La Felicidad De Ser Infeliz

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Coralys N. Santiago ESPA-3208-LB0 12 de diciembre del 2011 Redacción y Estilo, Prof. Y. Altieri La Felicidad de ser Infeliz Luego de numerosas experiencias en mi vida, he llegado a la conclusión de que soy muy infeliz. La palabra es sumamente fuerte, pero es la realidad: soy infeliz. Importante aclarar, y valga la redundancia, que no soy un poco o media infeliz sino MUY infeliz, mucho, demasiado. Para mí no es gran cosa pero a los demás si les importa: todo el mundo nota tu infelicidad a simple vista y terminan por echarte a un lado por no compartir esa misma felicidad que sienten ellos. Algunas de las experiencias que me revelaron mi triste situación fueron los momentos que compartí con mis compañeros en mis últimos 3 años de escuela superior. Ellos eran tan felices, siempre riéndose, pasándola bien, compartiendo entre si y hasta los mismos maestros compartían esa gran felicidad. Parecían tenerlo todo bien planeado puesto que nunca estaban tensos o preocupados por los exámenes o asignaturas especiales. A pesar de tener todos estos trabajos pendientes, ellos siempre lograban sacar tiempo para salir juntos y compartir. En cambio yo siempre

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Un ensayo irónico y lleno de sarcasmo sobre lo "infeliz" que fueron mis años en la escuela superior. Realizado a modo de trabajo especial para un curso de Redacción y Estilo.

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Coralys N. Santiago ESPA-3208-LB0 12 de diciembre del 2011Redacción y Estilo, Prof. Y. Altieri

La Felicidad de ser Infeliz

Luego de numerosas experiencias en mi vida, he llegado a la conclusión de que soy muy

infeliz. La palabra es sumamente fuerte, pero es la realidad: soy infeliz. Importante aclarar, y

valga la redundancia, que no soy un poco o media infeliz sino MUY infeliz, mucho, demasiado.

Para mí no es gran cosa pero a los demás si les importa: todo el mundo nota tu infelicidad a

simple vista y terminan por echarte a un lado por no compartir esa misma felicidad que sienten

ellos.

Algunas de las experiencias que me revelaron mi triste situación fueron los momentos

que compartí con mis compañeros en mis últimos 3 años de escuela superior. Ellos eran tan

felices, siempre riéndose, pasándola bien, compartiendo entre si y hasta los mismos maestros

compartían esa gran felicidad. Parecían tenerlo todo bien planeado puesto que nunca estaban

tensos o preocupados por los exámenes o asignaturas especiales. A pesar de tener todos estos

trabajos pendientes, ellos siempre lograban sacar tiempo para salir juntos y compartir. En

cambio yo siempre estaba preocupada por mis trabajos, para tenerlos listos a tiempo, y por

prepararme bien para mis exámenes. Esta constante e inagotable preocupación por mis

responsabilidades no me daba la oportunidad de sentarme a platicar con mis compañeros y

maestros en horas de clase, pues siempre había algo importante que hacer: asignaciones,

trabajos, etc. El salir a compartir con todos ellos cuando había trabajos y exámenes pendientes

era un lujo que yo no me podía dar. De ahí en adelante tuve que hacerme a la idea de que

estaba condenada a la infelicidad.

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Mi situación empeoró cuando comencé a entender mejor en qué constaba la felicidad

de mis compañeros. Sus salidas no eran las salidas de compañeritos inocentes, de 16 años, al

cine, no. Sus salidas eran días de playa, reuniones en las casas o acampadas donde el invitado

principal, quien brindaba la alegría y emoción, era el alcohol. No me extrañaría descubrir algún

día que a esas fiestas también se colaba otro invitado muy misterioso y secreto, que hacía

alucinar de euforia a algunos de los allí presentes. Como ya se han de imaginar, yo no me

llevaba bien con ninguno de los dos invitados especiales, por lo que no era invitada y mucho

menos bien recibida en muchas de esas reuniones de la clase.

Según sus creencias, todo aquel que no pensara o actuara como ellos no era “cool”, por

ende tampoco era enteramente feliz. Sus reglas eran muy claras y sencillas: el alcohol y las

salidas van antes que cualquier asunto académico: las notas no determinan tu futuro así que no

te esfuerces tanto: la familia jamás va por encima de tus amigos y lo que digan tus padres

siempre está mal, pues no te comprenden. Yo jamás logré comprenderlos ni acoplarme a estas

“reglas para ser feliz”. ¿Ven por qué digo que soy demasiado infeliz? ¿Por qué yo no podía ser

así de feliz? ¿Por qué siempre hallaba una sensación dentro de mí que no me permitía ser

partícipe de dichas actividades y costumbres?

En palabras más claras, la felicidad para mis compañeros era salir, beber, disfrutar,

estudiar a última hora, hacer trabajos la noche antes, desobedecer a sus padres… Si sus notas

eran regulares, ni muy buenas ni muy malas, significaba que estaban en el camino correcto,

disfrutando de su juventud como es debido. Después de todo: “¿Para qué matarse por los

estudios, si no disfrutas tu juventud?” Como ellos sabiamente decían: “Es mejor cogerlo suave y

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disfrutar ahora en la escuela superior y después matarse en la universidad”. Esto los hacia

inmensamente felices. Como yo soy una pobre infeliz, ya se han de imaginar que mi forma de

pensar era, y sigue siendo, todo lo opuesto. Siempre puse como prioridad mis estudios y me

“maté”, según ellos, en mis años de escuela superior para lograr mis metas. Unas metas que al

final me llenaron de la más grande felicidad. Claro que para ellos, según su forma de pensar,

dichas metas no traen felicidad sino esfuerzo y cansancio. Ironías de la vida ¿no?

Aparentemente yo tengo una idea equivocada de lo que es la felicidad puesto que lo

que para ellos sería la miseria o tragedia más grande en la vida de un adolescente, para mí es lo

que más alegría y satisfacción me ha brindado. Hoy día no tengo vicio alguno; mis amistades

son reales, leales y hasta comparten mi infelicidad; yo era la menor de la clase pero poseía la

calificación más alta. Las salidas que no tuve en la escuela superior las tengo en la universidad...

mis compañeros todo lo contrario. Aún vivo en mi hogar dulce hogar y no tengo problemas con

mis padres… mis compañeros han buscado cada excusa posible para salir de sus casas. He

logrado cada meta que me he propuesto… mis compañeros aún no definen bien sus metas. Esta

es mi grandísima infelicidad. Si, esto es lo que me llena de orgullo y alegría y me complace

enormemente decir que prefiero ser infeliz, según creen muchos; pues esta, mi gran infelicidad,

es lo que me llena de felicidad.