La inocente vida de julian
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La inocente vida de Julián
Un cuento que pretende recoger, en Un cuento que pretende recoger, en Un cuento que pretende recoger, en Un cuento que pretende recoger, en su brevedad y simbolismo, un aspecto su brevedad y simbolismo, un aspecto su brevedad y simbolismo, un aspecto su brevedad y simbolismo, un aspecto de la sociedad feudal: el servilismo, el de la sociedad feudal: el servilismo, el de la sociedad feudal: el servilismo, el de la sociedad feudal: el servilismo, el sometimiento, la falta de libertad. sometimiento, la falta de libertad. sometimiento, la falta de libertad. sometimiento, la falta de libertad.
Ana Fajardo Mellinas
Hace muchos,
muchos años, en
una pequeña aldea
vivía un joven lla-
mado Julián. Éste
ya se había hecho mayor, por lo que su padre vio
que había llegado el momento de inculcarle la ne-
cesidad de empezar a conocer su intrahistoria, la
de esa clase social tan pobre, pero humilde, a la
que pertenecía.
Andrés, el padre de Julián, había nacido en una
familia de siervos y, concretamente, toda su vida
la había dedicado a servir al señor Román. Aquel
día, cuando tan solo contaba con cinco años,
Andrés le contó a Julián un cuento.
Éste decía así: Había una vez un muchacho que vivía en el palacio de su señor. Éste le había prometido darle comida si le mos-traba fidelidad, respeto y cuidado. Un día el joven, cansa-do de servir y servir a su señor, le preguntó si podía coger un poco más de leche de la que le pertenecía, ya que su mamá estaba enferma y debía tomar leche para sanar. De repente, el chico notó como su señor se iba poniendo cada vez más y más cabreado, hasta que, “¡plasss!”, le arreó un buen manotazo. Y, montado en cólera, el señor le contestó así: “Pero, bueno, ¿es que a ti nadie te ha ex-plicado que no puedes pedir más de lo que se te entre- ga? Tú, sim-plemente, tienes la obli-gación de serme fiel. Y punto.”
Julián siempre había sido muy pasota y no
había comprendido lo que este cuento quería
transmitir.
- Bueno, hijo, llegó la hora. Te hiciste mayor y, co-
mo no tenemos dinero ni para comer, debes ir a
conocer a tu señor- dijo su padre juntando al mis-
mo tiempo las manos en un gesto que añadiera ca-
lor y firmeza a sus palabras.
El frío rozaba las mejillas de Julián la mañana
del 3 de diciembre de 1020 mientras éste portaba
un saco con sus cosas personales y dejaba su pe-
queña aldea para partir hacia su nuevo destino.
Tras un largo viaje, Julián pudo llegar al lugar
donde su padre le había indicado. Julián tocó a la
puerta.
A los pocos segundos, un anciano lo recibió
mostrando una sonrisa contenida:
- Hola, joven. Sígame, sígame –repetía el anciano
mientras se dirigían hacia el salón.
El joven, con natural desconcierto, desubica-
do, siguió al anciano, quien le daba golpecitos en
la espalda con un aire de compasión.
- Aquí es –dijo el anciano-. Y, con una ligera incli-
nación de cabeza, señaló el lugar donde se encon-
traba su señor.
- Hola, buenos días- respondió el joven impresio-
nado por la abundancia de objetos artesanos que
adornaban las paredes.
- Hoy vas a ir a la granja. Allí tienes dos vacas a las
que tratarás con el mismo cuidado que a mí, pues
éstas nos van a dar de comer a toda la corte . Tú te
quedarás con el 15 % de la leche. Por cierto, mi
nombre es Joseph,
para ti, señor Joseph-
puntualizó éste sin el
más mínimo gesto
dubitativo.
El joven inició su
marcha hacia la granja, donde se encontró con las
dos vacas que el Señor Joseph le había dicho. Tar-
de tras tarde, Julián ordeñaba las vacas; por la ma-
ñana, en cambio, se dedicaba a servir a su señor.
Y, con puntualidad, a las siete de la tarde llevaba
la leche al feudal.
Pasado un mes, Julián sintió la necesidad de
probar esa deliciosa leche recién ordeñada y, con
la picardía de un adolescente tentado por el placer
de un buen trago, aprovechó la oportunidad de
que se encontraba solo para abrir su boca y echar-
se un buen trago de leche. Pero, de repente,
“¡zasss!”, una contundente mano posó su palma
sobre su cabeza. Julián, asustado, se dio la vuelta y
miró a su agresor. No pudo esconder su cara de
sorpresa al ver la expresión agria de Joseph, su se-
ñor.
- Pero, ¿tú quién te has creído que eres?- gritó Jo-
seph apoyando las manos sobre su cadera y salpi-
cando, a veces, de saliva el rostro asustado de Ju-
lián.
El joven, en silencio, bajó la cabeza.
- Tú no tienes ningún derecho a beber más leche
de la que te pertenece; quedamos en un 15%. Tú
eres un simple siervo. Pero no tendrás más opor-
tunidades; habrá más siervos que se encarguen de
la que era tu labor –concluyó Joseph no dejando
oportunidad de respuesta al joven, que solo acertó
a emitir un sonido ahogado
por el miedo.
En ese instante, Julián re-
cordó el cuento que su padre
le había contado cuando él era
pequeño y comprendió que
vivía en una sociedad cruel en la que, al nacer, el
pobre estaba marcado por un destino fatal e injus-
to, sin poder de decisión sobre su propia vida.
Ana Fajardo MellinasAna Fajardo MellinasAna Fajardo MellinasAna Fajardo Mellinas