La Misericordia de Dios en La Biblia
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La misericordia de Dios en la BibliaCharlas cuaresmales en Becerril de Campos, 10 marzo 2011
Se trata de un tema importante, porque toda la Biblia está orientada a
revelar a los hombres el rostro de Dios, y la misma vida de Jesús fue un
intento de manifestar el amor y la misericordia de Dios.
Solemos identificar la misericordia con la compasión o el perdón.
Etimología latina de la palabra miser-, que significa pobre, y cor, cordis,
que significa corazón. Misericordioso es el que tiene el corazón sencillo,
humilde, abierto, que reconoce su necesidad.
La Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento, utiliza dos palabras
diferentes para hablar de misericordia. Las dos son complementarias y
nos revelan una dimensión diferente del concepto1:
- En primer lugar se usa la palabra raham, que expresa el apego
instintivo que un ser tiene hacia otro. Para la mentalidad bíblica, la
imagen más clara del raham es el afecto de una madre hacia su hijo; es
algo que brota de las entrañas, del corazón. Nosotros lo podríamos
traducir por cariño o ternura: un amor que no depende del mérito, que
es totalmente gratuito.
- En segundo lugar se usa la palabra hesed, y expresa la relación firme
que une a dos personas. Nosotros lo traduciríamos como fidelidad.
Mientras que el raham representa el movimiento femenino de amor
entrañable, de cariño, apego y compasión, el hesed supone la
dimensión masculina de ese amor: un amor firme, fiel, decidido.
Referido a Dios, el hesed indica el compromiso firme de amor de Dios
hacia su pueblo, que se traduce incluso en preceptos legales, jurídicos.
La Biblia traduce estas dos palabras de múltiples maneras: misericordia,
amor, ternura, piedad, compasión, clemencia, bondad. El elemento común
que unifica todos estos conceptos es que Dios manifiesta su amor
1 Una explicación pormenorizada de estos dos conceptos se puede encontrar en la encíclica “Dives in misericordia”, de Juan Pablo II, dedicada por entero al tema de la misericordia, en la nota 52 (páginas 22-25).
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entrañable y fiel al hombre frágil y limitado, y el hombre debe actuar de la
misma manera con su hermano, para reflejar así la misericordia de Dios.
En el Antiguo Testamento
La gran experiencia mediante la cual el pueblo de Israel descubrió la
misericordia de Dios fue la del Éxodo: los israelitas, que sufrían la
esclavitud en Egipto, vieron cómo Dios suscitaba entre ellos un líder,
Moisés, que los liberó del yugo del faraón y los guió por el desierto hasta
la Tierra Prometida.
Este acontecimiento quedó marcado de tal modo en la conciencia de Israel
que poco a poco fueron cayendo en la cuenta de que eran un pueblo
elegido. La liberación de Egipto se describe en el libro del Éxodo como un
acto de la misericordia divina:
“He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas
contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos”. (Ex 3, 7)
En el mismo libro del Éxodo se nos explica la razón por la que Dios ha
liberado a su pueblo de Egipto: su fidelidad a la Alianza ratificada en el
Sinaí cuando el Señor entrega a Moisés el Decálogo en las Tablas de la Ley.
En el Sinaí el pueblo liberado hizo alianza con Dios y así, desterrando
otros ídolos y creencias, asumió el culto a Yahveh como único culto. Sin
embargo, se trata de una Alianza desigual: es Dios quien libremente toma
la iniciativa de liberar al pueblo de la esclavitud y conducirlo hacia la
Tierra Prometida, y por eso es Dios quien pone las condiciones.
“Si escucháis mi voz y observáis mi Alianza, seréis mi propiedad
entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra, pero vosotros
seréis para mi un reino de sacerdotes y una nación consagrada”. (Éx
19,5s).
Las condiciones que Israel deberá observar son la exclusión de la idolatría
(el culto único a Yahveh), el rechazo a hacer alianzas políticas o militares
con naciones paganas, y la aceptación de la voluntad divina, que recoge la
Torah, y se traduce en el cumplimiento de los mandamientos y normas
religiosas y civiles.
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El pueblo de Israel rompió libremente en numerosas ocasiones la Alianza
con Dios, y cuando se hacía consciente de esta infidelidad, y entonces la
única posibilidad era suplicar la misericordia de Dios. Dios está abierto al
siempre al perdón, siempre que el hombre reconozca su pecado y no
endurezca su corazón2.
Los profetas desempeñaron un papel muy importante, ya que son
aquellos que echan en cara al pueblo su infidelidad y lo llaman a la
conversión recordándole la misericordia de Dios.
Entre todos los profetas, destaca la predicación de Oseas y de Isaías, que
comparan la relación entre Dios y su pueblo con la relación entre un
esposo y una esposa. Dios es el esposo que sufre la infidelidad de su
esposa, pero está siempre dispuesto a dar una nueva oportunidad
perdonando sus traiciones.
“Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más yo los llamaba, tanto más se alejaban de mí; a los baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían sacrificios. Yo enseñé a andar al mismo Efraín, tomándole de los brazos; y no se dio cuenta de que yo le cuidaba. Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor. ¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré yo, Israel? ¿Cómo podré yo hacerte como Admá, o ponerte como a Zeboim? Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión”. “Mi corazón se revuelve dentro de mí, mis entrañas se conmueven y he decidido no dar rienda suelta al ardor de mi ira”.
Pero la experiencia de la misericordia no es solamente algo social; al
mismo tiempo, las personas particulares, cuando se encuentran en
dificultades o han pecado, se dirigen a Dios suplicando su misericordia.
Uno de os ejemplos más claros, por ejemplo, es el del rey David, que
después de mandar a la muerte a Urías para quedarse con su mujer
Betsabé:
“Misericordia, Dios mío, por tu bondad,por tu inmensa compasión borra mi culpa;lava del todo mi delito,limpia mi pecado.Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado:
2 Si Dios perdona siempre, ¿qué gravedad tiene el pecado? Según Éxodo 34, 6s, Dios deja que el pecador sienta el peso y las consecuencias de su pecado, hasta la cuarta generación. Pero su misericordia le lleva a tener una paciencia infinita, a esperar siempre con los brazos abiertos la conversión del pecador.
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contra ti, contra ti solo pequé,cometí la maldad que aborreces.En la sentencia tendrás razón,en el juicio resultarás inocente.Mira, en la culpa nací,pecador me concibió mi madre.Te gusta un corazón sincero,y en mi interior me inculcas sabiduría.Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;lávame: quedaré más blanco que la nieve.Hazme oír el gozo y la alegría,que se alegren los huesos quebrantados.Aparta de mi pecado tu vista,borra en mí toda culpa.Oh Dios, crea en mí un corazón puro,renuévame por dentro con espíritu firme;no me arrojes lejos de tu rostro,no me quites tu santo espíritu.Devuélveme la alegría de tu salvación,afiánzame con espíritu generoso:enseñaré a los malvados tus caminos,los pecadores volverán a ti.Líbrame de la sangre, oh Dios,Dios, Salvador mío,y cantará mi lengua tu justicia.Señor, me abrirás los labios,y mi boca proclamará tu alabanza.Los sacrificios no te satisfacen:si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;un corazón quebrantado y humillado,tú no lo desprecias.Señor, por tu bondad, favorece a Sión,reconstruye las murallas de Jerusalén:entonces aceptarás los sacrificios rituales,ofrendas y holocaustos,sobre tu altar se inmolarán novillos”.
En la base de esta convicción personal y comunitaria está, como hemos
dicho, la experiencia fundamental que el pueblo vive en el Éxodo: el Señor
vio la miseria del pueblo, reducido a la esclavitud, oyó su grito, conoció
sus angustias, tuvo compasión y decidió liberarlo. Porque está seguro de
la misericordia divina, el pueblo y las personas se atreven a invocarla en
momentos de pecado, crisis o dificultad.
Uno de los salmos más bellos, el salmo 102, tiene como objetivo
precisamente cantar la misericordia, la ternura y la fidelidad de Dios. En
este salmo, además, aparece un elemento original, que es la universalidad
del amor de Dios. El amor de Dios no está limitado solamente al pueblo de
Israel, sino que está al alcance de todo hombre, de toda criatura:
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Bendice, alma mía, al Señor,y todo mi ser a su santo nombre.Bendice, alma mía, al Señor,y no olvides sus beneficios.El perdona todas tus culpasy cura todas tus enfermedades;el rescata tu vida de la fosa,y te colma de gracia y de ternura;el sacia de bienes tus anhelos,y como un águila se renueva tu juventud.El Señor hace justiciay defiende a todos los oprimidos;enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel.El Señor es compasivo y misericordioso,lento a la ira y rico en clemencia;no está siempre acusandoni guarda rencor perpetuo;no nos trata como merecen nuestros pecadosni nos paga según nuestras culpas.Como se levanta el cielo sobre la tierra,se levanta su bondad sobre sus fieles;como dista el oriente del ocaso,así aleja de nosotros nuestros delitos.Como un padre siente ternura por sus hijos,siente el Señor ternura por sus fieles;porque él conoce nuestra masa,se acuerda de que somos barro.Los días del hombre duran lo que la hierba,florecen como flor del campo, que el viento la roza, y ya no existe,su terreno no volverá a verla.Pero la misericordia del Señor dura siempre,su justicia pasa de hijos a nietos:para los que guardan la alianzay recitan y cumplen sus mandatos.El Señor puso en el cielo su trono, su soberanía gobierna el universo.bendecid al Señor, ángeles suyos,poderosos ejecutores de sus órdenes,prontos a la voz de su palabra.Bendecid al Señor, ejércitos suyos, servidores que cumplís sus deseos.Bendecid al Señor, todas sus obras,
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en todo lugar de su imperio.¡Bendice, alma mía, al Señor!
La experiencia de Israel es que la misericordia que viene de Dios excede la
misericordia puramente humana. Mientras que el perdón y la
comprensión de los hombres son limitadas e imperfectas, la misericordia
de Dios es eterna. Nos lo recuerda el profeta Miqueas:
“¿Qué Dios hay como Tú, que borra la falta,que perdona el mal hecho, que no excita para siempre su ira,sino que se complace en otorgar gracia?Ten piedad de nosotros, perdona nuestras maldadesY lanza al fondo del mal nuestros pecados”. (Miq. 7, 18-19)
“Misericordia quiero, y no sacrificios”: Un Dios que es así de generoso y
compasivo espera que sus criaturas se comporten del mismo modo con su
prójimo. Sin embargo, la experiencia nos dice que el hombre es un lobo
para el hombre, como afirmó el filósofo Hobbes. Por eso Dios quiere que el
pueblo de Israel y cada hombre observen y cumplan las leyes, pero ante
todo que actúen movidos por el amor en todo lo que hacen. El amor
fraterno es preferible a los holocaustos y ofrendas; el texto que mejor
recoge esta idea aparece en el capítulo 58 del libro del profeta Isaías:
“El ayuno que a mí me agrada consiste en esto: en que rompas las cadenas de la injusticia y desates los nudos que aprietan el yugo; en que dejes libres a los oprimidos y pongas fin a toda tiranía; en que compartas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa al pobre sin techo; en que vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes. Entonces brillará tu luz como el amanecer y tus heridas sanarán muy pronto. Tu rectitud irá delante de ti y mi gloria te seguirá. Entonces, si me llamas, yo te responderé; si gritas pidiendo ayuda, yo te diré: 'Aquí estoy.' Si haces desaparecer toda opresión, si no insultas a otros ni les levantas calumnias, si te das a ti mismo en servicio del hambriento, si ayudas al afligido en su necesidad, tu luz brillará en la oscuridad, tus sombras se convertirán en luz de mediodía. Yo te guiaré continuamente, te daré comida abundante en el desierto, daré fuerza a tu cuerpo y serás como un jardín bien regado, como un manantial al que no le falta el agua”.
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En el Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento representa la revelación plena y definitiva de la
misericordia de Dios a la humanidad. Enviando a su hijo, que se hizo en
todo semejante a nosotros, Dios pudo experimentar personalmente la
miseria de la que nos vino a salvar.
Aunque en todos los Evangelios la misericordia es una constante de la
acción y las palabras de Jesús, san Lucas es quien la subraya de modo
especial. San Lucas pone de relieve la preferencia de Jesús por los pobres,
por los pecadores, que encuentran en Él un amigo con quien a menudo
comparten mesa y mantel. En numerosas escenas aparece la compasión
de Jesús hacia la multitud o las personas concretas, como por ejemplo la
viuda que había perdido su único hijo, las mujeres excluidas, los
extranjeros, los enfermos…
“El Espíritu del Señor sobre mí,porque me ha ungido para anunciar a
los pobres la Buena Nueva,me ha enviado a proclamar la liberación
a los cautivosy la vista a los ciegos,para dar la libertad a los oprimi-
dosy proclamar un año de gracia del Señor.”
El anuncio de la misericordia de Dios realizado por Jesús se dirigió
especialmente a los pecadores, que a causa de la normativa religiosa y
civil de Israel se veían marginados de la sociedad. A ellos proclamó Jesús
el perdón y la predilección de Dios, y en algunas ocasiones llegó a decir
que Dios se alegra más por un pecador que se arrepiente que por un justo
que no necesita conversión.
Dentro del evangelio de Lucas hay un capítulo, el 15, que recoge tres
historias que ilustran la misericordia desbordante de Dios: la parábola de
la oveja perdida, de la moneda perdida y del hijo pródigo. Vamos a
detenernos solamente en una de ellas, la parábola del Hijo Pródigo, por
ser la que más claramente expresa el misterio y el drama del pecado del
hombre y de la misericordia de Dios.
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- El hijo que recibe del padre su parte del patrimonio y abandona la casa
para malgastar su herencia en un país lejano viviendo disolutamente
es en cierto sentido el hombre de todos los tiempos.
- La parábola se refiere a toda situación en la que se rompe, amenaza o
debilita la Alianza de amor que Dios ha establecido con nosotros:
tantas veces, como le sucedió al pueblo de Israel, olvidamos las
maravillas que Dios ha hecho por nosotros y le damos la espalda para
adorar a otros ídolos. O bien abandonamos la casa del Padre para
buscar nuestra felicidad lejos de Él, pensando que Dios en realidad
coarta nuestra libertad o es enemigo de nuestra realización vigilando
de cerca como un policía nuestros errores o cargándonos de preceptos
que cumplir.
- En la parábola, el hijo pequeño, cuando había gastado todo el dinero,
comenzó a sentir necesidad. Además, aquella zona atravesaba un
tiempo de hambre y pobreza. Fueron todas estas circunstancias las
que llevaron al hijo pequeño a recordar la situación que felicidad que
vivía en la casa paterna. Allí, en tierra extranjera, pensó incluso en
llevarse a la boca las algarrobas que comían los cerdos que él cuidaba.
- El patrimonio que el hijo pequeño recibía de su padre consistía en una
determinada suma de dinero pero se refiere también a la dignidad de
hijo. Sólo cuando el hijo pequeño pasaba hambre cayó en la cuenta de
que había dilapidado también su dignidad, que estaba viviendo una
vida que no era la suya. ¡Él era hijo y cuidando cerdos, hambriento, en
tierra extranjera, estaba viviendo como esclavo!
- Por todo eso toma la decisión de volver a la casa de su Padre: “Me
levantaré e iré a mi padre y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y
contra y ti; ya no soy digno de llamarme hijo tuyo. Trátame como a uno
de tus jornaleros’”. Estas palabras del hijo nos ayudan a descubrir el
verdadero problema y las verdaderas consecuencias del pecado. Sólo
cuando se encontró sumido en la pobreza material, el hijo cayó en la
cuenta de la dignidad perdida, de la relación de amor con el padre que
había sufrido un duro golpe a causa de su frivolidad. Por eso el hijo le
pide al padre volverlo a admitir no ya como hijo –él mismo había
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decidido dejar de vivir y de comportarse como un hijo-, sino como un
obrero, como un jornalero. La humillación que supone volver a la casa
del padre no como hijo sino como jornalero es el precio que el hijo
está dispuesto a pagar por su pecado, desde un punto de vista de la
estricta justicia.
- Aunque ni la palabra justicia ni la palabra misericordia aparecen en la
parábola, son dos conceptos centrales. El hijo, cuando decide volver,
exige ser tratado con justicia: ser tratado como un jornalero es lo que
merece por haberse marchado de casa, malgastado la herencia y
ofendido a su padre (ya que la herencia sólo se repartía tras la muerte
del padre, por lo que implícitamente el hijo estaba deseando la muerte
de su padre).
- Sin embargo, a pesar de todas las peripecias del hijo, hay una cosa que
permanece firme para el padre: se trata de su hijo y esta relación no
podía ser destruida por ningún comportamiento o rebeldía. El hijo
pródigo lo sabe, y por eso se atreve a volver reconociendo
humildemente su error.
- Evidentemente, con esta parábola Jesús quiere hablarnos de la
misericordia de Dios, que se comporta como un padre bueno con sus
hijos, fiel a su paternidad, al amor que siempre le unió a su hijo.
- La actitud de Dios se refleja en la parábola en la disponibilidad del
padre para acoger a su hijo en cuanto éste aparece a lo lejos, y sobre
todo en la alegría y la fiesta que organiza para celebrar el regreso de
su hijo. Tan desbordante es que provoca la perplejidad y la protesta
del hermano mayor.
- La actitud del Padre de la parábola sintetiza las dos dimensiones de la
misericordia divina manifestadas en el Antiguo Testamento: es una
misericordia fiel (hesed) y al mismo tiempo entrañable (raham):
“Cuando lo vio a lo lejos, el padre salió conmovido a su encuentro, le
echó los brazos al cuello y lo besó”.
- San Pablo, en el capítulo 13 de la carta a los Corintios, hace la mejor
síntesis de lo que es la misericordia según el Nuevo Testamento: el
canto al amor.
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- La parábola del hijo pródigo expresa también en qué consiste la
conversión, que en el fondo nos revela que de todas las situaciones,
incluso de aquellas más negativas y dolorosas, Dios es capaz de sacar
bien.
La expresión concreta máxima de la misericordia de Dios en el Nuevo
Testamento es la pasión, muerte y resurrección de Jesús. De hecho, los
primeros cristianos se dieron cuenta rápidamente del parecido que existía
entre la Pascua celebrada por los judios, es decir, su memorial de la salida
de Egipto y de la Alianza con Dios, y lo sucedido con Jesús en los últimos
días de su existencia terrena. Por eso consideraron la pasión y muerte de
Jesús como la nueva Pascua, y su sangre derramada, como signo de la
Nueva Alianza entre Dios y el nuevo pueblo de Israel, la Iglesia.
El amor de Dios por el hombre no retrocedió ni siquiera en el momento de
entregar a su Hijo, que muere en la cruz. No pensemos que todo esto
sucede sin dolor o dudas: los relatos del Evangelio son bien claros cuando
describen la angustia de Jesús en Getsemaní, su tristeza ante Jesuralén, su
soledad ante el Sanedrín, sus sufrimientos en la Pasión.
Por eso la pasión de Jesús, su muerte en la cruz, son la expresión máxima
del amor de Dios hacia los hombres, de su revelación. Mediante la cruz los
pecados del hombre son perdonados .
Sin embargo, la cruz no es la última palabra de Jesús. La última palabra es
la que pronunciaron las mujeres en la mañana del domingo de Pascua:
“¡Ha resucitado!”. Unos a otros se pasarán la noticia y unos pocos serán
testigos directos de ello, de la resurrección de Jesús, que demuestra cómo
Dios es absolutamente fiel a su amor por el hombre. “Tanto amó Dios al
mundo que envió a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no muera,
sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo
para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”.
“Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso”:
Parábola del Buen Samaritano, perdón a los enemigos, etc…
La misericordia en la vida de la Iglesia: el sacramento de la reconciliación.
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