La Historia de Los Dos Blupas

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La historia de los dos Blupas Dos Blupas se ciernen sobre la cima de la torre, los convoca la larga travesía del ascenso y el voto dado: “no comeré”. No poseen nombres más que por su género, nunca necesitaron pensar que podían diferenciarse, aún siendo levemente distintos. Y es que los Blupas no necesitan diferenciarse, no comprenden de números cardinales, de espacios por fuera de sí mismos, son todo lo que son y eso les basta. Es por eso que ignoran (o eligen ignorar) si el voto tiene alguna comunión con el método que alguna vez oyeron en los cuentos de su niñez: “un ser diferente a nosotros, que vive en un lugar distinto y dice llamarse asceta, guarda silencio y no come, busca hablar con el Gran Blupa y ser invitado a su cena.” Pasan diecinueve años en la cumbre, carcomidos por el hambre, deseando que el principio al fin llegue, pero sin querer optar por ningún principio; no está en ellos lo que vendrá, no es parte de ellos hasta que lo sea. Sólo es el voto, la cima, ellos, y el tiempo. Y el hambre, un hambre atroz, virulento, cargado por el famélico dolor que debe borrarse, ya que no hay espacio para nada más en la torre que todo lo comprende. Es así que, cumplida la espera, se presenta el alimento durante un atardecer y es tan grande y tentadora la cena que el Blupa, un Blupa, sucumbe ante el mayúsculo espectáculo de los ojos agotados, y se atraganta con ese festín compuesto de suculentas sinalenas adobadas con caglostro, de sazonadas canecillas, de jugosos predis rodeados por asperos y deleitables níferes, de delicadas irotras. Come sin saciarse, sin parar, salvo para rociar el banquete llenando su copa con el líquido ámbar que decanta en las abundantes jarras de dulce frega. El otro Blupa, el que no come, observa sin hambre, ha logrado cumplir con el voto, lo sabe, de la misma manera que el que come no puede dejar de tener hambre. Los dos saben que han cumplido con el voto. Para uno es ese esperado reflejo de la promesa en la voz de los que

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Historia fantástica para divertirse

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La historia de los dos Blupas

La historia de los dos Blupas

Dos Blupas se ciernen sobre la cima de la torre, los convoca la larga travesa del ascenso y el voto dado: no comer.

No poseen nombres ms que por su gnero, nunca necesitaron pensar que podan diferenciarse, an siendo levemente distintos. Y es que los Blupas no necesitan diferenciarse, no comprenden de nmeros cardinales, de espacios por fuera de s mismos, son todo lo que son y eso les basta.

Es por eso que ignoran (o eligen ignorar) si el voto tiene alguna comunin con el mtodo que alguna vez oyeron en los cuentos de su niez: un ser diferente a nosotros, que vive en un lugar distinto y dice llamarse asceta, guarda silencio y no come, busca hablar con el Gran Blupa y ser invitado a su cena.

Pasan diecinueve aos en la cumbre, carcomidos por el hambre, deseando que el principio al fin llegue, pero sin querer optar por ningn principio; no est en ellos lo que vendr, no es parte de ellos hasta que lo sea. Slo es el voto, la cima, ellos, y el tiempo. Y el hambre, un hambre atroz, virulento, cargado por el famlico dolor que debe borrarse, ya que no hay espacio para nada ms en la torre que todo lo comprende.

Es as que, cumplida la espera, se presenta el alimento durante un atardecer y es tan grande y tentadora la cena que el Blupa, un Blupa, sucumbe ante el maysculo espectculo de los ojos agotados, y se atraganta con ese festn compuesto de suculentas sinalenas adobadas con caglostro, de sazonadas canecillas, de jugosos predis rodeados por asperos y deleitables nferes, de delicadas irotras. Come sin saciarse, sin parar, salvo para rociar el banquete llenando su copa con el lquido mbar que decanta en las abundantes jarras de dulce frega. El otro Blupa, el que no come, observa sin hambre, ha logrado cumplir con el voto, lo sabe, de la misma manera que el que come no puede dejar de tener hambre. Los dos saben que han cumplido con el voto. Para uno es ese esperado reflejo de la promesa en la voz de los que fueron sus mayores, cree que puede llamarse como los distintos, asceta, el otro tambin lo cree.

Ambos creen que el Gran Blupa los ha alcanzado, uno sabe que ha superado la prueba, que no ha sucumbido ante la tentacin y que esto lo vuelve ms fuerte, lo ayuda hasta el punto de eliminar su hambre. El otro comprende que su tiempo en el voto ha terminado, que el premio por el voto es el festn eterno y que una vez que la cena est concluida, el Gran Blupa le hablar, y entonces podr salir del silencio.

Pero para el hambriento el alimento no se termina y en su ingesta se hincha de tal forma que no queda espacio en su ser para que quepa ms y regurgita. Se desespera por no poder cumplir con el fin del festn. La cena es una prueba, lo sabe tan bien como lo sabe el otro. Y sigue comiendo con ms ahnco hasta que todo en l colapsa y revienta.

Slo queda un Blupa en la cima, no puede estar satisfecho porque no se permite tal cosa en el espacio de la cima. No existe la saciedad si ahora es asceta, lo prueba el triste final del Blupa que lo una en el voto. Su ausencia de hambre no es un triunfo, sino la concrecin de la espera, y slo le resta que el Gran Blupa le hable.

Pero a sus sentidos no llega la voz del Supremo sino el rugido de una Caimnera que sobrevuela, con su cuerpo bfido y sus alas biscosas, por la cima.

Es demasiado tarde para que lo comprenda el Blupa, los dientes del alado lo toman con la sorpresa, y an mantiene el silencio cuando, con su cuerpo destrozado, es ingerido.

No es dado a los Blupas poder alcanzar al asceta por el hambre o la comida, en la cima no es dado ser diferente y, por lo tanto, el asceta no es asceta sino que es Blupa. El voto no existe si se piensa en la diferencia.

Pero eso slo lo sabe la Caimnera, que ya se aleja de la cima, planeando por los campos sembrados de arqueno, quizs sonriendo, si existiera algo parecido a una sonrisa en la Caimnera.

Sobre lo que so la Caimnera La Caimnera es una y solo una, por lo tanto es fcil saber que la Gran Caimnera no fue demasiado benvola cuando la creo. Aunque tambin algunos sabrn que la Gran Caimnera tampoco fue malvola cuando as lo hizo. Y es que para la Gran Caimnera, maldad y bondad son cosas que ella misma cre, junto con la soledad nica de la Caimnera; y, por lo tanto, ninguna de esas cosas puede atribursele a su grandeza. Es como es, y en el caso de la Caimnera, es en soledad.

Como sea, la Caimnera es hembra, as fue creada y mucho antes que los Blupas, o los () , incluso antes que el paisaje y las dems cosas, como el bien y el mal. La Caimnera suea, suea que fue creada, y quieren los Otros que nunca despierte porque ya empezaron Algunos, no Todos, a sospechar que los suea. Los Menos creen que es soada mientras suea y unos Pocos creen que son los Otros, los que sospechan, los que la estn soando en este preciso momento. Entre tantos sueos, esto es lo que so la Caimnera: