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LA LEYENDA DE· LA MUERTE D ICE Anato1e France que sobre la reina Oleopatra se han escrito dos tragedi1as latinas, dieciseis francesas, seis inglesas y tro italianas ... ·Dentro de algunos lustros la de !Mata Hari será quizás tan. nutrida y ¡tan vaM1ida cual la de ita gran sedactora· oriental. De todas partes, en efec- to, de Alemania, de Polonia, de Hoi1anda., de Bohemia, vienen ecos que anuncian futuros dramas consagrados al misterio de 18. vida y de la muerte de la mujer que parece con- vertirse, poco a poco , en un símbolo san- guinario y voluptuoso de la fatalidad moderna. Hasta hoy, no obstante, el úndco que se ha atrevido a rPresentar a la danzarina roja en la escena, .rediviva 8iUllque no redimida, es Charles. HEmry · Hirsch. La obra, COlllll de taJ. artista, es fuerte' y esbeJla. ,Pero' es cruel e

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LA LEYENDA DE· LA MUERTE

D ICE Anato1e France que sobre la reina Oleopatra se han escrito dos tragedi1as

latinas, dieciseis francesas, seis inglesas y cua~

tro italianas ... ·Dentro de algunos lustros la bibli~afía teat~al de !Mata Hari será quizás tan. nutrida y ¡tan vaM1ida cual la de ita gran sedactora · oriental. De todas partes, en efec­to, de Alemania, de Polonia, de Hoi1anda., de Bohemia, vienen ecos que anuncian futuros dramas consagrados al misterio de 18. vida y

de la muerte de la mujer que parece con­vertirse, poco a poco, en un símbolo san­guinario y voluptuoso de la fatalidad moderna. Hasta hoy, no obstante, el úndco que se ha atrevido a rPresentar a la danzarina roja en la escena, .rediviva 8iUllque no redimida, es Charles. HEmry · Hirsch. La obra, COlllll de taJ. artista, es fuerte' y esbeJla. ,Pero ' es cruel e

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E l G O M E Z e Á B B 1 L L o

injusta, porque despoja a la infeliz fusilada

de lo único que ni s,us más encarnecidos acu­

sadores se habían ~trevid~ a negarle: del va­

lor en todas las circun$maias de la. vida, del orgullo desdeñoso ante SUB jueces, del heroísmo frío ante la muerte. MáS adelante, al llegar a la parte de esta historia., que no

es legendaria, .SLnO real, escucharem~ al doc­tor Bralez relatamos los últimos · momentos

de la condenada, con una admiración que

:recuerda la de los jóvenes atenienses que glosaron la suhlime ago~ía de B6crates. ·Por

ahora, de lo que se trata es de darnos cuen~ ta «te las iJm¡ágenes múltiples y cOll¡tradicto­

rias que el mundo Se ha formado de la más il~re de :Jas ~ías. La que «La. Danseuse B.ouge» nos ofrece, no es ni odiosa, ni si­

niestra. Es triste, es mezquj.na, es a.pocada, es temblarosa, es inconsciente. El dramatur­

go, cuYO pacifismo se nota a cada ins1tante,

no tiene la menor duda sobre la culpa.bilidad de .su heroína. La mujer que nos presenta,

no niega sus crímenes. Lo único que haCe

es tratar de e:x¡plica.rlos, de excusarloo, de

hacérselos perdonar. La eseena en 'la cual la

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LA LEYENDA DE LA MUERTE

acusada, después de negar contra la eviden­ocia, se decide a confesarse en aJ.ta voz, es

profundam'eme emooionante y profundamen­te falsa. Héla aquí:

-Ya no quiero mentir ... Quiero decíroslo todo, como se lo diría ala Virgen .... Vos­otr~ sois los jueces de mis faltas... No, de m_is. crímenes .. ,. Resulta difíci'l explicarse ante extranjeros que conocen mal el alma de los seres nacidos en otros climas. Toda

m,i vida me aparece de pronto. Me veo nar ciendo en la más pobre choza del más po­bre call1¡pesino. Mi madre, al darme el pri­mer beso, murmura a mi oído: «¿Por que, pobre cri&turita de Dios y de m,i sangre, has. venido en busca del hambre, que no nos aban­don.'1 jamás,?» Es cierto: en mi hogar casi nunca hal;>ía pan.. Mi padre, cuando volvía borracho, se burlaba de mi pelo y de mi del­gadez. A veces me pegaba. Yo era flaca, por­que no comí8J. Mi madre, para alilfnentarme como podÚ\, dábame una taza de aguardien­te por la mañana, cuando sabía qI,le no ten­dríamos otra cosa. Era aguardien¡l;e de mi ¡padre, que mi madre le robaba al verlo dor-

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E. G o M E Z e A R R 1 L L o

mido. A los trece años vi morir a mi madre,

y me encontré so1á en medio del camino. Yo ya no sabía ni reir, ni sonreir. Los trigos ·eran más aJtos que yo. Yo sabía que no es permitido tomar una sola espiga. Me ali­

mentaba con hierbas y por la noche lloraba

y las estrella& lloraban a~ verme. Pasaban así lOs d'Ías, las semanas, los mesee. Ai fin,

un día,. un hombre me dijo que yo tenía un pelo y unos ojos muy lindos. Al oirlo sentí

que un poco de sol entraba ·en mi corazón, hasta entonces obscuro. Ese hombre me llevó a Mos¡cú, donde tuve ropa nueva, calzado nuevo. Tenía vergüenza, ¡porque sus caricias me repugnaban. Tenía vergiienza, pero tenía mioedo de vdlver a caer en la miseria. Me

enseñó a leer, me enseñó a bailar. De pron­to, conocí el aint>r, en la persona de un es­tudiante guapo, pobre, que salía, lo mismo

-que yo, de la baja p¡~ebe campesina. La Po­licía secreta. lo arrancó de mis brazOS!. Jamás

he vueilto a saber io que la Policía polítlc.!l

hizo de SU juventud, de sus fuerzas, de su ideal. Entonces el mredo de esa Policía me

llevó a entregarme a ella. Para .no ser vÍctl-

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LA LEYENDA DE LA MUERT m

ma de la Policía, me convertí en servidora de la Policía. Me pagaban bien.. Yo amaba

el oro como un talismán que debía. hacer Jm­posible 'la vuelta del hambre, de la m¡iseria., del frío. La Policía, en todas partes; exigía. mis servieíos. Prim,ero informé a la. Po,licía rusa sobre cosas extranjeras; luego informé a la Policía alemana sobre cosas in.g.lesas; lue­

go a Ltalia sobre cosas austriacas; luego a Francia sobre cosas de varios países. He co­nocido reyes, príncipes, generales, ministros,

embajadores. Todos hablaban delante de mí COn confianza. Yo repetía sus conversacio­

nes" sin pensar en las cons¡ecuencñas de mis palabras. Las fronteras entonces no exis­tían más que en ,los mapas. Y pára mí, nó­mada y cosmopoli¡1;a, existían menos que para

nadie. Yo, iba a donde me llevaba la danza y el ca¡prichQ. Sin embargo, al estallar la

guerra presentí la impor.l;.ancia de m~ ac­ciones. Por eSO quise refugiarme en el c,am­po, en Francia; pero allí tam,bién fué a bus­

carme la PolJicía, la PoHcía francesa, para obligarme a servirla, para obligarme, ame­

nazándome, Después de una m~sión en Ro-

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E. G o M E Z e A R R 1 L L o

landa, tuve que resignarme a otra misión. Estando en Bruselas, los alemanes me sor­

prendieron, me prendieron, me amenazaron de muerte y me obligaron a hablar. Lueg'o, para salvarme de sus garras, para salvarme­

de la muerte, tuve que i;\ervirles. Vosotros.

no sabéi:s lo que es, en una mujer, el mledo>

de la muerte. Vosotros sois brav~s. Yo, !lO.

Yo sufrí dos días, y, al fin, conse.guí que me

dejaran ir a Hdlarida para servril1les mejor. En HOlanda la Policía alemana me hizo saber­

que en todas partes . mi vida estaba a la mer­

ced de sus agentes" si no los servía fielm~ntc. He sido un instrumento, nada más que eso;: una infeliz -que se formó en el hambre, en

el terror, en ,la esclavitud; una m~serable, si. nada más que eso ... ¡Virgen.", san¡ta Virgen, ten lástima de mí; ruega que me perdonen­

la vida, que no me maten!.." ¡VirgeIll, santa

Vdrgen! ... En el teatro, entre decoraciones que ,re­

presentan la severa audiencia de un Consej(),·

de Guerra, esta es,cena, que es el centro de: gravedad de la tr.agedia, emociona a todo

él mundo. Pero, lo repito, es una escena fal-

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LA LEYENDA DE LA MUERTE

sao Y no me refiero a visibles fBllsedades de -detalle, ni a falsedades biográficas de mayor importancia, ni (tampoco a la· gran falsedad que consiste en hacer confesar su crimen a una mujer que, según consta en la crónica

de los Tribunales, hasta el fin ¡proclamó s.u inocencia. El dra.m,a¡turgo y el novelista tie­nen, tal vez, derecho a modificar los aconte­cimientos materiales. A lo que no tienen de­

recho, en cambio, es adulterar el alma, el cá­rácter, lo que constituye lA fisonomía moral y espiritual de un personaje. Y si en Mata . Hari todo es misterioso, hay algo que no 10 es, y ese algo se llama energía, serenidad, arrojo, heroísmo. Su muerte socrática ...

Al llegar a es¡te punto siento que el di'a­maturgo me ,interrumpe, exclamando:

-Justamente, es · con el fin de destruir la leyenda embustera de su muerte socrática .• con el que he escrito mi tragedia. La v~r­dad, la única verdad, es la que yo ofrezco a los futuros historiadores. Esa mujer fué una siniestra. farsante hasta en el patíbulo.

Para hacernos aceptar su v«;lrsión singular

del fusilimi~nto fic.tivo. Charles Henrv

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E. G o M E Z e A R R 1 L ,c. ( L

Hirsch no \tiene Inás dato psicológico que· Ja circun.stancia, muy novelesca y id mismo­tiempo muy :real., de que el defensor de la ,

baiThLrina roja había sido su amante y con­tinuaba amándola, La co~duota que observó ,

el gran abogado ante el Consejo de Guerra para e;;qp.Jicar el doble carácter de su inte­

rés por la acusada, nadie, fuera de los j ue­ces, lo ,conoce a punto fijo, ,Pero tal cual la

escena !mrge en la obra teatral, después de una dEclaración valiente y digna del pintor " Ursac, tiene visos de no ser una pura fan~

tasía literaria. -¿Por qué razones dejó usted de visitar

a la ba~larina, a partir ,de 191O?-pregunta

el fiscal a'l testigo.

-Porque no me encontraba casi nunca en el mi'SW..o lugar que ella-coIlltesta Ursac.

-En 1910-agrega el fiscal-esta muj~r

delató a uno de nuestros ofiC1iales que se 11a­llaba en' Alemania. Usted Jo SUIPO, sin duda. ..

-En mi alma y conciencia, 'lo único que ;puedo decir es que la gente que rodeaba :lo

la gran artista parecíame demasiado frívola

y ruidosa para mis gustos. Nada más ...

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LA LEYENDA DE LA MUERTE

Entonces, sintiendo que su concÍlencia no debe contentarse con ejercer el misterio, casi impersonal, de la defensa, el aboga­do pide que se le permita hacer una revela­ción gr.ave. Y dirigiéndos~ a la:; jueces ' mili­

tares, exprésase en estos términos: «Yo co­nocí a la acusada en Monte CarIo, en 1907. La amé; la adoré... Ella me hizo Conocer el reino divino del amor. Durante dos aña:;: fui

felJz junto a ella. En el otoño de 1909 ella. dejó de amarme, y yo com,encé a sufrir de

la herida que aún llevo en el pecho. De vez

en cuando nos veíamoS': nos veíamos cada día mena:;, a causa de mis trabajos. Pero poco antes de la guerra, eU procurador de la

Re¡pública, amigo íntimo mío, ~ reveló las sospechas terribles que pesaban sobre esta

mujer. Anlte sus palabr,as, yo, egoísta., nO pensé sino en mi dignidad social en peligro.

Y ese no era mi deber. Mi deber era de­fender a .la miserable criatura que aquí véis,

contra los gue la conducían al a..bismo, con­tra ella m5:sma, contra las asechanzas del

destino. Cobardemente, no lo hice. Pude za~

ber que formaba parte de los servicios viles

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E. G o M E Z e A R R 1 L L o

del espionaje, y no hice nada por arrancarla

a tal horror. Así, pues, las faltas de ella son, hasta ciento punto, faltas mías. Yo me acuso de complicidad, por cobardía y por egoísmo,

pues sin m,i egloísm.o, si'n mi cobardía, no la ve­ríais hoy aquí, en ese ba.nqui'llo de ignomi­

nia. No olvidéis mi parte de culpa al juz­garla.» Y hay tal honradez en las palabras

de ese servidor del derecho; hay ta~ dolor

en el rostro de ese hombre que tiene fama. de impasible; hay rt:..al ternura en los ojos de

ese juríista sentencioso, que los rudos milita­res que forman el Consejo de Guerra, no pueden ocultar la emoción que los domina.

Sólo ella, sólo Ja acusada permanece rÍ­

gida y enigmática.

-Haced entrar a Qltro te~ti;go-dice el fis- '

cal, deseoso de disi¡par 1a angustia que nubla

la a.tm6sfe.ra de la audiencia, Y mientras OIga, la camarera, habla de su

señora con afecto., elogiando su infinita bon­

dad y su jna~table generosidad; en Ja men­

te de los espectadores comienza a tomar for­mas precisas la figura de una Malta lIari que ya no es el ser casi diabólico y completamen- ,

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LEYE-NDA DE LA MUERTE

te inconsciente que seduce por seducir, que traiciona por traicionar, que es dañina como

el azúcar es dulce y la hiel amarga; de una Mata Hari que, Jejos de ser perversa por lins,tinto, había' nacido para a.nmr, para ser tierna, para vivir en un nido tibio; de una

Mata Hari que no es la víctima obscura del Destino inescrutab1e e incomprensible, sino la víctima inmedia¡ta de la sociedad contenv·

poránea" .rn,ás cruel y más devoradora que la fauna de ]a jungla. El drama, desde este

instante, Se ~lara y pierde algo de su misterio angustiosp. Ante· sus peripecias, la concien­cia humana ya no se estremece preguntándose .si al fusilar a Ja danzarina roja, la justicia,

cegada por las circunstancias, no comeJl;ió ún error. Ya la espía., convicta y confesa, no es sino una de las infelices que en el juego sinies­tro de las intrigas trágicas" aplUes,tan y pier­den; una hermana de Margarita Francillard, de ' la Tichely, de la Loffroy, de lla Schnudt, de Otilia ·Moss; una sombra más, en el antro del ¡patíbulo, un cuerpo entre los demÍL;;

cuerpos femeninos de la fosa de las ajusticia­

das de Vincennes. Pero al mismo tiempo lo

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liJ. G o M E Z e A R R 1 L L a

que hay de noble, 10 que hay de voluptuoso,

lo que hay de extraordinario en esta mujer

que VM6 como artista y murió como artista.

~o que hace de ella una cria¡tura fataJ e irre­

sistible, digna de preocupar a un Shakespea-­

re y de seducir a un Ba1zac, lo que constl- ­

tuye su aureola, en suma, sedes;vanece.

Charles Henry Hirsch asegura, en una ca '.­

ta dirigida a «Comoedia,» que un ~is:f.ra­

do de la Corté de París le dijo al día si­

guiente del fusilamiento de Mata Hari, que

si la famosa espía habíase mostrado tan Sf;-­

rena ante 'los fusiles, era porque al,guien le

había hechocteer que su eje<;ución no sería

-sino un s,imulacro .. Pe.ro los que conocieron a . . la ' danzarina protestan contra tal leyenda.

y realmente, cuando se ve, a traves de los,

documen¡1;os del !p,roces<> publicados' por Mas-

· sa.fd, la energía tranqui[]a y tenaz de la in-­

culpada, no es posible -dar crédito a la. his­. toria de su miedo invencible, enfermizo, casi

histérico, ante la sola idea de la muerte.

La escena en ,que el abogado se decide a .

. rn,erutir por misericordia, es la que mejor'

- -revela elalm:a de la, dan~.euse r:ouge, tal cU1l1

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LA LEY-ENDA DE LA MU ERT E

Charles Henri Hirsch desea hacérnosla ver.

Enloquecida después de la sentenoia, la. con­

denada dice ,a su defensor: «Que me encie­

rren, que me encadellen, que me torturén, día y noChe, que mi vida no sea sino un do- ,

lor ... Mas que me dejen vivil1 ... No quiero mo­

rir, no; no, no quiero morir... Entr~ cuatro ..

muros, sin poder hablar y en tinieblas per­

petuas, aún gozaría sabiendo que estoy viva. ,

Con eJ. cuer~o lleno de llagas, cioega, paralí­

ti'ca, aún querría vivir. Que no me dejen más : que el derecho á respiirar, eso me bastará ...

Mi miedo esespanitoso ... », La: palabra es exac­

ta: es un miedo espantoso, un ,miedo, demen­

te y vehemente, un miedo pueril , instintivo,

inca¡paz de razonar; un miedo de animal he­

rido, un miledo que grita, que gi:me, que so>­

lloza, que amenaza, que se arrastra. Y, ade­

más, es un miedo cruel, un miedo egoísta.

«Por sa.lvar tu vida-mUl'ffiUra el defensor­

da,ría yo la mía.» A lo que ella, ávida, con­

testa : «y yo la tomaría.» Todo, en erecto,

todo lo humilde, todo lo vi'l, todo 1(') heroico,

todo lo humano Y ,todo 10 inhumano. parécele acepU¡.ble con tal de no morir. Las fras~s con"'.

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JjJ. G o M FJ Z e Á R R 1 L L o

SOoladoras de la religión , de la filosofía, de la .simple experiencia pe¡pular, que tan bien 58,­

ben, en circunstancias · patéticas, hacer casi· apetecible la idea de. la muerte, no tienen

sentido ¡para ella. Ella no oye m,ás que las voces confusas e imperiosas de su vitalidad

enloquecida por e~ miedo. Y a tal punto llega

su exaltación, que eJ austero jurista, que has;ta entonces no ha mentido nunca, le jura que su fusilamiento no será más que un si­

mulacro, y que en el mom,ento en que el ofi­cial de la esooJta · grite «¡fuego!», un heraA­

.do se presentará para ¡pregonar Ja clemencia

del jefe del Estado ... En honor de la verdad hay que. decir que,

aunque muy novelesca y muy absurda, esta leyenda no ha encontrado gran eco en la' ment.e del público. Hay quienes creen que

Ma¡ta Han, culpable y convicta, llegó' a con­fesar 'su crimen. Hay quienes la creen, por

el contrario, víctima de un error judiciaL Pero todos están de acuerdo para adnl¡irar ]a

tranquila sonrisa /con que, una mañana de otoño del año '1917, encaminó~,sin pnsa,

hacia el sinie$ro foso de Vincennes ..

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LA PRISION y LA MUERTE-

'PUEDO decir que la conocí íntimamen- . ¿ te?... En todo caso, estoy seguro de

que, durante los más dolorosos días de su calva­rio, fuí tal vez el único ser que podía llevarle a .. sru celda algo oloroso a vida y a juventud, algo ­que no tuviese nada de solemne, ni de ame­nazador, ni de desconfiado. Mi ministerio ·

profesional reducíase a poca cosa. Ella era fuerte y resistente. Lo que habría deseado,

el aire fresco, e~ agua perfumada para lbs ­

bañOs, los largos paseos, :Fesultaha i'mlPos\ble , dárselo. Así, pues, lo que en general IP€día­

me eran pociones para calmar sus nervios y para . dormir tranquiJI¡¡'. Sólo una. vez, ya al

borde de la tumba, solicid;ó de mí un vaso

de alcohol. Antes, duran.te los interminables . ,

días de su cautive.rio, nunca . tuvo, al menos

en presencia mia" ningún deseo de esos que,

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E. GOMBZ CARRILLO

en ,general, atormentan a los que se ha­

llan en la cárcel. Orgullosa ~or naturaleza e

imbuida como buena aristócrata del Norte de las jerarquías y hasta de. las· castas, soporta~

ha, no obstante, la compañía de Jás detenidas

que el reglamento hacía dormir en su mis­

mo calabozo, con la m¡ayor naturalidad ...

E l que aSí me habla es el doc,tor Bralez,

médico de San Lázaro, que estuvo en cons­

tantes relaciones con Mata Hari durante 'los

ocho meses que la famosa bayadera perma­

neció en aquella cárcel. -Entonces"":'" agrega-, yo no era sino

as,istente ' de mi maestro, el doctor Bizard.

Pero tal vez por lo mism,o , aquella mUjer ha­

blábame· con mayor confianza que a los de­

más y muy amenudo, después de 'la visuta

reglamentaria, ' obligábame 'a permanecer cor­

tos ra.tos a su l~o. No sé si por recato o por convenci:rriieruto -de que no valía. la pena. de

aipcerarse ante un simple interno; jamás me

habló de los ctimenes de que se le acusaba.

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L A PRíSION y LA MU E RT E

-Lo que yo sé de su :proceso, es lo ql13 sabe

todo el mundo. Y si lll;e Ipr~ta usted si.

·'creo que fué cu~pahle,. le contestaré que sí;

.a unque me cuesta trabajo creerlo. No parece

lógico, en efecto, que un ser de aquella na~

t ura1eza, con su alltivez, con su fantasía, con

su amor del arte, con su belleza, con su cul­

tura, con su de$recio del dinero, Se reba­

jara hasta el punto de seducir a los incauios

aviadores de Vitel para sorprender en sus

labios sedientas de besos los secreltos de

nuestras operaciones mlitares. Y, sin embar­

go, no hay duda de que Jos, debates de1 Con­

sejo. de guerra fueron desastrosos para ella

y ·para su defensa. Yo me acuerdo de haberla

visitado el mismo día de la sentencia -Y le

confieso a usted que su CB!lm¡1, ' su sangre fría,

su indiferencia, me dejaron ~antado. · Si yo

hubiera 'sido el capellán, habría .tratado ue

spndear su alma para ofrecerle ~()S consue­

Jbs de ~a fe. Mi minis,te.rio, purnmep,te fa­

cultativo, me obligaba a mantenerme en una

reserva absoluta y aSÍ, después de interro­

garla sobre su ' salud, me ailejé de su celda

sin :atreverme siquiera a receta111e u'nos se-

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JjJ'o G o M E Z e Á R R 1 L L o

110s de Veronal para hacerla dormir,. Dos días después noté que no los había . necesitado y

que sus noches no se resentían de 131 pers­pectiva de, un siniestro desenlace de la trage­dia en que se hallaba comprQmetida. Su pro­

ceso había terminado el 24 de julio., El 27" a eso de las diez de la mañana., una de las religiosas de 'la prisión acercóseme con mis­

terio y me dijo al oído que m,adame Mata

deseaba ver al doctor. «Será, sin duda, al doctor Bizard-contestéle.» «No--respondió­

me-, no; es ' al petit doctor al que quiere

ver.» El petit doctor era yo y allá me fuí

·temeroso de que la reacción deSIP'Ilés del es­fuerzo hubiese determimldo en aquella cria-, t,ura toda nervios, una crisis comp 1as que,

según ella misma asegurábalo, había sufrirlo en la época de sus grande:=¡ triunfos artísti­cos. Pero no, -nada de eso. Ni siquiera lla- ,

mábame ¡;ln calidad de médico. ,Lo que que­

ría era' que le llevara a,lgunos libros intere­,santes. Ingenuamente, citéle los nomb,res de

dos o tres nover¡stas ilustres, como Bourget,

Marcel 'Prevost,_ Rosny. «Nada de ef:\O--mur-,

muró ella con desdén-; ias h~orias bur-

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LA PRISION y LA MUERTE

guesas no me interesan mucho, y casi }lue­

do asegurarle que no he conseguido nunca

llegar hasta el fin de una de esas obras que se llaman de cost'U:mb~ •. Lo que me atrae es la ,POesía en ' lo ql.le tiene de misterioso y

de religioso, de legendario y de mágico. Yo creo que el único medio de 'vivir en belleza

consiste · en evadirnos de las miserias coti­

dianas para volar en ,¡pleno ideál. Por eso" dé lo europeo, yo no soporto ni la ~lffgi6n ... » Al 'llegar acÍuí se d~tuvet y ~ciendo un de­

licioso mohín de niña exclamó: <<"iNo · vaya. usted: 'a decir eso a las pobres religiosas que con . tanto empeño tratan de conv.erlirme!

La~ infelices no sabrían ni 10 que .]a palabra

relilgi6n significa en ,mis labi~ y de fijo ha­

rí~n la cruz al oi~ mezclar las danzas y hasta las caricias, con la liturgia,. .. Porque yo

soy india, aunque se asegure que he nacido.

en Ho1ia.nda ... Usted, que es inteligenre, .doc­

tor, usted 'Puede deciclo: ¿tengo algo de '~u­topea?, .. ·No.:. Soy una orienta:l.- Así, sólo lo

de Orilente me inlteresa en el fondo. Cuan­

do me hablan de patrias, ~i espíritu se vuel­ve .hacia un paíS lejano eh eU .que. una pa-

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E. G o JI 1!1 Z a Á R R 1 L L o

goda de oro se mira en un río tortuoso.. Yo

no sé a punto fijo de dónde soy ... ¿De Bena­res? .. , ¿de Golconda? .. , ¿de Gu.a1'ior?, .. ; ¿de

M.&thura ?... No importa ... Hay un secrelto en . mi nacimientO, en, mi niñez... Más tarde se

sahrá... Yo mrsn1;a apenas lo .he desentraña.-"do ... » Una nu:be de ·tristeza o de nootalg,ia parecía pasá;r por sUs ojos, a medida que

evocaba así s,u cuna ilusoria.. Y digo ilusoria, porque todo ¡parece demo~t>rar . que re.;¡.lmen­

te era holandesa. Pero aquí también la. rea­lidad resulta inexpLIDable. Ni ' el (tipo, ni el c.ar¡lcter, ni ,la. cuJ;tmra, .ni la piel, ni la men­

te de aquella Il\ujerr eran de nuestras latitu­des. H!ibí¡¡. ' en ella algo de .primitivo y de

salvaje, aja vez que algo de hierático, de

sacerdotal, de refinado... Algo de... no sé ·

cómo expresarme ...

El doctor Brallez bUsca una frase, . una

imagen, para condensar su visión extraña y , . ,

cb~radictori.a.. Se nqta que, . lo m,is.mo que a todoo 100 que la trataron.. Malta· 'Hari logró

,1&2

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LA PRISION y LA MUERTE

impresionarlo profundamente con su mezcia.

·de sencillez y de 'corru>licaciones, de inge­nuidad y de cálculo, de soberbia y de man­Sedumbre.

-Uno de sus am,antes--'le digo para ayu­darlo a dar con }a ,fórmula que en vano tra­ta de combinar-J~ pinta cual una niña po­

seída por el demonio ...

-N<>---'OOntéstame-; yo no puedo decir 10

mismo; yo no la conocí en circunB,tanci.as pro· pioias al juego C8.\Prichoso de SUS instintos femeninOS, . . Encerrada en una ,estrecha cel­da, acompañada siempre por otras reclusas, sin medios 'de comunicar con nadie, era,. s.i se quiere, una pantera enjaulada. Aunque tam¡poco es exacto. Una pantera, aun en su jaula, . es feroz. !La. bailarina n9 .inspiraba la menor idea de. crueldad. Lánguida . unas veces hasta el desmayo, y otras veces exa.l~ tada, febril, imperi~" siempre conservaba una .espede .de benevolencia aristocrática ·y Sensual que parecía perdonar de antemano el mal que 'le hacían. Se veía que su cultura era ¡profunda, no por. ser muy vasta, 'lino porque dommalba sus acciones y sus pensa-

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B. G o M E Z e A .il B 1 L L o

mienros, guiándola en todos los m.om.entoo de

su vida. Cuando, llamado p'O'r ella dos días-.' después de la sentencia, fuí a verla, m.e dijo: «En e~ momentos yo no querría l~r nada.

nuevo. Lo que deseo ardieIl¡temente es vol­ver a leer las obras que ' m.e . han gui'ado en,

el camino del ante y del amor, ya que., fuera

de esos dos terrenos, lo de.z:nás no ha exis­Itrido nunca para m,i. iLo malo es qu~ s,i U3-'

ted quisiera complacerme, tendría que obte­ner que el :museo Guim.et le prestase esas:;

'obras, ¡puesto que en ~as librerías nO' se en­cuentran.» Y ~nz6 a habiarme de los; grandes libros de 'La India como nosotros ha­bJ.amos de las últimas. novelas del Bulevar.

«En otro tiempo-:-decíam.e--mis lecturas fa­voritas eran' J\as que nos enseñan a -amar la.

vida y a saborear las vdlup~{]sidades con· sibaritismo ardoroso. Hay en el Prem Sagar'

capítulos que hacen palpitar todos nuestros-' seUJ~dos y que nos embriagan comp el opio.

Yo sé de mem.o~ia cantos enteros de ese hl­

menso peema, en el cual han hallado los poe-. .

tas mod~rni:Js sus Ip:e-jores inspiracioneS. Tll;mbi'én el teatro . de Kallidasa, con s.u ter-

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LA PRISION y LA MUERTE

oura.. y el de sus discípulos, con su 9Utileza pintoresca, me ha proporCÍ'onado días exqui­sitoo. Yo me río cuando oigo decir que en París el arte escénico está en su apogeo. ¡Si

sUiPiera usted lo que es, en la, IneLia, el refi­namiento psicológico y hasta reali~ta de las obraS!! Allá, cada pasión tiene su perfume y

su colbr y así el amor es azul, el goce es. bJ.anco, · la ternura es rosada, el heroísmo es rojo. Las decoraciones cambian de ma¡tiz y . la atm6sfera cambia ,de aroma a medida que alguno de estos sentimientos domina en el drama. Y cada personaje habla en la len:­gua de su casta y de su región, y cuanlio no se entienden entre sÍ, un intérprete, lo mis­mo que , en la existencia corriente, intervie­ne para traducirles lo que s~ dicen. Además, no crea usted que aquellos autores IPOnen en el eterno mo~de de los cua¡tro actos :tod~ la~ aventuras. No. Hay obras en .un aéto, en dos, en tres, 'en cinco, en siete, en doce, en vein­te, Según i<i iinportancia de la intriga. Y.los amantes Se aman, se aman de yerdad, enJ":ls tablas. y s~ odian de verdad. Y se persiguen

y se atacan de verdad. Yo he visto sangre

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en Jas , manos de algunoS de ellos. jAh, y las­leyendas caballerescas, las historias de.::a-­balleros rajputas que, con sus túnicas de .aza­frán sobre \].a cota de ~lla, ca,balgan en: busca de aventuras rnaravillOOO$!.. . jy Das no-· velas en las que una hija de braharnanes or­gullosos Se enam,ora de uri paje y pern~nece­

prisÍPnera en una cisterna años y años sin

renun~iar a la esperanza de esca&ars~ un día p~ra correr en su busca;, segura de que 1,0 ', hallará en 1ia p¡re:Qta de la pagoda en que ,se ' conocieron y e'llla cu~J.' él sabrá morir, SiUS"'-:

pi~ando phr ella, si n,o logra ver1a!'" L> ,más

~ande, 10 más noMe, lo más poétic~, es' 10-­que ,nOs ' queda de ' la ,' India védica: Pero', ahora, si w:ted quiere hacerme el favor que le. !pido" no es .necesario que me traiga ni el' . - , ~

Preffri, Sagar, ni el Baleta Mal, ni el Singha--zan Battici¡ ni el Suru;lara Kanda... COn una. opra ~ mod~ta y más fácil , de ' encontrar-­se me conforIDaré. Trate 'de buscarme -el' Loto de la Buena Ley; nada más; ,es un ti-­briro búdico que enseña a des¡preciarló to-,

do; .. » Yo la miré fijaln'ente , para ver si ha-,

bi'a ,algo en su rostro que se parecie~ a la~

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LA PRISJON y LA MUERTE

exp·resión de un reo cristiano que, en ca­p,illa, pidiera la Imitación de N1testro Señor ... Pero nOJ nada ...

El doctor Bralez continúa su relarto de esta

manera: -No encontré en ninguna lihrería el Lot(}

de la Buena Ley; pero un com¡pañero dd hospital San Luis, muy versado en lJitera,¡tura asiática, me. dió, pocos días después, una es:' pecie de evangelio del budismo, compuesto qe·fragmentos del Lalita Vistara, del Budda­

carita y del Avadanasataka. Antes de entre­garlE~ aquella obra a Mata Hari quise hojear­la y acabé por 'leerla entera, . con gran inte­rés, figurándome, a medida qu.e el filtro del nirvana iba. ¡penetrando en mi. espíritu, que el miSif1erio del alma de Ja bailarina aclará­base ante mi vista a la 'luz de aquel patético misticismo. Una de las prim,eras frases que encontré aJ. abrir el lihro, fué ésta: «El joven

mártir a quien ,el! verdugo a<;aba de . arran­carle los ojos, exclama: ¿Qué 'hnporta, pues­to que ya' .he sacado ' de ellos ~0S 1~ place­res que pueden prqporcitoru¡.r,. y puesto que, gr&cias ,a. ellos, me he dado cuenta de ' que

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liJ. G o M E Z e A R B. 1 L L@

todo es peTecedero, todo es efímero, todo es despreciable?» Luego 'leí la parábola famosa

de la cortesana, que reza: «El joven Upagup­

ta, que era un e~ejo de santidad, encon;tr~

se ' ullfl. mañana con la bayadera más bella del reino, 1a gloriosa :v asavadata de Ma­

dura; y cuando 'la mujer "ió at joven, emi­mor6se de él y se lo dijo; pero el joven se

~lejó sin volver -la cabeza. Algunos años más

tarde, esta bayadera fué condenada a muct­

te y el verdugo 18 cortó las piernas, los bra­

~, las orejas, ,la nariz, y la dejó abando­nada en el cementerio para que Jos cuervos ,

acabaran de cumpEr la sentencia. Cua.ndo Upagupta lo SUjpO, encaminós~ hacia el ce-'

men~ri.o. Y Jia ~ujer, al veIlo llegar, díjole: «No -quisiste mi belleza ni mi vida y vienes a gozar de mi ag~)J~ía y de mis dolores.» El joven contestólre: «Hermana,a lo que' vengo es a ver ' lo poco -queimpo'rta 1a vida y lo

poco que sj~nifica la belleza,» Entonces ella

ya nQ sÍnrtió ni las an$ias. de lamrue~" ni el dolor, -de desa¡pa:recer, ' y dáhdOSe cuenta

de la infinita, ¡pena que ha,¡y en el 'f~Drlc. de loo p.1iaceres, prefirió el ni-ryana y ~urió fe-

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LA PRISION y LA MUERTE

Jiz.» Todo lo demás era por el e~1ilo en aquel liQro, .que después he tra.tado 'en vano de en­

·contrar, pero que no con:tJenia nada que no

se halle e~ cualquier historia del Buda. Ep. ·cada página.,. alguna voz misteriosa, suave y

I

.serena, murmuraba los sa.mos del nenuncia-miento feliz , de la bienaventuranza del no

.:Ser, de la dicha de dejar de existir. Y oyen-do tales veces, pensaba que si realmente Mata Har.i había sido educada en esos ;prin­

«!Í¡1)Í.oS, no era. extraño que con · tan noble se­renidad,. eon tan altivo d€Sdén, con¡teJnplase

la persp.ectiva de su próxIm.o fus\lamiento. Porque, a pesaa- de 10 que digan los que in­

teIlPretan de un modo fantáSitico 1100 gestos . del heroísmo femeninQ, aquella mujer no

tuvo nunca la menor esperanza de que la

sentencia del Consejo de gU'erra dejara de -cumplirse. Recuerde usted, en efecto, la im­

p~le dureza de· aquellos tieIr1J.)()S.

El: doctor Bralez tiene razón .. Después de

un largo período durante el cual ministr0S

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E. G.Q M .E!Z C.A R R, 1 L L o

comp Malvy, Vivilani y Pa'inievé, inspirándo­

se en ilusorias ideas de mansedumbre salva­

dora, habían tratado de no ver los crímenes.

contra la socieda:d o contra la pa;tria que se . cometían en ' ciertos, círculos revolucionarlos.

y cosmopolitas, otros gobernarutes, no ' más,

patrioms, ¡pero sí más clarivident~s y más;

enérgicos, m:ás partidarios del ¡,uño de ace- .

ro, más impermeables a las influeu\!ü\s léni­

tivas, habían inaugurado lo que se llamó.

la época del terror. El comp~ot de los Invá­

lidos; la paridilla del Bonnet Roug8'; la lIl¡uer­

te obscura de Alméreyda; ei affaire Hans

Wram; el ca¡pil1:á;n Esteve vendido a los ale­

IJl;3.nes; el proceso de Bob bajá; el infeliz. '

Sed8.no, secretario de Rubén. Darío, que mu- . rió en: los fosos qe Vic.ennes, proclamándose hijo del. emperador Maximi1i:anj; el ayudan- ..

te misterioso; la' condena de Lenoir y de Du-­va]; ]as, mujeres fusiladas en Nancy y en

Bourges; todo · lo que podía impresionar al

puebJ.9. yal ejército, en s,uma, se amontona­

oa en él espacio' de ¡pocos meses. Los que en­

tonees caían en manos de la justicia militar, pagap;an por 'iOs q.ue, en loS· · dos _ prime~~ . .

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LA PRI$ION y LA MUERTE

añoo de Jla guerra, habían beneficiado del es~ píritu de tolerancia predicado por Malvy. Con su clarividenda, Mata lIari no podía de~

jar de comprender que era vana quimera la de esperar en lía gracia presidencial. Cierto que s;u defensor la mecía, cual . a una nÍÍl8" con lit prdmeSa de altas intervenciones sal­vadoras. De España, de Holanda" de ' Arré­rica, 'algunas voces generosas elevábanse en. su favor. ¿LlJegó ella siquiera_ a oirlas? En todo . caso, yo creo, cdmp el doctor Bralez, que desde el día en que esc'Ucl).ó la . terrible

' sentEmcia pro~unciada por doce SpldadOs:

l'ea.1esen nombre .del ¡pueblo francés, su :llma preparó&e a afrontar e1 último suplicio con desdeñosa bravura.

-Su charla-díceme . el eminente m.édico de . Sa~nt Lazar~, su interesante charla,. que antes · habJa sido cosmopolita y mun­

dana,. ~ com.~nz6, de pronto, a . torn~r~ 'más

grave,m;ás'soñadora, másorient~l... HaJ?ía en .s~ labios. t~ntas señtenCias (,mal en losAe

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E. G OM E Z e Á R R 1 L 1. U

Sancho. Pero no eran de la misma índole. Eran sentencias aprendidas en sus lecturas -de los grandes libros índicos, y que le servían para afirmar a cada instante su fe en el nir­vana. ,«Desde que nacemos---oecía resuniien­-do sus lecturas-somos un esqueleto anima­

do ¡por- un resorte que' el más leve choque ,rqmpe.» O bien: «El gusano es el úruico ser inmortal.» O si' no: ~<No hay ni vida ni

muerte: no hay má~ que '~tamorfOSJi.s.» Pero aunque" según he sabido deSpués, sus ,amigq,c;¡ la habían"si.empre encon\trado pedante a; cau­sa d.e ' estas citaS y de su pe~etuo deseo de

explicar a I¿; manera búdica o brahamánJéa los arcanos de illa. exis¡1;encia y los cánone's del

, I arte, confiesoqr¡e jamás nqté en su modo de hablar nada que me, chocara ¡por lo so­

lemne. En su incurable vele1dad, :mezclaba loo -powos ,de arroz con la metafiSlica J y hs prácticas del más bajo OC'U'ltismo con las se­renas ensefianzas de lbs Vedas. Un' ~rfume prepárado de cierto mP.do, un, cQlor comb~-'

nado con .otro co]Pr en - ci~,rtos días, una .pa.­

labra mágica ¡p.ronunciada con lJ,n acento es­pecia¡l, una cifra, cabalística, un ~uleto.

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LA PRISION y LA MUERTE

cualquier tontería; en suma, hacíala. concebir los más inauditos univers,os de exaltación. Me· acuerdo de una tarde en , que, ~rmiendo (!on aire muy triste, me dijo que para wgarme

todas mis ,atenci:ones e$ba dis~esta a dar­me las tres recetas de Ji magia. que más po-.

dían interesarma-. Yo le pregunté riendo~ :

«¿Cuáles son?» «La. iPirimera y la principal.

~ontest6m,e-es la que ' permite hacerse

amar del ser elegido, sea quien sea... Láse­gunda, menos nOble, pero más ,apetecida por­

el vulgo, es, el ar;te de convertido todo en" , , .

oro... La' te,rcera, e~ la panacea de la salud

inquebrantable.» Con los ojos dilatados, mi- , , rándome fij~nte sin parecer verme, per- ,

maneci.6 un largo rato en siliencib después , de pronunciar estas palabras. y aunque us~

, ted no 'me crea, yo llegué, aluéinado, a sentir­que 'm,e encontraba ante una bruja, ¡mte una

criatura sobrenruturai, que verdaderamente·

' podí~ , disponer de ~os el®1.en1Jo~ del: rrimrio. «Ya ' ve usted"":'agregó de ¡pronto, ' sa.cudiendo ,

lA cabeZa para alejar, 's,in duda,. :un maJ, pre­

~t~nUr---'--; ~a ve usted: yo he ' tenido las

tres coSas, gracias a mis recetas;, usted: tam~ -

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B. G o M E Z e Á R R 1 L L o

:t:>ién las tendrá, porque usted ha sido bue­

no conmigo ... » Y ,después de exhalar un sus­

piro ronco, quedó se tan sombría, tan ensimis­

mada, que ni siquiera notó que yo me mar­

-chaba de su celda. Ottas veces su alegría era

infantil, ingenua, hasta algo ordinara.a si se

.quiere; y entonces sí, podía uno, viéndola

reir y darse p:a¡hnadas en los muslos, acor­

,darse de las figura~ de las maritornes hoIan­

desaso Pero el fondo de su carácter era má"

~ien grave, inquieto, tornadizo, rej!e1oso, .'\pa­

siomido y coIlltradictorio. Había días en que, en el espacio de media hora, pasab·an por sus

})upi1as todas las torme~as y todos los iris

imaginab1es, Se comprendía muy bien, exa­

minándola sin prejuicios, el ¡poder absoluto.

qtle su roMera de ser, tan felina y ,tan per­

turbado.ra, había ejercido en 'Sus aman~.

Al ' llegar · a eSte punto, la idea 'me ViÍerie

.(le tratar de resolver uno de los intini~ mis­

ter;ioo que ~~elven en velos impenetrables 'la illljagen de la bayadera, preguntando· a mi

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LA PRISION y LA MUERTE

a.migo si ' realmente Mata Hari rué una de

las más bellas mujeres de su época. Los que !tan visto esas deliciosas fotografías desnu­das en las cua)es aparece la bayadera cual una venus exótica digna de ser cantada por &udeJaire como la encarnación de todoo 100 pecados mOrencs, me dirán, sin duda, que SU belleza es indiscutible. Pero no hay tal. y la prueba ' la (tenemos en eL testimonio de ,algunOs de $lS am,igo,s que la pintan con co­

lores 'Poco halagadores, asegurando que su fama, en esto como en otras cosas, no era $iIlO el triunfo del esnobismo, del redamo y

de la nClVeJiería. «Lo que gustaba-dicen és­

too-es lo que había en ella de raro y de .caro, .. »

,-La verdad-murmura el doctor Bra­lez.--, la verdad desde In¡Í, pun¡!;o de vista: la verdad dentro de mi gusto personal, es que Mata era realmente Jo que se lla~a en frañ­ces une belle lernrme, una rea.l hembra, una moza aixoSa y garbosa, decorativa y llamati­va. Con sus s,abios descotes y sus elegancias extrañas, tenía ' por fuerza que causar una honda senS;aCi(Hl . en los salones europeas, en

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1iJ. G o M E Z O Á .R .R 1 L L O

los cuales las damas cosmppolitas se eXItasia­ban respirando el ¡perfume de lujuria que se exhalaba de todo su cuerpo. Pero no era una In¡ujer bonita, ni una mujer bella. Sus, facciones carecían de fineza. Había algo de bestial en sus labios, en sus mandíbuJas, en sus pómulos. Su !piel obscura, pa:recía siem­pre ungida de aceite o cubierta de sudor. Sus pechos, sus pequeños pechos, que ella, escondía ante el ¡público en dos tazas de fili-, Krana, eran l)landOs, "marchiJtoo, ~rrugados~ Sóio sus brazos y sus ojos resuUaba.nbellos de absoluta belleza. Los que aseguran que tuvo los más bellos brazos del mlUndo, no, exageran. Y , s.us ojos, sus ojos magnéticos. y enigmáticos,: cambiantes y aterciopelados" imperiosos y suplicantes, melancóljcos y pue­riles, sus ojos terribles en cuyas linfas tan­tas a1inas habíanse ahogado, !también mere­cían las adoraciones 'de que eran objeto. Ella, preciso es confesado, no hablaba riunca de sus encantos fís,icos, y hasta !parecía; más or­gullOsa. de su espíritu que de ,su rostro. Por eSA las buenas ' reLigiosas de la cárcel, que le censuraban con suavidad su coqu~tería, ha-

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L.A P R 1 S 1'0 N Y L A M U Ji) R T E

cíanrne sonreir. Menos coqueta era, en .efec­

to, que las prostitutas callejeras que ocu­paban Joo ·grandes dorrn;ijtx)rios de Saint La­

zare... Sólo el día del fusilamienIto ... El doctor Bralez se detienesúbitan1ente,

CMl SIi estas úl¡timas (palabras despertasen en su m,emoria recuerdos dolorosos.

--¿~ acuerda usted~l~ pregunto--de un capítulo del libro de Massard, titulado: La víspera del último día? ~No-me contest8J-, no ~ acuerdo. --Allí es donde el comandarite del Cuartel

Gener&l .. de ParÍS hace bailar a la bayadera al borde de la tumba. Ellal, segúni pa:rece, sabía, como todo el mundo, que su defensor . . ... . había h~ho una supre'ma visLta al presiden-te de la República dos días antes. De tal

visita 4ependía su vida ,o su muerte. Y comp Clunet llevaba veinJticuatro horás sin presentarse en la J);risú6n, la condenada; i]J.­quieta, ansiosa, lívida, no dejaba tranquilas a las religiosas que la; cuidaban. «Si no vie-

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111. G OM 111 Z O Á R R 1 L L O

n6-decía-es porque no se atreve a anun­

ciarmeque Poincaré le ha negado 'mi gracia y que mañana' me fusilarán.» Sor María, wne pe tite soeur mignone, energique, cúrieu­s6,par7ant argot a ses detenues quand il le fállait, la her.Illili:pa; María, alIDque no muy

tie-rna, tuvo lástiroo de ' aquella mujer que ' se hallaba en capilla, y se propuso distraer­

Jn. «No diga usted locur.as»-excJam.ó. Luego, . ' , ,sabiendo que en su fanltástica inconsciencia l~ «india», cua.l ella U.:amába~a, n.o podía re· s~ir a 'k>s -haJa,gos reTatilvüS a s.u arte, le pi­d,ió que bailara sólo ¡para ella. Massard ter~ mina diciendo: «Mata da.nzó y luego se puso

. r a sonrelr y a ~erar.»

El doctor }k.alez también sonríe. -:-Es m,uy pooib.Je-murrnuT'aI-, y en ,todo

ca~ ki. anécdota está muy dentro del carác­ter dé la 'heroína. En la mádrugada misma

del" 15 de ,Octubre de 1917, cuando penetra­

'moS en la celda núm~lro 12 'Para despertarla I ' •••

a.nwiciándo~ que la :ÚLtirrna. hora de su vida había sonado, estoy seguro de que habría­mOS, podido }¡acerl¡¡, bailar sin dificultad,. T.o~os los guardianes¡ de ias priSíones han visw mtt-

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LA PRISION y LA MUERTE

chas madrugadas trágicas. Han visto gestos tranquilos, gestos temerarios, gestos fanfarro­nes, gestos desdeñosos. Han visto sonrisas de muchas clases, desda la que, en los labios . de los que tiemblan de miedo y de horror, pare­ce mueca de calavera, hasta le, que ,palpi~ acompañada de dulces preces. Lo que sólo aquella mañana de otoño v.ieron y que pro­bablemente no volverán a ver nUl1ca, eS una carcajada alegre, infantil, traviesa, comunica­tiva, en la boca de una cr.iatura a la que ape­nas le- quedan algunos minutos de . vida. La escena ha sido contada de mil maneras. Yo no la presencié, sin duda por haberse desarrolla­do en uno de loo momentos en que tuve· que salir del calabozo para ir a la enfermería. Pero la he oído contar varias veces. El defensor se había apartado del grupo que formaban los magistradoS. para: hablar en secreto con . la prisionera. De' pronto una risa estalló, sonora, inaudita, inverosímil, emocionáp.doles más que cualquier s9llozo. «Está 'l~»-dijo a1guien-. Pero para demostrarle que : se . eq~ivocaba, Mata en pers~ma, aún envuelta en ~u pegnoir,

acercóse a él y 'exclam6 con regocijo infa~til:

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liJ. G o M E Z O Á R R 1 L L O

úSabe usted lo que me aconseja el bueno de Clunet? '" Pues,' que para acogerme al pla~

zo que concede el artículo 27 de la ley, de~ clare que me hallo en estado interesante ... » y reía, reía de buena gana. Yc no escuché aquella risa. En cambio, noté la ironía fría de 8,U sonrisa, cuando al ver que los militares y los guai'dianes no se movían de su calabozo, a 'pesar de que tenía necesidad de hacer su toi1ett~, murmuró señalándoles la puerta: «Se­'ñores, . ¿me permiten ustedes que me vista? ... » Yo iba a retirarme, dejándola. sola con la re-. , ligiosa y con ~us dos compañe'ras de celda, pero' ella me detuvo diciendo que los médi­coo tenían derecho a asistir a su toilette. 'En~ tonces 'comenzó la escena que se ha referido mal en~ds los lipros, y que fué' un monólog9 ligero, angustioso a causa de su ·misma ligere~: m,de su 'aire .sonrienú!, de' su calma im-: perturbable. . Por un fenómeno muy ' fre­cuente en. los seres nerviosos e impre­sionables, aquella mujer que por la más Ji-. gera contrariedad .era capaz, en .las: ep~ casde SU esplendor, de ,tener ataqueS de ~r­vías, al preparar su sudario con sus manos

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LÁ p.RIS101V y LA i'vIUERTE

, a.ri$.ocráti~, ¡parecía m~ serena que si se arreg1ar~ para ir a una fiesta. La pobre reli­giosa, que algunas semanas antes, en un rapto 'de violencia de que habia Massal'd, había di,­che: dYa veremos si se muestra tan fiéra ante los fusiles como ' ante nosotras!», teIP­

bIaba ' de emoción y de asombro. Con los ojos muy abiertos, veía a aquella extraña artis­ta que, se movía rítmicamenie, sin prisa, sin e$remecimientos, y que nos confiaba sus últ~ sensaciones .con voz Itranquilia. «Ya'

vieron 'UStedes---decía lViata-; sin duda esos . señores tenían miedo de verme liolrar o gri­tar, y me aconsejaron al despertarme que ~ratara de mostrarme valiente... ¡Lo bien que yo dormía!..., Otro día" no les hubiera perdonado qUe me despertaran a tal hora ... '¿Por qué será esa costum,bre de ajusticiar en la madrugada? En ]a India no es as,Í. Allí la muerte es una ceremonia que se celebra en

/ I . ¡

pleno día, ante las multitudes coronadas de 'jazmines ... A mí me gustaría más ir a Vin­cen~esa' las tres de 1a tarde, después de un buen almuerzo,,~. Pero, en fin, .. Y ya que no hay aillm¡uerzo, 'por lo ' menos croo que un' des-

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E. G o M 1iJ Z e Á R R 1 f,¡ L o

·ayuno ... Doqtorcito, ¿q~ ' podría yotom,ar?

La pobre religiosa murmuró: «Un cordiab Yo dije: «Un grog». Ella me contestó: «Eso

" . es, un grog.» Al saliT para ir a hacérselo, los

militares, y los carceleros, que esperaban im­pacientes y lívidos, me ,interrogaron. Les aco.nsejé que se annaran de paciencia" pueS la prisionera no estaba dispu~ta a saH.r de

San Lázaro sinQ vestida" lavada y adornada.

Cuando vwví con una botella .de ron y mi jarro de agua a~carada~ Mata preguntóIn¡e: '

~¿Qué tieril¡po hace?», «Un tiempo :rna:gnífico.»

4:Enese caSd--exclaimp, volviéndose hacia lá religiosa--......es neces¡a,rio que me de 'USted mñ ~bri~() claro, e~ gris¡, el que traje af , en)trar aquÍ' ... » y sorbía su grrog sin prisa, pero sin ,tratar tampoco dE> alargar sus, últimos ine- ,

tantes· con ~os enternecedores pretextos que ,

(j~ail a. los criminales más descreídos a oif '

Ja ~isa que ~ les ofrece y a fumar muy len­tamente el sacralm,ental c:jgarrillo de la ago-.

nía. "Mata eStaba como en su casa. NingUno

de sus nervios h¡. atormen~¿m. <~~ muerte ~í~-no es ll8Jda, ' ni la vida tampoco:

'll).onr: dormir, sofiar, p~r" qué "impoIita; ':y '"

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L ~p BIS ION Y L..4. M U E R '1.' E

qué impor:a que sea hoy o lll¡añana., qu~ sea en nu~ro lecho o al final de un paseo; todo es una ilusión.»' La relig,iosa, en su deseo de reconciliar a aquella infeliz con Dios, ha;blá.­

bale del capellán y del pastor pro~nte de la cárcel. ¿Era protestante Mata Hari? En

todo caso, al pastor le había dado siempre la

preferen.cia.' Pero en el fondo, su única reli,­

gión era el pesimismo búdico que, para su-, primir el dolor, suprime la actividad, y que

sólo 've, penas , y , peligros en la exiStencia ..

An;te' un espejito muy pálido, desp-qés de pei­

narse, se empolvó el rostro y el pecho. Yo he

guardado s,u caja de polvos y su borla~ En­~ida, viendo que la religiooa le había he­

cho mal 'los lazos de sus zap¡:¡.titos de raso . blanco, inclinóse para .arreglarlos, 'llljU.rnl¡u- · - '

rando: ,«Hermana, ya se ve que usted no neva cintas comO! éstas en sus ;botas¡... No

importa ... ·Ahora, si us¡ted quiere. p:uede lla~ . , , '

mar al pa8tor para despedirme ... No es qu,e

~enga yo empeño en v:erlo ... Pero, puesto' que

su 'ministerio l~ obliga, .que veng8!.» En aqJlel;

mon;¡,ento,el comandante que hah~a idq a des- .

pertarla, llamó a Jia puer'tagnitando,: «Hay

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que ap.resurarse.» MaJa sonrió, desdeñ'ós~, y continuó su toilette diciendo: «Ahora pueden: entrat si quieren, puesto que ya estoy ve~~ tida.» Yo . abr¡ y cuatro o cinco ¡personas, eu­tre las cuales se hallaba mi jefe, el doctor Bi,.:: zard, que había salido un instante, entraron

\ ' .

en el calabozo. Sole~emente, el representanté ' ,de la Justicia rpreguntóle: «¿Tiene usted a.r.gu­na declar8,Ción que hacer?» Con indiferencia,

ella contestó: «Ninguna". Ya he dicho que soy 'inocent~." Y aUnque t;uviera. algo que declI, . ~o lo diría.» El juez agregó: «¿TieneUSitod . :aÍgún deseo qué expresar?}) «Sí; ,querría ver a. mi novio,,; feTO le prevengo a usted que ~stá en Rusia.:. Así., prues, me contentaré con ·esCribirle, ~i usted lO¡ 'permite.» . Luego, arre­~Jándoseel' sonili~ero y ' saliendo al .pasillo, . . ;~~: «Quanqo us:t;edes qui~ran, señores.» Al ll~ar al despachó del dirootor de la cárcel,

1 d~nde se había quedado el comandante ~as-sard y otros ~litares, Mata pidió una pluma y 'esdribió tres cartas, una ' ;para ' su hija" una

,p4ra un aJ.to frin.cionario francéS y una para .. .."

~1fL, novio; ·el capi~ Marow.. Al entregarlas ,a ¡,~r defensÓ~, le' suplicÓ; algo, irónica! qu~ nÓ

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:,Z;~ A P B 1 S 'l O N Y t ~ ir! u E R TE

se fuera a confundir enviando a 's¡u: hija la

epístola destinada a su amante. Y con paro

finne encaminóse a la puerta do~de la espe­

raba el autoimPviL Yo no fuí con e~la, siuo con Bizard y otro funcionario en un coche

" . '

de alquiler. A ella la acoI11Jlañaban Clunet, , la monja y lfn comandante. Nuestro vehícu~ lo, inenos ráQ>ido, llegó a Vincennes cuando

ya , la sentencia había sido leída ante Ja con'" ,

denada. Adem,ás, la consigna d~l capitán Bo~ chárdon era Sé,verísima.. Nadie, ni el defen­sor, ni el p.a$or, ni los médicos, pOdían acer­

carse al lugar del suplicio a menos que fue­

ranllarnado:s. 'Así, fué a ,cien pasos, detrás ,

de la valla d,e .dragones que formaban el cuar

dro, desde donde ví a aquella mujer adelan­

tarse orgull~mente ' h~ia el poste y dejame atar por ,la' cintura; la vi luego rechaza,r la.

' venda que querían ponerle ~n los ojos; la ,ví, '

'en:fin; a,.gi4r. unpañuélo eÍl signp de adiós, 'i ' creí que aquel ,8UtPremo gesto se dirigíJ!. a mí.

Yo 'tem,blaba de emoción. ¡Qué de extraño

tiene esto, cuando :los mismos gendannes que

:ha:bíªn: cus,t:ódíad~ '~u a~t0m6yÜ, y ' ~e eran : ':v:eteranQE¡ ~tutphra,dQS a cer~ias "de

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,.,. .. .. ..¡." . :o:J; '/11 .;'.", 'z''' ' :'N .... 10'.:; ' -.,s' ',í!> .~ .,.:.. .....',;,\- , ~ I~ ,~(J.' J.r.t . ~ . . ~.,. i~" ~I :.Il1 ' ;l.' "11 Jj " "Ut:

aquella especie, no podían oclrlt&r el temblor

que agitaba sus mo::¡tachos canos! Sólo el ca~

pitán Bouchardon sonreía mefistofélicamente.

con aire satisfecho, paseándose con las manos

en la espalda y murmurando entre- dientes

palabras que nadie oía, !Los dem~, mudos,

alejába.nse de ¡~ fosoS S1,iniest:ros con pasos

cris~ados. La pobre religiosa daba , pena. El

' ifustre Clunet daba lástima. Yo, oon mi más­

cara lívida., supon,go que daba risa,.. En el

'camino de regresO, Bi!zard no me dijo Una sola palabra. Pero cuando llegamos a su casa,

',¡mtes de apearse, recitóme, con voz oollozan­

te, las estrofas fanrosas de Baudel-aire:

'Les morts, les p1auvres morts ont de grandes . [douleu'r-s

Et' -quand octobre soufle, emondeur de grands . . [arbres

Certe ils doivent't rouver les vivants bien ingrata; De dOI,'mir, comma ils font, chaudement dans

[leurs ·dr8lps. Tandis que, devores de noires songeries, -Sans compagnos de lit, sans 'bonnes e auseries , Vieux squelettes geles, travaillés par le ver . !ls sentent s' egouter les neiges de l' hiver~.

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--Ahí tiene usted toda la hlstoria-m~ dice el dóctor Bralez, tratando de :sonreir ... ~e_ro yo descubro en su voz un .grave estrer'

mecimientbY ~n sus pupilas un hondo res- , plandor d~ tristeza. '

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