"Las puertas de la historia" por Susana Cella - Página12

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8/4/2016 Página/12 :: libros :: LAS PUERTAS DE LA HISTORIA http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/suplementos/libros/10581820160404.html 1/4 Imprimir | Regresar a la nota Domingo, 3 de abril de 2016 Tomás de Mattos LAS PUERTAS DE LA HISTORIA Cuando en 1988 apareció su novela ¡Bernabé! ¡Bernabé!, el escritor uruguayo Tomás de Mattos logró una notoriedad continental que en rigor venía cultivando en obras anteriores. Pero en ese relato que además levantó polémicas históricas y políticas en su país, se enfocaba de un modo original y caudaloso en la renovación de la novela histórica. Más adelante abordaría a Cristo en La puerta de la misericordia, otra de sus novelas más extensas y notables. Abogado de profesión, afincado hace años en Tacuarembó, Tomás de Mattos murió la semana pasada a los 68 años. Radar recorre su obra, destacando la importancia de sus aportes a la investigación literaria de las fuentes históricas y de una obra de un rigor y complejidad constructiva a la altura de los grandes autores latinoamericanos. Por Susana Cella Comentó alguna vez Tomás de Mattos que su amigo, el también escritor uruguayo Mauricio Rosencof, solía enrostrarle su poder de síntesis, ironía que recuerda aquella del autor de Las cartas que no llegaron, el mismo Rosencof, cuando decía que al Pepe Mujica le gustaba un solo tipo de comida: “abundante”. La broma, en el caso de Mattos, apunta sin embargo al reconocimiento de una cualidad. Apenas se acerca uno a la producción novelística del autor esencialmente afincado en Tacuarembó, encuentra cartas extensísimas, como en ¡Bernabé! ¡Bernabé! o La fragata de las máscaras, la detallada indagación acerca del pensador y educador uruguayo José Pedro Varela en El hombre de marzo, por no mencionar las casi mil páginas de la vida de Jesucristo (cuya propuesta y visión se suma a muchas otras interpretaciones del Evangelio, valga citar a Nikos Kazantzakis o José Saramago, entre otros, junto a las cuantiosas versiones fílmicas, con el paradigmático El evangelio según San Mateo de Pier Paolo Pasolini) en La puerta de la misericordia. La cuestión es que Mattos no podía sino responder a la necesidad que se le imponía según el asunto que trataba, a la demanda de que aquello que indagara en el pasado, en el minucioso trabajo aunando a la reposición de episodios el análisis de los hechos y protagonistas, tuviera el desarrollo que merecía, no con explicaciones o datos aleatorios, sino presentando las encrucijadas y complejidades de cada tema. Aun sus cuentos no son breves, por ejemplo, “Ni Dios permita”, y bien uno puede pensar en dos referencias con las que puede compararse en cuanto a esto de no ahorrar páginas. Una es Herman Melville (explícitamente presente en La fragata de las máscaras) y la otra es alguien a quien Mattos no sólo admiraba sino que también había incluido en sus proyectos de escritura, y que lamentablemente no pudo llegar a realizar: quería escribir una novela sobre los años finales de Fiódor Dostoievski. Sus búsquedas de fuentes para esto que bien sabía era un requisito fundamental de un género que cultivó como la novela histórica, lo llevó a adquirir pacientemente los gruesos volúmenes de la detalladísima biografía que Joseph Frank fue elaborando acerca del gran autor ruso, con un detallismo, un rigor investigativo y una paciencia que bien recuerdan a Mattos. En ocasión de ir a buscar el último tomo traducido, en una estada en Buenos Aires, observó un fenómeno que lamentablemente no deja de registrarse en nuestras librerías: preguntó por el biógrafo, concedió que quizá su nombre resultara extraño para el vendedor prendido a la base de datos de la computadora, y ante la respuesta negativa, mencionó al novelista ruso,

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Tomás de Mattos

LAS PUERTAS DE LA HISTORIACuando en 1988 apareció su novela ¡Bernabé! ¡Bernabé!, el escritor uruguayo Tomás deMattos logró una notoriedad continental que en rigor venía cultivando en obrasanteriores. Pero en ese relato que además levantó polémicas históricas y políticas ensu país, se enfocaba de un modo original y caudaloso en la renovación de la novelahistórica. Más adelante abordaría a Cristo en La puerta de la misericordia, otra de susnovelas más extensas y notables. Abogado de profesión, afincado hace años enTacuarembó, Tomás de Mattos murió la semana pasada a los 68 años. Radar recorre suobra, destacando la importancia de sus aportes a la investigación literaria de lasfuentes históricas y de una obra de un rigor y complejidad constructiva a la altura delos grandes autores latinoamericanos.

Por Susana Cella

Comentó alguna vez Tomás de Mattos que su amigo, el también escritoruruguayo Mauricio Rosencof, solía enrostrarle su poder de síntesis,ironía que recuerda aquella del autor de Las cartas que no llegaron, elmismo Rosencof, cuando decía que al Pepe Mujica le gustaba un solotipo de comida: “abundante”. La broma, en el caso de Mattos, apunta sinembargo al reconocimiento de una cualidad. Apenas se acerca uno a laproducción novelística del autor esencialmente afincado en Tacuarembó,encuentra cartas extensísimas, como en ¡Bernabé! ¡Bernabé! o Lafragata de las máscaras, la detallada indagación acerca del pensador yeducador uruguayo José Pedro Varela en El hombre de marzo, por nomencionar las casi mil páginas de la vida de Jesucristo (cuya propuestay visión se suma a muchas otras interpretaciones del Evangelio, valgacitar a Nikos Kazantzakis o José Saramago, entre otros, junto a lascuantiosas versiones fílmicas, con el paradigmático El evangelio segúnSan Mateo de Pier Paolo Pasolini) en La puerta de la misericordia. Lacuestión es que Mattos no podía sino responder a la necesidad que se leimponía según el asunto que trataba, a la demanda de que aquello que indagara en el pasado, en el minuciosotrabajo aunando a la reposición de episodios el análisis de los hechos y protagonistas, tuviera el desarrollo quemerecía, no con explicaciones o datos aleatorios, sino presentando las encrucijadas y complejidades de cadatema. Aun sus cuentos no son breves, por ejemplo, “Ni Dios permita”, y bien uno puede pensar en dos referenciascon las que puede compararse en cuanto a esto de no ahorrar páginas. Una es Herman Melville (explícitamentepresente en La fragata de las máscaras) y la otra es alguien a quien Mattos no sólo admiraba sino que tambiénhabía incluido en sus proyectos de escritura, y que lamentablemente no pudo llegar a realizar: quería escribir unanovela sobre los años finales de Fiódor Dostoievski. Sus búsquedas de fuentes para esto que bien sabía era unrequisito fundamental de un género que cultivó como la novela histórica, lo llevó a adquirir pacientemente losgruesos volúmenes de la detalladísima biografía que Joseph Frank fue elaborando acerca del gran autor ruso, conun detallismo, un rigor investigativo y una paciencia que bien recuerdan a Mattos. En ocasión de ir a buscar elúltimo tomo traducido, en una estada en Buenos Aires, observó un fenómeno que lamentablemente no deja deregistrarse en nuestras librerías: preguntó por el biógrafo, concedió que quizá su nombre resultara extraño para elvendedor prendido a la base de datos de la computadora, y ante la respuesta negativa, mencionó al novelista ruso,

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y vio con cierto asombro o espanto que el empleado titubeara y le preguntara: ¿Dosto... dosto... qué?

LA IMPORTANCIA DEL SABER

Tal vez por la conciencia de tal estado de cosas, cuando ocupó el cargo de director de la Biblioteca Nacional enUruguay entre 2005 y 2010 –lo que significó un lapso en que estuvo radicado en la capital uruguaya y lejos de suhabitual y querido afincamiento en Tacuarembó– se propuso facilitar la lectura y la difusión de los libros. Más,quería que esa Biblioteca no fuera un sitio al que sólo podían acudir los lectores más cercanos o sólomontevideanos, sino que concibió un plan de alcance nacional: disponibilidad de los textos para quienes losdemandaran y por tanto, aprovechar las ventajas de la tecnología. Podría uno pensar que resulta un tanto curiosoque alguien, formado en la lectura del libro en papel, netamente anclado en su época, reconociéndose parte de eseheterogéneo conglomerado que despuntaba en los sesenta (así al menos lo dijo en una conferencia que ofreció alos estudiantes y profesores en la Facultad de Filosofía y Letras cuando fue invitado a dialogar con quienes reciénse topaban con su obra a través de ¡Bernabé! ¡Bernabé!), defendiera las ventajas de la digitalización para la llegadainmediata de libros a todos los rincones del paisito y más allá (pensó alguna vez en dimensiones delsubcontinente), aduciendo muchas razones desde ventajas económicas, facilidad de acceso y aun de espacio encada casa, en cada habitación donde un lector hubiera, junto con la posibilidad de que confluyeran en las edicionesen los nuevos formatos, los positivos aportes de otras artes a partir de un soporte que pudiera incorporar imágenesy sonidos. Indudablemente todo esto apuntaba a un objetivo que no dejó de estar presente en su obra literaria:visión y reposición de la historia con sus imágenes y sus imaginarios. Algo de eso ya se manifestaba cuando en laversión en papel de un libro como su central ¡Bernabé! ¡Bernabé!, se incorpora, entre los escritos que enmarcan lacarta central sobre aquel personaje, la portada del períodico “El indiscreto”, con fecha de noviembre 1895, en la queaparece la nota del periodista Federico J. Silva, el cual, como Melville, aunque sin la fama de este último,efectivamente existió según pudo constatarse gracias a la tarea de esos obsesivos investigadores capaces derevisar innúmeros archivos.

NOVELA E HISTORIA

Sus primeros pasos en la literatura con Libros y perros (1978), Trampas de barro (1983) y La gran sequía (1984) y latemprana valoración en 1966, cuando el eximio crítico uruguayo Angel Rama lo incorporó en la antología Aquí, cienaños de raros, donde figuró junto a los ya clásicos Felisberto Hernández, Marosa di Giorgio o el Conde deLautréamont, fueron algo así como la antesala a la nombradía que logró con la publicación de ¡Bernabé! ¡Bernabé!en 1988. Esa primera edición local (antes de la reedición ampliada en 2000), suscitó una polémica que rebasaba loslímites literarios. Nada casual, se debatía en Uruguay la responsabilidad de los militares uruguayos en el genocidioque al amparo del Plan Cóndor, se había efectuado en la nefasta década de dictaduras del Cono sur. Como dijeraTomás de Mattos, en lugar de centrar su relato en esa actualidad, decidió remontarse a la historia de los inicios dela República Oriental, y centrarse en un hecho que apuntaba directamente a desarmar el mito de los uruguayoscomo descendientes del “pueblo charrúa”, develando mediante la novela, algo que también la historiografía veníaabordando: el exterminio de esos genuinos habitantes para dejar a la luz la terrible escena en que el propio gobiernodel Uruguay, vuelto república independiente (contra toda la previsión de Artigas, por entonces ya exiliado yfracasado su proyecto de integrar las Provincias Unidas del Río de la Plata), con su primer presidente FructuosoRivera comandando el complot, asistido por militares argentinos como el general Lavalle, entrampan a los charrúasy los asesinan en masa. Estos por su parte habían colaborado en las guerras de independencia, y además tenían aBernabé Rivera como una especie de ídolo, de modo que con horror van a ver que él se suma a lo que fue ungenocidio. Con la incorporación de documentos históricos, con las hipótesis expuestas en el relato, con el recursode dar voz a personajes participantes en los hechos, se evidencia una raigal crítica. Eso del pasado que vuelve yque no es mera arqueología (como diría Walter Benjamin) ni escenario decorativo (lo que hubo criticadoacerbamente Lukács), se vincula claramente con el presente: se está hablando del crimen ejecutado desde elEstado en ambos casos. De ahí el efecto que tuvo al publicarse porque no sólo cuestionaba a figuras como Rivera,Mitre o Sarmiento, sino que además establecía una vinculación entre momentos de exterminio de pueblos. Asíaparece un personaje, del cual solo sabemos sus iniciales: M.M.R. el cual, indaga acerca de una figurafundamental en la narrativa de Mattos: Josefina Péguy O’Dojherty, y refiere datos de esta peculiar mujer que habríavivido entre 1835 y 1912, sobre todo del constante interés de tal personaje por hallar una explicación o unahipótesis plausible a hechos que parecen estar reclamándolo. Tal el caso de Bernabé Rivera, al cual también refiereM.M.R., quien vincula aquellos episodios del siglo XIX con los juicios de Nüremberg y agrega a su prólogo unafecha no poco significativa: 12 de octubre de 1946. Consultado Mattos sobre la identidad de ese personajeintroductor de la historia, eludió la respuesta. Actitud que bien podría relacionarse con un párrafo de ese M.M.R.cuando dice: “Permítaseme pues, el atrevimiento de arriesgar algunas reflexiones. No me mueve el impulso depersuadir o proponer, sino tan solo de incitarse a ti, lector o lectora, para que aceptes y cumplas ese cometido quete corresponde”.

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JOSEFINA: ESA MUJER

Mattos forjó una narradora que fue reapareciendo en novelas como La Fragata de las Máscaras o El hombre demarzo. En todos los casos, el espíritu inquisitivo de ella apuntan a un hecho histórico. Josefina no es simplementeuna voz, Mattos la dota de un perfil nítido, no es meramente alguien que narre sino que tiene consistencia comomiembro de una familia, y razona, opina, polemiza y conjetura en particular a través de sus larguísimas cartas.Como requiere la novela histórica, los personajes de ficción se enlazan con los que existieron. En el caso deJosefina, es ahijada de Amado Bonpland, el naturalista francés quien se afincó luego de varios recorridos porAmérica del Sur en el Paraguay. Es este precisamente el interlocutor principal y respetado por Josefina, y va acobrar mayor importancia cuando ella le requiera su testimonio sobre lo acontecido en el Perú con el juicio a losnegros sublevados en los mares del Sur. Será nuevamente M.M.R., pero diez años después, el prologuista, otravez hurgando en los papeles de Josefina y su marido. En este caso, Mattos elije otro dispositivo de narración, unaestructura compleja donde se alternan cartas y apuntes, hay diálogos, vía cartas u orales, y el primero se inicianada menos que con una carta de Bonpland a Melville. Como se ve, el primer intercambio es entre dos personajesque efectivamente existieron y en el transfondo de la misiva se alude a la obra más famosa de Melville, Moby Dick.Pero no es ese el libro en discusión, sino el extenso relato Benito Cereno. Se diría que resulta imprescindibleconocer la versión de Melville de esa sublevación de esclavos, para contrastarlo con la muy detallada historia yvisión de los protagonistas que aparece en La Fragata... Una vez más, las víctimas (en este caso los negros)aparecen reivindicadas como tales. Hay en La Fragata... una escena que va a recurrir, con característicasdiferentes, en La puerta de la misericordia: en ambos casos hay escenas de juicios legales: los de Cristo en estaúltima y el que se les hace a los negros capturados en Lima.

Tomás de Mattos era abogado y según dijo ese fue su medio de vida, y no la literatura, pero fue también un saberque puso en juego en los relatos. De ahí que resulten tan interesantes esos episodios, donde los razonamientospermiten poner en juego un aspecto central de esta propuesta escrituraria en la que la historia es examinada a laluz de la justicia y otros valores, enfatizando lo que llama “los dilemas éticos”. El juicio en el sentido amplio de lapalabra, la facultad de discernir y actuar en consecuencia, según principios, teniendo en cuenta al semejante esrasgo fundamental en la narrativa de Mattos. Además de aquello que quedó en sus planes, efectivamente concluyóuna nutrida cantidad de textos en los que prevalece una escritura sumamente trabajada y adensada pero fluyendocon un efecto de naturalidad, y asimismo el sostenido interés por explorar hechos del pasado como en Don Candihoo las doce orejas, ubicada a fines del siglo XIX y en su terruño de Tacuarembó, el crimen está ahí asociado a lavenganza y como sucede habitualmente, se intenta desentrañar el sentido de esa sucesión de actos crueles.

Josefina va a reaparecer en otra de las largas novelas, tanto es así que abarca dos tomos: El hombre de marzo,donde se trata de reponer la vida del intelectual uruguayo, José Pedro Varela (18451879). Interesó aquí a Mattos,aparte de las controvertidas relaciones con el gobierno, el proyecto educativo de Varela, enlazando así con ladefensa, hoy día, de la imperiosa necesidad de la educación. Alguna vez afirmó que de toda esta producción a laque se suman, por ejemplo A la sombra del paraíso o Cielo de Bagdad, su obra preferida era La puerta de lamisericordia.

ANTE LA LEY

El primer epígrafe de la inmensa novela (y no sólo por el grosor del volumen) vuelve sobre uno de sus permanentesintereses, y apenas se piense un poco en los conflictos tratados por ambos, no sorprende que de nuevo acuda aDostoievski para incorporar esta frase del autor de Crimen y Castigo, citada por Nicolás Berdíaiev: “Mi Hosssana habrotado de un vasto brasero de dudas”. Otro escritor ruso, posterior a Dostoievski, contaba también con lairrestricta admiración de Mattos: Mijaíl Bulgákov, cuya novela más famosa, Maestro y Margarita, incluye el relatode una vida de Cristo. O sea, dos rusos creyentes, uno del siglo XIX y otro del XX, de cuya lectura haceaprovechamiento el autor uruguayo, valga mencionar el encuentro de Cristo y Pilatos en sendos relatos deBulgákov y de Mattos. Mattos era católico. Con todo se interesó en un personaje anticlerical como el protagonistade El hombre de marzo. Por aquellos tiempos, quienes se inclinaban por el progreso, la libertad en la educación yen el pensamiento, como Varela, asociaban la religión católica a conservadurismo y sumisión. Aun a mediados delsiglo XX, y más si se piensa en un país más bien laico como el Uruguay; según el propio Mattos comentó, era raroque un católico integrara el Frente Amplio, como fue su caso. De más está decir que había pasado bastante aguabajo el puente y que en la década del sesenta precisamente, el Concilio Vaticano II introdujo una serie de reformassustanciales, cambios que fueron manifestándose sobre todo en el compromiso de muchos creyentes con lajusticia social. Desde esta peculiar posición, poco común en su país, Mattos encaró el enorme proyecto de escribiruna especie de relato bíblico, algo así como una reflexión que abarca Antiguo y Nuevo Testamento. Aunque quienla compuso fuera un católico, sin embargo, esto no implica que se trate de una novela donde se reafirmen dogmas.Al contrario y coherente con el resto de sus planteos narrativos, aquí, la historia reaparece para interrogarla, sinimponer a una única visión, más bien al contrario. El argumento no se ciñe a la vida de Cristo, sino que incluye

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episodios del Antiguo Testamento. Dividida en partes y capítulos, aunque con una estructura, en apariencia mássimple que la de La Fragata... va desplegándose en una sucesión que a la vez presenta cierta cronología, pero a lavez la desbarata, y esto no sólo en cuanto a la organización del conjunto sino también en el propio interior de lanovela (avances, raccontos, etc). También aquí hay un personaje que desea saber, nada menos que un doctor de laLey, quien se afana por hablar con Cristo, su familia y seguidores, y quien paulatinamente va a oponerse a quienesesgrimen la Ley, como los célebres Anás y Caifás. El transfondo tiene que ver entonces con la contraposición entreley y misericordia: un episodio, sin aggiornamiento, alude kafkianamente a la puerta de la Ley. Si bien podríadecirse que aquí el texto con el que se dialoga es principal, aunque no exclusivamente, la Biblia, en tanto novelahistórica también demandó una reconstrucción verosímil, que justamente la novela exhibe: lugares, costumbres,instituciones. Y en esto de la verosimilitud y teniendo en cuenta lo dicho por Mattos respecto de la interpretación delos hechos, hay una serie de cuestiones del orden de la creencia: la virginidad de María, los milagros, laresurrección, que han sido tratados sutilmente de modo que admitan distintas interpretaciones. Es él mismo en elprólogo que lleva su firma quien señala: “Escribiendo con mi atención especialmente fijada en los no creyentes, nome guió el propósito de convencer o persuadir, sino que apenas quise que el lector pudiera revivir, en lacoincidencia o en la discrepancia, la única certidumbre que poseo y abrigo: la cálida esperanza de que el carpinterode Nazaret no se haya engañado y de que sea, entonces una verdadera Puerta de la Misericordia, abierta a todohombre o mujer de buena voluntad, sin discriminación de creencias o prácticas religiosas”.

APOLOGIAS Y RECHAZOS

Tomás de Mattos bien puede considerarse un autor fundamental en la narrativa latinoamericana de fines del sigloXX y comienzos del XXI. El somero recorrido por algunas de sus obras da cuenta de un muy firme proyectoescriturario, pacientemente elaborado (algunas de sus novelas le demandaron más que décadas), el afinado estiloque se advierte en la diversidad de episodios que fue componiendo, su continuo interés por desentrañar aspectosde la mente y los sentimientos humanos con una entrañable sensibilidad. Por otra parte, su trabajo en un génerotan controvertido como la novela histórica, no deja de demostrar que, cuando verdaderamente se trata deinterrogarla con afán de conocimiento, muestra toda su valía. En su agenda había otras figuras que se proponíatratar, anunció alguna vez, como es fácil suponerlo, que José Gervasio de Artigas (cuya referencia aparece en¡Bernabé! ¡Bernabé! se contaba entre ellas), aun cuando temiera la desmesura del intento. Hubo de afrontar críticasadversas, fuera por lo incisivo de los temas, por el modo en que los abordaba y hasta por la cantidad de páginas, einclusive cierta indiferencia ante una narrativa compleja y diametralmente opuesta al facilismo o la frivolidad.Además de algunos premios, sobre todo de su país (el Bartolomé Hidalgo, el Morosoli, el del Ministerio deEducación y Cultura), cuenta con el reconocimiento a su narrativa que tan agudamente Rama detectara en losinicios y que hasta hoy se mantiene según lo testimonian diversos ensayos sobre sus obras. Su delicada salud haimpedido que continuara alimentando un acervo que lo suma al canon latinoamericano, incluidos los relatos brevesque se proponía escribir, quizá para mostrar a Rosencof que también tenía poder de síntesis.

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