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LA PRESENCIA DE «CLARIN» EN «LA ILUSTCION GALLEGA Y ASTUNA»: UNOS TEXTOS OLVIDADOS Laureano Bonet A la memoria de Manuel Sacristán. L a ustración Galla y Asturiana -cono- cida también con el nombre de ustra- ción Cantábrica en los últimos meses de su dicil vida periodística- no es revis- ta inédita para los estudiosos de la vida y la obra de Leopoldo Alas. Creo, sin embargo, que aún está por realizar un análisis pormenorizado de la presencia de «Clarín» en tal publicación, presen- . cía, por cierto, doble: como esporádico colabora- dor en ella -insertando un par de poemas y va- rios artículos- y como tema noticioso, en un momento crucial en la vida 'externa' e íntima del escritor; momento que podríamos encuadrar entre los años 1878 y 1882. Por todo ello, este artículo es, sin duda, muy modesto y pocos da- tos inéditos aportará: simplemente intentaré or- denar unos materiales periodísticos que han conndido a más de un crítico -a causa, quizá, del doble título de la revista- y, a partir de esta labor previa, ectuaré sobre dichos materiales una cierta presión interpretativa, a fin de extraer en lo posible sus contenidos estéticos e ideoló- gicos, puesto que se trata, insisto, de textos más o menos conocidos por la crítica, pero apenas estudiados, aunque algunos investigadores hayan aludido a ellos, especialmente José M. Martínez Cachero, Francisco García Sarriá, Jean-Fran�ois Botrel e Yvan Lissorgues (1). Para perfilar con cierto éxito la presencia de Alas en La ustción Gallega y Asturiana debie- ra hilvanar, ante todo, una breve noticia de sus rasgos rmales y literarios más característicos. Se trata, en pocas palabras, de una publicación decena!, impresa en Madrid, de tamaño lio mayor y cuidada tipograa. En el momento de su máxima disión contaba con unos 2.300 sus- criptores, repartidos mayormente en Galicia, Madrid, Asturias y -dato no desdeñable- entre algunos núcleos de la emigración española en lberoamérica, a cuyas manos llegaba más de la mitad de la tirada (2). El rmato, las secciones, Laureano Bonet 93 los tipos de imprenta, las páginas gráficas -be- llas y losas-, seguían las pautas establecidas entonces por las ustraciones ancesas y espa- ñolas, revistas tan típicas, por cierto, en el paisa- je periodístico de la segunda mitad del siglo XIX y dirigidas, ante todo, a un público burgués aco- modado y culto: recordemos, pongo por caso, la mosa Ilustración Española y Americana -tam- bién madrileña- o la no tan conocida ustración Artística -barcelonesa ésta-: en ambas, por cierto, y casi huelga recordarlo, colaboraría oca- sionalmente «Clarín» (3). La revista que esta- mos estudiando es, en suma -a causa de su no- table densidad cultural y hermosa presencia ico- nográfica-, un brillante ejemplo, entre otros más, por supuesto, de la prensa decimonica entendida como «la biblioteca y la enciclopedia privadas del ciudadano», según ase liz de Ar- nold Hauser (4). Prosigamos, sin embargo, con algún dato más. El primer número de La ustración Gallega y Asturiana vio la luz el 10 de enero de 1870, sien- do su editor el empresario y político republicano Alejandro Chao, figurando como director el ideólogo galleguista Manuel Murguía y, como administrador, Luis Taboada -el conocido pe- riodista stivo y contertulio de «Clarín», por cierto, en el Bilis Club-. Precisamente Murguía nos oece en este primer número los propósitos regionalistas de la publicación -propósitos coin- cidentes con los de otras revistas andaluzas, ca- talanas, vascas, de la época que, poco a poco, irán ando el clima, a la vez regionalista y rege- neracionista, de la ya no muy lejana Espa fini- secular. Escribe así el director de nuestra us- tración con prosa en la que lo costumbrista pare- ce ser la corteza plástica de un regionalismo po- pulista y patriótico, intensamente historicista, que para dar impulso, y si pudiera ser, dirección a este movimiento regenerador, nada más conveniente que la publicación de una Re-

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LA PRESENCIA DE «CLARIN» EN

«LA ILUSTRACION GALLEGA Y ASTURIANA»:

UNOS TEXTOS OLVIDADOS

Laureano Bonet

A la memoria de Manuel Sacristán.

La Ilustración Gallega y Asturiana -cono­cida también con el nombre de Ilustra­ción Cantábrica en los últimos meses de su difícil vida periodística- no es revis­

ta inédita para los estudiosos de la vida y la obra de Leopoldo Alas. Creo, sin embargo, que aún está por realizar un análisis pormenorizado de la presencia de «Clarín» en tal publicación, presen-

. cía, por cierto, doble: como esporádico colabora­dor en ella -insertando un par de poemas y va­rios artículos- y como tema noticioso, en un momento crucial en la vida 'externa' e íntima del escritor; momento que podríamos encuadrar entre los años 1878 y 1882. Por todo ello, este artículo es, sin duda, muy modesto y pocos da­tos inéditos aportará: simplemente intentaré or­denar unos materiales periodísticos que han confundido a más de un crítico -a causa, quizá, del doble título de la revista- y, a partir de esta labor previa, efectuaré sobre dichos materiales una cierta presión interpretativa, a fin de extraer en lo posible sus contenidos estéticos e ideoló­gicos, puesto que se trata, insisto, de textos más o menos conocidos por la crítica, pero apenasestudiados, aunque algunos investigadoreshayan aludido a ellos, especialmente José M.Martínez Cachero, Francisco García Sarriá,Jean-Fran�ois Botrel e Yvan Lissorgues (1).

Para perfilar con cierto éxito la presencia de Alas en La Ilustración Gallega y Asturiana debie­ra hilvanar, ante todo, una breve noticia de sus rasgos formales y literarios más característicos. Se trata, en pocas palabras, de una publicación decena!, impresa en Madrid, de tamaño folio mayor y cuidada tipografía. En el momento de su máxima difusión contaba con unos 2.300 sus­criptores, repartidos mayormente en Galicia, Madrid, Asturias y -dato no desdeñable- entre algunos núcleos de la emigración española en lberoamérica, a cuyas manos llegaba más de la mitad de la tirada (2). El formato, las secciones,

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los tipos de imprenta, las páginas gráficas -be­llas y lujosas-, seguían las pautas establecidas entonces por las Ilustraciones francesas y espa­ñolas, revistas tan típicas, por cierto, en el paisa­je periodístico de la segunda mitad del siglo XIX y dirigidas, ante todo, a un público burgués aco­modado y culto: recordemos, pongo por caso, la famosa Ilustración Española y Americana -tam­bién madrileña- o la no tan conocida Ilustración Artística -barcelonesa ésta-: en ambas, por cierto, y casi huelga recordarlo, colaboraría oca­sionalmente «Clarín» (3). La revista que esta­mos estudiando es, en suma -a causa de su no­table densidad cultural y hermosa presencia ico­nográfica-, un brillante ejemplo, entre otros más, por supuesto, de la prensa decimonónica entendida como «la biblioteca y la enciclopedia privadas del ciudadano», según frase feliz de Ar­nold Hauser ( 4).

Prosigamos, sin embargo, con algún dato más. El primer número de La Ilustración Gallega yAsturiana vio la luz el 10 de enero de 1870, sien­do su editor el empresario y político republicano Alejandro Chao, figurando como director el ideólogo galleguista Manuel Murguía y, como administrador, Luis Taboada -el conocido pe­riodista festivo y contertulio de «Clarín», por cierto, en el Bilis Club-. Precisamente Murguía nos ofrece en este primer número los propósitos regionalistas de la publicación -propósitos coin­cidentes con los de otras revistas andaluzas, ca­talanas, vascas, de la época que, poco a poco, irán ftjando el clima, a la vez regionalista y rege­neracionista, de la ya no muy lejana España fini­secular. Escribe así el director de nuestra Ilus­tración con prosa en la que lo costumbrista pare­ce ser la corteza plástica de un regionalismo po­pulista y patriótico, intensamente historicista, que

para dar impulso, y si pudiera ser, dirección a este movimiento regenerador, nada más conveniente que la publicación de una Re-

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vista como la que emprendemos, llevados únicamente del amor exaltado, casi místico, que asturianos y gallegos profesamos a nuestra patria. Por eso trataremos de que aquí [ ... ] se refleje fiel y cumplidamente cuanto de glorioso y útil encierran ambos países. Daremos a conocer con el lápiz del dibujante nuestros más hermosos paisajes, nuestros monumentos [ ... ], y perpetuará costumbres que ya empiezan a perderse. No faltará, por lo tanto, quien por medio de la palabra trate de auxiliarle en tan gloriosa ta­rea, y describa, no sólo los múltiples espec­táculos de una naturaleza hermosa y severa, sino también las escenas siempre poéticas y patriarcales de nuestros campesinos y gente del mar. Será limpio del polvo del archivo y libre del olvido en que yace, el documento histórico, y salváranse para siempre de todo género de desdenes los frutos de la musa popular. No olvidaremos nada, ni los gran­des nombres ni las hazañas famosas. El pa­sado es sagrado para nosotros; venimos de él, y sentimos sus ligaduras como las sen­tían nuestros hijos ... (5).

No obstante -y como he avanzado anterior­mente- en enero de 1882 la Ilustración Gallega y Asturiana mudará de título, transformándose en La Ilustración Cantábrica. Se convierte, ade­más, en el «Organo Oficial del Centro de Astu­rianos de Madrid» (6), según reza la nueva por­tada, centro creado pocas semanas antes por destacados políticos del momento, entre ellos, Alejandro Mon, Manuel Pedregal, José Posada Herrera y el tristemente famoso Conde de Tore­no -uno de los grandes caciques del Principa­do-, aquel que, siendo Ministro de Fomento, robara en 1878 a «Clarín» la cátedra de Econo­mía Política de la Universidad de Salamanca, ga­nada tras unas brillantes oposiciones. Puede re­sultar significativo, por ello, el hecho de que en el cuadro de socios facilitado por la revista no hallemos a nuestro escritor en este núcleo de as­turianos residentes en la capital del Estado, al­gunos de ellos representantes de las 'fuerzas vi­vas' de su región (7). Desgraciadamente la nue­va singladura de la Ilustración será muy efímera: el 28 de agosto de 1882 saldría el último núme­ro, a causa de la falta de apoyo económico (8).

No debiera, sin embargo, concluir esa breve silueta de La Ilustración Gallega y Asturiana sin ofrecer el nombre de sus colaboradores más re­levantes: el prestigio, número y diversidad de intelectuales que firman en sus páginas es sin duda poco común siendo por ello la revista un buen documento para profundizar en algunos aspectos de la vida política, económica, social y literaria de la Restauración, sobre todo aquellos vinculados con el despertar de las burguesías pe-

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riféricas. De la nómina de colaboradores desta­caría, por ejemplo, a Leopoldo Alas, Rafael Ma­ría de Labra, Félix de Aramburu, Gumersindo de Azcárate, Armando Palacio Valdés, Adolfo Posada, Ramón de Campoamor, Pedro Antonio de Alarcón, Rosalía de Castro, Concepción Are­nal, Emilia Pardo Bazán, Gumersindo Laverde, Luis Taboada, Lucas Mallada, el etnólogo Anto­nio Machado y Alvarez, Benito Pérez Galdós -con una única colaboración-, Antonio deTrueba y Ventura Ruiz Aguilera. Este amplioabanico de nombres sugiere, además, un rasgoadmirable en La Ilustración y más bien insólitoen la prensa española de la época: la convivencia,en sus páginas, de intelectuales de muy diversatraza ideológica, ya sea ésta conservadora o pro­gresista, vinculada a la ortodoxia católica o, por elcontrario, comprometida con el krausismo y lasentonces novísimas corrientes positivistas (9).

Mas encarémonos, ya, con la presencia de Leopoldo Alas en las páginas de La Ilustración Gallega y Asturiana. Ya he sugerido antes que tal huella puede desglosarse en dos apartados: las noticias, comentarios o reseñas críticas rela­tivos a los aconteceres biográficos del escritor, su actividad intelectual, participación en actos políticos o culturales, libros propios o prólogos a libros ajenos. Y, en segundo lugar, la presencia, activa ya, de «Clarín» en nuestra revista con un puñado de colaboraciones periodísticas, escasas en número, ciertamente modestas, pero nada despreciables, creo. En el primer caso La Ilustra­ción nos brinda utilísimos testimonios sobre un período breve, sin duda, pero intenso en la vida de Alas, fundamentalmente la secuencia tempo­ral situada entre 1880 y 1882 -años de asenta­miento del autor en el triple plano docente, pe­riodístico y matrimonial: años, recordémoslo, en que «Clarín» reside en Madrid -salvo algún que otro paréntesis veraniego-, tomando parte acti­va en su vida intelectual; da a la estampa los So­los y La literatura en 1881; escribe el prólogo a la versión castellana de La lucha por el derecho de Rodolf van Ihering, participa con enorme brío en el debate del Ateneo de Madrid sobre el na­turalismo; es nombrado catedrático en la Uni­versidad de Zaragoza y, por último, casa con Onofre García Argüelles. Textos en suma que, a modo de mosaico, y una vez reunidas las diver­sas piezas, perfilan con cierta nitidez algunos de estos sucesos biográficos e intelectuales de nuestro futuro novelista.

Veamos algunos de dichos textos noticiosos y críticos, por lo menos los, a mi juicio, más rele­vantes. El 8 de febrero de 1881, y en la columna titulada «Misceláneas», nos informa por ejem­plo La Ilustración que «Clarín» es nombrado so­cio honorario de la Academia de Jurisprudencia de Oviedo -al lado de otros prestigiosos intelec­tuales de muy dispar color ideológico-, siendo a

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la sazón su presidente Adolfo Buylla, el ya afa­mado catedrático de Economía Política, krausis­ta y «republicano militante»- así lo definiría Adolfo Posada en sus Memorias (10)-. Indica, efectivamente, tal noticia que «En la sesión ge­neral celebrada el 28 del pasado mes [esto es, el 29 de enero de 1881] por la Academia de Juris­prudencia de Oviedo, se acordó nombrar socios honorarios de la misma a los Sres. [ ... ] Alejandro Pidal y Mon [ ... ], Manuel Pedregal, Rafael M. de Labra, Ventura Ruiz Aguilera, Antonio Balbín de Unquera, Ramón de Campoamor, Gumersin­do de Azcárate, Francisco Giner de los Ríos, Leopoldo Alas, Fermín Lasala, Adolfo Ca­mús ... » (11).

Y algunas semanas más tarde reparemos en un nuevo, e interesante, escrito. Se trata de una crítica de Alfredo Vicenti a la traducción espa­ñola compuesta por Adolfo Posada de La lucha por el derecho, de Ihering, versión enriquecida, recordémoslo, con un brillante prólogo de «Clarín», que Francisco Giner estimaría «como uno de los buenos trozos de nuestra Filosofía del Derecho y de la Filosofía Política» (12). Esta reseña de Vicenti, breve, pero muy matizada, y con fecha del 18 de marzo de 1881, contiene ge­nerosos elogios a la personalidad intelectual de Alas -se subraya su belicismo ideológico, rasgo tan significativo, por cierto, en el joven escri­tor-, aunque apuntando, al mismo tiempo, al­gún reparo a las tesis insertas en el prólogo. No obstante, quizá el momento más sugestivo de dicho artículo sea aquél en el que nuestro crítico destaca un aspecto esencial del «Clarín» escritor y -según testimoniaría muchos años más tarde Ramón Pérez de Ayala- el «Clarín» catedrático: la índole típicamente ensayística, elástica, multi­direccional -nada rígida o escolástica-de unas ideas siempre en tensión, encarnadas en un len­guaje que serpentea, se ensortija, se reinventa una y otra vez, avanza, retrocede, se encrespa, se multiplica, aún a riesgo de eludir sus objeti­vos últimos. Escribe, en este sentido, Alfredo Vicenti utilizando una curiosa imaginería óptica que

El Sr. Alas, según hemos podido observar en distintas ocasiones, se parece en cierto modo a aquellas personas que hacen uso de los anteojos, no tanto para ocurrir a la corte­dad de la vista, como para ocultar la direc­ción de la mirada.

Cuando él se pone a dilucidar una cues­tión, tienen que prescindir de su aparente visual oyentes y lectores, para seguir el rumbo de la que gira y se soslaya por debajo de los espejuelos. Así gozan de tan mereci­da notoriedad sus brillantes escapadas y sus amenísimas digresiones (13).

En la antes citada columna 'Misceláneas'

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-ahora con fecha del 8 de julio de 1881- tene­mos noticia de la publicación de los Solos deClarín, prometiendo nuestra revista una prontacrítica del libro, promesa que, por cierto, no secumpliría (14). Más interés encierra, por el con­trario -por tratarse de un dato biográfico creoque inédito o, por lo menos, olvidado-, un re­portaje sobre la inauguración del Ateneo Casinode Gijón, inauguración que tuvo lugar el 12 deagosto de 1881 y la revista recoge el 28 del mis­mo mes. En la apertura de esta «sociedad dedi­cada a la enseñanza y al recreo de las clases tra­bajadoras» (15) -según escribe Mario San Juan,autor de la reseña- se leyeron diversos textos,cartas y poemas, de Concepción Arenal, Manueldel Palacio, Miguel Ramos Carrión, Vital Aza. Ytuvieron lugar dos discursos, uno por EvaristoEscalera -director de La Iberia, el órgano delPartido Constitucionalista- y el otro por Leo­poldo Alas, del que, desgraciadamente, no senos ofrece la menor transcripción. La escuetanoticia puede ser considerada, no obstante, co­mo dato que demuestra una vez más la aperturadel joven «Clarín» hacia los problemas en quese debatía la clase obrera en los primeros añosdel régimen canovista.

Tiene, sin embargo, mayor entidad documen­tal la publicación el 8 de septiembre de 1881 de una buena semblanza de Alas por parte del mis­mo Mario San Juan, semblanza citada por Mari­no Gómez Santos en 1952 y Jean-Frarn;ois Bo­trel en 1972 pero que nadie, creo, ha estudiado (16). Esta biografía -o «historia personal», al de­cir del propio San Juan (17)- nos facilita algu­nos datos y juicios, hoy ya un tanto tópicos, sin duda, sobre la vida, el pensamiento y el perfil li­terario del autor de La Regenta, pero que, recién inaugurada la década de los ochenta, contando «Clarín» veintinueve años, dibujan no sin cierta habilidad los trazos más visibles de su personali­dad. Apunta, así, nuestro periodista el contraste existente en los años mozos de Alas entre unas actitudes políticas liberales -muy radicalizadas en el plano público- y una sensibilidad religio­sa, nutrida por ciertas lecturas, siempre alerta en su fuero interno. Matiza así San Juan, acaso ins­pirándose en alguna de las «Cartas de un estu­diante» publicadas tres años antes por «Clarín» en La Unión, que éste «antes de caer en quintas, si bien pasaba en los clubs de Oviedo por orador avanzado y fogoso, no por eso dejaba de rendir culto en su interior a Balmes, Arolas, Chateau­briand, San Agustín ... » (18). Sugiere más ade­lante el propio articulista una cierta cautela, pe­ro no rechazo, del «Clarín» de 1881 hacia el aprendizaje krausista que, en los primeros años setenta, efectuara en la Universidad Central. Nuestro novelista, efectivamente, «pecó por donde hemos pecado todos, pero no hizo des­pués lo que casi todos han hecho, burlarse im-

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placablemente de un sistema que, si no nos ha llevado a la posesión absoluta de la verdad, nos ha puesto a lo menos en camino» (19).

Indica acto seguido Mario San Juan, fijándose ahora en la oratoria de Alas, que ésta no es de grandes vuelos, sobresaliendo por el contrario en ella la causerie, el zigzagueo conversacional, con lo que, en cierto modo, nos acercamos otra vez a la índole 'ensayística' de su palabra, sea és­ta escrita u oral. Mas ya en el último cabo de es­ta notable semblanza, señala su autor que «Clarín» «es ante todo, sobre todo y para todo, un notabilísimo crítico» (20). Y compone, al res­pecto, un lúcido paralelismo entre Larra y Alas, sugiriendo, empero, algún rasgo propio del es­critor asturiano y que no hallamos en el madri­leño: «'Clarín' nos parece fiel, y a veces agranda­da, imagen [de Larra]. Llévale una ventaja: la de apasionarse en favor, siendo así que aquél sola­mente se apasionaba en contra» (21). Insinúa, no obstante, Mario San Juan un defecto com­partido por ambos escritores: también Alas «se ensaña harto a menudo con los pequeños de la literatura» (22). Y finalmente apunta una su­gestiva hipótesis que, sin duda, se cumpliría en el futuro -y de modo bien generoso, por cierto-: dado su criterio frío, riguroso, coinci­dente con una excepcional preparación intelec­tual, «Clarín» ejercerá pronto una cierta dictadu­ra en la sociedad literaria española: « ... como quiera que su cultura e instrucción son excep­cionales en España, y su criterio más templado, limpio y frío que una lámina de acero creémosle llamado a recoger la herencia de los Canalejas, Balart y Revilla, y a ejercer cierta especie de dic­tadura en la perturbada y levantisca república de las letras» (23).

Pero, tras alguna que otra noticia de poca monta sobre los quehaceres intelectuales de Alas, sobresale un nuevo escrito de Mario San Juan -con fecha del 8 de enero de 1882- y rela­tivo a la conferencia sobre el naturalismo dicta­da por el joven escritor en las jornadas que el Ateneo de Madrid dedicara a dicha tendencia li­teraria (24). No olvidemos, además, que tal con­ferencia será, al parecer, la matriz de los artícu­los que, bajo el rótulo de «Del naturalismo», pu­blicó «Clarín» pocas semanas más tarde en La Diana. El articulista de La Ilustración Gallega yAsturiana alaba, por cierto, la amplitud de miras y la elasticidad teórica que muestra Alas en su discurso, declarando -al término, ya, de su es­crito- que «Si eso es el naturalismo, alabado y bienvendio sea» (25). Antes, sin embargo, había desmenuzado San Juan esta conferencia en va­rios puntos, filtrándose con nitidez en el escrito el prestigio público con que gozaba ya entonces «Clarín» y que Mario San Juan subraya e inclu­so enaltece. De entre estos puntos hábilmente resumidos por el articulista destaca, por cierto,

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uno de los principales argumentos de Alas en su teoría de la estética naturalista: el hecho de que el pesimismo -contra lo que opinaba parte de la crítica de aquellos tiempos- no es rasgo crucial en esta nueva modalidad literaria. Escribe, así, el reseñista, que

Defendió [Alas] al naturalismo de la nota de pesimista. Ni el naturalismo es pesimis­ta, ni los que realizan la obra de arte deben fijarse lo que en ella se deduzca. Si hasta ahora al copiar fielmente a la sociedad, apa­recen más tristezas que regocijos, culpa es de lo copiado, y no del que copia (26).

Los otros puntos que Mario San Juan extrae de esta lección ateneísta son los siguientes -to­dos ellos, repito, conceptos decisivos en la teoría de «Clarín» sobre el realismo zolaesco-: la no­vela, «género predilecto de nuestro siglo», es el terreno idóneo en el que «la escuela naturalista ha presentado batalla» (27). El zolaísmo, en se­gundo lugar, «no pone en tela de juicio lo que sea la belleza» (28). En tercer lugar, «sostiene [ el naturalismo] que con la presentación exacta de la realidad puede producirse la emoción estéti­ca» (29). Por otro lado, y en cuarto lugar -a la búsqueda ahora «Clarín» de alguna raíz doctri­naria en la nueva tendencia artística, raíz sin du­da de índole positivista-, «la investigación y el análisis detenido son los métodos que debe adoptar la novela en nuestro siglo» (30). No obs­tante, precisa por último Mario San Juan -reco­giendo también aquí uno de los ejes esenciales del pensamiento clariniano-, nuestro confe­renciante «defendió al naturalismo contra los positivistas, que lo suponen suyo, y no sin ra­zón» (31), con lo que este movimiento litera­rio a la vez se alimenta, y sobrepasa, los sis­temas doctrinarios de carácter materialista, científico, existentes en el último tercio del pa­sado siglo.

No podemos, antes de cerrar esta primera mi­tad de nuestro trabajo, desdeñar una importante «Carta de Oviedo» -así se titula el texto- publi­cada el 18 de marzo de 1882, y en torno al ho­menaje que la Academia de Jurisprudencia de Oviedo ofreció a la memoria de José Moreno Nieto, con motivo de su óbito, el día 5 del mis­mo mes, y óbito que «estremeció a España» (32), conforme escribe el anónimo autor de esta gacetilla. Tal carta contiene, por cierto, una no­table -y personalizadora- alusión a Alas, en la que se subraya la defensa que del espiritualismo de Moreno Nieto ofrece nuestro crítico -quien en un reciente artículo en La Publicidad había definido a este intelectual católico como «ilustre maestro» suyo (33)-, y, a la vez, se destaca el intenso clima de entusiasmo que, en el audito­rio, crea su palabra, recia y sabia. Indica así di­cha gacetilla que, tras el discurso de Adolfo

Hitos y mitos de «La Regenta»

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Buylla -presidente, no lo olvidemos, de la Aca­demia-, ocupó

la tribuna el Sr. Alas (D. Leopoldo). Habló de la influencia de Moreno Nieto en el mo­vimiento científico moderno, considerándo­lo como el más fogoso y decidido adalid de la escuela espiritualista, contra los sistemas positivistas de nuestro tiempo. Y lo exponía con tal energía, que a menudo recogía del auditorio entusiastas aplausos. Nosotros no sabemos qué aplaudir más en el discurso del señor Alas, si la corrección y la valentía del lenguaje, o la gran suma de conocimien­tos que con tanta facilidad domina (34).

Tampoco podemos desechar, por último, la «Miscelánea» inserta en la Ilustración del 28 de julio de 1882, alusiva, ahora, al nombramiento de Leopoldo Alas como catedrático en la Uni­versidad de Zaragoza, y en la que, tras calurosos elogios, se apunta la naturaleza de desagravio que dicho nombramiento encierra por parte del nuevo ministro de Fomento José Luis Albareda, miembro del primer gabinete liberal de Sagasta. Esta breve noticia -brillante pieza encomiástica, sin lugar a dudas- dice así: «Ha sido nombrado catedrático de Economía Política de la Universi­dad de Zaragoza, nuestro querido amigo y cola­borador don Leopoldo Alas, conocido y admira­do bajo el seudónimo de «Clarín» en el mundo de las letras. No le felicitamos a él, que al fin y al cabo no hace sino entrar en posesión de un indisputable derecho; felicitamos al claustro que va a contarle con el número de sus profesores, y al ministro de Fomento que supo dar con tal ocasión desagravio completo a la equidad y la justicia» (35).

Hasta aquí la huella llamemos 'pasiva', noti­ciosa, de Leopoldo Alas en las páginas de La Ilustración Gallega y Asturiana, huella que -a pesar de su parquedad- dibuja creo con cierto rigor algunos rasgos ideológicos, literarios, in­cluso psíquicos, de nuestro novelista en un mo­mento biográfico decisivo y, a la par, sugiere la imagen pública de un joven intelectual de cre­ciente prestigio -algo más, ya, que una simple promesa-, e intelectual de palabra entusiasta, crítica, incluso airada, que logra prontamente comunicar con el auditorio: la semblanza bio­gráfica de Mario San Juan y las reseñas de su participación en las veladas ateneístas sobre el naturalismo y el homenaje a Moreno Nieto así lo confirman, insisto, con construcciones léxicas tales como «orador [ ... ] fogoso», «[discurso] cor­tante como una hoja de Toledo», «valentía del lenguaje», «energía» ... En suma, la silueta de un escritor inconformista, coherente con sus idea­les y cuidadoso por eludir cualquier dogmatismo doctrinario.

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Pero adentrémonos, acto seguido, en la se­gunda parte de nuestro trabajo, encaminada a mostrar ahora -y desmenuzar- la presencia lla­memos 'activa' de nuestro autor en La Ilustra­ción. Ante todo debo puntualizar de nuevo que las colaboraciones de «Clarín» en esta revista son, ciertamente, cortas en número y modestas por su factura literaria o densidad ideológica; sin embargo nos brindan un contenido documental nada irrisorio e incluso útil para la fijación de una etapa ideológica de singular importancia. Y ello porque se trata de unos años de tránsito en el autor entre una primera juventud inmersa en una crisis, o enfrentamiento, entre las creencias religiosas, y el aprendizaje racionalista en las au­las de la Universidad Central -vimos ya, al res­pecto, unas reveladoras frases de Mario San Juan- y, por otra parte, el inicio de una etapa de mayor madurez ideológica y asentamiento pro­fesional, etapa ejemplificada, sin duda, por su nombramiento como catedrático de Derecho Romano en Oviedo y por el comienzo de la es­critura de La Regenta, ya en el año 1883.

Veamos, efectivamente, la lista y contenido de tales colaboraciones, precisando con exacti­tud las fechas de su publicación -algo confusas en manos de algún estudioso- para, acto segui­do, comentar al vuelo los textos a mi juicio más relevantes. Así, en la Ilustración del 10 de junio de 1879 inserta «Clarín» dos sonetos, sin título, pero cuyos respectivos primeros versos son: «Crece la hiedra sobre el fuerte muro ... » y «Pul­so la lira, y en las cuerdas de oro ... » (36). José M. Martínez Cachero ha glosado agudamente elprimer poema, considerándolo signo verbal dela desazón ideológica en que se debatía el«Clarín» de los últimos años setenta (37): la ini­cial fe religiosa turbada por la hiedra de la dudaracionalista, y utilizándose para ello, a lo largodel soneto, una imaginería a la vez refinada ycrepuscular, deudora de algún tópico de la tradi­ción elegíaca castellana y aderezada además, conciertos toques campoamorinos. Poema hábil­mente elaborado, poseyendo algunos versos no­table fuerza expresiva -sobre todo los dos cuar­tetos-, si bien oscurecido por términos dema­siado abstractos, esa abstracción a la que contanta severidad aludiría el autor en 1889, conmotivo de su polémica con Manuel de Palacio:«Los pocos versos que hice eran muy fríos/abs­tractos y premiosos ... » (38).

El segundo soneto, «Pulso la lira, y en las cuerdas de oro ... » -repito- encierra también un importantísimo valor confesional, ahora en vis­tas del futuro quehacer literario de nuestro au­tor, uno de cuyos rasgos -sugerido, ya, en este poema juvenil nada deleznable- constituye te­ma de abierta predilección entre la crítica de es­tos últimos años, según atestiguan diversos es­tudios de Yvan Lissorgues, Gonzalo Sobejano,

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Noel M. Valis y Carolyn Richmond (39). Aludo, por supuesto, a los ingredientes neorrománicos -o modernistas avant la lettre- de la obra clari­niana, alusivos a aquellos enigmas incrustados,como oscuras lagunas, en el interior del ser hu­mano y en las entrañas del universo que la ra­zón se muestra impotente por alumbrar y el len­guaje verbal apenas puede capturar. Son, en po­cas palabras, los punzantes 'sentimientos sinnombre' -dicho con la feliz expresión de Gon­zalo Sobejano ( 40)-, la efusividad lírica lagri­mean te, traslúcida, que, a la par, hiere y enri­quece las fibras más íntimas de nuestro ser. O,también, las voces, las músicas, emitidas por lanaturaleza e inaudibles para la inteligencia, co­mo parece demostrar una hermosa -y desasose­gada- página de Viaje redondo ... (41). Todo ello,repito, palpita ya, a modo de simiente aún pormadurar, en este notable soneto, sólo malogra­do por alguna rígida construcción fraseológica, yque transcribo, acto seguido, en su totalidad, pa­ra así contemplar con mayor nitidez la temáticaque estoy apuntando:

Pulso la lira, y en las cuerdas de oro de espíritu inmortal oigo el lamento: callan las cuerdas, y el furioso viento me repite la queja en triste lloro.

Busco el amor; la virgen en que adoro suspira con fatal presentimiento; y hasta en la iglesia el majestuoso acento llora también del religioso coro.

Lágrimas vierte el mar sobre la arena y en la noche sorprende su gemido, de misterioso mal queja insondable.

Cualquiera voz del mundo es de una pena la vibración profunda, es el latido del dolor infinito y perdurable.

Sin duda el presente soneto -publicado, repi­to, en 1879- puede muy bien ser visto como síntoma madrugador -al lado de alguna carta del novelista a José Quevedo (42)- de esa bús­queda 'simbolista' de una realidad metafísica, dolorosa y exaltada en grado sumo, que ya en los años noventa, acaso bajo el magisterio de Schopenhauer, el propio Alas definiría como el sentir, la voluntad, del 'hombre interior' ( 43). En este poema hallamos así dibujadas, con trazo rápido -y, en algún verso, un tanto tópico, lo re­conozco: de ahí, valga la paradoja, el rico valor testimonial del texto- una serie de combinacio­nes léxicas, imágenes, símiles, que rebrotarán con mayor pujanza, refinamiento lírico y densi­dad sémica en páginas de La Regenta -algo am­biguas aún-, Su único hijo y, especialmente, en relatos ya casi finiseculares que desprenden un fino perfume modernista -prosas líricas, diría­se- como Cambio de luz y el ya citado Viaje re­dondo, mediante un curioso proceso de 'pirate­ría' lingüística sobre los propios materiales lite-

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rarios, según he sugerido en algún otro trabajo mío, apurando, quizá excesivamente, una posi­ble hipótesis interpretativa (44).

Así, por ejemplo, alude el poeta a la musicali­dad -dibujada por la imagen de la lira de dora­das cuerdas- como el lamento de un entristeci­do sentir amoroso que, a la postre, parece ir más lejos que la simple, e inicial, peripecia erótica: por cierto -y como ejemplo de la antes citada 'rapiña' de «Clarín» sobre sí mismo-, en una pá­gina de Ensayos y Revistas podemos observar también una sugestiva metaforización de «Los gritos del alma» en cuerdas vibratorias que tie­nen «algo de lira» ( 45). Mas esta voz, o lamento, entristecido mudará -con el segundo cuarteto-, en la imagen fugaz del «religioso coro», imagen que parece sugerir uno de los motivos más im­portantes, a la par erótico y religioso, de La Re­genta: el coro -resulta casi baldío recordar- de la catedral de Vetusta, cuyas voces y músicas perturban tan hondamente el ánimo de Ana Ozores. Y por último aparecen también con típi­cas tintas neorrománticas -mediante el motivo del 'mar nocturno': signo de una emocionalidad intensa pero imprecisa- los gemidos, las lágri­mas que las olas vierten sobre la arena, «queja insondable» -subraya «Clarín»- del «misterio­so mal» ( 46). Pero lo que hasta aquí podría ser, es, en realidad, una queja amorosa, parece ir más allá, hasta insinuar, insistir, futuros desarro­llos simbolistas en nuestro autor, por lo menos en un sentido lexical: las voces del mundo como latidos, o vibraciones, de un «dolor infinito» (y es curioso, por cierto, que hallemos en este so­neto tan rico en sugerencias otro lexema que Alas repetirá a menudo en el futuro, cual es el término 'vibración') ( 47).

Pero tras esta rápida lectura -y comentario­del presente soneto, prosigamos con el recuento de las restantes colaboraciones de Alas en La Ilustración Gallega y Asturiana. El 18 de octubre de 1881 publica el artículo «La Universidad de Oviedo. Discurso de don Rafael Ureña» (48), cuyas características más visibles analizaré pos­teriormente. Y en 1882 -año del cierre de la re­vista, no lo olvidemos- salen a la luz tres nue­vos trabajos: «Un viaje de novios. Novela de la señora Emilia Pardo Bazán», con fecha del 18 de enero, artículo sobradamente conocido por la crítica especializada, y notable por las reflexio­nes sobre el naturalismo que contiene, resultan­do ocioso, por lo tanto, analizarlo aquí ( 49). Casi dos meses después -el 8 de marzo- aparece un nuevo escrito, ahora de fervoroso sabor asturia­no, con el título de «Teodoro Cuesta», dedicado a estudiar la personalidad literaria de este poeta bable, planteando por cierto «Clarín» alguna aguda reflexión sobre las afinidades existentes -por su transparencia documental- entre el len­guaje regionalista y los presupuestos testimonia-

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les, objetivos, implícitos en el naturalismo. Es­cribe, por ejemplo, nuestro autor que

Lo que Zola ha hecho con el pueblo bajo de París, lo hace Teodoro [Cuesta] con el pueblo de nuestras aldeas; lo estudia en su casa, lo acompaña en los caminos cuando él va, o mejor dicho iba, a cualquier fiesta de al­dea, o cuando el aldeano venía a Oviedo en calidad de mateín, o al mercado. El sabe, por­que lo ha oído en la aldea, cómo ha de llamar a la joven que quebró el cántaro en la fuente; sabe que para indicar metafóricamente lo traído y llevado de su capullo virginal, no hay como decir: anda, anda, que tú yes portie/la de camin ria/. Si el sol se pone y os hace dejar el trabajo, Teodoro dice: «Anda, dexailo, ra­paces, que ya s'esmorciella el sol...» (50).

Y finalmente debemos aludir al artículo «Las costas de Asturias», con fecha del 18 de julio de 1881 (51), curioso ejercicio literario, escrito con pluma un tanto apresurada, pero sugestivo por varias razones: por su tratamiento costumbrista de los paisajes, las gentes, las fiestas, de Astu­rias, aunque sin el dejo mitificador de un Pereda -el ya citado Posada escribiría que «nunca hizo[Alas] labor de regionalismo estético» (52)-, si­guiendo, diríase, los usos tan en boga entoncesentre una cierta burguesía acomodada por ren­dir culto 'turístico' a la España norteña: en algúnmomento parece remedar «Clarín», no sin ciertaironía, el estilo de las guías viajeras de la época.Por otro lado, sobresalen en dicho artículo cons­tantes 'distanciamientos' autocríticas del autorsobre el texto que está componiendo y, ya en las

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últimas líneas, un apunte antitaurino al tiempo que una defensa regeneracionista de la educación popular, sugeridora, quizá, de futuras campañas del escritor en la prensa del fin de siglo. Al co­mentar, así, una fiesta religiosa en Oviedo señala, por ejemplo, que «Hace pocos años había toros con tal motivo; pero este pueblo sensato ha derri­bado la plaza, y el mismo día y a los pocos pasos, ha puesto la primera piedra de un gran edificio que servirá para escuelas populares. Imite toda la nación este ejemplo, y se salvó España» (53).

En otro sentido el presente artículo refleja también las dificultades del autor por plasmar un paisaje literario que supere el figurativismo descarnado -al buril, diríase-, un tanto abstrac­to, sin el menor brillo cromático, tal cual aconte­cía en la prosa española del momento, aún leja­na la paleta temblorosa de los modernistas y sus juegos de luces y sombras. A lo sumo -y como el ya citado Pereda: recuérdese la apertura de su De tal palo, tal astilla-, «Clarín», empeñado en dar vida a ese paisajismo tan rígido, maneja unos racimos de símiles humanizadores -con una curiosa carga de referentes anímicos: queja, rencor, fiereza- o, por el contrario, animalescos, como en la conversión -también un tanto tópi­ca- de las olas del Cantábrico en los gruñidos de un perro, si bien el propio autor, en uno de sus ya citados repliegues autocríticos, parece mostrarse algo escéptico ante tal ornamentación dramatizadora. Veamos este texto, muestra de unos tanteos juveniles poco afortunados, ya sea por la premura, por el aire festivo que campea en esta gira turística por Asturias, o insisto, por la propia inmadurez paisajística de la literatura española de la época. Escribe Alas:

Pero, señores, ya es hora de que lleguemos al mar. Coloquémonos en el Cabo de Peñas, sobre la torre del Faro. Desde aquí domina­mos la costa de Asturias. El Cantábrico, mal­humorado casi siempre, deshace sus furores en espumas que forman guarnición de encaje en las peñas y en las plazas de la orilla.

La roca, pálida, cortada a picó, que la opo­ne valladar inexpugnable, la irrita y la arran­ca sus más terribles bramidos, sus ruidos subterráneos en las cuevas que va haciendo en la piedra dura; ruidos que parecen la eterna queja de un rencor inextinguible y contenido por la furiosa impotencia. Pero las olas avanzan triunfantes por la suave pendiente que en la playa les ofrece la bru­ñida, brillante, apretada arena, y allí sus ru­gidos son menos furiosos, son gruñidos de perro fiel que a la voz del amo, mal de su grado, apaga la voz de su cólera poco a po­co. Pero señor, si me enredo en estas metá­foras, no van a bañarse esta temporada, y bien lo desean (54).

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Demorémonos ahora, finalmente, en el análi­sis del antes citado artículo «La Universidad de Oviedo. Discurso de don Rafael Ureña», a punto ya, de concluir el presente estudio. Es notable el interés documental de este escrito -como ya, en su momento, señalara J. M. Martínez Cachero (55)-, redactado a su vez con cierto apresura­miento y, cabe reconocerlo, pieza un tanto se­cundaria en la vasta obra periodística de nuestro autor. En él Alas advierte con ánimo alborozado -pero no por ello bajando la guardia crítica- losprimeros atisbos en el resurgimiento de la Uni­versidad de Oviedo, gracias a la implantación delllamado 'claustro nuevo' y del que muy pronto,en 1883, formaría parte él mismo, ya como cate­drático, al lado de los Aramburu, Buylla, Ordó­ñez, todos ellos impartiendo sus saberes en1881. El presente artículo, efectivamente, rezu­ma un cierto orgullo por haber pertenecido«Clarín» al alma mater ovetense siendo casi unadolescente, al término de la década de los se­senta. Orgullo o, conforme escribe el propio au­tor, «intenso placer, como hijo que soy de estaescuela» (56). Sin embargo, repito, LeopoldoAlas es consciente de la triste fama que, anti­guamente, rodeaba a su Universidad, habidacuenta de la grisura del estamento docente, sureaccionarismo y apego a las más cansinas for­mas burocráticas. Nuestro autor compone; aquí,una de sus típicas -por incisivas- figuras retóri­cas: el Establecimiento ovetense era, antaño, unsimple «hospital para los apestados de ignoran­cia» (57), símil no distinto al que había emitidodos años antes en un artículo de La Unión, con­siderándolo «un cuartel de inválidos de la inteli­gencia» (58). Sin embargo, y siguiendo, repito,una doble línea de prodigar a la vez reparos yelogios, reconoce nuestro novelista que en 1881el ambiente intelectual de esa Universidad em­pieza a ser otro: resplandecen ya en sus aulas la«competencia científica, el interés por el movi­miento del saber moderno, el rigor en los ejerci­cios de prueba», elementos, todos ellos, que«bastan a regenerar una escuela» (59).

lQuiénes son, a juicio de «Clarín», los miem­bros más relevantes de este «claustro restaura­do» -según su propio término (60)- y qué ca­racterísticas intelectuales, pedagógicas, sobresa­len en ellos? Nuestro autor prodiga, al respecto, cálidos elogios -también alguna atinada crítica­ª los más sobresalientes catedráticos de dicho claustro, catedráticos que, poco tiempo después, al lado del propio Alas y de Adolfo Posada, constituirían el llamado 'grupo de Oviedo', tan impregnado del espíritu pedagógico de Giner, y de tan profunda resonancia en la cultura espa­ñola de la Restauración. Cita así nuestro autor a Félix de Aramburu, catedrático de Derecho Ci­vil, director de la Revista de Asturias y adepto a la escuela criminológica de Lombroso. Tampoco

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escatima «Clarín» los elogios a Adolfo Buylla, ti­tular de Economía Política, <�oven profesor mo­delo de profesores» (61), y uno de los puntales, por cierto, de la regeneración cultural de Astu­rias (el propio Buylla recordaría en 1902 que él y los restantes compañeros del claustro nuevo es­taban profundamente interesados «en la prospe­ridad de la patria pequeña por amor a la patria grande») (62). Y aplaude generosamente Alas su folleto sobre el Katheder-Socialismus, «superior, con mucho, a lo escrito sobre el particular por economistas españoles de fama» (63). Por otra parte, al hablar de Víctor Ordóñez, catedrático de Disciplina Eclesiástica -y acicate, casi veinte años más tarde, de algunas de las más hermosas páginas de Ensayos y Revistas- vierte nuestro articulista exquisitas matizaciones pues, al lado de algún reparo al «espíritu ultramontano» (64) de este profesor, reconoce su honesta dedica­ción docente y el uso de un moderno instru­mental científico en sus investigaciones. Preci­sa, así, «Clarín» que

Ordóñez defiende las caducas doctrinas ca­tólicas y ultramontanas con armas nuevas, con las que han intentado las generaciones contemporáneas, laboriosas en uno y otro lado; y respetando el criterio, que me parece erróneo, del señor Ordóñez, aplaudo su ce­lo, su inteligencia, su actividad científica (65).

Se impone, por último, destacar en este artículo un amplio comentario al discurso de Rafael Ureña -catedrático de Derecho Político y Administrativo- discurso pronunciado con mo­tivo de la apertura del curso 1881-1882. Otra vez emite aquí «Clarín» nuevas, y acres, censuras a la Universidad ovetense de sus años mozos, cuando recuerda- «la oración del paraninfo era un discurso insignificante, hecho por pura fór­mula, y en que, de tratar algún asunto, se trata­ba de remachar el clavo de la rutina, de la reac­ción, de la intolerancia, de la pereza intelectual» (66). Pero si nos adentramos, acto seguido, en el contenido doctrinario del presente escrito so­bresale también en estos párrafos la crítica clari­niana al intento de Ureña por fusionar los dog­mas del cristianismo con las entonces modernas teorías correccionalistas, tan en boga entre no­sotros: no olvidemos, al respecto, la influencia que ejercieron en nuestro pensamiento jurídi­copenal más avanzado las ideas de Karl Roder -discípulo de Krause- a través, por cierto, deConcepción Arenal y Giner de los Ríos. El enfo­que de nuestro autor es, a este respecto, abierta­mente laico y progresista, recalcando sin la me­nor timidez su crítica a determinados aspectosdel cristianismo entendido como fenómeno his­tórico. Saltan por lo tanto vigorosamente, sin lamenor síntesis conciliadora -tal como acontece-

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rá en otros textos-, las tensiones existentes en Alas entre las creencias religiosas y el compro­miso intelectualista: nos hallamos, pues, . ante un escrito de combate plenamente 'belicoso' -por utilizar el término de Alfredo Vicenti apli­cado al prólogo de La lucha por el derecho-, tancomún en la etapa juvenil del novelista, y ausen­te aquí, si vale el contraste, la zozobra confesio­nal del soneto Crece la hiedra sobre el fuerte mu­ro, en el que, recordémoslo, se cantaba el dolorproducido por el desmoronamiento de la fe. Es­cribe, así, «Clarín» que «En lo más fundamentaldel cristianismo hay dogmas que exigen la ideadel castigo como expiación; idea conforme conmuchas creencias de la antigüedad, y aún mo­dernas, pero radicalmente opuestas al funda­mento racional de la teoría de la corrección»(67). Y concluye acto seguido nuestro novelista-no sin cierto dejo dramático- que los «genero­sos esfuerzos del señor Ureña por conciliar loinconciliable merecerían aplauso, si no fuera es­ta aspiración de muchos a componendas imposi­bles una rémora de progreso científico y social.No queráis servir a dos amos» (68). Con esa fra­se tan severa, Alas, repito, parece comprometer­se en favor de un progresismo laico, sin aspirar-por lo menos aquí, y en tomo a estas cuestio­nes jurídicas tan especializadas- a tender unpuente entre los dos amos, la fe religiosa y el ra­cionalismo liberal.

Este puñado de textos extraídos de La Ilustra­ción Gallega y Asturiana -revista, no lo olvide­mos, publicada entre 1879 y 1882- nos brinda, en suma, el perfil humano e intelectual de «Clarín» desde un doble flanco. Por un lado, re­pito, cabe destacar la presencia llamemos pasivadel escritor en las páginas de dicha revista -no­ticias, gacetillas, reseñas de algún escrito suyo­que dibujan 'desde fuera', a partir del entorno histórico de la época, una imagen pública de jo­ven intelectual abriéndose camino en la socie­dad literaria de la Restauración. Podemos, ade­más, rastrear en estas crónicas determinadas reacciones kinésicas -«entusiastas aplausos», «grandes y merecidos aplausos»- que parecen reflejar el impacto en el auditorio de la presen­cia y las palabras de un «Clarín» aún veinteañe­ro, su singular fuerza comunicadora y persuasi­va. Y, por otro lado, tenemos la presencia 'acti­va' de Leopoldo Alas en La Ilustración, presen­cia que cristaliza en dos sonetos de rico conteni­do confesional y cuatro amplios artículos, tex­tos, en su mayoría, poco estudiados por la críti­ca. Estos versos y prosas nos brindan, a su vez, una visión del escritor no desde el contorno pú­blico, sino, por el contrario, 'desde dentro', des­de la propia entraña credora, a modo de flashesintimistas que revelasen desazones ideológicas, crisis religiosas, compromisos de orden estético y político, ensueños líricos, paisajes asturianos ...

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Si resumimos ambas perspectivas -la externa y la intimista, o creacional- perspectivas que, de hecho, se imantan mutuamente, surgirá, casi de modo espontáneo, una imagen 'dinámica' de Alas encaminándose a lo largo de estos cuatro años hacia una madurez literaria y un asenta­miento público, universitario, ya inminentes, conforme he sugerido más arriba: la obtención de la cátedra de Oviedo y el inicio de la escritura de La Regenta, poco tiempo después del cierre de La Ilustración Gallega y Asturiana. En resu­men, con el período biográfico aquí reseñado concluyen, ya definitivamente, los «años de aprendizaje» del novelista asturiano, años que coinciden con su «vida de ateneísta madrileño y de escritor, vida de paso siempre hacia [ ... ] Astu­rias», dicho sea con palabras de Adolfo Posada que subrayan, también, esa imagen en movi­miento (69). De ahí que este período vital e ideo­lógico esté cargado de futurización, de rápido adentramiento hacia etapas posteriores como parece vaticinar Mario San Juan en su apunte biográfico, tan perspicaz, por cierto: «Clarín», «joven escritor y crítico», aunque «se halle en sazón su ingenio, mucho más se espera de lo que posee». Y ello porque -concluye dicho pe­riodista- Alas «Vive, trabaja, acaba de tocar el límite de su desarrollo, y no hay razón para dar por adelantado una historia de su vida, siendo así que lo más interesante ha de estar, de segu­ro, en lo que queda» (70). Palabras sin duda proféticas que constituyen, creo, �� un buen remate -y justificación- a este ��artículo.

NOTAS

(1) Así, por ejemplo, José María Martínez Cachero:«Los versos de Leopoldo Alas», Archivum, Universidad de Oviedo, enero-abril 1952, tomo II, núm. 1, pp. 96 y 97. Fran­cisco García Sarriá: 'Clarín' o la herejía amorosa, Gredos, Madrid, 1975, pp. 34-35. Jean-Frani;:ois Botrel [ed.]: Leopol­do Alas, Preludios de 'Clarín', Instituto de Estudios Asturia­nos, Oviedo, 1972, p. XXVIII, n. 73. Y, finalmente, Yvan Lissorgues: 'Clarín' político, tomo I, Université de Toulou­se-Le Mirail, 1980, p. XX.

(2) Recojo estos, y otros datos, de José Filgueira Valver­de: «Prólogo», La Ilustración Gallega y Asturiana [ed. facsí­mil], Silverio Cañada, Editor; Gijón, 1979, tomo I, 1879, p. sin numerar. A partir de ahora citaré siempre esta revista con las abreviaturas LIGA -primera etapa en su publica­ción- y LIC -segunda, y última, etapa-. Aprovecho la pre­sente nota para expresar mi agradecimiento a los profesores J. M. González Herrán y Basilio Losada por la ayuda heme­rográfica que me han brindado, agradecimiento que hagoextensivo a la joven licenciada Eva Florensa por su trans­cripción de diversos textos y a Monserrat Galera -bibliote­caria de la Universidad de Barcelona- por su siempre entu­siasta colaboración en mis investigaciones.

(3) Escribirá, por cierto, en nuestra revista Antonio deTrueba, destacando, además, la moda de tales publicacio­nes en la España de aquellos tiempos, que «las Ilustraciones regionales son como un dignísimo complemento de La 1/us-

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tración Española y Americana ... » (Antonio de Trueba: «Carta del Sr. Trueba», LIC, 18 junio 1882, tomo IV, núm. 17, p. 194).

(4) Amold Hauser: The Social History of Art, VintageBooks, Nueva York [s.a.], vol. IV, p. 16. Indica, al respecto, la Gran Enciclopedia Gallega que «En cuanto al aspecto artístico no es exagerado decir que las reproducciones de la Ilustración Gallega y Asturiana constituyen el mejor reflejo de la pintura y escultura de la época [ ... ]. También son de gran interés los dibujos de monumentos, vistas de ciudades, detalles pintorescos, tipos, costumbres, escenas y gran nú­mero de retratos de personajes gallegos y asturianos» (s.v.: Gran Enciclopedia Gallega, Silverio Cañada, Editor; Gijón, 1974, tomo XVII, p. 239).

(5) M. Murguía: «Nuestro pensamiento», LIGA, Ma­drid, 10 enero 1879, tomo I, núm. 1, pp. 1-2. Este texto co­rrobora en un sentido sin duda teórico la exquisita riqueza gráfica que contienen las páginas de La Ilustración: el «lápiz del dibujante» perpetuará paisajes, siluetas, monumentos a punto, ya, de sucumbir ante los embates de la moderna His­toria: culto documental, costumbrista -insisto- a Galicia y Asturias.

(6) Véase, en efecto, portada del núm. 1 (tomo IV), pub.el 8 de enero de 1882. En su cabecera aparecen Ramón de Campoamor como «Patrocinador por la Sección de Astu­rias» y Antonio Romero Ortiz, por la de Galicia. Manuel Murguía cesa en la dirección de la revista, pero seguirá cola­borando en sus páginas. Continúa el mismo cuadro de cola­boradores, enriquecido, no obstante, con el nombre de al­gún escritor vasco.

(7) Consúltese, efectivamente, el texto del acta que selevantó en la sesión celebrada por la Junta Directiva de di­cho Centro el 27 de octubre de 1881, y recogido en «Centro de Asturianos», LIGA, 28 noviembre 1881,.tomo III, núm. 31, pp. 368-369.

(8) Escribirá Alejandro Chao con dejo melancólico enuna nota justificativa del cierre de la revista, y haciendo hin­capié en la falta de recursos económicos: «La Ilustración Gallega y Asturiana, hoy Cantábrica, ha dejado de existir. [ ... ]. Esta empresa no necesitaba [ ... ] más que alguien le die­ra el primer impulso; y éste es el deber que se impuso nues­tro patriotismo, echando sobre los hombros tan flacos los sacrificios que fuesen necesarios hasta que el concurso de los compatriotas nos relevase de ellos. Lo hemos esperado en vano durante cuatro años, y hoy nos vemos obligados a deducir que, o el propósito no es digno de la atención y el apoyo del país, o que hemos carecido de las condiciones que se requerían» (Alejandro Chao: «A nuestros suscripto­res», LIC, noviembre 1882, tomo IV, hoja sin numerar).

(9) Conforme indica la Gran Enciclopedia Gallega, nues­tra revista «no fue órgano de ningún sector político, y puso el acento en los temas culturales» (op. cit. en nota 4, p. 239).

(10) Adolfo Posada: Fragmentos de mis memorias, Servi­cio de Publicaciones, Universidad de Oviedo, 1983, p. 295.

(11) «Misceláneas», LIGA, 18 marzo 1881, tomo III,núm. 4, p. 47. Véase pormenorizada noticia de esta Acade­mia -establecida por la propia Universidad de Oviedo en 1879- en Adolfo Buylla: «La Universidad de Oviedo en la actualidad», Anales de la Universidad de Oviedo, Oviedo, 1902, año I (1901), pp. 27-29.

(12) Op. cit. en nota 10, p. 117. El propio Posada señalacómo con este prólogo Alas arremete en los primeros años de la Restauración, planteamiento que Vicenti considera hábil y legítimo, aunque poco tenga que ver -matiza- con el pensamiento conservador de Ihering (véase Alfredo Vi­centi: «Bibliografía. La lucha por el derecho, versión españo­la del libro de von Jhering, por D. Adolfo Posada y Biesca, con un prólogo de D. Leopoldo Alas. Madrid, librería de Victoriano Suárez, 1881», LIGA, 18 marzo 1881, tomo III, núm. 8, pp. 94-95).

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(13) lbíd., p. 94. Sería interesante, por cierto, un análisisdel 'discurso' ensayístico de Alas entendido como forma -acallando provisionalmente sus contenidos ideológicos- ysiguiendo, pongo por caso, las pautas teóricas desarrolladaspor Theodor W. Adorno en trabajo ya clásico. Tal 'discu­rrir' lingüístico e ideológico fue definido por Posada comoun dejarse llevar más próximo a la conversación que a laoratoria (Adolfo Posada: España en crisis, Caro Raggio, Ma­drid, 1923, p. 197).

(14) «Misceláneas», LIGA, 8 julio 1881, tomo III, núm.19, p. 228.

(15) M. San Juan: «Inauguración del Ateneo Casino deGijón», LIGA, 28 agosto 1881, tomo III, núm. 24, p. 285. So­bre esta institución obrerista -desaparecida en octubre de 1937- consúltese M.[iguel] A.[ngel] M.[uñiz]: «Ateneo Ca­sino Obrero», Gran Enciclopedia Asturiana. Silverio Caña­da, Editor; Gijón, 1970, tomo II, pp. 143-146).

(16) Véase, efectivamente, Marino Gómez-Santos: Leo­poldo Alas 'Clarín'. Ensayo bio-bib/iográfico, Instituto de Es­tudios Asturianos, Oviedo, 1952, p. 233. Para J.-F. Botrel consúltese, atrás, nota l.

(17) Mario San Juan: «Don Leopoldo Alas (Clarín)»,LIGA, 8 septiembre 1881, tomo III, núm. 25, pp. 297-298 (297).

(18) lbíd., p. 297. Referencias a Chateaubriand, Balmes,Arolas, pueden rastrearse, por ejemplo, en las «Cartas de un estudiante» III y IV publicadas, respectivamente, el 1 y el 19 de septiembre de 1878 en La Unión (consúltese la ed. de J.-F. Botrel cit. en nota 1, pp. 170, 172 y 180). En la tercera «Carta» confiesa precisamente Alas los «dolorosos esfuer­zos» que le costaba el armonizar las creencias religiosas y la ideología -cada vez más interiorizada- de talante liberal: « ... era yo liberal, y sin embargo, católico ... » (ibíd., p. 170).

(19) lbíd., p. 297.(20) lbíd., p. 298.(21) lbíd., p. 298.(22) lbíd., p. 298.(23) lbíd., p. 298. Es curiosísimo recordar, por cierto,

que en 1899, es decir, dieciocho años más tarde, este artícu­lo de M. San Juan sería reimpreso sin prácticamente la me­nor enmienda en su contenido -salvo la actualización de al­gún dato biográfico-, lo cual demuestra que la carrera lite­raria de 'Clarín' cumpliría con creces estos tan madrugado­res vaticinios. Véase, en efecto, Mario San Juan: «Nuestros críticos. D. Leopoldo Alas y Ureña (Clarín)», Asturias, Ma­drid, noviembre y diciembre de 1899, 3.' época, XVI, pp. 2-3 y 2, respectivamente. Debo el conocimiento de este artículo a la amabilidad de la joven clarinista María José Tintoré.

(24) Mario San Juan: «Boletín científico-literario», LIC,8 enero 1882, tomo IV, núm. 1, pp. 8-9.

(25) lbíd., p. 9.(26) lbíd., p. 9. Comp. 'Clarín': «Del naturalismo. III»,

La Diana, Madrid, 1 marzo 1882, p. 9. También, 'Clarín': «Prólogo» a Emilia Pardo Bazán, La cuestión palpitante [se­gunda ed., aparecida en 1883], Obras Completas, A. Pérez Dubrull, Madrid, 1891, tomo I, pp. 31-32.

(27) Art. cit. en nota 24, p. 9. (28) lbíd., p. 9.(29) lbíd., p. 9.(30) lbíd., p. 9.(31) lbíd., p. 9.(32) El Corresponsal: «Carta de Oviedo», LIC, 18 marzo

1882, tomo IV, núm. 8, p. 94. (33) 'Clarín': «Moreno Nieto», La Publicidad, Barcelo­

na, 4 marzo 1882, núm. 1469. Esta velada en honor de Mo­reno Nieto -en la que hablaron, también, Félix de Arambu­ru, Rafael Ureña y Melquíades Alvarez- tuvo lugar el 5 de marzo.

(34) Art. cit. en nota 32.

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(35) «Misceláneas», LIC, 28 julio 1882, tomo IV, núm.21, p. 250.

(36) L. Alas: «Sonetos», LIGA, 10 junio 1879, tomo I,núm. 16, p. 189.

(37) Art. cit. en nota 1, p. 96: « ... algo se ha venido abajo[en Clarín] durante estos años de experiencia madrileña; turbias, desgarradoras raíces han nacido y crecido entre las ruinas».

(38) «Clarín»: Folletos literarios. V. A 0,50 poeta. Epísto­la, Fernando Fe, Madrid, 1889, p. 16. Encierran un profun­do valor documental, por cierto, los versos inmediatamente posteriores en los que Alas parece aludir a estas -y otras­«tímidas canciones» juveniles alusivas a «regiones» honda­mente emocionales. Indica Mario San Juan en su reseña biográfica que Alas «escribe[ ... ] versos muy medianos» (art. cit. en nota 17, p. 298). Juicio que en la nueva edición de tal artículo, en 1899, se muda en «versos muy aceptables», fra­se con la que el periodista parece rendir curioso culto a un «Clarín» ya figura mítica entre la crítica española finisecu­lar.

(39) Recuérdese, pongo por caso, Yvan Lissorgues: Lapensée philosophique et religieuse de Leopoldo Alas (Clarín) 1875-1901, París, Editions du CNRS, 1983. Gonzalo Sobeja­no: 'Clarín' en su obra ejemplar, Castalia, Madrid, 1985, pp. 47-60. Noel M. Valis: The Decadent Vision in Leopoldo Alas,Louisiana State University Press, Batan Rouge, 1981, espe­cialmente pp. 115-135. Carolyn Richmond: «Experienciasoperáticas en La Regenta: JI Barbiere di Siviglia y el Fausto».

(40) Gonzalo Sobejano: «Sentimientos sin nombre enLa Regenta», Insula, junio 1984, núm. 415, pp. 1 y 6.

(41) Véase, en efecto, Leopoldo Alas 'Clarín': «Viaje re­dondo», en Cuentos morales, La España Editorial, Madrid, 1896, pp. 274-275. He estudiado esta sobrecogedora -y her­mética- página en mi conferencia «Clarín, Jean Paul, Bau­delaire: un tríptico simbolista», leída en el simposio 'Clarín' y «La Regenta» en su tiempo (Universidad de Oviedo, no­viembre de 1984), y en curso de publicación.

(42) Así, por ejemplo, esta frase breve, pero intensa,perteneciente -indica García Sarriá- a una cuartilla sin fe­char, y sugeridora de una de las máximas preocupaciones estéticas, filosóficas, del último 'Clarín': « ... hay algo dentro de mí que sin voz se queja» (op. cit. en nota 1, p. 267).

(43) Véase, efectivamente, Leopoldo Alas: «Prólogo» aop. cit. en nota 41, p. VI.

(44) Así lo señalo en mi conferencia «Temporalidad,memoria y ensueño en la obra de 'Clarín'. (La música como huella metafórica)», ofrecida en el simposio 'Clarín' y su obra en el centenario de «La Regenta» (Universidad de Bar­celona, marzo de 1984).

(45) 'Clarín': «La novela novelesca», en Ensayos y revis­tas, M. Fernández y Lasanta, Madrid, 1892, p. 155.

( 46) Recuérdese que el tópico del mar oscuro como ima­gen de una sentimentalidad confusa, pero poderosa -y ro­mánticamente 'musical'- sería desarrollado, entre otros, por Baudelaire en el poema titulado La musique (véase Oeuvres Completes, Editions du Seuil, París, 1968, p. 82).

(47) Así, por ejemplo, la música es definida en Cambiode luz con punzante contenido sémico en el que lo estético, lo sensorial y lo psíquico se funden entre sí- como «el len­guaje de las vibraciones íntimas» (Leopoldo Alas: Treinta relatos [ed. de Carolyn Richmond], Selecciones Austral, Es­pasa-Calpe, Madrid, 1983, p. 307). Confiesa, también, Ana Ozores en su diario íntimo: « ... hay horas en que las vibra­ciones de las cosas me hablan de una música recóndita de ideas y sentimientos» (Leopoldo Alas: La Regenta [ed. de Gonzalo Sobejano], Castalia, Madrid, 1981, tomo II, p. 391). Tal vez el soneto que estoy comentando -y ateniéndonos a la fecha de su publicación- sea un homenaje de «Clarín» a Onofre García Argüelles, cuyo noviazgo «debió de empezar

Laureano Bonet

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en el verano de 1877», conforme apunta García Sarriá (op. cit. en nota 1, p. 39).

(48) L. Alas: «La Universidad de Oviedo. Discurso dedon Rafael Ureña», LIGA, 18 octubre 1881, tomo III, núm. 29, pp. 338-339.

(49) Leopoldo Alas: «Un viaje de novios. Novela de laseñora doña Emilia Pardo Bazán», LIC, 18 enero 1882, to­mo IV, núm. 2, p. 16. Art. pub. inicialmente en El Día (Ma­drid, 2 enero 1882, núm. 590) y reimpreso en La literatura en 1881 (A. de Carlos Hierro, Madrid, 1882, pp. 181-189).

(50) 'Clarín': «Teodoro Cuesta», LIC. 8 marzo 1882, to­mo IV, núm. 7, p. 74.

(51) 'Clarín': «Las costas de Asturias», LIC, 18 julio1882, tomo IV, núm. 20, pp. 232-233. Reimpreso más tarde en El Día (3 agosto 1882, núm. 766).

(52) Op. cit., en nota 10, p. 189.(53) Art. cit. en nota 51, p. 233.(54) lbíd., p. 233.(55) Véase, efectivamente, José María Martínez Cache­

ro: «Semblanza de Leopoldo Alas (1852-1901)», en Las pa­labras y los días de Leopoldo Alas, Instituto de Estudios As­turianos, Oviedo, 1984, p. 25, nota 15.

(56) Art. cit. en nota 48, p. 338.(57) Ibíd., p. 338.(58) 'Clarín': «Libros. La Escuela Social de Economía

(Kateder Socialismus). Discurso de apertura de la Universi­dad de Oviedo, por Adolfo A. Buylla y González Alegre», La Unión, Madrid, 16 octubre 1879, núm. 322. Art. cit. por Y. Lissorgues en 'Clarín' político, tomo II, Université de Toulouse-Le Mirail, Toulouse, 1981, p. 57.

(59) Art. cit. en nota 48, p. 338.(60) lbíd., p. 339. En el escrito de La Unión cit. en nota

58 matizaba igualmente Alas que el Establecimiento ove­tense «es hoy [1879] un vivero de legítimas esperanzas, por­que allí explican derecho natural y romano, político y admi­nistrativo, economía y estadística, jóvenes de poderoso es­píritu, de austera moralidad científica, y de ideas amplia­mente liberales». palabras, todas ellas, que aluden clara­mente a Rafael Ureña -catedrático de Derecho Político- y Adolfo Buylla -catedrático de Economía Política-.

(61) Art. cit. en nota 48, p. 338.(62) Art. cit. en nota 11, p. 29.(63) Art. cit. en nota 48, p. 339.(64) lbíd., p. 339.(65) lbíd., p. 339.(66) lbíd., p. 339.(67) lbíd., p. 339.(68) lbíd., p. 339.(69) lbíd., Adolfo Posada: Leopoldo Alas 'Clarín', Im­

prenta La Cruz, Oviedo, 1946, pp. 143 y 129 respectiva­mente.

(70) Art. cit. en nota 17, p. 297.

APENDICE DOCUMENTAL

Inserto, acto seguido, los textos íntegros de los artículos a mi juicio más relevantes aparecidos en La Ilustración Gallega y Asturiana y que he citado frag­mentariamente hasta aquí. Son los siguientes: la rese­ña crítica de La lucha por el derecho compuesta por Alfredo Vicenti; el estudio biográfico de Leopoldo Alas escrito por Mario San Juan; la amplia nota de la conferencia sobre el naturalismo ofrecida por «Clarín» en el Ateneo de Madrid, nota redactada también por M. San Juan y, finalmente, el artículo

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de Alas «La Universidad de Oviedo. Discurso de don Rafael Ureña». El lector encontrará la justifica­ción hemerográfica de cada texto en las correspon­dientes fichas al pie de página de mi artículo. Esta­blezco una transcripción en todo momento fiel de ta­les textos, modernizando sólo alguna grafía y la acen­tuación.

L. B.

La lucha por el derecho, versión española del libro de Von Jhering por D. Adolfo Posada y Biesca, con un prólogo de D. Leopoldo Alas. Madrid, librería de Victoriano Suárez, 1881.

Para juzgar acerca de una traducción, no hay más que averiguar dos cosas: si la 1?ateria e_s, importan�e ysu conocimiento oportuno; s1 la vers10n es castiza. Una y otra circunstancia concurren en la que tene­mos a la vista (directa a todas luces); de suerte que, para liquidar con ella, bastaríanos felicitar al Sr. P?sa­da por la discreta elección y feliz desempeño, s1 no exigiese algo más el notabilísimo prólogo con que el Sr. Alas se presenta en los umbrales del libro. He aquí un trabajo exquisito y concienzudo, como todos los del distinguido crítico; genial y paradójico como suelen ser algunos de.los producidos a medias por su grandísima capacidad y su singular temperamento.

El Sr. Alas, según hemos podido observar en dis­tintas ocasiones se parece en cierto modo a aquellas personas que ha�en uso de los anteojos, no tanto para ocurrir a la cortedad de la vista, como para ocultar la dirección de la mirada.

Cuando él se pone a dilucidar una cuestión, tienen que prescindir de su aparente visual �yentes y lecto­res para seguir el rumbo de la que gira y se soslaya po; debajo de los espejuelos. Así gozan de tan mer�­cida notoriedad sus brillantes escapadas y sus amem­simas digresiones.

Ahora bien, en el presente caso, y aunque Ro�olfo Jhering peca de conservador como Bluntschh, el Sr Alas al hablar de La lucha por el derecho, encuen­tr� medios hábiles de traer a plaza la ya harto traída democracia española, y al pronunciarse, lleno de legí­tima indignación, contra el quietismo jurídico, d�sca­labra al paso a los oportunistas y a lo� aut?no�ista�, de quienes a buen seguro que tenga m queJas m noti­cias el ilustre R. Von Jhering.

En todo lo demás salvo en aquello de ofrecer co­mo ejemplo a las modernas sociedades la per�etua in­quietud de la plebe de Roma, �uyas r�voluc10ne� no siempre emanaban del deseo m conspiraban _al tnun­fo de la justicia, conformes d_e toda co!1f?rm1dad. nos hallamos con la tesis del behcoso y habll prologista: «Síganse las tendencias de libros como el traducido por el Sr. Posada; combátanse la política y las doc­trinas del fatalismo perezoso y enervante, y algo se habrá andado en el camino del renacimiento del derecho».

ALFREDO VICENTI

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DON LEOPOLDO ALAS (CLARIN)

No es autor dramático, ni escritor de los llamados distinguidos por la prensa periódica, ni cosa que se le parezca el que escribe las presentes líneas; puede, por lo tanto, hablar según su l�al saber y entender, alabando donde lo crea necesano, censurando donde lo crea justo, sin recelo de ser conside�ado por los lec­tores ni como adulador interesado, m mucho menos com¿ Pedancio resentido.

Tampoco queremos, por otra parte, hacer lo que se llama una biografía del joven escritor y crítico astu­riano, de quien, aunque ya se halle en sazón su i�ge­nio mucho más se espera de lo que se posee. Vive, trabaja, acaba de tocar en el límite del des�rrol_lo, yno hay razón para dar por adelantado una h1stona de su vida, siendo así que lo más interesante ha de estar, de seguro, en lo que queda.

Leopoldo Alas cuenta en la actualidad veintinueve años cumplidos y es desde los diecinueve licenciado en Derecho por'la facultad de Oviedo, doctor más tar­de por la de Madrid, como es consiguiente, orador, poeta, filósofo, crítico, y sobre todo hombre de sano criterio y de exquisito gusto.

A los dieciséis cogido por la gran sorpresa de la re­volución comen'zó a hablar en los clubs y a escribir en el Gu'Blas, movido por un generoso instinto, que, a despecho de los reparos de la inteligencia, le impul­saba en busca de los nuevos ideales político-reli­giosos.

Nuestras Universidades del Norte tienen algo de Seminarios. Privan allá todavía los antiguos sistemas de la dialéctica y en medio de todas las materias y de todos los estudios, asoman siempre la tradición y el misticismo. Además, por su propia naturaleza, las ra­zas del Septentrión se resisten a aceptar las innova­ciones aplicadas o impuestas por las del Mediodía.

Pocos jóvenes hay, ni aún de los llamados al de�­creimiento o al radicalismo absoluto, que en la pn­mera edad no hayan amado las catedrales y los mo­nasterios románicos u ojivales de su tierra natal, y que no se hayan entusiasmado con la lectura de Los Mártires o de El Genio del Cristianismo. Así es que, cuando después de una larga lucha entre el sentido poético y el filosófico, o meramente humano, se pro­nuncian en una u otra dirección, firman un acta para toda la vida o más tenaces que los del Centro o del Sur nunca �ás abandonan el ideal largamente inves­tig;do y libremente elegido.

Decíamos, pues, que Leopoldo Alas, antes_ de caer en quintas si bien pasaba en los clubs de Oviedo por orador av¡nzado y fogoso, no por eso dejaba de ren­dir culto en su interior a Balmes, Arolas, Chateau­briand, San Agustín, y acaso acaso Valdegamas.

Deseoso de entrar en el profesorado, vínose a Ma­drid y se matriculó en la facultad de Filosofía y Le­tras.

Traía una natural predisposición contra el llamado krausismo, predisposición que andando tiempos ha retoñado y según él mismo refiere, las primeras ve­ces que ¿yó al Sr. González Serrano explicar Metafí-

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sica, «conforme a la consigna tomada en Oviedo: el krausismo es cosa ininteligible ... no entendió ni una palabra».

Encargáronse de sacarle de su error Salmerón, Ca­nalejas, Giner y todos aquellos discípulos de Sanz del Río a quienes, más que a Rey Heredia y a García Lu­na, se debe la restauración de los estudios filosóficos en España.

«Clarín» pecó por donde hemos pecado todos, pero no hizo después lo que casi todos han hecho, burlarse implacablamente de un sistema que, si no nos ha lle­vado a la posesión absoluta de la verdad, nos ha pues­to a lo menos en camino.

En 1875 entró en la redacción de El Solfeo, único periódico democrático que, merced al carácter de sa­tírico, había podido salvarse del aluvión de Sagunto. Sus primeros trabajos en verso y prosa ilustraron in­mediatamente el seudónimo de «Clarín», y le abrie­ron las redacciones de todas las revistas y periódicos serios.

Acompañó a El Solfeo en sus diversas transforma­ciones, aunque quedándose no más como colabora­dor literario desde el punto en que aquél se hizo au­tonomista, y alcanzó el máximum de reputación en concepto de crítico de libros y teatros.

Salieron a !adrarle y morderle toda clase de goz­ques, a quienes había pisado la cola o tirado de las orejas; suscitáronse empeñadas polémicas, dispara­ron contra él los maestros y Aristarcos antiguos, y en una palabra, quedó para siempre acreditado en el campo de la literatura y en el tablado de la escena co­mo contrastador de primer orden.

En el intermedio, allá por diciembre de 1878, hizo oposición a la cátedra de Economía política de Sala­manca, y obtuvo por unanimidad el primer lugar de la primera terna; pero el ministro de Fomento, que an­daba entonces muy enredado con el Hipódromo, aprovechó la buena coyuntura de tomar el desquite, y dejó a «Clarín» en blanco, vengándose así de los va­rios chinazos recibidos, y librando juntamente a la Universidad católica de un elemento herético y per­turbador en grado sumo.

He aquí, compendiada en breves líneas, la historia personal del Sr. D. Leopoldo Alas, historia que Dios mediante ha de tener todavía muchísimas más en­tregas.

Procuremos, para terminar, poner de relieve los rasgos característicos de su talento envidiable.

Leopoldo Alas, que habla bien, aunque más como causeur que como orador, que escribe delicadas nove­las y versos muy medianos, que quiere ser profesor, y lo será, de seguro, muy en breve, es ante todo, sobre todo y para todo, un notabilísimo crítico.

Cosas ha hecho él que hubiera podido firmar Fíga­ro sin ningún escrúpulo de conciencia. Y ya que de Fígaro hemos hablado, aprovechamos la ocasión para declarar que «Clarín» nos parece fiel, y a veces agran­dada, imagen suya. Llévale una ventaja: la de apasio­narse en favor, siendo así que aquél solamente se apasionaba en contra.

Así le hemos visto debatirse contra la opinión y el vulgo, por defender a outrance un drama tal como el bien llamado Mar sin orillas.

En cambio, adolece del mismo defecto que su

Laureano Bonet

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maestro Larra; se ensaña harto a menudo con los pe­queños de la literatura, y venga o no venga a cuento, no pierde ocasión de presentarnos cogidas por los ca­bellos las cabezas de este Velarde, o de aquel López Bago, contra quienes al parecer siente incansable an­tipatía.

Esto no obstante, como quiera que su cultura e ins­trucción son excepcionales en España, y su criterio más templado, limpio y frío que una lámina de acero, creémosle llamado a recoger la herencia de los Cana­lejas, Balart y Revilla, y a ejercer cierta especie de dic­tadura en la perturbada y levantisca república de las letras.

Hoy por hoy, gracias a su excelente libro El Dere­cho y la Moralidad, el más excelente Solos de Clarín (en cuyas páginas parecen haber trabajado juntos Fígaro, Alfonso Karr y Sainte-Beuve), y a El Cerebro de España, libro que se prepara en Barcelona y del cual hemos saboreado algunos capítulos, honra ya a su tierra natal, no menos que a la generación contem­poránea española.

Con el mayor cariño hacemos votos por su total de­senvolvimiento, así como por su gloria futura, y pedi­mos a Dios que le libre del

Genus irritabile vatum.

MARIO SAN JUAN

BOLETIN CIENTIFICO-LITERARIO

En una de las últimas sesiones del Ateneo de Ma­drid disertó el notable escritor D. Leopoldo Alas, en defensa del naturalismo.

Descartando de la polémica la arquitectura, arte bello-útil que por su destinación no puede nunca en nuestra época desviarse del objeto principal que se propone; la música, que por estar sometida a las leyes de la acústica, por cuya combinación se produce la emoción estética, no logrará ser completamente imi­tativa, y la pintura, que, aunque obedece en su desen­volvimiento a las mismas leyes que todas las artes be­llas, por ser, con la escultura, el arte por excelencia, no presenta la intensidad en las oscilaciones que la li­teratura, fijóse el Sr. Alas, al referirse a la última, en la novela, género predilecto de nuestro siglo, donde la escuela naturalista ha presentado batalla.

El naturalismo, dijo, no pone en tela de juicio lo que sea la belleza. El naturalismo sostiene que con la presentación exacta de la realidad puede producirse la emoción estética, y que la investigación y el análi­sis detenido son los métodos que debe adoptar la no­vela en nuestro siglo.

Defendió al naturalismo de la nota de pesimista. Ni el naturalismo es pesimista, ni los que realizan la obra de arte deben fijarse en lo que de ella se deduz­ca. Si hasta ahora, al copiar fielmente a la sociedad, aparecen más tristezas que regocijos, culpa es de lo copiado, y no del que copia.

El Sr. Alas defendió al naturalismo contra los posi­tivistas, que lo suponen suyo, y no sin razón.

Grandes y merecidos aplausos saludaron al final del discurso, que fue intencionado, derecho y cortan-

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te como una hoja de Toledo, y en un todo digno de la justa reputación del Sr. Alas.

A nosotros tócanos solamente unir nuestros pláce­mes a los de aquel escogido público, y decir sin nin­gún género de reservas mentales:

«Si eso es el naturalismo, alabado y bienvenido sea».

MARIO SAN JUAN

LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO Discurso de Don Rafael Ureña

Pocos días ha, contemplando el desfilar, si vale la palabra, de nuestro claustro, joven por mayoría, sentí un intenso placer, como hijo que soy de esta escuela. Poco aficionado a remontar el curso de la historia, no me pasmo de regocijo recordando el fundador, miem­bro importante de la Santa Inquisición; ni pude, cuando por vez primera visité la iconoteca del Recto­rado, recordar, así, de pronto, la inmarcesible gloria de todos aquellos señores, ilustres unos e ilustrísimos otros; pues es tan poca mi erudición que de muchos de aquellos cardenales, obispos y magistrados civiles no sabía yo más que el nombre, merced a que lo tie­nen escrito al pie del retrato, como presente adver­tencia a los ignorantes. Pero al ver a los doctores vi­vos, a la juventud estudiosa e inteligente de nuestro claustro universitario, pasar con sus togas y birretes respectivos, sentí el orgullo que debe sentir todo buen asturiano; porque si hay algo que ennoblece a un país, es el adelanto científico, el progreso de la en­señanza.

La Universidad de Oviedo tenía hace años poca en­vidiable fama; y en círculos donde, como dice el Dan­te, si puo ció che si vuole, oí más de una vez tremendas amenazas contra la existencia de la institución funda­da por el citado inquisidor. Lo peor de todo era que en gran parte tenían razón los que amenazaban: estu­diantes de Valladolid, de Santiago, y aún de más le­jos, acudían a Oviedo para salir con bien del compro­miso de los exámenes: el buen éxito justificaba esta inmigración estudiantil, de deplorables efectos peda­gógicos. Era cosa corriente, un dogma, entre los hol­gazanes, que esta Universidad era una especie de re­media-vagos, un hospital para los apestados de igno­rancia. Por otra parte, aunque no faltasen muy enten­didos profesores, era el espíritu general poco fuerte para que la enseñanza no pudiera desmayar de iner­cia, y si alguna idea predominaba, era la de estanca­miento, cuando no de reacción. Esto era general en todas las Universidades de España, pero en Oviedo, quizá más que en ninguna otra, iba haciendo estragos el cansancio de unos, la intemperancia reaccionaria de otros y la benevolencia intempestiva de todos.

Quien hoy arrojase acusaciones semejantes sobre esta Universidad, demostraría escaso conocimiento de lo que en ella sucede y sería, notoriamente, fiscal injusto de soñadas faltas. Su asiduidad en el trabajo, la competencia científica, el interés por el movimien­to del saber moderno, el rigor en los ejercicios de prueba, elementos que bastan a regenerar una escue­la, son hoy aquí lo general; y si hay excepciones, yo no he de señalarlas. Félix de Aramburu que, después

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de haber ganado con vigorosos esfuerzos la cátedra . de Derecho civil ampliado, tuvo, por vicisitudes que no son del momento, que explicar Prolegómenos del Derecho y Derecho Romano, consagró su actividad poderosa, su inteligencia clarísima, penetrante, capaz de comprender los más oscur6s senos de la filosofía jurídica y de la historia romana, a la investigación de su asignatura y a la exposición didáctica de sus estu­dios. Para esto último tiene gran ayuda en las dotes oratorias que posee, pues ya es aquí un lugar común que Aramburu es un gran orador, que cuando viva en medio más adecuado a sus facultades, ganará pronto la fama que merece hace ya mucho tiempo.

Adolfo Buylla explica Economía Política. Bien puede decirse que es este joven profesor modelo de profesores. A él se debe, principalmente en esta es­cuela, el saludable rigor, necesario para que la toga del jurisconsulto recupere toda la dignidad perdida en sus tratos con la ignorancia. Adolfo Buylla es el sacer­dote de la ciencia, el esclavo del deber; no entiende que cumple su cometido si no sigue paso a paso los progresos, en estos años muy grandes, de la Econo­mía; pero no los sigue ciegamente, quedándose con el último escritor, enamorándose de lo nuevo, raro e inaudito, no; sigue a la ciencia en su marcha con pro­pio criterio, con sistemático desarrollo de sus conoci­mientos, y así pueden ser los frutos de su trabajo tan apreciables como lo demuestra el folleto de este pro­fesor acerca de El Kateder-Socialismo, superior, con mucho, a lo escrito sobre el particular por economis­tas españoles de fama, pero muy preocupados.

Aunque con espíritu ultramontano, explica el se­ñor D. Víctor Ordóñez disciplina eclesiástica de ma­nera digna de elogio, porque lo esencial es que el es­tudio sea oportuno, digno del tiempo, no anticuado y como receloso de los adelantos. El Sr. Ordóñez de­fiende las caducas doctricas católicas y ultramontanas con armas nuevas, con las que han inventado las ge­neraciones contemporáneas, laboriosas en uno y otro bando; y respetando yo el criterio, que me parece erróneo, del Sr. Ordóñez, aplaudo su celo, su inteli­gencia, su actividad científica.

Vallina, profesor de Historia Universal, no se dis­tingue por su amor a las instituciones modernas, pero el que visita su cátedra podrá ver en aquellas eruditas lecciones un extracto de todo lo que la ciencia histó­rica moderna colecciona y descubre, y a más de esto una imparcialidad que le dicta el espíritu de toleran­cia, que en este profesor es grande, y templa no poco el excesivo fuego de las ideas ultramontanas.

Otros profesores hay en la Universidad dignos de todo elogio; pero la prisa de llegar al asunto rigurosa­mente propio del presente trabajo me obliga a tratar ya del paraninfo de este año, de D. Rafael Ureña; o mejor diré de su discurso, cuyo asunto son los antece­dentes históricos de la teoría correcionalista.

Pero antes de eso algunas palabras de despedida a D. Vicente Calabuig, que después de haber instruidoen el Derecho civil a muchos estudiantes, con riguro­so método científico, con abundante doctrina, nosdeja y vuelve a su patria, Valencia, llevándose las sim­patías de alumnos, profesores y correligionarios.

Rafael Ureña es catedrático de Derecho político y administrativo; pero todos los ramos del Derecho le

Hitos y mitos de «La Regenta»

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son conocidos, porque a todos ha tenido que dedicar su estudio en empeñadas oposiciones. Por eso no ne­cesitó de su propia asignatura para escoger el tema que le sirviese en el discurso de apertura, de que estu­vo encargado este año. El tema que prefirió es éste: «Orígenes de la teoría correccionalista y del Derecho penal en conjunto».

iQué diferencia de tiempos! El año pasado Adolfo Buylla defendía las más atrevidas teorías económicas; este año, Ureña defiende la teoría de la corrección con vigor y franqueza: y yo recuerdo los tiempos en que la oración del paraninfo era un discurso insignifi­cante, hecho por pura fórmula, y en que, de tratar al­gún asunto, se trataba de remachar el clavo de la ruti­na, de la reacción, de la intolerancia, de la pereza in­telectual.

En otras universidades aún suelen ser bien insigni­ficantes los discursos inaugurales; algunos de los leí­dos este año podría citar y se vería que, a pesar de de­berse a famosos maestros, son flacas vacas ... ; pero si­go con mi asunto.

El opúsculo de Ureña tiene este principal mérito: · es una defensa valiente, clara, concisa, precisa, de la teoría de la corrección.

Yo no admito la teoría de la corrección sin algunas correcciones, mejor diré, aclaraciones; porque toma­da al pie de la letra y con superficial criterio juzgada y admitida, lleva a peligrosos errores; pero esto no hace al caso tanto como aplaudir el acierto y la buena vo­luntad del profesor de Oviedo al exponer doctrinas que tienen que ser simpáticas a todo buen corazón y a todo buen sentido.

La parte más original del discurso es la que se con­sagra a la historia que atribuye Ureña a la teoría de la enmienda.

De la derivación filosófica no digo nada, porque só­lo en los pormenores podría tener algo que rectificar.

Laureano Bonet

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La derivación religiosa cristiana que defiende Ure­ña, ya no me parece tan clara y probada como él pre­tende.

Considerar esto despacio, nos llevaría muy lejos del asunto propio de este artículo.

Restan cuatro palabras. No niego ya los textos en el Evangelio que pueden

servir a la teoría de la enmienda; pero el cristianismo histórico no ha hecho por ella nada en los fundamen­tos, pues la lenidad que la Iglesia aconseja es pura­mente temporal, y además ha dado pocos resultados prácticos.

Y sobre todo, lcómo conciliar el dogma de la con­denación eterna y el de la Redención por Cristo, por la sangre del mismo Dios, con la teoría de la en­mienda?

En lo más fundamental del cristianismo hay dog­mas que exigen la idea del castigo como expiación; ideas conforme con muchas creencias de la antigüe­dad, y aún modernas, pero radicalmente opuesta al fundamento racional de la teoría de la corrección.

Los generosos esfuerzos del Sr. Ureña por conciliar lo inconciliable merecerían aplauso, si no fuera esta aspiración de muchos a componendas imposibles una rémora del progreso científico y social. No queráis vi­vir a dos amos.

En resumen; un discurso erudito, de noble y franco liberalismo, conciso, sin más defecto que el de un buen deseo que es imposible que se satisfaga, que no debe satisfacerse.

Mi enhorabuena al Sr. Ureña, mi enhorabuena al claustro restaurado de la Universidad de Oviedo, y so­bre todo mi enhorabuena a los estudiantes, que allí tienen lo que más falta les hace: buenos profesores y rigor en los exámenes.

L. ALAS