la respuesta

es negativa. La televisión invade mi percepción de la realidad y los estereotipos

están ya tan institucionalizados e interiorizados, que pasan a remplazar mi propia

experiencia. “Así, la vida empírica queda embebida de una suerte de significado

que excluye la experiencia empírica adecuada” (Pp. 13)

Estos mensajes ocultos y la institucionalización de los clichés televisivos son

especialmente peligrosos. Según este principio el individuo pierde la capacidad de

comprensión de la realidad y deja en segundo plano la necesidad de

experimentarla. A esto se le suma la capacidad de los mensajes ocultos para

moldear imaginarios según algún principio ideológico o político. En palabras de

Adorno (Pp. 8) “ciertas tendencias políticas y sociales de nuestra época, en

particular aquellas de naturaleza totalitaria, se nutren en buena medida de

motivaciones irracionales y a menudo inconscientes”.

La relación que existe entre la televisión, la mentalidad de los espectadores y los

imaginarios que se moldean a través de estereotipos y clichés televisivos, se hace

evidente luego del análisis de Adorno. Paul Virilio (1991) complementa la reflexión

desde una perspectiva más cercana al análisis de la guerra. La reflexión de Virilio

resulta pertinente para el presente texto por dos razones fundamentales. Primero,

porque complementa la discusión que propone Adorno en cuanto a los medios

audiovisuales como creadores de imaginarios y, segundo, porque dichos

imaginarios, para propósitos de este estudio, están relacionados directamente con

las realidades de la guerra y las dinámicas violentas. El análisis del autor parte de

la relación que existe entre guerra y cine y la capacidad de ambos para invadir y

manipular la percepción de los individuos. Así el texto de Virilio esté enfocado

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17

principalmente en el cine, como ya vimos en Adorno, la reflexión es también

aplicable al medio televisivo.

Para Virilio la guerra consiste menos en la consecución de victorias materiales

(territoriales, económicas) que en la apropiación de los campos de percepción del

enemigo y el público. Esto, en otras palabras, plantea que el imaginario colectivo

representa también un campo de batalla entre las partes en guerra. Virilio asegura

que el resultado del enfrentamiento bélico entre dos partes depende más de la

apariencia y la imagen que se encarguen de mostrar los bandos, que de las

confrontaciones militares directas. De esta forma, una guerra tiene dos frentes de

batalla distintos. Por un lado, la “materialidad” del enfrentamiento que se traduce

en poder militar, en victorias en terreno, en ganancias o pérdidas económicas

concretas, entre otros. Ésta respondería a la realidad objetiva del conflicto armado.

Por el otro lado, está la guerra por conquistar el imaginario. Para Virilio este otro

frente de batalla es el que genera una verdadera diferencia y desestabiliza la

balanza hacia un bando o el otro: la percepción de la guerra y del enemigo. Así, es

el factor subjetivo del conflicto el que impone las reglas. Apropiarse de la

“inmaterialidad” de los campos de percepción del enemigo y del público es el

elemento decisivo. No es lo que yo sea y lo que yo tenga para hacer la guerra; es

lo que el adversario y la población creen que yo soy y que yo tengo. De esta

manera, las capacidades y recursos militares pasan a un segundo plano y el

elemento psicológico se vuelve protagonista: si un bando percibe al otro como

superior, como más fuerte o más inteligente, es difícil que resulte victorioso. Es así

como, según la hipótesis de Virilio, lograr construir la imagen que yo quiera en la

mentalidad de los otros (apropiarme de sus campos de percepción) debe ser el

objetivo de los nuevos “beligerantes modernos”.

De esta reflexión nace la idea del autor de entender el cine – y los medios

audiovisuales en general- como elemento y arma de guerra. Si entendemos que

apoderarse de la percepción que el público y el enemigo tiene “de uno” como el

elemento fundamental para dictar los términos en una guerra, las películas y la

Page 21: LA CONSTRUCCIÓN DE UN IMAGINARIO DE LA GUERRA EN …

18

televisión aparecen como medios muy efectivos para dicho fin, como lo vimos con

Hollywood y Babelsberg.

Si trasladamos las reflexiones de Virilio al contexto colombiano, la argumentación

se adapta a las circunstancias y condiciones del conflicto armado interno. En

Colombia, a pesar de las distintas posiciones ideológicas que se ven en las

películas y las emisiones televisivas, es difícil asegurar que los bandos utilizan el

cine o la televisión como arma contra el adversario. Esto se debe principalmente a

la independencia de las grandes productoras –cosa que no sucedía, como se vio

en el capítulo anterior, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial-. Sin

embargo, el enfoque teórico de Virilio no pierde su validez. El hecho de que la

industria no sea manejada por las partes en conflicto, no implica que las películas

y la televisión que se hacen no sirvan como herramienta para manipular los

campos de percepción de los espectadores. De esta manera, el cine y la televisión

que se producen en la actualidad en Colombia tienen un impacto directo en la

imagen que tenemos de nuestra propia guerra. Las películas, los seriales, entre

otros, siguiendo el pensamiento de Virilio, juegan con nuestra percepción y nos

obligan a crear imaginarios sobre la historia y la actualidad de los enfrentamientos,

sobre el rol de las diferentes partes involucradas, sobre las causas de las

confrontaciones, sobre quién es culpable y quién no. En últimas, los medios

audiovisuales nos llevan a elegir bandos de manera inconsciente. El cine y la

televisión codifican los enfrentamientos bélicos desde una perspectiva maniquea y

finalmente todo se traduce en un escenario de blancos y negros, donde los

matices grises pueden ser obviados por los intereses políticos detrás de las

producciones audiovisuales. En páginas posteriores se identificarán los

imaginarios del conflicto armado colombiano a la luz de la producción del Canal

RCN Tres Caínes. Por ahora se profundizará en el serial televisivo que servirá

como objeto de estudio.

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19

3 Tres Caínes: entre la realidad y la ficción

La estructura de la industria de televisión colombiana está conformada por un

oligopolio de los dos canales privados, RCN y Caracol, que entre ambos alcanzan

una audiencia del 60% del total de los televisores prendidos en horarios prime time

en el país (ver anexo 5). Fuenzalida (2012) le atribuye la crisis de la televisión

pública en el país a la falta de competitividad: “el alto costo de la producción y la

necesidad de grandes inversiones ha producido el efecto de concentrar en pocas

programadoras la capacidad real de programar” (Pp. 4). Esto supone un

escenario desigual, donde la programación producida por intereses privados es la

que tiene un mayor alcance poblacional –globalizado cuando las producciones son

vendidas al exterior-. En el quinto capítulo se retomará el tema de las audiencias y

el alcance. Por ahora es importante comprender de qué manera los canales

privados emiten su programación poniendo sus intereses comerciales y políticos

por encima de la responsabilidad social que conlleva la emisión televisiva.

Los Tres Caínes, dentro este modelo globalizado de televisión privada, pertenece

al Canal RCN. Narra la historia de los hermanos Castaño Gil, una de las historias

más paradigmáticas y violentas del conflicto armado colombiano. Fidel, Vicente y

Carlos son los protagonistas de la narración. Después del secuestro –y posterior

asesinato- de su padre por parte de la guerrilla en el departamento de Antioquia,

los tres hermanos emprenden una venganza personal que llevaría años después a

la fundación de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), el principal grupo

contrainsurgente del país y principal victimario del pico de violencia de finales de

los años 90’s y comienzo de los 2000’s. La elección del serial televisivo no resulta

arbitraria y responde a tres razones principales: 1) el contexto nacional en

momentos de la producción y programación del serial. (Ver capítulo 5) 2) el

movimiento de protesta por parte de las víctimas que se generó como

consecuencia directa de la salida al aire del programa 3) que Los Tres Caínes se

diferencia de los otros seriales que tratan dinámicas violentas en el país por una

razón: es el primero en salirse de la temática del narcotráfico y trata un tema de

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20

violencia política, la violencia paramilitar. Este punto resulta fundamental para el

presente texto porque abre el campo de estudio y permite entender no sólo los

imaginarios que se construyen a partir de relaciones de narcotráfico sino también

aquellas que se enmarcan dentro de las dinámicas del conflicto armado interno

desde una perspectiva no de delincuencia común sino de violencia política.

El surgimiento del serial responde a la evolución histórica de la televisión

colombiana. Raymond Williams (2011) asegura que la violencia ha sido un medio

de entretenimiento mucho más viejo que el desarrollo mismo de los medios

audiovisuales (Pp. 69). Esta afirmación exime de toda culpa a la televisión en

cuanto a los contenidos violentos que reproduce. Sin embargo, en su texto,

Williams se refiere a la televisión de ficción. ¿Qué sucede cuando la ficción se

confunde con la realidad?

Los últimos diez años representan un cambio en la televisión de entretenimiento

nocturno en Colombia. Las popularmente llamadas telenovelas –más adelante

retomaremos el debate conceptual- cambian en 2004 sus temáticas habituales. La

aparición de La viuda de la mafia representa un punto de quiebre y significa el

surgimiento y posterior boom de las muchas veces llamadas “narco novelas”. En

pocos años, el tema del narcotráfico invade los horarios prime time de las casas

colombianas. El Capo (2009), Las muñecas de la mafia (2009), Sin tetas no hay

paraíso (2006), son algunos de los más exitosos títulos sobre este nuevo

subgénero de la televisión en Colombia.

Sin embargo, en un principio las historias violentas que se apoderan de los

televisores colombianos se enmarcan de manera sencilla en el género de ficción.

La llegada de El Cartel de los sapos (2008), basada en la autobiografía del ex

narcotraficante Andrés López, cambia el panorama y vuelve difusa la línea que

separa la realidad de la ficción, el relato histórico de una narración producto de la

imaginación. Representa otro punto de quiebre que problematiza aún más la

polémica de la violencia como principal protagonista de la pequeña pantalla.

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21

Posterior a ésta, producto de la nueva moda impuesta por el relato de López,

comienzan las producciones de Escobar, el patrón del mal (2012) y Alias el

mexicano (2013), entre otras biografías televisadas –con tintes de ficción- de los

capos del Cartel de Medellín Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha,

respectivamente. Los Tres Caínes complementa la lista de híbridos entre relatos

históricos e imaginativos, entre narraciones de memoria y documentos históricos,

entre realidad y productos de ficción. ¿Qué sucede cuando la verdad histórica

queda al servicio de los intereses comerciales de una cadena televisiva? ¿No

resulta peligroso que el relato histórico lo maneje la televisión privada? ¿No

parece esto más absurdo aún en contextos de conflicto armado?

Lluís Mas Manchón (2011) hace una crítica a la tipología clásica de géneros

televisivos que resulta pertinente para ilustrar el problema de hibridación entre

realidad y ficción que presenta Los Tres Caínes como programa. Manchón explica

que los géneros son producto de la necesidad de agrupación de mensajes

artísticos o informativos que presenten características que los hagan comunes

(Pp. 78). A partir de esta definición, Manchón explica la tipología que construye

Harold Laswell en 1948 y asegura que viene perdiendo vigencia con el desarrollo

del medio. Para Laswell la televisión reproduce tres géneros de programas: de

información, de ficción y de publicidad. Sin embargo, más de medio siglo después,

la clasificación no resulta tan simple. Veamos.

Según la tipología de Laswell, los programas de información están claramente

definidos por parámetros que los hacen identificables. Noticieros, programas de

historia, documentales, son tal vez los principales exponentes del género. Con la

publicidad sucede algo parecido. Cualquier propaganda que busque lograr una

venta o promocionar alguna idea que produzca reacción en el público, sería

publicidad. Según esta afirmación, la publicidad iría desde un comercial que busca

la venta de un producto de aseo, hasta una campaña política, siempre cumpliendo

con querer vender un producto o una idea. En cuanto a la ficción, el género recoge

todo tipo de programación que reproduzca historias que simulan la realidad a partir

Page 25: LA CONSTRUCCIÓN DE UN IMAGINARIO DE LA GUERRA EN …

22

de mundos imaginarios (Laswell citado por Manchón, Pp. 79). Éste es el caso de

los telemovies, o los seriales, como Los Tres Caínes. Hasta este punto la división

parece bastante clara siempre y cuando la programación cumpla con los requisitos

de la tipología. Sin embargo, ya nos hemos planteado una pregunta: ¿qué sucede

cuándo se hace difusa la división entre las características de los diferentes

géneros? Antes de responder a esta pregunta, ubiquemos el serial analizado

dentro de un género y subgénero específico.

Según sus características, Los Tres Caínes puede clasificarse como un serial

televisivo – soap opera- en inglés. Sin embargo, el debate en cuanto a la

traducción del término no es tan claro y autores como Tufte (2004, Pp. 90), por

ejemplo, entienden lo mismo por soap opera, serial televisivo y telenovela. Para

propósitos del presente estudio no es relevante discutir sobre el debate de

conceptos y adoptamos la posición de Medina y Barrón (2010, Pp. 77), que

afirman que las telenovelas son las versiones latinoamericanas de las soap opera,

traducidos originalmente como seriales televisivos. Las características de las soap

operas latinoamericanas son variadas pero deben cumplirse con algunas básicas.

Para las autoras (Pp. 79), el principal requisito es que sean del género de ficción.

Además, deben contar con capítulos con historias conectadas por la misma línea

argumentativa, emitidos discontinuamente –generalmente de manera diaria- que

presentan personajes simples, con estereotipos apasionados, que actúan guiados

por sus sentimientos. Arlindo Machado (2000) agrega que su formato discontinuo

y fragmentado –contrario a la narrativa cinematográfica basada en leyes de

continuidad- sirve para enganchar al televidente día tras día, acabando cada

capítulo cuando se produce una tensión. Esta discontinuidad, además, está

estructurada para que perderse un día del serial no impida la comprensión de la

trama. Machado afirma que los capítulos no están encadenados por nexos

absolutos de causalidad (Pp. 340), y compara a los seriales con Rayuela de

Cortázar –tan sólo en el formato-, donde el desorden y saltarse capítulos no altera

el resultado de la obra.

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23

Martin Barbero (2005, Pp. 131) añade que las soap operas latinoamericanas

cumplen el papel de representar los valores culturales locales del país de emisión.

Esto, en otras palabras, apoya la argumentación de Adorno y Virilio cuando

plantean que los medios audiovisuales reproducen imaginarios sociales. En

palabras de Tufte (2004) “La telenovela se convierte en una forma importante de

ejercitar la ciudadanía cultural (…) transformando el uso de las telenovelas en un

proceso que promueve la pertenencia y la ciudadanía” (Pp. 107). El arraigo

cultural de la telenovela, al reproducir estereotipos sociales propios de las

sociedades y reproducir la cosmovisión de las mismas, logra una identificación

emocional entre el televidente y los personajes de las soap operas. Esta

identificación, este reconocimiento del yo en el personaje de ficción, explica la

gran popularidad que presentan las telenovelas en términos de rating y dan luces

de la enorme incidencia que tienen los contenidos de las soap operas en la

realidad política de los países. Este es el caso de Los Tres Caínes. Como lo diría

Tufte en su argumentación “Las telenovelas, debida a su amplia popularidad en

los países latinoamericanos, constituyen un más importante y relevante

instrumento de educación que los programas noticiosos o la publicidad social” (Pp.

104).

Los Tres Caínes cumple a cabalidad todos los requisitos expuestos arriba excepto

uno: su fidelidad al género de ficción. Esto responde a la crítica que Manchón

hace a la tipología clásica de los géneros televisivos que habíamos mencionado

en párrafos anteriores. La argumentación es sencilla. La tipología clásica pierde

vigencia porque el desarrollo del medio televisivo vuelve difusas las fronteras entre

un género y el otro. Es una cuestión de hibridación entre géneros. La ficción (el

entretenimiento) se confunde con la información, la información con la publicidad,

y viceversa. Las características ya no están claramente separadas y se comparten

entre los géneros clásicos. Así, un programa de ficción como Los Tres Caínes se

puede mover entre la imaginación de los libretistas y la información que pretende

transmitirse al asegurar que el relato está construido a través de testimonios

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24

dados por paramilitares en el marco del proceso de Justicia y Paz, reglamentado

por la Ley 975 de 2005. En términos de Manchón (Pp. 78), Los Tres Caínes cabría

dentro de los programas de frontera que presentan una hibridación entre ficción e

información. Ésta es definida por el autor como “la creación de mundos posibles

del desorden del imaginario, pero anclados en la realidad, con la subsiguiente

difuminación de las fronteras entre realidad y ficción”.

El párrafo aclaratorio, antes de comenzar cada capítulo del serial, resulta bastante

ilustrativo para comprender el fenómeno de hibridación:

El siguiente programa contiene escenas de violencia que examinadas

dentro de un contexto histórico y social, dan a conocer y representan

sucesos de una época que alteró y afectó gravemente al pueblo

colombiano.

La Serie Tres Caínes está basada en testimonios rendidos en los diferentes

procesos adelantados a partir de la Ley de Justicia y Paz, en las

investigaciones y entrevistas realizadas por el autor de la Serie, Gustavo

Bolívar Moreno y el periodista Alfredo Serrano Zabala, así como en las

informaciones de medios de comunicación, artículos de prensa y hechos de

público conocimiento. Los hechos que se narran y presentan, contienen

personajes y situaciones de ficción.

El párrafo aclaratorio es fundamental para entender la naturaleza de la telenovela.

Como queda claro, Los Tres Caínes es un serial basado en hechos reales pero

con pinceladas de ficción. Las graves críticas respecto de su contenido han

llevado a los productores de RCN a pasar la aclaración citada más arriba, al

comienzo de cada episodio. Es una forma de lavarse las manos. Otros seriales

similares e igual de criticados como Escobar, el patrón del mal (2012), han llevado

a los realizadores de la producción a justificar sus contenidos de violencia con la

frase “el que no conoce su historia está condenado a repetirla” pronunciada en voz

grave y seria al comienzo de cada capítulo. Con el argumento de conocer la

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25

historia se justifica la programación de seriales que –entendiendo el alcance e

influencia de la televisión en el televidente desarrollados en capítulos anteriores-

imponen una interpretación de fenómenos históricos como la realidad, como un

documento de historia oficial.

Con Los Tres Caínes sucede lo mismo. El párrafo aclaratorio tiene evidentes

propósitos de vender el serial como producto de una investigación seria, como

documento con verificación empírica basada en hechos reales. Se habla de

“testimonios de Justicia y Paz, de “investigaciones y entrevistas”. Incluso parece

que se hablara de una revisión de prensa exhaustiva. Es evidente que el serial

asegura narrar la historia tal y como sucedió. Sin embargo, el párrafo acaba con

una pequeña frase que hace las veces de chaleco antibalas, que exime de todo

tipo de responsabilidad histórica al canal, teniendo en cuenta la posibilidad de

ofender a las víctimas e incluso re victimizarlas negándoles su derecho a la

verdad: “Los hechos que se narran y presentan, contienen personajes y

situaciones de ficción”. Esto tiene serias implicaciones. Por un lado, la producción

juega a contar hechos reales, a producir un documento cuasi académico que

“cuente nuestra historia para no repetirla”. Por el otro, de manera sagaz, se lavan

las manos diciendo que la historia tiene sus matices de ficción. ¿Dónde

separamos a la ficción de la realidad? ¿Qué hacer ante los reclamos de los hijos

de Bernardo Jaramillo Ossa –Fernando Jaramillo en el serial- cuando afirman que

su padre no era el cobarde agachado ante Pablo Escobar que retrata la

telenovela? Todos sabemos que no lo era. ¿Dónde quedó el dirigente de la UP

que una vez, valiente, aseguró saber que su muerte era cuestión de meses y aun

así se negó a detener su lucha política? En los Tres Caínes no existe. El serial,

arbitrario, se permite ese tipo de lujos narrativos cobijado bajo la protección de

representar “personajes y situaciones de ficción”.

El conflicto se hace evidente en forma de pregunta: ¿cómo hace el televidente

ingenuo del que habla Adorno para separar la verdad de la mentira, la realidad de

la ficción, la historia de la interpretación de la historia? Este es un interrogante tal

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26

vez sin respuesta. Las cadenas televisivas ganan millones a costa de vender

información que distorsiona la realidad en la mente del espectador, que le impone

una sola versión de la historia como la verdadera y que ayuda a institucionalizar

los estereotipos de la guerra en la mente del televidente. En el siguiente capítulo

se verá cuál es esa versión de nuestro conflicto armado que quisieron imponernos

a diario, durante cuatro meses, todas las noches por el Canal RCN.

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27

4 La creación de paralelos ficcionales, el reemplazo de la experiencia y

los imaginarios de la guerra.

Los capítulos anteriores son un insumo fundamental para comprender el propósito

del presente estudio. Se revisó de qué manera la política incide en el arte y

viceversa, generando un efecto directo en el público y los espectadores. Se

estudió detalladamente el poder del cine y la televisión en la creación de

imaginarios colectivos en el público receptor. Se vio también cómo los estereotipos

que se reproducen a través de los medios audiovisuales repercuten directamente

en realidades como la de la guerra y la percepción que tenemos de la misma.

Posteriormente se justificó la elección del serial televisivo Los Tres Caínes como

caso de estudio y se identificó su naturaleza como híbrido entre la ficción y el

documento histórico, lo que lo hace aún más propicio para la creación de

estereotipos e imaginarios paralelos a la realidad y sin contenido empírico.

Ahora el propósito es otro. Este capítulo tiene como objetivo identificar esos

imaginarios. A partir del repaso detallado de los episodios de la soap opera

elegida, se identificaron dos formas de representación de estereotipos diferentes

que se repiten a lo largo del serial y se van reproduciendo en el público. De esta

forma, siguiendo los postulados de Adorno, estos estereotipos le permiten al

espectador saber de antemano y sin recurrir a la experiencia, qué va a pasar en

ciertos momentos del serial y de qué manera van a actuar los diferentes

personajes bajo una serie de condiciones dadas. Sabemos que estos clichés

visuales se institucionalizan en la mentalidad colectiva y resultan peligrosos a la

hora de comprender nuestra realidad. Sin la experiencia necesaria, que es

remplazada por una realidad diferente que nos impone la televisión, los

estereotipos remplazan el contenido empírico de nuestro conocimiento y nos

vuelven ciegos en nuestros análisis y en nuestra comprensión del mundo. Los

Tres Caínes es el perfecto ejemplo de este fenómeno en el ámbito político.

Nuestra visión del mundo se ve nublada por clichés y no somos capaces de leer la

realidad política de una manera crítica, por fuera de estereotipos y prejuicios, con

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la objetividad y la necesidad de verificación empírica que requiere la Ciencia

Política.

Estas dos formas de representar y crear los estereotipos son, audiovisual por un

lado y, por el otro, discursiva. La primera responde a la estética del serial, al cómo

está producido y a las técnicas que se utilizan –ya sean de la cámara, de los

planos, de los efectos- para estructurar la forma de la soap opera. La segunda

hace alusión a la temática de fondo que trata la serie y a los discursos que se

manejan acerca de las diferentes problemáticas y realidades del país. Ambas

formas de crear o perpetuar estereotipos, cada una desde sus características,

permiten hacer un análisis político del serial, que veremos en las páginas

siguientes. Vale la pena hacer una aclaración. Los Tres Caínes divide de manera

arbitraria la sociedad colombiana y encaja a los personajes en categorías

absolutamente delimitadas y reduccionistas. Así, para la telenovela en Colombia

sólo existen paramilitares, narcotraficantes, guerrilleros, políticos y víctimas. La

unión de estas categorías configura la totalidad del universo de la serie y, por

consiguiente, la totalidad de la realidad colombiana, según el imaginario. Cada

categoría tiene sus estereotipos diferentes promovidos por el serial. Son estos

estereotipos los que consolidan un imaginario del conflicto armado en la

actualidad, a partir de la televisión. A continuación se identificarán las dos formas,

tanto audiovisual como discursiva, a partir de la revisión del serial televisivo Los

Tres Caínes.

4.1 El narcotraficante, el dinero fácil y una apología a la ilegalidad

La imagen del narcotraficante está bastante elaborada en nuestra cabeza. La sola

palabra, seguramente nos lleve a pensar en Pablo Escobar y en toda una época

de violencia, de bombas y atentados, de muerte y de tragedia. Sin embargo, ante

el interrogante ¿cómo luce un narcotraficante? La pregunta se responde sola

porque la imagen salta inmediatamente a nuestras cabezas como un reflejo

instantáneo de la mente. He ahí el estereotipo. Veamos.

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Como bien sabemos, los años ochenta y noventa en Colombia estuvieron

marcados por la lucha entre narcotraficantes, principalmente entre el Cartel de

Medellín y el Cartel de Cali. Dicha disputa, de manera bastante superficial, es

tratada en la telenovela. Pablo Escobar “el capo de capos” –como lo llaman

bastantes personajes a lo largo de la trama- puede llegar a ser el cuarto

protagonista del serial, si contamos su tiempo al aire, después de los hermanos

Castaño. Los Rodríguez Orejuela, por su lado, también tienen sus quince minutos

de fama. Lo interesante es que todos son retratados como iguales, sin ninguna

diferencia digna de resaltar, hasta el punto en que el acento paisa y el caleño

comienzan a sonar iguales. El narcotraficante, como categoría única y sin espacio

para ser diferente –categoría que recoge incluso a los hermanos Castaño cuando

comienzan a traficar droga-, es retratado según el estereotipo cotidiano: ostentoso,

de carácter violento, paisa o caleño, con un lenguaje y aspecto que resaltan su

origen popular, machista, y hasta reventar de dinero. Muchas de estas

características tal vez resulten comprobables. Sin embargo, el manejo que el serial

le da al cliché del “narco”, tiene implicaciones a nivel cultural y envía un mensaje

de apología a la ilegalidad.

“¿Pero se embobaron? ¿Con quién creen que están hablando estos pendejos?

(…) va tocar quebrarlos” dice Escobar, al enterarse de que los Castaño se niegan

a visitarlo. Su personaje, endiosado, grita con furia ante cualquier detalle que para

él significa una terrible ofensa “¡Si el dueño de este país soy yo, que no se les

olvide!”. Maneja un lenguaje propio y popular, que mezclado con un acento bien

logrado, tiene éxito al hacer estallar la risa del televidente. Resulta hasta cómica la

escena: “¡te voy a matar hasta las pulgas de la casa!” dice amenazando por

teléfono. De gracioso, evidentemente, el mensaje no tiene nada. Sin embargo, el

personaje emboba, encanta, hechiza. “Bueno muchachos ahora sí nos dimos

garra”, dice entre el orgullo y la risa al enterarse del éxito del atentado contra

Galán. El cinismo lo hace más atractivo todavía. Después, pasa una escena y

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tiene los ojos aguados al ver que su hija está enferma. ¿Qué mensaje nos ofrece

el serial? Pablo Escobar, además de chistoso, también es humano.

A pocos kilómetros, después de que el guardia les avisa a los Castaño que

“llegaron las hembras”, Vicente responde con un acento paisa exagerado: “que

sigan. Son un regalito para celebrar toda la producción de coca que vamos a

hacer. Vea eso, ¡escojan!”. Carlos y Fidel se turnan a las mujeres y pelean por

ellas como trofeos. “Gonorrea”, “carajo”, “vergajo”, “pendejo”, “chimbo” son las

palabras que resuenan en medio de las conversaciones. El nuevo lenguaje –

grosero, por cierto- reina en la fiesta. El acento paisa es llevado al extremo

después de que los productores vuelven narcotraficantes a los Castaño y su casa

se llena de mujeres –cosa que antes no había pasado en el serial- en el momento

en que deciden entrar al negocio de la droga. No hay tiempo para ser sutiles.

En el Valle, mientras tanto, los Rodríguez Orejuela planean asesinar a Escobar.

Entre risas, Gilberto dice imponente: “mejor dicho, dígale a esos señores [los

Castaño] que por plata no se preocupen”. Pasan unos segundos, entre el whiskey

y los chistes, y Gilberto agrega como si estuviera comprando un dulce: “Pongamos

un millón de dólares cada uno pa’ empezar y listo hombre ya”. Su hermano Miguel,

incluso más relajado, le responde con aprobación: “De una, sí, vea, dígale a los

Castaño que a partir de hoy cuentan con cinco millones de verdes”. No hay más

discusión, tema cerrado, una transacción como cualquier otra.

Todos están pasados de peso y no tienen mucho movimiento. Escobar parece

vivir dentro de la piscina, los Rodríguez Orejuela parecen tener cierta debilidad por

sentarse a tomar whiskey. Como Fidel dijo antes de involucrarse en el negocio:

“Yo prefiero ser narcotraficante que matón. La pasa uno más bueno”.

Ahora, tal vez más evidente que antes, el narcotraficante se configura en la mente

como un “ricachón”, algo violento, y con señales de sobrepeso porque va de fiesta

en fiesta, de mujer en mujer. Es poderoso y está por encima de la legalidad, no

sufre consecuencias. Es incluso hasta divertido y quiere a su familia. Este es el

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narcotraficante de Los Tres Caínes. El estereotipo cobra sentido más que nunca.

Sin embargo, lo problemático no resulta el estereotipo en sí. Seguramente más de

un “paisa” ha sufrido intentando entrar a Estados Unidos. No obstante, es posible

que el mensaje oculto del serial, la imposición de una realidad construida a través

de la televisión, llegue aún más lejos. Pablo Escobar tiene mujeres y dinero, tiene

poder y reconocimiento. ¿Para tener poder debo recurrir a la violencia? ¿Para

tener dinero debo elegir la vía ilegal? ¿Para conseguir mujeres debo ser

machista? Éstas son tal vez las preguntas pertinentes para el análisis. Preguntas

cuya respuesta, seguramente, muestra la incidencia de telenovelas como Los Tres

Caínes en nuestra realidad política.

4.2 Toda izquierda es guerrilla

Con la guerrilla sucede un fenómeno similar de no diferenciación entre tipos. Si

hacemos un sondeo público en el que preguntemos qué diferencia al ELN de las

FARC o del EPL, es probable que los resultados sean deficientes. La telenovela,

como suele pasar con la mentalidad colectiva colombiana, cae directamente en la

trampa de generalizar hasta el punto de recoger a los diferentes grupos armados

insurgentes dentro de la categoría de “una sola guerrilla”. No importa quiénes son,

menos importa cuáles son sus reivindicaciones, el significado de su lucha. Parece

como si no merecieran un nombre. Son uniformados en el monte que secuestran,

extorsionan. Nada más importa. En los Tres Caínes, no existe FARC, ELN ni EPL,

existe la guerrilla como un todo, una generalización. Esto no sólo resulta

interesante porque resalta la falta de legitimidad y el fracaso del adoctrinamiento

político en los grupos guerrilleros, sino también porque, como insiste en señalarlo

el serial, para la sociedad civil antioqueña todas las guerrillas son enemigas, sin

diferenciación. No existe campo para matices, todas son el enemigo, todas deben

morir, entonces todas son iguales.

Este principio de no diferenciación es el mismo que propone Goebbels en sus

principios. Recoger al enemigo bajo una categoría única y simplificarlo hasta

volverlo vulgar, al parecer sigue siendo una técnica vigente. El comandante de la

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guerrilla –que tampoco es digno de un nombre en el serial- parece salido del Jud

Süss de Harlan. Al igual que el rabino de la película, el comandante siempre está

sucio y harapiento. Su barba improvisada y su pañoleta al cuello recrean de

manera vulgar la imagen física y estereotipada del Che Guevara. Su lenguaje

revolucionario exagerado se asemeja a una burla. El carácter repetitivo de las

palabras llega al punto de volverlas ridículas, incluso aquellas frases que miradas

por fuera del contexto de la telenovela no representan ninguna burla: “¡por la vida

hasta la vida misma!” “¡hasta la victoria siempre!”. El comandante muere anónimo,

después de repetir estas frases de manera mecánica, al lanzarse como carne de

cañón ante uno de los misiles del Palacio de Justicia.

Esta es otra de las características que recoge el estereotipo del guerrillero: el uso

mecánico de expresiones dogmáticas de izquierda, contrapuesto a su

comprensión sobre marxismo y revolución. El guerrillero del serial está robotizado.

Es la caricatura del autómata. Parece ser que el chip de la revolución le es

impuesto a la fuerza, hasta el punto de interiorizar un lenguaje que no le

pertenece, que no comprende. Parece ser cuestión de libreto aprendido de

memoria. Ante la legítima duda de un estudiante sobre el por qué del secuestro de

familias inocentes, el comandante responde sin inmutarse ni preocuparse por

digerir la pregunta: “la revolución requiere de víctimas inocentes. Es por la

consecución del bien mayor”. ¿Cuál es ese bien mayor? ¿A costa de qué lo vamos

a conseguir? El guerrillero de los Tres Caínes no lo sabe porque el guión de la

serie no necesita que lo sepa. Probablemente, y eso requeriría de un estudio

aparte, el guerrillero raso de las montañas colombianas sea igual al comandante.

Tal vez la guerrilla sea un ejército de robots que repiten mecánicamente las

órdenes y el lavado de cerebro que les imponen sus superiores. Nos queda la

duda y, de nuevo, se reproduce el estereotipo.

El problema en este caso se resume en el cuidado que debe tenérsele a las

generalizaciones sin sentido. Esas generalizaciones, miradas de cerca, son

también estereotipos. El hecho de categorizar arbitrariamente debe evitarse en

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sus dos dimensiones. Las malas categorías por un lado, dividen y, por el otro,

agrupan. Ambas cosas son perjudiciales en su momento. En este caso particular,

agrupar homogeniza y, en un grupo homogéneo, todos pagan los platos rotos.

Este no es sólo el caso de las guerrillas. Esta es, tristemente, la razón de la

muerte de Bernardo Jaramillo, de Jaime Pardo Leal, de Luis Carlos Galán, entre

miles de otros. Como lo reitera Fidel varias veces a lo largo del serial: “Vamos a

acabar con todo lo que se llame izquierda en este país. Partido socialista,

comunista. Vamos a empezar por las corporaciones públicas: concejo, asamblea,

cámara y senado”. Para él, lleno de odio al hablar, todos son “guerrilleros vestidos

de civil, no es más”. No existe distinción alguna. El estereotipo se consolida en

forma de ecuación: izquierda=guerrilla. Con lágrimas en los ojos, el pequeño

Carlos Castaño de 18 años lo expresa perfectamente: “Yo quiero matar miles.

Quiero matar a todos los guerrilleros de este país, a los sindicalistas”. No hay

conjunción que separe los dos términos, es lo mismo un guerrillero que un

sindicalista. En su mente a ambos hay que acabarlos.

“Candidato de izquierda que se postule, candidato muerto”, explica Fidel con

tranquilidad. La era de violencia y de masacres comienza. La purga de los

Castaño empieza a hacer estragos en la telenovela. En un momento, Doble Cero,

mano derecha de Fidel, llega con una lista negra en la mano. Es hora de decidir a

quién matar. Fidel, como si leyera una revista, pronuncia en voz alta: “son 23…

pero digamos que son 50… los otros, por sospecha”. No más palabras.

4.3 Los políticos: la caricaturización del ridículo y la corrupción

La política es la caricatura del ridículo. El poder no lo tienen los gobernantes, lo

tiene la violencia. Pablo Escobar alardea de ser el dueño del país, de los medios

de comunicación, de la economía. Los Castaño son ciudadanos respetables –en

palabras de varios personajes militares, policías, víctimas de las FARC, entre

otros-. La violencia de ambos bandos genera respeto. La guerrilla, incluso, tiene

simpatizantes en universidades, en uno que otro campesino anónimo que rellena

la pantalla como extra. Los políticos, en cambio, están solos. Se representa una

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doble caricaturización del político tradicional, las dos igual de peyorativas.

Veamos.

Por un lado, el político es un ser corrupto, despreciable, con sed de poder y de

dinero. Esto, para propósitos del estereotipo, lo pone al servicio directo de los

capos de la mafia. Es evidente que muchos políticos han estado directamente

involucrados con el monstruo del narcotráfico. Sin embargo, en la telenovela no se

salva ninguno. “La contribución es absolutamente voluntaria”, le dice López

Michelsen a los grandes capos del Cartel de Medellín en una reunión de

recaudación de fondos para la campaña de 1982. La lucha contra la joven

candidatura de Galán los une con una “ayudita” de unos “milloncitos” para evitar

su acceso al poder. Escenas después, un personaje que recuerda a Santofimio

lleva la corrupción a instancias superiores. “Me parecen absolutamente legítimas

sus aspiraciones señores”, le dice a Pablo Escobar, Carlos Lehder, Gonzalo

Rodríguez Gacha y Fabio Ochoa, después de que Escobar y Lehder le presentan

sus deseos de llegar al congreso. La negociación es directa y con las cartas sobre

la mesa. “¿Cómo es eso de la inmunidad parlamentaria?” pregunta Escobar. El

político, sonriente, le responde al capo lo que quiere oír y le explica que su llegada

al capitolio se debe dar como suplente, para evitar un escándalo público. No hay

por qué ser sutil al respecto, ambos bandos saben qué juego están jugando. Años

después, ante el miedo de la extradición, Escobar dice con contundencia: “Yo

tengo arreglada la mitad de la constituyente”, no hay por qué preocuparse. La

Carta Magna bajo la cual se regula toda la institucionalidad colombiana queda en

entredicho. Para los guionistas de Tres Caínes, la mitad más uno de los

constituyentes estaban en el bolsillo de la mafia. Fuerte acusación.

Por el otro lado, el político es un incompetente, un incapaz. Gaviria es el ejemplo

perfecto del ridículo. Su actuación es exagerada, su voz estridente destiempla los

oídos. Su apariencia física complementa de manera perfecta cada nuevo fracaso

del que es responsable. Parece un juego del gato y el ratón. Escobar siempre está

un paso adelante en su fuga de la cárcel y la persecución parece más una parodia

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que una representación de hechos reales. A cada nuevo fiasco de la fuerza

pública, un Gaviria lleno de gestos cómicos arma un escándalo que resalta más su

impotencia como gobernante. “¡Es el acto más vergonzoso en la historia judicial de

Colombia (…) vamos a pasar a la historia como los funcionarios más ineptos, más

burlados y más pusilánimes de todos los tiempos!” le grita desesperado a su

gabinete. Por momentos el espectador piensa que va a llorar. “¡Somos el

hazmerreír de la comunidad internacional!” dice frustrado como un niño al que le

falta su juguete.

Entre la corrupción y la incompetencia este país, al parecer, se gobierna solo. Un

demócrata como Galán acaba muerto y la producción del serial no le da más de

dos minutos de tiempo al aire. Ser demócrata es sinónimo de muerte. El

estereotipo de corrupto e incapaz parece merecer más atención de las cámaras.

Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro son también acusados de corrupción, de

cobardes al servicio del narcotráfico. Sólo se salva una versión de Galán sin voz,

sin diálogo y sin protagonismo. No hay tiempo para darle cara a las víctimas.

El estereotipo, como hemos venido viendo, se traduce en problemas concretos. La

comprensión de la realidad a partir del supuesto del político corrupto o

incompetente per se, tiene implicaciones en la vida política del país. Según la

telenovela la institucionalidad colombiana está construida sobre los caprichos de

Escobar y la corrupción de nuestra clase dirigente. Esto apoya la desconfianza

absoluta que manifiesta la población colombiana hacia la mayoría de nuestras

instituciones. Es verdad que el congreso, hemos sido testigos, ha abierto sus

puertas a individuos involucrados directamente con grupos paramilitares, por

ejemplo. Sin embargo ¿qué implicaciones tiene el estereotipo? En este caso, la

reproducción y consolidación del cliché de corrupción en nuestro imaginario

colectivo potencializa de manera directa la falta de legitimidad que tiene la vida

política. ¿Qué incidencia tiene la ilegitimidad de un sistema político en la evasión

de impuestos, por ejemplo? ¿Qué grado de gobernabilidad es posible en

gobiernos sin legitimidad? Estas preguntas hacen importante pensar dos veces

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antes generalizar al “político”, al “guerrillero” y al “narcotraficante”, bajo

estereotipos. No todo político es corrupto, ser de izquierda no implica ser

guerrillero y hay más “paisas” trabajadores y honestos que narcotraficantes. Es

este escenario desesperanzador el que le permite al personaje de Fidel decirle

con determinación a su hermano Carlos: “nosotros estamos haciendo las cosas

bien hermano (…) algún día vamos a montar presidentes y todo”.

4.4 El poder oculto de la imagen: la invisibilización de la víctima

El imaginario poco a poco se va configurando a través del discurso que promueve

el serial. Los diálogos tienen un profundo contenido sobre nuestra visión de la

realidad política del país y sobre nuestra percepción de la violencia. Es una

relación de doble sentido. Mientras una comprensión superficial –y bastante

generalizada en la población- del país se ve plasmada en los Tres Caínes, los

mismos prejuicios que tenemos interiorizados se van alimentando por la

telenovela, mientras se crean otros nuevos. Es la configuración del imaginario

colectivo a través de la imposición de una versión de los hechos reales, de una

interpretación de las causas de la violencia, de una lectura individualizada de la

realidad. El discurso del serial es fundamental para la consolidación del

imaginario. Sin embargo, los elementos visuales también cumplen su rol dentro de

la institucionalización de clichés peligrosos. Los planos, el manejo de la cámara,

las actuaciones, los efectos, sirven como otro elemento que ayuda a penetrar en la

mente del espectador inocente del que hablaba Adorno y fortalecen la visión

maniquea que propone los Tres Caínes. A continuación veremos que hay ciertas

escenas que lo demuestran, así resulten más difíciles de identificar que la

irreverencia de los diálogos.

El sexto capítulo del serial tiene una escena violenta que resulta interesante desde

una perspectiva que relaciona la estética audiovisual con la política. La escena

comienza después de ver el llanto de Romualda Castaño al enterarse de que sus

hermanos son los responsables de la muerte de su novio. Carlos aparece en

movimiento, la cámara lo sigue con determinación. Se le ve serio, con las manos

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en la cadera, gritándole a sus tropas con el tono de voz clásico de militar. Sus

gestos y su voz recuerdan los discursos de Gaitán, sus manos, se mueven como

las de Mussolini. Es imponente, los paramilitares que se ven en el fondo lo oyen

atentos, bien parados, con respeto. Está dictando clases de moralidad. Sus

palabras son fuertes pero su lenguaje corporal es tal vez más expresivo. Sigue

caminando y se le cruza Fidel que también anda dando círculos entre sus

soldados. La cámara comienza a seguir al otro hermano Castaño, le enfoca la

cara, la perfección y limpieza de un moderno traje militar. Carlos prosigue como

gran orador a dando lecciones de patriotismo, con la bandera de Colombia

amarrada al brazo. La cámara los sigue a ambos, son los protagonistas. La toma

se acerca para enfocar sus rostros serios, el resto de la imagen se ve difusa. Solo

existen ellos, Carlos y Fidel Castaño, el centro de poder de los grupos

paramilitares en Colombia.

De repente, la cámara cambia de perspectiva y muestra un plano diferente que no

habíamos visto antes de manera clara. Carlos y Fidel están dando círculos frente a

un número indefinido de campesinos tendidos en el piso. Amarrados de los

brazos, algunos se mueven para intentar soltarse de las cuerdas. Están de

espaldas, no tienen nombre. Son las víctimas de la violencia paramilitar,

anónimas, sin rostro. No se alcanza a contar cuántos son los tendidos en el piso

porque tampoco importa la cantidad, son sólo números en una lista negra. La

cámara los captura desde arriba, con un ángulo que permite sólo ver nucas y

espaldas sucias retorciéndose como lombrices, no seres humanos. Los Castaño sí

están de pie, limpios y llenos de poder. Con una frase Carlos ratifica lo que viene

mostrando la estética de la telenovela. “Esta gente que está acá son

colaboradores de la guerrilla”, dice ferozmente. “Esta gente”, nadie digno de un

nombre, unas cuantas víctimas anónimas más.

Por primera vez en la escena, Carlos y Fidel se detienen. La cámara los enfoca a

ambos de frente, no se ve nada más en la imagen. Carlos termina su discurso

desafiante, amenazando a todo el campesinado colombiano. Desenvaina su

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revólver con imponencia, digno de un western estadounidense. Fidel le da la

espalda al espectador, más por darle protagonismo a su hermano que por no ver

un par de asesinatos. Mientras Carlos parece apuntarle a la cámara, que lo mira

enaltecido desde el suelo, la toma cambia, se voltea 180 grados y enfoca desde el

brazo del jefe paramilitar. En el primer plano aparece el revólver, de manera nítida,

ocupando media pantalla si se le suma el brazo del victimario. La otra mitad de la

imagen la ocupa la espalda de una víctima en total estado de indefensión, que se

ve difusa, como rellenando el segundo plano. La víctima está en el piso, el arma

en un plano vertical más elevado resaltando su posición de poder. Es la

representación de la violencia por encima del campesino, del victimario por encima

de la víctima. Carlos dispara, el individuo x muere anónimo. Fidel sigue el ejemplo

de su hermano y asesina otra espalda. El asesino se engrandece, la víctima

desaparece. Los productores del serial envían un mensaje claro: en Colombia las

víctimas no son merecedoras de una identidad.

Irreverente, violento, Carlos le da la espalda a una cámara que ya se encargó de

hacerlo famoso. Comienza a marcharse de la escena. Con rabia, suelta una frase

que resuena en los oídos del televidente y vuelve algo cínico los niveles de

violencia: “¡les cortan las cabezas y pal río!”. Fidel aprueba cada palabra de su

hermano con un tranquilo silencio mientras también comienza a marcharse del

lugar. Fin de la escena. Una música tranquila acompaña el final de la masacre y

termina con la exhibición de tomas aéreas del rio Magdalena. La reflexión parece

ser: ¿cuántos anónimos vio morir el río?

4.5 Los Castaño: enviados de Dios, dueños de la moral

Ya vimos cómo la imagen endiosa a Carlos y Fidel. El propósito de la cámara

parece ser recordarnos a clásicos héroes del cine, sus gestos son dignos de

grandes estadistas. Sin embargo, la glorificación de los Castaño no se reduce a

una escena específica por más diciente que sea su contenido visual. El tema del

paramilitarismo se aborda desde dos dimensiones distintas que parecen tener el

objetivo de justificar el surgimiento del movimiento violento: su estrecha relación

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con las creencias religiosas y el sentimiento nacionalista de los hermanos

Castaño. Ambos atributos conforman la intención de la telenovela de otorgarle la

superioridad moral al proyecto paramilitar. Esto, en un país como Colombia tiene

una serie de implicaciones que veremos a continuación. No es gratuito, que el

escudo de la Policía Nacional lleve inscrito como lema supremo: “República de

Colombia, Policía Nacional, Dios y patria”.

El tema de la religión parece reducirse a niveles absolutamente reduccionistas. La

relación parece ser absolutamente simple: el victimario cree en dios, el que no es

victimario no cree. Como ya vimos, la división de la sociedad colombiana es

absolutamente delimitada y todos sus personajes –con la excepción de los

familiares de los victimarios- encajan en alguna de las categorías que tratamos en

este capítulo: paramilitares, narcotraficantes, guerrilleros, políticos y víctimas. Los

dos primeros grupos son absolutamente confesionales. Los guerrilleros, por su

parte, parecen encajar al pie de la letra en el estereotipo de “comunista ateo” que

promueve María Fernanda Cabal. Los políticos no tocan el tema –ni parece

importarles- porque están ocupados haciendo el ridículo. Las víctimas, como ya

vimos, no existen. Son el fantasma de la narración.

“Yo los tengo encomendados a las once mil vírgenes y a todos los santos” le dice

la mamá Castaño a la cámara refiriéndose a sus hijos. “El divino niño jamás me

desampara al muchacho” señala la mamá de Escobar en otro momento, en plena

persecución al capo de la mafia. Es la misma escena. El victimario, al parecer,

está en el bando de dios. “Bueno tranquilos que dios está de nuestro lado” repite

Carlos varias veces justificando terribles manifestaciones de violencia. La idea

parece ser bastante simple y se entiende más fácilmente a través de una

expresión popular: el que peca y reza empata. Esa parece ser la solución a todo.

Los hermanos Castaño asesinan a Aurelio, el novio de su hermana, bajo

sospechas de su pertenencia a movimientos de izquierda. Descarado, Vicente se

alarma al enterarse que la madre de Aurelio no tiene dinero para el velorio. Con

preocupación saca un fajo de billetes y afirma en voz alta que el velorio es algo

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sagrado. “La guerra es una porquería. Primero le dan tiros al hijo y luego le dan

plata a la mamá” dice una guerrillera de manera pertinente.

El cinismo, como hemos visto, se lleva a niveles desproporcionados. “Bendito sea

mi dios” dice Carlos aliviado al oír que el atentado contra Pizarro fue exitoso y el

candidato ha muerto. El sicario del asesinato, minutos antes acribillar por la

espalda al ex dirigente del M19, entra al baño del avión, se mira al espejo y se da

la bendición. En un flashback, aparece abrazando a su mamá, una señora

amorosa y humilde, asegurándole que le ha dejado un “regalito” para sacarla de

pobre. Él sabe que va a morir, es un mártir. “Bendición amá” le dice a su madre.

Ella le responde “que dios me lo bendiga” y entre besos y abrazos el sicario va

adquiriendo la simpatía del televidente, va recuperando su humanidad. La

estrategia de idealización y humanización del victimario se vuelve innegable.

Pizarro, por su lado, sólo aparece en pantalla como socio de Pablo Escobar, como

herramienta del narcotráfico. Otra vez, se ve lo que se quiere contar, se calla lo

que se quiere callar. ¿Qué pensarán los hijos de Pizarro al ver la escena de la

muerte de su padre en los Tres Caínes?

El razonamiento del victimario se reduce a la lógica de todos los conflictos

identitarios religiosos. ¿Cómo no he de ganar si dios está de mi lado? ¿Qué tienen

de criticables mis acciones violentas si dios las aprueba? Finalmente el que está

con dios tiene la razón y se elimina cualquier espacio para la negociación.

Tampoco hay espacio para puntos medios porque no hay realidad más maniquea

que la religiosa: el bien y el mal, blanco y negro, dios y el diablo. Carlos, Fidel y

Vicente, dentro del imaginario que promueve la telenovela, son la encarnación del

arcángel Miguel; son los guerreros del bien, de la luz y de dios.

Pablo Escobar sale de su casa acompañado por un par de hombres armados.

Afuera, el capo es el anfitrión de una fiesta. Se prepara para dar un anuncio,

desde arriba de las escaleras, para mostrar su superioridad sobre los invitados.

Bebiendo se encuentran Carlos y Fidel, Popeye, Don Berna y otros famosos

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narcotraficantes. Con tranquilidad Escobar anuncia que se va a entregar a la

justicia. Fidel, curioso, le pregunta si planea salirse del negocio de la droga.

Escobar ser ríe y le devuelve la pregunta: “¿estás muy interesado en que yo me

retire o qué?”. El ambiente se vuelve tenso. Fidel permanece imperturbable,

relajado. “¿(…) ustedes están cocinando merca o no?” pregunta con imponencia el

capo después de amenazar al mayor de los Castaño por atreverse a decir

mentiras. “Uno que otro kilo” responde un Fidel al que no le da miedo nada. Ante

el asombro del capo, agrega altanero: “perdón Pablo ¿es que tenemos que pedirle

permiso?” Escobar baja las escaleras, se acerca al paramilitar y le dice que debe

pagar derechos de autor, “resulta y pasa que ese negocio aquí me lo inventé fui

yo”. Fidel, con la superioridad moral que sólo entregan las ideologías, le responde

una frase que resume cuál es la posición de la telenovela frente al paramilitarismo.

Yo te voy a explicar algo Pablo. Es que algunos se meten en este negocio

para darse lujos, comprar aviones, tener mujeres. Hasta para hacerse

campos de golf. Nosotros tenemos una gran diferencia. Nosotros tenemos

este negocio para devolverle los derechos a los colombianos.

Sus ciegas convicciones ideológicas le otorgan la verdad. Por un lado, dios nunca

se equivoca y ellos son elegidos. Por el otro, el amor por la patria justifica sus

acciones. Los Castaño buscan devolverle los derechos a los colombianos, son

mesías, mensajeros de un poder divino. Más de una vez, Carlos se sale de

casillas al ver que el paramilitarismo es comparado con los carteles o las

guerrillas. “Ese señor va a seguir delinquiendo a nuestro nombre” dice refiriéndose

a Escobar. Para él, el paramilitarismo no delinque. “Nosotros somos unas

autodefensas, un movimiento antisubversivo. Nosotros no queremos ser

bandidos”. Las acciones violentas son justificadas a través de la religión y la patria.

“Nosotros no somos unos guerreristas. Nosotros lo único que estamos haciendo

es patria en este país señores”. La frecuencia de este tipo de oraciones funciona,

como decía Goebbels, para grabarse en la mente del receptor. Carlos y Fidel son

repetitivos y recurren cada vez que pueden a justificar sus acciones desde la

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ideología. Ellos están seguros, ciegos. El serial también parece estarlo. Otra idea

comienza a consolidarse en nuestra cabeza: el fenómeno paramilitar fue un mal

necesario.

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5 La oposición de dos perspectivas en disputa: una batalla desde el

alcance de la pequeña pantalla al mapa electoral

Es evidente que la creación y consolidación de imaginarios paralelos en la

mentalidad colombiana, construidos sobre estereotipos y generalizaciones,

representa un problema en la manera como se configura y se entiende la realidad

política. Sin embargo ¿qué alcance tiene la propagación de dichos imaginarios?

¿Cuál es la incidencia de la televisión como fenómeno de masas en un país como

Colombia? El presente capítulo tiene como objetivo profundizar en este tipo de

preguntas. A partir de los datos de rating de Tres Caínes, se pretende mirar cuál

es el alcance poblacional del serial y, de ser posible, dar luces sobre la posible

existencia de una serie de correlaciones entre la geografía del rating de la

telenovela y los resultados presidenciales de la segunda vuelta electoral del 2014

en Colombia. El propósito es hacer una aproximación del nivel de exposición –

rating- de los estereotipos que se identifican en el capítulo cuarto y compararlo con

las votaciones en Colombia.

Cuando hablamos de rating nos referimos al porcentaje de televisores de un

espacio geográfico específico (hogares de Colombia), durante un periodo de

tiempo preciso (horario de transmisión de los Tres Caínes) que están emitiendo el

programa. El share es la misma relación, pero en vez del total de televisores

existentes, se refiere al total de televisores prendidos.

Según los datos de RCN, durante el período de emisión de los Tres Caínes

(marzo 4 a junio 18 de 2013), en el horario promedio entre 9:49:53 pm y 10:48:50

pm, alrededor del 44.1% de los hogares colombianos con televisión se dedicaron a

ver Caracol o RCN. El serial los Tres Caínes, emitido por RCN, representa el

27,3% del total de televisores. Esto, si se recurre a las estadísticas del DANE

(2005) sobre el número de hogares colombianos con televisión, se obtiene una

aproximación del nivel poblacional de recepción de la telenovela. Se parte de los

siguientes datos: según la información del censo del 2005, Colombia tendría

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10’944’000 hogares1 (Pp. 18). El promedio nacional de personas por hogar, para

2012, es de 3.5 personas (DANE, 2013, Pp. 3). Esto, implica que alrededor de

38’304’000 colombianos –se sabe que la cifra es menor a la real- componen los

hogares colombianos. Del número total de hogares y de colombianos, el 91% tiene

acceso a televisión a color (Pp. 23), lo que arroja los siguientes resultados. En el

país hay 9’959’049 hogares y 34’856’640 colombianos con acceso a televisión. Si

esto se contrasta con el rating de 27,3%, la aproximación de hogares y

colombianos que vieron Tres Caínes sería de 2’718’820 hogares y 9’515’862

colombianos. Lo anterior implica que más de 1 de cada 5 colombianos estuvo

expuesto al programa.

Este nivel de alcance poblacional tiene una serie de implicaciones porque

representa en un número cuál fue la propagación y el nivel de recepción

poblacional que tuvo el imaginario de la guerra que promueve el serial. Ya

identificamos cuáles son los estereotipos que se desprenden de la telenovela. Sin

embargo, falta una pieza fundamental en el rompecabezas: la coyuntura política

del país en el momento de producción y programación de Tres Caínes. Para junio

de 2011 Juan Manuel Santos apenas comienza su primer gobierno. Es entonces

cuando se atreve a cambiar el paradigma de seguridad del gobierno anterior.

Santos acepta la existencia de un conflicto armado interno –antes solo visto como

narcoterrorismo, es decir, delincuencia común- y su gobierno, por medio de la Ley

1448 de 2011, acepta también la existencia de víctimas y la necesidad de

repararlas. Un año largo después, en septiembre de 2012, entabla negociaciones

con la guerrilla de las FARC.

Lo importante de la coyuntura política del país, relacionada con el imaginario que

promueve Tres Caínes, es la contraposición de dos perspectivas opuestas en

constante disputa: la comprensión de la realidad del gobierno y la visión que

1 Esta cifra hoy se estima más alta. Usar el número de hogares censado en el 2005 y contrastarlo con los

datos de 2012 nos permitirá hacer una aproximación modesta del alcance de la novela. Esto significa que los números que obtengamos serán menores a los reales, lo que le da más contundencia a los resultados.

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reproduce el serial. Por un lado, la posición política de Santos se configura y

legitima a través del discurso del diálogo y la negociación. Por el otro, la telenovela

parece promover los valores contrarios. Mientras el gobierno se compromete con

un ambicioso plan de reparación y reconocimiento de las víctimas, el serial se

propone negar su existencia por medio de la invisibilización. Mientras la víctima

pasa a ser el centro de la política pública de la agenda del gobierno, Tres Caínes

parece proponerse glorificar al victimario. Sin embargo, estas relaciones no

acaban acá y permiten distinguir una fuerte disputa entre dos posiciones

normativas en cuanto al deber ser de la política nacional. Mientras Santos le

otorga status político y reconoce a las FARC, el serial no se atreve a darles ni

nombre y caricaturiza al guerrillero como una máquina pegada a un libreto

aprendido de memoria, exento de cualquier ideología. Mientras FARC y gobierno

se proponen dialogar en la Habana, en Tres Caínes el diálogo sólo fracasa y se

ridiculiza. La contradicción es evidente y el serial parece ser una respuesta, una

reacción a la política de Santos. Tal vez, incluso, Tres Caínes expresa visualmente

los intereses de los sectores que se oponen a la negociación. A continuación se

busca comparar la geografía del rating del serial con el mapa electoral

colombiano. Más que hallar relaciones causales, se pretende dar luces sobre la

posible existencia de correlaciones entre el fenómeno audiovisual y el electoral.

Al revisar los anexos número 1, 2 y 3 la relación Tres Caínes - Segunda vuelta

elecciones presidenciales 2014 cobra algo más de sentido. El primer anexo nos

presenta un mapa de Colombia con la geografía del rating del serial televisivo. Los

departamentos con color más oscuro presentan los mayores índices de audiencia,

mientras que los más claros, los menores (ver anexos). El segundo anexo (Pp.46)

es el mapa electoral de la segunda vuelta presidencial, donde el color azul

representa los votos de la oposición, el Centro Democrático, y el color naranja

representa a la Unidad Nacional en cabeza de Santos. El tercer anexo (Pp.46) es

la unión delos dos mapas. Representa el nivel regionalizado de rating del serial,

con dos opciones, alto o bajo, y tiene los colores de la contienda electoral. A

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primera vista, encontrar algún tipo de relación de manera visual no resulta sencillo.

Incluso, parece que los mapas son prácticamente diferentes. Sin embargo, vale la

pena analizarlos.

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Lo que resulta pertinente desde el análisis es la veracidad de una cartografía de

votos. Los colores invaden el mapa, dando una falsa ilusión. Las grandes

extensiones, por grandes que sean, no necesariamente cuentan con una alta

densidad poblacional. Así, mientras los departamentos del oriente del país tienen

extensiones de tierra gigantescas, son los que menos votos le aportan a una

campaña. Vichada, por ejemplo, solo le suma 7’801 votos al candidato de la

oposición. Por el contrario, en pequeños territorios suelen concentrarse enormes

cantidades de población –votos y espectadores-. Esto es precisamente lo que

explica la primera relación entre la audiencia de Tres Caínes y los resultados

electorales. Los mapas no coinciden visualmente porque la relación entre

extensión de tierra y número de votos –televidentes- no está explícita. Analicemos

el caso de Bogotá y Antioquia.

El mapa electoral es bastante homogéneo en el centro del país. Todo el centro,

salvo Bogotá y los Santanderes, prefirió a Óscar Iván Zuluaga. Sin embargo, es

Bogotá donde están los votos. Santos recibe 1’337’349 votos en la capital. Sin

embargo, en el mapa electoral la región central del país parece ser toda azul. Si

sumamos los votos por el Centro Democrático (CD) donde venció Zuluaga, entre

Tolima, Huila, Cundinamarca y Boyacá, el CD alcanza 1’304’258 votos. La Unidad

Nacional, en cambio, suma 2’005’516 en la zona. Al parecer los colores engañan.

La región central parece ser naranja a pesar de lo que dice el mapa. Si se

comparan estos resultados con el rating de Tres Caínes, se ve una primera

relación. La región central es, según los datos, la que menos estuvo expuesta a la

telenovela. Miremos otro ejemplo.

Los analistas de RCN toman como una región al departamento de Antioquia, Esto

seguramente responde a sus altos niveles de audiencia. En este caso, el mapa

electoral es más que claro. Antioquia, sin duda alguna, es zuluaguista –uribista en

todo caso-. Curiosamente, Antioquia, después de Bogotá, es el segundo banco de

votos más grande del país. Tenemos una interesante oposición. Por un lado

Bogotá (primer lugar en número de votos) es santista –en esas elecciones- y tiene

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los índices más bajos de audiencia para Tres Caínes (30,1%). Por el otro,

Antioquia (el segundo lugar con más número de votos) vota Centro Democrático –

1’137’735 contra 704’164 de la Unidad Nacional- y tiene el índice más alto de

audiencia del serial (49,4%). Las relaciones siguen haciéndose evidentes. Todo

indica que este país está polarizado entre derecha y más derecha.

El análisis se puede incluso llevar algo más lejos. Si miramos de nuevo el anexo 3,

la única zona del país que parece responder con colores a la relación con el anexo

2, es la costa caribe. A primera vista el caribe es santista y no hay ningún

departamento ni gran banco de votos, por pequeño que sea en extensión de

tierras, que pueda equilibrar la balanza a favor de Zuluaga. La costa atlántica votó

Santos, es indiscutible. En total, en la región Santos alcanza 2’005’626 votos.

Éstos, sumados a los 2’005’516 que obtiene la Unidad Nacional en el centro del

país, dan un total de 4’011’144 votos entre ambas regiones. Estas dos regiones, si

miramos nuevamente el anexo 3, son las que tienen color naranja, es decir, con

los índices más bajos de rating. Los votos de ambas regiones representan el

51,3% del total de votos por Santos (7’816’986) a nivel nacional. La relación

parece consolidarse. Zona que vota Santos no vio Tres Caínes mientras que la

región que más vio Tres Caínes (Antioquia) vota indiscutiblemente Zuluaga.

Por último, vale la pena salirse de la cartografía para llamar la atención sobre un

punto adicional. El anexo 4 nos presenta un fragmento de una encuesta electoral

realizada por Cifras y Conceptos (ver anexos). Ante la pregunta de por quién

votaría al encuestado en mayo del 2014 –entre primera y segunda vuelta- ,

estando dividida la respuesta por estrato socioeconómico alto, medio y bajo, los

resultados indican que los estratos altos están con Santos (44% contra 35%)

mientras que los bajos con Zuluaga (39% contra 37%). Curiosamente, la relación

con el rating de Tres Caínes vuelve a ser la misma. Los estratos altos no tienden a

ver el serial (28%), mientras que los bajos son el público con mayor audiencia de

la telenovela (41.8%). Como se ha repetido varias veces, aunque la idea no es

establecer relaciones causales entre fenómenos, sí se repite de nuevo la

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tendencia. Resulta innegable, eso sí, que desde las cifras del DANE, la

Registraduría, Canal RCN y Cifras y Conceptos, se puede visualizar una

conclusión: los estratos bajos y la región de Antioquia, que representan los

núcleos de mayor audiencia de Tres Caínes, votaron por Zuluaga. Los estratos

altos y las regiones caribe y central, que representan los núcleos de menor

audiencia de Tres Caínes, votaron por Santos.

Resulta evidente que el comportamiento electoral a nivel regional no se puede

explicar de manera directa por el nivel de audiencia del serial Tres Caínes. Sin

embargo, la relación sí resulta contrastable entre los dos fenómenos. De esta

forma es posible determinar una correlación: a mayor exposición a Tres Caínes,

más probabilidad de votaciones por el CD y, al contrario, a menor exposición,

menor probabilidad. Es pertinente preguntarse el por qué de la relación, pero la

respuesta a ese interrogante requiere otras investigaciones. Es posible dar

algunas claridades al respecto. El serial televiso comienza su emisión cinco meses

luego del final de Escobar, el patrón del mal y finaliza el 18 de junio de 2013, casi

un año exacto antes de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, al

comienzo de la campaña electoral. Esto implica que entre mayo de 2012 (primera

emisión del serial biográfico de Escobar) y junio 18 de 2014 (final Tres Caínes), los

televidentes del área de mayor recepción de las “narco novelas” (que comparten

los mismos nichos de audiencia), estuvieron expuestos a 183 horas de creación y

consolidación de imaginario (113 de Escobar, el patrón del mal, 70 de Tres

Caínes). Este nivel de exposición alimenta la construcción de una identidad propia,

con un imaginario paralelo a la realidad estereotipada de las emisiones televisivas.

Tal vez sin saberlo la campaña de Zuluaga comienza años antes desde la

televisión.

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Conclusión

La construcción mental que poseemos de nuestro conflicto armado está

alimentada por generalizaciones y clichés que carecen de contenido empírico. En

otras palabras, el imaginario colectivo de la guerra, que se reproduce y consolida,

está estereotipado. La televisión, como ya se evidenció, es una herramienta muy

útil para la creación y la propagación de una realidad paralela, la realidad de un

conflicto que se construye en la mentalidad del espectador a través los

estereotipos analizados y que conforman ese nuevo imaginario.

El objetivo del presente estudio radica en la identificación de esa realidad paralela

producida y reproducida por un soap show específico transmitido por un canal

privado de televisión. Sin embargo, la verdadera novedad consiste en hallar una

correlación entre fenómenos antes no relacionados. El imaginario se consolida y

lleva implícitos una serie de valores, una cosmovisión de la guerra en Colombia

que tiene un fuerte carácter normativo –un deber ser- de cómo entender y lidiar

con el conflicto. Esta realidad paralela niega a las víctimas, caricaturiza a los

adversarios, glorifica un proyecto determinado y se opone a una solución

negociada del conflicto. Lo interesante en este punto es entender la relación que

se produce entre la exposición al imaginario del serial (porcentajes de rating) y la

votación por un proyecto político determinado. Los valores que comparten ambos,

desde una mirada superficial a los estereotipos analizados, son fuertemente

contrastables. Es evidente, como ya se mencionó antes, que la relación no es

causal. Sin embargo, se puede afirmar que Tres Caínes promueve una realidad

acorde a los intereses de sectores particulares que comparten el mismo

imaginario, que tienen la misma cosmovisión. Bien sea que dichos sectores ven el

serial por convicciones previas, o que el serial promueve la creación de dichas

convicciones, la programación y posterior recepción poblacional de Tres Caínes,

más en épocas de contienda electoral, no puede verse como desinteresada.

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