La democracia comunal y la victoria pírrica de la Concertación
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La democracia comunal y la victoria pírrica de la
Concertación
Cristóbal Cortés
Nicolás Romero
La Concertación obtuvo una victoria pírrica. Consiguió beneficios electorales con fuerzas
sociales ajenas. El presunto cambio en los pesos electorales que hoy parece haberse generado,
no es sinónimo inmediato de un cambio en las relaciones de fuerza a partir de las cuales se
resuelve la política chilena.
La alta tasa de abstención electoral que se expresó en las recientes elecciones municipales
y que, en promedio, asciende a cerca del 60 % del padrón electoral actual, emerge como
una expresión manifiesta de la crisis de legitimidad por la que hoy atraviesa nuestro
sistema político y, en definitiva, nuestra democracia. Diversos analistas han sostenido que
se debe al desajuste creciente entre “los políticos” y “la ciudadanía”, centrando la crítica
en el desempeño actual de partidos y representantes políticos, y buscando una solución
en la necesidad de renovar y mejorar la oferta electoral. Lejos de negar que tal distancia
exista y de que efectivamente sea necesario generar distintos referentes partidarios, un
planteamiento de tal naturaleza relega a un segundo plano el carácter mismo de la
democracia que se ha construido. Dicho de otro modo, los límites dentro de los cuales se
inscribe toda mejora al interior de este marco institucional.
Hace pocas semanas, la Fundación Decide lanzó un libro titulado Espacios institucionales
de participación y actores políticos comunales. Mapeo exploratorio de la participación
ciudadana en seis comunas de la Región Metropolitana. En este estudio se
problematizó el carácter de la democracia comunal, pudiendo reconocer desde tal
investigación algunos elementos que pueden aportar a este debate.
Lo que se expresó en las elecciones municipales hace unas semanas no existe al margen
de los procesos sociales y las relaciones de fuerza que configuran nuestra sociedad, tanto
desde sus fuentes institucionales como de las que surgen de los mismos sujetos políticos
en pugna. No es posible considerarlos de modo aislado y se hace necesario reconocer la
presencia de un proceso fraguado durante toda la transición.
La transición se caracterizó por un proceso de rediseño institucional que buscó asegurar
la “gobernabilidad” del país como tarea política primordial, buscando desarrollar
mecanismos capaces de encauzar y procesar institucionalmente la participación social,
limitando con ello la constitución de espacios reales y efectivos para la emergencia de
otros y nuevos actores políticos. Se relegó las iniciativas populares a un segundo plano.
Tal como dijera Boenninger, bajo la premisa de evitar cualquier “tentación populista” o
“desborde popular”, se privilegió la acción de los partidos políticos apostando a que la
transición se definiría en un contexto de acuerdo interno en la elite política, dejando fuera
de ello a todo movimiento social. Aquello decantó en la construcción de una democracia
elitista y de baja intensidad: mientras el sistema político poco a poco fue cerrándose sobre
sí mismo, el espacio público paralelamente se fue vaciando de actores sociales y
conflictos reales.
Aquello no es un proceso que podamos ver sólo a nivel nacional. Su correlato en los
gobiernos locales es también claro. En el transcurso de este período, nunca se presentó
como una exigencia la participación de los habitantes de la comuna en los distintos niveles
de decisión y gestión del Municipio. Sin ello, el clientelismo ha emergido como una
práctica social generalizada en los municipios de Chile, restringiendo selectivamente el
acceso a la participación y convirtiendo muchos beneficios de políticas o programas
sociales en “ficha de cambio” entre Alcaldía y organizaciones locales. Concordante con
ello, estas últimas han sido concebidas sólo como entidades gremiales, despojándolas de
espacios que definan posiciones en relación a la totalidad del gobierno comunal. Un signo
efectivo de lo anterior es que sólo pasados 20 años del término de la dictadura se concretó
una normativa legal que establece los marcos para la participación municipal. Aun así, su
excesiva flexibilidad (entre otros factores) siembra bastantes dudas de las efectivas
posibilidades que tenga de avanzar en revertir esta situación.
En las elecciones municipales, como adelantábamos, la alta abstención que se ha
expresado (de un crecimiento sostenido desde mediados de los años noventas) es muestra
de este proceso de descomposición política. Con un diseño político excluyente, sin
posibilidades para la incidencia de la acción colectiva de la ciudadanía en las decisiones
del Estado y, del mismo modo, con una política local cooptada por una gestión clientelar
que promueve la despolitización de las organizaciones sociales, un escenario distinto al
de hoy era bastante poco probable.
A modo de aclaración, no es la intención de esta columna subscribir una posición
antielectoral. Respaldar a una u otra expresión de tipo electoral, sabemos, no es una
decisión que deba tomarse en un plano abstracto, sino que corresponde a una opción
estratégica en función de reafirmar procesos sociales que incorporan estos espacios como
parte de su construcción política.
Con todo ello, los resultados de los votos válidamente emitidos parecen indicar una
presunta victoria de la Concertación. Sin embargo, ¿por qué parece haber ganado la
Concertación? No es afán de las siguientes líneas agotar las distintas tesis que puedan
levantarse acerca de ello, pero desde el análisis de ciertos casos emblemáticos, un
elemento distintivo dice relación con la disposición que algunos alcaldes presentan a la
participación y movilización social.
Las derrotas más emblemáticas de la derecha sucedieron justamente en comunas donde
sus alcaldes se enfrentaron de forma directa en contra del movimiento estudiantil. Aquella
actitud, lejos de ser sólo una caricatura comunicacional, es también reflejo del entramado
institucional de participación que sostienen en sus municipios. En nuestro estudio la
comuna de Santiago detenta una participación de nulo nivel vinculante y con una
disposición institucional bastante moderada (esto es, presentando dificultades al acceso
de los vecinos a las herramientas de participación). Caso similar ocurre en Ñuñoa, de
estrecho resultado electoral, en donde la disposición ya no es moderada, sino directamente
restrictiva y selectiva.
La fuerza con la que se ha levantado el movimiento estudiantil durante estos dos años ha
permitido que en las comunas en donde se ha expresado de manera más patente la
exclusión política proveniente de sus alcaldes, se reconstruya el clivaje sí/no (esto es,
autoritarismo versus democracia), permitiendo con ello que la Concertación pueda
capitalizar electoralmente con tal descontento. Existen casos, sin embargo, como el de
Providencia, que expresan procesos que sólo de un modo simplista pueden clasificarse
como parte de la política de la Concertación
Depende justamente también de los movimientos sociales, y de la capacidad que tengan
de poder transformar su fuerza social en directrices políticas, que este clivaje sea superado
por uno que ponga en cuestión los términos de la transición. Esto es, un nuevo
conflicto que construya una oposición a los enclaves autoritarios, pero que, superándolo,
ponga en cuestión también a los defensores de las políticas a las cuales hoy la mayoría de
Chile se ha opuesto. Tal proceso se hace ineludible en función de movilizar en torno a
éste a los nuevos grupos sociales que hoy han surgido.
Lograr que esto pueda expresarse en el plano comunal pasa también por generar un marco
programático que, en concordancia con el cuestionamiento a los términos excluyentes de
la transición política, pueda madurar avances en el horizonte de generar un mejor contexto
para la emergencia de nuevos actores políticos a escala local.
La Concertación obtuvo una victoria pírrica. Consiguió beneficios electorales con fuerzas
sociales ajenas. El presunto cambio en los pesos electorales que hoy parece haberse
generado, no es sinónimo inmediato de un cambio en las relaciones de fuerza a partir de
las cuales se resuelve la política chilena.
Hoy se hace patente la necesidad de construir un actor político nuevo y distinto. Generar
su fuerza implica superar los términos de la discusión en la que hoy se ha cerrado la
política chilena.