La Mujer de Mi Vida

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 La mujer de mi  vida NICOLAS BARREAU

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  • La mujer de mi vida

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    NICOLAS BARREAU

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    Nicolas Barreau (Pars, 1980), de madre alemana y padre francs, estudi lenguas romnicas y literatura en la Sorbona. Durante un tiempo trabaj en una librera de la Rive Gauche hasta que fi nalmente se dedic a escribir.

    Igual que el protagonista de La sonrisa de las mujeres, es muy tmido y reservado y no le gusta aparecer en pblico; y como le ocurra al principal personaje masculino de Me encontrars en el fi n del mundo, le encantan los restaurantes y cree en el destino. Gracias a Atardecer en Pars sabemos que el cine es una de sus grandes pasiones. En La mujer de mi vida evoca sus tiempos de librero.

    Sus novelas, publicadas originalmente por una pequea editorial alemana, han conseguido un gran xito, convirtindose en verdaderos fenmenos editoriales en Alemania, Italia y Espaa.

    Hoy he visto a la mujer de mi vida. Estaba sentada en mi caf favorito. Por desgracia,

    no estaba sola. Un tipo condenadamente guapo estaba a su lado y coga su mano. Pero, de repente, ocurri

    algo. La mujer de mi vida se levant, me gui un ojo y me dio su tarjeta con su telfono escrito a mano.

    Qu ocurrira si de pronto nos encontrramos con el amor de nuestra vida?

    Un jueves de abril completamente normal se convierte en el da ms importante de la vida de Antoine, un

    joven librero parisino que descubrir que los milagros no solo existen, sino que a todos nos pueden pasar en

    cualquier momento.

    VUELVE EL MEJOR NICOLAS BARREAU

    EN UNA NOVELA MARAVILLOSA

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  • La mujer de mi vida

    NICOLAS BARREAU

    Traduccin de Carmen Bas lvarez

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    Hoy he visto a la mujer de mi vida.Estaba sentada en mi caf favorito, al fondo, en una de las mesas de madera junto a la pared cu-bierta de espejos, y me sonrea. Por desgracia, no es-taba sola. Un tipo condenadamente atractivo debo admitirlo estaba sentado a su lado y coga su mano.

    De modo que me limit a mirarla, a remover mi caf crme y a rogarle al cielo que ocurriera algo.

    Soy librero, saben?, y cuando uno trabaja todos los das con libros, cuando uno ha ledo tantas no-velas como yo, en algn momento llega a la con-clusin de que es posible que ocurran muchas ms cosas de lo que en general se piensa. Puede que para algunos la literatura sea la forma ms agrada-ble de ignorar la vida, como escribi Fernando Pes-soa en cierta ocasin. Pero en el fondo solo se de-sea ignorar la vida cuando esta ya no es como uno querra.

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    Yo creo que la literatura no tiene que dejar nece-sariamente el mundo fuera, delante de la puerta. Al contrario! Muchas veces lo hace entrar dentro de nosotros.

    Tal vez sea un romntico empedernido, pero por qu no va a ocurrir en la vida real lo que alguien se ha inventado para escribirlo en un libro? La literatura puede ser un camino maravilloso hacia la realidad porque nos abre los ojos a todo lo que puede suceder. A todo lo que puede suceder un da cualquiera!

    Pensemos en el da de hoy. Al principio era un jueves de abril completamente normal. Ahora es el jueves ms importante de mi vida. Me encuentro en estado de alerta. Estoy involucrado en una histo-ria. En una novela si as lo prefieren de la que ignoro el final, porque, lamentablemente, yo no soy su autor.

    Para empezar, por la maana no o el desperta-dor, o sea que el da no tuvo un comienzo precisa-mente esplndido. Cuando estaba en la ducha son el mvil. Era mi amigo Nathan, que quera saber si ira con l por la noche al Bilboquet, su club de jazz preferido, en el que ha cantado la mismsima Ella Fitzgerald. El pelo me goteaba y le dije que claro, por qu no, luego hablamos. Nathan es una de las personas menos complicadas que conozco: las chi-cas le persiguen en manadas y las noches con l son siempre muy divertidas.

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    Me beb un espresso de pie, ech un rpido vista-zo al peridico y luego me puse en camino hacia la librera. Haba llovido y pareca que acababan de limpiar las calles. Por la maana no hubo mucho trabajo y Julie y yo cambiamos la decoracin del escaparate.

    Julie es mi socia en la Librairie du Soleil y una autntica (y atractiva) reina de los consejos.

    Tiene usted algn problema con su suegra? Quiere poner de una vez orden en su vida? Su no-via se ha largado con su mejor amigo y usted est a punto de suicidarse?

    No se preocupe! Simplemente psese por nues-tra pequea librera de la Rue Bonaparte y pregunte por Julie. Ella le dar, sin duda, el mejor consejo para cualquier problema.

    Y ese es precisamente el motivo por el que nun-ca he podido enamorarme de Julie, a pesar de que, con su pelo negro recogido y su encantadora sonri-sa, recuerde a una joven Audrey Hepburn.

    Una mujer que tiene una solucin para cada pro-blema me da, en cierto modo, miedo. A diferencia de m, Julie tiene su vida bajo control. Confa en s misma. Siempre tiene un plan. Y, naturalmente, tambin tiene un hombre.

    Queda Antoine, o sea yo, treinta y dos aos, pro-pietario de media librera y sin ningn plan. Un hom-bre que aprecia los libros buenos tanto como la len-

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    cera bonita y que solo recomienda a sus clientes las novelas que a l mismo le gustan.

    En realidad hoy debera haber aprovechado sin falta la pausa de medioda para llevar las camisas a la lavandera y hacer algunos recados. Por la maa-na en mi nevera solo quedaban un trozo de queso de cabra y tres tomates, lo que es bastante escaso in-cluso para un tipo soltero como yo. Pero, entonces, despus de un breve chaparrn de abril volvi a sa-lir el sol, las gotas del cristal centellearon en todos los colores, Julie dijo: Mierda, ahora tengo que volver a limpiar el escaparate!, y de pronto se me quitaron las ganas de hacer recados.

    Voy al Flore a tomar un caf le dije a Julie, que estaba descalza en el escaparate colgando el cartel de la presentacin de un libro. Julie frunci sus bonitos labios. No le gusta demasiado el Caf de Flore. Como casi todos los parisinos, evita los locales a los que acuden los turistas. En ese sentido es una autntica esnob. Pero yo crec en Arls y llegu a Pars con die-cisiete aos, tal vez por eso no tenga un miedo tan te-rrible al contacto con las atracciones tursticas.

    Me gusta ir al Flore, el caf es fuerte y bueno, los camareros imperturbables y la tarte tatin no est nada mal si a uno le gusta la tarta de manzana carameliza-da que apenas se reconoce como tal.

    Bueno, s, admito que tambin me gusta la idea de sentarme en un caf que en otros tiempos fue

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    punto de encuentro de literatos... a pesar de los mo-chileros que tambin quieren respirar el espritu de Simone y Jean-Paul y de las jvenes y sonrientes ja-ponesas que, despus de ir de compras, entran en el local con cientos de elegantes bolsas de colores en la mano como una bandada de pjaros exticos y se hacen fotos unas a otras.

    As que cuando esta maana llegu al caf, pas por delante de los camareros, de la vitrina de las tar-tas y de las mesas de madera, para subir por la esca-lera al primer piso all se suele estar ms tranqui-lo que abajo, todava no imaginaba nada de lo que iba a ocurrir. Tampoco present nada cuando, con un rpido vistazo, vi que mi mesa favorita, la del rincn del fondo, estaba ocupada. Alguien esta-ba sentado all detrs de un peridico, y yo me ins-tal en otra mesa, ped un caf y dos cruasanes y ho-je un pequeo librito de ditions Stock, una novela romntica moderna que, si se daba crdito a lo que la editorial afirmaba, tena el ritmo de una chanson francesa.

    Frente a m alguien pleg el peridico con un ca-llado crujido del papel y lo dej a un lado, y cuando mir hacia el banco de cuero en el que en realidad deba haberme sentado yo, casi me da un ataque.

    Dios mo, un ataque! Esta expresin suele em-plearse con mucha ligereza. Pero eso fue justo lo que sucedi, y espero que disculpen que no se me

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    ocurra nada ms potico u original para describir ese mgico instante en el que el tiempo adquiri para m una nueva dimensin, un ngel me roz con su ala y el mundo qued reducido a apenas diez metros cuadrados.

    Una joven con una larga cabellera color miel es-taba sentada all como recin cada del cielo y me miraba con sus enormes ojos marrones. Unos ojos marrn claro en los que parecan brillar diminutas partculas de oro.

    Sonri brevemente y su mirada se fij en m ms de lo necesario. O solo me lo pareci a m? Not fro y calor a la vez. Casi se me cae el libro de las ma-nos. Aunque no me habra importado. Qu haca yo con una novela que era como una chanson cuan-do mi propia vida empezaba a moverse a ritmo de samba?

    All estaba ella. La mujer de mi vida. As de fcil!Puede sonar bastante extrao, pero aunque no

    haba hablado todava una sola palabra con ella, sa-ba que esa era la cara que, sin saberlo, yo siempre haba imaginado y buscado cada vez que rompa con una de mis novias.

    Agarr con fuerza mi pequeo libro. Miles de ideas se me pasaron por la cabeza. Tena que ha-blar con la belleza de la mesa de enfrente. Pero... cmo?

    Qu demonios se dice en una situacin as?

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    Hola, soy Antoine. No piense que estoy loco. No nos conocemos de nada, pero es usted la mujer de mi vida.

    Ridculo.Disculpe... pero su cara me suena. Nos cono-

    cemos? La forma de establecer contacto ms vieja del

    mundo. Nada original y demasiado simple.Le han dicho alguna vez que tiene unos ojos

    preciosos?Venga, eso solo se dice cuando a uno no se le

    ocurre otra cosa!Yo no suelo tener pelos en la lengua y he seduci-

    do a ms de una chica con palabras bonitas, pero esto... Esto era otra cosa, y el miedo a decir algo equivocado y echarlo todo a perder me haca dese-char todas las frases que se me ocurran.

    Voil, monsieur! El camarero se acerc y dej ante m una pequea bandeja de plata con unos cruasanes, leche caliente y caf, mientras su mirada profesional buscaba con rutina las mesas que se ha-ban quedado libres y deba recoger.

    Entretanto la mujer de mi vida vaci con delica-deza un sobrecito de azcar en su jus dorange. En ese momento me habra gustado besarle sus precio-sos dedos uno a uno.

    Como si hubiera ledo mis pensamientos, apo-y los codos en la mesa, chup unos granitos de

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    azcar de su dedo ndice y volvi a mirarme. Una cadena de delicadas bolas de cristal y oro oscil sobre el escote de su ajustado vestido negro y atra-jo mi mirada hacia el inicio de los dos pechos pe-queos y redondos que se marcaban bajo la tela. Un par de diminutas pecas adornaban su piel de seda, y no pude evitar imaginar lo maravilloso que deba de ser poder quitarle el sujetador y sos-tener en mis manos esos dos blancos y suaves pi-choncitos. Tragu saliva, alc la mirada de nuevo y sent que me haba pillado in fraganti. Sus ojos bri-llaron divertidos cuando nuestras miradas se vol-vieron a cruzar. Luego su boca roja esboz una amplia sonrisa.

    Yo tambin sonre, intentando parecer lo ms simptico, inteligente y entraable posible.

    Julie siempre dice que cuando quiero me parez-co un poco a Brad Pitt. Eso me anim. En realidad soy un tipo atractivo, ms bien con cierta pinta de golfo, pero eso gusta a muchas mujeres. Me puse de pie y respir hondo.

    Ella mir alrededor, expectante.Venga, di algo, idiota! me orden a m mismo

    con severidad. Acrcate y habla con ella!. De pronto se me sec la boca. Di un trago de caf dema-siado largo y me quem la lengua. Maldiciendo en voz baja, dej la taza en el plato. La porcelana tintine como una orquesta sinfnica tocando a Stockhausen,

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    y el caf se derram. Lo que faltaba! Qu imagen tan penosa!

    Ella se tap la boca con la mano. Se rio.Mientras limpiaba con la servilleta una pequea

    mancha de la mesa, le sonre con gesto de disculpa. Me habra gustado aclararle que no siempre soy tan torpe e inepto. Esa mujer me pona ms nervioso que cualquier otra, estaba claro. Aunque a ella no pareca importarle. Juguete enredando un mechn de su pelo color miel en el dedo ndice y dej pasar el tiempo.

    Dios mo, lo que habra dado por un cigarrillo! Busqu de forma instintiva mi cajetilla. Entonces me acord de la maldita prohibicin de fumar. Era totalmente perversa! Quiero decir que el caf y el ta-baco son dos cosas que en el mundo occidental van siempre juntas, as de sencillo. Esa ley va a cambiar nuestras costumbres, toda nuestra cultura. Ha pen-sado alguno de los responsables de ah arriba lo que significa para un hombre locamente enamorado es-tar en un caf y no poder fumar? Es inhumano!

    Deja de filosofar, cobarde! Pregntale de una vez si puedes invitarla a un caf, me apremi mi voz interior.

    Querra-tomar-un-caf-conmigo-querra-to-mar-un-caf-conmigo-querra...?. La frase dio vuel-tas en mi cabeza como un tiovivo hasta que casi me mare. Y entonces, un instante antes de que las mal-

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    ditas palabras dieran por fin el salto a la realidad, la mujer de mi vida se puso de pie brevemente y salu-d con la mano.

    Por desgracia su saludo no iba dirigido a m. Por el rabillo del ojo pude ver cmo un hombre alto y moreno se diriga con decisin hacia la mesa donde estaba sentada mi preciosidad. Pareca el profesor Se-verus Snape cuando tiene un buen da.

    a va, ma belle? La abraz antes de sentarse frente a ella y lanzar con descuido su chaqueta de cuero marrn sobre una silla.

    Ma belle? Observ con rabia al intruso, que por desgracia no se percat de las malvadas miradas que taladraban su espalda.

    Me habra gustado retorcerle el cuello a ese cana-lla. Entrar aqu as, sin ms! En mi gran momento! Para mi desgracia tuve que ser testigo de que la mu-jer de mi vida vea las cosas de otro modo. Hablaba y rea, y yo haba quedado ya olvidado. As son las mujeres!

    Snape le cogi la mano. Ella le mir fijamente a los ojos, con mucho cario, en mi opinin, y yo me hice de pronto una idea de lo que debe de sentir uno al quemarse en el infierno.

    No poda ser! No deba ser as! Es que iba a re-sultar que ese tipo era su marido? Con una mirada desesperada examin las manos de los dos y suspir aliviado. Menos mal, no llevaban alianza! Eso no

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    significaba nada, pero era mejor que si hubiera sido al contrario. Tal vez fuera un amigo, dese fervien-temente que solo fuera un amigo. Tal vez un amigo gay...

    Me parapet detrs de mi libro como un detective privado, hice como si estuviera leyendo, pasando una pgina de vez en cuando, me met un trozo de crua-sn en la boca y los mir con desconfianza.

    Por desgracia, no poda entender nada de lo que decan porque justo a mi lado se sentaron dos ami-gas que hablaban a voz en grito sobre no s qu es-tpidos zapatos. Luego sobre sus novios. Luego so-bre el viaje que una de ellas iba a hacer en verano a las Maldivas.

    No s cunto tiempo estuve all sentado, proba-blemente no fue ni siquiera un cuarto de hora, pero a m me pareci una horrible eternidad. Por fin mi rival se agach y sac algo de su maletn. Fotos! Fotos de unas vacaciones?

    Mi preciosidad solt pequeos grititos de entu-siasmo mientras vea las fotos. Traidora! Pero a pe-sar de todo... qu traidora ms adorable! Cuando le devolvi las fotos al tipo y este se agach para vol-ver a guardarlas en su maletn, me regal de nuevo una mirada traviesa y una sonrisa realmente encan-tadora. El libro tembl en mis manos. Ese juego sin palabras me pona enfermo. Tena las manos atadas. Estaba anclado en el tiempo como un sonmbulo

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    a la luz de la luna. Y con eso estamos otra vez al principio de mi pequea historia.

    No... no del todo.Me limit a mirarla, a remover mi caf crme y a

    rogarle al cielo que ocurriera algo.Y entonces pas algo.La mujer de mi vida se puso de pie y se fue al

    bao.Cuando volvi, me hizo un breve guio y con un

    rpido movimiento dej caer una tarjetita en mi mesa. En ella se vean escritos a toda prisa con tinta azul un nombre y un nmero de telfono. Nada ms. Mi corazn dio un salto de alegra. Y as empezaron las veinticuatro horas ms excitantes de mi vida.

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