Las Humanidades Ante Un Siglo Incierto

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02/ 11/ 12 Las Hum ani dades ant e un Si gl o I nci er t o 1/ 10 www. hot t opos. com/ mi r and12/ j oaqj ar . ht m Las Humanidades ante un Siglo Incierto -conferencia en el centro "Gabriel Miró"- Joaquín Jareño Alarcón Universidad Católica de Murcia (UCAM) "Creo que los estudios humanísticos deben permanecer como una parte esencial de nuestra formación cultural y de nuestras vidas, entre otras razones, porque responden a la necesidad de encontrar sentido a la vida y al ansia de identidad individual que siente el hombre hoy no menos que en el pasado" (A.Bullock, La Tradición Humanista en Occidente). Muchos son los tópicos que acusa este final de siglo por el simple hecho de ser lo que es. No obstante, lo que no se puede obviar es lo oportuno de su consideración como un referente para realizar una reflexión sobre el período histórico cerrado, y las perspectivas que se advierten a partir de los hechos vividos. Los historiadores precisan de altos en la senda de la historia para poder lanzar un veredicto sobre el escrutinio del que depende su condición profesional, y los filósofos - quizás con unas pretensiones excesivas, pero justificadas- tratan de localizar el significado de lo general en los entresijos de lo particular histórico. En este sentido, el siglo XX ha dado de sí un material cuantioso trenzado de incógnitas y certezas, que se nos presenta como paradigma de los aciertos y excesos de nuestra propia condición. Derivado de la reflexión sobre lo que estos años han sido, la apertura al período que se nos enfrenta a partir de este 2001 toma el carácter de un reto cuyas interrogantes no puede eludir la conciencia crítica del humanista. Por ello, por el interés en desvelar -a la vez que construir- el camino que la historia va representando, las Humanidades se encuentran con la obligación de hacer suyo ese reto, rescatando lo que más noble se localiza de entre las aspiraciones humanas. Este artículo trata de recapitular los elementos de juicio fundamentales para encarar dicha tarea. Su intención es aclarar la incidencia que los estudios humanísticos tienen en el desarrollo personal tanto como social, destacando su carácter central en todo proceso de construcción simbólico, emocional e institucional, presentando vías de acceso a los problemas que hoy día aquejan al colectivo humano. La idea que vertebra todo este trabajo no es otra que la de resaltar la vertiente práctica de los estudios humanísticos, en la medida en que pueden ayudar a conformar propuestas de solución a los grandes desafíos de la

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Las Humanidades ante un Siglo Incierto

-conferencia en el centro "Gabriel Miró"-

Joaquín Jareño Alarcón

Universidad Católica de Murcia (UCAM)

"Creo que los estudios humanísticos deben permanecer como una parteesencial de nuestra formación cultural y de nuestras vidas, entre otrasrazones, porque responden a la necesidad de encontrar sentido a la viday al ansia de identidad individual que siente el hombre hoy no menosque en el pasado" (A.Bullock, La Tradición Humanista en Occidente).

Muchos son los tópicos que acusa este final de siglo por el simplehecho de ser lo que es. No obstante, lo que no se puede obviar es looportuno de su consideración como un referente para realizar unareflexión sobre el período histórico cerrado, y las perspectivas que seadvierten a partir de los hechos vividos. Los historiadores precisan dealtos en la senda de la historia para poder lanzar un veredicto sobre elescrutinio del que depende su condición profesional, y los filósofos -quizás con unas pretensiones excesivas, pero justificadas- tratan delocalizar el significado de lo general en los entresijos de lo particularhistórico. En este sentido, el siglo XX ha dado de sí un materialcuantioso trenzado de incógnitas y certezas, que se nos presenta comoparadigma de los aciertos y excesos de nuestra propia condición.Derivado de la reflexión sobre lo que estos años han sido, la apertura alperíodo que se nos enfrenta a partir de este 2001 toma el carácter de unreto cuyas interrogantes no puede eludir la conciencia crítica delhumanista. Por ello, por el interés en desvelar -a la vez que construir- elcamino que la historia va representando, las Humanidades seencuentran con la obligación de hacer suyo ese reto, rescatando lo quemás noble se localiza de entre las aspiraciones humanas.

Este artículo trata de recapitular los elementos de juicio fundamentalespara encarar dicha tarea. Su intención es aclarar la incidencia que losestudios humanísticos tienen en el desarrollo personal tanto comosocial, destacando su carácter central en todo proceso de construcciónsimbólico, emocional e institucional, presentando vías de acceso a losproblemas que hoy día aquejan al colectivo humano. La idea quevertebra todo este trabajo no es otra que la de resaltar la vertientepráctica de los estudios humanísticos, en la medida en que puedenayudar a conformar propuestas de solución a los grandes desafíos de la

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modernidad contemporánea.

Consideramos que los grandes pilares que sustentan las Humanidadesson la historia, las lenguas y la filosofía, con su variante de reflexiónmoral, a partir de los cuales se puede acreditar el peso específico queadquieren los estudios en cuestión en su dimensión contributiva a losprocesos de desarrollo social, cultural y espiritual. Es una tareairrenunciable de las Humanidades la reflexión constante acerca de lacondición humana, la búsqueda del conocimiento sobre aquellas tareasespecíficas que la desarrollan en el terreno de los valores que le sonpropios. Una investigación continuada es, aunque pudiera parecerreiterativo, algo inevitable, puesto que el carácter abierto de la esenciahumana exige la preocupación inacabada como actividad recurrente. Esesto lo que ordena la flexibilidad del individuo ante las situacionesnovedosas, diseñando tanto el itinerario como las estrategias paracumplir las exigencias de la inscripción délfica: conocerse a uno mismo.

Esta línea de pensamiento posee ilustres antecedentes tanto en Sócratescomo Platón, quienes generaron el convencimiento fundamental de laidentidad espiritual del ser humano, desgranando los problemasderivados de la dialéctica dualista en la que concibieron la propiacondición humana. De la importancia de esta reflexión se ha hecho ecotoda la historia cultural occidental, hasta el punto de haber quedadoconfigurada en términos de aceptación o rechazo. En cualquier caso, eldebate ha producido numerosas aristas que han derivado en discusionesacerca de la bondad o maldad intrínseca de los individuos, consideradasbien como algo inevitable, bien como dependiente de las capacidades deejercicio de la libertad. Si el ser humano es invariablemente "lobo parasí mismo" (Plauto dixit), cualquier intento de entender suamejoramiento ético está condenado al fracaso, dado que la maldadcondicionaría todas y cada una de sus aspiraciones, eliminando laimportancia del carácter moral de la libertad. Es ésta la que permite alindividuo convertirse en capaz de lo mejor y lo peor, alimentando laconvicción de que el futuro no está decidido y de que la participaciónhumana en la historia es su elemento constitutivo. Precisamente lacondición histórica del ser es uno de los motivos fundamentales dereflexión en los estudios humanísticos, y a ello trataremos de referirnosen los párrafos que siguen.

El escrutinio de la historia es imprescindible para saber quiénes somos,así como de lo que somos capaces. El análisis de las acciones de losindividuos en su perspectiva histórica no los convierte en entidadesfragmentarias y divisibles en función de segmentos temporales, odiluidos en la variabilidad de las influencias del contexto. Hacerlo así

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equivaldría a desentenderse de la identidad que nos permitecomprender la idea de progreso. Autores como I. Berlin [1] han tratadode centrar el discurso histórico en el debate sobre lainconmensurabilidad cultural, intentando alejarnos de una reflexiónsosegada sobre las reivindicaciones propias de nuestra condición. ParaBerlin, sólo es concebible la idea de progreso si puede comprendersealgún tipo de teleología en las aspiraciones de los individuos, y ésta sóloes admisible si se presupone la existencia de un modelo ideal desde elque interpretar dichas aspiraciones, lo cual no aparecería refrendadopor la propia historia. No obstante, resulta singularmente complicadoreflexionar sobre las intenciones y expectativas humanas si no se aceptaalgún tipo, sea cual sea, de uniformidad en las mismas, y de igual modoresulta complicado hacerse eco de las enseñanzas de la historia si no seentiende que apuntan en una dirección básicamente unitaria. Esto noquita para que cada individuo saque sus propias conclusiones, pero denada le sirve hacerlo si no encuentra criterios generales que le permitantransgredir la barrera que interponen las épocas históricas consideradassegún lo que las distingue [2] .

Es el estudio de la historia lo que puede asentar nuestra confianza enque el futuro está por decidir; que podemos ejercer algún tipo decontrol sobre él, de modo que en la comprensión del mismo se hagapatente el desarrollo de nuestra libertad. Es ésta una de las másdestacadas características de la tradición humanista. De un estudio talderiva el rechazo de cualquier visión determinista que reduciría al serhumano a una entidad que no puede hacer más que lo que hace nitransitar de un modo distinto a como transita. Nuestra capacidad detomar decisiones está en relación directa con nuestras habilidades paracomprender el medio y adaptarnos a él, pero se manifiestanmayormente en cómo podemos operar transformándolo. En estesentido, el conocimiento de la historia capacita para reconocer elsignificado y trascendencia de nuestras acciones, así como permiteobrar de modo distinto a como se ha hecho previamente. Decidir elfuncionamiento de nuestras vidas está en conexión íntima con lacapacidad de hacer algo distinto a lo que hemos elegido hacer, eigualmente de hacer algo distinto a lo que ya está hecho. Esto notermina de justificar el que nuestra elección sea correcta, pero al menosnos deja en la posición de que el escoger es posible y nos arroja alconvencimiento moral de que es nuestra la responsabilidad de nuestrosactos. Las consecuencias tanto sociales como políticas de estacircunstancia son enormes, dado que está a la base del propio conceptode Estado de Derecho. Los individuos deben ser plenamenteconscientes de las decisiones que toman y de que las decisiones que

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toman son suyas, de modo que apenas quede terreno para lamanipulación. El estudio de la historia incide precisamente en esto,puesto que una sociedad sin referencias culturales y sin reflexiónhistórica es una sociedad fácilmente manipulable, en la medida en queno es consciente del alcance de sus procesos ni del papel que losindividuos juegan en los mismos.

El segundo pilar del trabajo humanístico es la preocupación por laslenguas. Si ya Aristóteles señalaba [3] que un elemento fundamentalpara mostrar el carácter social del individuo era el lenguaje, lasreflexiones contemporáneas de la filosofía lingüística vuelven a hacerhincapié en la consideración del ser humano como ser simbólico. A laluz de esto podríamos preguntarnos si se podría vivir sin lenguaje deningún tipo. Si podríamos entender a alguna colectividad que careciesepor completo del canal comunicativo de una lengua (con sus procesosestrictamente verbales, pero también con los no verbales). El filósofoaustríaco Ludwig Wittgenstein basó toda su reflexión filosófica en loque consideraba como el elemento distintivo de la complicada forma devida humana [4] , esto es, en el lenguaje; haciéndolo hasta el punto deque no resultaba posible la comprensión –y construcción- de losconceptos más que a través de su manifestación (aunque sería másacertado decir su uso) lingüística. De la importancia del lenguaje paralos seres humanos quedaba constancia en su crítica al lenguajeprivado, al señalar que incluso lo que consideramos interior para losindividuos (sentimientos, sensaciones, etc.) está definido por suarticulación pública, es decir, en la interdependencia significativa de lossujetos.

Nuestra capacidad simbólica se codifica en lenguajes. Lo que destacaen esta codificación es precisamente el hecho de la necesidad de más deun individuo para que exista mensaje, es decir, para que existasignificación como tal. La dependencia que tenemos de los demás en elorden del desarrollo semántico sugiere lo imprescindible de la alteridadpara nuestra propia supervivencia, de modo que nos debemos, como yaseñalaba Buber, a la relación (zwischen), y nuestra propia identidadindividual solamente es articulable a partir de la incidencia que otrostienen en nosotros. De ahí se deriva que el compromiso fundamental seda en lo que, en terminología ética, podemos denominar la “apertura alotro”. Puesto que no podemos desvincularnos de él, nuestrocompromiso tanto ontológico como semántico es irrenunciable.

Es en el lenguaje donde la comunicación se hace posible. Dondepodemos manifestar emociones, transmitir realidades, despertarsentimientos, etc. Los poetas han explotado abundantemente estas

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posibilidades de expresión. Homero, por ejemplo, transmitió con sushexámetros dactílicos toda una cosmovisión que dio forma a una partesustancial de la cultura griega antigua. Ovidio versificó con sublime tinolas artes amatorias humanas, elevándolas a la categoría de mito.Whitman reivindicó el ego exaltando los valores de lo individual hastasu casi exacerbación. César Vallejo apuntó los extremos de los excesosretóricos en su crítica amarga al vaciamiento de las palabras con su maluso (“¡Y si después de tantas palabras no sobrevive la palabra!”). Tanimportante es la expresividad lingüística que, reflexionando sobre elalcance de la crítica cultural, y en un arranque de lucidez crepuscular,Theodor W. Adorno escribía: “Luego de lo que pasó en el campo deAuschwitz es una barbaridad escribir un poema” [5] ; así manifestaba laaltura y la profundidad morales del silencio.

Dadas las particulares características que el lenguaje reviste para el serhumano, no es de extrañar que su estudio forme parte sustancial deltrabajo humanístico, que lo haya hecho tradicionalmente y que continúesiendo un leitmotiv en la actualidad. Esta dedicación al lenguaje reviste,asimismo, un particular interés de igual modo por su incidencia en eldesarrollo de los procesos cognitivos e intelectuales de los individuos.La fluidez verbal, por ejemplo, es uno de los factores más relevantesconsiderados por los psicólogos en el estudio de la inteligencia. Unmayor dominio lingüístico permite a ésta desarrollarse con mayorfacilidad. Igualmente agiliza la comunicación y, con ello, elentendimiento entre las personas. Del mismo modo, el matizar yperfilar los conceptos para hacer un uso más preciso y adecuado de losmismos. En este sentido, resulta relevante hacer presente la importanciaque la propia tradición humanista dio a la cultura clásica y a las lenguasen las que ésta alcanzó sus cimas de sublimidad. En nuestro entornocultural contemporáneo un interés tal no ha perdido vigencia: elconocimiento del latín y el griego nos permite profundizar y afinar másen la elaboración de nuestro propio lenguaje, debido a la enormedependencia que éste tiene con aquellas lenguas, y –por ello- en laarticulación de los conceptos. Asimismo, nos son de ayuda inestimablepara aprender con más facilidad otras lenguas, dado que hay numerososidiomas que tienen como madre al latín. También sucede con losidiomas que usan, en mayor o menor medida, declinaciones, cual es elcaso del alemán.

Si miramos al interior de las civilizaciones en las que surgieron laslenguas clásicas, la profundidad de nuestra implicación con los motivosde interés de los estudios humanísticos se aclara todavía más. Elpensamiento griego es el germen de la filosofía occidental. Hacimentado nuestra forma de pensar, nuestra tradición científica y

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nuestra capacidad crítica. La forma en que básicamente comprendemosel cosmos, la posibilidad de hablar de democracia, de entender lotrascendente ya están gestándose a través de las categorías griegas depensamiento. Volver la mirada a la cultura grecolatina es serconscientes de los fundamentos de nuestra civilización. Las grandestragedias griegas y los grandes poetas latinos se encargaron de ahondaren las profundidades del ser humano, sus aspiraciones, deseos,sentimientos, frustraciones, etc., poniendo de manifiesto la complejidadde nuestra naturaleza, e iniciando el camino para nuestroautoconocimiento y maduración moral. No en vano, como hemosseñalado, la clave del progreso personal encuentra su expresiónadecuada en la máxima “gnothi seauton” (“nosce te ipsum”).

A lo largo de la historia, el ser humano ha dirigido la atención hacia supropio mundo interior. Gracias a esta búsqueda de lo intrínsecamentehumano –con toda su complejidad- hemos podido disfrutar de grandesproducciones artísticas, como lo son las tragedias griegas. En ellas senarran y exploran los abismos y vericuetos del alma. Ya el propioAristóteles, al reflexionar sobre la tragedia, puso de manifiesto lasignificatividad del proceso catártico, en el que el ser humanoexperimenta una purificación ante el espectáculo de las miserias de supropia condición. Los mismos conflictos, los mismos asuntos de losclásicos mantienen su vigencia, materializándose continuamente en losdistintos sucesos que padece la Humanidad: el antagonismo entre elindividuo y el cosmos, sus conflictos con el poder, el significado deldeber y el restablecimiento del orden, etc.

El tercer pilar de los intereses humanísticos se construye en torno a lareflexión filosófica. Fue tarea de los humanistas hacer de la filosofíauna escuela de la vida humana, trasladando su atención a los problemassuscitados en ella. Son las Humanidades, en tanto que estudio integralde la persona, las que nos transmiten la creencia de que ésta tiene unvalor en sí misma. Que el respeto al individuo es la fuente de todos losdemás valores y derechos humanos. Sólo es posible entender el trabajohumanístico si se percibe en la perspectiva del desarrollo integral de lapersonalidad y de todas las capacidades del ser, destacando lasposibilidades de mejorarse a sí mismo y a la Humanidad, lo cual derivaen un reforzamiento de los valores morales, precisamente en una épocaen que todo se mide con criterios de eficacia y atendiendo al cálculo deutilidad [6] . Gilles Lipovetsky ha denominado [7] con acierto a nuestraetapa histórica, la era del vacío. Nuestra sociedad contemporánea, ajuicio de este autor, es una sociedad autista, un mundo en el cualhombres y mujeres se encierran en sus reinos privados y se sienten tantemerosos de comunicarse con los otros que llegan a perder el hábito de

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hacerlo.

La filosofía adquiere en este contexto una peculiaridad que le devuelvea sus reivindicaciones sobre la comprensión de la realidad y losindividuos que la habitan. La función crítica mantiene su relevanciatrasladando nuestras intuiciones acerca de los procesos sociales alterreno del discurso sistemático. Aquí reside su audacia pero,igualmente, la justificación de su servicio. En una situación como la deeste cambio de siglo, adquiere una vigencia particular el diálogofilosófico con las realidades culturales. Asistimos actualmente a unmomento crítico particular. Un momento expuesto al juicio en unaperspectiva singularmente fructífera. En la antítesis de lo que proponíaBuber [8] , asistimos a la desaparición de lo que este autor denominabauna “conversación de verdad”. Estamos inmersos en una sociedadindividualista en donde se dificulta que las palabras primordiales deBuber, yo y tú (o yo-tú) aparezcan con la interdependencia que poseen.Quizás el problema sea que no hay nada nuevo que comunicar o, si lohay, que no exista interés en hacerlo. La sociedad contemporáneaofrece unas posibilidades enormes de transmisión de información queningún visionario de épocas pasadas hubiera podido imaginar. Noobstante, es la sociedad de la soledad; una sociedad de frustraciones, dela depresión [9] , de la multiplicidad de trastornos psicológicos.Podríamos llamarla la sociedad de la abundancia de medios y carenciade fines.

En el análisis de las causas de estos fenómenos sociales llegamos aadvertir el componente filosófico del descrédito progresivo de losgrandes discursos, que en otras ocasiones actuaban como determinantessustanciales de la cohesión social. La defensa radical del individualismosurge en función de lo que W. Welsch [10] ha denominado grandesproyectos. Una reacción generalizada de hastío psicológico y moral hasido el resultado de una etapa histórica marcada por enormes tragediasbélicas y nuevos desafíos anteriormente inimaginados. La seducción delcapitalismo no ha desaparecido en la explicación –y justificación- de losprocesos económicos. Simplemente, por decirlo de algún modo, se hareciclado, haciendo posible una eclosión de aspiraciones consumistasdespués de una etapa de imparable crecimiento económico enOccidente. El criterio de eficacia al que antes aludíamos, pone encuestión cualquier exigencia de fundacionalismo, esto es, de confianzaen fundamentos últimos que avalen o cuestionen todas las propuestasde acción. Esto no es, a nuestro juicio, más que una manifestación deque la técnica se impone a la ética, con un nuevo criterio que lasuplanta en el orden tradicional. Junto a ello, la verdad se convierte enuna ficción, aplicándose modelos interpretativos de la realidad en

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dependencia de los individuos o las circunstancias. Esto hace que laubicación del error aparezca como algo inasumible, dado que la puestaen duda de las exigencias últimas de la propia razón ha provocado laexacerbación –frente a las antiguas jerarquías del conocimiento, el gustoy la opinión- de lo local en detrimento de lo universal. Por definirlo deuna manera más gráfica: se han invertido los extremos del mitoplatónico de la caverna. Esto trae consigo que tratar de localizar unalínea divisoria clara entre lo moral y lo inmoral, lo verdadero o lo falso,sea una tarea abocada al fracaso. De alguna forma, estamos asistiendoal triunfo de la idea nietzscheana de perspectiva pero, eso sí, sin laintencionada fuerza expresiva que el filósofo de Röcken bei Lützenquiso darle a tal concepto.

Este perspectivismo alcanza incluso al propio sujeto, para quien cadauna de las actividades puede definir una perspectiva, dado que ya no esexigible siquiera una cohesión interna. Asociada al descrédito de la ideade unidad en la esencia o naturaleza, la exigencia moral se desvanece enla relación que el individuo establece entre sus intereses y lascircunstancias o contexto. Es a esto a lo que podemos llamarmultilateralidad del yo. El sujeto puede presentar –y representar-diferentes caras en los términos que los diferentes contextos, asociadosa sus intereses, le sugieren (pero no necesariamente le exigen); aunquetales manifestaciones diferentes puedan ser contrarias entre sí. Puedeactuarse de un determinado modo en determinadas circunstancias, yhacerlo en sentido contrario en un contexto diferente, sin que existaningún convencimiento de contradicción por actuar en direccionesencontradas. La progresiva desustancialización de la idea de “malaconciencia” reside en la inexistencia de un fondo moral cohesionado enel individuo. No existe más fundamento ético en las acciones que lasgarantías que ofrecen las perspectivas en las que uno se sitúa. Éstas soncambiantes, careciendo de importancia el que exista contradicción entrelas mismas, dado que no existe criterio unificador. Es ésta una de lasconsecuencias extremas del individualismo contemporáneo, puesto queal desaparecer toda exigencia de fundamentación, el arbitrio descansasobre sí mismo. No resulta extraño, pues, que el mito que mejor hayareflejado esta situación sea el de Narciso. Se trata de un individualismohedonista, donde no existe imperativo categórico, dada la flexibilidaden que la propia vida se mueve. Este vivir sin ideal trae consigo undescompromiso emocional cuyas repercusiones sociales se manifiestancon claridad en las estadísticas [11] .

Si el papel de la reflexión crítica se adjudicaba como una competenciacentral de la filosofía, en las circunstancias actuales adquiere unarelevancia particular. La exigencia de análisis es para el humanismo una

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tarea inevitablemente moral, como también lo es toda su empresa. Deahí que su compromiso con las realidades contemporáneas sea lo queperfila su propia identidad en la actualidad. La tarea de reflexión esrecurrente, no está dada de una vez y para siempre, puesto que sólo suactualización permanente es lo que nos convierte en contemporáneos.

A la vista de lo anteriormente expuesto, la singularidad del papel de lasHumanidades adquiere, a nuestro juicio, una vigencia irrenunciable. Ensu reivindicación se localiza la posibilidad de dar respuesta a lasincertidumbres que se han agudizado en este cambio de siglo. A modode conclusión, podríamos agrupar en tres grandes bloques los desafíosque diseñan las inquietudes del hombre contemporáneo. Desafíos quese convierten, precisamente por ello, en retos inexcusables para latradición humanista: en primer lugar, se encuentran los asuntosderivados del desarrollo tecnológico y el nuevo ritmo que la historiaexperimenta merced a dicho desarrollo. Desde las cuestiones degenética, hasta las de medio ambiente, pasando por los problemasderivados del desarrollo armamentístico. En el fondo, anida elconvencimiento de que, como ha demostrado sobradamente el sigloXX, el avance tecnológico o la racionalización de los procesos sociales[12] no trae consigo necesariamente un impulso civilizatorio. Ensegundo lugar, los problemas relacionados con el desarrollo delindividualismo y la incomunicación, a pesar del espectacular despeguede los medios de comunicación y las nuevas tecnologías aparecidas endicho campo. En tercer y último lugar, las exigencias en relación con elejercicio de la solidaridad y la tolerancia. Una gran proporción de laHumanidad vive en unas condiciones de pobreza humillante y vejatoriapara la propia condición humana. Junto a ello, las dificultades porconsolidar sociedades auténticamente plurales, con ejercicio probado delos derechos básicos.

En consideración de todo esto, es por lo que cabría preguntarse si lasHumanidades podrían representar en la actualidad algún papel relevantecomo respuesta, a lo que la contestación inevitable sería un triple síidentificado en un SÍ mayúsculo, del que no se derivan dudasprecisamente por la trascendencia de lo que la condición humana sejuega.

[1] Véanse, por ejemplo, El Fuste Torcido de la Humanidad(Ed.Península, Barcelona 1995), o The Proper Study of Mankind(Pimlico, Londres 1998).

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[2] El debate sobre la inconmensurabilidad ha dejado su huella ennumerosas discusiones en filosofía de la ciencia, así como enAntropología Cultural, pero precisamente ha puesto de manifiesto lasdeficiencias en las propuestas de los defensores de dicho concepto.Para hablar de inconmensurabilidad hay que aceptar la existencia dealgún tipo de conmensurabilidad. No podemos comprender las cosasdistintas si no partimos de sus semejanzas.

[3] “La razón por la cual el hombre es, más que la abeja o cualquieranimal gregario, un animal social es evidente: la naturaleza, comosolemos decir, no hace nada en vano, y el hombre es el único animalque tiene palabra” (La Política. Centro de Estudios Políticos yConstitucionales. Madrid 1997, p.4. Traducción de Julián Marías yMaría Araújo)

[4] Cf. Investigaciones Filosóficas, 2ª parte. Crítica, Barcelona 1988,p.409.

[5] Crítica Cultural y Sociedad. Ariel, Barcelona 1973, p.230.

[6] Las cuestiones sobre los fines de la educación, la vida y la muerteen la medicina y los objetivos sociales en la política quedan reducidos aproblemas de eficacia. La pregunta esencial es: ¿se puede gestionar?

[7] La Era del Vacío. Anagrama, Barcelona 1996.

[8] Yo y Tú. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires 1984.

[9] En este principio de siglo, hay 10 veces más personas deprimidasque hace dos generaciones. En España, la proporción de personas quepadecen, de un modo u otro, depresión es de 1/5.

[10] “Topoi de la Postmodernidad”; en: El Final de los GrandesProyectos. H.R.Fischer, A.Retzer, J.Schweizer (comp.). Gedisa,Barcelona 1997, pp.36-56.

[11] Fundamentalmente en la relación de divorcios, separacionesconyugales, escaso número de nacimientos por pareja.

[12] Cf. Z.Baumann: Modernidad y Holocausto. Ediciones Sequitur,Madrid 1997.