La Historia Silenciada. a 60 Años Del Bombardeo a Plaza de Mayo.

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    La Historia silenciada. A 60 años del bombardeo a Plaza de Mayo.

    Homenaje de Memoria de la ECI.

    “Los malditos excluidos de la historia oficial”, por Norberto Galasso.

    Capítulo: El bombardeo del 16 de junio de 1955.

    El 16 de junio de 1955, el gobierno ha organizado un desagravio al general San

    Martín ―a quien considera injuriado por los manifestantes [católicos] del 11 de

     junio [Corpus Christi] que supuestamente habían quemado una bandera

    argentina― a realizarse a través de aviones Gloster Meteor que  volarían sobre la

    Plaza de Mayo. Por eso, no sorprende que hacia el mediodía el cielo de Buenos

     Aires aparezca surcado por aviones. Pero no son, sin embargo, los Gloster Meteor

    del desagravio, sino aviones navales, provenientes de las bases de Punta de Indio

    y Ezeiza, que descargan bombas sobre la Casa Rosada y la plaza histórica, con el

    propósito de asesinar a Perón. Al mismo tiempo, el Ministerio de Marina ha sido

    tomado por los insurrectos, mientras el capitán Francisco “Paco” Manrique intenta

    sublevar la Base de Puerto Belgrano y se vive una situación incierta en la base

    aérea de Morón. A su vez, el general Bengoa debería levantar una unidad militar

    en el Litoral. Manrique y Bengoa fracasan en su intento, como también “comandos

    civiles” que debían operar sobre la Casa de Gobierno. Asimismo, a las pocas

    horas, el Ministerio de Marina es recuperado por fuerzas leales. Pero ya la Plaza

    de Mayo y adyacencias se han convertido en horrendo espectáculo de

    destrucción, de sangre y de muerte. Los aviadores insurr ectos ―llevando a cabo

    el plan esbozado por tres políticos; el socialdemócrata Américo Ghioldi, el radical

    Miguel A. Zavala Ortiz y el conservador Oscar Vichi― no solo arrojan bombas

    sobre civiles indefensos, sino que, en algunos casos, cuando se trata de grupos

    obreros decididos a defender al gobierno, ametrallan salvajemente. Hacia las 16

    horas, van cesando los ataques y los aviones rebeldes se fugan hacia Montevideo

    dejando atrás una Plaza de Mayo que ofrece un espectáculo de horror. Muertos y

    heridos por todas partes, aquí y allá, charcos de sangre y restos humanos,

    cráteres en las calles, automóviles incendiados, una atmósfera envenenada de

    muerte y pólvora, de fuego y destrucción. Uno de los últimos aviones, al

    sobrevolar los alrededores de la CGT, halla a un grupo de trabajadores,

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    enarbolando palos y amenazas y sobre ellos descarga su artillería, ya inútil, sólo

    cargada de odio de clase. “Héctor Pessano, un humilde trabajador, fue partido por

    la metralla de un Gloster”, recordará, años después, el periódico “La Voz”. El

    número de víctimas resulta incierto pues el gobierno, para no ahondar los

    enfrentamientos, prefiere retacear la información. En sus “Memorias”, el almiranteRojas considera que una primera estimación da 156 muertos y 900 heridos. Según

    un periodista de “Primera Plana”, el gobierno habría informado posteriormente que

    los muertos alcanzaron a 373. “La Nación”, por su parte, admite 350 muertos y

    alrededor de 600 heridos. Gonzalo Chávez, en su libro “La masacre de Plaza de

    Mayo” reproduce inf ormación de los diarios que dan 156 muertos, 96 heridos

    graves y 750 heridos. Fuentes de la resistencia peronista estiman 400 muertos e

    inclusive, un periodista de la revista “Extra”, en 1965, sostiene que “en las

    inmediaciones de Plaza de Mayo yacían dos mil muertos”. En el 2003, recién se

    conoce una lista el nombre y apellido de alrededor de 150 personas, producto de

    la investigación de Gonzalo Chávez. Puede sostenerse, entonces, sin

    exageración, que esas víctimas de la barbarie antiperonista son también

    “malditos”, pues se los ha olvidado individualmente y tampoco aparecen

    mencionados en los trabajos históricos, a pesar de que ese bombardeo a una

    ciudad abierta como Buenos Aires no tiene parangón con ningún otro de nuestra

    historia. Pero, por si quedaran dudas, de que el sistema de silenciamiento

    funciona a la perfección, conviene leer detenidamente el siguiente texto del

    profesor Tulio Halperín Donghi:

    “El 16 de junio ―cinco días después de la desafiante procesión de Corpus

    Christi― estallaba un alzamiento apoyado sobre todo por la marina de Guerra.

    Luego de horas de combate en torno del edificio del Ministerio de Marina y de un

    bombardeo y ametrallamiento aéreo del centro de la capital por los

    revolucionarios, el gobierno pudo sofocar el reducido núcleo insurgente; esa

    noche, tras una concentración convocada por la CGT, cuando aún duraban las

    acciones aéreas, las iglesias del centro de Buenos Aires fueron incendiadas; no

    resulta difícil comprender que, luego de ver caer a su lado a las víctimas del fuego

    rebelde, algunos de los manifestantes hayan visto en esos incendios una justa

    venganza; aún así, la espontánea cólera de una muchedumbre, por otra parte

    raleada por la prudencia, no basta para explicar la uniforme eficacia que la

    operación mostró en todas partes; al día siguiente otras muchedumbres

    comenzaban a recorrer, heridas en sus sentimientos piadosos (a veces algo

    improvisados) los templos cuyos muros calcinados dejaban ver ―eliminados por

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    el fuego, los agregados de épocas más recientes y prósperas―  los ladrillos

    pacientemente amontados por los albañiles del setecientos. Si la situación hubiera

    dejado lugar, como en épocas menos tensas, los observadores distantes, éstos

    hubiesen podido repetir, como sesenta y cinco años antes, que el régimen no

    habría de sobrevivir a su victoria sobre la rebelión; en todo caso, la quema de lasiglesias, ese acto de puro delirio, amedrentó sobre todo al gobierno que (en la

    hipótesis más caritativa) no había hecho nada por evitarlo. Otros aspectos de la

     jornada despertaban también alarma entre algunos sostenes ahora indispensables

    del régimen; la CGT había tomado intervención directa en el conflicto y aunque

    ésta no había sido ni con mucho decisiva, significaba una novedad que no podía

    dejar de alarmar al ejército que hasta entonces había logrado reservarse el

    monopolio de la fuerza; el 16 de junio pudo verse cómo eran distribuidas armas en

    número considerables a los manifestantes obreros y las sugestiones sobre la

    conveniencia de formar milicias sindicales que desde hacía un tiempo no

    escaseaban en la prensa oficialista, adquirían con ello un sentido más preciso y

    amenazante”. 

    (Tulio Halperín Donghi: “La democracia de masas”, Buenos Aires: Paidós, 1991,

    págs. 82 y 83).

    ¿Qué conclusión obtiene un estudiante al leer este texto? Varias, pero no las más

    importantes. Es decir, hubo un levantamiento producto del cual, los manifestantes

    quemaron iglesias, para vengarse que vieron “caer a su lado a las víctimas del

    fuego rebelde” ¿Cuántos vieron caer? ¿5, 10, acaso 156? ¿Habrán sido 200, 400,

    o quizás 2000? ¡Qué importancia tienen esos muertos! Habría que recordar lo que

    el Che le escribía a su madre, en carta del 20 de julio de 1955: “Esos mierdas de

    aviadores asesinaron gente a mansalva […] como si la cosa más natural del

    mundo [fuese] reventar la cantidad de negros que reventaron”. 

    ¿Acaso ese bombardeo fue un “puro delirio” de la oposición antiperonista? No.

    Según el texto, “el puro delirio” fue la quema de las iglesias, “los muros calcinados”

    que afectaron “los sentimientos piadosos” de alguna gente. En resumen, para la

    máxima figura de la Historia Social [Halperín Donghi], que hoy predomina en las

    casas de estudio, los muertos, cuando son obreros, negros, cabecitas, etc. solo

    merecen el silenciamiento y el olvido.

    Extraído de: Norberto Galasso: “Los malditos excluidos de la historia oficial”,

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    volumen II, pág. 443. Buenos Aires: Ediciones Madres de Plaza de Mayo, 2005.

    890 págs.