LA DUDA Y LOS ÁCAROS
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LA DUDA Y LOS ACAROS
Aelfrich Sparemberg
COPY RIGHT ILUSTRATIONS
MARTINE JANSER
NUIT DOUTESE
Todas las noches atravesamos el colchón en todas direcciones.
La incertidumbre como nosotros, se cuela cada noche en muchas habitaciones
de la casa donde vivimos.
Nosotros pertenecemos al clan del colchón, ocupamos el dormitorio y, después
de haberlo hecho en muchos otros antes, podemos afirmar, que algunos
durmientes sólo mueven los pies, otros todo el cuerpo y algunos pocos,
encienden la luz para leer, intentar pensar o encomiarse a alguien que parece
ser se encuentra por encima del techo de todas las habitaciones para dormir.
El sueño acude a los dormitorios a distintas velocidades, como un desvencijado
vagón o como la lengua de un camaleón.
Nosotros sentimos quien ha pasado una mala noche, nuestras antenas lo
detectan en el rastro que deja el avinagrado sudor en su piel.
SATIÉTÉ
La casa es nuestra, desde el colchón, los trapos de la cocina, los cojines del sofá
de tres piezas, pasando por todas las alfombras y toallas, hasta el felpudo de la
entrada.
Deambulamos por donde nos apetece y hemos criado a nuestra familia en el 4º
izquierda de esta vivienda burguesa en la zona alta de Barcelona.
La mayor parte del día la pasamos jugando al corre-corre que te veo entre los
pliegues de las sabanas o agazapándonos entre las profundas arrugas del
edredón, jugando al manga-antena-salta.
Nos alimentamos del polvo y los miasmas que se encuentran en suspensión en
algunos rincones de la casa, a veces nos atrevemos con alguna migaja de pan
que cae del mantel, pero a pesar que nos parece un manjar tan sabroso como
una gota de semen, nos cuesta roer algo tan duro.
Estamos en la onda de lo que sucede en el mundo y lo que pasa en esta casa; por
las mañanas en la cocina, a través de la caja que emite voces desde lo alto de la
repisa donde se encuentran los tarros de cristal, que guardan los blancos granos
de arroz y la sal, y por las noches, por el espejo que escupe imágenes de colores
en el salón principal de la casa.
Los aconteceres de la casa nos parecen más interesantes que los dramas que
desangran la tierra del mundo.
El mundo debe tener muchas habitaciones, solamente en unas manifestaciones
que vimos en el espejo de colores de la habitación principal, junto al clan de la
alfombra, acontecidas en grandes plazas de Atenas o Bangkok, el presentador
estimaba una cifra cercana a unas veinte mil personas en Atenas y más de
ochenta mil en la otra, eso son muchos colchones y alfombras. Muchas casas.
Mucho calor humano.
Si añadimos las que vemos o escuchamos casi todos los días, deben ser tantas
personas juntas como las cien mil o quinientas mil especies de nuestros
congéneres que todavía no han sido descubiertas.
Nuestro horizonte como ácaros, igual que el futuro de la duda, está garantizado.
Juntos, somos pilares indivisibles de esta erosionada sociedad.
DOUTE
Permanecemos en el mismo hogar durante un periodo de tres o cuatro
generaciones, y creemos que llevamos haciéndolo desde que nos metimos en
busca del “calor” en las primeras cuevas, donde moraron los primeros humanos.
Según nos transmitieron los más ancianos, en aquella época, nuestros
antepasados multiplicaban sus camadas por siete cada tres lunas enteras, ante
semejantes festines de carne, pelo chamuscado y sangre.
En estos tiempos, los jabones, dietas y la tecnología de los humanos, han
influido en nuestro tamaño, que ha pasado del orden de micra a uno
infinitesimal; sólo nuestras antenas se mantienen con el mismo tamaño.
Siempre vigilantes.
Tan sólo hace dos generaciones, cuando la casa apenas tenía muebles, y estaba
habitada por una resentida viuda, libramos unas luchas extenuantes contra los
pulgones y garrapatas que pretendían apropiarse de nuestro colchón. Los
ácaros, guerreamos sólo cuando creemos que nuestra progenie se encuentra en
peligro, rara vez por defender los territorios de nuestros dominios en una casa.
La duda, nuestra principal aliada y amiga, espera siempre sentada en el bidé
pintándose las uñas de los pies. Apenas varía su posición, y rara vez sale del
cuarto de baño. La humedad y emanaciones, acrecientan su aliento para
propagar incertidumbres punzantes.
Cuando sus uñas están pintadas de color magenta, es señal que no tiene de
quien ocuparse, pero cuando se las pinta de color negro, es señal que se
encuentra atareada hundiendo su aguijón en algún miembro de la familia, como
los latosos tábanos en verano.
Los ácaros creemos que la duda en sí misma, en su elemental esencia, está
compuesta únicamente de vaho y pompas de salmuera. No estimula más que a
los que moran en los espejos psicopompos, esos que se pueden atravesar y
descubrir “al otro lado” un mundo infantilmente soñado; el de la orilla
contraria al de los plateados reflejos.
En nuestro cerebro “acaril”, la duda, no es más que una ilusoria, imperfecta e
inacabada ilusión, a la que no le permitimos deambular por la casa cuando
estamos despiertos, sólo por el cuarto de invitados.
No hablaré más sobre la duda, ni debo hacerlo; dudo que un ácaro pueda añadir
algo más sobre ella, sólo que sabe contornear muy bien sus caderas, es
desaliñada y se regodea absorbiendo gotitas en suspensión de perfumes ajenos
y, nunca cierra sus enmohecidos parpados.
FAMILLE
Los dos hijos del matrimonio Bouquette, llegaron al mundo, como hemos visto y
escuchado tantas veces, entre unos dolores tan grandes como las fantasías e
ilusión que depositaron sus progenitores en ellos, seducidos con la idea que la
inmortalidad es una cuestión puramente genital.
Los dos hermanos eran diferentes, Alex el pequeño, fagocitaba los segundos con
la misma rapidez que un oso hormiguero aspira termitas, era su peculiar forma
de compensar sus inseguridades y reafirmar su pretensión de auto proclamarse
macho alfa de la casa. Exhibiendo unas presuntuosas maneras que auguraban el
éxito que requerirán las empresas en las que se embarcará en su vida.
El mayor, Ferdinand, era metódico en su pensamiento y ordenado con sus
asuntos, a diferencia de Alex, se agarro a la mano de la disciplina para disfrazar
algunas carencias emocionales y de auto autoestima y, a la de su madre para
tender en la azotea los días de sol.
En lo único que coincidían, era el gusto por los juegos virtuales, donde libraban
feroces batallas para imponer su ley en ese mundo imaginario, como premisa
para afianzar sus mejores virtudes para su futuro en el mundo real. Un mundo
que les esperaba sentado, en una mecedora pintada del color de un
guardabarros.
Los padres, se esforzaban en proporcionarles una buena educación,
ofreciéndoles el entorno que consideraban más apropiado para las aspiraciones
que tenían depositadas en su futuro, con la pretensión de conseguir que se
desenvolviesen en la vida como erguidos mástiles de cuatro crucetas.
RISQUES
La empleada del hogar, Julia, entraba a trabajar todos los días a las 07:30 hrs y
no dejaba de hacerlo a las 12:30 hrs, por lo que sabíamos, terminaba sus
jornadas limpiando en otras dos casas; Julia, es de esas personas a la que la
edad sólo la ataca sólo por algunos flancos de su cuerpo, dejando otros
indemnes, uno no se la puede imaginar nunca con el rostro de una enamorada.
La urgencia se encuentra engarzada en el norte de su mirada, y en los bolsillos
de su delantal, siempre lleva imperdibles y un sobre de azucarillo, según decía,
es más difícil mantener una casa limpia que construir un puente.
Una vez al mes, la diligente Julia debe sacar el colchón al balcón y darle con una
estera, yo como jefe del clan del colchón debo proteger a mi familia y, dar la voz
de alarma para correr a parapetarnos debajo de la mesita de noche y en los
bolsillos del batín, pero como sucede desde las cavernas, siempre hay
dormilones o despistados que suelen ser eliminados, no lloramos sus pérdidas,
entendemos que ayudarán a mantener el equilibrio del clan.
Los ácaros, aparecemos y desaparecemos, como polinizados por la nada, no
tenemos consciencia de nacer, de desaparecer y del dolor. No entendemos de
temores ni nos dejamos atar por el miedo, así que disolvernos tras las rejas del
balcón en una anónima mañana, no hace que nos sintamos tristes como los
humanos y, que nuestras antenas segreguen desconsoladas gotas de
sufrimiento.
Inmaculado acontecer. Ausencia larvaria.
Existía otro peligro para el clan de la alfombra, era un aparato llamado:
aspirador, que con una figura de jirafa enmascaraba un tormentoso ruido, que
logra irritar nuestras antenas y hasta consigue que la película de vello que nos
recubre, a veces, lo perdamos de golpe.
El aspirador, causa verdaderos estragos en el clan de la alfombra, pero cada
semana, el clan debe ingeniárselas para trepar más deprisa a la biblioteca para
no ser aspirados.
Son muchos los peligros que existen en cada casa y en cada generación, pero en
las cuatro generaciones que estoy arraigado en esta habitación, y tras vivir tan
cerca de los durmientes y percibir sus sueños, puedo afirmar que no han
evolucionado más que el espesor de los edredones y la viscosidad de las
almohadas.
RÉTRO ÉVOLUTION
Otras de las ridiculeces humanas, es presuponer y dar por ciertas creencias que
únicamente se sostienen como el mango soldado del bol para calentar la leche
de los desayunos; la mayoría prefiere abrasarse la lengua en lugar de meter un
dedo para comprobar la temperatura.
Piensan que tienen el monopolio de la creación, crear a un segundo hombre a
imagen de un maniquí y conservarlos para atraparlos en sus pensamientos,
convierte y degrada a los hijos en codiciados amuletos.
Algunos domingos o festivos los hijos ya adultos de la familia Bouquette,
acudían a su antigua morada con sus proles para almorzar en familia.
Los rumbos que habían tomado sus caminos habían sido dispares, Ferdinand se
había convertido en un abogado respetable, amante de la naturaleza y con
ciertas inquietudes e intereses por algunos movimientos artísticos.
El pequeño, Alex, se movía por el mundo de los negocios, donde reinan las
falsas medio verdades en el jardín de la ingratitud; un jardín que nunca se
abona para que florezca una verdadera amistad, y cuya única decoración, es un
tótem para adorar a la ambición, tallado con la salada madera del árbol del
egoísmo.
Para los ácaros, el verdadero paraíso, la única quimera que tiene algo de
sentido, es encontrar la montaña de cenizas de las cien mil millones de almas
que se estima que han existido desde que empezaron a andar con las dos
piernas; el resto de los mundos, no nos incumben. Nos empalagan.
La masa humana, se opone a los que la conducen a la grandeza, máxime cuando
la grandeza desprecia los halagos, no promete y no adula.
El iluso positivismo es la fe de las épocas que no la han conocido, pero el trabajo
subterráneo de la pequeñez, se encarga de alejarla cada vez más de las
generaciones que he conocido y, creo que las próximas, continuarán con las
mismas inquietudes, desinterés y miedos amarrados al noray de la huraña
realidad.
SORTIE
Como jefe del clan del colchón y, después de haber vivido en esta morada
durante casi cinco generaciones enteras, dormido en más de 26 colchones,
discutido y disfrutado de mis conversaciones con la duda, orquestado alguna
batalla y organizado los últimos juegos de las navidades del 2014, ha llegado el
momento de entregarse y desaparecer.
Saldré al balcón esta noche y me dejaré arrastrar por la primera corriente que lo
acaricie, espero que me porte cuesta abajo por las ramblas hasta la línea final
del rompeolas.
Según una antiquísima leyenda de nuestra especie, nuestro último destino se
encuentra en un lugar llamado: Vara de Rey, donde como afirma el mito, tras
los blancos visillos de uno de sus miradores, se puede contemplar una muralla
infinita de graixonera.