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    Clase 1: VIOLENCIA, TRAUMA Y EL FENMENO DE LA MEMORIA

    Por Florencia Levin

    1. INTRODUCCIN

    Cuando hablamos de pasado cercano nos referimos a un pasado de naturaleza an

    inacabada, abierto a las pasiones y las luchas simblicas (y no tan simblicas) de diversos actores

    que pugnan por capturar y edificar sus sentidos. Se trata de un pasado abierto e inconcluso, cuyos

    efectos en los procesos individuales y colectivos interpelan nuestro presente. De un pasado que

    entreteje la trama de los ms intimo y privado con la trama de lo pblico y colectivo. De un pasado

    que, a diferencia de otros pasados, no est hecho nicamente de representaciones y discursos

    socialmente construidos y transmitidos, sino que, adems, est alimentado de vivencias y recuerdos

    personales, rememoradas en primera persona. De un pasado, en suma, que an barniza u opaca el

    poder de diversos grupos y que, asimismo, se proyecta de modo intenso en la creacin de

    identidades tanto individuales y colectivas.

    De un pasado que convoca actores y espacios muy diversos y que concita el inters y la

    atencin del grueso de la sociedad que demanda no slo explicaciones sino tambin reparacin y

    justicia. De un pasado cuya politicidad penetra nuestro fuertemente presente.

    Se trata, en suma, de un pasado radicalmente incompatible con la neutralidad. De un

    pasado que suele evocar miradas mitificadas, plagadas de juicios valorativos y posturas maniqueas

    que pretenden sealar dnde radical el mal, quines son los responsables, dnde yace el territorio de

    los justos.

    En estas dos clases intentaremos avanzar en la definicin de algunas las especificidades de

    dichos pasado como as tambin abordar los dos principales espacios discursivos que sobre el

    mismo generan sentidos y significados: la historia y la memoria.

    Comenzaremos en esta primera clase por reflexionar acerca las caractersticas de lo que

    llamamos pasado cercano y avanzar en la nocin terica de memoria y memoria social para,

    finalmente, abordar las distintas memorias sobre el pasado reciente argentino. En la segunda clase,

    entonces, nos detendremos con mayor detalle a reflexionar acerca de la historia reciente como

    campo acadmico, sus especificidades, sus alcances y proyecciones.

    2. VIOLENCIA Y TRAUMA

    La historia reciente argentina, al igual que la de otros pases del llamado Cono Sur, est

    surcada por la violencia, la masacre, la muerte y la desaparicin de miles de personas (y tambin de

    diversos proyectos de cambio y transformacin social) en el marco del accionar de un aparato de

    estado terrorista. Es una historia que se asocia, por lo tanto, a procesos sociales considerados

    traumticos en tanto y en cuantoamenazanel mantenimiento del lazo social y son vividos por sus

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    contemporneos como momentos de profundas rupturas y discontinuidades, tanto en el plano de la

    experiencia individual como colectiva (Franco y Levn, 2007: 34).1

    Aunque no se trata en esta ocasin de abordar la compleja historia de ese pasado cercano,

    es preciso aclarar, en primer trmino, que nos estamos refiriendo a un perodo cuyo inicio podemos

    ubicar tentativamente a partir de los hechos conocidos como el Cordobazo y que se extiende

    durante toda la dcada del setenta atravesando el perodo de la ltima dictadura militar hasta el

    momento de la asuncin de Ral Alfonsn que, como veremos ms adelante, se vivi como el fin de

    un ciclo y la inauguracin de una nueva etapa en la historia nacional.2

    En segundo lugar, es preciso destacar que el rasgo distintivo de esta etapa fue el gran

    protagonismo que adquiri la violencia en el escenario poltico. Los fenmenos englobados bajo el

    ubicuo y polismico trmino de violencia poltica son muy variados e involucran a un conjunto

    heterogneo de actores. La gran mayora de las veces suele emplearse el trmino para referir a las

    acciones de fuerzas que se vuelcan en contra del orden establecido (particularmente a la accin de

    organizaciones poltico militares tales como ERP y Montoneros) mientras que se reserva el trmino

    represin para referir a la empleada por agentes para estatales y estatales. Sin embargo, unas y

    otras, al desbordar los canales institucionalizados y derramarse expansiva y descontroladamente

    sobre la sociedad, son comprendidas en tanto fenmenos relativos a la nocin de violencia. Desde

    ya que el hecho de que todas estas prcticas puedan ser definidas a partir de la nocin de violencia

    no implica homologarlas ni, mucho menos, considerarlas comparables.3 Por otro lado, esta

    problematizacin del trmino violencia no debera llevarnos a suponer que violencia es la anttesis

    de democracia.4

    Los orgenes del creciente rol de la violencia insurreccional en la poltica constituyen tema

    de debate entre los estudiosos del perodo pero es indudable que los mismos se asocian con niveles

    crecientes de censura, proscripcin y cierre de los canales institucionales para el ejercicio de la

    poltica. Por otro lado, es posible afirmar que durante el perodo en cuestin se produjo una suerte

    de autonomizacin de la violencia en tanto y en cuanto, una vez efectuadas las elecciones de marzo

    del de 1973 el argumento de la ilegitimidad del rgimen esgrimido en su momento para legitimar la

    violencia como modalidad de accin poltica- no pudo ser efectivamente sostenido. Asimismo, en

    1 Vale la pena aclarar que el empleo de la nocin de trauma no supone adherir a las posturas que

    pretenden homologar la funcin de la historia la del psicoanlisis. Para un abordaje sobre trauma, historiay psicoanlisis ver Mudrovcic (2003).2Ms adelante abordaremos los problemas que surgen a la hora de delimitar cronolgicamente el campode la historia reciente. A los efectos de la comprensin de la nocin de traumay su articulacin con lamemoria social, las fechas recortadas pueden ser provisoriamente consideradas pertinentes.3 Para ello, es til diferenciar la violencia insurgente de la violencia represiva que emplea aparatos

    estatales o paraestatales para ejercer un poder no reglado, por fuera del marco de la ley. Ms adelanteveremos que existen algunas interpretaciones, particularmente la llamada Teora de los dos demoniosque tienden a homologarlas.4Ciertamente, hoy en da, en el marco de los debates crecientes acerca de la violencia durante los aos70, suele tomarse a sta como la anttesis de la democracia, cuando no tambin de la poltica. Sin

    embargo, estas nociones maniqueas e idealistas no logran dar cuenta de la dimensin del poder que, tantoen la democracia como en cualquier forma de organizacin social es violencia sancionada o socialmentelegitimada. Para un tratamiento terico y fenomenolgico de la nocin de violencia (Benjamin, 1999).

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    relacin con la violencia represiva, puede considerarse que el paroxismo de dicha autonomizacin

    est expresado en la organizacin de grupos de tareas y centros clandestinos de concentracin y

    tortura caractersticos del terrorismo de estado.

    De este modo, la ola de secuestros y ejecuciones, la aparicin de cuerpos acribillados en los

    mrgenes de los caminos o de cadveres flotando en los ros desde los primeros aos 70, el hallazgo

    ms tardo de cientos de tumbas NN y la apreciacin visual de allanamientos, tiroteos y redadas no

    fueron acontecimientos aislados sino que formaron parte del da a da de la vida cotidiana de

    millones de argentinos de entonces.

    El saldo de esta historia es una sociedad totalmente fragmentada y desarticulada, una

    estructura socioeconmica paralizada y destruida, y la trgica cifra de 30.000 personas desaparecidas.

    Es ese pasado, entonces, el que debe ser socialmente procesado para dar lugar a las palabras, es

    decir, a la elaboracin, siempre conflictiva y siempre inacabada de las interpretaciones, los

    significados y las explicaciones.

    Mucho antes de que la historiografa se haya pronunciado al respecto, fueron los discursos

    de las memorias los que tomaron la palabra. Antes de adentrarnos en las diversas memorias sobre el

    perodo en cuestin, sus interpretaciones y reivindicaciones, sus actores y sus contextos histricos

    es preciso que nos detengamos en la compleja y polismica nocin de memoriaque se vincula de un

    modo inextricable y problemtico con la de historia.

    3. ACERCA DE LA NOCIN DE MEMORIA

    En este apartado vamos a concentrarnos entonces en explorar distintos significados que se

    el atribuyen a la nocin de memoria. Para ello, es necesario que nos zambullamos en un conjunto

    de problemas tericos y epistemolgicos.

    Para empezar, el trmino memoria puede aludir a la capacidad de retener, conservar o

    almacenar informacin y al mecanismo mediante el cual recuperamos (recordamos) informacin

    previamente adquirida. El material a recordar es de muy diversa ndole e incluye tanto los

    recuerdos de experiencias pasadas, de imgenes onricas, y de experiencias sensoriales (olores,

    sabores, sensaciones tctiles, etc.) como de informacin recibida e incorporada. Este tipo de

    acepciones de la nocin de memoria est fuertemente relacionado con el campo de la neurobiologa

    y la psicologa cognitiva, disciplinas que, entre otras cosas, se dedican a estudiar los procesos

    elctricos y qumicos que ocurren en el cerebro cuando recordamos.5Dentro de este campo de

    estudios existe, asimismo, otro tipo de memoria, llamada memoria de procedimiento o memoria de

    accin que no tiene que ver con mecanismos cognitivos concientes sino con la capacidad de

    reproducir aprendizajes motores tales como caminar, atarse los zapatos o andar en bicicleta.

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    De aqu la estrecha relacin entre memoria y aprendizaje, relacin que constituye otra de las ramas deinvestigacin de neurobilogos y psiclogos cognitivos, quienes comparten este campo de estudiocientistas de la educacin.

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    Ahora bien; si nos apartamos del mbito de las llamadas ciencias cognitivas, el panorama en

    torno a la nocin de memoria se torna ms bien confuso en tanto y en cuanto existen y conviven

    una gran cantidad de acepciones del trmino que, por otro lado, se emplean para describir un

    conjunto amplio y variado de fenmenos tanto individuales como sociales. En principio, podemos

    reconocer un uso, ms bien coloquial y cotidiano del trmino que, fuertemente impregnado de su

    acepcin cientfica, entiende la memoria como la capacidad de evocar experiencias pasadas. El

    problema es que, desde esta perspectiva, la memoria se piensa como un mecanismo en cierto modo

    pasivo mediante el cual el recuerdo de hechos y procesos pasados se re-actualiza de un modo ms o

    menos mecnico y sin ocasionar ningn tipo de transformacin en el material recordado. Dicho de

    otro modo, sin contemplar la diferencia entre el hecho o proceso recordado en s y las

    representaciones que sobre el mismo se construyen.

    Contrariamente, dentro del campo de la reflexin terica y tambin de los estudios sobre la

    memoria social, si bien existen muy diversas aproximaciones y variantes, la memoria suele ser

    considerada como un proceso activo de elaboracin y construccin simblica de sentidos sobre el

    pasado (Jelin, 2000). En este caso, no se trata ya de la capacidad pasiva de evocar eventos pasados

    sino ms bien del proceso activo de articulacin de sentidos y representaciones sobre ese pasado.

    Desde esta perspectiva, se entiende que la nocin de memoria mantiene una estrecha vinculacin

    con las inquietudes, preguntas y necesidades presentes y, por tanto, con el horizonte de expectativas

    futuras. En otros trminos, esta perspectiva tiende a considerar que es en funcin de los problemas

    y cuestiones que ataen a un sujeto y a una sociedad que se elaboran y construyen sentidos del

    pasado. Y que esos sentidos, adems, son pasibles de ser expresados en relatos comunicables en

    forma narrativa (Jelin, 2002). Como puede apreciarse, la nocin de memoria, as entendida, puede

    aludir a tanto a los procesos mediante los cuales los sujetos se relacionan individualmente con su

    pasado6 como a las modalidades mediante las cuales una sociedad elabora y negocia sentidos

    colectivos sobre su pasado.

    Llegados a este punto, cabe preguntarse si lo que diferencia a la memoria individual de la

    memoria colectiva es nicamente una cuestin de escala. En otros trminos, la memoria colectiva

    puede ser considerada como una agregacin de memorias individuales? O, contrariamente,

    debemos suponer que la memoria colectiva constituye -o debiera constituir- una narrativa

    representativa para todos los individuos y grupos de una sociedad y por tanto consensuada entre

    todos ellos? A pesar de que la respuesta en ambos casos es evidentemente negativa, estos

    interrogantes son tiles ya que, por un lado, contribuyen a despejar algunos lugares comunes en los

    usos ingenuos del trmino y que, por otro, nos conducen a uno de los problemas fundamentales a

    desentraar a la hora de abordar la problemtica de la memoria: esto es, la relacin entre las

    dimensiones individual y colectiva de la memoria.

    6 Por ejemplo, en conversaciones con amigos o familiares, en la prctica de escribir diarios ntimos,cartas, etc. como as tambin en mediante un trabajo psicoanaltico.

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    filtran son producto de una compleja interaccin entre el sujeto y los discursos de la llamada

    memoria colectiva que, como dice Hugo Vezzetti, pueden cumplir una funcin performativa en el

    sentido de dar forma- de la memoria individual (Vezzetti, 1998) impregnando con valores

    presentes recuerdos de experiencias pasadas. Es posible, incluso, que un sujeto recuerde cosas

    que jams sucedieron.

    De lo anterior se desprende que la memoria nos habla tanto sobre el pasado como sobre el

    presente y sobre el horizonte de expectativas futuras. Y se desprende tambin que la memoria

    colectiva supone la construccin de discursos fuertemente anclados en un tiempo y en un espacio y,

    por lo tanto, que la memoria social tiene una naturaleza ineludiblemente poltica, Aunque no

    siempre, o no necesariamente, partidaria. Se desprende, finalmente, que existe una fuerte

    articulacin entre memoria e identidad, tanto personal como colectiva.

    Por lo tanto, hablar de memoria colectiva es hablar de la existencia de diversos actores que,

    con sus acciones materiales y simblicas, elaboran diversas narrativas o, lo que es lo mismo,

    diversas interpretaciones acerca del pasado. Estas tienen, a su vez, un gran impacto en los

    mecanismos de creacin identitaria de esos grupos as como en el terreno de la accin poltica en la

    medida en que esos grupos llevan adelante reivindicaciones y demandas especficas en relacin con

    ese pasado. En otros trminos, el campo de la memoria social es un terreno de luchas simblicas (y

    no slo simblicas) por los sentidos del pasado (Jelin, 2000).

    Hasta el momento, hemos estado aludiendo a memoria en tanto recuerdos, discursos o

    representaciones, ya sean individuales o colectivos, que se producen y circulan socialmente a partir

    de una compleja interaccin entre sujeto y sociedad. Ahora bien; existe otra dimensin de la nocin

    de memoria que se asocia a lo que algunos estudiosos y tericos han denominado anamnesisy que,

    siguiendo a Yosef Yerushalmi, podramos definir como un conjunto de creencias, ritos y normas

    que hacen a la identidad y al destino de un grupo (Yerushalmi, 1989:22). De ah la nocin de

    razn anamntica como imperativo tico de recuperar aquellas identidades avasalladas y

    silenciadas por regmenes de exterminio industrializado que representan formas del crimen

    imprescriptible e imperdonable (Ricoeur, 2000), categora dentro de la cual entran, sin duda, los

    atroces crmenes cometidos por el aparato terrorista de estado durante la ltima dictadura militar

    argentina.

    Como sea, estas dos dimensiones de la nocin de memoria (memoria como conjunto de

    representaciones y discursos memoria como imperativo tico) aparecen, generalmente

    confundidas, cuando no indiscriminadas, tanto en la arena pblica cuanto en los espacios

    acadmicos (Franco y Levn, 2007: 41).

    4. LAS MEMORIAS SOBRE EL PASADO RECIENTE ARGENTINO

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    En la Argentina, la memoria ha emergido como cuestin7 a propsito de los horrorosos

    crmenes perpetrados por el terrorismo de estado durante la ltima dictadura militar y tiene, por lo

    tanto, un punto de anclaje muy fuerte en la labor de la CONADEP 8, la publicacin delNunca Ms9

    y el enjuiciamiento a la cpula militar.10Forjada en ese contexto particular de transicin democrtica

    y protagonismo de la lucha de los organismos de derechos humanos, la memoria colectiva sobre el

    pasado dictatorial qued fuertemente asociada a la accin de la justicia y al intento de legitimacin

    del nuevo gobierno democrtico que pretendi imponer a partir del juicio la idea de un corte

    rotundo con el pasado. Ciertamente, la emergencia de la democracia fue significada como la

    recuperacin de la verdadera Argentina que haba sido avasallada y silenciada por las atrocidades

    del terrorismo de estado (Vezzetti, 2002).

    De modo que la llamada memoria del Nunca Msconstituy la narrativa oficial que durante

    los aos de transicin funcion de vehculo para inteligir lo acontecido durante los aos de

    plomo. Sin embargo, existieron desde mucho tiempo antes otras interpretaciones, contemporneas

    con los hechos mismos que han estado y siguen estando presentes entre distintos grupos de la

    sociedad. Una de esas narrativas, la llamada teora de la guerra sucia, surgi como marco explicativo

    para legitimar la participacin de las Fuerzas Armadas en el terreno poltico durante los tiempos

    previos al golpe del 24 de marzo. Segn esta teora, la Argentina estaba amenazada por un vasto

    movimiento subversivo11 cuya extrema peligrosidad obligaba a la institucin militar a emplear

    recursos no convencionales de lucha. Esta teora, justificatoria de la metodologa represiva digitada

    por el gobierno militar, fue luego retomada en las figuras de la memoria militar y de aquellos grupos

    que avalaron su actuacin y compartieron su diagnstico y sus objetivos.

    Otras interpretaciones, en cambio, se construyeron a partir de la actuacin de un vasto

    movimiento contestatario que incluy en su seno diversos tipos de organizaciones polticas,

    culturales e intelectuales dentro de las cuales las organizaciones poltico-militares fueron un

    componente importante pero de modo alguno solitario. Dentro de este vasto movimiento surgieron

    entonces diversas narrativas, no oficiales, entre las cuales las figuras de la guerra contrainsurgente,

    7Tomo la nocin de cuestinpara resaltar hasta qu punto estos problemas de justicia en relacin con la

    memoria han interpelado a los Estados de las sociedades afectadas exigindoles la generacin derespuestas y polticas especficas. Dicho de otro modo, los Estados de estas sociedades han reconocidocomo problema urgente a resolver la falta de justicia, la demanda de reparaciones y el esclarecimiento deacontecimientos que por su naturaleza han tendido a ser negados, ocultados, silenciados.8 CONADEP: Comisin Nacional sobre la Desaparicin de Personas creada por iniciativa delpresidente Ral Alfonsn en los inicios de su gestin para investigar el destino de los desaparecidos.9Nombre con el que se conoci la edicin del informe elaborado por la CONADEP en 1985.10En abril de 1985 el gobierno democrtico inici un proceso de enjuiciamiento a las cpulas militares

    por su responsabilidad en la planificacin y ejecucin del terrorismo estatal. En diciembre de ese ao laCmara Federal de la Capital, a cargo del juicio, dict las sentencias a los enjuiciados que iban desde laprisin perpetua para los jefes del Ejrcito y la Armada de la Jorge Rafael Videla y Emilio Masserarespectivamente hasta la absolucin de la ltima junta militar pasando por la aplicacin de penas msleves.11

    Trmino genrico, ambiguo e inclusivo, empleado para designar a todo aquel considerado peligroso,desde las organizaciones poltico-militares hasta los movimientos estudiantiles pasando por distintosgrupos de intelectuales y personalidades de la cultura.

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    revolucionaria, socialista, peronista, marxista, foquista, etc. fueron utilizadas para dar cuenta de una

    causa entendida como lucha contra el capitalismo, el imperialismo y la oligarqua nacional.

    En cuanto a la memoria del Nunca Ms, vale destacar que en ella confluy la llamada teora de

    los dos demoniosque, desde los aos setenta, constitua una potente imagen usada para interpretar los

    enfrentamientos entre organizaciones poltico-militares y fuerzas del orden institucionales y para

    institucionales. Sintticamente, la teora de los dos demonios afirma que existi en la Argentina una

    guerra entre dos demonios (la guerrilla y las Fuerzas Armadas) cuya violencia anloga recay,

    injustamente, sobre una sociedad ajena a esa lucha y, por lo tanto, vctima inocente y pasiva de la

    barbarie. De hecho, se considera que todas las vctimas fueron esencialmente vctimas inocentes.12

    Finalmente, los que adhieren a esta teora afirman que los jefes de ambos grupos son los nicos

    responsables y culpables por lo acontecido (Cerruti, 1991).

    De ah que la principal representacin sobre el pasado reciente, que podramos llamar

    memoria del Nunca Ms, ofreci una visin del pasado cercano acorde con las necesidades y

    expectativas del momento. Porque lo que esas representaciones ocluan era, precisamente, hasta qu

    punto la sociedad pretendidamente inocente y vctima haba contribuido a la creacin de un clima

    favorable al golpe y hasta qu punto esa misma sociedad haba avalado y consensuado la llegada de

    Videla al gobierno.13Como sea, es indudable el amplsimo consenso que tal memoria logr construir

    en los aos de la transicin democrtica hasta el punto de convertirse en una representacin

    hegemnica en tanto estaba asociada a la accin y a la estrategia de legitimacin del gobierno.14

    Ahora bien; ese consenso y esa hegemona no se construyeron de modo armnico.

    Ciertamente, el contexto de la transicin y los juicios a las juntas militares reedit, de un modo

    transfigurado, una contienda que no se haba cerrado en ese momento (y que tampoco se halla

    cerrada en nuestros das): el enfrentamiento entre las fuerzas progresistas, muchas de ellas herederas

    y continuadoras de los grupos de izquierda que actuaron durante los aos setenta y los militares y

    grupos de derecha, enfrentamiento que, en ese contexto, tuvo al Estado como mediador (Vezzetti,

    2004).15

    12 Esa idea se sintetiza en la evocacin, en forma descontextualizada y despolitizada, de la figura del

    desaparecido, figura que subsume la identidad de muchos militantes y activistas que cayeron en lasmanos del terrorismo de Estado. La estrategia empleada por la fiscala durante en juicio a las Juntas, queeligi no mencionar la participacin poltica de las vctimas para reforzar el argumento de la violacin,por parte de los militares, de los derechos humanos universales. Esta estrategia, sumamente eficaz entrminos jurdicos, contribuy a empaar la naturaleza eminentemente poltica de los enfrentamientos.13En este punto, es importante considerar a la sociedad no slo como comunidad poltica sino tambin adiversos actores corporativos (empresarios, cpula eclesistica, partidos polticos, medios de prensa) cuyodesempeo en los aos previos al golpe de Estado lejos de contrarrestar las fuerzas golpistas las

    integraron y alimentaron.14

    Como dice Hugo Vezzetti, la memoria del Nunca Ms ha cumplido con gran eficacia una funcin

    performativa en las representaciones e imaginarios sociales (Vezzetti, 1998: 5) en la medida en que susargumentos y representaciones han moldeado y significado no slo los modos mediante los cuales unasociedad se relaciona con su pasado sino incluso los recuerdos mismos de muchos protagonistas de

    entonces.15 Hugo Vezzetti tom como ejemplo las misas de FAMUS en contrapunto con las acciones de los

    organismos de derechos humanos, a los que considera, al menos en sus ncleos ms activos, herederos de

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    Lo que en ese enfrentamiento estaba en juego era la determinacin de responsabilidades, la

    atribucin de cargos y la delimitacin de un nuevo rgimen de valores ticos y polticos. En efecto,

    quines eran los culpables? De qu se los culpaba? La determinacin de las respuestas a estas dos

    preguntas, hoy evidentes para la mayora, fueron sin embargo en su momento sntomas de una

    profunda pulseada poltica. Que la mayora de la sociedad conviniera, finalmente, en determinar que

    esos culpables eran los militares del ltimo rgimen de facto, y que su culpabilidad resida en la

    concepcin y ejecucin de siniestros actos terroristas amparados en el aparato estatal (persecucin,

    captura, encierro, aplicacin de tortura, asesinato y desaparicin de los cuerpos de los prisioneros)

    fue el producto de un complejo proceso que se vincula tanto con la crisis del rgimen militar y la

    poltica impulsada por el radicalismo a partir de la llegada de Ral Alfonsn al gobierno como as

    tambin con la emergencia de un amplio consenso social que se fue creando en torno a la defensa

    de la democracia y los derechos humanos y a la demanda de justicia -consenso sin duda cimentado

    en la accin y el discurso de los organismos de derechos humanos-.

    Llegados a este punto, es preciso que recuperemos la idea de que la memoria es un campo

    de luchas simblicas en el cual se enfrentan los intereses, valores e ideologas de diversos grupos

    sociales. Y es, asimismo, un campo en permanente evolucin. Por lo tanto, es posible reconocer

    importantes mutaciones que dan cuenta de las transformaciones de la sociedad, de la emergencia de

    nuevas situaciones de poder, de la aparicin de nuevas generaciones, de nuevas preocupaciones y de

    nuevas demandas y expectativas en torno a los significados del pasado.

    Empecemos mencionando que el gobierno de Carlos Menem, por ejemplo, se propuso

    implementar una poltica de reconciliacin nacionalque acompa la implementacin de los indultos a

    los militares condenados por el juicio16y que fue acompaada por una serie de gestos tales como la

    misa de reconciliacin nacional que reuni a miembros de las Fuerzas Armadas y a la cpula de la

    organizacin Montoneros. As, en un contexto caracterizado por un proceso hiperinflacionario,

    levantamientos de militares carapintadas y estallidos sociales, el menemismo construy la idea de

    que era imperioso pacificar al pas mediante una reconciliacin nacional y la posterior clausura del

    pasado, lo cual implicaba una vuelta de pgina que dejara atrs el pasado cercano (Cerruti, 1991:

    20). Sin embargo, como el tiempo demostr, se trataba de una reconciliacin impuesta

    arbitrariamente y sin hacer distincin entre los crmenes perpetrados por los militares en el poder a

    partir del aparato de Estado y aquellos ejecutados por los grupos armados al margen de la

    institucin y los recursos del estado. Por otro lado, al tratarse de una poltica impulsada por el

    gobierno, no hubo en esta supuesta reconciliacin ningn gesto de arrepentimiento ni perdn,

    la tradicin de izquierda. Asimismo, aborda las voces de algunos militares y sus voceros en contrapuntocon la de algunos militantes de izquierda. En todo caso, lo nuevo en estas contiendas es la emergencia deun nuevo actor que de algn modo aparece como un mediador, un intermediario: el Estado democrtico.Para los familiares de FAMUS y muchos militares responsables de los crmenes, el Estado fue visto como

    el continuador de los objetivos e ideales de la subversin. Para otros, fue visto como continuador civilde los objetivos econmicos del rgimen militar (Vezzetti, 2004).16Indultos fueron firmados por Carlos Menem en octubre de 1989 y diciembre de 1990.

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    ambos imprescindibles a la hora de aliviar, al menos un poco, las profundas cicatrices de la

    sociedad.

    A pesar del amplio apoyo que la poltica menemista encontr en las Fuerzas Armadas, as

    como en importantes sectores de poder en la sociedad, esa poltica de memoria no fue de ningn

    modo tan exitosa en el plano simblico como fue, en su momento, la narrativa asociada al Nunca

    Ms. Ms an, al cabo de unos pocos aos un nuevo estallido de memorias y luchas por los

    sentidos del pasado coparon el escenario poltico argentino. Ciertamente, hacia mediados de los

    aos noventa los debates, revisiones, discusiones y enfrentamientos a propsito del pasado cercano

    irrumpieron nuevamente en escena. Por un lado, la confesin del Capitn Adolfo Scilingo sobre los

    llamados vuelos de la muerte (1995) y autocrtica del Comandante en Jefe del Ejrcito Martn

    Balza quien reconoci pblicamente los crmenes cometidos por la institucin militar (1995)

    contribuyeron a reabrir un captulo de nuestra historia que se haba pretendido cerrado. Por otra

    parte, el 20 aniversario del golpe del 24 de marzo fue motivo de importantes y masivas

    manifestaciones pblicas en las que emergieron nuevos protagonistas dentro de los grupos

    defensores de los derechos humanos como la organizacin HIJOS17 que evidenci tanto la

    actualidad de las disputas como as tambin el paso del tiempo.

    Las principales novedades en la reemergencia de la cuestin de la memoria fueron,

    entonces, la aparicin de nuevas generaciones involucradas con el proceso de elaboracin y lucha

    por los sentidos del pasado, la relativa disminucin del papel del Estado como impulsor de polticas

    de memoria (por lo menos hasta el advenimiento del gobierno de Nstor Kirtchner) y una

    importante fragmentacin de grupos y memorias diversas asociadas, muchas veces, con la

    reivindicacin de las luchas y las ideologas de los actores de los aos setenta, tanto de los militantes

    en organizaciones armadas (de ah que muchas veces se las mencione como memorias militantes)

    cuanto de la ideologa militar.

    Posiblemente la novedad de los ltimos aos resida en la reivindicacin que el presidente

    Nstor Kirtchner ha hecho de los motivos y las luchas de la izquierda en los aos setenta,

    reconocindose como su heredero y continuador, lo cual ha reintroducido la voz oficial en las

    disputas por la memoria. Sin embargo, la poltica de memoria del gobierno de Nstor Kirtchner no

    ha logrado, hasta la fecha, concitar importantes acuerdos y consensos en el conjunto de la sociedad

    y, por otra parte, discusiones como por ejemplo las ocasionadas a propsito de la conversin de la

    ESMA en un museo por la memoria han evidenciado hasta qu punto los distintos organismos de

    derechos humanos y grupos de intelectuales y militantes por la memoria se encuentran

    fragmentados cuando no enfrentados. Por otra parte, se ha hecho ms fuerte en los ltimos

    tiempos la organizacin de grupos de derecha, muchos de ellos protagonizados por jvenes, que

    hacen suyas las reivindicaciones y reclamos de los militares que, de acuerdo con su propia versin

    del pasado, lucharon valientemente contra la subversin.

    17HIJOS (Hijos por la verdad y la justicia contra el olvido y el silencio): agrupacin que nuclea a hijos de

    desaparecidos y perseguidos polticos durante los aos de la ltima dictadura.

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    De modo que si tuviramos que hacer un balance, deberamos advertir hasta qu punto la

    figura de la guerra sucia convive y compite en la batalla simblica con la imagen de la guerra

    revolucionaria(en sus diversas versiones), con la teora de los dos demoniosy con las luchas por la defensa

    de la justicia, los derechos humanos y la impugnacin del pasado como un todo.

    5. LA MEMORIA COMO PROBLEMA. QU MEMORIA?

    De todo lo anterior se advierte hasta qu punto las memorias suelen negarse unas a otras;

    hasta qu punto lo que unas afirman es radicalmente incompatible con la verdad de las otras. Es

    posible advertir, asimismo, que las narrativas asociadas a la memoria pueden llegar a ser

    fuertemente parciales, muchas veces tendenciosas e incluso facciosas. Y que su propia naturaleza les

    impide incorporar la perspectiva de la autocrtica y la apertura hacia otros discursos y otros

    argumentos.

    Desde esta perspectiva, resultara entonces imposible determinar, desde la propia lgica de

    la memoria, cul de las distintas narrativas es la ms apropiada o adecuada en trminos ticos y

    polticos puesto que cada una se sustenta a s misma a partir de valores considerados universales y

    por tanto insoslayables. Pretender entonces el establecimiento de una nica memoria consensuada

    supone desconocer la naturaleza radicalmente poltica de ese pasado objeto de la memoria y, por lo

    tanto, tambin de esas memorias. De modo que es impensable que pueda existir una memoria

    colectiva de los aos setenta que identifique plenamente a todos los argentinos.

    El nico modo de discriminar, entonces, entre las distintas narrativas es a partir de valores

    consensuados por una sociedad a travs de mecanismos institucionales legtimos. En este sentido,

    entonces, podemos afirmar que los valores enarbolados por la llamada memoria del Nunca Ms

    (bsicamente respeto por la democracia y los derechos humanos), al haber estado impulsados por

    un gobierno democrtico, y al haber estado adems amparados por la mediacin de la justicia

    mediante el juicio a las Juntas, establecieron un marco perdurable que limita, de algn modo, la

    legitimidad de las distintas memorias y los valores que cada una de ellas enarbola (Siede, 2007).

    Visto a la distancia, es innegable la funcin fundamental que cumplieron la CONADEP, el

    juicio a las juntas y la llamada memoria del Nunca Msen el establecimiento de comunidad basada

    en valores, deberes y derechos que sin duda contribuyeron a consolidar el proceso de re-

    democratizacin del gobierno y de la sociedad. Dicho en otros trminos, ms all de las sealadas

    crticas y reparos en relacin al carcter parcial y complaciente que esas representaciones

    cumplieron, es innegable su rol en la reconstruccin de un sistema de valores y en la recreacin de

    un conjunto de ritos y creencias necesarias para que una comunidad construya el sentido de su

    identidad y su destino (Yerushalmi, 1989: 21-22) a pesar de que, claro est, se trata de un proceso

    por completo inacabado, insuficiente y signado de marchas, retrocesos y de la aparicin de nuevos y

    urgentes problemas a resolver.

    Sin embargo, existe una extendida tendencia a esencializar la memoria, a asociarla, de modo

    casi mecnico, con las luchas y reivindicaciones por los derechos humanos y por tanto con valores

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    necesarios de defender para la consolidacin de una democracia cuando no con lo polticamente

    correcto como nocin abstracta. Ciertamente, existe una suerte de reificacin de la memoria, una

    creciente tendencia a considerarla un valor en s mismo objeto incluso de monumentos a ella misma

    (es decir, no ya monumentos a la memoria de tal o cual persona, a la memoria de tal o cual batalla,

    grupo, valor, sino a la monumentalizacin de la memoria misma). De modo que para muchos la

    memoria se ha convertido en un baluarte de militancia cvica y tica pero de militancia abstracta,

    vaciada de contenido. Porque la memoria, as osificada, tiene importantes limitaciones para la

    accin poltica.

    En primer lugar, porque la memoria as entendida niega el hecho de que las memorias

    constituyen relatos parciales sobre el pasado reciente, emergentes y sintomticos de intereses o

    razones particulares, de determinados contextos histricos y de determinadas relaciones de fuerza y

    poder. En segundo lugar, porque la lgica de la memoria es, por naturaleza, conservadora en el

    sentido de que su tendencia es a preservarse y perpetuarse a s misma, a sus razones, sus identidades

    y sus verdades parciales. En este sentido, por ms progresista que pueda ser una memoria en sus

    contenidos y por ms disruptiva o vanguardista que haya sido en su contexto (como por ejemplo,

    en su momento, la memoria del Nunca Ms), la lgica de toda memoria tiende a la conservacin y

    repele la innovacin, el cambio y la transformacin. De ah su tendencia a la osificacin y a la

    construccin de imgenes maniqueas que siempre ponen afuera las culpas, los errores y

    responsabilidades. Finalmente, porque estas memorias tienden a vehiculizar identidades tambin

    esencializadas ellas mismas que se niegan al hecho evidente de que las identidades constituyen

    fenmenos de carcter mvil, plstico y abierto que cada cual debe resolver a su manera (Cruz,

    1999: 27).

    En la clase siguiente nos concentraremos en discutir las especificidades del abordaje

    historiogrfico del pasado reciente para poder evaluar, asimismo, sus alcances y tambin sus lmites

    a la hora de elaborar un pasado traumtico.

    6. BIBLIOGRAFA CITADA

    Benjamin, Walter (1999), Para la crtica de la violencia, enEnsayos escogidos, Mxico DF, Ediciones

    Coyoacn.Cerruti, Gabriela (1991), Entre el duelo y la fetichizacin. La historia de la memoria, RevistaPuentes, ao 1, N 3, La Plata.

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