Largo Haiku para un viaje

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El primer error que cometí fue dejar de llamarme Jaruko. Cuando la gente se enamora es capaz de perder hasta el nom-bre, ese fue mi caso. Las personas se casan llevándose consigo dos equipajes: el primero consta de los enseres y pertenencias; el segundo, contiene el modo de ser y pensar… la tradición, las costumbres, los hábitos y sus gustos. En total son cuatro equipajes que deben ajustarse en un sólo espacio que se llama matrimonio.

Para ordenar los dos primeros, basta con un poco de crea-tividad e ingenio; en cambio para los dos restantes, el proceso es más complejo y requiere de tiempo y paciencia, puede tomar toda una vida y sin embargo, no ordenarse nunca.

Sé que me queda poco tiempo y por ello quiero darte lo que hasta ahora escribí. Aunque no tiene título, me gustaría que le die-ran uno que tuviera algo qué ver con los haikus. Que ¿qué es esto? Mi historia y la de tu padre, lo bueno y lo malo que hicimos; cómo empezamos a juntar nuestros equipajes para terminar en esta tie-rra que nos adoptó con los brazos abiertos… Tus abuelos; la gue-rra absurda y sus lamentables muertes. Tú sabrás cómo terminar-la, la vida me permitió llegar hasta el “epitafio de su historia”. Te darás cuenta, sé que puedes.

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Jaruko Nakayama tenía catorce años cuando recién había finalizado sus estudios de secundaria. En enero del siguiente año, por decisión de sus padres, comenzaría la carrera de Biología en la Universidad de Nagasaki. Era la tarde del 2 de diciembre de 1932 cuando su padre llegó a casa mostrando rostro de inquietud. Él no acostumbraba a dar detalles a la familia referente a su traba-jo. Ocupaba un alto rango dentro de la política militar nipona y en consecuencia, no podía ventilar lo que allí acontecía. Por sus gestos supuso que algo complejo estaba sucediendo. Tanto ella como su madre, la señora Doshi, en esas situaciones se mantenían calladas y apartadas. Después que la servidumbre anunció que la cena es-taba servida, la familia se sentó a comer sin mediar palabras como siempre solían hacerlo. Jaruko no soportaba el particular silencio de aquel día, percibía en el ambiente un estado de tensión. Para mitigar esa incómoda sensación buscaba refugio en los ojos de su madre. La señora Doshi sentía la mirada de su hija, pero en ningún momento levantó los ojos. Esa actitud la desconsoló y una vez más no contó con su apoyo en circunstancias similares.

Concluida la cena, su padre rompió el silencio: - Necesito comunicarles algo importante ahora mismo.Dichas estas palabras, se paró y caminó hacia uno de los sa-

lones. La señora Doshi y Jaruko se limitaron a seguirlo.- He sido ascendido al grado de General.

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Madre e hija se contentaron ante este importante anuncio, pero a la vez el desconcierto se incrementó. Ahora menos enten-dían las razones por las cuales él mantenía su circunspección. Des-pués de una breve pausa continuó:

- En vista de mi nuevo deber, se me ha asignado un cargo en el programa de expansión de Japón hacia el Pacífico el cual tomará tiempo.

Las dos sabían de las ambiciones de su país, e intuyeron que se trataba de una misión delicada. Sin embargo, deseaban expresar-le su alegría por el ascenso, pero por su actitud, prefirieron mante-nerse calladas. Él tomó la palabra nuevamente:

- El primer asunto que debo atender es el traslado de nuestra residencia a Shangai, así estarán más cerca de mí, porque no sé cuánto tiempo llevará cumplir el programa en su totalidad. Aban-donaremos Nagasaki dentro de tres semanas, por lo tanto, tienen que comenzar a preparar la mudanza mañana mismo.

De pronto sonó el teléfono. Se dirigió a su estudio y cerró la puerta.

El Coronel Akio Nakayama era un hombre de fuerte perso-nalidad, de carácter severo, apegado a las tradiciones orientales y con un marcado nacionalismo. Irrestricto en lo concerniente a la grandeza de su patria y convencido de que el poder militar era la única vía para consolidar el Imperio Nipón. Esto lo convertía en un personaje ideal para alcanzar el objetivo de un dominio total japonés en Manchuria.

Jaruko, continuando con su entusiasmo, se asomó a la puerta para cerciorarse de que su padre aún permaneciera en el estudio. Se acercó muy entusiasta al asiento de la señora Doshi:

-Madre, al fin ya no tendrá que ausentarse de la casa.La señora Doshi se quedó extrañada ante el comentario. Con

la misma compostura serena que siempre adoptaba para todas las situaciones, aclaró:

- Jaruko, recuerda que las ausencias de tu padre han sido por motivos de trabajo.

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Jaruko agregó:- Pero esta vez vamos a vivir en la misma ciudad donde él va

a trabajar… ya no vamos a estar tanto tiempo solas.La señora Doshi no podía admitir ese tipo de comentarios en

labios de su hija, en seguida se defendió:- Nunca me ha afectado que tu padre haya tenido largas ausen-

cias de casa, al contrario, me siento orgullosa de ser la esposa de un honorable militar que sirve al emperador. Quizás tú no, porque aún te falta la capacidad de entenderlo... tal vez debido a tu juventud.

Jaruko se quedó callada con la certeza de que su madre ja-más se sinceraría con ella acerca de su inconformidad como espo-sa, así como ella, tampoco le podría expresar su carencia de padre. Jaruko, afligida, le dio las buenas noches a su madre y se retiró a su recámara. La señora Doshi estaba sorprendida de que Jaruko, a pesar de su corta edad, pudiera darse cuenta de los conflictos de su vida matrimonial. No obstante, consideró que era un comentario impropio para una niña. No admitía el reproche de abandono pater-no, lo consideraba injusto porque en reiteradas oportunidades ella había cedido a su hija parte del tiempo que le pudiera dispensar su esposo a ella.

La señora Doshi percibió que su estrategia para proteger el entorno familiar no estaba surtiendo el efecto que ella esperaba; se sintió cuestionada por su hija; pensaba que Jaruko se había rela-cionado demasiado tiempo al sector occidental de Nagasaki, vién-dose influenciada por ideas alocadas de las relaciones de familia. Para ella, en cierta medida, su esposo también había influido en esa actitud, puesto que Jaruko era muy sensible a las historias que él relataba luego de sus visitas a París. Notaba el interés y admi-ración que sentía su hija sobre los relatos que hacía su esposo de los placeres y confort de esa gran metrópolis, mientras que a ella, le desagradaban sobremanera esas narraciones. Estaba convencida de que su esposo incurría en actos de infidelidad porque nunca la había llevado. Después de esa reflexión, concluyó que en Shangai debería prestar más atención a la educación severa y pulcra que

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siempre le había dado, temía que lejos de Japón se haría más difícil. Era su única hija, y tanto su esposo como ella, siempre le habían profesado su amor procurándole una excelente formación.

Jaruko recordaba que desde que tuvo uso de razón notaba a su madre callada. Nunca escuchó ni presenció un acto de reproche hacia su padre. Las pocas ocasiones en que notaba cierto aire de alegría en el rostro de su madre era durante la fiesta de fin año, oportunidad en que la familia estaba unida y juntos elaboraban el adorno tradicional que colocaban en la entrada de la casa. También los tres se ataviaban con sus mejores Kimonos y visitaban el san-tuario local, así como a los familiares y amigos más apreciados.

Cuando dejó de ser una niña pudo comprender mejor a su madre, concluyendo que era una persona hermética y nada la po-dría cambiar. Idolatraba a su esposo, lo consideraba una persona valiente, inteligente y dotada de una gran prestancia; pero sabía que su vida giraba solamente en acercar su estrella personal al Gran Sol que era el Emperador.

Ante la inesperada noticia ninguno de los tres pudo conci-liar el sueño. El General Nakayama, tenía su mente enfocada en la responsabilidad que involucraba su nuevo cargo. La señora Doshi quien se encontraba inmóvil a su lado, estaba cargada de ilusión; la noticia de la mudanza era significativa para ella, al fin veía florecer botones de esperanza en su marchito jardín matrimonial.

Jaruko estaba entusiasmada con la idea de ir a China, tenía varios motivos para estarlo: ver a su padre todas las noches era un anhelo que desde niña tenía; practicar el idioma Mandarín y la posibilidad de reencontrarse con su primo Michi, hijo de una her-mana de su madre con quien estableció una relación de hermandad que llenaba el vacío emocional que sentía en su hogar, vínculo que se vio afectado cuando Michi y su familia tuvieron que mudarse a Kyoto. Ella tenía doce y su primo quince años.

En la quietud de la noche le vino a la mente una vieja y ol-vidada leyenda que él le había narrado acerca de la fundación de Japón: “Un Emperador chino deseoso de inmortalidad, envió a sus

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mejores guerreros al océano a buscar un elixir que le asegurara la eternidad... tendrían la mejor embarcación, las mejores armas y las más bellas acompañantes, pero había una condición: no po-dían regresar sin cumplir con su cometido. Los viajeros recorrieron muchas leguas antes de desistir en su intento. Ya al final, encontra-ron un lugar paradisíaco en el cual pensaron podrían encontrar el elixir buscado. Sin embargo, la fortuna no los acompañó. Ante la disyuntiva de volver y morir, prefrieron quedarse en este paraíso y ser los primeros pobladores de Japón”.

Apenas amaneció, el General Nakayama se levantó para alistarse. Tenía compromisos que atender. La señora Doshi al sentirlo despierto, se levantó para atenderlo personalmente como siempre solía hacerlo cuando estaba en casa. Él se limitó a tomar una infusión y procedió a girar algunas instrucciones respecto a la organización de los preparativos para la pronta mudanza y luego se marchó. La señora Doshi se despidió de su esposo con reve-rencias como era la costumbre. Estando sola, fijó su vista hacia el jardín a través de uno de los grandes ventanales. La residencia de los Nakayama estaba construida sobre una loma aprovechando la topografía de Nagasaki; la misma estaba apartada de otras casas, y para llegar a ella, había que transitar por un sendero bordado de árboles de cerezo. La casa estaba bordeada por un tapiz de grama y se apreciaban paisajes en miniatura valiéndose de árboles, arbus-tos, piedras y estanques. Al contemplarlo le vino a la memoria la dedicación que ella le había puesto a ese jardín y a su casa, la cual se había convertido en el refugio de su descontento e inconformi-dad conyugal. Su hija, advirtiendo su nostalgia y lo contradictorio de sus sentimientos, la interrumpió:

- ¿Madre siente tristeza por tener que dejar la casa?Ella enseguida reaccionó:- De ninguna manera, sólo me distraje observando caer la

lluvia en uno de los estanques.Jaruko se contuvo de expresarle lo que para ella representaba su

casa: un lugar lúgubre, aún cuando su madre se ocupaba diariamente

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de colocar arreglos ornamentales y flores exóticas en cada uno de los ambientes. La señora Doshi cambió de tema:

- Tu padre me comunicó que seleccionáramos lo que vamos a llevar. Y hagamos una lista para que la servidumbre pueda empacar.

Jaruko miró a su madre y contestó:- Lo único que voy a llevarme son mis enseres personales y

algunos libros.Su hija no tenía ningún apego a la casa a pesar de que vivió

allí desde que nació. No le quedó otra alternativa y alegó:- Te entiendo, en cuanto a los demás objetos... es de mi

incumbencia.Jaruko no soportaba aquel diálogo hueco, sentía una opre-

sión en su pecho. Deseaba en esos momentos estar nuevamente en su escuela, donde se sentía cómoda.

El 24 de diciembre, bajo una fuerte neblina, la familia Naka-yama dejaba su hogar. El personal que tenía tiempo prestando ser-vicio a la familia se colocó en fila para despedirse de los dueños. Una de ellas, la señora Azuka quien había sido la nana de Jaruko y única encargada de arreglar sus ropas, tenía en sus manos una di-minuta perrita raza Pug, de pelaje beige, carita oscura, ojos saltones y una mirada vivaz a pesar de que era una pequeña cachorrita. La señora Azuka se dirigió a Jaruko:

- Señorita, me gustaría que se llevara esta pequeña criatura. Es hembra.

Jaruko al verla se emocionó mucho, ambas estaban conmo-vidas. Tomó la criatura en sus brazos:

- La cuidaré como usted lo hizo conmigo… se llamará Quiri1.La señora Azuka se sonrió de la misma manera que solía

hacerlo cuando Jaruko era apenas una bebé y hacía una gracia.Los Nakayama partieron por vía marítima desde el puerto

de Nagasaki. La señora Doshi buscaba la silueta del Fujiyama, de-nominada “Montaña Sagrada”, donde año tras año la familia rea-

1 “Linda” en japonés.

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lizaba el tradicional peregrinaje. Apenas visualizó algo que se le asemejaba al pico de la montaña, le dio gracias porque se le estaba cumpliendo la petición que cada año con devoción le hacía. Jaruko, feliz por lo que estaba viviendo como familia, miraba a sus padres mientras acariciaba a Quiri.

Todos estaban muy atentos al tocar el puerto de Shangai, uno de los cinco primeros puertos que se abrieron al comercio con Gran Bretaña después de la primera Guerra del Opio en 1842. Shangai floreció gradualmente hasta convertirse en un importante interme-diario entre China y el resto del mundo; allí se efectuaba más de la mitad del comercio total del país. Les impresionó la gran cantidad de hoteles e imponentes edificios. La ciudad estaba estratégica-mente situada a orillas del río Huangpu, conectada con las provin-cias occidentales por barco. En el otro extremo, al este, el Océano Pacífico se encontraba a menos de cien kilómetros de distancia. Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos consideraban a Shangai de vital importancia para el comercio internacional, por esa razón construyeron centros financieros dentro de la ciudad. La arquitec-tura reflejaba la influencia de otros países: edificaciones modernas de estilo Art déco, mansiones con estilos inglés y francés. Shangai era llamado el “París de Oriente”. En el Bund (apodado el Wall Street de Shangai) circulaban ejecutivos con traje y corbata, y ele-gantes mujeres trajeadas con qipaos y calzando zapatos de tacón. La discriminación en la llamada “Zona Internacional” impedía que los chinos tuvieran propiedades. Allí el orden público y la adminis-tración correspondían a representantes de las potencias con intere-ses comerciales en China.

En contraste con la tranquilidad, orden y seguridad de la “Zona Internacional”, los espacios de Shangai habitados por los pobladores chinos eran desordenados y ajetreados; la existencia de numerosos mercados al aire libre y de enredados callejones, no favorecía ningún tipo de circulación. En las principales vías pavi-mentadas se encontraban autos importados al lado de tranvías y autobuses, mientras que en la mayor parte de China, transitaban

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carretillas y carruajes. Las calles hervían de peatones: peones que llevaban cargas en varas de bambú, vendedores ambulantes, men-digos lisiados que golpeaban el piso con platos de hojalata. Alre-dedor de las plazas, los vendedores de libros colocaban puestos de madera que se desdoblaban, en donde exhibían novelas de kung fu usadas, bien para la venta o alquiler. También comerciaban con li-bros para niños en donde héroes y heroínas, expertos en artes mar-ciales, peleaban para defender a los débiles y oprimidos. Shangai contaba con gran cantidad de artistas y la ciudad era escenario de rodaje de las películas hollywoodenses que tenían temática china.

Debido a los hechos sangrientos sucedidos en los Puertos de Shangai por el ataque nipón a principios de ese mismo año, la familia Nakayama se encontró con una ciudad influenciada por el dominio japonés. Tenían una casa asignada en una parte exclusiva de la Zona Internacional, dado al alto rango militar de su padre. La casa tenía un marcado estilo inglés y la señora Doshi no tardó en arreglarla con gran ilusión, imprimiendo ciertos toques de su cultura japonesa: el arreglo del jardín, la decoración de algunos ambientes con biombos, objetos tallados en madera, pinturas y gra-bados que trajo de su casa en Japón y sus acostumbrados arreglos florales. Además, tomó un espacio de la casa y lo transformó en el salón para tomar el té.

Esas tareas la mantenían distraída y muy animada, razón suficiente para que Jaruko compartiera la alegría de su madre. El General, a los días de llegar a Shangai, partió para cumplir su mi-sión en el nuevo Estado de Manchukuo. La señora Doshi no le dio relevancia a la partida, tomó el viaje como parte de las actividades inherentes al nuevo cargo y se conformó con que él la llamara una vez a la semana. Pasaría un mes para que la señora Doshi se atre-viera a preguntarle:

- ¿Cuándo regresarás a casa?, deseo que veas los cambios que le he dado.

El General le dijo de manera indiferente:- Aproximadamente dentro de un mes.

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Ella se extrañó, pero pensó: «Esperar un mes más para te-nerlo en casa no es mucho tiempo». En consecuencia mantuvo su ilusión.

Jaruko no tardó en ambientarse, su padre le había encomen-dado realizar un curso intensivo de chino mandarín para comple-mentar sus conocimientos adquiridos en Japón. Sabía que este conocimiento era indispensable para que pudiera ingresar a la uni-versidad.

Después de dos meses el General Nakayama anunció su regreso. La noticia fue bien recibida por ambas, quienes creyeron que iba a vivir también en Shangai. Consideró prudente aclarar las cosas:

- Mi trabajo es en Manchukuo y allá tengo que vivir. Ustedes vivirán aquí puesto que los estudios universitarios de Jaruko así lo demandarán. Mi intención es tenerlas cerca…las puedo visitar en medida de mis posibilidades; viajaría en un avión militar desde el teatro de operaciones.

Escuchada la aclaratoria, madre e hija no hicieron comenta-rio alguno. La señora Doshi cayó en cuenta de que su esposo había mudado a Shangai sus prolongadas ausencias del hogar y Jaruko vio aniquilada la última esperanza que guardaba sobre el cambio de ambiente familiar. Lo único que le quedaba era compartir con su madre en el tiempo libre. Tomó la firme decisión de no repetir el destino de su madre y la actitud sumisa de las mujeres orientales.

Al pasar de los meses, la señora Doshi reincidió en el tedio y la soledad, nada había cambiado en su vida. Aunque tuvo la opor-tunidad de conocer a otras esposas de militares compatriotas, su modo de ser no le permitió entablar amistad con ellas. Gracias a su capacidad de abstraerse de su dura realidad, pudo continuar con su particular matrimonio. En ese momento fue cuando recordó el viejo adagio que había escuchado desde niña: “Vayas donde vayas cargarás en la espalda tus problemas”.

Producto de su insatisfacción, la señora Doshi volcó nueva-mente y con más ahínco su energía a la formación de su hija. Lo

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primero que notó fue su forma de vestir occidentalizada, la cual iba en contra de la crianza que le había dado. Esto la llevó a repro-charla con insistencia y recordarle los principios del correcto vestir según la tradición. Jaruko no se enfrentaba a estos comentarios, astutamente permitía que su madre se agotara para luego tranqui-lizarla reafirmándole que sólo en apariencia era distinta, pero que en su fuero interno era la misma Nakayama de siempre, con los principios y valores con que había sido criada. Incluso le manifestó que sus cambios de actitud con respecto a la forma de arreglarse, eran más bien dirigidos a interrelacionarse con la comunidad de Shangai. Estos cambios resaltaban los agraciados rasgos de Jaruko y rápidamente hicieron de ella una joven que no pasaba desaperci-bida en su grupo de compañeras, y los chicos, pronto empezaron a mostrar un inusual interés en su compañía. Sin embargo, ninguno fue correspondido, Jaruko no tenía cabeza para romances, estaba focalizada en sus estudios.

Para el matrimonio Nakayama la crianza de su hija era de vital importancia, propio de una familia que ocupaba un lugar privilegiado en los círculos sociales de Nagasaki, así como por la prominente posi-ción económica con que contaban. El General Nakayama había dele-gado esta tarea en su esposa. Desde niña una tutora iba a su casa todas las tardes para dirigirle sus deberes escolares y enseñarle el arte del bonsái y el ikebana; otra la instruía con esmero en poesía, caligrafía y pintura. Para Jaruko, las dos últimas siempre fueron sus favoritas, y por tanto, les ponía mayor empeño. Todas las actividades estaban regidas por horarios inquebrantables y reglas de hierro. Para sus padres, su hija no sólo estaba dotada de una gran inteligencia, sino que también era muy estudiosa. Tenían la certeza de que Jaruko había cumplido con las expectativas que se habían planteado, formar una esposa tradicional de alto nivel intelectual.

A Jaruko le faltaban tres meses para concluir sus estudios de idioma mandarín. Atraída por la atmósfera de grandes cambios que no sólo se daban en el lejano oriente, sino en el mundo entero, había de-cidido matricularse en la carrera de Derecho Internacional aún cuando

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estaba consciente de que la misma, no era la elección habitual para una dama japonesa de la época, yendo en contra de lo que sus padres ha-bían escogido para ella. Uno de los días en que el General Nakayama se encontraba en casa, no desaprovechó la oportunidad y le planteó su deseo de estudiar en la Universidad de FUDAN, una de las más prestigiosas de China. El General Nakayama quedó complacido del empuje que había inculcado en su hija. Había iniciado averiguaciones de la educación superior en esa ciudad, y ciertamente, la Universidad de FUDAN contaba con un reconocido prestigio. Tenía pensado pro-ponerle que se entrevistara con los profesores adecuados para ingresar en la carrera de Biología:

- Jaruko, me agrada que tengas aspiraciones de continuar es-tudiando. No esperaba menos de ti. La universidad que te interesa es reconocida a nivel internacional. Pensaba que el próximo año te entrevistaras con el profesor Huang en la Facultad de Biología, pero si es tu deseo, puedo telefonearle esta misma semana.

La señora Doshi siempre sentía admiración hacia su esposo, pero en ocasiones cuando lo escuchaba hablar con esa seguridad propia del hombre estratégico que no dejaba ninguna variable al azar, tornaba su admiración en un amor idolátrico. A Jaruko le cos-taba mucho desaprobar a su padre. Era la primera vez que se veía en la necesidad de hacerlo, pero sus aspiraciones prevalecían ante su temor al conflicto:

- Padre, he tomado la decisión de inscribirme en la carrera de Derecho Internacional. Ya hice los trámites para mi admisión. Te podrá extrañar mi elección, pero considero que es la carrera cónso-na para la hija de un exitoso general que sirve al Imperio.

El General Nakayama enseguida se percató de que su hija trataba de manipularlo mediante el ego. Sin embargo, no cayó en su juego:

- ¿Quiere decir que has tomado la decisión sin consultar con tu familia?

Se quedó callada con la mirada baja frente a él. Su padre guardaba silencio mientras tantas cosas discurrían por su mente,

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pero no consiguió ningún argumento frente a la elección de su hija. Sentía gran molestia con su actitud inconsulta, mientras la señora Doshi corroboraba la rebeldía que ya le notaba desde hace meses. Con desaliento confirmó sus sospechas. En el ambiente no se vol-vió a escuchar palabra alguna.

Su padre dejó pasar un día sin tocar el tema y al ver que su hija mantenía su decisión, empezó a considerar qué utilidad podría sacar de su elección. En sus visitas a Europa como agregado mili-tar, admiraba a las mujeres que asistían a las Conferencias de Paz entre Japón y China realizadas en los Estados Unidos y Ginebra. El General no imaginaba a su esposa como la mujer apropiada para representarlo en estas ocasiones. Sin embargo, con Jaruko la visión era distinta. El hecho mismo de haberse inclinado por esta carrera, le indicaba que podría serle útil en sus futuras relaciones políticas. Después de estas consideraciones se dirigió a ella:

- Jaruko, no estoy de acuerdo con tu selección de carrera, pero voy a hacer una concesión y aceptaré lo que quieres estudiar.

Jaruko, al contar con la aprobación de su padre, su pecho se hinchó de alegría.

En enero de 1934 Jaruko inició sus estudios universitarios en medio de una China dominada por conflictos internos y externos. Era una estudiante destacada, muy crítica, y le gustaba discutir con sus compañeros acerca de la problemática política, económica y social del mundo. Temas como la ocupación de China por los paí-ses occidentales, las políticas expansionistas adoptadas por Japón, así como las constantes luchas del pueblo chino contra sus inva-sores, eran asuntos álgidos que ocupaban su atención. Jaruko se sentía afectada por su nacionalidad, y debía frecuentemente razo-nar ante sus compañeros la posición de su país, los cuales estaban conformados en su mayoría por jóvenes chinos provenientes de familias pudientes, y una minoría de extranjeros venidos de Euro-pa. Allí conoció estudiantes que sentían simpatía por la ideología de los dos grandes partidos de aquel entonces: el Kuo-Min-Tang y Gung-Tsan-Dang. También departió con estudiantes de diversas

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posturas ante el acontecer mundial, desde aquellos que apoyaban al partido comunista ruso, hasta los que tenían posturas típicas del pragmatismo capitalista.

A medida que iba pasando el tiempo, las actividades uni-versitarias absorbían cada vez más la atención de Jaruko, mientras que el General Nakayama continuaba habitando en Manchukuo y visitaba periódicamente su hogar. La señora Doshi se fue convir-tiendo en una mujer cada vez más retraída. Solía permanecer en su casa salvo en aquellos casos excepcionales en que se hacía indis-pensable acompañar a su esposo en los actos protocolares. Jaruko estaba al tanto de lo que estaba padeciendo su madre y en muchas ocasiones se sentía dispuesta a abordar el tema. Empero, no dejaba flancos para hablar. La reiterada visión de su solitaria madre en el jardín japonés, la hizo olvidar su convicción de que nunca se since-raría con ella. Decidió enfrentarla directamente:

- Madre, sería bueno que asistieras a las invitaciones periódi-cas ofrecidas por las damas japonesas.

La señora Doshi se excusó:- No deseo salir de casa hoy.Jaruko continuó:- No tiene que ser hoy, pero trata de asistir una vez... quizá

te anime.Su madre evitaba el tema con clara incomodidad:- Lo haré cuando sienta deseos de salir.- Para asistir a esas reuniones vespertinas ya tienes la apro-

bación de mi padre. Además, por los acontecimientos no sabemos hasta cuándo vamos a vivir en Shangai.

La madre empezó a exasperarse por la insistencia de su hija:- Jaruko, no debes inmiscuirte en mi propio espacio, acuér-

date que tú eres la hija y yo soy la madre.Guardó silencio por unos segundos:- Madre eso lo tengo presente siempre, por esa razón me

duele ver cómo pasas una vida encerrada entre cuatro paredes.

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Nunca te veo reír, siento que no eres feliz... y yo tampoco soy feliz del todo por eso.

La señora Doshi se quedó callada. Las palabras de Jaruko revestían gran importancia, su hija la quería más de lo que ella se imaginaba.

- Hija, ¿acaso necesitamos movernos para que el sol nos ilu-mine diariamente?

A Jaruko no le quedó otra alternativa que dar por con-cluida la discusión sobre ese tema. Cada una interpretó de ma-nera muy distinta el significado de la conversación que tuvie-ron. Para Jaruko, sería el punto culminante de sus intentos por establecer un puente afectivo con ella; para su madre, la disi-pación de todas las dudas sobre la posible rivalidad que entre ellas pudiera existir. Lo más importante era que no notara sus problemas conyugales, ni que tampoco la percibiera como una persona egoísta que anteponía sus intereses personales a los de su patria. Había decidido llevar una vida de carencias, viendo sus sacrificios como un aporte para su Emperador.

Una tarde de otoño de 1936, Jaruko se encontraba en casa cuando su madre recibió una llamada telefónica de su hermana desde Japón. Ella le comunicó que su hijo Michi, quien estaba en Manchukuo, había sufrido un accidente cerebro vascular. Así se enteró Jaruko del estado crítico en que se encontraba su primo. Ambas mujeres prepararon el viaje rumbo a Manchukuo para en-contrarse con el General Nakayama y con los padres de Michi que se trasladarían también desde Japón.

Cuando llegaron, la imagen de éste los impactó: estaba su-mergido en una tina llena de hielo para detener la hemorragia. A las pocas horas Michi no pudo resistir más y falleció. La tristeza embargó a ambas familias. Para Jaruko la pérdida de su primo fue dolorosa. Nunca olvidaría a la única persona que llenó su vida de afecto familiar. Estaba enterrando una de sus pocas vivencias pla-centeras de su infancia.

Después de tres días, fue cuando Jaruko pudo llorar su parti-

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da. Para los padres de Jaruko, la partida de Michi no sólo implicaba una pérdida de un ser querido, sino también, la desaparición de los planes que albergaban ambas familias. Con el matrimonio concer-tado entre Michi y Jaruko, los Nakayama aspiraban que su hija preservara las costumbres ancestrales.

Su despedida post-mortem fue realizada con honores, como lo merecían los que morían sirviendo a la patria. El cuerpo fue co-locado en un ataúd cubierto con la bandera de Japón; arriba co-locaron una fotografía en la que Michinova Murayama lucía su uniforme militar de gala. Los restos de Michi fueron llevados al aeropuerto para ser trasladarlos a Japón.

En enero del año 1937, Jaruko concluyó los estudios univer-sitarios. El odio del pueblo chino hacia los japoneses era cada vez más marcado. El descontento social se iba incrementando entre los chinos, quienes veían que los japoneses y el resto de los ocupantes extranjeros, disfrutaban del lujo y el placer a costa de su propia pobreza. El General Nakayama consciente de esa realidad y de los proyectos de la política nipona de continuar con su expansión en ese territorio, decidió que por razones de seguridad su hija se man-tuviera alejada de los nativos de ese país. Conocía del crecimiento económico y del progreso que se estaba produciendo en Estados Unidos, e intuyó la conveniencia de que realizara estudios del idio-ma inglés con una doble finalidad: la primera, la de aislarla del entorno Chino; la segunda, incorporarla a un círculo de potenciales diplomáticos que pudieran desposarla para resolver de una vez por todas el casamiento de su hija.

El General Nakayama sentía una gran inquietud respecto a la posición de su hija ante el programa adoptado por el gobierno nipón en China. Desconocía si su personalidad rebelde podría dis-crepar con la política expansionista, gracias a la información que había adquirido en la universidad. Para su sorpresa, aceptó estudiar inglés sin ninguna resistencia. Jaruko ya había comprendido la in-tención de su país sobre China, y más allá de las vivencias universi-tarias, privaron sus raíces ancestrales. Sentía orgullo por el poderío

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japonés y por su padre, quien estaba sirviendo a su Emperador. En noviembre de ese mismo año, los japoneses se apoderaron de Shangai tres meses después de haber desembarcado sus tropas en el puerto de esa ciudad.

A pesar de sus logros los japoneses percibían el peligro po-lítico. La progresiva penetración de la doctrina comunista rusa en China, se debía en parte a que su pueblo veía en esa ideología un camino para lograr su liberación de manos extranjeras, situación que preocupaba sobremanera a los japoneses. El gobierno de To-kio frente a esta amenaza de la ideología comunista, firmó el 26 de noviembre de 1936 la propuesta de la creación del Pacto Anti-Ko-mintern con Alemania, a fin de frenar el avance del comunismo y mantener la hegemonía sobre China. Un año después, en noviem-bre de 1937, cuando las tropas japonesas celebraban la ocupación de Shangai y gran parte de la China septentrional, recibieron con beneplácito la incorporación de Italia a dicho Pacto.