La Virgen de Las Siete Calles

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    ALFREDO FLORES SUREZ

    LA VIRGEN DE LAS

    SIETE CALLES

    VI Edicin

    1990

    Rolando Diez de Medina, 2003La Paz- Bolivia

    Portada: Eduardo Alvarez

    INDICE

    PRESENTACIN A VI EDICIN........ 2PORTADA ......................................... 2CAPITULO I ....................................... 4CAPITULO II ...................................... 10CAPITULO III ..................................... 13CAPITULO IV .................................... 18CAPITULO V ..................................... 22CAPITULO VI .................................... 25CAPITULO VII ................................... 27CAPITULO VIII .................................. 30

    CAPITULO IX..................................... 35CAPITULO X ..................................... 38CAPITULO XI ..................................... 40CAPITULO XII .................................... 43CAPITULO XIII ................................... 47CAPITULO XIV .................................. 51VOCABULARIO ................................. 53

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    PRESENTACIN A LA VI EDICIN

    La Editorial de la Casa de la Cultura "Ral Otero Reiche" tiene el honor de ofrecer a losprofesores y estudiantes del Departamento de Santa Cruz, una nueva edicin de la novela cruceapor excelencia, La Virgen de las Siete Calles de Alfredo Flores Surez.

    Difundir nuestros valores culturales es uno de los objetivos de mayor responsabilidad ycompromiso con nuestro pueblo. Con esta publicacin no slo salvamos una grave omisin en elPrograma Oficial de Literatura del pas que en todo su contenido de materia contempla dospoemas de autores cruceos, uno de Ral Otero Reiche y otro de Julio de la Vega sino queiniciamos con vigor y optimismo, un trabajo pedaggico-didctico que abarcar la regionalizacindel programa de esta asignatura incluyendo sistemticamente, autores cruceos en todos losgneros, corrientes y estilos literarios para su estudio en los diferentes ciclos de enseanza.

    La ilustre figura del escritor y diplomtico cruceo Alfredo Flores, brilla universalmente pormrito propio. Nuestra editorial consciente de su rol protagnico en la defensa de los valoresculturales de nuestra regin pretende, con este sencillo aporte, mantener vigente en el espritu y lamente de las generaciones jvenes el pensamiento y la sensibilidad creativa de uno de los msgrandes narradores del Oriente Boliviano, don Alfredo Flores.

    La presente edicin contiene los elementos necesarios para que profesores y alumnos delDepartamento puedan realizar eficazmente su proceso de enseanza-aprendizaje. En estesentido, agradecemos profundamente la colaboracin brindada a nuestra institucin por la seoraCristina Campero v. de Flores, sin cuyo apoyo no hubiese sido posible una investigacin

    adecuada.La Literatura, ese fabuloso arte de convertir la vida en palabras, es un valioso instrumento

    educativo para desarrollar la conciencia crtica y capacidad esttica del estudiante, por eso loslibros seleccionados en un Programa Oficial de Literatura deben responder a la realidad socio-cultural de cada regin.

    Con esta certeza, invitamos a nuestros lectores a penetrar el maravilloso mundo de LaVirgen de las Siete Calles de Alfredo Flores que es un extraordinario estudio literario,antropolgico y cultural de nuestra historia.

    PORTADA

    Cuentan los viejos y empolvados cronicones que, a mediados del siglo XVI, un puado deespaoles, andaluces en su mayor parte, cruz las selvas hacia el naciente y, abrindose paso

    entre la verde maraa del monte, acamp a orillas de un riachuelo cristalino que corra rumoroso,dulce y fresco, bajo la tibia fronda de las arboledas. Para llegar all aquellos hombres hubieron devencer fatigas sin cuento, avanzando durante largos das por tierras pantanosas de aguas infectas,o cubriendo penosas jornadas sobre arenales sin fin; sedientos, andrajosos, hambrientos ydesalentados. En la entraa de esos bravos se agitaba una ambicin o bulla un sordo deseoinsatisfecho. Ellos haban llegado a las tierras del nuevo mundo tras luengas travesas ymarchaban en pos de las comarcas encantadas que les brindaran tesoros incalculables, oro,plata, preciosas piedras para colmar su codicia y mujeres ardientes de piel morena, satinada ytibia, sensuales y amorosas, para calmar sus ardores; pero hubieron de hacer un alto en el caminoy la hueste aguerrida plant all el signo de la Cruz y envain la espada para fundar un pueblo enun paraje de ensueo y maravilla. Eran aquellos campos exhuberantes y extensos; gigantescasarboledas bajo cuyas sombras se cobijaba la gacela y trinaban las aves de todos los plumajes;praderas interminables donde se alzaba grcil la palma y donde la brisa fugaba temblorosa por

    entre los tiernos y jugosos pastizales. De aquel suelo potente, in violado en su misterio, selevantaba un vaho excitante que embriagaba y enardeca como si anunciase la proximidad de lahembra en celo; y bajo el cielo gloriosamente claro, orga de luz y de color, resplandeca el verderopaje de la tierra. Los hombres pararon las casas cerca de la montaa azul, desde donde sedivisaba un cerro hermoso, redondo y perfecto como un seno de mujer. Una cascada suave,alegre y clamorosa, alimentaba el riacho a cuya vera se form la primera calle de este pueblo queaquella gente bautiz Con el nombre de Santa Cruz de la Sierra, porque el mismo nombre llevabael pueblo del gallardo capitn trujillano que la comandaba.

    Pero la obra no termin all. Fundado el pueblo haba que defenderlo. Era sta una tareatitnica en aquellas comarcas pobladas por tribus hostiles. El chiriguano amaba tambin su tierra yodiaba al blanco que intruso, quera sojuzgarle. Cien veces cerc la incipiente poblacin donde los

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    hombres defendieron su conquista y mezclaron su sangre aventurera con la del indmito aborigenen combates dignos de la leyenda y la epopeya.

    Con el correr del tiempo el villorrio fue creciendo. Llegaron las mujeres de los primerospobladores y tras la caravana muchos hombres con la inquietud hispnica de ver nuevas tierras ycon el secreto mvil de probar fortuna. Y es as que ya, en el ao 1570, haba all una anchaplazoleta verde donde al caer de la tarde, despus de la merienda, paseaba Su Seora elGobernador don Diego de Mendoza tramando intrigas con los hidalgelos linajudos y soberbios;ancho el chapeo con la pluma enhiesta y el gran espadn a la cintura.

    Reverendos los cannigos rollizos, aplopticos, transitaban circunspectos a pesar de serlos mejores catadores de las sabrosas brevas del amor. Beatficos pasaban los curas satisfechosde la fe de la parroquia que les colmaba la bolsa con la ingenua y piadosa limosna de losfeligreses. Tambin haba all algunos graves funcionarios de la real casa y oficialillosempingorotados que arrastraban pretensiosamente la tizona junto a las mozas garridas o bajo lareja de alguna ventana que, entre la penumbra, dejaba ver el brillo de unos ojos morunos,ardientes y apasionados. Las contadas callejas del casero eran estrechas y tortuosas; por all, alamparo de las sombras celestinescamente amigas, los mozos guapos trajinaban en pos de losrostros morenos y cuerpos ardientes de las indias. A lo lejos, junto a un portn se escuchaba uncanto apasionado bajeado por la vihuela soadora y, al cruzar una esquina, no era raro or el frochocar de los aceros entre las sombras de la noche, escuchar un juramento y, luego, el bruscocaer de un cuerpo en tierra atravesado por la estocada ms certera.

    Toda esta gente arrojadiza y pendenciera haba trasladado a aquel rincn de las indias unpedazo vivo de la tierra sevillana. Vivan ellos soando en aventuras quimricas, gozando del

    amor mestizando a su regalado gusto. De tarde en tarde turbaba tan mansa quietud una gresca deproporciones que marcaba poca en la historia del pueblo, como aquella trifulca memorable enque, por cuestin de sitios en el Templo, la orgullosa doa Mara de Angulo, dio la seal para quelos hombres desenvainaran las espadas desacataran la autoridad del Gobernador Prez de Zurita,que fue depuesto y reducido a prisin.

    No eran hombres para vivir una tranquila existencia sedentaria; su natural individualismosoberbioso les impulsaba a la aventura y cuando sta faltaba, a la querella. No eran tampocoorganizadores fros que ajustasen su accin al mtodo o al detalle calculado; andantes caballeros,el orden les molestaba ms. a buen seguro. que la frrea armadura que les protega... Y es asque Santa Cruz de la Sierra, la noble e hidalga ciudad de la llanura, con riesgo de extinguirse,languideca en el fondo umbroso de las selvas.

    En aquellos tiempos de Dios los pueblos se fundaban en nuestra Amrica a la buenaventura. Cualquier capitn con un pelotn de valientes se crea capaz de conquistar un mundo, ode echar las bases de un futuro Imperio. As nacieron y murieron muchas poblaciones fundadaslas ms de las veces, con el soto objeto de servir de escala a prximas conquistas, o paracontener el avance del aborigen sobre los ncleos incipientes del interior, por otra parte aquellosespaoles no eran colonos sino conde la tierra; dejaban sta en manos del vasallo indio. Cuandofaltaba el indio entonces las ciudades perecan de necesidad y lo ms cuerdo era abandonarlas otrasladar las a otro lugar. El caso de Santa Cruz la vieja tuvo mucho de esto y algo de lo otro. LaReal Audiencia tom cartas en el asunto y despus de un frondoso papeleo en el que intervinieronlos oidores. Notarios, alguaciles y gente de toga, se provey el traslado de la primitiva fundacin.Un da de esos, como haban llegado los hombres con sus mujeres, sus cros, sus armas y susobjetos de culto, sus pendones y sus estandartes, abandonaron la vieja ciudad y fundaron unanueva cerca de la Villa San Lorenzo, con la que ms tarde se fusionaron para formar la actualSanta Cruz de la Sierra. Los cruceos dieron a la nueva ciudad adems del nombre todas laspeculiaridades de la antigua capital chiquitana que qued definitivamente abandonada a las selvasy a los espectros de los hidalgos magros que dicen, ambulaban todava por sus calles muertas.

    La sombra de aquellos aventureros sublimes, comandados por el gran capitn don uflo,se cierne todava sobre el espritu de la raza; surge de entre el fuego pirotcnico de la leyendapara dar perfil a muchas caractersticas del espritu cruceo. Parece que sobre la calma solariegavagara todava el eco de lejanos rumores Y que an se escucharn, susurrantes, en el silencio, lasvoces de don Sancho, don Mendo y don Rodrigo que dejaron pobladas las brumas de la tradicinde extraos ruidos donde, entre los redobles del tambor, se mezclan en bronca sinfona, el chocarde las tizonas, el resbalar de lanzas sobre los petos y las adargas, junto a las rfagas detonantesde mosquetes y arcabuces.

    Los espaoles aportaron al carcter tempestuoso de los moradores de aquellas tierras, lashidalgas virtudes de la raza y las fallas romnticas de su espritu aventurero, impulsivo ydespreocupado por todo lo que lo no fuera gloria, fama o fortuna. El nativo astuto, indolente y

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    sensual, libre y rebelde como el viento de las pampas, se amalgam en carne y espritu a la razaconquistadora que l, a su vez, conquist con el amor arrullador sus mujeres y el embrujo deaquel suelo clido como un regazo.

    La conjuncin de aquellas razas, nos leg un tipo de criollo soberbio en apostura, afecto ala molicie, listo a la pendencia como tardo para todo aquello que significara el plebeyo esfuerzodel trabajo metodizado: el hombre sensual y apasionado en el amor, soador, inconstante ymujeriego; la mujer noble, abnegada y sumisa con sumisin moruna, bella y ardiente, de finosperfiles espirituales. Producto de esa mezcla son aquellos tipos velazquinos que an vemos en lospueblos cuyo lenguaje saturado de arcasmos, nos trae a la memoria algo de la leyenda cervantina

    y lo son tambin aquellos grandes seores, magros caballeros; los gordinflones sanchos; losguapos corpulentos ociosos y pendencieros; las majas mujeres de rasgados ojos y de mirarhmedo; las viejas acorchadas, pregoneras, agoreras como brujas; los marrajos y los mohatreros.Y no falta tampoco al cuadro algn mendigo popular que parece escapado de una tela goyesca, oun caballero mstico y torturado digno del pincel del greco, El tipo clsico ibrico conserva all susntidos perfiles, y no desentona con el medio, porque Santa Cruz ha llegado hasta nuestrostiempos conservando las costumbres y las peculiaridades que le legaron sus fundadores y que,merced a su aislamiento, permanecen all guardadas como en un viejo arcn y mantienen en elambiente el aejo perfume de una villa andaluza de mil seiscientos.

    En pleno siglo del progreso, cuando la maquinaria ruge en los pueblos, all los bueyessiguen tirando de la carreta crujiente por los caminos soleados y las calles arenosas, poniendo unaromntica y legendaria nota en el silencio de aquellas tierras olorosamente sombreadas. Todava,afirman las viejas, aparecen en los caminos los bultos tremendos, y los malignos duendes moranen los viejos caserones.

    Y an hoy, en el ao de gracia de mil novecientos veinte, al pie de las ventanas enrejadas,los cruceos enamorados pulsan sus guitarras soadoras, volcando el ardor de sustemperamentos apasionados en tiernas y sentidas endechas; en las noches de luna, blancas comoel da, se transita por las callejas silenciosas y se puede escuchar, a lo lejos, la vieja msica en loscompases cadenciosos del valse y la habanera; los hombres gastan levas solemnes y altas felpaslustrosas en los das de fiesta, y las mujeres, se tocan con el gallardo mantn que imprime a sussiluetas donaires de maja y majestades de chula.

    Por entre las callejas soleadas, cuya tranquilidad no ha turbado an el progreso, en lasmaanas primaverales, se escucha el claro din din de las campanas entrelazado con el ntidogolpear de los yunques en las herreras. Delos portones umbrosos se escapa el piar de los tordos,que viene desde los patios rojos, grandes y frescos; al par que, en una esquina. se escucha unavoz chillona que pregona su mercanca. A la hora de la siesta duerme todo el mundo con felicidadpatriarcal; y en las tardes, al caer del sol, cuando llega la brisa perfumada de naranjos, lascomadres del barrio y las nias emperifolladas salen a los corredores de las casas, se sientanformando grandes ruedos y desde all fiscalizan el paso de los peatones, mientras que, entresusurros y cuchicheos, hacen el sabroso comentario de lo que pasa y de lo que no pasa en elpueblo...

    En este ambiente apacible de rincn soleado, transcurre esta fbula.

    I

    Carlos Toledo regresaba a Santa Cruz despus de muchos anos de ausencia. Haba cruzado,

    en una travesa brava de veinte das, la inmensa llanura que se extiende al norte de Yacuiba,venciendo las jornadas penosamente sobre aquellos caminos que ms bien parecen sendasolvidadas entre el monte, el fango y los arenales.

    Entr al pueblo al anochecer.Una a una, semienvueltas por la penumbra, surgan las casas chatas, de techos anchos y

    paredes blancuzcas. En las calles silenciosas se escuchaba, sonoro, el pausado tair de lascampanas. Un ambiente monacal se filtraba por entre la hosquedad de las primeras sombras; yhasta las pisadas de las bestias, como para no turbar aquel recogimiento mstico, se apagaban alhundirse en el suelo arenoso, blando y tibio.

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    Avanzando lentamente, desorientado, se intern en una calleja angosta y sinuosa, donde laoscuridad, ms densa, se agazapaba en los rincones y ennegreca los huecos grandes dejadospor alguna construccin en ruinas. El aire se embolsaba all clido y pesado, saturado de agrios

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    olores de comida pobre. Las primeras luces amarillentas y vacilantes, se colaban plidas por entrelos balaustres de las ventanas entreabiertas, perfilando las sombras de los moradores orecortando la opaca silueta de algn curioso que asomaba la cabeza. Tras las puertas malcerradas de una zahurda se escuchaban voces altas e interjecciones gruesas, mientras quealguien ensayaba, entre hipos aguardentosos, las candencias montonas de un motivo popular. Aesa hora las aceras se hallaban desiertas. El viajero anim a la cabalgadura y, al doblar unaesquina, desemboc en una calle ancha, desde donde pudo ver, cercanos los altos campanariosde una iglesia, que se destacaban ntidamente en el azul intenso del cielo, salpicado ya por lasprimeras estrellas que brillaban lejanas. Tomando esa calle, Toledo se orient en direccin a sualojamiento.

    Las tas solteronas, advertidas con anticipacin, le haban Preparado albergue. Unpequeo grupo, formado por algunos parientes y amigos del barrio, a quienes las buenas seorasavisaron presurosas, le esperaba ya junto al ancho portn de la vieja casona colonial.

    Alguien divis al viajero y le reconoci al punto.-Es Carlos! exclam avanzando con los brazos extendidos en el mismo momento en

    que Toledo, llegando junto a los halcones del corredor, se apeaba de la bestia. Todos pugnabanpor estrecharle cordialmente y, entre el rumor de las voces, se elevaban los saludos cariosos delas tas que le instaron a ingresar a la vivienda.

    En la sala espaciosa, de acre sabor pueblerino, donde la luz de las velas goteantes, en loscandelabros, luchaban penosamente con las sombras, se hizo la rueda de familia. Era un crculoheterogneo: relacionados cercanos y lejanos, con expresin de afecto y cordialidad; curiososvecinos, vidos de interrogar; sobrinitos que miraban azorados al to y que se arrimaban acostados

    a las rodillas de las abuelas viejas; y desde el vano de las puertas, atisbando, las criadas de ojosvivos y rostros morenos.

    El mozo que vino delante, nos avis de tu lIegada exclam la ta Petrona, llena deemocin afectuosa. Qu tal camino has trado?

    Sin duda que muy malo terci solcita la ta Virginia El camino de la Argentina nuncaha sido bueno, y menos ahora en, tiempo de lluvias...

    El viajero asinti. Estaba realmente cansado y el cuerpo le peda reposo pero, no obstante,apoltronado en aquel ancho silln de sendos y cmodos brazos tapizados, experimentaba unaagradable sensacin de adormecimiento que le indemnizaba, hasta cierto punto, de la macurcaque llevaba en el cuerpo merced a la interminable jornada que haba vencido para finalizar aquelviaje. Desde all, apoyada la cabeza en el mullido respaldo, abarc en una rpida ojeada, todo loque le rodeaba. Repar en los grandes escaos rojos, de brillante terciopelo, lujo de la familia, queotrora cuando nio admiraba respetuosamente, desde lejos, como reliquias intocables. All

    estaban, iguales, en el mismo lugar, como si, criando races en el suelo, no se hubieran movido desus rincones durante aos y aos. En un ngulo, la misma estampa de la Virgen, de una dulzurainexpresiva, en un marco grande y negro que resaltaba junto a las mismas flores de papel;permanente y desvahida ofrenda manchada por la humedad. Sobre el piano viejo, el mismomantn de manila floreado en rojo, sobre fondo amarillo, y los mismos candelabros de platapatinados por el orn y salpicados por grandes gotas de cera que, como gruesas verrugas, cubranla fina labor del artfice colonial. En la mesa rinconera, gracioso mueble de finas patas retorcidas,

    junto al vaso de guayacn encasquillado en plata, estaba todava aquel enorme caracol nacarado,preciado adorno que las viejas tas cuidaban celosamente para sustraerlo a la travesura de lossobrinos que, cuando las descuidaban, gustaban aproximarlo a la oreja para oir asombrados elsordo y lejano rumor del mar que un duende imitaba desde el interior del pequeo y pulidolaberinto... Y tambin estaban all los pesados cortinados de pliegues pastosos y Ios mismosvisillos duramente almidonados, que daban a la estancia aquel solemne y pronunciado aspecto desacrista. No se haban movido tampoco los chillones cromos colgados en las paredes y siempreocupaban los lugares de preferencia, ganados en muchos aos de posesin, los retratosfamiliares, amarillentos, con los bordes carcomidos por la polilla, y donde los antepasadosingenuos caballeros lucan arrogantes posturas Y tiesos bigotazos y las mujeres descomunalessombreros o peinados pirmides, bajo los cuales, los grandes y renegridos ojos, languidecan enuna romntica mirada. Todo permaneca igual; los mismos almohadones, la misma alfombra algorada y las mil chucheras que el gusto candoroso de las dueas haba acumulado pacientementedurante dos generaciones. Se dira que el tiempo, aquel implacable transformador, se habadetenido en los umbrales de esa morada, desalentado ante el rgido y aferrado gesto de tradicinque se albergaba bajo los techos chatos de la vieja casa solariega.

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    Las buenas seoras no podan ocultar la alegra que les produca el regreso del sobrinomimado de otros tiempos, y experimentaban un candoroso orgullo al exhibirlo en el crculo queformaba la improvisada tertulia.

    Doa Petrona, la ms animosa, era al parecer la encargada del manejo de la casa. Mujercorpulenta, de simptico rostro, solterona empedernida y beata impecable, constitua uno de lostantos baluartes de la rgida moral pueblerina. Despus de una juventud enteramente consagradaa defender la virtud propia y ajena, haba llegado a la vejez virgen y pura, sometida siempre alSanto temor de Dios y observando estrictamente los rgidos postulados de la religin, cuyasprcticas llenaban gran parte de su tiempo y de su vida. La ta Virginia, achacosa ya, era unaviejecita de blancos cabellos y mirada dulce, cuya existencia se deslizaba como una sombra enaquel casern ruinoso, a la vera de doa Petrona, cuyos arrestos como se ha dicho, todava lepermitan asumir la direccin de la casa y, cosa an ms difcil, cuidar la doncellez del batalln decunumis que tena a su servicio.

    Que traigan chicha... o prefieren caf? consult doa Petrona, esparciendo unamirada circular sobre los visitantes.

    Y luego, sin aguardar la respuesta orden a una de las criadas:A ver vos, jau... Manuela, tra chicha...Desde el zagun se escucharon pasos apresurados y pronto un nuevo personaje se

    incorpor al crculo, no sin antes abrazar efusivamente a Toledo mientras le deca con francoafecto:

    Hombre, cunto has tardado en decidirte a venir! Ya habamos perdido la esperanza deverte y acentuando la afirmacin con un ademn de reconvencin, aadi: Estoy seguro de que

    si no te obligan tus asuntos particulares, jams hubieras vuelto a la tierra...Toledo sonrea, alegre, al ver nuevamente a su amigo de la infancia, Alberto Chaves, con

    quien tambin fuera compaero en Buenos Aires y al que le unan vnculos sinceramentefraternales.

    Recibisteis mi ltima carta? le pregunt ofrecindole asiento a su lado. All teavisaba el da de S hombre; la recib. Aun cuando me la entregaron con mucho atraso, tuve elgustazo de saber que venas y bajando la voz, le desliz: Ojal la pases bien aqu y no teproporcionen mayores dolores de cabeza los arreglos que piensas hacer con don Juan.

    Durante la tertulia la chicha sabrosa y fresca, circul una y dos veces entre losconcurrentes que, despus de los cumplidos de estilo y de satisfacer su curiosidad con preguntasde la ndole ms variada, se retiraron casi en masa hasta dejar a las buenas tas solas encompaa del recin llegado y de Alberto Chaves a quien su amigo retuvo en el momento en quese despeda.

    Qudate un rato ms, le pidi cariosamente. Quiero que durante mi permanenciaaqu, estemos juntos todo el tiempo que tengas libre. Me servirs de cicerone, pues creo que lovoy a estar... y en serio...

    Chaves rea complacido exhibiendo su blanca dentadura que le a una expresin simpticade llana sinceridad.

    Todo lo que quieras... pero creo que ya es hora de que descanss. Yo s lo que sonesas jornadas a lomo de bestia cuando se ha perdido la costumbre de hacerlas eincorporndose y asentndole familiarmente la mano sobre el hombro, aadi:Maana vendr a verte y hablaremos largo, cosa que no podras soportar hoy... As pues que...hasta maana Carlos.

    Un fuerte abrazo fue la despedida de los amigos, y Toledo, despus de dar las buenasnoches a las tas que tambin comprendieron que el viajero necesitaba reposo, se dirigi a suhabitacin donde la fatiga le ech en la cama como un leo.

    * * *

    Muy temprano, abandon el lecho, inquieto por recorrer el pueblo; vido de vivir y recordardas pasados. El sol amarilleaba ya en lo alto de las paredes blancas calentndolas dbilmente,mientras las casas abran sus anchos portones, haciendo rechinar los viejos goznes enmohecidos.De rato en rato, en la calleja silenciosa se escuchaba el menudo taconear de las beatas queregresaban de la primera misa, cubiertas por sus mantones negros, y dejando tras s, como unaestela, un agrio olor de santidad. Las criaditas paliduchas, iban tras ellas, mansas como corderos,llevando sobre sus cabecitas dbiles, el descomunal reclinatorio, el aire se colaba a lo largo de loscorredores; y en las arenas hmedas por el roco, los carretones enterraban sus ruedas toscas y

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    crujientes, en tanto que el grito spero del carretero pona una nota tpica en el despertar delpueblo.

    Las calles se animaban por momentos.Toledo marchaba sin rumbo por las aceras enladrilladas que se tendan, como un largo

    pasillo rojo, bajo el ala amplia de los corredores. Quera respirar a bocanadas el aire de aquelambiente rstico y tranquilo, que llenaba su espritu de sensaciones ntimas saturadas de un vagoperfume de evocacin y aoranza.

    Con insistencia, desfilaban por su mente, los das de la infancia traviesa y de la juventuddespreocupada. Muchas cosas, cuyo aspecto no haba variado en tantos aos, le recordabanepisodios de su vida que ya tena casi olvidados. Alguna casa vieja, inquietaba su memoria,transportndole lejos, a los tiempos idos; y una reja negra, ancha, le traa enredadas entre susretorcidos arabescos, reminiscencias agridulces de alguna noche romntica de alguna serenataapasionada, junto a la ventana de aquella linda amiguita de antao... Y luego por asociacin seagolpaban en el recuerdo sus amigos, camaradas de precoz francachela, bullangueros ysoadores...

    Un incidente callejero, sin importancia, le sac de su abstraccin. Una mujer del campo,vociferaba contra un pilluelo que le haba robado unas naranjas del viejo carretn que conduca el.cargamento.

    Tra ac... bellaco ladrn chillaba a voz en cuello la enfurecida mujer.Y su compaera, una vieja desgreada, comentaba: -Si ser liso el cunumi!...El granuja se alejaba a grandes zancadas entre la risa de los curiosos gritando a su vez:

    Call vieja cotuda... Te vaj a mor por una naranja?... Toledo continu su caminoabrindose paso entre la gente que, en las aceras de la recoba, se aprestaba a iniciar sucomercio, Una turba de chiquillos desaliados merodeaban en torno a los puestos, lanzandomiradas ansiosas y dejando adivinar, en la viveza de sus ojos, la intencin de aprovechar el menordescuido de las recoberas. Los transentes ya circulaban en nmero apreciable. Haba all,formando un conjunto abigarrado, hombres y mujeres de la ciudad y del campo; peones quellevaban en los rostros curtidos, la plida huella de la terciana; criadas morenas, descalzas quemostraban la desnudez de una pierna dura y maciza, y que portaban alpanac de trenzada palmaque habran de llenar de provisiones. Sentados en los bordes de las aceras, pordioseros sucios,de carnes acorchadas, lucan descomunales bocios y esperaban pacientemente la pitanza quems tarde les brindara el desperdicio. En las calles, bueyes flacos que parecan sonmbulos,uncidos a carretones desvencijados y astillosos. Desde un caballejo famlico, un rapaz chillabacon voz destemplada, ofreciendounas botellas de leche, mugrientas, que amarradas del cuello,colgaban del apero viejo. En el umbral de un portn, en cuclillas, una vieja apergaminada

    mascullaba una letana, mientras lila pequeuela haraposa extenda la mano para pedir una pediruna limosna.

    Toledo dobl por una esquina y tom la direccin del barrio San Roque, para regresar a sualojamiento.

    En el silencio de la maana fresca y luminosa, se mezclaba el alegre martillear del yunqueen una fragua, con el melanclico tintn de las campanas claras, cristalinas y pausadas.

    A medida que avanzaba iba comprendiendo que una gran pobreza abata al pueblo. Lavestimenta de la gente, aun dentro de su pulcra limpieza, contrastaba con la de otros tiempos deprosperidad que l haba conocido; algunas casas mostraban sus fachadas descuidadas; losmuros descascarados denotaban la apretura o el abandono de sus moradores. Las tienduchas delas esquinas, regentadas por pacientes pulperas" que esperaban ansiosamente la llegada dealgn cliente, concretaban su comercio a unos cuantos maitos de cigarrillos, algunas docenas denaranjas esparcidas en el suelo y una que otra botella de aguardiente sobre un estante

    polvoriento. "Si hasta los caballos relucientes y gallardos de otrora, no eran como los de hoy:jamelgos mal alimentadosVolver a un pueblo, despus de muchos aos, es como leer nuevamente, en la edad

    madura, la novela que nos deleitara en la infancia. Una vaga sensacin de aoranza melanclica,nos aprisiona, cuando, al cabo de una larga ausencia, tornamos a pasear por las callejastranquilas y silenciosas y entramos en contacto con las cosas que nos vieron crecer.

    Toledo lleg a su alojamiento. Al entrar desde el zagun umbroso, oy una voz simpticade mujer que se acercaba tendindole los brazos cordialmente.

    Carlos!... Cmo has llegado? ... Ou cambiado ests!...El se detuvo un momento para recordar aquellas facciones familiares.Oh, ta Marica, cunto placer! respondi adelantando algunos pasos para tomarle las

    manos.

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    Era una vieja pariente a quien Toledo tena casi olvidada. Estos parientes pobres son losprimeros en visitar a los recin llegados. Humildes, casi ignorados, viven en los pueblos haciendoculto de la familia. Ellos se encargan de enaltecer las glorias del apellido; conocen como ningunola tradicin de la casa, los hechos notables de los abuelos; cuentan la belleza sin par de lasabuelas, su seorial aspecto, su virtud inmaculada; defienden con lealtad digna de mejor empleo,la reputacin de todos los allegados; llevan luto estricto por todos los que mueren y se desvelan,noches y noches, junto al lecho de los enfermos. Ellos siempre buscan la forma de ser tiles, y poreso, porque todos creen que esto constituye algo as como una contribucin obligada a la mayorgloria de la familia, pocas veces se reconoce el valor de su adhesin; rara vez se les toma encuenta y, generalmente, permanecen olvidados en los das de regocijo familiar a no ser que seles necesite para ayudar en la cocina o para encomendarles algn mandado.

    Doa Marica contemplaba a Toledo extasiada. Haba en su expresin esa candorosasimplicidad de las gentes de tierra adentro.

    Si yo te he tenido sentado en mis rodillas exclamaba la buena mujer, resistindose acreer que los aos hubieran operado la transformacin del nio en el hombronazo que tena frentea ella. Cmo pasa el tiempo. Si me parece que fue ayer cuando te fuiste. Cunto se hubieraalegrado la finada Manuela al ver a su hijo tan grande y tan lindo.

    Toledo la miraba con cario. La viejecita le traa sin quererlo una imagen de su madre aquien no pudo ya encontrar a su regreso. Haba en el rostro de aquella mujer la expresin de laconformidad sumisa ante las desventuras de la vida. Cada arruga, cada mechn de su cabellogris, la blancura de sus labios resecos que enmarcaban una boca desdentada, era una imagen de

    decadencia, un adis a la vida que se iba calladamente, como haba transcurrido para ella todo enel silencio de aquel barrio cuyas callejas soleadas tenan ese algo melanclico que vagaimpalpable sobre las sendas del jardn solitario.

    S; ta Marica, mamita siempre me escriba y en sus cartas haba como unpresentimiento triste de que nuestra separacin sera definitiva.

    Ella qued un momento pensativa; sus ojos opacos vagaron por quin sabe qu lejanas.As es respondi conformadamente, con un suspiro filosfico, todos nos vamos,

    cada da, cada mes, cada ao la familia se va achicando. Manuela, Pablo, tu padre, Carmen...Cada vez que se va alguno de ellos yo me siento ms sola, ms desamparada...

    Pero ta, esa es la ley de la vida: unos se van y otros vienen...S... s, as es... pero nosotros no nos acomodamos a ello sentenci la viejecita con

    aquella aguda y sutil tristeza con que algunas personas que viven del recuerdo de los seres y delas cosas idas, sienten el vaco que dejan los muertos en la vida calmosa de los pueblos.

    Siguieron hablando y recordando. Doa Mariquita era una crnica viviente y por ella supoToledo quienes faltaban ya en la familia; que su maestro, don David, ya ciego, viva en la miseriaen una casucha de extramuros; que Delia, aquella primita encantadora que fuera su compaera de

    juegos y quiz su primer cario, era hoy una seorona "llena de hijos"; que Adelaida, la hija dedoa Petronila, la ricacha del pueblo, se habajuido con un brasileo y nunca jams se supo deella.

    Cuando doa Marica se despidi prometindole repetir la visita con frecuencia, Toledoentorn la puerta de su habitacin y se recost en la blanca y fresca hamaca que atirantada deunas argollas, cruzaba la sala en diagonal.

    Decididamente este primer paseo por el pueblo le haba dejado una sensacin extraa,algo as como el penoso desencanto de su deleite insatisfecho. Aparte de la natural emocinexperimentada al ver nuevamente los lugares donde haba transcurrido su infancia, y que laimaginacin a la distancia, haba significado tanto, no sinti al recorrer el pueblo y ya sobre el

    terreno, esa honda vibracin que en el recuerdo acicateaba sus ansias de volver. Su espritu no seconmova ya ante la rstica belleza de la ciudad colonial con cuyo cielo puro y sol incomparablehaba soado tantas veces en la frialdad gris de la gran ciudad. Le oprima ahora esa falta deanimacin que haba notado en las calles que se le antojaban tristes y vacas. Quiz la prolongadaausencia le haba descentrado de aquel medio y seguramente ya no le sera posible habituarse ala quietud pueblerina de su tierra. Sin duda la urbe le haba conquistado y era el contraste de lomonumental lo que haba empequeecido la bella imagen del terruo tantas veces aorado.

    No haba cumplido todava los 18 aos cuando sus padres le enviaron a estudiar a BuenosAires; la universidad primero y la lucha por la vida despus, fueron ganando su espritu a lamodalidad de la ciudad monumental que absorbe los caracteres ms templados y los modela enaquella existencia vertiginosa al margen de la cual nadie puede quedar sin ser arrollado. Carlosera hijo de Venancio Toledo, un cruceo de pura cepa, que luch denodadamente durante los

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    primeros arios del Beni para ganarse una fortunita que le permitiera poner a cubierto los cercanosdas de su vejez y, ms que nada, costear la educacin de su hijo nico, a quien con doaManuela, su abnegada compaera, consideraban la principal finalidad de sus vidas. Desdepequeo, Carlos tena gran disposicin para las matemticas y mucha aficin al dibujo, por lo quesus buenos padres pensaron que podran hacer de l un gran ingeniero que construyera grandespuentes, largos caminos y levantara bellos edificios, para reemplazar las "taperas que hoy servande vivienda en la ciudad". En la universidad Toledo fue un alumno discreto, y consciente delsacrificio que hacan los viejos por su educacin, se aplicaba y venca los cursos normalmente.

    En un comienzo el ambiente de la gran ciudad le aturda; aquel movimiento incesante, elruido estrepitoso de la vida, el ir y venir de los vehculos, la fra indiferencia de la gente, todo eratan opuesto a la tranquila y apacible vida de su pueblo, donde siempre tuvo la sensacin dehallarse en un gran hogar, junto a una grande y nica familia. Aoraba de Santa Cruz la sencillezhogarea, la libertad rstica de aquel ambiente simple sin estiradas normas; la llaneza hospitalariade las gentes; recordaba la tierna belleza de aquella pequea novia que prometi esperarle; eldulce cario de la madre, renovado en largas cartas que lea con avidez y que le traan noticias delpueblo, recuerdos de los amigos y consejos del padre. All lejos del terruo sinti ms hondo elcario por su tierra en una explicable reaccin contra la inminente absorcin de la urbe. AlbertoChaves, alumno de veterinaria, fue su compaero durante el tiempo en que estuvo tambinestudiando. Muchas veces se juntaban en la habitacin de Toledo para recordar Santa Cruz y suscosas y ambos soaban en terminar cuanto antes para regresar a la tierra incomparable y gozar,ahora que haba estado lejos de ella, de todas las cosas que formaban el encanto de la vida enaquel paraje para ellos insustituible. Cuando Chaves parti para Santa Cruz, Toledo entristecido le

    abraz con envidia y qued ms slo que nunca en aquella enorme ciudad que se la imaginabacomo inmenso monstruo de cuerpo de cemento con alma de acero.

    Sus recursos no eran abundantes pero le permitan vivir, decorosamente, en una pensinde la calle Tucumn, donde tambin moraban algunos compaeros de aulas, provincianos, quedaban a aquel alojamiento un amable ambiente de camaradera. Mientras vivi don Venancio yan durante el tiempo en que le sobrevivi doa Manuela, que fue muy corto, el estudiante recibapuntualmente la remesa mensual que se le haca, desde Santa Cruz, para sus gastos de vivienday estudios. Pero un da de esos el dinero no lleg y Ios telegramas y las cartas angustiosamentedirigidos a don Juan Bravo, el albacea dejado por sus padres, no tuvieron respuesta. Ms tardeChaves le escribi dicindole que las cuentas haban quedado muy embrolladas y que leaconsejaba venir a Santa Cruz para tratar de salvar algo de aquellos bienes. Fue un grancontratiempo para Toledo esta noticia. Le faltaban an dos aos para terminar su carrera, y la vidaen Buenos Aires, sin dinero, era de lucha dura y de resultados problemticos; no obstante logr un

    empleo como dibujante en una empresa constructora Y merced a eso pudo, a duras penas,terminar sus estudios del curso comenzado y, aprovechando las vacaciones, viaj a Santa Cruz,dejando pendiente el ltimo arlo que vencera a su regreso, una vez arreglados sus asuntos y conrecursos propios, pues la empresa constructora se haba presentado en quiebra y l quedaba ensituacin de buscar trabajo nuevamente.

    Toledo cambi de postura, cruz las manos bajo la nuca y fij los ojos en el techo lleno demanchones grandes; oscuras huellas que las goteras haban dejado all como grfica advertencia.

    Ahora se encontraba en Santa Cruz; nada haba cambiado la faz exterior del pueblo; las mismasconstrucciones coloniales de enormes patios cuadrados, centenarias y ruinosas; uniformes hastala semejanza exacta. No se haba reemplazado tampoco el estilo en las contadsimas casasnuevas levantadas en los ltimos aos. Pens que quizs l podra volver algn da, cuando elprogreso llegara a esta tierra fecunda con mpetus de transformacin avasalladora, y trabajartambin en la gran empresa que como cruceo se crea obligado a anhelar: la de convertir elrstico pueblo colonial en una ciudad moderna, populosa y confortable... Pero para eso faltabamucho tiempo todava; entretanto haba que recibirse y luchar por una posicin en la gran urbe,donde contaba con algunas vinculaciones que quizs le allanaran el camino.

    Un viejo reloj daba la hora en once campanadas sordas. Alguien golpe tmidamente. Adelante...quin es?..La puerta se abri sigilosamente y apareci una criadita de rostro agraciado que, con

    expresin huraa, baja la cabeza y los ojos esquivos, permaneca como indecisa sin atreverse afranquear el umbral:

    Manda decir mamita que venga a almorzar.Era casi una adolescente, pero ya las carnes duras retobadas marcaban en su cuerpo

    redondeces de mujer. Los pechos firmes y pequeos se adivinaban libres y enhiestos, apenascubiertos por la blanca y ajustada blusilla de tocuyo.

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    Toledo la envolvi en una mirada y, como una rfaga, pas junto a l una turbia sensacinde deseo.

    Cmo te llamas? -la pregunt.-Isolina respondi la muchacha brevemente, ruborizndose. El se levant y sali tras

    ella.La mesa se hallaba tendida en un rincn del patio fresco y sombreado. Sobre el mantel de

    pulcra blancura, en la ancha fuente de plata, humeaba el locro criollo incitante y apetitoso.

    II

    Se incorpor en la cama desperezndose con un bostezo. El calor era sofocante; hmedoy pesado el aire. Un hilo de luz cortaba la penumbra de la habitacin, tras cuyas ventanas detablones mal unidos, por colarse la claridad que ya brillaba en la calle intensamente.

    Haba pasado buena parte de la noche con Isolina. La linda criadita cedi sin mayoresfuerzo a los requerimientos de Toledo, que no pudo dominar el deseo, tanto ms imperiosocuanto prolongada haba sido la abstinencia. En el lecho donde ella lleg temblorosa, burlando lasevera vigilancia de doa Petrona, en esa noche tibia, en aquella sala grande apenas alumbrada,desprovista de galas, donde las sombras se proyectaban difusas en las mona- cales paredesenjalbegadas, Toledo haba experimentado, ms que pasin, ternura por aquella chicuela decarnes apretadas, bruidas como el bronce. Venci su timidez franquendole una conversacinafectuosa. As supo que, no obstante sus pocos aos, haba cado ya, haca algn tiempo, enbrazos del nio Luis, uno de los tantos hijos de familia que rondan por todos los barrios en busca

    de las tempranas brevas. La narracin del hecho fue sencilla. Cay porque el nio Luis lecuadraba. Y se entregaba a Toledo por la misma razn. Ambos le haban gustado mucho, "eranmuy simpticos". Toledo comprendi que en esta prostitucin de afectos no haba nada deperverso. La chica se prodigaba en el acto carnal, con la misma naturalidad con que hubierallenado cualquier acto fisiolgico y pens que quizs el alma de aquella cambita ingenua,pudorosa en el preludio, silenciosa y quieta en el espasmo, sin ms expresin de ardor que lasuave piel afiebrada, sin ms arte que su ternura ni ms gala que la magnfica dureza de suscarnes morenas, conservaba intacta su pureza de nia.

    Haba en su rostro agraciado esa expresin que imprime la alegra de vivir en los climastropicales, y sobre su tez lozana una limpia frescura que la haca atrayente y deseable. Toledo, altomarla, cedi al capricho del deseo, pasajero cuando se sacia, pero no crey nunca encontrar enesa al mita simple tanto caudal de dulzura en su paradojal y candorosa ofrenda de amor.

    Siempre haba odo hablar, quizs con incosciente indiferencia, "de la facilidad liviana de

    aquellas mujeres que en las casas de familia dan el tributo de su doncellez a los nios y an a lospatrones, como quien reedita aquel medieval derecho de pernada, brutal y profanador privilegio deseores absolutos. Pens que quizs en los resabios de aquel sometimiento esclavizante que lacivilizacin haba confinado a los oscuros rincones de la barbarie, podra hallarse la explicacin deaquella naturalidad con que estas mujercitas otorgaban sus favores, sin ms antecedentes que lasugestin del requerimiento ni ms aliciente que la admirativa simpata que experimentaba por elamo.

    Se levant de la cama y abri los postigos. Por la ventana entr la luz a raudales. Lamaana clara y ardiente presagiaba un da canicular.

    No haba terminado de vestirse cuando lleg Chaves. Toledo que vea pasar los das sinque don Juan Bravo le visitara para darle cuenta de sus asuntos, haba encomendado a su amigola misin de procurar una entrevista a fin de arribar a un acuerdo.

    Busqu a Bravo pero no estaba en su casa dijo Chaves tomando asiento mientras se

    abanicaba con el sombrero. Se fue al campo y dej dicho que regresara el martes en lamaana.Toledo no pudo disimular un gesto de impaciencia. Le molestaba la actitud de don Juan y

    la interpretaba como un propsito de eludir la rendicin de cuentas que le pedira.Parece que Bravo no tiene mucho apuro en este asunto, subray con soma. iA ver

    con qu me sale!...Chaves hizo un ademn afirmativo y, entre burlesco y serio, sentenci a su amigo:Ya te lo dije: con este asunto tendrs ms de un dolor de cabeza. Don Juan Bravo es un

    buen hombre, pero un mal administrador para lo suyo y para lo ajeno. Ojal puedas salvar algo!

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    Pero si es lo que quiero acentu Toledo con disgusto, y lo que ms me molesta esque pasa el tiempo y ni siquiera comenzamos a tratar el asunto Crees que podremos ver al viejoel martes mismo?

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    De eso te respondo yo asegur Chaves. He tomado ya mis medios Y veremos a donJuan quieras que no. Ahora tenemos que pensar en qu empleamos el tiempo, pues con el calorque hace no creo que te conformes a quedarte aqu metido en la habitacin.

    Toledo senta sin duda el tedio que trae la vida calmada en los pueblos pero, preocupado ymalhumorado, no se hallaba en disposicin de salir en busca de distracciones. Deseaba quedarsetranquilo un momento para revisar algunos papeles y ordenar algunos apuntes que formaran partede su tesis universitaria. As se lo dijo a su amigo con nimo de hacerle desistir de sus propsitos,pero Chaves insisti tomando las cosas a broma.

    Dejate de papeles hombre, que bastante tiempo tendrs despus para revolverlosmientras arregls tus asuntos. Aqu todo marcha a paso de peta, y a ese paso lento tambin hayque marchar...

    Encendi un cigarrillo y notando que ganaba terreno en el nimo de Toledo continu:Si te queds aqu encerrado te vas a cocinar y no vas a ganar nada. Mir yo voy de ida

    al Palmar, vamos juntos. All nos baamos y de paso vamos al chivo de los Mendes que ser concumpleaos y baile.

    Y dndole una palmada en el hombro le dijo con autoridad afectuosa:Hac traer tu mula, hombre... que yo voy por mi caballo.

    * * *

    El Palmar es un paraje admirable cercano a Santa Cruz. Una pampa ancha y verde

    cruzada por un alegre riacho de aguas cristalinas que caracolea rumoroso sobre un lecho de arenay cantos. En el fondo lejano, bajo un cielo gloriosamente azul, abrillantados por el sol, se levantanlos mdanos que el viento amontona en una labor paciente de siglos. Las casitas muy pequeas,con sus techos bajos de motac, estn esparcidas al acaso sin guardar lneas ni formar calles,dando al paisaje una ex- presin alegre de nacimiento de nio Jess. Una que otra garza blancase posa con suavidad despus de blando vuelo y hunde sus patas, largas y amarillas, en lasaguadas pobladas de sartenejas. De trecho en trecho, rumia una vaca o se detiene un caballopensativo. Por la huella arenosa, que parece un gran rasguo sobre el verdor de la pampa, losbueyes pachorrientos arrastran lentamente una vieja carreta, cuyos ejes crujen con chirrido agudoturbando, por instantes, la gran calma que se extiende sobre aquel inmenso escenario. Ji... ji... uzagrita el carretero viejo y curtido mientras deja caer el ltigo sobre los flancos huesosos de lasyuntas.

    El Palmar es el lugar veraniego de las familias cruceas. All huyendo de los calores

    sofocantes del verano salen del pueblo para librarse, en la pampa, de la opresin de la arboledaque, como un collar macizo, circunda la ciudad. All las mujeres dejan el calzado para recorrer lapampa y saltar los cristalinos charcos que guardan la frescura de la grama o corren al ro parahundir sus cuerpos en la bendicin del agua, soltando sus negras cabelleras a la cariciapermanente de la brisa. Pero no es slo ese el atractivo particular de aquel paraje. En las blancasy limpias casitas, viven los palmareos y moran las palmareas, que forman algo as como unagran familia, cuyas peculiaridades se circunscriben al rancho y no rebalsan de sus reducidoslmites. El palmareo es gran jinete, buen cantor y hombre corajudo; la palmarea linda mujer,guapa para el trabajo, tierna para el amor. De sus ojos negros, se escapan destellos de pasin; sucuerpo se cimbra en el baile ondulante, provocativo y sensual como su mirada y como su sonrisa.Hay algo de gitano en aquellas mujeres de tez plida y de fresca risa rumorosa y algo de torerosen aquellos hombres guapos, impetuosos de pechos anchos y brazos musculosos.

    Aquella tarde el tradicional juego del chivo serva de pretexto para celebrar el cumpleaos

    de una de las mozas ms garridas de la comarca. Se llamaba Mireya Mendes y era alta, bienplantada, garbosa, con ese garbo de hembra sana y ese plante de mujer linda. Ojos negros ygarzos acariciantes y labios carnosos, entreabiertos, como propicios al beso pecaminoso. De laciudad muchos haban viajado al Palmar en pos de sus favores, pero la moza era dura de pelar,coqueta y ambiciosa.

    Los Mendes eran pobladores antiguos de El Palmar. Generaciones enteras haban nacidoy crecido bajo el techo de motac que cubra con su cabellera pajiza aquella casita blanca yalargada, y que pareca una garza posada mansamente sobre la pampa verde. Hombres rudos,valientes, capaces de jugarse por una mujer o por un amigo; hembras famosas por rstica belleza,haban dado prestigio a esa familia campesina en aquel plcido rincn cruceo. Muchos varoneshaban muerto con el cuchillo en la mano en algn encuentro borrascoso y muchas mujeres,

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    voluntariosas y soberbias, haban volado del nido en ancas de un lustroso corcel, amorosamenteapoyadas a la espalda de algn jinetepueblero, cantor rangoso Y guitarrero.

    Formaba esta familia numerosa y unida, algo as como la aristocracia del lugar yobservaba cierto rango en su natural hospitalidad franca y campechana, como cuadraba a lastradicionales caractersticas del campesino cruceo.

    Se les estimaba mucho en los contornos y se deca hidalgamente, por aquellos pagos, queninguna de las Mendes haba sido fea y ninguno de los Mendes, maula; blasones ms quesuficientes para acrecentar el prestigio de aquel nombre.

    En gran tropel llegaron los jinetes que deban tomar parte en aquel juego brbaro yarriesgado. Pasaban de cincuenta y eran todos mozos fuertes de rostros tostados por el sol de loscaminos y el aire libre de la pampa. Vestan como generalmente viste el hombre de campocruceo; blanco pantaln de basta tela, en algunos ajustado a la pierna por una corta polaina debaqueta, camisa de tocuyo y un pauelo de color al cuello; en el pie, descalzo, para afirmarsemejor al estriba, la espuela roncadora lista siempre a hincarse en el flanco sudoroso del pequeocaballito criollo, fuerte e impetuoso como su antecesor el rabe, lustroso a fuer de estima, einquieto por largarse a correr sobre el inmenso plano de la pampa.

    El mujero apiado cerca de las tapias de la iglesia, en la plazoleta desmantelada, mirabaa los mozos en cuyas figuras apuestas muchas hembras encarnaban a su hroe y otrasambicionaban a su hombre.

    El chivo, maniatado en el suelo, sacuda desesperadamente las patitas tratando deliberarse de las ligaduras que las cean. Eran stas dos largas lonjas de cuero crudo, de cuyosextremos deban forcejear luego los jinetes para arrebatarse el trofeo.

    Un vocero ensordecedor se levant cuando se dio la seal para comenzar el juego.Que salga Toms primero gritaron algunos.

    Hubo aprobacin general y del otro bando alguien propuso como coteja a ModestoHurtado, diestro jinete y hbil en la gambeta, que es la defensa lgica del chivo.

    Ambos eran hombres bien plantados y se hallaban como pegados a la cabalgaduraformando, con ella, una misma cosa. Cada uno cogi el extremo de una guasca y, envolvindolaen la mano derecha, la arrim al costado preparndose a recibir el formidable tirn con que, alpartir en sentido opuesto, tratara su rival de arrebatarle el chivo.

    En el rostro de los espectadores se notaba una ansiosa expresin de espera y en losjinetes nerviosidad e impaciencia por salir tras el afortunado que lograra cargar el trofeo.

    Toms se acomod, mir con ojos retadores a su contrincante y, como una prevencin, legrit:

    HuryI tado afirmndose, a la espera del cimbrn, respondi sin apartar la vista de su rival: .-Ya!Al mismo tiempo, como relmpagos, arrancaron en direccin: contraria. Apenas se oy el

    leve gemido del cabrito y las lonjas se estiraron a reventar.Ah va Toms, con el chivo al anca, gritaron sus parciales, mientras que, repuesto del

    encontrn, el jinete parta veloz, perseguido por el confuso tropel, donde los caballos ora sejuntaban ora se separaban, entre saltos salvajes y pechadas brutales. Algunos jinetes rodaron enla pampa, pero incorporndose en un salto felino, se colocaron nuevamente sobre lascabalgaduras y, en desesperada carrera, se iban aproximando al grupo. Gritos de entusiasmo porun lado, interjecciones tajantes por otro, formaban un descomunal bullicio entre los concurrentes,excitados por las alter- nativas del juego.

    No haban corrido doscientas varas cuando Hurtado logr aproximarse al caballo deToms y, en una prueba arriesgada de acrobacia, cogi la punta de la lonja, y asegurndola

    fuertemente, ray su caballo en seco. El tirn fue bestial y Toms, desmontado, cay a tierra comouna bolsa, mientras su caballo, espantado, se largaba a galopar enloquecido.

    Como un rugido cruz sobre la pampa el clamor de la multitud. En los rostros se reflejabael ansia y, en la algazara, el empuje que queran infundir a sus parciales.

    Metele Coloreta... le gritaban al jinete que ms se aproximaba a Hurtado.Ah!...Hurtado, macho...No hay quien le quite el chivo comentaban los partidarios,

    convencidos. Tuava no se acabado el juego replicaban otros, esperanzados.Agurdense aun,que la pampa es larga...

    Contra Hurtado carg el tropel. Muchos se destacaron del grupo pretendiendo alcanzarlepara arrebatarle la presa, pero el jinete ducho y listo en el gambeteo, defraudaba las intencionesde sus contrincantes. Largo tiempo estuvieron corriendo tras l, acosndolo para cansarlo.

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    Hurtado se daba cuenta del juego que le venan haciendo y presto, como una luz, concibi ladefensa. Dej acercarse a la tropa que, como un maln, se le vena encima al son de una griterainfernal; gran jinete, corajudo hasta la temeridad, vido de triunfar a los ojos de la prenda, quisodefinir ah mismo la partida. De un slo tirn revolvi el caballo, y lo plant casi frente a los hocicos

    jadeantes; luego hinc la espuela. El bruto parti bravo, atropell por el medio al pelotn y locruz como un hondazo, raspando los flancos sudorosos y dejando, tras s, un entrevero confusode revolcones, alaridos y juramentos, entre el bronco rumor de los cascos en el suelo.

    El clamoreo se levant ensordecedor entre los espectadores al notar la audaz maniobra deHurtado y muchos, en el paroxismo del entusiasmo, Y arrojaban en alto los sombreros o agitaban,al aire, los grandes pauelos de colores.

    Mientras los contrincantes, perplejos, se reponan de la confusin causada en sus filas,Hurtado, ya separado de ellos por apreciable distancia, al trote gallardo del colorao sudoroso, llevel trofeo hasta la puerta del rancho de los Mendes y, plido pero sonriente, arroj a los pies deMireya el cuerpo inerte del cabrito, como triunfal presente que el coraje temerario ofrendaba a labelleza de la mujer codiciada.

    La hembra, envanecida, premi al ganador con una sonrisa llena de promesas; porqueHurtado era el hombre que ella prefera, por gallardo, por hombre y por valiente.

    Toledo y Chaves haban seguido de lejos las peripecias del juego, sentados junto al alerode los Mendes, a cuya casa llegaron invitados por el dueo.

    Ya casi me haba olvidado de esto dijo a Chaves Toledo, mirando compasivamenteque sangraba la arena reseca.Esto es sencillamente brbaro

    Chaves le susurr al odo:

    Que no te oiganAcaso no es verdad? replic Toledo, amoscado.Puede ser acept Chaves, conciliador pero esta gente se divierte con estas cosas y

    hay que dejarla con sus costumbres que, al fin son tradicin y dan fisonoma a los pueblosPero a qu conduce esto? Qu finalidad representa como diversin?Es una

    crueldad sin justificativo alguno!No cres hombre no cres subray Chaves convencido El chivo no es,

    nicamente, un espectculo vulgar y sanguinario como vos te lo figurs; es una escuela de corajey hombra, porque el jinete se juega aqu el pellejo, no es hbil y fuerte. Cuntos se handesnucado sobre esta pampa tras la quimera de triunfar a los ojos de una mujer o a las ms delas veces, por el solo orgullo de realizar una hazaa! Se dira que este juego, es, para nuestroshombres, algo as como un boquete por donde dejan escapar un hilacha de lo mucho que, deromntico y aventurero, lleva el cruceo escondido en el alma

    Toledo le mir fijamente; pareca sorprendido de or hablar as a Chaves. Luego mene lacabeza pensativo, como si no aceptar las ideas de su amigo y, alargando la mano, tom el vasoque el viejo Mendes le ofreca para brindar por la garrida moza cuyo cumpleaos celebraron conaquella fiesta.

    III

    Todos los participantes en el juego del chivo, los vecinos y compadres, y muchasrelaciones llegadas del pueblo y los contornos, se quedaron el rancho de los Mendes, queresultaba estrecho para albergar tanta gente. En la sala, las bancas rsticas arrimadas contra lasparedes, estaban totalmente ocupadas por las mujeres y algunos convidados de importancia; losque sobraban, que eran muchos, buscaron acomodo en las dependencias contiguas y, no pocos,hubieron de quedar fuera, bajo los aleros donde, desde temprano, los curiosos, en su mayora

    chiquillos se haban posesionado de los lugares ms estratgicos y observaban desde all, comoembobados, el espectculo que ofreca la fiesta. Bajo la luz de las lmparas de gasolina que,colgadas de la viga cumbrera, esparcan una blanca claridad incandescente, cobraba ms brillo lamulticolor vestimenta de las mozas, se destacaba ms la tersura de sus mejillas frescas y setornaba ms intenso el fulgor de sus ojos vivos. Los mozos, desde los rincones, las miraban por lobajo, cautelosamente, ansindolas como a maduras frutas tentadoras. Los vasos de aguardientecirculaban de boca en boca y el entusiasmo suba de tono. En un ngulo, los msicos templabancalmosos sus guitarras, y las bordonas mezclaban, sin armona, sus voces gangosas con lasnoches altas y cristalinas de las primas, en borrosos rasgueos preliminares.

    Don Luciano Mendes atenda a los convidados haciendo verdadero derroche de galanteraflorida para las damas y cordialidad para los hombres. Esta fiesta haba constituido para l durantemucho tiempo, el centro de sus preocupaciones permanentes. La ofreca ese ao a sus amistades

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    con el pretexto de celebrar el cumpleaos de su hija Mireya, pero en el fondo slo haba en todoesto el deseo de satisfacer una de sus ms ntimas vanidades. La inmensa pampa de El Palmarda cabida a algunas subdivisiones que, a su vez, llevan el nombre de las familias preponderantesdel lugar. Junto a El Palmar de los Mendes, est El Palmar de los Virueces y ms all el de losSurez el de los Melgar y otros. Cada Palmar tiene sus glorias y su tradicin, y estas glorias ytradiciones se cuidan celosamente por los vecinos importantes, cuyo nombre bautiza la fresca yverde porcin de campo sobre la que se asienta el rancho. Si las vacas paren ms terneros en elPalmar de los Mendes, si los potreros tiene mejores donde los Melgares o si los puebleros lesgusta ms pasar los das calurosos en el Palmar de los Suares, son estos motivos de solapadarivalidad entre los pobladores de El Palmar; pero si esta diferencia se acenta en materia dechivos y de bailes, ah la cosa toma otro cariz y la gente echa el resto para conservar en alto losprestigios del rancho.

    Los Virueceshaban dado no haca mucho tiempo una fiesta que hizo poca en los analespalmareos. Fue algo extraordinario que proporcion crnica a los contornos durante varios das.Hasta ese momento nadie haba eclipsado el rango de los Mendes en ese terreno. Eran patrimoniode ese rancho las bellezas ms celebradas del lugar y la simpata y el desprendimiento de losdueos de casa; circunstancia ms que suficiente para hacer de sus fiestas, las ms alegres yconcurridas de la comarca.

    El bueno de don Luciano qued, pues, con la espina en el ojo despus de la fiesta de losVirueces y como hombre que no se deja pisar el poncho as noms, le dijo a su compaera:

    Geno Ubaldina, aqu hay que tirar la casa ajuera... de no, no va haber quin losaguante a los Virueces...

    Todo se prepar con esmero. Se busc a los mejores guitarreros, se trajo desde SantaCruz el jumechi; se prepar una leche de tigre brava, para el mujerero, se sacrific la mejormamona, una rosilla guacha que don Luciano haba criado a plan de leche y luego se invit a lagente por carretadas.

    Don Luciano estaba visiblemente satisfecho del resultado que haban obtenido susdesvelos y una permanente sonrisa se le escapaba de los ojos bonachones.

    -Un traguito, dotor dijo a Toledo, acercndole el vaso goteantede bebida. Yo conoca su padre, el finao don Venancio... Hombre lindazo... saba venir por ac pa' la fiesta de San

    Antonio. Lo estoy viendo montao en su tordillo grande, bien aperao; porque el finao era de acaballo. Le gustaba el chivo... y tambin las genas mozas...

    Y mirando a Chaves agreg, echndose a reir con esa risa pi- carezca con que laingenuidad de las almas simples subraya sus vivezas:

    como a todos, no?, don Alberto... . !

    Desde las bancas se levantaba el rumor de la tertulia, y una que t otra voz alta marcaba elritmo que ya estaba imponiendo la bebida.

    Hasta ese momento no haba comenzado el baile. Las mujeres, sentadas, inmviles comosi temieran que un gesto cualquiera les fuera a arrugar la ropa, permanecan all inanimadas comoatornilladas al asiento. Los hombres, beban trago tras trago y comenzaban a elevar la voz, comopara infundirse coraje. Las guitarras rasguearon y desenterraron las cadencias de un viejo valse.

    A bailar, jvenes... a bailar grit don Luciano incorporndose de su asiento. A vervos, Andrs, y vos, Pablo, y vos, Heraclio... Pero que el hombre, o se han creio que estn en unvelorio? ...

    Ante la intimacin de don Luciano, los hombres que entropaos se sentan ms valientes,se abalanzaron sobre las mozas como una horda. El que pudo cogi su pareja y se lanz con ellaal centro. Comenz la danza como un torbellino de vueltas y revueltas, frentico e interminable,porque ni los msicos ni los bailarines tenan nocin del tiempo. Llevaban a sus parejas cogidas

    por la cintura, bastante alejadas, pa conservar la libertad de mover las tabas, Y marcaban elcomps de los brazos extendidos como aspas igual que si estuvieran bombeando agua. No sedirigan la palabra; en su silencio haba la expresin desconfiada del que ejecuta algo que no estacostumbrado a practicar con frecuencia. En el suelo sin baldosas, los tacazos arrancabansonidos cavernosos levantando una tenue nubecilla de polvo que trepaba blandamente por lasgruesas pantorrillas de las bailadoras.

    Termin el valse heroicamente, con los rudos golpes de todo el encordado, en tressonoros acordes finales, y los hombres, secndose diligentes el sudor del cuello y de la cara,dejaron sus parejas en los asientos y se quedaron all, nuevamente como atornillas a la banca,dignas y mudas.

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    Una nueva ronda de aguardiente circul, quemante, entre la concurrencia. Los hombresvaciaban los vasos en un solo trago, como si alguien viniera atrs apurndolos; las mujeres, por elcontrario, beban a pequeos sorbos, engaado tras el pauelo que pronto se converta, en susmanos, en una masa hmeda, informe y compacta.

    Barajo que est juerte deca una vieja limpindose la boca desdentada con el revsde la mano huesuda.

    Esto no es naa comparao con el que dieron donde los Virueces afirm la vecina queseguramente era de aquellos laos. Era! un resacao que pareca de cuarenta...

    Pa' qu tan juerte... coment otra eso ej pa' quemarse laj entraa...Y entre muecas y comentarios, todas bebieron hasta el fin.

    En un rincn apartado, Hurtado hablaba quedamente con Mireya. La linda, palmarea noocultaba su simpata. por aquel hombre y de nada valla, para ella, la reflexin de don Luciano y laoposicin' de la madre, que miraban aquellos amores con muy malos ojos. As, mujeriego y todo,lo quera y lo prefera a Santos, aquel mozo rudo y grandote que la miraba encandilado desde unextremo de la sala. Mireya era mujer voluntariosa envanecida porque se saba linda, indcil, conesa indocilidad de la sangre moza y ardiente y con esa impetuosidad que infunde la vida libre delos campos. No se hallaba dispuesta a acatar en forma alguna las imposiciones de sus padres eneste aspecto. Hurtado lo saba y saba tambin la influencia que ejerca en ella su prestigiodonjuanesco. Era moreno, alto y fornido. En alguna trenzada le dejaron un barbijo que le cruzabala cara y le daba una expresin sugestiva de bravo; presuma de rangoso y de afortunado con lasmujeres. Su andar era jactancioso y su mirar desafiante; y sus ademanes, sus gestos y todo en l,denotaban al pendenciero, siempre listo a la ria por el menor motivo. Mozo que haba pasado la

    vida jugando con las mujeres y gozando de ellas para largarlas despus, conoca todas laspequeas triquiuelas que las hacen caer y que las ciegan hasta perderse por un hombre...Los guitarreros atacaron, briosamente, una polca que tena compases de sncope y la

    mozada, vencida la timidez del primer baile, sali al centro de la sala nuevamente. Hurtadobailaba con! Mireya y su brazo robusto cimbraba el talle de la hembra que, a cada vuelta, ceasobre su cuerpo la liviana tela de sus vestiduras. El busto echado hacia atrs, provocantes loserguidos pechos, hmedos los ojos morunos, miraba al macho y le sonrea, contrada la bocafresca en rojo gesto de soberbia y de pasin, como ofrecindole la gloria de su carne, en unvoluntario abandono de hembra caprichosa.

    Chaves dio un leve codazo a su amigo que, en ese momento, devolva un vaso despusde beber.

    Linda hembra, no? Cul?..Mireya...Toledo la mir. Ella pasaba junto a ellos bailando y adivin de quien hablaban. Al alejarse,

    por sobre el hombro de su compaero, mir a su vez a Toledo, fijamente. Toledo era un tipo dehombre varonil. De aquella estirpe de hombres que siempre despiertan inters en las mujeres. Latez mate, como dorada al sol, los ojos profundos, la boca breve bajo el delgado bigote negro, elmentn firme; bien plantado y vestido sin ostentosa elegancia, tena en sus maneras algo deseorial y rudo que a la vez daba mayor prestancia a su figura.

    S... es una buena hembra respondi indiferente, lo malo es que su compaero latiene acaparada y no la larga...

    Seguramente la est cuidando... Fjate cmo la mira Santos Menacho que, segn dicen,es el segundo en discordia... No me extraara que esta noche, el baile se anime con una broncade proporciones.

    Tras la polca vino un tango quejumbroso y luego una mazurca y nuevamente un vals. Lasparejas pasaban como un torbellino de percal, dejando tras s una estela de perfume barato. De

    los grupos partan carcajadas sonoras, interjecciones gruesas y gritos destemplados. El alcoholtornaba alegres a los tristes y tristes a los alegres. Un ebrio lloraba amargamente apoyado junto almarco de la puerta, contando, entre hipos, la confusa historia de unos amores contrados. Decuando en cuando, sigilosamente, sala una moza y despus un mozo a tomar el fresco. Yentonces, bajo el profundo azul del cielo estrellado, la pareja jadeante, converta la pampasilenciosa, en un inmenso tlamo improvisado...

    Chaves, que ya haba apurado algunos sorbos, bailaba alegremente con unas y con otras.En un intervalo se acerc a Toledo que, por tercera vez y en esa misma noche, reciba lasconfidencias ntimas de don Luciano.

    Entusismate, hombre le deca entre alegre y burln, ests ms fnebre que unsumurucucu...

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    Don Luciano, ya casi borracho y no dispuesto a perder la presa, dijo a Chaves con vozgangosa:

    Djemelo aqu no maj al dotor tranquilo, est pajlando conmigo. Le estoy contandocosas que a nadie he contao...

    Era sta una de las temibles debilidades de don Luciano. Tan luego como las copashacan su efecto, se le despertaba la imperiosa necesidad de contar su vida en los ms ntimosdetalles. All salan a bailar, dona Balbina, que ya slo era una vieja pa' nada y renegona, las treshijas que sejuyeron una despus de otra en menos de dos anos, sus celos con los Virueces, losMelgares y los Surez y otras lindezas por el estilo. Esa noche le toc a Toledo a quien al decir deun chusco lo tena como piyu contra el cerco.

    En ese momento comenz el rasgueo de una guitarra, y una voz varonil se elev vibrantey clara:

    "Si un imposible me matapor un imposible muero;imposible es alcanzarel imposible que quiero..."

    Era Santos Menacho a quien alguien haba pedido que le cante. El mozo no se hizo derogar y enton las viejas estrofas que decan de amores quimricos, de dolor y de pasincontenida. La guitarra bajeaba sonora en la pausa, mientras el cantor, compungido, observabacon ansiosa interrogante a la mujer que amaba. Mireya, cuchicheante miraba a Hurtado con ojosmaliciosos sin reparar, al parecer, en Santos. El senta que la guitarra le temblaba entre las manosy sigui cantando:

    "De los cien imposiblesque el amor tiene,yo ya llevo vencidosnoventa y nueve..."

    Un nuevo bajeo y termin, dando a su canto toda la intencin, que, oculta en su almasimple. pugnaba por salir bullente como una dolorida protesta ante la indiferencia de Mireya:

    "Noventa y nueve, s,llevo vencidos,uno solo me faltacon el olvido..."

    La concurrencia premi al cantor con muchos aplausos, pero un chusco que habaobservado a Santos mientras cantaba, desliz al odo de su compaero:

    Me parece que esos versos piden sal... A ver si no se la dan en taza llena... ConHurtado no hay chistes...

    A su vez los amigos de Hurtado le pidieron que cantara algo. Hurtado era buen guitarristay saba bien que la vihuela era instrumento de certera puntera en las lides del amor. Tena unavoz muy bien templada, ejercitada en las mil correras de su vida jaranera, Y mucho gusto paracantar. Pero no le agradaba prodigarse y cuando cantaba era bien rogao. Sin embargo, aquellanoche cedi a la primera invitacin. Se hallaba fastidiado con la insistencia de Santos que l, porsupuesto, juzgaba impertinente, porque era a su juicio el nico obstculo al que se aferraban losviejos para mezquinarle a Mireya. Quera hartarlo a su rival; hacerle saber que: esa hembra era del y slo para l y que de nada le serviran sus quejas ni sus protestas. Cogi la guitarra y la pulscon decisin. Bajo la enrgica presin de sus dedos, el encordado vibr sonoro y limpio. Era unamsica impetuosa que tena algo de himno y de marcha; las notas altas saltaban con nitidezcristalina entre la bruma del bajeo y las cuerdas, al caer, rebotaban sobre la madera de la guitarra,como sobre el pergamino de un tambor, en un chicotazo silvante y persistente. Luego vino la vozclida y segura, en un preludio que hablaba de luchas y victorias, de esperanzas y de amores pararemachar en un cuarteto rotundo como un desafo:

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    "Esta noche con la luna,o me la vengo a robary el que no me tenga miedoque me la venga a quitar..."

    Mireya, a su lado, la cabeza soberbia inclinada hacia atrs, la boca sensual abierta en unaleve sonrisa indefinida, lo envolva en una mirada acariciante.

    Fueron clamorosos los aplausos para Hurtado que, sin duda, era el hombre del da en elrancho.

    El baile continu. Las parejas sudorosas, tambaleantes por las libaciones, no atinaban allevar el comps. Algunos hombres gravitaban sobre su compaera con inercia de bolsas. Junto aToledo conversaban quedamente unas viejas y oy que decan:

    Ah, el famoso Hurtado? S; el mismo.Pero si ej su mana, comadre. No v a na Segunda le hizo su jocha... Le plant pa' su

    muchacho y le sac hasta el ltimo medio.Si puej, la pobre... est de ocho meses lo menoj...Qu?, comadre. Est al tumbar. No pasa de esta semana... Toledo volvi la vista y sus

    ojos tropezaron con la mirada fra de Hurtado, que continuaba junto a Mireya. No le gustaba elhombre. Desde el primer momento sinti hacia l una invencible antipata. Se le figuraba el

    bravucn de arrabal jactancioso y pendenciero, y le incomodaba su actitud de conquistadorpresumido.La animacin creca y alguien, para darle ms alas pidi un carnavalito. Los msicos

    comenzaron a rasguear las guitarras. Los dedos giles brincaban sobre el encordado arrancandola meloda alegre y bulliciosa de la vieja danza crucea. Los trinos sonoros de las guitarrasllenaban el recinto comunicando a todos el ritmo frentico de sus compases. Al imperio de susacordes, la gente se levant como movida por un resorte y las parejas iniciaron la danza. Lasfaldas se arremolinaban en torno a las piernas de las mozas, destacando el contraste de lascarnes duras, con la ceida media negra. Las enaguas almidonadas mostraban en sus ribetesunos encajes gruesos y tiesos que en algn volteo demasiado pronunciado, se incrustaban entrelas corvas morenas de su duea. De todas partes se elevaba el rumor de risas, palmadas y jaleas.Nadie quera quedar sentado. Don Luciano, vacilante, en un traspi, se acerc a dona Ubaldina yla cogi del brazo. Pronto les hicieron ruedo y los echaron al centro, entre gritos, risas ycuchufletas.

    Mirenlo che, al viejo... toava tiene nimos... murmuraba uno, burln.y pa'cargar con la vieja... no? Estos Mendes son como cuchi e juertes sentenci

    un viejo socarrn. Yeso que le tumban parejo aljumechi...Ah no; pa' eso son como cueva e zepe...Los tocadores rasgueaban briosamente y, arqueados sobre las guitarras, llevaban con el

    cuerpo el acelerado comps del ritmo, como contagiados de la alegra epilptica que esa msicaiba irradiando. Todo pareca saturado en el recinto del alborozo que, a raudales, derramabanaquellos acordes, a cuyo conjuro, pareca que haban despertado todos los mpetus dormidos,para echarse afuera en una ruidosa explosin de optimismo bullanguero.

    Toledo sinti que algo le suba de lo hondo, cosquillante y envuelto en la bruma de losrecuerdos juveniles. Cogi su copa y la apur de un trago; luego, como viera que Hurtado,apoyando un pie sobre una de las bancas, cercano a los msicos, canturreaba por lo bajo, creyque Mireya pudiera hallarse sola. Esparci la mirada en derredor, y la busc. Ella no estaba en lasala. All cerca haba una morena a quien su pareja acababa de sentar. La invit a bailar ycomenz con ella un vertiginoso girar de vueltas y revueltas. Largo rato estuvieron aprisionados enaquel frentico abrazo circular.

    De pronto call la msica. Se escucharon gritos airados y el sordo galopar de un caballoque se alejaba. La gente corri hacia la puerta como un remolino. Un tiro retumb en la pampa conecos de caonazo. Luego entr Santos Menacho, plido y compungido. El arma todavahumeante le temblaba en la mano.

    Se huy con Hurtado grit iracundo.

    Don Luciano, perplejo, se arrimaba al marco de la puerta. Pero qu hacs viejo e porras,que no los segus le grit doa Ubaldina, endemoniada.

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    Santos intent salir nuevamente, pero le detuvieron. Sosiguese, amigo... le dijo unhombronazo rudo, cogindole por el brazo. Qu va sacar dando bala al disparate? La prendaya se ju y ust nos est desparramando la caballada.

    La concurrencia, prudente, comenz a dispersarse. Slo quedaban pequeos gruposdonde se comentaba a gritos el suceso.

    Los amigos tambin salieron.En el cielo limpio de nubes no faltaba una sola estrella. La luna brillaba radiante sobre la

    pampa tersa que la brisa lama suavemente.Cuando se alejaban, Toledo vio cruzar por su imaginacin, como un relmpago, la figura

    sensual de Mireya. Avanzaban paso a paso. El silencio infinito del campo se iba tragando,impasible, el sordo rumor que sala del rancho como un zumbido.

    IV

    La entrevista con don Juan Bravo no se realiz aquel da. Toledo y Chaves estuvieron a lahora convenida, pero hallaron la casa cerrada y, slo despus de mucho llamar, una vecina lesavis que la familia haba viajado al campo para traer a don Juan que se encontraba enfermo.

    Estamos lucidos! exclam Toledo, perplejo Y ahora qu hacemos?Nada haba que hacer, sino esperar, le aconsej Chaves. Toledo no poda disimular el

    disgusto que este contratiempo le produca, pese al optimismo de Chaves quien pensaba que laenfermedad de don Juan era slo una simple indisposicin pasajera, sin otras consecuencias quelas de postergar la entrevista por unos das.

    Los amigos llegaron a la esquina de la Catedral. El sol declinante lanzaba reflejos cobrizossobre los rojos ladrillos de los campanarios que, agigantados por la chatura de las construccionesvecinas, adquiran una singular fiereza castellana. All se despidieron, pues Chaves debaconcurrir a una reunin de profesores convocada por el Seminario.

    Toledo se dirigi a su alojamiento. Marchaba preocupado bajo la obsesionante idea de quela enfermedad de don Juan poda retrasar indefinidamente el arreglo de sus asuntos, obligndole apermanecer en Santa Cruz, quiz mucho ms tiempo que el previsto para poder regresar aBuenos Aires antes de la reapertura de los cursos. Esto constituira para l, sin duda, un verdaderocontra tiempo, pues significaba la prdida de un ao de estudios, junto con las peligrosasconsecuencias que la desvinculacin de las aulas podran acarrearle en ese largo tiempo deinactividad estudiantil. Pens entonces que quiz sera una solucin entregar estos asuntos a unabogado, y buscar en otro terreno un arreglo de cuentas con don Juan Bravo.

    Junto al portn, doa Petrona, doa Virginia y algunas vecinas del barrio formaban el

    animado ruedo de los atardeceres cruceos. A esa hora las familias, huyendo del sofocante calorde las habitaciones, sacan las sillas a la vereda y all, sentadas como en asamblea, inician latertulia donde se charla largamente, se comenta y se critica.

    Elai, ya lleg el paseandero exclam cariosamente doa Petrona al divisar a

    Toledo. Dnde te has perdido?Y luego aadi en tono de fingido reproche:Si parece que te has olvidado de las viejas... por estar todo el da con tu amigo Chaves.

    Toledo salud con afecto a las tas y disculpndose ante las vecinas,pas por medio ruedo y lleghasta su habitacin. En ese momento le alcanz Isolina y entr tras l.

    Esto mand pa' ust la seora Concha le dijo, asentando sobre la mesa una pequeafuente discretamente cubierta por un fino pao-. La criada que lo trajo dej dicho que era pa' su

    jacu...

    Junto con el presente vena una tarjeta; Toledo rasg el sobre y ley:Concepcin Vargas v. de Morales e hijasY bajo la bastardilla, con impecable caligrafa:

    "No se olvide que lo esperamos esta noche"Isolina, como si aguardara alguna orden, qued todava unos instantes junto a la puerta.

    Toledo, que la observaba de soslayo, crey notar, en sus ojillos vivos, algo as como una fugazexpresin de desencanto; luego ella se retir sigilosamente.

    Con un gesto de fastidio, dej Toledo la tarjeta sobre la mesa mientras aproximaba unasilla para sentarse. Las ventanas estaban abiertas. Una brisa tibia entraba a bocanadasempujando el polvillo arenoso de la calle que, a ratos, se arremolinaba sobre las planas superficiesde los muebles. Las ventanas no tenan vidrieras; cerr los postigos y como la estancia quedaraentenebrecida, encendi una luz. En un cajn de la mesa que le serva de escritorio, haba una

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    gran carpeta de cuero; sac de all algunos papeles y los extendi sobre el tapete. Eran cartasrelacionadas con asuntos de la testamentara. Las dej a un lado separando, de entre ellas, unahoja amarillenta, donde los caracteres ya borrosos, parecan esfumarse sobre el fondoapergaminado. Era una carta de su madre que l recibiera en Buenos Aires. En ella le hablaba dedon Juan Bravo y le deca que, por disposicin de su padre, don Juan se haba encargado detodos los asuntos testamentarios, con gran voluntad. "Es un buen amigo este don Juan; sin suayuda no s qu hubiera hecho yo que tan acobardada he quedado desde que se nos fueVenancio, aqu donde todo lo embrollan los abogados y los jueces..."

    "Los abogados y los jueces"-murmur.Luego guard las cartas y se qued largo rato pensativo.

    * * *Dola Concepcin Vargas de Morales, conservaba todava restos de pasada belleza. Alta,

    con buen patrimonio de carnes, de cara llena y labios pulposos, sombreados por un leve bozo,merodeaba en torno a los cuarenta y cinco otoos, bien disimulados. Gallarda en el andar, tenaaquella mujer una garbosa corpulencia que acentuaba la calidez de su voz gruesa y pastosa. Degenio vivo, no haba logrado captarse todas las simpatas a que era acreedora y es as que, amenudo, su nombre conspicuo se hallaba mezclado en enredos de barrio que exacerbaban sunatural avasallador y beligerante. En el pueblo era respetada y temida a la vez, por sus arrestos untanto varoniles y su lengua incansable para forjar detalles suculentos, cuando de la biografa ajenase trataba.

    Haca muchos aos que doa Concha, como familiarmente la llamaban sus amistades, eraviuda de un antiguo viajante al Beni que, en los buenos tiempos, llev para vender, como simplemercancas, algunas docenas de cambas y que, a su muerte, habale dejado una posicin holgaday, adems, tres hijas legtimas; pues las naturales el buen don Perico Morales las haba sembradomuy discretamente a lo largo de los caminos o junto a la ribera de los ros.

    Muy pronto las hijas de doa Concha se hallaron en estado de merecer. Alicia, Carolina yJosefina, no haban sido dotadas prdigamente por la naturaleza; pero segn la madre, esto sehallaba bien compensado con las cualidades que adornaban a las chicas, en cuya educacin, ella,segn lo afirmaba con orgullo, personalmente se haba esmerado. A la mayor, Alicia, romanticuelay sensitiva, le gustaban los libros, tocaba el piano y cantaba. Carolina, muy casera, era unaverdadera amita del hogar; y Josefina, morena, soadora, bailaba, admirablemente. Pese a tanseductores atractivos, fuera de algunos escarceos amorosos, no se poda afirmar, sin exagerar,que los jvenes asediaran a las chicas para Ilevarlas al ltar. Esto traa de mal talante a doaConcha, cuyo maternal amor propio sufra lo indecible, cada vez que se efectuaba algnmatrimonio en el pueblo.

    Pero qu le han visto de lindo a esa flaca! exclamaba airada, cuando la recincasada era un tanto delgada. Se le va a perder al marido en la cama... Si es una sombra subrayaba con vozarrn tempestuoso.

    Si la que se casaba era algo recargadita de carnes, entonces la oracin se volva porpasiva.

    Pero miren noms a la gorda esa, con ese plante de tac que tiene y con todo lo quehan hablao de ella! ...Con razn dicen que los hombres slo quieren a las sinvergenzas aceptaba a guisa de consuelo.

    Y las flacas y las gordas se casaban a pesar de las protestas de doa Concha.Y no era precisamente la falta de diligencia de aquella madre ejemplar y de sus chicas

    soadoras, la que ahuyentaba al dios ciego de la casa de los Morales. Habra sido injusto imputara doa Concha descuido o desidia al respecto. Ella ponderaba las gracias de sus hijas a cuantos

    queran oirle. El artculo era el objeto de incansable propaganda; no se escatimaba nada en eserengln. Las reuniones ntimas menudeaban; all podan lucirse las chicas. Se invitabainvariablemente a los jvenes que en el pueblo se consideraban buen partido. Desgraciadamenteel elemento femenino no era muy seleccionado; las muchachas bonitas no reciban casi nunca lainvitacin a tiempo. Doa Concha culpaba de esto a la inutilidad del criadito encargado derepartirlas que "era opa, el pobre", pero las malas lenguas llegaron a decir que esta era unaestratagema de doa Concha "para conseguir que la fealdad de sus hijas, no resaltara tanto".Quizs se exageraba, pero lo cierto es que doa Concha haca su diligencia a la espera de labuena ayuda de Dios...

    Aquella noche, en casa de la viuda de Morales, se esperaba visita. Carlos Toledo,accediendo a las reiteradas invitaciones de la familia y, como para salir de un compromiso, haba

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    prometido estar all a las ocho. A los pocos das de su llegada a Santa Cruz, visit a las Moralesuna tarde, para agradecerles su salutacin que fue una de las primeras en recibir. En el brevetiempo que dur la visita doa Concha, con esa candorosa perspicacia que le era tancaracterstica, crey ver una probable inclinacin de Toledo hacia una de sus nias que, en estecaso, no poda ser otra que Alicita a quien, en razn de su edad, le corresponda liquidar primero.Desde ese momento, la buena seora, puso en orden todos sus elementos de combate y se dio ala tarea de atraer al recin llegado en quien, inspirada por su hondo cario maternal, vea ya unexcelente marido para Alicita.

    Tocaban las ocho cuando Toledo lleg a la casa de las Morales. La sala daba a la calle.De las ventanas y por la puerta entreabierta, sala a chorros, la luz blanca para hundirse en laoscuridad del corredor. El piano lloraba en una romanza dulzona y se escuchaba claramente, lavocesita trmula de Alicia, que se esforzaba por no apartarse mucho de las notas candenciosas.

    Toledo golpe ligeramente y se dispuso a entrar. Adelante! retumbo la voz gruesa dedoa Concha; y el piano call al instante. Ah!...es Carlos... Pase..., entre, Carlos... Creamosque ya no vena; tanto que Alicia, que siempre se acuesta temprano, se puso a tocar el pianoporque se le cerraban los ojos...

    Sin embargo, seora, he sido puntual. No adelant mi visita, porque cre que todavaestuvieran ustedes a la mesa...

    No; aqu nosotros comemos a la antigua; a las seis. Pero sintese, Carlos... ponga susombrero ah, sobre la mesa, noms... indic la matrona, esbozando la mejor de sus sonrisas.

    Toledo tom asiento. Un corto silencio embarazoso, hizo parntesis a la locuacidad de laduea de la casa.

    Alicita, corno al descuido, ocup la silla junto a Toledo. As se lo haba aconsejado, contoda previsin. doa Concha. Las otras dos chicas, algo apartadas, miraban de reojo,recatadamente, al visitante.

    Pero qu ingrato es usted, Carlos reproch doa Concha, con ternura mimosa, sloa la fuerza viene usted por aqu... no?

    Pero, seora, si ms bien temo importunar aleg Toledo por decir algo.La viuda de Morales, sonrea beatficamente, apoltronada en la ancha mecedora.Bueno; y qu tal lo va tratando Santa Cruz? Cmo ha encontrado nuestra tierra?No era la primera vez que doa Concha le haca esa pregunta y, aunque no se explicaba

    el por qu de tanto afn por conocer sus impresiones. Toledo repiti lo que otra vez le habarespondido:

    Ah!...muy bien seora Concepcin; despus de tantos aos, me siento aqu como en micasa...

    Su mentira! No lo creo! -interrumpi socarronamente dona Concha. Pero habrencontrado usted algn cambio? ...Eso no; para m, todo est lo mismo... parece que el tiempo ha pasado muy lentamente

    sobre esta ciudad...Sin embargo, no crea, Carlos; quiz el pueblo no haya cambiado, pero su gente s

    exclam dona Concha significativamente. Ya se ven aqu muchas cosas de afuera. Ha entradoel tango, el foxtrox; y las nias se visten hoy con esas modas que dan vergenza, mostrando laspiernas hasta la rodilla. Lo que es yo a mis chicas no les permito eso! A la que te criaste nomshija, le dije el otro da a Carolinita cuando me alababa un vestido de esos... Y de los pololeos, ni sediga. Ahora con esas vistas norteamericanas que se pasan en los tocinillos ya las chotas noquieren ms que estar todo el da con sus cortejos... y tesitos por ac y bailecitos por all... Y lopeor es que algunas madres las dejan ir solas a las fiestas. Lo es que yo no entro por esosmodernismos, Carlos. No soy como las Monteros... A los bailes y a misa con mis hijas... As seevitan las habladuras concluy doa Concha meneando la cabeza con energa.

    Las Monteras constituan la sombra negra de las Morales. Eran cuatro chicas y dos sehaban casado ya con visitas de Alicia y Josefina...

    Toledo escuchaba silencioso esta leccin de tica casera y aquella crtica de costumbrestan valientemente acometida por dona Concha y, aun cuando muy poco le interesaba conocer losrgidos principios morales a que tena sometidas a las tres nubiles, convino, por decir algo, en quedoa Concha hablaba con cierto fundamento:

    Tiene usted razn, seora; est muy bien que se conserve las antiguas tradiciones de lafamilia crucea. Aquella educacin patriarcal que se dio a nuestras abuelas, mostr sus buenosresultados al formar se Floras de verdadera alcurnia; esposas dignas y madres ejemplares. Pero,desgraciadamente, los tiempos y las cosas no son eternos; cada siglo exige cambios que seoperan con toda naturalidad en las grandes ciudades. Aqu, indudablemente, al principio, ciertas

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