La lección de August

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Annotation

Su cara lo hace distinto y él solo quiere ser uno más.Camina siempre mirando al suelo, la cabeza gacha y elflequillo tratando en vano de esconder su rostro, pero, aúnasí, es objeto de miradas furtivas, susurros ahogados ycodazos de asombro. August sale poco, su vida transcurreentre las acogedoras paredes de su casa, entre la compañíade su familia, su perra Daisy y las increíbles historias de Laguerra de las galaxias.Este año todo va a cambiar, porqueeste año va a ir, por primera vez, a la escuela. Allí aprenderála lección más importante de su vida, la que no se enseña enlas aulas ni en los libros de texto: crecer en la adversidad,aceptarse tal como es, sonreír a los días grises y saber que,al final, siempre encontrará una mano amiga.

R. J. Palacios

La lección de August

Traducción de Diego de los Santos Domingo

Para Russell, Caleb y Joseph

Han venido médicos de ciudades lejanassolo para vermey agacharse sobre mi camasin creer lo que veían.Dicen que debo de ser una de las maravillasde la creación de Dios,pero son incapaces de ofreceruna explicación.Natalie Merchant «Wonder»

Primera parte

AUGUST

El destino sonrió y la fortuna se riócuando se acercó a mi cuna...Natalie Merchant, «Wonder»

Normal

SÉ que no soy un niño de diez años normal. Bueno,hago cosas normales: tomo helado, monto en bici, juego albéisbol, tengo una Xbox... Supongo que esas cosas hacenque sea normal. Por dentro, yo me siento normal. Pero séque los niños normales no hacen que otros niños normalesse vayan corriendo y gritando de los columpios. Sé que lagente no se queda mirando a los niños normales en todaspartes.

Si me encontrase una lámpara maravillosa y solo lepudiese pedir un deseo, le pediría tener una cara normal enla que no se fijase nadie. Pediría poder ir por la calle sinque la gente apartase la mirada al verme. Creo que la únicarazón por la que no soy normal es porque nadie me vecomo alguien normal.

Pero ya estoy más o menos acostumbrado a mi cara.Sé fingir que no veo las caras que pone la gente. A todos senos da bastante bien: a mí, a mamá, a papá, a Via. No, esono es verdad: a Via no se le da nada bien. Puede llegar aenfadarse mucho si alguien hace alguna grosería. Como unavez que, en los columpios, unos chicos mayores sepusieron a hacer unos ruidos raros. Ni siquiera sé quéruidos eran, porque no los oí, pero Via sí, y se puso agritarles. Así es ella. Yo no soy así.

Via no me ve como alguien normal. Ella dice que sí,pero si fuera normal no me protegería tanto. Mis padrestampoco me ven como alguien normal. Para ellos soyalguien extraordinario. Creo que yo soy la única persona enel mundo que se da cuenta de lo normal que soy.

Por cierto, me llamo August. No voy a describir cómoes mi cara. No sé cómo os la estaréis imaginando, peroseguro que es mucho peor.

Por qué antes no iba al colegio

LA semana que viene empiezo quinto en el cole.Como nunca he ido a un colegio de verdad, estoyrequetemuerto de miedo. La gente piensa que si no he idoal colegio es por culpa de mi cara, pero no es verdad. Espor todas las operaciones que han tenido que hacerme.Veintisiete desde que nací. Las más importantes me lashicieron antes de cumplir los cuatro años, así que de estasno me acuerdo, pero desde entonces me han operado dos otres veces al año (unas más largas que otras). Como soybajito para mi edad y tengo otros misterios que losmédicos nunca han sabido resolver, antes siempre estabaenfermo. Por eso mis padres decidieron que era mejor queno fuese al colegio. Pero ahora me encuentro muchomejor. La última vez que me operaron fue hace ochomeses, y es probable que no tengan que volver a hacerlohasta dentro de un par de años.

Mi madre me da clase en casa. Antes era ilustradorade libros para niños. Dibuja unas hadas y unas sirenaschulísimas, pero cuando se pone a dibujar cosas de chicoya no mola tanto. Una vez intentó dibujarme un DarthVader, pero le salió una cosa que parecía un robot conforma de champiñón. Hace mucho tiempo que no la veodibujar nada. Creo que está demasiado ocupada cuidando de

Via y de mí.No puedo decir que siempre haya querido ir al

colegio, porque no sería verdad del todo. Quería ir alcolegio, pero solo para poder hacer lo mismo que los otrosniños: tener un montón de amigos, quedar después de clasey esas cosas.

Tengo algunos buenos amigos. El mejor esChristopher, y luego están Zachary y Alex. Nos conocemosdesde que éramos unos bebés y, como siempre me hanconocido tal como soy, no les importa. Cuando éramospequeños siempre jugábamos juntos, pero entoncesChristopher se fue a vivir a Bridgeport, en Connecticut.Eso está a más de una hora de donde yo vivo en North RiverHeights, en el norte de Manhattan. Luego, Zachary y Alexempezaron a ir al colegio. Es curioso: aunque Christopherse fue a vivir lejos, lo veo más que a Zachary y a Alex.Ahora todos tienen amigos nuevos, pero, si nos vemos porla calle, aún se portan bien conmigo. Siempre me saludan.

Tengo otros amigos, pero no tan buenos comoChristopher, Zack y Alex. Cuando éramos pequeños, Zack yAlex siempre me invitaban a sus fiestas de cumpleaños.Joel, Eamonn y Gabe, no. Emma me invitó una vez, perohace mucho tiempo que no la veo. Al cumpleaños deChristopher sigo yendo todos los años, claro. A lo mejor loque pasa es que doy demasiada importancia a las fiestas decumpleaños.

Cómo nací

ME gusta que mamá cuente esta historia porquesiempre me hace reír un montón. Seguramente no tienetanta gracia como un chiste, pero, cuando la cuenta ella, Viay yo nos tronchamos de risa.

Cuando yo estaba en la barriga de mi madre, nadietenía ni idea de que yo iba a nacer con esta pinta. Via habíanacido cuatro años antes y, como todo había sido «coser ycantar» (la expresión es de mamá), no había motivo parahacer ninguna prueba especial. Unos dos meses antes denacer, los médicos se dieron cuenta de que a mi cara lepasaba algo raro, pero no pensaron que fuese nada grave.Les dijeron a mis padres que tenía el paladar hendido yalguna cosa más. «Pequeñas anomalías», las llamaban.

La noche que nací había dos enfermeras en elparitorio. Una era muy dulce y simpática. La otra, segúnmamá, no parecía ni dulce ni simpática. Tenía unos brazosenormes y (esto es lo más gracioso) no paraba de tirarsepedos. Le llevaba a mi madre unos cubitos de hielo y setiraba un pedo. Le tomaba la tensión y se tiraba un pedo.Mamá dice que aquello era increíble, porque la enfermerano le pidió perdón ni una sola vez. Además, su médico noestaba de guardia esa noche, así que le tocó un médicojoven y maniático al que papá puso el mote de Doogie, creo

que por alguna serie antigua de televisión (aunque no se lollamaron a la cara). Mamá dice que, aunque todos estabande mal humor, mi padre se pasó la noche haciéndola reír.

Cuando salí de la barriga de mi madre, todos sequedaron mudos. Mamá no llegó a verme, porque laenfermera simpática me sacó corriendo de la habitación.Papá se dio tanta prisa en seguirla que se le cayó la cámarade vídeo y se rompió en mil pedazos. Mamá se enfadómucho e intentó levantarse para ver adónde iban, pero laenfermera pedorra le puso sus enormes brazos encima paraimpedir que se levantase de la cama. Casi se pelearon,porque mamá estaba histérica y la enfermera pedorra legritaba para que se calmase. Luego, las dos se pusieron allamar al médico a gritos. Pero ¿sabéis qué? ¡El médico sehabía desmayado y estaba tirado en el suelo! Cuando laenfermera pedorra vio que se había desmayado, se puso aempujarle con el pie para despertarlo mientras le gritaba:«¿Qué clase de médico es usted? ¿Qué clase de médico esusted? ¡Levántese! ¡Levántese!». Y de pronto se tiró elpedo más grande, ruidoso y apestoso de la historia de lospedos. Mamá cree que fue el pedo lo que despertó almédico. El caso es que cuando la historia la cuenta ella,hace todos los papeles —hasta imita el ruido de los pedos— y es divertidísimo.

Mamá dice que, al final, la enfermera pedorra se portómuy bien con ella. Le hizo compañía todo el rato y no se

separó de ella hasta que volvió mi padre y los médicos lesdijeron que yo estaba muy enfermo. Mamá recuerdaexactamente lo que la enfermera le susurró al oído cuandoel médico le dijo que era probable que muriera esa mismanoche: «Todo aquel nacido de Dios vence al mundo». Y aldía siguiente, como había sobrevivido, la enfermera le diola mano a mi madre cuando me llevaron para que me viesepor primera vez.

Pero entonces ya se lo habían contado todo y ella yase había preparado para verme. Dice que cuando vio micarita deforme por primera vez, solo se fijó en lo bonitosque tenía los ojos.

Por cierto, mamá es preciosa. Y papá es muy guapo.Via también, por si alguien lo dudaba.

En casa de Christopher

LO pasé muy mal cuando Christopher se mudó de casahace tres años. Los dos teníamos unos siete años. Nospasábamos las horas jugando con nuestros muñequitos deLa guerra de las galaxias y peleando con nuestros sablesde luz. Eso lo echo de menos.

La primavera pasada fuimos a casa de Christopher enBridgeport. Christopher y yo estábamos buscando algo decomer en la cocina, y entonces oí a mamá contándole aLisa, la madre de Christopher, que en otoño iría al colegio.Era la primera vez en toda mi vida que la oía hablar delcolegio.

—¿De qué habláis? —pregunté.Mamá parecía sorprendida, como si no hubiese

querido que oyese lo que acababa de decir.—Deberías decirle lo que has estado pensando, Isabel

—dijo papá, que estaba en la otra punta del salón hablandocon el padre de Christopher.

—Ya lo hablaremos luego —dijo mamá.—No, quiero saber de qué estabais hablando —repuse.—¿No crees que podrías ir al colegio, Auggie? —

preguntó mamá.—No —contesté.—Yo tampoco —añadió papá.

—Pues no hay más que hablar —dije, encogiéndomede hombros, y me senté en el regazo de mi madre, como unbebé.

—Creo que necesitas aprender más de lo que yopuedo enseñarte —replicó mamá—. A ver, Auggie, yasabes lo mal que se me dan las fracciones.

—¿Qué colegio? —pregunté, a punto de echarme allorar.

—El colegio de secundaria Beecher. Nos pilla cercade casa.

—Vaya, es un colegio estupendo, Auggie —dijo Lisa,dándome una palmadita en la rodilla.

—¿Y por qué no al colegio de Via? —repuse.—Es demasiado grande —contestó mamá—. No creo

que fuese una buena elección.—No quiero ir —dije. Lo reconozco: hice que mi voz

sonase un poco infantil.—No tienes por qué hacer nada que no quieras hacer

—respondió papá. Se acercó, me levantó del regazo demamá y me sentó sobre sus rodillas en la otra punta delsofá—. No vamos a obligarte a hacer nada que no quierashacer.

—Pero le vendría bien, Nate —dijo mamá.—Si él no quiere, no —contestó papá, mirándome—.

Si él no quiere, no.Mamá miró a Lisa, que estiró el brazo y le apretó la

mano.—Seguro que al final encontráis una solución —le

dijo a mamá—. Siempre la encontráis.—Ya lo hablaremos luego —comentó mamá.Se notaba que papá y ella iban a discutir. Yo quería que

ganase papá, aunque en parte sabía que mamá tenía razón. Yla verdad era que las fracciones se le daban fatal.

En el coche

EL camino de vuelta a casa era largo. Me quedédormido en el asiento de atrás, como siempre, con lacabeza sobre el regazo de Via, como si fuese mi almohada,y con el cinturón de seguridad envuelto en una toalla parano llenar a mi hermana de babas. Via también se quedódormida, y mamá y papá se pusieron a hablar en voz baja decosas de adultos que para mí no tenían importancia.

No sé cuánto rato estuve dormido, pero aldespertarme ya era de noche y por la ventanilla del cochese veía la luna llena. El cielo tenía un color morado eíbamos por una carretera llena de coches. Entonces oí amis padres hablando de mí.

—No podemos seguir protegiéndolo —le susurrómamá a papá, que era quien conducía—. No podemos hacercomo si mañana fuera a despertarse y su realidad fuera otra,porque sí lo es, Nate, y tenemos que ayudarle a aprender ahacerle frente. No podemos seguir evitando situacionesque...

—Y enviarlo al colegio de secundaria como uncordero al matadero... —contestó papá enfadado, pero nollegó a acabar la frase porque vio por el retrovisor que teníalos ojos abiertos.

—¿Qué es un cordero al matadero? —pregunté medio

dormido.—Vuelve a dormirte, Auggie —dijo papá en voz baja.—En el colegio todos se quedarán mirándome —

repuse, y me eché a llorar.—Cielo —dijo mamá. Se dio la vuelta en el asiento

del copiloto y me puso la mano sobre la mía—. Ya sabesque si no quieres, no irás. Pero le hemos hablado de ti aldirector y tiene muchas ganas de conocerte.

—¿Qué le habéis contado de mí?—Que eres muy divertido, bueno e inteligente.

Cuando le dije que a los seis años ya habías leído El jinetedel dragón, exclamó: «¡Caray, tengo que conocerlo!».

—¿Qué más le contaste? —pregunté.Mamá me sonrió. Su sonrisa me envolvió como un

abrazo.—Le hablé de tus operaciones y de lo valiente que

eres.—¿Y sabe la pinta que tengo?—Le llevamos fotos del verano pasado en Montauk —

dijo papá—. Le enseñamos fotos de toda la familia. ¡Y esafoto estupenda en la que sostienes un lenguado en la barca!

—¿Tú también estabas? —Tengo que reconocer queme llevé una desilusión al saber que papá también habíaparticipado en aquello.

—Pues sí, los dos estuvimos hablando con él —contestó papá—. Es un hombre muy simpático.

—Te caería bien —añadió mamá.De pronto me pareció que los dos estaban en el

mismo bando.—Un momento. ¿Cuándo os reunisteis con él? —

pregunté.—Nos enseñó el colegio el año pasado —dijo mamá.—¿El año pasado? —exclamé—. Entonces, ¿lleváis un

año pensándolo y no me habíais dicho nada?—No sabíamos si podrías entrar, Auggie —contestó

mamá—. Es muy difícil entrar en ese colegio. La solicitudtiene que pasar por un proceso de admisión. Pensé que noera necesario contártelo y que te preocupasesinnecesariamente.

—Pero tienes razón, Auggie, deberíamos habértelodicho el mes pasado, cuando supimos que te habíanadmitido —añadió papá.

—Visto ahora, supongo que sí —reconoció mamá, ysoltó un suspiro.

—¿Y la señora que vino a casa aquella vez tenía algoque ver con esto? —dije—. La que me hizo hacer aqueltest.

—Sí —reconoció mamá, con aire de culpabilidad—.La verdad es que sí.

—Me dijiste que era un test de inteligencia —repuse.—Ya lo sé. Fue una mentira piadosa —contestó—.

Necesitabas hacer la prueba para entrar en el colegio. Te

salió muy bien, por cierto.—Entonces, me mentiste —repliqué.—Fue una mentira piadosa, pero sí. Lo siento —dijo,

intentando sonreír, pero, como no le devolví la sonrisa, sedio media vuelta en el asiento y se puso a mirar haciadelante.

—¿Qué es un cordero al matadero? —pregunté.Mamá suspiró y le lanzó a papá una mirada asesina.—No debería haberlo dicho —respondió papá,

mirándome por el retrovisor—. No es verdad. Verás: mamáy yo te queremos tanto que intentamos protegerte todo loque podemos. Lo que pasa es que a veces queremos hacerlocada uno a nuestra manera.

—No quiero ir al colegio —les contesté, cruzándomede brazos.

—Te vendría bien, Auggie —repuso mamá.—A lo mejor, el año que viene —dije, mirando por la

ventana.—Este año sería mejor, Auggie —replicó mamá—.

¿Sabes por qué? Porque entrarás en quinto, que es el primercurso que imparten en un colegio de secundaria. Y es asípara todo el mundo. No serás el único alumno nuevo.

—Seré el único alumno con esta pinta —repuse.—No voy a decir que no será un gran reto para ti,

porque eso ya lo sabes —dijo—. Pero te sentará bien,Auggie. Harás un montón de amigos. Y aprenderás cosas

que nunca aprenderías conmigo. —Se dio media vuelta enel asiento y me miró—. Cuando nos enseñaron el colegio,¿sabes qué tenían en el laboratorio de ciencias? Un pollitoque estaba saliendo del cascarón. ¡Era precioso! Auggie,me recordó a ti cuando eras un bebé... con esos ojazosmarrones que tienes...

Normalmente me gusta que hablen de cuando era unbebé. A veces me apetece acurrucarme contra ellos y dejarque me abracen y me den besos por todas partes. Echo demenos ser un bebé y no saber ciertas cosas, pero en aquelmomento no me apetecía.

—No quiero ir —dije.—A ver qué te parece esto: ¿puedes al menos ir a

hablar con el señor Traseronian antes de tomar unadecisión? —preguntó mamá.

—¿El señor Traseronian? —repuse.—Es el director —contestó mamá.—¿El señor Traseronian? —repetí.—Ya, ya lo sé —dijo papá, sonriendo y mirándome

por el retrovisor—. ¿Qué te parece el apellido que tiene,Auggie? ¿Quién podría querer tener un apellido comoTraseronian?

Sonreí, aunque no quería que me viesen sonreír. Papáera la única persona en todo el mundo capaz de hacermereír aunque yo no quisiese. Papá siempre hacía reír a todoel mundo.

—¡Auggie, deberías ir a ese colegio solo para oírcómo dicen su apellido por megafonía! —exclamó papáemocionado—. ¿A que sería gracioso? Probando,probando. ¡Por favor, señor Traseronian! —dijo imitandouna voz aguda de mujer mayor—. ¡Hola, señor Traseronian!¡Veo que hoy va de culo! ¿Han vuelto a darle un golpe a sucoche por detrás? ¡Acuda al patio trasero!

Me eché a reír, pero no porque pensase que fuera tangracioso, sino porque no me apetecía seguir enfadado.

—¡Aunque podría ser peor! —prosiguió papá con suvoz normal—. Nosotros teníamos una profesora en launiversidad que se llamaba Pompish.

Mamá también se echó a reír.—¿De verdad? —pregunté.—Roberta Pompish —contestó mamá, levantando la

mano como si fuese a jurarlo por algo—. Bobbie Pompish.—Tenía unos cachetes enormes —dijo papá.—¡Nate! —exclamó mamá.—¿Qué? Lo único que he dicho es que tenía unos

cachetes enormes.Mamá se reía y negaba con la cabeza al mismo tiempo.—¡Se me ocurre una cosa! —dijo papá emocionado

—. ¡Vamos a organizarles una cita a ciegas! ¿Os loimagináis? Señorita Pompish, le presento al señorTraseronian. Señor Traseronian, le presento a la señoritaPompish. Podrían casarse y tener unos cuantos culetes.

—Pobre señor Traseronian —contestó mamá,negando con la cabeza—. ¡Auggie ni siquiera lo haconocido todavía, Nate!

—¿Quién es el señor Traseronian? —preguntó Viamedio adormilada. Acababa de despertarse.

—El director de mi nuevo colegio —respondí.

Hola, señor Traseronian

HABRÍA estado más nervioso si hubiese sabido que,además de al señor Traseronian, también iba a conocer aalgunos chicos del nuevo colegio. Pero, como no lo sabía,no podía evitar que me entrase la risa tonta al acordarme detodas las bromas que había hecho papá con el apellido delseñor Traseronian. Por eso, cuando mamá y yo llegamos alcolegio de secundaria Beecher unas cuantas semanas antesdel comienzo del curso y vi al señor Traseronian allíplantado, esperándonos en la entrada, me entró la risa tonta.No se parecía en nada a como me lo había imaginado.Pensaba que tendría un culo enorme, pero no. De hecho,era un tipo bastante normal. Alto, delgado, mayor, pero noviejo. Parecía simpático. Primero le dio la mano a mamá.

—Hola, señor Traseronian. Me alegro de volver averle —dijo mamá—. Le presento a mi hijo August.

El señor Traseronian me miró sonriente y asintió conla cabeza. Me ofreció la mano para que se la estrechase.

—Hola, August —dijo en un tono de lo más normal—.Encantado de conocerte.

—Hola —farfullé, dándole la mano mientras le mirabalos pies. Llevaba unas Adidas rojas.

—Bueno... —dijo, arrodillándose delante de mí paraque no pudiese mirarle a las zapatillas y tuviese que mirarlo

a la cara—. Tus padres me han hablado mucho de ti.—¿Y qué le han contado? —pregunté.—¿Cómo dices?—Cielo, tienes que hablar más alto —dijo mamá.—¿Qué le han contado? —pregunté, intentando no

hablar entre dientes. Reconozco que tengo la malacostumbre de hablar entre dientes.

—Pues que te gusta leer —me contestó el señorTraseronian—. Y que eres un gran artista. —Tenía los ojosazules y las pestañas blancas—. Y que te gustan lasciencias, ¿no?

—Ajá —respondí.—Tenemos un par de optativas de ciencias en Beecher

—dijo—. A lo mejor te apetece coger una.—Ajá —contesté, aunque no tenía ni idea de qué era

una optativa.—¿Estás listo para visitar el centro?—¿Ahora? —dije.—¿Pensabas que íbamos a ir al cine? —preguntó

sonriente mientras se levantaba.—No me habías dicho que íbamos a visitar el colegio

—le dije a mamá en tono acusatorio.—Auggie... —comenzó a decir.—Todo irá bien, August —dijo el señor Traseronian,

tendiéndome la mano—. Te lo prometo.Creo que quería que le diese la mano, pero preferí

dársela a mamá. Él me sonrió y echó a andar hacia laentrada.

Mamá me dio un apretón en la mano, aunque no sé siera un apretón de «Te quiero» o un apretón de «Lo siento».Seguramente una mezcla de las dos cosas.

El único colegio que había visto en mi vida era el deVia, cuando iba con mamá y papá a verle cantar en losconciertos de primavera y cosas así. Aquel colegio era muydiferente. Era más pequeño y olía a hospital.

La amable señora García

SEGUIMOS al señor Traseronian por unos cuantospasillos. No había mucha gente, y la poca que había no sefijó en mí, aunque a lo mejor fue porque no me vieron.Mientras caminábamos, iba escondido detrás de mamá. Yasé que puede parecer infantil, pero en esos momentos nome sentía demasiado valiente.

Llegamos a una pequeña habitación. En la puerta habíaescrito DESPACHO DEL DIRECTOR DE SECUNDARIA.Dentro había una mesa y, sentada detrás, una señora queparecía simpática.

—Le presento a la señora García —dijo el señorTraseronian. La señora le sonrió a mamá, se quitó las gafasy se levantó de la silla.

—Isabel Pullman. Encantada de conocerla —repusomi madre, dándole la mano.

—Y este es August —dijo el señor Traseronian.Mamá se hizo a un lado para dejarme pasar. Entonces

pasó lo que ya me había pasado un millón de veces antes.Cuando la miré a la cara, la señora García bajó la vistadurante un segundo. Fue algo tan rápido que nadie aparte demí se habría dado cuenta, ya que el resto de su cara sequedó exactamente igual que estaba. Tenía una sonrisa deoreja a oreja.

—Encantada de conocerte, August —dijo,ofreciéndome la mano para que se la estrechase.

—Hola —contesté en voz baja, dándole la mano, pero,como no quería mirarla a la cara, me concentré en susgafas, que le colgaban de una cadena al cuello.

—¡Vaya, menudo apretón! —dijo la señora García.Tenía la mano caliente.

—El chico da unos apretones de manos tremendos —concluyó el señor Traseronian, y todos se echaron a reír.

—Puedes llamarme señora G —dijo la señora García.Creo que se dirigía a mí, pero yo estaba mirando todas lascosas que tenía sobre la mesa—. Así me llaman todos.«Señora G, se me ha olvidado la combinación de lataquilla». «Señora G, necesito un justificante». «Señora G,quiero cambiar de optativa».

—La señora G es la que dirige de verdad el colegio —dijo el señor Traseronian, y todos los adultos volvieron areírse.

—Llego todas las mañanas a las siete y media —prosiguió la señora García, que seguía mirándome mientrasyo observaba fijamente sus sandalias marrones conflorecitas moradas en las hebillas—. Si alguna veznecesitas algo, August, pídemelo a mí. Y puedes pedirme loque sea.

—Vale —farfullé.—Ay, qué bebé tan precioso —dijo mamá, señalando

una de las fotografías que había en el tablón de anuncios dela señora García—. ¿Es suyo?

—¡No, válgame Dios! —exclamó la señora García,con una gran sonrisa que era totalmente diferente de susonrisa de oreja a oreja—. Acaba de alegrarme el día. Es minieto.

—¡Qué preciosidad! —dijo mamá, sacudiendo lacabeza—. ¿Cuánto tiempo tiene?

—En esa foto tenía cinco meses, creo. Pero ahora yaes mayor. ¡Tiene casi ocho años!

—¡Vaya! —exclamó mamá, sin dejar de sonreír—.Pues es una monada.

—Gracias —contestó la señora García, con un gestoafirmativo como si estuviera a punto de decir algo mássobre su nieto. Pero de repente dejó de sonreír tanto—.Aquí todos vamos a cuidar muy bien de August —le dijo amamá, y vi que le daba un ligero apretón en la mano. Miré amamá a la cara, y entonces me di cuenta de que estaba tannerviosa como yo. Supongo que la señora García me cayóbien... cuando no sonreía de oreja a oreja.

Jack Will, Julian y Charlotte

SEGUIMOS al señor Traseronian a una pequeñahabitación que estaba nada más pasar la mesa de la señoraGarcía. Él iba hablando mientras cerraba la puerta de sudespacho y se sentaba tras su enorme mesa, aunque, laverdad, yo no prestaba demasiada atención a lo que decía.Estaba mirando las cosas que tenía sobre la mesa. Habíacosas chulas, como un globo terráqueo que flotaba en elaire y una especie de cubo de Rubik hecho de espejitos. Megustó mucho su despacho. Me gustaba que tuviese colgadosen las paredes dibujos y pinturas de los alumnos,enmarcados como si fuesen importantes.

Mamá se sentó en una silla frente a la mesa del señorTraseronian y, aunque había otra silla junto a la suya, decidíquedarme de pie a su lado.

—¿Por qué usted tiene habitación propia y la señora Gno? —pregunté.

—Supongo que querrás decir que por qué tengodespacho propio —repuso el señor Traseronian.

—Antes ha dicho que es ella la que dirige el colegio.—Bueno, estaba bromeando. La señora G es mi

ayudante.—El señor Traseronian es el director del colegio —

explicó mamá.

—¿Y lo llaman señor T? —pregunté, y eso le hizosonreír.

—¿Señor T? ¿Cómo Mr. T? ¿Sabes quién es Mr. T? —contestó—. «¡Pobre desgraciado!» —dijo poniendo unavoz de tío duro, como si estuviera imitando a alguien.

No tenía ni idea de qué me estaba hablando.—En fin, la verdad es que no —dijo el señor

Traseronian, negando con la cabeza—. Nadie me llamaseñor T, aunque algo me dice que se refieren a mí por otrosnombres que desconozco. Hay que asumirlo, no es fácilvivir con un apellido como el mío, no sé si me entiendes.

Reconozco que en ese momento me eché a reír,porque sabía exactamente lo que quería decir.

—Pues mis padres tuvieron una profesora que sellamaba Pompish —dije.

—¡Auggie! —exclamó mamá, pero el señorTraseronian se echó a reír.

—Eso sí que es grave —dijo el señor Traseronian,negando con la cabeza—. Supongo que no deberíaquejarme. Oye, August, he pensado que hoy podríamos...

—¿Es una calabaza? —pregunté, señalando una pinturaenmarcada detrás de la mesa del señor Traseronian.

—Auggie, cielo, no interrumpas a la gente —dijomamá.

—¿Te gusta? —preguntó al señor Traseronian. Se giróy se quedó mirando la pintura—. A mí también. Y yo

también pensaba que era una calabaza, hasta que el alumnoque me lo regaló me explicó que no es una calabaza, sino...agárrate... ¡un retrato mío! Dime, August: ¿de verdadparezco una calabaza?

—¡No! —contesté, aunque estaba pensando que sí.Cuando sonreía, los cachetes se le hinchaban y eso le hacíaparecer una calabaza de Halloween. Mientras lo pensaba,me di cuenta de que tenía gracia: cachetes, el señorTraseronian... y se me escapó una risilla. Negué con lacabeza y me tapé la boca con la mano.

El señor Traseronian sonrió, como si pudiese leermeel pensamiento.

Fui a decir algo, pero de pronto oí voces al otro ladode la puerta del despacho: eran voces de niño. No exagerosi digo que casi se me para el corazón, como si acabaste decorrer en la carrera más larga del mundo. Se me quitaronlas ganas de reírme.

El caso es que cuando era pequeño no me importabaconocer a otros niños, porque todo los niños que conocíaeran pequeños, como yo. Lo guay de los niños pequeños esque no dicen cosas para intentar hacerte daño, aunque aveces digan cosas que te hacen daño. Pero no saben lo quedicen. Los niños mayores... esos sí que saben lo que dice.Y eso no me hace ninguna gracia. Uno de los motivos porlos que me dejé crecer el pelo el año pasado era porque megusta que el flequillo me cubra los ojos: eso me ayuda a

tapar las cosas que no quiero ver.La señora García llamó a la puerta y asomó la cabeza.—Ya están aquí, señor Traseronian —dijo.—¿Quiénes? —pregunté.—Gracias —le dijo el señor Traseronian a la señora

García—. August, he pensado que sería buena idea queconocieses a algunos alumnos que estarán en tu clase estecurso. Podrían enseñarte el colegio. Lo que se dicereconocer el terreno.

—No quiero conocer a nadie —le dije a mamá.El señor Traseronian se me puso delante y apoyó las

manos en mis hombros. Se agachó y me dijo al oído:—Tranquilo, August. Son buenos chicos, te lo

prometo.—No te va a pasar nada, Auggie —susurró mamá con

todas sus fuerzas.Antes de que pudiese decir nada más, el señor

Traseronian abrió la puerta del despacho.—Pasad, chicos —dijo, y entraron dos niños y una

niña.Ninguno nos miró ni a mamá ni a mí. Se quedaron

junto a la puerta mirando fijamente al señor Traseroniancomo si sus vidas dependiesen de ello.

—Muchas gracias por venir, chicos. Sobre todo,teniendo en cuenta que el curso no empieza hasta el mesque viene —añadió el señor Traseronian—. ¿Lo habéis

pasado bien en verano?Todos asintieron, pero nadie dijo nada.—Bien, bien —dijo el señor Traseronian—. Chicos,

quería presentaros a August, que va a estudiar aquí estecurso. August, estos chicos llevan estudiando en Beecherdesde preescolar, aunque antes estaban en el edificio deinfantil, pero todos se conocen al dedillo los planes deestudio de secundaria. Y como vais a estar todos en lamisma clase, he pensado que estaría bien que osconocieseis un poco antes de que empezase el curso.Bueno, chicos, os presento a August. August, este es JackWill.

Jack Will me miró y extendió la mano.—Hola —dijo esbozando una sonrisa cuando se la

estreché, y bajó la vista rápidamente.—Este es Julian —continuó el señor Traseronian.—Hola —contestó Julian, e hizo exactamente lo

mismo que Jack Will: me dio la mano, esbozó una sonrisaforzada y bajó la vista enseguida.

—Y Charlotte —dijo el señor Traseronian.Charlotte tenía el pelo más rubio que había visto en mi

vida. No me dio la mano, pero me saludó tímidamente ysonrió.

—Hola, August. Encantada de conocerte.—Hola —contesté, mirando al suelo. Llevaba puestas

unas Crocs de color verde intenso.

—Bien —dijo el señor Traseronian, juntando lasmanos como si fuese a aplaudir a cámara lenta—. Hepensado que podríais enseñarle el colegio a August. Quizápodríais empezar por la tercera planta. Allí es donde va aestar vuestra aula de tutoría: en el aula 301. Creo. SeñoraG, ¿cuál...?

—¡Aula 301! —gritó la señora García desde la otrahabitación.

—Aula 301 —repitió el señor Traseronian mientrasasentía—. Después podéis enseñarle los laboratorios deciencias y la sala de informática. Y luego podéis bajar a verla biblioteca y el salón de actos en la segunda planta. Yllevadlo a la cafetería, claro.

—¿Lo llevamos a la sala de música? —preguntóJulian.

—Buena idea, sí —contestó el señor Traseronian—.August, ¿sabes tocar algún instrumento?

—No —respondí. No era mi tema de conversaciónfavorito, sobre todo porque no tengo orejas. Bueno, sítengo, pero no se parecen a las típicas orejas que tiene todoel mundo.

—Bueno, pero quizá te guste ver la sala de música detodos modos —dijo el señor Traseronian—. Tenemos unamagnífica selección de instrumentos de percusión.

—August, tú siempre has querido aprender a tocar labatería —añadió mamá, intentando hacer que la mirase,

pero el flequillo me tapaba los ojos mientras mirabafijamente un trozo de chicle pegado en la parte de abajo dela mesa del señor Traseronian.

—¡Estupendo! —dijo el señor Traseronian—. ¿Qué osparece si volvéis dentro de... —Miró a mamá— ¿mediahora?

Creo que mamá asintió.—¿Te parece bien, August? —me preguntó el

director.No contesté.—¿Te parece bien, August? —repitió mamá.La miré. Quería que viese lo enfadado que estaba con

ella, pero, cuando la miré a la cara, dije que sí con lacabeza. Parecía más asustada que yo.

Los otros chicos ya habían echado a andar hacia lapuerta, así que los seguí.

—Hasta luego —dijo mamá en un tono de voz másagudo de lo normal.

No le contesté.

La visita

JACK Will, Julian, Charlotte y yo recorrimos unenorme pasillo hasta llegar a unas amplias escaleras. Nadiedijo nada mientras subíamos hasta la tercera planta.

Cuando llegamos a lo alto de las escaleras,recorrimos un pequeño pasillo lleno de puertas. Julianabrió la que tenía un letrero que ponía 301.

—Esta es nuestra aula de tutoría —dijo, plantándoseante la puerta entreabierta—. Tenemos a la señora Petosa.Dicen que no está mal, al menos pone pocos deberes.Dicen que si te toca en mates es muy estricta.

—No es verdad —repuso Charlotte—. Mi hermana latuvo el año pasado y dice que es buena.

—No es lo que he oído yo —contestó Julian—. Peroqué más da. —Cerró la puerta y siguió andando por elpasillo.

—Este es el laboratorio de ciencias —dijo al llegar ala siguiente puerta. Igual que había hecho dos segundosantes, se quedó plantado frente a la puerta entreabierta y sepuso a hablar. Mientras hablaba no me miró ni una vez; nome importó, porque yo tampoco lo estaba mirando—.Hasta el primer día de clase no sabrás a quién te toca enciencias, pero más te vale que sea el señor Haller. Antesestaba en primaria y a veces tocaba su enorme tuba en

clase.—Era un bombardino barítono —replicó Charlóte—¡Era una tuba! —contestó Julian cerrando la puerta.—Tío, déjale entrar para que pueda verlo —dijo Jack

Will, que le dio un empujón a Julian y abrió la puerta.—Entra si quieres —respondió Julian mirándome por

primera vez.Me encogí de hombros y me acerqué a la puerta.

Julian se apartó rápidamente, como si temiera que pudiesetocarlo sin querer al pasar a su lado.

—No hay mucho que ver —dijo Julian, entrandodetrás de mí. Se puso a señalar unas cuantas cosas que habíaen la clase—. Eso de ahí es la incubadora. Eso grande ynegro es la pizarra. Esas son las mesas. Y esas son lassillas. Eso de ahí son mecheros Bunsen. Esto es un pósterde ciencias asqueroso. Esto es tiza. Y este es el borrador.

—Seguro que ya sabe lo que es un borrador —repusoCharlotte en un tono que me recordó a Via.

—¿Y cómo quieres que sepa lo que sabe y lo que no?—contestó Julian—. El señor Traseronian dice que nuncaha ido a clase.

—Sabes lo que es un borrador, ¿verdad? —mepreguntó Charlotte.

Confieso que estaba tan nervioso que no sabía quédecir ni qué hacer aparte de mirar el suelo.

—¿Sabes hablar? —preguntó Jack Will.

—Sí —contesté asintiendo. Seguía sin atreverme amirarlos a la cara.

—Sabes lo que es un borrador, ¿verdad? —preguntóJack Will.

—¡Pues claro! —farfullé.—Ya te he dicho que aquí no había nada que ver —

comentó Julian, encogiéndose de hombros.—Tengo una duda —dije, intentando que no me

temblase la voz—. Eh... ¿Qué es exactamente un aula detutoría? ¿Es una asignatura?

—No, es tu grupo —explicó Charlotte, haciendocomo que no había visto la sonrisilla de Julian—. Es el aulaa la que acudes cuando vienes al colegio por la mañana ydonde tu tutor pasa lista y esas cosas. Es como tu claseprincipal, aunque no sea una clase de verdad. Bueno, sí esuna clase, pero...

—Creo que ya lo ha pillado, Charlotte —dijo JackWill.

—¿Lo has pillado? —me preguntó Charlotte.—Sí —contesté asintiendo de nuevo.—Vámonos de aquí —propuso Jack Will, saliendo del

aula.—Espera, Jack. Se supone que tenemos que resolverle

las dudas —dijo Charlotte.Jack Will puso los ojos en blanco mientras se daba

media vuelta.

—¿Tienes alguna duda más? —preguntó.—Eh... No —respondí—. Bueno, la verdad es que sí.

¿Cómo te llamas, Jack o Jack Will?—Me llamo Jack. Will es mi apellido.—Ah. Como el señor Traseronian te ha presentado

como Jack Will, he pensado...—¡Ja! ¿Pensabas que se llamaba Jackwill? —preguntó

Julian riéndose.—Sí, hay gente que me llama por el nombre y el

apellido —contestó Jack, encogiéndose de hombros—. Nosé por qué. ¿Podemos irnos ya?

—Vamos ahora al salón de actos —intervinoCharlotte, saliendo la primera del aula de ciencias—. Esmuy chulo. Te va a gustar, August.

El salón de actos

CHARLOTTE no paró de hablar mientras bajábamoshasta la segunda planta. Se puso a describir Oliver, la obraque habían representado el curso anterior. Eva habíainterpretado a Oliver, aunque era una chica. Mientras lodecía, abrió de un empujón la puerta doble que daba a unenorme auditorio. En la otra punta de la sala había unescenario.

Charlotte se puso a corretear dando saltitos hacia elescenario. Julian echó a correr tras ella por el pasillo y, amitad de camino, se giró.

—¡Vamos! —gritó, haciéndome una señal para que losiguiese, le hice caso.

—Aquella noche había cientos de espectadores —dijoCharlotte, y tardé un par de segundos en darme cuenta deque seguía hablando de Oliver—. Estaba supernerviosa. Mipapel tenía mucho diálogo y un montón de canciones paracantar. ¡Era súper, súper, superdifícil! —Aunque me estabahablando, no me miraba mucho—. La noche del estreno,mis padres estaban al fondo del auditorio, más o menosdonde ahora está Jack, pero, cuando se apagan las luces, nose puede ver lo que hay tan atrás. Yo no paraba de pensar:«¿Dónde están mis padres? ¿Dónde están mis padres?».Entonces, el señor Resnick, nuestro profesor de arte

dramático del curso pasado, me dijo: «¡Charlotte, deja decomportarte como una diva!». «¡Vale!», contesté. Entoncesvi a mis padres y se me pasaron todos los males. No se meolvidó ni una frase de diálogo.

Mientras hablaba, vi que Julian me miraba con elrabillo del ojo. Es algo que la gente hace mucho conmigo.Se piensan que no me doy cuenta de que me están mirando,pero lo sé por la inclinación de sus cabezas. Me di mediavuelta para ver adonde había ido Jack. Se había quedado alfondo del auditorio, como si estuviese aburrido.

—Cada curso representamos una obra —dijoCharlotte.

—No creo que quiera participar en la obra delcolegio, Charlotte —comentó Julian en tono sarcástico.

—Puedes participar en la obra sin salir en la obra —contestó Charlotte mirándome—. Puedes ocuparte de lailuminación o puedes pintar los decorados.

—¡Yupi! —exclamó Julian, girando el dedo en el aire.—Pero si no quieres, no tienes por qué elegir la

optativa de arte dramático —dijo Charlotte, encogiéndosede hombros—. También están danza, coro o música. Yliderazgo.

—Solo los memos eligen liderazgo —la interrumpióJulian.

—¡Julian, estás siendo de lo más repelente! —contestó Charlotte, y Julian se echó a reír al oír su

comentario.—Voy a elegir la optativa de ciencias —dije.—¡Guay! —repuso Charlotte.- Suponiblemente, la optativa de ciencias es la

optativa más difícil de todas —dijo Julian mirándome a lacara—. No te ofendas, pero si nunca has estado en uncolegio, ¿por qué crees que de repente vas a ser lo bastantelisto para elegir la optativa de ciencias? ¿Has estudiadociencias alguna vez? Ciencia de verdad, no la de los juegosde química.

—Sí —contesté.—¡Lo han educado en casa, Julian! —dijo Charlotte.—¿Y los maestros iban a su casa? —preguntó Julian,

perplejo.—¡No, le daba clase su madre! —contestó Charlotte.—¿Es maestra? —repuso Julian.—¿Tu madre es maestra? —me preguntó Charlotte.—No —respondí.—¡Entonces, no es maestra de verdad! —dijo Julian,

como si eso ya le diera la razón—. A eso me refiero.¿Cómo puede enseñar ciencias alguien que no es unmaestro de verdad?

—Seguro que te va bien —repuso Charlottemirándome.

—Vamos a la biblioteca —gritó Jack, que parecía muyaburrido.

—¿Por qué llevas el pelo tan largo? —me preguntóJulian. Parecía molesto.

No supe qué decir, así que me limité a encogerme dehombros.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo.Volví a encogerme de hombros. ¿No acababa de

hacerme una pregunta?—¿Qué le pasa a tu cara? ¿Te la quemaste en un

incendio o algo así?—¡Julian, no seas grosero! —exclamó Charlotte.—¡No soy grosero! —contestó Julian—. Solo le

estoy haciendo una pregunta. El señor Traseronian dijo quepodíamos hacerle preguntas si queríamos.

—Pero no preguntas groseras como esa —repusoCharlotte—. Además, nació así. Lo dijo el señorTraseronian, lo que pasa es que no estabas prestandoatención.

—¡Claro que sí! —replicó Julian—. Pero pensaba quea lo mejor también se lo había hecho en un incendio.

—Anda ya, Julian —dijo Jack—. Cállate.—¡Cállate tú! —gritó Julian.—Vamos, August —dijo Jack—. Vamos a ver la

biblioteca.Eché a andar hacia Jack y salí del auditorio tras él. Me

abrió la puerta doble y, mientras pasaba, me miró a la cara,como desafiándome a que le devolviese la mirada, y así lo

hice. Entonces le sonreí. No sé. A veces, cuando tengo lasensación de que estoy a punto de echarme a llorar, acaboechándome a reír. Y eso debió de ser lo que me pasó en esemomento, porque sonreí como si estuviera a punto deentrarme la risa tonta. El caso es que, por la forma quetiene mi cara, la gente que no me conoce bien no siemprepilla que estoy sonriendo. Mi boca no se curva hacia arribaigual que las bocas de los demás; es más bien una línearecta. No sé cómo, pero Jack Will se dio cuenta de que lehabía sonreído y me devolvió la sonrisa.

—Julian es imbécil —susurró antes de que Julian yCharlotte nos alcanzasen—. Pero, tío, vas a tener quehablar. —Lo dijo en serio, como si estuviese intentandoayudarme. Le di la razón con un gesto, y Julian y Charlottenos alcanzaron. Todos nos quedamos unos segundoscallados, mientras mirábamos al suelo. Entonces miré aJulian a la cara.

—Por cierto, la palabra es «supuestamente» —dije.—¿De qué estás hablando?—Antes has dicho «suponiblemente» —contesté.—¡Qué va!—Claro que sí —dijo Charlotte—. Has dicho que

suponiblemente la optativa de ciencias es muy difícil. Tehe oído.

—Ni hablar —insistió él.—Qué más da —dijo Jack—. Vámonos.

—Sí, vámonos —añadió Charlotte, siguiendo a Jackpor las escaleras hacia la planta de abajo. Eché a andar trasella, pero Julian se me puso delante y me hizo tropezar.

—¡Ay, lo siento! —dijo Julian.Pero por cómo me miró supe que no lo sentía en

absoluto.

El trato

CUANDO volvimos al despacho, mamá y el señorTraseronian seguían hablando. La señora García fue laprimera en vernos y sonrió de oreja a oreja mientrasentrábamos.

—Dime, August. ¿Qué te parece? ¿Te ha gustado? —preguntó.

—Sí —contesté, mirando a mamá.Jack, Julian y Charlotte se quedaron plantados junto a

la puerta. No estaban seguros de si tenían que irse o si aúnlos necesitaban para algo. Me pregunté qué más les habríancontado de mí antes de conocerme.

—¿Has visto el pollito? —me preguntó mamá.Negué con la cabeza.—¿Se refiere a los pollitos de la clase de ciencias? —

dijo Julian—. Los donan a una granja a final de curso.—Ah —repuso mamá, desilusionada.—Pero cada curso nacen unos nuevos —añadió Julian

—. August podrá verlos en primavera.—Bien —dijo mamá, mirándome—. Eran preciosos,

August.Me gustaría que no me hablase como si fuera un bebé

delante de otras personas.—August —intervino el señor Traseronian—, ¿los

chicos te han enseñado bien el colegio o quieres ver algomás? Se me ha olvidado decirles que te enseñen elgimnasio.

—Pero se lo hemos enseñado, señor Traseronian —contestó Julian.

—¡Estupendo! —repuso el director.—Y yo le he hablado de la obra del colegio y de

algunas de las optativas —dijo Charlotte—. ¡Ay, no! —añadió de repente—. ¡Se nos ha olvidado enseñarle el aulade dibujo!

—No pasa nada —dijo el señor Traseronian.—Pero podemos enseñársela ahora —propuso

Charlotte.—¿No teníamos que ir a recoger a Via? —le dije a

mamá.Esa era la señal que habíamos pactado mamá y yo para

indicarle que quería marcharme.—Es verdad —contestó mamá, levantándose de la silla

y haciendo como que miraba la hora en su reloj—. Losiento, he perdido la noción del tiempo. Tenemos que ir arecoger a mi hija en su nuevo instituto. Hoy han organizadouna visita extraoficial. —Esa parte no era mentira; Viahabía ido a visitar su nuevo instituto. Lo que sí era mentiraera que teníamos que ir a recogerla. Iba a volver a casa conpapá más tarde.

—¿A qué instituto va? —preguntó el señor

Traseronian levantándose de la silla.—Este otoño empieza en el instituto Faulkner.—Vaya, no es fácil entrar allí. Me alegro por ella.—Gracias —contestó mamá—. Para ella va a ser una

paliza. Tiene que coger la línea A hasta la Ochenta y seis, yluego el autobús hasta el East Side. En coche solo se tardaquince minutos, pero así tardará una hora.

—Le compensará. Conozco a un par de chicos queentraron en Faulkner y les encanta —repuso el señorTraseronian.

—Tenemos que irnos, mamá —dije, tirándole delbolso.

Nos despedimos rápidamente. Creo que al señorTraseronian le sorprendió un poco que nos marchásemostan de repente. Me pregunté si les echaría la culpa a Jack ya Charlotte, aunque Julian había sido el único que me habíahecho sentir mal.

—Todos han sido muy simpáticos —le dije al señorTraseronian antes de irnos.

—Estoy deseando tenerte aquí como alumno —contestó el director, dándome una palmadita en la espalda.

—Adiós —les dije a Jack, a Charlotte y a Julian, perono los miré ni levanté la vista hasta que salimos deledificio.

En casa

NO nos habíamos alejado ni media manzana delcolegio cuando mamá me preguntó:

—¿Qué? ¿Cómo te ha ido? ¿Te ha gustado?—Aún no, mamá. Cuando lleguemos a casa.En cuanto llegamos a casa, me fui corriendo a mi

habitación y me tiré en la cama. Me di cuenta de que mamáno sabía lo que me pasaba, y creo que yo tampoco. Mesentía muy triste y un poquito contento al mismo tiempo,otra vez esa especie de sensación que me hace estar a puntode reírme y de echarme a llorar.

Mi perra, Daisy, me siguió hasta la habitación, sesubió de un salto a la cama y se puso a lamerme la cara.

—Perrita buena —dije imitando la voz de mi padre—.Perrita buena.

—¿Va todo bien, cariño? —preguntó mamá. Queríasentarse a mi lado, pero Daisy estaba ocupando casi toda lacama—. Perdona, Daisy. —Al final se sentó, empujando aDaisy con el codo—. ¿Esos chicos no han sido amablescontigo, Auggie?

—Sí, sí —contesté, mintiendo solo a medias—. No haestado mal.

—Pero ¿han sido amables contigo? El señorTraseronian me ha dicho que eran unos chicos

encantadores.—Ajá —le dije, pero seguí mirando a Daisy, dándole

besos en la nariz y frotándole la oreja hasta que empezó ahacer ese movimiento con la pata trasera que hacen losperros cuando se rascan si tienen pulgas.

—Ese Julian parecía especialmente simpático —dijomamá.

—Qué va, era el menos simpático de todos. Pero Jackme ha caído bien. Él sí que ha sido amable. Pensaba que sellamaba Jack Will, pero se llama Jack a secas.

—Espera, a lo mejor los estoy confundiendo. ¿Cuálera el moreno que iba peinado hacia delante?

—Julian.—¿Y ese no era amable?—No, nada amable.—Ah. —Se quedó pensativa durante un segundo—.

¿No será uno de esos chicos que se comportan de un modocon los adultos y de otro modo con los niños?

—Sí, supongo que sí.—Ah, a esos no los soporto —contestó, estando de

acuerdo conmigo.—Decía cosas en plan: «¿Qué te pasa en la cara,

August?» —Mientras lo decía, no dejaba de mirar a Daisy—, y: «¿Te lo hiciste en un incendio o algo así?».

Mamá no dijo nada. Cuando la miré a la cara, vi queestaba completamente horrorizada.

—No lo ha dicho con mala leche —añadí rápidamente—. Solo me lo ha preguntado.

Mamá asintió con la cabeza.—Pero Jack me ha caído muy bien —proseguí—. Le

ha dicho: «¡Cállate, Julian!». Y Charlotte le ha dicho:«¡Eres un grosero, Julian!».

Mamá volvió a asentir. Se apretó la frente con losdedos como si así quisiera espantar el dolor de cabeza.

—Lo siento mucho, Auggie —dijo en voz baja. Teníalas mejillas rojas como un tomate.

—No pasa nada, mamá. De verdad que no.—Si no quieres, no tienes por qué ir al colegio, cielo.—Sí que quiero —contesté.—Auggie...—De verdad que quiero, mamá —dije, y no mentía.

Los nervios del primer día

VALE, reconozco que el primer día de clase estaba tannervioso que las mariposas en el estómago se parecían mása unas palomas revoloteando por mis tripas. Seguramentemamá y papá también estaban algo nerviosos, pero semostraron encantados y nos hicieron fotos a Via y a míantes de salir de casa, porque también era el primer día deinstituto para mi hermana.

Hasta unos días antes aún no estábamos seguros de siiría al colegio. Después de la visita, mamá y papá se habíancambiado los papeles. Ahora mamá era la que decía que nodebía ir, y papá decía que sí. Papá me había dicho queestaba muy orgulloso de cómo me había comportado conJulian y que me estaba convirtiendo en un tío duro. Oícómo le decía a mamá que ahora pensaba que ella habíatenido razón desde el principio. Pero mamá ya no estabatan segura. Cuando papá le dijo que Via y él queríanacompañarme andando hasta el colegio, ya que les pillabade camino a la parada de metro, a mamá pareció aliviarlesaber que iríamos todos juntos. Creo que a mí también.

Aunque el colegio Beecher está tan solo a unasmanzanas de casa, yo solo había estado en esa manzana unpar de veces. En general, intento evitar los lugares dondehay muchos niños. En nuestra manzana me conoce todo el

mundo y yo conozco a todo el mundo. Me conozco todoslos ladrillos, todos los troncos de los árboles y todas lasgrietas de la acera. Conozco a la señora Grimaldi, la quesiempre está sentada junto a su ventana, y al señor mayorque se pasea por la calle silbando como un pájaro. Conozcola tienda de la esquina donde mamá compra los bollos y alas camareras de la cafetería, que me llaman «cielo» y medan Chupa-Chups cuando me ven. Me encanta mi barrio deNorth River Heights, por eso se me hizo raro recorrerestas manzanas con la sensación de que todo me resultabanuevo de repente. La avenida Amesfort, una calle por la quehe pasado un millón de veces, me parecía totalmentediferente. Estaba llena de gente que no había visto nuncaesperando el autobús o empujando carritos de bebé.

Cruzamos Amesfrot y giramos por Heights Place. Viacaminaba a mi lado, igual que hace siempre, y mamá y papáiban por detrás. En cuanto doblamos la esquina, vimos atodos los chicos delante del colegio: había cientos dechicos hablando entre sí en grupitos, riéndose, o allíplantados mientras sus padres hablaban con otros padres.Yo llevaba todo el rato la cabeza gacha.

—Todos están igual de nerviosos que tú —me dijo Viaal oído—. Recuerda que hoy es el primer día de clase paratodo el mundo. ¿Vale?

El señor Traseronian estaba dando la bienvenida aalumnos y padres ante la puerta de entrada al colegio.

He de reconocerlo: hasta el momento no había pasadonada malo. No había pillado a nadie mirándome, ni siquierame habían visto. Solo una vez levanté la vista y descubrí aunas chicas mirándome y susurrando algo tapándose la bocacon la mano, pero miraron hacia otro lado en cuanto vieronque me había dado cuenta.

Llegamos a la puerta de entrada.—Bueno, ha llegado el gran momento, grandullón —

dijo papá, apoyándome las manos en los hombros.—Que lo pases bien en tu primer día. Te quiero —dijo

Via, y me dio un besazo y un abrazo.—Tú también —contesté.—Te quiero, Auggie —dijo papá, dándome un abrazo.—Adiós.Luego me abrazó mamá, pero se notaba que estaba a

punto de llorar, y eso me habría dado muchísima vergüenza,así que le di rápidamente un fuerte abrazo, me di mediavuelta y desaparecí por la puerta del colegio.

Candados

FUI directo al aula 301 en la tercera planta. Me alegréde haber visitado antes el colegio, porque sabíaexactamente adónde tenía que ir y no tuve que levantar lavista ni una sola vez. Vi que unos chicos me estabanmirando fijamente, pero hice como que no me daba cuenta.

Cuando entré en clase, la profesora estaba escribiendoalgo en la pizarra mientras los alumnos iban ocupando cadauno una mesa. Las mesas formaban un semicírculo frente ala pizarra, así que yo elegí la del medio, la que quedaba másatrás, porque pensé que así no me mirarían tanto. Seguíacon la cabeza gacha y solo la levantaba lo justo para ver lospies de la gente por debajo del flequillo. A medida que ibanllenándose las mesas, me di cuenta de que nadie se sentabaa mi lado. Hubo un par de veces en que alguien estuvo apunto de sentarse a mi lado, pero luego cambió de idea enel último momento y se sentó en otra parte.

—Hola, August —dijo Charlotte, saludándome con lamano mientras se sentaba en una mesa en la parte dedelante de la clase. No entiendo por qué quería alguiensentarse en la primera fila de una clase.

—Hola —contesté, saludando con la cabeza.Entonces me di cuenta de que Julian estaba sentado a

unas cuantas mesas de ella, hablando con otros chicos. Sé

que me vio, pero no me saludó.De pronto, alguien se sentó a mi lado. Era Jack Will.

Jack.—¿Qué tal? —dijo, saludándome con la cabeza.—Hola, Jack —contesté, saludándolo con la mano.

Inmediatamente deseé no haberlo hecho, porque no quedónada guay.

—¡Vamos, chicos! ¡Vamos! Calmaos —dijo laprofesora, mirándonos. Había escrito su nombre, «Sra.Petosa», en la pizarra—. Sentaos todos, por favor. Pasad —les dijo a un par de chicos que acababan de entrar en el aula—. Ahí hay un sitio libre. Y ahí, otro. —Aún no me habíavisto—. Y ahora, lo primero que quiero que hagáis es dejarde hablar y... —Entonces me vio—. Dejad las mochilas ycalmaos.

Solo dudó una milésima de segundo, pero supe en quémomento me había visto. Ya digo que estoy acostumbrado.

—Ahora voy a pasar lista y a apuntar dónde se sientacada uno —prosiguió, sentada en el borde de la mesa. A sulado había tres filas de carpetas clasificadoras—. Cuandoos llame, venid y os daré una carpeta con vuestro nombre.Dentro encontraréis vuestro horario de clases y un candadode combinación, que no deberíais intentar abrir hasta queyo os lo diga. El número de vuestra taquilla está escrito enel horario de clases. Os aviso de que algunas taquillas noestán justo al salir de esta aula sino al final del pasillo, y

antes de que alguien lo pregunte: no, no podéis cambiar detaquilla ni de candado. Si nos sobra tiempo al final de laclase intentaremos conocernos todos un poco mejor,¿vale? Bien.

Cogió la carpeta portapapeles de la mesa y empezó aleer los nombres en voz alta.

—Veamos... ¿Julian Albans? —dijo, levantando lavista del papel.

—Presente —contestó Julian levantando la mano almismo tiempo.

—Hola, Julian —repuso ella, apuntando algo en lalista. Cogió la primera carpeta y se la ofreció—. Ven arecogerla —añadió en un tono serio. Julian se levantó y lacogió—. ¿Ximena Chin?

Nos iba dando una carpeta a cada uno a medida queleía los nombres. Mientras avanzaba por la lista, me dicuenta de que la mesa que había junto a la mía era la únicaque seguía vacía, aunque había dos chicos sentados unpupitre algo más separado. Cuando la señora Petosa dijo elnombre de uno de ellos, un chico alto llamado HenryJoplin que parecía un adolescente, añadió:

—Henry, ahí tienes una mesa vacía. ¿Por qué no tesientas ahí?

Le dio su carpeta y le señaló la mesa que había junto ala mía. Aunque no lo miré directamente, supe que Henry noquería sentarse a mi lado por cómo arrastraba la mochila,

como si estuviese avanzando a cámara lenta. Luego dejócaer la mochila sobre el lado derecho de la mesa para quehiciese la barrera entre su mesa y la mía.

—¿Maya Markowitz? —preguntó la señora Petosa.—Presente —contestó una chica a unas cuatro mesas

de la mía.—¿Miles Noury?—Presente —dijo el chico que había estado sentado

con Henry Joplin. Al volver a su mesa vi que miraba aHenry como diciendo: «Lo siento, tío».

—¿August Pullman? —preguntó la señora Petosa.—Presente —contesté en voz baja, levantando un

poco la mano.—Hola, August —dijo, sonriéndome amablemente

cuando fui a recoger la carpeta.Durante esos pocos segundos que estuve de espaldas

delante de toda la clase noté que todos me mirabanfijamente pero todos bajaron la vista tan pronto como volvía mi mesa. Cuando me senté, tuve que contenerme para nodarle vueltas a la combinación, aunque todos lo estabanhaciendo, porque la señora Petosa nos había dicho que nolo hiciéramos. A mí se me daba bastante bien abrircandados, porque los usaba en la bici. Henry seguíaintentando abrir el suyo, pero no podía. Se estabafrustrando y soltaba tacos entre dientes.

La señora Petosa llamó a los siguientes de la lista. El

último era Jack Will.—Muy bien. Ahora escribid todos vuestras

combinaciones en algún lugar seguro donde no vayáis aolvidarlas, ¿de acuerdo? —dijo después de entregarle sucarpeta a Jack—. Pero si se os olvida, algo que sucede almenos 3,2 veces por semestre, la señora García tiene unalista de todas las combinaciones. Y ahora, sacad loscandados de las carpetas y pasad un par de minutosintentando abrirlos, aunque ya veo que algunos os habéisadelantado. —Al decirlo, estaba mirando a Henry—.Mientras tanto, os hablaré de mí. Luego podéis contarmecosas de vosotros para que... eh... podamos conocernos unpoco. ¿Os parece bien? Bien.

Nos sonrió a todos, aunque me pareció que sobre todome sonreía a mí, pero no con una sonrisa de oreja a orejacomo la señora García, sino con una sonrisa normal ysincera. Parecía muy distinta a la imagen que me habíahecho de los profesores. Pensaba que se parecería a laseñora Fowl de Jimmy Neutrón: una señora mayor con unmoño en lo alto de la cabeza. Pero en realidad era clavada aMon Mothma en El retorno del Jedi: un corte de pelo a lochico y una enorme camisa blanca parecida a una túnica.

Se dio media vuelta y se puso a escribir algo en lapizarra.

Henry seguía sin poder abrir el candado y se frustrabacada vez más cuando alguien abría el suyo. Le molestó

mucho que yo consiguiese abrir el mío a la primera. Locurioso es que, si no hubiese puesto la mochila entre él yyo, le habría ofrecido mi ayuda.

Primeras preguntas

LA señora Petosa nos habló de ella. Nos contó cosasaburridas sobre el lugar donde se había criado y nos dijoque siempre había querido dar clase y que había dejado sutrabajo en Wall Street unos seis años antes para perseguirsu «sueño» y dedicarse a la enseñanza. Al final, preguntó sialguien tenía alguna duda. Julian levantó la mano.

—Sí... —Tuvo que mirar a la lista para recordar sunombre—. Julian.

—Está guay eso de perseguir su sueño —dijo.—¡Gracias!—¡De nada! —contestó, y sonrió orgulloso.—Muy bien. ¿Por qué no nos hablas un poco de ti,

Julian? De hecho, es lo que quiero que hagáis todos.Pensad en dos cosas que queráis que los demás sepan devosotros. No, esperad un momento. ¿Cuántos de vosotroshabéis hecho la primaria en Beecher? —Más o menos lamitad levantó la mano—. Vale, entonces unos cuantos devosotros ya os conocéis. Pero los demás supongo que soisnuevos en el colegio ¿no? Bien, pues pensad en dos cosasque queráis que los demás sepan de vosotros... y si yaconocéis a alguien de los otros alumnos, intentad pensar enqué cosas no saben todavía de vosotros, ¿vale? Bien.Empezaremos por Julian y seguiremos con el resto de la

clase.Julian frunció el ceño y empezó a darse golpecitos

con el dedo en la frente, como si estuviese pensando enserio.

—Muy bien. Cuando estés listo —dijo la señoraPetosa.

—Vale, pues lo primero es que...—Hacedme un favor y empezad diciendo cómo os

llamáis —lo interrumpió la señora Petosa—. Eso meayudará a recordar vuestros nombres.

—Ah, vale. Me llamo Julian y lo primero que megustaría contarles a todos sobre mí es que... acaban decomprarme el Battleground Mystic para la Wii y es unapasada. Lo segundo es que este verano nos han compradouna mesa de ping-pong.

—Muy bien, a mí me encanta el ping-pong —dijo laseñora Petosa—. ¿Alguien quiere preguntarle algo a Julian?

—¿El Battleground Mystic es para un jugador opueden jugar más de uno? —preguntó el chico que sellamaba Miles.

—No, no me refería a esa clase preguntas —dijo laseñora Petosa—. Muy bien, ¿y tú...? —Señaló a Charlotte,seguramente porque su mesa era la que tenía más cerca.

—¡Claro! —Charlotte no lo dudó ni un segundo. Eracomo si supiera exactamente lo que quería decir—. Mellamo Charlotte. Tengo dos hermanas, y en julio nos han

regalado una perrita que se llama Suki. La adaptamos de unaperrera y es preciosa.

—Estupendo, Charlotte. Gracias —dijo la señoraPetosa—. Muy bien, ¿a quién le toca ahora?

Cordero al matadero

«COMO un cordero al matadero»: Algo que se dicesobre alguien que va tranquilamente a algún sitio sin saberque va a sucederle algo desagradable.

La noche de antes lo había buscado en Google. En esoestaba pensando cuando la señora Petosa me llamó por minombre y de pronto me tocó hablar.

—Me llamo August —dije. Bueno, más bien lomascullé.

—¿Cómo? —preguntó alguien.—¿Puedes hablar más alto, cielo? —dijo la señora

Petosa.—Me llamo August —dije en voz alta, obligándome a

levantar la vista—. Tengo... eh... una hermana que se llamaVia y una perra que se llama Daisy. Y... eh... ya está.

—Estupendo —contestó la señora Petosa—. ¿Alguienquiere preguntarle algo a August?

Nadie dijo nada.—Muy bien. Ahora te toca a ti —le dijo la señora

Petosa a Jack.—Espere, yo tengo una pregunta para August —dijo

Julian, levantando la mano—. ¿Por qué llevas esa trenzapequeña en la parte de atrás de la cabeza? ¿Es un rolloPadawan?

—Sí —asentí, encogiéndome de hombros.—¿Qué es un rollo Padawan? —preguntó la señora

Petosa, sonriéndome.—Es de La guerra de las galaxias —contestó Julian

—. Un Padawan es un aprendiz de Jedi.—Ah, muy interesante —repuso la señora Petosa

mirándome—. ¿Te gusta La guerra de las galaxias,August?

—Supongo —contesté sin levantar la vista, porque loque de verdad quería hacer era deslizarme por la silla ymeterme debajo de la mesa.

—¿Cuál es tu personaje favorito? —preguntó Julian.Empecé a pensar que a lo mejor no era tan malo.

—Jango Fett.—¿Y Darth Sidious? —preguntó—. ¿Te gusta?—Vale, chicos, podéis hablar de cosas de La guerra

de las galaxias en el descanso —dijo la señora Petosaalegremente—. Vamos a seguir. Aún no nos has contadonada sobre ti —le dijo a Jack.

Jack se puso a hablar, pero reconozco que no oí ni unapalabra de lo que dijo. A lo mejor nadie había pillado lareferencia a Darth Sidious, y puede que Julian no lo dijesecon mala intención, pero en La guerra de las galaxias,Episodio III: La venganza de los Sith, unos rayos Sith lequeman la cara a Darth Sidious y lo dejan completamentedeforme. Se le arruga la piel y es como si se le derritiese la

cara.Miré hacía donde estaba Julian y vi que estaba

mirando. Sí, sabía perfectamente lo que decía.

Elegid ser amables

CUANDO sonó el timbre todo el mundo se levantópara salir. Miré mi horario y comprobé que la siguienteclase era lengua, en el aula 321. No me paré a ver si alguienmás iba al mismo sitio que yo; salí pitando del aula, eché acorrer por el pasillo y me senté tan lejos de la primera filacomo pude. El profesor, un hombre muy alto de barbarubia, estaba escribiendo algo en la pizarra.

Entraron varios grupos de chicos, pero no levanté lavista. Volvió a pasar lo mismo que había pasado en el aulade tutoría: nadie se sentó a mi lado aparte de Jack, queestaba bromeando con unos chico que no eran de nuestraaula. Se notaba que Jack era de esos chicos que caen bien.Tenía muchos amigos y hacía reír a la gente.

Cuando sonó el segundo timbre, se calló todo elmundo y el profesor se volvió para mirarnos. Se presentócomo el señor Browne y se puso a hablar de lo que íbamosa hacer durante el semestre. En un momento dado, entreHarry Potter y la piedra filosofal y El hobbit, se fijó enmí, pero siguió hablando como si nada.

Yo me dedicaba a garabatear en mi cuaderno mientrasél hablaba, pero de vez en cuando miraba furtivamente a losdemás alumnos. Charlotte estaba en aquella clase. Julian yHenry, también. Miles, no.

El señor Browne había escrito en mayúsculas en el lapizarra:

P-R-E-C-E-P-T-O

—Muy bien. Escribidlo todos en la parte superior dela primera página de vuestro cuaderno de lengua. —Mientras hacíamos lo que nos había pedido, añadió—:¿Quién sabe decirme qué es un precepto? ¿Lo sabe alguien?

Nadie levanto la mano.El señor Browne sonrió, asintió con la cabeza y se

giró para escribir algo más en la pizarra:

PRECEPTOS = REGLAS SOBRE LAS COSASQUE SON REALMENTE IMPORTANTES

—¿Como un lema? —preguntó alguien.—¡Como un lema! —contestó el señor Browne,

confirmando con un gesto mientras seguía escribiendo enla pizarra—. Como una cita famosa. Como una frase de unagalleta de la suerte. Cualquier dicho o principio que pudieramotivaros. Básicamente, un precepto es cualquier cosa quenos guía cuando tomamos una decisión sobre algoimportante.

Lo escribió todo en la pizarra y luego se giró paramirarnos.

—A ver, ¿qué cosas son realmente importantes? —preguntó

Unos cuantos levantaron la mano. El señor Browne losfue señalando y ellos contestaron mientras él escribía en lapizarra con muy mala letra:

NORMAS. TRABAJO EN CLASE. DEBERES

—¿Qué más? —preguntó mientras escribía, singirarse en ningún momento—. ¡Id diciéndomelo! —Y sepuso a escribir todo lo que le decían.

FAMILIA. PADRES. ANIMALES

—¡El medio ambiente! —gritó una chica.

EL MEDIO AMBIENTE,

Escribió en la pizarra y añadió:

¡NUESTRO PLANETA!

—¡Los tiburones, porque comen cosas muertas en elmar! —dijo uno de los chicos, un chaval llamado Reid, y elseñor Browne escribo:

TIBURONES.

—¡Las abejas!—¡Los cinturones de seguridad!—¡El reciclaje!—¡Los amigos!—Muy bien —dijo el señor Browne, y escribió todas

esas cosas. Luego se dio media vuelta para mirarnos denuevos—. Pero nadie ha dicho la cosa más importante detodas.

Todos nos quedamos mirándolo. Se nos habíanacabado las ideas.

—¿Dios? —preguntó un chico.Aunque el señor Browne escribo «Dios» se notaba que

no era la respuesta que esperaba. Sin decir nada, anotó:

¡QUIENES SOMOS!

—Quienes somos —dijo, subrayando cada palabra—.Quiénes somos. Nosotros. ¿Lo entendéis? ¿Qué clase depersona somos? ¿Qué clase de persona sois? ¿Acaso esono es lo más importante de todo? ¿No es la pregunta quedeberíamos hacernos a todas horas? ¿Qué clase de personasoy? ¿Alguien se ha fijado en la placa que hay junto a lapuerta del colegio? ¿Alguien ha leído lo que pone? ¿Nadie?

Miró a su alrededor, pero nadie sabía la respuesta.

—Pone: «Conócete» —dijo. Sonrió y asintió—. Yestáis aquí para aprender a conoceros.

—Pensaba que estábamos aquí para aprender lengua—soltó Jack, y todo el mundo se echó a reír.

—¡Bueno, sí, para eso también! —contestó el señorBrowne, en un gesto de lo más guay. Se volvió y se puso aescribir algo en mayúsculas que ocupaba toda la pizarra:

EL PRECEPTO DE SEPTIEMBRE DEL SEÑORBROWNE:

CUANDO PUEDAS ELEGIR ENTRE TENER LARAZON

O SER AMABLE, ELIGE SER AMABLE.

—Bien, escuchad todos —dijo, mirándonos de nuevo—. Quiero que empecéis una sección nueva en vuestrocuaderno y la llaméis «Los preceptos del señor Browne».—Siguió hablando mientras hacíamos lo que nos habíamandado—. Poned la fecha de hoy en la parte superior dela primera página. A partir de hoy, a comienzos de cadames, voy a escribir un nuevo precepto del señor Browne enla pizarra y vosotros vais a escribirlo en vuestroscuadernos. Luego hablaremos de ese precepto y de lo quesignifica. Y a finales de mes escribiréis una redacciónsobre él y sobre lo que significa para vosotros. Así, al finalde curso tendréis vuestra propia lista de preceptos. A todos

mis alumnos les pido que durante el verano piensen en unprecepto, lo escriban en una postal y me la envíen desdedonde están de vacaciones.

—¿Y la gente lo hace? —preguntó una chica cuyonombre no conocía.

—¡Claro! —contestó—. La gente lo hace. Algunosalumnos me han seguido enviando nuevos preceptos variosaños después de graduarse. Es increíble.

Hizo una pausa y se acarició la barba.—Pero ya sé que el próximo verano os parece muy

lejos todavía —bromeó, y todos nos reímos—. Así querelajaos un poco mientras paso lista. Cuando acabemos, oscontaré todas las cosas divertidas que vamos a hacer estecurso... en lengua —añadió señalando a Jack. Eso tambiéntuvo su gracia, y todos volvimos a reírnos.

Mientras escribía el precepto para septiembre delseñor Browne, de pronto me di cuenta de que el colegio ibaa gustarme. Pasara lo que pasase.

La comida

VIA me había advertido cómo era el momento de lacomida en un colegio de secundaria, así que debería habersabido que sería difícil. Lo que no me esperaba era quefuese tan difícil. En resumen, todos los alumnos de todaslas clases de quinto entraban en la cafetería al mismotiempo, hablando a gritos y empujándose unos a otrosmientras corrían hacia las mesas. Una de las monitores delcomedor había dicho que no se podía reservar el sitio, peroyo no sabía a qué se refería, y puede que los demástampoco, porque casi todo el mundo le estaba reservandoel sitio a algún amigo. Intenté sentarme a una mesa, pero elchico de la silla de al lado me dijo:

—Lo siento, está ocupado.Me fui a una mesa vacía y esperé a que acabase la

estampida para que la monitora del comedor nos dijese quéhacer a continuación. Mientras nos decía cuáles eran lasnormas de la cafetería, miré a mi alrededor para ver dóndeestaba sentado Jack Will, pero no lo vi en la parte delcomedor donde estaba yo. Los alumnos seguían llegando ylos monitores llamaron a las primeras mesas para quecogiesen las bandejas y se pusiesen en la fila ante la barra.Julian, Henry y Miles estaban sentados a una mesa en elfondo el comedor.

Mamá me había puesto un sándwich de queso, unasgalletas saladas y un zumo, así que cuando llamaron a mimesa no tuve que levantarme para hacer cola. En vez de esome concentré en abrir la mochila y sacar la bolsa de lacomida. Lentamente abrí el envoltorio de papel de aluminiodel sándwich.

Sabía que me estaban mirando aunque no levantase lavista. Sabía que se daban codazos unos a otros y que memiraban con el rabillo del ojo. Pensaba que ya estabaacostumbrado a ese tipo de mitradas, pero parece que no.

Había una mesa llena de chicas que cuchicheabansobre mí. Lo sabía porque para hablar se tapaban la bocacon la mano, así que sus miradas y sus susurros mellegaban de rebote.

No me gusta nada mi manera de comer. Sé que cuandocomo tengo una pinta muy rara. Cuando era bebé meoperaron para arreglarme el paladar hendido, y otra vezcuando tenía cuatro años, pero sigo teniendo un agujero enel paladar. Y aunque me volvieron a operar para alinearmela mandíbula hace años, tengo que masticar la comida conla parte delantera de la boca. Yo no sabía la pinta que teníahasta que un día fui a una fiesta de cumpleaños y uno de losniños le dijo a la madre del niño que hacía la fiesta que noquería sentarse a mi lado porque no paraba de escupirmigajas de comida. Sé que el niño no quería serdesagradable, pero le echaron la bronca y esa noche su

madre llamó a la mía para pedirle disculpas. Cuando volví acasa, me coloqué delante del espejo del cuarto de baño yme puse a comerme una galleta salada para ver comomasticaba. El niño tenía razón. Cuando como parezco unatortuga —si es que alguna vez habéis visto una tortugacomer— o una criatura prehistórica del pantano.

La mesa del verano

—¿Este sitio está ocupado?Levanté la vista y ante mi mesa vi a una chica que no

había visto antes con una bandeja llena de comida. Tenía elpelo castaño, largo y ondulado, y llevaba una camisetamarrón con el símbolo de la paz en morado.

—Eh... no —contesté.Dejó la bandeja de comida sobre la mesa, soltó la

mochila en el suelo, se sentó frente a mí y se puso acomerse los macarrones con queso que tenía en la bandeja.

—Puaj —dijo después de tragarse el primer bocado—. Yo también debería haberme traído un sándwich.

—Sí —le contesté.—Por cierto, me llamo Summer. ¿Y tú?—August.—Guay —dijo.—¡Summer! —gritó otra chica que se acercaba a la

mesa con una bandeja—. ¿Por qué te has sentado aquí?Vuelve a la otra mesa.

—Estaba demasiado llena —contestó Summer—. Vena sentarte aquí. Hay más sitio.

La otra chica se quedó confundida durante unossegundos. Me di cuenta de que era una de las chicas a lasque había pillado mirándome unos minutos antes, las que

susurraban mientras se tapaban la boca con la mano.Supongo que Summer debía ser otra de las chicas que habíasentadas a la mesa.

—Da igual —dijo la chica, y se fue.Summer me miró, sonrió encogiéndose de hombros y

volvió a llevarse a la boca el tenedor lleno de macarronescon queso.

—Oye, nuestros nombres hacen juego —dijo sin dejarde masticar. Creo que se dio cuenta de que no estabaentendiendo a qué se refería—. Summer. August [1] —añadió, sonriendo, con los ojos como platos, mientrasesperaba que yo lo pillase.

—Ah, sí —dije un segundo después.—Podemos hacer que esta sea la «mesa del verano»

—propuso—. Aquí solo podrán sentarse los que tengannombres de verano. A ver... ¿hay alguien que se llame Junioo Julia?

—Hay una Maya —contesté.—En realidad, en mayo es primavera —dijo Summer.

Pero si quiere sentarse aquí, podríamos hacer unaexcepción. —Lo dijo como si lo pensase de verdad—.También esta Julian. Es como el nombre de Julia, que vienedel mes julio.

No contesté.—En mi clase de lengua hay un chico que se llama

Reid —dije.

—Sí, conozco a Reid, pero ¿por qué es un nombre deverano? —preguntó.

—No sé —contesté, encogiéndome de hombros—. Laidea de reírse me recuerda al verano.

—Ya vale —dijo dándome la razón, y sacó sucuaderno—. La señora Petosa también podría sentarse aquí.Su apellido suena a «pétalo», que también recuerda alverano.

—Yo la tengo de tutora —dije.—Y yo en mates —contestó, haciendo una mueca.Se puso a escribir una lista de nombres en la

penúltima página del cuaderno.—¿Quién más? —preguntó.Al final de la comida teníamos una lista de nombres de

alumnos y profesores que podrían sentarse a nuestra mesasi querían. La mayoría no eran nombres de veranopropiamente dichos, pero tenían alguna relación con elverano. Hasta encontré la manera de hacer que valiese elnombre de Jack Will con la excusa de que su nombre podíaconvertirse en una frase sobre el verano, como «Jack Willirá a la playa[2]», y Summer me dio la razón.

—Pero si alguien no tiene un nombre de verano yquiere sentarse con nosotros —dijo muy seria—, ledejaremos si nos cae bien, ¿vale?

—Vale —contesté asintiendo—. Aunque tenga unnombre de invierno.

—Guay —contestó, levantando el pulgar en señal deaprobación.

Summer sí que recordaba el verano. Estaba morena ytenía los ojos verdes como las hojas de los árboles.

Del uno al diez

MAMÁ siempre tiene la manía de que puntúe lascosas en una escala del uno al diez. Todo empezó cuandome operaron de la mandíbula y no podía hablar porque mela habían inmovilizado. Me habían quitado un trozo dehueso de la cadera para instalármelo en la barbilla para queasí pareciese más normal, así que me dolía en un montónde sitios. Mamá señalaba uno de los vendajes y yo levantabalos dedos para decirle cuanto me dolía. Uno quería decir unpoco. Diez quería decir mucho, mucho, mucho. Luego,cuando el médico me visitaba, ella le decía que vendajenecesitaba que me ajustase y cosas así. A veces, a mamá sele daba muy bien leerme el pensamiento.

A partir de entonces, nos acostumbramos a hacer lo dela escala del uno al diez para cualquier cosa que medoliese. Por ejemplo, si me dolía la garganta, mepreguntaba: «¿Del uno al diez?», y yo contestaba: «Tres», olo que fuera.

Cuando acabaron las clases, salí del colegio y vi a mimamá. Estaba esperándome frente a la entrada principaligual que los demás padres o canguros.

—Bueno, ¿que tal te ha ido? ¿Del uno al diez? —fuelo primero que me preguntó después de abrazarme.

—Cinco —contesté, encogiéndome de hombros, y mi

respuesta la dejó totalmente sorprendida.—¡Vaya! —dijo en voz baja—. Es mejor de lo que

esperaba.—¿Vamos a recoger a Via?—Hoy la recoge la madre de Miranda. ¿Quieres que te

lleve la mochila, cielo? —Habíamos echado a andar entrelos niños y sus padres. Casi todos me habían visto y estabanseñalándome «en secreto».

—No hace falta —contesté.—Parece que pesa mucho, Auggie —dijo, y empezó a

quitármela.—¡Mamá! —exclamé, tirando de la mochila. Eché a

andar por delante de ella entre la gente.—¡Hasta mañana, August! —Era Summer, que iba en

dirección contraria.—Adiós, Summer —dije, saludándola también con un

gesto de la mano.—¿Quién era esa chica, Auggie? —me preguntó mamá

en cuanto cruzamos la calle y nos alejamos lo suficiente dela multitud.

—Summer.—¿Está en tu clase?—Tengo muchas clases.—¿Esta en alguna de tus clases? —dijo mamá.—No.Mamá esperó que dijese algo más, pero no me

apetecía hablar.—Entonces, ¿te ha ido bien? —preguntó mamá. Se

notaba que se moría de ganas de hacerme un millón depreguntas—. ¿Todos han sido amables contigo? ¿Te hangustado los profesores?

—Sí.—¿Y los chicos que conociste la semana pasada?

¿Han sido amables?—Sí, sí. He pasado mucho rato con Jack.—Estupendo, cariño. ¿Y ese tal Julian?Me acordé de su comentario sobre Darth Sidious. Era

como si lo hubiese hecho hace cien años.—No ha estado mal —dije.—¿Y la chica rubia, cómo se llamaba?—Charlotte. Mamá, ya te he dicho que todos han sido

amables.—Vale —contestó mamá.La verdad es que no sé por qué estaba enfadado con

mamá, pero el caso es que estaba enfadado. Cruzamos laavenida Amesfort y ella no volvió a abrir la boca hasta quellegamos a nuestra manzana.

—Entonces —dijo mamá— ¿cómo has conocido aSummer si no está en ninguna de tus clases?

—Nos hemos sentado juntos a la hora de la comida —contesté.

Había empezado a darle patadas a una piedra y a

pasármela de un pie a otro, como si fuese un balón defútbol, y a perseguirla por toda la acera.

—Parece muy simpática.—Si, es simpática.—Es muy guapa —dijo mamá.—Sí, ya lo sé —contesté—. Somos como la Bella y la

Bestia.No quise quedarme a ver la reacción de mamá. Eché a

correr por la acera persiguiendo la piedra después de darleuna patada al frente con todas mis fuerzas.

Padawan

ESA noche me corté la pequeña trenza que llevaba enla parte de atrás de la cabeza. Papá fue el primero en darsecuenta.

—Bien —dijo—. Nunca me gustó.Via no podía creerse que me la hubiese cortado.—¡Ha tardado años en crecerte! —dijo, casi enfada—.

¿Por qué te la has cortado?—No sé —contesté.—¿Alguien se ha burlado de ti?—No.—¿Le has dicho a Christopher que ibas a cortártela?—¡Ya ni siquiera somos amigos!—Eso no es verdad —dijo—. No me puedo creer que

te la hayas cortado así, sin más —añadió, arrogante, y salióde mi habitación dando un portazo.

Estaba acurrucado con Daisy en la cama cuando llegópapá para darme las buenas noches. Empujó suavemente aDaisy y se tumbó a mi lado sobre la manta.

—Dime, Canito —dijo—. ¿De verdad te ha ido bienen el día? —Eso de «Canito» lo había sacado de unosdibujos animados de un perro salchicha que se llamabaCanito. Me había comprado el DVD en eBay cuando yotenía unos cuatro años y lo habíamos visto un montón de

veces, sobre todo en el hospital. El me llamaba Canito y yolo llamaba «mi viejo y cansado padre», igual que elcachorro llamaba a su padre en la serie.

—Sí, ha ido muy bien —contesté, confirmándolo conun gesto.

—Esta noche has estado muy callado.—Será que estoy cansado.—Ha sido un día largo, ¿eh?Asentí.—Pero ¿de verdad te ha ido bien?Volví a asentir, pero él no contestó.—En realidad, me ha ido mejor que bien —dije unos

segundos después.—Me alegra oírlo, Auggie —dijo en voz baja, y me

dio un beso en la frente—. Parece que mamá tenía razóncuando dijo que debías ir al colegio.

—Sí. Pero puedo dejar de ir si quiero, ¿no?—Ese fue el trato, sí —contestó—. Aunque supongo

que también dependería de por qué quisieras dejar de ir.Tendrías que contárnoslo. Tendrías que hablar con nosotrosy decirnos cómo te sientes y si te está pasando algo malo,¿vale? ¿Me prometes que nos lo contarías?

—Sí.—¿Puedo preguntarte una cosa? ¿Estás enfadado con

mamá? Has estado toda la noche enfurruñado con ella.¿Sabes, Auggie?, yo tengo tanta culpa como ella de haberte

enviado al colegio.—No, ella tiene más. La idea fue suya.En ese momento mamá llamó a la purga y asomó la

cabeza.—Solo quería darte las buenas noches —dijo. Y

durante un segundo me pareció detectar algo de timidez ensu tono de voz.

—Hola, mamá —contestó papá, cogiéndome la manoy saludándola con ella.

—He oído que te has cortado la trenza —me dijomamá, sentándose en el borde de la cama junto a Daisy.

—No es para tanto —contesté rápidamente.—No he dicho lo que sea —repuso mamá.—¿Por qué no arropas tú a Auggie esta noche? —le

dijo papá levantándose—. Yo tengo cosas que hacer.Buenas noches, hijo mío. —Esa era otra frase de las deCanito y Canuto, pero yo no tenía ganas de decirle:«Buenas noches, mi viejo y cansado padre»—. Estoy muyorgulloso de ti —añadió papá, y se levantó de la cama.

Mamá y papá siempre se habían turnado paraarroparme en la cama. Ya sé que yo ya soy demasiadomayor para estas cosas, pero así funcionamos en casa.

—¿Puedes ir a ver cómo está Via? —le dijo mamámientras se tumbaba a mi lado.

Papá se quedó parado junto a la puerta y se dio mediavuelta.

—¿Le pasa algo a Via?—No, nada —contestó mamá, encogiéndose de

hombros—. Bueno, a mí no me ha contado nada, pero...como ha sido su primer día de instituto...

—Ya —dijo papá. Me señaló con un dedo y guiñó unojo—. A los hijos siempre os pasa algo, ¿eh?

—No hay tiempo de aburrirse —contestó mamá.—No hay tiempo de aburrirse —repitió papá—.

Buenas noches.En cuanto serró la puerta, mamá sacó el libro que

había estado leyéndome durante las últimas semanas. Fueun alivio, porque me temía que quisiera «tener unaconversación», y a mí no me apetecía. Pero parece que amamá tampoco le apetecía hablar. Pasó las páginas hastallegar al punto donde nos habíamos quedado. Íbamos a lamitad de El hobbit. Mamá se puso a leer en voz alta:

—«¡Alto! ¡Alto!», gritó Thorin, pero ya era demasiadotarde; los excitados enanos habían malgastado sus últimasflechas y ahora los arcos que les había dado Beorn eraninútiles.

»Esa noche el pesimismo hizo mella en el grupo, yese pesimismo arraigó aún con más fuerza en los díassiguientes. Habían cruzado el arroyo encantado, pero alotro lado del sendero parecía serpentear igual que antes, yen el bosque no vieron ningún cambio.»

No sé por qué, pero de repente me eché a llorar.

Mamá dejó el libro y me abrazó. No parecíasorprendida al verme llorar.

—Tranquilo —me susurró al oído—. No pasa nada,tranquilo.

—Lo siento —dije, sorbiéndome la nariz.—Chist —dijo, secándome las lágrimas con el dorso

de la mano—. No hay nada que sentir...—¿Por qué tengo que ser tan feo, mamá? —susurré.—No, cielo, no eres...—Sé que sí.Me besó toda la cara. Besó mis ojos caídos. Me besó

en las mejillas, que parecía que alguien las hubiese hundidode un puñetazo. Besó mi boca de tortuga.

Me susurró palabras que sé que tenían intención deayudarme, pero las palabras no pueden hacer que mecambie la cara.

Despiértame cuando acabe septiembre

EL resto de septiembre fue duro. No estabaacostumbrado a levantarme tan temprano por la mañana. Noestaba acostumbrado a tener que hacer deberes. Y a finalesde mes tuve mi primer «control». Cuando mamá me dabaclase en casa no hacía «controles». Tampoco me gustaba notener tiempo libre. Antes podía jugar siempre que quisiese,pero ahora siempre tenía la sensación de que me faltabancosas que hacer para el colegio.

Al principio, estar en el colegio era horrible. Cadanueva clase que tenía era una nueva oportunidad que teníanlos chicos para intentar no mirarme fijamente. Pero memiraban furtivamente desde detrás de sus cuadernos ycuando pensaban que yo no estaba mirando. La mayoríadaba todo el rodeo que hiciese falta para evitar tropezarseconmigo, como si fuese a pegarles algún microbio, comosi mi cara fuese contagiosa.

En los pasillos, que siempre estaban llenos de gente,mi cara siempre sorprendía a algún niño desprevenido que alo mejor no había oído hablar de mí. El niño hacía esesonido que haces cuando aguantas la respiración antes desumergí en el agua, una especie de «¡uh!». Durante lasprimeras semanas eso me pasó unas cuatro o cinco veces aldía: en las escaleras, frente a las taquillas, en la biblioteca.

Quinientos alumnos en el colegio: al final todos acabaríanviéndome la cara. Pasados los primeros días supe que sehabía corrido la voz sobre mí, porque de vez en cuandopillaba a alguien dándole un codazo a su amigo mientraspasaban a mi lado, o tapándose la boca para hablar cuandopasaba por delante de ellos. Puedo imaginarme lo queestarían diciendo de mí. En realidad, prefiero no intentarimaginármelo.

No estoy diciendo que los niños hiciesen nada de todoesto con maldad: ni una sola vez vi a nadie reírse ni hacerruidos raros como burla. Solo hacían las tonterías quehacen todos los niños del mundo. Ya lo sé. Me hubiesegustado decirles algo en plan: «Vale, no pasa nada. Ya séque soy raro. Podéis mirar, no muerdo». La verdad es quesi de repente un wookie empezase a ir al colegio, yosentiría curiosidad y seguramente lo miraría a escondidas.Y si me lo cruzase yendo por ahí con Jack o con Summer,seguramente les susurraría disimuladamente: «Mirad, es elwookie». Y si el wookie me pillase diciéndolo, sabría queno lo decía con maldad; simplemente estaría señalando elhecho de que es un wookie.

Los niños de mi clase tardaron más o menos unasemana en acostumbrarse a mi cara. A esos chicos los veíaa diario en todas mis clases.

Los otros niños de mi curso tardaron unas dossemanas en acostumbrarse a mi cara. A esos niños los veía

en la cafetería, en el patio, en gimnasia, en música, en labiblioteca o en clase de informática.

El resto del colegio tardó cosa de un mes enacostumbrarse. Eran alumnos que estaban en otros cursos.Algunos eran muy altos. Unos llevaban unos pelos muyraros. Otros llevaban pendientes en la nariz. Otros teníangranos. Ninguno se parecía a mí.

Jack Will

CON Jack coincidía en el aula de tutoría, en lengua, enhistoria, en informática, en música y en ciencias, que erantodas las clases que teníamos los dos. Los profesoresasignaron los asientos en cada clase, y en todas acabésentándome al lado de Jack, así que supuse que, o a losprofesores les habían dicho que nos sentasen juntos, o erauna casualidad increíble.

También iba de una clase a otra con Jack. Sé que sedaba cuenta de que los niños me miraban, pero hacía comoque no se enteraba. Una vez, de camino a clase de historia,un chico enorme de octavo que bajaba los escalones de dosen dos se tropezó con nosotros accidentalmente a los piesde la escalera y me tiró al suelo. Mientras me ayudaba alevantarme, el chico me miró a la cara y, sin querer, se leescapó: «¡Hala!». Luego me dio una palmada en el hombro,como si quisiera quitarme el polvo, y salió disparado detrásde sus amigos. No sé por qué, Jack y yo soltamos unacarcajada.

—¿Has visto qué cara ha puesto ese tío? —dijo Jackcuando nos sentamos en clase.

—Ya lo sé —contesté—. Ha dicho: «¡Hala!».—¡Seguro que se ha meado encima!Nos pusimos a reírnos tan fuerte que el profesor, el

señor Roche, tuvo que pedirnos que nos calmásemos.Luego, cuando acabamos de leer que los antiguos

sumerios habían construido relojes de sol, Jack mesusurró:

—¿Alguna vez te entran ganas de pegarles a esoschicos?

Me encogí de hombros.—Supongo. No sé.—A mí sí me entrarían. Deberías pillarte una pistola

de agua secreta, o algo así, y conectarla a tus ojos. Así,cada vez que te mirasen, les dispararías en la cara.

—Con limo verde, o yo qué sé —contesté.—No, no. Con baba de babosa mezclada con pis de

perro.—¡Sí! —exclamé, dándole la razón.—Chicos —dijo el señor Roche desde la otra punta de

la clase—. Hay gente que aún no ha terminado de leer.Asentimos y agachamos la cabeza sobre los libros.—¿Siempre vas a tener esta pinta, August? —susurró

Jack—. Quiero decir, ¿no puedes hacerte una operación decirugía estética?

Sonreí y me señalé la cara.—Oye, que esta pinta la tengo gracias a la cirugía

estética.Jack se dio una palmada en la frente y se puso a reír

como un histérico.

—¡Tío, deberías demandar a tu médico! —contestóentre risas.

Los dos nos reímos tanto que no pudimos parar nisiquiera cuando el señor Roche se acercó a nosotros y nosobligó a cambiar de sitio con los niños que teníamos cadauno a nuestro lado.

El precepto del mes de octubre del señorBrowne

EL precepto del mes de octubre del señor Browneera:

TUS ACTOS SON TUS MONUMENTOS.

Nos dijo que estaba escrito en la tumba de no sé quéegipcio que había muerto hacía miles de años. Comoestábamos a punto de estudiar el antiguo Egipto en historia,el señor Browne pensó que aquel precepto era una buenaelección.

Nos pidió que escribiéramos una redacción cortasobre lo que pensábamos que significaba aquel precepto osobre lo que nos inspiraba.

Esto es lo que escribí yo:Este precepto significa que se nos debería recordar

por las cosas que hacemos. Las cosas que hacemos son lascosas más importantes de todas. Son más importantes quelo que decimos o que nuestro aspecto. Las cosas que

hacemos duran más que nuestras vidas. Las cosas quehacemos son como los monumentos que la gente construyepara honrar a los héroes cuando ya han muerto. Son comolas pirámides que construyeron los egipcios para honrar alos faraones. Pero en lugar de estar hechas de piedra, lascosas que hacemos están hechas de los recuerdos que lagente tiene de ti. Por eso tus actos son como tusmonumentos. Están construidos con recuerdos y no conpiedra.

Mi fiesta de cumpleaños

MI cumpleaños es el 10 de octubre. Me gusta la fechade mi cumpleaños: 10/10. Habría sido genial si hubiesenacido a las 10.10 de la mañana o de la noche, pero no.Nací justo después de las doce de la noche. Aun así, memola la fecha de mi cumpleaños.

Normalmente lo celebro en casa, pero este año lepregunté a mamá si podía celebrarlo en la bolera. A mamále sorprendió, pero se alegró. Me preguntó a quién queríainvitar de mi clase, y dije que a todos los de mi aula detutoría y a Summer.

—Esos son muchos niños, Auggie —dijo mamá.—Tengo que invitarlos a todos porque no quiero que

nadie se sienta ofendido al saber que he invitado a unos y aellos no ¿vale?

—Vale —asintió mamá—. ¿También quieres invitar alchico que te dijo eso de «¿Qué le pasa a tu cara?»?

—Si puedes invitar a Julián —contesté—. Oye, mamáya podrías olvidarte de aquello.

—Es verdad, tienes razón.Un par de semanas después le pregunté a mamá quién

iba a ir a la fiesta.—Jack Will, Summer, Reid Kingsley y los dos Max. Y

un par de personas dijeron que intentarían pasar.

—¿Quiénes?—La madre de Charlotte dijo que Charlotte tenía un

recital de danza un poco antes, pero que intentaría ir a lafiesta si le daba tiempo. Y la madre de Tristan dijo que a lomejor Tristan iría después del partido de fútbol.

—¿Ya está? —pregunté—. Son unas... cinco personas.—Son más de cinco personas, Auggie. Creo que

mucha gente ya tenía planes —contestó mamá.Estábamos en la cocina. Eva estaba cortando en

trocitos diminutos una de las manzanas que acabábamos decomprar en la frutería para que pudiese comérmela.

—¿Qué clase de planes? —pregunté.—No lo sé, Auggie. Enviamos las invitaciones tarde.—¿Qué te dijeron? ¿Qué razones te dieron?—Cada uno tenía sus razones, Auggie —dijo con

impaciencia—. De verdad, cielo, no deberían importartesus razones. La gente ya tenía planes, nada más.

—¿Qué excusa puso Julián? —pregunté.—¿Sabes?, su madre fue la única que no contestó —

dijo, y me miró—. De casta le viene al galgo ser rabilargo.Me eché a reír porque pensé que estaba contando un

buen chiste, pero enseguida vi que no.—¿Y eso qué significa? —pregunté.—Déjalo. Ve a lavarte las manos para comer.Mi fiesta de cumpleaños acabó siendo mucho más

reducida de lo que había pensado, pero aun así estuvo

genial. Del colegio fueron Jack, Summer, Reid, Tristan ylos dos Max, y Christopher también... desde Bridgeport consus padres. Y el tío Ben. Y la tía Kate y el tío Po llegaronen coche desde Boston, aunque la abuelita y el abuelitoestaban en Florida pasando el invierno. Fue muy divertido,porque todos los adultos acabaron jugando a los bolos en lapista que había junto a la nuestra, así que parecía que habíaasistido un montón de gente para celebrar mi cumpleaños.

Halloween

EL día siguiente, a la hora de la comida, Summer mepreguntó de qué iba a disfrazarme en Halloween. Yo llevabapensándolo desde el Halloween del año anterior, así que losabía de sobra.

—Boba Fett.—Sabes que en Halloween puedes venir a clase

disfrazado, ¿no?—¿No me digas? ¿De verdad?—Mientras sea un disfraz políticamente correcto.—O sea, que nada de pistolas.—Eso es.—¿Y desintegradores?—Yo diría que un desintegrador es una pistola,

Auggie.—Vaya —dije negando con la cabeza. Boba Fett lleva

un desintegrador.—Por lo menos ya no tenemos que venir disfrazados

como un personaje de libro. Eso era lo que teníamos quehacer en primaria. El año pasado me disfracé de la malvadabruja del Oeste, de El mago de Oz.

—Pero eso es una película, no un libro.—¿No me digas? —contestó Summer—. ¡Antes era

un libro! De hecho, es uno de mis libros favoritos. Cuando

estaba en primero, mi padre me lo leía por las noches.Cuando Summer habla, sobre todo cuando se

emociona con algo, entorna los ojos como si estuvieramirando al sol

Durante el día apenas la veo, porque la única clase enla que coincidimos es en la de lengua. Pero desde el primerdía que comimos juntos en el colegio, nos hemos sentadoen la mesa de verano todos los días, ella y yo solos.

—¿Y tú de qué te vas a disfrazar? —pregunté.—Aún no lo sé. Sé de qué me gustaría disfrazarme,

pero creo que a lo mejor parece un poco cursi. Las chicasdel grupo de Savanna no se van a disfrazar este año. Dicenque somos demasiado mayores para disfrazarnos enHalloween.

—¿Cómo? Qué tontería.—Ya lo sé.—Creía que no te importaba lo que pensasen esas

chicas.Se encogió de hombros y le dio un buen trago a la

leche.—Entonces, ¿qué es esa cosa tan cursi de la que

quieres disfrazarte? —pregunté, sonriendo.—¿Prometes no reírte? —Levantó las cejas y los

hombros, avergonzada—. De unicornio.Sonreí y bajé la vista para mirar mi sándwich.—¡Oye, has prometido no reírte! —dijo, riéndose.

—Vale, vale —contesté—. Pero tienes razón: esdemasiado cursi.

—¡Ya lo sé! —dijo—. Pero lo tengo todo pensado:haría la cabeza de papel maché y pintaría el cuerno y lamelena de dorado. Sería alucinante.

—Vale —respondí, encogiéndome de hombros—.Entonces, deberías hacerlo. ¿A quién le importa lo quepiensen los demás?

—A lo mejor, lo que hago es llevarlo solo para eldesfile de Halloween —dijo, y chasqueó los dedos—. Ypara el colegio me disfrazaré de... gótica. Sí, ya está, eso eslo que voy a hacer.

—Parece un buen plan —repuse.—Gracias, Auggie —dijo entre risas—. ¿Sabes?, eso

es lo que más me gusta de ti. Siento que puedo contartecualquier cosa.

—¿Sí? —contesté, y levanté un pulgar en señal deaprobación—. Guay.

Fotos del Colegio

NO creo que a nadie le sorprenda descubrir que noquiero que me hagan una foto en el colegio el 22 deoctubre. Ni hablar. No, gracias. Hace mucho tiempo que nodejo que me hagan fotos. Supongo que podría decirse quees una fobia. Pero no, en realidad no es una fobia. Es una«aversión», una palabra que he aprendido hace poco enclases del señor Browne. Tengo aversión a que me haganfotos. Hala, ya la he usado en una frase.

Pensé que mamá intentaría que no hiciesen una fotoen el colegio, pero no hizo nada. Desgraciadamente, aunqueconseguí que no me hiciesen la foto individual, no pudelibrarme de salir en la foto de la clase. Uf. Cuando me vioel fotógrafo, parecía que acababa de chupar un limón. Estoyseguro de que pensó que iba a echarle a perder la foto. Yoera uno de los que estábamos en primera fila, sentados. Nosonreí, aunque no creo que nadie hubiese notado ladiferencia.

Tocar el queso

NO hace mucho tiempo que noté que, aunque la gentese estaba acostumbrando a mí, nadie quería tocarme. Alprincipio no me di cuenta porque tampoco es que losalumnos vayan en secundaria tocándose unos a otros, claro.Pero el pasado jueves, en clase de danza, que es la claseque menos me gusta, la señora Atanabi, la profesora,intentó que Ximena Chin fuera mi pareja de baile. Nuncahabía visto a nadie tener un «ataque de pánico», pero lohabía oído nombrar muchas veces, y estoy seguro de que enese momento a Ximena le entró un ataque de pánico. Sepuso muy nerviosa, se quedó pálida y enseguida empezó asudar. Entonces se le ocurrió la excusa cutre de que teníaque ir al cuarto de baño urgentemente. El caso es que laseñora Atanabi dejó que se librase, porque al final no noshizo bailar en pareja.

Otro ejemplo: ayer, en la optativa de ciencias,estábamos haciendo un experimento guay con unos polvosmisteriosos. Primero teníamos que clasificar una sustanciacomo ácido o base. Después debíamos calentar los polvosmisteriosos en una placa calefactora y observar lo quepasaba, por eso estábamos apiñados alrededor de los polvoscon nuestros cuadernos. Somos ocho alumnos en laoptativa, y siete de ellos estaban amontonados a un lado de

la placa mientras el otro —yo— tenía un montón de sitio alotro lado. Yo me di cuenta, claro, pero esperaba que laseñora Rubin no se diese cuenta, porque no quería quedijese nada. Pero claro que se dio cuenta, y claro que dijoalgo.

—Chicos, hay mucho sitio en este otro lado. Tristan,Nino, poneos aquí —dijo, y Tristan y Nino se colocaron ami lado.

Tristan y Nino siempre han sido amables conmigo.Quiero que conste en acta que he dicho esto. Nosuperamables, en plan de venir hasta donde estoy yo parahablar conmigo, pero sí amables en plan de saludarme yhablarme con normalidad. Ni siquiera pusieron una caraespecialmente rara cuando la señora Rubin les dijo que secolocasen a mi lado, algo que sí hacen muchos otroscuando piensan que no estoy mirando. En fin, el caso esque todo iba bien hasta que los polvos misteriosos deTristan comenzaron a derretirse. Cuando lo vio, Tristanquitó su trozo de papel aluminio de la placa, pero justo enese momento mis polvos también empezaban a derretirse, ypor eso fui a quitarlos de la placa. Entonces, toqué sumamo con la mía sin querer durante una milésima desegundo. Tristan la apartó tan deprisa que se le cayó elpapel de aluminio al suelo y, con el movimiento, tiró los detodos los demás de la placa calefactora.

—¡Tristan! —gritó la señora Rubin, pero a Tristan no

le importaban los polvos tirados por el suelo ni haberestropeado el experimento. Su mayor preocupación era ir ala pila del laboratorio para lavarse las manos cuanto antes.

Entonces fue cuando supe que los alumnos delcolegio Beecher evitaban tocarme.

Creo que es como tocar el queso en el Diario deGreg. En esa historia, los chicos temían pillar microbios sitocaban el queso mohoso de la cancha de baloncesto. EnBeecher, el queso mohoso soy yo.

Disfraces

PARA mí, Halloween es la mejor fiesta del mundo.Mejor incluso que Navidad. Puedo disfrazarme. Puedollevar máscara. Puedo pasearme por ahí igual que cualquierotro niño con máscara sin que nadie piense que tengo unapinta rara. Nadie me mira dos veces. Nadie se fija en mí.Nadie me conoce.

Ojalá pudiese ser Halloween todos los días. Todospodríamos llevar máscara siempre. Podríamos pasearnospor ahí y conocernos antes de ver qué aspecto tenemosdebajo de las máscaras.

Cuando era pequeño, llevaba un casco de astronauta atodas partes. Al parque. Al supermercado. A recoger a Viadel colegio. Incluso en pleno verano, aunque hacía tantocalor que me sudaba la cara. Creo que lo llevé durante unpar de años, pero tuve que dejar de ponérmelo cuando meoperaron del ojo. Creo que tenía unos siete años. Y luegoya no pudimos encontrar el casco. Mamá lo buscó portodas partes. Pensó que habría acabado en el desván de losabuelos, y siempre decía que lo buscaría, pero paraentonces yo ya me había acostumbrado a no llevarlo.

Tengo fotos con todos mis disfraces de Halloween.En mi primer Halloween iba disfrazado de calabaza. En elsegundo, de Tigger. En el tercero, de Peter Pan (mi padre

iba disfrazado de Capitán Garfio). En el cuarto, de CapitánGarfio (mi padre iba disfrazado de Peter Pan). En el quinto,de astronauta. En el sexto, de Obi-Wan Kenobi. En elséptimo, de soldado clon. En el octavo, de Darth Vader. Enel noveno iba disfrazado del malo de Scream, con lamáscara de fantasma de la que sale sangre de mentira.

Este año voy a disfrazarme de Boba Fett, pero no elBoba Fett de El ataque de los clones, sino el Boba Fettadulto de El imperio Contraataca. Mamá buscó el disfrazpor todas partes, pero como no pudo encontrar ninguno demi tamaño, me compró un disfraz de Jango Fett —Jangoera el padre de Boba y llevaba la misma armadura— y pintóla armadura de verde. También hizo otras cosas para quepareciese gastada. El caso es que parece de verdad. A mamáse le dan muy bien los disfraces.

En clase de tutoría hablamos de cuál iba a ser nuestrodisfraz para Halloween. Charlotte iba a disfrazarse deHermione, la de Harry Potter. Jack iba a disfrazarse dehombre lobo. Me enteré de que Julian iba a disfrazarse deJango Fett y me pareció una casualidad increíble. Penséque no le gustaría enterarse de que yo iba a disfrazarme deBoba Fett.

La mañana del día de Halloween a Via le dio la llorerapor no sé qué. Via siempre es muy tranquila, pero este añole han dado un par de arrebatos de esos. Papá llegaba tardeal trabajo y no paraba de decir: «¡Vamos, Via! ¡Vamos!».

Normalmente, papá es superpaciente, menos en lo de llegartarde al trabajo, y sus gritos estresaron a Via aún más, asíque se puso a llorar aún más fuerte y por eso mamá le dijoa papá que me llevase al colegio y que ella se ocuparía deVia. Mamá se despidió de mí con un beso rápido, antes deponerme el disfraz, y se metió en la habitación de Via.

—¡Vámonos ya, Auggie! —dijo papá—. ¡Tengo unareunión a la que no puedo llegar tarde!

—¡Aún no me he puesto el disfraz!—Pues póntelo. Tienes cinco minutos. Te espero

afuera.Corrí a mi habitación y empecé a ponerme el disfraz

de Boba Fett, pero de repente dejó de apetecerme llevarlo.No sé muy bien por qué. A lo mejor fue porque tenía unmontón de correas que había que apretar y necesitaba ayudapara ponérmelo. O a lo mejor fue porque aún olía un poco apintura. Lo único que tenía claro era que iba a costarmemucho trabajo ponerme el disfraz y que papá estabaesperándome y que se pondría histérico si le hacía llegartarde. Así que en el último minuto me puse el disfraz delmalo de Scream del año anterior. Era un disfraz muy fácilde poner: solo era una larga túnica negra y una enormemáscara blanca. Grité «adiós» desde la puerta antes de salir,pero mamá no me oyó.

—Pensaba que ibas a disfrazarte de Jango Fett —dijopapá cuando salí.

—¡Boba Fett!—Qué más da —dijo papá—. De todos modos, este

disfraz es mejor.—Sí, es guay —contesté.

El malo de Scream

RECORRER los pasillos esa mañana de camino a lastaquillas fue, tengo que reconocerlo, genial. Todo eradiferente. Yo era diferente. Normalmente caminaba con lacabeza gacha, intentando evitar que me viesen, pero aqueldía caminaba con la cabeza bien alta, mirando a mialrededor. Quería que me viesen. Un niño que llevaba elmismo disfraz que yo, con la enorme cara de fantasma de laque salía sangre de mentira, me hizo un gesto de «chocaesos cinco» al cruzarnos en la escalera. No sé quién era, yél no tenía ni idea de quién era yo, pero me preguntédurante un segundo si habría hecho lo mismo si hubiesesabido que era yo quien se ocultaba bajo la máscara.

Empezaba a pensar que aquel iba a ser uno de los díasmás increíbles de toda mi vida, pero entonces llegué al aulade tutoría. El primer disfraz que vi al entrar en clase fue elde Darth Sidious. Tenía una de esas máscaras de gomasuperrealistas, con una enorme capucha negra que cubría lacabeza y una larga túnica negra. Enseguida supe que eraJulian, claro. Debía de haber cambiado de disfraz en elúltimo momento porque pensaba que yo iba a ir disfrazadode Boba Fett. Estaba hablando con dos momias, que debíande ser Miles y Henry, y todos estaban mirando hacia lapuerta como si estuviesen esperando a que entrase alguien.

Sabía que no esperaban ver al malo de Scream, sino a BobaFett.

Estuve a punto de sentarme en mi sitio de siempre,pero no sé por qué me puse en una mesa cerca de la suya ylos oí hablar.

—Se parece un montón a él —dijo una de las momias.—Sobre todo esta parte... —contestó la voz de Julian.

Se puso los dedos sobre las mejillas y los ojos de sumáscara de Darth Sidious.

—En realidad —dijo la momia—, a lo que se parecede verdad es a una de esas cabezas reducidas. ¿Las habéisvisto alguna vez? Es clavado a una de esas.

—Yo creo que se parece a un orco.—¡Es verdad!—Si yo tuviese esa pinta —contestó la voz de Julian,

riéndose—, os juro que me taparía la cara con una capuchatodos los días.

—Yo lo he pensado mucho —dijo la segunda momiamuy seria— y creo que... si yo tuviese esa pinta, creo queme suicidaría.

—Qué va —contestó Darth Sidious.—Sí, de verdad —insistió la misma momia—. No me

imagino mirándome al espejo todos los días y viéndomeasí. Sería horrible. Y que todo el mundo se me quedasemirando siempre...

—¿Y por qué te juntas tanto con él? —preguntó Darth

Sidious.—No sé —contestó la momia—. Traseronian me

pidió que estuviera con él al principio de curso y debió dedecirles a todos los profesores que nos sentasen juntos entodas las clases, o yo qué sé. —La momia se encogió dehombros. Conocía aquel gesto, claro está. Conocía aquellavoz. Quise salir corriendo de clase en ese momento, perome quedé plantado donde estaba y seguí escuchando a JackWill—. El caso es que siempre me sigue a todas partes.¿Qué queréis que haga?

—Déjalo tirado —contestó Julian.No sé qué contestó Jack, porque salí de clase sin que

nadie supiese que había estado allí. Mientras bajaba por laescalera me ardía la cara. Estaba sudando por debajo deldisfraz. Y me eché a llorar. No pude evitarlo. Tenía los ojostan llenos de lágrimas que apenas veía nada, pero no podíalimpiármelas porque caminaba con la máscara puesta.Estaba buscando un lugar diminuto donde meterme ydesaparecer. Quería un agujero en el que pudiese caerme:un agujero negro que se me comiese.

Nombres

NIÑO rata. Bicho raro. Monstruo. Freddy Krueger.E.T. Asqueroso. Cara lagarto. Sé cómo me llama la gente.He estado en suficientes parques para saber que los niñospueden ser muy malos. Lo sé, lo sé, lo sé.

Acabé en el cuarto de baño de la segunda planta. Nohabía nadie porque la primera clase ya había empezado ytodos estaban en sus aulas. Cerré la puerta de mi cubículo,me quité la máscara y me puse a llorar durante un buen rato.Luego fui a la enfermería y le dije a la enfermera que medolía el estómago, cosa que era cierta, porque me sentíacomo si me hubiesen dado un puñetazo en la barriga. Laenfermera Molly llamó a mamá y me dijo que me tumbaseen el sofá que había junto a su mesa. Quince minutosdespués, mamá estaba en la puerta.

—Cielo —dijo, mientras corría a abrazarme.—Hola —farfullé. No quería que me preguntase nada

hasta más tarde.—¿Te duele el estómago? —preguntó, poniéndome la

mano en la frente de manera automática para ver si teníafiebre.

—Dice que tiene ganas de vomitar —contestó laenfermera Molly, mirándome con unos ojos muy dulces.

—Y me duele la cabeza —susurré.

—Sería algo que has comido —dijo mamá, algopreocupada.

—Hay un virus intestinal por ahí suelto —respondió laenfermera Molly.

—Caray —dijo mamá, levantando las cejas y negandocon la cabeza. Me ayudó a levantarme—. ¿Llamo a un taxi opuedes volver andando?

—Puedo ir andando.—¡Qué chico tan valiente! —dijo la enfermera Molly

dándome una palmadita en la espalda mientras nosacompañaba hasta la puerta—. Si empieza a vomitar o le dafiebre, debería llamar al médico.

—Por supuesto —contestó mamá, estrechándole lamano—. Muchas gracias por cuidar de él.

—De nada —dijo la enfermera Molly. Me puso lamano debajo de la barbilla y me hizo levantar la vista—.Cuídate mucho, ¿vale?

—Gracias —mascullé, asintiendo con la cabeza.Mamá y yo volvimos a casa caminando abrazados. No

le conté nada de lo que había pasado; luego, cuando mepreguntó si me encontraba lo bastante bien para ir a pedirchuches por las casa después de clase, le dije que no.Aquello le preocupó, porque sabía cuánto me gustaba ir apedir chuches por las casas.

Oí que hablaba con papá por teléfono y le decía: «Nisiquiera tiene fuerzas para ir a pedir chuches por las casas...

No, no tiene fiebre... Sí, lo haré si mañana no se encuentramejor... Ya lo sé, pobrecillo... Imagínate cómo estará paraperderse la fiesta de Halloween».

También me libré de ir al colegio al día siguiente, queera viernes. Tenía todo el fin de semana para pensar. Estababastante seguro de que no iba a volver al colegio.

Segunda parte

VIA

Por encima del mundoel planeta Tierra está tristey yo no puedo hacer nada.

David Bowie, «Space Oddity»

Un paseo por la galaxia

AUGUST es el Sol. Mamá, papá y yo somos planetasque orbitamos alrededor del Sol. El resto de nuestrafamilia y amigos son asteroides y cometas que flotanalrededor de los planetas que orbitan alrededor del Sol. Elúnico cuerpo celeste que no órbita alrededor del SolAugust es la perra Daisy, y eso se debe únicamente a que,para sus diminutos ojos perrunos, la cara de August no sediferencia gran cosa de la de cualquier otro ser humano.Para Daisy, todas nuestras caras son parecidas, tan planas ypálidas como la luna.

Estoy acostumbrada al funcionamiento de esteuniverso. Nunca me ha importado porque es lo único quehe conocido. Siempre he entendido que August es especialy que tiene necesidades especiales. Si estaba tocandodemasiado fuerte y él estaba intentando dormir la siesta,sabía que tenía que tocar otra cosa porque él necesitabadescansar después de algún tratamiento que lo había dejadodébil y dolorido. Si quería que mamá y papá me viesenjugar al fútbol, sabía que nueve de cada diez veces se loiban a perder porque estaban ocupados llevando a August alogopedia, o a fisioterapia, o a algún nuevo especialista, o auna operación.

Mamá y papá siempre decían que era la niña más

comprensiva del mundo. No lo sé. Lo que sí sé es que noservía de nada quejarse. He visto a August después de susoperaciones, con su carita vendada e hinchada y sucuerpecito conectado a goteros y tubos para mantenerlocon vida. Después de haber visto a alguien pasar por todoeso, parece una locura quejarse por no haber tenido eljuguete que habías pedido, o porque tu madre se ha perdidola obra del colegio. Todo eso ya lo sabía con seis años. Nofue necesario que nadie me lo contase. Lo sabía, y punto.

Me he acostumbrado a no quejarme y a no molestar amamá y papá con tonterías. Me he acostumbrado a resolverlas cosas por mi cuenta: a arreglar juguetes, a organizarmela vida para no perderme las fiestas de cumpleaños de misamigas, a llevar los deberes al día para no quedarmerezagada en clase... Nunca he pedido ayuda con los deberes.Nunca han tenido que recordarme que acabase un trabajo nique estudiase para un examen. Si se me atragantaba algunaasignatura, me iba a casa y me ponía a estudiar hasta queacababa por entenderlo. Aprendí a convertir fracciones endecimales conectándome a internet. He hecho casi todoslos trabajos del colegio prácticamente yo sola. Cuandomamá o papá me preguntaban cómo me iba en el colegio,siempre decía que bien, aunque no siempre me hubiese idotan bien. Mi peor día, mi peor caída, mi peor dolor decabeza, mi peor moratón, mi peor calambre, lo peor que sele pueda ocurrir a alguien, nunca ha sido nada comparado

con lo que ha tenido que pasar August. Que conste que nolo digo por hacerme la estupenda: sé que las cosas son así.

Y así han sido siempre las cosas para mí y paranuestro pequeño universo. Pero este año parece haber unaalteración en el cosmos. La galaxia está cambiando. Losplanetas están dejando de estar alineados.

Antes de August

La verdad es que no recuerdo nada de mi vida antes deque August entrase en ella. Miro fotos de cuando era bebéy veo a mamá y papá sonriendo felices, conmigo en brazos.No me puedo creer lo jóvenes que parecían: papá era unmoderno y mamá era una guapa diseñadora brasileña. Hayuna foto mía en mi tercer cumpleaños: papá está detrás demí mientras mamá sostiene la tarta con tres velasencendidas, y detrás de nosotros están la abuelita y elabuelito, mi otra abuela, el tío Ben, la tía Kate y el tío Po.Todos me están mirando y yo estoy mirando la tarta. En esafoto se ve claramente que fui la primera hija, la primeranieta, la primera sobrina. No recuerdo cómo me sentí, peroen las fotos se ve claro como el agua.

No recuerdo el día que trajeron a August del hospital.No recuerdo lo que dije, ni lo que hice, ni cómo me sentí alverlo por primera vez, aunque todo el mundo tiene suversión de la historia. Al parecer, me quedé mirándolo unbuen rato sin decir nada, hasta que por fin dije: «¡No separece a Lilly!». Lilly era el nombre de una muñeca que losabuelos me habían regalado mientras mamá estabaembarazada para que pudiese «practicar» como hermanamayor. Era una de esas muñecas que parecen de verdad, y lahabía llevado a todas partes durante meses, le había

cambiado el pañal y le había dado de comer. Dicen quehasta me hice una bandolera para llevarla. Según cuentan,después de mi primera reacción al ver a August, solo tardéunos minutos (según los abuelos) o unos días (segúnmamá) en intentar acapararlo para darle besos, abrazarlo yhablarle como se les habla a los bebés. Después de aquellono volví a tocar ni a mencionar a Lilly.

Cómo veo a August

YO no veía a August tal como lo veía el resto de lagente. Sabía que no era exactamente normal, pero noentendía por qué los desconocidos se impresionan tanto alverlo. Horrorizados. Asqueados. Asustados. Podría usarmuchas palabras para describir la reacción en las caras de lagente. Durante mucho tiempo no lo entendía y meenfadaba. Me enfadaba cuando lo miraban fijamente y meenfadaba cuando apartaban la mirada. «¿Se puede saber quéestáis mirando?», les decía. También a los adultos.

Entonces, cuando tenía unos once años, me quedé conmi abuela durante cuatro semanas en Montauk mientrasoperaban a August de la mandíbula. Nunca había pasadotanto tiempo lejos de casa, y tengo que decir que fueincreíble sentirme liberada de repente de todas esas cosasque me hacían enfadar tanto. Nadie se nos quedaba mirandoa la abuela y a mí cuando íbamos al pueblo a hacer lascompras. Nadie nos señalaba. Nadie se fijaba en nosotras.

La abuela era una de esas abuelas que hacen de todocon sus nietos. Se metía corriendo en el mar si yo se lopedía. Me dejaba jugar con su maquillaje y no le importabaque usase su cara para practicar. Me llevaba a tomar heladoaunque aún no hubiésemos comido. Me dibujaba caballosde tiza en la acera delante de su casa. Una noche, mientras

volvíamos a casa paseando, le dije que ojalá pudiesequedarme a vivir con ella para siempre. Qué feliz me sentíaallí. Creo que posiblemente haya sido la vez que mejor melo he pasado en toda mi vida.

Al volver a casa después de cuatro semanas fuera, todose me hizo muy raro. Recuerdo perfectamente que entrépor la puerta y vi a August corriendo hacia mí para darme labienvenida. Durante una milésima de segundo, lo vi nocomo siempre lo había visto, sino como lo veían losdemás. Solo fue un momento, un segundo mientras meestaba abrazando, contento al verme de vuelta en casa, perome sorprendió porque nunca hasta entonces lo habíamirado así. Tampoco había sentido nunca lo que sentí enese momento: una sensación que me hizo pensar que eraodiosa por haberla tenido. Mientras me besaba de todocorazón, lo único que yo alcanzaba a ver era la baba que lecaía por la barbilla. Allí estaba yo, de repente, igualita quetodos los demás que lo miraban fijamente o que apartabanla mirada.

Horrorizada. Asqueada. Asustada.Afortunadamente, la sensación solo duró un segundo.

En cuanto oí la risa áspera de August, se me pasó. Todovolvió a ser igual que antes. Pero se había abierto unapuerta. Una pequeña mirilla. Y al otro lado de la mirillahabía dos August: el que yo veía ciegamente y el que veíanlos demás.

Creo que la única persona a quien se lo podría habercontado era a la abuela, pero no se lo conté. Era muy difícilde explicar por teléfono. Pensé que quizá cuando nosvisitase para Acción de Gracias le contaría lo que habíasentido. Pero mi preciosa abuela murió dos meses despuésde haberme quedado con ella en Montauk. Fue algototalmente inesperado. Al parecer, había ingresado en elhospital después de sentir náuseas. Mamá y yo fuimos averla, pero desde donde vivimos se tarda tres horas encoche y, para cuando llegamos al hospital, la abuela habíamuerto. Un infarto, nos dijeron. Así, sin más.

Qué curioso. Un día puedes estar en este mundo y, alsiguiente, ya no estar. ¿Adónde se fue? ¿Volveré a verlaalguna vez, o eso no es más que un cuento chino?

Vemos películas y series de la tele en las que la genterecibe noticias horribles en los hospitales. Para nosotros,con todos los viajes que hemos hecho con August alhospital, los finales siempre habían sido felices. Lo quemás recuerdo del día que murió la abuela es la imagen demamá dejándose caer hasta el suelo, sollozando lenta ypesadamente, y sujetándose el estómago como si alguienacabase de darle un puñetazo. Nunca jamás había visto amamá así. Nunca había oído unos sonidos así saliendo deella. En todas las operaciones de August mamá siemprehabía puesto buena cara.

El último día que estuve en Montauk, la abuela y yo

habíamos visto la puesta de sol desde la playa. Habíamoscogido una manta para sentarnos encima, pero habíarefrescado, así que nos tapamos con ella, nos acurrucamosla una contra la otra y hablamos hasta que no quedó ni unarodaja de sol sobre el mar. Entonces la abuela me dijo quetenía que contarme un secreto: me quería más que a nada enel mundo.

—¿Más que a August? —le pregunté.Sonrió y me acarició el pelo, como si estuviese

pensándose lo que iba a decir.—A Auggie lo quiero muchísimo —dijo en voz baja.

Aún recuerdo su acento portugués y cómo arrastraba la erre—. Pero él ya tiene muchos ángeles que velan por él, Via.Quiero que sepas que tú me tienes a mí velando por ti,¿vale, menina querida? Quiero que sepas que para mí ereslo primero. Para mí... —Miró al mar y extendió las manos,como si intentase alisar las olas—. Para mí lo eres todo.¿Me entiendes, Via? Tu és meu tudo.

La entendía. Y sabía por qué decía que era un secreto.Se supone que las abuelas no deberían tener un nietofavorito, eso lo sabe todo el mundo. Cuando murió, meaferré a ese secreto y dejé que me cubriese como unamanta.

August a través de la mirilla

Sus ojos están unos tres centímetros por debajo dedonde deberían estar, casi a mitad de camino de lasmejillas. Están inclinados hacia abajo formando un ánguloexagerado; casi parecen unos cortes diagonales que alguienle hubiera hecho en la cara, y el ojo izquierdo estásensiblemente más bajo que el derecho. Se le salen de lasórbitas porque estas son demasiado superficiales paradarles cabida. Los párpados de arriba siempre los tienemedio cerrados, como si estuviera a punto de dormirse.Los párpados de abajo los tiene tan caídos que casi pareceque alguien estuviese tirando de ellos hacia abajo con unhilo invisible: se puede ver la parte roja de dentro, casicomo si estuviesen vueltos del revés. No tiene cejas nipestañas. Su nariz es desproporcionadamente grande para eltamaño de su cara, y bastante carnosa. Donde deberían estarlas orejas, parece como si alguien hubiese usado unosalicates gigantescos para aplastarle la parte media de lacara. No tiene pómulos. Unos pliegues profundos queparecen de cera le bajan de ambos lados de la nariz hasta laboca. A veces, la gente cree que se quemó en un incendio:es como si sus rasgos se hubiesen derretido, como lasgotas de cera que caen por los lados de una vela. Variasoperaciones para arreglarle el paladar le han dejado unas

cuantas cicatrices alrededor de la boca; la que más se notaes un corte irregular que va desde la mitad del labiosuperior hasta la nariz. Los dientes de arriba los tienepequeños y separados. Tiene retrognatismo severo y unamandíbula mucho más pequeña de lo normal. Su barbilla esdiminuta. Cuando era muy pequeño, antes de que leimplantasen quirúrgicamente un trozo del hueso de lacadera en la mandíbula inferior, no tenía nada de barbilla.La lengua le colgaba fuera de la boca sin nada debajo paraimpedírselo. Afortunadamente, ahora está mejor. Al menospuede comer: cuando era más pequeño, se alimentaba através de un tubo. Y puede hablar. Y ha aprendido amantener la lengua dentro de la boca, aunque le costóvarios años de aprendizaje. También ha aprendido acontrolar el babeo; antes, la baba le caía por el cuello.Todas estas cosas se consideran milagros. Cuando era unbebé, los médicos creían que no sobreviviría.

También puede oír. Casi todos los niños que nacencon estos defectos de nacimiento tienen problemas en eloído medio que les impiden oír, pero de momento Augustoye bien a través de sus diminutas orejas con forma decoliflor. Los médicos creen que, con el tiempo, tendrá quellevar audífonos. August no quiere oír hablar del tema. Creeque los audífonos se notarán demasiado. Yo no le digo quelos audífonos serían la menor de sus preocupaciones,porque estoy segura de que lo sabe.

Aunque la verdad es que no estoy muy segura de quées lo que sabe o deja de saber August, ni de lo que entiendeo deja de entender.

¿August se da cuenta de cómo lo ven los demás, o sele da tan bien fingir que no ve que ya ni le molesta? ¿O sí lemolesta? Cuando se mira en el espejo, ¿ve al Auggie queven mamá y papá, o ve al Auggie que ven todos los demás?¿O verá a otro August, alguien ideal más allá de su cabeza ysu cara deformes? A veces, cuando miraba a mi abuela, pordebajo de sus arrugas veía a la chica guapa que había sido.Veía a la chica de Ipanema en sus andares de señora mayor.¿August se ve a sí mismo tal como podría haber sido?

Ojalá pudiese preguntarle estas cosas. Ojalá me dijesecómo se siente. Antes de las operaciones era más fáciladivinarlo. Sabías que cuando entrecerraba los ojos estabacontento; que cuando fruncía los labios estaba pensando enalguna travesura; que cuando le temblaban las mejillasestaba a punto de llorar.

Ahora tiene mejor aspecto, de eso no cabe duda, perolas señales que usábamos para evaluar su estado de ánimohan desaparecido. Hay otras nuevas, claro. Mamá y papásaben interpretarlas. A mí me cuesta trabajo mantenerme aldía. Además, hay una parte de mí que no quiere seguirintentándolo: ¿por qué no puede decir lo que siente, comotodo el mundo? Ya no lleva un tubo traqueal en la boca quele impide hablar ni tiene la mandíbula inmovilizada. Tiene

diez años. Puede hablar. Pero giramos a su alrededor comosi aún fuera un bebé. Cambiamos de planes, pasamos al planB, interrumpimos conversaciones, incumplimos promesas,dependiendo de su estado de ánimo, de sus caprichos, desus necesidades. Eso estaba bien cuando era pequeño, peroahora necesita madurar. Tenemos que dejarle, ayudarle,obligarle a madurar. Yo creo que hemos pasado tantotiempo intentando hacer que August piense que es normalque ahora piensa que es normal. El problema es que no esnormal.

El instituto

LO que más me gustaba del colegio de secundaria eraque se trataba de algo diferente e independiente de casa.Allí podía ser Olivia Pullman, y no Via, que era como mellamaban en casa. En primaria también me llamaban Via. Enaquella época todo el mundo lo sabía todo de nosotros,claro. Mamá me recogía y August siempre iba en elcochecito. No había mucha gente cualificada para hacer decanguro de Auggie, así que mamá y papá se lo llevaban atodas mis obras de teatro, conciertos, recitales yceremonias del colegio, a todas las ventas de bizcochoscon fines benéficos y a todas las ferias del libro. Misamigas lo conocían. Los padres de mis amigas lo conocían.Mis profesores lo conocían. El conserje lo conocía.(«¿Cómo te va, Auggie?», le decía, y le chocaba esoscinco). August casi formaba parte del mobiliario en laEscuela Pública número 22.

Pero en secundaria mucha gente no había oído hablarde August. Mis antiguas amigas, sí, claro, pero mis nuevasamigas no. O, si lo sabían, no era necesariamente loprimero que oían de mí. A lo mejor era lo segundo o lotercero que oían cuando alguien hablaba de mí. «¿Olivia?Sí, es maja. ¿Sabes que tiene un hermano deforme?»Siempre he adiado esa palabra, pero sabía que así era como

describían a Auggie. Y sabía que esas conversacionesseguramente se daban a todas horas cuando yo no estabadelante, cada vez que salía de la habitación en una fiesta ome encontraba con grupos de amigos en la pizzería. Nopasa nada. Siempre voy a ser la hermana de un niño con undefecto de nacimiento: ese no es el problema. Lo que pasaes que no siempre quiero que me conozcan por eso.

Lo mejor del instituto es que casi nadie me conoce.Menos Miranda y Eva, claro. Y saben que no tienen que irpor ahí hablando del tema.

Miranda, Eva y yo nos conocemos desde primero. Loque más me gusta es que nunca tenemos que darnosexplicaciones. Cuando decidí que quería que me llamasenOlivia en lugar de Via, lo pillaron sin que tuviera queexplicárselo.

Conocen a August desde que era un bebé. Cuandoéramos pequeñas, nuestro juego favorito era jugar avestirlo; le poníamos boas de plumas, sombrerosgrandísimos y pelucas de Hannah Montana. A él leencantaba, claro, y nosotras pensábamos que estaba mono yadorable a su manera. Eva decía que le recordaba a E.T. Nolo decía con maldad, claro (aunque a lo mejor sí lo decíacon un poco de maldad). La verdad es que en la película hayuna escena en la que Drew Barrymore disfraza a E.T. conuna peluca rubia: era idéntico a Auggie en la época que nosdio por Miley Cyrus.

En secundaria, Miranda, Eva y yo formábamos ungrupo bastante cerrado. No éramos ni populares niqueridas: no éramos cerebritos, ni deportistas, ni ricas, nidrogatas, ni malas, ni unas santas, y ni teníamos las tetasenormes ni estábamos planas. No sé si las tres acabamosjuntas por ser tan parecidas en tantas cosas o siprecisamente por estar juntas acabamos pareciéndonostanto en tantas cosas. Nos pusimos muy contentas cuandonos enteramos de que nos habían admitido a las tres en elinstituto Faulkner. Me acuerdo de los gritos que pegamospor teléfono el día que recibimos las cartas de aceptación.

Por eso no entiendo qué nos ha pasado últimamente,desde que estamos en el instituto. No se parece en nada acomo me lo había imaginado.

Comandante Tom

DE las tres, Miranda es la que siempre ha sido másdulce con August: lo abrazaba y jugaba con él cuando Eva yyo ya hacía rato que nos habíamos puesto a hacer otra cosa.Aunque nos hiciésemos mayores, Miranda siempreintentaba incluir a August en nuestras conversaciones: lepreguntaba cómo estaba, hablaba con él de Avatar, o de Laguerra de las galaxias, o de Bone, o de cualquier cosa queella sabía que le gustaba. Fue Miranda quien le regaló aAuggie el casco de astronauta que llevaba casi todos losdías del año cuando tenía cinco o seis años. Eva lo llamabaComandante Tom y se ponían a cantar juntos «SpaceOddity», de David Bowie. Era algo entre ellos dos. Sesabían la letra y la ponían a todo volumen en el iPod paracantarla a grito pelado.

Como Miranda siempre nos llamaba en cuanto volvía acasa del campamento de verano, me sorprendió un poco notener noticias suyas. Hasta le envié un mensaje de texto,pero no me contestó. Pensé que a lo mejor se habíaquedado más tiempo en el campamento, ahora que eramonitora. A lo mejor había conocido a un chico guapo.

Entonces descubrí en su muro de Facebook que habíavuelto a casa dos semanas antes, así que le envié unmensaje y hablamos un poco por el chat, pero no me dijo

por qué no me había llamado, y eso me pareció raro. Perocomo Miranda siempre ha sido un poco rara, no le di másvueltas. Hablamos de vernos en el centro, pero tuve quecancelar la cita porque íbamos a pasar el fin de semana conla abuelita y el abuelito.

Al final, no vi ni a Miranda ni a Eva hasta el primer díade clase. Reconozco que me quedé impresionada. Mirandaestaba muy cambiada: se había cortado el pelo en una mediamelena supermona que se había teñido de rosa intenso,nada menos, y llevaba un top a rayas muy ceñido que a)parecía muy poco adecuado para llevar a clase y b) no teníanada que ver con su estilo. Miranda siempre había sido muymojigata vistiendo, pero allí estaba, con el pelo rosa y untop. Y no solo había cambiado su aspecto; también secomportaba de manera diferente. No puedo decir que nofuese amable, porque lo era, pero parecía más fría, como siyo fuese solo una conocida. Aquello era rarísimo.

A la hora de la comida las tres nos sentamos juntas,como siempre, pero la dinámica había cambiado. Estabaclaro que Eva y Miranda se habían visto unas cuantas vecesdurante el verano, aunque no me habían dicho nada. Hicecomo que no me molestaba mientras hablábamos, aunquenoté que me iba poniendo roja y que mi sonrisa era cadavez más falsa. Aunque lo de Eva no era tan exagerado comolo de Miranda, también percibí un cambio en su estilohabitual. Era como si hubiesen decidido cambiar de imagen

ahora que empezaban el instituto, pero no se hubiesenmolestado en incluirme. Reconozco que siempre habíapensado que estaba por encima de aquella mezquindadtípica de los adolescentes, pero me pasé la comida con unnudo en la garganta. Cuando sonó el timbre, me tembló lavoz al decir: «Hasta luego».

Después de clase

—ME han dicho que hoy vamos a llevarte a casa encoche —dijo Miranda en octava clase.

Acababa de sentarse a la mesa justo detrás de mí. Seme había olvidado que mamá había llamado a la madre deMiranda la noche anterior para preguntarle si podíarecogerme y llevarme a casa.

—No hace falta —contesté instintivamente, como sital cosa—. Mi madre puede recogerme.

—Pensaba que tenía que recoger a Auggie.—Al final resulta que puede recogerme después.

Acaba de enviarme un mensaje. No pasa nada.—Ah. Vale.—Gracias.Era mentira, pero no me veía sentada en un coche con

la nueva Miranda. Al acabar las clases me colé en losservicios para evitar tropezarme con la madre de Mirandaen la calle. Media hora después salí del instituto, recorrí atoda prisa las tres manzanas que lo separaban de la paradadel autobús, fui en el M86 hasta Central Park West y cogíel metro hasta casa.

—¡Hola, cielo! —dijo mamá en cuanto entré por lapuerta—. ¿Cómo te ha ido tu primer día? Empezaba apreguntarme dónde estaríais.

—Hemos parado a comer una pizza. —Es increíble lafacilidad con que una mentira se te puede escapar de entrelos labios.

—¿Miranda no está contigo? —Parecía sorprendida alno ver a Miranda detrás de mí.

—Se ha ido directa a casa. Tenemos muchos deberes.—¿El primer día?—¡Sí, el primer día! —grité, y eso sorprendió a mamá

por completo. Pero antes de que pudiera responderme,añadí—: Me ha ido bien en el instituto. Eso sí, aquello esinmenso. Los alumnos parecen majos. —Quería darle lasuficiente información para que no sintiese la necesidad depreguntarme nada más—. ¿Cómo le ha ido a Auggie en suprimer día de clase?

Mamá vaciló; aún tenía las cejas levantadas desorpresa por cómo le había hablado unos segundos antes.

—Bueno... —dijo muy despacio, como si estuviesedejando escapar un suspiro.

—¿Qué quieres decir con «bueno»? ¿Le ha ido bien ole ha ido mal?

—Él ha dicho que bien.—¿Y por qué piensas que no le ha ido bien?—¡No he dicho que no le haya ido bien! Caray, Via,

¿qué te pasa?—Olvídalo. No te he preguntado nada —contesté.Irrumpí dramáticamente en la habitación de Auggie y

di un portazo. Estaba jugando con su PlayStation y nisiquiera levantó la vista. No soportaba ver lo enganchadoque estaba a los videojuegos: parecía un zombi.

—¿Qué tal te ha ido en el colegio? —pregunté,apartando a Daisy para poder sentarme en la cama junto aél.

—Bien —contestó, sin apartar la vista del juego.—¡Auggie, te estoy hablando a ti! —Le quité la

PlayStation de las manos.—¡Eh! —exclamó enfadado.—¿Qué tal te ha ido en el colegio?—¡Ya te he dicho que bien! —gritó, quitándome la

PlayStation.—¿Se han portado bien contigo?—¡Sí!—¿Nadie se ha portado mal?Soltó la PlayStation y me miró como si acabase de

hacerle la pregunta más tonta del mundo.—¿Por qué iban a portarse mal? —dijo.Era la primera vez en toda su vida que le oía hacer un

comentario sarcástico. Pensaba que no era capaz.

El Padawan muerde el polvo

NO sé en qué momento de la noche se cortó Auggie latrenza de Padawan, ni por qué me enfadé tanto por eso.Siempre me había parecido que su obsesión con La guerrade las galaxias era enfermiza, y que la trenza que llevabaen la parte de atrás de la cabeza, con sus cuentas, erahorrible. Pero él siempre había estado muy orgulloso deella, del tiempo que había tardado en crecerle, de cómohabía elegido él mismo las cuentas en una tienda deartesanía en el SoHo. Cada vez que se juntaba conChristopher, su mejor amigo, jugaban con sables de luz yotras cosas de La guerra de las galaxias, y los dos habíanempezado a dejarse crecer la trenza al mismo tiempo.Cuando August se cortó la trenza aquella noche, sin darninguna explicación, sin contármelo a mí antes (lo cual mesorprendió) y sin llamar a Christopher, me enfadé tanto queni siquiera sabría explicar por qué.

He visto a Auggie cepillándose el pelo ante el espejodel cuarto de baño. Intenta peinarse cada pelominuciosamente. Ladea la cabeza para mirarse desdeángulos diferentes, como si dentro del espejo hubiesealguna perspectiva mágica que pudiese cambiar lasdimensiones de su cara.

Mamá llamó a la puerta de mi habitación después de

cenar. Parecía agotada y comprendí que, entre Auggie y yo,aquel también había sido un día difícil para ella.

—¿Quieres contarme lo que te pasa? —me preguntóamablemente, en voz baja.

—Ahora no, ¿vale? —contesté.Estaba leyendo y estaba cansada. Quizá más tarde me

apeteciese contarle lo de Miranda, pero no en esemomento.

—Me pasaré a verte antes de que te duermas —dijo, yse acercó para darme un beso en lo alto de la cabeza.

—¿Daisy puede dormir conmigo esta noche?—Claro, luego te la traigo.—No te olvides de pasar de nuevo —le dije cuando ya

se estaba yendo.—Te lo prometo.Pero esa noche no volvió. Fue papá quien vino. Me

contó que Auggie lo había pasado mal y que mamá lo estabaconsolando. Me preguntó cómo me había ido a mí y lecontesté que bien. Dijo que no me creía, así que le contéque Miranda y Eva se habían comportado como dosimbéciles. (No le expliqué que había vuelto a casa en metroyo sola.) Me dijo que no hay nada que ponga a prueba laamistad tanto como el instituto, y luego se puso a burlarsede que estuviera leyendo Guerra y paz. No se burlaba deverdad, claro está, ya que lo había oído alardear delante deotras personas de que tenía una «hija de quince años que

está leyendo a Tolstoi». Pero le gustaba bromearpreguntándome por qué parte del libro iba, si por una partede guerra o por una de paz, y si hablaba de los tiempos enlos que Napoleón se dedicaba a bailar hip-hop. No eran másque tonterías, pero papá siempre conseguía hacer reír atodo el mundo. A veces, eso es lo único que necesitas parasentirte mejor.

—No te enfades con mamá —me pidió al agacharsesobre mí para darme un beso de buenas noches—. Ya sabeslo preocupada que está por Auggie.

—Lo sé —contesté.—¿Quieres que te deje la luz encendida o apagada? Ya

es tarde —dijo, y se quedó parado junto al interruptor de laluz, al lado de la puerta.

—¿Puedes traer a Daisy antes?Dos segundos después volvió con Daisy colgándole de

los brazos y la dejó a mi lado sobre la cama.—Buenas noches, cariño —dijo, y me dio un beso en

la frente. A Daisy también le dio un beso en la frente—.Buenas noches, chica. Que duermas bien.

Una aparición ante la puerta

Una vez me levanté de madrugada porque tenía sed y via mamá de pie ante la puerta de la habitación de Auggie.Tenía la mano en el pomo y la frente apoyada en la puerta,que estaba entreabierta. No estaba entrando ni saliendo:simplemente estaba plantada en la parte de fuera de lahabitación, como si estuviese escuchando el sonido de larespiración de Auggie mientras dormía. Las luces delpasillo estaban apagadas. Lo único que la iluminaba era laluz azul de la lamparita de noche de la habitación deAuggie. Allí de pie, mamá parecía un fantasma. O a lomejor debería decir que parecía un ángel. Intenté volver ami habitación sin que se diese cuenta, pero me oyó y se meacercó.

—¿Auggie está bien? —pregunté.Sabía que a veces se despertaba ahogándose con su

propia saliva si se daba media vuelta y se tumbaba sobre laespalda sin darse cuenta.

—Está bien —dijo, y me abrazó.Me acompañó a mi habitación, me arropó y me dio un

beso de buenas noches. No me explicó qué hacía plantada,ante la puerta, y yo no se lo pregunté.

Me pregunto cuántas noches se habrá quedado de pieante su puerta. También me pregunto si alguna vez se habrá

quedado de pie ante la mía.

Desayuno

—¿HOY puedes recogerme en el instituto? —pregunté la mañana siguiente mientras untaba el bollo concrema de queso.

Mamá estaba preparándole la comida a August(lonchas de queso en pan integral, lo bastante blando paraque Auggie pudiese comérselo) mientras él estaba sentadoa la mesa comiendo copos de avena. Papá estabaarreglándose para ir a trabajar. Ahora que yo iba al instituto,la nueva planificación implicaba que papá y yo cogeríamosel metro juntos por la mañana, con lo cual él tenía que salirquince minutos antes de lo habitual, luego yo me bajaría enmi parada y él seguiría hasta el trabajo. Mamá me recogeríaen coche después de clase.

—Iba a llamar a la madre de Miranda para ver si podíavolver a traerte —contestó mamá.

—¡No, mamá! —dije rápidamente—. Recógeme tú. Sino, vengo en metro.

—Ya sabes que no quiero que cojas el metro tú solatodavía —contestó

—¡Mamá, que tengo quince años! ¡Todas las chichasde mi edad cogen el metro!

—Puede volver a casa en metro —dijo papá desde elpasillo, y entró en la cocina arreglándose la corbata.

—¿Por qué no puede volver a recogerla la madreMiranda? —replicó mamá.

—Ya es mayor, puede coger el metro ella sola —insistió papá.

Mamá nos miró a los dos.—¿Qué es lo que pasa? —preguntó, sin dirigir la

pregunta a ninguno de los dos en concreto.—Lo sabrías si hubieses vuelto a mi habitación —dije

despechada—. Me dijiste que volverías.—Ay, Dios. Via... —dijo mamá, recordando que me

había dejado tirada la noche anterior. Dejó el cuchillo conel que estaba partiendo en dos las uvas de Auggie (aúncorría el riesgo de ahogarse con ellas debido al tamaño desu paladar)—. Lo siento mucho. Me dormí en la habitaciónde Auggie. Cuando me desperté...

—Lo sé, lo sé —asentí con indiferencia.Mamá se me acercó, me puso las manos en las

mejillas y me levantó la cara para que la mirase.—Lo siento mucho —susurró. Se notaba que lo sentía

de verdad.—¡No pasa nada! —contesté.—Via...—Mamá, de verdad que no pasa nada. —Esta vez lo

decía en serio. Parecía tan arrepentida que yo solo queríadejarla en paz

Me dio un beso y un abrazo y volvió a partir uvas.

—¿Qué es lo que pasa con Miranda? —preguntó.—Que se comporta como una imbécil —dije.—¡Miranda no es imbécil! —replicó Auggie

rápidamente.—¡Puede llegar a serlo! —grité—. Créeme.—Vale, pasaré a recogerte —dijo mamá con decisión,

arrastrando las uvas partidas hasta una bolsa con el cuchillo—. De todos modos, ese era el plan desde el principio.Recogeré a Auggie en el colegio y luego pasaremos a porti. Llegaremos a eso de las cuatro menos cuarto...

—¡No! —repliqué con firmeza antes de que tuviesetiempo de acabar.

—¡Isabel, puede coger el metro! —dijo papá,impaciente—. Ya es mayor. ¡Por el amor de Dios, que estáleyendo Guerra y paz!

—¿Y qué tiene que ver Guerra y paz con todo esto?—preguntó mamá, claramente molesta.

—Quiere decir que no tienes que ir a buscarla encoche como si fuese una niña pequeña —afirmó—. Via,¿estás lista? Coge la mochila y vámonos.

—Estoy lista —dije, cogiendo la mochila—. ¡Adiós,mamá! ¡Adiós, Auggie!

Los besé a los dos rápidamente y eché a andar hacia lapuerta.

—Pero ¿tienes abono de metro? —me preguntómamá.

—¡Pues claro que tiene abono de metro! —contestópapá, exasperado—. ¡Caray, mamá! ¡Deja de preocupartetanto! Adiós —dijo, y le dio un beso en la mejilla—. Adiós,grandullón —le dijo a August, y le dio un beso en lo alto dela cabeza—. Estoy orgulloso de ti. Que pases un buen día.

—¡Adiós papá! Tú también.Papá y yo bajamos los escalones de la entrada y

echarnos a andar manzana abajo.—¡Llámame al salir de clase, antes de coger el metro!

—me gritó mamá desde la ventana.Ni siquiera me giré, pero le hice una señal con la

mano para que supiese que la había oído. Papá sí se giró ydio unos cuantos pasos andando hacia atrás.

—¡Guerra y paz, Isabel! —gritó, y sonrió mientrasme señalaba con el dedo—. ¡Guerra y paz!

Genética para principiantes

POR parte de papá, las dos ramas de su familia eranjudíos originarios de Rusia y Polonia. Los abuelos delabuelito huyeron de los pogromos y acabaron en NuevaYork a finales del siglo XIX. Los padres de la abuelitahuyeron de los nazis y acabaron en Argentina en los añoscuarenta del siglo XX. El abuelito y la abuelita seconocieron en un baile en el Lower East Side cuando ellaestaba en la ciudad visitando a un primo suyo. Se casaron,se fueron a vivir a Bayside y tuvieron a papá y al tío Ben.

La familia de mamá es de Brasil. A excepción de sumadre, mi preciosa abuela, y su padre, Agosto, que murióantes de nacer yo, el resto de la familia de mamá —todossus elegantes tíos, tías y primos— siguen viviendo en AltoLeblon, un lujoso barrio residencial al sur de Río deJaneiro. La abuela y Agosto se fueron a vivir a Boston acomienzos de los sesenta y tuvieron a mamá y a la tía Kate,que está casada con el tío Porter.

Mamá y papá se conocieron en la Universidad Browny desde entonces han estado juntos. Isabel y Nate: hechosel uno para el otro. Se mudaron a Nueva York al acabar lacarrera, me tuvieron a mí unos años después y luego sevinieron a vivir a una casa unifamiliar en North RiverHeights, la capital de los hippies con niños al norte del

norte de Manhattan, cuando yo tenía más o menos un año.En la exótica mezcla de genes de mi familia nadie ha

mostrado nunca ninguna señal de tener lo mismo queAugust. He estudiado minuciosamente fotografías congrano y en tonos sepia de parientes muertos hace tiempocon pañuelos en la cabeza; instantáneas en blanco y negrode primos lejanos con trajes blancos de lino reciénplanchados, soldados de uniforme y señoras con peinadoscolmena; polaroids de adolescentes con pantalones de patade elefante y hippies de pelo largo, y ni una sola vez hepodido detectar el menor parecido con la cara de August.Ni una. Pero cuando nació August mis padres buscaronasesoramiento genético. Les dijeron que August tenía loque parecía una «disostosis mandibulofacial desconocidahasta el momento y provocada por una mutaciónautosómica recesiva del gen TCOFI, localizado en elcromosoma 5, complicada por una microsomía hemifacialcaracterística del espectro óculo-aurículo-vertebral». Aveces, estas mutaciones se producen durante el embarazo.A veces se heredan de un padre portador del gen dominante.A veces las provoca la interacción de muchos genes,posiblemente en combinación con factoresmedioambientales. Esto recibe el nombre de herenciamultifactorial. En el caso de August, los médicos pudieronidentificar una de las «mutaciones causadas por laeliminación de un solo nucleótido» que le desgraciaron la

cara. Lo curioso es que, aunque es imposible saberlo asimple vista, mis padres son portadores de ese gen mutado.

Y yo también.

El cuadro de Punnett

SI tengo hijos, hay una probabilidad entre dos de queles transmita el gen defectuoso. Eso no significa que vayana tener el aspecto de August, pero serán portadores del genque en August coincidió por partida doble y contribuyó ahacerlo como es. Si me caso con alguien que sea portadordel gen defectuoso, hay una probabilidad entre dos de quenuestros hijos sean portadores del gen y tengan un aspectocompletamente normal, una entre cuatro de que no seanportadores y una entre cuatro de que tengan el mismoaspecto que August.

Si August tiene hijos con alguien que no sea portadoradel gen, la probabilidad es del cien por cien de que sushijos hereden el gen, pero la probabilidad es del cero porcien de que reciban una dosis doble, como August. Esosignifica que, como mínimo, serían portadores del gen,pero podrían tener un aspecto completamente normal. Si secasa con alguien que sea portadora del gen, sus hijostendrán las mismas probabilidades que los míos.

Esto solo sirve para la parte de August que resultaexplicable. Hay otra parte de su composición genética queno se debió a la herencia sino a una mala suerte increíble.

Desde hace años, muchísimos médicos les handibujado a mis padres diagramas de cuadros para intentar

explicarles la lotería genética. Los genetistas utilizan loscuadros de Punnett para determinar la herencia, los genesrecesivos y dominantes, las probabilidades y el azar. Pero apesar de todo lo que saben, hay más cosas que no saben.Pueden intentar predecir las probabilidades, pero nogarantizarlas. Usan términos como «mosaicismogerminal», «redistribución cromosómica» o «mutaciónretardada» para explicar por qué su ciencia no es unaciencia exacta. La verdad es que me gusta cómo hablan losmédicos. Me gusta cómo suena la ciencia. Me gusta quehaya palabras que no entiendes que expliquen cosas queeres incapaz de entender. Expresiones como «mosaicismogerminal», «redistribución cromosómica» o «mutaciónretardada» engloban a muchísima gente. A muchísimosbebés que no llegarán a nacer, como los míos.

Adiós a lo viejo

MIRANDA y Eva levantaron el vuelo. Se unieron a ungrupo de gente que ha nacido para alcanzar la gloria en elinstituto. Tras una semana de comidas desagradables en lasque lo único que hacían era hablar de gente que no meinteresaba, decidí cortar por lo sano. No me hicieronpreguntas. No les conté ninguna mentira. Simplemente,ellas se fueron por su lado y yo por el mío.

Pasado un tiempo, dejó de importarme. Dejé de ir acomer durante una semana para que la transición fuese másfácil, para evitar comentarios falsos del tipo: «¡Vaya, noqueda sitio en la mesa, Olivia!». Era más fácil irme a labiblioteca a leer.

Acabé Guerra y paz en octubre. Fue increíble. Lagente piensa que es una lectura difícil, pero no es más queun culebrón con un montón de personajes, gente que seenamora, que lucha por amor, que muere por amor. Yoquiero enamorarme así algún día. Quiero que mi marido mequiera como el príncipe Andrei quería a Natasha.

Acabé juntándome con una chica que se llamabaEleanor a la que había conocido en la Escuela Pública 22,aunque habíamos ido a colegios de secundaria diferentes.Eleanor siempre había sido una chica lista..., un pocollorica en aquellos tiempos, pero maja. Nunca me había

dado cuenta de lo graciosa que era (no graciosa parapartirse de risa, como papá, pero tenía algunas ocurrenciasmuy buenas), y ella no sabía lo desenfadada que yo podíallegar a ser. Supongo que a Eleanor siempre le habíaparecido que yo era muy seria. Y resulta que nunca lehabían caído bien Miranda y Eva. Las veía como unascreídas.

Gracias a Eleanor empecé a comer en la mesa de loslistos. Era un grupo más grande y variado del que yo estabaacostumbrada a frecuentar. Entre ellos estaban el novio deEleanor, Kevin, que seguro que algún día acabaría siendodelegado de clase: unos cuantos flipados por lainformática; chicas como Eleanor, que eran miembros de lacomisión del anuario y del club de debate; y Justin, unchico muy callado que llevaba unas gafitas redondas ytocaba el violín, y del que me colé nada más verlo.

Cuando veía a Miranda y a Eva, que ahora serelacionaban con la gente más popular del instituto, nosdecíamos: «Hola, ¿qué tal?» y seguíamos andando. De vezen cuando, Miranda me preguntaba cómo estaba August yme decía: «Dale un beso de mi parte». Yo no lo hacíanunca, pero no para fastidiar a Miranda, sino porque Augustvivía esos días en su propio mundo. En casa había veces queni siquiera nos cruzábamos.

31 de octubre

La abuela había muerto la víspera de Halloween.Desde entonces, aunque ya habían pasado cuatro años, paramí siempre ha sido una fecha triste. Para mamá también,aunque ella no siempre lo diga. Prefiere concentrarse enpreparar el disfraz de August, ya que todos sabemos queHalloween es su día favorito.

Aquel año también. August quería ser un personaje deLa guerra de las galaxias llamado Boba Fett, así quemamá buscó un disfraz de Boba Fett de la talla de August.Curiosamente, estaba agotado. Buscó en todas las tiendasde internet, encontró unos cuantos en eBay que eranescandalosamente caros y, al final, acabó comprando undisfraz de Jango Fett que transformó en un disfraz de BobaFett pintándolo de verde. Yo diría que, en total, debió depasarse dos semanas ocupada con el dichoso disfraz. Y no,no diré que mamá nunca se ha ocupado de ninguno de misdisfraces, porque eso no tiene nada que ver.

La mañana del día de Halloween me despertépensando en la abuela, y eso me puso triste y me entraronganas de llorar. Papá no paraba de meterme prisa para queme vistiese, pero eso me estresó aún más y de pronto meeché a llorar. Solo quería quedarme en casa.

Así que papá llevó a August al colegio esa mañana y

mamá dijo que podía quedarme en casa, y las dos nospasamos un rato llorando. Una cosa estaba clara: pormucho que yo echase de menos a la abuela, mamá debía deecharla de menos todavía más que yo. Cada vez que la vidade August había pendido de un hilo después de unaoperación, cada vez que habían tenido que llevarlocorriendo a urgencias, la abuela había estado al lado demamá. Me sentó bien llorar con mamá. Nos sentó bien a lasdos. En un momento dado, a mamá se le ocurrió quepodríamos ver juntas El fantasma y la Sra. Muir, una denuestras películas favoritas en blanco y negro. Me parecióuna idea estupenda. Seguramente habría aprovechadoaquella sesión de llantos para contarle a mamá lo queestaba pasando en el instituto con Miranda y con Eva, pero,justo cuando íbamos a sentarnos a ver el DVD, sonó elteléfono. Era la enfermera del colegio de August, quellamaba para decirle a mamá que a August le dolía elestómago y que tenía que ir a recogerlo. Adiós a laspelículas antiguas y al vínculo madre-hija.

Mamá fue a buscar a August quien, en cuanto volvió acasa, se fue directo al cuarto de baño a vomitar. Luego semetió en la cama y se tapó la cabeza con las mantas. Mamále tomó la temperatura, le llevó una infusión bien caliente yvolvió a asumir el papel de «mamá de August». El de«mamá de Via», que había hecho acto de presenciabrevemente, quedó relegado al olvido. Aun así, lo entendí:

August se encontraba mal.Ninguna de las dos le preguntamos por qué había ido

al colegio con el disfraz del malo de Scream en lugar delde Boba Fett que le había hecho mamá. No sé si a mamá lemolestó ver el disfraz en el que había trabajado durante dossemanas tirado por el suelo, sin usar, pero, si le molestó,no se le notó.

Truco o trato

AUGUST dijo que no se encontraba bien para ir apedir chuches por las casas esa tarde. Era una pena, porquesé cuánto le gusta, sobre todo cuando se hace de noche.Aunque yo ya era mayor para ir a pedir chuches, siempreme ponía alguna máscara para acompañarlo de casa en casay verlo llamar a las puertas, ilusionado a más no poder.Sabía que era la única noche del año que podía ser igual acualquier otro niño. Nadie sabía que, bajo la máscara, eradiferente. Para August, la sensación debía de ser increíble.

Esa tarde, a las siete, llamé a su puerta.—Hola —dije.—Hola —contestó.No estaba jugando con la PlayStation ni leyendo un

cómic. Estaba tumbado en la cama, mirando al techo.Daisy, como siempre, estaba a su lado, con la cabeza sobresus piernas. El traje de Scream estaba arrugado en el suelojunto al de Bob Fett.

—¿Cómo tienes el estómago? —pregunté,sentándome a su lado sobre la cama.

—Aún tengo ganas de vomitar.—¿Seguro que no te apetece ir al desfile de

Halloween?—Seguro.

Aquello me sorprendió. Normalmente, a August no leafectaban tanto sus problemas médicos. Se le podía ver conel monopatín unos días después de una operación osorbiendo comida por una pajita con la boca prácticamenteinmovilizada. Estamos hablando de un niño que, a sus diezaños, había recibido más pinchazos, había tomado másmedicinas y se había sometido a más intervenciones de losque tendría que soportar casi todo el mundo en diez vidas.¿Y unas simples náuseas lo dejaban fuera de juego?

—¿Quieres contarme qué te pasa? —dije, hablandocomo mamá.

—No.—¿Es por algo del colegio?—Sí.—¿Profesores? ¿Trabajos? ¿Amigos?No contestó.—¿Alguien ha dicho algo? —pregunté.—La gente siempre dice algo —contestó con

amargura. Vi que estaba a punto de llorar.—Dime qué te ha pasado.Y me contó lo que le había pasado. Había oído algunas

cosas muy crueles que decían sobre él algunos niños. No lehabía importado lo que habían dicho los otros chicos, esose lo esperaba, pero le había dolido que uno de los chicosfuese su «mejor amigo» Jack Will. Recordé que habíanombrado a Jack un par de veces en los últimos meses.

Recordé que mamá y papá habían dicho que parecía unchico muy majo, y que estaban muy contentos de queAugust tuviese un amigo como él.

—A veces, los niños son estúpidos y dicen cosasestúpidas —le respondí en voz baja, dándole la mano—.Seguro que no lo ha dicho en serio.

—Entonces, ¿por qué lo ha dicho? Ha estadohaciéndose pasar por amigo mío desde el primer día.Seguro que Traseronian lo ha sobornado de alguna manera.Le habrá dicho: «Oye, Jack, si te haces amigo delmonstruo, este curso no tendrás que hacer exámenes».

—Sabes que no es verdad —le recriminé—. Y no tellames monstruo.

—Qué más da. Ojalá no hubiese ido nunca al colegio.—Pero pensaba que te gustaba.—¡Lo odio! —De repente se puso furioso y comenzó

a darle puñetazos a la almohada—. ¡Lo odio! ¡Lo odio! ¡Loodio! —gritó a voz en cuello.

No dije nada. No sabía qué decir. Estaba dolido.Estaba enfadado.

Dejé que descargase su furia durante unos minutos sinhacer nada. Daisy se puso a lamerle las lágrimas que lecaían por la cara.

—Vamos, Auggie, venga —dije, dándole una palmaditaen la espalda—. ¿Por qué no te pones tu disfraz de JangoFett y...?

—¡Es un disfraz de Boba Fett! ¿Por qué los confundetodo el mundo?

—Tu disfraz de Boba Fett —dije, intentando noalterarme. Le pasé el brazo por encima de los hombros—.Vamos al desfile, ¿vale?

—Si voy al desfile, mamá pensará que me encuentromejor y mañana me obligará a ir al colegio.

—Mamá nunca te obligaría a ir al colegio —contesté—. Venga, Auggie. Vámonos. Te prometo que serádivertido. Y te daré todos mis caramelos.

No me lo discutió. Salió de la cama y poco a poco sefue poniendo su disfraz de Boba Fett. Le ayudé a ajustarselas correas y a apretarse el cinturón. Cuando se puso elcasco, supe que ya se encontraba mejor.

Tiempo para pensar

AL día siguiente, August fingió que le dolía elestómago para no tener que ir al colegio. Reconozco queme sentí un poco mal por mamá, preocupada por si Auggietenía un virus estomacal, pero le había prometido a Augustque no le contaría nada de lo que había pasado.

El domingo seguía decidido a no volver al colegio.—¿Qué piensas decirles a mamá y a papá? —le

pregunté cuando me lo contó.—Me dijeron que podría dejarlo cuando quisiese —

dijo, concentrado en el cómic que estaba leyendo.—Pero tú nunca has sido de los que dejan las cosas a

medias —contesté sinceramente—. No es propio de ti.—Voy a dejarlo.—A mamá y a papá tendrás que explicarles por qué —

señalé, quitándole el cómic para que tuviese que mirarmemientras hablábamos—. Entonces, mamá llamará al colegioy todos se enterarán.

—¿Y a Jack le caerá una bronca?—Supongo.—Bien.Reconozco que August me sorprendía cada vez más.

Sacó otro cómic de la estantería y se puso a hojearlo.—Auggie —dije—. ¿De verdad vas a dejar que un par

de idiotas te impidan volver al colegio? Sé que has estadopasándotelo bien. No les des ese poder sobre ti. No les desesa satisfacción.

—No tienen ni idea de que los oí mientras hablaban —explicó.

—No, ya lo sé, pero...—No pasa nada, Via. Sé lo que hago. Ya he tomado

una decisión.—¡Es una locura, Auggie! —exclamé, quitándole

también el segundo cómic—. Tienes que volver al colegio.Todo el mundo odia el colegio en algún momento. Yotambién odio el instituto a veces. Y a veces no soporto amis amigas. Así es la vida, Auggie. Quieres que te tratencomo a alguien normal, ¿no? ¡Pues esto es lo normal!Todos tenernos que ir al colegio aunque a veces tengamosdías malos, ¿vale?

—¿La gente se aparta para no tocarte, Via? —preguntó, y eso me dejó sin saber qué decir durante unossegundos—. Ya. Me lo figuraba. No compares tus díasmalos con los míos, ¿vale?

—Vale, me parece bien —dije—. Pero esto no es unconcurso para decidir qué días son peores, si los tuyos olos míos. Auggie. La cuestión es que todos tenemos queaprender a vivir con los días malos. A menos que quierasque te traten como a un bebé durante el resto de tu vida, ocomo a un niño con necesidades especiales, tendrás que

aguantarte y seguir adelante.No dijo nada, pero creo que mis últimas palabras le

afectaron.—No tienes por qué decirles nada a esos chicos —

proseguí—. August, en realidad es guay que sepas lo quedijeron: pero que ellos no sepan que sabes lo que dijeron.

—¿Cómo?—Ya sabes a qué me refiero. Si no quieres, no tienes

por qué volver a hablar con ellos nunca más. Y ellos nuncasabrán por qué. ¿Lo entiendes? O puedes fingir que eresamigo suyo, pero sabiendo en el fondo que no lo eres.

—¿Así es como lo haces tú con Miranda? —preguntó.—No —contesté enseguida, a la defensiva—. Con

Miranda nunca fingí lo que sentía.—¿Y por qué dices que yo debería hacerlo?—¡No he dicho eso! Lo único que digo es que no

deberías dejar que te afectase lo de esos imbéciles.—¿Igual que te afectó a ti lo de Miranda?—¿Por qué tienes que sacar todo el rato a Miranda?

—grité impaciente—. Estoy intentando hablarte de tusamigos. Por favor, no metas a los míos.

—Ni siquiera sois amigas ya.—¿Y qué tiene eso que ver con lo que estamos

hablando?La mirada de August me recordó a la de un muñeco.

Me miraba con una cara inexpresiva y con sus ojos de

muñeco medio cerrados.—Llamó el otro día —dijo por fin.—¿Cómo? —pregunté, atónita—. ¿Y no me lo dijiste?—No te llamaba a ti —contestó, quitándome los dos

comics de las manos—. Me llamaba a mí para saludarme yver cómo estaba. Ni siquiera sabía que ahora iba a uncolegio de verdad. No me puedo creer que no se locontases. Dijo que vosotras dos ya no os veis mucho, peroquería que supiese que siempre me querrá como unahermana mayor.

Aturdida. Pasmada. Estupefacta. Así me quedé, incapazde pronunciar palabra.

—¿Y por qué no me lo contaste? —pregunté por fin.—No sé. —Se encogió de hombros y volvió a abrir el

primer cómic.—Si dejas de ir al colegio, voy a contarles a mamá y a

papá lo de Jack Will —le amenacé—. Traseronianseguramente te llamará para que vayas al colegio y obligaráa Jack y a los otros chicos a disculparse delante de toda laclase, y todos te tratarán como si fueses alguien quedebería ir a un colegio para niños con necesidadesespeciales. ¿Es eso lo que quieres? Porque eso es lo que vaa pasar. Si no quieres, vuelve al colegio y haz como si nohubiera pasado nada. O si quieres enfrentarte a Jack,perfecto. Pero si...

—Vale. Vale. Vale —me interrumpió.

—¿Qué?—¡Vale! ¡Iré! —gritó en voz baja—. Pero deja ya el

tema. ¿Puedo leer ya mi cómic?—¡Vale! —contesté. Cuando estaba a punto de salir de

la habitación, se me ocurrió otra cosa—. ¿Miranda dijoalgo más de mí?

August levantó la vista del cómic y me miró a losojos.

—Que te dijese que te echa de menos. Así, literal.Asentí con la cabeza.—Gracias —dije con indiferencia, demasiado

avergonzada para dejar que él viese lo feliz que me hacíansus palabras.

Tercera parte

SUMMER

Eres precioso digan lo que digan.Que las palabras no te depriman.Eres precioso se mire por donde se mire.Sí, que las palabras no te depriman.Christina Aguilera, «Beautiful»

Niños raros

HAY gente que me ha preguntado por qué me juntotanto con «el monstruo». Es gente que ni siquiera loconoce bien. Si lo conociesen, no lo llamarían así.

—¡Porque es un buen chaval! —contesto siempre—.Y no lo llames así.

—Eres una santa, Summer —me dijo Ximena Chin elotro día—. Yo no podría hacerlo.

—No es para tanto —conteste sinceramente.—¿Te pidió el señor Traseronian que te hicieses

amiga suya? —me preguntó Charlotte Cody.—No, soy amiga suya porque quiero ser amiga suya

—conteste.¿Quién iba a imaginarse la importancia que tendría que

me sentase con August Pullman a la hora de comer? Lagente se comportaba como si fuese los más raro delmundo. Es curioso lo rara que puede ser la gente.

El primer día me senté con él porque me dio pena,nada más. Allí estaba, aquel niño con esa pinta en uncolegio nuevo, sin nadie que hablase con él y con todo elmundo mirándolo. Todas las niñas de mi mesa estabancuchicheando sobre él. No era el único alumno nuevo enBeecher, pero era el único del que hablaban todos. Julian lohabía apodado el Chico Zombi, y así era como lo llamaban

todos. «¿Has visto ya al Chico Zombi?» Esas cosas seextienden en seguida. Y August lo sabía. Bastante duro esya ser el nuevo cuando tienes una cara normal. ¿Osimagináis cómo será teniendo su cara?

Por eso fui hasta donde estaba y me senté con él. Nofue para tanto. Ojalá la gente dejase de intentar convertirloen algo importante.

No es más que un niño. El niño con la pinta más raraque he visto en mi vida, sí. Pero un niño.

La Peste

RECONOZCO que cuesta un poco acostumbrarse a lacara de August. Yo llevo dos semanas sentándome con él ydigamos que no es la persona más limpia comiendo. Pero,aparte de eso, es bastante majo. También debería decir queya no me da pena. Es verdad que la pena fue lo que me hizosentarme con él el primer día, pero ahora ya no me sientocon él por eso. Ahora me siento con él porque me parecedivertido.

Una de las cosas que no me están gustando de estecurso es que muchos niños se comportan como si fuerandemasiado mayores para jugar. Lo único que quieren haceres «quedar» y «hablar» en el recreo. Y de lo único quehablan es de quién le gusta a quién y de quién es guapo yquién no. A August no le van esas cosas. Le gusta jugar alos cuatro cuadrados en el recreo, y a mí también.

Fue jugando a los cuatro cuadrados con August cuandome enteré de lo de la Peste. Al parecer, están jugandodesde comienzos del curso. Cualquiera que toque a Augustsin querer tiene treinta segundos para lavarse las manos opara encontrar desinfectante de manos si no quiere pillar laPeste. No estoy segura de qué te pasa si pillas la Pesteporque, de momento, nadie ha tocado a August... al menos,no directamente.

Me enteré porque Maya Markowitz me dijo que si nojugaba a los cuatro cuadrados con nosotros en el recreo esporque no quería pillar la Peste. «¿Qué es la Peste?» lepregunté, y ella me lo contó. Le dije a Maya que me parecíauna tontería, y me dio la razón, pero, si podía evitarlo,preferiría no tocar una pelota que acabase de tocar August.

La fiesta de Halloween

ESTABA muy emocionada porque Savanna me habíainvitado a la fiesta de Halloween.

Savanna es probablemente la niña más popular delcolegio. Les gusta a todos los niños. Todas las niñasquieren ser amigas suyas. Fue la primera del curso en tener«novio». Era un chico que va a la Escuela Secundaria 281,aunque ella lo dejó y empezó a salir con Henry Joplin.Tiene sentido, porque los dos parecen ya unosadolescentes.

El caso es que, aunque no estoy en el grupo de las«populares», me invitó, y eso es guay. Cuando le dije aSavanna que había recibido su invitación y que iría a sufiesta fue muy maja conmigo, aunque me dejó bien claroque no había invitado a mucha gente, así que era mejor no irpor ahí presumiendo de que me había invitado. A Maya, porejemplo, no la había invitado. Savanna también me dejóbien claro que no llevase disfraz. Menos mal que me lodijo, porque, claro está, al ser una fiesta de Halloweenhabría ido con disfraz. No con el de unicornio que me habíahecho para el desfile de Halloween, sino con el de góticaque había llevado a clase. Pero ni siquiera eso estaba bienvisto en la fiesta de Savanna. Lo único malo de la fiesta deSavanna era que ya no podría ir al desfile ni podría ponerme

el disfraz de unicornio. Eso era un rollo, pero en fin...Cuando llegué a la fiesta Savanna me recibió en la

puerta.—¿Y tu novio, Summer? —No sabía de qué me estaba

hablando—. Digo yo que en Halloween no le hará falta unamáscara, ¿no? —añadió, y entonces supe que estabahablando de August.

—No es mi novio —dije.—Ya lo sé. ¡Era broma!Me dio un beso en la mejilla (todas las niñas de su

grupo se daban besos en la mejilla cada vez que se veían yse decían «Hola») y colgó mi abrigo en un perchero en elpasillo. Luego, me cogió de la mano y bajamos lasescaleras hasta el sótano, que era donde se celebraba lafiesta. No vi a sus padres por ninguna parte.

Allí había unas quince personas: todos eran«populares», tanto del grupo de Savanna como del deJulian. Podría decirse que se habían fundido en un gransupergrupo de niños y niñas populares ahora que algunoshabían comenzado a salir los unos con los otros.

Ni siquiera sabía que hubiese tantas parejas. Bueno,sabía lo de Savanna y Henry, pero ¿Ximena y Miles? ¿YEllie y Amos? Ellie está casi tan plana como yo.

Cuando llevaba ahí unos cinco minutos, Henry ySavanna se pusieron a mi lado. Casi podría decirse queestaban revoloteando a mi alrededor.

—Queremos saber por qué te juntas tanto con elChico Zombi —dijo Henry.

—No es un zombi —contesté riéndome, como siestuviesen haciendo una broma. Estaba sonriendo, pero nome apetecía nada sonreír.

—¿Sabes, Summer? —me dijo Savanna—, seríasmucho más popular si no te juntases tanto con él. Voy a sersincera contigo: a Julian le gustas. Quiere pedirte parasalir.

—Ah, ¿sí?—¿Te parece guapo?—Eh... sí, supongo. Sí, es guapo.—Pues vas a tener que elegir con quien quieres

relacionarte —dijo Savanna. Me hablaba como le hablaríauna hermana mayor a su hermana pequeña—. Le caes bien atodo el mundo, Summer. Todos piensan que eres maja ymuy, muy guapa. Podrías formar parte de nuestro grupo siquisieras y, créeme, en nuestro curso hay muchas chicas alas que le encantaría.

—Lo sé —dije—. Gracias.—De nada —contestó—. ¿Quieres que le diga a Julian

que venga a hablar contigo?Miré hacia donde estaba señalando y vi a Julian

mirándonos.—Eh... la verdad es que tengo que ir al baño. ¿Dónde

está?

Fui a donde me indicó, me senté en el borde de labañera. Llamé a mi mamá y le pedí que fuese a recogerme.

—¿Va todo bien? —preguntó mamá.—Sí, pero no quiero quedarme —contesté.Mamá no hizo más preguntas y me dijo que tardaría

diez minutos en llegar.—No llames al timbre —le dije—. Llámame por

teléfono cuando estés afuera.Me quedé en el cuarto de baño hasta que llegó mamá.

Entonces, subí al piso de arriba sin que nadie me viese,cogí el abrigo y salí a la calle.

Solo eran las nueve y media. El desfile de Halloweenaún estaba muy animado por la avenida Amesfort. Había unmontón de gente por todas partes. Todos iban disfrazados.Había esqueletos, piratas, princesas, vampiros,superhéroes.

Pero ni un solo unicornio.

Noviembre

AL día siguiente en el colegio le dije a Savanna queme habían sentado mal los dulces de Halloween, y que poreso me había ido de su fiesta. Me creyó. Había un virusestomacal por ahí suelto, así que la mentira era creíble.

También le dije que estaba colada por otra persona queno era Julian para que me dejase en paz y, con suerte, ledijese a Julian que no estaba interesada. Savanna, claro está,quiso saber quién era, pero le dije que era un secreto.

August no fue al colegio el día después de Halloween.Cuando volvió, noté que le pasaba algo. En la comidaempezó a comportarse de un modo muy raro. A penas dijouna palabra, y no paraba de mirarse el pie cuando le hablaba.Era como si no quisiera mirarme a los ojos.

—Auggie, ¿te pasa algo? ¿Estás enfadado conmigo? —le pregunté por fin.

—No —contestó.—Siento mucho que no te encontrases bien en

Halloween. Estuve buscando a Boba Fett por los pasillos.—Sí, estuve enfermo.—¿Pillaste el virus estomacal?—Sí, supongo.Abrió un libro y se puso a leer, lo cual me pareció de

muy mala educación.

—Estoy ilusionada con el proyecto del MuseoEgipcio —dije—. ¿Y tú?

Negó con la cabeza. Tenía la boca llena de comida.Miré para otro lado porque, entre cómo estaba masticando,que casi parecía que estuviese siendo grosero a propósito,y cómo tenía los ojos medio cerrados, me estaba dandomuy mal rollo.

—¿A ti que proyecto te ha tocado? —pregunté.Se encogió de hombros, se sacó un trozo de papel del

bolsillo de los vaqueros y me lo lanzó por encima de lamesa.

En nuestro curso a todo el mundo le habían asignadoun objeto egipcio sobre el que hacer un trabajo para el Díadel Museo Egipcio, que era en diciembre. Los profesoreshabían escrito los títulos de los trabajos en trocitos depapel que habían metido en una pecera y luego los alumnosteníamos que sacar los papeles uno por uno.

Desplegué el trozo de papel de Auggie.—¡Mola! —dije, quizá un poco más emocionada de la

cuenta, porque quería que Auggie se animase—. ¡Te hatocado la pirámide escalonada de Saqqara!

—¡Ya lo sé! —contestó.—A mí me ha tocado Anubis, el dios de los muertos.—¿El de la cabeza de perro?—En realidad es de chacal —lo corregí—. Oye,

¿quieres que hagamos nuestros trabajos después de clase?

Puedes venir a mi casa.August dejó su sándwich y se reclinó en la silla. No

me atrevo a describir la mirada que me lanzó.—Oye, Summer —dijo—. No tienes por qué hacerlo.—¿A qué te refieres?—No tienes por qué ser mi amiga. Ya sé que el señor

Traseronian habló contigo.—No sé de qué me estás hablando.—Lo único que digo es que no tienes que fingir. Ya sé

que el señor Traseronian habló con unos cuantos devosotros antes de que empezase el curso y os dijo queteníais que haceros amigos míos.

—Conmigo no habló, August.—Claro que sí.—Claro que no.—Claro que sí.—¡Claro que no! ¡Te lo juro por mi vida! —Levanté

las manos para que viese que no estaba cruzando los dedos.Inmediatamente me miró los pies, así que me quité lasUGG para que viese que no estaba cruzando los dedos delos pies.

—Llevas leotardos —dijo en tono acusador.—¡Pero se nota que tengo los dedos estirados! —

grité.—Vale, no hace falta que grites.—No me gusta que me acusen, ¿vale?

—Vale. Lo siento.—Más te vale.—¿De verdad no habló contigo?—¡Auggie!—Vale, vale. Lo siento mucho.Habría estado más tiempo enfadada con él, pero

entonces me contó algo malo que le había pasado el día deHalloween y ya no pude seguir enfadada con él. Enresumen, había oído a Jack hablar mal de él y decir cosasterribles a sus espaldas. Eso explicaba su actitud, y ya sabíapor qué había estado «enfermo» y no había ido a clase.

—Prométeme que no se lo contarás a nadie —mepidió.

—Lo prometo —contesté—. ¿Prometes tú que novolverás a tratarme así de mal nunca más?

—Lo prometo —dijo, y entrelazamos los meñiquespara jurarlo.

Advertencia:

ESTE chico no es para todos los públicosHabía advertido a mamá sobre la cara de August. Le

había descrito cómo era. Lo hice porque sé que no siemprese le da bien fingir, y August iba a ir a mi casa por primeravez. Hasta le envié un mensaje de texto al trabajo pararecordárselo. Pero, cuando llegó a casa después de trabajar,noté en la expresión de su cara que no la había preparado losuficiente. Cuando entró por la puerta y vio su cara, sequedó horrorizada.

—Hola, mamá. Este es Auggie. ¿Puede quedarse acenar? —pregunté rápidamente.

Mi madre tardo un segundo en reaccionar.—Hola, Auggie —dijo—. Eh... pues claro, cielo.

Siempre que le parezca bien a la madre de Auggie.—¡Deja de poner esa cara de flipada! —le susurré

mientras Auggie llamaba a su madre con el móvil.Era la misma cara que ponía cuando estaba viendo las

noticias y había sucedido algo horrible. Asintiórápidamente con la cabeza, como si no se hubiera dadocuenta de que estaba poniendo una cara rara, y a partir deentonces se comportó amablemente y con normalidad conAuggie.

Pasado un rato, Auggie y yo nos cansamos de hacer

nuestros trabajos y nos fuimos al salón. Auggie estabamirando las fotos que hay en la repisa de la chimenea y viouna foto en la que salíamos papá y yo.

—¿Ese es tu padre? —preguntó.—Sí.—No sabía que fueras... ¿cómo se dice?—Birracial.—¡Sí! Eso quería decir.—Sí.Volvió a mirar la foto.—¿Tus padres están divorciados? Tu padre nunca va a

recogerte al colegio.—No —dije—. Era sargento de un pelotón. Murió

hace unos años.—¡Vaya! No lo sabía.—Sí —contesté, y le enseñé una foto de mi padre de

uniforme.—Hala, cuántas medallas.—Sí, era increíble.—Vaya, Summer. Lo siento.—Sí, es un rollo. Lo echo mucho de menos.—Sí, ya —contestó, y me devolvió la foto.—¿Alguna vez has conocido a alguien que ha muerto?

—pregunté.—Solo a mi abuela, y no me acuerdo muy bien de ella.—Qué pena.

Auggie asintió.—¿Alguna vez te preguntas qué les pasa a las personas

cuando mueren? —pregunté.Se encogió de hombros.—No mucho. Bueno, supongo que van al cielo. Allí es

adonde fue mi abuela.—Yo lo pienso mucho —reconocí—. Creo que,

cuando mueren, sus almas van al cielo, pero solo unatemporada. Allí ven a sus amigos y se ponen al día. Peroluego creo que las almas empiezan a pensar en su vida en laTierra, en si habían sido buenos o malos, o yo qué sé. Yentonces vuelven a nacer en forma de nuevos bebés.

—¿Por qué iban a querer hacer eso?—Porque así tienen otra oportunidad para hacerlo

bien —contesté—. Sus almas tienen una segundaoportunidad.

Pensó en lo que le estaba diciendo e hizo un gesto deconfirmación.

—Como cuando haces un examen de recuperación —dijo.

—Exacto.—Pero cuando vuelven no tienen el mismo aspecto de

antes —dijo—. Quiero decir, que cuando vuelven parecencompletamente diferentes, ¿no?

—Sí, claro —contesté—. Tu alma sigue siendo lamisma, pero todo lo demás es diferente.

—Eso me gusta —dijo, asintiendo una y otra vez—.Eso me gusta mucho, Summer. Eso significa que en mipróxima vida no tendré esta cara.

Al decirlo se señaló la cara e hizo una caída de ojos.Me eché a reír.

—Supongo que no —contesté encogiéndome dehombros.

—¡Oye, a lo mejor hasta soy guapo! —dijo sonriente—. Eso sería increíble, ¿eh? Volvería y sería un tío guapo,supercachas y superalto.

Volví a reírme. Se le daba muy bien bromear sobre símismo. Esa es una de las cosas que más me gustan deAuggie.

—Oye, Auggie, ¿puedo preguntarte algo?—Sí —dijo, como si supiese exactamente lo que

quería preguntarle.Dudé un poco. Llevaba un tiempo queriendo

preguntárselo, pero nunca había reunido el valor suficientepara hacerlo.

—¿Qué? —dijo—. ¿Quieres saber qué le pasa a micara?

—Sí, supongo. Si no te importa que te lo pregunte.Se encogió de hombros. Me alivió un montón que no

se enfadase ni se pusiese triste.—No pasa nada —dijo con indiferencia—. Lo

principal que tengo es una cosa que se llama «di-sos-to-sis

man-di-bu-lo-fa-cial». Por cierto, me costó un montónaprender a pronunciarlo. Pero también tengo otro síndromeque ni siquiera sé pronunciar. Y esas cosas se combinaronpara formar una supercosa, algo tan raro que ni siquiera lehan puesto nombre. No es que quiera fardar, pero meconsideran una especie de milagro médico, ¿sabes? —Yentonces sonrió—. Era una broma —dijo—. Puedes reírte.

Sonreí y negué con la cabeza.—Eres gracioso, Auggie —dije.—Sí, ya lo sé —contestó orgulloso—. Soy guay.

La tumba egipcia

EL mes siguiente, August y yo quedamos un montóndespués de clase, o en su casa o en la mía. Los padres deAugust nos invitaron a mamá y a mí a cenar un par de veces.Una vez los oí hablar por casualidad de organizar una cita aciegas con mamá y Ben, el tío de August.

El día de la exposición del Museo Egipcio estábamostodos muy emocionados y algo nerviosos. El día de anteshabía nevado; no tanto como en las vacaciones de Acciónde Gracias, pero la nieve, nieve es.

El gimnasio se había convertido en un museo enormecon todos los objetos egipcios expuestos sobre una mesacon un pequeño letrero que explicaba de qué se trataba.Casi todos eran chulísimos, pero tengo que decir que elmío y el de August eran los mejores. Mi escultura deAnubis parecía real, hasta había usado pintura dorada deverdad. August había hecho su pirámide escalonada conterrones de azúcar. Tenía unos cincuenta centímetros dealto y otros cincuenta de ancho, y había pintado con espraylos terrones con una pintura que imitaba la arena. Eraalucinante.

Todos nos pusimos disfraces egipcios. Algunos sedisfrazaron de arqueólogos a lo Indiana Jones. Otros sedisfrazaron de faraones. August y yo nos disfrazamos de

momias. Teníamos las caras tapadas, menos dos agujeritospara los ojos y un agujero para la boca.

Cuando llegaron los padres, se pusieron en fila en elpasillo que hay delante del gimnasio. Cuando nos dijeronque podíamos salir a verlos, cada uno llevó a su padre o a sumadre de visita por el oscuro gimnasio, alumbrándose conuna linterna. August y yo acompañamos juntos a nuestrasmadres. Nos paramos en cada objeto expuesto, lesexplicamos qué era, hablamos en susurros y contestamospreguntas. Como estábamos a oscuras, usábamos laslinternas para iluminar los objetos mientras hablábamos. Aveces, para darle un efecto dramático, nos enfocábamos lasbarbillas mientras explicábamos algo con todo detalle. Eradivertidísimo oír todos aquellos susurros a oscuras y vertodas las luces zigzagueando por la negra sala.

En un momento dado, fui a beber al surtidor de agua.Tuve que apartarme las vendas de momia de la cara.

—Hola, Summer —dijo Jack, que se había acercadohasta donde yo estaba. Iba vestido como el hombre de Lamomia—. Mola el traje.

—Gracias.—¿La otra momia es August?—Sí.—Eh... Oye, ¿tú sabes por qué está enfadado August

conmigo?—Ajá —contesté.

—¿Puedes decírmelo?—No.Jack asintió. Parecía deprimido.—Le dije que no te lo diría —le expliqué.—Todo es muy raro —contestó—. No tengo ni idea

de por qué se ha enfadado conmigo de repente. Ni idea.¿No puedes darme una pista por lo menos?

Miré hacia donde estaba August, en la otra punta de lasala. No iba a romper mi promesa de no contarle a nadie loque él había oído por casualidad el día de Halloween, peroJack me dio pena.

—El malo de Scream —le susurré en el oído, y mefui.

Cuarta parte

JACK

Este es mi secreto. Es muy sencillo.Uno solo puede ver claramente con el

corazón.Lo esencial es invisible a los ojos.Antoine De Saint-Exupéry, « El Principito ».

La llamada

EN agosto, mis padres recibieron una llamada delseñor Traseronian, el director del colegio de secundaria.

—A lo mejor llama a todos los nuevos alumnos paradarles la bienvenida —dijo mi madre.

—Tendría que llamar a muchos niños —contestó mipadre.

Mi madre le devolvió la llamada y la oí hablar por elteléfono con el señor Traseronian. Esto es exactamente loque dijo:

—Ah, hola, señor Traseronian. Soy Amanda Will y lellamo porque me han dicho que nos ha llamado. —Pausa—.¡Oh, gracias! Es usted muy amable. Lo está deseando. —Pausa—. Sí. —Pausa—. Sí —Pausa—. Oh. Claro. —Pausalarga—. Ohhh, Ajá. —Pausa—. Bueno, es usted muyamable. —Pausa—. Claro. Ohh. Vaya. Ohhh. —Pausasuperlarga—. Entiendo. Claro. Estoy segura de que sí.Déjeme anotarlo... Ya. Volveré a llamarle cuando hayahablado con él, ¿de acuerdo? —Pausa—. No, gracias austed por pensar en él. ¡Adiós!

—¿Qué pasa? ¿Qué te ha dicho? —pregunté cuandocolgó.

—Bueno, es algo muy halagador, pero también unpoco triste. Verás, hay un niño que va a empezar en

secundaria este curso y que nunca ha estado en un colegioporque recibía clases en casa, así que el señor Traseronianha hablado con los profesores de primaria para que lediesen los nombres de alguno de los mejores niños queiban a entrar en quinto, y los profesores han debido dedecirle que eres un niño especialmente encantador (eso yoya lo sabía, claro) y el señor Traseronian quería saber sipodría contar contigo para guiar un poco a ese niño nuevo.

—¿Para que le dejase juntarse conmigo? —pregunté.—Exacto —dijo mamá—. Él le ha dado el nombre de

«amigo de bienvenida».—¿Y por qué yo?—Ya te lo he dicho. Tus profesores le han dicho al

señor Traseronian que eres un buen niño. Estoy muyorgullosa de que piensen tan bien de ti...

—¿Y por qué es triste?—¿Cómo?—Has dicho que era halagador, pero también un poco

triste.—Ah —contestó mamá dándome la razón—. Bueno,

parece ser que el niño tiene una especie de... eh... creo quea su cara le paso algo... No sé. No estoy segura. A lo mejortuvo un accidente. El señor Traseronian dice que te loexplicará un poco mejor cuando vayas al colegio la semanaque viene.

—¡Pero si el colegio no empieza hasta septiembre!

—Quiere que conozcas a ese niño antes de queempiece el curso.

—¿Tengo que hacerlo?Mamá pareció sorprendida.—Bueno, no, claro que no —dijo—, pero sería todo

un detalle por tu parte.—Si no tengo que hacerlo, no quiero hacerlo.—¿Puedes pensártelo un poco por lo menos?—Ya lo estoy pensando y no quiero hacerlo.—Bueno, no voy a obligarte —dijo—. Pero por lo

menos piénsatelo un poco más, ¿vale? Mañana volveré allamar al señor Traseronian, así que piénsatelo un poco.Jack, no creo que sea demasiado pedir que pases un pocode tiempo con un niño nuevo...

—No solo es un niño nuevo, mamá —contesté—. Esun niño deforme.

—Eso ha sido cruel, Jack.—Es que lo es, mamá.—¡Pero si ni siquiera sabes quién es!—Sí que lo sé —dije, porque en cuanto empezó a

hablar de él supe que era un niño que se llama August.

La heladería

RECUERDO haberlo visto por primera vez delante dela heladería que hay en la avenida Amerfort cuando teníaunos cinco o seis años. Verónica, mi canguro, y yo,estábamos sentados en el banco que hay fuera de la tiendacon Jamie, mi hermano pequeño, que estaba sentado en sucarrito de cara a nosotros. Supongo que debía de estar muyconcentrado comiéndome mi cucurucho de helado, porqueni siquiera me di cuenta de que se habían sentado unaspersonas a nuestro lado.

Hubo un momento en que giré la cabeza para chupar elhelado que se salía por el fondo del cucurucho y fueentonces cuando vi a August. Estaba sentado a mi lado. Yasé que no estuvo bien, pero al verlo dije algo así como:«¡Uhhh!» porque me asusté de verdad. Pensé que llevabauna máscara de zombi o algo así. Fue la clase de «uhhh»que sueltas cuando estás viendo una peli de miedo y elmalo sale de un salto detrás de los arbustos. Sé que noestuvo bien y, aunque el niño no me oyó, su hermana sí.

—¡Jack! ¡Tenemos que irnos! —dijo Verónica. Sehabía levantado y estaba dándole la vuelta al carrito porqueJamie, que también acababa de ver al niño, estaba a punto dedecir algo que habría resultado embarazoso.

Me levanté de un salto, como si se me hubiese puesto

encima una abeja, y seguí a Verónica mientras se alejaba.—Vamos, chicos, ya es hora de irnos —oí que decía

la madre del niño en voz baja a nuestras espaldas, y me girépara mirarlo una vez más.

El niño raro estaba chupando su cucurucho de helado,la madre estaba cogiendo su patinete y su hermana meestaba mirando como si quisiera matarme. Aparté la miradarápidamente.

—Verónica, ¿qué le pasa a ese niño? —susurré.—¡Calla! —dijo enfadada. Verónica me caía muy bien,

pero, cuando se enfadaba, se enfadaba de verdad. Jamieestaba a punto de caerse del carrito al intentar mirarlo denuevo mientras Verónica lo empujaba en la direccióncontraria.

—Pero, Vonica... —dijo Jamie.—¡Habéis sido muy malos! ¡Muy Malos! —exclamó

Verónica en cuanto estuvimos un poco más lejos—. ¡Aquién se le ocurre quedarse mirándolo así!

—¡Ha sido sin querer! —contesté.- Vonica —dijo Jamie.—Y habernos ido así —añadió Verónica

tartamudeando—. Ay, señor, esa pobre mujer. Os lo digoen serio, chicos. Cada día deberíamos dar gracias al Señorpor lo que tenemos ¿me habéis oído?

—¡Vonica!—¿Qué pasa, Jamie?

—¿Es Halloween?—No, Jamie.—¿Y por qué llevaba una máscara ese niño?Verónica no contestó. A veces, cuando estaba

enfadada por algo, hacía eso.—No llevaba una máscara —le expliqué a Jamie.—¡Calla, Jack! —dijo Verónica.—¿Por qué estás tan enfadada, Verónica? —le

pregunté sin poder evitarlo.Pensaba que aquello haría que se enfadase aún más,

pero se puso a negar con la cabeza.—Está muy mal lo que hemos hecho —dijo—.

Levantarnos así, como si acabásemos de ver al demonio.Me daba miedo lo que pudiese decir Jamie, ¿sabes? Noquería que soltase algo que pudiese ofender a ese niño.Pero habernos levantado así ha estado muy mal. Su madrese ha dado cuenta de lo que ha pasado.

—Pero no lo hemos hecho queriendo —contesté.—Jack, a veces no hace falta que uno quiera hacerle

daño a alguien para hacerle daño, ¿entiendes?Esa fue la primera vez que vi a August en el barrio, al

menos que yo recuerde. Pero he vuelto a encontrármelodesde entonces: un par de veces en los columpios y unascuantas más en el parque. Hubo un tiempo en que solíallevar un casco de astronauta, pero yo sabía que era él quiense escondía debajo del casco. Todos los niños del barrio

sabían que era él. Todo el mundo ha visto a August en algúnmomento. Todos sabemos cómo se llama, aunque él nosepa cómo nos llamamos nosotros.

Y siempre que lo veo intento acordarme de lo que dijoVerónica, pero me cuesta. Me cuesta mucho no mirarlo unasegunda vez. Cuesta mucho hacer como si nada cuando loves.

Por qué cambié de opinión

—¿A quién más ha llamado el señor Traseronian? —lepregunté a mamá esa noche—. ¿Te lo ha dicho?

—Ha nombrado a Julian y a Charlotte.—¡Julian! —dije—. Uf. ¿Y por qué Julian?—¡Antes eras amigo suyo!—Mamá, eso fue en la guardería. Julian es el tío más

falso del mundo. Y siempre está intentando caer bien.—Bueno —contestó mamá—, por lo menos Julian ha

accedido a ayudar a ese niño. Eso hay que reconocérselo.No dije nada porque mamá tenía razón.—¿Y Charlotte? —pregunté—. ¿También va a

hacerlo?—Sí —dijo mamá.—Claro, cómo no. Charlotte es una santita —

contesté.—¡Jack! —exclamó mamá—. Últimamente pareces

tener problemas con todo el mundo.—Es solo que... —comencé a decir—. Mamá, no

tienes ni idea de la pinta que tiene ese niño.—Puedo imaginármelo.—¡No, no puedes! Nunca lo has visto. Yo sí.—Puede que ni siquiera sea quien tú crees que es.—Confía en mí. Es él. Y te digo una cosa: está muy,

muy mal. Está deforme, mamá. Tiene los ojos más o menospor aquí. —Me señala las mejillas—. Y no tiene orejas. Ysu boca parece...

Jamie había entrado en la cocina para coger un cartónde zumo de la nevera.

—Puedes preguntárselo a Jamie —dije—. ¿Verdad,Jamie? ¿Te acuerdas de aquel niño que vimos en el parque,después de clase, el año pasado? ¿Ese niño que se llamaAugust? ¡El de la cara rara!

—¡Oh, sí! —exclamó Jamie, con los ojos como platos—. ¡Por su culpa tuve una pesadilla! ¿Te acuerdas, mamá,de la pesadilla con zombis que tuve el año pasado?

—Pensaba que era por haber visto una película demiedo —contestó mamá.

—¡No! —dijo Jamie—. ¡Fue por haber visto a eseniño! Cuando lo vi, grité: «¡Ahhh!» y eché a correr...

—Un momento —lo interrumpió mamá, poniéndoseseria—. ¿Te pusiste a correr en sus propias narices?

—¡No pude evitarlo! —se quejó Jamie.—¡Claro que podrías haberlo evitado! —le reprendió

mamá—. Chicos, tengo que deciros que estoy muydecepcionada por lo que estoy oyendo. —Tenía la cara deestar hablando muy en serio—. No es más que un niño...¡igual que tú! ¿Te imaginas cómo se sentiría al ver cómo tealejabas corriendo de él, Jamie, gritando?

—No fue un grito —replicó Jamie—. Fue más bien

un: «¡Ahhh!». —Se puso las manos en las mejillas yempezó a correr por la cocina.

—¡Jamie! —dijo mamá muy enfadada—.Sinceramente, pensaba que mis dos hijos eran máscomprensivos.

—¿Qué es comprensivo? —preguntó Jamie, que iba aempezar segundo curso.

—Sabes perfectamente lo que quiero decir porcomprensivo, Jamie —contestó mamá.

—Pero es que es muy feo, mamá —dijo Jamie.—¡Oye! —gritó mamá—. ¡No me gusta esa palabra!

Jamie, coge tu cartón de zumo. Quiero hablar con Jack asolas.

—Oye, Jack —dijo mamá en cuanto Jamie se fue, ysupe que estaba a punto de soltarme un sermón.

—Vale, lo haré —contesté, y eso la sorprendiómucho.

—Ah, ¿sí?—¡Sí!—Entonces, ¿puedo llamar al señor Traseronian?—¡Sí! ¡Mamá, te he dicho que sí!Mamá sonrió.—Sabía que podía contar contigo. Bien hecho. Estoy

muy orgullosa de ti, Jackie —dijo, y me revolvió el pelo.Por eso cambié de opinión. No fue para no tener que

aguantar el sermón de mamá. Y no fue para proteger al tal

August de Julian, que sabía que se comportaría como unimbécil. Fue porque, cuando oí a Jamie contar que habíasalido corriendo y gritando al ver a August, de pronto mesentí fatal. Siempre existirán niños como Julian que secomporten como imbéciles. Pero si un niño pequeño comoJamie, que normalmente es bastante simpático, puedellegar a ser así de cruel, un chaval como August no tieneninguna posibilidad de sobrevivir en un colegio desecundaria.

Cuatro cosas

La primera es que uno llega a acostumbrarse a su cara.Las primeras veces fue en plan: «Uf, nunca voy aacostumbrarme a esto». Pero luego, pasada una semana, yaera: «Bueno, no hay para tanto».

La segunda es que en realidad es un tío bastante guay.Bueno, es bastante gracioso. Por ejemplo, el profesor dicealgo y August me susurra algo gracioso que solo oigo yo yeso hace que me parta de risa. En general, también es un tíomajo. Es fácil pasar un rato con él y hablar y tal.

La tercera es que es muy listo. Pensaba que iríaretrasado porque nunca había ido al colegio, pero en casitodas las asignaturas va más avanzado que yo. A lo mejor noes tan listo como Charlotte o Ximena, pero no le faltamucho. Y, a diferencia de Charlotte y Ximena, me dejacopiar si lo necesito (aunque solo lo he necesitado un parde veces). También me dejó copiar sus deberes una vez,aunque nos echaron la bronca a los dos después de clase.

—Los dos tenéis las mismas respuestas mal en losdeberes de ayer —dijo la señora Rubin mirándonos comosi estuviese esperando una explicación. No supe qué decir,porque la explicación habría sido: «Bueno, eso es porquecopié los deberes de August».

Pero August mintió para protegerme.

—Bueno, eso es porque ayer hicimos los deberesjuntos —dijo, lo cual no era cierto.

—Bueno, hacer los deberes juntos está bien —contestó la señora Rubin—, pero se supone que debéishacerlos por separado, ¿vale? Podéis trabajar juntos siqueréis, pero no podéis hacer los deberes juntos, ¿vale?¿Lo habéis entendido?

—Tío, gracias por ayudarme —dije cuando salimos declase.

—No pasa nada —contestó él.Aquel gesto fue guay.La cuarta es que, ahora que lo conozco, diría que

quiero ser amigo de verdad de August. Reconozco que alprincipio solo era amable con él porque el señorTraseronian me lo pidió. Pero ahora elegiría juntarme conél. Se ríe de todos mis chistes. Y es como si a Augustpudiese contarle cualquier cosa. Es como si fuera un buenamigo. Por ejemplo, si todos los niños de quintoestuviesen uno al lado del otro de cara a la pared y tuvieseque elegir a alguien con quien quisiera juntarme, elegiría aAugust.

Ex amigos

¿El malo de Scream? ¿Pero qué...? Summer Dawsonsiempre ha sido un poco rara, pero aquello era demasiado.Solo le había preguntado por qué se comportaba Augustcomo si estuviese enfadado conmigo. Pensé que lo sabría,pero lo único que me dijo fue: «El malo de Scream». Nisiquiera sé qué significa eso.

No lo entiendo, porque un día August y yo éramosamigos y, al siguiente, ¡zas!, apenas me hablaba. No tengoni idea de por qué. Cuando le dije: «Oye, August, ¿estásenfadado conmigo?», se encogió de hombros y se fue. Yoeso me lo tomaría como un sí. Pero como estaba seguro deque no le había hecho nada para que se enfadase conmigo,pensé que Summer podría decirme qué pasaba. Pero loúnico que me dijo fue: «El malo de Scream». Menudaayuda. Gracias, Summer.

Tengo muchos amigos más en el colegio. Si Augustquiere convertirse oficialmente en mi ex amigo, pues vale,me parece bien, me da igual. Desde que empezó a pasar demí en el colegio, yo también pasé de él. Es bastante difícil,ya que nos sentamos juntos en casi todas las clases.

Hay gente que se ha dado cuenta y han empezado apreguntarme si August y yo hemos discutido. Nadie lepregunta a August qué es lo que pasa. Bueno, casi nadie

habla con él. A ver, la única persona que se junta con él,aparte de mí, es Summer. A veces se junta un poco conReid Kingsley, y los dos Max le dejaron jugar a Dungeons& Dragons un par de veces en el recreo. Charlotte, a pesarde su fama de santita, lo más que hace es saludarlo con lacabeza cuando se lo cruza en el pasillo. Y no sé si la gentesigue jugando a eso de la Peste a sus espaldas, porque nadieme contó de qué iba directamente, pero lo que quiero decires que no tiene muchos amigos con los que estar. Si quierepasar de mí, quien sale perdiendo es él, no yo.

Así es como están las cosas entre nosotros ahora.Solo hablamos entre nosotros de asuntos de clase si notenemos más remedio. Por ejemplo, yo le digo: «¿Quédeberes ha dicho Rubin que tenemos que hacer?», y él mecontesta. O él me pregunta: «¿Puedo usar tu sacapuntas?», yyo lo saco de mi estuche y se lo presto. Pero en cuantosuena el timbre, cada uno se va por su lado.

La parte buena es que ahora puedo relacionarme conmucha otra gente. Antes, cuando siempre estaba conAugust, los otros niños no se nos acercaban para no estarcon él. O me ocultaban cosas, como lo de la Peste. Creoque era el único que no participaba en el juego, aparte deSummer y a lo mejor los del Dungeons & Dragons. Y laverdad aunque nadie lo dice así de claro, nadie quierejuntarse con él. Todos están deseando estar en el grupo delos populares, y él es lo menos popular que puedes echarte

a la cara. Ahora puedo juntarme con quien quiera. Siquisiera estar en el grupo de los populares, estaría sin dudaen el grupo de los populares.

La parte mala es que a) no me gusta tanto juntarmecon el grupo de los populares, y b) que me gustabajuntarme con August.

Esto es un desastre. Y es todo culpa de August.

Nieve

La primera nevada del invierno cayó el penúltimo díade clase antes de las vacaciones de Acción de Gracias. Elcolegio cerró, así que teníamos un día más de vacaciones.Me alegré mucho, porque estaba superasqueado con lo deAugust y solo quería tener tiempo para calmarme sin tenerque verlo a diario. Además, despertarme por la mañana yver que ha nevado durante la noche es una de las cosas quemás me gustan. Me encanta la sensación de abrir los ojospor la mañana y, sin saber por qué, todo parece diferente.Entonces caes en la cuenta: todo está en silencio. No seoyen los cláxones de los coches. No circulan autobusespor la calle. Te acercas corriendo a la ventana y ves quefuera todo está cubierto de blanco: las aceras, los árboles,los coches aparcados, los cristales de la ventana. Y cuandoeso pasa un día de clase y te enteras de que han cerrado elcolegio... bueno, creo que cuando me haga mayor voy aseguir pensando que esa es la mejor sensación del mundo.Y nunca voy a ser uno de esos adultos que sacan el paraguascuando nieva. Nunca.

El colegio de papá también había cerrado, así que nosllevó a Jamie y a mí a tirarnos en trineo por la colina delEsqueleto en el parque. Dicen que un niño se partió elcuello bajando por esa colina hace unos años, pero no sé si

es verdad o si no es más que una leyenda urbana. De vueltaa casa, vi un trineo de madera hecho polvo apoyado contrael monumento indio de piedra. Papá dijo que lo dejase, queno era más que basura, pero algo me dijo que podría ser elmejor trineo del mundo. Papá me dejó arrastrarlo hastacasa y me pasé el resto del día arreglándolo. Pegué loslistones rotos y los envolví en cinta adhesiva superfuertepara que aguantasen más. Luego lo pinté con espray blancocon la pintura que había comprado para la Esfinge deAlabastro que estaba haciendo para el trabajo del MuseoEgipcio. Cuando se secó, pinté RAYO en letras doradas enmitad de la pieza de madera y dibujé un rayo sobre lasletras. Parecía el trabajo de un profesional. Papá dijo:«¡Caray, Jackie! ¡Tenías razón con lo del trineo!».

Al día siguiente volvimos a la colina del Esqueletocon Rayo. Era el trineo más rápido que he montado nunca,muchísimo más rápido que los trineos de plástico quehabíamos usado antes. Y como en la calle hacía más calor,la nieve se había vuelto más crujiente y blanda: de la que esbuena para hacer bolas de nieve. Jamie y yo nos pasamos latarde turnándonos con Rayo. Estuvimos en el parque hastaque se nos congelaron los dedos y los labios se nospusieron un poco azules. Papá casi tuvo que llevarnos acasa a rastras.

El fin de semana la nieve había empezado a volversegris y amarilla, y entonces llovió y casi toda la nieve se

quedó medio derretida. El lunes, cuando volvimos alcolegio, ya no quedaba.

El primer día de colegio fue lluvioso y asqueroso. Undía triste. Y yo me sentía como el día.

Saludé a August con la cabeza cuando lo vi. Estábamosdelante de las taquillas. Él me devolvió el saludo.

Quería contarle lo de Rayo, pero no le dije nada.

La fortuna sonríe a los audaces

El precepto para diciembre del señor Browne era: «Lafortuna sonríe a los audaces». Todos teníamos que escribiruna redacción sobre algún momento de nuestras vidas enque hubiéramos hecho algo muy valiente y cómo, gracias alo que habíamos hecho, nos había pasado algo bueno.

Sinceramente, me lo pensé mucho. Tengo que decirque pienso que lo más valiente que he hecho en toda mivida fue hacerme amigo de August. Pero no podía hablar deeso, claro. Me daba miedo que tuviésemos que leerlas envoz alta, o que el señor Browne las colgase del panel deanuncios como hace a veces. Así que escribí una redaccióncutre sobre el miedo que me daba el mar cuando erapequeño. Era una tontería, pero no se me ocurrió otra cosa.

Me pregunto sobre qué escribiría August. Seguro quetenía un montón de cosas para elegir.

Colegio Privado

MIS padres no son ricos. Lo que digo porque a vecesla gente piensa que todo el mundo que va a un colegioprivado es rico, pero eso no vale para nosotros. Papá esprofesor y mamá es trabajadora social, o sea que no tienenese tipo de trabajos en los que la gente gana millones dedólares. Antes teníamos un coche, pero lo vendimoscuando Jamie empezó a ir al parvulario en Beecher. Novivimos en una casa grande ni en uno de esos edificios conportero que hay junto al parque. Vivimos en la última plantade un edificio de cuatro pisos sin ascensor que lealquilamos a una señora mayor que se llama doña Petra, al«otro» lado de Broadway. Es una manera de referirse enclave a la zona de North River Heights donde la gente noquiere aparcar el coche. Jamie y yo compartimoshabitación. A veces pillo a mis padres hablando de cosascomo: «¿Podemos pasar un año más sin aireacondicionado?» o «A lo mejor este verano puedo tenerdos trabajos».

Hoy, durante el recreo, he estado hablando con Julian,Henry y Miles.

—No soporto tener que ir a París estas Navidades.¡Qué aburrimiento! —dijo Julian, que todo el mundo sabeque es rico.

—Tío, que es París, nada menos —contesté como unidiota.

—Fíate de mí, es un aburrimiento —dijo—. Mi abuelavive en una casa en mitad de ninguna parte. París está comoa una hora del pueblo, que es pequeño, pequeño, pequeño.¡Te juro por Dios que allí nunca pasa nada! Aquello es enplan: «¡Hala, se ha puesto otra mosca en la pared! Mira, hayun perro nuevo durmiendo en la acera. Yupi». —Me eché areír. A veces, Julian podía ser muy gracioso—. Aunque mispadres están planeándose montar una buena fiesta este añoen lugar de ir a París. Eso espero. ¿Y tú qué vas a hacer envacaciones? —me preguntó Julian.

—Nada en concreto —contesté.—Qué suerte tienes.—Espero que vuelva a nevar —dije—. Tengo un trineo

nuevo que es increíble. —Iba a contarles lo de Rayo, peroMiles se puso a hablar.

—¡Yo también tengo un trineo nuevo! —dijo—. Mipadre me lo compró en Hammacher Schlemmer. Estecnología punta.

—¿Cómo va a ser tecnología punta un trineo? —preguntó Julian.

—Le costó unos ochocientos dólares.—¡Hala!—Deberíamos ir todos a tirarnos en trineo y hacer una

carrera en la colina del Esqueleto —dije.

—Qué cutre —contestó Julian.—¿Estás de broma? —repuse—. Un niño se partió el

cuello allí. Por eso se llama la colina del Esqueleto.Julian entornó los ojos y me miró como si yo fuese el

tío más idiota del mundo.—Se llama la colina del Esqueleto porque era un

antiguo cementerio indio —dijo—. Bueno, ahora deberíanllamarla la colina de la Basura, porque aquello está lleno deporquería. La última vez que estuve allí, estaba asqueroso:latas de refresco por todas partes, botellas rotas y yo quésé qué más —añadió negando con la cabeza.

—Yo dejé allí mi antiguo trineo —dijo Miles—. Erauna porquería de trasto... ¡y alguien se lo llevó!

—¡A lo mejor algún vagabundo que quería tirarse entrineo! —contestó Julian riéndose.

—¿Dónde lo dejaste? —pregunté.—Junto a la roca enorme que hay al pie de la colina.

Volví al día siguiente y ya no estaba. ¡No me puedo creerque alguien se lo llevase!

—Os diré lo que podemos hacer —dijo Julian—. Lapróxima vez que nieve, mi padre podría llevarnos en cochea su campo de golf en Westchester, que mola mucho másque la colina del Esqueleto. Oye, Jack, ¿adónde vas?

Yo ya había echado a andar para alejarme de allí.—Tengo que sacar un libro de mi taquilla —mentí.Solo quería alejarme de ellos cuanto antes. No quería

que nadie se enterase de que yo era el «vagabundo» que sehabía llevado el trineo.

En ciencias

NO soy el mejor estudiante del mundo. Sé que haygente a la que le gusta el colegio, pero no puedo decir queyo sea uno de esos. Me gustan algunas cosas del colegio,como la gimnasia y la clase de informática. Y la comida yel recreo. Pero, en general, podía vivir sin el colegio. Y loque más odio del colegio son todos los deberes que nosmandan. Como si no tuviésemos ya bastante con tener quesentarnos clase tras clase intentando no dormirnosmientras nos llenan la cabeza de un montón de cosas queprobablemente nunca necesitemos saber, como porejemplo cómo calcular la superficie de un cubo o cuál es ladiferencia entre la energía cinética y la energía potencial.¡Qué más da! Nunca jamás he oído a mis padres pronunciarla palabra «cinética».

La clase que más odio es la de ciencias. Nos mandantanto trabajo que no tiene ninguna gracia. Y la profesora, laseñora Rubin, es muy estricta... ¡hasta en cómo escribimosel título en la parte superior de la página! Una vez me quitódos puntos de un trabajo porque no había puesto la fecha enla parte de arriba de la página. Qué locura.

Cuando August y yo aún éramos amigos, me iba bienen ciencias porque él se sentaba a mi lado y siempre medejaba copiar sus apuntes. Nunca en mi vida he visto una

letra tan clara como la de August: escribe recto y hace lasletras bien redondeadas. Pero ahora que ya no somosamigos no puedo pedirle que me deje copiar sus apuntes.

Hoy estaba intentando tomar apuntes sobre lo quedecía la señora Rubin (mi letra es horrible), cuando depronto se pone a hablar del trabajo de quinto curso para laexposición de ciencias, y de que todos teníamos que elegirun tema para el trabajo.

Mientras lo decía, yo pensaba: «Acabamos de terminarel dichoso trabajo sobre Egipto ¿y ya tenemos que empezarcon otro?». Y mentalmente grité: «¡Oh, noooooo!» comoel niño de Solo en casa, con la boca abierta de par en par ylas manos en la cara. Esa era justo la cara que estabaponiendo por dentro. Y luego me puse a pensar en esasimágenes de caras de fantasma derretidas que he visto enalguna parte, con la boca abierta y gritando. Y de repente seme pasó una imagen por la cabeza, un recuerdo, y supe quehabía querido decir Summer con aquello de «el malo deScream». Fue muy raro, me di cuenta de repente. EnHalloween, alguien del aula de tutoría se había disfrazadodel malo de Scream. Recuerdo que lo vi a unas mesas dedonde yo estaba. Y luego dejé de verlo.

¡Ay, madre! ¡Era August!Y me había dado cuenta ahora, en clase de ciencias,

mientras hablaba la profesora.¡Ay, madre!

Había estado hablando de August con Julian. Ay,madre, ¡Ya lo entendía! Fui muy cruel. Ni siquiera sé porqué. Ni siquiera estoy seguro de lo que dije, pero fue algomalo. Solo fue un minuto o dos. Sabía que Julian y losdemás pensaban que yo era un tío raro por juntarme conAugust a todas horas, y me sentía idiota. No sé por qué lodije. Solo estaba siguiéndoles el rollo. Fui un idiota. Soyidiota. Ay, Dios. ¡August iba a ir disfrazado de Boba Fett!Nunca hubiese dicho lo que dije delante de Boba Fett. Peroel malo de Scream que había sentado a la mesa,mirándonos, era él. La máscara blanca alargada de la quesalía sangre de mentira, con la boca abierta de par en par,como si el fantasma estuviera llorando. Era él.

Me entraron ganas de vomitar.

Compañeros

NO oí ni una sola palabra de lo que dijo después laseñora Rubin. Bla, bla, bla. Trabajo para la exposición deciencias. Bla, bla, bla. Compañeros. Bla, bla. Se parecía acómo hablaban los adultos en las películas de CharlieBrown. Como si alguien estuviera hablando debajo delagua. «Muah muah muahhh, muah muahhh.»

Entonces, de repente, la señora Rubin empezó aseñalar a varios alumnos por toda la clase.

—Reid y Tristan, Maya y Max, Charlotte y Ximena,August y Jack —dijo señalándonos—. Miles y Amos,Julian y Henry, Savanna y... —El resto ya no lo oí.

—¿Cómo? —pregunté.Sonó el timbre.—¡No olvidéis reuniros con vuestros compañeros

para elegir un trabajo de la lista, chicos! —dijo la señoraRubin cuando todos empezaban a marcharse. Levanté lavista para mirar a August, pero ya se había puesto lamochila y estaba prácticamente en la puerta.

Se me debió de quedar cara de tonto, porque Julian seme acercó.

—Parece que a tu amiguito y a ti os ha tocado juntos—dijo con una sonrisita. En ese momento lo odié a muerte—. ¿Hola? Tierra a Jack Will —añadió cuando vio que no

le contestaba.—Cállate, Julian. —Estaba metiendo mi carpeta de

anillas en la mochila y no quería que se me acercase.—Debe de ser un rollo que te hayan puesto con él —

dijo—. Deberías decirle a la señora Rubin que quierescambiar de compañero. Seguro que te deja.

—Seguro que no —contesté.—Pregúntaselo.—No quiero.—¿Señora Rubin? —dijo Julian, girándose y

levantando la mano al mismo tiempo.La señora Rubin estaba borrando la pizarra y se dio

media vuelta al oír su nombre.—¡No, Julian! —susurré.—¿Qué pasa, chicos? —preguntó impaciente.—¿Podemos cambiar de compañero? —dijo Julian,

haciéndose el inocente—. Jack y yo tenemos una idea parael trabajo de la exposición de ciencias que nos gustaríahacer juntos...

—Bueno, supongo que podríamos arreglarlo... —comenzó a decir.

—No, no pasa nada, señora Rubin —dije rápidamente,echando a andar hacia la puerta—. ¡Adiós!

Julian salió corriendo detrás de mí.—¿Por qué has hecho eso? —preguntó cuando me

alcanzó en las escalaras—. Podríamos haber hecho el

trabajo juntos. No tienes por qué ser amigo del monstruo sino quieres...

Y entonces le di un puñetazo. En toda la boca.

Castigado

HAY cosas que no puedes explicar. Que ni siquierapuedes intentar explicar. Que no sabes por dónde empezar.Si abrieses la boca, todas tus fuerzas se enredarían en unnudo gigante. Cualquier palabra que utilizases te saldríamal.

—Jack, este es un asunto muy serio —me dijo elseñor Traseronian. Estaba en su despacho, sentado en unasilla frente a su mesa y mirando un dibujo de una calabazacolgado de la pared, detrás de él—. ¡Una cosa así es motivode expulsión, Jack! Sé que eres un buen chico y no quieroque te pase a ti, pero tienes que explicarte.

—Esto no es propio de ti, Jack —dijo mamá. Habíaacudido del trabajo en cuanto la llamaron. Se notaba que noacababa de decidirse entre estar muy enfadada y muysorprendida.

—Creía que Julian y tú erais amigos —añadió el señorTraseronian.

—No somos amigos —contesté con los brazoscruzados.

—Pero pegarle un puñetazo en la boca, Jack —dijomamá levantando la voz—. ¿En qué estabas pensando? —Miró al señor Traseronian—. La verdad es que nunca lehabía pegado a nadie. Él no es así.

—A Julian le sangraba la boca, Jack —dijo el señorTraseronian—. Y se le ha caído una muela, ¿lo sabías?

—Solo era una muela de leche —contesté.—¡Jack! —exclamó mamá, negando con la cabeza.—¡Lo ha dicho la enfermera Molly!—¡Eso no tiene nada que ver! —gritó mamá.—Solo quiero saber por qué —me pidió el señor

Traseronian, levantando los hombros.—Eso solo empeorará las cosas —contesté, y solté

un suspiro.—Dímelo, Jack.Me encogí de hombros, pero no dije nada. No podía.

Si le hubiese contado que Julian había llamado monstruo aAugust, le habría preguntado a Julian y él le habría dichoque yo también había hablado mal de August, y todossabrían la verdad.

—¡Jack! —dijo mamá.Me eché a llorar.—Lo siento...El señor Traseronian arqueó las cejas y asintió, pero

no dijo nada. Se sopló en las manos, como si tuviera frío.—Jack —dijo—. No sé qué decir. A ver, le has pegado

un puñetazo a un niño. Según las normas, te mereces laexpulsión automática. Y ni siquiera estás intentandoexplicarte.

A estas alturas ya estaba llorando a moco tendido.

Cuando mi madre me abrazó, empecé a berrear.—Vamos a... eh... —dijo el señor Traseronian

quitándose las gafas para limpiarlas—. Vamos a hacer unacosa, Jack. La semana que viene empiezan las vacacionesde Navidad. Se me ocurre que podrías quedarte en casa elresto de la semana y después de las vacaciones podríasvolver y empezar de cero. Borrón y cuenta nueva, comosuele decirse.

—¿Estoy expulsado? —pregunté gimoteando.—Bueno, en teoría sí, pero solo durante un par de días

—contestó, encogiéndose de hombros—. Te diré lo quevamos a hacer. Mientras estés en casa, dedícate a pensar enlo que ha pasado. Y si quieres escribirme una cartaexplicándome lo que ha pasado y otra a Julian pidiéndoledisculpas, esto no figurará en tu expediente. Vete a casa yháblalo con tus padres. Puede que mañana lo entiendas todoun poco mejor.

—Parece un buen plan, señor Traseronian —dijomamá asintiendo—. Gracias.

—Ya verás como todo se arregla —contestó el señorTraseronian echando a andar hacia la puerta, que estabacerrada—. Sé que eres un buen chico, Jack. Y sé que aveces incluso los buenos chicos hacen tonterías. —Abrióla puerta.

—Gracias por ser tan comprensivo —dijo mamá,estrechándole la mano junto a la puerta.

—De nada. —Se inclinó hacia delante y le comentóalgo en voz baja que no pude oír.

—Lo sé, gracias —contestó mamá, confirmándolocon un gesto.

—Bueno, chico —me dijo, poniéndome las manossobre los hombros—. Piensa en lo que has hecho, ¿vale? Ypásatelo bien durante las vacaciones. ¡Feliz Janucá! ¡FelizNavidad! ¡Feliz Kwanzaa[3]!

Me limpié la nariz con la manga y salí por la puerta.—Dale las gracias al señor Traseronian —dijo mamá,

dándome una palmadita en el hombro.Me paré y me di media vuelta, pero fui incapaz de

mirarlo a la cara.—Gracias, señor Traseronian —dije.—Adiós, Jack —contestó.Y salí por la puerta.

Felicitaciones navideñas

CURIOSAMENTE, cuando volvimos a casa y mamárecogió el correo, encontramos felicitaciones navideñas dela familia de Julian y de la de August. La tarjeta de lafamilia de Julian era una foto de Julian con corbata, comosi estuviera a punto de ir a la ópera, o yo qué sé. La de lafamilia de August era una foto de un simpático perro concuernos de reno, una nariz roja y unos patucos rojos. Habíaun bocadillo de texto sobre la cabeza del animal dondeponía: «¡Jo, jo, jo!». En la otra cara de la tarjeta ponía:

Para la familia Will,paz en la Tierra.Un abrazo de Nate, Isabel, Olivia, August (y Daisy) —

Qué tarjeta tan mona, ¿eh? —le dije a mamá, que apenas mehabía dirigido la palabra hasta llegar a casa. Creo que nosabía qué decir—. Este debe de ser su perro.

—¿Quieres contarme qué se te pasa ahora mismo porla cabeza, Jack? —me dijo muy seria.

—Seguro que ponen una foto del perro en la tarjetatodos los años —contesté.

Me quitó la tarjeta de las manos y miró la fotodetenidamente. Luego arqueó las cejas, se encogió dehombros y me devolvió la tarjeta.

—Somos muy afortunados, Jack. Hay muchas cosas

que no valoramos...—Lo sé —contesté. Sabía de qué estaba hablando

aunque no lo dijese—. He oído que la madre de Julianretocó la cara de August con Photoshop cuando recibió lafoto de la clase. Les hizo copias a un par de madres.

—Eso es horrible —dijo mamá—. ¡Cómo es la gente!A veces... no están a la altura.

—Lo sé.—¿Por eso le has pegado a Julian?—No.Y entonces le conté por qué le había pegado a Julian.

Y le conté que ahora August ya no era amigo mío. Y leconté lo que había pasado en Halloween.

Cartas, e-mails, Facebook, mensajes detexto

18 de diciembre

Estimado señor Traseronian:Siento muchísimo haberle pegado un puñetazo a

Julian. Estuvo muy mal. A él también voy a escribirle unacarta para decírselo. Si no le importa, preferiría no contarlepor qué lo hice, porque eso tampoco lo justifica. Tambiénpreferiría no meter a Julian en un lío por haber dicho algoque no debería haber dicho.

Atentamente,Jack Will

18 de diciembre

Estimado Julian:Siento muchísimo haberte pegado. Lo que hice estuvo

mal. Espero que estés bien. Espero que te salga pronto eldiente definitivo. A mí siempre me salen pronto.

Atentamente,Jack Will

26 de diciembre

Estimado Jack:Muchas gracias por tu carta. Si hay algo que he

aprendido después de ser director de secundaria duranteveinte años es que casi siempre hay más de dos versionesde una misma historia. Aunque no conozco los detalles, meimagino lo que pudo haber provocado el enfrentamientocon Julian.

Aunque nada justifica pegarle a otro alumno, tambiénsé que a veces vale la pena defender a los buenos amigos.Este ha sido un año muy difícil para muchos alumnos,como suele serlo el primer curso de secundaria.

Sigue así, y sigue siendo el buen chico que todossabemos que eres.

Afectuosamente,Lawrence TraseronionDirector de secundaria

Para: [email protected]: [email protected];

[email protected]: [email protected]: Jack WillEstimado señor Traseronian:Ayer hablé con Amanda y John Will y lamentaron que

Jack le hubiese pegado un puñetazo en la boca a nuestro

hijo Julian, le escribo para comunicarle que mi marido y yoapoyamos su decisión de permitir que Jack regrese aBeecher después de una expulsión de dos días. Aunquecreo que pegarle a un niño podría justificar una expulsiónen otros centros, estoy de acuerdo en que en este caso nose aplique una medida tan extrema. Conocemos a la familiaWill desde que nuestros hijos estaban en preescolar yestamos seguros de que se tomarán medidas para que estono vuelva a suceder.

Me pregunto si el comportamiento inesperadamenteviolento de Jack no se deberá a haber estado sometido ademasiada presión. Me refiero al nuevo alumno connecesidades especiales al que tanto a Jack como a Julian seles pidió que se convirtiesen en amigos suyos. Visto lo queha pasado, y después de ver al niño en cuestión en variasfunciones del colegio y en los fotografías de la clase, creoque quizá se les ha pedido demasiado a nuestros hijos.Desde luego, cuando Julian nos contó que le estabaresultando muy difícil hacerse amigo del niño, le dijimosque no se preocupara. Creemos que la transición a lasecundaria ya es bastante difícil sin tener que someter acargas o dificultades mayores a sus jóvenes eimpresionables cabezas. También le diré que, comomiembro del consejo escolar, me molestó un poco que, enel proceso de solicitud de este niño, no se tuviese más encuenta el hecho de que Beecher no es un colegio de

inserción. Hay muchos padres, entre los que me encuentro,que cuestionan la decisión de haber permitido la entrada deeste niño en nuestro colegio. Como mínimo, me preocupaque a este niño no se le aplicasen los mismos nivelesestrictos (por ejemplo, la entrevista) que al resto de losalumnos que entraban en secundaria.

Atentamente,Melissa Perper Albans

Para: [email protected]: ltraseronian@beecherschooleduCc: [email protected];

[email protected]: Jack WillEstimada señora Albans:Gracias por su correo electrónico en el que explicaba

sus preocupaciones. De no estar convencido de que JackWill lamenta enormemente lo que hizo y que no volverá arepetirlo, puede estar segura de que no le habría permitidovolver a Beecher.

En cuanto a sus otras preocupaciones sobre nuestronuevo alumno, August, por favor tenga en cuenta que notiene necesidades especiales. Ni esta discapacitado, niminusválido, ni es retrasado mental, así que no habíamotivo paro suponer que alguien tuviese problemas con suadmisión en Beecher, fuese o no un colegio de inserción.

En cuanto al proceso de solicitud, el director deadmisiones y yo nos creímos en nuestro derecho demantener la entrevista en casa de August por motivosobvios. Pensamos que habernos saltado el protocololigeramente estaba justificado, pero que no era en modoalguno perjudicial —en modo alguno— para el informe desolicitud. August es un estudiante excepcionalmentebrillante y cuenta con la amistad de algunos jóvenesexcepcionales, incluido Jack Will.

A comienzos de curso, cuando solicité que algunosniños fuesen el «comité de bienvenida» para August, lohice para facilitar su transición a un entorno académico. Nopensé que pedirles a esos niños que fuesen especialmenteamables con un nuevo alumno resultase una «carga odificultad» adicional para ellos. Es más, pensaba que lesenseñaría un par de cosas sobre la empatía, la amistad y lalealtad.

Al final ha resultado que Jack Will no necesitabaaprender ninguna de estas virtudes, pues ya las tenía enabundancia.

Gracias de nuevo por sus palabras.Afectuosamente,Lawrence Traseronian

Para: [email protected]: [email protected]

Cc: [email protected];[email protected]

Asunto: JackHola, Melissa:Gracias por ser tan comprensiva con Jack. Como ya

sabes, está muy arrepentido. Espero que aceptes nuestroofrecimiento de pagar los gastos dentales de Julian.

Nos conmueve tu preocupación sobre la amistad deJack con August. Debes saber que le hemos preguntado aJack si sentía una presión excesiva y su respuesta ha sidoun rotundo no. Disfruta con lo compañía de August y piensaque ha hecho un buen amigo.

Os deseamos un próspero Año Nuevo.John y Amanda Will

Hola, August:Jackalope Will quiere ser tu amigo en Facebook.Jackalope Will32 amigos en común

Gracias,El equipo de Facebook

Para: [email protected]: Lo siento!!!!!Mensaje:

Hola august.Soy yo Jack Will. He visto q ya no estoy en tu lista d

amigos. Espero que vuelvas a ser mi amigo pq lo sientomucho. Solo quería decirtelo. Ya se pq estas enfadadoconmigo lo siento no lo dije en serio. Fui un imbecil.Espero q puedas perdonarme.

Espero q volvamos a ser amigos.Jack

1 nuevo mensaje de textoDe: AUGUST31 dic 16:47recibi tu mnsj sabes pq estoy enfadado contigo?? t lo

conto Summer?

1 nuevo mensaje de textoDe: JACKWILL31 dic 16:49Me dio una pista el malo de scream pero no lo entendi

y luego recorde haber visto al malo de scream en clase enHalloween. No sabia q eras tu pensaba q iries d Boba Fett.

1 nuevo mensaje de textoDe: AUGUST31 dic 16:51Cambie d opinion en ultimo momento. D verdad le

pegaste a Julian?

1 nuevo mensaje de textoDe: JACKWILL31 dic 16:54Si le pegue un puñetazo y le salte una muela. Era d

leche.

1 nuevo mensaje de TextoDe: AUGUST31 dic 16:55pq le pegaste un puiletazo?????????

1 nuevo mensaje de textoDe: JACKWILL31 dic 16:56No se

1 nuevo mensaje de textoDe: AUGUST31 dic 16:58mentiroso. Seguro q dijo algo sobre mi.

1 nuevo mensaje de textoDe: JACKWILL31 dic 17:02

es un imbecil. Pero yo tambien fui un imbecil. Sientomucho mucho mucho lo q dije. Podemos volver a seramigos?

1 nuevo mensaje de textoDe: AUGUST31 dic 17:03vale

1 nuevo mensaje de textoDe: JACKWILL31 clic 17:04mola!!!!

1 nuevo mensaje de textoDe: AUGUST31 dic 17:06pero dime la verdad, vale?d verdad querrias suicidarte si fueras yo???

1 nuevo mensaje de textoDe: JACKWILL31 dic 17:08no!!!!!te lo juro por mi vidapero tio...

querria suicidarme si fuera Julian;)

1 nuevo emnsaje de textoDe: AUGUST31 dic 17:10jasi tio volvemos a ser amigos:)

Después de las vacaciones de Navidad

A pesar de lo que dijo el señor Traseronian, cuandovolví a clase en enero no hubo «borrón y cuenta nueva». Dehecho, me di cuenta de que algo pasaba en cuanto llegué ami taquilla por la mañana. La mía está junto a la de Amos,que siempre ha sido un chaval de lo más correcto. «Eh,¿qué tal?», le dije, y él se limitó a saludarme con la cabeza,cerró la puerta de su taquilla y se fue. Aquello me parecióraro. Luego le dije: «¿Qué tal?» a Henry, que ni se molestóen sonreír y miró para otro lado.

Vale, algo estaba pasando. Dos personas se habíancomportado como si no existiera en menos de cincominutos. No es que estuviese llevando la cuenta, peropensé en intentarlo una vez más, con Tristan, y ¡zas!, otravez lo mismo. Parecía nervioso, como si tuviera miedo dehablar conmigo.

Pensé que era como si fuese yo quien tenía la Peste.Aquella era la venganza de Julian.

Y así siguieron las cosas durante toda la mañana.Nadie habló conmigo. No, no es verdad: las chicas secomportaron conmigo con toda normalidad. Y August síhabló conmigo, claro. Y los dos Max me saludaron. Eso mehizo sentirme fatal por no haberme juntado nunca con ellosen los cinco años que habíamos ido juntos a clase.

Esperaba que en la comida la cosa mejorase, pero meequivoqué. Me senté en la mesa de siempre con Luca eIsaiah. Pensé que, como no estaban en el grupo de los máspopulares, estaría bien con ellos. Pero apena me hicieronun gesto con la cabeza cuando les saludé. Luego, cuandollamaron a nuestra mesa, pillaron la comida y ya novolvieron. Vi que se sentaron en una mesa en la otra puntade la cafetería. No se sentaron a la mesa de Julian, peroestaban cerca de él, en el límite de la popularidad. El casoes que me habían dejado tirado. Sabía que en quinto habíagente que cambiaba de mesa, pero nunca pensé que mesucedería a mí.

Me sentí fatal al quedarme solo en la mesa. Era comosi todos estuviesen mirándome. También me sentí como sino tuviese amigos. Decidí saltarme la comida e irme a leera la biblioteca.

La guerra

FUE Charlotte quien me dio la primicia de por quétodos pasaban de mí. Encontré una nota dentro de la taquillaa última hora de la tarde.

Nos vemos en el aula 301 después de clase. ¡Vensolo!

Charlotte

Eva ya estaba en el aula cuando entré.—¿Qué hay? —dije.—Hola —contestó.Fue hasta la puerta, miró a izquierda y derecha, cerró

la puerta y la atrancó desde dentro. Luego me miró y sepuso a morderse las uñas mientras hablaba.

—Me siento fatal por lo que está pasando y soloquería contarte lo que sé. Prométeme que no le dirás anadie que he hablado contigo.

—Lo prometo.—Julian celebró una fiesta enorme durante las

vacaciones —dijo—. Pero enorme de verdad. Una amiga demi hermana celebró su cumpleaños en el mismo sitio elaño pasado. Había unas doscientas personas, o sea que elsitio es enorme de verdad.

—Ya, ¿y qué?—Pues que... bueno, que allí estaba casi todo el curso.—Todos no —bromeé.—Ya, todos no. Pero allí había hasta padres. Los míos,

por ejemplo. Ya sabes que la madre de Julian es lavicepresidenta del consejo escolar, ¿no? Conoce a unmontón de gente. En fin, lo que pasó en la fiesta fue queJulian les dijo a todos que le habías pegado un puñetazoporque tienes problemas emocionales...

—¿Cómo?—Y que iban a expulsarte, pero que sus padres le

suplicaron al director que no lo hicieran...—¿Cómo?—Y que nada de todo eso habría sucedido si

Traseronian no te hubiese obligado a hacerte amigo deAuggie. Dijo que su madre pensaba que, abre comillas,habías explotado por culpa de tanta presión, cierracomillas.

No podía creerme lo que estaba oyendo.—No se lo tragaría nadie, ¿no? —pregunté.Charlotte se encogió de hombros.—Esa no es la cuestión. La cuestión es que Julian es

muy popular. Y mi madre se ha enterado de que su madreestá presionando al colegio para que revise la solicitud deadmisión de Auggie.

—¿Puede hacer eso?

—Dice que Beecher no es un colegio de inserción,uno de esos tipos de colegios que mezclan alumnosnormales con alumnos con necesidades especiales.

—Qué tontería. Auggie no tiene necesidadesespeciales.

—Ya, pero dice que si el colegio está cambiando sumodo de hacer las cosas...

—¡Pero es que no están cambiando nada!—Sí, claro que sí. ¿No te diste cuenta de que

cambiaron el tema de la exposición de arte de Año Nuevo?En cursos anteriores, los de quinto tenían que pintar unautorretrato, pero este año nos han hecho pintar esosridículos autorretratos como si fuéramos animales.

—No es para tanto.—¡Ya lo sé! No te estoy diciendo que esté de acuerdo,

solo te digo qué es lo que dice ella.—Ya lo sé, ya lo sé. Esto es un desastre...—Sí, ya lo sé. Julian dijo que, según él, ser amigo de

Auggie te está deprimiendo, y que por tu propio bien nodeberías juntarte tanto con él. Y que si empiezas a perder atodos tus antiguos amigos podrás reaccionar. Así que, portu bien, va a dejar de ser tu amigo.

—Últimas noticias: ¡yo dejé de ser amigo suyoprimero!

—Ya, pero ha convencido a todos para que dejen deser amigos tuyos... por tu propio bien. Por eso nadie quiere

hablar contigo.—Tú estás hablando conmigo.—Sí, bueno, esto es más cosa de chicos —explicó—.

Las chicas son neutrales. Menos el grupo de Savanna, quesale con el grupo de Julian. Pero, para todas las demás, estaguerra es cosa de chicos.

Asentí. Eva ladeó la cabeza e hizo un mohín, como sime compadeciese.

—¿Te parece bien que te haya contado todo esto? —preguntó.

—¡Sí, claro! Me da igual quién me hable o deje dehablarme —mentí—. Todo esto me parece una tontería.

Charlotte asintió con la cabeza.—Oye, ¿Auggie sabe algo de esto? —pregunté.—Claro que no. Bueno, yo no se lo he contado.—¿Y Summer?—No creo. Oye, tengo que irme. Para que lo sepas, mi

madre piensa que la madre de Julian es idiota. Dice que a lagente como ella le preocupa más cómo queda la foto de laclase de su hijo que hacer lo que hay que hacer. Teenteraste de lo del Photoshop, ¿no?

—Sí, eso fue de muy mal gusto.—Y tanto —contestó—. Bueno, tengo que irme. Solo

quería que supieras lo que está pasando y eso.—Gracias, Charlotte.—Si me entero de algo más, ya te lo contaré —dijo.

Antes de salir, miró a izquierda y derecha paracomprobar que nadie la veía salir. Supuse que, aunque fueseneutral, no quería que la viesen conmigo.

Cambio de mesas

EL día siguiente a la hora de comer, tonto de mí, mesenté en una mesa con Tristan, Nino y Pablo. Pensé que alo mejor con ellos estaría a salvo porque nadie losconsideraba populares, aunque tampoco se pasaban elrecreo jugando a Dungeons & Dragons. Estaban a mitad decamino. Al principio creí que había triunfado, porquefueron lo bastante amables para hacerme ver que me habíanvisto llegar a su mesa. Todos me saludaron, aunque notéque se miraron los unos a los otros. Pero luego sucedió lomismo que el día anterior: llamaron a nuestra mesa,pillaron la comida y se fueron a otra mesa en la otra puntade la cafetería.

Por desgracia, la señora G, que era la encargada delcomedor ese día, vio lo que pasaba y los persiguió.

—¡Eso no está permitido, chicos! —les reprendió envoz alta—. En este colegio no puede hacerse eso. Volved avuestra mesa.

Genial, como si eso fuese a ayudarme. Antes de quepudiese obligarlos a sentarse de nuevo a la mesa, melevanté con mi bandeja y me alejé de allí a toda prisa. Oíque la señora G me llamaba, pero hice como que no la oía yseguí andando hasta llegar a la otra punta de la cafetería, alotro lado de la barra.

—Siéntate con nosotros, Jack.Era Summer. August y ella estaban sentados a su mesa

y los dos me estaban haciendo señas con la mano para queme acercase.

Por qué no me senté con August el primerdía de clase

VALE, soy un hipócrita. Ya lo sé. El primer día declase recuerdo haber visto a August en la cafetería. Todoslo estaban mirando y hablando sobre él. Entonces, nadie sehabía acostumbrado a su cara ni sabía que iba a Beecher, asíque para mucha gente fue un shock verlo allí el primer díade clase. A casi todos les daba miedo acercarse a él.

Cuando lo vi entrar en la cafetería por delante de mísupe que no tendría a nadie con quien sentarse, pero no meapetecía sentarme con él. Había estado con él toda lamañana porque teníamos muchas clases juntos, y supongoque solo quería pasar un rato relajado con otra gente.Cuando vi que ocupaba una mesa al otro lado de la barra,busqué a propósito una mesa tan lejos de la suya comopude. Me senté con Isaiah y Luca, aunque no los conocía denada, y nos pasamos el rato hablando de béisbol, y tambiénjugué al baloncesto con ellos en el recreo. A partir deentonces fueron mis compañeros de mesa.

Me enteré de que Summer se había sentado conAugust. Me sorprendió, porque sabía que Traseronian no lehabía pedido a ella que se hiciese amiga de Auggie. Sabíaque solo lo hacía por ser amable, y pensé que era muyvaliente por su parte.

Y allí estaba, sentado con Summer y con August, quefueron tan amables conmigo como siempre. Les conté todolo que me había dicho Charlotte, menos la parte de quehabía «explotado» por culpa de ser amigo de Auggie, y lode que la madre de Julian decía que Auggie teníanecesidades especiales, y lo del consejo escolar. Dehecho, creo que lo único que les conté era que Julian habíacelebrado una superfiesta durante las vacaciones y quehabía puesto a todo el curso en mi contra.

—Se hace muy raro que la gente no te dirija la palabra,como si no existieras —comenté.

Auggie sonrió.—¿Tú crees? —dijo con tono sarcástico—.

¡Bienvenido a mi mundo!

Bandos

—ESTOS son los bandos oficiales —dijo Summer enla comida el día siguiente. Sacó un trozo de papel plegado ylo abrió. Había tres columnas con nombres.

—¿De dónde lo has sacado? —preguntó Auggie,mirando por encima de mi hombro mientras yo leía la lista.

—Lo ha hecho Charlotte —contestó Summersrápidamente—. Me lo ha dado en la última clase. Me hadicho que pensaba que debías saber quién está de tu parte,Jack

—Sí. No son muchos, eso está claro —dije.—Está Reid —contestó—. Y los dos Max.—Genial. Los bichos raros están de mí parte.

—No seas malo —dijo Summer—. Por cierto, creoque a Charlotte le gustas.

—Ya lo sé.—¿Vas a pedirle para salir?—¿Estás de broma? Ahora que todos se comportan

como si tuviese la Peste, no puedo.En cuanto lo dije me di cuenta de que había metido la

pata. Se hizo un incómodo momento de silencio. Mire aAuggie.

—Tranquilo —dijo—. Ya lo sabía.—Lo siento, tío —contesté.—Lo que no sabía era que lo llamaban la Peste —dijo

—. Pensaba que se llamaría algo así como Tocar el queso—Ah, sí, como en el Diario de Greg —contesté con

un gesto afirmativo.—Lo de la Peste mola más —bromeó—. Como sí

alguien pudiese pillar la «peste negra de la fealdad» —añadió, haciendo el gesto de las comillas.

—A mí me parece horrible —dijo Summer, peroAuggie se encogió de hombros mientras bebía de su cartónde zumo.

—El caso es que no voy a pedir salir a Charlotte.—Mi madre piensa que somos demasiado jóvenes

para salir en plan de novios —contestó Summer.—¿Y si Reid te pidiese salir? —dije—. ¿Saldrías con

él?

Noté que aquello la había sorprendido.—¡No! —contestó.—No era más que una pregunta —dije riéndome.Negó con la cabeza y me sonrió.—¿Por qué? ¿Sabes algo que yo no sepa?—¡Nada! ¡Preguntaba por preguntar!—Yo estoy de acuerdo con mi madre —dijo—. Creo

que somos demasiado jóvenes para salir en plan de novios.No sé a qué viene tanta prisa.

—Sí, estoy de acuerdo —dijo August—. Aunque esuna pena, con todas las nenas que se echan en mis brazos yesas cosas.

Lo dijo con tanta gracia que la leche que estababebiendo se me salió por la nariz el reírme y eso hizo quelos tres nos partiésemos de risa.

La casa de August

YA estábamos a mediados de enero y aún no habíamosdecidido qué trabajo íbamos a hacer para la exposición deciencias. Supongo que lo iba aplazando porque no meapetecía hacerlo.

—Tío, tenemos que hacerlo —dijo August, por fin.Y fuimos a su casa después de clase.Estaba muy nervioso porque no sabía si August les

había contado a sus padres lo que para nosotros era elIncidente de Halloween. Resulta que su padre no estaba encasa y su madre tuvo que salir a hacer unos recados. Por losdos segundos que hablé con ella, estoy seguro de queAuggie ni lo había mencionado. Fue supermaja y amableconmigo.

—¡Hala, Auggie!, tienes una adicción muy seria a Laguerra de las galaxias —dije cuando entré por primeravez en la habitación de Auggie.

Tenía un montón de repisas llenas de miniaturas de Laguerra de las galaxias y un póster enorme de El imperiocontraataca colgado de la pared.

—Ya lo sé, ¿vale? —contestó riéndose.Se sentó en una silla con ruedas junto a la mesa y yo

me dejé caer en un puf en el rincón. Entonces su perroentró en su habitación con sus andares de pato y se dirigió

hacia mí.—¡Era el que salía en tu felicitación navideña! —

exclamé, dejando que el perro me oliese la mano.—Es una perra —me corrigió—. Daisy. Puedes

acariciarla. No muerde.Cuando empecé a acariciarla, se tiró al suelo y se puso

patas arriba.—Quiere que le acaricies la barriga —dijo August.—Vale. Es la perra más mona que he visto en mi vida

—contesté, acariciándole la barriga.—Lo sé. Es la mejor perra del mundo. ¿A que sí,

chica?En cuanto oyó a Auggie decir eso, la perra se puso a

mover la cola y se acercó a él.—¿Y mi chica? ¿Y mi chica? —dijo Auggie mientras

la perra le lamía toda la cara.—Ojalá tuviese un perro —dije—. Mis padres dicen

que nuestro piso es demasiado pequeño. —Me puse a mirarlas cosas que tenía en su habitación mientras él encendía elordenador—. ¡Anda, tienes una Xbox 360! ¿Podemosjugar?

—Tío, hemos venido a hacer el trabajo para laexposición de ciencias.

—¿Tienes el Halo?—Pues claro que tengo el Halo.—¿Podemos jugar, por favor?

Auggie se había conectado a la página web de Beechery estaba bajando por la página de la señora Rubin, dondeestaba la lista de trabajos para la exposición de ciencias.

—¿Lo ves desde ahí? —preguntó.Suspiré y fui a sentarme en un taburete que había a su

lado.—Mola tu iMac —dije.—¿Qué ordenador tienes tú?—Tío, si ni siquiera tengo habitación propia, ¿cómo

voy a tener ordenador? Mis padres tienen un Dellsuperantiguo que está prácticamente muerto.

—Vale, ¿qué te parece este? —preguntó, girando lapantalla para que lo viese. Miré rápidamente la pantalla y lovi todo borroso.

—Hacer un reloj solar —dijo—. Suena guay.Me eché hacia atrás.—¿No podemos hacer un volcán?—Todo el mundo hace un volcán.—Claro, porque es fácil —dije, acariciando otra vez a

Daisy.—¿Y qué te parece: «Cómo hacer puntas de cristal

con sulfato de magnesio»?—Parece aburrido —contesté—. ¿Y por qué le

pusisteis Daisy?Auggie no apartó la vista de la pantalla.—Se lo puso mi hermana. Yo quería llamarla Darth.

En realidad, su nombre completo es Darth Daisy, peronunca la hemos llamado así.

—¡Darth Daisy! ¡Qué gracia! ¡Hola, Darth Daisy! —ledije a la perra, que volvió a ponerse patas arriba para que leacariciase la barriga.

—Vale, este sí que sí —dijo August señalando unafoto en la pantalla de un montón de patatas con cablesasomando—. Cómo construir una pila orgánica con patatas.Eso sí que mola. Aquí pone que con ella podrías hacerfuncionar una lámpara. Podríamos llamarla la LámparaPatatil o algo así. ¿Qué te parece?

—Tío, parece demasiado difícil. Ya sabes que lasciencias se me dan fatal.

—Cállate, eso no es verdad.—¡Claro que sí! En el último control saqué un 3,5.

¡Las ciencias se me dan fatal!—¡No es verdad! Eso fue solo porque aún estábamos

peleados y no te eché una mano. Ahora sí puedo ayudarte.Es un buen trabajo, Jack. Tenemos que hacerlo.

—Vale, lo que tú digas —contesté encogiéndome dehombros.

Entonces llamaron a la puerta. Una adolescente conuna melena morena y ondulada asomó la cabeza. Noesperaba verme.

—Ah, hola —nos dijo a los dos.—Hola, Via —contestó August, mirando de nuevo la

pantalla del ordenador—. Via, este es Jack. Jack, esta esVia.

—Hola —le dije.—Hola —respondió, mirándome con detenimiento.

En cuanto Auggie dijo mi nombre supe que a ella si le habíacontado todo lo que había dicho yo sobre él. Lo supe porcómo me miró. De hecho, su mirada me hizo pensar queme recordaba de aquel día delante de la heladería de laavenida Amesfort hace unos cuantos años.

—Auggie, tengo un amigo que quiero presentarte,¿vale? —dijo—. Va a llegar dentro de unos minutos.

—¡Es tu nuevo novio? —se burló August.Via le pegó una patada a su silla.—Tú pórtate bien —dijo, y salió de la habitación.—Tío, tu hermana está muy buena —comenté.—Ya lo sé.—Me odia, ¿verdad? ¿Le contaste lo del Incidente de

Halloween?—Sí.—¿Qué sí me odia o que sí le contaste lo de

Halloween?—Las dos cosas.

El novio

DOS minutos después, su hermana volvió con un tíoque se llamaba Justin. Parecía un tío guay. Tenía el pelolargo y unas gafitas redondas. Llevaba un largo estucheplateado que acababa en punta en un extremo.

—Justin, este es mi hermano pequeño, August —dijoVia—. Y este es Jack.

—Hola, chicos —dijo Justin, estrechándonos lasmanos. Parecía un poco nervioso. Supongo que era porqueera la primera vez que veía a August. A veces se me olvidacuánto impresiona la primera vez que lo ves—. Mola tuhabitación.

—¿Eres el novio de Via? —preguntó Auggiemaliciosamente, y su hermana le bajó la visera de la gorra.

—¿Qué llevas en el estuche? —dije—. ¿Unametralleta?

—¡Ja! —contestó el novio—. Qué gracia. No, es un...eh... violín.

—Justin es violinista —explicó Via—. Toca en ungrupo de zydeco.

—¿Se puede saber qué es un grupo de zydeco? —preguntó Auggie, mirándome.

—Es un estilo de música —dijo Justin—. Es como lamúsica criolla.

—¿Qué es criolla? —pregunté.—Deberías decirle a la gente que es una metralleta —

dijo Auggie—. Así nadie se metería contigo.—Ja. Supongo que si —contestó Justin pasándose el

pelo por detrás de las orejas—. La música criolla es la quetocan en Luisiana —me dijo.

—¿Eres de Luisiana? —pregunté.—No, eh... —respondió, recolocándose las gafas—.

Soy de Brooklyn.No sé por qué, cuando oí aquello, me entraron ganas

de reírme.—Vamos, Justin —dijo Via, tirando de él—. Vamos a

mi habitación.—Vale. Nos vemos luego, chicos.—¡Adiós!—¡Adiós!En cuanto salió de la habitación, Auggie me miró,

sonriente.—Soy de Brooklyn —dije, y los dos nos echamos a

reír como locos.

Quinta parte

JUSTIN

A veces pienso que tengo la cabeza tangrande

porque está llena de sueños.John Merrick en « El hombre elefante », de

BERNARD POMERANCE

El hermano de Olivia

RECONOZCO que la primera vez que he visto alhermano pequeño de olivia me he quedado muysorprendido.

no debería haberme sorprendido, claro. olivia mehabía hablado de su «síndrome». hasta me había descritocómo era físicamente. pero también me había hablado detodas las operaciones a las que se había sometido a lo largode los años, así que yo daba por hecho que ya pareceríaalgo más normal. por ejemplo, cuando nace un niño con elpaladar hendido y le hacen una operación de cirugía plásticapara arreglarlo, a veces no se nota la diferencia, salvo lapequeña cicatriz sobre el labio, supongo que pensaba que suhermano tendría alguna cicatriz por aquí y por allá, pero noesto. desde luego que no me esperaba ver al chaval congorra que ahora mismo está sentado delante de mí.

en realidad hay dos chavales sentados delante de mí:uno es un chaval completamente normal con el pelo rubio yrizado que se llama jack; el otro es auggie.

me gusta pensar que soy capaz de ocultar mi sorpresa.eso espero. la sorpresa es uno de esos sentimientos quepueden ser muy difíciles de ocultar, tanto si intentasparecer sorprendido cuando no lo estás como si internas noparecer sorprendido cuando sí lo estás.

le estrecho la mano. se la estrecho también al otrochaval. no quiero concentrarme en su cara.

mola tu habitación, digo.¿eres el novio de via?, pregunta. creo que está

sonriendo.olivia le baja la visera de la gorra.¿es una metralleta?, pregunta el chaval rubio, como si

no me lo hubiesen dicho nunca. hablamos un poco dezydeco y luego via me da la mano y me saca de lahabitación. en cuanto cerramos la puerta, oímos que seechan a reír.

¡soy de brooklyn!, canta uno de los dos.olivia pone los ojos en blanco y sonríe.vamos a mi habitación, dice.llevamos dos meses saliendo, en cuanto la vi, en

cuanto se sentó a nuestra mesa en la cafetería, supe que megustaba. no podía dejar de mirarla, es increíblemente guapa.tiene la piel color aceituna y los ojos más azules que hevisto en mi vida. al principio se comportaba como si soloquisiera que fuéramos amigos. creo que ella da esaimpresión aunque no quiera. no te acerques. ni te molestes.no coquetea como otras chicas. te mira a los ojos cuandote habla, como si te estuviese desafiando. yo también lamiraba a los ojos, como si yo también la estuviesedesafiando, y entonces le pedí para salir y me dijo que sí.guay.

es una chica increíble y me encanta salir con ella.no me habló de august hasta nuestra tercera cita. creo

que usó la expresión «anormalidad craneofacial» paradescribir su cara, o a lo mejor fue «anomalía craneofacial».sé que la palabra que no usó fue «deforme», porque no seme habría olvidado.

¿qué te parece?, me pregunta nerviosa en cuantoentramos en su habitación. ¿estás impresionado?

no, miento.sonríe y mira para otro lado.estás impresionado.no, le aseguro. es tal como decías que era.hace un gesto afirmativo y se deja caer en la cama. qué

tierno, aún tiene un montón de animales de peluche sobrela cama. coge uno de ellos, un oso polar, y sin pensar se lopone sobre el regazo.

me siento en la silla de ruedas que hay junto a sumesa. su habitación está impecable.

cuando era pequeña, dice, había un montón de niñasque venían a jugar a casa, pero no volvían una segunda vez,un montón, te lo digo en serio, si hasta tenía amigas que novenían a mis fiestas de cumpleaños porque iba a estar él.nunca me lo decían así, pero al final me enteraba. hay genteque no sabe qué hacer con auggie, ¿sabes?

asiento.a lo mejor ni siquiera sabían que estaban siendo

crueles, añade. tenían miedo, y ya está. a ver, hay quereconocer que su cara da un poco de miedo, ¿no?

supongo, contesto.pero ¿tienes algún problema con él?, me pregunta con

dulzura. ¿no estás alucinado ni asustado?no estoy ni alucinado ni asustado, contesto sonriendo.olivia asiente y mira el oso polar que tiene en el

regazo. no sé si me cree o no, pero da un beso en la nariz aloso polar y me lo lanza mientras sonríe. creo que esosignifica que me cree. o al menos que quiere creerme.

El Día de los Enamorados

EL día de los enamorados le regalo a olivia uncolgante con un corazón y ella me regala una bandolera queha hecho utilizando disquetes antiguos. molan las cosas quehace. pendientes con trozos de una placa base. vestidos concamisetas. mochilas con vaqueros viejos, es muy creativa,yo le digo que de mayor debería ser artista, pero ella quiereser científica. genetista, precisamente. quiere encontrar lacura para enfermedades como la de su hermano, supongo.

hacemos planes para que por fin conozca a sus padres.el sábado por la noche en un restaurante mexicano en laavenida amesfort, cerca de su casa.

estoy nervioso durante todo el día. y cuando me pongonervioso, me entran los tics. bueno, los tics siempre estánahí, pero no tienen nada que ver con los que tenía depequeño: ahora solo guiño los ojos más de lo normal,tuerzo el cuello de vez en cuando... pero si estoy nerviosoempeoran... y ahora estoy supernervioso porque voy aconocer a sus padres. cuando llego al restaurante ya meestán esperando dentro, su padre se levanta al verme y meda la mano, y su madre me da un abrazo. entrechoco el puñocon el de auggie para saludarlo y a olivia le doy un beso enla mejilla antes de sentarme.

me alegro de conocerte, justin. hemos oído hablar

mucho de ti.sus padres no podrían ser más amables. enseguida me

tranquilizo. el camarero nos trae las cartas y me fijo en lacara que pone nada más ver a august. pero hago como queno me doy cuenta. supongo que esta noche todos hacemoscomo que no vemos ciertas cosas. el camarero. mis tics. lamanera que tiene august de triturar los nachos sobre lamesa y meterse las migajas en la boca con la cuchara. miroa olivia y me sonríe. se ha dado cuenta. ella ve la cara delcamarero. y mis tics. olivia es una chica que lo ve todo.

nos pasamos toda la cena hablando y riendo, lospadres de olivia me preguntan por la música que toco, porcómo me dio por el violín y cosas así. y yo les cuento queantes tocaba el violín clásico, pero me dio por la músicafolk de los apalaches y luego por el zydeco. y escuchantodo lo que digo como si les interesase de verdad, medicen que los avise la próxima vez que mi grupo toque endirecto para que puedan ir a verme.

no estoy acostumbrado a tanta atención, la verdad. mispadres no tienen ni idea de qué quiero hacer en la vida.nunca preguntan. nunca hablamos así. no creo ni que sepanque cambié mi violín barroco por un violín hardanger deocho cuerdas hace dos años.

después de cenar vamos a casa de olivia a tomarhelado. su perra nos saluda en la puerta. es una perra mayorsuperdulce. pero había vomitado en el pasillo. la madre de

olivia va corriendo a buscar toallitas mientras su padrecoge a la perra corso si fuera un bebé.

¿qué te pasa pequeña?, le dice, y la perra está en elséptimo cielo, con la lengua colgándole, moviendo la colay las patas levantadas formando ángulos raros.

papá, dile a justin cómo conseguiste a daisy, diceOlivia.

¡sí!, exclama auggie.su padre sonríe y se sienta en una silla acunando al

perro en brazos. está claro que esa historia la ha contado unmontón de veces y que a todos les encanta escucharla.

estaba volviendo a casa del metro, dice, y unvagabundo que nunca había visto por el barrio iba paseandoa un chucho de orejas caídas en un carrito, y se me acerca yme dice, eh, amigo, ¿me compra el perro? y, sinpensármelo, digo, claro, ¿cuánto pides? y me dice, diezpavos, y le di los veinte dólares que llevaba en la cartera yme da el perro. te lo digo en serio, justin, ¡en toda tu vidahas visto nada que huela tan mal! ¡olía tan mal que ni te locreerías! la llevé al veterinario que hay en esta misma calley luego la traje a casa.

¡por cierto, que ni siquiera me llamó primero para versi me parecía bien que trajese a casa el perro de unvagabundo!, comenta la madre mientras limpia el suelo.

la perra mira a la madre como si entendiese todo loque dicen sobre ella. es una perra feliz, y es como si

supiese que el día que conoció a esta familia le tocó lalotería.

sé cómo se siente. me gusta mucho la familia deolivia. se ríen mucho.

mi familia no es así. mi madre y mi padre sedivorciaron cuando yo tenía cuatro años y podría decirseque se odian entre sí, me crié pasando la mitad de lasemana en el piso de mi padre en chelsea y la otra mitad encasa de mi madre en brooklyn heights. tengo unhermanastro cinco años mayor que yo que apenas sabe demi existencia, que yo recuerde, mis padres estabandeseando que fuese lo bastante mayor para cuidar de mímismo. «puedes ir a la tienda tú solo.» «toma la llave delpiso.» es curioso que haya una palabra comosobreprotectores para describir a algunos padres, peroninguna que quiera decir todo lo contrario. ¿qué palabra seutiliza para describir a los padres que no protegen losuficiente? ¿infraprotectores? ¿negligentes?¿egocéntricos? ¿cutres? todo lo anterior.

en la familia de olivia siempre están demostrándoseque se quieren.

no recuerdo cuándo fue la última vez que alguien demi familia me dijo algo así.

cuando llego a casa ya se me han pasado todos lostics.

Nuestra ciudad

ESTE curso, para la obra de primavera, vamos arepresentar nuestra ciudad. olivia me desafía a que mepresente a las pruebas para interpretar al protagonista, eldirector de escena, y no sé cómo, pero lo consigo. potratotal. nunca había interpretado a ningún protagonista, ledigo a olivia que me da buena suerte. desgraciadamente,ella no consigue el papel de la protagonista, emily gibbs. selo lleva una chica con el pelo rosa que se llama miranda.olivia consigue un papel secundario y también hace desuplente de emily. yo estoy más decepcionado que olivia,que casi parece aliviada, no me gusta que la gente me mirefijamente, dice, algo muy raro viniendo de una chica tanguapa. en parte pienso que lo ha hecho mal en la prueba apropósito.

la obra de primavera es a finales de abril. ahoraestamos a mediados de marzo, así que tengo menos de seissemanas para memorizar el papel. eso, además del tiempopara los ensayos. y de los ensayos con mi grupo, y de losexámenes finales. y del tiempo que paso con olivia. van aser seis semanas muy duras, eso está claro. el señordavenport, el profesor de arte dramático, ya está histérico,para cuando todo haya terminado, nos habrá vuelto locos,eso seguro. me he enterado que tenía pensado representar

el hombre elefante, pero lo cambió por nuestra ciudad enel último momento, y ese cambio nos ha quitado unasemana de ensayos.

no quiero ni pensar el próximo mes y medio de locosque me espera.

Mariquita

OLIVIA y yo estamos sentados en el porche de sucasa. me está ayudando a memorizar los diálogos, es unacálida tarde de marzo y casi parece que estemos en verano,el cielo aún tiene un color azul claro, pero el sol estábastante bajo y las aceras están surcadas de largas sombras.

recito: sí, el sol ha salido más de mil veces, losveranos y los inviernos han agrietado las montañas un pocomás y la lluvia se ha llevado parte del polvo, algunos bebésque aún no habían nacido ya han empezado a hacer frases; ymuchas personas que pensaban que eran jóvenes y estabanllenas de vida se han dado cuenta de que no pueden saltarvarios escalones como hacían antes sin que el corazón leslata con fuerza...

niego con la cabeza.de lo demás no me acuerdo.todo lo que puede suceder en mil días, me sopla

olivia, leyendo del texto.vale, vale, vale, digo, negando con la cabeza. suspiro.

estoy hecho polvo olivia ¿cómo voy a recordar tantacantidad de texto?

lo recordarás, contesta con seguridad. estira losbrazos y ahueca las manos sobre una mariquita que apareceno se sabe de dónde. ¿lo ves? es señal de buena suerte,

dice, levantando lentamente una mano para dejar a la vista lamariquita paseándose por la palma de su otra mano.

de buena suerte o simplemente el calor, bromeo.pues claro que de buena suerte, contesta, mirando

cómo le sube la mariquita por la muñeca, deberíamos poderpedir un deseo con las mariquitas. auggie y yo lo hacíamoscon las luciérnagas cuando éramos pequeños. vuelve aahuecar la mano sobre la mariquita. vamos, pide un deseo.cierra los ojos.

le hago caso y cierro los ojos. pasa un segundo largo yvuelvo a abrirlos.

¿has pedido un deseo?, pregunta.sí.olivia sonríe, abre las manos y la mariquita, como si le

hubiesen dado la señal, despliega las alas y se alejarevoloteando.

¿quieres saber lo que he pedido?, pregunto, y la beso.no, contesta tímidamente, mirando al cielo que, en

este preciso momento, es del color de sus ojos.yo también he pedido un deseo, dice haciéndose la

misteriosa, pero ella podría desear tantas cosas que notengo ni idea de qué será.

La parada del autobús

LA madre de olivia, auggie, jack y Daisy bajan por laescalera de la entrada justo cuando estoy despidiéndome deolivia. es una situación un poco incómoda. ya queestábamos en mitad de un largo y bonito beso.

hola, chicos, dice su madre, haciendo como que no havisto nada, pero a los dos niños les entra la risa tonta.

hola, señora pullman.por favor, llámame Isabel, justin, repite. Es la tercera

vez que me lo dice, así que más vale llamarla así.me voy a casa, digo, como justificándome.Ah, ¿vas hacia el metro?, pregunta, siguiendo a la perra

con un periódico. ¿puedes acompañar a jack a la parada delautobús?

claro.¿te parece bien, jack?, le pregunta la madre, y él se

encoge de hombros, justin, ¿puedes quedarte con él hastaque llegue el autobús?

¡pues claro!todos nos despedimos, olivia me guiña un ojo.No hace falta que te quedes, dice Jack mientras

caminamos, yo siempre cojo el autobús solo, la madre deAuggie es demasiado sobreprotectora.

tiene una voz grave y áspera, como si fuera un pequeño

tipo duro. se parece a uno de esos golfillos de las películasen blanco y negro. no desentonaría con una gorra derepartidor de periódicos y unos pantalones bombachos.

llegamos a la parada del autobús y en el horario poneque el siguiente autobús llegará dentro de ocho minutos.

esperaré contigo, le digo.como quieras, dice encogiéndose de hombros. ¿me

dejas un dólar?, quiero comprar chicle.saco un dólar del bolsillo y lo veo cruzar la calle hasta

la tienda de comestibles de la esquina. no sé por qué, peroparece demasiado pequeño para ir por ahí él solo. luegocaigo en la cuenta de que cuando yo era así de pequeñocogía el metro solo. demasiado pequeño. algún día voy aser un padre sobreprotector, lo sé. mis hijos sabrán que mepreocupo por ellos.

cuando llevo un par de minutos esperando veo a tresniños caminando por la acera desde la otra dirección, pasanpor delante de la tienda, pero uno de ello, mira dentro y lesda un codazo a los otros dos, y todos vuelven y mirandentro. se nota que están tramando algo, dándose codazos yriéndose. uno de ellos es de alto como jack, pero los otrosdos parecen mucho más altos, como si fuesenadolescentes. se esconden detrás del puesto de fruta. en lapuerta de la tienda, y cuando Jack sale, lo siguen y hacenruidos como de vomitar. jack se da la vuelta al llegar a laesquina para ver quiénes son y los chicos salen corriendo,

chocando esos cinco y riéndose. imbéciles.jack cruza la calle como si no hubiera pasado nada y se

queda plantado a mi lado en la parada del autobús haciendoun globo de chicle.

¿amigos tuyos?, pregunto por fin.ja, dice. Intenta sonreír, pero veo que está molesto.unos imbéciles de mi colegio, dice. un chaval que se

llama julian y sus dos gorilas, henry y miles.¿te molestan mucho?no, nunca lo habían hecho. en el colegio no lo hacen

porque los expulsarían. julian vive a dos manzanas de aquí,ha sido mala suerte encontrarme con él.

ah, vale, digo.no es para tanto, me asegura.los dos miramos automáticamente hacia la avenida

amesfort para ver si llega el autobús.estamos en una especie de guerra, dice pasado un

minuto, como si eso lo explicara todo. luego se saca untrozo de papel arrugado del bolsillo de los vaqueros y melo da. lo abro y veo una lista de nombres en tres columnas.ha vuelto en mi contra a todo el curso, dice jack.

a todo el curso, no, señalo mirando la lista.me deja notas en mi taquilla que dicen cosas como

«todos te odian».deberías contárselo a tu profesor.jack me mira como si fuese idiota y niega con la

cabeza.bueno, todos estos son neutrales, digo, señalando la

lista, si los convences para que se pasen a tu bando, lascosas se equilibrarán un poco.

sí, ya, como si eso fuese a suceder, dicesarcásticamente.

¿y por qué no?vuelve a mirarme como si yo fuera el tío más

estúpido, con en que ha hablado en su vida.¿qué?, pregunto.niega con cabeza como si yo no tuviese remedio.digamos que soy amigo de alguien que no es

precisamente el chaval más popular del colegio.entonces entiendo qué es lo que no quiere decir

abiertamente: august. todo esto es porque es amigo deaugust. y no quiere contármelo porque soy el novio de suhermana. claro, tiene sentido.

vemos el autobús que se acerca por la avenidaamesfort.

tienes que aguantar, le digo, devolviéndole el papel. lasecundaria es muy dura, pero luego la cosa mejora. todo searreglará.

se encoge de hombros y se guarda la lista en elbolsillo.

nos despedimos cuando se sube en el autobús y lo veomarcharse.

cuando llego a la estación de metro, a dos manzanasde allí, veo a los tres chicos en la puerta de la panadería.siguen riéndose y fingiendo que vomitan, como si fueranunos pandilleros, niños ricos con pantalones de pitillocaros haciéndose los duros.

no sé qué me da, pero me quito las gafas, me lasguardo en el bolsillo y me meto bajo el brazo el estuchedel violín para que la punta quede hacia arriba, me acerco aellos con el ceño fruncido y cara de malo, cuando me ven,las risas se les hielan en los labios y los cucuruchos dehelado se les tuercen en las manos.

escuchad. no os metáis con jack, digo muylentamente, apretando los dientes, con un tono de voz detío duro, a lo clint eastwood. si os volvéis a meter con él,lo lamentaréis. y luego le doy una palmadita al estuche delviolín para impresionarlos.

¿entendido?los tres lo confirman a la vez, con el helado

chorreándoles por las manos.bien. asiento con la cabeza, haciéndome el misterioso,

y me pongo a bajar los escalones del metro de dos en dos.

Ensayo

A medida que nos acercamos a la noche del estreno, laobra me ocupa cada vez más tiempo. tengo que memorizarun montón de diálogos. largos monólogos en los que solohablo yo, a olivia se le ocurrió una idea que me estáayudando mucho. me subo el violín al escenario y toco unpoco mientras hablo. no está en la obra, pero el señordavenport piensa que el hecho de que el director de escenatoque el violín le añade un elemento muy campechano. y amí me viene genial porque cada vez que necesito unsegundo para recordar la siguiente frase, me pongo a tocar«soldier's joy» en el violín y gano un poco de tiempo.

he llegado a conocer mucho mejor a los alumnos queintervienen en la obra, sobre todo a la chica de pelo rosaque interpreta a emily. resulta que no es tan estirada comoparecía, teniendo en cuenta la gente con la que se relaciona.su novio es un tío cachas que es toda una autoridad en lascompeticiones deportivas, para mí es otro mundo con elque no tengo nada que ver, por eso me sorprende que la talmiranda sea más o menos simpática.

un día estábamos sentados en el suelo, entrebastidores, esperando a que los técnicos arreglasen el focoprincipal.

¿cuánto tiempo lleváis saliendo olivia y tú?, me

pregunta sin esperármelo.unos cuatro meses, contesto.¿conoces ya a su hermano?, pregunta con indiferencia.me parece tan inesperado que no puedo ocultar mi

sorpresa.¿conoces al hermano de olivia?, pregunto.¿via no te lo ha dicho? antes éramos buenas amigas.

conozco a auggie desde que era un bebé.ah, sí, creo que ya lo sabía. no quiero que note que

olivia no me lo ha contado. no quiero que note cuánto mesorprende que la llame via. nadie salvo la familia de Oliviala llama via, y ahora resulta que una chica con el pelo rosa,a la que tenía por una desconocida, la llama via.

miranda se ríe y niega con la cabeza, pero no dicenada. se hace un silencio incómodo y ella se pone arebuscar en s bolso y saca la cartera, mira un par defotografías y me pasa una. es de un niño pequeño en unparque un día de sol. lleva pantalones cortos y unacamiseta... y un casco de astronauta que le tapa toda lacabeza.

aquel día el termómetro marcaba casi cuarenta grados,dice, sonriendo al ver la foto. pero él no quería quitarse elcasco de astronauta por nada del mundo, lo llevó unos dosaño seguidos. en invierno, en verano, en la playa. quélocura.

sí, he visto fotos en casa de Olivia.

ese casco se lo regalé yo, dice. parece orgullosa deese hecho. coge la foto y vuelve a meterla con cuidado enla cartera.

guay, contesto.¿te parece bien?, pregunta, mirándome.la miro sin entenderla.¿si me parece bien el qué?arquea las cejas como si no me creyese.ya sabes a qué me refiero, dice, y le da un largo trago a

la botella de agua. hay que reconocer, añade, que eluniverso no se portó bien con auggie pullman.

Pájaro

¿POR qué no me contaste que miranda navas y tú eraisamigas?, le pregunto a olivia al día siguiente. estoyenfadado con ella por no habérmelo contado.

no es para tanto, contesta a la defensiva, mirándomecomo si fuese un bicho raro.

pues claro que es para tanto. seguro que le parecíidiota. ¿cómo has podido no contármelo? siempre te hascomportado como si no la conocieses.

no la conozco, se apresura a contestar. no sé quién esesa animadora de pelo rosa. la chica a la que conocía erauna boba que coleccionaba muñecas.

anda ya, olivia.¿cómo que anda ya?podrías habérmelo dicho en algún momento, digo en

voz baja, haciendo como que no veo el lagrimón que depronto le corre por la mejilla.

se encoge de hombros e intenta no llorar más.no pasa nada, no estoy enfadado, digo, pensando que

las lágrimas son por mí.sinceramente, me da igual que estés enfadado, dice

despechada.ah, genial, replico.no dice nada. está a punto de echarse a llorar.

¿qué pasa, olivia?, pregunto.niega con la cabeza, como si no quisiera hablar del

tema, pero de repente se echa a llorar a lo bestia.lo siento, no es por ti, justin. no lloro por ti, dice por

fin gimoteando.¿y por qué lloras?porque soy mala persona.pero ¿qué dices?se limpia las lágrimas con la palma de la mano sin

mirarme.no les he contado a mis padres lo de la obra, se

apresura a decir.niego con la cabeza porque no entiendo lo que intenta

decirme.no pasa nada, digo. aún no es demasiado tarde, aún

quedan entradas...no quiero que vayan a la obra, justin, me interrumpe

impaciente. ¿es que no entiendes lo que digo? ¡no quieroque vayan! si van, llevarán a auggie, y no me apetece...

vuelve a echarse a llorar y no puede acabar la frase. lepaso el brazo por encima de los hombros.

¡soy mala persona!, dice sin dejar de llorar.no eres mala persona, le susurro.¡claro que sí!, dice entre sollozos, ha sido estupendo

estar en un instituto donde nadie lo conoce. nadiecuchichea a mis espaldas. ha sido estupendo, justin. pero, si

va a la obra, todo el mundo hablará de él, todos lo sabrán...no sé por qué me siento así... te juro que nunca antes mehabía avergonzado de él.

ya lo sé, ya lo sé, digo, tranquilizándola, tienes todo elderecho, olivia. durante toda tu vida has tenido que soportarmuchas cosas.

a veces olivia me recuerda a un pájaro, a cómo se leerizan las plumas cuando se enfada. y cuando se vuelvefrágil, como ahora, parece un pajarito perdido buscando sunido.

por eso le presto mi ala para que se esconda debajo.

El universo

ESTA noche no puedo dormir. tengo la cabeza llena depensamientos que no se apagan. de frases de mismonólogos. de elementos de la tabla periódica que deberíamemorizar. de teoremas que debería haber comprendido.de olivia. de auggie.

no puedo dejar de pensar en las palabras de miranda:«el universo no se portó bien con auggie pullman».

pienso mucho en ellas y en todo lo que significan.tiene razón, el universo no se portó bien con auggiepullman. ¿qué hizo el pobre chaval para merecer esacondena? ¿qué hicieron sus padres? ¿qué hizo olivia? unavez me dijo que un médico les había dicho a sus padres quela probabilidad de que alguien tuviese la mismacombinación de síndromes era de una entre cuatromillones. ¿acaso eso no convierte al universo en una loteríagigante? compras un billete cuando naces y solo dependedel azar que el billete sea bueno o que sea malo. todo escuestión de suerte.

la cabeza me da vueltas, pero luego unos pensamientosmás ligeros me tranquilizan, como una tercera menor en unacorde mayor. no, no, no todo depende del azar. si tododependiese del azar, el universo nos abandonaría porcompleto. y el universo no nos abandona. cuida de sus

creaciones más frágiles de un modo invisible. por ejemplo,con unos padres que te adoran ciegamente. y una hermanamayor que se siente culpable por sentirse humana. y unchaval de voz áspera que se ha quedado sin amigos por ti. eincluso una chica de pelo rosa que lleva una foto tuya en lacartera. quizá sea una lotería, pero el universo acabacompensándolo, el universo cuida de todos sus pájaros.

Sexta parte

AUGUST

¡Qué obra de arte es un hombre! ¡Qué nobleen su razón! ¡Qué infinito en sus facultades! ¡Quéexplícito y admirable en forma y movimiento!¡Qué parecido a un ángel en sus actos! ¡Quésemejante a un dios en su percepción! ¡Es labelleza del mundo...!

Shakespeare, Hamlet

El polo Norte

LA Lámpara Patatil fue todo un éxito en la exposiciónde ciencias. A Jack y a mí nos pusieron un sobresaliente.Era el primer sobresaliente que Jack había sacado en todoel curso, así que estaba flipado.

Todos los trabajos de la exposición de cienciasestaban puestos sobre mesas en el gimnasio. Era el mismomontaje que para el Museo Egipcio en diciembre, solo queesta vez sobre las mesas había volcanes y dioramasmoleculares en lugar de pirámides y faraones. Y en lugar deser nosotros quienes les enseñábamos los trabajos de losdemás a nuestros padres, teníamos que quedarnos plantadosjunto a nuestras mesas mientras todos los padres sepaseaban por la sala de mesa en mesa.

Hagamos cuentas: sesenta alumnos en todo el cursoequivalen a sesenta pares de padres, eso sin contar a losabuelos. O sea, un mínimo de ciento veinte pares de ojosmirándome a mí. Unos ojos que no están tanacostumbrados a mí como los de sus hijos. Es como laaguja de una brújula, que siempre apunta al norte mires adonde mires. Todos esos ojos son como brújulas, y paraellos yo soy como el polo Norte.

Por eso siguen sin gustarme los actos del colegio alos que acuden los padres. No los odio tanto como cuando

empezó el curso. Como por ejemplo la fiesta de lasdonaciones en Acción de Gracias: creo que esa fue la peor.Fue la primera vez que tuve que enfrentarme a todos lospadres a la vez. Luego pasó lo del Museo Egipcio, pero eseno estuvo mal, porque me disfracé de momia y nadie se fijóen mí. Luego dimos el concierto de Navidad, que fuehorrible porque tuve que cantar en el coro. No solo soy unnegado cantando, sino que me sentí como si estuviera en unescaparate. La exposición de arte no fue tan mal, pero aunasí estuve incómodo. Colgaron nuestros cuadros en lospasillos por todo el colegio y los padres fueron a verlos.Era como empezar el colegio de cero y tener que cruzarmecon adultos desprevenidos por las escaleras.

En fin, no es que me importe que la gente reaccione alverme. Ya lo he dicho un millón de veces: ya estoyacostumbrado. No dejo que me afecte. Es como cuandosales a la calle y está chispeando. Cuando chispea no tepones las botas de agua. Ni siquiera abres el paraguas.Caminas bajo la lluvia y apenas te das cuenta de que se teestá mojando el pelo.

Pero cuando se trata de un gimnasio lleno de padres,las gotas de agua se convierten en un huracán. Todos losojos se estrellan contra ti como una pared de agua.

Mamá y papá estuvieron en un buen rato al lado de mimesa junto a los padres de Jack. Es curioso, los padresacaban formando los mismos grupos que sus hijos. Por

ejemplo, mis padres, los padres de Jack y la madre deSummer se llevan muy bien. Veo que los padres de Julianse juntan con los de Henry y los de Miles. Si hasta lospadres de los dos Max se juntan. Qué gracia.

Luego, cuando volvíamos a casa, se lo conté a mamá ypapá y les pareció una observación muy curiosa.

—Debe de ser verdad eso de cada oveja con su pareja—dijo mamá.

El muñeco de Auggie

DURANTE un tiempo, solo hablábamos de la«guerra». Febrero fue el peor mes. Entonces,prácticamente nadie nos dirigía la palabra, y Julian habíaempezado a dejarnos notas en las taquillas. Las notas querecibía Jack eran estúpidas, en plan: «¡Apestas, quesogigante!» y «¡Ya no le caes bien a nadie!».

Las que recibía yo eran en plan: «¡Monstruo!». Habíaotra que decía: «¡Largo de nuestro colegio, orco!».

Summer nos dijo que debíamos enseñarle las notas ala señora Rubin, que era la jefa de estudios de secundaria, oincluso al señor Traseronian, pero pensamos que eso seríacomo chivarnos. Nosotros también dejábamos notas, perono tan crueles, sino más bien graciosas y sarcásticas.

Una decía: «¡Qué guapo eres, Julian! Te quiero.¿Quieres casarte conmigo? Besos, Beulah».

Otra: «¡Me encanta tu pelo! Besos y abrazos, Beulah».Y otra más: «Eres un cielo. Hazme cosquillas en los

pies. Besos, Beulah».Beulah era una persona inventada que se nos había

ocurrido a Jack y a mí. Tenía unas costumbres de lo másasquerosas, como por ejemplo comerse esa cosa verde quetenía entre los dedos de los pies y chuparse los nudillos.Nos imaginamos que alguien así podría estar colada de

verdad por Julian, que se comportaba como alguien salidode un concurso de cantantes para niños.

También fue en febrero cuando Julian, Miles y Henryle gastaron un par de bromas a Jack. Creo que a mí no melo hacían porque sabían que si los pillaban «acosándome»les caería una buena. Debieron de pensar que Jack era unobjetivo más fácil. Una vez le robaron los pantalonescortos de gimnasia y jugaron a pasárselos de uno a otro enel vestuario. En otra ocasión, Miles, que se sentaba al ladode Jack en el aula de tutoría, le robó la hoja de ejerciciosde la mesa, hizo una bola con ella y se la lazó a Julian, queestaba en la otra punta de la clase. Eso no habría sucedidosi la señora Petosa hubiese estado allí, claro, pero aquel díahabía un sustituto y los sustitutos nunca se enteran de nada.Jack aguantaba bien. Nunca dejaba que notasen que estabaenfadado, aunque creo que a veces sí se enfadaba.

En quinto todo el mundo sabía lo de la guerra. Menosel grupo de Savanna. Al principio las chicas eran neutrales,pero hacia marzo ya estaban hartas del tema. Igual quealgunos de los chicos. Por ejemplo, un día que Julianestaba echando las virutas del sacapuntas en la mochila deJack, Amos, que normalmente siempre estaba de su parte,le quitó la mochila a Julian y se la devolvió a Jack. Parecíaque la mayoría de los chicos ya no se creían las mentiras deJulian.

Unas cuantas semanas atrás, Julian se puso a propagar

un rumor de lo más ridículo: dijo nada menos que Jackhabía contratado a un «asesino a sueldo» para«cargárselos»: a Miles, a Henry y a él. Aquella mentira eratan cutre que la gente empezó a reírse de él a sus espaldas.En ese momento, todos los chicos que aún seguían en subando desertaron y se pasaron al bando neutral. A finales demarzo, solo Miles y Henry seguían con Julian... y creo queellos también se estaban cansando ya de la guerra.

Estoy seguro de que todos habían dejado de jugar a laPeste. Ya nadie pega un salto si me tropiezo con esapersona, y la gente me pide prestados los lápices sin hacercomo si el lápiz tuviese piojos.

La gente ya hasta bromea conmigo. El otro día vi aMaya escribiéndole una nota a Ellie en un trozo de papel deesos muñecos tan feos que se llaman Uglydoll.

—¿Sabías que el creador de los Uglydolls se inspiróen mí? —le dije, no sé por qué.

Maya me miró con los ojos como platos, como si selo hubiera creído. Luego, cuando se dio cuenta de queestaba de broma, le pareció lo más gracioso del mundo.

—¡Qué gracioso eres, August! —dijo, y les contó aEllie y a otras chicas lo que acababa de decir, y a todas lespareció divertido. Al principio se quedaron impresionadas,pero cuando vieron que me reía, comprendieron que nopasaba nada si ellas también se reían.

Al día siguiente me encontré un llavero de Uglydoll

sobre mi silla con una simpática nota de Maya que decía:«¡Para el Muñeco Auggie más simpático del mundo! Besos,Maya».

Hace seis meses una cosa así no podría haber pasado,pero cada vez me pasa más.

La gente también se ha portado muy bien con el temade los audífonos que he empezado a llevar.

Lobot

DESDE que era pequeño, los médicos les han dicho amis padres que algún día necesitaría llevar audífonos. No sépor qué siempre me ha asustado un poco: quizá sea porquecualquier cosa que tenga que ver con mis orejas memolesta mucho.

Cada vez oía peor, pero no se lo había contado a nadie.El sonido del mar que estaba siempre en mi cabeza habíasubido de volumen. Ya ahogaba las voces de los demás,como si estuviese bajo el agua. Si me sentaba en el fondode la clase, no oía a los profesores. Pero sabía que, si se locontaba a mamá o a papá, acabaría llevando audífonos... ytenía la esperanza de poder pasar quinto sin tener quellevarlos.

Pero en mi revisión anual en octubre fallé la prueba deaudición.

—Amigo, ha llegado el momento —dijo el médico, yme mandó a un especialista que me sacó moldes de lasorejas.

De todos mis rasgos, las orejas son los que menossoporto. Son como puñitos cerrados a los lados de mi cara.También están demasiado bajas. Parecen dos trozos demasa de pizza aplastados que me sobresalen de la parte dearriba del cuello. Vale, a lo mejor estoy exagerando un

poco, pero es que no las soporto.Cuando el médico del oído sacó los audífonos para

que los viésemos mamá y yo, se me cruzaron los cables.—No pienso ponérmelos —anuncié, cruzándome de

brazos.—Ya sé que te parecerán grandes —dijo el otorrino

—. Pero tenemos que sujetarlos con una cinta del pelo,porque no hay otro modo que se te queden fijos en lasorejas.

Los audífonos normales tienen una pieza que encajaen el oído externo para que el auricular no se mueva delsitio. Pero en mi caso, como no tengo oído externo,tuvieron que poner los auriculares en una especie de cintapara el pelo de un material muy resistente que tenía quesujetarme a la cabeza.

—No puedo ponerme eso, mamá —protesté.—Casi ni te darás cuenta de que los llevas —dijo

mamá, intentando animarme—. Parecen unos cascos.—¿Unos cascos? ¡Míralos, mamá! —exclamé

enfadado—. ¡Voy a parecerme a Lobot!—¿Quién es Lobot? —preguntó mamá con mucha

calma.—¿Lobot? —dijo el médico del oído sonriendo

mientras miraba los auriculares y hacía algunos ajustes—.¿El de El Impero contraataca? ¿El tío calvo delradiotransmisor superguay que se sujeta a la cabeza?

—Ni idea —contestó mamá.—¿Sabe cosas de aparatos de La guerra de las

galaxias? —le pregunté al médico.—¿Qué si sé cosas de aparatos de La guerra de las

galaxias? —contestó, sujetándomelo a la cabeza—.¡Podría decirse que yo inventé a los aparatos de La guerrade las galaxias! —Se reclinó en su silla para ver cómo mequedaba la cinta y luego volvió a quitármela.

—A ver, Auggie, quiero explicarte qué es esto —dijo,señalando los diferentes componentes de unos de losaudífonos—. Esta pieza curva de plástico va conectada altubo que hay sobre el molde del oído. Por eso sacamosesos moldes en diciembre, para que esta parte que vadentro del oído se acople perfectamente. Esta pieza de aquíes el amplificador, ¿vale? Y esta es la pieza especial quehemos conectado al auricular.

—La pieza de Lobot —dije amargado.—Oye, Lobot mola —dijo el médico del oído—. Si te

parecieras a Jar Jar, eso sí que sería grave. —Volvió acolocarme los auriculares en la cabeza con cuidado—. Yaestá, August. ¿Qué te parece?

—¡Es superincómodo! —exclamé.—Te acostumbrarás enseguida —contestó.Me miré al espejo. Empezaron a llorarme los ojos. Lo

único que alcanzaba a ver eran unos tubos que me salían delos lados de la cabeza, como si fuesen antenas.

—¿De verdad tengo que llevarlos, mamá? —pregunté,intentado no llorar—. No los soporto. ¡No noto ningunadiferencia!

—Dame un segundo, amigo —dijo el médico—. Aúnno los he encendido. Espera a oír la diferencia: ya veráscómo querrás llevarlos.

—¡Ni hablar!Y entonces los encendió.

Oír con claridad

¿CÓMO puedo describir lo que oí cuando el médicoencendió los audífonos? ¿O lo que no oí? Es muy difícildecirlo con palabras. Digamos que el mar ya no vivía dentrode mi cabeza. Se había ido. Podía oír sonidos que erancomo luces brillantes en mi cerebro. Era como cuandoestás en una habitación donde una de las bombillas deltecho está fundida, pero no te das cuenta de lo oscuro queestá hasta que alguien cambia la bombilla y de repente,¡hala, cuánta claridad! No sé si hay alguna palabra quesignifique lo mismo que «claridad» en términos deaudición, pero ojalá la hubiese, porque ahora oía conclaridad.

—¿Cómo suena, Auggie? —me preguntó el médico—.¿Me oyes bien, amigo?

Lo miré y sonreí, pero no dije nada.—Cielo, ¿oyes algo diferente? —preguntó mamá.—No hace falta que grites, mamá —contesté

asintiendo felizmente.—¿Oyes mejor? —preguntó el médico.—Ya no oigo ese ruido —contesté— En mis oídos

hay silencio.—Ya no oyes el ruido blanco —dijo, confirmándolo

—. Me miró y me guiñó un ojo—. Ya te he dicho que te

gustaría lo que ibas a oír, August —añadió, y se puso ahacer más ajustes, en el audífono izquierdo.

—¿Suena muy diferente, cielo? —preguntó mamá.—Sí —contesté—. Suena... más ligero.—Eso es porque ahora tienes un oído biónico, amigo

—dijo el médico del oído mientras hacía ajustes en elaudífono derecho—. Toca esto. —Me puso la mano detrásdel audífono—. ¿Lo notas? Es el volumen. Tendrás queencontrar el volumen que mejor te vaya. Ahora loprobamos. Bueno, ¿qué te parece? —Cogió un espejito yme hizo mirar en el espejo grande cómo quedaban losaudífonos por detrás. Mi pelo tapaba casi toda la cinta. Loúnico que asomaba era el tubo.

—¿Te parecen bien tus nuevos audífonos biónicos deLobot? —preguntó el médico, mirándome en el espejo.

—Sí —contesté—. Gracias.—Muchas gracias, doctor James —dijo mamá.El primer día que acudí a clase con los audífonos,

pensé que la gente se reiría de mí, pero nadie se rió.Summer se alegró de que pudiese oír mejor y Jack dijo queparecía un agente del FBI. Nada más. El señor Browne mepreguntó en clase de lengua, pero no en plan: «¿Qué es esoque llevas en la cabeza?».

—Si alguna vez necesitas que repita algo, Auggie,dímelo, ¿vale? —dijo.

Visto ahora, no sé por qué me ponía tan nervioso este

tema. Es curioso: a veces te preocupas un montón por algoque al final resulta no ser nada.

El secreto de Via

UN par de días después de las vacaciones deprimavera, mamá se enteró de que Via no le había contadoque la semana siguiente se representaba una obra en suinstituto. Mamá se enfadó mucho. Mamá no se enfada amenudo (aunque no creo que papá esté de acuerdo), peroestaba muy enfadada con Via. Las dos discutieron a lobestia. Oí que se gritaban la una a la otra en la habitación deVia. Mis oídos biónicos de Lobot oyeron a mamá decir:

—¿Qué te pasa últimamente, Via? Estás de mal humor,taciturna y todo son secretos...

—¿Qué tiene de malo que no os haya hablado de unaestúpida obra de teatro? —Via estaba prácticamentegritando—. ¡Ni siquiera tengo un papel con diálogos!

—¡Pero tu novio sí! ¿No quieres que lo veamosactuar?

—¡No! ¡La verdad es que no!—¡Deja de gritar!—¡Tú has gritado primero! Déjame en paz, ¿quieres?

¡Se te ha dado de maravilla dejarme sola durante toda mivida, así que no tengo idea de por qué ahora que voy alinstituto te interesas por mí de repente...!

No sé qué le contestó mamá porque de repente sequedaron calladas y ni siquiera mis oídos biónicos de

Lobot pudieron captar alguna señal.

Mi cueva

A la hora de cenar ya parecían haber hecho las paces.Papá tenía que quedarse a trabajar hasta tarde. Daisy estabadurmiendo. Había vomitado mucho durante el día y mamápidió hora para llevarla al veterinario a la mañana siguiente.

Estábamos los tres sentados sin que nadie dijese nada.—¿Vamos a ver a Justin actuar en una obra de teatro?

—dije por fin.Via no contestó, pero se quedó mirando su plato.—¿Sabes qué, Auggie? —contestó mamá en voz baja

—, no me había dado cuenta de qué obra era, y es una queno va a resultarle interesante a alguien de tu edad.

—O sea, que no estoy invitado —dije, mirando a Via.—Yo no he dicho eso —contestó mamá—. Lo que

pasa es que no creo que fueras a disfrutarla.—Te aburrirías como una ostra —dijo Via, como

acusándome de algo.—¿Vais a ir papá y tú? —pregunté.—Irá papá —dijo mamá—. Yo me quedaré en casa

contigo.—¿Cómo? —gritó Vía—. Genial, así que vas a

castigarme por haber sido sincera no yendo a ver la obra.—Para empezar, eras tú quien no quería que

fuésemos, ¿recuerdas? —contestó mamá.

—¡Pero ahora que sabes por qué, claro que quiero quevayáis! —dijo Via.

—Bueno, pues tengo que tener en cuenta lossentimientos de todos, Via —repuso mamá.

—¿De qué estáis hablando? —grité.—¡De nada! —me soltaron las dos al mismo tiempo.—De algo del instituto de Via que no tiene nada que

ver contigo —dijo mamá.—Mentira —contesté.—¿Cómo dices? —replicó mamá, escandalizada.

Hasta Via parecía sorprendida.—¡Digo que es mentira! —grité—. ¡Es mentira! —le

grité a Via mientras me levantaba—. ¡Sois las dos unasmentirosas! ¡Me mentís a la cara como si fuese idiota!

—¡Siéntate, Auggie! —dijo mamá, agarrándome delbrazo.

Me libré de ella y señalé a Via.—¿Crees que no sé lo que pasa? —grité—. ¡Que no

quieres que tus nuevos amigos del instituto se enteren deque tu hermano es un monstruo!

—¡Auggie! —gritó mamá—. ¡Eso no es verdad!—¡Deja de mentirme, mamá! —chillé—. ¡Deja de

tratarme como a un bebé! ¡No soy retrasado! ¡Sé lo quepasa!

Eché a correr por el pasillo hasta llegar a mihabitación y cerré la puerta con tanta fuerza que oí caer

unos trocitos de Pared dentro del marco. Luego me dejécaer sobre la cama y me tapé con las mantas. Me tapé micara asquerosa con las almohadas y amontoné todos mispeluches sobre las almohadas, como si estuviese dentro deuna cueva. Sí pudiese pasearme por ahí con una almohadasobre la cara a todas horas, lo haría.

Ni siquiera sabía por qué me había enfadado tanto. Alempezar la cena no estaba enfadado. Ni siquiera estabatriste. Pero de pronto exploté. Sabía que Via no quería quefuese a su estúpida obra de teatro. Y sabía por qué.

Pensé que mamá me seguiría hasta mi habitaciónenseguida, pero no lo hizo. Quería que me encontrasedentro de cueva hecha de animales de peluche, así queesperé un poco más, pero pasados diez minutos aún nohabía ido a buscarme. Estaba muy sorprendido. Siempre vaa ver cómo estoy cuando me meto en mi habitaciónmolesto por algo.

Me imaginé a mamá y a Via hablando de mí en lacocina. Supuse que Via se sentiría fatal. Me imaginé amamá asumiendo toda la culpa. Y papá también se enfadaríacon ella cuando volviese a casa.

Hice un agujero a través del montón de almohadas yanimales de peluche y miré el reloj que hay colgado de lapared. Había pasado media hora y mamá aún no habíaacudido a mi habitación. Escuché atentamente para ver sioía algo en las otras habitaciones. ¿Aún estarían cenando?

¿Qué estaba pasando?Por fin, se abrió la puerta. Era Via. Ni siquiera se

molestó en acercarse a mi cama, y no entró suavementecomo me había imaginado, sino bruscamente.

Despedida

—AUGGIE —dijo Via—, ven, deprisa. Mamá tieneque hablar contigo.

—¡No pienso pedir perdón!—¡No tiene nada que ver contigo! —gritó—. ¡No todo

lo que sucede en el mundo tiene que ver contigo, Auggie!Date prisa. Daisy está enferma. Mamá se la va a llevar alveterinario de urgencia. Ven a despedirte de ella.

Aparté las almohadas que tenía sobre la cara y la miré.Entonces vi que estaba llorando.

—¿A qué te refieres con despedirme de ella?—¡Vamos! —dijo, tendiéndome la mano.La cogí de la mano y la seguí por el pasillo hasta la

cocina. Daisy estaba tumbada de lado en el suelo con laspatas estiradas al frente. Jadeaba un montón, como sihubiese estado corriendo por el parque. Mamá estabaarrodillada a su lado, acariciándole la cabeza.

—¿Qué ha pasado? —pregunté.—Se ha puesto a gimotear de repente —contestó Via

arrodillándose junto a mamá.Miré a mamá, que también estaba llorando.—Voy a llevarla al hospital veterinario que hay en el

centro —dijo—. El taxi está a punto de llegar pararecogerme.

—El veterinario hará que se ponga bien, ¿no? —pregunté.

Mamá me miró.—Eso espero, cielo —dijo en voz baja—. Pero la

verdad es que no lo sé.—¡Pues claro que sí! —exclamé.—Daisy vomita mucho últimamente, Auggie. Y es

mayor...—Pero podrán curarla —dije, mirando a Via para que

me diese la razón, pero Via no levantó la vista.A mamá le temblaban los labios.—Creo que ha llegado el momento de despedirnos de

Daisy, Auggie. Lo siento.—¡No! —grité.—No queremos que sufra, Auggie —dijo.Sonó el teléfono. Lo cogió Via.—Vale, gracias —contestó, y colgó.—El taxi está ahí fuera —dijo, secándose las lágrimas

con el dorso de la mano.—Auggie, ¿puedes abrirme la puerta, cielo? —

preguntó mamá mientras cogía a Daisy con mucho cuidado,como si fuese un enorme bebé que se dejase caer.

—Por favor, mamá, no —dije llorando, colocándomeentre ella y la puerta.

—Cielo, por favor —contestó mamá—. Pesa mucho.—¿Y papá? —repuse llorando.

—Irá directamente al hospital —dijo mamá—. Éltampoco quiere que Daisy sufra, Auggie.

Via me apartó de delante de la puerta y se la abrió amamá.

—Tengo el móvil conectado por si necesitáiscualquier cosa —le dijo mamá a Via—. ¿Puedes taparla conla manta?

Via asintió, pero estaba llorando como una loca.—Despedíos de Daisy, chicos —dijo mamá con las

lágrimas cayéndole a mares por la cara.—Te quiero, Daisy —dijo Via, y le dio un beso a

Daisy en la nariz—. Te quiero mucho.—Adiós, chica... —le susurré al oído—. Te quiero...Mamá bajó los escalones que daban a la calle con

Daisy en brazos. El taxista había abierto la puerta de atrás yla vimos entrar. Antes de cerrar la puerta, mamá nos miró,allí plantados junco a la entrada, y nos saludó con la mano.Creo que nunca la he visto tan triste.

—¡Te quiero, mamá! —dijo Via.—¡Yo también, mamá! —añadí yo—. ¡Lo siento,

mamá!Mamá nos lanzó un beso y cerró la puerta. Vimos

cómo se iba el taxi y Via cerró la puerta de casa. Me miródurante un segundo y luego me dio un abrazo fortísimomientras los dos nos hinchábamos a llorar.

Los juguetes de Daisy

JUSTIN llegó a casa una hora después y me dio unfuerte abrazo.

—Lo siento, Auggie —me dijo.Nos sentamos todos en el salón sin decir nada. Por

algún motivo, Via y yo habíamos reunido todos los juguetesde Daisy, que estaban desperdigados por toda la casa, y loshabíamos puesto en un montoncito sobre la mesa baja.Estábamos mirando fijamente ese montoncito.

—Es la mejor perra del mundo —dijo Via.—Lo sé —contestó Justin, pasándole la mano por la

espalda.—¿Ha empezado a gimotear de repente? —pregunté.Via asintió con la cabeza.—Dos segundos después de irte tú de la mesa —

contestó—. Mamá iba a seguirte a tu habitación, pero Daisyha empezado a gimotear.

—¿Cómo? —pregunté.—Pues gimoteando. No sé —dijo Vía.—¿Como si aullase? —pregunté.—¡Gimoteando, Auggie! —contestó impaciente—. Se

ha puesto a gemir, como si algo le hiciese mucho daño. Yjadeaba como loca. Entonces se ha dejado caer y mamá haintentado levantarla, pero evidentemente le debía de doler

mucho y le ha pegado un mordisco a mamá.—¿Cómo?—Cuando mamá ha intentado tocarle la barriga, Daisy

le ha mordido en la mano —explicó Via.—¡Daisy nunca le muerde a nadie! —contesté.—No era la misma de siempre —añadió Justin—. Está

claro que le dolía mucho.—Papá tenía razón —dijo Via—. No deberíamos

haber dejado que empeorase tanto.—¿Qué quieres decir? —pregunté—. ¿Papá sabía que

estaba enferma?—Auggie, mamá la ha llevado al veterinario unas tres

veces en los dos últimos meses. No paraba de vomitar, ¿esque no te has dado cuenta?

—¡Pero no sabía que estuviese enferma!Via no dijo nada, pero me rodeó los hombros con el

brazo y me atrajo hacia ella. Me eché a llorar de nuevo.—Lo siento, Auggie —me dijo en voz baja—. Lo

siento mucho. Todo. ¿Me perdonas? Sabes cuánto tequiero, ¿verdad?

Hice un gesto afirmativo. La pelea de antes apenastenía ya importancia.

—¿A mamá le ha salido sangre? —pregunté.—No ha sido más que un mordisco —contestó Via—.

Aquí. —Se señaló la parte baja del pulgar para mostrarmeexactamente dónde le había mordido Daisy a mamá.

—¿Le ha dolido?—Mamá está bien, Auggie. Tranquilo.Mamá y papá llegaron a casa dos horas después. En

cuanto abrieron la puerta y no vimos a Daisy supimos quehabía muerto. Nos sentamos todos en el salón alrededordel montón de juguetes de Daisy. Papá nos contó lo quehabía pasado en el hospital veterinario. El veterinario lehabía hecho unas radiografías y le había sacado sangre, yluego había vuelto para decirles que tenía un tumor enormeen el estómago. Le costaba respirar. Mamá y papá noquerían que sufriera más, así que papá la cogió en brazoscomo siempre le gustaba hacer, con las patas hacia arriba, ymamá y él le dieron un beso tras otro de despedida y lesusurraron cosas mientras el veterinario le pinchaba en lapata. Un minuto después murió en brazos de papá. Papá dijoque estaba muy tranquila y que no le dolía nada, que parecíacomo si fuese a quedarse dormida. Mientras hablaba, a papále tembló un par de veces la voz y tuvo que carraspear.

Nunca he visto llorar a papá, pero esa noche lo villorar. Entré en la habitación de mamá y papá buscando amamá para que me arropase, pero vi a papá sentado en elborde de la cama, quitándose los calcetines. Estaba deespaldas a la puerta, así que no me vio entrar. Al principiopensé que estaba riéndose, porque le temblaban loshombros, pero entonces se llevó las palmas de las manos alos ojos y comprendí que estaba llorando. Eran los

sollozos más silenciosos que había oído en mi vida.Parecían un susurro. Iba a acercarme a él, pero entoncespensé que a lo mejor estaba llorando bajito porque noquería que ninguno de nosotros le oyésemos. Salí de lahabitación y fui a la de Via. Allí vi a mamá tumbada junto aVia en la cama, y mamá estaba susurrándole algo mientrasmi hermana lloraba.

Me fui a la cama y me puse el pijama sin que nadie melo dijese, encendí la lamparita de noche, apagué la luz y mearrastré hasta la montaña de animales de peluche que habíadejado antes sobre la cama. Era como si aquello hubiesesucedido un millón de años antes. Me quité los audífonos,los puse sobre la mesita de noche, me tapé hasta las orejascon las mantas y me imaginé a Daisy acurrucada contra mí,lamiéndome toda la cara con su enorme lengua húmedacomo si la mía fuese su cara favorita. Y así me quedédormido.

El cielo

ME desperté un rato después y aún era de noche. Melevanté y fui a la habitación de mis padres.

—¿Mamá? —susurré. Estaba totalmente a oscuras, asíque no veía si abría los ojos—. ¿Mamá?

—¿Estás bien, cielo? —preguntó medio dormida.—¿Puedo dormir con vosotros?Mamá se echó hacia el lado de papá y yo me acurruqué

a su lado. Me dio un beso en el pelo.—¿Cómo tienes la mano? Via me ha dicho que Daisy

te ha mordido.—Solo ha sido un pellizco —me susurró al oído.—Mamá... —Me eché a llorar—. Siento mucho lo que

he dicho.—Chist... No hay nada que sentir —dijo con una voz

tan baja que apenas la oí. Estaba acariciándome la cara consu mejilla.

—¿Via se avergüenza de mí? —pregunté.—No, cielo, no. Ya sabes que no. Solamente le está

costando acostumbrarse al instituto. No es fácil.—Ya lo sé.—Ya sé que lo sabes.—Siento mucho haberte llamado mentirosa.—Duérmete, cariño. Te quiero mucho.

—Y yo a ti, mamá.—Buenas noches, cielo —me susurró.—Mamá, ¿ahora Daisy está con la abuela?—Supongo.—¿Están en cielo?—Sí.—Cuando va al cielo, ¿la gente tiene la misma pinta

que aquí?—No lo sé. No creo.—Entonces, ¿cómo se reconocen?—No lo sé, cariño. —Parecía cansada—. Lo sienten y

ya está. ¿A que tú no necesitas los ojos para ver? Lo sientespor dentro. Así es el cielo. Todo es amor y nadie olvida asus seres queridos.

Me dio otro beso.—Y ahora duérmete, cariño. Es muy tarde y estoy muy

cansada.Pero no pude dormirme ni siquiera cuando noté que

mamá ya se había dormido. También oía a papá mientrasdormía, y me imaginé que podía oír a Via mientras dormíaal otro lado del pasillo, en su habitación. Me pregunté siDaisy estaría durmiendo en el cielo en esos momentos. Ysi estaba durmiendo, ¿estaría soñando conmigo? Mepregunté cómo sería estar en el cielo algún día sin que micara le importase a nadie. Igual que nunca le importó aDaisy.

La suplente

VIA llevó a casa tres entradas para la obra del institutounos días después de la muerte de Daisy. Nunca volvimos ahablar de la discusión que habíamos tenido durante la cena.La noche de la obra, justo antes de que Justin y ella sefuesen para llegar temprano al instituto, me dio un fuerteabrazo y me dijo que me quería y que estaba orgullosa deser mi hermana.

Era la primera vez que iba al instituto de Via. Eramucho más grande que su antiguo colegio, y mil veces másgrande que el mío. Más pasillos. Más espacio. Lo únicomalo de mis audífonos biónicos de Lobot era que ya nopodía llevar gorra. En situaciones así, las gorras son muyútiles. A veces desearía poder seguir llevando aquel viejocasco de astronauta que llevaba de pequeño. Lo creáis o no,a la gente le impresionaba mucho menos ver a un niño conun casco de astronauta que verme la cara. En fin, que ibacon la cabeza gacha mientras seguía a mamá por aquellospasillos largos y relucientes.

Seguimos al resto del público hasta el auditorio,donde algunos alumnos repartían programas en la entrada.Encontramos unos asientos libres en la quinta fila, cerca dela parte central. En cuanto nos sentamos, mamá se puso arebuscar en el bolso.

—¡No me puedo creer que se me hayan olvidado lasgafas! —dijo.

Papá negó con la cabeza. Mamá siempre se dejabaolvidadas las gafas, o las llaves, o cualquier otra cosa. Esasí de rara.

—¿Quieres sentarte más cerca? —preguntó papá.Mamá entornó los ojos y miró hacia el escenario.—No, veo bien.—Habla ahora o calla para siempre —dijo papá.—No pasa nada.—Mira, aquí está Justin —le dije a papá, señalando

una foto de Justin en el programa.—Bonita foto —contestó.—¿Cómo es que no hay foto de Via? —pregunté.—Es una suplente —aclaró mamá—. Pero mira: aquí

pone su nombre.—¿Por qué la llaman suplente? —pregunté.—Vaya, fíjate en la foto de Miranda —le dijo mamá a

papá—. Creo que no la habría reconocido.—¿Por qué la llaman suplente? —repetí.—Así llaman a quien sustituye a un actor si este no

puede actuar por algún motivo —contestó mamá.—¿Te has enterado de que Martin va a volver a

casarse? —le preguntó papá a mamá.—Será broma, ¿no? —contestó mamá, como si le

sorprendiese mucho.

—¿Quién es Martin? —pregunté.—El padre de Miranda —dijo mamá, y añadió

dirigiéndose a papá—: ¿Quién te lo ha dicho?—Me he encontrado con la madre de Miranda en el

metro. No está nada contenta. Martin está esperando unbebé.

—¡Vaya! —exclamó mamá, negando con la cabeza.—¿De qué estáis hablando? —pregunté.—De nada —contestó papá.—Pero ¿por qué lo llaman suplente? —insistí.—No lo sé, Canito —me dijo papá—. A lo mejor

porque se tienen que estudiar el texto para suplir a losactores principales. No lo sé, de verdad.

Iba a decir algo más, pero entonces se apagaron lasluces. El público se calló enseguida.

—Papá, ¿puedes hacer el favor de no volver allamarme Canito? —le susurré al oído.

Papá me sonrió, asintió y levantó un pulgar en señal deaprobación.

Empezó la obra. Se abrió el telón. El escenario estabatotalmente vacío. Bueno, estaba Justin, sentado en unaantigua silla destartalada afinando el violín. Llevaba un trajepasado de moda y un sombrero de paja.

—Esta obra se titula Nuestra ciudad —le dijo alpúblico. La escribió Thornton Wilder y la ha producido ydirigido Philip Davenport... El nombre de la ciudad es

Grover's Corners, en New Hampshire... al otro lado de lalínea Massachusetts: latitud, cuarenta y dos grados ycuarenta minutos; longitud, setenta grados y treinta y sieteminutos. El primer acto muestra cómo es un día en nuestraciudad. La fecha: el 7 de mayo de 1901, justo antes deamanecer.

En ese preciso momento supe que iba a gustarme laobra. No se parecía a otras obras del colegio a las que habíaasistido como El mago de Oz o Lluvia de albóndigas. No,aquello parecía para un público mayor y me sentí más listoal estar allí viéndola.

Cuando ya hacía un rato que había empezado la obra, elpersonaje de la señora Webb llama a su hija, Emily. Por elprograma sabía que ese era el papel que representabaMiranda, así que me incliné hacia delante para verla mejor.

—Esa es Miranda —me susurró mamá, mirando haciael escenario con los ojos entornados cuando salió Emily—. Qué cambiada está...

—No es Miranda —dije entre dientes—. Es Via.—¡Ay, Dios mío! —exclamó mamá, inclinándose

hacia delante en el asiento.—¡Chist! —dijo papá.—Es Via —le susurró mamá.—Ya lo sé —contestó papá, sonriente—. ¡Chist!

El final

LA obra fue increíble. No quiero contar el final, peroes la clase de final que hace que a las personas del públicose les queden los ojos llorosos. Mamá perdió los papelescuando Via, que interpretaba a Emily, dijo:

—¡Adiós, adiós, mundo! Adiós, Grover's Corners...Mamá y papá. Adiós a los relojes que hacen tictac y a losgirasoles de mamá. Y a la comida y el café. Y a los vestidosrecién planchados y a los baños calientes... y a dormir ydespertarme. ¡Ay, Tierra, eres demasiado maravillosa paraque nadie te comprenda!

Via estaba llorando de verdad mientras lo decía.Lágrimas de verdad. Veía cómo le caían por las mejillas.Fue increíble.

Cuando bajó el telón, todo el público comenzó aaplaudir. Luego los actores fueron saliendo uno por uno.Via y Justin fueron los últimos en salir y, cuandoaparecieron, todo el público se puso en pie.

—¡Bravo! —gritó papá usando sus manos comoaltavoz.

—¿Por qué se han levantado todos? —pregunté.—Todos se han puesto en pie para aplaudir —dijo

mamá levantándose.Yo también me levanté y aplaudí, y seguí aplaudiendo

hasta que me dolieron las manos. Por un segundo imaginélo que molaría ser Via y Justin en ese momento, con todaaquella gente en pie ovacionándolos. Debería haber unanorma que dijese que todo el mundo debería recibir unaovación del público puesto en pie al menos una vez en suvida.

Al final, después de no sé cuántos minutos, la fila deactores dio un paso atrás y el telón bajó delante de susnarices. Pararon los aplausos, subió la intensidad de lasluces y el público empezó a levantarse para marcharse.

Mama, papá y yo intentamos avanzar hasta la parte deatrás del escenario. Había un montón de gente felicitando alos intérpretes, rodeándolos, dándoles palmaditas en laespalda. Vimos a Via y a Justin en medio del gentío,sonriendo a todo el mundo, riéndose y hablando.

—¡Via! —gritó papá, saludándola con la manomientras se abría paso a través de la gente. Cuando estuvolo bastante cerca, la abrazó y la levantó un poco del suelo—. ¡Has estado increíble, cielo!

—¡Ay, Dios mío, Via! —exclamó mamá, que gritabade la emoción—. ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! —Abrazóa Via con tanta fuerza que pensé que iba a ahogarla, peroVia no paraba de reírse.

—¡Has estado espectacular! —dijo papá.—¡Espectacular! —repitió mamá, asintiendo y

negando con la cabeza al mismo tiempo.

—Y tú, Justin —dijo papá, estrechándole la mano ydándole un abrazo al mismo tiempo—, has estadofantástico.

—¡Fantástico! —repitió mamá. La pobre tenía losnervios a flor de piel y apenas podía hablar.

—¡Que impresión me he llevado al verte ahí arriba,Via! —dijo papá.

—¡Mamá ni siquiera te ha reconocido al principio! —añadí.

—¡No te he reconocido! —dijo mamá, tapándose laboca con la mano.

—Miranda se ha puesto enferma justo antes de queempezase la representación —contestó Via sin aliento—.Ni siquiera ha dado tiempo a anunciarlo.

Hay que reconocer que Via estaba bastante rara,porque llevaba un montón de maquillaje y nunca antes lahabía visto así.

—¿Y la has sustituido en el último momento? —preguntó papá—. ¡Vaya!

—Ha estado increíble, ¿verdad? —dijo Justinabrazando a Vía.

—Toda la sala se ha emocionado un montón —contestó papá.

—¿Miranda se encuentra bien? —pregunté pero nadieme oyó.

En ese momento, un hombre que creo que era su

profesor se acercó a Justin y Via sin dejar de aplaudir—¡Bravo, bravo! ¡Olivia y Justin! —Le dio un beso a

Via en cada mejilla.—He metido la pata en un par de frases —dijo Via,

negando con la cabeza.—Pero has sabido salir del paso —contestó el

hombre, sonriendo de oreja a oreja.—Señor Davenport, le presento a mis padres —dijo

Via.—¡Deben de estar muy orgullosos de su hija! —

exclamó, estrechándoles las manos.—¡Por supuesto!—Y este es mi hermano pequeño, August —dijo Via.El profesor estuvo a punto de decir algo, pero se

quedó helado al mirarme.—Señor D —dijo Justin, tirándole del brazo—.

Venga, le presentaré a mi madre.Via estaba a punto de decirme algo, pero alguien

apareció y se puso a hablar con ella. Antes de darme cuenta,estaba solo entre toda aquella gente. Bueno, sabía dóndeestaban mamá y papá, pero había tanta gente a nuestroalrededor que no paraba de empujarme, de hacerme girar,de mirarme de ese modo tan característico, que empecé asentirme mal. No sé si fue porque tenía calor o qué, peroempecé a marearme. Veía borrosas las caras de la gente yoía sus voces a un volumen tan alto que casi me dolían los

oídos. Intenté bajar el volumen en mis auriculares deLobot, pero me confundí y lo subí, y eso me asustó aúnmás. Luego miré hacia arriba y no vi ni a mamá, ni a papá, nia Via.

—¿Via? —grité. Empecé a avanzar entre la gente parabuscar a mamá—. ¡Mamá! —No veía nada aparte de lasbarrigas y las corbatas de la gente—. ¡Mamá!

De pronto alguien me agarró por detrás.—¡Vaya, mira quién está aquí! —dijo alguien cuya voz

me resultó familiar y que me abrazó con fuerza.Al principio pensé que era Via, pero, cuando me giré,

me llevé una sorpresa.—¡Hola Comandante Tom! —dijo.—¡Miranda! —contesté, y la abracé con todas mis

fuerzas.

Séptima parte

MIRANDA

Olvidé que podía vertantas cosas hermosas.Olvidé que podía necesitardescubrir lo que la vida me podía dar.Andain, «Beautiful Things»

Mentiras de Campamento

MIS padres se divorciaron el verano antes de entrar ennoveno. Mi padre enseguida se buscó una nueva pareja. Dehecho, aunque mi madre no me lo dijo, creo que esa fue larazón por la que se divorciaron.

Después del divorcio, apenas veía a mi padre. Y mimadre se comportaba de una manera muy rara. No es quefuese inestable ni nada por el estilo: simplemente era fría.Distante. Mi madre es la clase de persona que siempre lespone buena cara a los demás, pero a mí casi nunca. Nuncaha hablado demasiado conmigo; ni sobre sus sentimientos,ni sobre su vida. No sé gran cosa de cómo era cuando teníami edad. No sé gran cosa de lo que le gustaba o dejaba degustarle. Las pocas veces que ha nombrado a sus padres, alos que no conozco, era para decir cuánto deseaba alejarsede ellos en cuanto pudiese. Nunca me ha dicho por qué. Lehe preguntado en varias ocasiones, pero siempre ha hechocomo que no me había oído.

Aquel verano no quise ir al campamento. Me hubiesegustado quedarme con ella, ayudarla con lo del divorcio,pero se empeñó en que me fuese. Pensé que querría pasartiempo a solas, así que le hice caso.

El campamento fue horrible. Lo pasé fatal. Pensabaque sería mejor al ser monitora, pero no fue así. No repitió

ni una sola persona de las que habían estado el año anterior,así que no conocía a nadie. Ni a uno. No sé por qué, peroempecé a jugar a inventarme cosas con las chicas delcampamento. Si me preguntaban algo sobre mí, me loinventaba: «Mis padres están en Europa», les conté. «Vivoen una casa enorme en la mejor calle de North RiverHeights.» «Tengo una perra que se llama Daisy»

Un buen día les solté que tenía un hermano pequeñodeforme. No tengo ni idea de por qué lo dije, me parecióalgo interesante. Y, claro está, la reacción de las niñas delbungalow fue dramática. «¿De verdad?» «¡Cuánto losiento!» «¡Debe de ser muy difícil!» Etcétera, etcétera. Porsupuesto, me arrepentí de haberlo dicho en cuanto se meescapó de los labios: me sentí una mentirosa sinescrúpulos. Si Via se enteraba, pensaría que soy una tíarara. Y me sentía como una tía rara. Pero tengo quereconocer que había una parte de mí que se sentía conderecho a contar aquella mentira. Conozco a Auggie desdeque tenía seis años. Lo he visto crecer. He jugado con él.Por él me he visto los seis episodios de La guerra de lasgalaxias, para poder hablar con él de los alienígenas, delos cazarrecompensas y de todo lo demás. Fui yo quien leregaló el casco de astronauta que apenas se quitó durantedos años. Con esto quiero decir que más o menos me heganado el derecho a pensar en él como si fuera mihermano.

Y lo más curioso de todo es que aquellas mentiras quecontaba, aquellas ficciones, hacían que mi popularidadsubiese como la espuma. Las otras monitoras se enteraronpor las campistas y no hablan de otra cosa. Nunca jamás mehan considerado una de las chicas «populares» en nada,pero aquel verano en el campamento, fuera por lo quefuese, era la persona con la que todo el mundo queríajuntarse. Hasta las chicas del bungalow 32 estaban comolocas conmigo. Me refiero a las chicas que están en lo másalto de la cadena alimenticia. Decían que les gustaba mipelo (aunque me cambiaron el color). Decían que lesgustaba cómo me maquillaba (aunque eso también locambiaron). Me enseñaron a hacer tops con camisetas.Fumábamos. Nos escapábamos por la noche yatravesábamos el bosque para llegar al campamento de loschichos. Salíamos con chicos.

Cuando volví a casa del campamento, llamé a Evaenseguida para hacer planes con ella. No sé por qué nollamé a Via. Supongo que no me apetecía hablar de ciertascosas con ella. Me habría preguntado por mis padres y porel campamento. En cambio, Eva nunca me hacía preguntas.En ese sentido, era una amiga más fácil. No era tan seriacomo Via. Era divertida. Cuando me teñí el pelo de rosa lepareció guay. Quería que le hablase de aquellas escapadaspor el bosque a altas horas de la noche.

El instituto

ESTE curso apenas he visto a Via, y cuando mecruzaba con ella, la situación era muy incómoda. Era comosi me estuviese juzgando. Sabía que no le gustaba mi nuevoaspecto. Sabía que no le gustaba mi grupo de amigos. A mítampoco me gustaban los suyos. No llegamos a discutir;simplemente nos fuimos alejando. Con Eva hablábamosmal de Via: que si es una mojigata, que si esto, que si lootro. Sabíamos que estábamos siendo crueles, pero era másfácil olvidarla convenciéndonos de que era ella la que noshabía hecho algo malo. La verdad es que Via no habíacambiado en absoluto: éramos nosotras las que habíamoscambiado. Nosotras nos habíamos convertido en otraspersonas, mientras que ella seguía siendo la misma desiempre. Eso me molestaba muchísimo y no sabía por qué.

De vez en cuando miraba para ver dónde se sentaba enel comedor, o comprobaba la lista de optativas para ver encuáles se había matriculado. Pero, menos unos cuantossaludos con la cabeza en los pasillos y algún «hola»ocasional, no volvimos a hablar.

Me fijé en Justin a mitad de curso, más o menos.Antes no me había fijado en él; bueno, sabía que era un tíoflacucho y guapito con gafas de culo de vaso y el pelo largoque iba a todas partes con su violín. Un buen día lo vi a las

puertas del instituto con el brazo por encima de loshombros de Via. «¡Vaya, Via tiene novio!», le dije a Eva,burlándome un poco. No sé por qué me extrañó que tuviesenovio. De las tres, era la más guapa; tenía los ojos azules yel pelo largo y ondulado. Pero parecía que no leinteresaban los chicos. Se comportaba como si fuesedemasiado lista para esas cosas.

Yo también tenía novio: un tío llamado Zack. Cuandole dije que iba a matricularme en la optativa de teatro, negócon la cabeza y me dijo: «Ten cuidado, no vayas aconvertirte en una flipada del teatro». No es el tío máscompresivo del mundo, pero es muy guapo. Y es de los máspopulares del instituto. Es una estrella de lascompeticiones deportivas.

Al principio no tenía pensado elegir teatro. Entoncesvi el nombre de Via en la hoja de solicitud y escribí minombre en la lista. Ni siquiera sé por qué. Logramosevitarnos durante casi todo el semestre, como si no nosconociéramos. Un día llegué a clase de teatro antes detiempo y Davenport me pidió que hiciese más copias de laobra que tenía pensado que representásemos para lafunción de primavera: El hombre elefante . Había oídohablar de ella, pero no sabía de qué iba, así que me puse ahojearla mientras esperaba a que se quedase libre lafotocopiadora. Trataba de un hombre que vivió hace más decien años llamado John Merrick, alguien terriblemente

deforme.—No podemos representar esta obra, señor D —le

dije nada más volver a clase. Y le expliqué por qué—: Mihermano pequeño tiene un defecto de nacimiento y tiene lacara deformada, así que esta obra me afectaría demasiado.

Pareció molesto y poco compresivo, pero le dije quemis padres tendrían un buen problema con el instituto poraquella obra. Al final acabó cambiándola por Nuestraciudad.

Creo que me presenté al papel de Emily Gibbs porquesabía que Via también iría a por él. Lo que no se me pasópor la cabeza fue que el papel sería mío.

Lo que más echo de menos

UNA de las cosas que más echo de menos de seramiga de Via es su familia. Quería mucho a sus padres.Siempre fueron muy simpáticos y acogedores conmigo.Sabía que querían a sus hijos más que nada en el mundo.Siempre me sentí segura con ellos: más segura que enninguna otra parte de mi mundo. Qué patético, sentirmemás segura en casa de otra persona que en la mía propia,¿eh? Y, claro está, quería a Auggie. A mí nunca me diomiedo, ni siquiera cuando era pequeña. Tenía amigas que nose podían creer que fuera a casa de Via. «Su cara me damiedo», decían. «Tú eres tonta», contestaba yo. La cara deAuggie no es tan desagradable cuando te acostumbras.

Un día llamé a casa de Via solo para saludar a Auggie.Puede que una parte de mí estuviese deseando quecontestase Via, no sé.

—¡Hola, Comandante Tom! —dije, usando el apodocon el que siempre le llamaba.

—¡Miranda! —Parecía tan contento de oír mi voz queme desconcertó un poco—. ¡Ahora voy a un colegionormal! —me dijo emocionado.

—¿De verdad? ¡Qué bien! —contesté, totalmenteimpresionada. Nunca pensé que acabaría yendo a un colegionormal. Sus padres siempre lo habían protegido mucho.

Pensaba que siempre sería aquel niño con el casco deastronauta que le había regalado. Al hablar con él me dicuenta de que no tenía ni idea de que Via y yo no éramostan buenas amigas.

—En el instituto es distinto —le expliqué—. Acabasrelacionándote con un montón de gente diferente.

—En mi nuevo colegio tengo algunos amigos —mecontó—. Un chico que se llama Jack y una chica que sellama Summer.

—¡Uau, es genial!, Auggie —dije—. Bueno, solollamaba para decirte que te echo de menos y para desearteun feliz Año Nuevo. Llámame siempre que te apetezca,¿vale, Auggie? Ya sabes que siempre te querré.

—¡Y yo a ti, Miranda!—Saluda a Via de mi parte. Dile que la echo de

menos.—Se lo diré. ¡Adiós!—¡Adiós!

Extraordinaria, pero sin nadie que lo vea

NI mi madre ni mi padre podían ir a ver la obra deteatro la noche del estreno: mi madre porque tenía algúncompromiso del trabajo, y mi padre porque su nueva mujeriba a dar a luz en cualquier momento, y tenía que estarpendiente.

Zack tampoco podía ir al estreno: tenía un partido devoleibol contra un equipo universitario que no podíaperderse. Es más, me había pedido que yo faltase al estrenopara ir a animarlo a él. Todas mis «amigas» fueron alpartido, claro, porque todos sus novios jugaban. Ni siquieraEva fue a verme. Pudiendo elegir, prefirió ir con los demás.

Por lo tanto, la noche del estreno allí no había nadie niremotamente cercano a mí. La cuestión es que ya en eltercer o el cuarto ensayo de la obra me di cuenta de que seme daba bien la interpretación. Me creía el papel.Comprendía las palabras que pronunciaba. Leía las frasescomo si me saliesen del cerebro y el corazón. Sabía que lanoche del estreno iba a salirme mejor que bien: iba a estarmaravillosa. Iba a estar extraordinaria, pero no habría nadiepara verlo.

Estábamos todos entre bambalinas, nerviosos,repasando mentalmente nuestras intervenciones. Miré através del telón para ver a la gente que ya se sentaba en el

auditorio. Entonces vi a Auggie en el pasillo con Isabel yNate. Ocuparon tres asientos en la quinta fila, cerca de laparte central. Auggie llevaba pajarita y miraba a sualrededor, emocionado. Había crecido un poco desde laúltima vez que lo había visto, casi un año antes. Tenía elpelo más corto y ahora llevaba una especie de audífono.Pero su cara no había cambiado nada.

Davenport estaba ocupado con unos cambios de últimahora con el decorador. Vi a Justin paseándose nervioso porel lado izquierdo del escenario, recitando sus textos entredientes.

—Señor Davenport —dije, sorprendiéndome a mímisma mientras hablaba—. Lo siento, pero esta noche nopudo actuar.

Davenport se dio media vuelta lentamente.—¿Cómo? —dijo.—Lo siento.—¿Estás de broma?—Es que estoy... —farfullé, mirando al suelo—. No

me encuentro bien. Lo siento. Creo que voy a vomitar. —Aquello era mentira.

—Son los nervios del último momento...—¡No! ¡No puedo! Se lo digo en serio.Davenport parecía furioso.—Miranda, esto es intolerable.—¡Lo siento!

Davenport respiró hondo, como si estuvieraintentando contenerse. A decir verdad, pensé que estaba apunto de explotar. La frente se le puso de un color rosaintenso.

—¡Miranda, esto es inadmisible! Respira hondo y...—¡No voy a actuar! —dije en voz alta, y me puse a

llorar con mucha facilidad.—¡Muy bien! —gritó sin mirarme, y se volvió hacia

un chico llamado David, que era decorador—. ¡Busca aOlivia en el puesto de iluminación! ¡Dile que tiene quesustituir a Miranda esta noche!

—¿Cómo? —contestó David, que no destacaba por surapidez.

—¡Corre! —le gritó Davenport a la cara—. ¡Ahora! —Los otros actores habían oído algo y se habían reunido anuestro alrededor.

—¿Qué pasa? —preguntó Justin.—Cambio de planes de última hora —dijo Davenport

—. Miranda no se encuentra bien.—Tengo ganas de vomitar —expliqué, intentando que

lo pareciese.—¿Y qué haces aquí? —me espetó Davenport

enfadado—. ¡Cállate, quítate el vestido y dáselo a Olivia!¿Vale? ¡Vamos todos! ¡Vamos, vamos!

Corrí al vestuario tan rápido como pude y empecé aquitarme el vestido. Dos segundos después llamaron a la

puerta y Via asomó la cabeza.—¿Qué pasa? —preguntó.—Corre, póntelo —contesté, dándole el vestido.—¿Te encuentras mal?—¡Sí! ¡Date prisa!Via parecía aturdida. Se quitó la camiseta y los

vaqueros y se coló el vestido por la cabeza. Yo se lo bajé yle abroché la cremallera a la espalda. Afortunadamente,Emily Webb no salía hasta que la obra llevaba ya diezminutos, así que la peluquera y la maquilladora pudieronrecogerle el pelo y maquillarla rápidamente. Nunca habíavisto a Via tan maquillada: parecía una modelo.

—No estoy segura de poder acordarme de misdiálogos —dijo Via mirándome en el espejo—. Bueno, tusdiálogos.

—Lo harás muy bien —contesté.Me miró en el espejo.—¿Por qué lo haces, Miranda?—¡Olivia! —susurró Davenport desde la puerta—.

Entras dentro de dos minutos. ¡Ahora o nunca!Via salió por la puerta detrás de él, así que no tuve

ocasión de contestar su pregunta. No sé qué habría dicho, laverdad. No estaba segura de cuál era la respuesta.

La representación

VI el resto de la obra entre bambalinas, junto aDavenport. Justin estuvo increíble. Y Via, en esa últimaescena desgarradora, estuvo alucinante. Hubo una frase enla que se lió un poco, pero Justin le echó un cable y nadiedel público se dio cuenta. Oía a Davenport farfullar: «Bien,bien, bien». Estaba más nervioso que todos los alumnosjuntos: los actores, los decoradores, el equipo deiluminación y el que subía y bajaba el telón. La verdad esque Davenport tenía los nervios destrozados.

El único momento en que me arrepentí un poco, si esque a eso se le puede llamar arrepentirse, fue al final de laobra, cuando todos salieron a saludar. Via y Justin fueronlos últimos actores que salieron al escenario y todo elpúblico se puso en pie cuando hicieron la reverencia.Reconozco que ese momento fue un poco agridulce. Perounos minutos después vi a Nate, a Isabel y a Auggie detrásdel escenario y parecían muy contentos. Todos estabanfelicitando a los actores y dándoles palmaditas en laespalda. Era el típico caos que se da entre bambalinascuando los actores, sudorosos, están eufóricos mientras lagente acude a adorarlos durante unos segundos. Entre tantagente, vi que Auggie estaba un poco perdido. Fui haciadonde estaba tan rápido como pude y aparecí detrás de él.

—¡Hola, Comandante Tom! —dije.

Después de la obra

NO sé por qué estaba tan contenta de ver a Auggiedespués de tanto tiempo, ni por qué me sentó tan bien suabrazo.

—No me lo puedo creer. Has crecido muchísimo —ledije.

—¡Creía que ibas a salir en la obra! —me dijo.—No me encontraba bien —contesté—. Pero Via lo

ha hecho de maravilla, ¿no crees?Hizo un gesto de aprobación. Dos segundos después

nos encontró Isabel.—¡Miranda! —exclamó alegremente, y me dio un

beso en la mejilla antes de dirigirse a August—: No vuelvasa desaparecer así.

—Eres tú quien ha desaparecido —le contestóAuggie.

—¿Cómo te encuentras? —me dijo Isabel—. Via nosha dicho que estabas indispuesta...

—Estoy mucho mejor —contesté.—¿Ha venido tu madre? —preguntó Isabel.—No, tenía un compromiso del trabajo, pero no pasa

nada —dije sinceramente—. Aún quedan dos funcionesmás, aunque no creo que interprete a Emily tan bien comoVia esta noche.

Llegó Nate y tuvimos básicamente la mismaconversación.

—Oye, vamos a cenar para celebrar el éxito de la obra—dijo Isabel—. ¿Te apetece venir con nosotros? ¡Nosencantaría que vinieras!

—Eh... no... —empecé a decir.—Por favoooor —dijo Auggie.—Debería irme a casa —contesté.—Insistimos —replicó Nate.Entonces llegaron Via y Justin con su madre. Via me

pasó el brazo por encima de los hombros.—Pues claro que vienes —dijo, sonriéndome como

en los viejos tiempos.Salimos todos juntos de aquel gentío y tengo que

reconocer que por primera vez en mucho, mucho tiempo,fui completamente feliz.

Octava parte

AUGUST

Vas a llegar al cielo.Vuela... hermosa criatura.Eurythmics, «Beautiful Child»

Los campamentos de quinto curso

CADA año, en primavera, los alumnos de quinto deBeecher pasan tres días y dos noches en un lugar llamado laReserva Natural de Broarwood, en Pensilvania. Se tardancuatro horas en llegar en autobús. Los alumnos duermen encabañas con literas. Se hacen hogueras, se tuestan nubes deazúcar y se dan largos paseos por el bosque. Losprofesores llevan todo el curso preparándonos para esto,así que todos están muy emocionados... todos menos yo.No es que no esté emocionado, porque un poco sí que loestoy; lo que pasa es que nunca he dormido fuera de casa yando un poco nervioso.

Casi todos los niños de mi edad han dormido algunavez fuera de casa. Muchos ya han ido a campamentos, o sehan quedado en casa de sus abuelos a dormir, o yo qué sé.Yo no, a menos que cuenten las estancias en un hospital,pero incluso en ese caso mamá o papá se quedaban siempreconmigo durante la noche. Nunca me he quedado a dormiren casa de los abuelitos, ni en casa de la tía Kate y el tíoPo. Cuando era muy pequeño, era porque había demasiadascomplicaciones médicas, como tener que limpiar el tubotraqueal cada hora, o volver a meterme el tubo de la comidasi se me soltaba. Pero después nunca me ha apetecido pasarla noche en ningún otro sitio. Una vez estuve a punto de

quedarme a dormir en casa de Christopher. Tendríamosunos ocho años y aún éramos muy buenos amigos. Nuestrafamilia había ido de visita a su casa y Christopher y yo noslo estábamos pasando en grande jugando con las piezas deLego de La guerra de las galaxias. Cuando llegó la horade irnos, yo no quería irme. «Por favor, por favor, porfavor, ¿puedo quedarme a dormir?», pregunté. Nuestrospadres dijeron que sí, y mamá, papá y Via se fueron a casa.Christopher y yo nos quedamos levantados hasta las docede la noche, jugando, hasta que Lisa, su madre, dijo:«Chicos, ya es hora de acostarse». En ese momento meentró el pánico. Lisa intentó ayudarme a que me durmiese,pero me eché a llorar y quise irme a casa. A la una de lamañana, Lisa llamó a mis padres, y papá volvió a Bridgeportpara recogerme. No llegamos a casa hasta las tres. La únicavez que he intentado dormir fuera de casa fue un desastre,por eso me pone un poco nervioso el campamento.

Pero también estoy superemocionado.

Famoso por...

LE pedí a mamá que me comprase una nueva bolsa deviaje, porque la mía era de La guerra de las galaxias y nopensaba llevármela al campamento. Por mucho que meguste La guerra de las galaxias, no quiero ser famoso poreso. En secundaria, todo el mundo es famoso por algo. Porejemplo, Reid es famoso por ser un apasionado de la vidamarina, los océanos y esas cosas. Amos, por jugar muybien al béisbol. Charlotte, por haber salido en un anunciode la tele cuando tenía seis años. Y Ximena es famosa porser muy lista.

Lo que quiero decir es que en secundaria eres famosopor lo que te gusta, y hay que tener cuidado con esas cosas.Por ejemplo, a Max G y a Max W seguirán recordándolesdurante toda la vida su obsesión por Dungeons & Dragons.

Por eso intentaba librarme un poco de La guerra delas galaxias. Siempre ha sido especial para mí, igual quepara el médico que me puso los audífonos. Pero no quieroser famoso por eso. No sé por qué quiero ser famoso, peropor eso no.

No es del todo cierto: sé de sobra por qué soyfamoso, pero con eso no puedo hacer nada. Con lo de labolsa de viaje de La guerra de las galaxias, sí.

El equipaje

MAMÁ me ayudó a hacer el equipaje la noche anterioral gran viaje. Pusimos sobre la cama toda la ropa que iba allevarme y ella iba doblándola y poniéndola dentro de labolsa de viaje mientras yo la miraba. Por cierto, era unabolsa de viaje azul, sin letras ni dibujos.

—¿Y si no puedo dormir por las noches? —pregunté.—Llévate un libro. Si no puedes dormir, saca la

linterna y lee un rato hasta que te dé sueño —contestó.Asentí con la cabeza.—¿Y si tengo una pesadilla?—Tus profesores estarán allí, cielo. Y Jack. Y tus

amigos.—Puedo llevarme a Baboo —dije. De pequeño era mi

animal de peluche favorito. Es un osito negro con la nariznegra y suave.

—Pero si ya no duermes con él —contestó mamá.—No, pero lo guardo en el armario por si me

despierto durante la noche y no puedo volver a dormirme—dije—. Podría esconderlo en la bolsa de viaje. Nadie losabría.

—Pues haremos eso —repuso mamá, y sacó a Baboodel armario.

—Ojalá nos dejasen llevarnos el móvil —dije.

—¡Eso digo yo! Aunque sé que vas a pasártelo muybien, Auggie. ¿Seguro que quieres que meta a Baboo?

—Sí, pero en el fondo, para que no lo vea nadie.Metió a Baboo en el fondo de la bolsa y le puso

encima las últimas camisetas.—¡Cuánta ropa para dos días!—Tres días y dos noches —la corregí.—Eso —contestó sonriendo—. Tres días y dos

noches. —Cerró la cremallera de la bolsa y la levantó—.No pesa tanto. Prueba.

Levanté la bolsa.—Está bien —dije, encogiéndome de hombros.Mamá se sentó en la cama.—Oye, ¿qué le ha pasado a tu póster de El Imperio

contraataca?—Ah, lo quité hace un montón de tiempo —contesté.—Vaya, no me había dado cuenta —dijo mamá

negando con la cabeza.—Estoy intentando cambiar de imagen un poco —le

expliqué.—Vale —contestó, sonriendo y asintiendo como si lo

entendiese—. Oye, cielo, tienes que prometerme que no teolvidarás de ponerte el spray para los mosquitos, ¿vale? Enlas piernas, sobre todo cuando vayáis a dar un paseo por elbosque. Está en el primer bolsillo.

—Sí...

—Y ponte la protección solar —añadió—. No querrásquemarte. Y que no se te olvide, repito, que no se te olvidequitarte los audífonos si vas a bañarte.

—¿Podría electrocutarme?—No, pero tendrías que vértelas con papá, porque

esos trastos cuestan una fortuna —dijo, y se echó a reír—.También te he metido el impermeable en el primerbolsillo. Lo mismo te digo si se pone a llover, Auggie.Acuérdate de tapar los audífonos con la capucha.

—Señor, sí, señor —contesté haciendo el saludomilitar.

Mamá sonrió.—No me puedo creer todo lo que has crecido este

año, Auggie —dijo en voz baja, poniéndome las manos alos lados de la cara.

—¿Parezco más alto?—Y tanto —me contestó.—Sigo siendo el más bajo del curso.—No me refiero a tu estatura —dijo.—¿Y si aquello no me gusta nada?—Vas a pasártelo en grande, Auggie.Asentí. Mamá se levantó y me dio un beso en la frente.—Deberías acostarte ya.—¡Solo son las nueve, mamá!—El autobús sale a las seis de la mañana. No querrás

llegar tarde. Vamos. Corre, corre. ¿Te has lavado ya los

dientes?Dije que sí con la cabeza y me subí a la cama. Mamá

se tumbó a mi lado.—Esta noche no hace falta que me acuestes, mamá —

dije—. Voy a leer yo solo hasta que me dé sueño.—¿De verdad? —me preguntó, impresionada. Me

apretó la mano y le dio un beso—. Muy bien. Buenasnoches, cielo. Que duermas bien.

—Tú también.Encendió la lamparita que hay junto a la cama.—Te escribiré cartas —dije mientras se iba—.

Aunque es probable que vuelva antes de que las recibáis.—Entonces las leeremos juntos —contestó, y me

lanzó un beso.Cuando salió de la habitación, cogí mi ejemplar de El

león, la bruja y el armario de la mesita de noche y mepuse a leer hasta que me quedé dormido.

... aunque la bruja conocía la existencia de la MagiaInsondable, existe una Magia Más Insondable aún que elladesconoce. Sus conocimientos se remontan únicamente alos albores del tiempo; pero si hubiera podido mirar unpoco más atrás, a la quietud y la oscuridad que existía antesdel amanecer del tiempo, habría leído allí un sortilegiodistinto.

Al amanecer

A la mañana siguiente me desperté muy temprano. Mihabitación aún estaba a oscuras y fuera aún estaba másoscuro, aunque sabía que no tardaría en amanecer. Me dimedia vuelta, pero ya no tenía sueño. Entonces vi a Daisysentada junto a mi cama. Bueno, ya sé que no era Daisy,pero durante un segundo vi una sombra que parecía ella. Enese momento no pensé que fuera un sueño, pero, vistoahora, sé que tuvo que serlo. No me puse triste al verla,sino que fue una sensación muy agradable. Un segundodespués ya no estaba, y no volví a verla en la oscuridad.

La habitación se fue iluminando poco a poco. Cogí losaudífonos y me los puse: el mundo por fin habíadespertado. Oí los camiones de la basura haciendo ruido enla calle y los pájaros en el jardín. Al otro lado del pasillosonó la alarma del despertador de mamá. El fantasma deDaisy me hizo sentirme superfuerte por dentro. Sabía que,fuese a donde fuese, ella estaría conmigo.

Me levanté y fui hasta la mesa para escribirle una notaa mamá. Luego fui al salón y vi mi equipaje junto a lapuerta. Abrí la bolsa y rebusqué hasta que encontré lo quebuscaba.

Me llevé a Baboo a mi habitación, lo puse sobre lacama y le pegué al pecho una nota para mamá. Luego lo

tapé con la manta para que mamá lo descubriese más tarde.La nota ponía:

Querida mamá:No voy a necesitar a Baboo, pero si me echas de

menos puedes acurrucarte contra él.Besos,Auggie

El primer día

EL viaje en autobús fue muy rápido. Me senté junto ala ventana y Jack se puso a mi lado, en la parte del pasillo.Summer y Maya estaban delante de nosotros. Todo elmundo estaba de buen humor. Hablaban en voz alta, se reíanun montón. Enseguida me di cuenta de que Julian no iba ennuestro autobús, aunque Henry y Miles sí iban. Pensé queestaría en el otro autobús, pero entonces oí que Miles lecontaba a Amos que Julian había pasado del viaje porquepensaba que aquello del campamento en plena naturalezaera «una chorrada». Fue un alivio, porque pensar en tenerque enfrentarme a Julian durante tres días seguidos —y dosnoches— era una de las principales razones por las que meponía nervioso aquel viaje. Ahora que sabía que no estaba,podía relajarme y no preocuparme por nada.

Llegamos a la reserva natural a eso de mediodía. Loprimero que hicimos fue dejar nuestras cosas en lascabañas. En cada habitación había tres literas, así que Jack yyo nos jugamos quién dormiría en la litera de arriba apiedra, papel o tijera y gané yo. Viva. Los otros chicos quehabía en la habitación eran Reid y Tristan, y Pablo y Nino.

Después de comer en la cabaña principal, fuimos a darun paseo guiado de dos horas por el bosque. Pero aquelbosque no era como el de Central Park: aquel era un

bosque de verdad. Había árboles gigantes que tapaban casipor completo la luz del sol, marañas de hojas y troncoscaídos. Y aullidos, gorjeos y chillidos de pájaros. Tambiénhabía una leve niebla, una especie de humo azul pálido quenos envolvía. Qué guay. El guía nos lo iba señalando todo:los diferentes tipos de árboles que nos encontrábamos, losinsectos que había dentro de los troncos caídos en mitaddel camino, las huellas de ciervos y osos, la clase depájaros que estaban cantando y dónde podíamosencontrarlos. Me di cuenta de que mis audífonos de Lobotme hacían oír mejor que casi todos los demás, porque casisiempre era yo el primero en oír el reclamo de un pájaronuevo.

Mientras volvíamos al campamento se puso a llover.Saqué el impermeable y me puse la capucha para que no seme mojasen los audífonos, pero cuando llegamos a lascabañas tenía empapados los vaqueros y los zapatos. Todosacabamos mojados. Pero era divertido. En la cabañahicimos una pelea de calcetines mojados.

Como estuvo lloviendo el resto del día, nos pasamoscasi toda la tarde haciendo el ganso en la sala de recreo.Tenían una mesa de ping-pong y máquinas recreativasantiguas como el Comecocos y el Missile Command a lasque jugamos hasta la hora de cenar. Menos mal que paraentonces ya había dejado de llover y pudimos cenar al airelibre con una hoguera de verdad. Los bancos alrededor de la

hoguera aún estaban un poco húmedos, pero nos sentamossobre las chaquetas y nos reunimos alrededor del fuego,tostamos nubes de azúcar y comimos los mejores perritoscalientes que he probado en mi vida. Mamá tenía razón conlo de los mosquitos: había un montón. Menos mal que mehabía echado el spray antes de salir de la cabaña, porque nome comieron vivo como a otros.

Me encantó estar junto a la hoguera después deanochecer. Me encantó ver cómo las chispas del fuegosubían flotando y desaparecían en la noche. Y cómo elfuego iluminaba las caras de la gente. También me encantóel sonido de la fogata. Y que el bosque fuese tan oscuroque no se veía nada de lo que había alrededor, y que simirabas hacia arriba podías ver un millón de estrellas. EnNorth River Heights el cielo no es así. Pero en Montauk esparecido: es como si alguien hubiese espolvoreado salsobre una mesa negra brillante.

Cuando volví a la cabaña estaba tan cansado que nonecesité sacar el libro para leer. Me dormí nada más apoyarla cabeza sobre la almohada. Y a lo mejor soñé con lasestrellas, no sé.

La feria

EL día siguiente fue tan increíble como el primero.Por la mañana salimos a montar a caballo y por la tarderapelamos por unos árboles gigantes con la ayuda de losguías. Cuando regresamos a las cabañas para cenar, todosvolvíamos a estar cansados. Después de cenar nos dijeronque teníamos una hora para descansar y que despuésiríamos en autobús hasta la feria para ver una película alaire libre.

Aún no había podido escribirles una carta a mamá,papá y Via, así que les escribí una contándoles todo lo quehabíamos hecho durante ese día y el anterior. Me imaginéleyéndosela en voz alta cuando volviese, porque eraimposible que la carta llegase a casa antes que yo.

Cuando llegamos a la feria, el sol ya se estabaponiendo. Eran las siete y media. Las sombras se alargabansobre la hierba y las nubes eran de color rosa y naranja. Eracomo si alguien hubiese cogido tiza de la de pintar en lasaceras y hubiese difuminado los colores por todo el cielocon los dedos. No es que no haya visto atardeceres bonitosen la ciudad, porque sí que los he visto —rodajas deatardecer entre edificios—, pero no estaba acostumbrado aver tanto cielo en todas direcciones. Allí, en la feria,entendí por qué antiguamente la gente pensaba que el

mundo era plano y el cielo una bóveda que se cerraba en lomás alto. Eso era lo que parecía desde la feria, en mitad deaquel campo enorme.

Como éramos el primer colegio en llegar, pudimoscorrer por el campo todo lo que quisimos hasta que losprofesores nos dijeron que pusiéramos los sacos de dormiren el suelo y eligiésemos un buen sitio para ver la película.Abrimos los sacos y los pusimos sobre la hierba, como sifuesen mantas de picnic, delante de la gigantesca pantallade cine que había en mitad del campo. Luego fuimos a lahilera de caravanas de comida que había aparcadas a un ladodel campo para comprar refrescos y algo de comer.También había puestos, como en el mercado, donde vendíancacahuetes tostados y algodón de azúcar. Y un poco másallá había una hilera corta de puestos de feria, de esosdonde puedes ganar un animal de peluche si cuelas unapelota en una cesta. Jack y yo intentamos ganar algo,aunque no lo conseguimos, pero nos enteramos de queAmos había ganado un hipopótamo amarillo y se lo habíaregalado a Ximena. Era el cotilleo de moda: el deportista yla empollona.

Desde los puestos de comida se veían los tallos delmaíz que había plantado detrás de la pantalla de cine.Ocupaban una tercera parte del terreno. El resto estabatotalmente rodeado de árboles. A medida que el sol se ibaponiendo, los altos árboles de la entrada parecían tener un

color azul cada vez más oscuro.Cuando llegaron al aparcamiento los otros autobuses

escolares, volvimos a nuestro sitio sobre los sacos dedormir, justo delante de la pantalla. Nosotros teníamos losmejores sitios. Todo el mundo compartía cosas de comer yse lo pasaba en grande. Jack, Summer, Reid, Maya y yojugamos al Pictionary. Oíamos el ruido de los otroscolegios al llegar, las risas y las conversaciones de genteque llegaba al campo por nuestra derecha y nuestraizquierda, pero no los veíamos. Aunque aún quedaba algo deluz en el cielo, el sol se había puesto del todo y en el suelotodo se había vuelto de un color morado. Las nubes ya noeran más que sombras. Nos costaba ver las cartas delPictionary incluso poniéndolas delante de nuestras propiasnarices.

Y entonces, sin previo aviso, se encendieron los focosque había en las cuatro esquinas del terreno. Se parecían alos enormes focos de los estadios. Me recordó a aquellaescena de Encuentros en la tercera fase cuando aterriza lanave extraterrestre y suena esa música: «duh-dah-du-da-dunnn». Todo el mundo se puso a aplaudir y a gritar comosi acabara de suceder algo increíble.

Portaos bien con la naturaleza

POR los enormes altavoces que había junto a losfocos comenzó a sonar un anuncio:

—Bienvenidos a la vigésimo tercera noche anual decine en la Reserva Natural Broarwood. Bienvenidos,profesores y alumnos de... la Escuela de Secundaria 342, elColegio William Heath. —Se oyó una enorme ovacióndesde el lado izquierdo del campo—. Bienvenidos,profesores y alumnos de la Academia Glover. —Se oyóotra ovación, esta vez desde el lado derecho del campo—.Y bienvenidos, profesores y alumnos del... colegio desecundaria Beecher. —Nuestro grupo gritó todo lo fuerteque pudo—. Nos encanta teneros como invitados estanoche, y nos encanta también que no nos haya fallado eltiempo. De hecho, hace una noche preciosa. —Todosvolvimos a gritar y a aullar—. Mientras preparamos lapelícula, os rogamos que dediquéis un momento a escuchareste importante anuncio. La Reserva Natural Broarwood,como ya sabéis, se dedica a proteger nuestros recursosnaturales y el medio ambiente. Os rogamos que no dejéisbasura. Limpiad lo que ensuciéis. Portaos bien con lanaturaleza y ella se portará bien con vosotros. Os pedimosque lo tengáis en cuenta. No paséis al otro lado de losconos anaranjados que hay en el borde del recinto ferial.

No entréis en los campos de maíz ni en el bosque. Porfavor, no os pongáis a dar vueltas. Aunque no os apetezcaver la película, quizá vuestros compañeros no piensen igual,así que por favor sed educados: no habléis, no pongáismúsica y no corráis. Los servicios están al otro lado de lospuestos. Cuando acabe la película será muy de noche, poreso os pedimos que no os separéis de vuestro grupo yvolváis a los autobuses. Profesores, en las noches de cinede Broarwood casi siempre se pierde alguien: ¡que no ospase a vosotros! La película de esta noche es... ¡Sonrisas ylágrimas!

Me puse a aplaudir, aunque ya la había visto unascuantas veces, porque era la película favorita de Via. Mesorprendió que unos cuantos chicos (que no eran del cole)se pusiesen a silbar y a reírse. Alguien del lado derecho delcampo lanzó una lata de refresco a la pantalla, lo cualsorprendió al señor Traseronian. Vi que se levantó y miróhacia el lugar desde donde habían lanzado la lata, aunquesabía que no vería nada en aquella oscuridad.

Enseguida empezó la película. Los focos perdieronintensidad. María, la novicia, estaba en lo alto de lamontaña dando vueltas y más vueltas. De repente habíarefrescado, así que me puse mi sudadera amarilla deMontauk, ajusté el volumen de los audífonos, me recostésobre la mochila y me puse a ver la película.

«El dulce cantar...»

El bosque está vivo

EN algún momento de esa parte aburrida en que el tíoque se llama Rolf y la hija mayor cantan «Cumplirásdiecisiete años», Jack me dio un codazo.

—Tío, tengo que ir a mear —dijo.Los dos nos levantamos y pasamos por encima de

todo el mundo que estaba sentado o tumbado sobre lossacos de dormir con cuidado de no pisarlos. Summer mesaludó al pasar y yo le devolví el saludo.

Había un montón de gente de los otros colegios por lazona de las caravanas de comida, jugando en los puestos deferia o no haciendo nada en concreto.

Claro está, la cola para los servicios era enorme.—Déjalo, buscaré un árbol —dijo Jack.—No seas bruto, Jack. Vamos a esperar —contesté.Pero Jack echó a andar hacia la fila de árboles que

había justo donde acababa el campo, al otro lado de losconos anaranjados que nos habían dado órdenes concretasde no cruzar. Yo lo seguí, claro. No llevábamos laslinternas porque se nos había olvidado cogerlas. Aquelloestaba tan oscuro que, mientras caminábamos hacia losárboles, no se veía nada a diez pasos por delante.Afortunadamente, la película daba algo de luz, así quecuando vimos el haz de una linterna que salía del bosque y

avanzaba hacia nosotros, enseguida supimos que eranHenry, Miles y Amos. Supongo que ellos tampoco habíanquerido hacer cola para entrar en los servicios.

Miles y Henry seguían sin hablarle a Jack, pero Amosse había olvidado de la guerra hacía mucho tiempo. Nossaludó con la cabeza al cruzarnos.

—¡Tened cuidado con los osos! —gritó Henry, yMiles y él se echaron a reír mientras se alejaban.

Amos negó con la cabeza como queriendo decir queno les hiciésemos ni caso.

Jack y yo nos alejamos un poco más hasta entrar en elbosque. Jack buscó el árbol perfecto y por fin hizo lo quetenía que hacer, aunque a mí me pareció que tardaba unaeternidad.

En el bosque se oían extraños sonidos, gorjeos ygraznidos, como si una muralla de ruidos fuese saliendo delos árboles. Luego empezamos a oír unos chasquidos cercade donde estábamos, como el ruido que hace una pistola deperdigones, que desde luego no procedía de ningún insecto.A lo lejos, como si viniese de otro mundo, oímos lacanción «Gotas de rocío en las rosas y bigotes de garitos».

—Ah, esto ya es otra cosa —dijo Jack, subiéndose lacremallera.

—Ahora tengo que mear yo —contesté, y lo hice en elárbol que tenía más cerca. Ni de broma iba a alejarme másque Jack.

—¿Lo hueles? Huele a petardos —preguntó Jackacercándose a mí.

—Sí, huele a eso exactamente —contesté,subiéndome la cremallera—. Qué raro.

—Vámonos.

Alien

VOLVIMOS por donde habíamos llegado, endirección a la pantalla gigante. Entonces nos tropezamoscon un grupo de chicos que no conocíamos. Ellos salían deentre los árboles, de hacer algo que estoy seguro que a susprofesores no les hubiese gustado. Olía a humo de petardosy a cigarrillos. Nos iluminaron con una linterna. Eran seis:cuatro chicos y dos chicas. Parecían de séptimo.

—¿De qué colegio sois? —preguntó uno de loschicos.

—De Beecher —comenzó a decir Jack, cuando derepente una de las chicas se puso a gritar.

—¡Dios mío! —gritó, tapándose los ojos con la manocomo si estuviera llorando. Pensé que a lo mejor un bichoenorme se había chocado contra su cara.

—¡No puede ser! —gritó uno de los chicos, y se pusoa sacudir la mano, como si acabase de tocar algo muycaliente. Luego se tapó la boca con esa misma mano—.¡No puede ser, tío! ¡No puede ser!

Todos se echaron a reír y a taparse los ojos mientrasse empujaban entre sí y soltaban tacos en voz alta.

—¿Qué es eso? —dijo el chico que nos estabailuminando con la linterna, y solo entonces me di cuenta deque me estaba enfocando la cara y que era yo de quien

estaban hablando... o más bien gritando.—Vámonos de aquí —me dijo Jack en voz baja. Y me

tiró de la manga de la sudadera y echamos a andar paraalejarnos de ellos.

—¡Espera, espera, espera! —gritó el chico de lalinterna, cerrándonos el paso. Volvió a enfocarme la caracon la linterna. Ya solo estaba a un metro y medio dedistancia—. ¡Ay, madre! ¡Ay, madre! —dijo, negando con lacabeza y con la boca abierta de par en par—. ¿Qué le hapasado a tu cara?

—Déjalo, Eddie —dijo una de las chicas.—¡No sabía que esta noche ponían El señor de los

anillos! —exclamó—. ¡Mirad, chicos, es Gollum!El comentario hizo que sus amigos se partiesen de

risa.Intentamos de nuevo alejarnos de ellos, pero el tal

Eddie volvió a cortarnos el paso. Le sacaba a Jack unacabeza por lo menos, y Jack ya me sacaba una cabeza a mí,así que aquel tío me parecía enorme.

—¡No, tío, es Alien! —dijo otro de los chicos.—No, no, no, tío. ¡Es un orco! —contestó Eddie entre

risas, volviendo a iluminarme la cara con la linterna. Ahoralo teníamos justo delante.

—Déjalo en paz, ¿vale? —dijo Jack, apartando la manocon la que sostenía la linterna.

—¿Vas a obligarme? —preguntó Eddie, iluminando

ahora la cara de Jack.—¿Qué problema tienes, tío? —dijo Jack.—¡Tu novio es mi problema!—Vámonos, Jack —dije, agarrándolo del brazo.—¡Vaya, pero si habla y todo! —gritó Eddie,

iluminándome otra vez la cara con la linterna. Entonces unode los otros chicos nos tiró un petardo a los pies.

Jack intentó pasar junto a Eddie, pero Eddie puso susmanos sobre los hombros de Jack y lo empujó con fuerza.Jack se cayó hacia atrás.

—¡Eddie! —gritó una de las chicas.—Oye —dije, interponiéndome entre Jack y él y

levantando las manos como si fuese un guardia de tráfico—. Somos mucho más pequeños que vosotros...

—¿Estás hablando conmigo, Freddy Krueger? No creoque quieras meterte conmigo, monstruo —contestó Eddie.

En ese momento supe que debía echar a correr todo lorápido que pudiese, pero Jack seguía en el suelo y nopensaba dejarlo tirado.

—¡Eh, colega! —dijo una nueva voz a nuestrasespaldas—. ¿Qué pasa, tío?

Eddie se dio media vuelta y apuntó con la linternahacia el lugar de donde salía la voz. Durante un segundo nopude creerme quién era.

—Déjalos en paz, tío —dijo Amos, con Miles y Henrydetrás de él.

—¿Quién lo dice? —preguntó uno de los chicos queiban con Eddie.

—Que los dejéis en paz, tío —repitió Amos conmucha calma.

—¿Tú también eres un monstruo? —preguntó Eddie.—¡Sois todos una panda de monstruos! —dijo uno de

sus amigos.Amos no contestó, pero nos miró y añadió:—Vamos, chicos. El señor Traseronian nos está

esperando.Sabía que era mentira, pero ayudé a Jack a levantarse y

echamos a andar hacia Amos. Entonces, sin venir a cuento,el tal Eddie me agarró de la capucha mientras pasaba junto aél, tiró de ella con fuerza y me caí de espaldas al suelo. Mellevé un buen golpe y me hice bastante daño en un codo conuna piedra. No vi qué pasó luego. Bueno, sí, vi que Amosembistió a Eddie como si fuese una camioneta de esas conruedas gigantes y los dos cayeron al suelo junto a mí.

Después todo fue una locura. Alguien me agarró de lamanga y gritó: «¡Corre!» mientras otro gritaba: «¡A porellos!» al mismo tiempo, y durante unos segundos tuve ados personas tirándome de las mangas de la sudadera, cadauna en una dirección. Los dos soltaban tacos. De pronto, lasudadera se desgarró y el primer chico me agarró del brazoy tiró de mí para que corriese detrás de él. Lo hice lomejor que pude. Oía ruido de pasos detrás de nosotros,

persiguiéndonos, y voces y chicas gritando, pero estaba tanoscuro que no sabía de quién era cada voz. Todo sonabacomo si estuviéramos bajo el agua. Corríamos como locosen la oscuridad más absoluta, y cada vez que intentaba irmás despacio, el chico que me tiraba del brazo gritaba:«¡No te pares!».

Voces en la oscuridad

AL final, después de una carrera que a mí se me hizoeterna, alguien gritó:

—¡Creo que los hemos despistado!—¿Amos?—¡Aquí estoy! —dijo Amos a unos pasos detrás de

nosotros.—¡Podemos parar! —gritó Miles desde más allá.—¡Jack! —chillé.—¡Uf! —dijo Jack—. Aquí estoy.—¡No veo nada!—¿Estás seguro de que los hemos despistado? —

preguntó Henry, soltándome el brazo. Entonces comprendíque era él quien había tirado de mí mientras corríamos.

—Sí.—¡Chist! ¡Vamos a escuchar!Todos nos quedamos supercallados mientras

escuchábamos a ver si oíamos pasos en la oscuridad. Loúnico que se oía eran los grillos, las ranas y nuestrosjadeos exagerados. Estábamos sin aliento, nos dolía labarriga y doblábamos el cuerpo hacia delante.

—Los hemos despistado —dijo Henry.—¡Hala! ¡Ha sido increíble!—¿Qué ha pasado con la linterna?

—¡Se me ha caído!—¿Cómo sabíais lo de esos tíos? —preguntó Jack.—Los habíamos visto antes.—Parecían unos capullos.—¡Has embestido contra él! —le dije a Amos.—Sí, ya lo sé —contestó Amos riéndose.—¡No se lo esperaba! —dijo Miles.—Dice: «¿Tú también eres un monstruo?» y vas tú y

¡zas! —contestó Jack.—¡Zas! —repitió Amos, dando un puñetazo al aire—.

Pero después de tirarlo al suelo, me he dicho: «¡Corre,Amos, pedazo de imbécil, que es diez veces más alto quetú!». Me he levantado y he echado a correr tan rápido comohe podido.

Todos soltamos una carcajada.—Yo he agarrado a Auggie y le he dicho: «¡Corre!» —

dijo Henry.—¡No sabía que eras tú quien tiraba de mí! —

contesté.—Ha sido increíble.—Superincreíble.—Te sale sangre del labio, tío.—Me han dado un par de puñetazos —contestó Amos,

limpiándose el labio.—Yo creo que eran de séptimo.—Eran enormes.

—¡Pringados! —gritó Henry, pero todos le hicimoscallar.

Nos quedamos escuchando durante unos segundospara comprobar que nadie lo había oído.

—¿Se puede saber dónde narices estamos? —preguntó Amos—. Ni siquiera se ve la pantalla.

—Creo que estamos en los maizales —contestóHenry.

—¿No me digas? ¿Estamos en los maizales? —replicóMiles, empujándolo con una planta de maíz.

—Ya sé dónde estamos —dijo Amos—. Tenemos quevolver en esa dirección. Así llegaremos a la otra punta delcampo.

—Eh, tíos —contestó Jack, levantando una mano—.Ha sido guay que hayáis vuelto a por nosotros. Guay deverdad. Gracias.

—De nada —dijo Amos, entrechocando la palma de lamano con él.

Miles y Henry también hicieron lo mismo.—Sí, tíos, gracias —dije yo, levantando la mano igual

que había hecho Jack, pero no estaba seguro de si a mítambién me la entrechocarían.

Amos me miró y asintió.—Te has defendido bien, pequeñín —dijo,

chocándome esos cinco.—Sí, Auggie —dijo Miles, chocando palmas conmigo

—. Con eso de: «Somos más pequeños que vosotros»...—No sabía qué otra cosa decir —contesté, riéndome.—Ha estado guay —dijo Henry, y él también me

chocó esos cinco—. Siento haberte roto la sudadera.Miré hacia abajo y vi que tenía la sudadera

completamente desgarrada por la mitad. Me habíanarrancado una manga y la otra estaba tan estirada que mecolgaba hasta las rodillas.

—Oye, te sangra el codo —señaló Jack.—Ya. —Me encogí de hombros. Estaba empezando a

dolerme mucho.—¿Te encuentras bien? —preguntó Jack al verme la

cara.Asentí. De pronto tenía ganas de llorar y estaba

intentando por todos los medios no hacerlo.—¡Espera, te han desaparecido los audífonos! —dijo

Jack.—¿Cómo? —grité, tocándome las orejas. No llevaba

los audífonos. Por eso me parecía que estaba bajo el agua—. ¡Oh, no! —dije, y entonces ya no pude más. Todo lo queme había pasado me superó de repente y no pude evitarlo:me eché a llorar. Pero a llorar a lo bestia, «como unaMagdalena», que decía mamá. Me dio tanta vergüenza queescondí la cabeza bajo el brazo, pero no pude evitar que laslágrimas continuaran saliendo.

Los cuatro se portaron superbién. Me dieron

palmaditas en la espalda.—Tranquilo, tío. No pasa nada —dijeron.—Eres un tío valiente, ¿sabes? —dijo Amos,

pasándome el brazo por encima de los hombros.Y como no podía parar de llorar, me abrazó con los

dos brazos igual que habría hecho mi padre y me dejóllorar.

La guardia del emperador

RETROCEDIMOS sobre nuestros propios pasosdurante unos diez minutos para ver si podíamos encontrarlos audífonos, pero estaba demasiado oscuro y no se veíanada. Teníamos que agarrarnos de las camisetas y caminaren fila india para no tropezar el uno con el otro. Era comosi alguien hubiese vertido tinta negra a nuestro alrededor.

—Es inútil —dijo Henry—. Podrían estar en cualquierparte.

—A lo mejor podríamos volver con una linterna —contestó Amos.

—No, no pasa nada —dije—. Mejor regresamos.Gracias, de todos modos.

Volvimos hacia los maizales y los cruzamos hasta quevimos de nuevo la parte de atrás de la pantalla gigante.Como estaba de espaldas a nosotros, no nos dio nada declaridad hasta que volvimos al lugar donde acababan losárboles. Allí empezamos a ver un poco de luz.

No había ni rastro de los de séptimo por ninguna parte.—¿Dónde pensáis que se habrán metido? —preguntó

Jack,—Habrán vuelto a las caravanas de comida —contestó

Amos—. Se pensarán que vamos a chivarnos.—¿Vamos a chivarnos? —preguntó Henry.

Todos me miraron. Negué con la cabeza.—Vale —dijo Amos—. Pero oye, pequeñín, no

vuelvas a pasearte solo por aquí, ¿vale? Si necesitas ir aalguna parte, dínoslo y te acompañaremos.

—Vale —contesté.Al acercarnos a la pantalla, oí «Iba un pastor por el

monte solo» y olí el algodón de azúcar de uno de lospuestos que había junto a las caravanas de comida. Había unmontón de chicos pululando por allí, así que me tapé lacabeza con lo que quedaba de la sudadera y miré al suelo,con las manos en los bolsillos, mientras pasábamos entre lagente. Hacía mucho tiempo que no salía a la calle sin losaudífonos y era como estar a muchos kilómetros bajo elsuelo. Me sentía como en esa canción que me cantabaMiranda: «Control de tierra a Comandante Tom, su equipono funciona, hay un problema...».

Mientras caminaba me di cuenta de que Amos se habíaquedado a mi lado. Y Jack estaba pegado a mí por el otrolado. Miles iba delante de nosotros y Henry, detrás. Todosme rodeaban mientras caminábamos entre la multitud.Como si tuviera mi propia guardia del emperador.

El sueño

SALIERON entonces del estrecho valle y enseguidavio el motivo del ruido. Allí estaban Peter, Edmund y elresto del ejército de Aslan combatiendo desesperadamentecon la multitud de criaturas horribles que la niña había vistola noche anterior; solo que en aquel momento, a la luz deldía, parecían aún más extrañas, más diabólicas y másdeformes.

Lo dejé ahí. Llevaba más de una hora leyendo y aún notenía sueño. Eran casi las dos de la mañana. Todos losdemás estaban dormidos. Tenía la linterna encendida debajodel saco, y a lo mejor esa era la razón de que no pudiesedormir, pero me daba demasiado miedo apagarla. Me dabamiedo lo oscuro que estaba todo fuera del saco de dormir.

Cuando volvimos a nuestro sitio delante de la pantalla,nadie se había dado cuenta de que habíamos desaparecido.El señor Traseronian, la señora Rubin, Summer y todos losdemás seguían viendo la película. No tenían ni idea de loque nos había pasado a Jack y a mí. Es curioso que para unopueda ser la peor noche de su vida y para todos los demássea una noche de lo más normal. En mi calendario de casapensaba marcar aquel día como uno de los días máshorribles de mi vida. Aquel y el día que murió Daisy. Peropara todos los demás era un día normal. O puede que hasta

fuese un buen día. Puede que alguien hubiese ganado lalotería.

Amos, Miles y Henry nos acompañaron a Jack y a míhasta nuestro sitio, junto a Summer, Maya y Reid, y fuerona sentarse a su sitio, con Ximena, Savanna y su grupo. Encierto modo, todo volvía a ser exactamente igual a comohabía sido hasta el momento en que habíamos decidido ir abuscar los lavabos. El cielo era igual. La película era lamisma. Las caras de todo el mundo eran las mismas. La míatambién.

Pero algo era diferente. Algo había cambiado.Vi que Amos, Miles y Henry les contaban a los de su

grupo lo que había pasado. Supe que estaban hablando deeso porque no paraban de mirarme mientras hablaban.Aunque la película aún no había acabado, la gente hablabaen susurros en la oscuridad. Esa clase de noticias correncomo la pólvora.

En el viaje de vuelta en autobús era el tema deconversación. Todas las niñas, hasta las niñas a las queapenas conocía, me preguntaron si me encontraba bien.Todos los niños decían que había que vengarse del grupo deimbéciles de séptimo y que había que intentar averiguar dequé colegio eran.

No pensaba contarles a los profesores lo que habíapasado, pero se enteraron de todos modos. Quizá fue lasudadera desgarrada y el codo que sangraba. O quizá es que

los profesores lo oyen todo.Cuando volvimos al campamento, el señor Traseronian

me llevó a la oficina de primeros auxilios y, mientras laenfermera del campamento me limpiaba y me vendaba elcodo, el señor Traseronian y el director del campamentoestaban en la habitación de al lado hablando con Amos,Jack, Henry y Miles, intentando obtener una descripción delos gamberros. Cuando me preguntaron a mí un ratodespués, dije que no me acordaba de sus caras, pero no eracierto.

Cada vez que cerraba los ojos para dormir veía suscaras. La mirada de terror en la cara de la chica cuando mevio por primera vez. La manera que tenía de mirarme Eddie,el de la linterna, mientras me hablaba, como si me odiase.

Como un cordero al matadero. Recordé las palabra depapá. Parecía que había pasado una eternidad y pero acababade entender lo que significaba.

Después de todo

CUANDO llegó el autobús, mamá me estabaesperando delante del colegio con los demás padres. Elseñor Traseronian me dijo en el autobús que había llamadoa mis padres para contarles que había habido un «incidente»la noche anterior, pero que todo el mundo estaba bien. Dijoque el director del campamento y varios monitores habíanestado buscando los audífonos por la mañana mientrasnosotros nos bañábamos en el lago, pero que no habíanencontrado nada. Dijo que Broarwood nos reembolsaría elcoste de los audífonos. Se sentían fatal por lo que habíapasado.

Me pregunté si Eddie se habría llevado los audífonoscomo recuerdo. Como un recuerdo del orco.

Cuando bajé del autobús mamá me dio un abrazo muyfuerte, pero no me avasalló con preguntas como pensabaque haría. Su abrazo me sentó bien y no intenté soltarmecomo hacían otros niños con los abrazos de sus padres.

El conductor del autobús se puso a descargar nuestrosequipajes y yo fui a por el mío mientras mamá hablaba conel señor Traseronian y la señora Rubin, que se habíanacercado a ella. Mientras volvía con mi bolsa, un montónde niños que normalmente no me dirigían la palabra mesaludaron con un gesto de la cabeza o me dieron palmaditas

en la espalda.—¿Nos vamos? —me preguntó mamá al verme.Cogió mi bolsa de viaje y yo no intenté aferrarme a

ella: me parecía bien que me la llevase. Sinceramente, sihubiese querido llevarme a hombros, también me habríaparecido bien.

Cuando ya nos íbamos, el señor Traseronian me dio unabrazo rápido e intenso, pero no dijo nada.

En casa

MAMÁ y yo no hablamos mucho en el camino devuelta a casa. Cuando llegamos al porche, miréautomáticamente a la ventana de la fachada porque por unmomento se me había olvidado que Daisy no estaría allícomo siempre, subida al sofá y con las patas delanteras enel alféizar, esperando que volviésemos a casa. Eso me pusoun poco triste. Nada más entrar, mamá soltó mi bolsa deviaje, me abrazó y me besó en la cabeza y en la cara comosi quisiese aspirarme.

—Tranquila, mamá, estoy bien —dije sonriente.Hizo un gesto de aprobación y me cogió la cara con

las manos. Le brillaban los ojos.—Ya lo sé —contestó—. Te he echado mucho de

menos, Auggie.—Y yo a ti.Se notaba que quería decir muchas cosas pero se

estaba controlando.—¿Tienes hambre? —preguntó.—Estoy muerto de hambre. ¿Me haces un sándwich de

queso?—Claro —contestó, e inmediatamente se puso a

hacerme el sándwich mientras yo me quitaba la chaqueta yme sentaba a la mesa de la cocina.

—¿Dónde está Via? —pregunté.—Hoy la recoge papá. Hay que ver lo que te ha echado

de menos, Auggie —dijo mamá.—Ah, ¿sí? Le habría gustado la reserva natural. ¿Sabes

qué película pusieron? Sonrisas y lágrimas.—Eso tienes que contárselo.—¿Qué quieres escuchar primero, la parte buena o la

parte mala? —pregunté pasados unos minutos, apoyando lacabeza en la mano.

—La que más te apetezca contar —contestó.—Bueno, quitando lo de anoche, me lo he pasado de

miedo —dije—. Pero de miedo de verdad. Por eso estoytan asqueado. Es como si me hubiesen estropeado todo elviaje.

—No, cielo, no permitas que hagan eso. Has estadoallí más de cuarenta y ocho horas, y la parte mala duró unahora. No dejes que te quiten eso, ¿vale?

—Lo sé —le contesté—. ¿Te ha contado el señorTraseronian lo de los audífonos?

—Sí, nos ha llamado esta mañana.—¿Papá se ha enfadado por lo caros que son?—Claro que no, Auggie. Lo único que quería saber era

si estabas bien. Eso es lo único que nos importa. Y que nodejes que esos... matones... te estropeen el viaje.

Me reí por cómo había dicho aquella palabra:«matones».

—¿Qué? —preguntó.—«Matones» —dije burlándome de ella—. Es una

palabra pasada de moda.—Vale, pues imbéciles, idiotas, estúpidos —contestó,

dándole la vuelta al sándwich en la sartén—. Cretinos , quehabría dicho mi madre. Llámalos como quieras. Si me losencontrase por la calle, iba a... —Negó con la cabeza.

—Eran muy grandes, mamá —repuse sonriendo—.Eran de séptimo, creo.

Mamá volvió a negar con la cabeza.—¿De séptimo? El señor Traseronian no nos lo dijo.

¡Cielo santo!—¿Te contó que Jack me defendió? —pregunté—. Y

Amos, ¡zas!, embistió al jefe del grupo. Los dos cayeron alsuelo, como en las peleas de verdad. Fue increíble. A Amosle sangraba el labio y todo.

—Nos dijo que hubo una pelea, pero... —dijo,mirándome con las cejas arqueadas—. No sabía... ¡uf!...Menos mal que Amos, Jack y tú estáis bien. Solo de pensarlo que podría haber pasado... —Su voz se fue apagando y ledio la vuelta de nuevo al sándwich.

—Mi sudadera de Montauk está completamentedesgarrada.

—Bueno, eso puede sustituirse —contestó. Puso elsándwich en un plato y me lo colocó delante, sobre la mesa—. ¿Leche o zumo de uva?

—Un batido de chocolate, por favor. —Empecé adevorar el sándwich—. Esto..., ¿puedes hacerlo así, comolo haces tú, con espuma?

—¿Cómo acabasteis Jack y tú en el bosque? —preguntó, echando la leche en un vaso alto.

—Jack tenía que ir al baño —contesté con la bocallena. Mientras hablaba, ella echó el chocolate en polvo ylo batió muy rápido—. Pero había una cola enorme y él noquería esperar. Por eso fuimos hacia los árboles para mear.—Me miró mientras lo batía. Sé que estaba pensando queno deberíamos haberlo hecho. El batido de chocolate teníaya una capa de espuma de cinco centímetros—. Así estábien, mamá. Gracias.

—¿Y qué pasó después? —preguntó, poniéndome elvaso delante.

Le di un buen trago al batido de chocolate.—¿Te parece bien que dejemos el tema para luego?—Ah. Vale.—Te prometo que te lo contaré luego, cuando papá y

Via vuelvan a casa. Te contaré hasta el último detalle, peroes que no quiero tener que contar la historia una y otra vez,¿sabes?

—Claro.Me acabé el sándwich en dos bocados y me bebí el

batido de un trago.—Vaya, te lo has comido en un santiamén. ¿Quieres

otro? —preguntó.Negué con la cabeza y me limpié la boca con el dorso

de la mano.—¿Mamá? ¿Siempre voy a tener que preocuparme por

unos idiotas como esos? —pregunté—. Cuando sea mayor,¿siempre va a ser así?

No contestó inmediatamente. Se llevó el plato y elvaso, los dejó en el fregadero y los enjuagó con agua.

—Siempre habrá idiotas en el mundo, Auggie —dijomirándome—. Pero creo, y papá también lo cree, que eneste mundo hay más gente buena que mala, y la gente buenase preocupa por los demás y cuida de los demás. Igual queJack cuidó de ti. Y Amos. Y esos otros chicos.

—Sí, Miles y Henry —contesté—. También seportaron fenomenal. Es curioso, porque Miles y Henry nose han portado bien conmigo durante todo el curso.

—A veces la gente nos sorprende —dijo, frotándomela cabeza con la mano.

—Supongo.—¿Quieres otro batido de chocolate?—No. Gracias, mamá. La verdad es que estoy un poco

cansado. Esta noche no he dormido demasiado bien.—Deberías dormir un rato. Por cierto, gracias por

dejarme a Baboo.—¿Leíste mi nota?Sonrió.

—He dormido con él las dos noches. —Estaba a puntode decir algo más cuando le sonó el móvil y contestó.Mientras escuchaba se le fue dibujando una sonrisa deoreja a oreja—. Madre mía, ¿de verdad? ¿Cómo es? —preguntó emocionada—. Sí, está aquí. Iba a dormir un rato.¿Queréis saludarlo? Vale, nos vemos dentro de dos minutos—añadió, y cortó.

—Era papá —dijo emocionada—. Via y él están a unamanzana de aquí.

—¿Hoy no trabaja?—Ha salido antes porque estaba deseando verte —

contestó—, así que tu siesta tendrá que esperar un poco.Cinco segundos después papá y Via entraban por la

puerta. Corrí a abrazar a papá, que me levantó, me dio unavuelta y me besó. Tardó un minuto en soltarme.

—Papá, ya vale —le dije.Y entonces le llegó el turno a Via, que me besó por

todas partes como hacía cuando era pequeño.Cuando paró me fijé en una enorme caja de cartón

blanca que habían traído.—¿Qué es? —pregunté.—Ábrela —contestó papá, sonriendo, y mamá y él se

miraron como si ellos conociesen el secreto.—¡Vamos, Auggie! —dijo Via.Abrí la caja. Dentro estaba el perrito más mono que he

visto en mi vida. Era negro peludo y tenía el hocico

puntiagudo, los ojos negros y las orejitas caídas.

Oso

AL perrito lo llamamos Oso porque cuando mamá lovio por primera vez dijo que parecía una cría de oso. «¡Puesasí lo llamaremos!», dije yo, y todos estuvieron de acuerdoen que era el nombre perfecto.

Al día siguiente no fui a clase; no porque me dolieseel codo, que me dolía, sino para poder pasarme el díajugando con Oso. Mamá dejó que Via tampoco fuese aclase para que pudiésemos turnarnos para abrazar a Oso y ajugar a tira y afloja con él. Habíamos conservado todos losjuguetes de Daisy, así que los sacamos para ver cuáles eransus favoritos.

Fue muy divertido pasar el día con Via, nosotrossolos. Fue como en los viejos tiempos, antes de empezar air al colegio. Antes siempre estaba deseando que Viallegase a casa del colegio para jugar con ella antes deponerse a hacer los deberes. Ahora que somos mayores ytengo que ir al colegio y me junto con mis amigos, yanunca lo hacemos.

Por eso fue divertido pasar el día con ella, riéndonos yjugando. Creo que a ella también le gustó.

El cambio

CUANDO volví al colegio al día siguiente, lo primeroque me llamó la atención fue que las cosas habíancambiado mucho. Y habían cambiado de una maneramonumental. De una manera sísmica. Puede que incluso deuna manera cósmica. Fuera como fuese, se había producidoun gran cambio. Todos —y no solo en nuestro curso, sinoen todos los cursos— se habían enterado de lo que habíapasado entre nosotros y los de séptimo, así que de repenteya no era famoso por lo que siempre he sido famoso, sinopor aquello que había sucedido. Y la historia de lo quehabía sucedido se había ido haciendo más y más grandecada vez que alguien la contaba. Dos días después, lahistoria que circulaba por ahí decía que Amos se habíaliado a puñetazo con el otro chaval, y Miles, Henry y Jacktambién les habían arreado algún puñetazo a los otros.Incluso la huida a través del campo se había convertido enuna larga aventura a través de un laberinto con forma demaizal hasta llegar al bosque oscuro. La versión de lahistoria que contaba Jack seguramente era la mejor, porquees muy gracioso, pero, fuera cual fuese la versión eindependientemente de quién la contase, había dos cosasque no cambiaban: se habían metido conmigo por mi cara yJack me había defendido, y los otros —Amos, Henry y

Miles— me habían protegido. Y ahora que me habíanprotegido, para ellos era diferente. Era como si ahora fueseuno de los suyos. Todos empezaron a llamarme«pequeñín», hasta los más deportistas. Aquellosgrandullones a los que apenas conocía ahora me saludabanentrechocando sus nudillos con los míos.

Sucedió otra cosa: Amos se volvió superpopular yJulian, como se lo había perdido, se quedó fuera del círculode los populares. Miles y Henry empezaron a juntarse conAmos, como si hubieran cambiado de amigo del alma. Megustaría poder decir que Julian empezó a tratarme mejor,pero no sería cierto. Seguía mirándome mal en clase yseguía sin hablar ni conmigo ni con Jack, pero ya era elúnico que lo hacía. Y a Jack y a mí nos importaba un pito.

Patos

EL penúltimo día de clase, el señor Traseronian mellamó a su despacho para decirme que habían averiguadolos nombres de los alumnos de séptimo de las colonias.Me leyó un montón de nombres que no me sonaron de nadahasta que pronunció el último:

—Edward Johnson.Asentí con la cabeza.—¿Reconoces ese nombre? —preguntó.—Lo llamaban Eddie.—Ya. Mira lo que he encontrado en la taquilla de

Edward. —Me entregó lo que quedaba de mis audífonos.Faltaba la parte derecha y la izquierda estaba destrozada. Lapieza que conectaba las dos, la que parecía de Lobot, estabadoblada por la mitad.

—Su colegio quiere saber si vas a presentar cargos —dijo el señor Traseronian.

Miré mis audífonos.—No, creo que no. —Me encogí de hombros—. Van a

hacerme unos nuevos.—Hummm. ¿Por qué no lo comentas con tus padres

esta noche? Mañana yo llamaré a tu madre para hablarlocon ella también.

—¿Irían a la cárcel? —pregunté.

—No, a la cárcel no. Pero seguramente los juzgaría untribunal de menores. Y quizá así aprendiesen la lección.

—Fíese de mí: ese tal Eddie no va a aprender ningunalección —contesté bromeando.

El director se sentó en su silla.—Auggie, ¿por qué no te sientas un momento?Me senté. Las cosas que tenía sobre la mesa eran las

mismas que cuando había entrado por primera vez en sudespacho el verano anterior: el mismo cubo de espejos, elmismo globo terráqueo que flotaba en el aire. Parecía quehabía pasado una eternidad.

—Cuesta creer que casi haya acabado el curso, ¿eh?—dijo, como si me hubiese leído el pensamiento.

—Sí.—¿Ha sido un buen curso para ti, Auggie? ¿Ha estado

bien?—Sí, ha sido bueno —contesté asintiendo.—Ya sé que académicamente te ha ido muy bien. Eres

uno de nuestros mejores alumnos. Enhorabuena por la listade matrículas de honor.

—Gracias. Sí, mola.—Pero sé que el curso ha tenido sus altibajos —dijo

arqueando las cejas—. Desde luego, esa noche en lareserva natural fue uno de los peores momentos.

—Sí, pero también tuvo su parte buena.—¿En qué sentido?

—Ya sabe. Hubo gente que me defendió y todo eso.—Eso fue maravilloso —contestó sonriendo.—Sí.—Sé que en el colegio las cosas se pusieron feas con

Julian en algún momento.Tengo que reconocer que con aquello me pilló por

sorpresa.—¿Sabe todas esas cosas? —pregunté.—A los directores de secundaria se nos da muy bien

saber muchas cosas.—¿Es que tienen cámaras de seguridad escondidas por

los pasillos? —bromeé.—Y micrófonos por todas partes —contestó entre

risas.—¿En serio?Volvió a reírse.—No, no es en serio.—¡Ah!—Pero los profesores sabemos más de lo que los

alumnos pensáis, Auggie. Ojalá Jack y tú me hubieseiscontado las notas crueles que dejaron en vuestras taquillas.

—¿Y eso cómo lo sabe? —pregunté.—Te lo voy a confesar: los directores de secundaria

lo sabemos todo.—No fue para tanto —contesté—. Y nosotros

también escribimos algunas notas.

Sonrió.—No sé si la gente ya lo sabe —dijo—, aunque muy

pronto se sabrá: Julian Albans no va a matricularse el cursoque viene en Beecher.

—¿Cómo? —No pude ocultar mi sorpresa.—Sus padres piensan que Beecher no es un buen

colegio para él —prosiguió el señor Traseronian,encogiéndose de hombros.

—Vaya noticia —dije.—Sí. Pensé que deberías saberlo.De repente me di cuenta de que el retrato de calabaza

que había detrás de su mesa había desaparecido y era undibujo mío, mi Autorretrato como un animal que habíadibujado para la exposición de Año Nuevo, el que estabaenmarcado y colgado detrás de su mesa.

—¡Eh, ese es mío! —señalé.El señor Traseronian se volvió, como si no supiese de

qué le estaba hablando.—¡Ah, es verdad! —dijo, dándose unos golpecitos en

la frente con la mano—. Hacía meses que queríaenseñártelo.

—Mi autorretrato como un pato —contesté,asintiendo.

—Me encanta, Auggie —dijo—. Cuando tu profesorade dibujo me lo enseñó, le pregunté si podía quedármelopara mi pared. Espero que no te importe.

—¡Qué va! Claro que no. ¿Qué ha sido del retrato de lacalabaza?

—Lo tienes detrás.—Ah, sí. Guay.—Te lo quería preguntar desde que lo colgué —dijo,

mirándolo—. ¿Por qué elegiste representarte como unpato?

—¿Qué quiere decir? —contesté—. De eso se trataba.—Sí, pero ¿por qué un pato? —dijo—. ¿Puedo

suponer que era por la historia del... eh... patito que seconvierte en cisne?

—No —contesté, riéndome y negando con la cabeza—. Es porque parezco un pato.

—¡Oh! —dijo el señor Traseronian, con los ojoscomo platos. Él también se echó a reír—. ¿En serio? Eh...Yo estaba buscando algún simbolismo, alguna metáfora y...eh... ¡a veces, un pato no es más que un pato!

—Sí, supongo —dije, sin saber por qué le habíaparecido gracioso.

Estuvo riéndose para sus adentros durante unos treintasegundos.

—Bueno, Auggie, gracias por hablar conmigo. Quieroque sepas que es un placer tenerte aquí en Beecher, y estoydeseando que llegue el próximo curso. —Estiró el brazosobre la mesa y nos dimos la mano—. Nos vemos mañanaen la ceremonia de graduación.

—Nos vemos mañana, señor Traseronian.

El último precepto

ESTO era lo que había escrito en la pizarra cuandoentramos en la última clase de lengua:

EL PRECEPTO DEL MES DE JUNIO DEL SEÑORBROWNE:

¡SIGUE EL DÍA E INTENTA TOCAR EL SOL!(The Polyphonic Spree)¡Que tengáis unas buenas vacaciones de verano, clase

de 5.ºB!Ha sido un curso estupendo y habéis sido unos

alumnos maravillosos.Si os acordáis, haced el favor de enviarme una postal

este verano con VUESTRO precepto personal. Puede seralgo que os hayáis inventado o algo que hayáis leído enalguna parte y que tenga un significado especial paravosotros. (En este caso, no olvidéis decir de quién es, porfavor.) Estoy deseando recibirlas.

Tom Browne563 Sebastian PlaceBronx, NY 10053

Antes de bajar del coche

LA ceremonia de graduación iba a celebrarse en elauditorio de la escuela superior Beecher. El otro edificiodel campus solo estaba a quince minutos andando de casa,pero papá me llevó en coche porque iba muy bien vestido yllevaba unos zapatos negros nuevos que apenas me habíapuesto y no quería que me doliesen los pies. Los alumnosdebían llegar al auditorio una hora antes del comienzo de laceremonia, pero llegamos antes todavía, así que nosquedamos sentados en el coche para hacer tiempo. Papápuso un CD y sonó nuestra canción favorita. Las dossonreímos y comenzamos a mover la cabeza al ritmo de lamúsica.

—«Andy se cruzaría la ciudad en bicicleta parallevarte caramelos» —cantó papá siguiendo la canción.

—¿Llevo recta la corbata? —pregunté-Me miró y la estiró un poco mientras seguía cantando:—«Y John te compraría un vestido para ponértelo en

el baile del instituto...».—¿Qué tal llevo el pelo? —pregunté.Papá sonrió y asintió.—Perfecto —dijo—. Estás estupendo, Auggie.—Via me ha puesto un poco de gomina esta mañana

—contesté bajando el parasol. Me miré en el espejito—.

¿No parece demasiado hinchado?—No. Te queda muy bien, Auggie. Creo que nunca lo

habías llevado tan corto, ¿verdad?—No, me lo corté ayer. Creo que así parezco mayor,

¿no?—¡Y tanto! —Sonrió mientras me miraba y asentía—.

«Pero soy el tío con más suerte del Lower East Side,porque tengo coche y a ti te apetece dar un paseo». ¡MírateAuggie! —añadió, sonriendo de oreja a oreja—. Mírate, logrande y lo estupendo que estás. ¡No me puedo creer quevayas a graduarte de quinto!

—Ya lo sé. Es increíble, ¿eh?—Y parece que fue ayer cuando empezaste.—¿Recuerdas que aún tenía aquella trenza de La

guerra de las galaxias colgándome de la parte de atrás dela cabeza?

—Ay, madre. Es verdad. —dijo, pasándose la palma dela mano por la frente.

—Odiabas aquella trenza, ¿verdad, papá?—«Odiar» es una palabra demasiado fuerte, pero

podría decirse que no me gustaba.—La odiabas. Venga, reconócelo —bromeé.—No, no la odiaba —contestó sonriendo y negando

con la cabeza—. Pero reconozco que sí odiaba aquel cascode astronauta que llevabas, ¿te acuerdas?

—¿El que me regaló Miranda? ¡Pues claro que me

acuerdo! Lo llevaba a todas horas.—Dios mío, ese sí que lo odiaba —dijo riéndose para

sus adentros.—Me fastidió un montón que se perdiera.—Ah, pero si no se perdió —contestó

despreocupadamente—. Lo tiré yo.—Espera. ¿Cómo dices? —Pensaba que no lo había

oído bien.—«El día es precioso, y tu también» —cantó.—¡Papá! —exclamé bajando el volumen.—¿Qué?—¿Lo tiraste?Por fin me miró a la cara y vio lo enfadado que estaba.

No me podía creer que no se diera cuenta. Para mí era todauna revelación, y él hacía como si no fuera nada del otromundo.

—Auggie, no podía soportar ver que esa cosa te tapasela cara —reconoció con torpeza.

—¡Papá, me encantaba ese casco! ¡Para mí significabamucho! Cuando se perdió me fastidió una barbaridad, ¿esque no te acuerdas?

—Pues claro que me acuerdo, Auggie —dijo en vozbaja—. Ay, Auggie, no te enfades. Lo siento mucho, peroes que no soportaba seguir viéndote con esa cosa en lacabeza. Pensaba que no era bueno para ti. —Intentabamirarme a los ojos, pero yo no quería mirarlo—. Vamos

Auggie, intenta entenderlo —prosiguió, poniéndome lamano bajo la barbilla e inclinándome la cara hacia él—.Llevabas el casco a todas horas. Y la verdad de la buena eraque echaba de menos ver tu cara, Auggie. Ya sé que a ti nosiempre te gusta, pero tienes que comprender... que a míme encanta. Me encanta tu cara, Auggie. La amoapasionadamente. Y me partía el corazón que siempreestuvieses tapándotela.

No paraba de mirarme, como si de verdad quisiera quelo entendiese.

—¿Mamá lo sabe? —pregunté.Abrió los ojos como platos.—Ni hablar. ¿Bromeas? ¡Me habría matado! —

contestó con tono de miedo.—Puso la casa patas arriba buscando el casco, papá —

dije—. Se pasó una semana buscándolo en cada armario, enla lavandería... en todas partes.

—Ya lo sé —contestó asintiendo—. ¡Por eso memataría!

Y entonces me miró, y vi algo en su cara que me hizoreír. Eso hizo que él abriese la boca de par en par, como siacabase de darse cuenta de algo.

—Un momento, Auggie —continuó, señalándome conel dedo—. Tienes que prometerme que nunca se locontarás a mamá.

Sonreí y me froté las palmas de las manos como si de

repente fuese alguien muy codicioso.—Veamos —dije, acariciándome la barbilla—. Quiero

la nueva Xbox cuando salga el mes que viene. Y quierotener coche propio dentro de unos seis años, un Porscherojo estaría bien, y...

Se echó a reír con ganas. Me encanta ser yo quienhace reír a papá, ya que él acostumbra ser el payaso quesiempre nos hace reír a todos.

—Ay, madre. Ay, madre —dijo, negando con la cabeza—. Vaya si has crecido.

Empezó a sonar entonces la parte de la canción quemás nos gusta cantar, así que subí el volumen y los dos nospusimos a cantar.

—«Soy el tío más feo del Lower East Side, pero tengocoche y a ti te apetece dar un paseo. Te apetece dar unpaseo. Te apetece dar un paseo. Te apetece dar unpaseeeeeeeeeeeeeeeeeeo.»

Esa última parte siempre la cantábamos a grito pelado,intentando sostener la última nota tanto como el cantante,pero siempre acabábamos partiéndonos de risa. Mientrasnos reíamos, vi que Jack había llegado y se acercaba anuestro coche. Me preparé para salir.

—Espera —dijo papá—. Solo quiero asegurarme deque me has perdonado.

—Sí, te perdono.Me miró agradecido.

—Gracias.—¡Pero no vuelvas a tirarme nada sin decírmelo!—Te lo prometo.Abrí la puerta y salí justo cuando Jack llegaba junto al

coche.—Hola, Jack —dije.—Hola, Auggie. Hola, señor Pullman.—¿Qué tal, Jack? —preguntó papá.—Hasta luego, papá —dije cerrando la puerta.—¡Buena suerte, chicos! —gritó papá, bajando la

ventanilla delantera—. ¡Nos vemos al otro lado de quintocurso!

Lo saludamos con la mano mientras arrancaba elcoche y se disponía a salir, pero me acerqué corriendo y élparó el coche. Puse la mano en la ventana para que Jack nooyese lo que estaba diciendo.

—¿Podéis hacer el favor de no besarme muchodespués de la graduación? —pregunté en voz baja—. Esbastante vergonzoso.

—Haré lo que pueda.—¿Se lo dirás a mamá?—No creo que pueda resistirse, Auggie, pero se lo

diré.—Adiós, mi viejo y cansado padre.—Adiós, mi niño, mi niño —contestó papá sonriendo.

Tomad asiento

JACK y yo entramos en el edificio detrás de un par dealumnos de sexto y los seguimos hasta el auditorio.

La señora G estaba en la entrada, repartiendo losprogramas de mano y diciéndole a la gente adónde teníaque ir.

—Los de quinto, siguiendo el pasillo a la izquierda —dijo—. Los de sexto, a la derecha. Pasad todos. Vamos.Buenos días. Id a vuestra zona. Los de quinto, a la izquierda,y los de sexto, a la derecha...

El auditorio era grandísimo. Había unas enormesarañas brillantes, paredes de terciopelo rojo, y filas y másfilas de sillas que llevaban hasta el enorme escenario.Recorrimos el amplio pasillo y seguimos las indicacionespara llegar a la zona de quinto, que estaba en una gran sala ala izquierda del escenario. Dentro había cuatro filas desillas plegables que miraban hacia la parte frontal de la sala,que era donde estaba la señora Rubin saludándonos nadamás entrar.

—Muy bien, chicos, tomad asiento. Tomad asiento —dijo, señalando las filas de sillas—. No olvidéis que tenéisque sentaros por orden alfabético. Vamos, sentaos todos.

Aún no había llegado demasiados alumnos, y los queya estaban allí no le hacían caso. Jack y yo estábamos

luchando con nuestros programas de mano enrolladoscomo si fuesen espadas.

—Hola, chicos.Era Summer, que avanzaba hacia nosotros. Llevaba un

vestido rosa claro y, creo, un poco de maquillaje.—Vaya, Summer, estás increíble —le dije, y lo

pensaba de verdad.—¿En serio? Gracias. Tú también, Auggie.—Sí, estás muy bien, Summer —añadió Jack, como si

tal cosa.Y por primera vez me di cuenta de que Jack estaba

colado por ella.—¿A que es emocionante? —dijo Summer.—Sí, más o menos —contesté.—Vaya, fíjate en el programa —dijo Jack, rascándose

la frente—. Vamos a pasarnos aquí todo el día.Miré el programa.

Palabras de bienvenida del director :Prof. Harold JansenDiscurso del director de secundaria :Sr. Lawrence Traseronian« Light and Day »:Coro de secundariaDiscurso de los alumnos de quintogrado :

Ximena ChinPachelbel: «Canon en Re mayor »Grupo de música de cámara desecundariaDiscurso de los alumnos de sextogrado :Mark Antoniak« Under Pressure »:Coro de secundaria

Discurso de la jefa de estudios desecundaria :Sra. Jennifer RubinPresentación de los premios (véase eldorso)Se irá llamando a los alumnos por sunombre

—¿Por qué lo piensas? —pregunté.—Porque los discursos del señor Jansen duran una

eternidad —contestó Jack—. ¡Es aún peor que Traseronian!—Mi madre dice que ella dio unas cuantas cabezadas

cuando habló el año pasado —aádió Summer.—¿Qué es la «Presentación de premios»? —pregunté.

—Es cuando les dan medallas a los empollones —contestó Jack—. O sea, que Charlotte y Ximena losganarán todos en quinto, igual que lo ganaron todo encuarto y en tercero.

—¿En segundo no? —bromeé.—En segundo no daban esos premios —contestó.—A lo mejor te llevas alguno este año —dije.—Solo si dan algún premio al alumno que tenga más

aprobados raspados —repuso entre risas.—¡Tomad asiento! —gritó la señora Rubin, como si le

molestase que nadie le hiciese caso—. Tenemos querepasar muchas cosas, así que haced el favor de sentaros.No olvidéis sentaros en orden alfabético. De la A a la G, enla primera fila. De la H a la N, en la segunda; de la O a la Q,en la tercera; de la R a la Z en la última fila. Vamos, vamos.

—Deberíamos sentarnos —dijo Summer, echando aandar hacia la primera fila.

—Espero que vengáis a casa después de la ceremonia—grité.

—¡Pues claro! —dijo, sentándose al lado de XimenaChin.

—¿Desde cuándo es Summer tan guapa? —me dijoJack al oído.

—Cállate, tío —contesté riéndome mientras íbamoshacia la tercera fila.

—Te lo digo en serio. ¿Desde cuándo? —susurró,

sentándose a mi lado.—¡Señor Will! —gritó la señora Rubin—. Que yo

sepa, la W está entre la R y la Z ¿no?Jack la miró como si no la entendiese.—¡Tío, te has equivocado de fila! —dije.—Ah, ¿sí? —La cara que puso mientras se levantaba

para cambiar de sitio, una mezcla de confusión y de chiste,me hizo partirme de risa.

Algo sencillo

UNA hora después ya estábamos todos sentados en elgigantesco auditorio esperando el discurso del señorTraseronian. El auditorio era aún más grande de lo quepensaba... más grande todavía que el del instituto de Via.Miré a mi alrededor y debía de haber como un millón depersonas entre el público. Vale, a lo mejor un millón no,pero un montón sí.

—Gracias, director Jansen, por sus amables palabras—dijo ante el micrófono el señor Traseronian, tras elpodio que había sobre el escenario—. Bienvenidos,compañeros profesores y miembros del cuerpo docente...Bienvenidos, padres y abuelos, amigos e invitados y, sobretodo, bienvenidos, alumnos de quinto y sexto grado...¡Bienvenidos todos a la ceremonia de graduación delcolegio de secundaria Beecher!

Todos aplaudieron.—Cada año —prosiguió el señor Traseronian leyendo

sus notas con sus gafas de leer casi en la punta de la nariz—me encargan escribir dos discursos de apertura: uno para laceremonia de graduación de quinto y sexto, y otra para laceremonia de séptimo y octavo que se celebrará mañana. Ycada año me digo que tengo que trabajar menos y escribirsolo un discurso que pueda usar los dos días. No parece

difícil, ¿verdad? Pero cada año acabo escribiendo dosdiscursos diferentes, sean cuales sean mis intenciones, yeste curso por fin he averiguado por qué. No es, como sepodría suponer, porque mañana vaya a dirigirme a unpúblico con mucha más experiencia en secundaria,mientras que a vosotros os queda casi todo el camino pordelante. No, creo que tiene más que ver con la edad quetenéis ahora, este momento de vuestras vidas que, a pesarde llevar veinte años rodeado de alumnos de vuestra edad,sigue conmoviéndome. Porque estáis en la cúspide, chicos.Estáis en el límite entre la infancia y todo lo que vienedespués. Os encontráis en un momento de transición.

»Aquí estamos todos reunidos —continuó el señorTraseronian, quitándose las gafas y usándolas para señalaral público—, vuestras familias, amigos y profesores, paracelebrar no solo vuestros logros de este último curso,alumnos de secundaria de Beecher, sino vuestras infinitasposibilidades.

»Cuando penséis en este último curso, quiero quemiréis dónde estáis ahora y dónde estabais. Todos habéiscrecido un poco, os habéis hecho un poco más fuertes, unpoco más listos... o eso espero.

Algunas personas de entre el público se rieron.—Pero el mejor modo de medir lo que habéis crecido

no es por centímetros ni por el número de vueltas quepodéis correr alrededor de un circuito, ni siquiera por

vuestra nota media... aunque son importantes, claro está. Semide por lo que habéis hecho con vuestro tiempo, porcómo habéis elegido pasar vuestros días y con quién oshabéis juntado este año. Para mí, esa es la mejor manera demedir el éxito.

—Hay una frase maravillosa en un libro de J. M.Barrie (y no, no es Peter Pan, y no voy a pediros queaplaudáis si creéis en las hadas...). —Todo el mundo se rió—. En otro libro de J. M. Barrie titulado El pajaritoblanco dice... —Se puso a pasar páginas de un librito hastaque encontró la que buscaba, y volvió a ponerse las gafas—: «¿Podríamos hacer una nueva regla: intentar siempreser más amables de lo necesario?».

El señor Traseronian miró al público.—«Más amables de lo necesario» —repitió—. Qué

frase tan maravillosa, ¿verdad? Más amables de lonecesario. Porque no basta con ser amables. Uno deberíaser más amable de lo necesario. Les diré por qué meencanta esa frase, esa idea: es porque me recuerda que,como seres humanos, llevamos dentro no solo la capacidadpara ser amables, sino la elección de poder ser amables. ¿Yqué significa eso? ¿Cómo se mide? No se puede usar unaregla. Es lo que iba decir antes: no es como medir cuántohabéis crecido en un año. No es exactamente cuantificable,¿verdad? ¿Cómo sabemos que hemos sido amables? ¿Enqué consiste ser amables?

Volvió a ponerse las gafas y comenzó a hojear otrolibrito.

—Hay otro pasaje de otro libro que me gustaríacompartir con ustedes —dijo—. Tengan paciencia mientraslo busco... Ah, aquí está. En Bajo la mirada del reloj , deChristopher Nolan, el protagonista es un joven que seenfrenta a desafíos extraordinarios. Hay una parte dondealguien le ayuda: un chico de su clase. En apariencia, es unpequeño gesto, pero para este jovencito, que se llamaJoseph, es... Si me permiten...

Carraspeó y se puso a leer del libro.—«En momentos así, Joseph reconoció la cara de

Dios con forma humana. Brillaba en su amabilidad hacia él,refulgía en su entusiasmo, daba pistas de su preocupación.Es más, acariciaba su mirada».

Hizo una pausa y volvió a quitarse las gafas.—«Brillaba en su amabilidad hacia él» —repitió

Traseronian, sonriente—. Qué cosa tan sencilla, laamabilidad. Qué cosa tan sencilla... Una bonita palabra deánimo que alguien te ofrece cuando la necesitas. Un actode amistad. Una sonrisa pasajera.

Cerró el libro, lo apartó y se inclinó hacia delante enel podio.

—Chicos, lo que quiero transmitiros hoy es queintentéis comprender el valor de esa cosa tan sencillallamada amabilidad. Esa es la idea que quiero dejaros hoy.

Ya sé que soy famoso por mi... verborrea...Todos volvieron a reírse. Supongo que él era

consciente de que era famoso por sus largos discursos.—... pero lo que quiero que vosotros, mis alumnos,

saquéis de vuestra experiencia en secundaria —prosiguió—es la certeza de que en el futuro que ahora os estáislabrando todo es posible. Si cada uno de los presentesconvirtiese en norma que dondequiera que estéis, siempreque podáis, intentaréis ser un poco más amables de lonecesario... el mundo sería un lugar mejor. Y si lo hacéis,si os comportáis con un poco más de amabilidad de lonecesario, alguien, en alguna parte, algún día, quizáreconozca en vosotros, en cada uno de vosotros, la cara deDios.

Hizo una pausa y se encogió de hombros.—O cualquier otra representación de la bondad

universal políticamente correcta en la que creáis —seapresuró a añadir, sonriendo, y con eso ganó un montón derisas y de aplausos, sobre todo de la parte de atrás delauditorio, donde estaban sentados lo padres.

Premios

ME gustó el discurso del señor Traseronian, perotengo que reconocer que desconecté un poco durante losdiscursos que prosiguieron.

Volví a conectar cuando la señora Rubin comenzó aleer los nombres de los alumnos que habíamos sacadomatrículas de honor, porque teníamos que ponernos de piecuando dijese nuestros nombres. Esperé a que dijese elmío mientras avanzaba por la lista en orden alfabético. ReidKingsley. Maya Markowitz. August Pullman. Me puse enpie. Cuando acabó de leer los nombres, nos pidió quemirásemos al público e hiciésemos una reverencia, y todoel mundo aplaudió.

Entre tanta gente no tenía ni idea de dónde estaríansentados mis padres. Lo único que alcanzaba a ver eran losflashes de la gente que estaba haciendo fotos y los padresque saludaban a sus hijos. Me imaginé a mamá saludándomedesde algún sitio, aunque no podía verla.

Luego, el señor Traseronian volvió al podio parapresentar las medallas a la excelencia académica, y Jacktenía razón: Ximena Chin ganó la medalla de oro a la«excelencia académica general en quinto grado». Charlotteganó la de plata. Charlotte también ganó la de oro enmúsica. Amos ganó la medalla por la excelencia en

deportes, lo cual me puso muy contento porque, desde lascolonias, consideraba a Amos uno de mis mejores amigosdel colegio. Pero lo que sí me encantó fue cuando el señorTraseronian pronunció el nombre de Summer paraentregarle la medalla de oro en escritura creativa. Vi queSummer se ponía la mano en la boca cuando dijeron sunombre, y cuando fue andando al escenario, grité: «¡Viva,Summer!», lo más alto que pude, aunque creo que no meoyó.

Cuando dijeron el último nombre, todos los alumnosque habían ganado algún premio se pusieron juntos en elescenario y el señor Traseronian le dijo al público:

—Señoras y señores, para mí es un honor presentarlesa los alumnos que este curso han obtenido los mejoresresultados académicos en Beecher. ¡Enhorabuena a todos!

Aplaudí mientras los alumnos hacían una reverenciasobre el escenario. Me alegré un montón por Summer.

—Y el último premio de la mañana —dijo el señorTraseronian cuando los alumnos volvieron a sus asientos—es la medalla Henry Ward Beecher para honrar a losalumnos que han sido notables o ejemplares en ciertasáreas durante el curso. Esta medalla siempre ha sidonuestra manera de reconocer el voluntariado o el servicioal colegio.

Enseguida me imaginé que se la darían a Charlotte,porque en este curso había organizado la recogida de

abrigos con fines benéficos, así que volví a desconectar unpoco. Me miré el reloj: las 10.56. Ya me estaba entrandohambre.

—... Henry Ward Beecher era, claro está, elabolicionista del siglo XIX y apasionado defensor de losderechos humanos que dio nombre a este colegio —dijo elseñor Traseronian cuando volví a prestar atención.

»Mientras leía cosas sobre su vida para preparar estepremio, di con un pasaje que escribió y que me parecíaespecialmente coherente con los temas que he tocadoantes, temas a los que he estado dándoles vueltas durantetodo el curso. No solo la naturaleza de la amabilidad, sinola naturaleza de la amabilidad de uno mismo. El poder de laamistad de uno mismo. La prueba del carácter de unomismo. La fuerza del valor de uno mismo...

Entonces pasó algo muy raro: al señor Traseronian sele quebró un poco la voz, como si se hubiera atragantadocon algo. Carraspeó y bebió un buen trago de agua. Ahora síque le estaba escuchando atentamente.

—La fuerza del valor de uno mismo —repitió en vozbaja, asintiendo y sonriendo. Levantó la mano derechacomo si estuviese contando—. Valor. Amabilidad. Amistad.Carácter. Estas son las cualidades que nos definen comoseres humanos y nos llevan, a veces, a la grandeza. Y estoes lo que hace la medalla Henry Ward Beecher: reconocela grandeza.

»Pero ¿cómo lo hacemos? ¿Cómo medimos algocomo la grandeza? De nuevo, no hay regla para medir unacosa así. ¿Cómo la definimos? Pues bien, Beecher teníauna respuesta para eso.

Volvió a ponerse las gafas, hojeó un libró y se puso aleer:

—«La grandeza», escribió Beecher, «no está en serfuerte, sino en el buen uso de la fuerza. El más grande esaquel cuya fuerza conquista más corazones...».

De nuevo se le quebró la voz. Se puso los dos índicessobre la boca durante un segundo antes de proseguir.

—«El más grande es aquel cuya fuerza conquista máscorazones con la atracción del suyo propio.» Y ahora, sinmás dilación, este curso es para mí un gran honorconcederle la medalla Henry Ward Beecher al alumno cuyafuerza silenciosa ha conquistado más corazones. AugustPullman, ¿quieres hacer el favor de subir para recibir estepremio?

Flotando

LA gente empezó a aplaudir antes de que pudieseasimilar las palabras del señor Traseronian. Maya, queestaba sentada a mi lado, dio un gritito de alegría al oír minombre, y Miles, que estaba al otro lado, me dio unapalmadita en la espalda. «¡Arriba, levanta!», decían miscompañeros a mi alrededor, y noté que un montón demanos me empujaban para levantarme del asiento, meguiaban hasta el pasillo, me daban palmaditas en la espalday entrechocaban sus palmas con las mías. «¡Así se hace,Auggie!», «¡Buen trabajo, Auggie!». Si hasta empezaron acorear mi nombre: «¡Aug-gie! ¡Aug-gie! ¡Aug-gie!». Miréhacia atrás y vi a Jack dirigiendo a la gente, con el puño enalto, sonriendo y haciendo una señal para que no me parase,y a Amos gritando: «¡Viva, pequeñín!».

Entonces me fijé en que Summer estaba sonriendo alpasar por delante de su fila, y cuando vio que la miraba,levantó los pulgares en señal de aprobación y dijo: «Guay»en voz muy baja, solo para que le leyese los labios. Me reíy negué con la cabeza, como si no me lo pudiese creer.Realmente, no podía creérmelo.

Creo que yo iba sonriendo. A lo mejor hasta tenía unasonrisa de oreja a oreja, no sé. Mientras avanzaba por elpasillo hacia el escenario, lo único que veía era un borrón

de caras alegres que me miraba y de manos que meaplaudían. Y oí que gritaban cosas como «¡Te lo mereces,Auggie!», «¡Enhorabuena, Auggie!». Vi a todos misprofesores en los asientos del pasillo: al señor Browne, ala señora Petosa, al señor Roche, a la señora Atanabi, a laenfermera Molly y a todos los demás: todos estabanaclamándome, vitoreándome y silbando.

Me sentía como si flotara. Era muy raro. Como si elsol estuviese brillando con fuerza sobre mi cara y soplaseel viento. Al acercarme más al escenario, vi que la señoraRubin me saludaba con la mano desde la primera fila, y a sulado estaba la señora G, que lloraba como loca, pero decontenta, y no paraba de sonreír y de aplaudir. Mientrassubía los escalones hasta el escenario, sucedió una cosaincreíble: todos empezaron a ponerse en pie. No solo lasprimeras filas, todo el público se puso en pie de repente,gritando, chillando y aplaudiendo como locos. Se habíanpuesto en pie para ovacionarme. A mí.

Fui hasta donde estaba el señor Traseronian, que meestrechó la mano con sus dos manos y me susurró al oído:«Enhorabuena, Auggie». Luego me puso la medalla alcuello, igual que hacen en los Juegos Olímpicos, y me hizoque me girase para mirar al público. Era como si meestuviera viendo a mí mismo en una película, como si fueraotra persona. Era como en la última escena de La guerrade las galaxias. Episodio IV: Una nueva esperanza ,

cuando todo el mundo aplaude a Luke Skywalker, Han Soloy Chewbacca por haber destruido la Estrella de la Muerte.Mientras estaba allí de pie en el escenario casi podía oír lamúsica de La guerra de las galaxias en mi cabeza.

NI siquiera estaba seguro de por qué me daban aquellamedalla.

No, eso no es verdad. Claro que lo sabía.Es como cuando ves a otra gente y no eres capaz de

imaginarte cómo sería ser esa persona, ya se alguien en unasilla de ruedas o alguien que no puede hablar. Solo que yosé que para otra gente —puede que para todos los presentesen el auditorio— esa persona soy yo.

Pero para mí yo soy yo, nada más. Un chico normal.Pero oye, si quieren darme una medalla por ser yo, no

me importa. La acepto. No he destruido una Estrella de laMuerte ni nada por el estilo, pero sí he sobrevivido a quintocurso. Y eso no es fácil, ni para mí ni para nadie.

Fotos

DESPUÉS se celebró una recepción para los alumnosde quinto y sexto bajo una enorme capa blanca en la partede atrás del colegio. Todos los alumnos se reunieron consus padres y a mí no me importó en absoluto que mamá ypapá me abrazaran como locos, ni que Via me abrazase yme zarandease a izquierda y derecha una veinte veces.Luego me abrazaron el abuelito y la abuelita, y la tía Kate yel tío Po, y el tío Ben... todos con los ojos llorosos y lasmejillas húmedas. Pero Miranda era la más graciosa: eraquien más lloraba y me abrazó tan fuerte que Via tuvo quequitármela de encima y eso hizo que las dos se partiesen derisa.

Todos empezaron a hacerme fotos y a sacar lascámaras de vídeo, y luego papá nos reunió a Summer, aJack y a mí para una foto de grupo. Nos pasamos los brazospor encima de los hombros y por primera vez, que yorecuerde, ni siquiera pensé en mi cara. Estaba sonriendo deoreja a oreja para todas las cámaras que me estabanhaciendo fotos. Flash, flash, clic, clic: sonreía mientras lospadres de Jack y la madre de Summer nos hacían fotos.Luego llegaron Reid y Maya. Flash, flash, clic, clic. Yluego llegó Charoltte y preguntó si podía hacerse una fotocon nosotros. «¡Claro, faltaría más!», dijimos. Y los padres

de Charlotte se pusieron a hacernos fotos al mismo tiempoque los otros padres.

Y casi sin darme cuenta, allí estaban los dos Max, yHenry y Miles, y Savanna. Luego llegaron Amos y Ximena.Allí estábamos todos apiñados mientras los padres noshacían fotos como si estuviésemos en la alfombra roja.Luca. Isaiah. Nino. Pablo. Tristan. Ellie. Perdí la cuenta detodos los que se unían al grupo. Todos, prácticamente. Loúnico que sabía era que estábamos todos riéndonos yapretándonos los unos contra los otros, y que a nadieparecía importarle si era mi cara la que estaba junto a lasuya. De hecho, y no lo digo para fardar, me parecía quetodos quería ponerse a mi lado.

El paseo de vuelta a casa

DESPUÉS de la recepción fuimos andando a casa paratomar pastel y helado. Iban Jack, sus padres y su hermanopequeño, Jamie, Summer y su madre. El tío Po y la tíaKate. El tío Ben. La abuelita y el abuelito. Justin, Via yMiranda. Y mamá y papá.

Era uno de esos estupendos días de junio en que todoel cielo está azul y brilla el sol, pero no hace tanto calorcomo para desear estar en la playa. Hacía un día perfecto.Todos estábamos contentos. Yo aún tenía la sensación deestar flotando con la música de La guerra de las galaxiassonando en mi cabeza.

Yo caminaba al lado de Summer y Jack, y no podíamosparar de reír. Todo nos hacía partirnos de risa. Estábamoscon la risa tonta: solo hacía falta que alguien te mirase paraecharte a reír.

Oí la voz de papá por delante de mí y levanté la vista.Estaba contando una historia graciosa mientras bajábamospor la avenida Amesfort. Los adultos también se morían derisa. Mamá siempre decía que papá podría ganarse la vidade cómico.

Vi que mamá no iba con los demás adultos, así quemiré hacia atrás. Se estaba quedando un poco descolgada,pero sonreía para sus adentros, como si estuviese pensando

en algo dulce. Parecía feliz.Retrocedí unos cuantos pasos y la sorprendí

abrazándola mientras caminaba. Me pasó un brazo porencima de los hombros y me dio un apretón.

—Gracias por hacerme ir al colegio —dije en vozbaja.

Me abrazó con más fuerza, se agachó y me dio un besoen lo alto de la cabeza.

—Gracias a ti, Auggie —contestó casi en un susurro.—¿Por qué?—Por todo lo que nos has dado —dijo—. Por entrar

en nuestras vidas. Por ser tú. —Se agachó y me susurró aloído—. Eres maravilloso, Auggie. Eres maravilloso.

Apéndice

LOS PRECEPTOS DEL SEÑORBROWNE

SEPTIEMBRE

«Cuando puedas elegir entre tener razón o ser amable,elige ser amable.» Dr. WAYNE W. DYER

OCTUBRE

«Tus actos son tus monumentos.» Inscripción en unatumba egipcia

NOVIEMBRE

«No tengas amigos que no sean iguales a ti.»CONFUCIO

DICIEMBRE

«Audentes fortuna iuvar.» (La fortuna sonríe a losaudaces.) VIRGILIO

ENERO

«Ningún hombre es una isla, completo por sí mismo.»JOHN DONNE

FEBRERO

«Es mejor conocer algunas preguntas que todas las

respuestas.» JAMES THURBER

MARZO

«Las palabras amables no cuestan mucho, peroconsiguen muchas cosas.» BLAISE PASCAL

ABRIL

«Lo que es hermoso es bueno, y quien es buenopronto será hermoso.» SAFO

MAYO

«Haz todo el bien que puedas,por todos los medios que puedas,

de todos los modos que puedas,en todos los lugares que puedas,todas las veces que puedas,a toda la gente que puedasy mientras puedas.»La norma de JOHN WESLEY

JUNIO

«¡Sigue el día e intenta tocar el sol!» The PolyphonieSpree, «Light and Day»

PRECEPTOS DE LAS POSTALES

EL PRECEPTO DE CHARLOTTE CODY

«No basta con ser amigable. Tienes que ser un amigo.»

EL PRECEPTO DE REID KINGSLEY

«¡Salva los océanos, salva el mundo!» ¡Yo!

EL PRECEPTO DE TRISTAN FIEDLEHOLTZEN

«Si de verdad quieres algo en esta vida, tienes quetrabajar. Y ahora, calla, que van a anunciar los números dela lotería.»

EL PRECEPTO DE SAVANNA WITTENBERG

«Las flores son estupendas, pero el amor es mejor.»JUSTIN BIEBER

EL PRECEPTO DE HENRY JOPLIN

«No te hagas amigo de imbéciles.» HENRY JOPLIN

EL PRECEPTO DE MAYA MARKOWITZ

«Lo que necesitas es amor.» THE BEATLES

EL PRECEPTO DE AMOS CONTI

«No intentes ser guay. Siempre se nota, y eso no esguay.» AMOS CONTI

EL PRECEPTO DE XIMENA CHIN

«Sé fiel a ti mismo.» SHAKESPEARE, Hamlet

EL PRECEPTO DE JULIAN ALBANS

«A veces es bueno empezar de nuevo.» JULIANALBANS

EL PRECEPTO DE SUMMER DAWSON

«Si puedes acabar secundaria sin haberle hecho daño anadie, ¡guay!» SUMMER DAWSON

EL PRECEPTO DE JACK WILL

«¡Tranquilo y sigue adelante!» Un dicho de la SegundaGuerra Mundial

EL PRECEPTO DE AUGUST PULLMAN

«Todo el mundo debería recibir una ovación delpúblico puesto en pie al menos una vez en su vida, porquetodos vencemos al mundo.» AUGGIE

Agradecimientos

ESTOY enormemente agradecida a mi increíbleagente, Alyssa Eisner Henkin, por enamorarse de estemanuscrito ya en sus primeros borradores y por ser unafirme defensora de Jill Aramor, R. J. Palacio o cualquiernombre que decidiese ponerme. Gracias a Joan Slattery,cuyo alegre entusiasmo me llevó a Knopf. Y, sobre todo,gracias a Erin Clarke, editora extraordinaria, que hizo queeste libro fuese todo lo bueno que podía ser y por cuidartan bien de Auggie y compañía: sabía que estábamos todosen buenas manos.

Gracias al maravilloso equipo que ha trabajado en Elmundo de August. Iris Broudy, es un honor tenerte decorrectora. Kate Gartner y Tad Carpenter, gracias por laestupenda cubierta. Mucho antes de escribir este libro tuvela suerte de trabajar codo con codo con correctores depruebas, diseñadores, directores editoriales, encargados demarketing, publicitarios y todos los hombres y mujeres ensilencio al otro lado del telón para hacer realidad loslibros... ¡Si lo sabré yo que no es por dinero! Es por amor.Gracias a los comerciales, a los compradores de libros y alos libreros que están en una industria imposible, perohermosa.

Gracias a mis increíbles hijos, Caleb y Joseph, por lo

feliz que me hacéis, por la compresión que demostrasteistodas esas veces que mamá necesitaba escribir y por elegirsiempre ser amables. Sois maravillosos.

Y, sobre todo, gracias a mi increíble marido, Russell,por tus opiniones inspiradoras, tu instinto y tu apoyoinquebrantable —no solo en este proyecto sino en todos,año tras año— y por ser mi primer lector, mi primer amor,y por serlo todo para mí. Como dijo María: «En algúnmomento de mi juventud o de mi infancia debí de haceralgo bueno». ¿Cómo si no se explica esta vida que hemosconstruido juntos? Doy gracias todos los días.

Y por último, y no por ello menos importante, megustaría darle las gracias a la niña pequeña que vi frente a laheladería y a todos los otros «Auggies» cuyas historia mehan inspirado para escribir este libro.

R. J.

Permisos

EXTRACTO de El león, la bruja y el armario, de C.S. Lewis, Ed. Destino, 2005. Traducido por GemmaGallart.

Gay and Loud Music: Extracto de «The Luckiest Guyon the Lower East Side», escrita por Stephin Merritt einterpretada por Magentic Fields, copyright © 1999 byStephin Merritt. Published by Gay and Loud Music(ASCAP). Todos los derechos reservados. Reproducidacon permiso de Gay and Loud Music.

Indian Love Bride Music: Extracto de «Wonder»,escrita por Natalie Merchant, copyright © 1995 by NatalieMerchant (ASCAP). Todos los derechos reservados.Reproducida con permiso de Indian Love Bride Music.

Sony/ATV Music Publishing LLC: Extracto de«Beatiful», escrita por Linda Perry e interpretada porChristina Aguilera, copyright © 2002 by Sony/ATV MusicPublishing LLC and Stuck in the Throat Music. Todos losderechos administrados por Sony/ATV Music PublishingLLC, 8 Music Square West, Nashville, TN 37203. Todoslos derechos reservados. Reproducida con permiso deSony/ATV. Music Publishing LLC y Stuck in the ThroatMusic.

Talpa Music: Extracto de «Beatiful Things», escrita

por Josh Gabriel, Mavie Marcos y David Penner. Copyright© Published by Talpa Music. Todos los derechosreservados. Reproducida con permiso de Talpa Music.

TRO-Essex Music International, Inc.: Extracto de«Space Oddity», letra y música de David Bowie, copyright© 1969, copyright renewed 1997 Onward Music Ltd,London, England. Todos los derechos reservados.Reproducida con permiso de TRO-Essex MusicInternatinonal, Inc., Nueva York.

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18/05/2013

notes

Notas a pie de página

[1] En Inglés Summer significa «Verano» y August,«Agosto». (N. del E.)

[2] En Inglés, Jack Will go to the beach . La palabrawill indica el tiempo futuro del verbo. (N. del E.).

[3] Janucá: festividad judaica que conmemora laexpulsión de los griegos de Israel, Kwanzaa: fiesta secularde la cultura afroamericana que tiene su origen en lacostumbre de reunirse alrededor de la primera cosecha delaño. (N. del E.)

Table of ContentsR. J. Palacios La lección de AugustPrimera parte

NormalPor qué antes no iba al colegioCómo nacíEn casa de ChristopherEn el cocheHola, señor TraseronianLa amable señora GarcíaJack Will, Julian y CharlotteLa visitaEl salón de actosEl tratoEn casaLos nervios del primer díaCandadosPrimeras preguntasCordero al mataderoElegid ser amablesLa comidaLa mesa del veranoDel uno al diezPadawanDespiértame cuando acabe septiembre

Jack WillEl precepto del mes de octubre del señor BrowneMi fiesta de cumpleañosHalloweenFotos del ColegioTocar el quesoDisfracesEl malo de ScreamNombres

Segunda parteUn paseo por la galaxiaAntes de AugustCómo veo a AugustAugust a través de la mirillaEl institutoComandante TomDespués de claseEl Padawan muerde el polvoUna aparición ante la puertaDesayunoGenética para principiantesEl cuadro de PunnettAdiós a lo viejo31 de octubreTruco o tratoTiempo para pensar

Tercera parteNiños rarosLa PesteLa fiesta de HalloweenNoviembreAdvertencia:La tumba egipcia

Cuarta parteLa llamadaLa heladeríaPor qué cambié de opiniónCuatro cosasEx amigosNieveLa fortuna sonríe a los audacesColegio PrivadoEn cienciasCompañerosCastigadoFelicitaciones navideñasCartas, e-mails, Facebook, mensajes de textoDespués de las vacaciones de NavidadLa guerraCambio de mesasPor qué no me senté con August el primer día declase

BandosLa casa de AugustEl novio

Quinta parteEl hermano de OliviaEl Día de los EnamoradosNuestra ciudadMariquitaLa parada del autobúsEnsayoPájaroEl universo

Sexta parteEl polo NorteEl muñeco de AuggieLobotOír con claridadEl secreto de ViaMi cuevaDespedidaLos juguetes de DaisyEl cieloLa suplenteEl final

Séptima parteMentiras de Campamento

El institutoLo que más echo de menosExtraordinaria, pero sin nadie que lo veaLa representaciónDespués de la obra

Octava parteLos campamentos de quinto cursoFamoso por...El equipajeAl amanecerEl primer díaLa feriaPortaos bien con la naturalezaEl bosque está vivoAlienVoces en la oscuridadLa guardia del emperadorEl sueñoDespués de todoEn casaOsoEl cambioPatosEl último preceptoAntes de bajar del cocheTomad asiento

Algo sencilloPremiosFlotandoFotosEl paseo de vuelta a casa

ApéndiceLOS PRECEPTOS DEL SEÑOR BROWNEPRECEPTOS DE LAS POSTALES

AgradecimientosPermisosNotas a pie de página

Table of ContentsR. J. Palacios La lección de AugustPrimera parte

NormalPor qué antes no iba al colegioCómo nacíEn casa de ChristopherEn el cocheHola, señor TraseronianLa amable señora GarcíaJack Will, Julian y CharlotteLa visitaEl salón de actosEl tratoEn casaLos nervios del primer díaCandadosPrimeras preguntasCordero al mataderoElegid ser amablesLa comidaLa mesa del veranoDel uno al diezPadawanDespiértame cuando acabe septiembre

Jack WillEl precepto del mes de octubre del señor BrowneMi fiesta de cumpleañosHalloweenFotos del ColegioTocar el quesoDisfracesEl malo de ScreamNombres

Segunda parteUn paseo por la galaxiaAntes de AugustCómo veo a AugustAugust a través de la mirillaEl institutoComandante TomDespués de claseEl Padawan muerde el polvoUna aparición ante la puertaDesayunoGenética para principiantesEl cuadro de PunnettAdiós a lo viejo31 de octubreTruco o tratoTiempo para pensar

Tercera parteNiños rarosLa PesteLa fiesta de HalloweenNoviembreAdvertencia:La tumba egipcia

Cuarta parteLa llamadaLa heladeríaPor qué cambié de opiniónCuatro cosasEx amigosNieveLa fortuna sonríe a los audacesColegio PrivadoEn cienciasCompañerosCastigadoFelicitaciones navideñasCartas, e-mails, Facebook, mensajes de textoDespués de las vacaciones de NavidadLa guerraCambio de mesasPor qué no me senté con August el primer día declase

BandosLa casa de AugustEl novio

Quinta parteEl hermano de OliviaEl Día de los EnamoradosNuestra ciudadMariquitaLa parada del autobúsEnsayoPájaroEl universo

Sexta parteEl polo NorteEl muñeco de AuggieLobotOír con claridadEl secreto de ViaMi cuevaDespedidaLos juguetes de DaisyEl cieloLa suplenteEl final

Séptima parteMentiras de Campamento

El institutoLo que más echo de menosExtraordinaria, pero sin nadie que lo veaLa representaciónDespués de la obra

Octava parteLos campamentos de quinto cursoFamoso por...El equipajeAl amanecerEl primer díaLa feriaPortaos bien con la naturalezaEl bosque está vivoAlienVoces en la oscuridadLa guardia del emperadorEl sueñoDespués de todoEn casaOsoEl cambioPatosEl último preceptoAntes de bajar del cocheTomad asiento

Algo sencilloPremiosFlotandoFotosEl paseo de vuelta a casa

ApéndiceLOS PRECEPTOS DEL SEÑOR BROWNEPRECEPTOS DE LAS POSTALES

AgradecimientosPermisosNotas a pie de página