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8. Desde un punto de vista lógico 411 claclOnes de palabras, pero aprendemos «moneda de peseta» conectando la expresión con determinados objetos. Es decir, l as expresiones que ten- demos a considerar sinónimas serían aquellas que aprendemos por su interconexión con otras expresiones, mientras que las que aceptamos corno meramente coextensivas serían la s que aprendernos por su asociación con estimulaciones. Más recientemente, en Las r aíces de la referencia (1973; secc. 2 L), Quine ha acotado, dentro de las oraciones estimulativamente analíticas, una subclase de la s mismas que se aproxima, aún más, a las oraciones tradi- cionalmente aceptadas como analíticas. Se trata de aquellas oraciones que todos los hablantes de la comunidad aprenden a entender al mismo tiempo que aprenden que son verdaderas. Así, se aprende Jo que significa la oración «Un perro es un animal» al tiempo que se aprende a asentir a ella (el ejemplo es de Quine). En estos casos, la analiticidad estirnulativa está conectada con el proceso de aprendizaje del lenguaje de tal manera que entender la oración y aceptarla como verdadera son procesos simultá- neos. Na tu ralmente, éste sería también el caso de «Ningún soltero está casa- do». Esta aproximación al concepto de analiticidad la hace depend er de la uniformidad social en el aprendizaje de ciertas palabras o expresiones. Pero esto no supone que se pueda trazar una división radical entre las verdades analíticas y l as verdades sintéticas. Más bien lo que hay es una serie gra- dual, en la que hay que situar, en primer lugar, aque ll as oraciones que todos los hablantes aprenden al tiempo que conocen su verdad, y que son l as que podernos llamar «anaJíticas». En segundo lugar, aquellas que una mayoría, aunque no todos, aprenden de esa manera. Luego, las que apren- den así algunos; después, las que tan sólo unos pocos llegan a aprender de semejante modo, y, finalmente, la s que nadie ha aprendido en la forma dicha. En resumen: hay oraciones más o menos analíticas o, mirándolo desde/el punto de vista inverso, más o menos sintéticas. 8 .6 La indeterminación de la traducción radical Ya hemos visto en qué consiste la traducción radical: en traducir entre dos lenguajes que no habían tenido previamente relaciones culturales recí- procas. Quine dedicará buena parte del capítulo segundo de Palabra y ob- je to a defender la tesis de que semejante traducción no puede estar del todo determinada por la conducta lingüística de los hablantes. Dicho de otra forma: puede haber sistemas distintos, incompatibles entre sÍ) de efectuar tal traducción, y compatibles en cambio con la totalidad de l as disposiciones lingüísticas de los hablantes (secc. 7). Naturalmente, la diver- gencia de traducción entre un sistema y otro será tanto menor cuanto más inmediata se halle la oración traducida a la estimulación no verbal. Salta a la vista que el principio de la indeterminación de la tr aducción radical va a suministrar a Quine un importante punto de apoyo para su teoría del lenguaje.

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claclOnes de palabras, pero aprendemos «moneda de peseta» conectando la expresión con determinados objetos. Es decir, las expresiones que ten­demos a considerar sinónimas serían aquellas que aprendemos por su interconexión con otras expresiones, mientras que las que aceptamos corno meramente coextensivas serían las que aprendernos por su asociación con estimulaciones.

Más recientemente, en Las raíces de la referencia (1973; secc. 2L), Quine ha acotado, dentro de las oraciones estimulativamente analíticas, una subclase de las mismas que se aproxima, aún más, a las oraciones tradi­cionalmente aceptadas como analíticas. Se trata de aquellas oraciones que todos los hablantes de la comunidad aprenden a entender al mismo tiempo que aprenden que son verdaderas. Así, se aprende Jo que significa la oración «Un perro es un animal» al tiempo que se aprende a asentir a ella (el ejemplo es de Quine). En estos casos, la analiticidad estirnulativa está conectada con el proceso de aprendizaje del lenguaje de tal manera que entender la oración y aceptarla como verdadera son procesos simultá­neos. Naturalmente, éste sería también el caso de «Ningún soltero está casa­do». Esta aproximación al concepto de analiticidad la hace depender de la uniformidad social en el aprendizaje de ciertas palabras o expresiones. Pero esto no supone que se pueda trazar una división radical entre las verdades analíticas y las verdades sintéticas. Más bien lo que hay es una serie gra­dual , en la que hay que situar, en primer lugar, aquellas oraciones que todos los hablantes aprenden al tiempo que conocen su verdad, y que son las que podernos llamar «anaJíticas». En segundo lugar, aquellas que una mayoría, aunque no todos, aprenden de esa manera. Luego, las que apren­den así algunos; después, las que tan sólo unos pocos llegan a aprender de semejante modo, y, finalmente, las que nadie ha aprendido en la forma dicha. En resumen: hay oraciones más o menos analíticas o, mirándolo desde/el punto de vista inverso, más o menos sintéticas.

8 .6 La indeterminación de la traducción radical

Ya hemos visto en qué consiste la traducción radical: en traducir entre dos lenguajes que no habían tenido previamente relaciones culturales recí­procas. Quine dedicará buena parte del capítulo segundo de Palabra y ob­jeto a defender la tesis de que semejante traducción no puede estar del todo determinada por la conducta lingüística de los hablantes. Dicho de otra forma: puede haber sistemas distintos , incompatibles entre sÍ) de efectuar tal traducción, y compatibles en cambio con la totalidad de las disposiciones lingüísticas de los hablantes (secc. 7). Naturalmente, la diver­gencia de traducción entre un sistema y otro será tanto menor cuanto más inmediata se halle la oración traducida a la estimulación no verbal. Salta a la vista que el principio de la indeterminación de la traducción radical va a suministrar a Quine un importante punto de apoyo para su teoría del lenguaje.

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41 2 Principios de Filosofia del Lenguaje

Según vimos, Quine describe, como ejemplo más simple, el caso de que, al divisarse un conejo en las inmediaciones, el nativo, dirigiendo su mirada en esa dirección , dice «Gavagai». El traduccor, que hemos supuesto de habla española , anota «Conejo». Y comprueba ulteriormente que en todas aquellas ocasiones en las que él asentiría si se le preguntara <~¿Co­ncjo?» , los nativos asienten cuando él les pregunta «¿Gavagai?» (hemos supuesco asimismo que el asentimiento o la negación lo realizan por me­dio de gestos cuyo sentido está claro). Una primera hipótesis sería, enton­ces, la de que «Gavagai» y «Conejo» poseen el mismo significado es timu­lativo, son estimulativamente sinónimas, puesto que son expresiones a las que los respectivos hablantes asienten y de las que disienten tras las mismas estimu laciones. Y vimos también .que aun tan simple hipótesis presenta dificultades, pues el asentimienco del nativo podría obedecer, no a la esti­muJación relevante, sino a información adicional que él tiene, pero que no conoce el visitante; por ejemplo, información sobre la presencia usual de conejos junto a determinadas plantas. Esco hará que, en tales ocasiones, el nativo asienta a «¿Gavagai?» cuando el visitante daría una respuesta negativa a «¿Conejo?~>. A pesar de estas diferencias de significado esti­mula tivo entre ambas expresiones, sin embargo, y asumiendo que no se produzcan más que en una pequeña proporción de los casos, el visitante pensará razonablemente que su traducción está justificada y seguirá ade­lante con ella, poniéndola de nuevo a prueba cada vez que se presente una clara ocasión (secc. 9). Para ciertas expresiones, como las que designan colores, la influencia de informaciones ad icionales puede ser aún menor que para expresiones como «Gavaga!»; puede ser nimia. Como ya sabemos, Quine considera como oraciones observacionales aquellas oraciones oca- . sionales cuyo significado es ti mulativo no varía a consecuencia de la infor­maci6n adicional (secc. 10). Podemos afirmar, pues, que, aun con la incer­tidumbre usual en los procedimientOs inductivos, las oraciones observa­cionales son traducibles y escapan en principio al principio de indetermi­nación.

Al pasar de las oraciones a los términos, la situación empeora. Incluso si aceptamos que «Gavagai» y «Conejo» son oraciones estimulativamente sinónimas, y en esta medida traducibles, ello no nos asegura que, tomadas esas expresiones como términos, sean no ya sinónimas, sino ni siquiera coextcnsivas. Según comprobamos en la sección 8.5, «gavagai» podría designar conejos, estadios temporales de conejos, la conejidad, ete., sin que ello afectara a su significado es timulativo al ser usada como oración ocasional. Por ello, la traducción de términos queda bajo el princIplo de indeterminación, a diferencia de lo que acontece con las oraciones ohservacionales.

Por lo que toca a las oraciones ocasionales no observacionales, la posi­ci6n de Quine es que no pueden traducirse con seguridad , si bien el traduc­tor podrá determinar que dos oraciones son estimulativamente sinónimas para los nativos cuando compruebe que las estimulac iones que los provocan a asen tir a una provocan también el asentimiento a la otra, y que las

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esrimulaciones que los impulsan a disentir de una los impulsan asimismo a disentir de la otra. El traducwr será igualmente capaz de identificar las oraciones que son cstimulativamente analíticas para los nativos, puesto que puede comprobar que hay oraciones a las que los nativos asienten a con­tinuación de cualquier estimulación, y otras a las que replican nega tiva­mente también tras cualquier estimulación (secc. 15 ).

Las únicas oraciones que, hasta ahora, se prestan direccamente a la traducción son las oraciones observacionales. Pero hay una clase muy dis­tinta de oraciones que, según Quine, rscapa también al pr incipio de inde­terminación de la traducción: son las que consisten en funciones veritat ivas (secc. 13). Recurriendo al criterio pragmático que es tamos uti lizando, el del asentimiento y el disentimiento (aunque Quine lo llama «semántico»), podemos comprobar si una oración compleja suficientemente corta del lenguaje nativo expresa una función veritativa. Así, si el resultado de añadir una cierta expresión a una oración es que el nativo deja de asent ir para pasar a disentir , o viceversa, podemos concluir que estamos ante la negación. Si la consecuencia de añadir una expresión a dos omciones su­ficientemente cortas es que el nativo asiente a la nueva oración compleja sólo si antes asentía a cada una de sus partes, disintiendo en otro caso, podemos pensar nzonablemente que la expresión representa la conjun­ción. Si al añadir una expresión a dos oraciones enconrramos que el na­tivo tan sólo disiente en el caso de que ~s[é dispuesto a disenti r por sepa­rado de las dos oraciones componentes, asintiendo en caso contrario, cabe confiar en que hemos hallado la expresión de la disyu nción incluyente. y de modo semejante para otras funciones veritativas.

Posteriormente, Quine ha señalado algunas insllficicncias en el mé­todo anterior. Por ejemplo, puede ocurrir que el nativo no esté dispuesto a disentir de la oración compleja (supues tamente disyun tiva) y, en cambio, disienta de cada una de sus partes por separado. Esto puede ocurrir , en general, con afirmaciones sobre acontecimientos futu ros; así, el nativo puede asentir a la disyunción «Lloverá o se perderá la cosecha», sin estar dispuesto a asentir por separado a alguna de las oraciones «Lloverá» y «Se perderá la cosecha» (<<Existencia y cuantificación », pp. 103-104 del original). En cuanto a la conjunción, el nativo puede, en cierto casos, di­sentir de ella, sin disentir de ninguno de los componentes por separado (Las raíces de la referencia, secc. 20). A pesar de es tos casos marginales, es patente que las funciones veritativas pueden traducirse con un alto grado de seguridad. La alusión de Qu ine a que las oraciones componentes sean cortas se debe a que, si son largas, el nativo puede confund irse más fácil­mente haciendo inútil la comprobación del traductor ; se trata , pues, de una mera cautela. Y no hace falta añadir que, al traducir las expresiones nativas de las fu nciones veritativas al lenguaje del traductor, es inexcusa­ble tomar precauciones, ya que, corno es bien sabido, palabras como <mo}), «v» u «o) no coinciden exactamente con las funciones veri tativas men­cionadas, por más que las representen con suficiente aproximación.

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--.¿Pu~de extenderse el. método anterior. a otras. pa.rtes de la lógica?

QUlOe piensa que no . Umcameme. las relaclO.nes ven tauvofuncionales pue­den reconocerse en una lengua ajena recurnendo al comportamiento lin­güíst ico de sus hablantes. En la lógica de predicados nos encontramos Con oracio~es c~antificad~s d~l tipo de «Todo F es G}} o «Algún F es G», y con ahrmaclOnes de Identidad como «o = b». Pero para traducir este tipo de oraciones se requiere determinar a qué objetos se aplican los predica_ dos «F) y «G), o a qué se refieren Jos nombres «o» y «b). Y esto es algo que no está determinado por el significado estimulativo de las ex­presiones. En tal medida, la cuantificación y la identidad son intraduci­bles; no constituyen patrimonio común a los hablantes de lenguas radical­mente diversas, sino que son parte de los mecanismos de referencia in ter­nos a cada una.

Aquí acaba t~o ~anto nuestro intrépido traductor puede averiguar acerca del lenguaje nativo sobre la base del comportamiento lingüístico de los hablantes, y en particular provocando su asentimiento o disentimiento de las expresiones tras diferentes tipos de estimulación. ¿Cómo puede ir más allá de estos límites? Cabe imaginar que el traductor irá dividiendo las expresiones que escuche en partes convenientemente breves, y que por su repetición pueda considerar como palabras, estableciendo, con carácter hipotético, las equivalencias entre éstas y las diversas palabras y expre­siones de su lengua, del castellano. Esto es 10 que constituye las hipótesis analíticas del traductor, como las llama Quine . Naturalmente, deben ser acordes con los resultados de su traducción directa. Esto es, deben estar conformes con la traducción de oraciones observacionales y de funciones . veritativas, y deben ser tales que las oraciones identificadas como estimu­lativamente analíticas para los nativos, queden traducidas por oraciones que sean estimulativamente analíticas para los hablantes del castellano, y las oraciones que sean entre sí estimulativamente sinónimas para los pri­meros, resulten traducidas por oraciones que lo sean igualmente para los últimos. Las hipótesis analíticas se caracterizan porque van más lejos de cuanto puede obtenerse exclusivamente a partir de las disposiciones de los nativos para el comportamiento Iingilistico, autorizando traducciones para las que no existe justificación concluyente alguna (secc. 15).

Podría pensarse que el traductor siempre tiene la posibilidad de tomar el camino más largo', a saber: hacerse bilingüe, aprendiendo la lengua na­tiva a la manera de un niño. Quine concede que esto re permitiría traducir todo tipo de oraciones ocasionales, y no sólo las de observación, ya que estará ahora en posesión de toda la información adicional necesaria. Pero ésta es la única ampliación que experimentará su capacidad de traducir. En todo lo demás permanecerá igual, tendrá que recurrir a hipótesis ana· líticas, con la sola diferencia de que, en la medida en que haya llegado a dominar el lenguaje nativo, podrá actuar él mismo como informador nativo y como traductor, y no necesitará andar cuestionando a los demás hablantes ni provocando su asentimiemo o disentimiento. El punto im­portante es éste: por más que domine la lengua nativa no encontrará

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criterios que le permitan traducida con seguridad excepto dentro de los Iímües señalados. En realidad, el propio supuesto de su bilingüismo ca­rece de verosimilitud , pues no podrá en ningún caso aprender la nueva lengua como un niño; en su aprendizaje estará con tinuamente apoyándose en hipótesis analíticas, aun inconscientemente.

Esos cri terios rigurosos de traducción no se encuentran en las hipótesis analíticas, pues es posible formular diversos sistemas de hipótesis incom­patibles en-tre sí e igualmente compatibles con la conducta y con las d.is­posiciones lingüíst icas de los hablantes nativos. Por ejemplo, «ga~aga1», en cuanto término, puede traducirse como «conejO» ba jo un cierto sIstema de hipótesis, y como «parte de conejo» según un sistema distinto. La dife­rencia entre ambos sistemas podría consistir meramente en que determinada expresión nativa, utilizada para preguntar a los nativos sobre este punto, se tradujera en un sistema corno «es lo mismo que» y en el otrO como «es parle de lo mismo que». La posición de Quine es que , en casos como éste , no hay prueba independiente alguna de que una de las traducciones sea más exacta que la otra (secc. 15). En realidad, la idea de que una de las traducciones sea más correcta que la otra no tiene buen 'sentido: «La cuestión no es que no podamos estar seguros de si la hipótesis ana­lítica es correcta, sino que ni siquiera hay, al contrario de lo que ocurría en el caso de 'Gavagai', un asunto objetivo sobre el que decir algo correcto o incorrecto) (secc. 16, prina pio).

¿Adónde lleva todo esto? No se ' trata, por lo pronto, de pretender que toda traducdón es imposible. Podemos traducir, y traducimos de he­cho con sufidente seguridad, del inglés, del ruso o del chino al castellano. Lo que Quine subraya es que la traducción se funda, en estos casos, en el parentesco de las lenguas entre sí y en las relaciones culturales existentes entre sus hablantes. El problema se plantea cuando se trata de lenguas entre las que no ha habido relaciones previas: éste es e1 caso de la tra­ducción radical. Aun aquí, ya hemos visto que, para Jas oraciones obser­vacionales y las funciones veritativas, es posible justificar la traducción. ¿Y para las demás expresiones? Quine no pretende que, llegado el caso , no tenga in terés intentar su traducción, ni que la traducción que se pro­ponga no sea suficiente para todos los efectos prácticos. Pero en el grado en que tai traducción no puede estar objetivamente mejor justificada que otras, no cabe pretender que la traducción consista c::n equiparar expre­siones de lenguas distintas que tengan el mismo significado. El concepto de identidad de significado pierde todo su sentido y, con ello , también los conceptos de sinonimia, traducción, analiticidad y proposición (entendida como 10 que significa una oración). El principio de la indeterminación de la traducción radical va dirigido , en suma, contra el mentalismo en la teoría del significado, contra la tesis de que toda oración, junto con todas sus oraciones sin6nimas y con todas sus traducciones posibles a otras lenguas, expresan una misma e inalterable .idea, un mismo y com ún significado, que tendría en su mente cualquier hablante de cualquier lengua siempre que pronunciara cualquiera de las oraciones del conjunto así definido . Esto es,

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rechaza la tesis de que el lenguaje da expreSlOn material a proposlClOn~s o significados que existen previa e independientemente, tesis que ha en~ contrado gran apoyo en algunas de las afirmaciones de Chomsky, y que puede verse formulada en el siguiente párrafo de Katz: «Más o menos, la comunicación lingüística consiste en la producción de un fenómeno acús~ tico externo, públicamente observable, cuya estructura fonética y sintác~ tica codifica los pensamientos o ideas interiores y privados de un hablante, y en la descodificación de la estructura fonética y sintáctica, presente en ese fenómeno físico, que realizan otros hablantes en la forma de una expe­riencia interior y privada de los mismos pensamientos e ideas» (Filosofía del lenguaje, cap. 4, principio). Estos pensamientos o ideas, que según Katz pued~n repetirse en las mentes de hablantes diversos, serán los que den a las expresiones su significado. Y contra esta teoría del significado aspira Quine a ponernos en guardia.

8.7 La regimentación lógica del lenguaje y el criterio de compromiso óntico

Como vimos en el capítulo 6, la moderna teoría del significado nació, con Frege , bajo el signo de la queja contra el lenguaje ordinario: quejas fundamentalmente acerca de la ambigüedad y de la vaguedad de muchas de sus palabras y expresiones, y precisamente de aquellas que poseen im­portancia lógica mayor; y quejas también sobre la falta de referencia y sobre la indeterminación del sentido de muchos nombres y predicados «~Sobre sentido' y referencia», p. 70). Para paliar esta deficiencia lógica del lenguaje natural, Frege concibió un lenguaje lógico al que llamó «con~ ceptografía» (Begriflsschrifl, titulo de la propia obra donde lo expone). Este intento lograría una primera madurez en el sistema lógico de Whi­tehead y Russell, Principia Mathematica, en el que Russell veía, como ya sabernos; la estructura de un lenguaje lógicamente perfecto con el que comparar, para su descrédito filosófico, el lenguaje natural. El Tractatus de V7ittgenstein contiene, a estos efectos, un cambio de posición sutil , pero significativo: a pesar de la ambigüedad que en tan gran medida afecta al lenguaje común, éste se halla lógicamente bien estructurado y la forma lógica hay que buscarla directamente en él. si bien una notación simbó­lica, a la manera de Frege y Russell, es útil precisamente para evitar aque­lla ambigüedad (Traclalus, 3.325 y 5.5563) . En su segunda etapa filosó­fica, Wittgenstein, según hemos visto, se apartó notablemente de estos caminos para investigar más bien las peculiaridades del lenguaje natural al margen de cualquier exigencia lógica. Algunos de sus herederos y con~ tinuadores destacarán la riqueza de funciones lingüísticas y de relaciones semánticas que la lógica no puede recoger. Ahora más bien es la lógica la que aparece como deficiente. Esto se aprecia con nitidez en pensadores como Strawson y Austin. Carnap, por su parte, había continuado en este tema la línea de Russell, cuya influencia se advierte tanto en su primera