La Sombra de Pedrarias

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LA SOMBRA DE PEDRARIAS DÁVILA EN EL SALVADOR Pedro Antonio Escalante Arce Aunque Pedro Arias de Ávila nunca llegó a suelo hoy salvadoreño, su impronta estuvo presente en los primeros años de la conquista y poblamiento; y aun después de su deceso, la personalidad del difunto gobernador nicaragüense siguió con un destello de vida fantasmagórica por algunos años, mientras las provincias iban tomando definición y rostro propio. Pedrarias Dávila fue el primer impulso conquistador en Centro América, tuvo la primacía en las exploraciones náuticas y las terrestres, y el viaje de descubrimiento del piloto Andrés Niño de 1522, junto con Gil González Dávila, quien desembarcó en Nicaragua, le dio fundamento para reclamar para sí, no solamente Nicaragua sino el Nequepio, nombre con el cual se conoció al territorio nahua-pipil de Cuzcatlán en los tiempos de Pedrarias (Oviedo, 1992, tomo IV, 238). Pedrarias Dávila fue un prodigio humano del siglo XVI. Nació alrededor de 1440, en Segovia, heredero de la sangre sefardí de sus mayores y de los conocidos merecimientos de su familia en la corte de los reyes Trastámara de Castilla. Fue un destacado guerrero que participó en la toma de Granada y en su rendición el 2 de enero de 1492. Cuando llegó a Castilla del Oro, en 1514, sobrepasaba los setenta años de edad. Su vida fue apasionante y apasionada, dotado de gran fuerza física y energía personal, pues no cualquiera en esos días llegaba a edad tan avanzada, como sucedió con Pedrarias Dávila, que murió en 1531, en León de Nicaragua, después de una existencia agitada y conflictiva, tantas veces maltratada por los cronistas e historiadores, pues el “furor dómini”, como le llamó fray Bartolomé de las Casas, en una particular alquimia combinó esa grande y admirable energía con una fastuosidad de sentimientos agresivos que lo han puesto en particular sitial de antipatía en la historia. Sin embargo, la memoria de Pedrarias merece algo muy distinto al generalizado rechazo de su carácter y actuaciones. Fue sin duda un gran hombre, a su manera, como lo fueron tantos 1

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LA SOMBRA DE PEDRARIAS DÁVILA EN EL SALVADOR

Pedro Antonio Escalante Arce

Aunque Pedro Arias de Ávila nunca llegó a suelo hoy salvadoreño, su impronta estuvo presente en los primeros años de la conquista y poblamiento; y aun después de su deceso, la personalidad del difunto gobernador nicaragüense siguió con un destello de vida fantasmagórica por algunos años, mientras las provincias iban tomando definición y rostro propio. Pedrarias Dávila fue el primer impulso conquistador en Centro América, tuvo la primacía en las exploraciones náuticas y las terrestres, y el viaje de descubrimiento del piloto Andrés Niño de 1522, junto con Gil González Dávila, quien desembarcó en Nicaragua, le dio fundamento para reclamar para sí, no solamente Nicaragua sino el Nequepio, nombre con el cual se conoció al territorio nahua-pipil de Cuzcatlán en los tiempos de Pedrarias (Oviedo, 1992, tomo IV, 238).

Pedrarias Dávila fue un prodigio humano del siglo XVI. Nació alrededor de 1440, en Segovia, heredero de la sangre sefardí de sus mayores y de los conocidos merecimientos de su familia en la corte de los reyes Trastámara de Castilla. Fue un destacado guerrero que participó en la toma de Granada y en su rendición el 2 de enero de 1492. Cuando llegó a Castilla del Oro, en 1514, sobrepasaba los setenta años de edad. Su vida fue apasionante y apasionada, dotado de gran fuerza física y energía personal, pues no cualquiera en esos días llegaba a edad tan avanzada, como sucedió con Pedrarias Dávila, que murió en 1531, en León de Nicaragua, después de una existencia agitada y conflictiva, tantas veces maltratada por los cronistas e historiadores, pues el “furor dómini”, como le llamó fray Bartolomé de las Casas, en una particular alquimia combinó esa grande y admirable energía con una fastuosidad de sentimientos agresivos que lo han puesto en particular sitial de antipatía en la historia. Sin embargo, la memoria de Pedrarias merece algo muy distinto al generalizado rechazo de su carácter y actuaciones. Fue sin duda un gran hombre, a su manera, como lo fueron tantos españoles conquistadores, quienes recorrieron toda la escala del comportamiento humano de la época, desde el mejor espíritu evangelizador hasta la execración, pero Pedrarias caló demasiado hondo en los desmanes y esto en un puesto de autoridad en que todo era trascendente en extremo. El historiador inglés David A. Brading, al escribir sobre la conducta que adoptaron los castellanos del Darién bajo la égida de Pedrarias, y lo que aprendieron de él, llama al ambiente pesado y nefasto que entonces reinó en Castilla del Oro una “escuela infernal” (Brading, 1993: 53). Pedrarias Dávila sigue despertando opiniones encontradas, las que puso en la historia un hombre de personalidad pétrea, fuerte y longevo, un viejo incorregible que por su experiencia en la vida, y por su origen más educado y cortesano, de él se hubiera esperado algo más sosegado y reflexivo. Era hombre “alto, pelirrojo, de tez pálida y ojos verdes”, el retrato probable de un rostro impenetrable, frío y calculador (Thomas, 2003: 393).

Pedro de Alvarado fue uno de los grandes contrincantes de Pedrarias, pero no hubo ningún encuentro personal entre los dos, sólo una lucha sórdida de intereses y de ocasionales encuentros armados a través de sus subalternos. Alvarado ha quedado en la

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historia con un puesto diferente al de Pedrarias, éste como un anciano vitriólico y de malas entrañas, aunque tal vez no sea el cuadro estrictamente adecuado, pero sí el heredado y reiterado, mientras que el agraciado Alvarado aparece con efluvios casi legendarios, aumentados por el romanticismo de que impregnaron su vida cronistas, historiadores y novelistas. En Guatemala y El Salvador es el conquistador por antonomasia, con todo el bagaje de los tiempos heroicos y en su negro haber las usuales ingratitudes para con lo aborígenes. Ciertamente Pedro de Alvarado no fue ningún ejemplo de virtudes, muy al contrario, pero no le sucedió lo que a Pedrarias, que rebalsó la copa de una mala imagen con defectos y abusos. Don Pedro fue un extremeño de Badajoz, de familia hidalga de mediana y más bien baja posición, que moldeó desde joven su vida en las Indias, con ambiciones, aventuras y violencias en una época de entusiasmos y dramas, diferente en origen al Pedrarias palaciego, con buena cultura de su época y vida rodeada de caballeros. Alvarado nunca fue un verdadero y cumplido gobernante, el gobernar lo dejó a otros, mientras para él todo eran nuevas expediciones y proyectos y desafiar quiméricamente los horizontes americanos en una prolongada juventud de arrebatos, sin haber llegado a la sensatez de la edad madura. Su controvertido recuerdo, de extraña e inusual armonía en voces discordantes, impregnó el primer capítulo del período español de las Indias del centro, junto con otros altisonantes nombres. Pero a pesar de su personalidad dura y exaltada, y de su comportamiento tantas veces censurable y desalmado, muy pocos personajes del siglo XVI en la historia española de Centro América despiertan un imaginario tan abundante y colorido, y un contradictorio sentimiento de respeto, como el adelantado don Pedro, el “Tonatiuh” de los tlaxcaltecas.

Donde se sintió con más fuerza el pulso de la contienda entre Pedrarias y Alvarado fue en las regiones salvadoreñas, en las dos provincias principales, la oriental Popocatépet y la occidental Cuzcatlán, así como en el golfo de Fonseca y sus alrededores. Ya la misma decisión de Cortés de organizar expediciones hacia el sur desde México-Tenochtitlan fue motivada por el conocimiento que tenía del empuje de Pedrarias que subía de Panamá y de la otra corriente conquistadora que llegaba de Santo Domino a la actual Honduras. Los sucesos se fueron entretejiendo confusamente con situaciones y hechos en que no faltó la presencia dominante de Pedrarias a través de sus enviados y capitanes.

El mismo primer establecimiento de las dos ciudades españolas de El Salvador en la primera mitad del XVI, San Salvador y San Miguel de la Frontera, se puede explicar fundamentalmente y en gran medida, en sus causas inmediatas y en sus especiales circunstancias de fundación, solamente por la densa y cercana sombra de Pedrarias Dávila desde León.

El surgimiento original de la villa de San Salvador sigue siendo un enigma, con certeza solamente se sabe que el día 6 de mayo de 1525 existía un asiento español y que su alcalde ordinario –o uno de los dos de rigor- era Diego Holguín, tal como lo expresó Pedro de Alvarado en la sesión de esa fecha del cabildo de Santiago de Guatemala (Cabildo, 1991: 13). Mucho se ha escrito y especulado sobre esa primigenia villa, pues mientras ésta sigue siendo toda una incógnita, la segunda villa, la de 1528, sí se conoce con los detalles

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de su fundación, sobre todo gracias al cronista dominico Antonio de Remesal (Remesal, 1988, tomo II: 273-278). Pero las preguntas sobre la primera villa no han sido todavía contestadas: ¿cómo? ¿dónde? ¿por quién? ¿qué fecha? Todo aunque se sepa que fue por orden de Alvarado y que un miembro de su familia ejecutó el mandato en tierras de Cuzcatlán antes de mayo de 1525.

Existe una carta de 1525 de Pedrarias Dávila a la corona, probablemente de abril, sin especificación de día exacto, carta fundamental y decisiva, muy comentada por los historiadores nicaragüenses, a la cual los salvadoreños nunca le han dado el valor suficiente a lo expresado, y aun hasta la dejaron de lado, pero que puede explicar los sucesos que motivaron la fundación de la primera villa de San Salvador. En esta carta, escrita en la ciudad de Panamá, Pedrarias informaba sobre el grupo expedicionario enviado por Francisco Hernández de Córdoba desde León en busca de Gil González Dávila, que había desembarcado en la bahía de Caballos e internado en Honduras, con claras intenciones de llegar hasta el mar Dulce, el gran Lago, que el mismo González Dávila había descubierto en 1522. Francisco Hernández despachó una tropa al mando de Hernando de Soto que se dirigió a la región de Olancho, pero con un primer periplo por Nequepio-Cuzcatlán. Lo particular es que este grupo de Hernando de Soto llegó hasta la misma gran población de Cuzcatlán, a finales de 1524 o principios de 1525, en las inmediaciones de la actual San Salvador, donde Alvarado había estado a mediados de 1524, y allí encontraron varios objetos que dejaron los españoles cortesianos. Dice la carta que en especial una lombarda y algún calzado. No hay datos de la estadía de Hernando de Soto en el mismo corazón de las tierras nahuas salvadoreñas, no se conoce sobre la resistencia que pudieron haber ofrecido los nahua-pipiles, ni cuántos días estuvo allí, o si hubo rescate de oro, solamente lo muy escueto de la narración sobre los restos materiales que vieron en el real que había tenido Alvarado. Pero no habrá sido una presencia pacífica, porque el audaz y violento De Soto estaba hecho de parecida sangre y arenisca a la de Pedrarias, de quien fue uno de sus brillantes capitanes y cuya vida estuvo plasmada en folios escritos con tinta de heroicidad, con los mismos contradictorios cánones aventureros, con idénticas entrañas encallecidas e incólumes de actitudes humanitarias de muchos y tantos. Ya fenecido Pedrarias, De Soto se casó en España con su hija Isabel de Bobadilla y fue nombrado gobernador de Cuba, de donde partió en 1539 a la expedición en la que terminó sus días, a orillas del río Mississippi, en la Luisiana. Hernando de Soto fue el segundo que visitó Cuzcatlán, después de Pedro de Alvarado, con una estadía que seguramente fue de lucha, sometimiento y las usuales exacciones, pues, según el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, era muy dado a esa montería de matar indios, desde el tiempo que anduvo militando con el gobernador Pedrarias Dávila en las provincias de Castilla del Oro e de Nicaragua (Oviedo, 1992, tomo II: 156). En la historia salvadoreña del primer contacto, Hernando de Soto aparece como un jefe expedicionario al cual se le debe dar su propio espacio histórico hasta ahora ignorado, aunque, mientras las investigaciones no arrojen más datos, los sucesos constituyan otra gran interrogante, ya que sólo se conoce para San Salvador lo que dice la carta de 1525.

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De esta Ciudad de León se fue descubriendo e pacificando hasta la grande Ciudad de Nequepio que decían era Melaca, a donde había llegado Alvarado con su gente de Cortés, y allí se vio donde tuvo el real que tuvo y se vieron algunas cosas de las que allí dejó, en especial una lombarda e algún calzado, de allí se volvió la gente, y estando aposentados en una Ciudad que se dice Toreba, llegó Gil González Dávila.... (Colección Somoza, 1954-1956, tomo I: 130).

Se ha querido ver por más de algún investigador salvadoreño una variación en el año de la carta, y que ésta en realidad sería de 1526 -por lo de cuando en febrero de ese año, Alvarado, que iba en busca de Cortés a Honduras, se encontró en Choluteca con el destacamento a la orden de Luis Marín y Bernal Díaz del Castillo (Díaz del Castillo, 1982, cap. CXCIII: 571)-. Pero por la cantidad y calidad de los demás datos que da, como la fundación de las ciudades de León y Granada, la salida de Francisco Pizarro hacia el Perú y el mismo tenor de ser todavía Francisco Hernández de Córdoba hombre de confianza de Pedrarias, y tanta información valiosa, la carta no puede ser de ese año, solamente de 1525 (Colección Muñoz, Real Academia de la Historia, Madrid, tomo LXXXVII, folios 140 a 149; Colección Somoza, 1954-1956, tomo I: 128-133; Barón Castro, 1950: 163; Lardé y Larín, 1975: 163).

La llegada del grupo de Hernando de Soto es la muy probable explicación de los enigmáticos sucesos de la fundación original de San Salvador. Al conocer Pedro de Alvarado de la incursión de los hombres de Hernández de Córdoba y Pedrarias Dávila a Nequepio-Cuizcatlán, ordenó la partida del contingente que estableció la villa efímera de 1525, seguramente no con afanes de poblamiento sino para establecer un real –un campamento militar-, realizar una fundación meramente formal con cabildo y poner mojón de jurisdicción de Alvarado y Cortés en tierras que veía amenazadas por Nicaragua y aun por Panamá. Se trató de una fundación de urgencia por la sombra de Pedrarias que se acercaba a las mismas tierras de Guatemala, pues no era el momento adecuado para realizar tal establecimiento. La ciudad de Santiago de Guatemala se encontraba en verdadero exilio en Olintepeque, en las cercanías de Quetzaltenango, en el altiplano quiché, y las revueltas y rebeliones abundaban, por lo que no dejaba de ser absurdo que Alvarado se separara de parte de su tropa para realizar una aventurada fundación en tierras hostiles, excepto que un particular peligro acechara, en este caso el que volvieran la fuerzas de Pedrarias Dávila y decidieran tomar ya definitiva posesión de Nequepio-Cuzcatlán. La primera villa de San Salvador, muy presumiblemente, sólo fue ese real con cabildo, sin trazado ni trabajos de urbanizar ni levantar casas, sin pobladores con afanes de vecindad, solamente la intención expresa de marcar jurisdicción y tener un punto de avanzada ante el temor de que Nicaragua se extendiera hasta más allá del río Lempa. Y aunque desapareció esta villa, pero ya legalmente se había establecido y marcado territorio de autoridad, y la refundación del 1° de abril de 1528 se haría con el trasfondo legal de ser nomás la continuación de aquella toma de posesión que Alvarado, ya gobernador independiente de Hernán Cortés, había anteriormente hecho en 1525. En cuando al lugar de la primera población salvadoreña, aunque haya sido sólo un campamento de soldados, todavía está la duda del lugar preciso, porque es posible que la

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teoría de los historiadores salvadoreños Jorge Lardé y Jorge Lardé y Larín –padre e hijo- de que fue en el mismo Cuzcatlán, hoy Antiguo Cuzcatlán, tenga visos de alguna permanencia hipotética si acaso el real de urgencia se quiso para resguardar Nequepio-Cuzcatlán de otra incursión nicaragüense, como la realizada por Hernando de Soto, pero también lo puede haber sido en otro lugar, por el estado de desasosiego y alarma en que la habrá dejado De Soto y las revueltas indígenas, en una cercana y dura repetición de lo sufrido en junio de 1524 con Alvarado. Y entonces es más viable pensar en una fundación en el solar de la segunda villa, en la actual Ciudad Vieja de La Bermuda, en las cercanías de Suchitoto, alejada de la convulsa y levantisca Cuzcatlán, cuyos sufridos habitantes en 1525 no tenían por qué razón preferir Alvarado a Pedrarias, y, además, porque siempre ha sido éste el lugar tradicional del antiguo San Salvador y ninguno otro más. En cuanto al fundador de la villa originaria, ese campamento militar con cabildo, con mucha seguridad podría afirmarse que fue establecida por el mismo capitán alvaradiano que la levantó materialmente y la asentó por segunda vez en 1528, Diego de Alvarado, pues es el único nombre de jefe de grupo fundacional que está íntimamente unido al nacimiento de San Salvador; un primo del adelantado que después hizo su vida más sonada en el Perú a la par de Diego de Almagro, y lo acompañó en su lucha contra Francisco Pizarro.

Sobre que Nequepio sea el mismo lugar de “Melaca”, como dice la carta comentada, es una oscuridad de la incipiente geografía de esos años, porque esa Melaca era la región de Choluteca, ribereña del golfo de Fonseca, a la que se referían los cronistas como Choluteca-Manalaca, o Malalaca. Fernández de Oviedo dice expresamente Chorotega-Melaca, y Chorotega era el otro nombre con que se conocía a Choluteca (Díaz del Castillo, 1982, cap. CXCIII: 571; Lardé y Larín, 1975: 229; Oviedo, 1992, tomo IV: 347).

La villa de 1528 también va a soportar los embates de Pedrarias, pero ya en este caso, en el lapso trascurrido, el derecho que podía brindar el descubrimiento y conquista se había reforzado con un convenio de límites suscrito por Pedrarias Dávila y el gobernador de Honduras, Diego López de Salcedo. documento que involucró a las provincias salvadoreñas. Sucedió que, después del desventurado viaje de Hernán Cortés a Honduras, iniciado el 12 de octubre de 1524, desde México-Tenochtitlan, y concluido en el puerto de Trujillo en abril de 1526, la Real Audiencia de Santo Domingo nombró gobernador a López de Salcedo, para tratar de poner orden en lo que ya era una anarquía en las comarcas hondureñas. Cortés había venido a sembrar su autoridad después de lo que consideró una traición de su lugarteniente Cristóbal de Olid, al alzarse contra él con el apoyo del gobernador de Cuba Diego de Velázquez. En el pueblo de Naco, antes de la llegada de Cortés, Olid había sido condenado a muerte por sus mismos prisioneros Francisco de las Casas y Gil González Dávila, en enero de 1525, confabulados con una rebelión que facilitó que pudieran escapar de su captor y hacerse dueños de la situación. Honduras era una anarquía y Santo Domingo intentó apaciguar la tierra con el envío de Diego López de Salcedo. El viaje de Cortés causó la desgracia de Francisco Hernández de Córdoba, quien sucumbió a la influencia e inmediata cercanía del gran conquistador mexicano y pretendió a su vez liberarse de la tutela de Pedrarias y ser gobernador independiente en Nicaragua.

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Pedrarias Dávila, sabedor de todo esto, viajó de Panamá a León a poner en cintura a su capitán y lo condenó a ser degollado, a mediados de 1526. Pero pronto llegó Diego López de Salcedo, en octubre de ese año, un sobrino de fray Nicolás de Ovando, quien fue gobernador de la isla Española. López de Salcedo marchó hasta León, con la ambición de anexar Nicaragua a su jurisdicción. Dueño de la situación, permaneció en la cabecera de la provincia nicaragüense hasta que Pedrarias hizo su aparición en 1528, ya con el nombramiento de gobernador, quien retuvo a Salcedo en la cárcel por siete meses, hasta que acordaron saldar las disputas con el pago de mil pesos de oro y que se marchara de regreso a Honduras, además de pactar límites entre las gobernaciones. Estos corrían desde la bahía de Caballos, en el norte de Honduras, hasta el golfo de Fonseca, con cien leguas por la costa del mar Caribe para Nicaragua, así como cien leguas por la costa del Pacífico, desde Fonseca, ambas distancias hacia el occidente, además de lo que en adelante se pudiesen ensanchar los territorios con nuevos descubrimientos (Milla, 1963, tomo I: 307). En una confusa redacción y orientación de rumbos, el acuerdo fue sellado entre Pedrarias y López de Salcedo, con la mención de otro nombre para el puerto de Caballos, el de puerto de la Natividad, por haber fundado Hernán Cortés en la bahía la población de la Natividad de Nuestra Señora.

...de León al puerto de la Natividad cien leguas de norte a sur, y de Chorotega, llamado Fonseca por otro nombre hasta Puerto Caballos, setenta leguas de norte a sur, y cien leguas por la costa del mar del Norte, con una distancia igual por la costa del mar del Sur, y cualquiera otro descubrimiento que suceda ( cita de Antonio de Herrera y Tordesillas, en Chamberlain, 1953: 23).

Esta gran jurisdicción que se reservaba Pedrarias Dávila en el convenio que le impuso a López de Salcedo, con la imprecisión de la geografía de los primeros años españoles, dejaba al futuro El Salvador adosado totalmente a León de Nicaragua. A pesar de ser un pacto que Pedrarias habrá tenido como norma de sus proyectos de expansión, a su muerte, en realidad por haber fracasado, fue dejado de lado y no volvió a tener vigencia –mucho menos con la creación de la Real Audiencia y Cancillería de Los Confines en 1542-, pero entre 1528 y 1531 fue lo que orientó el curso de sus actuaciones en cuanto a las provincias orientales de Guatemala. Y el resultado fue enviar una fuerza expedicionaria que llegara hasta San Salvador y se apoderara de lo que consideraba le correspondía por la palabra empeñada, no sólo por aquel viaje de Hernando de Soto y la remota singladura descubridora de Andrés Niño, sino ahora, y con mayor base y fundamento, por el pacto de límites con López de Salcedo, quien había tenido un nombramiento de la Real Audiencia de Santo Domingo.

Así, con este trasfondo y asidero, ocurrió la invasión de Martín de Estete a finales de 1529 al mismo San Salvador de La Bermuda. El grupo de españoles leoneses era de unos doscientos hombres, entre infantes y gente de a caballo, y había salido en noviembre. Estete se encontró con el justicia mayor y teniente de capitán general de San Salvador, Gabriel de Rojas, que estaba en faenas de guerra en una revuelta localizada en el peñol de Ucelután, actual Usulután, y a quien hizo prisionero junto con sus hombres, y luego

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todos se dirigieron hacia la villa, donde llegaron a finales de diciembre, o principios de enero de 1530 (Juarros, 2000: 385-387).

Martín de Estete pidió el reconocimiento de la autoridad de Pedrarias al cabildo de San Salvador, pero éste se negó y pidió auxilio a Santiago de Guatemala, donde se encontraba con autoridad el juez visitador Francisco de Orduña, que había sustituido a Jorge de Alvarado como teniente de capitán general, en ausencia de don Pedro. El asunto causó alarma en el ayuntamiento guatemalteco por la proximidad de una escisión del territorio, pero un pronto auxilio a San Salvador fue motivo de dilaciones por parte de Orduña, así como una consulta que se hizo a la Real Audiencia de México, cuya decisión sobre la controversia no se conoce, pero de lo que podría inferirse que los munícipes guatemaltecos dudaban de alguna manera de si efectivamente Pedrarias Dávila estaba desprovisto de todo derecho, o si le asistía un principio de facultad para hacerlo, tal vez conocedores del convenio con López de Salcedo –o era la actitud de Orduña al no importarle el desmoronamiento de los límites de jurisdicción de Alvarado-. Por fin, en marzo salió una tropa de setenta hombre al mando del capitán Francisco López para rechazar las fuerzas de Estete, quien, ante la renuencia de la villa a aceptar a Pedrarias Dávila, se había retirado a las goteras de la población, a las comarcas de los indígenas del pueblo de Perulapán, donde fundó la Ciudad de los Caballeros con su cabildo, efímero establecimiento nicaragüense que se hizo en nombre del gobernador Pedrarias para señalar términos, pero que no duró más que el tiempo que tardaron en llegar los hombre armados de Guatemala. Estete huyó en dirección al río Lempa, hacia el Popocatépet, con dos mil indígenas en cautiverio, hasta que fueron alcanzados por López y sus fuerzas. Martín de Estete abandonó a su propia gente, así como a los indígenas y al mismo Gabriel de Rojas, que llevaba preso hacia León, y partió al galope con mínima hacia el oriente. Las tropas de Nicaragua fueron autorizadas a partir en libertad, excepto noventa españoles que optaron por marchar hacia Santiago de Guatemala, donde llegaron el día de Pascua de Resurrección de 1530 (Barón Castro, 1950: 137-147).

La invasión de Estete también explica circunstancias en la primera fundación de la villa de San Miguel de la Frontera, y hasta el nombre éste que se le puso, el “de la Frontera”. Alvarado acababa de regresar a Santiago de Guatemala, en abril de 1530, y enterado de los intentos de Pedrarias de apoderarse de San Salvador, raudo despachó a su sobrino Luis de Moscoso –después compañero de Hernando de Soto en la Florida y en el sur de la futura Norteamérica francesa y anglosajona- para que ejerciera las funciones de teniente de gobernador con órdenes de fundar en el Popocatépet una villa de españoles, lo que ocurrió probablemente por noviembre de 1530, pasada la época de lluvias, y ya menores los peligros al cruzar el ancho río Lempa. Así fue establecida la nueva población en las cercanías del pueblo indígena de Usulután, sitio primitivo de San Miguel, y se le llamó “de la Frontera”, porque la región quedaba definitivamente como la frontera entre Pedrarias Dávila y Pedro de Alvarado (Barón Castro, 1950: 20; Lardé y Larín, 1975: 61; 1983: 95-97). El vetusto, tenaz y admirable en su fuerza vital Pedrarias Dávila murió en marzo de 1531, pero los resabios de su afán de autoridad estaban muy presentes todavía cuando el ayuntamiento de León, al conocer de la fundación de la villa oriental salvadoreña manifestó

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su asombro por el nombre, el mismo año, al ver que al nombre del arcángel se le había unido lo de ser de frontera, pues era, decía el cabildo leonés, como si se tratara de frontera de moros “o no fuéramos vasallos todos del mismo rey” (Lardé y Larín, 1983: 96). Es asombroso cómo la personalidad de fusta y puño de Pedrarias Dávila motivó la fundación de las dos primeras villas salvadoreñas, aunque fueran las dos efímeras en sus inicios, porque no duraron mucho tiempo, sólo meses San Salvador y tres años San Miguel, pero reflejan a cabalidad la presencia que imponía Pedrarias en los horizontes salvadoreños. Habrá que esperar las refundaciones de 1528 y 1535, respectivamente, para las villas estables y urbanizadas con permanencia, pero la matriz de ellas surgió gracias a la sombra de Pedrarias Dávila, pues aunque Pedro de Alvarado hubiera siempre ordenado establecerlas, las circunstancias habrían sido diferentes, así como los tiempos y tal vez los lugares.

Si bien Santiago de Guatemala, para los años siguientes a 1530 consideraba suyo definitivamente el territorio de Cuzcatlán-San Salvador y el de Popocatépet-San Miguel de la Frontera, las islas pobladas del golfo de Fonseca seguían siendo consideradas bajo la jurisdicción de León de Nicaragua, por cédulas de encomienda que había otorgado Pedrarias a vecinos leoneses. Las islas mayores de la Petronila, o sea Meanguera y la Conchagua, actualmente Conchagüita, tenían tres núcleos de población aborigen que fueron motivos de repartimientos desde 1526 hasta 1538, y antes por el mismo Pedrarias hasta 1529: Santa Ana de la Teca, Santiago de Conchagua y Santa María Magdalena de Meanguera (Ibarra, 2001:56). A su muerte, el gobernador interino Francisco de Castañeda envió una expedición de ochenta hombres en un barco que llevó de vuelta a León a los jefes indígenas de las dos islas. Una carta de 30 de mayo de 1531, dirigida por Castañeda al emperador, expresaba que Pedrarias las había repartido sin pacificar. Todavía en 1537, una capitulación fechada en Valladolid, le otorgó al gobernador Rodrigo de Contreras facultad para descubrir, conquistar y poblar las islas del golfo, y reclamar para sí la quinta parte del oro que se rescatara. La fecha tardía da la impresión que por estar bajo el mandato de Guatemala todo el presente El Salvador, León quería recobrar esas islas, no obstante que sus encomiendas desde 1532 habían sido dadas a dos vecinos nicaragüenses que aún las poseían en 1538. Gonzalo de los Ríos tenía el repartimiento de la “plaza de Miangues”. o sea la población de Santa María Magdalena de Meanguera, mientras que Pedro González Calvillo, también desde 1532, tenía la “plaza de Mococo” en la isla Colapatépetl, que era la isla de la Teca, la misma Conchagua. Lo de “plaza” aparece en las cédulas como sinónimo de pueblo (Ibarra, 2001: 56, 138, 228).

Pasado el tiempo, consolidadas las provincias y las jurisdicciones en la Real Audiencia y Cancillería de Guatemala –antes de Los Confines (1542-1563)-, la identificación de las islas pobladas de la Petronila con León de Nicaragua todavía persistía como un eco insistente de años anteriores. De esta manera, cuando el provincial de los franciscanos de Nueva España, fray Alonso Ponce de León, regresó de Granada de celebrar capítulo de la provincia nicaragüense de San Jorge, en junio de 1586, y fue recibido de nuevo en el pueblo y convento de El Viejo, en su vuelta a San Salvador, el agasajo incluyó la presencia de los dos señores principales de la isla de Conchagua (Ciudad Real, 1993: tomo I: 231).

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La sombra de Pedrarias Dávila es inseparable de los primeros años de la provincias salvadoreñas; estuvo muy cercana en los grandes acontecimientos de conquista y fundación, una sombra próxima y amenazante como para que los mismos hermanos y parientes Alvarado se sintieran urgidos de ponerle paro y detenerla. San Salvador y San Miguel en sus primeros asentamientos estuvieron sujetos a esa resonancia persistente de las ambiciones del viejo Pedrarias, que nunca dejó de considerar suyas las tierras que por largas leguas se medían hasta Nequepio. Un propósito ya tan lejano y borroso, pero no descabellado ni desprovisto de fundamento, que animó al ambicioso segoviano a caminar al norte centroamericano y unir territorios bajo la égida de León, que si hubiera fructificado, quién sabe si con el pasar de los siglos no habría brotado un germen de integración, un esbozo y un tenue hálito de vida para un solo país, juntos Nicaragua y El Salvador.

Managua, febrero 2005.

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