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1 “La pasión y el peligro chocan de nuevo en este exclusivo eBook de los Señores del Inframundo.” Una vez, el Atlas, Dios Titán de la Fuerza, fue el esclavo de la diosa griega Nike. Ahora, él es su maestro. Y pronto estos enemigos jurados destinados a destruirse el uno al otro se verán obligados a arriesgarlo todo para darle una oportunidad al amor.

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“La pasión y el peligro chocan de nuevo en este exclusivo eBook

de los Señores del Inframundo.”

Una vez, el Atlas, Dios Titán de la Fuerza, fue el esclavo de la

diosa griega Nike. Ahora, él es su maestro. Y pronto estos enemigos

jurados destinados a destruirse el uno al otro se verán obligados a

arriesgarlo todo para darle una oportunidad al amor.

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CAPITULO 1

—Estate quieta, Nike. Estás haciendo esto peor para ti —Atlas, dios Titán de la

fuerza, contemplaba a la ruina de su existencia.

Nike, la diosa griega de la fuerza. Su contrapartida piadosa. Su enemiga. Y una

completa -poco más o menos-perra.

Dos de sus mejores hombres sostenían sus brazos y dos sujetaban sus piernas.

Deberían haber podido inmovilizarla sin incidentes. Le habían puesto un collar, después de

todo, y este impedía que usara cualquiera de sus poderes inmortales. Incluso su legendaria

fuerza, la cual no estaba a la altura de la suya, gracias al cielo. Pero nunca había habido una

hembra más terca o más determinada a derribarlo. Continuamente luchaba contra su

agarre, lanzando puñetazos, pateando y mordiendo como un animal arrinconado.

—Te mataré por esto —le gruñó.

—¿Por qué? No te estoy haciendo nada que no me hayas hecho tú antes.

Con movimientos recortados, Atlas se sacó la camisa por la cabeza y la echó a un

lado, revelando su pecho y las cuerdas de su estómago. Allí en medio, en grandes letras

negras, extendiéndose desde un diminuto pezón café al otro, estaba su nombre, deletreado

para que todo mundo lo viera. N.I.K.E.

Ella lo había marcado, reduciéndolo a su propiedad.

¿Se lo había merecido? Tal vez. Una vez, él había sido un prisionero en esta área

desolada. El Tártaro, una mazmorra sagrada. Había sido un dios derrocado, hecho

prisionero y olvidado, no mejor que basura. Había querido salir y había estado dispuesto a

hacer cualquier cosa por conseguirlo. Cualquier cosa. Así que había seducido a Nike, una

de sus guardas, usando sus sentimientos por él contra ella.

Aunque pudiera negarlo ahora, ella verdaderamente se había enamorado un poco de

él. La prueba: había arreglado su huída, un crimen castigado con la muerte. Aún así, había

estado dispuesta a arriesgarse. Por él. Pero, justo antes de que le quitara su collar,

permitiéndole destellarse lejos y trasladarse de un sitio a otro con sólo un pensamiento, ella

descubrió que también había seducido a otras guardias femeninas.

¿Por qué confiar en una para lograr terminar el trabajo cuando cuatro le podrían

servir mejor?

Él había contado con el hecho de que ninguna de las hembras griegas desearía que se

conociera su romance con un Titán esclavizado. Había contado con su silencio.

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Lo que debería haber hecho era contar con sus celos.

Nike había comprendido que había sido usada, que realmente sus emociones nunca

habían estado comprometidas. En vez de arrojarlo de nuevo de vuelta a su celda y fingir

que él no existía, en vez de golpearlo, ella lo había sometido y marcado permanentemente.

Durante años había soñado con devolverle el favor. Algunas veces pensaba que ese

deseo era la única cosa que lo mantenía cuerdo mientras pasaba siglo tras siglo dentro de

este agujero infernal. Solo, con la oscuridad como su única compañera.

Imaginad su deleite cuando las paredes de la prisión comenzaron a resquebrajarse.

Cuando las partes defensivas comenzaron a desmoronarse. Cuando sus collares se

desprendieron. Había llevado un tiempo, pero él y sus hermanos finalmente habían logrado

abrirse camino, libres. Habían atacado a los griegos, brutalmente y sin piedad.

En cuestión de días, habían ganado.

Los griegos fueron derrotados y ahora estaban encerrados exactamente donde ellos

habían encerrado a los titanes. Atlas se había alistado como voluntario para supervisar el

área y, afortunadamente, había sido puesto al mando. Finalmente, su día de venganza había

llegado. Nike lo había hecho llevar su marca para siempre.

—Deberías estar agradecida de estar viva —le dijo.

—Jódete.

Él sonrió lentamente, malignamente.

—Lo hiciste tú, ¿recuerdas?

Sus forcejeos aumentaron. Aumentaron tan cruelmente que pronto estuvo jadeando y

sudando al lado de sus hombres.

—Dadle la vuelta —les ordenó. Sin misericordia. Atlas no tenía paciencia para

esperar hasta que ella se cansara—. Únicamente, tatuaré hasta que mi nombre esté lo

suficientemente claro como para satisfacerme.

Con un chillido frustrado y enfurecido, finalmente se calmó. Ella sabía que decía la

verdad.

Él siempre decía la verdad. Las amenazas no eran algo en lo que gastara saliva en

pronunciar.

Sólo en las promesas.

—Eso es, buena chica.

Atlas caminó a grandes pasos hacia adelante y desgarró la tela de su espalda. La piel

era de color bronceado y suave. Perfecta. Una vez, él había acariciado esa espalda. La había

besado y lamido. Y sí, estar con ella había sido más satisfactorio de lo que fue con

cualquiera de las demás, pero no sería gobernado por su pene y la liberaría antes de

marcarla, todo por la esperanza de poder meterse en su cama otra vez. Haría esto.

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—Esto no es lo que te hice a ti —Nike habló con voz áspera—. Yo no te marqué la

espalda.

—¿Preferirías que marcara tus preciosos pechos?

Ante eso, contuvo su lengua.

Bien. Él no deseaba estropear su pecho. Sus senos eran una obra de arte,

seguramente la más fina creación del mundo.

—No hay necesidad de agradecérmelo —murmuró. Extendió su mano ante la

necesidad de darle un azote con su mano—. Por lo menos, no tendrás que mirar mi

nombre cada día de tu, demasiada larga, vida.

Como él tuvo que hacer.

—No hagas esto —lloró repentinamente ella—. Por favor. No lo hagas —giró la

cabeza y había lágrimas en sus ojos cafés.

Ella no era una mujer hermosa. Apenas podría ser llamada bonita. Su nariz era

ligeramente larga y sus mejillas un poco agudas. Tenía el pelo de color castaño cortado para

caer en sus hombros demasiado anchos, el cuerpo de una guerrera. Pero había algo en ella

que siempre le había atraído.

Él puso los ojos en blanco.

—Seca esas lágrimas falsas, Nike —y él sabía que eran falsas. Ella no era propensa a

los despliegues de emoción—. No me afectan y ciertamente no te salvarán.

Instantáneamente sus párpados se estrecharon, las lágrimas desaparecieron

milagrosamente.

—Bien. Pero vas a lamentarlo. Lo prometo.

—Voy a esperar tus intentos.

Era verdad. Luchar con ella siempre lo hacía excitarse.

Sin un solo golpe de vacilación, él presionó la pistola de tinta justo debajo de su

omoplato. Su agarre fue constante mientras él grababa el contorno de la primera letra. Una.

Ni una sola vez ella hizo una mueca de desagrado. Ni una sola vez actuó como si sintiera

algo de dolor. Él sabía que dolía, sin embargo. Oh, lo sabía. Para marcar permanentemente

a un inmortal, la ambrosía tenía que ser mezclada con el líquido de color y esa mezcla ardía

como el ácido.

Ella guardó silencio mientras él terminaba cada uno de los contornos. También se

mantuvo en silencio mientras llenaba el interior de las letras. Cuando terminó, se recostó

sobre su trasero y examinó su trabajo: A.T.L.A.S.

Él esperó a que la satisfacción le alcanzara, por lo tanto que había esperado este

momento. Esa no llegó. Esperó que el alivio lo abrumara, la venganza había sido alcanzada.

Eso sí llegó. Lo que no había esperado era una devastante y candente posesividad, pero eso

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fue exactamente lo que experimentó.

Nike ahora le pertenecía. Para siempre. Y todo el mundo lo sabría.

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CAPÍTULO 2

Nike se paseaba por los confines de su celda. Una celda que compartía con otros.

Conociendo su temperamento tan íntimamente como ellos lo hacían, se cuidaban de

mantenerse fuera de su camino. Con todo. Los compañeros de cuarto apestaban. Podía

sentir sus ojos taladrándole la espalda vestida de toga, como si pudieran ver su nombre

marcado allí.

Si se atrevían a decir una sola palabra…

No había suficientes celdas para contener a todos los Griegos, así que fueron metidos

a la fuerza en cada cámara, en grupos. Masculino, femenino, no importaba. Quizás los

Titanes no se habían preocupado acerca de la mezcla de sexos o tal vez lo habían hecho

para incrementar el tormento de cada prisionero. Esto último era lo más probable. Los

maridos no estaban con sus esposas y los amigos estaban separados de sus amigos. Habían

unido a los rivales.

Para ella, ese rival era Erebos, el dios menor de la oscuridad. Una vez, Erebos la

había tratado como una reina. Una vez, le había gustado de verdad. Había considerado

casarse con él. Pero luego ella se había enamorado de Atlas, ese mujeriego, mentiroso

bastardo, así que dejó a Erebos. Luego descubrió que Atlas nunca la había querido

realmente, sólo la había estado usando. El amor mutó rápidamente en furia.

La furia y la agresividad se habían calmado finalmente. Ella lo había perdonado. En la

mayor parte. Ahora, con su nombre decorando su espalda, lo odiaba con cada fibra de su

ser.

Quizá, es posible, que hubiese sobre reaccionado cuando le había hecho lo mismo a

él. Marcándolo por siempre. La impulsividad siempre había sido su ruina, después de todo.

Durante años, ella se había arrepentido incluso de su decisión. Nunca lo admitiría delante

de él. No sentía arrepentimiento ahora, de cualquier modo.

No le había mentido. Lo mataría por esto.

Primero, tendría que encontrar la manera de quitarse el estúpido collar de alrededor

del cuello. Mientras lo llevara, estaba indefensa. Segundo, tendría que encontrar una forma

de escapar de este reino.

Lo primero, en teoría, hubiera sido fácil. Pero lo había intentado ya, arañándolo y

golpeándolo, e incluso intentado fundirlo de su cuerpo. Todo lo que había hecho era

cortarse la piel, magullar su carne y chamuscarse el pelo. Lo segundo, en teoría y realidad,

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parecía imposible.

Su mirada giró en torno suyo. Después de que los Titanes escaparon, habían

reforzado todo. Cómo, Nike no lo sabía. La prisión estaba supuestamente atada a Tártaro,

el dios Griego del Confinamiento, quien una vez había mantenido custodiados a los

Titanes, y cuando había comenzado a debilitarse sin razón aparente, el reino se había

debilitado, también. Todo en él se había vuelto estructuralmente defectuoso. Ahora Tártaro

estaba desaparecido. Los Titanes no lo tenían y nadie sabía dónde estaba. No había razón

para que el reino no fuera tan fuerte en su ausencia.

Las paredes y el suelo estaban compuestos de piedra divina, algo que sólo

herramientas divinas especiales, que ella no tenía, podían atravesarlos, y sin embargo,

incluso sin la presencia de Tártaro, no había ni una grieta a la vista.

Los gruesos barrotes de plata, que permitían dar un vistazo a la estación de los

guardias adyacente, habían sido construidos por Hefesto, y sólo él podía derretir ese metal.

Desafortunadamente, residía en algún otro lugar. Como con Tártaro, nadie sabía dónde

estaba. Sin embargo, sin Tártaro, ella hubiera sido capaz de doblar ese metal. No podía, ya

lo había intentado.

—Maldita sea, ¿podrías parar? —gruñó Erebos desde unos de los catres. Desde su

cabello oscuro hasta su piel oscura, desde sus bellos rasgos hasta su fuerte cuerpo, era la

imagen del macho infeliz, toda esa infelicidad la apuntaba a ella. — Estamos tratando de

planificar un escape aquí.

Siempre estaban planificando un escape.

—Además —él continuó— tu fea cara me está dando dolor de cabeza.

—Chúpatela—replicó.

Aunque había sido la que lo había lastimado todos aquellos siglos atrás, no

intencionadamente, él se lo había devuelto unas miles de veces. A propósito. No

emocionalmente, pero físicamente. A él no le gustaba nada más que, hacerla tropezar,

chocar contra ella y mandarla volando, “accidentalmente” así como comerse la pequeña

porción de comida que le pertenecía antes de que pudiera luchar por llegar a ella,

muriéndose de hambre. Si Nike no hubiera estado llevando ese collar, él nunca habría sido

capaz de hacer aquellas cosas. Era demasiado fuerte. Otra razón para despreciar su

cautiverio.

—El chupármela probablemente sacaría mejores resultados que cuando lo hacías tú

—replicó él.

El puñado de dioses y diosas a su alrededor se rieron.

—Lo que sea —dijo ella, como si la burla no le molestara. Excepto que sus mejillas

se sonrosaron. Nike era el epítome de la fuerza, o se suponía que lo era, y siempre había

sido más masculina que femenina. Eso era por lo que la atención de Atlas le había

sorprendido y deleitado tanto. Ese magnífico hombre podía haberse ganado a cualquiera,

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sin embargo la había elegido a ella. O eso es lo que había pensado. Y se había enamorado

en el acto porque él, de alguna manera, la había hecho sentir como una mujer delicada y

hermosa.

En ese momento Atlas entró a zancadas en la estación de los guardias. Nike no

necesitaba verlo para saberlo. Lo había sentido. Siempre sentía su calor. Cuando su mirada

lo encontró, descubrió que tenía el brazo alrededor de una rubia de piernas largas. Una

rubia que se acurrucaba a su lado como si perteneciera allí, y hubiera estado ahí varias veces

antes.

Ese pensamiento enfureció a Nike. No debería haberlo hecho; ella despreciaba a

Atlas con todo su ser y no le importaba con quien dormía. No le importaba a quien le daba

placer. Y si le había dado placer a esa rubia con esas talentosas manos y anhelados labios.

Él era un amante sorprendente cuyo toque todavía rondaba los sueños de Nike. Pero allí

estaba. Furia.

Ella no quería, pero se encontró caminando a zancadas hacia los barrotes y

apretándolos para tener una vista mejor y más cercana de él. Otros tres guardias le

rodearon, todos hablando y riéndose. Mientras los prisioneros vestían de blanco, los

guardias lo hacían de negro, y a él le sentaba bien ese color. Era el complemento perfecto

para su propia oscuridad, su cabello corto y ojos color mar.

Su rostro había sido cincelado por un artista maestro, todo en él estaba

perfectamente proporcionado. Sus ojos tenían la perfecta separación, su nariz la perfecta

longitud, sus mejillas la perfecta angulosidad, sus labios la perfecta forma y color y su

barbilla era un perfecto y testarudo cuadrado.

Debía haber sabido que él estaba jugando en el momento que giró esos peligrosos

ojos y estos se encendieron con “interés” al verla. Los hombres simplemente no la miraban

de esa manera. Ni siquiera lo había hecho Erebos, y él la había amado.

—Bastardo —murmuró, la maldición para ambos hombres de su pasado.

Como si la hubiese oído, Atlas alzó la mirada. En el momento en que sus ojos se

encontraron, ella quiso soltar los barrotes. Deseaba alejarse, fuera de su vista. Pero no se

permitió ese lujo. Hubiera sido una cobardía, y este hombre la había visto débil demasiadas

veces.

Sólo para burlarse, y esperando hacerlo sentir tan fuera de control como siempre la

había hecho sentir, ella permitió que su atención descendiera a su pecho, exactamente

donde descansaba el nombre de ella. Sonrió presumidamente antes de levantar su mirada y

arquear su ceja. Touché. Un músculo palpitó en su mandíbula.

¿Qué opina tu amante de tu marca? Quería gritar. ¿Qué piensa la rubia acerca de mi nombre

sobre tu cuerpo?

Tiró de la estúpida rubia más cerca de él y, sin romper el contacto ocular con Nike,

plantó un lujurioso y mojado beso en su boca. Por supuesto, ella reaccionó como cualquier

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mujer lo hubiera hecho. Envolvió sus brazos alrededor de él y se sostuvo como para salvar

su propia vida. Como Nike bien sabía, ese hombre podía hacer correrse a una mujer con la

pericia de su beso.

La furia de Nike se intensificó. Si hubiera sido capaz, habría bajado allí y los habría

desgarrado. Luego los habría matado a ambos. No porque quisiera a Atlas para ella —no lo

hacía— sino porque él estaba claramente usando a esa mujer. La pasión no ardía en su

expresión. Sólo lo hacía.la determinación

Nike le haría un favor a la población femenina destruyéndolo.

— Erebos —lo llamó—. Ven aquí. Quiero besarte.

— ¿Qué? —él jadeo, su shock era evidente.

— ¿Quieres un beso o no? Ven aquí. Rápido.

Escuchó un roce de ropa detrás de ella y luego su antiguo amante estaba a su lado. Él

era un prisionero y el sexo era una rareza. Erebos tomaría lo que pudiera obtener, incluso

de alguien que aborrecía. Por lo mucho que sabía.

Nike se volvió hacia él, que ya estaba inclinándose hacia abajo. Como la rubia, ella

envolvió sus brazos alrededor del cuello de su compañero y se sostuvo fuerte. Sólo que ella

no disfrutó el beso, familiar como era. El sabor de Erebos era tan… ¿qué? Diferente del de

Atlas, se dio cuenta, y su furia se elevó otro grado. Ningún hombre debería tener tanto

poder sobre ella.

Con todo. Dejó que Erebos continuara. Atlas necesitaba darse cuenta que ya no lo

deseaba. Necesitaba darse cuenta que nunca, nunca jugaría otra vez con sus emociones. Ya

no era una pequeña muchacha idealista. Él se había asegurado de ello.

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CAPÍTULO 3

Furia. Una furia absoluta llenó a Atlas. Soltó a su acompañante, ni siquiera podía

recordar su nombre, y esta jadeó en protesta por lo abrupto de las acciones. Él no se

molestó en explicar lo que pensaba hacer al alejarse con pasos fuertes. La furia continuaba

propagándose mientras subía las escaleras que llevaban a las jaulas de prisioneros y a la

celda que contenía a Nike.

Llevaba su nombre en la espalda. ¿Cómo se atrevía a permitir que otro hombre

pusiera sus labios sobre ella?

Cuando llegó a su destino, Atlas levantó su brazo y el sensor que había incrustado en

su muñeca hizo que los barrotes se abrieran. Varios prisioneros estaban sentados contra la

pared más alejada. Sus rostros se sonrojaban mientras observaban, embelesados por el

deseo, como el dios menor de la Oscuridad y la diosa de la Fortaleza se limpiaban

mutuamente las amígdalas. De hecho, estaban tan absortos que ni siquiera trataron de pasar

sobre Atlas para intentar escapar. O tal vez, eso tenía más que ver con el dolor que

sentirían si trataban de hacerlo. Solo tenía que presionar un botón y sus collares les freirían

el cerebro.

Nike gimió, como si en verdad disfrutara de lo que le estaban haciendo. La visión de

Atlas se tiñó de rojo. Como-Se-Atrevía. Con los dientes apretados la agarró por el cuello de

la túnica y de un tirón la acercó contra las duras líneas de su cuerpo, lejos de Erebos.

Nike soltó un jadeo. A diferencia de cuando la rubia lo había hecho, Atlas no

permaneció indiferente. Quería tragarse el sonido y hacer algo, cualquier cosa, para que

jadeara de nuevo.

¿Qué ocurre conmigo?

─Hey ─dijo bruscamente Erebos, tratando tontamente de alcanzarla para terminar lo

que habían comenzado─. Estamos ocupados.

Frunciendo el ceño, Atlas lo pateó en el pecho. El hombre más pequeño voló hacia

atrás, aterrizando sobre sus colegas prisioneros. Enderezándose de un salto, listo para

atacar, vio quien le había asestado el golpe y se detuvo, inflando las fosas nasales.

─Tócala otra vez ─dijo─ y te sacaré el collar, junto con la cabeza.

El dios palideció, tal vez incluso gimoteó.

─No lo valía, de todas maneras.

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Por esas palabras, Atlas también podría matarlo.

─¿Qué diablos crees que haces? ─exigió Nike, volviendo a la vida de repente y

atrayendo su atención. Se giró hacia él, fulminándolo con la mirada─. Puedo acostarme con

quién quiera. Y oye, incluso podría elegir a uno de tus amigos.

A pesar de sus palabras airadas, no estaba sin aliento como hubiera estado de ser

Atlas quien la hubiera besado y sus mejillas no estaban sonrojadas. Sus pezones ni siquiera

estaban endurecidos. Finalmente, algo enfrío las llamas más ardientes de su furia.

─Sólo cierra la boca. ─Aferrándola por la parte superior del brazo la arrastró fuera de

la celda. Los barrotes se cerraron automáticamente tras él.

─¿Qué diablos crees que haces? ─preguntó de nuevo, resistiéndose a su agarre.

Nunca había sido obediente con él.

─¿Qué diablos crees tú que estabas haciendo? ─rebatió Atlas. Cuando llegó al pie de

las escaleras se detuvo. La rubia, quien justamente resultaba ser la diosa de la memoria,

(maldición, ¿cuál era su nombre? ¿Mini? No, pero cerca. ¿M & M? ¿Minisong? Más cerca.

Mnemosyne. Sí, eso era), Mnemosyne al igual que los otros tres guerreros designados para

cuidar Tartarus hoy, lo miraban con la boca abierta.

─¿Qué? ─soltó con rudeza. Al menos Nike había dejado de resistirse. Quieta a su

lado, intercambiaba su atención de él a los otros y de los otros a él.

─No puedes simplemente sacar a un prisionero ─le dijo Hyperion, dios de la luz. Era

un hombre apuesto, aunque tan pálido como su nombre lo sugería y más valía que Nike no

lo estuviera viendo como posible compañero de cama.

─No la estoy sacando ─contestó con frialdad─. La estoy trasladando. ─A una celda

propia, donde ninguno pueda poner sus sucios, asquerosos labios sobre ella. Donde nadie

pueda poner sus manos errantes sobre ella. Tampoco había nada sexual acerca de su

decisión.. Simplemente no quería que experimentara ninguna clase de placer. No se lo

merecía.

─¿Por qué? ─Mnemosyne lo miraba con curiosidad, sin una sola pizca de malestar o

celos en su expresión.

¿Por qué? Se preguntaba él. La diosa había estado deseosa de tener algo con él desde

hacía meses, invocándolo constantemente. La noche anterior, incluso había aparecido en su

casa, desnuda.

Era hermosa, sí, y él casi había cedido y dormido con ella. Su cuerpo había quedado

excitado después de lo ocurrido con Nike, y estaba desesperado por encontrar alivio. Pero

antes de cerrar el trato, había enviado a la decidida diosa de vuelta a casa. Se había sentido

demasiado culpable para continuar. Como si estuviera engañando a Nike. Lo cual era

ridículo. La única relación que había entre ellos era una de odio.

Además, ¿quién quería pasar el tiempo con una mujer que nunca olvidaría tus

errores? ¿Una mujer que recordaría todas tus transgresiones? Él no. Sin embargo, se había

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transportado a la casa de Mnemosyne esta mañana y le había propuesto pasar el día con él,

solo para poder traerla a la prisión. Había estado extrañamente exultante ante la idea de

hacer alarde de ella frente a Nike.

Así que de nuevo se preguntaba por qué la diosa de la memoria no sentía que Nike

era una amenaza. Aunque la mayoría de las mujeres no lo hacían, lo sabía. Las había oído

hablar. Nike era demasiado alta, demasiado musculosa, decían. Demasiado ruda y

demasiado tosca. Pero esas eran las cosas que habían despertado su interés en ella. Nike

podía manejar su fuerza. Ella daba tanto como recibía. Nunca se achicaría ante su mirada.

Nunca huiría de su cólera. Siempre lo enfrentaría. Y eso le gustaba. Mucho. Nunca antes se

había topado con una mujer que tuviera esa clase de coraje.

Y era bonita, pensó. Sí, tan solo ayer habría pensado que apenas lo era, pero ahora

esa idea parecía errada en todo nivel. Hacía solo un momento, cuando había entrado a la

prisión, sintió su mirada sobre él y miró hacia ella. Por un segundo, tan solo un segundo, la

atrapó con las defensas bajas. No sabía que él la estaba mirando, así que no había

resguardado su expresión. Una expresión suave, soñadora, con los ojos luminosos. Esa

visión de ella había calentado su sangre como si hubiera estado en llamas.

Aún así, eso no significaba que la deseara, a su enemiga. El hecho de saber que tenía

su nombre gravado sobre la espalda estaba haciendo estragos en su mente, su sentido de

posesión, estaba seguro.

─¿Y bien? ─señaló Mnemosyne.

─Sí ─dijo Nike─. Estamos esperando una respuesta.

¿A qué? Oh, sí. Porqué la estaba trasladando. Alzó la barbilla, negándose a bajar la

vista hacia ella. No es que tuviera que mirar muy abajo. Con 1,82 era casi tan alta como él.

─No necesito una razón. Soy responsable de esta prisión y todo lo que hay dentro.

Por lo tanto, si quiero trasladarte, puedo hacerlo.

Eso último fue para los Titanes. Harían bien en no cuestionarlo.

Sin más palabras, se llevó a rastras a Nike. ¿Dónde debería llevarla? A su oficina,

decidió. En estos momentos, no había una sola celda vacía en todo el reino.

─Tienes suerte que no haya hecho asesinar a ese bastardo ─le dijo cuando estuvo

seguro que los otros no podían oírlo.

Nike no tuvo que preguntar quién era “ese bastardo”.

─¿Por qué motivo?

Por tocar lo que es mío.

─No tenía permiso para confraternizar contigo. ─Atlas dobló una esquina y allí, al

final del pasillo, estaba su puerta.

─¿Confraternizar conmigo? ─rió Nike, sin humor─. Oh, espera. Ya entendí. Tu

puedes joderte a quien quieras, pero yo no.

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Bien. Estaban de acuerdo.

─Así es. ─Una vez estuvieron dentro la soltó finalmente. Sus manos ansiaban

regresar a ella, pero las mantuvo a sus costados. En lugar de ubicarse tras su escritorio, se

puso frente a ella, nariz a nariz─. Sufrirás en soledad. ─Dioses, si que olía bien. A pasión.

Pura pasión ardiente.

─Cómo si me importara. Me divierto más yo sola, de todos modos.

La imagen que esas palabras evocaron casi lo puso de rodillas. Debería alejarse. Antes

de hacer algo estúpido.

Nike entrecerró los ojos.

─No has cambiado, sabes. Eres el mismo asno de años atrás.

─Sin embargo ─continuó Atlas, como si ella no acabara de insultarlo. Estúpida, la

condenaría. Estaban juntos y sin compañía.─, si necesitas que te besen, yo me encargaré de

eso.

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CAPÍTULO 4

No hubo tiempo para protestar. En menos de lo que se tarda en pestañear, Nike se

encontró aplastada contra la pared, con Atlas encima de ella, pecho sólido contra senos

suaves, sus manos la sujetaban por las sienes, su boca asaltaba la de ella. Sin advertencia, su

lengua penetró profundamente forzando su paso entre los dientes de Nike.

Ella pudo haberlo mordido. De hecho quería morderlo, y no con afecto. Quería

sacar sangre, dolor. En cambio, su cuerpo se convirtió en esclavo de Atlas, como si siglos

de odio no hubieran pasado y le dio la bienvenida dentro de su boca. Enredó los brazos a

su alrededor y se arqueó sobre su erección. ¿Erección? Oh, sí. Estaba duro. Duro, largo y

grueso.

Su sabor era pecaminoso, salvaje y ardiente, como a especias oscuras. Sus músculos

estaban tensos bajo las manos de Nike. Las movió hacia arriba, hasta enredar los dedos en

sus cabellos. Las puntas cortas pinchaban deliciosamente, haciéndola estremecer.

Tócame, quería gritar. Había pasado tanto tiempo, tanto maldito tiempo, desde que

había experimentado algo así. Oh, estuvo con otros hombres después de haberse entregado

tan tontamente a Atlas, pues andaba en la búsqueda de algo tan intenso como lo que ellos

habían compartido. Pero cada experiencia la había dejado vacía, insatisfecha. Y entonces

había sido capturada, por el propio Atlas, y metida sin miramientos en prisión.

Con la falta de privacidad, no había tenido oportunidades para encontrar compañía.

Ya nadie le resultaba atractivo. Nadie a excepción de Atlas, maldito fuera.

Sí, maldito fuera. Él. El hombre que ayer mismo la había sujetado y grabado su

nombre sobre la espalda. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué permitía que esto sucediera?

Atlas creería que ella aún se interesaba por él. Creería que ella aún sufría por él, soñaba con

él… que lo deseaba. Eso podía ser verdad, condenación, pero nunca dejaría que él lo

supiera.

Jadeando, Nike alejó su boca.

─No te deseo ─mintió─. Suéltame. Ahora.

Un gruñido bajo estalló en la garganta de Atlas.

—Yo tampoco te deseo. —Una, dos veces frotó su vara contra ella—. Pero no te

soltaré.

Temblores le recorrieron la columna. Cielos santos. Él había acertado en su centro de

placer y las sensaciones se dispararon a través de ella. Entonces una de las manos de Atlas

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descendió tomando uno de sus pechos y sus rodillas casi cedieron

—¿Por qué? —la voz fue un mero gemido. ¿Y por qué le estaba permitiendo tener

una opción? ¿Por qué no se estaba alejando de él? Eres Fortaleza. Actúa como tal.

—¿Por qué no te dejaré ir? —preguntó Atlas haciendo rodar un pezón endurecido

entre sus dedos.

Era por eso que permanecía donde estaba, pensó, aturdida. El placer crecía, fluyendo

por sus venas, quemándola, convirtiéndola en un ser diferente. Uno que vivía sólo por esa

satisfacción. Un ser al que no le importaba que el responsable de su deseo fuera un

enemigo.

—Sí.

—Yo solo… Yo… —Los dedos en el pezón apretaron más, llegando a doler un

poco—. Sólo cállate y bésame otra vez.

Sus bocas se volvieron a encontrar y esta vez ella se puso de puntillas para alcanzarlo.

No podía detenerse. Mientras sus lenguas se encontraban y batallaban, él la tomó del

trasero y la levantó del suelo. Obligarlo a soportar su peso hubiera sido divertido, pero ni

de cerca tan placentero como enroscar las piernas alrededor de su cintura y presionar su

centro necesitado contra la verga de Atlas.

Con ella apretada contra la pared, fue capaz de meter sus dos manos bajo la túnica de

Nike. Sus cuerpos estaban demasiado pegados para que él pudiera alcanzar el centro

sedoso, donde ella más lo necesitaba, pero tenerlo aferrándola de las nalgas, piel contra piel,

era casi igual de bienvenido. Él era más caliente de lo que ella recordaba.

Sus labios la abandonaron, pero antes de que pudiera gemir su decepción él estaba

besando y lamiendo su camino cuello abajo.

—Sí —jadeó—. Sí. Justo así.

—¿Más? —Con la nariz, hocicó el collar dorado de esclava como si este fuera una

baratija en lugar de un dispositivo que podía matarla. Por una vez, hasta le gustaba el collar.

—Sí. —Más. Por el momento esa era la única palabra que podía pronunciar. A

menos que… ¿pensaba hacerla rogar?

De pronto, la furia se mezcló con el deseo. Pues bien, ella le enseñaría. No rogaría

por nada. Ni siquiera por esto. Especialmente por esto. No por él.

—Entonces, más tendrás —dijo, dejándola asombrada. Empujó el material de la toga

de Nike hacia abajo, dejando sus senos al descubierto. El aire pasó siseando entre sus

dientes—. Tan adorables. Tan perfectos. —Sacó la lengua y rodeo con ella el pezón que

había pellizcado hacia poco tiempo—. Tan mío.

La cabeza de Nike cayó hacia atrás y sus uñas le arañaron la espalda. Tan bueno. El

calor… la humedad… la…

—¡Sí! —La succión. La estaba chupando tan enérgicamente que sus músculos

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estomacales temblaban—. Atlas —gruñó—. No te detengas. —Una orden, no una súplica.

─No lo haré. No puedo. —Enderezándose, le lanzó de repente una mirada con ojos

entrecerrados que la mantuvo sujeta en el lugar mucho más efectivamente que su cuerpo—.

Te deseo. Deseo todo de ti.

Nike luchó para recuperar el aliento. El sentido.

—¿Te refieres a sexo? —Sí, sí, sí. Aquí, ahora.

Un corto asentimiento con la cabeza fue toda la respuesta que recibió. Abrió la boca

para responder, pero de alguna forma encontró la fuerza para detenerse. Se bebió la visión

de él, una vista que la deleitaba casi tanto como la ponía furiosa. ¿Furiosa? ¿Por qué? Sus

fosas nasales estaban infladas, sus labios apretados. Atlas se veía como si apenas pudiera

mantenerse bajo control.

¿La desea tan desesperadamente? Se preguntó. ¿O era simplemente un muy buen

actor?

Sí, reflexionó sombríamente. Él era un muy buen actor. Y de allí era de donde surgía

la furia. Atlas la estaba mirando como antes, como la última vez que habían tenido sexo.

Esa mirada fue el catalizador para la decisión de liberarlo, a pesar de las consecuencias para

ella misma. Consecuencias que habrían resultado en pena de muerte. Pero, había pensado,

él me ama con la misma intensidad con que yo lo amo. Creyó que a pesar de todo valía la

pena el riesgo de liberarlo. De poder, quizás, estar con él por toda la eternidad.

Cómo se las habían arreglado para conseguirlo, no lo sabía. Pero había querido

intentarlo. Él no.

Gracias a los dioses se había encontrado con un miembro de su desfile de

mujerzuelas, apenas minutos después de escoltarlo desde el edificio hasta las nubes de

afuera, donde él hubiera sido capaz de transportarse. Atlas aún tenía el collar puesto, pues

Nike no había querido quitarlo hasta haber pasado al último guardia. De esa manera,

cualquiera que los viera caminando juntos, asumiría que ella simplemente estaba

trasladando a un prisionero.

Pero afuera, fueron vistos. Nadie podía transportarse desde la prisión ni hacia esta,

así que todos tenían que caminar a través de la puerta principal. Aergia, la diosa de la

Pereza, había decidido, de entre todas las cosas, venir a trabajar más temprano, sorpresa,

sorpresa (sólo para estar nuevamente con Atlas). La diosa había detenido a Nike para

preguntarle adónde estaba siendo llevado.

—Lo estoy tentando con lo que no puede tener —había afirmado Nike.

La diosa frunció el ceño.

—Bien, llévalo a mi oficina cuando termines.

—¿Para qué?

El ceño se convirtió en una sonrisa lenta, sensual.

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—Así puedo administrarle mi propio… castigo.

Terror surgió dentro de ella.

—¿Y cómo lo castigas?

—¿Cómo crees? Pero no te preocupes. Lo voy a dejar rogando por más. Siempre lo

hago.

Atlas entonces intentó huír, pasando justo entre ellas, pero con su collar aún en el

lugar no había llegado muy lejos. Nike lo había vuelto a encerrar y, desconfiando, interrogó

a todas las guardias femeninas. Casi todas habían tenido algo con él. Y a todas le había

dicho lo mismo: “Eres hermosa. Quiero pasar la vida contigo. Todo lo que necesito es mi

libertad y seré tu esclavo para siempre.”

Entonces, ¿tener sexo con él otra vez?

—Diablos, no.

—Tú me deseas —dijo bruscamente. Su agarre en ella se apretó, sus dedos se

hundieron profundamente, dejando marcas—. Sé que es así.

Y así de repente, Nike supo de qué se trataba toda esta pequeña sesión de besos y

caricias. Atlas planeaba acostarse con ella, enamorarla de nuevo y después dejarla.

Masticaría el orgullo de Nike, lo escupiría y luego pasaría sobre él. Todo para castigarla,

estaba segura, por haberse atrevido a tatuarlo. Marcarla con su nombre, obviamente, no fue

suficiente.

—Desear tu muerte y desear tu cuerpo no son la misma cosa. —Con una sonrisa

edulcorada, le palmeó la nalga—. Y puedo jurarte que mientras de verdad quiero lo

primero, solo estaba bromeando con lo segundo. —¿Ahora quien engañaba a quién?─ Así

que… si hemos terminado…

Atlas se pasó la lengua sobre los dientes. Sus brazos cayeron lejos de ella y dio un

paso atrás. Nike casi se desploma, pero logró mover sus piernas y absorber su propio peso.

—Hemos terminado —dijo Atlas, con tono cortante—. Hemos terminado

definitivamente.

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CAPÍTULO 5

Atlas tenía que vaciar una celda de sus siete ocupantes y poner a aquellos dioses y

diosas dentro de otras celdas ya apiñadas, para hacer lugar a Nike. Sin embargo, el tiempo y

esfuerzo lo merecía. Él no podía tolerar el pensamiento de ella con ese bastardo, Erebos,

haciéndole las mismas cosas que una vez le había hecho a él.

No. Iba. A. Suceder.

Y quizás, tal vez, había una escasa posibilidad de que no tuviera nada que ver con

castigarla sino todo que ver con el placer que anteriormente él repudió. En sus brazos, él

había vuelto a la vida. Eso había pasado la última vez, también, pero lo había despreciado

como locura de prisionero. Ahora, no podía despreciarlo. Él no era un prisionero; era un

guardián. Había vuelto a la vida, y necesitaba más. De ella, sólo ella. Sin embargo ella

afirmó que simplemente había estado jugando con él.

Quería que eso fuera una mentira más de lo que quería tomar su próxima respiración.

Lo cual no entendía. Estaba condenada a pasar la eternidad escondida, lo que quería decir

que ellos no podían tener ninguna clase de vida juntos. Ni siquiera si la liberaba. Pues, él

sería encerrado o sentenciado a muerte.

Durante una semana, Atlas lamentó su situación y meditó qué hacer. Mientras tanto,

se mantuvo alejado de la nueva celda de Nike. De todas formas, eso no le impidió seguir

pensando en ella. ¿Qué estaba haciendo ella? ¿Pensaba en él? ¿Soñaba con él y ese

demoledor beso?

Él lo hacía. Cada vez que cerraba los ojos veía la pasión resplandeciendo en su rostro.

Un rostro que era exquisito. De escasamente pasable, a bonito, a exquisito, todo en el plazo

de una semana. Sacudió la cabeza maravillado. Pero ella merecía la alabanza. Sus pestañas

eran largas y abundantes como el terciopelo negro. Terciopelo que enmarcaba los sensuales

ojos de chocolate. Sus mejillas eran suaves, perfectas para acariciar, y sus exuberantes labios

rojos eran más dulces que la ambrosía. Toda esa fuerza… su pene se llenó y se alargó de

sólo recordarla. Ella lo había agarrado y arañado con un abandono salvaje. Todavía llevaba

las marcas.

Ellos definitivamente no habían acabado. Ni siquiera de cerca. Él tenía que

experimentar eso de nuevo.

Finalmente, no pudo soportar la separación por más tiempo. Agradecidamente, su

turno había acabado. Un turno que había consistido en caminar por los pasillos de la

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prisión, observar a los prisioneros dentro de sus celdas, asegurando que todos se

mantuvieran calmados.

Eso lo debería haber aburrido. Después de todo, era un guerrero. Pero no lo hastiaba.

Y eso lo debería haber irritado. Después de todo, pasó incontables siglos en este lugar y

había jurado que nunca retornaría una vez que hubo escapado. Pero de nuevo, irritación no

era lo que sentía. Había querido este trabajo para estar cerca de Nike. Para tener su

venganza, se había asegurado una vez. Ahora, no estaba tan seguro. Hoy, y realmente

durante toda la semana, había caminado por los corredores vigorosamente, sabiendo que

todo lo que tenía que hacer para captar una mirada de ella era doblar en la esquina.

No se había permitido hacerlo. Hasta ahora. Finalmente, la vería.

En el momento en que ella apareció a la vista, su sangre se calentó abrasando. Su

aliento siguió el ejemplo, haciendo arder sus pulmones hasta las cenizas. Ella se sentaba

encima de su catre, con los brazos apoyados en la barandilla, las rodillas se levantaron al

inclinarse suavemente hacía adelante. Su pelo estaba peinado con los dedos a la perfección,

y sus ojos estaban entrecerrados, escudando sus iris y las emociones depositadas allí, pero al

menos él podía ver la sombras que sus pestañas proyectaban en sus mejillas. Sombras que

podría trazar con la yema del dedo.

Oh, sí. Ella era exquisita.

—¿Dónde está tu novia? —Su voz era suave como la seda. No obstante, justo debajo

de esa seda, pensó que había notado un deje de furia.

¿Estaba enfadada porque había venido? ¿O enfadada por haberse mantenido

apartado tanto tiempo?

—No tengo novia.

Ella se encogió de hombros.

—Que lástima para ti que esas putas no se comprometan.

Sabía que él era la puta de la que ella hablaba, y tensó la mandíbula. Pero se lo

merecía, suponía.

—Hice lo que tenía que hacer para escapar, Nike. Eso no quiere decir que no sinti…

—No. Oh, no. No bajaría por ese camino. No había querido sentir nada por ella, pero lo

hacía. Eso no lo había detenido de usarla, así que a ella nunca le gustaría lo que tenía que

decir al respecto—. Estoy seguro que tú también harías lo que fuera para escapar.

Su expresión se oscureció, pero no refutó sus palabras.

—Entonces, ¿viniste a liberarme?

—Difícilmente.

—¿Entonces por qué estás aquí? No tenemos nada más que decirnos.

Porque eres en todo lo que pienso ahora. Nunca debería haberla marcado.

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Esto se podría haber evitado. O no. Podría haber dormido con otras en todos

aquellos años atrás porque él había estado desesperado por huir de este lugar, pero había

sido su rostro el que se había imaginado cuando lo había hecho.

Sin apartar la mirada de ella, se reclinó en el barrote detrás de él y cruzó los brazos

sobre el pecho.

—Hay bastante que decirse. Acerca del beso.

Ella bostezó, palmeándose la hermosa boca. Una boca que él quería por todo su

cuerpo.

—Preferiría dormir.

Entonces. Todavía quería que él pensara que no le había afectado. Parte de él lo creía.

Una parte insegura de él que nunca había sabido manejarla realmente, su igual en todo

sentido. Sí, incluso en la fuerza, aunque frecuentemente a él le gustara negarlo. La otra

parte, la parte masculina, sabía que le había gustado todo lo que él le había hecho. Ella

había gritado su nombre, por los dioses, y él ni siquiera la había hecho llegar al clímax.

—¿Estás diciendo que no me deseas? —le preguntó tan sedosamente como lo había

hecho ella.

—Ni siquiera un poco.

—¿En serio? —Él descansó los dedos en la cintura de los pantalones, girando el

botón, y los ojos de ella siguieron el movimiento. Su polla estaba ya dura, ya tensa,

elevándose sobre la cima. La humedad brillaba allí—. ¿Ni siquiera un pequeño, poquitín?

Ella tragó.

—Nnno —la palabra fue un graznido—. Pero tú lo eres. Pequeño, es decir.

Mentirosa. Ella lo hacía. Lo deseaba. Y él era enorme, muchas gracias. El sentido de

posesividad volvió, mucho más intenso porque estaba unido a la satisfacción.

—Sin embargo, te tendré, Nike. Eso te lo prometo.

—Sólo… vete —dijo, repentinamente sonando casi… desanimada. Ella se desplazó

hacia un lado, luego se giró de espaldas, desviando la mirada de él—. Hemos terminado

uno con el otro. ¿Recuerdas?

Movimiento equivocado. Viendo su espalda, incluso cubierta por esa holgada túnica,

le recordaba lo que le había hecho y eso encendió nuevamente su sangre. Haría lo que

tuviera que hacer, con tal de tener a esta mujer.

—Supongo que lo descubriremos —le dijo ella antes de irse.

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CAPÍTULO 6

Atlas empujó al pasar las puertas dobles que conducían a la habitación del trono de

Cronos. Guardias armados, guerreros inmortales que el mismo Cronos había creado,

estaban dispuestos a lo largo de las orillas de las paredes. Cada uno sostenía una lanza y las

espadas se columpiaban de las vainas de sus cinturas. Estaban atentos esperando por una

orden o una amenaza. Saltarían a la acción por ambas.

Por supuesto, también había guerreros alineados a ambos lados de la alfombra de

lana de cordero púrpura que conducía al enjoyado estrado, acompañando a Atlas en su

avance. Le habían quitado las armas, pero no se arriesgaban, vigilando cada movimiento

con desconfianza.

Él se preguntaba si, cuando era una mujer libre, Nike había sido convocada alguna

vez a esta habitación, aunque hubiese sido para presentar sus respetos a Zeus, su rey. Y si

lo había sido, ¿por una recompensa o por un castigo?

Deja de pensar en ella. Concéntrate en Cronos. Él es astuto. El rey de los dioses no era el

mismo hombre que había sido antes de su encarcelamiento. Los miles de siglos dentro del

Tártaro lo habían cambiado; era más duro, cruel. Totalmente inclemente. Ante el signo de

cualquier debilidad, se abalanzaba sobre ella.

Hoy en día, Cronos se negaba a estar en los cielos sin un ejército que lo escudara.

Pero entonces, un hombre en guerra con su propia esposa no podía ser demasiado

descuidado. Especialmente cuando esa esposa era una reina con habilidades poderosas y

aliados propios. Una esposa que…

Mareado, le dio vueltas la cabeza, fragmentando sus pensamientos, y él frunció el

ceño. Frunció el ceño pero no se detuvo hasta que alcanzó el final de la alfombra. Mantuvo

su atención, ofuscado como estaba, fija en Cronos.

El rey estaba sentado en el trono de oro sólido. Oscuras hebras atravesaban su

cabello de plata, y su barba se había reducido desde la última vez que Atlas lo había visto.

Algunas de las arrugas incluso habían desaparecido de sus curtidas facciones. Vestía una

larga toga blanca, parecida a la de los prisioneros del Tártaro. ¿Por qué? Se preguntaba con

frecuencia.

Sólo tenían sentido dos explicaciones. Había llevado la prenda durante siglos y ahora

se sentía más cómodo en ella. O no quería olvidar lo que una vez había sido, y podía ser de

nuevo si no se andaba con cuidado. Atlas había estado más que feliz de despojarse de su

propia toga. ¿Haría lo mismo Nike, si alguna vez ganaba su libertad? No es que pudiera.

Estás pensando en ella otra vez.

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Junto al trono había una mujer. Poseía uno de los rostros más puros que Atlas había

visto alguna vez, y tenía una piel pálida y pecosa. Era delgada como una caña, con oscuro y

rizado cabello y delicados hombros. No rezumaba poder. Es más, ella parecía…

insustancial. Etérea, como imaginaba que se vería un fantasma. Allí, pero viendo-a través-

de-ella. Allí, pero oscilando. Sus ojos estaban ensombrecidos, vacíos, como si no hubiera

nadie en casa.

Cuando levantó la mano para quitarse un mechón de cabello del hombro, él solo

pudo contemplarla atónito. La elegancia de su movimiento inspiraba admiración. Más

elegante que un baile, más delicado que el aleteo de una mariposa. Sí había alguien en casa,

sólo que a ella no le importaba lo que estaba pasando a su alrededor.

Atlas extrajo su atención de la mujer y estudió la cámara. Había miles de arañas en el

techo, cada una goteando con resplandecientes lágrimas. Centelleos multicolores

destellaban en el aire. Raro, pensó, inclinando la cabeza a un lado para una mejor vista. Ese

aire estaba incluso dulcemente perfumado con… Él inhalo profundamente. Ambrosía. Ah.

Ahora entendía el mareo y el centelleo. La seca Ambrosía había sido esparcida por la

habitación. ¿Para mantenerlo a él dócil?

—Atlas, dios de la Fuerza —dijo Cronos con un gesto de saludo, sacándolo de su

contemplación.

Atlas hizo una reverencia, como era lo apropiado.

—Mi rey. Es un honor tener esta audiencia con vos.

Cronos se inclinó hacia adelante, sus ojos plata brillaron con ansiedad.

—Todo está bien en el Tártaro, ¿verdad?

—Por supuesto.

El alivio reemplazó instantáneamente a la ansiedad.

—¿Por qué, entonces, requeriste está reunión?

No había nadie que odiara a los Griegos más que este hombre, este soberano Titán, y

con muy buena razón. Lo habían despojado de su poder, humillado frente a su gente.

Incluso Nike había participado.

Sólo cuéntale. Termina con esto.

—Quiero sacar a una mujer de la prisión y establecerla…

—Detente. Detente ahí —frunciendo el ceño, Cronos elevó una mano—. No se

sacará a nadie del Tártaro. Es demasiado peligroso.

Había esperado esa respuesta. De todas formas, insistió.

—Quizás la recompensa valga el peligro. La mantendría encerrada en el interior de

mi casa, Majestad. Nunca le quitaría el collar… —bien, excepto para transportarla

rápidamente a su hogar, ya que ella no podría salir del Tártaro con el puesto, pero se lo

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volvería a poner en el momento en que llegaran a su destino—. …y ella sería mi esclava

personal. Aseguraría su miseria. —su primera mentira del día, pero probablemente no la

última. Atlas sólo quería darle placer a Nike.

¿Había perdonado lo que ella le había hecho? No estaba seguro. Todo lo que sabía

era que ya no quería matarla cuando pensaba en ello. Se cansaría de ella en algún momento,

y esperaba con interés ese día. Hasta entonces, este era su único recurso.

El rey se pasó la lengua sobre los dientes.

—¿De quién hablas?

—Nike. La Diosa Griega de la Fuerza —no permitió que ni un poco de afecto

adornara su tono.

Los ojos del rey se abrieron de par en par.

—La que…—Ahora esos ojos cayeron sobre el pecho de Atlas, donde la camisa

cubría sus tatuajes.

—Sí. La misma. —Escucha mi furia, sólo mi furia. Excepto, que lo que había hecho ya

no le enfurecía. Las marcas eran tan parte de él ahora como él era una parte de ella.

—Interesante —Cronos se reclinó en el trono, la imagen de la contemplación—. ¿No

piensas que está sufriendo lo suficiente en el Tártaro?

Era el momento para su segunda mentira.

—No, no lo creo. —En verdad, tan desanimada como había sonado ella en su última

reunión, la diosa estaba sufriendo. Y a él no le gustaba.

—¿Y qué harías para incrementar su castigo?

—Tanto como me odia… —me desea, agregó dentro de su cabeza, así no revelaría la

profundidad de los irritantes pensamientos que su odio suscitaba—…sufrirá

particularmente en limpiar mi hogar, preparar mi comida y calentar mi cama.

El rey le sonrió a la fantasmal chica.

—¿Qué te gustaría hacerle a tu Paris, eh, mi Sienna? Hacerlo tu esclavo.

La expresión de ella nunca cambió. Tampoco ofreció ninguna respuesta.

Paris ¿quién es? Se preguntó Atlas, y luego se encogió de hombros. A él no le

importaba. Nike era su única preocupación por el momento.

—¿Mi rey? —Insistió Atlas—. Solo me falta vuestro permiso para comenzar el

tormento de Nike. Mi determinación no tiene igual.

Cronos lo miró otra vez, su sonrisa decayendo. Pasó un silencioso minuto, luego

otro. Entonces el rey suspiró.

—Me temo que mi respuesta tiene que ser que no. Mientras me gusta el pensamiento

de que la angustia de Nike se intensifique en tus manos, no estoy dispuesto a arriesgarme a

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quitarle el collar, incluso por los pocos segundos que requieren transportarla. Ella es

Fuerza, y si de alguna forma escapara y liberara a sus hermanos, estallaría otra guerra

celestial. Ahora no puedo dividir mi atención. Bien, no se hable más del tema. Encuentro

que paso la mayor parte de mi tiempo observando a los Señores del Inframundo.

¿Los Señores del Inframundo? ¿Quiénes son? En realidad, no importaba. Mientas hablaba,

su propio sentido de desanimo había florecido. Quería subir al estrado, agarrar al rey y

sacudirlo. ¿Cómo se atrevía a denegar su requerimiento? ¿Cómo se atrevía a descartar sus

deseos? En su lugar, dijo:

—Muy bien, mi rey. Os agradezco por vuestro tiempo —y giró sobre sus talones.

Salió a zancadas de la cámara antes de que hiciera algo tonto, como había hecho con Nike

en su oficina. Sólo que su objetivo no sería llegar al clímax.

Ya había decidido que nada lo detendría de reclamarla. Ahora se daba cuenta de que

ni siquiera lo haría esto. Condenada fuera la decisión del rey. Él tendría a su mujer, como

quería.

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CAPÍTULO 7

—Ven conmigo.

El corazón de Nike se aceleró ante el sonido de esa profunda voz. Indecisa, rodó

sobre su catre. Sin duda alguna. Su piel vibró cuando su mirada encontró a Atlas. Atractivo

como siempre, estaba parado ante los barrotes, barrotes que estaban ahora abiertos. Su

mano estaba extendida y la agitaba. Había furia en su expresión demasiado rígida. ¿Qué

había hecho ella esta vez?

Había intentado ignorarle. Había intentado pretender que no sentía nada por él.

Cualquier cosa para detener la locura. Pero dioses, no podía dejar de pensar en su beso. No

podía dejar de desear que lo hubiera dejado tomarla totalmente. Que hubiera

experimentado todo antes de ser llevada de regreso a la nada. ¿Qué pasaría si se hubiera

cansado después de ella? ¿Qué pasaría si hubiese estado presumiendo? ¿Pasaría sobre su

capitulación? ¿Qué pasaría si encontraba a alguien más y la paseaba frente a Nike? Por

algunas benditas horas ¿a quien estaba engañando? Por algunos benditos minutos, porque

no era como si tampoco ninguno de ellos durara más allá de eso, habría conocido la alegría

de estar con él otra vez. De simplemente sentir, dar, tomar, compartir y amar.

Tener todo el descanso, el sentido común empezó a hablar, pero negaba el amor.

Ese sería mi placer. Pero tengo que obligarlo a ofrecerme primero el descanso.

—Ven —repitió.

¿Qué había planeado él?

Lentamente se puso derecha. Su pelo necesitaba desesperadamente un cepillado, y

dioses, el resto de ella necesitaba una ducha. ¿Desde cuándo no se duchaba? Los

prisioneros recibían un tazón de agua cada día y eso era todo.

—¿Por qué?

Un músculo latió en su mandíbula.

—¿Quieres pasar algunas horas fuera de la prisión o no?

Espera. ¿Qué? ¿Dejar el Tártaro? Ya estaba en pie antes de que su cerebro pudiera

procesar lo que estaba haciendo. Sus rodillas casi se doblaron, había pasado mucho tiempo

postrada, aburrida, pero logró quedarse en posición vertical. Incluso extendió la mano y

entrelazó sus dedos con los de él. El calor de su piel no debería haberla conmocionado,

pero lo hizo. Los callos no deberían haber encendido el fuego en su sangre, pero lo

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hicieron.

—¿Me llevas fuera?

—Sí. Pero no digas una sola palabra cuando alcancemos la estación del guarda.

¿Comprendes?

—Sí. —Este podía ser un truco.

Un truco para hacerla ilusionarse antes de arrojarla cruelmente, pero no le importaba.

Si hubiera una oportunidad, aunque fuera pequeña, de que en verdad permanecería fiel a su

palabra, haría cualquier cosa que le pidiera.

Sin una palabra, la guió fuera de la celda y bajó por el corredor. Otros prisioneros la

divisaron y jadearon. Algunos comenzaron a murmurar entre ellos mismos, murmurando

de cómo una vez habían disfrutado de lo que hacían en los cielos. Algunos agarraban los

barrotes y sólo la observaron a través de ojos tristes.

—Oye, ¿a dónde vas con ella ahora? —gritó Erebos.

Atlas lo ignoró, y Nike lo siguió complacida. Una sensación de urgencia martilleaba a

través de ella. Si Atlas lo hacía, la sacaba, si quiera por algunas horas... ¿Por qué podía hacer

tal cosa?

—¿Obtuviste permiso para esto? —preguntó ella—. Y todavía no estamos en la

estación del guarda, así que está bien que hable.

—No. No obtuve permiso. —Sus palabras fueron bruscas, claramente daban a

entender que cesaba la conversación.

Como si alguna vez hubiera hecho lo que se esperaba de ella.

—Entonces por qué estás...

—Sólo guarda silencio.

—¿O qué?

—O te callaré a mi manera favorita.

Su boca se abrió involuntariamente.

¿Quería decir que la habría callado con un beso? ¿O presionaría un botón en su collar

y dispararía lanzas dolorosas a través de su cerebro? Era mitad y mitad, pensó. Sin

embargo, su proclamación obtuvo los resultados deseados. Estaba demasiado ocupada

considerando cuidadosamente su significado para hablar.

En la estación del guarda, dos Titanes se reían haciendo apuestas con los prisioneros.

Contemplaron a Atlas y asintieron con la cabeza educadamente a modo de saludo, sólo

para quedarse quietos cuando la divisaron. Como prometió, permaneció callada.

—¿Intentó escapar? —demandó uno, obviamente listo para golpearla por hacerlo.

—No. Pero la sacaré fuera un rato —contestó Atlas.

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—¿Por qué? —El otro dejó escapar un jadeo—. Ahí fuera no hay nada.

—Planeo tentarla con lo que no puede tener.

Las mismas palabras que ella una vez le había propuesto a Aergia, la diosa de la

pereza. Recordó él.

—Esto tiene que ser aclarado con... —continuó todavía el guarda.

—Yo estoy a cargo de ésta prisión y la gente dentro de ella. Ahora cállate y cumple

con tu trabajo. —Con eso, Atlas la acompañó hasta la puerta del edificio y a la luz del día.

Nadie más intentó detenerle.

Mientras el primer rayo golpeaba su piel, ella se sacudió librándose de su agarre y se

detuvo, simplemente deleitándose con el momento. Nubes. Sol. Cerró los ojos, su cabeza

echada hacia atrás, los brazos extendidos. El calor, seguido por una brisa refrescante y

claridad. Su piel los absorbió codiciosamente. Oh, cómo los había extrañado.

Le habría encantado haber visto también templos y personas y calles doradas, pero

aceptaría lo que pudiese conseguir sin quejarse.

Repentinamente unos firmes brazos se unieron alrededor de ella.

—Eres hermosa —susurró Atlas. Su nariz acariciaba su oreja, prácticamente

ronroneando—. ¿Lo sabías?

—Sé cómo me veo. —Sus pestañas se agitaron alzándose. Su corazón martillaba

contra sus costillas, y no hubiera podido impedir posar las palmas de sus manos en su

pecho ni para salvar la vida. Su corazón latía a toda velocidad, comprendió con asombro.

¿Estaba él... podía estar afectado por ella como ella lo estaba a su lado? Las nubes la

envolvieron, creando una neblina de ensueño—. Y hermosa no es una palabra que me

describa.

Su cabeza se elevó, y él bajó la mirada hacia ella, contemplándola. La ternura suavizó

su expresión, y pensó que nunca había estado más atractivo.

—Entonces tú no te ves como te veo.

¿Cómo la veía él? ¿Tanto como él la odiaba... pero la odiaba aún? ¿Cómo podía,

cuándo justamente la había escoltado al paraíso? Habría supuesto que la imaginaba con

cuernos, colmillos y una cola.

Se aclaró la voz, demasiado asustada para preguntar.

—¿Por qué hiciste esto por mí? —Una pregunta mucho más fácil, con una respuesta

que probablemente no destruiría lo que poco se quedaba de su orgullo femenino.

—Tengo mis razones —fue todo lo que dijo—. Ahora, tanto como me gustaría

permanecer en éste exacto punto contigo, sólo tenemos un poco de tiempo. ¿Quieres

pasarlo aquí o comiendo la comida he preparado? ¿Así como también dándote un baño? Sé

que esas son dos de las cosas que más extrañé durante mi permanencia aquí.

28

—Comer... alimentarse. Bañarse. —¿Esto estaba ocurriendo realmente? ¿O solo

estaba soñando otra vez con él? Nada más explicaba ese cambio en él, en su situación.

Él le besó la punta de la nariz.

—Entonces comida y un baño es lo que tendrás. Ven. Ya que no puedo destellarte

fuera de ésta área, y no hay casas, posadas o tiendas por aquí, he establecido el

campamento una milla al norte, fuera de la vista de la prisión.

Seguramente estaba soñando. O quizás fuese un truco, como supuso al principio.

Pero lo dejó conducirla por las nubes sin protestar.

29

CAPÍTULO 8

Para cuando llegaron al campamento que había instalado, Atlas estaba duro y

dolorido. Nike había estado apretada contra su costado durante todo el camino, su aroma

femenino le llenaba la nariz, su calor radiando hacia él.

Cuando vio la tienda que había levantado, soltó un jadeo. Los ojos marrones bien

abiertos volaron hacia él con asombro antes de que Nike saliera corriendo y, sin detenerse,

pasara disparada a través de la abertura frontal. Atlas oyó otro jadeo.

Sonriendo, la siguió dentro. Le gustaba ese lado suave de Nike. La encontró parada

en el centro, girando, claramente tratando de captar todo a la vez. Él había extendido pieles

en el suelo e incluso había acarreado una pequeña mesa redonda hasta allí, llenándola hasta

el tope de sus comidas favoritas. Había una bañera de porcelana llena de agua humeante,

con pétalos de rosa flotando en la superficie.

Que nunca se diga que el dios Titán de la Fuerza no sabe cómo seducir a una mujer.

Las manos de Nike revolotearon sobre su pecho, su mirada estaba pegada a un plato

de frutillas y queso “feta”.

—¿Cómo sabías que me gustaba esto?

Porque él siempre había sido extremadamente consciente de cada una de sus

acciones. La había observado desde su celda, mientras ella comía con sus amigos y había

echado humo por no ser él quien estaba con ella, regodeándose en su buen humor. Sin

embargo, eso no era algo que fuera a admitir.

—Sólo lo adiviné —dijo finalmente.

Nike miró detenidamente la alfombra y dio una patada con su pie descalzo y sucio.

—No entiendo por qué estás haciendo esto, Atlas.

—Ya somos dos —respondió él, bruscamente.

—Pero…

—Disfrútalo, Nike. Es todo lo que puedo darte.

Sus pestañas temblaron y su mirada lo inmovilizó.

—Pero ¿por qué querrías darme algo?

30

—Deja de analizar mis razones. Esto no es un complot ni un castigo, lo juro. Y la

comida no está envenenada, si eso es lo que piensas —cerró la distancia entre ellos, puso

las manos sobre sus hombros y la empujó hacia la mesa.

Allí, comieron en silencio. El éxtasis en su rostro, que se incrementaba con cada

bocado, lo deleitaba. Nike saboreaba el vino sorbo a sorbo, gimiendo con cada trago.

Traerla aquí bien valía el riesgo de incurrir en la cólera de Cronos, pensó.

Aunque Cronos simplemente le había ordenado mantenerla en el Tártaro. Lo cual

había cumplido. Las nubes alrededor de la prisión eran parte del reino. Así que

técnicamente, no había roto ninguna regla. Cronos, en cambio, siendo Cronos, no lo vería

de ese modo.

Aún así, Atlas no se arrepentía. Nunca había visto este lado alegre, entusiasta de la

diosa griega, y encontraba que eso le gustaba tanto como le deleitaba todo lo demás acerca

de ella. Que era mucho más de lo que debería.

Cuando hasta la última migaja había sido consumida, Nike dirigió su atención a la

bañera.

—¿Eso es para mí?

Un total anhelo radiaba de ella, sin embargo no se movió hacia el agua.

—Sí. Pero no puedo dejarte sola. Lo sabes, ¿verdad?

Mordiéndose el labio inferior, asintió.

—Lo que estás diciendo es que, puedo bañarme contigo mirando o no bañarme

directamente.

—Exacto.

Esperaba que ella discutiera el hecho. Demonios, podía haberse negado de plano. Lo

que no esperaba era que Nike se pusiera de pie y se deshiciera de la túnica sin vacilar. Ante

la vista de su desnudez, Atlas inspiró con un siseo. Ya la creía exquisita… pero ahora,

ahora… dioses santos. Era la criatura más perfecta que los dioses habían producido jamás.

Su piel, tan dorada y suave, cubrían músculos esbeltos y curvas suculentas. Sus

pechos eran suaves, perfectos para sus manos y sus pezones eran del hermoso color rosa

que recordaba. Se le hacía agua la boca por ellos.

Nike caminó hasta la bañera y se metió dentro. Su trasero, su espalda… el nombre de

Atlas. Se puso en pie antes de darse cuenta de lo que hacía. Quería besar ese tatuaje, algo

por lo que ella lo golpearía, probablemente. Sin embargo, no se disculparía por habérselo

hecho. Diablos, no. Le gustaba demasiado.

Girando despacio, su mirada encontró la de él mientras se hundía lentamente en el

agua. No había forma de ocultar el deseo que Atlas sentía, lo consumía, lo devoraba y lo

dejaba tan desnudo como ella. La expresión de Nike, no obstante, era ilegible.

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Lentamente, se enjabonó el cuerpo entero con la barra de jabón que él había traído.

Parecía totalmente imperturbable mientras las burbujas danzaban sobre ella, bajando por

esos pechos magníficos y escondiéndose entre los pétalos de rosa. Se lavó la cabeza

también y pronto los mechones estaban chorreando por su rostro y hombros.

Con cada movimiento que ella hacía, él se acercaba un poco más. No podía evitarlo.

Finalmente, Nike terminó y se puso de pie. Otro banquete para sus ojos. Todas esas curvas

que él deseaba más que nada en el mundo estaban ahora mojadas. Atlas quería secar a

lametones todas las gotas.

—¿En qué piensas? —preguntó ella, su voz tan vacía de emoción como su rostro.

—Te necesito —logró decir con voz ronca, a través del nudo de su garganta.

Al fin. Una reacción. Alivio y deseo, deseo intenso, la reclamaron y Nike sonrió como

una sirena.

—Entonces, a me tendrás.

Esas palabras eran una réplica de sus palabras de antes y completamente inesperadas.

Pero, como le había dicho antes, no había ninguna buena razón para analizar un cambio de

actitud. En ninguno de los dos. No ahora. Un segundo después, había recorrido la distancia

que los separaba. Tenía sus brazos envueltos alrededor de ella, empujándola contra él, al

segundo siguiente. Sus labios se encontraron en un enredo salvaje, sus lenguas buscando,

rodando juntas. Una y otra vez el beso continuó, ahogándolo en todo lo que era Nike.

Odiaba detenerse, aunque fuera por un momento, pero tenía que quitarse las ropas.

Si no experimentaba un contacto piel a piel pronto, estallaría en llamas.

Jadeando se arrancó la camisa, sus botas y luego los pantalones.

La atrajo de vuelta a su abrazo. Finalmente. Benditamente. Piel contra piel. Ambos

gimieron ante el efecto embriagador. Los pezones de Nike se frotaron contra su pecho,

contra su tatuaje, mientras que sus partes inferiores empujaban juntas. Luego ella se inclinó,

trazando las letras con su lengua, y dioses, nunca había estado más feliz de tener esas

marcas.

Después de trazar la última, besó su camino abajo hacia el estómago. Poniéndose de

rodillas.

Nike iba a… por favor, por favor, por favor… pero a ella no le gustaba lo suficiente como

para hacérselo. ¿Verdad?

—¿Qué estás…

Nike se metió su polla, profundamente en la boca.

La cabeza de Atlas cayó hacia atrás y rugió. Todo ese calor húmedo era el éxtasis,

seguramente el primero que de verdad conocía, pues nada se había sentido jamás tan

condenadamente bien. Arriba y abajo, Nike se movía, permitiéndole llegar a tocar el fondo

de su garganta.

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—Dioses. No hagas que me corra.

Ella rió, se retiró y lamió sus testículos.

—¿Cuándo te he hecho caso?

—Zorra —con un gruñido, Atlas se puso también de rodillas. Probaría su semilla.

Después. Más que nada, incluso más que ese éxtasis, quería estar dentro de ella y no quería

tener que esperar para hacerlo—. Abre tus piernas para mí.

En cuanto Nike obedeció, él ya tenía dos dedos enterrados profundamente. Más

húmedo calor. Y para su deleite…

—Estás lista para recibirme.

Nunca estuvo más orgulloso de haber llevado a una mujer hasta ese punto.

Ella tembló y tuvo que aferrarlo por los hombros para mantenerse de pie.

—Estoy lista pata ti, cada maldita vez que te veo.

Y no le agradaba, Atlas podía notarlo en su tono de voz, pero sólo podía disfrutar de

la admisión.

—Es igual para mí.

Primero, parpadeó, como si no pudiera permitirse a sí misma creerle. Parecía tan

vulnerable, tan —¿se atrevía a desearlo? —esperanzada. Luego, plantó un beso suave en

sus labios e inspiró su aliento.

—No digas cosas como esas —susurró.

—¿Por qué no? Digo la verdad.

—Porque me a-afectan.

Palabras más emocionantes nunca fueron dichas.

—Terminemos con esto antes de que explote, cariño.

—Por favor.

Estaba sudando, jadeando mientras se ubicaba sobre su trasero, se inclinaba y la

agarraba por el de ella. De un tirón la atrajo sobre su regazo, obligándola a envolver sus

muslos alrededor de su cintura. Al mismo tiempo que las manos de Nike se enredaban en

su pelo, él la levantó, ubicando su centro ansioso sobre la punta de su erección.

—¿Lista? —preguntó roncamente.

Había llegado. El momento que sentía que había estado esperando desde siempre.

—Lista.

Él empujó hacia arriba y ella hacia abajo, y estuvo entonces completamente dentro de

ella, rodeado por la misma cosa por la que había desafiado a su rey, su soberano, para

poder poseerla. Era mejor de lo que recordaba, mejor de lo que pudo haber imaginado. No

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podía detenerse, no podía darle tiempo para ajustarse. Una y otra vez empujó hacia adentro

y afuera, demasiado abrumado por el placer para hacer otra cosa que remontar la tormenta.

Quizás era igual para ella. Sus uñas cortaban su espalda y sus gemidos resonaban en su

oído.

Dioses, estaba cerca. En llamas. Ardiendo. Desesperado. Maniobrando entre sus

cuerpos, Atlas presionó sobre su nuevo lugar favorito.

—Atlas —gritó Nike, sus paredes internas lo ordeñaron de repente.

Estaba en pleno clímax, perdida para todo lo demás y la idea lo llevó a dar el último

paso sobre el borde a él también. Eyaculó dentro de ella, perdido para todo lo demás, el

orgasmo más intenso de toda su vida lo reclamaba.

Juntos cayeron hacia atrás, sobre la suavidad de las pieles. Él mantuvo sus brazos

alrededor de ella, incapaz de soltarla. Ahora… ¿siempre?

Sí, siempre, pensó y sus ojos se agrandaron. La quería para siempre. Quería más de

esto. Tenía que tener más de esto. ¿Cuándo le había perdonado completamente?, no lo

sabía. ¿Cuándo se había ablandado?, no lo sabía. Sólo sabía que ella se había convertido en

una parte importante de su vida. Tal vez siempre lo había sido, sólo que fue muy estúpido

como para darse cuenta.

¿Qué diablos iba a hacer? Podían estar juntos todas las noches después de su turno,

pero nunca tendrían privacidad y el orgullo de Nike se vería afectado por sus atenciones

amorosas, mientras que él se negara a dejarla en libertad. El sentiría lo mismo si la situación

fuera al revés. Además, ella era demasiado valiosa para lastimarla de esa manera. Pero el

problema era que no podía estar sin ella. Eso ya lo había probado

Maldición, pensó seguidamente, de repente enfermo del estómago. ¡Maldición!

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CAPÍTULO 9

Lo amaba, pensó Nike. De nuevo. Soy un caso perdido.

Él sólo… había estado tan asombroso. La había sacudido, dándole todo lo que ella

ansiaba: comida, agua y su cuerpo. Dioses, le había dado ese delicioso cuerpo. Lo había

saboreado en todo momento. Degustando su sabor, su toque, la sensación de él

penetrando en ella.

Cuatro días habían pasado desde entonces, pero ansiaba más. Siempre ansiaba más.

Había pasado el tiempo encerrada en su celda, yendo y viniendo, tratando de pensar

maneras en las que ellos estuvieran juntos. Es decir, si él todavía la quería. Atlas había

venido al menos una vez al día para asegurarse de que ella estaba apropiadamente

alimentada y que su cuenco de agua estuviera lleno, pero nunca le había dicho ni una

palabra. En realidad, no habían hablado desde que habían dejado la tienda.

En ese momento, se había sentido demasiado desnuda, demasiado expuesta. Había

temido que sus sentimientos por él hubieran estado brillando en sus ojos, así que la mayoría

seguramente se habrían filtrado en su voz. Él era todo lo que ella había querido alguna vez

en una pareja. Su fuerza emparejaba la suya. Nunca tendría que preocuparse por la

posibilidad de hacerle daño. Era ingenioso y encantador. Era protector, un guerrero. Era

deliciosamente vengativo, lo sabía de primera mano.

Ella sonrió, deseando poder alcanzar sus omóplatos y sentir el nombre de él. Estaba

segura que las letras estarían tan calientes como el mismo hombre. Pero…

¿Por qué no le había hablado?

¿Por qué no le hablaste tú a él?

Porque no había sabido qué decir. ¿Todavía la quería? ¿Sentía algo por ella? ¿Cómo

reaccionaría si él no lo hacía, que era el caso más probable? Parte de ella quería tomar

cualquier cosa que le diera. La otra parte sabía que su orgullo no le permitiría tal cosa. Pero

al final, cuando volvieron al Tártaro y él había cerrado las rejas de su celda, ella había

pensado que había vislumbrado arrepentimiento. Remordimiento porque tenía que

encerrarla dentro. Pena por no poder pasar más tiempo juntos, en la cama y fuera de ella.

Nike tiró de su collar y chilló. Maldita cosa. Ella era el epítome de la fuerza, sin

embargo, estaba indefensa como un bebé. ¿Cómo podía ganar el corazón de un hombre

cuando no podía si quiera ganar su propia libertad?

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Atlas escuchó un chillido de frustración y supo inmediatamente quien lo había dado.

Nike. Su Nike. Su hermosa Nike. Había deliberado sobre qué hacer, cómo podían estar

juntos durante cuatro días. Bien, parecía que el tiempo de pensar se había acabado. Ella

estaba cerca de quebrarse. Había probado la libertad; el estar secuestrada tenía que ser

ahora miles de veces peor que antes.

Odiaba que estuviera encerrada, y sabía que nunca podrían estar juntos mientras lo

estuviera. También sabía que no podrían estar juntos si él la liberaba. Ella muy

probablemente huiría, y él definitivamente sería castigado.

Tal vez lo amara, tal vez no. Tal vez, se quedaría con él. O lo intentaría. A ella le

gustaba y se sentía atraída hacía él, llegaría incluso a decir. Después de todo lo que había

acontecido entre ellos, no habría dormido con él de otra manera. ¿Pero amor? No estaba

seguro.

Y realmente, no importaba. Él la amaba. Quizás siempre lo había hecho. Nunca había

tenido sentimientos tan fuertes por una mujer. Nunca antes había querido pasar cada

minuto despierto con alguien, nunca había querido acurrucar a alguien a su lado cada

minuto que pasara dormido. Nunca había querido comer cada comida juntos. Hablar y reír

todos sus días. Discutir, verbal y físicamente. Pero él lo quería con ella.

Y ya que ellos no podían estar juntos, no importaba de qué manera salieran las cosas,

solo había una cosa que hacer.

Se arrastró pesadamente bajando las escaleras hasta su celda. Ella estaba golpeando la

pared con el puño, formando volutas de polvo a su alrededor. Esa visión casi lo deshace.

Quería besarla, poner sus dedos sobre toda ella, hundirse en ella. Endurece tu corazón. Haz lo

que es necesario. Su mano estaba temblando al elevar el sensor.

Ella escuchó el deslizamiento de los barrotes y se giró. Un jadeo partió sus hermosos

labios. Sin una palabra, él extendió su palma.

—¿Qué…?

—Sólo tómala.

Ella frunció el ceño al aceptarlo.

Aún en silencio, él tiró de ella por el mismo camino que acababa de tomar. El mismo

camino que habían seguido aquellos cuatro días atrás. Nadie trató de detenerlo esta vez. De

hecho, al pasar por la estación del guardia, los dos dioses de turno pusieron los ojos en

blanco.

Fuera, con las nubes alrededor de él, se giró hacia Nike. Aún quería besarla, pero

sabía que si lo hacía, no sería capaz de dejarla ir. Y tenía que dejarla ir.

—Atlas —dijo ella con una sonrisa seductora. Trató de envolver sus brazos alrededor

de su cuello—. ¿Otra salida? Estoy contenta.

Él sacudió la cabeza y depositó sus dedos en las muescas designadas en el collar. El

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frío metal encontró su toque. Luego se inclinó hacia abajo y encajó sus labios en el centro.

Su sonrisa desapareció. Un temor la atravesó.

—¿Qqqqué estás haciendo?

—Quédate quieta —inspiró un profundo aliento, sosteniéndolo… manteniéndolo…

y luego liberándolo lentamente. Cuando el aliento se deslizó por dentro del collar, el metal

se aflojó… partiéndose por el centro y, finalmente, cayendo al suelo.

Con los ojos abiertos de par en par, ella levantó la mano y se palpó el cuello desnudo.

—No entiendo qué está sucediendo —dijo.

Eran las mimas palabras que había dicho antes. Él no le había respondido entonces.

Ahora lo haría. La amaba, pero nunca podría decírselo.

—Vete —le dijo—. Transpórtate a algún lado. Tal vez a la tierra. Y hagas lo que

hagas, mantente oculta. ¿Me entiendes?

—Atlas… no —sacudió su cabeza violentamente, incluso cerró un puño en su

camiseta—. No, no puedo. Cuando descubran que me he ido para siempre, y lo harán,

serás acusado de un crimen. Serás encerrado, junto con los Griegos a los que odias. O, si

tienes suerte, serás asesinado.

Ella se sentía, se percató él, sorprendida y entristecida al mismo tiempo. Se

preocupaba por él, lo que quería decir que sufriría sin él. Por algún motivo, eso sólo

incrementaba su determinación por salvarla. Ella no se merecía una vida entre rejas.

Se obligó a endurecer su expresión. Se obligó a apartarse de ella.

—Ya no soporto mirarte. Te he tenido y ya me he aburrido de ti.

Sus brazos cayeron como si cargaran rocas, pero ella pronto los volvió a levantar

alrededor de su cintura.

—Entonces mantenme encerrada y apártate de mí. No debes hacer esto.

¿Deseaba renunciar a su libertad para estar cerca de él? Maldita sea. Él se sentía un

poco más enamorado de ella.

—¡Vete! Ya no puedo soportar tu presencia. ¿No lo entiendes? Me das asco, Nike.

—Cállate —las lágrimas llenaron sus ojos. Reales y malditas lágrimas—. No quieres

decir eso. No puedes querer decir eso —lo último fue suspirado quebradamente.

Su corazón se encogió dolorosamente. Hazlo. Termínalo.

—Prefiero que me asesinen o me maten que verte un momento más. Porque cada

vez que te veo, recuerdo lo que hicimos y yo… quiero vomitar. Te estaba usando,

esperando castigarte, pero llevé las cosas demasiado lejos. Incluso para mí —odiándose, él

se giró—. Así que, haznos un favor a ambos y vete.

Durante un largo momento, ella no habló. Él sabía que tampoco se había

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transportado, ya que no había escuchado ningún crujido de ropa. Pero entonces, escuchó

un gemido. Un sollozo. Debían estar cayendo más de aquellas lágrimas.

Dioses, no podía hacerlo. No podía enviarla lejos de esta manera. Se giró con la

intención de agarrarla y contarle la verdad, obligarla a escuchar. Hacer que se fuera de otra

manera. Pero ella se había ido antes de que sus ojos pudieran encontrarse y sus manos

agarraron el aire.

—¡Tú, insolente estúpido!

Atlas alzó la mirada al enfurecido Cronos. No es que pudiera hacer otra cosa. Sus

muñecas estaban encadenadas a los postes, obligándolo a permanecer sobre sus rodillas. El

mismo collar que le había quitado a Nike estaba ahora alrededor de su cuello.

Había sabido que esto sucedería, pero no le había importado. Aún no le importaba.

Nike estaba libre y eso era todo lo que importaba.

—¿No tienes nada que decir a tu favor?

—No.

—Un Griego puede levantar un ejército. Ese ejército puede cercarnos. Arruinarnos.

Te lo dije y, sin embargo, me desafiaste.

—Nike no lo hará —dijo confiadamente.

Confiaba en que desapareciera. Incluso tan enfurecida como lo estaba con él, no se

pondría en peligro para salvar a gente que nunca le había gustado en realidad.

Cronos golpeó su puño contra el apoyabrazos de su trono, siempre como un niño

petulante.

—¡No puedes saberlo! No eres mi Ojo-que-todo-lo-ve.

Atlas arqueó una ceja, negándose a ser intimidado.

—¿Te arriesgarías a ser encarcelado de nuevo por ayudar a tus amigos Titanes? No

seré capaz de ver todos los secretos de los cielos y el infierno, sin embargo sé que no lo

harías.

El rey no tuvo respuesta ante esto, pero no lo detuvo de gruñir.

—Desobedeciste una orden directa y serás castigado.

—Lo entiendo.

Ofreció la declaración sin vacilación. Era la verdad. Entendía que el rey de los dioses

tenía que dar ejemplo con él. De otra manera, otros lo verían débil. Le desobedecerían

como lo hizo Atlas.

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—Creo que realmente lo haces —algo de la furia de Cronos disminuyó—. Esta

mañana vi un retrato tuyo. Un retrato pintado por mi Ojo. En este, ella me mostró

exactamente cómo castigarte —el rey sonrió malvadamente y miró a la fantasmal chica aún

quieta a su lado—. Sabes qué hacer, dulce Sienna.

Sienna se adelantó y un cuchillo apareció en su mano. Se detuvo frente a Atlas y cayó

de rodillas, colocándose a la altura de sus ojos. Así que este sería, pensó él. El final. Como un

inmortal, nunca había pensado en alcanzar este punto. Sin embargo. Encontró que sólo se

arrepentía de no haber tenido más tiempo con Nike, de no haber tenido la oportunidad de

disculparse por sus crueles palabras la última vez que habían estado juntos y de que nunca

tendría la oportunidad de confesar su amor.

Con absolutamente ninguna emoción en su rostro, la chica clavó la punta de la daga

en su muñeca y cortó el sensor, en vez de cortarle la cabeza. En ese momento fue cuando

se dio cuenta de que Cronos tenía la intención de encerrarlo en vez de matarlo. Bien. Más

tiempo para pensar en Nike y en lo que podría haber sido.

Pero después, Sienna movió la daga hacia su pecho, presionando, cortando. Escoció,

pero eso no fue lo que lo hizo luchar contra sus atenciones. No, fue el hecho de que ella

empezó a desgravar el nombre de Nike de su pecho. Rugió en voz alta y por largo tiempo,

peleando con todo lo que tenía. Llamaron a los guardianes y duras manos se colocaron

sobre él, presionándolo hacia abajo, manteniéndolo quieto. Con todo peleaba, pero al final,

ellos se las arreglaron para quitarle las cuatro letras.

Al alejarse de él, se echó un vistazo a través de sus ardientes y aguados ojos. La

sangre se derramaba por su pecho y cuatro heridas abiertas lo miraban, los músculos

desgarrados, la piel completamente desaparecida. Podría haber odiado la marca en algún

punto de su vida, pero había llegado a amarla tanto como a la mujer que se la había dado.

Más que eso, había sido la última evidencia que le quedaba de su presencia.

Sus manos se cerraron en puños y su espalda se enderezó. Sangre y sudor se

mezclaron, escociendo más. Otro rugido estalló de sus labios y fue lanzado hacia el cielo

raso. No se detuvo hasta que su garganta estuvo hecha trizas por el esfuerzo.

—¿Has terminado? — le preguntó Cronos.

Su mirada entrecerrada se dirigió al estrado.

—Os destruiré por esto —prometió quebradamente—. Un día moriréis por mi

mano.

—Poco probable. Lleváoslo al Tártaro —dijo despreocupadamente el rey a sus

guardias—. Donde se pudrirá durante toda la eternidad.

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CAPÍTULO 10

Le llevó tres días, pero Nike finalmente localizó la casa de Atlas, una extensa

propiedad en el Olimpo. La cantidad de riqueza que habría necesitado para adquirir tal

lugar la dejaba asombrada. Pero entonces él habría considerado que cada centavo gastado

valía la pena. Después de vivir en una celda diminuta durante miles de años, probablemente

habría querido cada milímetro de espacio que pudiera conseguir. Y cada comodidad.

Había una piscina de natación, más de treinta habitaciones, dos escaleras de caracol

de mármol y cuatro hogares, y todas las paredes estaban hechas de oro sólido. Sin embargo,

nada de eso le interesaba. Sólo su habitación.

Allí descubrió más acerca del hombre que la había alejado. Un hombre que no habría

arriesgado todo esto sólo para evitar ver su rostro, como había declarado. Un hombre que

no habría arriesgado la vida por otra cosa que no fuera amor.

Era dueño de una cama gigante, la cual cubría con sábanas de seda negra. Las paredes

estaban pintadas con murales del sol y el cielo, y los muebles olían a rica caoba. Había

varios estantes de libros, cada uno lleno de ejemplares con tapas de cuero. Almohadas

bordadas con cuentas estaban estratégicamente ubicadas a lo largo del suelo. Lugares donde

recostarse a leer, suponía.

No obstante, lo que retuvo su atención, fue el retrato que colgaba sobre el hogar. Un

retrato de ella.

Debió haberlo mandado a pintar después de su estadía en la tienda, pues estaba

reclinada en una bañera de porcelana, con burbujas resbalando sobre los hombros y

pechos, y el cabello empapado. Se habría visto tan simple y masculina como siempre,

excepto que había hecho que el artista agregara una luz sensual en los ojos oscuros y una

sonrisa de “atrápame si puedes” en los labios.

Finalmente sabía como la veía. Como alguien hermoso. Valioso.

Sólo un hombre enamorado haría tal cosa. Sólo un hombre enamorado mantendría

tal cosa en un lugar tan predominante. Solo un hombre enamorado querría ver el retrato de

una mujer cada noche antes de dormir y luego despertar viendo lo mismo.

Oh, sí. La amaba.

Allá, fuera del Tártaro, había pensado, esperado que lo hiciera, pero dejó que las

palabras dañaran su siempre baja autoestima. ¿Cómo podría quererla un hombre tan

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hermoso y sensual? Se preguntaba. Pero lo hacía. La amaba. La prueba: había arriesgado

todo por ella.

No podía hacer menos por él.

Cruzó a grandes zancadas el dormitorio, sabiendo que su amante tendría un baúl con

armas metido en alguna parte y sabiendo exactamente que hacer con ellas.

Atlas no tuvo celda propia, al principio no. Aún sangrando y desesperado, luchando,

había sido metido a una celda con Erebos. Por supuesto que lo habían elegido a él como su

compañero de celda, pensó, con la rabia inundándolo. Un hombre que una vez había

pensado en reclamar a su Nike. Un hombre que después le había robado la comida y la

había llamado con nombres terribles.

Había visto como ocurría en varias ocasiones. No había hecho nada por ello

entonces, diciéndose que ella se merecía lo que le ocurriera, pero había querido hacerlo. Y

no había mejor momento que el presente.

Incluso con la fuerza disminuida por el collar y la mitad de la sangre seca sobre el

pecho, incluso con las heridas goteando, abriéndose con cada movimiento que hacía, Atlas

se las arregló para derrotar a Erebos en tiempo record. Golpeó, pateó, no peleó limpio,

dándole un rodillazo al dios en sus partes mientras estaba caído. Al final, un roto y

ensangrentado Erebos yacía llorando en el sucio suelo, junto con todos los que habían

tratado de salvarlo.

Fue entonces cuando trasladaron a Atlas a la celda vacía que había ocupado Nike.

Tirado sobre el catre, se dedicó simplemente a respirar la esencia de Nike, que perduraba.

Su dulce, dulce Nike. Tendría que pasar la eternidad sin ella. Incluso sin su marca. Una vez

más, rugió.

¿Que estaría haciendo ahora? Si buscaba consuelo en brazos de otro hombre, aunque

fuera en los años venideros, tiraría abajo la prisión piedra por piedra y mataría al bastardo.

Sí, como no. La alejaste de ti para que hiciera justamente eso. Quieres que sea feliz.

—¿Qué significa todo ese jaleo? En serio.

Dioses, ahora hasta escuchaba su voz. Llevaba sólo dos días encerrado y ya se estaba

volviendo loco.

Los barrotes vibraron, se abrieron. Rodó sobre su costado, decidido a echar a quien

fuera. Cuando captó la imagen de su adorada Nike, pestañeó. Oh, sí, de hecho se estaba

volviendo loco. Estaba parada ante él, envuelta en un top y pantalones de cuero negro. El

cabello estirado hacia atrás, en una simple cola de caballo. Tenía salpicaduras de sangre en

las mejillas. Nunca se había visto más hermosa. Su fortaleza estaba allí, a la vista de todos.

—¿Y? —Preguntó, claramente impaciente—. ¿No piensas decir nada?

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Lentamente, se sentó. No quería que el momento acabara. No quería perderla de

vista.

—Te extrañé. Te extrañé tanto.

—Y yo que esperaba una disculpa. Pero prefiero con mucho esto. —Rió, estaba

radiante—. También te extrañé, pero tendremos que ponermos al día más tarde. —La

mirada bajó hasta el pecho de Atlas y se quedó con la boca abierta del estupor. Luego

comenzó a gruñir—. ¿El Rey de los Dioses te arrancó mi nombre del pecho?

—Sí.

Estaba sujetando un cuchillo, advirtió él y los nudillos estaban blancos.

—Voy-a-matarle.

—Ya le hice esa promesa.

—Entonces lo haremos juntos. Después que salgamos de aquí. —Desvió la atención

tras ella, con urgencia, antes de regresarla a él—. Vamos. Tenemos que irnos antes que

alguien descubra lo que hice.

—Solo déjame mirarte. Déjame disfrutar este momento. Permite que me disculpe por

todo lo que dije. Querías una disculpa, ¿Verdad? Nada era cierto, ni una palabra que

pronuncié ese último día, pero…

Nike cerró la distancia entre ellos y le dio una bofetada. Fuerte. El golpe lo tiró hacia

atrás, contra el catre, y le hizo ver estrellas.

Volvió a pestañear.

—Me golpeaste.

—Sí, y volveré a hacerlo si no pones el culo en movimiento.

—Eres real.

—Sí.

—Pero eres real. —Se sentó, diciendo las palabras sin comprenderlas en realidad.

Esto no podía estar pasando.

Se puso de rodillas.

—De nuevo, sí. —Igual que lo había hecho Atlas, ubicó los dedos sobre el collar y

sopló en el centro. Mientras el metal se ablandaba, finalmente entendió lo que su cerebro

había estado tratando de decirle. Nike estaba aquí. En verdad estaba aquí Y estaba

salvándole la vida.

Con un ceño feroz, se puso en pie de un salto.

—Te dije que fueras a la tierra, maldición.

—Bien, esa no es la reacción que esperaba. —Se puso de pie y lo besó suavemente en

los labios—. Es una buena cosa el que nunca te haga caso. Ahora, vamos. Ya me encargué

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de los guardias de abajo. Y no, no maté a tus amigos. Sólo les hice desear estar muertos. —

Mientras, lo agarró de la mano y lo arrastró fuera de la celda.

—Cronos puede darse cuenta de lo que está ocurriendo en cualquier momento y

aparecer, y entonces ambos estaremos en problemas. Mientras estemos aquí somos blanco

fácil.

Cierto. Ahora era una fugitiva; la quería fuera de esta prisión, fuera de este reino, tan

pronto como fuera posible.

—Arriesgaste la vida para salvarme, estúpida.

—Bueno, tú arriesgaste la tuya por salvarme a mí.

Bajaron las escaleras con pasos estrepitosos y, efectivamente, los tres guardias estaban

tirados de cara al suelo, inmóviles.

—Pero eras libre. Tenías lo que querías.

—No todo —soltó Nike sobre su hombro.

Okay, wow. Acababa de admitir que lo quería más que la libertad. No pudo evitarlo.

Le dio un tirón, haciéndola retroceder directo a sus brazos.

—Te amo —declaró finalmente y aplastó los labios sobre los de ella. La lengua

penetró profundamente, saboreando, exigiendo.

Ella sólo permitió el beso por unos segundos, las manos aferrándolo del cabello y

tomando todo lo que tenía para dar, antes de alejarse, jadeando.

—Yo también te amo. Pero salgamos de aquí. Necesito esa bonita cabeza adherida a

tu cuerpo.

Una vez, más salieron corriendo. Todavía no podía creer que esto estuviera

ocurriendo. Se parecía demasiado a un sueño.

—Voy a pasar el resto de la eternidad compensándote por lo que hice.

—Bien. Creo que me va encantar verte arrastrándote. Pero solo para que quede claro,

adoro mi tatuaje y sé por qué razón dijiste esas cosas terribles. Claro, hubiera encontrado

una mejor manera de ponerte a salvo, pero bueno, soy más inteligente que tú, así que en

realidad no puedo culparte.

Rió. Dioses, como amaba a esa mujer.

—Zorra.

—Tú zorra.

—Mía. Siempre. Apenas se cure la piel, me marcarás de nuevo.

—Ya lo tengo planeado.

Bien. No se sentiría completo hasta que lo hiciera.

—¿Y dónde vamos a vivir? —preguntó—. No podemos quedarnos en el cielo.

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—Me ordenaste que me ocultara en la tierra. Pensé que podríamos hacerlo, juntos.

Aunque odio que tengas que renunciar a esa maravillosa casa.

—¿Has estado allí? —Encontraba que de verdad le gustaba la idea de tenerla allí,

rodeada por sus cosas, respirando su aroma.

—Yo, bueno, la asalté.

La risa resonó en Atlas. No había mujer más perfecta para él. Habría hecho

exactamente lo mismo.

—Lo único que extrañaré de esa casa es el retrato. Pero ahora tengo a la verdadera.

—Posó un beso rápido en los labios—. Volvamos a el donde viviremos. Hay otros dioses

allá afuera, griegos como tú, que están escondidos. Cronos nunca ha sido capaz de

hallarlos. Eso significa que hay lugares que no puede ver.

—Tal vez los encontremos y nos unamos a ellos. Somos Fortaleza, después de todo.

Podemos tener éxito donde él ha fallado.

—Mientras tanto, incluso podríamos intentar encontrar a los Señores del

Inframundo. Cronos mencionó que le estaban causando distracción, quien quiera que sean.

Si son sus enemigos, podrían ser buenos amigos para nosotros.

Los ojos de Nike se agrandaron.

—Sé de quienes hablas. Fueron los guerreros inmortales de Zeus, hace mucho

tiempo, pero ahora hospedan a los demonios que una vez estuvieron encerrados en la caja

de Pandora. Cronos tendrá las manos atadas por mucho, mucho tiempo. Serían excelentes

amigos a tener.

Alcanzaron la puerta y corrieron, todo sin incidentes. Las nubes los envolvieron al

instante, el sol brillando con fuerza. Nike giró y se arrojó a sus brazos, dejándole besos y

mordiscos en toda la cara.

—Lo logramos. Ahora llévanos a algún lugar. Cualquier lugar. Siempre y cuando

podamos estar juntos.

—Te amo —volvió a repetir Atlas, luego hizo exactamente lo que su mujer le había

ordenado.