La vida a mi manera - DEMAC

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La vida... a mi manera María Teresa Gómez Eguiarte González

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La vida...

a mi manera

María Teresa Gómez Eguiarte González

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La vida no es la que uno vivió

sino la que uno recuerda

Gabriel García Márquez

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3  

Índice

Introducción .................................................. 4

Acerca de mí .................................................. 5

Mi infancia .................................................... 7

Mi vida de estudiante ................................... 15

Mi vida con Lencho ...................................... 18

Mi vida con Raúl .......................................... 25

Mi vida actual .............................................. 28

Opinión ....................................................... 33

Otras historias ............................................. 37

Dichos ......................................................... 45

Conclusión .................................................. 49

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4  

Introducción

Este libro se empezó por un proyecto de DEMAC

(Documentación y Estudios de Mujeres, A.C.)

que empezó el 9 de enero del 2015 con la Lic.

Ángeles Suárez del Solar.

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Acerca de mí

1

Yo soy una persona fea pero con personalidad

que, algo tengo, que me llevo bien con todas las

personas, aunque también soy muy exigente

cuando algo está mal. Mi voz es como de

sargento mal pagado y, por eso, tengo conflictos

con algunas compañeras, pero cuando se les

pasa me vuelven a hablar. No soy rencorosa:

las groserías no las tomo en cuenta y pienso que

cuando me las hacen se ponen más abajo de mí.

Soy orgullosa, por eso supongo que sí. Me gusta

ayudar a todas las personas que me necesitan.

2

Los recuerdos son muy importantes porque me

doy cuenta cómo era una niña llorona, una

joven acomplejada y luego, a explicaciones de

mis padres, cambié radicalmente. Ayudadora

siempre fui, y no rencorosa.

3

Mi nombre me gusta mucho. No me llamo

Teresa sino Teresita del Niño Jesús y fue una

Santa que muy pequeña entró al convento y

murió muy joven, y significa “sembradora”; es

abogada de las misiones. Aunque nunca salió

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6  

del convento, rezaba mucho por sacerdotes y

monjas.

Este nombre me lo puso un hermanito mayor

que yo, pero murió a los once años pues estaba

enfermo del corazón, pero desde antes ya me

quería y le pedía a mi mamá que si era niña me

pusiera Teresita. Y en la Maternidad que nací,

en la cabecera de la cama, había una Sta.

Teresita. Él fue mi padrino de bautismo; fui la

única que nací en una Maternidad. En mi casa

siempre me dijeron Teresita, sólo cuando mi

papá estaba enojado me decía Tere, y me

hablaba de tú.

4

Yo en lo particular me di cuenta que ya era vieja

a los sesenta cuando, en un camión, me

cedieron el lugar y pensé: “ya estoy vieja”.

Íbamos varios amigos a conocer al niño Pá de

Xochimilco. En esa edad luchaba por una casa,

pues en el terremoto me quedé sin ella. Todavía

brincaba la riata con las niñas del Hoyo.

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7  

Mi infancia

1

Mi primera felicidad fue cuando crecí y me di

cuenta cómo era yo querida por toda mi familia

y hasta por mi gatito. Mis padres nos regañaban

y nos hacían entender las cosas. Nunca nos

pegaron.

Mi mamá creció en un convento y nos daba

pellizcos de monja. Nos pellizcaba mi mamá

cuando hacíamos algo mal pero, cuando lo

hacíamos, nos poníamos lejos de ella y sólo

oíamos el regaño.

Mi papá tenía una papelería, tlapalería y

ferretería, ‘El Rayo’, y en ella se vendía Congo,

del cual habló Carmelita. Yo era pequeña y no

me gustaba ir a la escuela (kínder); me iba con

mi mamá a abrir la tlapalería. Había un

dependiente que iba por nosotras, nos íbamos

caminando, pero este muchacho a veces llevaba

bicicleta y, entonces, me llevaba en ella.

Llegábamos antes que mi mamá y, como mi

mamá le daba las llaves, él abría. Tenía una

carreta y en ella me hacía cochecito.

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8  

2

Una caída más es una caída menos

Ya no quiero tener otra caída porque me he

caído tantas veces que otra ya será la última; de

pequeña me caía y siempre me pegaba en la

cabeza. Se me hacían chichones del tamaño de

mi cabeza. En ellos me ponían manteca con sal.

Yo salía muy contenta con sal y a comerme la

manteca con sal. Volvía con mi mamá o mi tía a

que me pusieran más.

3

Cuando era yo pequeña, junto con mis amigos

y amigas de juegos se nos ocurrió jugar a

aventar ladrillos, pues había una obra de un

segundo piso para abajo. Yo pasé por unos

pedazos para tener qué aventar, cuando sentí

que me clavaron en el piso. Me sobé la cabeza

porque me dolió y mi amiga me preguntaba: “¿te

duele?”, “No mucho?”. Pero cuando bajé la

mano, me asusté y empecé a llorar y a gritarle

a mi papá. Él salió y, cuando me vio

ensangrentada, me preguntó por qué. Yo le dije

la verdad, y él me contestó “¡cómo se te ocurre

jugar así!”.

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Yo le dije que me iba yo a morir, porque de la

cabeza no sale sangre. Me curaron la herida y

luego mi papá y mi mamá me explicaron que de

la cabeza sí salía sangre y cómo era eso. Con

tal explicación se me olvidó el susto y ya no me

dolía.

Como era de tarde, me dieron de cenar y me

dormí. Al otro día me revisaron, me curaron y

me fui a la escuela con mi parche en la cabeza.

Mucho les he agradecido a mi familia que todo

nos lo explicaban, con lujo de detalles. Tengo la

cicatriz en la cabeza.

4

También me acuerdo que, cuando era niña,

andábamos jugando, corriendo. Esta señora - la

vecina, Josefina- tenía un perro muy

grande, el cual nos daba miedo. Y, cuando yo

pasé, me echó una cubetada de agua fría que

ocasionó que se me reventaran los oídos. Yo me

alivié después de soportar inmensos dolores.

Cuando me alivié, ella se enfermó y, como sólo

tenía dos hijos -rancherotes blancos y

chapeados, les decíamos ‘los Jitomates’- que se

fueron y ella se quedaba sola, yo vi que no tenía

qué comer y le pedí a mi mamá un plato de sopa

para llevárselo. Me lo dio y me ayudó a

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llevárselo. Mi recompensa fue unos juguetitos

de barro para la cocina: un juego de cazuelitas

y unos jarritos que me llenaron de alegría.

Una compañera me informa que los juegos de

cazuelitas se llaman “rellenos”.

5

El martes pasado nos dieron una conferencia

sobre los duelos, el Dr. Enrique Casillas. Eso

me recuerda todo lo que he perdido en mi

familia. De niña perdí a mi gato: se murió. Eso

me dolió mucho. Rápido lo olvidé, estaba muy

pequeña así que con un cariño y un apapacho,

lo olvidé.

Pero al otro día en la noche llegó mi hermano.

Tras él, una gatita que la corrieron de su casa

porque iba a tener gatitos. En la casa, mi mamá

nos enseñó a darle la mano a todo el que se

acercaba con alguna necesidad y la gatita

necesitaba casa y comida. Se quedó y tuvo sus

gatitos, ocho pequeñitos, que dejaba mi mamá

que yo los tocara, y mi hermano. Crecieron los

gatitos y, cuando mi mamá vio que ya comían

solos, los regaló. Se murió la gatita, pues estaba

muy maltratada. Aunque la cuidábamos, al año

murió.

Después tuve un gato que se robó mi amiga de

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la zapatería “Ten-Pack” y me lo regaló. Mi papá

se dio cuenta y me preguntó del gato, cómo

había llegado a la casa. No supe qué decir y sólo

le dije que me lo regaló Sofía y nada más se me

quedó viendo. Ese gatito me duró hasta que

llegué a la ESCA (Escuela Superior de Comercio

y Administración). Ese gato me iba a dejar al

portón de la casa y, cuando yo llegaba, él estaba

ahí esperando.

6

Les voy a contar cómo llegó el gatito a mis

manos...

En la primaria tuve una amiga que vivía cerca.

A su papá le decían ‘El Loco’ porque era

grandote y siempre andaba pelón con un overol.

Ella se llamaba, o se llama, Sofía. Éramos muy

amigas. Ella era muy traviesa y yo, como la

acompañaba, también me metía en los líos. Una

vez en la esquina de la casa estaba una señora

que vendía piñones, nueces y coquitos de

aceite, y me dijo Sofía: “¡córrele!”. Y, como yo ya

sabía qué significaba ese “córrele”, corrí y,

cuando me alcanzó, llevaba en la mano coquitos

y piñones. La señora era muy sucia, pero no me

importaba y nos comíamos lo que Sofía se

robaba.

Luego me mandaban por cigarros (‘Tigres’ para

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mi papá y ‘Campeones’ para mi tío) y nos daban

diez centavos para dulces. A mí me gustaban los

‘Kismes’, a Sofía le gustaba el ‘Carlos V’. A la

vuelta de la casa, había una zapatería ‘Ten-

Pack’ y tenía un par de gatos persas que

tuvieron gatitos. Y a mí me gustó uno que se

metía en una bota de niño. Un día me dijo Sofía:

“¡córrele!”, y cuando llegamos a la casa me dijo:

“mira lo que te traigo”, y me dio el gatito.

Era muy listo, sabía entrar jalando una argolla

que tenía el pasador de la puerta y mi mamá le

decía: “mete la cola” y eso bastaba para que él

le diera un empujón con su trasero a la puerta.

Al empujar la puerta caía el pasador y, cuando

mi mamá estaba cosiendo, él se subía a sus pies

para que lo meciera y ahí se dormía. Él jugaba

conmigo a las escondidillas, a la roña, a las

muñecas, a la comidita.

Pero recuerdo que, cuando cumplí quince años,

me regaló mi madrina unos zapatos blancos con

un taconcito como de dos dedos de alto y unas

medias. Me los puse y salí a la escuela. El gato

se me aventó a las piernas hasta que me rompió

las medias. En ese entonces, las medias ‘nylon’

eran muy caras. Me compraron otras y, cuando

salía, salía como domadora, con una silla

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delante de mí y gritándole a mi mamá para que

me quitara al gato. Cuando llegaba yo, lo

cargaba y me ponía a jugar con él y ya se

calmaba. Y así fue hasta que se acostumbró a

mis medias y mis zapatos de tacón.

Mi hermano lo enseñó a ser muy bravo y,

cuando se acercaba alguien al portón y él no lo

conocía, se encrispaba y les maullaba muy feo

y les enseñaba los dientes y, como era muy

grandote, asustaba a las personas y, entonces,

nos empezaban a gritar para que saliéramos por

ellos. Era mejor que un perro para cuidar la

casa. Lo quisimos mucho. Mi mamá le puso

‘Tigre’, y así se le quedó. Parecía un pequeño

tigre.

Cuando mi mamá murió, estuvo con ella todo el

tiempo y, cuando la sacaron al panteón, él se

fue y duró varios meses sin volver. Cuando él

volvió, venía sin un ojo y con sarna. Pero, como

tenía una amiga que estudiaba Medicina, me

dijo que le diera azufre con limón, pero no me

dijo cómo, hasta que un día me vio que le ponía

azufre a su carne y entonces sí me dijo que no,

que era untada en sus heridas. Entonces le

puse azufre en su cuerpo. Lo curé y siguió

viviendo el condenado gato. Cuando le salió el

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pelo y ya no se rascaba, le salió el pelo chino y

parecía que tenía pompones de pelo. Y como

tenía uno a mitad de la frente y otro en una

oreja se veía muy bonito.

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Mi vida de estudiante

1

Esta foto me agrada porque me recuerda mi

juventud: estaba yo de novia con un muchacho

estudiante como yo. Estábamos en la

secundaria o pre vocacional, en el Poli. Cuando

tenía él poco dinero, que era casi siempre, me

daba una flor que cortaba de cualquier jardín o

casa habitación y, en la Alameda, jugábamos y

platicábamos, y luego me dejaba en la esquina

de mi casa. Él se llamaba Esteban.

2

Cuando era jovencita estaba en el Poli. Estudié

ahí desde secundaria hasta la profesional.

Cuando entré a la voca tenía muchos amigos y

mi voca era muy fiestera. Hacían thes

danzantes y yo no iba sola, me acompañaba mi

hermana y sus amigas que terminaron siendo

las mías. Éramos tres jóvenes con sus

respectivas hermanas, así que en total,

hacíamos seis que siempre andábamos juntas y

siempre andábamos en fiestas. Se llamaban

Aurelia y Rosa Elena; María Elena y su

hermana, Rosa; mi hermana Lolis y yo. Con

ellas por un argentino, amigo de ellas,

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conocimos ‘los Ángeles’ y el ‘Waikikí’ y se nos

iban los ojos de ver los desfiguros que hacían

las parejas. A nosotros no nos permitían estar

abajo. Nos pasaron arriba, que no había nadie

más que nosotras.

3

Mis amigas seguían siendo las mismas. Todas

nos casamos menos una, la más bonita, Rosa

Elena, y creyó que se iba a quedar, pues tenía

mala suerte con los novios. Todos se los

quitaban. Un día se hizo novia de un trabajador

de la Compañía de Luz y éste llevaba a un

amigo. Le dijeron al papá que iban a pedir la

mano de una de sus hijas y ella se preparó,

estrenó vestido y se puso muy bonita. Y resulta

que los dos se casaron con sus hermanas, las

cuatas, Martha y Magdalena. La pasó muy mal

un tiempo y luego se conformó.

Ella nos acompañó todo el tiempo con la

enfermedad y muerte de mi mamá. Iba a la casa

y nos metíamos a la recámara a cantar. Una de

ellas fumaba y no dejó de invitarnos cigarro

hasta que aprendimos a fumar.

4

Acabé siendo Contadora Pública, carrera que

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nunca practiqué, pues me casé. Me gustó

mucho el estudio y fui feliz.

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Mi vida con Lencho

1

Conocí a mi esposo cuando yo era niña y me

gustaba cuando él pasaba y me hacía un cariño

en la cabeza. Él me llevaba veinte años y me

veía como lo que era: una niña. Años más tarde,

cuando yo iba a cobrar la pensión de mi papá

(pues tenía una herida en la pierna y él estaba

imposibilitado para ir), se subió al camión y se

sentó junto a mí. Me veía con insistencia pero

no se acordó de mí. Cuando me bajé él me siguió

con la vista; me dio risa, pero no me reí.

Pasado un tiempo veníamos de misa mi tía y yo,

y mi tía y él se saludaron, y él le preguntó si yo

era la mayor. Le dijo mi tía que yo era la menor.

Así nos conocimos. Luego íbamos juntos al

mercado, a tomar un café, a cenar y nos hicimos

novios, y nos casamos.

Fui feliz con él hasta que murió. Pasé 27 años

de casada.

2

Mi matrimonio fue muy discutido, tanto en mi

familia como entre mis amistades, pues todos lo

conocían y sabían cómo era y todos los defectos

que tenía, pues había sido apoderado de

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artistas, maestro y licenciado en Leyes. Su

nombre era Lorenzo de La Vega y Díaz.

Su familia no me quería, pues eran racistas.

Ellos eran españoles. Mi familia política fueron:

mis suegros; tres cuñados, Concha, Fidel y la

nena, Angelina; dos sobrinas, Alma y Chiquis y

una perrita, la bebé; y una prima que le decían

Lica. Ella era muy rara, se escondía con Alma

para platicar. Ella tenía mucho dinero pero

estaba en Cuba y Fidel Castro nunca le permitió

sacarlo. Pero tenía un esposo en Estados

Unidos con dinero y a él le sacaba todo lo que

quería. Andaba de un lado para otro, trabajaba

en el gobierno de Estados Unidos... no sé qué

hacía ella. Hacía una paella muy sabrosa; la

hacía en la casa de mis cuñados, todos vivían

juntos, menos mi suegro, que vivía en

Cuernavaca con Fidel.

Lorenzo tenía tres hijos, uno de una enfermera.

El mayor se llama Manuel de la Vega. Así se

llamaba su padre, que mucho me quería, le

servían a él lo mejor de la comida y él me lo

pasaba a mí, que siempre me sentaba junto a

él. Fui feliz. Al cabo de los años vivimos con mi

suegro en Cuernavaca hasta que murió en mis

brazos, estando mi suegra ahí.

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20  

3

Cuando recién nos casamos tuvimos que ir a

vivir con mi suegra porque sus hijas y sus

nietas se fueron a Europa a comprar el vestido

de novia de Chiquis, la nieta, hija de Concha,

en un departamento con una sala grande con

piso de mosaico y tres balcones. Yo trapeaba

todos los días y la señora se dedicaba a pasar

en lo mojado y a ensuciar el piso, hasta que un

día la vio mi esposo y la regañó. No volvió a estar

pasando.

Pero, entonces, me iba yo al mercado y me

tomaba el tiempo, le hablaba a mi esposo y le

decía cuánto me había tardado. Él nunca me

dijo nada, pero yo me di cuenta porque la oía.

Bueno, como mi suegra me cansó con sus

chismes y las cosas que me hacía, la dejé sin

comer tres días. Ella encargaba a los vecinos

por el balcón sus alones y los tomates para

hacer sus enchiladas y yo no le hacía nada. Su

consomé, su café... todo lo hacía ella. De eso no

me acusó, pero no me volvió a acusar de nada.

4

Quise mucho a mi esposo y creo que lo sigo

queriendo porque, aunque me casé dos veces,

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al primero nunca lo he olvidado. Él, a diferencia

de la Sra. que nos leyó Ángeles, me llevaba

veinte años. Yo fui muy feliz. Paseábamos

mucho y, los domingos que no salíamos, me

decía: “vámonos de puercos placeros”, y

desayunábamos sopes, quesadillas o mariscos.

Llegábamos a la casa, veíamos el partido.

Llegaba mi hermano, su esposa, cuatro

sobrinos y nos íbamos al mercado Medellín y

ahí comíamos o llevábamos comida o carnitas

de los Tres Cochinitos; chicharrón, aguacates,

y comíamos taco placero muy a gusto y

felices. Eso era cuando no andábamos de viaje.

5

Esta señora de la foto me dice todo lo que

fuimos cuando éramos esposos: todo eso que

está en las camisetas tuvimos que hacerlo y, tal

vez sin darnos cuenta, pero tuvimos que hacerlo

para tener y llevar un matrimonio feliz. Tenía yo

el tiempo para todo, pues me daba tiempo para

calificar, hacer las boletas de los niños y las

famosas “sábanas”, que era una hoja grande

como del tamaño de media mesa. Y había que

llevar el registro de cada uno de los niños con

todos sus datos promedios y calificaciones.

Eran de la secundaria y preparatoria, pues mi

esposo era maestro de Historia y Civismo.

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6

A los 38 años estaba casada con Lorenzo de la

Vega. Me casé a los 27. Pesaba 32 kg. y estaba

flaca hasta que me dio un cansancio terrible.

Fui al ISSSTE, me revisó un doctor que resultó

ser amigo y compañero de la universidad de mi

esposo. Lo llamó y le dijo que me cansaba por

la tiroides, pero que no se preocupara porque

tenía otra paciente que también tenía la tiroides

(pero ella engordaba) y nos iba a amasar a las

dos, e íbamos a quedar súper.

Yo comía cinco veces al día y en cada comida

terminaba con medio litro de café con leche y

una torta de aguacate o un paquete de galletas

saladas con mantequilla. Después de soportar

dos años de inyecciones de yodo proteico,

engordé tanto que tuve que tomar clases de

baile regional para adelgazar y no volver a

comer tanto.

7

Cuando fuimos a Europa, la primera vez.

Estando allá era como estar en un sueño. Como

soy chaparrita y estaba flaca, me compró

mi esposo muchas ofertas. En España compré

varios vestidos de un duro. En ese entonces, la

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peseta costaba veinte centavos, y un duro eran

cinco pesetas. Zapatos, de cuatro duros, de piel,

y un abrigo también de piel, por dos dólares.

Costaba el dólar, ocho cincuenta, que ya era

mucho.

Entrar en los museos... era una dicha estar ahí.

Las entradas se las pagábamos al guía y él

pagaba. Cuando fuimos solos nos dimos cuenta

que los museos costaban menos y que los guías

sacaban dinero de los museos. Éramos como

cuarenta en el camión, así que les iba muy bien.

8

“El enojo no es pecado, es reacción del

cuerpo”, Padre Genaro, “el pecado viene en la

contestación”.

Creo que mi mayor enojo y vergüenza fue

estando en La Paz. Llegó una amiga de visita, se

hospedó en la casa. Ella llevó a otra amiga,

obesa. En La Paz hacía mucho calor. Un día

llegó un amigo y me dijo “Doña Tere, -así lo

tratan a uno en La Paz, de ‘don’ y doña’- hay en

su ventana una mujer desnuda”. Subí y,

efectivamente, estaba la amiga de Diana,

desnuda completamente. Me dio mucho coraje

y a mi esposo también. Se enojaron y se fueron.

Me enojé tanto que no le hablé a mi amiga hasta

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pasado un mes o más. Nunca volvimos a hablar

de eso y ahora no hago corajes, no me ofende

nadie. Creo que no tienen por qué, y, si tienen,

pues ni modo.

9

Lorenzo estaba en el hospital del ISSSTE de La

Paz, Baja California. Yo estaba acompañándolo

cuando entró una enfermera y me dijo que

saliera. Tenía cara de La Muerte y me dio miedo,

pero esperé afuera, cuando oí un grito de

Lencho y entré. La enfermera ya no estaba y mi

esposo murió. No volví a ver a esa enfermera

pero pregunté por ella. Pero nadie supo quién

era. No la volví a ver.

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Mi vida con Raúl 1

Cómo conocí a Raúl

Después de dos meses que no había cobrado mi

pensión, pues andaba de viaje, fui al banco y

ahí estaba Raúl. Yo estaba haciendo cola y

llevaba una camiseta del grupo del ISSSTE, de

la tercera edad. Se acercó y me preguntó dónde

estaba ese grupo y yo le dije que en la clínica

Revolución y le di el horario.

Cuando llegué empezó la clase y al rato llegó él.

Se sentó y, como había otros nuevos, nos

empezamos a presentar. Y luego, la instructora

me dijo que Raúl también era viudo y que quería

ser mi amigo. Y así empezó todo hasta que

acabamos casados.

2

Cuando iba a ver a mi esposo en Santa Fe, tomé

un camión que me dejaba en Calle 4 y

Periférico. Ahí tomaba otra que siguiera

derecho de Calle 4. Al pedir la parada, enfrenó

el camión y me caí de rodillas, la cual pegó en

la llanta que lleva cubierta por dentro. Me paré

y no pude sostenerme parada. Un joven le

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indicó al chofer que me había accidentado y, a

los pasajeros, los bajó. Me preguntó si podía

caminar y le dije que no. Entonces me dijo que

si podía tocar mi rodilla. Yo le dije que sí y,

entonces, le dijo al chofer que era la rótula.

Saqué mi celular y le hablé a mi esposo. Él no

me entendía; yo pienso que por nerviosa y por

el dolor que tenía. Él me dijo que si podía hablar

con él. Le pasé el teléfono y, al rato, llegó él con

un taxi de un vecino. El joven le informó todo.

Le ayudó a meterme al taxi. Él me dejó hasta

que me vio segura.

Luego lo busqué para darle las gracias y ya no

estaba. Desapareció, como por encanto. Y,

desde entonces, yo oro por él y le digo “mi ángel

guardián”. Nunca lo he olvidado y siempre digo

que Dios nos pone ángeles para que nos cuiden.

Al llegar al hospital, efectivamente, la rótula

estaba rota. Me operaron dos veces y quedé

muy bien, gracias a Dios.

3

Cuando me rompí mi brazo fue porque subí a la

azotea de la casa y tenía abajo una cubeta con

ropa remojándose. Era de noche y se me ocurrió

bajar la ropa y, en lo que veíamos la tele,

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doblarla y dejarla lista para planchar. Pensé en

no hacerlo, pero también pensé que podía ser

flojera. Me desperecé y subí. Era una escalera

de caracol, no había luz. Los últimos escalones

no los vi y di el paso pensando que ya estaba en

el último escalón. Me caí y la mano se me

resbaló. Me quise parar y no pude. Le hablé a

mi esposo y le dije que me llevara al hospital

pues me había roto el brazo. Como lo tenía como

estatua de la libertad, con el otro brazo lo bajé

y sonó como chicharrón. Me quedé

hospitalizada hasta que me operaron.

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Mi vida actual

1

Cómo llegué a aquí

Creo que ya lo conté...

Cuando me caí y me fracturé el brazo, porque

me caí de una escalera de caracol y me rompí la

cabeza del húmero. Ya no pude hacer nada.

Además, venía a vivir el hijo de Raúl por un año

y no me llevaba muy bien con él. Así que decidí

venirme al asilo. Aquí me gustó mucho y me

quedé. Raúl pensaba que iba a regresar, pero ya

no regresé y aquí estoy muy contenta.

Antes, cuando llegué, andaba yo por todos lados

del asilo. Conocía a todas las personas de aquí,

desde los trabajadores hasta el último

compañero y después estuve en la tiendita y les

hablaba a todos.

2

Hoy tengo unas amigas que una de ellas me ha

ayudado mucho con la fractura de mi brazo.

Ella me ha ayudado a vestirme, a ponerme una

bolsa en el yeso para que no se mojara; ella me

tiende mi cama porque con una mano no podía.

Ahora ya le puedo ayudar a tenderla, pero a

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vestirme todavía no. Dormimos en cuartos

comunicados, separados únicamente por el

baño. Ella se llama Ema Reyes.

Y otra que se llama Leo. Ella me ayuda en la

mesa a cortar mi carne, mi pan, a abrir mis

frascos y a sacar mis medicinas. Y otra que se

llama Lourdes.

En sí yo considero que todas son mis amigas.

Angélica y yo siempre salíamos juntas a comer

fuera y nos divertíamos mucho. Algunas no me

hablan, me siento obligada a ayudarlas en lo

que puedo. Cada vez que me necesitan y

cuantas veces puedo hacer un favor, lo hago.

3

Yo me siento feliz aquí y ya no me gusta salir a

otras casas que no sea ésta, que es la mía. Me

agrada estar aquí. Tengo muchas cosas qué

hacer, además, me siento querida. Un asilo o

casa de reposo no es una casa horrorosa, como

antes se creía. Ahora que lo estoy viviendo

pienso: “¿por qué, muchas veces hay personas

que viven solas, abandonadas por los parientes

y amigos, por qué no se van al asilo?”, sino que

lo ven como una casa de horrores. Se la pasa

uno muy bien. Hay reglas, sí, pero si uno las

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obedece no hay de qué preocuparse.

4

Conservo mis anillos de matrimonio, porque me

pronosticaron que no iba a durar con mi esposo

mucho tiempo y duré veintisiete años, hasta

que murió.

Un osito que me trajeron los reyes, ya casada;

ahora es una osita y un leoncito que me los

regaló una amiga, y, por último, una medalla

que traigo puesta que me la regaló una

ministra, que viene a darnos el oficio de la

Palabra y la Comunión, cuando el Padre no

viene.

Un retrato

celebración

de

del

mi

día

esposo y yo

del maestro

en

con

una

sus

compañeros.

5

Ahora estoy enferma y ni siquiera me puedo

parar. Ya camino, pero pararme, no. Me faltan

fuerzas en las piernas. Yo no sé qué me pasó en

el tiempo que estuve en el hospital. Sólo fueron

cinco días, pero todo el tiempo estuve acostada

a causa de los divertículos que me aparecieron

en el intestino. En ese tiempo no comí nada. Tal

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vez por eso se me acabaron las fuerzas.

Cuando llegué aquí estaba casi muerta, con el

color transparente que ellos adquieren. Con el

tiempo fui mejorando y ahora me siento bien

aunque un poco torpe en todo.

6

Mi estancia en la enfermería

Mi estancia aquí ha sido muy buena, pues

después de venir casi muerta del hospital aquí

me atendieron de maravilla. Me atienden tan

bien que todavía estoy contando mi historia. Ya

camino. Lo único que no puedo hacer es

pararme, ni de la cama, ni del sillón. Cuando

estoy sentada no me puedo parar.

En terapia hay una rampa con unos cuatro

escalones del otro lado; tengo que subir por la

rampa y bajar por los escalones. Le pregunté a

la terapeuta por qué me costaba tanto trabajo

subir por la rampa. Me dijo que porque me

faltaba fuerza en las piernas.

Camino, pero tengo que llevar acompañante

porque me voy de un lado a otro. Aquí está la

responsable del área, que es Lupita, la

enfermera. Hay un joven llamado Juan Pablo,

Page 32: La vida a mi manera - DEMAC

32  

también enfermero. Hay gente del servicio. Las

enfermeras de la noche a veces me bañan y me

visten; otras, Lupita. No nada más a mí, sino a

todas las que estamos aquí. Nos tratan muy

bien, no podemos quejarnos.

Yo tengo divertículos y no como más que fruta,

pollo cocido o rostizado sin piel y verdura

cocida, leche deslactosada y galletas. Eso es lo

que como diario. No me gusta el pollo, pero me

lo como combinado con frutas.

Page 33: La vida a mi manera - DEMAC

33  

Opinión 1

De los celos

Mi esposo no era celoso. Me llevaba 20 años y

me decía que cuando él se muriera me casara

con otro. Y lo hice.

Los celos en los hombres o mujeres se me figura

dominación, inseguridad, buscar pretexto para

pelear que el cónyuge no sabe ni por qué se dio

esa situación. A veces es desquitar un coraje

que se le hicieron pasar fuera de la casa.

2

De los divorcios

En mis tiempos no era común el divorcio, pero

si me hubiera tocado un marido así, celoso, me

divorciaría.

Por incompatibilidad de los caracteres es que

las personas acaban enamoradas del amor y no

de las personas. Además, los quieren

cambiar y se aceptan como son o no se casa

uno.

Page 34: La vida a mi manera - DEMAC

34  

3

De la edad

Me recuerda cuando uno es pequeño, ve a los

jóvenes de 15 años muy grandes y sabios.

Después a los de 30, viejos y no digamos a los

de 40... ya son ancianos. Pero cuando uno llega

a los quince se come al mundo; a los veinte no

se casa uno, piensa uno: “no soy tan grande”, y

piensa en terminar la carrera, trabajar, etc.

4

La historia de una indígena tzotzil

“Muchos no reconocen el trabajo de las parteras, creen que es más válido el enfermero o los doctores, Les dicen a las parteras que cuando sientan que el bebé de sus pacientes está atravesado, que lo manden al hospital. […] Pero cuando no había doctores, ellas lo atendían a su manera, tradicionalmente. […]

Buscan a las parteras porque les tienen más confianza, se sienten más alegres, más felices, más abiertas, más cómodas de aliviarse en su casa. Que esté su familia, todos. Eso es lo que están buscando las mujeres.

Es muy amplia el área de mujeres y parteras. […] Me he dado cuenta de que hay que tener fe en cómo platicar con las mujeres, con respeto por lo que tienen, lo que hacen. Tienen forma de curarse, saben, pero si no respetas sus conocimientos, pues no te van a decir. Las mujeres parteras o no parteras lo tienen todo en su mente, lo saben todo, pero no saben leer. Eso no importa, lo que vale la pena es su

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35  

conocimiento, su experiencia. Su material, su equipo, es su mente, su corazón, sus manos, su pulso para hacer el diagnóstico”1

Esta Sra. tiene mucho cariño por su profesión,

como deben ser los médicos ginecólogos y estas

mujeres parteras que son tan necesarias en las

regiones apartadas de nuestro país, al igual que

los brujos que curan por experiencia o por

enseñanza de los padres. Pero las hierbas curan

verdaderamente, pues de ellas sacan las

medicinas de patente. Esta señora es una

partera cariñosa y entregada a su profesión.

¡Hurra por ella!

5

La historia de Tony

María Antonieta Osornio Ramírez, en su texto Salto de amor por la vida2

relata cómo fue su accidente al lanzarse de un paracaídas, del cual quedó parapléjica y después de un gran abatimiento y sufrimiento, reinició su vida de otra manera. Entre otros detalles, comparte que antes de saltar sintió que no debería hacerlo, pero ya estaba el compromiso de hacerlo y se lanzó al aire.

1 Icó Bautista, Micaela. “Mujer, política y sabiduría” en 9 Estampas de mujeres Mexicanas I, México, Editorial DEMAC, 2009, pp. 367-492. Texto leído en el Taller DEMAC Para las mayores que se atreven a contar su historia, a cargo de Ángeles Suárez del Solar. 2 Osornio Ramírez, María Antonieta. Salto de amor por la vida, México, DEMAC, 2010, 60 pp.

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36  

Tony es una persona muy decidida, hasta para

quedar cuadripléjica. Pues, aunque yo me subí

al paracaídas de Acapulco, de un avión

helicóptero o lo que sea, no me aviento. Salir

avante en esa situación fue un acto heroico.

Page 37: La vida a mi manera - DEMAC

37  

Otras historias 1

Mis tíos

Eran hermanos de mi papá, un hombre y una

mujer que se llamaba Anita, y él, José. Nos

querían mucho, como sus hijos.

Mi tío Pepe era sordo mudo y los tres

aprendimos a hablar con él, o sea, que

aprendimos a hablar con señas. A mí me quería

mucho por ser la más pequeña. Yo jugaba con

él a las muñecas, a la comidita. Entraba a los

juegos mi gato, el Tigre. Él trabajaba en la

Palmolive, fábrica de jabones y cosméticos. Lo

querían mucho. Después de muchos años de

trabajo mi tío ya estaba grande; lo jubilaron y le

dijeron que ya no tenía que ir, pero que le iban

a seguir pasando su dinero cada semana. Él les

dijo que sin trabajar, no quería. Le dijeron que

entonces siguiera yendo, pero ya no a las

máquinas. Él, en las máquinas, estaba al

principio en una cortadora de jabones.

Había una persona que no lo quería; nunca

supimos por qué. Los trabajadores tenían que

limpiar su máquina. Un día ese hombre no le

avisó que ya iba a conectar la luz de las

Page 38: La vida a mi manera - DEMAC

38  

máquinas y le cortó los dedos de la mano

izquierda. Cuando se alivió volvió a trabajar.

Con el tiempo trabajó en otra máquina que

aplanaba las barras de jabón para que pasen a

la cortadora. Pasó lo mismo y le aplastó la mano

derecha. Pero él siguió trabajando en las

máquinas.

A mi tía Anita la queríamos mucho, como

mamá. Ella vivía con nosotros y sabía muchos

dichos. Ella me enseñó a defenderme con un

dicho porque era yo la más chaparrita.

2

Mi madrina

Esa lectura de Carmelita que tenía que hacer

tortillas me recordó que mi madrina Engracia

tenía que hacer tortillas, pero tenía diez

hermanos, entre ellos, cuatro mujeres. Como

era un rancho en Guadalajara, tenía que hacer

tortillas para muchos. Entonces hacía dos y, el

siguiente testal, era para los puercos.

Entonces le reclamaba su mamá, que qué hacía

que con ella no alcanzaban las tortillas y ella

decía que no sabía por qué. Hasta que se puso

su mamá a ver por qué y le descubrió que la

masa iba a dar a los puercos; cuando los

puercos la veían se ponían en primera fila de su

Page 39: La vida a mi manera - DEMAC

39  

chiquero. Ese día le fue como en feria, pues la

regañaron y le pegaron.

3

El perico

Mi suegra tenía un perico. Yo le hacía el

desayuno que consistía en chocolate, un huevo

tibio y pan. Eso mismo desayunaba mi esposo.

Ella le daba un traguito al perico y un pedazo

de pan. El perico remojaba su pan en el

chocolate y se lo comía. Después de eso, le

podía decir que cantara y cantaba. Le decía:

“toca la marcha”, y la tocaba; “el durazno”, y lo

cantaba. Era bonito, el perico. Quería mucho a

las mujeres, pero a los hombres se les iba

encima para picarlos.

Un día mi cuñado Fidel dijo que a él no le hacía

nada porque lo conocía; se lo puso en el hombro

y le arrancó un pedazo de ceja y no quería

soltarlo. Tuvo que venir mi suegra y enseñarle

cacahuates y, como le gustaban mucho, lo

soltó. Le quedó una cicatriz.

4

Las Vicentinas

Con el grupo de voluntarias Vicentinas,

repartíamos despensas a personas que las

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40  

necesitaban, entre otras cosas: arroz, frijol,

leche, latas, etc. Una señora mayor vivía sola

con un perro grande y con él iba por la despensa

y a desayunar. De lo que le dábamos, le

convidaba un bocadito a ese gran perro. Una

vez, otra señora nos vino a decir que la Sra.

Rodríguez la leche se la daba al perro y le

compraba retazo y pellejos en la carnicería. Se

le dijo que la íbamos a regañar, pero no: la Sra.

Rodríguez era sola, viuda y abandonada por los

hijos que estaban en E.E.U.U. Su única

compañía era el perro.

Tuvimos que darle más desayuno para que el

perro desayunara. 5

Los ratones

Con las Vicentinas llevábamos a su casa las

despenas de las personas que no podían salir o

no tenían quién las acompañara. Unas

compañeras les tocó llevar la despensa a una

señora sola e incapacitada. Cuando entraron,

vieron que había ratones. Le dijeron que los

iban a matar. Ella le dijo que no, porque eran

su compañía. Un día llegaron y mataron a los

ratones. Al poco tiempo ella murió de tristeza de

estar sola.

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41  

6

La gatita en la azotea

He tenido muy bonitas mascotas y muy

inteligentes, pero ahora les cuento de una gatita

de la calle que un día la oí maullar en la azotea.

Estaba chiquita. Mi esposo no la quería. Yo le

subía comida de mi perrita y se la comía. Desde

la azotea veía cuando salía mi esposo y

entones me llamaba y le subía la comida.

Un día la oí que maullaba diferente. Subí, me

vio y se tiró de pancita y se la empecé a sobar.

Luego de un rato comió, se fue y al otro día,

igual. Y al día siguiente vi gotas de sangre y a la

gatita limpiándose la colita. Ahí empezó a

menstruar y ya no lloró. Siguió yendo a comer

hasta que un día desapareció.

7

“Tengo que salir adelante”

Tenía yo como quince años, me estaba

muriendo cuando entró mi papá a verme. En

ese momento que lo vi me acordé que lo tenía

que llevar al hospital militar y empecé a

reaccionar.

En otra ocasión dije lo mismo cuando me

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42  

fracturé la rodilla y salí adelante. Y otra con mi

codo, y espero que ésta sea la última.

8

La historia del balazo

Raúl tenía unos amigos, un hombre y una

mujer, eran dos hermanos. Ella se llamaba

Elvira. Un día él amaneció deprimido y se quiso

matar. Cogió una pistola y se dio un balazo.

Éste no lo mató, pero lo dejó ciego. Vino a dar

a este asilo y con el tiempo su hermana -que

tenía un hijo de la edad de Raúl- y ya no podía

estar sola, vino a dar a aquí.

Raúl los venía a visitar, por eso me recomendó

este asilo. Me gustó y aquí me quedé. Yo no los

conocí. 9

La Revolución

Mi papá y mi tío Raúl se fueron a la Revolución,

pero uno se fue con Zapata y el otro con Villa.

Cuando mi abuela se enteró los juntó y les dijo:

“si en la Revolución les toca combatir, ¿se van a

matar entre sí, o qué van a hacer? Entonces los

dos se fueron con Zapata.

Estando en estas luchas, a mi papá le dieron un

balazo en la pierna y, como el hospital era un

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43  

carro de ferrocarril, ahí estaban los dos. En un

momento mi papá abrió los ojos, y dijo: “¿qué

haces aquí, mamá? “Despertó mi tío y dijo:

“mamá, ¿por qué viniste?” En esos momentos,

mi abuela moría aquí, en México. Pero su

preocupación eran sus hijos.

10

Milagros de la naturaleza

Mi tío Pepe, como ya les conté, era sordomudo.

Él se puso muy enfermo. Como mi mamá ya

había muerto, entonces dormían en el mismo

cuarto mi tío, mi papá y mi hermano, Manolo.

Una madrugada estaba muy grave y le gritó a

mi papá: “¡Joaquín, Joaquín, me muero!” Mi

papá le habló pero ya no recibió respuesta. Mi

hermana y yo nos levantamos a ver qué pasaba.

Efectivamente, mi tío estaba muerto.

Mi hermano no estaba, pues se había ido de

excursión, pero no sé por qué, al rato volvió y,

cuando le dijimos lo que había ocurrido, se fue

a arreglar el sepelio.

11

Mis hermanos

Yo fui la más chica, entonces era yo la

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44  

consentida. Cuando mis hermanos trabajaban,

me daban mi hermano y mi papá dinero para ir

a la escuela. Mi hermana, en la quincena,

después de recorrer aparadores nos gustaba un

vestido; lo compraba, uno para mí y, la otra

quincena, uno para ella.

Éramos de la misma talla. En la noche yo

arreglaba mi ropa que me iba a poner, porque

yo me iba más temprano que ella, y, a veces, me

decía: “yo me iba a poner eso que traes”. Yo lo

único que decía era: “me hubieras dicho

anoche”. No se enojaba, pero a mí me daba

pena.

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45  

Dichos

“El pan ajeno hace al hijo bueno”

“Árbol que crece torcido jamás su rama

endereza”

“La mujer y la sardina entre más chica más

fina”

“El perfume se da por gotas, el veneno por

cucharadas”

“Perro que da en comer mierda aunque le

quemen el hocico”

“Hijo que le levanta la mano a sus padres, se le

seca la mano”

“Pena de la vida el que no llega a viejo”

“Aunque la mona se vista de seda, mona se

queda”

“Al mejor pintor se le va la brocha”

“Al mejor cazador se le va la liebre”

“Cría fama y échate a dormir”

“Cría cuervos y te sacarán los ojos”

“No te preocupes, ocúpate”

“No tiene la culpa el Indio, sino el que lo hace

compadre”

“El vecino más cercano es el mejor hermano”

“La ropa no hace al monje, pero lo caracteriza”

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“Más vale gordo que dé risa y no flaco que dé

lástima”

“Agua que no has de beber, déjala correr”

“El que fue a la villa, perdió su silla”

“China de no peinarse, enmarañada de

rascarse”

“El que nace para tamal, del cielo le caen las

hojas”

“El que nace para maceta, del corredor no

pasa”

“Todo es según el cristal con que se mida”

“No hay mal que por bien no venga”

“Mejor gotera que chorera”

“El que hambre tiene, en pan piensa”

“Los lunes ni las gallinas ponen, ni los zapateros ponen suelas, ni sus mujeres

comen” “De los parientes y el sol, entre más lejos

mejor”

“Si Dios no quiere, santos no pueden”

“Más vale solo que mal acompañado”

“Cuando te toca, aunque te quites; cuando no

te toca, aunque te pongas”

“Te salvas del rayo, te salvas de la raya, pero

del rayador, no”

“En la tierra de los ciegos, el tuerto es rey”

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“A la tierra que fueres, haz lo que vieres”

“Ni yendo a bailar a Chalma de cabeza”

“Dios no cumple antojos ni endereza

jorobados”

“Llaga en pierna, llaga eterna”

“La cana engaña, el diente miente, viene la

arruga y lo desmiente”

“Duro pero seguro”

“A Dios rogando y con el mazo dando”

“Más vale gota que dure y no chorro que

canse”

“A donde has de ir, que no te encuentren”

“En boca cerrada no entran moscas”

“Calladita te ves más bonita”

“Baila con la más fea”

“Aunque sea a este pelón, me lo llevo”

“De la suerte y la muerte, ni quien se escape”

“Matrimonio y mortaja, del cielo baja”

“El que no oye consejos, no llega a viejo”

“Más vale cerca que lejos”

“Entre santo y santa, pared de alicante”

“El que a buen árbol se arrima, buena sombra

lo cobija”

“El que por su gusto muere, hasta la muerte le

sabe a gloria”

“El hijo bandolero no sabe de la muerte de su

padre, menos la de su abuelo”

“Una madre para dos hijos y un hijo para la

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madre”

“Entre abogados te veas”

“El que con niños se acuesta, zurrado

amanece”

“Ves la paja en el ojo ajeno y no ves la viga en

el tuyo”

“El que temprano se acuesta, temprano le

amanece”

“El que picones da, picado está”

“Cuando más grande es el caos, más cerca

está la solución”

“No eches las cosas en costal roto”

“Si te viene el saco, póntelo”

“Te entra por un oído y te sale por el otro”

“A palabras necias, oídos sordos”

“Cada desdichado es una lección”

“Escava el pozo antes de que tengas sed”

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Conclusión

Vino una señorita joven, bonita y muy amable a pasar mi cuaderno a una computadora. Lo imprime, lo engargola y me lo da.

Gracias a todas estas personas que me ayudaron a sacar muchas cosas que tenía escondidas en mi ser.