La Utilidad de La Luna Por William Ospina

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    es posible triunfar sobre l, que los peligros unen a los seres humanos, que el dolor despierta en

    nosotros la compasin, que los dbiles pueden triunfar sobre los fuertes, que los fuertes deben

    luchar contra su propia fortaleza, que si algo nos da libertad y capacidad de resistir son las flores de

    la imaginacin.

    Hoy se piensa que los libros son mercancas: pero en realidad son lmparas en las que pueden estarguardados unos genios imprevisibles. Y aunque no toda lmpara tiene genio, lo que brota de ellos

    tambin depende de lo que hay en el alma del hombre que frota la lmpara. Porque leer de verdad

    no es consumir sino crear, y a menudo son los lectores quienes les revelan a los autores qu fue lo

    que en realidad escribieron.

    El autor no es dueo del sentido de lo que ha escrito. Un creador escribe, no para comunicar algo

    que ya saba, sino para descubrir algo que ignoraba. Al acto de escribir lo llamamos creacin porque

    se espera que en ese proceso surjan cosas nuevas, que el autor sea el primer sorprendido con ellas.

    Paul Valery dijo que el ser humano es absurdo por lo que busca y es grande por lo que encuentra,

    y Franz Kafka dijo algo an ms perturbador: El que busca no halla, pero el que no busca eshallado.

    Un escritor no tiene que saber plenamente qu es lo que ha hecho, pero debe tener la certeza de

    que lo hizo con rigor, con responsabilidad y con pasin. Cervantes poda creer que estaba contando

    apenas la fbula divertida de un hombre que enloquece despus de leer muchos libros y que se

    lanza a vivir aventuras que slo ocurren en su imaginacin, pero no llevaramos cuatro siglos

    extrayendo de ese libro toda clase de enseanzas, descubriendo en sus palabras uno de los ms

    complejos retratos de la humanidad, si Cervantes no hubiera puesto en el libro toda su capacidad

    creadora, su energa vital, la necesidad de darle a su vida un rumbo y un sentido.

    Los editores saben que el que imprime un libro imprime un enigma. Acaso sea posible lograr con

    ciertos libros un xito inmediato, pero se necesita criterio y conocimiento profundo de la

    humanidad para saber si un libro permanecer entre los seres humanos porque es necesario.

    Borges dijo que Cervantes, para huir de los reinos de la mitologa, les opuso la seca realidad de

    Castilla, pero que su libro convirti la seca realidad de Castilla en mitologa. La historia y el mundo

    son de hierro y de piedra, pero, unas generaciones despus, los hechos ya son otros y el mundo

    tambin. La aplastante realidad, que pareca prometida a la duracin y a lo eterno: Carlomagno,

    Carlos V, Napolen, Hitler, la Segunda Guerra Mundial, el Imperio Britnico, la Unin Sovitica,

    las grandes revoluciones, todo se vuelve fantasmal e intangible. Si queremos volver a tener noticias

    de su grandeza, tendremos que buscarla en los libros.

    Hay libros que ayudan a ver hechos, libros que ayudan a entenderlos y libros que ayudan a vivirlos.

    Crnicas periodsticas, relatos histricos, novelas: esta edad juega a disolver las fronteras entre los

    gneros. Juega a concebir un libro que sea crnica, relato y novela, y que a esa conjuncin podamos

    llamarla poesa. Tal vez en ese sentido hablaba Eliot de las diferencias entre la informacin, el

    conocimiento y la sabidura.

    Sabemos que todo libro es ficcin, porque la realidad no es verbal. La realidad es infinita y

    simultnea, y convertir esa complejidad en el hilo sucesivo de un relato parece una mera

    simplificacin. Pretender que toda Roma desplomndose est en el libro de Gibbon parecera undelirio. Y sin embargo cuando leemos ese libro, tenemos la ntida impresin de que estamos viendo

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    a Roma, minuciosa y poderosa, viviendo y desplomndose. Entonces comprendemos que la ficcin

    no es lo contrario de la realidad sino que puede ser su sntesis.

    Hay autores en los que todo parece nuevo y revelador, un continente apareciendo ante los ojos de

    los exploradores, un volcn arrojando magmas desconocidos. Pero tambin dijo Borges que todo lo

    nuevo arroja luz sobre sus precursores: cuando aparece Joyce descubrimos ciertas aventuras deDickens, cuando aparece Borges descubrimos ciertas audacias de Chatterton, cuando aparece la

    Ilada de Chapman descubrimos una metfora nueva para la aventura de Balboa.

    Pero hay que saber que el que compra un libro todava no es su dueo. Que un libro sea el ms

    vendido es buena noticia para el autor y los editores, pero todava no es un triunfo para la

    humanidad. Podra ser mejor noticia saber cul es el libro ms prestado.

    Hubo edades en que los libros no eran en absoluto mercancas. Cuando el mtico Homero modul

    la Ilada y la Odisea, no se les poda prohibir a los rapsodas que memorizaran los libros y los

    recitaran ante los auditorios en las ciudades griegas. Es ms: leyendo el dilogo de Platn Ion o dela poesa, he sentido el asombro de descubrir que en Grecia no slo se consideraba poeta al que

    creaba un libro sino tambin al que se lo apropiaba. El rapsoda afirma que slo Homero lo

    conmueve y lo inspira: de modo que para ser rapsoda tambin se necesita inspiracin. El poeta

    creador se apoderaba mgicamente del alma del rapsoda y lo converta en su mdium.

    Los libros se trasmitan de un modo oral, y era un triunfo que mucha gente se apropiara de ellos.

    Ello nos lleva a pensar que el proceso de apropiacin de un libro es complejo: el verdadero dueo

    de un libro no es el que lo compra sino el que lo lee, y el verdadero poseedor de los libros no es el

    que ms libros lee sino el que los lee mejor.

    En esta poca en que nos tiraniza la estadstica: quin vende ms libros, quin lee ms libros, quin

    tiene ms libros, quin lee ms rpido, no slo conviene hallar respuestas sino cambiar de

    preguntas.

    Sin duda ha de ser difcil empezar a leer, cuando vivimos en esto que ahora llaman la sociedad de la

    informacin. Porque hay que contrariar al menos tres males conjugados: la telaraa de las desdichas

    csmicas que vierten sobre nosotros da y noche los informativos, la avalancha de datos que

    circulan sin contexto, y la sensacin de que los hechos no tienen causa, una sensacin nacida del

    puro frenes de la actualidad, de una suerte de sndrome del presente puro.

    Nuestra poca nos crea la ilusin de que hay que saberlo todo, pero igual nos impone el deberinmediato de olvidarlo: nos contagia la alarma ante el presente y la irresponsabilidad ante el pasado.

    Esta poca multicultural es Babel por el hormigueo de sus textos y sus muchedumbres, pero es

    Alejandra por esa doble tendencia de acumulacin y de olvido. Tambin fue Kafka quien dijo en su

    clsico tono sombro que no estamos construyendo la torre sino el pozo de Babel.

    Hay un ritmo de la lectura que parece condicionado por las urgencias de la poca, pero es preciso

    recordar que hay otro ritmo que depende del texto mismo, y otro ritmo que depende de la atencin

    del lector. Es cierto que hay libros cuya lectura casi no nos permite detenernos, porque los

    gobiernan la intriga, el encadenamiento de los hechos, la sospecha, la curiosidad, la necesidad de un

    desenlace; pero hay textos cuyo secreto se libera lentamente, como esos sabores que se expanden yse demoran en el paladar, como esos licores que tardan en obrar su efecto.

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    Y en cuanto a la velocidad, que es uno de los dioses ms crueles de la poca, ms vale desconfiar.

    Montaigne deca que el bro de un potro no se mide por su velocidad sino por su capacidad de

    parar en seco. Tambin podemos decir que la sabidura de un lector no slo est en saber avanzar

    sino en saber detenerse.

    Leer es como viajar. Una de las ineptitudes del turismo consiste en que sus protagonistas aspiran aregresar siendo los mismos que eran al partir. El viaje es otra cosa, y Derek Walcott tiene razn en

    su discurso de Estocolmo, cuando dice que el viajero, a diferencia del turista, es el que entra en

    contacto con el mundo al que visita, que no busca slo una presurosa fotografa para su coleccin,

    o un recuerdo pintoresco, sino que se atreve a vivir ese mundo, y hasta corre el riesgo de llegar a

    pertenecerle.

    En su poema El viaje, Baudelaire afirm que los verdaderos viajeros son aquellos que parten por

    partir. Tambin dice que son una fortuna esos viajes en los que el objetivo se desplaza y se aleja. Y

    en otro poema, Puesta de sol romntica, declara: Pero persigo en vano a un dios que se retira.

    Esa idea de una isla que se aleja a medida que avanzamos hacia ella, de un objetivo que se desplaza,la idea de que lo que busca el viajero es algo que tambin va de viaje, puede corresponder a una idea

    de la lectura distinta de la que suele proponernos nuestra costumbre.

    La lectura ha tenido muchas veces en las iglesias y en los estados enemigos feroces. Pero sentimos

    el temor de que los dos ms cordiales enemigos de la lectura terminen siendo la industria editorial y

    la academia. Cordiales, porque no hay duda de que estn muy interesados en que la gente entre en

    contacto con los libros, pero enemigos, porque no se dan cuenta de que su inters primordial no es

    siempre la aventura de leer.

    La industria editorial en nuestras sociedades, al mismo tiempo que pone el nfasis en la venta de

    libros, debera ponerlo tambin en la multiplicacin de las experiencias de lectura. A diferencia de

    las sociedades opulentas, donde los peligros son otros, no est contribuyendo aqu la sociedad de

    consumo a dificultar ese ejercicio mgico de apropiacin del libro por los lectores? Quiero decir

    que en ninguna parte es tan urgente poner los libros al alcance de los seres humanos, como

    prioridad de un modelo de civilizacin.

    Cuando acceder al libro es sobre todo una dificultad, por qu quejarnos de que la gente est

    leyendo menos? Si en pases como Espaa la cada en la venta, y quizs en la lectura de libros,

    coincide con la crisis econmica y social, con la disminucin de los recursos, es fcil entender lo

    que ocurre en sociedades donde lo normal es la crisis. Y ello debera sugerir nuevas estrategias de

    publicacin y divulgacin.

    Sera absurdo, adems de intil, pretender que la industria editorial renuncie al orden comercial que

    la define, que se dedique a subsidiar a los que no tienen recursos: pero no sobrara que situndose

    en el contexto de sociedades pobres o empobrecidas, no se limitara a ofrecer libros slo a quienes

    pueden comprarlos, y se ingeniara la manera de hacerlos accesibles para muchos que los desean y

    los necesitan.

    Quin no se ha privado de comprar un libro exclusivamente porque aunque todas las potencias del

    alma lo anhelaban, la flaca bolsa de irnica aritmtica como la llam Len de Greiff, no poda

    responder al desafo? Tienen que resignarse las sociedades a la injusticia de que muchos que

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    anhelan un libro por su belleza, su poder, su elegancia editorial o su refinamiento esttico, tengan

    que privarse del placer, porque no alcanzan los recursos?

    S que tengo, como todos los escritores, el deber de rechazar la piratera de libros, aunque en el

    fondo no veo a la industria editorial tan alarmada con ese fenmeno. Acaso sabe que los que

    compran libros piratas no son los mismos que compran libros legales, que el target, como lo llamanlos publicistas, es distinto, y que no hay en realidad competencia.

    Pero la piratera slo se acabar cuando los libros se hagan para todos, pensando en la capacidad

    adquisitiva de todos. No podemos hacer libros costossimos y censurar a las comunidades pobres

    ansiosas de leer, que se resignan a rplicas defectuosas, a versiones degradadas del original.

    Hay aqu un conflicto estimulante para la imaginacin. Cuando se habla de la crisis de la lectura,

    ms que de una indiferencia de los lectores, estamos hablando de la falta de un compromiso

    profundo de los estados, las dirigencias culturales y la industria editorial, para responder a las

    necesidades de una sociedad.

    Tambin he hablado de la academia. Nadie duda del desvelo de los maestros por lograr que sus

    alumnos lean. Pero muy a menudo utilizan unos mecanismos que pueden ser fatales: volver la

    lectura obligatoria, o imponerle una finalidad demasiado precisa. Yo no creo ser un gran lector: soy

    un lector que disfruta con ciertos libros, y que no puede vivir sin leer, y sobre todo sin releer, lo que

    le gusta. Pertenezco al curioso gnero del lector que no siempre logra terminar los libros, pero que

    no puede dejar de leer todo el da toda clase de cosas.

    Y para ser ese lector desordenado pero apasionado, caprichoso pero laborioso, nada me ayud

    tanto como no haber considerado nunca la lectura una obligacin. Nunca he ledo un libro slo

    porque fuera importante, nunca lo termin porque fuera un deber hacerlo. Al comienzo lea los

    libros que llegaban a mis manos: con los aos he aprendido a buscarlos. Incluso tengo una teora un

    poco estrafalaria acerca de que ciertos libros se las ingenian para llegar a ciertos lectores. Los libros

    de Hermann Hesse, por ejemplo, tenan en otro tiempo, y quizs la conservan, la curiosa capacidad

    de caer siempre en las manos de los muchachos de catorce aos y perturbarles la vida.

    Me gusta ms que sean los libros los que encuentren a los lectores y los lectores los que encuentren

    los libros, como en un juego de azar ligeramente dirigido, y no que se imponga toscamente la

    obligacin. Todo requiere sutileza, todo requiere una pequea fraccin de misterio: y las pesadas

    obligaciones no suelen tener lo uno ni lo otro. Ms eficaz es el contagio, ms poderosa es la

    tentacin. Ms sutil era el padre de Emily Dickinson que le regalaba libros a su hija con larecomendacin de que no los leyera, para que no perturbaran su espritu. Y tal vez ms misteriosa

    era la iglesia catlica que volvi tan populares a Voltaire y a Vargas Vila por el curioso camino de

    prohibir su lectura.

    Cervantes deca que su voracidad de lector lo haca leer hasta los papeles que encontraba en las

    calles, y no deja de ser conmovedor tratar de imaginar qu clase de papeles podan ser los que se

    encontraban por las calles en un mundo como la Espaa del siglo XVI, tan escasa en papel

    comparada con nuestra poca, y con una imprenta tan recientemente inventada. Igual tenemos la

    ancdota de Chesterton, quien una vez subi a un tren para viajar de Londres a alguna ciudad de

    provincia, y slo cuando el tren ech a andar comprendi trgicamente que no llevaba nada quleer. Se entretuvo un rato leyendo en las paredes del vagn las placas que informaban sobre la

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    locomotora, los talleres y las fechas de fabricacin. Finalmente, por suerte, encontr en sus

    bolsillos, que tienen fama de haber sido vastos y hospitalarios, el prospecto de una medicina, y tuvo

    suficiente material de lectura para no enloquecer hasta la siguiente parada. Los entiendo, porque la

    lectura, siendo tantas cosas tan altas y tan profundas, es tambin un vicio, y es acaso, en esta

    tremenda edad de adicciones, la ms noble y salvadora de las adicciones humanas.

    Ya he dicho que hoy hay muchas cosas que conspiran contra la lectura; la mana superficial de la

    informacin, el espacio saturado de textos imperativos, ciertas pantallas en las que el fantasma del

    mundo irrumpe a cada rato proponindonos cambiar de ocupacin. Y los maestros saben como

    nadie de esa dificultad contempornea, porque aprender a leer es aprender a estar solo, a menudo

    aprender a estar quieto, aprender a dialogar consigo mismo, aprender a abandonar la multiplicidad

    de las inquietudes de la mente, la divagacin fragmentaria, y acceder a concentrarse, a seguir el

    curso de una idea, de una trama, de una intriga, de una argumentacin, de una fantasa.

    Leer, como viajar, es desprenderse de la orilla habitual a la que se pertenece, y que se cree conocer,

    y avanzar hacia un objetivo que se desplaza, que cambia a medida que avanzamos, es caminar haciaun dios que se retira. Con ello quiero decir que no podemos saber de antemano lo que buscamos;

    que es un mal maestro el que cree saber todo lo que va a encontrar una persona en un libro, y

    tambin el que cree que en un libro todas las personas encuentran lo mismo.

    Una vida de fragmentarias pero intensas lecturas me ha enseado que leer en realidad es leerse, que

    lo que se encuentra en los libros, no slo de ficcin sino en textos que aparentemente contienen

    verdades ms objetivas, depende mucho del lector. El autor nos ofrece una partitura; el lector es un

    intrprete, que pone la ejecucin, la manera y la msica. Creo que cuando terminamos de leer un

    libro no slo hemos conocido al autor sino que nos conocemos un poco ms a nosotros mismos.

    Creo que es importante que no sepamos de antemano lo que vamos a hallar, y se equivoca el jurado

    que piensa que es posible saber enseguida qu aprendi el lector. Porque memorizar los textos no

    siempre supone un aprendizaje. Hay lecturas que slo liberan sus consecuencias mucho tiempo

    despus del momento en que cerramos el libro. Una lectura verdadera no es un momento de la

    vida: es algo que permanece, cuyo sabor no nos abandona, cuyas revelaciones son graduales o

    tardas, algo que sigue en nosotros, creciendo y transformndose.

    Por eso es grave y estril que se pretenda imponerle a la lectura unas finalidades demasiado

    limitadas. Deberamos ser capaces con frecuencia, como deca Baudelaire, de partir slo por partir,

    de leer slo por leer. Responder al utilitarismo y a la mana de instrumentalizarlo todo, atendiendo

    al sentido del verso de Lugones:Y la luna serva para mirarla mucho.

    No tenemos que preguntarnos siempre para qu leemos. Tampoco tenemos que saber siempre para

    qu vivimos, para qu amamos. Leer debera ser una de esas cosas que se justifican por s mismas.

    Eso no significa que no nos d grandes frutos, significa que no deberamos subordinar el placer de

    las msicas verbales, de las fbulas, de las tramas, de los conjuros, de los pensamientos, a una

    finalidad, a un propsito siempre consciente; ms bien deberamos permitir que la lectura obre en

    nosotros su trabajo secreto.