Latinoamérica Pueblo Crucificado
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¿Latinoamérica: pueblo crucificado?
Autor: Samuel Lagunas Cerda. Lic. en Lengua y Literaturas Hispánicas.
México.
Entre las perspectivas y los términos que existen para analizar América Latina –para tratar
de entenderla– hay uno que hoy vuelve a requerir nuestra atención, me refiero a aquél
retomado por los cristianismos liberacionistas donde se identifica la condición del pueblo
latinoamericano con algunos rasgos de la vida de Jesucristo.
Es claro que Jesús de Nazaret en su doble naturaleza constituye el único camino al
Padre, el sacrificio vivo y suficiente por nuestros pecados; y es también un parteaguas
ético-social en la historia del hombre. La hermenéutica bíblica clásica lo suele considerar
como el cumplimiento de la mayoría de los tipos veterotestamentarios. Recordemos que un
tipo es la “persona, lugar, objeto, oficio, institución o suceso, divinamente preparado para
configurar una realidad espiritual futura” (Fountain 75). Baste pensar en la vida de José o el
tabernáculo como dos de los tipos más evidentes. Sin embargo, la vida y obra de Jesucristo,
además de ser la consumación de las profecías, se constituye ya no en un modelo como en
la imitatio Christi naciente en los textos paulinos, sino en un nuevo tipo que además de
prefigurar una realidad espiritual futura, prefigura una realidad histórica futura. El carácter
de la preparación divina del tipo y de su cumplimiento si bien nos revela a un Dios que
interviene en la historia podría provocar que interpretemos la realidad presente
latinoamericana como “voluntad de Dios”, siendo ésta más bien consecuencia de actos
humanos, consecuencia de un pecado estructural, expresión utilizada por los teólogos de la
liberación para referirse, entre otras cosas, a la mala administración de los bienes y a la
exacerbación de la lógica de mercado.
El tipo, pues, se convierte en un modo de representación del pueblo
latinoamericano; esta representación apela a la realidad en la dimensión colectiva y al
comportamiento en la dimensión individual. En la dimensión colectiva se interioriza el
momento de la pasión y la crucifixión de Jesucristo; así el tipo prefigura una realidad
latinoamericana, la realidad de opresión, exclusión, sufrimiento, injusticia y dolor. El
teólogo católico Jon Sobrino ejemplifica este rasgo al decir que “es verdad que hay pueblos
crucificados, “Cristos azotados” y ello hace comprender mejor a Cristo, siervo sufriente de
Yahvé y escondido en los pobres” (16). El pueblo latinoamericano –que en el marco de la
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teología de la liberación debido a su condición política y socioeconómica de injusticia y de
dependencia se constituye en un destinatario ideal del mensaje de Cristo: el pobre de las
bienaventuranzas– encuentra en el Cristo en la cruz prefigurada su realidad presente y el
motivo de la esperanza en la realidad futura: la resurrección, una resurrección no en un
horizonte extrahistórico sino una resurrección dentro de la historia, consecuencia de una
acción humana.
He aquí la dimensión individual de la representación pues el tipo a la vez que
prefigura una realidad latinoamericana, configura un modo de acción del hombre
latinoamericano; por lo tanto, aquí se interioriza el momento del ministerio de Jesucristo,
de su acción salvífica en la historia y orientada hacia la liberación del oprimido, no sólo del
pobre material. Este modo de acción es sólo una posibilidad, y está en el individuo elegir si
la lleva a cabo o no; no así la realidad que es una condición casi inmanente.
Son varios y multidisciplinarios los textos que recuperan este modo de
representación. En la literatura, por ejemplo, la identificación del pueblo latinoamericano
con Cristo aparece desde Huamán Poma de Ayala y Bartolomé de las Casas y llega hasta
nuestros días en novelas como Delirio de la colombiana Laura Restrepo y La virgen de los
sicarios de Fernando Vallejo donde se compara al sagrado corazón de Jesús rodeado de
espinas con los corazones del pueblo: sangrantes y violentados por el crimen y la
impunidad.
Debemos recordar que Dios desde el Antiguo Testamento se declara defensor de las
viudas, de los huérfanos (Ex. 22.22) y opositor de cualquier tipo de injusticia (Lv. 19.15); y
si consideramos la definición marxista de pueblo como “grupo humano oprimido”,
entonces Dios sí es un Dios que está con el pueblo y que quiere liberarlo de las opresiones –
tanto socioeconómicas como espirituales. No sólo al pueblo latinoamericano, sino al pueblo
universal. Y la liberación tan ansiada comienza en la historia (como comenzó con el pueblo
de Israel y su salida de Egipto) pero no concluye aquí, más bien concluirá después, mañana,
en la instauración completa del Reino por medio de la segunda venida de Jesucristo. La
interpretación que hace el teólogo evangélico costarricense Juan Stam del Apocalipsis
apunta en este sentido.
Es importante señalar también que para esta liberación intrahistórica Dios se sirve
de hombres como Moisés o los jueces, todos ellos con una vocación hondamente profética,
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entendiendo por profeta a aquel hombre que es intérprete de la historia, concientizador del
pueblo y crítico del presente. Así lo fue también Jeremías y Zacarías. Así lo fue Jesucristo.
Así debemos ser hoy día los creyentes.
Finalmente, surge la pregunta: ¿son estos movimientos de “indignados”, estas
marchas juveniles nominalmente apartidistas y laicas (secularizadas), los primeros pasos
hacia la tan esperada resurrección intrahistórica del pueblo latinoamericano? Si pensamos
en que los reclamos y las exigencias son consonantes con la demanda bíblica de justicia y
dignidad y que así lo han sido otrora las propuestas del Che Guevara y la pedagogía de
Freire; podemos responder que estas manifestaciones son necesarias. Y sí lo son. Aunque la
interrogante sigue siendo ¿dónde están los creyentes, los obreros? ¿Es que siguen siendo
tan pocos para la mies? Es claro que la intervención social no es la gran comisión del
cristiano pero si en verdad obedeciéramos el supremo mandato que nos dejó Cristo de “id y
haced discípulos a todas las naciones” (Mt. 28.19), la sociedad se vería impactada y
trastornada desde sus cimientos. El evangelio de la salvación en un después extrahistórico
inminentemente conlleva una repercusión social movida, más que por la indignación y el
odio a los sistemas, por el amor a Dios y al prójimo. Entonces cada ser humano dejará su
estado de crucifixión y será (seremos) verdaderamente libre.
Referencias:
Fountain, Thomas E. Claves de interpretación bíblica. 9a ed. El Paso: CBP, 1985.
Sobrino, Jon. Jesucristo liberador: lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret. México: Universidad Iberoamericana, 1994.
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