Las moradas de Santa Teresa leidas hoy

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© SAN PABLO Jesús Martí Ballester Las Moradas de santa Teresa leídas hoy Pórticos de Maximiliano Herraiz www.sanpablo.es

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Este libro es una relectura de Las Moradas que ayuda al lector de hoy a comprender y seguir el testimonio y los consejos de santa Teresa para desear y pedir los grandes dones de Dios. Con esta obra, el mensaje vivo y siempre actual de la santa que se encuentra en Las Moradas llega más fácilmente a los cristianos, ofreciendo un camino y una ruta seguros para encontrar la integración, la superación y la realización de la propia persona en su relación con Dios. Editorial San Pablo España

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Jesús Martí Ballester

Las Moradasde santa Teresa

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Introducción

En la renovación de los edifi cios antiguos, nobles y con historia, verdaderos monumentos nacionales, se sigue un procedimiento sabio, ecléctico, mezcla de estilo conservador y renovador, tal que deje el monumento esplendente y al día, sin perder su sabor cargado de his-toria y testigo de una época. Para realizar esta labor de bordado se precisa el carisma del discernimiento artís-tico e histórico. En la tarea de renovar a santa Teresa ha sido necesario este discernimiento junto al espiritual y místico. Ignoro si me ha sido concedido, pero de mi parte os puedo asegurar que no tomé ninguna vez la pluma sin invocar al Espíritu Santo y a ella, y que pre-ferentemente lo escribí en ratos de oración y de acción de gracias eucarística.

Creí que podía concederme el Espíritu, avalado con la súplica de la Doctora Mística, el discernimiento espiritual para retener y suprimir y el carisma vivo de decir lo que ella recibió para la Iglesia, que la de su tiempo la pudo entender sin difi cultad, pero la de hoy, tras cinco siglos de perfeccionamiento de la lengua, si la lee, la entiende con alguna y, a veces, con harta, salvo los iniciados y los especialistas.

Me comprometí seriamente a no hacer lo que estoy haciendo, pero, según parece, los cálculos de Dios

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fueron otros, y a instancias de todo género de personas, jerarquía incluida, que siguieron mi renovación de san Juan de la Cruz, he emprendido la tarea, no fácil ni brillante, pero sin duda muy provechosa y actual, cada día más.

Una persona que ha leído algo de lo que iba escri-biendo me ha dicho: «¡Qué doctrina tan actual y útil para los problemas de hoy!». Le respondí: «¡Pero si los libros que se escriben ahora y valen algo, los que están de moda o constituyen best-sellers, parten de ella como de san Juan y de todos los otros grandes místicos! ¿No ves que escribe desde Dios y Dios es siempre joven y actual?».

Dios es joven, pero la lengua envejece, y una de las funciones de los académicos de la lengua es ir reno-vando, como orfebres, el lenguaje que crea el pueblo y esculpen los escritores, y aparcando el arcaico que dice menos a nuestras zonas de interés, sensibilidad y psico-logía de hoy, y necesariamente a la de mañana, por su condición de temporales y cambiantes.

No hay en esta versión ni esquemas ni modernismos a ultranza.

Los esquemas nos la harían más ininteligible aún.El modernismo radical la despojaría de su gracejo,

que, en algunos, muchos párrafos, está ya consagrado por la cita y la memoria. Ni someterse servilmente a la letra ni acercarse sin discernimiento a la cultura y campos de interés actuales, con peligro de desvanecer el texto original.

Pero sí una cierta mimosa y delicada poda. Y un leve uso de las ricas posibilidades del castellano coloquial y

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literario de que hoy disponemos, que ha progresado mucho en el discurrir de cinco siglos. La poda se ha hecho sobre todo en aquellos pasajes en que más confusa se lee a ella. Un sutil equilibrio he tratado de conservar. Por eso, mientras se entienda claramente su pensamiento, la dejo hablar a su aire simpático, natural, sincero, sutil, inteligente, bello, con la fragancia del pan recién salido del horno y con su pizca de socarronería, aunque su léxico sea más pobre que el que hoy podría utilizar. Me ha interesado que no perdiera su gracejo, belleza y frescura, y esto muy, muy intencionadamente. El resultado es una laboriosa artesanía hecha con mimo, como si de un encaje de bolillos se tratase, o un deli-cado y sutil bordado que entrelaza su decir y nuestro entender con el propósito deliberado de captar hoy su doctrina y su gracia, dicha con salero y sencillez, pero también con barroquismo.

He elaborado también unas notas y comentarios. Creo que sitúan mejor su mensaje y lo muestran más lógico, convincente y efi caz. Es esta una diferencia notable a destacar de mi versión de san Juan de la Cruz. He comentado Las Moradas, actualizándolas, cotejando su doctrina con la de otros maestros y remontándome a las raíces de su espiritualidad, analizando los infl ujos que pudieron motivarla y la motivaron, fi jándome, cuando la ocasión se ha presentado, en el magisterio de la Iglesia de hoy.

He procurado a la vez situar históricamente los hechos más destacados de su cristifi cación y he rela-cionado los lugares paralelos de sus otras obras, sobre todo de la Vida. Esto da como una panorámica de la

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escritora y reafi rma más la doctrina, con lo que aparece mejor toda ella vitalista y experiencial. Si pudo escribir en dos meses escasos Las Moradas, es porque tenía el tema bien asimilado y, sobre todo, porque lo había vivido paso a paso y minuto a minuto, y en fuerza de obediencia, refulge la luz de Dios que la hace veloz amanuense del Espíritu. No hay en Las Moradas teoría. Su obra suprema es su propia historia. La biografía suya y la de Dios salvándola y cristifi cándola.

Una confesión al lector, antes de pasar adelante: por todo lo dicho, sí es cierto que cuanto más la leo y releo más Dios encuentro y más cosas nuevas descubro. Es como la Escritura, de la que siempre se sacan nuevas luces y, sobre todo, nuevo calor, brío y empuje. Pero, además, Teresa ayuda a aplicar la palabra de Dios; como a ella le costó mucho vivirla, sabe comprender y analizar el porqué de sus tropiezos y retrocesos, y nos da estímulos para comenzar y remedios y precauciones que su larga trayectoria de peregrina y orante observó y nos transmite.

He auscultado el corazón de la madre –parece atre-vimiento y osadía–, pero lo hice con cariño de hijo que transcribía su mensaje inmenso y transformador a quienes les resultaría un obstáculo si no se lo daba vestido, no a la moda de hoy, sino quitando estridencias y giros incomprensibles a los que hoy leen, lo que hoy se escribe.

Nunca he desfi gurado la idea; he intentado hacerla digerible y asimilable; en ocasiones, darle mayor fuerza expresiva, más pasión, efi cacia y belleza. Y siempre que he podido he salvado la expresión, el gracejo, y el

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mismo embrujo de sus incisos, de sus exclamaciones, de sus frases. Si acaso, he ordenado un poco el hipérba-ton y algunas formas de sintaxis; he sustituido algunos vocablos ya en desuso por otros que en la sensibilidad moderna toquen más de cerca al lector y expresen mejor lo que la autora quiere expresar, aunque he dejado los que son característicos de su estilo y lenguaje, cuando son fácilmente inteligibles en sí o por el contexto. Tam-bién he aligerado la composición tipográfi ca en busca de mayor claridad. Y he explicitado muchos textos sagrados que ella deja solamente aludidos.

Estimo que la poda ha sido mucho más cauta, limi-tada y sobria que en las obras de san Juan de la Cruz. No he querido utilizar toda la riqueza del castellano actual en aras a conservar el aroma teresiano, siempre que se entienda.

Se me dirá: Y para salvar ese aroma, ¿no sería mejor no tocarlo?

La experiencia me dice que, sin tocarlo, muchos no se acercarán a saborearlo, porque el aroma, tan embelesante para los que le están habituados, ahuyenta a los primerizos; y esta es una convicción que me han confi rmado muchísimos lectores; retomando de nuevo la imagen clave con que comencé la introducción, en una catedral gótica hay mucha belleza, pero sería un delito derribarla y hacer una catedral de ladrillo visto o de cemento como las de hoy, lineal, cubista, surrealista. Sería ir de extremo a extremo.

Una vía media, y menos que media, será buena. Respetar el estilo, suprimir desconchados, abrillantar arbotantes, hacer resaltar bellezas de rosetones, dobelas,

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agujas, capiteles, vidrieras de colores. Eso será salvar el arte y la belleza sin destruirlos, ponerlos más de relieve y dejarlos a la admiración de los que no suponían ni tanta hermosura ni, sobre todo, tan sublime doctrina y praxis tan efi caz.

Hoy mismo recibo una carta de una persona que después de leer todo mi san Juan de la Cruz me dice: «Tengo sesenta y tres años y cuarenta y seis de vida reli-giosa. Cayeron sus libros en mis manos y empezó a pro-ducirse en mí tal gratitud hacia su persona que no he parado hasta ponerme al papel para manifestársela. Le encomiendo con toda el alma y pido al Señor le pague con creces todo el bien que por su medio estoy reci-biendo. Muchos son los carismas en la Iglesia, pero el suyo tiene una peculiaridad muy propia. Creo que si no es por usted nunca me hubiera atrevido y me hubiera ido al otro mundo desconociendo esta maravilla. No sé decirle más que gracias una y mil veces».

Es una persona que no conozco. Como esta he recibido muchísimas noticias y gratitudes. Desgracia-damente, los cristianos de hoy, nuestros hermanos, sin excluir a los consagrados, claro está, han optado por prescindir de los clásicos espirituales a cambio de acudir a la lectura de autores de tercera o cuarta división. Los juzgan anacrónicos, no situados, lejanos. Y es verdad esto referido al ropaje. Pero es falso si, con superfi ciali-dad, trasladamos el anacronismo y el desfase al mensaje. He ahí el discernimiento a seguir: caminar en bús-queda, ver a Teresa tropezar en las mismas difi cultades que nosotros, vencer y prevenirse contra las tentaciones idénticas a las que a nosotros se nos presentan. Desha-

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cer el nudo gordiano de los mismos confl ictos en que ella se vio atada.

No se puede prescindir de santa Teresa, como tam-poco de san Juan de la Cruz; si lo hacemos y porque lo hemos hecho más de lo que se cree, nuestra teología se ha empobrecido y nuestra fe oscila sobre arena move-diza.

Me propuse no tocar a santa Teresa. Pero, ¿tengo derecho?

Los treinta y seis mil lectores nuevos que ya gozan del espíritu que derramó Dios en san Juan de la Cruz y los que vendrán garantizan la tarea acabada con el santo doctor, que cada día será más necesaria, y la que con este libro comienzo con santa Teresa, si Dios me ayuda. Pienso que la democracia mejor es la que pone en manos del pueblo lo mejor de la cultura y de la espi-ritualidad para elevarlo.

No tenemos derecho a quedarnos con la llave de la puerta, y menos a ponernos a la tranca de estorbo, porque se nos ha dicho que empujemos para que entren, no que difi cultemos el paso (Lc 14,23).

Esta es la razón de este trabajo. Completamente de acuerdo con fray Luis de León en que «el estilo de la madre es la mesma elegancia».

Pero teniendo en cuenta que ella escribe sus expe-riencias que comprende y ellas, a veces, son tan difíciles e inefables, que puesta a aclararse no puede más, y unas veces por la majestad del tema y otras por la expre-sión de su castellano, que es el de su siglo, nos deja problemas candentes, oscuros y cerrados para nuestra cultura, se impone interpretarla en ciertos momentos,

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respetando y realzando, si cabe, su elegancia, allí donde brilla ella y la claridad no padece.

Para robustecer la fe del pueblo santo de Dios, para ayudar a los fl acos y estimular a los más valerosos y crear un ambiente nuevo de alta montaña, con oxígeno puro y con vitalidad creciente. Que son muchos los santos que hoy necesita la Iglesia, y Teresa vivió este camino, avanzando y retrocediendo, tropezando en las mismas piedras en que hoy tropezamos y dándonos, como madre, maestra y amiga entrañable, sus experiencias, que son las de una mujer que luchó y que recibió tanto para la Iglesia, dentro de cuyo misterio y miembro de ese pueblo santo se sintió gozosa de morir.

J. Martí Ballester

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Índice

Págs.

Prólogo del cardenal Suquía ................................. 5

Introducción del autor......................................... 13

Prólogo ............................................................... 21

Pórtico a las Moradas primeras ............................ 25

Moradas primeras ................................................ 27

Pórtico a las Moradas segundas ............................ 59

Moradas segundas ............................................... 61

Pórtico a las Moradas terceras .............................. 77

Moradas terceras .................................................. 79

Pórtico a las Moradas cuartas ............................... 101

Moradas cuartas .................................................. 103

Pórtico a las Moradas quintas .............................. 147

Moradas quintas .................................................. 149

Pórtico a las Moradas sextas ................................. 195

Moradas sextas .................................................... 197

Pórtico a las Moradas séptimas ............................ 313

Moradas séptimas ................................................ 315

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