La utopía de los datos - MartinHilbert.net · 2019-08-17 · Para algunos es la “cuarta...

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César Hidalgo. Mario Hamuy. Carolina Gainza. Las críticas más profundas al uso de los datos, la inteligencia artificial, y sus limitaciones, vienen de la comunidad de personas que participan en su desarro- llo. Entiendo que hay personas fuera de esas comunidades que ven a los datos como un culto, pero esa es una visión poco informada, y una crítica inocente. Ciertamente, uno siempre puede buscar citas ilustran- do la existencia del culto a los datos. Pero citas, en espe- cial fuera de contex- to, son a lo más anécdotas. Criticar de afuera no es lo mismo que ser toma- do en serio dentro de la comunidad de personas que practican la disciplina y discuten sus limitaciones, sesgos, y cómo mejorarlos. Es en estas comunida- des de práctica donde se estudian los sesgos algorítmicos, las limitaciones de los métodos, y también, cómo mejorar- los. Para el saber, no hay sustituto al hacer. Lo otro son molinos de viento. César Hidalgo es físico, director del MITs Collective Learning group y autor de “El triunfo de la información” (Debate). César Hidalgo: “Son molinos de viento” MANUEL HERRERA E4 ARTES Y LETRAS DOMINGO 7 DE JULIO DE 2019 Debate Resulta evidente que algo se perdió en el camino. Puede que la culpa esté en que el cine, a fines de los setenta, con “Tiburón” (1975) y “La guerra de las galaxias” (1977), se volvió demasiado renta- ble como para que Wall Street no pusiera los ojos encima de una in- dustria que, hasta ese momento, podía ser un buen negocio si se te- nía suerte y talento, pero que tam- poco era para volverse loco, quizá como es el teatro de Broadway hoy. El año pasado, una película cualquiera, como “Peter Rabbit”, para niños, del montón, vendió 351 millones de dólares en entra- das, casi un millón por día (aun- que deber haber estado en cartele- ra solo un par de meses), ventas que harían de cualquier negocio algo, a lo menos, respetable. Y so- lo se trata de la película número 28 en el ranking de taquilla. El pri- mer lugar lo obtuvo, cómo no, “Avengers: Infinity War”, con 2.048 millones de dólares. Antes de “Tiburón”, montos como este eran inimaginables. Con números así, es fácil enten- der por qué durante estos últimos cuarenta años el cine en Hollywo- od se ha convertido en una activi- dad que se realiza con calculadora en mano, controles profesionales y riesgos acotados. Si antes fue una industria de pioneros, luego una de artesanos autodidactas y profesionales, y tuvo su último minuto de gloria en manos de universitarios tensionados por la contracultura de los años sesenta, hoy está en poder de ejecutivos de megacorporaciones como Dis- ney, que en materia artística son extremadamente conservadores y no se arriesgan a financiar —y menos aún a estrenar— produc- tos que salgan de parámetros muy claros o que puedan moles- tar a alguien (lo que, dado como están los ánimos, resulta cada vez más difícil). Las consecuencias de esto son múltiples y las vemos en la carte- lera a lo largo del año: cine para niños y adolescentes, mucha ani- mación, inagotables superhéroes, efectos especiales, cintas apega- das a fórmulas probadas. El cine ha retrocedido en cómo elabora a los personajes y sus tensiones in- ternas (que casi no existen); en los temas que aborda, donde parece que la realidad cotidiana o la am- bigüedad moral han sido deste- rradas; y en la sofisticación de su lenguaje visual, donde películas como la última “Avengers” —posiblemente la cinta número uno en ingresos este año— son filmadas con una pobreza, me- diocridad y ordinariez cinemato- gráfica que hubiera resultado ina- ceptable para cualquier director de cine B de los años cincuenta. Todo es hoy primer plano, sobre- carga de colores, acciones y movi- mientos confusos. Plantear el ci- ne como arte del espacio, como alguna vez lo escribió Rohmer, parece un mal chiste. Da incluso algo de miedo pen- sar cómo llegará a filmar una ge- neración que ha crecido viendo este tipo de chambonadas como si fueran la máxima expresión del cine. Hay veces en que uno teme acostumbrar los propios sentidos a la ramplonería de este lenguaje, de estos personajes y de esta mira- da moral. El mejor remedio, creo, es revisar películas viejas. Y ni si- quiera es necesario volver a ver a Keaton, Kurosawa o Hawks para recuperar el amor por el cine (aunque al mismo tiempo, cuánto más se ven, más nítida es la sensa- ción de que vivimos tiempos muy áridos). Se puede volver a una pe- lícula como “Vestida para matar” (1980), de Brian de Palma. Vista hoy, la película despliega tanta lu- juria visual como la erótica por la que muchas veces se recuerda. Es- tá filmada por alguien que ama el cine por sobre todas las cosas, pe- ro también por alguien que busca entender la mente femenina, la naturaleza de la seducción, la fuerza incombustible del deseo. Podrá cuestionarse la posición en que pone a un transexual en la tra- ma, pero todo el resto resulta tan moderno, tan ambiguo que cues- ta creer que, casi cuarenta años más tarde, el cine se haya vuelto un entretenimiento para niños. Es como si nos obligaran a ponernos pañales de nuevo. Crítica de cine Algo se perdió ERNESTO AYALA Pobreza cinematográfica: El mejor remedio contra el cine actual, tipo “Avengers”, es revisar películas como “Vestida para matar” (1980), de Brian de Palma (en la imagen). METRO-GOLDWYN-MAYER STUDIOS INC. Hace un tiempo leía una entrevista al in- vestigador chileno César Hidalgo, quien tra- baja en un proyecto que nos permitirá tener más tiempo libre para dedicarnos a nuestra vida, a pensar, a la creación y al arte, mien- tras unos algoritmos podrán predecir nues- tras opciones políticas y tomarán decisiones por nosotros, incluso podrían votar, asumien- do de alguna manera que a los hu- manos no nos interesa la política. Ese es un peligro claro de la llama- da “datificación”. Incluso en las hu- manidades digitales (HD) hay una impronta “datificadora”. El surgi- miento de nuevas metodologías en las humanidades a partir del uso de técnicas digitales de procesa- miento de datos no es algo negati- vo per se, abre horizontes valiosos de análisis, pero se vuelve problemático cuando este campo se define solo desde el procesamiento de datos y se olvida de las ex- periencias estéticas, las formas de creación, los cambios en las formas de percepción y otros temas, de corte más cualitativo, vincu- lados al impacto de las tecnologías en nues- tras vidas. En este sentido, observo una feti- chización de los datos que proviene principal- mente de las HD norteamericanas. Hoy se están creando novelas y poemas generados por algoritmos. Frente a eso, la re- acción apocalíptica es que “seremos reem- plazados por máquinas” o que “la máquina nunca podrá superar la sensibilidad humana”. Sin embargo, a mí me interesa la pregunta de si estamos frente a “nuevas sensibilidades”. Para mí, entonces, no se trata de oponerse a la tecnología, cuestión que advierto en auto- res como Éric Sadin o en Byung-Chul Han, por ejemplo, sino que más bien de pensar las ac- ciones algorítmicas en su especificidad y también las opciones de resistencia y transformación. La pre- gunta es cómo convivimos con estas tecnologías, cómo las apropiamos, cómo las evaluamos y qué tan conscientes somos de su funciona- miento. En este contexto de “capitalismo algorít- mico”, no sé si podamos hablar de una auto- nomía como aquella que buscaba la Ilustra- ción, basada en la supremacía de lo humano por sobre otras agencias o entida- des. Nuestra relación con la natura- leza y la tecnología debe ser repen- sada, como se observa en las postu- ras posthumanistas; en estas la au- tonomía humana no puede existir sin pensarse dentro de un contexto donde hay otras agencias que deben ser consideradas en su diferencia y formas de vida. No estamos hablan- do de una autonomía desde la supre- macía de lo humano, sino de una que se sitúa en una red de relaciones donde conviven dis- tintas formas de existencia, inteligencia o co- mo sea que les llamemos, humanas y no hu- manas. En el contexto de esta condición pos- thumana es necesario repensar la auto- nomía, y en los movimientos sociales, el arte y la literatura que trabaja con tecnologías digitales se están pensan- do alternativas interesantes, no podía ser de otra manera. Carolina Gainza es profesora de la UDP, autora de “Narrativas y poéticas digitales en América Latina” (Cuarto Propio/Centro de Cultura Digital) y dirige un proyecto Fondecyt sobre literatura digital latinoamericana. Mario Hamuy: “Ni utopías ni distopías” Podemos coincidir en que los conceptos de tecno- logía y progreso han venido más o menos de la mano desde la revolución científica moderna. Quie- nes han creído en el progreso han asumido que a partir de la ciencia se puede generar conocimiento que, traducido en tecnología, mejora la vida del ser humano (como especie, no necesariamente de manera individual). Pero desde hace bastante tiem- po ya que esa idea de progreso ha estado en cues- tión, y con muy buenas razones, como la bomba atómica, la devastación de nuestro medio ambiente o el efecto invernadero provocado por el uso de combustibles fósiles. Así que ni utopías ni distopías. Es innegable que el mundo que nos toca habitar está cada vez más determinado por las tecnologías digitales y los datos. Cada vez más las socie- dades se configuran al alero de la información y de tecnologías de procesamiento y control. Para algunos es la “cuarta revolución industrial”, para otros, como Harari, es el ascen- so del “dataísmo”. Estamos viviendo tiempos interesantes y desafiantes, es cierto. Pero, a diferencia de otras épocas, junto con aquellos que creen a ciegas en el progreso, también hay voces y miradas críticas respecto de estas tecnologías y sus posibles impac- tos. Si bien la revolución digital viene aparejada de un tsunami de datos que pueden, potencialmente, transformarse en mejor calidad de vida, las pregun- tas fundamentales son ¿quién o quiénes tendrán el control de la información?, ¿qué uso le darán?, ¿y en beneficio de quiénes? Tal como sabemos, “conocimiento es poder” y hoy las aplicaciones en nuestros aparatos celulares saben más de nosotros que nosotros mismos. Mu- chas veces eso nos facilita la vida, pero también podría significar enormes amenazas. Quienes mane- jen los datos pueden ser capaces de ayudarnos a prevenir catástrofes o a entender el funcionamiento del clima o de nuestra genética, pero también de invadir nuestra privacidad, manipular nuestras decisiones o poner en peligro la democracia. El desafío, por tanto, va mucho más allá de lo mera- mente tecnológico o económico. Y nada se ha defini- do aún. Mario Hamuy es astrónomo y académico de la Universidad de Chile, Premio Nacional de Ciencias Exactas y autor de “El Sol negro” (Debate). CLAUDIO CORTES Carolina Gainza: “Es necesario repensar la autonomía humana” La utopía de los datos... VIENE DE E 2 FABIÁN RIVAS

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César Hidalgo.Mario Hamuy.Carolina Gainza.

Las críticas más profundas al uso delos datos, la inteligencia artificial, y suslimitaciones, vienen de la comunidad depersonas que participan en su desarro-llo. Entiendo que hay personas fuera deesas comunidades que ven a los datoscomo un culto, pero esa es una visiónpoco informada, y una crítica inocente.

Ciertamente, unosiempre puedebuscar citas ilustran-do la existencia delculto a los datos.Pero citas, en espe-cial fuera de contex-to, son a lo másanécdotas. Criticarde afuera no es lomismo que ser toma-

do en serio dentro de la comunidad depersonas que practican la disciplina ydiscuten sus limitaciones, sesgos, ycómo mejorarlos. Es en estas comunida-des de práctica donde se estudian lossesgos algorítmicos, las limitaciones delos métodos, y también, cómo mejorar-los. Para el saber, no hay sustituto alhacer. Lo otro son molinos de viento.

César Hidalgo es físico, director del MITs Collective

Learning group y autor de “El triunfo de la información”

(Debate).

César Hidalgo:“Son molinosde viento”

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Resulta evidente que algo seperdió en el camino. Puede que laculpa esté en que el cine, a fines delos setenta, con “Tiburón” (1975)y “La guerra de las galaxias”(1977), se volvió demasiado renta-ble como para que Wall Street nopusiera los ojos encima de una in-dustria que, hasta ese momento,podía ser un buen negocio si se te-nía suerte y talento, pero que tam-poco era para volverse loco, quizácomo es el teatro de Broadwayhoy. El año pasado, una películacualquiera, como “Peter Rabbit”,para niños, del montón, vendió351 millones de dólares en entra-das, casi un millón por día (aun-que deber haber estado en cartele-ra solo un par de meses), ventasque harían de cualquier negocioalgo, a lo menos, respetable. Y so-lo se trata de la película número28 en el ranking de taquilla. El pri-mer lugar lo obtuvo, cómo no,“Avengers: Infinity War”, con2.048 millones de dólares. Antesde “Tiburón”, montos como este

eran inimaginables.Con números así, es fácil enten-

der por qué durante estos últimoscuarenta años el cine en Hollywo-od se ha convertido en una activi-dad que se realiza con calculadoraen mano, controles profesionalesy riesgos acotados. Si antes fueuna industria de pioneros, luegouna de artesanos autodidactas yprofesionales, y tuvo su últimominuto de gloria en manos deuniversitarios tensionados por lacontracultura de los años sesenta,hoy está en poder de ejecutivos demegacorporaciones como Dis-ney, que en materia artística sonextremadamente conservadoresy no se arriesgan a financiar —ymenos aún a estrenar— produc-tos que salgan de parámetrosmuy claros o que puedan moles-tar a alguien (lo que, dado como

están los ánimos, resulta cada vezmás difícil).

Las consecuencias de esto sonmúltiples y las vemos en la carte-lera a lo largo del año: cine paraniños y adolescentes, mucha ani-mación, inagotables superhéroes,efectos especiales, cintas apega-das a fórmulas probadas. El cineha retrocedido en cómo elabora alos personajes y sus tensiones in-ternas (que casi no existen); en lostemas que aborda, donde pareceque la realidad cotidiana o la am-bigüedad moral han sido deste-rradas; y en la sofisticación de sulenguaje visual, donde películascomo la última “Avengers”—posiblemente la cinta númerouno en ingresos este año— sonfilmadas con una pobreza, me-diocridad y ordinariez cinemato-gráfica que hubiera resultado ina-

ceptable para cualquier directorde cine B de los años cincuenta.Todo es hoy primer plano, sobre-carga de colores, acciones y movi-mientos confusos. Plantear el ci-ne como arte del espacio, comoalguna vez lo escribió Rohmer,parece un mal chiste.

Da incluso algo de miedo pen-sar cómo llegará a filmar una ge-neración que ha crecido viendoeste tipo de chambonadas como sifueran la máxima expresión delcine. Hay veces en que uno temeacostumbrar los propios sentidosa la ramplonería de este lenguaje,

de estos personajes y de esta mira-da moral. El mejor remedio, creo,es revisar películas viejas. Y ni si-quiera es necesario volver a ver aKeaton, Kurosawa o Hawks pararecuperar el amor por el cine(aunque al mismo tiempo, cuántomás se ven, más nítida es la sensa-ción de que vivimos tiempos muyáridos). Se puede volver a una pe-lícula como “Vestida para matar”(1980), de Brian de Palma. Vistahoy, la película despliega tanta lu-juria visual como la erótica por laque muchas veces se recuerda. Es-tá filmada por alguien que ama elcine por sobre todas las cosas, pe-ro también por alguien que buscaentender la mente femenina, lanaturaleza de la seducción, lafuerza incombustible del deseo.Podrá cuestionarse la posición enque pone a un transexual en la tra-ma, pero todo el resto resulta tanmoderno, tan ambiguo que cues-ta creer que, casi cuarenta añosmás tarde, el cine se haya vueltoun entretenimiento para niños. Escomo si nos obligaran a ponernospañales de nuevo.

Crítica de cine

Algo se perdióERNESTO AYALA Pobreza cinematográfica:

El mejor remedio contra el cine actual, tipo “Avengers”, es revisar películascomo “Vestida para matar” (1980), de Brian de Palma (en la imagen).

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Hoy se están creando novelas y poemasgenerados por algoritmos. Frente a eso, la re-acción apocalíptica es que “seremos reem-plazados por máquinas” o que “la máquinanunca podrá superar la sensibilidad humana”.Sin embargo, a mí me interesa la pregunta desi estamos frente a “nuevas sensibilidades”.Para mí, entonces, no se trata de oponerse ala tecnología, cuestión que advierto en auto-res como Éric Sadin o en Byung-Chul Han, porejemplo, sino que más bien de pensar las ac-ciones algorítmicas en su especificidad y

también las opciones de resistencia ytransformación. La pre-

gunta es

cómo convivimos con estas tecnologías,cómo las apropiamos, cómo las evaluamos yqué tan conscientes somos de su funciona-miento.

En este contexto de “capitalismo algorít-mico”, no sé si podamos hablar de una auto-nomía como aquella que buscaba la Ilustra-ción, basada en la supremacía de lo humano

por sobre otras agencias o entida-des. Nuestra relación con la natura-leza y la tecnología debe ser repen-sada, como se observa en las postu-ras posthumanistas; en estas la au-tonomía humana no puede existirsin pensarse dentro de un contextodonde hay otras agencias que debenser consideradas en su diferencia yformas de vida. No estamos hablan-do de una autonomía desde la supre-

macía de lo humano, sino de una que se sitúaen una red de relaciones donde conviven dis-tintas formas de existencia, inteligencia o co-mo sea que les llamemos, humanas y no hu-manas. En el contexto de esta condición pos-thumana es necesario repensar la auto-nomía, y en los movimientos sociales,el arte y la literatura que trabaja contecnologías digitales se están pensan-do alternativas interesantes, no podíaser de otra manera.

Carolina Gainza es profesora de la UDP, autora

de “Narrativas y poéticas digitales en América

Latina” (Cuarto Propio/Centro de Cultura

Digital) y dirige un proyecto Fondecyt sobre

literatura digital latinoamericana.

Mario Hamuy: “Ni utopíasni distopías”

Podemos coincidir en que los conceptos de tecno-logía y progreso han venido más o menos de lamano desde la revolución científica moderna. Quie-nes han creído en el progreso han asumido que apartir de la ciencia se puede generar conocimientoque, traducido en tecnología, mejora la vida del serhumano (como especie, no necesariamente demanera individual). Pero desde hace bastante tiem-po ya que esa idea de progreso ha estado en cues-tión, y con muy buenas razones, como la bombaatómica, la devastación de nuestro medio ambienteo el efecto invernadero provocado por el uso decombustibles fósiles.

Así que ni utopías ni distopías. Es innegable que elmundo que nos toca habitar está cada vez másdeterminado por las tecnologías digitales y losdatos. Cada vez más las socie-dades se configuran al alero dela información y de tecnologíasde procesamiento y control.Para algunos es la “cuartarevolución industrial”, paraotros, como Harari, es el ascen-so del “dataísmo”.

Estamos viviendo tiemposinteresantes y desafiantes, escierto. Pero, a diferencia deotras épocas, junto con aquellos que creen a ciegasen el progreso, también hay voces y miradas críticasrespecto de estas tecnologías y sus posibles impac-tos. Si bien la revolución digital viene aparejada deun tsunami de datos que pueden, potencialmente,transformarse en mejor calidad de vida, las pregun-tas fundamentales son ¿quién o quiénes tendrán elcontrol de la información?, ¿qué uso le darán?, ¿y enbeneficio de quiénes?

Tal como sabemos, “conocimiento es poder” y hoylas aplicaciones en nuestros aparatos celularessaben más de nosotros que nosotros mismos. Mu-chas veces eso nos facilita la vida, pero tambiénpodría significar enormes amenazas. Quienes mane-jen los datos pueden ser capaces de ayudarnos aprevenir catástrofes o a entender el funcionamientodel clima o de nuestra genética, pero también deinvadir nuestra privacidad, manipular nuestrasdecisiones o poner en peligro la democracia. Eldesafío, por tanto, va mucho más allá de lo mera-mente tecnológico o económico. Y nada se ha defini-do aún.

Mario Hamuy es astrónomo y académico de la Universidad de Chile,

Premio Nacional de Ciencias Exactas y autor de

“El Sol negro” (Debate).

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Carolina Gainza: “Es necesariorepensar la autonomía humana”

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