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«Más acá y más allá del sujeto: Lingüística, Filosofía del lenguaje y Psicoanálisis» Blanca ACIHAS LOPE Facultad de Humanidades. U. de Burgos. Desde hace ya varios años, la filosofía del lenguaje, definida por Katz como área de la investigación filosófica que trata de aprehender todo lo relacionado con el conocimiento conceptual de la manera en que éste se expresa y se comunica en el lenguaje, ha experimentado un fructífero auge con los trabajos de Strawson, Searle, Putnam, Quine, Davidson, Austin, Grice, Harman, Wilson y Sperber, entre otros. Muchos de ellos no han resultado indiferentes a la lingüística, especialmen- te a la pragmática semántica que pretende dar cuenta de la acción humana que se cumple por medio del lenguaje. La polifonía de la enunciación (Ducrot) pone de relieve la indagación sobre los distintos estatutos atribuidos a varios sujetos y la manera en que están marcados en la organización gramatical. Ante la pregunta ¿un enunciado, un sujeto de conciencia?, el psicoanálisis, además de la pragmática, apunta una respuesta centrando su interés en el discurso y en la palabra en tanto emergencia del sujeto del inconsciente. En la medida en que el lenguaje aporta al psicoanálisis, éste se constituye en los límites de la lingüística; límite y por tanto, contacto constante. En esta comuni- cación analizaremos en concreto algunas interrelaciones, que creemos necesarias, entre estas disciplinas en relación al sujeto. Desde tiempo atrás, el sujeto es motivo de amplias consideraciones y objeto de estudio desde el ámbito filosófico en general. Con el advenimiento de la modernidad filosófica se produce un seismo, del que ha surgido una nueva versión del Cogito pudiendo apuntar un trío forjador: Karl Marx (1818-1883), Friedrich Nietzsche (1844-1900) y Sigmund Freud (1856-1939), responsables de la alteración de la llamada conciencia filosófica. Muchos estudios han trabajado el parentesco entre estos críticos de la falsa conciencia pero lo que nos interesa es el punto de partida, y es que desde Marx, Nietzsche y Freud, se promueve una ciencia mediata del sentido, irreductible a la conciencia inmediata del mismo. Lós tres desde distintos ángulos, ejercitan una duda metódica concerniente al sentido y a la conciencia lo que lleva irremisiblemente a una dehiscencia entre subjetividad y objetividad. Tratando los fines de la historia (Marx), los de la moral (Nietzsche) y los del inconsciente (Freud), han tocado el nervio más sensible de la economía conceptual, es decir, más allá de la conciencia, la fuente del sentido, Emilia Alonso et al (eds.), La lingüística francesa: gramática, historia, epistemología, Tomo I, Sevilla, 1996

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«Más acá y más allá del sujeto: Lingüística, Filosofía del lenguaje y Psicoanálisis»

Blanca ACIHAS LOPE Facultad de Humanidades. U. de Burgos.

Desde hace ya varios años, la filosofía del lenguaje, definida por Katz como área de la investigación filosófica que trata de aprehender todo lo relacionado con el conocimiento conceptual de la manera en que éste se expresa y se comunica en el lenguaje, ha experimentado un fructífero auge con los trabajos de Strawson, Searle, Putnam, Quine, Davidson, Austin, Grice, Harman, Wilson y Sperber, entre otros.

Muchos de ellos no han resultado indiferentes a la lingüística, especialmen-te a la pragmática semántica que pretende dar cuenta de la acción humana que se cumple por medio del lenguaje. La polifonía de la enunciación (Ducrot) pone de relieve la indagación sobre los distintos estatutos atribuidos a varios sujetos y la manera en que están marcados en la organización gramatical.

Ante la pregunta ¿un enunciado, un sujeto de conciencia?, el psicoanálisis, además de la pragmática, apunta una respuesta centrando su interés en el discurso y en la palabra en tanto emergencia del sujeto del inconsciente. En la medida en que el lenguaje aporta al psicoanálisis, éste se constituye en los límites de la lingüística; límite y por tanto, contacto constante. En esta comuni-cación analizaremos en concreto algunas interrelaciones, que creemos necesarias, entre estas disciplinas en relación al sujeto.

Desde tiempo atrás, el sujeto es motivo de amplias consideraciones y objeto de estudio desde el ámbito filosófico en general. Con el advenimiento de la modernidad filosófica se produce un seismo, del que ha surgido una nueva versión del Cogito pudiendo apuntar un trío forjador: Karl Marx (1818-1883), Friedrich Nietzsche (1844-1900) y Sigmund Freud (1856-1939), responsables de la alteración de la llamada conciencia filosófica. Muchos estudios han trabajado el parentesco entre estos críticos de la falsa conciencia pero lo que nos interesa es el punto de partida, y es que desde Marx, Nietzsche y Freud, se promueve una ciencia mediata del sentido, irreductible a la conciencia inmediata del mismo. Lós tres desde distintos ángulos, ejercitan una duda metódica concerniente al sentido y a la conciencia lo que lleva irremisiblemente a una dehiscencia entre subjetividad y objetividad. Tratando los fines de la historia (Marx), los de la moral (Nietzsche) y los del inconsciente (Freud), han tocado el nervio más sensible de la economía conceptual, es decir, más allá de la conciencia, la fuente del sentido,

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el destino del sujeto. Desafían la búsqueda de los límites de la filosofía de la conciencia y de la teoría del sentido que se encuentran como puntos de fuga en la cuestión del sujeto, ya que la categoría de sujeto garantizó hasta entonces la inherencia recíproca de la conciencia y el sentido. El sujeto para Marx y Iiietzsche es un sujeto sobredimensionado, un ídolo hipostasiado por un cierto pensar metafísico. Por distintos caminos que ahora resultaría improductivo reseñar, se llega la dolorosa conclusión del sujeto como sede de la paradógica división entre saber y verdad.

En el umbral del siglo XX, la fenomenología y el psicoanálisis, en niveles diferentes, cuestionan una concepción constructivista del sujeto que reposaba en un desconocimiento de algunos niveles de experiencia y pasividad. Desde entonces factores culturales y epistemológicos nos incitan a no separar el hombre en crisis de las reestructuraciones que implica la noción extensa del sujeto. Desde la metafísica a una antropología del sujeto, su crisis y teorización entre la deconstrucción y la reconstrucción alcanzando una estructuración desde la base de esquemas lingüísticos (que objetivados o no en estructuras gramaticales, condicionan la actividad pensante). Estos esquemas le hacen escapar de las fuerzas y acontecimientos que tienden a neutralizarlo, cercarlo o reprimirlo socialmente, para abrirse al mundo del sentido dada su relación constitutiva con lo universal (el mundo donde y de donde es capaz de hablar) y con lo singular (correspondiente a la manera en que lo testimonia). Es como sujeto hablante como el hombre se enfrenta a lo por venir oponiendo medios noéticos originales, no excluyendo el papel de la acción, aunque es claro un trabajo del lenguaje, con una pronta transformación humana de la naturaleza, que permite apuntar un desarrollo «ergogenético» del que son tributarias las construcciones de orden lingüístico.

Así, la cuestión del sujeto se asienta en bases más ampliamente antropológicas a partir de las aportaciones lingüísticas, semióticas o psicoana-líticas.

Los fines filosóficos han exigido del lenguaje su condición de ideal, condición a la que también la lingüística ha pretendido ajustarse desde sus comienzos. lio es extraño que hasta que no se han desarrollado conceptos como enunciado y enunciación, el trabajo realizado con la frase y su necesaria exigencia teórica, normativa e ideal, no se permitieran valoraciones del fenóme-no lingüístico distintas de su capacidad de transmitir información.

Grice, en su famoso artículo Lógica y conversación, ya veía, en cuanto a filosofía del lenguaje se refiere, que estos supuestos debían rechazarse en cuanto a que: «el lenguaje sirve a muchos propósitos importantes, además de los propios de la investigación científica > (Grice 1975: 512). Reconoce más adelante que aunque los expedientes formales se prestan a un tratamiento sistemático por parte del lógico, resta todavía el caso de muchas inferencias y argumentos, expresados en el lenguaje natural, y no en términos de los susodichos expedien-tes, cuya validez hay no obstante que admitir. Por consiguiente, debe quedar un lugar para una lógica no formalizada, y por lo tanto más o menos asistemática, de las contrapartidas naturales de aquellos expedientes. Destaca que las diferencias concernientes al estatus del significado y que dividen a la opinión filosófica, provienen de haber prestado poca atención a la naturaleza y a la

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importancia de las condiciones que gobiernan la conversación. Es la atención a esas condiciones, la que rige, por ejemplo, la escucha psicoanalítica.

La relación entre lingüística y psicoanálisis viene siendo antigua desde el interés del propio Freud por los fenómenos del lenguaje y la influencia que la revolución saussuriana ejerció en Lacan. Emile Benveniste fué interlocutor de Lacan y uno de sus trabajos abrió el primer número de la revista de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis (Benveniste: 1952, 3-17). Desde entonces el psicoaná-lisis ha permanecido atento al desarrollo de esta disciplina, a pesar de las distancias que le separan, metodológicamente y en cuanto a objetivos.

La lingüística entiende el lenguaje como instrumento de ordenación del mundo y de la sociedad, considerados en su realidad, pero el psicoanálisis constata en su propia experiencia lo que definiría como insuficiencia del lenguaje para asir y reflejar el mundo interior y muy en especial la realidad imaginaria. El lenguaje, aprendido de labios de un objeto exterior, se sostiene en una competencia formal aplicada a la tarea de categorizar el mundo exterior pero no deja por ello de ejercer su imperio sobre el mundo interior. La ambigüedad del habla analítica reside en la indeterminación de su campo por cuanto la palabra se refiere de la misma manera - sin indicar siempre la distinción-a la realidad material, es decir la concerniente al ámbito de lo real del mundo y que el lenguaje categoriza, a la par que a la realidad psíquica, cuya categorización es más difícil de establecer. El lenguaje efectúa la doble operación de hablar de algo y de sí mismo. Es el vínculo de una doble referencia que reúne distinguién-dolas, la realidad exterior, o material, u objetiva y la realidad interior, o psíquica, o subjetiva.

Esa realidad psíquica que se muestra privilegiadamente en la poesía, el mito y la literatura de ficción en general, llevó primero a Freud y luego a esta disciplina a buscar y en ocasiones encontrar cierto parentesco entre los efectos del inconsciente y los del texto literario. El psicoanálisis sin embargo, ha intentado acercarse más a la lingüística, sobre todo a partir de Lacan, por cuanto tiene su lugar en el habla corriente, en un discurso verbal transformado por el encuadre y con una referencia dominante a lo extralingüístico. El problema del lenguaje se plantea entonces para el psicoanálisis como concepción de las relaciones en dos sentidos, es decir, entre el ejercicio de una palabra audible en el encuadre, o lo que el encuadre hace hablar y lo extralingüístico propio del psicoanálisis: lo que articula realidad psíquica y realidad exterior. El sujeto es entonces, el lugar de todos los conflictos, donde se media lo interno y lo externo.

Jakobson ya afirmaba que el signo no significa su significado, significa el mundo exterior a él (Pottier: 1973,143) (Benveniste: 1966,51). La solución a este debate sólo puede venir de una nueva concepción de las relaciones entre el adentro y el afuera, cuyo campo privilegiado es ofrecido por el lenguaje. Habría que dejar de pensar entonces el interior y el exterior como mutuamente excluyentes y tratar de concebir una relación más dialéctica entre ellos: el adentro no se constituye sino por una separación respecto del afuera, siempre que se forme interiormente una representación del adentro y el afuera que cree, en el seno del adentro, un afuera que no sea el mismo que el afuera primitivo y que sin embargo haga sus veces. Para el psicoanálisis, el concepto de representación debiera hacer posible terminar con cualquier clase de objetivismo

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y comprender que toda representación es construcción. Más aún, que la representación construye por partida doble: su objeto y ella misma. Y que su especificidad es quizás el no ser nunca unívoca, e incluso que no se puede hablar de sistema representativo como no sea en el interior de un conjunto heterogéneo de modalidades de representación.

El problema del lenguaje para el psicoanálisis es el problema del objeto: el de los objetos del lenguaje, reales o imaginarios, y el del lenguaje como objeto. En estas condiciones, el significado no es aquí una comunicación abstracta sino que sólo se revela como significado al sujeto por efecto combinado del inconsciente y del objeto. Lo que le interesa al psicoanálisis es saber si procedimientos de análisis del lenguaje diferentes al suyo propio permiten tender un puente entre el discurso del paciente y la realidad extralingüística a la que el análisis del psicoanalista se ve remitido. Para Green, el problema radicaría en saber si el análisis de los enunciados contiene indicadores de esa realidad extralingüística que actúen sobre la escucha del analista y que este trate intuitivamente sobre la creación del discurso manifiesto. Estos indicadores de la realidad son para Ducrot y Anscombre intralingüísticos y ahí radica su concepción de la enunciación y los topoí. Esto llevaría a concebir indiscutible-mente y de una vez por todas al inconsciente estructurado como un lenguaje.

El analizando no enuncia solamente un mensaje doble, sino que otorga al habla la función de un doble. Y el analista, cuando fractura la coherencia del discurso manifiesto, lo hace para liberar a la representación cautiva del lenguaje. Pero la separación así obtenida posee una propiedad que la lingüística no puede menos que ignorar: esa desligazón procede de la desarticulación del signo puesto que los signos ya no se unen entre sí, ni los significantes, ni los significados, y que al significante de un signo puede acoplarse el significado de otro signo, e inversamente.

Green apunta la necesidad de distinguir entre significado y sentido pues el significado remite siempre a un significante y el sentido surge del conjunto formado por el signo, sea en el nivel léxico, sea en el de la frase, donde entra a jugar la gramática. El significado como cara abstracta del signo, como represen-tación mental implica la consideración de lo que siempre quedaba fuera de la lingüística como integrante de una realidad referencial a la cual remitía el lenguaje sin más.

Ducrot, al igual que la filosofía del lenguaje que se preocupa de definir la enunciación, el significado y el sentido, también ofrece una diferenciación clara. Ducrot hablará de significación cuando sea cuestión de caracterizar semánticamente a una frase, reservando la palabra sentido para la caracteriza-ción semántica del enunciado. La diferencia es de naturaleza y de estatuto metodológico. Rebate la concepción habitual que considera el sentido del enunciado como la significación de la frase segmentada con algunos ingredien-tes tomados de la situación de discurso. Opina que la naturaleza instruccional de la significación se muestra con claridad cuando se introducen en ella variables argumentativas. Por lo que el sentido no aparece como la suma de la significación y algo más, sino como una construcción que, habida cuenta de la situación del discurso, se opera a partir de las consignas especificadas en la significación.

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La hipótesis de Ducrot pasa por considerar el sentido como una descripción de la enunciación, y lo que el sujeto hablante comunica por medio de su enunciado es una cualificación de la enunciación de ese enunciado. Este es quizá uno de los puntos de encuentro más importantes entre disciplinas, en el sentido de que para la lingüística, al ser el sentido una cualificación de la enunciación y al consistir especialmente en asignarla ciertos poderes o ciertas consecuencias, quedan dentro del lenguaje efectos y condicionantes del discurso que hasta ahora se habían considerado como extralingüísticos y que hacían muy dificultoso el diálogo con disciplinas como el psicoanálisis a pesar de una terminología en ocasiones similar. El que el sujeto hablante comunique esa cualificación de la enunciación de ese enunciado es la base fundamental que capta la escucha analítica y el trabajo posterior que determina que el sujeto hablante haga consciente tal cualificación. Sin lo cual queda siempre inexplicado, cómo a través del lenguaje se accede al psiquismo más profundo y puedan operarse las transformaciones que se observan a nivel de la terapia.

Según Ducrot lo que el enunciado dice acerca de su decir es que se trata del lugar en que se expresan diversos sujetos cuya pluralidad no puede ser reducida a la unicidad del «sujeto hablante», fundamento - hasta ahora nunca cuestionado - de las más diversas teorías lingüísticas. La determinación de esa pluralidad deriva hacia la consideración de los diversos estatutos atribuidos a estos sujetos, sobre su carácter necesario o arbitrario y su organización (Ducrot 1984). En teoría literaria Bakhtine elaboró el concepto de polifonía que Ducrot aplica a la lingüística demostrando que un mismo enunciado puede exponer simultáneamente una pluralidad de puntos de vista yuxtapuestos e imbricados.

Recordemos, por otra parte, el caso de la autobiografía: el tema del sujeto suscitado por la memoria de lo subjetivo. Así, lo que de uno, como propio sujeto cuenta la autobiografía, es producto de una memoria interiorizante, que presenta el recuerdo como reunión interior y preservación de la experiencia. Recordemos a Paul de Man y su lectura de la frase de Hegel: «Ich Kann nicht sagen was ich (nur) meine». Es decir, yo no puedo decir yo, siendo el «yo» por definición lo que yo nunca puedo decir. La memoria oculta la remembranza como el yo se oculta a sí mismo. ¿Y al tratar de la temporalidad del yo, en el proceso descrito de la memoria, cómo puede hablarse de un sólo yo? (Derrida: 1989, 773).

Tanto la filosofía analítica del lenguaje como la lógica están centradas en una concepción de la verdad radicalmente diferente de la que el psicoanálisis intenta conceptualizar, de manera por supuesto más conjetural pero que hace más justicia a la complejidad del problema en su referencia al sujeto toda vez que no teme abordar paradojas como la de la verdad de lo falso. - Pierce, también distingue, con fortuna, entre verdades psíquicas y verdades psicológicas en el estudio del lenguaje (Pierce, 134)

Para la filosofía del lenguaje, las contingencias del sujeto lingüístico pasan por el énfasis en el carácter eminentemente racional que preside la comunica-ción humana en su conducta verbal. Es por tanto una noción común en este sentido que en numerosas ocasiones los hablantes dicen mucho más o algo distinto de lo que literalmente significan sus emisiones. Concebir el discurso como un modelo dinámico que implica varias direcciones, unas pautas en la elección de las mismas, y sobre todo la contribución de un ser que expresa algo,

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un locutor, y la presencia manifiesta de determinados contextos relacionados con lo que Grice llama significados convencionales, es ya de algún modo poner en tela de juicio la unicidad del sujeto.

En este sentido la pragmática semántica con la teoría polifónica de Ducrot aporta una solución desde el punto de vista de la lingüística sobre lo verdadero y falso sin la necesidad de axiomas concernientes, enfoque que inevitablemente llevó, por casi más de dos siglos a la lingüística a la imposibilidad de un planteamiento otro que el de la unicidad del sujeto.

La Spaltung es la escisión del sujeto manifiesta en psicoanálisis entre el yo y el sujeto del discurso consciente.

Esta división, que según Lacan crea una estructura oculta en el sujeto (la elaboración del inconsciente) se debe al hecho de que el discurso «mediatiza » al sujeto y se presta por tanto particularmente a una rápica tergiversación de la verdad.

El orden simbólico es un orden tercero, es decir se organiza entre el sujeto y el mundo real y es posible utilizarlo sin referencia empírica directa. Es fundamental pues el sujeto no se constituye en su singularidad sino a través de su inserción en el orden simbólico que gobierna el mundo de los hombres, se trate del lenguaje o del simbolismo socio-cultural. El acceso a lo simbólico, estructura definida por su autonomía en relación con lo real se salda por lo que Lacan llama la división del sujeto. El sujeto se pierde a sí mismo en el sentido de que el símbolo es diferente de lo que representa. «El significante es lo que representa el sujeto respecto de otro significante» (Lacan: 1966, 237). Este enigma que parece proponernos Lacan es, en otras palabras, lo propio del lenguaje. Por ello, el psicoanálisis, desbanca al sujeto del que pudiera ser origen de su propio lenguaje porque el ser humano, dentro de la perspectiva así desarrollada, no puede jamás ser llamado causa u origen del simbolismo lingüístico o cultural, pues se ve inmerso en él aún a su pesar. Para el psicoanálisis, el niño sufre sin sombra de duda el influjo de la sociedad, su cultura, su organización y su lenguaje disponiendo únicamente de una trágica alternativa: o someterse, o naufragar en la enfermedad.

El lenguaje divide al sujeto: de un lado quedará el yo y su comportamiento social donde el sujeto proliferará en el lado del discurso, bajo las múltiples formas que se da a él mismo, o que le vienen impuestas, formas que no son más que fantasías, reflejos del ser verdadero y que en el análisis demuestran una organización temporal y lógica perfectamente autónoma y distinta del yo.

Es la lógica de la filosofía del lenguaje pero el deseo de formalizar y explicar muchos rasgos de los comportamientos lingüísticos quedan fuera. Rasgos que en la pragmática de Ducrot, en sus efectos culturales dentro del enunciado de un sujeto, se expresan a través de topoí. Otras tendencias lingüísticas señalan (A. Culioli) una relación dialéctica entre el lenguaje y lo extralingüístico.

Para Lacan, resulta de este fenómeno de división que la conciencia y la reflexión deben situarse en el nivel del discurso mientras que el inconsciente habrá de colocarse del lado del sujeto verdadero. Se deduce de ello que el inconsciente ya no será accesible sino a través de un largo y laborioso análisis, pues todas las formas en que de buena fe el sujeto cree encontrarse pertenecen al orden autónomo del simbolismo que lo tiene cautivo. El objeto del psicoaná-

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lisis es el inconsciente a pesar que tras Lacan se sostenga que éste está estructurado como un lenguaje. Terapia a través del lenguaje, reflejo éste de una pluralidad de voces, y práctica a través de la cual se manifiestan dos sujetos (uno consciente y otro inconsciente) o si se prefiere la terminología de Lacan, un sujeto barrado o escindido, atrapado en la trampa del lenguaje, representación a la vez de un sujeto racional y pensante y de un sujeto del inconsciente.

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