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1 LA HISTORIA NATURAL TRAS LAS VITRINAS Luisa Fernanda Rico Mansard Los museos, los archivos y las bibliotecas siguieron caminos paralelos. Considerados templos del saber, promovieron sus acervos en un doble sentido: como fuente de conocimiento y como objeto-testimonio. La trascendencia académica y económica de las colecciones naturales dio lugar a que desde fines del siglo XVIII y a lo largo del XIX se estableciera la estrecha relación museo-biblioteca para que el público interesado pudiera ver el objeto real y profundizar en la información. El presente trabajo analiza este proceso en México, destacando tres momentos del coleccionismo: las experiencias coleccionistas del mundo prehispánico, las correspondientes a la Ilustración, en los últimos años de la Colonia, y el asentamiento de los museos naturales durante el Porfiriato. En virtud de los objetos de estudio compartidos, se puede ubicar este análisis dentro del campo de las prácticas museológicas, así como en el de la Historia de la Ciencia. Primeras prácticas coleccionistas y museológicas: La idea de museo que llegó a la Nueva España del siglo XVIII representa la conjunción de la visión del coleccionista del Renacimiento y la del hombre ilustrado, idea que osciló entre la curiosidad y la erudición, entre el atesorar y mostrar, entre la exhibición del objeto por su valor inherente y el ordenamiento de piezas para la transmisión de información, entre un lugar de deleite y uno de estudio, entre la construcción de un microcosmos dentro de cuatro muros y las intenciones por sacar los acervos a espacios abiertos... en fin, un espacio armado expresamente para exponer piezas seleccionadas por unas cuantas personas, para ser miradas por muchas más. A este lugar se acudía libremente a ver, observar o admirar los objetos por mero placer, o bien para consultar en documentos y libros la información complementaria a lo exhibido. Según las características de las colecciones albergadas, en aquella época se denominó genéricamente a estos lugares como gabinetes de maravillas, de curiosidades o de arte, mismos que se convirtieron en las antesalas de los museos modernos.

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LA HISTORIA NATURAL TRAS LAS VITRINAS

Luisa Fernanda Rico Mansard

Los museos, los archivos y las bibliotecas siguieron caminos paralelos.

Considerados templos del saber, promovieron sus acervos en un doble sentido: como fuente

de conocimiento y como objeto-testimonio. La trascendencia académica y económica de las

colecciones naturales dio lugar a que desde fines del siglo XVIII y a lo largo del XIX se

estableciera la estrecha relación museo-biblioteca para que el público interesado pudiera

ver el objeto real y profundizar en la información. El presente trabajo analiza este proceso

en México, destacando tres momentos del coleccionismo: las experiencias coleccionistas

del mundo prehispánico, las correspondientes a la Ilustración, en los últimos años de la

Colonia, y el asentamiento de los museos naturales durante el Porfiriato. En virtud de los

objetos de estudio compartidos, se puede ubicar este análisis dentro del campo de las

prácticas museológicas, así como en el de la Historia de la Ciencia.

Primeras prácticas coleccionistas y museológicas: La idea de museo que llegó a la Nueva España del siglo XVIII representa la

conjunción de la visión del coleccionista del Renacimiento y la del hombre ilustrado, idea

que osciló entre la curiosidad y la erudición, entre el atesorar y mostrar, entre la exhibición

del objeto por su valor inherente y el ordenamiento de piezas para la transmisión de

información, entre un lugar de deleite y uno de estudio, entre la construcción de un

microcosmos dentro de cuatro muros y las intenciones por sacar los acervos a espacios

abiertos... en fin, un espacio armado expresamente para exponer piezas seleccionadas por

unas cuantas personas, para ser miradas por muchas más.

A este lugar se acudía libremente a ver, observar o admirar los objetos por mero placer, o

bien para consultar en documentos y libros la información complementaria a lo exhibido.

Según las características de las colecciones albergadas, en aquella época se denominó

genéricamente a estos lugares como gabinetes de maravillas, de curiosidades o de arte,

mismos que se convirtieron en las antesalas de los museos modernos.

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Los gabinetes-museo de los siglos XVI a XVIII guardaban cuanta rareza y curiosidad

llegaba a las manos de los coleccionistas, quienes se dedicaban a estudiarlas y clasificarlas

según sus características físicas, su lugar de origen, su utilidad práctica o significado. En un

afán por comprender mejor al ser humano, su entorno y al mundo entero, estas colecciones

fueron separadas en dos grandes grupos: naturalia (lo producido por la naturaleza) y

artificialia (lo producido con la intervención del hombre), iniciándose así las primeras

interpretaciones del devenir de la humanidad, interpretaciones innovadoras y de gran

trascendencia social por estar fundamentadas en objetos, en pruebas tangibles y no en

ejercicios especulativos o explicaciones filosóficas.

aquellos gabinetes entraron en calidad de rarezas o curiosidades los primeros

objetos enviados a los reyes de España por Hernán Cortés. Objetos que para el viejo mundo

representaron los referentes iniciales sobre las tierras recién descubiertas y a partir de los

cuales se echó a andar la imaginación para explicar la historia del hombre en el nuevo

mundo.

Para saber cómo organizar la gran variedad de piezas y colecciones reunidas, así como la

mejor manera de exhibirlas, varios coleccionistas idearon técnicas y métodos de

clasificación y preservación que plasmaron en importantes escritos. Entre los más

sobresalientes, abre la lista en Theatrum Sapientaie (1565) de Samuel Quicheberg, el

método más antiguo para arreglar museos, seguido por el Museo de Ferrante Imperato

(1599), el Museo Calceolarianum (1622), el Museum Wormianum (1653), el

Tradescantianum (1656), el Septalianum (1664), el Cospiano (1677) y el famoso

Kircherianum (1678), catálogo armado por el jesuita alemán P. Athanasius Kircher, como

lo más representativo del siglo XVII.

Al iniciar el siglo de las luces apareció el codiciado Museaeuum Musaerorum (1714) o

Muestrario completo de todos los materiales y especias..., conteniendo además un estudio

sobre cámaras artísticas y de ciencias naturales, y una lista de los museos públicos y

privados conocidos en su tiempo, de Valentin, así como uno de los más famosos, el

denominado Museographie (1726) de Neickelius, aconsejando, con lujo de detalles, la

distribución de los naturabilis y la curiosa artificialia, toda una imaginaria concepción del

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coleccionismo dieciochesco que traspasaba los rígidos parámetros de ordenamiento

científico tras las vitrinas, para ocupar con mayor libertad los muros y techos de las salas.

La colección de piezas neickeliana se complementaba con una colección de libros, a fin de

que se pudiera profundizar en los conocimientos. De esta manera, en el museo:

...podría colocarse una mesa alargada y estrecha donde se expusieran y examinaran los objetos raros apartados para la investigación donde también pudieran hojearse y leerse por encima libros que hubieran sido solicitados, por poner un ejemplo... (Von Schlosser :224)

En una época en que el desarrollo industrial comenzaba a despuntar, las piezas reunidas ya

no sólo servirían para ostentar riqueza, dominio sobre los demás o para descubrir algunos

secretos mágicos, sino que se empezaron a mirar en un sentido más práctico, extrayendo los

secretos de la naturaleza a fin de explotarlos en beneficio del progreso económico y el

bienestar de las sociedades.

Para el visitante, estos museos significaban una lección visual a partir de las piezas, por lo

que éstos debían procurar tener colecciones de todo tipo. En consecuencia, se intensificaron

la búsqueda de objetos, el armado de colecciones específicas y el intercambio de objetos

entre las instituciones. El movimiento coleccionista se vio reforzado con el desarrollo de

diferentes técnicas de reproducción de objetos y la elaboración de dibujos y grabados que

suplieran a los originales. Práctica, esta última, que tomó mayores vuelos a partir de la

aparición de la imprenta gutembergiana.

La trilogía museo-archivo-biblioteca revolucionó la forma de acercarse al conocimiento.

Desde entonces, leer textos, observar y, sobre todo, manipular las piezas tendrían gran

aceptación en los círculos académicos, restando influencia a la especulación filosófica en

las formas de enseñanza.

Estos guardianes del conocimiento no estaban abiertos al público en general, sino que

nacieron con la impronta de la aristocracia y la alta burguesía que les habían dado vida.

Sólo eran visitados por los amigos más allegados de los dueños de las piezas, por personas

preparadas, cultas e instruidas que podían apreciar lo que se exhibía. En este sentido, dichos

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museos eran muy solicitados por quienes iban a estudiar e investigar. De allí que los

museos de entonces se concibieran más como lugares de estudio, que de exhibición por el

solo hecho de disfrutar de las piezas expuestas.

Aunque el mundo europeo había visto surgir de tiempo atrás colecciones vivientes de flora

y fauna, éstas no lograron arraigar con fuerza, sino hasta el siglo XVIII,1 cuando los

conocimientos botánicos, mineralógicos y zoológicos alcanzaron el reconocimiento de

piezas clave para el progreso social.

El coleccionismo europeo –extraído del entorno original, distribuido entre cuatros paredes

bajo rígidos ordenamientos preconcebidos-, distaba mucho de lo que en estas tierras se

acostumbraba reunir. A partir del denominado Encuentro de los dos Mundos, en 1492,

salieron a flote diferencias considerables.

Los grandes tlatoanis también poseyeron importantes tesoros personales resguardados

celosamente en cámaras especiales, tesoros preciosos que fueron motivo de despiadados

ataques por partes de los conquistadores. Como señores en el poder y con los recursos

necesarios en sus manos, fomentaron acervos de gran valía, especialmente de origen

natural, de la flora y la fauna que se daba en sus reinos.

Según noticias que han llegado hasta nuestros días, los grupos originarios de estas tierras

confirieron otro valor social a este tipo de colecciones, ya que la naturaleza se concebía

estrechamente ligada a la vida cotidiana y a la religión, además de su reconocida utilidad

que día con día se llevaba a la práctica.

Siguiendo a los primeros cronistas y misioneros, estas colecciones se formaban y cuidaban

en grandes jardines mandados hacer por los monarcas mexicas, no sólo con fines

hedonistas, sino también para el estudio, la preservación y reproducción de ejemplares. Las

1 Desde el siglo XIX se ha discutido entre europeos y mexicanos la primicia de los jardines botánicos con un sentido científico. Sin embargo, hay que recordar que griegos y romanos de la época clásica, y posteriormente los árabes, también fueron muy afectos a ellos. Parece ser que durante varios siglos no se registró una importante labor en este sentido, sino hasta el siglo XVIII, en que adquirieron gran auge.

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muestras de flora y fauna no se circunscribían a la localidad, sino que se traían de comarcas

lejanas. Hay que resaltar que parte de la tradición curativa que ha llegado a nuestros días

tuvo su cuna en estos jardines reales. Moctezuma:

Mandaba sus médicos hiciesen experiencias de aquellas yervas y curasen a los caballeros de su corte, con las que más tuviesen conocidas y experimentadas (Motolinia, Heyden ,2002:21)

Los primeros conquistadores quedaron maravillados por la riqueza y variedad de los

ejemplares reunidos, así como por la extensión, la belleza y el orden imperante en los

jardines y estanques mexicanos. Xochimilco, Chapultepec, Coyoacán, Texcoco,

Tenochtitlan y, sobre todo, el jardín de Iztapalapa –el más célebre por sus contenidos y

dimensiones-, dieron cuenta de esta grandeza en el perímetro de la ciudad de México. Los

jardines de Atlixco y Oaxtepec hicieron lo propio en los alrededores.

Aunque para algunos, la vida de estos jardines puede considerarse como “sublimación del

mundo natural, un universo no silvestre, domesticado, refinado y planeado” (Velasco

Lozano, 2002:32), lo más representativo de las colecciones de flora y fauna es que estaban

contextualizadas al entorno e integradas a la cultura que les había dado forma, y que

respondían a su visión cosmogónica del mundo reflejando la comunión del ser humano con

la naturaleza, y no, como sucedía allende el mar, que se buscaba la recuperación de lo

muerto para preservarlo y mostrarlo con la intención de que la gente apreciara cómo debió

haberse visto y utilizado cuando estaba vivo, o como afirma Wackwitz: gabinetes europeos

que “presentan todo lo vivo excepto la propia vida”. (en Hernández, 1998:98)

Por desgracia, tras la caída de Tenochtitlan estos lugares comenzaron a desaparecer, y con

ellos la visión cosmogónica de la naturaleza y la comunión del hombre con su entorno.

La fama de los jardines mexicas y la diversidad natural de esta parte del reino pronto

llegaron a los oídos de Felipe II, quien, en un intento por recuperar lo que todavía quedaba

de aquel mundo, envió a su protomédico, Francisco Hernández2, para que recogiese lo más

2 Puebla de Montealbán, España, 1517 – Madrid, España, 1587. Médico y botánico, nombrado por el rey Protomédico General de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano, recibió la encomienda de realizar un informe pormenorizado de la medicina y los elementos curativos en América, labor iniciada en la Nueva España.

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posible de la flora y fauna mexicanas. No obstante el minucioso trabajo del científico –la

expedición se llevó a cabo entre 1571 y 1577-, de recoger, registrar, preparar y remitir

ejemplares y materiales a España, fue poco lo que se pudo avanzar porque sus escritos

permanecieron extraviados en los archivos de palacio alrededor de doscientos años.3

De aquel periodo, sólo lo plasmado en el Códice Florentino (1577), el Códice Badiano

(1552), la historia del propio Francisco Hernández, el Jardín Americano de Fray Juan

Navarro (1801), y la Historia Antigua de México y de su Conquista, de Clavijero (1780),

han llegado a nuestros días como testimonio del coleccionismo natural de la época

prehispánica.

Otras búsquedas, nuevas interpretaciones:

En sí, fue hasta el siglo XVIII, con la estancia del viajero Lorenzo Boturini4 en la Nueva

España (1736-1744), que en México se marca el arranque de un coleccionismo en sentido

moderno y con un carácter internacional, o sea, un coleccionismo con una mirada europea,

pero con objetos mexicanos. Este despegue fue en principio muy lento y poco exitoso –

como lo demuestra el destino final de lo entonces reunido-; sin embargo, dio lugar a que

posteriormente se generalizara un interés por coleccionar y preservar los objetos anteriores

a la Conquista.

El caballero Boturini había venido en busca de testimonios que explicaran el mundo

prehispánico, logrando la concentración de importantes códices, selección que él mismo

bautizó como Museo Histórico Indiano. A la vuelta del siglo, la colección original estaba

ya muy mermada y lo poco que se pudo salvar se utilizó para sentar las bases del Archivo y

el Museo de México.

3 Se recomienda la lectura de la Introducción que Ascensión Hernández de León Portilla hace a las Antigüedades de la Nueva España de Francisco Hernández, Madrid, 2003. 4 Como, Italia 1702 - Madrid, España, h. 1755. Caballero del Sacro Romano Imperio. Durante su estancia en México, Boturini se interesó en las apariciones de la Virgen de Guadalupe y quiso mandar a hacerle una corona, lo que sembró desconfianza en las autoridades virreinales, ordenando su encarcelamiento y la confiscación de sus bienes.

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El segundo gran ejemplo está representado por el religioso jesuita Francisco Javier

Clavijero5, durante la segunda mitad del siglo XVIII, quien hizo un serio llamado a las

autoridades cultas de la ciudad de México para la concentración, el estudio y la

preservación de los objetos heredados del mundo precolombino.

Poco después, en 1790, con motivo de los trabajos de empedrado que se realizaran en la

Plaza Mayor de la ciudad de México, se descubrieron los primeros grandes monolitos, la

Piedra del Sol o Calendario Azteca y la Coatlicue, conocida también como “la de la falda

de serpientes”, piezas que no sólo atrajeron la curiosidad de los paseantes capitalinos, sino

que también sirvieron como eslabón para fomentar un sentimiento nacionalista que de años

atrás se venía gestando en algunos grupos de la sociedad novohispana.6

A diferencia de lo sucedido con la colección Boturini,7 en esta ocasión las autoridades

virreinales mandaron proteger lo descubierto a pesar del desconocimiento total sobre las

piezas. Este respeto al pasado, a “lo otro”, marcó el sentido patrimonial respecto de los

bienes históricos de México.

No obstante la trascendencia de las acciones, éstas sólo se dieron en forma aislada y

esporádica, por lo que no podemos ubicarlas dentro de un movimiento coleccionista

generalizado. Al conjunto de ejemplares históricos se, por esos mismos años,

coleccionesdestinadas a la enseñanza y la investigación. Mientras que la Real Academia de

San Carlos iniciaba sus cursos de arte con modelos traídos de Europa, aquí se reunían

especimenes naturales para la docencia, la investigación y su exportación a Europa, con

objeto de integrarlos a los jardines y herbarios españoles. El carácter universal del

conocimiento científico y su reconocida utilidad práctica determinaron su impulso. Varios

elementos convergieron en ello:

5 Veracruz, México, 1731 – Bolonia, Italia, 1787. Eminente políglota y humanista jesuita. Tras la orden de expulsión de los jesuitas en 1767, se lo remitió a Italia, donde escribió su célebre Historia Antigua de México y la Historia Antigua de la California. 6 Al respecto pueden consultarse las obras de David Brading, Los orígenes del nacionalismo mexicano y Memoria Mexicana de Enrique Florescano. 7 Sugerimos consultar el trabajo de José Luis Martínez Hernández, “Lorenzo Boturini y su Museo Histórico Indiano”, en Arqueología Mexicana, Vol. III, Núm. 15, sep.-oct. 1995, pp. 64-70.

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Ø La intención de los monarcas por establecer en España un jardín botánico y gabinetes

de historia natural conteniendo ejemplares de lo más representativo de su reino, incluídas

las colonias, para lo cual financiaron las célebres expediciones científicas en ultramar.

Ø El afán de los naturalistas por fomentar y difundir los conocimientos botánicos,

mineralógicos y zoológicos tanto en la Metrópoli, como fuera de ella.

Ø La Real Expedición Botánica de la Nueva España (1787-1804) que fue una de las

principales, tanto por su duración, como por los frutos que de ella se esperaban.

Ø El establecimiento en la Nueva España de las cátedras de botánica y minería.

Ø El interés de mineros, ingenieros y estudiosos novohispanos por reunir las muestras más

significativas relacionadas con sus actividades.

Ø Finalmente, lo que determinó el impulso dado al coleccionismo natural de la Nueva

España fue el accidental hallazgo (1785), en los archivos reales, de parte de los materiales

que reuniera el protomédico de Felipe II, Francisco Hernández, durante su estancia en estas

tierras, dos siglos atrás.

El entusiasmo también fue tras el establecimiento del jardín botánico, como extensión de la

cátedra respectiva, lo que volvía a retomar de manera oficial el cuidado de ejemplares

vivientes, como tres siglos atrás.8

En México, algunos personajes de la administración pública novohispana y mineros

también reunieron colecciones naturales. La integración formal de acervos mineralógicos

surgió del propio Colegio Seminario de Minas, que en su Reglamento del 30 de abril de

1789, conminaba a los dueños de minas a:

Entregar en el mismo Colegio Metálico unas muestras de sus minerales en la porción que baste para que allí se examine su calidad y circunstancias, y el beneficio que puedan recibir para su mayor rendimiento (Becerra López, 1963:336)

Don Fausto Elhúyar9 tuvo esas muestras bajo su cargo, ordenándolas y colocándolas tras

las vitrinas de la Escuela, ubicada entonces en la actual calle de Guatemala, número 90.

8 Se realizaron varios intentos para consolidar ambos establecimientos. La cátedra continuó con muchos altibajos; el jardín tuvo que esperar más de un siglo para hacerse realidad.

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Parece ser que los demás acervos respondieron más a intereses de atesoramiento y

satisfacción personal, que a su uso didáctico y apertura para la visita pública. (Gazeta, IV,

16, 24 ag,1790)

1790, año del descubrimiento de los monolitos, también fue decisivo para el coleccionismo

natural de nuestro país. Además de las colecciones reunidas para su remisión a España, y

las que aquí se preparaban para las clases de botánica, José Longinos Martínez10, miembro

de la Real Expedición Botánica, decidió abrir por su cuenta y con dineros propios un museo

con muestras naturales. Así se creó en México el primer museo, el Museo de Historia

Natural, con colecciones abiertas a todo el público y armadas expresamente con una

intencionalidad museal.

Dado que este establecimiento fue el resultado de una iniciativa personal, y con el fin de

evitar conflictos con los demás compañeros de la Expedición Botánica, el propio Longinos

Martínez buscó cubrir los aspectos políticos que garantizaran la vida del museo,

asegurándose que las autoridades virreinales reconocieran su existencia y prestaran su

apoyo, para lo cual las invitó a encabezar la inauguración oficial del mismo. El

acontecimiento tuvo gran importancia, según datos con que se reseñó la inauguración y el

contenido del nuevo recinto en la Gazeta de México(IV, 8 y 16, 1790), portavoz de la vida

novohispana.

Aunque la inauguración estaba prevista para abril, no fue sino hasta el 25 de agosto de 1790

(fecha conmemorativa de la proclamación de Carlos IV al trono de España), que se pudo

llevar a cabo. La sede del Museo de Historia Natural, fue ‘una de las casa del Estado’ en el

centro de la ciudad, ubicada en el número 89 de la calle de Plateros, hoy Francisco I.

Madero.

9 Logroño, España, 1755; catedrático de mineralogía y metalurgia. Director general de Minería en México, crea el Colegio de Minería en 1792. Muere en 1833. 10 Logroño, España ? – Campeche, México, 1803. Recorrió desde las Californias hasta Guatemala para registrar y recolectar ejemplares naturales. Se dedicó intensamente a las clases de botánica. Falleció en Campeche a su regreso hacia España.

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La distribución de piezas en exhibición seguía los lineamientos de los museos europeos. El

museo contaba inicialmente con 24 estantes, que todos forman una bella perspectiva del

orden de más gusto de la arquitectura, cada uno repartido entre cuerpos de gradería...

Sobresalían ejemplares de historia natural: pescados y otras producciones de mar, insectos,

los denominados herbario y jardín secos, minerales, maderas, sales, petrificaciones y

osamentas; varias piezas de anatomía naturales y de cera, producciones de volcanes y

tierras, y algunas antigüedades. Finalmente, contaba con varias máquinas de física y

química, así como otros equipos útiles.

El herbario se ordenó según el sistema de Tournefort y la clasificación de Linneo. Las

muestras tenían sus rótulos generales y particulares indicando los aspectos más destacados

de ellas. Siguiendo la impronta museística del Viejo Continente, el museo se

complementaba con una pequeña biblioteca especializada para que los interesados pudieran

consultar más datos y, así, ampliar sus conocimientos.

Aunque pequeño en tamaño y carente de una formación más adecuada, con este museo se

intentó establecer, por primera vez, la tríada colección-cátedra-jardín botánico, elementos

básicos para el fomento y la transmisión de conocimientos especializados. Además de que

se aplicaban técnicas de enseñanza novedosas, también se retomaba una práctica

coleccionista y de investigación por largo tiempo olvidada.

La trascendencia social y educativa del Museo de Historia Natural radicó en que México

también tuviera acervos ordenados y catalogados tal y como había en Europa, además que,

siguiendo las ideas ilustradas de igualdad y democracia sociales, este libro abierto a la

naturaleza se concibiera bajo el principio de enseñar todo a todos, para que el público goce

de este beneficio proporcionándole por este medio la más fácil instrucción en esta

Ciencia,11 oportunidad a todas luces novedosa en el México de aquella época.

Se ofrecían visitas explicativas al lugar. Aparte del horario de apertura oficial, el propio

Longinos Martínez daba la oportunidad de visitarlo en otros días y horarios distintos a los 11 Por orden del virrey, el museo se abrió al público “a toda persona decente” (tal y como se hacía en los museos europeos), los lunes y jueves de diez a una por la mañana, y de dos a cinco de la tarde.

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estipulados, a las personas que por dedicarse con tesón a este estudio, así lo solicitasen. Un

médico retirado, Mariano Aznaren, tenía a su cargo el funcionamiento del museo, así como

el deber de suplir a Longinos cuando fuera necesario.

El interés por las colecciones disecadas pronto se mezcló con el de las colecciones vivientes

y el establecimiento del Jardín Botánico. Las primeras se explicaban a través de la

tradicional visita guiada al museo, mientras que para las segundas se adoptaron los

ejercicios públicos o el “Plan de ejercicios literarios” y las clases formales de botánica,

zoología y mineralogía, programa educativo ampliamente extendido en España y las

Colonias.

El Plan consistía en una técnica de enseñanza dividida en varios pasos secuenciales para la

buena comprensión de ejemplares de historia natural. Aunque el primer ejercicio se basa en

la memorización, a partir de él se buscaba llevar al alumno del terreno especulativo a su

aplicación práctica.

…El desarrollo de la lección obedecía a sus partes: en la primera se hacía una repetición de la lección anterior por un alumno designado de antemano; en la segunda el catedrático daba la explicación de la lección siguiente “repartiendo anticipadamente a cada discípulo un pie, o un ramo de la planta que sucesivamente se explique”. En el último día de la semana se repasaba lo enseñado en ella y se respondía a las dudas de los alumnos. Los ejercicios eminentemente prácticos eran las demostraciones y herborizaciones. Las primeras tenían lugar en el Jardín y ordinariamente seguían a un día de explicación, para hacer inmediatamente la aplicación “por medio de los discípulos a manera de sabatinas”. Las segundas consistían en pasar por las inmediaciones de México, repartiéndose entre los alumnos el terreno señalado, para que de allí llevasen ejemplares que habían de explicar al volverse a reunir el grupo…” (Becerra, :324-325)

El engarce entre formación de colecciones y su uso didáctico tuvo buena aceptación en los

sectores académicos novohispanos, por lo que la fama del Museo de Historia Natural

pronto traspasó las fronteras e inspiró a las autoridades de la entonces Nueva Guatemala

para que se creara otro en aquella ciudad. Para fortuna de los guatemaltecos e infortunio

nuestro, el propio Longinos Martínez se trasladó a aquel lugar a establecer el nuevo museo.

Lo organizó en cuatro meses, alcanzando mucho reconocimiento en la empresa. Durante la

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inauguración, Longinos, junto con el célebre científico José Mariano Mociño12, hizo gala

de las bondades del coleccionismo aplicadas en la enseñanza, relacionándolo directamente

con los ejercicios públicos a fin de analizar con los jóvenes cada planta con detalle.

La ausencia de Longinos Martínez del museo de México hizo que decayera su vitalidad

original y, al cabo de unos años, los ejemplares naturales pasaron al Real Colegio de San

Ildefonso, donde quedaron colocados en una sala, para la visita del público. Años más

tarde, ya muy menguado el acervo, se concentró en un salón de la universidad para formar

parte, hacia 1822, del Conservatorio de Antigüedades, después del Gabinete de Historia

Natural y, a partir de 1825, del Museo Nacional.

El Museo Nacional:

Al comenzar la vida de México como país independiente, en 1821, se echaron las

simientes de las instituciones que nos regirían en esta nueva situación. La creación del

Museo Nacional en uno de los salones de la Universidad, el 18 de marzo de 1825, fue sin

lugar a dudas pieza clave de este proceso, pues significaba poseer de manera clara y

tangible, testimonios naturales y culturales que iban más allá de los tiempos y espacios

originales, ofreciéndolos a todo público interesado.

Mucho se ha escrito sobre las tendencias políticas de los diferentes gobiernos a lo largo de

los cincuenta años posteriores al movimiento emancipador, tendencias que no sólo

ocasionaron múltiples reestructuraciones administrativas a nivel nacional, sino también

constantes conflictos bélicos internos y varias invasiones extranjeras. Cabe resaltar que el

Museo Nacional pudo sobrevivir a esta vorágine político-económico-militar, no porque no

resintiera las convulsiones de la época, sino que, como contenedor y custodio oficial de

ejemplares naturales e históricos, a pesar de su precaria existencia, tuvo un valor adicional a

otros establecimientos educativos o culturales y siempre se lo valoró como una institución

útil para la nación.

12 Temascaltepec, Estado de México, 1717 – Barcelona, España, 1820. Filósofo, médico y botánico, se incorporó a la Expedición Botánica de la Nueva España, llegando hacia el norte hasta Nutka, Canadá, y a Guatemala, por el sur; realizó una de las recopilaciones naturales más importantes del país.

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De 1815, año de su creación, a 1867, año en que la administración juarista ratificó su

existencia en la sede que Maximiliano le otorgara un año atrás (la Excasa de Moneda), la

vida de nuestro Museo Nacional se expresó oficialmente a través de dos Decretos, dos

Reglamentos y una Ley. Tuvo ocho directores y se manejó con un personal escasísimo, que

en más de una ocasión no recibió un salario básico. Albergaba algunas antigüedades y

varios acervos naturales investigados y ordenados por el naturalista guanajuatense Miguel

Bustamante13. Su interés por la conservación y preservación de muestras lo plasmó en una

de las primeras obras sobre el tema, la Memoria instructiva para colectar y preparar para

su transporte los objetos de historia natural.

Otra acción sobresaliente relacionada con las colecciones del Museo Nacional se presentó

después de la guerra de 1847 y la consecuente pérdida de más de la mitad de nuestro

territorio. Tras el desastre y ante la necesidad de reconstruir un país derrotado y mutilado,

la historia natural, especialmente el área de mineralogía, adquirió una función de orgullo y

unión y nacional. Hay que recordar, por otra parte, que la “fiebre del oro” en la Alta

California comenzaba a generar el impulso económico de aquella región, así como

importantes asentamientos en las zonas mineras, por lo que también había que levantar el

ánimo de los mexicanos y promover al país como lugar propicio para inversiones

extranjeras.

Con este fin, el gobierno solicitó al reconocido científico Antonio del Castillo14 un

inventario y la ordenación de los ejemplares mineralógicos que existían en el museo,

trabajo que vio la luz en 1852 mediante el Catálogo de la Colección Mineralógica de este

Museo Nacional y que incluía las descripciones de nuestras riquezas mineras, quedando la

historia natural estrechamente ligada a los intereses nacionalistas del país.

13 1790-1844. Botánico alumno del célebre Vicente Cervantes, a quien sustituyó en la cátedra. Organizó las colecciones e impulsó la cátedra y el jardín botánicos. Autor, entre otros escritos, del Curso de Botánica elemental. 14 Huetamo, Michoacán, 1820 – Ciudad de México, 1895. Uno de los científicos más destacados que ha tenido el país, especializado en mineralogía. Promotor de la Escuela Práctica de Minas en Fresnillo, Director de la Escuela Nacional de Ingenieros y, posteriormente, del Instituto Geológico Nacional. Descubrió los minerales castillita, livingstonita y guadalcazarita.

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La década siguiente fue dramática para el Museo y sus colecciones. A partir de los años

sesenta, y debido a los intereses coleccionistas y museográficos del Archiduque –tan

exitosamente fomentados de años atrás entre la dinastía de los Habsburgo- y de algunos de

sus colaboradores más cercanos, como el naturalista Domingo Billimeck, el Museo

Nacional pudo finalmente echar raíces profundas. Se lo dotó de un edificio propio,

inaugurándose formalmente el 6 de julio de 1866, día del cumpleaños de Maximiliano.

De las tres secciones que debía tener el establecimiento, Historia Natural, Arqueología e

Historia, la primera era la más organizada. La inalterabilidad de los ejemplares

mineralógicos que había de mucho tiempo atrás, algunos ejemplares de la flora y fauna que

no se habían echado a perder, más los objetos de los tres reinos naturales que Billimeck

había reunido, bastaron para abrir esta sección. Había algunos mamíferos, buen número de

pájaros, más de 2,000 coleópteros y lepidópteros, reptiles, moluscos, testáceos y crustáceos.

El herbario tenía más de 10, 000 ejemplares, muchos de los cuales había traído el propio

Billimeck de Europa. Estos acervos fueron tan importantes que, iniciado el siglo XX, varias

colecciones preparadas por el científico europeo se utilizaban todavía para la exhibición y

el estudio de la Historia Natural. (AGN, IPBA, C. 179, E. 7, 30 nov. 1906)

Como buena parte de los museos decimonónicos, el de México también tuvo la

principalísima función de albergar, estudiar y exhibir las piezas del pasado, a fin de rescatar

su grandeza, difundirla y extenderla como elemento de unidad nacional, aunque esto

tardaría todavía más tiempo.

Primero, porque el proceso de descubrir, rescatar y trasladar las piezas prehispánicas de

diferentes puntos de la República al Museo Nacional era para entonces muy complicado y

costoso. Segundo, porque no había gente ni recursos pecuniarios destinados para este fin.

Tercero, porque el desconocimiento de nuestro mundo antiguo era enorme y, en

consecuencia, las investigaciones fueron apareciendo muy lentamente, y a cada paso que se

avanzaba había que rectificar los datos e hipótesis obtenidos previamente, antes de

apresurarse a nuevas interpretaciones. Estas carencias hicieron que las piezas prehispánicas

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se apreciaran más como antigüedad/curiosidad, resaltándose por sus características estéticas

más que por su función histórica o social.

Por otra parte, la preservación en el Museo de algunos acervos mineralógicos y botánicos

armados de tiempo atrás, aunada a la utilidad práctica inmediata adjudicada a los estudios

naturales y al carácter internacional del conocimiento científico, hicieron que las

colecciones naturales mantuvieran sus papel protagónico hasta mediados de la década de

los setenta.

Uno de los objetivos fundamentales del gobierno juarista fue el de impulsar las

instituciones educativas bajo una perspectiva acorde a las nuevas circunstancias del país. Se

vio en el positivismo de Augusto Comte la filosofía más adecuada para ello, por lo que la

organización de los estudios alcanzó un gran sentido práctico tomando a los estudios

científicos como eje de este cambio.

La nueva propuesta educativa se reflejó también en el Museo Nacional y “para no repetir

esquemas anteriores, los hombres educados en profesiones basadas en las ciencias exactas y

naturales fueron llamados por las circunstancias del momento”. Tocó nuevamente a

Antonio del Castillo encargarse de las áreas de mineralogía, geología y paleontología; al

farmacéutico Gumesindo Mendoza, de las colecciones de zoología y botánica, y al doctor

Antonio Peñafiel, de las actividades de taxidermia y preparación de muestras naturales. El

entonces joven naturalista Jesús Sánchez se integró al grupo para apoyar los trabajos.

El gran acierto de este periodo fue el combinar la investigación científica con la práctica

museológica, las conferencias con la divulgación impresa, el conocimiento científico con la

expresión artística. Surgió así, en el seno del propio Museo Nacional, la Sociedad Mexicana

de Historia Natural, el 29 de agosto de 1868, y pocos meses después la revista La

Naturaleza, portavoz oficial de la nueva Sociedad. Sus diez miembros fundadores

simpatizaban con las actividades del Museo, y seis de ellos, trabajaron intensamente en sus

colecciones: Antonio del Castillo, Gumesindo Mendoza, Antonio Peñafiel, Jesús Sánchez,

Manuel Urbina y Manuel Villada. Además de inyectar vida a la asociación y su

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publicación, también utilizaron los acervos del museo como las pruebas tangibles de sus

estudios. La Naturaleza supo aprovechar también la paleta y el pincel del célebre pintor

José María Velasco, lo que volvió más codiciada la publicación.

Gracias a las actividades de la Sociedad Mexicana de Historia Natural, la fama de las

colecciones y del propio Museo Nacional traspasaron las fronteras, convirtiéndose durante

casi una década en una eficiente, y a veces única, divulgadora de las actividades museales.

Tan importantes fueron los acervos científicos del Museo, que cuando el 5 de febrero de

1871 vuelve a abrir sus puertas, lo hace a través de la sección de Historia Natural. En

distintos apartados se exhibían aves, conchas y zoófitos, reptiles y pescados; ejemplares de

mineralogía y paleontología, insectos y mamíferos. Para que las piezas se comprendieran

mejor “...como es costumbre, se les pondrán las noticias concernientes a su interés

científico. Para ello, se mandaron fabricar más de 10.000 zócalos y atriles, cerca de

quinientos frascos para conservar ejemplares en alcohol, doscientos setenta botes pequeños

en sus zócalos, destinados a una colección de semillas nacionales y extranjeras, y se

construyeron estantes especiales para albergar las colecciones en un total de siete salones”

(Memoria…, 1870). El presidente Juárez recibió con beneplácito la noticia de la

inauguración pues, finalmente, se lograba consolidar un proyecto que de años atrás sólo

había dado traspiés.

El trabajo de los naturalistas fue tan intenso que en los años siguientes se incrementaron las

colecciones notablemente, a tal grado, que utilizaban las muestras duplicadas para

canjearlas por otros ejemplares o para donarlas a otras instituciones de enseñanza superior;

incluso para crear museos escolares. Por aquellos años:

La familia científica del Museo estaba toda unida, ligada por franca amistad y por los vínculos del compañerismo. Afluían ahí los naturalistas, los arqueólogos [...], solicitando el concurso de sus amigos especialistas. (Memorias SCAA, 40,67)

Cabe resaltar que ésta es todavía una época en que el conocimiento no estaba tan

fragmentado en especialidades, sino que predominaba una postura enciclopédica del saber,

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así como un compromiso por preservar y divulgar los conocimientos generados en el

Museo, de tal suerte que al aprobarse la publicación de los célebres Anales del Museo

Nacional (1877) bajo el gobierno de Porfirio Díaz, se previó la inclusión de temas naturales

en ellos:

…Las plantas, los minerales, los animales y los fósiles están allí [el Museo Nacional] también como cosas de mera curiosidad; es necesario, pues, ir publicando los usos de esas plantas, las costumbres de esos animales y las ventajas de las aplicaciones, tanto de Geología como de la Paleontología. (Anales, 4 julio 1877)

Por otra parte, el trabajo en el museo y el contacto con los acervos despertaba su

apreciación patrimonial. Esto, aunado a que el personal del museo asumía los compromisos

laborales sin cortapisa alguna, tuvo como resultado que personas como los naturalistas

Gumesindo Mendoza15 y Jesús Sánchez16 no se circunscribieran a su campo de acción, sino

que, comprometidos con el estudio y la preservación de todo tipo de piezas que entraban al

museo, también incursionaran en las áreas de la Historia y la Arqueología.

A riesgo de ser criticados por otros estudiosos que se sentían con mayor mérito para hablar

sobre el pasado prehispánico, Mendoza y Sánchez asumieron el compromiso de ordenar y

describir las piezas arqueológicas, y armar el primer Catálogo respectivo:

Seguros estamos de haber cometido grandes errores que las observaciones de los inteligentes vendrán a demostrarnos; más sírvanos de excusa para disimular la imperfección de nuestra labor lo difícil y poco conocido aún de nuestra Arqueología Nacional. (Catálogo, 1882)

Lo cierto es que era la primera vez que se hacía un trabajo de estudio, ordenación y

exhibición de las piezas prehispánicas, y que el compromiso asumido por los dos

naturalistas resultó “el primer ensayo serio de la clasificación de un museo”, palabras a

cuán más valiosas sobre todo por provenir de la pluma del eminente historiador Alfredo

Chavero. (Catálogo, 1882:2)

15 ? Querétaro–1886, Ciudad de México. Profesor de zoología y botánica y catedrático en química. Director del Museo Nacional. Defensor del patrimonio arqueológico evitando su extracción ilícita. 16 1842-1911, Ciudad de México. Profesor de zoología. Cuidó de la formación del Museo de Historia Natural en el edificio del Chopo.

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El entusiasmo por ordenar y divulgar los acervos trajo muchos frutos para el Museo. A la

vuelta de veinte años, en materia científica no sólo crecieron las colecciones de

mineralogía, geología, paleontología, zoología y botánica, sino que en la búsqueda por

transmitir conocimientos más prácticos, se abrieron también secciones especializadas en

anatomía comparada, teratología, antropología, etnografía, y zoología, botánica, metalurgia

y mineralogía aplicadas.

Además de La Naturaleza y los Anales del Museo Nacional, los naturalistas divulgaban

sus indagaciones y noticias sobre especimenes naturales en publicaciones como Boletín de

la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, El Minero Mexicano, Revista

Científica Mexicana, Mundo Científico, La Farmacia, Memorias de la Sociedad

Científica Antonio Alzate, entre otras.

El coleccionismo científico se incrementó considerablemente en instituciones de enseñanza

e investigación de reciente creación. Dado que los principios positivistas exigían que todo

trabajo se sustentara con pruebas tangibles, se volvió necesario acondicionar salones y

construir mobiliario ex profeso para el cuidado y la exhibición de muestras. Así, vieron la

luz las primeras colecciones-museo de la Escuela Nacional Preparatoria que, junto con los

laboratorios de física y química se convirtieron, además de centros de enseñanza objetiva,

en los escaparates científicos predilectos para la visita pública.

Por aquellos años, la Escuela Nacional de Ingenieros, sucesora de la Escuela de Minería,

agregaba a sus colecciones mineralógicas, geológicas y paleontológicas diversas

maquinarias y utensilios mandados traer de Europa, y la Escuela de Medicina impulsaba la

creación del Museo de Anatomía Patológica en apoyo a estudios en química médica,

bacteriología, medicina experimental y anatomía patológica.

Además de las escuelas de estudios superiores –la mayoría de las cuales se integrarían más

tarde a la UNAM- el gobierno porfirista también promovió el establecimiento de centros

científicos que entre sus funciones básicas debían formar acervos objetuales especializados.

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La célebre Comisión Geográfico-Exploradora, formada en 1877 por el Ing. Agustín Díaz

para estudiar el país y hacer la “Carta General de la República”, reunió y ordenó ejemplares

naturales que se utilizaron en dos vías. Por un lado, para representar la riqueza natural del

país en exposiciones internacionales, especialmente en la Feria Mundial de Nueva Orleáns

de 1884 y la Exposición de 1889 en París (Herrera, 1998 :91 y Tenorio, 1998:197); por el

otro, para establecer en la zona de Tacubaya un Museo de Historia Natural dependiente de

la propia Comisión. La sede, el antiguo arzobispado de Tacubaya, donde se ubicara años

después el Observatorio Astronómico. Las colecciones fueron ampliamente conocidas por

especialistas y estudiantes que acudían frecuentemente a aquel lugar. Sin embargo, durante

el movimiento revolucionario se optó por concentrar todos estos materiales en el Museo de

Historia Natural, en el edificio de El Chopo.

También, como resultado de varias comisiones científicas, se creó en 1888 el Instituto

Médico Nacional para estudiar y combatir problemas de insalubridad y enfermedades. Los

ejemplares de la flora mexicana culminaron en la formación de un herbario organizado bajo

el sistema de T. A. Durand que llegó a acumular cerca de 17000 piezas.

En materia de coleccionismo natural, la igualmente renombrada Comisión de Geología

(1886) culminó con la creación del Instituto Geológico Nacional, dos años después. Aquí,

el paso trascendental para la museología y la museografía mexicanas consistió en la

construcción del flamante edificio del Museo de Geología, -terminado en 1904 e

inaugurado en 1906-, primera obra arquitectónica concebida para museo.

Además de vincular investigación científica con exhibición permanente, el edificio

estableció una estrecha relación entre ciencia y arte, plasmada en sus muros, relieves y

vitrales. La planta baja, de fácil acceso al público visitante, se destinó para museo, y la alta

a las labores asociadas a la investigación geológica. La grata impresión que causó el

edificio quedó registrada por observadores extranjeros:

El edificio del Instituto Geológico Nacional de México, establecido en la 5ª calle de Ciprés, frente a la Alameda de Santa María, será, cuando se termine este año, uno de los mejores edificios del mundo destinados

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enteramente a objetos geológicos, pues otros países, por regla general, tienen edificios viejos construidos para diversos usos y ligeramente reformados… México irá a la vanguardia del mundo entero, en este particular…(Pérez 1997: 91-92, apud. Southworth, 1905:47)

Para fines del siglo XIX y principios del XX, el México porfiriano comenzó a dar un giro

cultural y social. El positivismo científico tan arraigado en las décadas anteriores empezó a

ceder espacios a interpretaciones humanistas. Esta forma novedosa de abordar los estudios

sociales también se manifestó en la manera de reunir objetos y concebir exposiciones. En

cuanto a los primeros, además de las secciones naturales, el Museo abrió sus departamentos

de Antropología y Etnografía y preparaba la mesa para recibir a la Escuela Internacional de

Arqueología y Etnología Americanas. En cuanto a las exposiciones, la museografía del

objeto -bajo el ideal pedagógico de sólo mostrar-, comenzó a evolucionar hacia la

museografía del concepto, para demostrar y explicar el funcionamiento y los procesos de

las cosas.

Transformar la exhibición inmovilista de la naturalia bajo las ideas evolucionistas de

Darwin y Spencer, se convirtió en el nuevo reto museal. El renombrado biólogo, activo

darwinista y responsable de la sección de Antropología del Museo, Alfonso L. Herrera17, se

convirtió en el portavoz de las nuevas ideas. Inspirado en revistas inglesas y francesas,

propuso en su artículo Les Musées de l’avenir (Los museos del futuro) una reestructuración

museográfica de la historia natural en el Museo, que quitara las clasificaciones rígidas de

ejemplares y buscara su contextualización a su medio, incluso en un sentido universal. El

visitante debía tener la facilidad de mirar, comparar y contrastar cada especie. Aunque no

pedía la construcción de dioramas o ambientaciones especializadas -como comenzaba a

hacerse en museos de Estados Unidos y Europa-, solicitaba la utilización de apoyos

gráficos, principalmente diagramas que hicieran más clara y accesible la información. En

palabras del propio Herrera, en un museo de Historia Natural era necesario:

…instalar las salas, convenientemente dispuestas, para ser visitadas en un orden riguroso y que demostraran de manera objetiva las grandes

17 1868-1942. Hijo del naturalsita de igual nombre. Gran maestro y promotor de la botánica. Gracias a sus esfuerzos se establecieron en Chapultepec, los jardines botánico y zoológico. Entre varias obras, destacaron La Vie sur les hauts plateaux, Nociones de Biología y Nueva farmacopea mexicana.

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leyes biológicas de la unidad, la finalidad particular, las diferencias, la vida elemental, la adaptación, la variación, la lucha por la existencia, la selección, la evolución, la nutrición…(Memorias SCAA, XIV:378)

Sólo así podría comprenderse la vida, no en forma aislada, sino una entre muchas, in multi

una, a fin de entender a la naturaleza en su conjunto y propiciar el progreso del espíritu

humano.

La historia natural a fines del Porfiriato:

Los cambios en los discursos museográficos no se dieron de manera inmediata. Para la

primera década del siglo XX se había progresado mucho en cuanto a conocimientos

científicos especializados, y el pasado de México también comenzaba a distinguirse

espacial y temporalmente. Continuaba la efervescencia por los coleccionismos histórico,

artístico, antropológico y natural, y de todas partes del país se remitían ejemplares. En

consecuencia, las decisiones museográficas debían tener mayores alcances. Ya no se

pensaba sólo en reubicar colecciones o remodelar una sala, sino que comenzó a hablarse de

construir nuevos museos.

Al iniciar el siglo, las colecciones científicas se encontraban en la Escuela Nacional

Preparatoria y la Escuela Nacional de Ingenieros, el Museo de Tacubaya, la Escuela de

Medicina, el Museo Nacional y el flamante y recién inaugurado Museo de Geología. Se

propuso la creación de un Museo de Paleontología Nacional Mexicana, y la construcción

del nuevo Museo de Historia Natural, pero ninguno de los dos proyectos cristalizó. Las

expectativas de este último incluían dos jardines: uno botánico y de aclimatación, y otro

zoológico.

Las colecciones del pasado no sólo aumentaron en número, sino también en importancia

desde el momento en que se decidió festejar el primer Centenario de la Independencia, y

tomar al Museo Nacional como eje de las conmemoraciones y escaparate oficial de la

historia del país desde los tiempos más remotos hasta el gobierno del general Díaz. A través

de la Inspección General de Monumentos Arqueológicos se remitían piezas de todas partes

de la República, que requerían de grandes espacios para su exhibición. Por otro lado, el

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fomento de un sentido nacionalista a través de la recuperación de la historia y sus bienes

materiales, se convirtió en programa prioritario para el gobierno de Porfirio Díaz.

Esto provocó la inminente salida de la Sección de Ciencias Naturales, del Museo Nacional.

Dado que no se había construido un edificio para ello, los científicos se dieron a la tarea de

buscar un espacio donde ubicar y exhibir los acervos. El Palacio de Cristal en la calle del

Chopo núm. 10 fue el lugar que mejor satisfacía las necesidades de las colecciones.

El edificio había sido construido poco antes con la finalidad de montar exposiciones

industriales. La Compañía Mexicana de Exposición Permanente, S. A., encargada del

proyecto, lo dotó de un diseño arquitectónico vanguardista, compuesto de estructuras

metálicas y vidrio, rememorando las grandes construcciones europeas como el Crystal

Palace de Londres, construido para la Exposición Universal de 1851, y la célebre Torre

Eiffel, para la Exposición de 1889, en París. En virtud de que el nuevo edificio no cumplió

con sus objetivos, el gobierno de Díaz decidió dar un giro a su uso y destinarlo a los

acervos naturales.

La orden del cambio de sede provocó resentimientos entre los naturalistas del Museo

Nacional, que en un principio protestaron por tan drástica decisión. Después de todo las

colecciones científicas habían sido durante muchos años las más importantes del museo, y

los profesores que las tuvieron a su cargo, quienes en varias ocasiones levantaron y

defendieron a la institución.

Dentro de los argumentos más esgrimidos para buscar otro lugar destinado a las

colecciones científicas, resaltó el de la gran distancia que en aquel entonces separaba al

edificio de El Chopo del resto de la ciudad, lo que propiciaría una escasa afluencia de

visitantes; por otra parte, los muros de vidrio no eran los más idóneos para la exhibición

permanente de ejemplares naturales, pues afectarían su preservación y mantenimiento.

No hubo marcha atrás. Mientras el Museo Nacional –junto con muchos otros edificios

culturales que se construyeron en varios puntos de la República- se engalanaba para las

fiestas, el nuevo Museo de Historia Natural no pudo formar parte de la conmemoración del

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Centenario. Por aquellos días, el edificio de El Chopo estaba ocupado con una exposición

japonesa para tan importante evento, por lo que las colecciones científicas del Museo

Nacional18 tuvieron que esperar almacenadas por algunos años más.

Las colecciones naturales estuvieron presentes durante el Centenario a través del Museo de

Geología, y los gabinetes-museo de la Escuela Nacional Preparatoria, y de las Escuelas de

Ingenieros y Medicina, además de la importante Exposición de Higiene, exhibición

temporal que daba cuenta de los avances en materia de salubridad pública.

Fue hasta el 1º de diciembre de 1913, con otros actores y protagonistas, que se inauguró el

flamante Museo Nacional de Historia Natural en El Chopo. Allí se concentraron las

colecciones del Museo Nacional, el de Tacubaya, y las del Instituto Médico Nacional.

Desde un principio tuvo gran aceptación. La originalidad y rareza de sus ejemplares

despertaban día tras día la curiosidad de las personas, que al cabo de unos años alcanzaban

la cifra de quinientos mil visitantes anuales. (Herrera, 1921:10)

El caso de la historia natural mexicana pertenece a la historia social de la ciencia, pues los hombres que la practicaron, además de realizar estudios sobre la naturaleza de nuestro territorio, aplicaron sus conocimientos para poner en marcha las políticas del estado para acceder a la modernidad. (Guevara, 2002:23)

Durante el movimiento revolucionario se reorganizó y reubicó la mayoría de los acervos

naturales, siendo el nuevo museo el que recibiera más. Calmadas las turbulencias militares,

se reactivó el coleccionismo natural bajo nuevas perspectivas. Coadyuvó en esto la

reapertura de la Universidad Nacional, que procuró la modernización de los estudios

profesionales y el impulso a nuevas especialidades científicas. La historia natural tras las

vitrinas tuvo su sede principal en el Museo Historia Natural19; las Escuelas de Medicina e

Ingeniería conservaron sus colecciones didácticas, mientras que la Facultad de Ciencias

Químicas abría, hacia 1921, un Museo Tecnológico con un sentido práctico, al incluir

18 En 1910 cambió su nombre por el de Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía. 19 Originalmente también era Nacional.

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muestras “de todos los productos naturales susceptibles de ser industrializados por la

química”. (Boletín SEP: I,2,1923:277) Las colecciones vivientes también fueron

reactivadas en los jardines de escuelas según sus diferentes aplicaciones educativas

(botánicas, zoológicas, medicinales, industriales), hasta que finalmente, bajo la dirección

otra vez de Alfonso L. Herrera, se crearon los jardines botánico y zoológico con un sentido

público, en el añoso bosque de Chapultepec.

A pesar de que nuestro coleccionismo natural tuvo fuertes altibajos, cabe resaltar que a lo

largo de este camino siempre se le reconoció su utilidad pública, y que en los hombres de

ciencia, profesores, recolectores, taxidermistas y ayudantes encargados de su integración,

predominaron los intereses científicos, didácticos y patrimoniales, desarrollando trabajos de

gran valía, algunos de los cuales han llegado hasta nuestros días.

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