La Paradoja Del Hombre Perfecto en San Gregorio de Nisa

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45 LA PARADOJA DEL HOMBRE PERFECTO EN SAN GREGORIO DE NISA CARLOS A. GUTIÉRREZ VELASCO OFM 1 En el presente artículo se aborda uno de los problemas más candentes de la antropología de los primeros siglos del cristianismo: la naturaleza humana vista a la luz de la encarnación de Cristo. Efectivamente, Cristo al tomar la condición de hombre restituye en el ser humano la divinización, sin embargo ¿el hombre que se configura a Cristo y alcanza la perfección, es todavía un hombre ? La edad de oro de la patrística está caracterizada por personajes como san Gregorio de Nisa nacido en Nueva Cesarea, en la actual Turquía, entre 331 y 341. Gregorio de Nisa, junto con su hermano Basilio, obispo de Cesarea, y Gregorio de Nacianzo, forma el grupo de los Padres Capadocios, figuras clave del Concilio de Constantinopla que defenderá la ortodoxia de la fe frente al arrianismo radical 2 . Los Capadocios, con su aguda intuición, propiciarán la clarificación de la postura teológica acerca de la naturaleza humana, vista en relación a la naturaleza de Cristo. Su influjo fue determinante para que la teología patrística desarrollara una de las enseñanzas definidas más tarde por el 1 FRAY CARLOS ALBERTO GUTIERREZ, OFM, es licenciado en filosofía por la Universidad del Valle de Atemajac. Cursó sus estudios canónicos en el Instituto Franciscano de Teologia, en Monterrey N. L. y actualmente realiza una Maestría en Teología Sistemática en la Universidad de Estrasburgo, Francia. 2 Efectivamente, la ejemplar acción de los Padres Capadocios en el Concilio de Constantinopla del año 381, condujo a la derrota final del arrianismo, herejía que tomó su nombre de Arrio (256-336), sacerdote de Alejandría y después obispo libio, quien desde el 318 propagó la idea de que no hay tres personas en Dios, sino una sola persona: el Padre. Según Arrio, Jesucristo no era Dios, sino que había sido creado por Dios de la nada, como punto de apoyo para su plan. El Hijo es, por lo tanto, creatura y su ser de Hijo tiene un principio; ha habido, por lo tanto, un tiempo en que él no existía. Al sostener esta teoría, Arrio negaba la eternidad del Verbo, lo cual equivale a negar su divinidad. Según Arrio, a Jesús se le puede llamar Dios, pero sólo como una extensión del lenguaje, por su relación íntima con Dios.

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LA PARADOJA DEL HOMBRE PERFECTO EN SAN GREGORIO DE NISA

CARLOS A. GUTIÉRREZ VELASCO OFM1

En el presente artículo se aborda uno de los problemas más candentes de la antropología de los primeros siglos del cristianismo: la naturaleza humana vista a la luz de la encarnación de Cristo. Efectivamente, Cristo al tomar la condición de hombre restituye en el ser humano la divinización, sin embargo ¿el hombre que se configura a Cristo y alcanza la perfección, es todavía un hombre ?

La edad de oro de la patrística está caracterizada por personajes

como san Gregorio de Nisa nacido en Nueva Cesarea, en la actual Turquía, entre 331 y 341.

Gregorio de Nisa, junto con su hermano Basilio, obispo de Cesarea, y Gregorio de Nacianzo, forma el grupo de los Padres Capadocios, figuras clave del Concilio de Constantinopla que defenderá la ortodoxia de la fe frente al arrianismo radical2.

Los Capadocios, con su aguda intuición, propiciarán la clarificación de la postura teológica acerca de la naturaleza humana, vista en relación a la naturaleza de Cristo. Su influjo fue determinante para que la teología patrística desarrollara una de las enseñanzas definidas más tarde por el

1 FRAY CARLOS ALBERTO GUTIERREZ, OFM, es licenciado en filosofía por la Universidad

del Valle de Atemajac. Cursó sus estudios canónicos en el Instituto Franciscano de Teologia, en Monterrey N. L. y actualmente realiza una Maestría en Teología Sistemática en la Universidad de Estrasburgo, Francia.

2 Efectivamente, la ejemplar acción de los Padres Capadocios en el Concilio de Constantinopla del año 381, condujo a la derrota final del arrianismo, herejía que tomó su nombre de Arrio (256-336), sacerdote de Alejandría y después obispo libio, quien desde el 318 propagó la idea de que no hay tres personas en Dios, sino una sola persona: el Padre. Según Arrio, Jesucristo no era Dios, sino que había sido creado por Dios de la nada, como punto de apoyo para su plan. El Hijo es, por lo tanto, creatura y su ser de Hijo tiene un principio; ha habido, por lo tanto, un tiempo en que él no existía. Al sostener esta teoría, Arrio negaba la eternidad del Verbo, lo cual equivale a negar su divinidad. Según Arrio, a Jesús se le puede llamar Dios, pero sólo como una extensión del lenguaje, por su relación íntima con Dios.

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Concilio de Calcedonia: en virtud de la encarnación, Jesucristo se convirtió en consubstancial a nosotros en cuanto a su humanidad, él comparte en todo nuestra condición humana, menos en el pecado:

“Siguiendo, pues, a los santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado” 3. Esta declaración de Calcedonia trastorna la concepción antropo-

lógica del tiempo. La encarnación modifica radicalmente la naturaleza humana. Se trata, en efecto, de una re-creación de la humanidad; en otros términos, la corrupción de la naturaleza humana que se había vuelto condición de la humanidad debido a la caída de los primeros padres fue restituida gracias a la humanización del Hijo de Dios.

Lo anteriormente expuesto sirve a Gregorio de Nisa para la elaboración de su razonamiento, simple pero no por ello superficial: si en Adán, la naturaleza del hombre se alteró, ella retoma su autenticidad gracias a la unidad de las dos naturalezas del Hijo de Dios encarnado. Es precisa-mente por ello que Jesucristo es llamado frecuentemente el segundo Adán. En efecto, así como en Adán, el pleno de la naturaleza humana perdió su autenticidad, del mismo modo, en Cristo la naturaleza humana se diviniza, es una realidad que afecta a toda la humanidad. En otras palabras, en virtud de la encarnación, la naturaleza humana es naturaleza de Cristo, esta naturaleza de Cristo es perfecta, situación que motiva la paradoja en la antropología de Gregorio de Nisa: ¿El hombre que se configura a Cristo y alcanza la perfección, es todavía un hombre ?

Intentaremos responder a esta cuestión comentando el Tratado de la Perfección elaborado por el Obispo de Nisa4. En primer lugar presentamos los aspectos generales del tratado, a continuación abordaremos la manera en que el cristiano se configura a Cristo, alcanzando mediante ello la perfec-ción, y al final, aportaremos algunos elementos de conclusión.

3 El Concilio de Calcedonia cita en el v. 54 este texto tomado de Heb 4,15. 4 G. DE NYSSE, Traité de la Perfection chrétienne, (Col. Migne. Les pères dans la foi),

Paris 1990.

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1. ASPECTOS GENERALES DEL “TRATADO DE LA PERFECCIÓN”

San Gregorio de Nisa escribe el Tratado de la perfección también

conocido como Sobre la perfección o bien como Al monje Olympios, sobre la perfección y lo que debe ser un cristiano, para responder a este monje que le ha interrogado sobre la manera de tender hacia la perfección cristiana siguiendo una vida virtuosa.

Para este efecto, Gregorio de Nisa toma como base los títulos que san Pablo otorga a Cristo, concebido evidentemente como guía del cristiano. En este sentido al acercarnos a la obra del Obispo de Nisa nos encontramos ante una obra claramente cristólogica del siglo IV, impregnada de teología paulina y presentada de manera epistolar.

El Tratado de la perfección presenta un doble planteamiento: en primer lugar pretende delimitar el misterio del Cristo, y en un segundo momento, intenta extraer de este misterio sus implicaciones en nuestra vida espiritual.

Por lo que se refiere al primero, el Obispo de Nisa nos invita a que comprendamos la importancia de poder ser llamados cristianos en virtud de las gracias otorgadas por Cristo. Una vez comprendida esta primera parte, y agradecidos por este don, avanzamos hacia el segundo planteamiento, en el cual san Gregorio nos invita conformar nuestra vida a las exigencias de este excelso nombre.

Según Gregorio de Nisa, es san Pablo quien nos ha dado a conocer el sentido del nombre cristiano. Efectivamente, en el Tratado de la perfección san Gregorio articula treinta y cuatro títulos otorgados a Cristo en el Corpus paulinum. El llevar a la practica en nuestra vida ordinaria las implicaciones de estos títulos nos permitirá portar el nombre de cristiano de manera válida y sin traición ni a su significado ni a Cristo.

En efecto, todos los nombres otorgados por san Pablo, al expresar lo que Cristo significa iluminan la vida del cristiano, unos por la vía de la imitación, otros por la vía de la veneración, sin que el pecado venga en ningún caso mutilar esta realización.

En san Gregorio, la única coherencia posible con la idea de ser humano es la configuración del hombre a Cristo. Los seres humanos que en lugar de conducirse por la virtud se dejan guiar por el vicio son para el Obispo de Nisa, creaturas híbridas, es decir, seres que si bien tienen la

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figura humana sólo son monstruos, hombres que tienen una cabeza sin razón5.

2. LOS NOMBRES ATRIBUIDOS A CRISTO Y SUS

IMPLICACIONES EN LA VIDA DEL CRISTIANO Para tender hacia la perfección cristiana, el Obispo de Nisa nos pone

en guardia contra las creaturas híbridas a las que nos hemos referido y contra la división entre la virtud y el vicio, presentes en el hombre. Para evitar estas dos situaciones, Gregorio expone los títulos que san Pablo otorga a Cristo desentrañando las implicaciones que ellos tienen para nuestra vida ordinaria.

Cristo, sabiduría y fuerza de Dios (1Cor 1, 24)

La creación ha sido concebida por la sabiduría de Dios y por su

fuerza ha sido puesta en obra. De acuerdo a esta lógica, si la sabiduría y la fuerza aparecen en nosotros, una elegirá el bien y la otra lo realizará. Por ello san Gregorio afirma que la perfección de la vida cristiana se alcanza en Cristo, mediante la conjunción de estas dos. Quien observa la sabiduría se hace fuerte contra el pecado6.

Cristo es la paz (Ef 2, 14-16)

Cristo es nuestra paz, Él puso muerte a la enemistad, por lo que

nosotros estamos llamados a no continuar viviendo en ella. Derribando el muro de la enemistad, Cristo ha reconciliado la carne y el espíritu creando así al hombre nuevo, de esta forma nosotros estamos invitados a reconciliar-nos interior y exteriormente, para ser nosotros también un solo cuerpo.

5 San Gregorio de Nisa utiliza las imágenes de la mitología griega, en donde encontramos

figuras como el centauro, la medusa o el minotauro, creaturas mitad ser humano, mitad animal. Según el Obispo de Nisa, el hombre se asemeja a estos seres cuando pudiendo ser completamente hombre siguiendo a Cristo, se deja llevar por las pasiones cayendo en el nivel de las bestias, esto le hace ser no un hombre plenamente sino una creatura híbrida.

6 Cf. G. DE NYSSE, Traité de la Perfection chrétienne, p. 37-38.

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Cuando hacemos la paz, nos convertimos también en la paz. Sólo entonces podemos aplicarnos con verdad el nombre de Cristo7.

Cristo es la luz (Jn 1,9)

Cristo es, para san Juan, la luz verdadera que ilumina a todo hombre.

Él habita en una luz inaccesible (1Tim 6, 16), por lo que nosotros, portando el nombre de cristianos, debemos habitar en esa misma luz dejando a nuestra vida ser iluminada por la verdadera luz: Cristo.

La forma en que nuestra vida se ilumina es gracias a las virtudes que son los rayos emanados del sol de justicia. Estos rayos nos permiten rechazar las obras de oscuridad y andar como en pleno día (cf. Rom 13,12-13), viviendo en la luz y siendo luz para los demás8.

Cristo es la santificación

Si concebimos a Cristo como la santificación (es decir quien hace

santo) eso debe desviarnos de toda acción impura. Participamos realmente en este título de Cristo cuando confesamos su poder y su santidad no sólo en palabras sino también por nuestra vida (cf. 1Cor 1, 30).

Cristo es nuestra redención

Cristo se entregó él mismo como rescate para nuestra redención.

Nosotros fuimos rescatados de la muerte al precio de su vida, por ello el cristiano no debe vivir ya para sí mismo sino para Aquel que lo rescató9. Ahora que pertenecemos a la vida, es necesario acordar nuestra conducta a la de nuestro Señor (cf. 1Cor 1, 30).

7 Cf. G. DE NYSSE, Traité de la Perfection chrétienne, p. 38-39. 8 Cf. Ibid, p. 39-40. 9 En este aspecto es importante notar las categorías mentales en las que san Pablo se

expresa, propias de su tiempo, en donde el esclavo que había sido rescatado, pertenecía ahora al amo, en este sentido, nosotros en virtud de la muerte de Cristo hemos sido rescatados para la vida.

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Cristo es Pascua Cristo es el sacerdote que presenta el sacrificio a Dios. Al mismo

tiempo, es también la víctima. De igual manera, el cristiano debe volverse víctima viva, santa, agradable a Dios, trasformándose en culto espiritual. La carne, en el sentido de la concupiscencia, debe ofrecerse en sacrificio para la realización del proyecto divino en nosotros, para ello tenemos como potente aliada la mortificación de los miembros terrestres, respetando una de las reglas básicas: no modelarse sobre este mundo, buscando siempre lo que es bueno, agradable y perfecto (cf. 1Cor 5,7; Heb 4,14)10. Eso hace nuestra pascua semejante a la de Cristo11.

Cristo es el fulgor de la gloria divina

El principio de la esencia trascendente de Dios es inaccesible a los

razonamientos humanos, por ello el Obispo de Nisa, buscando cómo designar a lo que no puede ser abarcado por la razón, cita al autor de la Carta a los Hebreos (cf. Heb 1, 3), definiendo a Cristo como el resplandor de la gloria del Padre y la impronta de su sustancia. De esta manera nos es indicada la relación, que existe entre el Padre y el Hijo al seno de la Trinidad12. En lo que toca a la vida del cristiano, este término nos hace comprender, al menos, la dimensión de Dios (Rom 11, 33; 2Cor 12, 4; 1Tim 6,16).

Cristo es la palabra creadora

La Palabra hace pasar el universo del no ser a la existencia13. De

acuerdo a su origen, todo ser material o inmaterial tiene una única causa de

10 Ver también: Ef 5, 2; 1Tim 2, 6; Rom 12, 1-2; Rom 8, 7; 3, 25; Col 3, 5. 11 G. DE NYSSE, Traité de la Perfection chrétienne, p. 41. 12 Al mencionar a Cristo como en quien resplandece la gloria del Padre, Gregorio de Nisa

sugiere que la irradiación es una forma de relación entre las dos Personas divinas. A este propósito, se puede consultar el Prólogo del evangelio de san Juan y el comentario realizado por Juan Pablo II en la audiencia general del 3 de junio de 1987, así como el mensaje Urbi et Orbi de la navidad de 1995, ambos documentos disponibles en internet, en el sito del Vaticano.

13 Por los relatos de la creación nos damos cuenta de la dimensión creadora de la Palabra. Dios llama a la existencia mediante la Palabra.

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su subsistencia: la palabra del inefable poder de Dios. De la misma forma, el cristiano tiene su origen y su final, su existencia y su subsistencia en la Palabra creadora, es decir en Cristo, en quien el hombre consigue normal-mente vivir sin pecado (cf. Heb 1, 3)14.

Cristo es alimento

Cristo es alimento y bebida espiritual (1Cor 10,3-4). Por la consun-

ción de lo espiritual y de lo sensible en el ser humano, el Obispo de Nisa nos recuerda que así como el alimento sensible es sostén del cuerpo, el alimento espiritual fortalece a nuestra alma. El pan que sostiene a los débiles y el vino que alegra su corazón, se entrega sin distinción a todos los que lo solicitan pero es necesario acogerlos con una conciencia pura15.

Cristo es la roca

Cristo siendo la roca inmutable viene en ayuda de nuestra naturaleza

mutable para que podamos resistir a la ofensiva del pecado, permaneciendo firmes en la vida virtuosa (1Cor 10, 4).

Cristo es la piedra angular

Cristo es el mejor arquitecto, el fundamento de la fe y la piedra

angular, el principio y el cúlmen de toda acción. Poner en él nuestra fe es construir la gran obra de nuestra existencia. Si depositamos en Cristo las primicias de nuestra vida, como su fundamento, y si ordenamos en él nues-tros pensamientos, tendremos una construcción armoniosa (cf. 1Cor 3, 10; Ef 2, 2; Lc 20, 1; 14, 28).

Cristo es la imagen de Dios

Cristo, por amor del género humano se hizo imagen de Dios

invisible. Él se asemejó en todo a la condición humana excepto en el pecado. En nuestro caso, nosotros también debemos ser imagen y semejanza

14 Ver también Rom 11, 33; 2Cor 12, 4; 1Tim 6, 16. 15 Cf. G. DE NYSSE, La creation de l’homme, (Col. Migne Les pères dans la foi), Paris

1982, p. 110-113.

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de Dios, según la idea original en la que fuimos creados, para ello el contemplar la imagen del Cristo y el tomarlo como modelo nos hace la imagen de Dios gracias a la humildad y a la paciencia (cf. Col 1, 15).

Cristo es la cabeza

La Iglesia es un cuerpo donde Cristo es la cabeza y en el cual hay

una estrecha comunión entre sus miembros. Tomando en cuenta que somos los miembros que constituyen el cuerpo y que los defectos y las pasiones se convierten en cuchillos que separan de la cabeza, será necesario, para guardar este cuerpo entero, evitar los defectos y estar en estrecha relación con la cabeza y dejarnos guiar por ella (cf. 1Cor 6, 15; Ef 4, 16).

Cristo es el Primogénito

El Verbo que existía antes de todo tiempo, al momento de su

encarnación se convirtió en el Primogénito de la creación, el Primogénito de entre los muertos y el Primogénito de una multitud de hermanos, en virtud del agua y el espíritu, por los que somos hijos adoptivos de Dios. En consecuencia, nuestra vida sin pecado certificará la relación que une a Cristo que es también justicia, santificación, amor y redención. Estos caracteres nos ayudan reconocernos como hermanos de Cristo (cf. Col 1, 15; 1, 18; Rom 8, 29; Jn 1, 14.18).

Cristo es el Mediador

Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres (cf. 1Tm 2, 5).

Este mediador llevará al hombre irreprochable a participar en su divinidad. Al cristiano toca entonces hacerse irreprochable para alcanzar esta gracia, perteneciendo a nuestro amo como un bien propio pues es claro que el Señor de la gloria no acepta ser el Señor de un ser indigno. Convertidos en honor y gloria por nuestra conducta pura e irreprochable seremos la corona de quien es la cabeza del universo16.

16 Cf. G. DE NYSSE, Traité de la Perfection chrétienne, p. 56-57.

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Cristo es el principio Sabemos que el principio en toda cosa no es diferente de lo que le

sigue, en este sentido siendo Cristo el principio (cf. Col 1,18), los cristianos debemos asemejarnos a él para que nuestra fe sea coherente y le contradiga.

CONCLUSIÓN

Hemos expuesto en forma breve los títulos que la cristología paulina

propone a Gregorio de Nisa para la elaboración de su Tratado de la Perfección, y cómo ellos han de ayudar al hombre a alcanzar la divinización. A manera de conclusión comentamos lo siguiente:

La antropología, desde sus inicios ha concebido la naturaleza humana como un compuesto de vida animal, es decir de aquello que nos es común a los seres irracionales17, y de vida intelectual, que engloba la inteligencia y la voluntad18. A estos dos componentes, la teología occidental añade un tercero: la vida espiritual, es decir la vida de la gracia llamada comunmente vida sobrenatural 19.

Esta descripción de la naturaleza humana, ampliamente conocida, no es compartida por Gregorio de Nisa, para quien la naturaleza humana incluye solamente la vida intelectual y la vida espiritual, argumentando que la vida animal se añadió a la condición humana en función de la caída de los primero padres. En otras palabras, la condición humana, posterior a la caída, no corresponde a la naturaleza humana querida por Dios. Sin embargo, y aunque pareciera contradictorio, en el pensamiento del Obispo de Nisa por la encarnación de Cristo, ha sido restituida, recobrando su status primero.

En efecto, la verdadera naturaleza del hombre, en el pensamiento de san Gregorio es de ser “imagen de Dios ”, inteligencia y razón, pureza, extraño a todo mal, inmortal. Esta verdadera naturaleza fue alterada por el 17 Estos elementos son el instinto y las dos tendencias fundamentales que Platón ya había

definido: el apetito concupiscible y el apetito irascible que en sí mismos no son nocivos pues están ordenados a proteger la vida animal.

18 Contrariamente a los elementos instintivos, la inteligencia y la voluntad nos hacen capaces de elegir libremente, separándonos de los animales, dándonos el status de seres humanos.

19 Cf. G. DE NYSSE Cathechèse de la foi, (Col. Migne. Les Pères dans la foi), Paris 1978, p. 31-33.

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pecado, añadiéndose al hombre “las túnicas de piel”20. De ahora en adelante, una vez añadida la vida animal, ella se convertirá en el símbolo de nuestra condición mortal, la cual sin embargo, no está destinada a subsistir eternamente.

Efectivamente, las “túnicas de piel ”21, no son el propio cuerpo, sino la condición del hombre caído. Son las características del hombre propenso a las pasiones, aquellas que nos son comunes con los animales y que la voluntad no controla ya como lo hacía antes de la caída.

En este sentido, la muerte, como el desajuste de los instintos y la sexualidad, son para Gregorio de Nisa una secuela del pecado. En adelante el hombre vive bajo el régimen de las pasiones, envuelto en un espiral de pecados y males que lo conducirán a la muerte.

La paradoja propuesta al principio de nuestro trabajo encuentra así su respuesta: la condición humana querida por Dios es la de un ser a su imagen. Esta imagen corresponde al hombre que existió antes de la caída que trajo el pecado del mundo, y con él, una nueva concepción de la naturaleza humana.

El hombre perfecto, el que está en comunión con todos los títulos que expresan el nombre del Cristo, efectúa el regreso a su origen, a su expresión más primitiva y más verdadera. Por esta razón, Gregorio de Nisa nos invita a no dudar en transformarnos, en buscar la semejanza con Cristo. Debemos luchar contra lo que es cambiante en nuestra naturaleza, no destruyendo la naturaleza, pero impidiéndole caer.

En realidad, afirma el Obispo de Nisa, el efecto más noble en la vida del ser humano es la orientación de nuestra conducta hacia la perfección y el progreso que se opera en los hombres virtuosos a punto tal que la transformación hacia lo mejor le hace pasar hacia lo divino. El que se deja así transformar por los progresos sencillos y cotidianos, alcanza la verdadera perfección. El hombre, por tanto, no debe cesar de progresar hacia el bien, ni otorgar un límite a la perfección.

20 Este término es empleado por Gregorio de Nissa en su Tratado sobre la virginidad. 21 Las “túnicas de piel” es una alegoría con la que Gregorio de Nisa hace referencia al

cambio de la condición humana después de la caída. Según el relato del génesis, Adán y Eva toman conciencia de su desnudez después de comer el fruto prohibido, en ese momento reciben estas túnicas como “vestido”, que no son otra cosa que las pasiones y las demás secuelas del pecado que les acompañaran a lo largo de su existencia.