LACAN - Escritos 1- Cuatro- Del Sujeto Por Fin Cuestionado

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Jacques Lacan / Los Escritos de Jacques Lacan / Escritos 1 / Cuatro / Del sujeto por fin cuestionado D el sujeto por fin cuestionado Un grano de entusiasmo es en un escrito el rastro más seguro que pueda dejarse para que revele su época, en el sentido lamentable. Lamentémoslo para eI discurso de Roma, tan seco, para lo cual las circunstancias que menciona no aportan nada atenuante. AI publicarlo, suponemos un interés en su Iectura, incluyendo el malentendido. Aun si deseásemos la precaución, no añadiríamos a su destinación original (al Congreso) unas palabras destinadas "al lector" cuando la constante, de Ia que advertimos desde el principio, de nuestro dirigirnos al psicoanalista, culmina aquí al adecuarse a u n grupo que solicita nuestra ayuda. Redoblar el interés sería nuestra réplica, si es que no equivale a dividirlo revelar lo que, sea lo que sea para la concioneia del sujeto, gobierna ese interés. Queremos hablar del sujeto cuestionado por ese discurso, cuando volverlo a situar aquí desde eI punto en que por nuestra parte no le fallamos, es tan sólo hacer justicia al punto donde nos daba cita. En cuanto al lector, ya no haremos, salvo el apunte un poco más allá del designio de nuestro seminario, sino fiarnos a su enfrentamiento con textos sin duda no más fáciles, pero ubicables intrínsecamente. Meta, el mojón que señala la vuelta que ha de cerrarse en una carrera, es la metáfora de la que haremos viático para recordarle el discurso inédito que proseguimos desde entonces cada miércoles del año docente, y que pudiera ser que Ie asista (si no asiste a él) al circular por otra parte. Sobre el sujeto cuestionado, el psicoanálisis didáctico será nuestro punto de partida. Es sabido que se llama así a un psicoanáIisis que se propone uno emprender en un designio de formación, especialmente como elemento de la habilitación para practicar el psicoanálisis.

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Jacques Lacan / Los Escritos de Jacques Lacan / Escritos 1 / Cuatro / Del sujetopor fin cuestionado

Del sujeto por fin cuestionado

Un grano de entusiasmo es en un escrito el rastro más seguro que pueda dejarse para querevele su época, en el sentido lamentable. Lamentémoslo para eI discurso de Roma, tan seco,para lo cual las circunstancias que menciona no aportan nada atenuante.

AI publicarlo, suponemos un interés en su Iectura, incluyendo el malentendido.

Aun si deseásemos la precaución, no añadiríamos a su destinación original (al Congreso) unaspalabras destinadas "al lector" cuando la constante, de Ia que advertimos desde el principio, denuestro dirigirnos al psicoanalista, culmina aquí al adecuarse a un grupo que solicita nuestraayuda.

Redoblar el interés sería nuestra réplica, si es que no equivale a dividirlo revelar lo que, sea loque sea para la concioneia del sujeto, gobierna ese interés.

Queremos hablar del sujeto cuestionado por ese discurso, cuando volverlo a situar aquí desdeeI punto en que por nuestra parte no le fallamos, es tan sólo hacer justicia al punto donde nosdaba cita.

En cuanto al lector, ya no haremos, salvo el apunte un poco más allá del designio de nuestroseminario, sino fiarnos a su enfrentamiento con textos sin duda no más fáciles, pero ubicablesintrínsecamente.

Meta, el mojón que señala la vuelta que ha de cerrarse en una carrera, es la metáfora de laque haremos viático para recordarle el discurso inédito que proseguimos desde entonces cadamiércoles del año docente, y que pudiera ser que Ie asista (si no asiste a él) al circular por otraparte.

Sobre el sujeto cuestionado, el psicoanálisis didáctico será nuestro punto de partida. Es sabidoque se llama así a un psicoanáIisis que se propone uno emprender en un designio deformación, especialmente como elemento de la habilitación para practicar el psicoanálisis.

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El psicoanálisis, cuando está especificado por esta exigencia, es considerado por ello comomodificado en los datos que se suponen en él ordinarios, y el psicoanalista juzga debe hacerfrente a ello.

Que acepte conducirlo en esas condiciones supone una responsabilidad. Es curioso comprobarcómo se la desplaza, por las garantías que se toman.

Pues el bautismo inesperado que recibe lo que allí se propone de "psicoanálisis personal(1)"(como si los hubiese diferentes), si las cosas vuelven a ponerse efectivamente en el ásperopunto que se desea, no nos parece incumbir para nada a lo que la proposición aporta en elsujeto así acogido, desatenderla en suma.

Acaso se vea más claro purificando a dicho sujeto de las preocupaciones que expresa eltérmino de propaganda: el efectivo que ensanchar, la fe que propagar, el estándar queproteger.

Extraigamos de ellas al sujeto que implica la demanda en que se presenta. Quien nos lee daun primer paso en la observación de que el inconscionte le da un asiento poco propicio parareducirlo a lo que la referencia a los instrumentos de precisión designa como error subjetivo;sin renuencia a añadir que el psicoanálisis no tiene el privilegio de un sujeto más consistente,sino que más bien debe permitir iluminarlo igualmente en las avenidas de otras disciplinas.

Esta empresa de envergadura nos distraería indebidamente de dar sus derechos a lo que dehecho se alega: o sea el sujeto al que se califica (significativamente) de paciente, el cual no essujeto estrictamente implicado por su demanda, sino más bien el producto que se desearíadeterminado por ella

Es decir que se ahoga al pez en la operación de su pesca. En nombre de ese paciente laescucha también será paciente. Es por su bien por lo que se elabora la técnica de saber medirsu ayuda. De esa paciencia y mesura se trata de hacer capaz al psicoanaIista. Pero despuésde todo, la incertidumbre que subsiste sobre la finalidad misma del análisis tiene como efectono dejar entre el paciente y el sujeto que se le anexa sino la diferencia, prometida al segundo,de la repetición de la experiencia, quedando incluso legitimado el que su equivalencia deprincipio se mantenga con todo su efecto en la contratransferencia. ¿Por qué entonces ladidáctica sería un problema?

No hay en este balance ninguna intención negativa. Apuntamos un estado de cosas dondeasoman muchas observaciones oportunas, una vuelta a cuestionar permanente de la técnica,de los destellos a veces singulares en la verbosidad de la confesión, en suma una riqueza quepuede muy bien concebirse como fruto del relativismo propio de la disciplina, devolviéndole sugarantía.

Incluso la objeción deducible del black out que subsiste sobre el fin de la didáctica puedequedar como letra muerta ante lo intocable de la rutina usual.

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Sólo lo intocado del umbral mantenido en la habilitación del psicoanalista para hacer didácticas(donde el recurso a la antigüedad es irrisorio) nos recuerda que es el sujeto cuestionado en elpsicoanálisis didáctico el que constituye un problema y sigue siendo sujeto intacto.

¿No habría que concebir más bien el psicoanálisis didáctico como la forma perfecta con que seiluminaría la naturaleza del psicoanálisis a secas: aportando una restricción?.

Tal es el vuelco que antes de nosotros no se le había ocurrido a nadie. Parece sin embargoimponerse. Porque si el psicoanálisis tiene un campo específico, la preocupación terapéuticajustifica en éI cortocicuitos, incluso temperamentos; pero si hay un caso que prohiba todareducción semejante, debe ser el psicoanálisis didáctico.

Mal inspirado estaría quien emitiese la sospecha de que sugerimos que la formación de losanalistas es lo más defendible que el psicoanálisis puede presentar. Pues esa insolencia, siexistiese, no tocaría a los psicoanalistas. Más bien a alguna falla por colmar en la civilización,pero que no está todavia bastante circunscrita para que nadie pueda jactarse de tomarla a sucargo.

Para ello sólo prepara una teoría adecuada a mantener el psicoanálisis en el estatuto quepreserva su relación con la ciencia.

Que el psicoanálisis nació de la ciencia es cosa manifiesta. Que hubiese podido aparecerdesde otro campo es inconcebible.

Que la pretensión de no tener otro sostén siga siendo lo que se considera obvio, allí donde sedistingue por ser freudiano, y lo que no deja en efecto ninguna transición con el esoterismo queestructura prácticas vecinas en apariencia, ello no es azar, sino consecuencia.

¿Cómo entonces dar cuenta de las equivocaciones evidentes que se muestran en lasconceptualizaciones en curso en los círculos instituídos? Arréglense como se pueda susdiferentes maneras -desde la pretendida efusión unitiva donde, en eI culmen del tratamiento,se recobraría la beatitud que habría que considerar inaugurante del desarrollo libidinal, hastalos milagros tan alabados de la obtención de la madurez genital, con su facilidad sublime paramoverse en todas las regresiones- en todas partes se reconocerá ese espejismo que nisiquiera es discutido: la completud del sujeto, que se confiesa incluso formalmente considerarcomo una meta de derecho posible de alcanzar, si en los hechos algunas cojeras atribuibles ala técnica o a las secuelas de la historia la mantienen en el rango de un ideal demasiadoapartado.

Tal es el principio de la extravagancia teórica, en el sentido propio de este término, en quedemuestra poder caer el más auténtico interrogador de su responsabilidad de terapeuta tantocomo el escrutador más riguroso de los conceptos: confírmese con el parangón que evocamosprimero, Ferenczi, en sus expresiones de delirio biológico sobre el amphimixis, o para elsegundo, en el cual pensamos en Jones, mídase en ese paso en falso fenomenelógico, laaphanisis del deseo, en que le hago deslizarse su necesidad de asegurar laigualdad-de-derecho entre los sexos respecto de esa piedra de escándalo, que sólo se admite

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renunciando a la completud del sujeto: la castración, para llamarla por su nombre.

Al lado de estos ilustres ejemplos asombra menos la profusión de esos recentramientos de laeconomía a que se entrega cada quién extrapolando de la cura al desarrollo, incluso a lahistoria humana; tal es la retrotracción de la fantasía de la castración a la fase anal, elfundamento tomado de una neurosis oral universal... sin límite asignable a su etc. En el mejorde los casos hay que tomarlo como manifestando lo que llamaremos la ingenuidad de laperversión personal, quedando la cosa entendida para dejar lugar a alguna iluminación.

Ninguna referencia en éstas palabras a la inanidad del término psicoanálisis personal del quepuede decirse que con demasiada frecuencia lo que designa se le iguala, no sancionando sinoredistribuciones extremadamente prácticas. De donde vuelve a rebotar la cuestión del beneficiode esa curiosa fabulación.

Sin duda el practicante no endurecido no es insensible a una realidad que se hace másnostálgica por alzarse a su encuentro, y responde en ese caso a la relación esenacial deI velocon se experiencia por esbozos de mito.

Un hecho contradice esta calificación, y es que, se reconozcan en ella no mitos auténticos(entendamos simplemente de esos que han sido recogidos sobre el terreno) los cuales sin faltadejan siempre legible la incompletud del sujeto, sino fragmentos folklóricos de esos mitos, yprecisamente los que han retenido las religiones de propaganda en sus temas de salvación. Lodiscutirán aquellos para quienes esos temas abrigan su verdad, demasiado dichosos deencontrar en ellos cómo confortarla con lo que ellos llaman hermenéutica.

El vicio radical se designa en la transmisión del saber. En el mejor de los casos ésta sedefendería con una refencia a aquellos oficios en los cuales, durante siglos, no se ha hechosino bajo un velo, mantenido por la institución de la cofradía gremial. Una maestría en artes yunos grados protegen eI secreto de un saber sustancial. (De todas formas es a las artesliberales que no practican el arcano a las que nos referimos más abajo para evocar con ellas lajuventud del psicoanálisis).

Por atenuada que pueda ser, la comparación no se sostiene. Hasta eI punto de que podríadecirse que la realidad está hecha de la intolerancia a esta comparación, puesto que lo queexige, es una posición totalmente distinta del sujeto.

La teoría, o más bien el machacar que lleva ese nombre y que es tan variable en susenunciados que a veces parece que sólo su insipidez mantenga en ella un factor común, no esmás que el rellenamiento de un lugar donde una carencia se demuestra, sin que se sepa nisiquiera formularla.

Intentamos un álgebra que respondería, en el sitio así definido, a lo que efectúa por su parte laclase de Iógica que llaman simbólica: cuando de la práctica matemática fija los derechos.

No sin el sentimiento de la parte de prudencia y de cuidados que convienen para ello.

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Que se trata de conservar allí la disponibilidad de la experiencia adquirida por el sujeto, en laestructura propia de desplazamiento y de hendija en que ha debido constituirse, es todo lo quepodemos decir aquí, remitiendo a nuestros desarrollos afectivos.

Lo que hemos de subrayar aquí es que pretendemos allanar la posición científica, al analizarbajo que modo está ya implicada en lo más íntimo del descubrimiento psicoanalítico.

Esta reforma del sujeto, que es aquí inaugurante, debe ser referida a la que se produce en elprincipio de la ciencia, ya que esta última supone cierto aplazamiento tomado respecto de lascuestiones ambiguas que podemos llamar las cuestiones de la verdad.

Es difícil no ver introducida, desde antes del psicoanálisis, una dimensión que podríadenominarse del síntoma, que se articula por el hecho de que representa el retorno de laverdad como tal en la falla de un saber.

No se trata del problema clásico del error, sino de una manifestación concreta que ha deapreciarse "clinicamente", donde se revela no un defecto de representación, sino una verdadde otra referencia que aquello, representación o no, cuyo bello orden viene a turbar.. .

En este sentido puede decirse que esa dimensión, ineluso no estando explicitada, estáaltamente diferenciada en la crítica de Marx. Y que una parte del vuelco que opera a partir deHegel está constituida por el retorno (materialista, precisamente por darle figura y cuerpo) de lacuestión de la verdad. Esta en los hechos se impone, diríamos casi, no siguiendo el hilo de laastucia de la razón, forma sutil con que Hegel la pone en vacaciones, sino perturbando esasastucias (leanse los escritos políticos) que no son de razón sino disfrazadas...

Sabemos cuál es la precisión con que convendría acompañar a esa temática de la verdad y desu sesgo en el saber, principio no obstante, nos parece, de la filosofía como tal.

La ponemos de manifiesto sólo para denotar allí el salto de la operación freudiana.

Se distingue por articular claramente el estatuto del síntoma con el suyo, pues ella es laoperación propia del síntoma, en sus dos sentidos.

A diferencia del signo, del humo que no va sin fuego, fuego que indica con un llamadoeventualmente a apagarlo, el síntoma no se interpreta sino en el orden del significante. Elsignificante no tiene sentido sino en su relación con otro significante. Es en esta articulacióndonde reside la verdad del síntoma. El síntoma conservaba una borrosidad por representaralguna irrupción de verdad. De hecho es verdad, por estar hecho de la misma pasta de queestá hecha ella, si asentamos materialistamente que la verdad es lo que se instaura en lacadena significante.

Queremos aquí desligarnos del nivel de broma en que se llevan a cabo ordinariamente ciertosdebates de principio.

Preguntándonos de dónde nuestra mirada debe tomar lo que el humo le propone, puesto que

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tal es el paradigma clásico, cuando se ofrece a ella por mostrar hornos crematorios.

No dudamos que se nos concederá que no puede ser sino de su valor significante; y queincluso negándose a ser estúpido para eI criterio, ese humo seguiría siendo para la reducciónmaterialista elemento menos metafórico que todos los que podrían levantarse al debatir si loque representa debe retomarse por el sesgo de lo biológico o de lo social.

De atenernos a esa juntura que es el sujeto, de las consecuencias del lenguaje al deseo delsaber, tal vez las vías se harán más practicables, por lo que desde siempre se sabe de ladistancia que le separa de su existencia de ser sexuado, incluso de ser vivo.

Y en efecto la construcción que damos del sujeto en la corriente de la experiencia freudiana noquita nada de su conmoción personal a los varios desplazamientos y hendijas, que puede tenerque atravesar en el psicoanálisis didáctico.

Si éste registra las resistencias franqueadas, es porque ellas lIenan el espacio de defensadonde se organiza el sujeto, y es únicamente por ciertos puntos de referencia de estructuracomo se puede aprehender el recorrido que de éI se hace, para esbozar su agotamiento.

De igual modo, cierto orden de armazón es exigible de lo que se trata de alcanzar comopantalla fundamental de lo real en fantasía inconsciente.

Todos estos valores de control no impedirán que la castración, que es la clave de ese sesgoradical del sujeto por donde tiene lugar el advenimiento del síntoma, siga siendo incluso en ladidáctica el enigma que el sujeto no resuelve, sino evitándolo.

Por lo menos si algún orden, al instalarse en lo que ha vivido, le diese más tarde de susexpresiones la responsabilidad, no intentará reducir a la fase anal lo que de la castraciónaprehenda en la fantasía.

Dicho de otra manera, la experiencia se precavería de sancionar manipulaciones delguardagujas teórico propias para mantener en su transmisión el descarrilamiento.

Es necesaria para ello la restauración del estatuto idéntico del psicoanálisis didáctico y de laenseñanza del psicoanálisis, en la abertura científica de ambos.

Esta supone, como cualquier otra, las siguientes condiciones mínimas: una relación definidacon el instrumento como instrumento, cierta idea de la cuestión planteada por la materia. Elque las dos converjan aquí en una cuestión que no por ello se simplifica, tal vez cierre aquellaotra con la cual el psicoanálisis acompaña a la primera, como cuestión planteada a la ciencia,que es la de constituir una por sí mismo y en segundo grado.

Si aquí el lector puede asombrarse de que esa cuestión le llegue tan tarde, y con el mismotemperamento que hace que se hayan necesitado dos repercusiones de las más improbablesde nuestra enseñanza para recibir de dos estudiantes de la Universidad en los Estados Unidosla traducción cuidadosa (y lograda) que merecían dos de nuestros artículos (uno de ellos el

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presente), que sepa que hemos puesto en el tablero de nuestro orden preferencial: primeroque haya psicoanalistas.

Por lo menos ahora podemos contentarnos con que mientras dure un rastro de lo que hemosinstaurado, habrá psicoanalistas para responder a ciertas urgencias subjetivas, si es quecalificarlos con el artículo definido fuese decir demasiado, o también, si no, desear demasiado.

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Notas finales1 (Ventana-emergente - Popup)Medio por el cual se ahorra uno el tener que decidir primero si un psicoanálisis será o no didáctico.