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s mas fácil hoy plagiar que nunca, y más fácil ser detec- tado. En el caso de que al- guien dude de la originalidad

de la frase anterior, no tiene nada más que copiarla y pegarla en Google, en-tre comillas, y tendrá su respuesta. Lo hago aquí en vivo y en directo mien-tras arranco este texto, y veo, con alivio, que tanto la idea como el orden en que aparecen estas doce palabras son mías. Claro, también es verdad que las po-dría haber traducido del inglés. Hago la prueba y constato que... algo práctica-mente idéntico ya se ha escrito. En un documento de un centro de estudios israelí redactado en 2001 aparece lo siguiente: "Plagiarism is easy but also easier to detect". El plagio es fácil, pero también más fácil de detectar.

Dilema. ¿Qué hago? ¿Sigo ade-lante? ¿O borro el primer párrafo y comienzo el artículo de cero? Seguiré adelante. ¿Por qué? Por dos razones.

Primero, porque, ante todo, el plagio es una cuestión de integridad; el que lo hace engaña a los demás, se traicio-na a sí mismo. Yo no he hecho ni una cosa ni la otra. Con toda honestidad pensé que esa frase (que tampoco es para mucho) me la había inventado yo. Segundo, porque, como dijo el nove-lista francés André Gide, "todo lo que necesita ser dicho ya se ha dicho. Pero como nadie estaba prestando aten-ción, todo debe ser dicho de nuevo". Por tanto, me consuelo con creer que aunque solo fue hace 11 años que apa-reció esa frase en la web, el concepto merece ser repetido, ya que, con toda probabilidad, no llegó a mucha gente fuera de Israel, y menos al mundo de habla hispana.

Sigamos. Está claro que la ubicui-dad de la Red ofrece la posibilidad de que el plagio asuma proporciones epidémicas. En el terreno académico ya provoca muchos dolores de cabeza. >

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> Se le pone muy difícil a un profesor saber si el trabajo de un alumno es original o si ha copiado buena parte de él de Wikipe-dia o del banco de datos de una escuela israelí. Hace muy poco, en la venerable Universidad de Harvard, por elegir un ejemplo entre muchos, se dio el caso de 125 estudiantes que habían copiado, casi palabra por palabra, lo que escribieron para un examen sobre la historia del Con-greso estadounidense. En el mundo de la investigación científica también se dan estas cosas. Siempre ha habido disputas sobre quién fue el primer genio en inven-tar algo ("¡La vacuna contra la malaria es mía!", "¡No! ¡Es mía!"); la abundancia hoy de material en Internet brindará más opor-tunidades a los farsantes. Pero también hay más posibilidades que antes de que se los pille, que se pueda resolver la disputa sobre quién llegó primero. Si la web hubie-ra existido hace mil años, sabríamos con certeza si fue Colón o si fue Erik el Rojo el primer europeo en tocar tierra al otro lado del océano Atlántico.

Pero aquí en lo que nos vamos a con-centrar, con un poco más de autoridad para opinar, es en el plagio en el periodis-mo. Yen lo que significa para el oficio.

Se han dado varios escándalos última-mente, principalmente en el periodismo

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anglosajón. Escritores de alta reputación han visto sus carreras derrumbarse ante las pruebas de que frases, o incluso párrafos enteros, que dijeron ser suyas manifiesta-mente no lo eran. Se trata de violaciones al principio del derecho de autor que no necesariamente son apelables ante los tri-bunales, pero sí son castigadas por los com-pañeros de trabajo y por la opinión pública.

NOS FIJAREMOS EN CUATROS CASOS: dos en Estados Unidos, uno en Reino Unido y otro, más sorprendentemente, en China. Antes de continuar debería aclarar que me docu-menté leyendo extensamente sobre cada caso en la web, y que hablé también con amigos periodistas para que me ayudaran a afinar mi enfoque. Acepto también que un minucioso estudio comparativo segura-mente revelará que selectas agrupaciones de palabras en este artículo se han publica-do anteriormente, incluso en este mismo diario. Pero, créanme o no, les aseguro que el orden, la estructura y las ideas aquí o son mías o, cuando no lo son, las cito con nom-bre y apellido; esto no es un refrito, y dormi-ré igual de bien, o de mal, después de haber escrito este texto que antes.

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Claro, esto es precisamente lo que dijo Jonah Lehrer cuando le lanzaron las pri-meras acusaciones de plagio. "¿Yo? ¿Moi? No me insulten...". Lehrer es, o -según el punto de vista- era, un prodigio. Con 31 años ha publicado tres best sellers y fue escritor, hasta su dimisión forzada a fina-les de julio, de la revista The New Yorker. Cuando se le acusó de haber atribuido varias citas falsas a Bob Dylan en el último libro que publicó, él, al principio, lo negó. Pero, ante la avalancha de pruebas, no le quedó más remedio que confesar y pedir perdón. "Las citas en cuestión, o no exis-tieron, o fueron errores no intencionados, o representaron combinaciones impropias

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de citas ya existentes," reconoció Lehrer. "Se han acabado las mentiras... Pido discul- Seco a Chau/nets T;ICT pas a todos aquellos a los que he fallado".

La editorial retiró de la venta el libro, titulado Imagine, pero eso solo marcó el

yONAH LEHRER comienzo de la inquisición a la que fue sometida el resto de la obra de Lehrer por I 7-1 y y A

los forenses investigadores del periodismo norteamericano. Muy pronto se demostró que había caído en la costumbre de pla-giarse a sí mismo -repitiendo frases utiliza-das en The New Yorker, en The Wall Street Journal o en la revista Wired- y de robar con extraordinario descaro párrafos ente-ros escritos por otros. Limitémonos a citar un ejemplo que es bastante representativo.

EL AÚN MÁS EXITOSO ESCRITOR Malcolm Gladwell escribió un párrafo en The New Yorker en 2006 que empezaba así: "Una de las películas más taquilleras de la historia, En busca del arca perdida, fue ofrecida a todos los estudios de Hollywood, escribe Goldman, y todos la rechazaron salvo Para-motmt 'i,Por qué Paramount dijo que sí?...".

Ene! libro Imagine, publicado este ario, Lehrer escribe: "Por ejemplo, una de las películas más taquilleras de la historia, En busca del arca perdida, fue ofrecida a todos los estudios de Hollywood, y todos la re-

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COSTUMBRE DE INCLUSO PLAGIARSE A SÍ MISMO

chazaron salvo Paramount. '¿,Por qué Para- mount dijo que sí?', pregunta Goldman...".

Charles Siefe, un reputado profesor de periodismo de Nueva York, recibió un encargo de Wired para hacer un estudio a fondo del trabajo de Lehrer. Su sentencia final fue dura: "Mi opinión es que Lehrer ha plagiado el trabajo de otros, ha publica-do citas falaces, ha narrado detalles que no se remiten a los hechos...".

Lo asombroso es que un individuo ma-

nifiestamente inteligente como Lehrer, un pertinaz bloguero y tuitero que se mueve por la web como pez en el agua, no se hu-biera dado cuenta de que sus delitos serían tan fácilmente detectados; como un ladrón que deja sus huellas por todos los rincones de una casa que ha robado. Lo mismo po-dríamos decir del más veterano y más co-nocido periodista estadounidense, Fareed Zakaria. Zakaria presenta un programa semanal sobre política internacional en la CNN y escribe columnas para The Was-hington Post y la revista Time. A mediados de agosto se demostró que había plagiado parte de un artículo para Time, de manera sorprendentemente burda, de uno escrito por otro periodista en The New Yorker. Fue suspendido inicialmente por Time y CNN, que montaron sus investigaciones. En par-te porque no mintió y pidió disculpas in-mediatamente, en parte porque se demos-tró que no tenía precedentes y se trataba de un caso aislado, ambas organizaciones le devolvieron la confianza.

EL BRITÁNICO JOHANN HARI perdió la confianza del diario que le empleaba, The Independent, de Londres, porque sí mintió al principio, negándolo todo, y porque se descubrió que el plagio se había converti-do, para él, casi en un modus operandi. Co-lumnista de izquierdas en The Independent desde 2002, Han i es un declarado defensor del presidente venezolano, Hugo Chávez, pero esto no impidió que cuando lo entre-vistó "en exclusiva" en 2006 añadiera citas a su texto que Chávez había dado anterior-mente a otros periodistas. Otro ejemplo, anatomizado en su blog por el novelista inglés Jeremy Duns, trata de una entrevista que Han hizo en 2004 a una columnista lla-mada Ann Leslie del sensacionalista diario conservador The Daily Mail. Han i describe

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> a este diario al comienzo del texto como una "fuente de maldad", pero en la entre-vista incluye más de 500 palabras copiadas directamente de un artículo que Ann Leslie había publicado en 1997. Numerosos ca-sos más demuestran que el infaliblemente moralista Han i es, o fue hasta que dejó The Independent para siempre, en enero de este ario, un plagiador en serie.

En cuanto al caso chino, se trata de una reportera llamada Zhao Ran que trabaja para la versión en inglés de Global Times, un diario que pertenece al partido comu-nista. A diferencia de los otros plagiadores que hemos mencionado aquí, Ran tuvo la excusa de ser joven y tener poca experien-cia periodística. Esa al menos es la versión de sus jefes, que la han despedido, según trascendió en un blog de la capital china titulado Beijing Cream. La historia fue con-firmada por The Daily Telegraph, uno de los varios periódicos de los que Ran copió buena parte de sus artículos, todos duran-te los Juegos Olímpicos de Londres, que ella cubrió como enviada especial. Imitó, entre otras cosas, el ejemplo del inglés Jo-hann Han, llevándolo a extremos. Envió a Global Times lo que ella dijo haber sido una "entrevista exclusiva" con el alcalde de Londres, Boris Johnson. Pero resultó que no lo había entrevistado y todas las citas las había sacado de una columna que Johnson había escrito para el Telegraph.

SE SUPONE QUE UN MEDIO de información chino tiene reglas y normas algo diferentes de las de uno de Occidente, pero lo que es interesante es cómo el plagio es conside-rado como pecado mortal -o tiene "tole-rancia cero", según las palabras del con-sejo editorial de Global Times- en culturas periodísticas tan aparentemente distintas. Global Times empezó a sospechar de Ran al ver que su inglés escrito de repente de-mostró una abrupta mejora. Se hizo una investigación y, gracias a la eficacia de los buscadores en la web, las dudas se resol-vieron rápidamente y el contrato de em-pleo de Ran fue rescindido.

Lo que queda muy claro es lo fácil que es detectare! plagio entre periodistas hoy día. ¿Será, sin embargo, y contradictoria-mente, más frecuente que en la era ante-rior a Internet? Es probable. No porque la especie se haya vuelto más mezquina, sino porque muchísima más gente tiene acce-so a muchísimas más fuentes plagiables de

UN FACTOR QUE IMPULSA A COPIAR SON LAS PRISAS Y EL DESEO DE SER EL PRIMERO

información. Uno antes leía un periódico o dos al día; ahora, uno repasa varios, de distintos países, además de blogs o estu-dios académicos o informes de empresas o manifiestos políticos. Y hay otro factor que impulsa el plagio. Las prisas. El deseo o la necesidad de ser el primero en salir con la noticia en una era en la que el cierre no es a las doce de la noche, como antes, sino que el periodista profesional o el llamado "pe-riodista ciudadano" en Twitter, Facebook o sus varios competidores se ven muchas veces bajo la presión de sacar su informa-ción, o lo que creen que es información, ya, los 1.440 minutos del día. Ante la urgencia permanente y la insaciable voracidad del monstruo, es tentadora la opción de copiar y pegar un párrafo ya existente para relle-nar, para -por ejemplo- dar la impresión de que uno ha puesto la noticia "en con-texto". Si estuviera bajo más presión de tiempo para sacar esta historia, yo podría haberme ahorrado un par de minutos es-cribiendo lo siguiente unos párrafos más arriba: "Jonah Richard Lehrer (nacido el 25 de junio de 1981) es un autor y perio-dista estadounidense que escribe sobre psicología, neurociencia y la relación en-

tre la ciencia y las humanidades", copiado directamente de Wiltipedia.

Lo cual nos lleva a una pregunta. ¿Exis-ten fuentes más legítimamente plagiables que otras? ¿Es menos malo copiar palabras de Wikipedia o de algún otro banco de da-tos anónimo que de un periodista o escritor, como ocurrió con Lehrer, Zakaria y Hari? Si la pregunta se la hace un estudiante universitario, quizá sea un tema de debate, quizá exista un cierto margen de maniobra. Pero en el caso de los periodistas, el proble-ma es que una vez uno empieza por este ca-mino es fácil corromperse, permitirse más y más libertades y llegar a un punto, como les pasó a Lehrer y Hari, en el que todo vale. Entonces uno cae en el desastre de perder el atributo de oro para un periodista, y para el medio en el que trabaja, la credibilidad. Y, lo que es igual de grave, existe el peligro de caer en una dinámica en la que uno deja de intentar exprimir lo mejor de sí en cada artículo que escribe y opta por la vía fácil, por la del "¿qué más da?". Esa es la filoso-fía del vago y es el camino más directo a la mediocridad; a publicar artículos que repi-ten lo que ya se ha dicho muchas veces y, lo que es peor, de idéntica manera. Remi-tiéndonos a la cita anterior de André Gide, cuando Shakespeare escribió Antonio y Cleopatra, la historia de la trágica pareja ya se sabía. La diferencia consistió en el valor agregado de su genio e imaginación.

UN CRITERIO SIMILAR, quitando el elemen- to imaginación, se puede aplicar a un repor-taje periodístico sobre un tema cuyos datos básicos son ampliamente conocidos, por ejemplo los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Was-hington. Todo el mundo sabe, porque lo le-yeron o vieron en las noticias en su momen-

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to, que hubo cuatro aviones, que murieron cerca de 3.000 personas, que personas se lanzaron de lo alto de las Torres Gemelas para no ser quemadas vivas, que el ataque lo organizó Al Qaeda. Más complicado, pero de mayor valor, es escribir un reporta-je en el que hablan los supervivientes de la catástrofe, que averigua las historias perso-nales de la gente que murió, que escarba en los entresijos políticos del momento, que ofrece datos nuevos sobre los fanáticos que participaron en el ataque, etcétera.

En tal caso, un hábil contador de his-torias tiene la opción hoy de compilar un reportaje que llena estos requisitos sin salir de su casa, copiando y pegando se-lecciones del trabajo sobre el terreno que

han hecho otros. Pero careciendo de origi-nalidad, nunca va a ganar ningún premio de periodismo, y encima corre el riesgo de que tarde o temprano el superdetective Google le delatará. Y, con toda probabili-dad, semejante trabajo carecerá de auten-ticidad emocional, a no ser que se le agre-gue una buena dosis de ficción -pero para eso están las grandes novelas sobre el 1 1-S escritas por John Updike y Don DeLillo.

¿Qué relevancia tiene todo esto para el periodismo en las precarias circunstancias en las que, gracias a la web, se encuentra hoy día? ¿Qué conclusiones sacar? Lo pri-mero es señalar que la supervivencia del periodismo como profesión y como nego-cio deriva en una sencilla cuestión de muy

difícil respuesta. ¿Cómo convencer a la gen-te para que pague por las noticias en la Red? Lo complicado, más allá de la crisis econó-mica actual, es que hace más de una década que la gente se ha acostumbrado a recibir las noticias gratis -o, mejor dicho, a pagar al vendedor de aparatos electrónicos y al pro-veedor de conexiones a Intemet, pero no a las empresas mediáticas cuyos empleados generan las palabras que la gente lee-. Pe-dir que la gente pague por leer un diario en la web es como pedirle a un campesino en Tanzania que debe pagar por el agua del río donde se ha bañado, ha lavado su ropa y del que ha bebido toda la vida. Algunos pe-rióclicos han tenido la osadía de intentarlo; de estos, no todos, pero sí algunos, han te-nido la fortuna y el mérito de salir ganando. Ihe New York Times tiene medio millón de suscriptores y, me dicen mis amigos de allá, están logrando sacar buenos beneficios; los de Financial Times me dicen lo mismo. Los de Times de Londres, en cambio, no dicen mucho. Lo que está claro es que todos, tar-de o temprano, tendrán que cobrar para poder seguir existiendo.

¿QUÉ TIENE QUE VER TODO ESTO con el plagio? Bastante. El diario cuyos periodis-tas sistemáticamente plagian carecerá de identidad, de originalidad, de credibilidad. Será un diario mediocre. Lo mismo para el blog que pretende ser más que un hobby y aspira a ganar dinero. Inevitablemente, al-gunos periodistas y más blogueros caerán en la tentación de copiar y pegar. Igual de inevitablemente, ellos y los medios que representan no durarán. La gente pagará por un diario online que tenga su identidad bien definida, cuyo contenido se escuche alto y claro y sin posibilidad de confusión en el Babel dela Red; pagará por un diario escrito con manifiesta inteligencia y rigu-rosidad, como me dijo el año pasado Jill Abramson, la directora de The New York Ti-mes; pagará si el diario, independientemen-te de su línea editorial, se gana la confianza del lector demostrando que hace un esfuer-zo constante por mantener la honestidad. Pagará, en resumen, por el mismo motivo que está dispuesto a pagar por un iPhone o una comida en un buen restaurante vasco. Porque se le ofrece indiscutible y contras-table calidad. Plagiar no es calidad; plagiar es de carroñeros. El periodismo en la era de Internet es una jungla darwiniana en la que solo los buenos sobrevivirán. •

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