Lectura libro lecciones y borrones

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En el segundo semestre de 1978, el Departamento de Lengua y Literatura convocó a un concurso para contratar dos profesores A medio tiempo.. (Entre una decena de postulantes, ocupé el primer puesto. En el semestre siguiente, el Jefe de Departamento, el doctor González Villaverde, procedió a renovar el contrato. En 1981, la Oficina General de Personal convocó a concurso dos plazas, a tiempo completo, para ingreso a la docencia regular. Los expedientes de los postulantes fueron sometidos a la revisión de rigor.(El señor Julio Piedra, funcionario antiguo y reconocido por su eficiencia, descubrió una anomalía en el certificado de antecedentes penales del profesor Juan Paredes Carbonell: la fecha de emisión había sido borrada y modificada; para colmo, correspondía a un domingo. Según el reglamento, se procedió a la descalificación: El Consejo Universitario con una flexibilidad inusual- consideró necesaria la opinión del Director de esa dependencia. El Consejo Universitario, en manifiesta complicidad, avaló el argumento. El jurado lo conformaba Adolfo Alva Lezcano (Presidente), Luis Cabos Yepes (Secretario), Elia Álvarez del Villar, Julio Rodríguez y José Huamán Delgado; Secundino Rodríguez (accesitario) y el antropólogo Eduardo Achútegui como delegado docente. Salvado el "impase", se procedió a la calificación del curriculum vítae. Allí se manifestó otro síntoma sospechoso. Aquejado por una fuerte gripe, no concurrí.

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En el segundo semestre de 1978, el Departamento de Lengua y

Literatura convocó a un concurso para contratar dos profesores

A medio tiempo.. (Entre una decena de postulantes, ocupé el primer

puesto. En el semestre siguiente, el Jefe de Departamento, el

doctor González Villaverde, procedió a renovar el contrato.

En 1981, la Oficina General de Personal convocó a concurso dos

plazas, a tiempo completo, para ingreso a la docencia regular.

Los expedientes de los postulantes fueron sometidos a la revisión

de rigor.(El señor Julio Piedra, funcionario antiguo y reconocido

por su eficiencia, descubrió una anomalía en el certificado de

antecedentes penales del profesor Juan Paredes Carbonell: la

fecha de emisión había sido borrada y modificada; para colmo,

correspondía a un domingo. Según el reglamento, se procedió a la

descalificación: El Consejo Universitario con una flexibilidad

inusual- consideró necesaria la opinión del Director de esa

dependencia.

El Consejo Universitario, en manifiesta complicidad, avaló el

argumento.

El jurado lo conformaba Adolfo Alva Lezcano (Presidente), Luis

Cabos Yepes (Secretario), Elia Álvarez del Villar, Julio

Rodríguez y José Huamán Delgado; Secundino Rodríguez

(accesitario) y el antropólogo Eduardo Achútegui como

delegado docente. Salvado el "impase", se procedió a la

calificación del curriculum vítae. Allí se manifestó otro

síntoma sospechoso. Aquejado por una fuerte gripe, no concurrí.

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Uno de los postulantes, Juan Segura Vasquez, cuando

correspondió mi turno, la mayoría de mis certificados fueron

rechazados, algunos.... merecieron el puntaje normal los

documentos de Juan Paredes Carbonell y de Manuel Melgarejo eran

aceptados sin reparos. El doctor José Huamán, el único que podía

darles guerra, renunció. Lo remplazó Secundino Rodríguez, una

presencia decorativa y un voto incondicional para ellos.

Para las exposiciones se concedió sólo veinte minutos. (¿Acaso

porque ya no había necesidad de escuchar a lo; postulantes o no

les interesaba evaluar sus cualidades didácticas?). Éramos siete

y el orden se estableció por sorteo. Me correspondió la segunda.

En la primera, Rene Estrada Cruz expuso un tema acerca de la

identidad real de Don Juan Tenorio, Paredes Carbonell no abordó.

Era un trabajo bien documentado, pero no correspondía al nivel

de postulación. El trabajo parecía un informe de asignatura de

un estudiante y no excedía de veinte páginas.

Sustenté mi ensayo sobre Cien años de soledad. Debí limitarme a

lo esencial. En la fase de las preguntas, pude advertir que la

mayoría de los miembros del jurado no habían leído la novela o,

en el mejor de los casos, tal vez lo habían hojeado por compromiso.

Las preguntas, vagas o descontextualizadas, me dificultaban las

explicaciones; el doctor Julio Rodríguez, más honesto, se

abstuvo.

La doctora Álvarez fue la excepción: se había preparado para

demostrar que era un mamarracho Lástima, sus argumentos carecían

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de sustento.

En su error equiparó a Melquíades con el médico nazi Joseph

Mengele. Intenté explicarle que la alquimia es una metáfora

referida a la posibilidad de una mutación psicológica.

Más inflexible que Amaranta, no me atendió ni entendió. Otro

grueso dislate fue sostener que yo había confundido Canaán con

Caná.

Con esta apreciable profesora tuve, hasta antes del concurso, una

relación muy cordial. Su actitud, sospecho, se afectó por mi

manifiesta filiación masónica , organización excomulgada por la

Iglesia Católica.

No es un secreto, el ingreso a la docencia en las universidades

estatales ha dependido más de los intereses políticos o del

acercamiento a los clanes de poder. Si la izquierda peruana se

había propuesto capturar el gobierno de las universidades

estatales como parte de un proyecto para impulsar una revolución

popular armada, yo no encajaba en sus planes.

En la experiencia que nos atañe, el doctor Gil Malea no aplicó

el reglamento por una razón: había empezado a levantar su

plataforma para ser elegido rector, llegada la oportunidad, con

el apoyo de la izquierda. ¡Aunque yo lo sospechaba, me la confirmó

en la Primera Feria Internacional del Libro (año 2012) un poeta

y veterano militante de la izquierda (guardo su identidad por

discreción). Mientras bebíamos cerveza y evocábamos nuestros

trajines iniciales en la literatura, L. aludió a mi ensayo y a

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ese concurso. El apoyo decisivo se obtuvo a través de Alfonso

Barrantes" Lingán, en ese momento el líder de la izquierda

peruana. Así se explica que el doctor Gil Malea encubrió la

irregularidad del documento cuestionado. Trece años después

cumpliría su caro anhelo.

Recuerdo, a fines de la década del setenta, un concurso en la

Facultad de Matemáticas tuvo un desenlace trágico: una profesora,

decepcionada por el descaro con que el jurado la había

perjudicado, se suicidó.

La profesora Elsa Tatiana Chávez Gutiérrez (no existe relación

de parentesco, por si acaso) fue mi alumna en el curso de

Literatura Latinoamericana, Ocupó el primer puesto en su

promoción y alcanzó el más alto puntaje de la Facultad de

Educación. Ha trabajado contratada durante catorce años,

participado en tres concursos, pero el grupo de poder le cerró

las puertas.

Eduardo Quirós Sánchez se había retirado dos o tres años antes,

pero no cesado. Resuelto) favorablemente el motivo de su

alejamiento, se reincorporo en 1984. El año siguiente, como un

justo reconocimiento a su trayectoria y un poco a manera de

desagravio, fue elegido Decano de la Facultad de Educación.

La incorporación de Sanie1 Lozano Alvarado a la UNT, amigo y uno

de los integrantes más destacados de mi promoción, resultó

providencial. Por razones familiares necesitaba trasladarse a

Trujillo. Durante varios años realizó gestiones en vano. Lozano

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Alvarado continuó sus gestiones en la Asamblea Nacional de

Rectores y logró su traslado a la UNT.

Ingresábamos a las aulas y aplicábamos pruebas de ortografía y

redacción para demostrar el pobre nivel de dominio idiomático de

los estudiantes. Con muchas gestiones adicionales, logramos el

objetivo.

Antes del concurso, 1985, el ingeniero Mashahiro Iwanaga Ángulo

fue elegido Secretario General del Sindicato_de Docentes.

Después se distanció de la izquierda empeñada en capturar el

poder a costa de deshonestidades y había sufrido con indignación

el fraude que se cometió en mi contra en 1981.

Luis Cabos había sido inhabilitado por dos años para integrar

jurados. Acostumbrado a las trapacerías y artilugios. Esa vez no

le sirvieron sus argucias maquiavélicas y el Consejo

Universitario le aplicó la sanción correspondiente. Me contaron

que refiriéndose a mí había dicha "Si pretende ingresar, tendrá

que pasar sobre mi cadáver". Se cumplió lo que afirma Goethe: "Si

tú estás verdaderamente comprometido con tu meta, el universo

entero conspira a favor tuyo para que aparezcan los instrumentos

y personas que permitirán lograrla".

Una mañana de diciembre, en la puerta de la Ciudad Universitaria

nos encontramos con el doctor Rafael Narváez Cadenillas. Yo

entraba y él salía. Me detuve para saludarlo. No había sido mi

profesor en el colegio, pero sí en el segundo año de Letras, en

el curso Historia de la Cultura Universal. De esa generación de

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excelentes profesores que entre la década de los cincuenta y

sesenta compartieron la enseñanza entre los colegios y la UNT,

el doctor Narváez fue, a mi juicio, el más carismático. Con el

aula atestada, apretados en bancas incómodas, dos horas nos

parecían diez minutos y jamás se percibía aburrimiento; al

contraria, nos dejaba con las ganas de continuar escuchándolo.

Fue el último profesor en el arte de enseñar sin otro recurso que

la palabra.

Mi participación en la VI Olimpiada Nacional Universitaria afectó

mi asistencia a las clases y mi ritmo de estudio. Decidí rezagar

su curso del doctor. Lo rendiría en marzo., Me preparé, pero la

fecha coincidió con el examen a los postulantes de preidiomas.

Lo busqué y lo encontré en el local de Almagro Le expliqué el

inconveniente y le solicité, como un favor especial, que me

fijara otra fecha. Me miró de pies a cabeza. "¿Cuál es su

nombre?" Se lo di. "Vaya a prepararse para su examen con Ernesto

Zierer". Me palmeó el hombro, sonrió y se retiró. Cuando fui a

ver la lista, temblando, figuraba entre los aprobados. Veinte

años después, mantenía el sentimiento de gratitud_con esa voz

cadenciosa que lo caracterizaba, me dijo: "Profesor Chávevlou

felicito. Estuve muy pendiente de los resultados del concurso.

(*) Usted es la mejor adquisición que ha hecho la universidad en

estos últimos años. Le deseo éxito...". Estrechó mi mano entre

las suyas y se alejó. Nunca volvería a verlo.

Por gestión del doctor Alberto Moya Obeso, uno de sus discípulos

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predilectos desde la secundaria en "San Juan". Como los

verdaderos maestros, no necesitó escribir libros para dejar una

huella imperecedera. Fue una combinación feliz del docente culto

y del hombre decente. Por su actitud benevolente,- sus gestos

parsimoniosos, amplia tolerancia__y_, total entrega en el aula,

a mí siempre me pareció un sacerdote oficiando un ritual más que

un profesor explicando un tema.

La universidad me significó un incremento de la carga horaria y

más obligaciones, pero una disminución de mi sueldo, comparado

con el que había recibido en el Colegio Militar.

La década del ochenta ha sido la más nefasta del Perú en el siglo

XX. En 1983 apareció Sendero Luminoso. El desorden, crisis

económica, alcanzaron límites inauditos. A partir de 1985, el

gobierno aprista contribuyo a agravar la situación. En dos años

dilapida los recursos fiscales. El resultado fue una

hiperinflación de pesadilla y una inmoralidad generalizada. En

este pandemónium, los empleados estatales fuimos los más

perjudicados.

A partir de setiembre de 1987, la hiperinflación nos golpeó sin

misericordia. Recibíamos billetes que perdían su valor

adquisitivo en el lapso de horas. Quienes hemos' vivido .esa.

experiencia, ya conocemos el infierno. El fin de mes era esperado

con angustia. Dictábamos la clase con el pensamiento en el

cheque, y atentos al aviso "¡Ya están pagando!", para salir

corriendo a la Tesorería. Varios merodeábamos su oficina, en la

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Facultad de Farmacia. Si aparecía y con un movimiento de mano

indicaba que ya había autorización, podíamos respirar

tranquilos. Era infalible.

En el Banco de la Nación la cola llegaba hasta medía cuadra del

jirón San Martín. Para ganar tiempo se recurría a endosar el

cheque a un colega. En el peor momento de la hiperinflación, los

sufrientes avanzábamos con un nudo en la garganta rogando que no

se acabara el dinero. La alternativa era correr a otro banco. Yo

iba al Nor-Perú, porque allí contaba con varios amigos. Entonces

debí recurrir a la Caja de Ahorro y Préstamo, en el Jr. Bolognesi,

junto al correo, donde yo cancelaba el arriendo por el

departamento.

La causa de mi trauma se remonta a esa época. Cuando Alan García

aparece en la pantalla del televisor, sonriente, rozagante,

optimista y derrochando la felicidad.

A fines de 1986, Hidrandina me contrató para dictar un taller de

"Ortografía y Corrección Idiomática" a su personal

administrativo. La capacitación coincidió con una prolongada

huelga universitaria. En cierta oportunidad, la que llegaba más

temprano me preguntó por el motivo de la huelga. Me pregunto,

cuánto ganaba un catedrático. "El rector, once mil quinientos

intis. La señorita abriólos ojos por el asombro. "¿Sabe cuánto

gana la señorita que se sienta al fondo, llega tarde y no sabe

dónde colocar la coma?". Me encogí de hombros. "Trece mil intis".

En la década del ochenta, el Perú vivía una anomia y la universidad

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no pudo ser la excepción. Las huelgas (reclamando por aumentos

salariales y la homologación) eran tan frecuentes y tan largas

que el año académico se reducía a un ciclo.

El Sindicato había acordado una multa por la asistencia. Con

Saniel Lozano íbamos al Teatrín "Copérnico". Nos sentábamos en

la última fila. "Anoto los errores que comenten los colegas cuando

hablan", me respondió y me mostró la página.

También los estudiantes ya exhibían las nefastas consecuencias

de la Reforma Educativa, la masificación del magisterio y un

concesivo sistema de ingreso. Daba la impresión de que la

secundaria había sido una formalidad. A pesar de que la UNT aún

era la única en Trujillo, permitía el ingreso según el orden de

mérito, sin considerar el criterio del puntaje mínimo. Ciertas

facultades cubrían su cupo de vacantes con alumnos que no habían

alcanzado ni diez puntos e, incluso, debían puntos. Con alumnos

sin las aptitudes y habilidades indispensables, la Universidad

sacrifica, su característica esencial: albergar una élite

intelectual.

Según mi experiencia, la Facultad de Medicina fue la excepción.

Presté servicios un total ocho años y puedo afirmar que allí he

encontrado los alumnos más inteligentes y disciplinados. Nunca

tuve necesidad de llamar la atención o reprender. Querían

aprender todo lo posible. Lo demostraron en una oportunidad. Como

miembro del Consejo de la Facultad de Educación, en una

sesión extraordinaria el debate se extendió demasiado y no pude

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asistir. Asistieron todos. En otra oportunidad comenté La

incógnita del hombre y lo recomendé. En la semana siguiente, más

de diez ya lo habían comprado y empezado a leer.

En 1981 apareció, en la entrada de la UNT, la primera pinta en

el suelo anunciando la presencia de Sendero Luminoso. Ya había

empezado a matar campesinos en la sierra central, pero el ingenuo

Belaúnde Terry los confundió con abigeos. Cobró más fuerza y en

menos de una década causó daños cuantiosos a la economía, cobró

miles de víctimas, sembró el terror y generó el caos.

Al inicio de una clase de Lenguaje, un alumno -alto, esquelético,

nariz aguileña, ojeroso- levantó la mano. Me manifestó su

disconformidad: el camino de la espiritualidad no había

funcionado, el lobo (el capitalismo) se disfrazaba de cordero

para explotar mejor, el sistema no podría mejorar con sermones.

Concluida la clase, un alumno me acompañó hasta mi cubículo.

Quería información sobre Gurdjieff. Antes de salir me dijo: "Ese

alumno, dicen, pertenece a Sendero. Cuídese, profesor..." Le

agradecí. El defensor de la violencia desapareció del aula Dos

o tres meses después vi su nombre en La Industria: en una redada,

la policía lo había capturado como presunto terrorista.

El profesor Cabos, con casi treinta años de servicios, no había

ejercido oficialmente ningún cargo de gobierno en la burocracia

de la universidad.

A mediado de 1984 empezaron a circular en la Facultad de Educación

pasquines atacando al doctor González, Herido en su amor propio,

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solicitó su cese. Alguien me informó que la doctora Elia Álvarez,

amiga entrañable del doctor González, había llorado de

indignación y, quizá, arrepentido de haber apoyado a ese grupo.

Cuando ingresé a la docencia regular en 1985, José Huamán Delgado

era el Jefe de Departamento. Aparte de editar la revista

"Literatura", se dedicaba a controlar la puntualidad y

permanencia de los docentes con un celo de capataz.

No le importaba el sueldo de hambre que recibíamos, que yo no era

profesor a Dedicación Exclusiva; tampoco, que cumplía Con mi

horario normal y para esos cachuelos empleaba mis horas libres

en la noche o los sábados.

Tres años después, lo reemplazó Luis Cabos. Quirós Sánchez era

el Decano de la Facultad, Saniel Lozano recién había sido

trasladado de Cajamarca, Paredes y Melgarejo no compitieron.

Pero quería algo especial,. Antes de la votación apeló a sus

recursos persuasivos para que se lo eligiera por unanimidad.

Saniel y yo habíamos ido con la idea de votar en blanco, pero

luimos generosos y le concedimos la oportunidad que solicitaba.

Me pareció, extraño estrechar esa manita pequeña y blanda que sin

dudarlo hubiese firmado mi sentencia de muerte.

Cabos era la cabeza visible y pública de un grupo de docentes de

la Facultad de Educación. Para comprometerlos, exhibía sus

nombres en una lista pegada en una de las paredes de su cubículo.

Lo calificaba de "estratega político", obviamente en mérito a su

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inteligencia y sólida formación ideológica, y ocupaba un lugar

en su altar de rezos matutitos junto a Marx, Lenin y Mao Tse Tung.

Un profesor había rendido su examen para ascenso de categoría.

El jurado lo integramos Luis Cabos, ManueL Melgarejo, Saniel

Lozano, Enrique Segura y yo. Lamentablemente, el Trabajo de

Habilitación resultó_ inconsistente y la exposición, peor.

Entonces Cabos, con tacto diplomático, nos pidió reconsiderar

nuestros, calificativos. Su argumento: evitarle al colega la

vergüenza pública. Cabos empezó a parpadear y a jugar,

incomodísimo, con el lapicero. "¡Esto debe denunciarse!", bramó

y nos miró uno por uno. Cabos quizá como un último recurso

persuasivo, le preguntó: "Manuel, ¿acaso estoy perdiendo un

amigo?" "¡Por supuesto, y me avergüenzo de haberlo sido!" El

camarada, el admirador, el acólito y turiferario se había

insubordinado. Metió sus papeles en su cartapacio y antes de salir

nos advirtió: "Si lo aprueban, no firmaré el acta".

En 1991 Saniel Lozano fue elegido Jefe de Departamento. Antes

había formado el "Centro de Estudiantes de Lengua y Literatura"

y con ese apoyo empezó a realizar cursos.. conferencias,

conversatorios y editar boletines. Su dinamismo, prestigio

intelectual y carisma le facilitaron su elección como Mecano, en

abril de 1992. Debía vacar en la Jefatura del Departamento y

convocarse a una elección extraordinaria para cubrir el cargo.

Como Eduardo Quirós y Cabos Yepes se habían retirado, sólo

quedaban cuatro Principales (Lozano, Huarnán, Paredes y

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Melgarejo); Zulueta y yo éramos Asociados; César Acevedoy Hermer

Rubiños, Auxiliares. La fecha fijada fue el 22 de mayo, a

mediodía. Antes de iniciársela votación, el representante del

Decanato, responsable de garantizar el proceso, leyó el

reglamento.

Cumplir las nuevas obligaciones me impuso horarios rígidos y un

recargo de tareas, porque no se contaba con secretaria. Cuando

se me presentaba situaciones difíciles, no tenía a quién

recurrir. Prefería solicitar el asesoramiento en otros

departamentos o en el Decanato. Estar sentado detrás de un

escritorio atendiendo gente y tramitando documentos me empujó a

fumar con el ritmo del doctor González Villaverde. Curiosamente,

la dependencia desapareció, sin tratamiento ni esfuerzo, seis

meses antes de retirarme de la universidad.

En diciembre de 1992, Huamán Delgado cesó del servicio. En

reconocimiento a su solvencia académica y dedicación, merecía una

despedida.

El al año 1988 se anunció que pronto funcionaría la sección de

postgrado. Se ofrecería el grado de maestro, pero con un

requisito: el de bachiller; también, que los ascensos a la

categoría de asociado y principal estarían condicionados a

ostentar los grados de maestro y doctor, respectivamente.

En la época que me recibí el título sólo se necesitaba la clase

modelo o magistral.

un proyecto que había germinado como lector desde mi etapa de

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estudiante universitario. Ofrecer una propuesta me demandó

trabajar muy fuerte durante un año. La titulé Los niveles de la

literatura (Hacia una taxonomía para la valoración de la obra

literaria).

Presenté el proyecto y fue aprobado. La sustenté en abril del

1989. El jurado para lo conformaron Saniel Lozano, Juan Paredes

y Manuel Melgarejo. Lozano y Paredes - inteligentes, asiduos

lectores y creadores de literatura- lo aprobaron; Melgarejo

colocó su balota negra. Si acaso su intención fue estigmatizar

mis limitaciones como investigador, cumplo con satisfacerlo.

El doctor Antonio González Villaverde había llegada de España,

a principios de la década del cincuenta, renunciando a su vocación

sacerdotal y huyendo del franquismo. Lo conocí en el primer año

de Letras.

Durante sus clases, los cigarrillos se sucedían uno tras otro,

desbordaba de información que intercalaba con citas, a menudo en

latín. Nunca antes había conocido un profesor tan culto.

Los que escogimos la especialidad de Castellano y Literatura,

gracias a él aprendimos Morfología y Sintaxis, Literatura

Española, Literatura Moderna, Teoría Literaria y Estética; mejor

dicho, todo.

Para estudiar en la especialidad exigía dos condiciones escribir

decorosamente y gustar de la lectura. En la primera clase de

Español I aplicaba una prueba de ortografía. La calificaba y la

devolvía personalmente. A los desaprobados les recomendaba la

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conveniencia de trasladarse a Historia o Filosofía.

Era muy exigente. En Español I (el curso que le servía para conocer

a sus alumnos) estudiábamos todas las funciones gramaticales y

había que aprenderlas de memoria. Tomaba individualmente un

examen oral de conjugación. No se podía aprobar el curso ni sin

cumplir con este requisito. Aunque no pasaba lista, su estupenda

memoria le permitía llevar el control de los ausentes y faltar

a sus clases lo interpretaba como una muestra de desinterés.

Una virtud en el doctor González era su interés por conocer de

cerca a sus alumnos y establecer un nexo de confianza. Para esto,

siempre al inicio del año, promovía un paseo a algún lugar

cercano. En el primer año de especialidad fuimos a Virú. Antes

del almuerzo, todos con un vaso en la mano, nos internamos en un

huerto de ciruelos, en la parte posterior del restaurante.

Después del almuerzo, a la ahora de los brindis y el baile, nos

enfrascamos en una larga charla sobre libros y autores...

Su mayor alegría era descubrir un estudiante "envenenado" por el

vicio de la lectura. Entonces nos ofrecía libros y, sólo a

algunos, una prueba: reemplazarlo en una clase.

El día señalado llegué con el temor del debutante. El doctor

González me esperaba. Al verme, fue a sentarse al fondo. Añadí

algunos comentarios sobre su original concepción de la novela y

su feroz crítica a la perversión doctrinal del Cristianismo. El

doctor González se puso de pie, hizo un gesto para que me detuviera

y salió del aula.

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Era las nueve de la mañana. Debimos ir a "Kioko" a tomar café,

pero un grupo de mis compañeros propusieron el Bar "Porturas"

para "celebrar" el acontecimiento.

En la clase siguiente, el doctor González continuó hablando de

Unamuno. Profundizó las explicaciones acerca del existencialismo

y El sentimiento trágico de la vida.

Ejerció, con varios de sus alumnos, una tradición que ya se ha

perdido y él, creo, fue el último representante: "el maestrazgo".

El año y medio que trabajé a su lado fue tremendamente formativo

para mí.

Me ofrecía sus opiniones y al día siguiente me proporcionaba

libros para ampliar la comprensión del tema.

Me proveía de libros Me traía cuatro o cinco y me pedía una

opinión. Un lunes colocó sobre mi mesita uno de pasta anaranjada.

"Te va a interesar", me dijo. Era Hacia un humanismo americano,

de Orrego, recién publicado por Juan Mejía Baca (1966).

Esa generosidad se extendía a otros. Me consta, prestaba sus

libros, sin documento ni cargo. A lo largo de treinta años_ debe

haber perdido muchos. Conmigo fue generoso hasta el último.

Quienes tuvimos el privilegio de ser sus alumnos en la década del

sesenta, la figura inolvidable del maestro la asociamos

necesariamente con el Seminario de Letras, en el jirón Diego de_

Almagro, junto al Consultorio Jurídico.

Lugar obligatorio de encuentro, allí acudíamos para elaborar los

trabajos grupales y ensayar las exposiciones; también para

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encontrar a alguien dispuesto a ir al cine, al café o al bar; pero

acaso lo más importante era ver al maestro, siempre leyendo y

fumando

En ese recinto, pequeño,, penumbroso y maloliente viví una etapa

feliz, porque estaba rodeado de libros. No pude leerlos todos,

pero sí muchos.

Allí, a mediados de 1967, me enteré de la publicación de Cien años

de Soledad. Manuel Peralta Merino (era estudiante de filosofía),

la elogió con exceso y me ofreció prestármela (había una larga

cola esperando). Me la llevó un viernes y me dio tres días de plazo

para devolverla. La leí en día y medio, de pie, hebetado, casi

negándome a aceptar tanta maravilla.

El doctor González se retiró de la UNT en la plenitud de sus

facultades. Los que le mordieron la mano que alguna vez les

ofreció amistad, quisieron ignorar su alejamiento de las aulas.

Pero como el mérito real nunca puede ser ignorado ni olvidado un

nutrido número de sus exalumnos solicitaron, mediante un memorial

dirigido a la Facultad de Educación, que se le_ concediera la

distinción de Profesor Emérito.

Conociéndolo, nunca presentaría la solicitud. En un intento por

lograr una excepción, publiqué el artículo "Nuestro último

maestro" (La Industria, 06-VIII-1987), en el que resaltaba sus

altas cualidades intelectuales, su trayectoria docente y su

aporte a más de treinta promociones de la especialidad.

Había escrito unas líneas de agradecimiento con palabras^

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sentidas y bellas. La nota se perdió en un robo perpetrado en mi

cubículo -años más tarde, pero sus palabras las conservo

fielmente en mi memoria y en mi corazón; y lo que me deseó como

expresión de gratitud, se viene cumpliendo.

Entonces, urgidos por el imperativo de que el maestro recibiera

lo que merecía, se nos ocurrió una bribonada: redactar la

solicitud, imitar su firma e ingresarla sin su consentimiento.

Como su firma no era muy complicada, resultó una tarea sencilla.

Una semana después se enteró del trámite y fue a buscarnos. Nos

invitó al cafetín. Ya había dejado de fumar y no sabía cómo

disimular su engorro. Mientras bebíamos el café, un poco en broma,

un poco en serio, amenazó con descubrir al autor de la broma para

descargarle "un derechazo en la mandíbula".

En abril de 1988, en el la oficina del rectorado, en una ceremonia

privada, el ingeniero Carlos Chirinos Villanueva le otorgó la

medalla de Profesor Emérito. Invitó a sus colegas, amigos más

íntimos y algunos colegas del Departamento. Nos dispusimos a

escuchar un discurso memorable; pero, ganado por la emoción, se

limitó a agradecer la presencia de sus colegas y amigos, se quedó

callado un largo rato y, con cierto esfuerzo, concluyó: "La

universidad ha sido una madre para mí". Repitió dos veces más la

frase y se sentó.

Dos años después lo atacó un cáncer linfático. Su esposa, la

doctora Yolanda Baldwin, lo trasladó a Lima para que recibiera

un tratamiento intensivo. Estuvo dos meses y debieron volver. El

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mal lo había invadido. Lo internaron en la clínica del Hospital

de Belén. Lo visitamos con José Huamán. Agonizaba.

Enflaquecido, pálido, en posición fetal, apenas pudo

reconocernos, pero sonrió y cerró los ojos, como dormitando. Me

hubiese gustado decirle que mi deuda de gratitud era eterna;

"Adiós, Maestro y Amigo" y que me respondiera con su inolvidable

voz pedregosa. Tomé una de sus manos y la apreté. Antes de que

mi pesar se convirtiera en llanto, salí.

Entre los escasos honores que he recibido en mi vida, lo considero

el más significativo.

La ceremonia se realizó en el Paraninfo. El salón estaba repleto

de exalumnos, familiares, amigos, profesores de la Facultad de

Educación y autoridades académicas. Había preparado con esmero

un discurso que titulé "Laurel para un Maestro". El sonoro y

prolongado aplauso del público fue un tributo ofrecido con

respeto y admiración a este generoso maestro, acaso el profesor

más culto en la historia de la UNT.

El programa de maestría en la Facultad de Educación empezó en

marzo de 1994. No postulé. Esperé cumplir con la función de Jefe

de Departamento y, de paso, preparar mi trabajo para ascender de

categoría. Me presenté en el examen siguiente con un proyecto

titulado "Hacía un pedagogía trascendental” El doctor Gil Malea

presidía el jurado. Gané la plaza.

En esa época se estudiaba de lunes a viernes, desde la cinco de

la tarde hasta las nueve y media de la noche, y los sábados, hasta

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mediodía. La dinámica preferida era la conformación de grupos,

la elaboración de informes y la sustentación en un pleno, bajo

la conducción del docente.

Todos conocían su materia y demostraban empeño. El primer ciclo,

en el curso Proyectos e Informes de Investigación, aplicó una

metodología novedosa: nos proporcionaba, cada .emana, un

proyecto de tesis de las presentadas en el ciclo anterior y nos

encargaba leerla minuciosamente para descubrir los aciertos y

desaciertos. Tres ciclos consecutivos practicando esa

metodología nos permitió despertar una especie de "ojo clínico"

para descubrir, con rapidez y eficacia, los puntos flacos en un

informe de tesis.

Me beneficié aún más con él, porque fue el asesor de mi tesis.

Un criterio estrecho de la Escuela de Postgrado prohibió las de

tipo filosófico o discursivo. En mi caso, debí cambiar el proyecto

inicial por otro que permitiera medir resultados y ofrecerlos

con porcentajes y cuadros estadísticos,. Mi nuevo proyecto de

tesis se tituló "El Método Tonológico para mejorar el dominio de

la puntuación en el nivel universitario".

En abril de 1996, antes de iniciar el cuarto ciclo, llegó a los:

"maestristas" (extraño neologismo) un documento de la Dirección

de Postgrado. No aceptar el acuerdo del Consejo Universitario

obligaba a la devolución económica de los costos; negarse

implicaba la anulación de los estudios. Ese año yo cumplía treinta

y tres años de servicios y había decidido solicitar mi cese apenas

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concluidos, los estudios...

No firmé el documento. Presenté una carta alegando lo que yo había

postulado sin esa condición; por lo tanto, el nuevo acuerdo no

era válido para mí. Continué estudiando, pero antes de concluir

el ciclo recibí una resolución. Se me comunicaba que había sido

excluido del programa por incumplimiento de pagos, se me

Ululaba la matrícula y todos los estudios previos.

Nuevamente mi destino se cruzaba con el doctor Guillermo Gil

Malea, ahora como rector. El fallo fue desfavorable. No consideró

que mi caso era una excepción ni mi colaboración .id honorem como

director de la Revista Universitaria. En este caso sí cumplía

fielmente con el acuerdo del Consejo Universitario.

Apelé ante un Tribunal Administrativo. El SUDUNT (Sindicato de

Trabajadores de la UNT) me apoyó con los servicios de un abogado.

Lo ubiqué. Cuando Je. Informé del asunto, se indignó: "¡Cómo es

posible, colega!. ¡Cuánto abuso hay en nuestra querida

universidad! Bueno, no se preocupe.

Había decidido mi retiro, porque quería construir mi casa y

necesitaba dinero. El sueldo había mejorado con el gobierno de

Fujimori, pero no sería suficiente. Desde 1992 trabajaba en la

Universidad "César Vallejo" estaba creciendo y me habían ofrecido

aumentar la carga horaria.

Entre las clases en la Vallejo y los ajetreos de la construcción,

me había olvidado de la apelación. Un día, de regreso de la

Vallejo, Amelia me entregó un sobre. Debajo, escondido, he

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encontrado este sobre". Lo abrí. Era el acuerdo denegatorio. Le

informé a Amelia de su contenido y le dije que renunciaba a la

maestría. "Perdiste los estudios de doctorado por tonto. Pero

nunca te perdonaría si le das gusto a esos sinvergüenzas. Busca

un abogado para que te asesore".

Me habían dado noticias de un abogado especialista en derecho

administrativo que defendía a los docentes y nunca había perdido

un juicio. Lo fui a buscar. Después de escucharme, me dijo: "Se

ha cometido una arbitrariedad y un atropello.

Después de cuatro meses llegó el fallo: me obligaba el pago a

partir de la fecha del acuerdo (el cuarto ciclo). El abogado me

propuso un litigio en los tribunales. Considerando el factor

tiempo, los costos y otras molestias, decliné.

Los Programas de Complementación y Profesionalización_

Extraordinaria se empezaron a ofrecer en la Facultad de

Educación en el primer quinquenio de la década de los noventa,

con el propósito de democratizar el acceso al título de

Licenciado concedido por la UNT

Esta experiencia me permitió comprobar el déficit de una mayoría

considerable de los participantes en el tema de corrección

idiomática. Debo destacar el interés y el empeño de esos

profesores venidos desde lugares distantes con grandes

sacrificios económicos.

Las secciones de Profesionalizaron la integraban^ ingenieros,

abogados, contadores, administradores, economistas. También se

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necesitó un trabajo sostenido para que mejoraran su nivel de

comunicación oral y escrita.

El año 2008, cuando ya era un exdocente de la UNT, recibí una

invitación del PRONAFCAP (Programa Nacional de Capacitación

Permanente), a través de la coordinadora, la profesora Betty

Cabrera, en ese periodo administrado por el Departamento de

Educación de la UNT. Querían alguien con experiencia y -supongo-

con cara seria. En la clase inicial apliqué un test de puntuación.

Aprobaron sólo cinco. El resto (treinta y cinco) se alarmaron,

pero al cabo de un mes ya se había nivelado en este tema.

El programa de Complementación Académica ganó mucha expectativa

y generó demanda en los departamentos del norte. Los profesores

deberíamos viajar en dos oportunidades: la primera para ofrecer

la fase teórica y después para la evaluación.

Mi primera comisión fue Pucará (tierra natal del coordinador, el

profesor Gilberto Delgado Puelles), en la provincia de Jaén. Me

instruyeron cómo llegar: "En Chiclayo tomas una combi; le

preguntas al chofer dónde bajar; hay un solo hotel; allí te

esperará el delegado-alumno". El espacio disponible, en el

asiento posterior, era un triángulo negro y lustroso con el

espacio justo para acomodar una nalga; una de mis piernas debí

introducirla entre las piernas de un pasajero del asiento del

frente.

Por primera vez experimenté lo que significa una tortuga física

real. De costado y; encogido, cada kilómetro me parecía

Page 24: Lectura libro lecciones y borrones

interminable. Trascurridas dos horas se me adormeció la nalga

heroica y sentí la inminencia de un calambre en la pierna

estirada. Le pedí al chofer que detuviera su incómodo monstruo

para cumplir una necesidad orgánica. En el segundo trama intenté

distraer los dolores de la mala posición recordando momentos

felices de mi infancia en Cartavio; reconstruí minuciosamente

argumentos de películas y novelas…

Estaba al borde del grito 0 del llanto cuando vi luces a la derecha

de la carretera. Minutos después, el aparato se detuvo. Me habían

indicado que avanzara cuatro cuadras y luego hacia la izquierda.

Empecé a buscar una fachada con un letrero que dijera hospedaje

u hostal. Salió a recibirme el delegado-alumno. Me presentó al

dueño, un señor alto, flaco, que trataba de disimular su calvicie

con un mechón cruzado; vestía una camisa multicolor y apenas dijo

"Mucho gusto" denunció su inclinación sexual. El dueño, muy

amable, me indicó el lugar del baño y desapareció. Quedaba al

final de la única fila de cuartos. Me lavé el rostro y salí a comer

galletas y beber una gaseosa en una tiendecita.

A las siete de la mañana me despertaron unos golpes en la puerta.

Era el delegado. Me avisó que el curso empezaría a las nueve, que

regresaría a las ocho para tomar desayuno y luego trasladarme a

una pensión. El delegado tocó. Nos abrió una señora con aire y

gestos maternales. "Pase, doctor, mucho gusto", me dijo. En la

sala, a la izquierda, había improvisado, con sábanas, un

dormitorio con lo indispensable.

Page 25: Lectura libro lecciones y borrones

Abordamos una mototaxi que cruzó todo el pueblo y nos llevó a las

afueras. Bajamos al borde de un cerro de poca altura. El centro

educativo había sido construido en la parte alta y se llegaba por

una escalera labrada en la roca.

En la noche, después de cenar, quise conocer el pueblo. Caminé

algunas cuadras, sin rumbo. Pregunté si había un cine. Hacía años

que ya no funcionaba. Me acerqué. El restaurantito estaba vacío.

Entré, me senté y pedí una cerveza. El que atendía depositó

la botella, y me preguntó: "¿El señor viene de Lima?" Le respondí

que de Trujillo. Él era chiclayano y conocía Trujillo. A los cinco

minutos charlábamos como viejos amigos. La señora se disculpó por

no haberme dado una llave. La urgencia de orinar me despertó

en la madrugada. Tanteando, me aventuré a encontrar el baño.

Tropecé con algo y un perro ladró furiosamente. Se encendió una

lámpara. Apareció la señora. Me dijo que había un bacín al pie

de la cama.

Después de cenar me hubiese gustado quedarme a leer, pero la bulla

del televisor, las voces y la incomodidad de la mesita me

disuadieron.

A las siete y treinta el delegado me recogió de la pensión. En

una mototaxi nos dirigimos hacia el norte. Cruzarnos un puente

y entramos a una avenida muy ancha. Sirvieron pollo y varias

botellas de vino. Uno de ellos habló para expresar el

reconocimiento del grupo por el trabajo cumplido. Después de

comer, apareció una guitarra. La alegría continuó. A las once

Page 26: Lectura libro lecciones y borrones

seguíamos en penumbra. Le pregunté al delegado si había movilidad

disponible para el retorno. Negó con la cabeza. Le dije que

deberíamos retornar.

Afuera formamos una fila, con las manos colocadas sobre los

hombros. A mí me colocaron en casi al final. Empezamos caminar

con pasitos cortos, como engrilletados, para no pisarnos los

talones.

A tientas, avancé pegado a la pared. El delegado prendió un

fósforo. Reconocí la puerta de la pensión. Agradecí a todos,

introduje la llave y me hundí en otra oscuridad, pero donde podía

manejarme solo.

A mediodía, cuando me despedía de cada uno con un apretón de manos

y un abrazo, me detuve ante nuestro guía vidente. "¿Cómo lo

lograste? Eres el Nictálope de Pucará" le dije. El delegado me

acompaño a la pensión a sacar mi maleta. A la señora le había

pedido que no me preparara el almuerzo^ porque quería ir al

restaurante del chiclayano a probar su cebiche. La señora me

abrazó y me pidió que disculpara las incomodidades. Invité al

delegado a almorzar. El chiclayano se esmeró en atendernos.

Mientras comíamos el cebiche y brindábamos con cerveza, sentía

que esos cinco días habían durado un instante. Al borde de la

carretera, en el momento de despedirnos, el delegado me preguntó:

-Profesor, ¿qué le ha parecido la experiencia en Pucará?" La

respuesta me salió sin pensarlo: "¡Inolvidable!"

Integrar el equipo para la elaboración del examen de admisión se

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consideraba un premio: la paga, por tres días, correspondía al

de mes.

El local dispuesto era (y creo que continúa) en la primera cuadra

del jirón Independencia, donde funciona el Vicerrectorado

Académico.

Antes de ingresar, los policías nos revisaron el maletín de

mano. Los exámenes estaban programados para el sábado y domingo.

Entre docentes y personal de apoyo sumábamos aproximadamente

quince. En mi área, me correspondía elaborar la prueba de Lenguaje

y Literatura y la corrección gramatical de las pruebas; al

profesor Juan Segura Vásquez, Razonamiento Verbal y el control

de los criterios tecnológicos.

El llamado "Banco de preguntas" resultó un cajón de sastre, una

alforja de ciego. Le mostré los ítems a Segura y le manifesté que

yo no podría trabajar con esos mamarrachos.

A las once de la mañana, compartiendo el espacio de las pocas mesas

y pupitres, empezamos el trabajo. A las doce y media hubo un

revuelo: voces, abrir de puertas. Aparecieron los integrantes de

la Comisión Central (cinco o seis). Antes de medianoche hubo un

suspiro general cuando la impresora offset empezó a funcionar.

Alberto Pinillos, gracias a su don de conversador inagotable,

amenizó la duermevela. Me contó de sus innumerables viajes por

el Perú y el extranjero, anécdotas de Trujillo, chistes... Cuando

me adelantaba una lista de potajes y bebidas para el desayuno^

y_rne_ preguntaba qué me gustaría almorzar, me quedé dormido.

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Un empleado verificaba el orden de la compaginación de la prueba,

otro la engrapaba y colocaba en una ruma; luego, los mismos

trabajaron en el empaquetado.

Yo había llevado una novela, pero las canciones ininterrumpidas

por Radio "Romántica", la charla y las risas me impedían leer.

Con la experiencia ganada el día anterior, la elaboración de la

segunda prueba resultó una tarea más sencilla.

El encierro me había parecido largo, incómodo, agotador un

poco asfixiante, pero novedoso _v_ formativo. Con el doctor

Soberón y Juan Segura Vásquez buscamos el barcito en el jirón

Bolognesi para comentar la experiencia.

En mayo de 1994 me sucedió en el cargo de Jefe de Departamento

el profesor Juan Paredes Carbonell. También ese año el Dr.

Guillermo Gil Malea había cumplido su sueño de ser Rector de la

Universidad Nacional de Trujillo. Muy gentil, me comunicó que

había pensado en mí para que asumiera la dirección de la Revista

Universitaria. Acepté. Me puntualizó que debía reflejar el reto

de la universidad en el trance de adecuarse a los cambios y

exigencias de la sociedad contemporánea.

En 1995 al Rector se le ocurrió aumentar la carga lectiva de los

docentes que estudiábamos maestría. Normalmente al director de

la Revista Universitaria seje reduce por tratarse de una comisión

especial.

Al inicio del ciclo, en Marzo, envié una carta a todas las

facultades, escuelas y programas solicitando artículos

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humanísticos o de divulgación científica, según las

estipulaciones establecidas. Empecé a visitar personalmente

los cubículos de los profesores del Departamento de Educación,

Ciencias Sociales, Psicología, Filosofía, Idiomas y a

solicitarles como amigo, una colaboración..

Es imposible que la Revista Universitaria Vol. 35

(enero-octubre) 1995 se la más pobre en la historia de la UNT.

Con la ayuda de mis colaboradores, apenas pudimos reunir once

artículos. Había presupuesto para 120 páginas. Con el rubro

Actualidad Universitaria, las notas informativas y fotografías

, cuadros estadísticos apenas se llegó a 77. Quizá por tanta

indigencia intelectual, el Dr. Gil Malca nunca me envió un oficio

de agradecimiento.

Fue la primera universidad no estatal de Trujillo. Inició sus

actividades en la calle Caqueta. Me invitó, en el segundo semestre

de 1990, el doctor Aurelio Lazo Vílchez, un exdocente en la

Facultad de Educación de la UNT, el Presidente de la Comisión

Organizadora.

En una oportunidad, advertí que una señorita miraba hacia abajo.

Me acerqué: estaba pintándose las uñas. "Si no le interesa el

estudio, mejor dedíquese a otra cosa, le dije y continué la clase.

Días después, el doctor Luis Gorriti (uno de los promotores) me

buscó: "¿Usted le ha dicho a una alumna que se dedique a la

prostitución?". Me reí y recordé una advertencia que aparece en

todos los libros de Semántica; el significado no está en las

ÍÓ tal i (lino

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palabras, sino en la experiencia... Le informé el motivo el

contexto y mi intención: un oficio, una profesión práctica. Se

sorprendió de la distorsión semántica, pero me recomendó: "Trate

bien a los muchachos"; yo me sentí tentado a recomendarle que

seleccionaran mejor a los alumnos.

El año siguiente se inauguró el local en la Avenida América Sur.

Me asignaron una sección de Ciencias de la Comunicación en el

primer ciclo y otra, de Derecho, en el segundo. En la primera

encontré un grupo de estudiantes con enormes deseos de aprender:

Con ese grupo no hubo problemas, pero en la de Derecho aprobaron

muy pocos.

A mediados del ciclo encontré en el cafetín a un excolega de la

UNT incorporado a tiempo completo. Estaba solo. Me llamó para que

lo acompañara.. La charla derivó al rendimiento de los

estudiantes. Le informé de mi preocupación, porque Aurelio Lazo

me había advertido que un sector de Los alumnos de la sección de

Derecho se había quejado por mi nivel de exigencia y mi

temperamento "¿Por qué te haces problemas? Aquí llegan los que

no pudieron ingresar a la nacional, con el agravante de que allá

el nivel también ha bajado muchísimo.. .A muy pocos les interesa

prepararse bien. Sólo quieren el título…"Tú has venido a arreglar

tu presupuesto familiar, ¿no? Estos jóvenes llegan acostumbrados

al desorden, a la indisciplina, a la informalidad; sólo están

pensando en fiestas, ¿y tú no vas a cambiarlos? No te hagas el

héroe...". Ahora se trataba de cómo caminar sobre una cuerda floja

Page 31: Lectura libro lecciones y borrones

y no caerse en una universidad privada.

Le dije que no se preocupara, porque el más descontento era yo.

A fines de diciembre recibí una notificación: debía acercarme a

una oficina, en la primera cuadra del jirón Pizarro para la

renovación del contrato. Llegado mi turno, le pedí al empleado

que consultara mi situación. Salió de la oficinita y hablo con

alguien en una sala contigua. No se demoró ni dos minutos. "Es

correcto. Firme". Leí el documento. "Debe haber otro error. Aquí

dice tres años". "Profesor...": no perdamos tiempo. Firmé por

triplicado, "¿Seguro de que todo es correcto?" insistí.

En la primera semana de marzo acudí a la oficina donde asignaban

los horarios. Di mis apellidos. El empleado buscó en el paquete.

"¡Caramba!, no la encuentro." Levantó el auricular, mencionó mi

nombre y colgó. "No ha sido considerado", me dijo". "Por favor,

consulte de nuevo, porque he firmado un contrato...", "Hable

usted con el doctor Lazo". Salía, cuando escuché pasos detrás de

mí. Era un funcionara al que conocía de vista. Me entregó una copia

del contrato y, en un papelito, el nombre y la dirección de un

abogado.

Decidí ir consultar el asunto con Riña Osorio, en ese momento

Directora Departamental de Trabajo. (Habíamos estudiado en la

universidad en la misma época y asistido a la olimpiada de

Arequipa). Me atendió de inmediato. "Si pides tu reposición;

ganas; si acatas el despido, por el incumplimiento del contrato

tendrán que pagarte los tres años".

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En casa le informé a Amelia del asunto. Estuvo por el arreglo,

porque en esa época se había presentado la posibilidad de comprar

una casa y necesitaríamos dinero. Aurelio llamó a la seis. Había

sido un error; podía ir a recoger mi horario. Le agradecí y

decliné.

Debí aceptar. Esa misma mañana, a mediodía, se me presentaría la

oportunidad de incorporarme a la recién fundada Universidad

"César Vallejo".

En 1995 compartía cursos en los estudios de maestría con Alfredo

Valle Riestra Ponce de León. Antropólogo de profesión, se había

dedicado a la docencia universitaria con éxito.

Nuestra relación se remontaba al corto tiempo que trabajé en la

UPAO. En una oportunidad me apartó del grupo y me dijo: "Se ha

aplicado un test de opinión a la promoción de Ciencias de la

Comunicación que egresa este año. Una pregunta les pedía

seleccionar a los profesores que consideraban más útiles en su

formación profesional. Figuras entre los diez primeros, en el

quinto puesto... La UPAO nunca debió dejarte ir..." Me palmoteo

el hombro, felicitándome.

A mediados del 2009, el periodista Luis Zelada Espinoza me

invitó a asistir a una actividad social organizada por el Colegio

de Periodistas. El decano era Alfredo Valle Riestra.

"Jorge, recién me entero de que has sido profesor de la

mayoría de periodistas en actividad de Trujillo.

A fines de setiembre recibí un oficio: en el "Día del Periodista"

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se me otorgaría un diploma, en el local de la ex prefectura.

Concurrí. Alfredo me entregó el pergamino con solemnidad y gran

satisfacción. El texto del pergamino dice: "En mérito a haber sido

maestro de varias generaciones, de periodistas profesionales y

como reconocido intelectual de La Libertad".

A media cuadra al jirón Independencia reconocí a Augusto Aldave

Pajares, Lo esperé- Habíamos compartido labores en la UNT, la

Academia "Atenas" nos unía una amistad de antigua data y el

vínculo masónico. Me informó que en abril empezaría a funcionar

la Universidad Privada "César Vallejo". El gestor era el

ingeniero César Acuña Peralta. "¿Te gustaría trabajar con

nosotros?" "Por supuesto" le respondí “Entonces.. hablaré con

Eduardo Gallardo Él. Está a cargo de la parte académica. A Eduardo

lo conocía porque habíamos compartidos jornadas; académicas en

la UNT. Lo llamé. "Por mí, encantado; pero se necesita la anuencia

del ingeniero. Mañana te aviso" me dijo. la cita sería a las tres

de la tarde del día siguiente.

La oficina funcionaba en el jirón Independencia, frente a la

iglesia San Francisco. Eduardo y me condujo a un ambiente

contiguo. El ingeniero César Acuña Peralta revisaba

documentos. Levantó la vista, me extendió la mano y me invitó

a sentarme. En varias oportunidades enfatizó que para plasmar

su proyecto de una universidad competitiva necesitaba personal

idónea Aparentemente muy joven para una empresa de tal

envergadura, me impresionó ese entusiasmo, y seguridad que

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irradian las personas destinadas al liderazgo y al éxito. Cuando

salí a la calle, me hice una promesa: ofrecer mi cuota de trabajo

para que esa nueva universidad cumpliera su misión.

La apertura del año académico se realizó en el auditorio deja

Cooperativa de Ahorro y Crédito "León XIII", en la sexta cuadra

del jirón San Martín. Esa mañana de abril nos reunimos

--aproximadamente trescientas personas.

El primer acierto del ingeniero Acuña fue seleccionar como

colaboradores inmediatos a un grupo de académicos con experiencia

y trayectoria.

Las actividades lectivas empezaron en el local del ex instituto

"Carlos Uceda Meza" en el pabellón del tercer patio Habitualmente

puntual, llegué tarde a mi primera clase, quizá por un error

cometido cuando apunté el horario. Encontré en mi aula al

ingeniero Acuña conversando con los alumno. El me extendió la

mano y, juguetonamente, apuró mi ingreso.

El año siguiente se trasladó a su local propio en la avenida Larco.

Desde el primer momento la tónica imperante fue y se mantiene-

la capacitación a sus profesores. Un entrenador de lujo era

Eduardo Gallardo García, el primer docente universitario de

Trujillo entrenado en universidades extranjeras en la novedosa

Tecnología Educativa.

Durante los primeros años la universidad mantenía su promedio de

ingresantes. En esa época el ingeniero Acuña prácticamente vivía

en la universidad. Convocaba a reuniones con los docentes. Se

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conversaba del curriculum, dejas metodologías, la

infraestructura, la evaluación, pero se omitía un asunto

fundamental: la calidad del alumno que recibíamos.

Manifesté que el diagnóstico como consecuencia de la crisis de

la educación nacional, la mayoría de ingresantes exhibían un

déficit en conocimientos y habilidades de aprendizaje que exige

el nivel universitario. Enfaticé que no deberíamos incurrir en

el error de la aprobación fácil, porque a largo plazo afectaría

el prestigio institucional. El ingeniero Acuña avaló mi

recomendación y nos pidió más esfuerzo para cubrir ese déficit.

Al término la reunión, Tose Huamán se acercó alarmado: "Le has

dicho a César que recibimos lo peor..." "Lo peor sería

mentirnos... No es ético maquillar a un enfermo para que luzca

saludable. Si partimos de un diagnóstico equivocado, los

problemas se complicarán más...", le respondí