Las Elites Europeas Han Decidido Elegir Otro Pueblo

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Las elites europeas han decidido elegir otro pueblo La Gaceta | El pensamiento único que domina nuestras elites, representado en la ONU, ha decretado que la población europea debe ser sustituida por la del Tercer Mundo, con la entusiasta cooperación de los medios de comunicación al uso. "Tras la sublevación del 17 de Junio la Secretaria de la Unión de Escritores Hizo repartir folletos en el Stalinallee indicando que el pueblo había perdido la confianza del gobierno Y podía ganarla de nuevo solamente Con esfuerzos redoblados. ¿No sería más simple En ese caso para el gobierno disolver el pueblo Y elegir otro?" La boutade poético-política de Bertolt Brecht, ese podemita avant la lettre que vivía en una Alemania del Este pero mantenía sus marcos en los bancos del Oeste, parece más cerca que nunca de hacerse real: nuestros gobernantes parecen decididos a "elegir otro pueblo". No, no es una conspiranoia de este megahiperultraderechista que escribe frente al aluvión de imágenes de niños y mujeres (de un contingente compuesto en sus tres cuartas partes por varones) con que nos castigan los medios. Por el contrario, nuestras elites están hablando alto y claro sobre sus propósitos inmediatos en el asunto de la inmigración masiva del Tercer Mundo hacia Europa. Mientras el buenismo mediático sigue insistiendo en que se trata de 'refugiados' directamente llegados a nuestras costas del campo de batalla, la ONU no se cansa de hablar a las claras de 'migración de

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Las elites europeas han decidido elegir otro puebloLa Gaceta |

El pensamiento único que domina nuestras elites, representado en la ONU, ha decretado que la población europea debe ser sustituida por la del Tercer Mundo, con la entusiasta cooperación de los medios de comunicación al uso.

"Tras la sublevación del 17 de Junio

la Secretaria de la Unión de Escritores

Hizo repartir folletos en el Stalinallee

indicando que el pueblo

había perdido la confianza del gobierno

Y podía ganarla de nuevo solamente

Con esfuerzos redoblados. ¿No sería más simple

En ese caso para el gobierno

disolver el pueblo

Y elegir otro?"

La boutade poético-política de Bertolt Brecht, ese podemita avant la lettre que vivía en una Alemania del Este pero mantenía sus marcos en los bancos del Oeste, parece más cerca que nunca de hacerse real: nuestros gobernantes parecen decididos a "elegir otro pueblo".

No, no es una conspiranoia de este megahiperultraderechista que escribe frente al aluvión de imágenes de niños y mujeres (de un contingente compuesto en sus tres cuartas partes por varones) con que nos castigan los medios. Por el contrario, nuestras elites están hablando alto y claro sobre sus propósitos inmediatos en el asunto de la inmigración masiva del Tercer Mundo hacia Europa.

Mientras el buenismo mediático sigue insistiendo en que se trata de 'refugiados' directamente llegados a nuestras costas del campo de batalla, la ONU no se cansa de hablar a las claras de 'migración de sustitución' como remedio para Europa. Es decir, elegir otro pueblo. La Unión Europea debe "hacer cuanto pueda para acabar con la homogeneidad" de sus estados miembros, ha dicho recientemente Peter Sutherland, representante especial de las Naciones Unidos para la migración y antiguo ejecutivo de Goldman Sachs.

Sutherland no habla a título personal, se limita a repetir la consigna de Naciones Unidas que transmiten todos sus responsables de migración, como François Crépau, que ha dejado claro que Europa "tiene que abrir sus fronteras. No veo otra solución para Europa”.

Ya sabe: el pueblo que vive en Europa desde hace milenios, el que ha construido la Civilización Occidental con no poco esfuerzo y muchos trompicones, el que la está pagando -usted, para entendernos- sobra, y hay que traer otro pueblo para que Bruselas pueda seguir legislando sobre el tamaño de los pepinos. Es lo que la propia ONU llama "migración de sustitución".

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En parte, no les faltan argumentos, porque el de Europa es un desastre demográfico sin paliativos. Nuestro país, en concreto, tiene una de las tasas de fertilidad más bajas de la UE, 1,27 hijos por mujer, muy por debajo de la tasa de remplazo de 2,1, pero la Unión en general, con 1,55, no está mucho mejor. Y ese es el argumento que esgrime Sutherland: una población envejecida y en declive "es el argumento clave para el desarrollo de estados multiculturales".

Así, siguiendo la misma lógica que ve en los seres humanos piezas intercambiables, sin cultura ni concepciones rivales que puedan poner en peligro la convivencia o diferir en productividad, hasta el Bundesbank se ha decantado por la avalancha del Tercer Mundo como único medio de mantener el 'European way of life'.

Pero, ¿es cierto? ¿contribuyen más de lo que cuestan los refugiados 'y asimilados'? Si haces el cuento de la lechera desde una torre de marfil herméticamente cerrada, quizá. Si, en cambio, uno se molesta en echar un vistazo a los numerosos estudios que existen sobre el impacto fiscal de la inmigración procedente de Oriente Medio en Gran Bretaña, Holanda, Alemania, los países escandinavos, etcétera, los resultados son muy otros. Y alarmantes. Ya hace años, Thilo Sarrazin, del SPD (socialista) lo advirtió en un libro que causó no poco escándalo.

El diario financiero Finansavisen es tajante: más que rentable, la inmigración (esa inmigración, al menos) es, más que poco rentable, ruinosa. Los investigadores del periódico se basaron en las cifras publicadas por el SSB (la agencia noruega de estadísticas oficiales) para calcular que cada inmigrante extraeuropeo cuesta a la sociedad noruega, de media, 4,1 millones de coronas, unos 400.000 euros. En un solo año, 2012, 15.400 inmigrantes extraeuropeos entraron en Noriega. La entonces directora de la patronal noruega (NHO), Sigrun Vågeng, profetizó en un estudio la desaparición de la riqueza generada por el petróleo del Mar del Norte si no se detenía el flujo de inmigrantes. "El coste de esta inmigración tendrá que cubrirlo el contribuyente o habrá que recortar servicios y gastos sociales", aseguró a Finansavisen Erlend Holmøy, investigador del SSB.

La reacción a estos datos es perfectamente previsible: "el coste es irrelevante, la inmigración debe continuar". Son palabras de Eskild Pedersen, presidente de las juventudes del Partido Laborista noruego, que ha pedido que se duplique el número de inmigrantes que recibe el país cada año.

No es, pues, cuestión de dinero, sino más bien de "enriquecimiento cultural", "abrirse al otro", "multiculturalidad", "diversidad" y todos esos conceptos tan indudablemente positivos para cualquier sociedad, como saben en la India, Sri Lanka, Líbano, Sudán del Sur o, en general, cualquier país en el que conviven pueblos con culturas y concepciones del mundo diversas.

Pero nosotros somos distintos. En ese supremacismo inverso e inconsciente tan típico de la progresía occidental, estamos convencidos de que esos problemas no nos afectarán porque somos abiertos y plurales y democráticos y... Y, en el fondo, pensamos que lo nuestro -nuestra nada, porque todos esos valores lo son de proceso, no de sustancia- es tan indeciblemente superior a lo suyo que bastarán unos meses de ver la tele para que los recién llegados olviden esas concepciones y hábitos culturales de los que nunca hablamos (y a menudo se niegan), como el absoluto desprecio y/o desconocimiento de las instituciones democráticas, la minusvaloración de la mujer, la centralidad de la fe en la vida política y otras menudencias. Sobre todo, después de haberles dicho que todas las culturas son iguales y, si acaso, la nuestra es la peor que ha existido en la historia del planeta.

O, por decirlo con palabras del ex premier checo Vaclav Klaus en una reciente carta publicada en el alemán Die Welt ('Merkel le está haciendo un flaco favor a Europa'):

"Las ciencias sociales nos dicen -en este caso, en perfecta armonía con un sano sentido común- que, para lograr el funcionamiento productivo y la estabilidad de cualquier sociedad, es absolutamente vital la coherencia interna de dicha sociedad. La ciencia económica aplica los conceptos de "capital social y humano", sin los cuales es imposible la existencia de una polis sana, cohesionada y funcional".

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"Hoy el debate sobre la inmigración ignora por completo estos hechos elementales. Pero los ideólogos, cegados por la ideología del multiculturalismo, no son capaces de ver el problema. Creen que es posible "rellenar" las sociedades de los distintos estados europeos de inmigrantes sin la menor dificultad".

¿Hace falta recordar las tres mil niñas mantenidas durantes años como esclavas sexuales en Rotherham para apoyar las palabras de Klaus, o los disturbios de Notting Hill? ¿Hay que traer a la memoria la revuelta de las banlieues parisinas o la matanza de Charlie Hebdo? ¿Alguien puede explicar por qué un país tan avanzado en la igualdad de género como Suecia es el segundo del mundo en violaciones por habitante?

Pero estas noticias dramáticas son, afortunadamente, escasas y puntuales por el momento. El deterioro es menos llamativo, menos de portada, y afecta sobre todo a estratos de población sin apenas influencia en las decisiones políticas. Es, por ejemplo, esa segregación silenciosa que se da en xenófila Suecia según un reciente estudio de la Linneuniversitet, según el cual cada vez es mayor la cohesión étnica de los barrios. A partir de un 3% 4% de ocupación por inmigrantes no europeos, los autóctonos empieza a abandonar la vecindad, empezando por las rentas más altas.

 Los dioses ciegan a quienes quieren perder, y Europa, con excepciones notables, parece ciega ante su propia destrucción. La arrogancia de una progresía que será la primera en ver contradicha toda su Weltanschaaung por los recién llegados está abriendo alegremente la puerta a una muchedumbre ajena a nuestra civilización y que, con toda lógica, nos impondrá la suya. Pero nos queda el consuelo de poder contar a nuestros nietos, cuando nos pregunten cómo dejamos perder tan alegremente nuestra civilización,  lo buenos que nos sentíamos en redes sociales con nuestros hashtags.