La fiambrera

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LA FIAMBRERA Charo Alcaide Verdés

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LA FIAMBRERA

Charo Alcaide Verdés

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LA FIAMBRERA

La crónica de la Romería a la Cueva Santa que aparece en los libros y

que uno suele contar a sus amigos y conocidos, no tiene nada, nada que

ver, con lo que sucede en la realidad, sobretodo si además hay QUINTO-A

en la familia ese año.

La historia comienza unos días antes, un par de semanas antes,

cuando tu madre, en mitad de la comida familiar del domingo, justo en el

momento en que los hermanos nos estábamos riendo de las anécdotas de

la última excursión, dice con un tono de voz un poquito musical eso de:

- ¿Qué prepararemos para comer en la Cueeevaa?

Aquí se nos cortó la conversación de forma instantánea, nos

pusimos en alerta y nos miramos con ojos muy abiertos y empezamos a

disimular. Intentamos desviar la conversación hacia otros temas, no

queríamos ver lo que se avecinaba.

No sirvió de nada. Mi madre, que se hacia la sueca, repitió la

frasecita:

- Que digo que qué hacemos de comer para la Cueva.

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Y aquí empezó todo, había opiniones para todos los gustos, unos

que si un bocadillo es suficiente (ése soy yo porque sé lo que pasa), otro

que ese día hay que comer empanadillas y comida de fiambrera y además

mucho (sobre todo si hay quinto en la casa, no vayan a decir que vaya la

merienda que llevaban estos…).

Y después de mucho discutir, se llega a un acuerdo:

¡HABRÁ COMIDA DE FIAMBRERA!

¡Cielos, qué horror!, yo sé que comeré bien pero… eso significa que

hay que preparar ¡LAS FIAMBRERAS!, pero eso es lo de menos, lo peor es

que además hay que añadir toda la infraestructura.

Después de varias discusiones, por fin se decidió el almuerzo;

consistiría en primer lugar en unas empanadillas para todos (que a esas

horas entran muy bien) y para los que van andando un bocadillo

suplementario de jamón y queso, y … el huevo, que hay que comerse el

huevo.

Como postre, café y pastas variadas además del tradicional

panquemado con chocolate (tengas o no tengas hambre).

Como bebida se sacarían la mistela y el whisky con el café y punto,

ya que no hay mucho tiempo para el almuerzo.

Para comer se decidió lo típico: habas, tortilla española, lomo con

tomate, albóndigas de bacalao, longanizas, más empanadillas, huevos

duros, queso, jamón, chorizo y longaniza seca… POR SI ALGUNO SE HABIA

QUEDADO CON HAMBRE, YA TE DIGO.

Cuando ya tenemos decidida la primera parte, viene la

infraestructura:

¿Qué necesitaremos para pasar un día bueno de romería? Pues está

claro, ¿no? Los platos, cubiertos (tenedores, cuchillos, cucharas de postre),

servilletas, vasos de agua y de vino, mantel de tela para la mesa (porque si

no la tía Manolita dirá que vaya desmanotada que es tu madre), la mesa de

pic-nic y sillas y hamacas para todos, la garrafa del agua y la nevera (que

no falte la nevera, por favor, pero con hielo), poner refrescos con y sin

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azúcar, cervezas con y sin alcohol, llevar vino blanco y uno tinto pero que

tenga nombre raro y cueste más de tres euros (es una ocasión especial y se

tiene que aprovechar para quedar bien con el resto de familiares).

No nos olvidemos de la bebida para los postres, la bebida estrella de

las celebraciones: el cava, y por supuesto el whisky, y un poquito de

mistela, brandy…

Y el pan, no se nos vaya a olvidar…

¡Ah! No hay que poner todo en el mismo bolso, el dulce o sea los

pasteles de boniato, el panquemado, el chocolate y los rollitos de anís y el

licor, más el café y azúcares (o sacarina, ¡algunos ese día toman

sacarina…!), todo en una cesta pero que sea mona, tapadito todo con un

mantel a cuadros, no vayan a decir que somos poco aseados.

La comida del mediodía tiene que ir en un bolso y algunas cosas en

nevera, tienes que llevar lo que se te ocurra, y eso sí, cuanta más comida

en fiambrera, mejor. Mi madre preparó tres grandes y hermosas

fiambreras, cada una de un color.

Cuando ya tienes la infraestructura controlada, viene el momento de

subir la adrenalina al máximo: tienes que cargar el coche.

Los bolsos de comida los llevaban encima los pasajeros y el perro se

quedó en casa, no cabía un alfiler ni en el maletero, ni dentro del coche. Al

final dejamos las hamacas.

Y empieza el día, suenan las campanas, el chupinazo (hay que poner

la cafetera al fuego), corriendo a la plaza, salen los quintos, corriendo a

Santa Bárbara, despedimos a los quintos…

Que por cierto salieron zumbados como si vinieran de los tercios de

Flandes por lo menos, qué ímpetu y ¡queeé garbo!, eso sí, aplausos,

bendiciones y empieza la caminata, doce maravillosos kilómetros para ir

haciendo ganita.

A todo esto, el día amaneció nublado y las previsiones eran fatales,

pero como aquí aunque lluevan ranas la romería dice que sale ¡y sale! ¿eh?,

pues nada, todos a los coches y adelante, que a las diez reparten los

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huevos y además hay que salir deprisa a coger sitio, y además hay que

tener cuidado no pillemos las caravanas de carros y nos tengamos que

tragar el olor a boñigo.

El almuerzo fue tranquilo, no había mucho coche. Hubo quien fue a

la Cueva Santa la noche de antes a coger sitio para la comida (eso es ser

previsores, lo demás son tonterías).

Nosotros, la verdad, es que una vez conseguimos encontrar el bolso

donde llevábamos el almuerzo, ya la cosa pintó de otra manera porque frío

hacía un rato, así que le dimos al chupito de lo primero que pillamos, pues

alguien cambió de sitio las botellas de licor y había que sacar el maletero

para buscarlas, así que decidimos no ponernos sibaritas.

Terminado el almuerzo, corriendo, corriendo a los coches no sea que

lo único que nos quede para aparcar el coche sea el barranco.

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Llegamos a la Cueva y efectivamente nos quedó, no el barranco, sino

el final del camino que da a el barranco, en el fin del mundo, pero bueno,

ya habíamos llegado, no llovía (todavía) y ya empiezan otra vez las prisas:

corriendo para ver el cambio de varas, la llegada de la Virgen, los bailes, la

misa, dar una vuelta por las paraetas, comprar turrón y peladillas, algún

pañuelo, una cerveza en el bar, charlar con fulano y mengano (o sea,

dejarse ver, que es lo que hacen la mayoría de los que van a la Cueva

Santa, dejarse ver, porque la mayoría ni va andando, ni va a misa, ni come

en la Cueva si me apuras, o sea de romería tiene…el nombre, es mas bien

un día de carga y descarga de energía).

Cuando ya terminaron los esperados pasodobles, el cielo que hasta

entonces estaba de color blanco nuclear, se fue poniendo gris plomizo.

La famosa canción-rogativa “que llueva, que llueva, la Virgen de la

Cueva” me vino a la cabeza pero al revés, había que tomar una decisión:

aunque no llovía, el cielo amenazaba y mucho, teníamos que decidir si

abrir las fiambreras y comer en el barranco, o por el contrario marcharnos

al pueblo y regresar a las cuatro para que el Quinto hiciera el camino de

vuelta.

Gran dilema, se hicieron votaciones, NOS QUEDÁBAMOS, mientras

no cayera el diluvio. Tendríamos los paraguas a mano.

Así que, para no perder el ritmo del día, corriendo nos fuimos a

desplegar las mesas y sacar los aperitivos, al tiempo que cientos de coches

se batían en retirada hacia el pueblo, incluidos los que habían cogido sitio

la noche anterior.

En un momento nos quedamos solos en el camino del barranco,

todos los coches desaparecieron, las caballerías que estaban en lo alto de

la montaña, también.

El silencio lo invadió todo. Parecía mentira, hacía un momento todo

eran saludos y parabienes y de repente, la nada y… NOSOTROS.

Para empezar y ahuyentar los malos pensamientos (marcharnos

sensatamente), pusimos música festiva en el coche, sacamos las cervezas,

los aperitivos y empezamos la fiesta antes de tiempo, por si acaso llovía.

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Nos reímos tentando la suerte pues comimos con los paraguas casi

desplegados. Cumplimos el ritual, pero con tanto trajín no encontrábamos

el bolso con las fiambreras, (hubo quién se apiadó a San Cucufato, luego

rectificó y se aclamó a la Virgen de la Cueva), apareció, ya lo creo que

apareció, y dimos buena cuenta de ello, y entre bocado y bocado,

pasodoble, y mi tío Pepe, que es genial, nos puso esa música de cha-cha–

chá, de esa música que cuando suena le cambia la cara, sonríe y mueve las

manos con los puños cerrados moviéndolos con un ligero vaivén y

siseando la canción. Llegado este momento ya sabes que le digas lo que le

digas te va a decir que sí y entonces llega el momento que dicen ¡SACAR EL

CHAMPAN! que empiece la fiesta, el champán no, el cava, pues es igual, lo

que sea, y los dulces y lo que haga falta, tras la primera botella, toda la

familia, el quinto, los niños, todos, nos pusimos a bailar y a hacer fotos, era

una sensación extraña, solos en el camino, no se oían ni los pájaros, las

nubes se estaban levantando y … ¡vaya si se levantaron!

De repente, cuando ya íbamos a tomar la segunda botella de cava,

un estruendo nos avisó de que la fiesta llegaba a su fin, corriendo,

corriendo para no desentonar con el día, desmontamos el campamento y

pusimos pies en polvorosa porque el lugar donde estábamos era barranco

y se podía convertir en barrizal.

Nos refugiamos en el bar y esperamos que los quintos ante

semejante granizada decidieran si regresaban andando o si las

inclemencias del tiempo lo impedirían.

Tras varias deliberaciones decidieron volver andando y entonces

otra vez corriendo salió la romería, nosotros regresamos en coche,

rendidos tuvimos que descargar la intendencia, las sobras y corriendo otra

vez para ver llegar la romería, la música, el Cristo, la Virgen, los quintos, las

quintas, la gente, total un día agotador, pero eso sí, cumplimos con la

tradición, lo que pasa que luego, al día siguiente, nos quedaba la sorpresa,

cuando llega la hora de comer y dice mi madre:

- ¿A que no sabéis lo que vamos a comer hoy?

Hasta el próximo año, tierra trágame.

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