Liberales y Conservadores

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Historia Caribe Universidad del Atlántico [email protected] ISSN (Versión impresa): 0122-8803 COLOMBIA 2003 Juan Luis Orrego Penagos LIBERALES Y CONSERVADORES EN EL SIGLO XIX: UN VIEJO DEBATE Historia Caribe, año/vol. 3, número 008 Universidad del Atlántico Barranquilla, Colombia pp. 69-80 Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal Universidad Autónoma del Estado de México http://redalyc.uaemex.mx

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Historia CaribeUniversidad del Atlá[email protected] ISSN (Versión impresa): 0122-8803COLOMBIA

2003 Juan Luis Orrego Penagos

LIBERALES Y CONSERVADORES EN EL SIGLO XIX: UN VIEJO DEBATE Historia Caribe, año/vol. 3, número 008

Universidad del Atlántico Barranquilla, Colombia

pp. 69-80

Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal

Universidad Autónoma del Estado de México

http://redalyc.uaemex.mx

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Recibido: Mayo de 2003Aceptado: Junio de 2003

ResumenEl presente artículo intenta reformular los

postulados sobre los cuales actuaron ypensaron los liberales y conservadores enAmérica Latina y el Perú luego de laIndependencia de España. Se inicia con unaintroducción a nivel latinoamericano paraluego plantear las diferencias y similitudesde los liberales (o “librecambistas”) yconservadores (o “proteccionistas”) en elescenario peruano entre 1820 y 1840.

Palabras Claves: Debate político,liberales, conservadores, siglo XIX,independencia.

AbstractThis article attempts to reformulate the

assumptions upon which Conservatives andLiberals in Latin America and Peru actedafter achieving independence from Spain. Itbegins with an introduction at the LatinAmerican level and then proceeds to put for-

Liberales y conservadores en el siglo XIX:Un viejo debate

Juan Luis Orrego Penagos1

ward the differences or similarities Liberals(or “free traders”) and Conservatives (or“protectionists”) in the Peruvian scene be-tween 1820-1840.

Key Words: Political debate, liberal,conservatives, century XIX, independence

… en Colombia hay una aristocraciade rango, de empleos y de riqueza,equivalente, por su influjo, por suspretensiones y peso sobre el pueblo ala aristocracia de títulos y denacimiento la más despótica deEuropa. En aquella aristocraciaentran también los clérigos, losfrailes, los doctores o abogados, losmilitares y los ricos; pues aunquehablan de libertad y de garantías espara ellos solos que las quieren nopara el pueblo que, según ellos, debecontinuar bajo su opresión; quierentambién la igualdad, para elevarse alos más caracterizados, pero no paranivelarse con los individuos de lasclases inferiores de la sociedad: a

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1 Pontificia Universidad Católica del Perú

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éstos los quieren considerar siemprecomo sus siervos a pesar de todo suliberalismo

(Simón Bolívar, 1828).

Casi hacia el final de su vida, como leemosen la cita anterior, el Libertador, preso de unprofundo pesimismo, recorría los viejospoblados de colombianos y describía la difícilsituación en la que seguían viviendo losgrupos populares a pesar de todas lasexpectativas que habían generado las luchaspor la independencia. Sin embargo, si bienesta reflexión surgió a partir de la realidad dela Gran Colombia, el diagnóstico de Bolívarpodría extenderse al resto de América Latinapor esos años. Entonces ¿cómo tratar deexplicar esta ambivalencia liberal y lacontinuidad de una sociedad jerárquica einflexible?

Las ideas surgidas con la RevoluciónFrancesa - el primer intento importante deimplantar el modelo burgués y liberal- fue-ron exaltadas por sus seguidores latinoame-ricanos como un referente histórico a pesarde su fracaso práctico. Nuevamente se inten-taba trasplantar a nuestra realidad un moldeforáneo, esta vez construido mentalmentedesde conversaciones de salón, de gabinetesde estudio y bibliotecas. Es decir, los inten-tos de alcanzar objetivos políticos se vieronfrente a una realidad mucho más rica y com-pleja de lo previsto, a pesar de lo cual lospartidos o grupos políticos de la región fue-ron incapaces de imaginar soluciones origi-nales para los problemas concretos que afec-taban a sus sociedades.

La independencia política de Hispano-américa dio inicio al ensayo de implantar losmodelos de Estado-Nación que las ideologías

burguesas del Viejo Continente habían dise-ñado. La creación de los nuevos estados fueparalela a la formación de las naciones; sinembargo, el surgir de la “conciencia nacio-nal” fue lento, parcial y sujeto a muchos obs-táculos. Recordemos que durante el sigloXVIII, especialmente durante la coyuntura dela aplicación de las Reformas Borbónicas, sedesarrolla un sentimiento regional criollo, unapego a la “patria” –como quisieron expre-sar aquí los redactores ilustrados del Mercu-rio Peruano- en su sentido de tierra natal. Lahistoriografía ha demostrado cuán celoso erael sentimiento criollo frente a los burócratas,comerciantes y religiosos recién llegados dela Península. Definitivamente, no creemosque pueda llamarse sentimiento nacional a eseregionalismo natural, aliado por lo demás auna fidelidad casi general por parte de la eli-te de entonces a la Monarquía española2 .

De otro lado, durante la revolución inde-pendentista, las nuevas repúblicas no solo seconstituyen en estados, sino también sientanlas bases de los símbolos, forjan un mundoimaginario y definen el lenguaje político queha marcado la vida de estas sociedades hastael día de hoy. El discurso, básicamente, estu-vo marcado por el debate entre los conceptosnación y ciudadanía. Expresiones como “pa-tria”, “nación”, “constitución”, “ciudadano”,fueron empleadas como sustitutos a la obe-diencia al Rey de España.

La lealtad a un orden legalmente regula-do, a una constitución, en suma, a una con-cepción abstracta del Estado, reemplaza a lafigura del Monarca quien era el centro de laslealtades.

Cuando “pensaron” la comunidad antiguacomo una nación moderna y cortaron el nexoque las unía con la legitimidad histórica del

2 VÉLIZ, Claudio. La tradición centralista en América Latina. Barcelona, Ariel. 1984. El autor señala que, sise analiza de cerca el “nacionalismo” criollo surgido luego de la Independencia, resulta diferente, al menos enun aspecto importante, del fenómeno que conocieron los europeos en el siglo XIX: en lugar de ser introspectivo,el nacionalismo republicano de América Latina era intransigentemente extrovertido, ávido por aprender eimitar todo lo procedente de Francia y Gran Bretaña y, algunas veces, vehemente en su rechazo a la herenciahispánica.

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Rey, los ideólogos de la Independencia de-bieron enfrentarse a la definición de esta nue-va idea de nación. En efecto, y a excepciónde las comunidades políticas muy antiguas,unidas por un largo pasado común, toda so-ciedad del Antiguo Régimen no era sino unapirámide de comunidades superpuestas entresí. Al desaparecer el Rey, quien representabael nexo superior, ¿a qué nivel debía llevarsea cabo la asimilación del conjunto antiguo enla nación moderna? ¿a qué nivel constituir lanueva entidad política? ¿a la altura de un vi-rreinato, de una audiencia, de una provincia,de una ciudad con su hinterland? Por último,las naciones, como sabemos, son invencio-nes recientes. Toda nación se reclama here-dera de un pasado inmemorial. Como señalaBenedict Anderson3 , extiende su nacimientohasta las entrañas de un tiempo difuso, im-preciso y antiguo. Nunca aparece su acta denacimiento. ¿Por qué? Porque la biografía deuna nación es entendida, en la tradición na-cionalista, por separado de los estados quelas vieron nacer.

El desarrollo o destino de la tradiciónburocrática colonial en la formación de losnuevos estados es un fenómeno escasamen-te estudiado. Porque, de hecho, la figura pa-ternal del Rey definida en la presencia de unpadre todopoderoso, dador de leyes, máxi-mo juez, benévolo y justo, parece haber sidola inspiradora de los afanes centralizadoresde los grandes padres políticos. Para el casode Sudamérica, especialmente el área andi-na, valdría la pena incursionar en los inte-rrogantes acerca de la pérdida del padre, pri-mero el Rey y luego Bolívar, y su relacióncon el desarrollo de los líderes centralistas yla aparición del caudillismo regional, quepuede tener raíces en la antigua lucha de lospoderes criollos regionales al interior de laburocracia colonial a todo nivel, desde el

poder de los virreinatos hasta en los más pe-queños “partidos” y corregimientos, luchasque se atizaron especialmente en el sigloXVIII.

En estos primeros años es interesanteconstatar el esfuerzo de gobernantes tan disí-miles como Sucre y Santa Cruz en Bolivia,Rosas en Argentina, Francia en Paraguay,Páez en Venezuela, Portales en Chile o Flo-res en el Ecuador, Para alcanzar un objetivocomún: establecer un orden político estableque pudiera enfrentar una realidad en la cualla pobreza material y las múltiples fracturassociales amenazaban con ser germen de vio-lencia. Algunos, incluso, lo hacen respalda-dos en un discurso de inspiración republica-no-democrático.

Sin embargo, en estas difíciles circuns-tancias, para los nuevos gobernantes, el or-den debía ser autoritario y el poder concen-trado. Esto significó desechar una fórmulademocrática, presente en la primera fase dela revolución, y también se desecha, por lomenos de forma explícita, la alternativa mo-nárquica, incompatible ya con el acendradorepublicanismo en las elites. Estas, se adhi-rieron en general, a alguna variante del cons-titucionalismo liberal y también lo hicieron,sorpresivamente, la mayoría de los caudillosmilitares que -salvo Rosas- guardaron escru-pulosamente las fórmulas constitucionales,para violarlas sistemáticamente en los hechos.La doctrina liberal al estilo francés, inglés oestadounidense, inspira casi palabra por pa-labra a innumerables constituciones e impreg-na el derecho. Este se constituye en el dis-curso que los letrados esgrimen contra y paralos débiles y dominados, convencidos de quelo hacen por su bien.

En el marco de la doctrina dominante delconstitucionalismo liberal, las propuestas secaracterizaron por una gran moderación: se

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3 ANDERSON, Benedict. Comunidades imaginadas: reflexiones sobre el origen y la difusión delnacionalismo. México, Fondo de Cultura Económica. 1993.

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trataba de ordenar y racionalizar lo existen-te, antes de destruir lo viejo y construir lonuevo. Se reconocía que el fundamento delorden político no podía ser otro que la volun-tad popular, pero se la mediatizaba medianterequisitos para ejercer sufragio: una propie-dad, saber leer y escribir, o con asambleas dedistintos grados. Esto provenía tanto de unimplícito rechazo del igualitarismo social,justificado en el permanente recuerdo de laignorancia de las masas, como del interés porimpedir que las divisiones facciosas, que nor-malmente surgían en el seno de la elite y sussectores periféricos, pudieran manipular a sufavor a estas masas populares.

Durante las guerras de independencia yaún después de ellas, los liberales criolloscreyeron que el estado se formaba tras el idealde la homogeneidad étnica, lingüística ycultural. En este sentido, al igual que suscoetáneos europeos, no pudieron percibir quela libertad cultural y el pluralismo gozabande mayor protección en los estadosplurinacionales y pluriculturales y no enaquellos donde autoritariamente se pretendíaorganizar a la población desde arribaconvirtiendo en cultura nacional la cultura dela élite.

Como señalábamos más arriba, las ideasliberales se difunden en América Latina sobrela base de una lectura de textos doctrinariosinspirados por otras realidades. De esta forma,algunos liberales, como el mismo Bolívar oFrancisco de Miranda, pronto entendieronque, pese a todo, el centralismo (y no elmodelo federal) debía regir la vida políticade las nuevas naciones. Incluso en el caso deBolívar se exigen (autoritariamente, comoterminó comportándose el Libertador)monarquías que puedan pasar por repúblicas:la Federación de los Andes. De otro lado, laindependencia dio inicio al ensayo deimplantar los modelos de Estado-Nación que

las ideologías burguesas del Viejo Continentehabían diseñado.

Una vez terminada la guerra contraEspaña, la organización nacional en losnuevos países latinoamericanos fueparticularmente difícil. Era necesarioreconstruir la sociedad civil bajo nuevoscriterios, fijar el sistema de libertades queteóricamente reclamaban los individuos ydeterminar, en consecuencia, quiénesintegraban el cuerpo social o el “cuerpo deciudadanos”. En esta dura tarea se enfrentaronliberales y conservadores ( y por qué no, loscentralistas y federalistas). Pero también loscaudillos, capaces de movilizar a las masaspopulares, entraron en la lucha, desplegandoaquello que alguna vez llamó José LuisRomero 4 la “democracia inorgánica”.

Y si en los liberales (conservadores oradicales) existía una cierta desconfianza,incluso rechazo ante esas masas anónimas,fundada en una inocultable visión elitista dela sociedad (algunos dirían posición de“clase”), desde los grupos indígenas, llaneroso gauchos se reclamaba una sociedadigualitaria que éstos fueron intuyendo desdelas guerras por la independencia. Al menoseso era lo que les prometían las proclamas.Este fue otro tema que generó la violenciapolítica en los primeros años de vidaindependiente.

1. Buscando las diferencias.- Para losconservadores, los liberales propiciaban latensión social y subvertían el orden: atentabancontra la estructura heredada del coloniaje,contra la institución eclesiástica y contra elsagrado derecho a la propiedad al plantear laliberación de los esclavos o la abolición delos mayorazgos. Los liberales eran los quesembraban la semilla de la anarquía en losestratos más bajos de la población. Y, comolo recuerda Nelson Martínez Díaz: “pese a

4 ROMERO, José Luis. El pensamiento político latinoamericano. Buenos Aires, A-Z editora S.A. 1978.

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que, con frecuencia, el sector liberal eilustrado exhibió sus vacilaciones al poneren práctica sus propuestas teóricas, losconservadores libraron con ellos una durabatalla por el poder, acusándolos de ateos -aunque existieron liberales católicos- y deintentar destruir un modelo estable desociedad avalado por la tradición” 5 .

Algunos piensan que no es operativo ha-blar de un “proyecto conservador”. Sostie-nen que los proyectos son construcciones,racionalizaciones, son “utopías”, de algunamanera. El pensamiento conservador no acep-ta todo aquello. Los conservadores se situa-ban en el otro extremo, lejos de toda cons-trucción y utopía porque creen en el ordennatural6 (Corvalán 2002). A juicio de losconservadores, habría un orden natural de lascosas y, en consecuencia, también un ordennatural de la sociedad que ningún proyectodebiera cambiar. En ese sentido, piensan quetodo proyecto equivale a romper ese ordendiseñado por la naturaleza. No cabría, enton-ces, proyecto alguno sino más bien, un es-fuerzo por adecuarse a ese orden. Todo es-fuerzo, concluyen, en aplicar la más maravi-llosa de las utopías termina, inexorablemen-te, en el desastre, en lo contrario de lo que seperseguía. En esta línea de pensamiento,como veremos, se encontraría el Chile orde-nado por Diego Portales. No podríamos, enconclusión, hablar de un “proyecto portalia-no”.

En el siglo XIX ser conservador equiva-lía a reconocer el respeto al orden natural.En primer lugar, hay un orden social. Su ras-go principal es la desigualdad (aunque los li-

berales autoritarios también contemplabanuna visión jerárquica de la sociedad). El fun-damento último de esa desigualdad socialresidiría en la desigualdad natural existenteentre los individuos. En consecuencia, la so-ciedad resulta necesariamente estructurándo-se en una serie de grupos jerarquizados, des-de el más alto hasta el más bajo. Una socie-dad igualitaria, como lo proponían los libe-rales, no solo sería imposible sino que, ade-más, violentaría a la naturaleza. De esto sedesprende que existe un orden político: elgobierno de las élites. Estas minorías selec-tas, únicas en dominar el arte de gobernar,serían “meritocráticas” (los más ilustrados)o, en otras versiones, hereditarias, es decir,determinadas por la sangre7 .

Desde el punto de vista cultural, el ordennatural para los conservadores, implica laadhesión a una identidad de nación que ten-dría su núcleo en un cierto espíritu que sematerializará en las tradiciones forjadas enel pasado histórico. Esta tradición no es solocultural o social. Es también política. Esa tra-dición implica gobiernos fuertes porqueAmérica Latina se habría hecho bajo la Mo-narquía –católica, además- y los americanosestarían adaptados a ella. Un régimen de au-toridad sería consustancial a esa tradición. Elespíritu, la idiosincracia o el carácter de losamericanos respondería a tal tradición políti-ca y, por lo tanto, no habría que hacer otracosa que continuar bajo esos cauces. Ahora,dentro del ropaje republicano, ese sentido deautoridad debía plasmarse en un Ejecutivofuerte8 . En consecuencia, la democracia noforma parte de la tradición. Es una importa-

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5 MARTÍNEZ DÍAZ, Nelson. El federalismo: 1850-1875. En: LUCENA SALMORAL, Manuel, et al. Historiade América Latina: Historia contemporánea, vol. 3. Madrid, Cátedra. 1992. p. 256.

6 CORVALÁN, Luis. El proyecto conservador. En: Los proyectos nacionales en el pensamiento político ysocial chileno del siglo XIX. Santiago, Ediciones UCSH. 2002. pp. 55-60.

7 La elite chilena del siglo XIX se caracterizó por integrar en su seno a todos los elementos valiosos provenientesde los estratos más bajos. De esta manera, el componente “meritocrático” permitió la continua revitalizaciónde la elite.

8 Para el caso chileno, Alberto Edwards sostuvo que los decenios conservadores del siglo XIX, que se identificaríancon el apogeo del país, fueron los que más consecuentemente se alinearon con las tradiciones políticas del país.

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ción artificial hecha por intelectuales afiebra-dos por las ideas foráneas. Las mismas críti-cas tendrían, más adelante, las ideas socialis-tas y comunistas.

Para los conservadores, en síntesis, habíauna identidad nacional basada en la historia,en el pasado, en las tradiciones y no habíaque violentarla. Más aún si esa ruptura sehacía en beneficio de lo extranjero, de lo ajenoal carácter nacional. Desde esta lógica, losliberales eran imitadores de lo foráneo o losencargados de arremeter con ideas exóticas.Los liberales eran unos afrancesados de salón,sin capacidad para valorar las tradiciones dela época virreinal, y niegan la identidadhispana (catolicismo incluido) y la herenciapolítica de regímenes de orden y autoridad,los que serían la condición para la prosperidady el progreso de cada país.

Hay que insistir, por último, que la clavede la política conservadora es una visiónnacional de gobierno. Está al servicio de losideales “Dios-rey-patria” y no de un proyectopolítico formulado por teóricos foráneos o porsus seguidores criollos. Tampoco está alservicio de algún interés personal, como fueel caso de la “dictadura teocrática” de GarcíaMoreno en Ecuador. En Chile, por ejemplo,el conservadurismo fue la antítesis de ladictadura o del gobierno de un partido9 . Másque un proyecto nacional, el conservadurismopromueve la modernización dentro del orden.Su acción es anterior a los partidos y alespíritu de partido. En otras palabras,

pretende una política de Estado mantenida porsucesivos gobernantes, a veces durantegeneraciones10.

La política conservadora es ilustrada y nose mide por lo que halaga o puede halagar ala masa, a la mayoría, al pueblo inculto. Nopretende ganarse su aplauso, su apoyo o susimpatía. La clave es la siguiente: en lugar dedejarse llevar por el sentir del pueblo,pretende elevarlo mediante la educación y lamejora de sus condiciones de vida, aunqueeso suponga contrariar sus hábitos ycostumbres. En el centro de gravedad de losgobiernos conservadores no está el pueblo,sino la minoría ilustrada, lo cual no dejó dechocar a los liberales del XIX. La políticaconservadora tiene metas pero no plazos.Tiene una razón de ser pedagógica y nodemagógica. Al pueblo se le educa, no se leutiliza por una minoría ansiosa de conquistary retener el poder. Por la vía paternalista, sele eleva y capacita, en lugar de explotar suignorancia y sus inclinaciones en favor de lasfacciones que luchan por el poder.

Una lógica totalmente distinta tiene elpensamiento liberal. No cree, en primertérmino, en un orden natural. Esto supone,en consecuencia, que hay un proceso históricoascendente, una transformación de lasociedad que transita etapas, desde las formasmás primitivas hasta las más complejas y,teóricamente, superiores. Es más, estasucesión de etapas es inevitable. La historia,hasta cierto punto, estaría regida por una ley

Esos presidentes autoritarios –Prieto, Bulnes, Montt- fueron tan poderosos como los monarcas de la colonia.Sostiene, incluso, que esos gobiernos conservadores fueron una suerte de monarquía pero sin el principiodinástico. El presidente tenía los mismos poderes que un Rey, incluso dejaba a su sucesor, que solía ser suMinistro del Interior. Claro que había una elección formal, pero esta era de candidato único. Para Chile –continúa Edwards- esa tradición de gobiernos fuertes se sustentó en la historia del país. La fronda aristocráticaen Chile. Santiago, Editorial del Pacífico. 1945.

9 BRAVO LIRA, Bernardino. Gobiernos conservadores y proyectos nacionales en Chile. En: Los proyectosnacionales en el pensamiento político y social chileno del siglo XIX. Santiago, Ediciones UCSH. 2002. pp.39-53.

10 “Este fue, sin ir más lejos, el caso de Chile desde Manso de Velasco, quien se enfrentó al virrey del Perú parahacer valer los intereses del reino, hasta Portales, quien se empeñó en deshacer la Confederación Perú-Boliviana,y Montt, en la guerra con España. Eso hizo grande a Chile. De ser uno más entre los reinos indianos, seconvirtió en la primera potencia del Pacífico Sur”. BRAVO LIRA. Ob.Cit. p. 52.

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objetiva, cuya razón de ser consistiría enavanzar hasta etapas de mayor racionalidad,es decir, el progreso según el ideal demodernidad. Los liberales creen que elprogreso es algo indefinido. Por ello, elprogreso humano se aceleraría en el momentoen que los hombres, liberándose de prejuiciosy de la ignorancia, se asuman en seresracionales y capaces de moldear el mundosegún lo dictado por la razón. Por ello, sí seríaapropiado hablar de “proyecto liberal”. Larealidad, entonces, es susceptible de serconstruida, modelada. Y ello es fruto delquehacer humano y no de un inmutable ordennatural.

En este sentido, los liberales creían queesto podía aplicarse a la sociedad alconstruirse un nuevo orden social. En otraspalabras: la razón puede imaginar un ordensocial, político y económico acorde a suspostulados. Ese orden, siempre y cuandopermanezcamos fieles a él, ha de llevarse ala práctica, convirtiéndose así en proyecto,por un lado, y en crítica, por el otro; es decir,una crítica al orden social preexistente. Eneste “proyecto liberal” lo esencial es lareivindicación de la libertad en su sentidopolítico, económico y espiritual. La libertadse centra en el individuo. Las libertades sonindividuales. El orden político, por lo tanto,debe estar en función de aquellas, lo cual semanifiesta en el sistema constitucional y enel gobierno impersonal de la ley ajeno a todaarbitrariedad, basado en el consentimientociudadano, en el contexto de garantías a cadaindividuo –como las de propiedad, libertad,pensamiento, etc.- concebidas como derechosnaturales que la Constitución hace suyos yasegura. En este sentido, como es sabido, elliberalismo es individualista, lo que contrastacon cierta tendencia comunitaria delconservadurismo11.

Muchos liberales de entonces, como elchileno Victorino Lastarria o el poetaargentino Esteban Echevarría, criticaron ellegado de España y reverdecieron el mito dela Leyenda Negra. Este nuevo oscurantismolos llevó a volverse contra su propia herenciacultural e intercambiar tres siglos de historiaviva por las novedades importadas de París yLondres. Incluso llegaron a glorificar lossímbolos de las sociedades prehispánicas,estratégicamente distantes, motivados por eldeseo de minimizar la importancia relativade la participación ibérica en la formaciónde las nuevas naciones. Este esquemaideológico era claramente un eco de laidealización de los pueblos germánicos –losbárbaros- muy en boga en Europa, lo que lescondujo a glorificar al indio comosupuestamente había sido antes de la llegadadel hombre blanco al Nuevo Mundo.Asimismo, arremeter contra losconquistadores por haber destruido grandescivilizaciones al transformar a aquellossalvajes nobles y ricos del pasado en losmelancólicos y abúlicos indios del presente(Véliz 1984).

A partir de 1840, los liberales latinoame-ricanos, en muchos aspectos, perseguían lomismo que sus progenitores de la Indepen-dencia, es decir los de la década de 1820. Peroesta generación dotó a su liberalismo de unnuevo espíritu e intensidad, creyendo que susantecesores habían fracasado en implantarplenamente la ideología liberal en sus países.Siguieron defendiendo concepciones indivi-dualistas del estado, la sociedad y la econo-mía. Pero pretendieron ser más absolutos ensu individualismo y más fervientes en su re-tórica liberadora: “no sólo reclamaron liber-tades individuales sino también la libertad deconciencia, prensa, educación y comercio -en Nueva Granada hasta el punto de autori-

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11 CORVALÁN. Ob.Cit.

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zar una libertad absoluta en la compra de ar-mas-. No sólo pidieron el sistema judicial detribunales y la abolición de la pena de muer-te, sino también que la constitución recono-cía el derecho a la insurrección”12.

Hicieron énfasis en el individualismo li-beral y en el ideal de la igualdad ante la ley,objetivos que habían quedado pendientes trasla Independencia. Buscaron racionalizar laeconomía. Ello suponía abolir impuestos queinhibían la actividad económica y que sobre-vivían desde el pasado colonial (alcabalas,diezmos y monopolios gubernamentales). Seopusieron a la intervención de los gobiernosen la vida económica ya fuera en empresaspúblicas, otorgando monopolios a empresasprivadas o decretando tarifas arancelariasproteccionistas. La defensa de la igualdadsuponía, como veremos más adelante, elimi-nar los privilegios de la Iglesia (y tambiéndel Ejército). Rechazaron la propiedad con-setudinaria y abogaron por la abolición de laesclavitud y la incorporación de las comuni-dades indígenas a la “cultura oficial” capita-lista. En síntesis, casi estaba todo por hacer.

2. Perú: “librecambistas” y “proteccio-nistas”.- Es una tarea complicada definir alos grupos políticos peruanos en los veinteprimeros años de vida independiente. El des-orden, la corrupción y el caudillismo hacíanque la gente cambiara sus “lealtades” cons-tantemente, especialmente los grupos popu-lares. Asimismo, habría que considerar ladesilusión de estos sectores que esperabandemasiado de los nuevos gobiernos. En estesentido, el viajero suizo Jacobo von Tshudi,testigo del ingreso de Santa Cruz a Lima, en1838, nos presenta el ambiente que se viviópor la llegada de los bolivianos: “Abrazaronel caballo de Santa Cruz y lo besaron desde

los cascos hasta las orejas, levantaron a losgenerales de sus sillas y casi los ahorcaronpor tanta ternura. ¡Y era la misma gente que,hacía pocas semanas, celebró con el mismoentusiasmo a Orbegoso, que se había levan-tado contra Santa Cruz, así como construye-ron arcos de triunfo cuando Gamarra entróa Lima encabezando un ejército enemigo!” 13.

Una lectura más reflexiva del siglo XIXnos crea dudas respecto a si existió un libera-lismo peruano. En el plano teórico, doctrina-rio, las diferencias entre liberales y conser-vadores eran claras. Los primeros se sentíanhijos del Siglo de las Luces, defendían unaconcepción individualista del mundo, tribu-taria de las propuestas de Locke, Rousseau yMontesquieu. Por lo tanto, el origen de lasoberanía se hallaba en la voluntad popular ylas leyes se originaban por el consenso de losciudadanos. En consecuencia, su base doc-trinal no consideraba a la Providencia ni a laacción divina como fundamentos para la de-legación del poder. La afirmación de sus idea-les se plasmó más bien en la división de lospoderes del Estado, el sufragio universal, lasecularización de los gobiernos, la defensade la propiedad, la tolerancia de cultos, laigualdad entre los hombres y la abolición dela esclavitud, de los fueros y de los gremios,expresiones del corporativismo de la socie-dad del Antiguo Régimen. Los liberales nose sentían atraídos por la tradición y mirabancon anhelo los logros políticos del mundoanglosajón, específicamente los logrados porEstados Unidos.

Los conservadores, en cambio, se vincu-laban con las mejores manifestaciones delpasado asumido como paradigma y definidocomo “tradición”; es decir, el conjunto decreencias, instituciones que, además de pro-ceder de tiempos anteriores, constituyen va-

12 SAFFORD, Frank. Política, ideología y sociedad. En: BETHELL, Leslie ed. Historia de América Latina.América Latina independiente, 1820-1870, vol. 6. Bacelona. Crítica. 1991. p. 82.

13 TSCHUDI, Johann Jacob von. El Perú. Esbozos de viajes realizados entre 1838 y 1842. Lima, Fondo Editorialde la Pontificia Universidad Católica del Perú. 2003. p. 56.

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lores permanentes y superiores. Es por elloque el influyente Bartolomé Herrera, defen-día la obra de España y su aporte civilizador,en el cual el cristianismo jugaba un papel fun-damental. Pero la defensa de la “tradición”no estaba reñida con el progreso, siempre ycuando no altere el “orden natural” del mun-do.

Los conservadores responsabilizaban alos liberales del caos y la anarquía, así comodel empobrecimiento y la decadencia de lajoven república. Quizá tenían razón. Los li-berales defendían el derecho de movilizar ala plebe en su lucha contra los conservado-res. En realidad, incorporaban en sus movi-mientos a montoneros, bandoleros y malhe-chores acentuando el caos y la violencia. Suscontradicciones resultaban, a veces, sorpren-dentes. Una de las razones es que siempredemostraron poca capacidad para interpretary aceptar las diferencias heredadas de la so-ciedad virreinal. El jurista y enigmático Ma-nuel Lorenzo de Vidaurre, reputado liberal,en 1827, al pedir sentencias para los acusa-dos de apoyar un levantamiento, escribía:“Son indios, negros, personas estúpidas, queoyen voz de naturaleza que impele la defen-sa de los derechos: no saben las reglas esta-blecidas entre nosotros. Pocos son los discí-pulos de Locke” 14 . Como vemos, al referirsea la plebe se les agotaba todo su liberalismo.Sin embargo, en 1835, en su Proyecto deCódigo Civil Peruano, era un convencido dela igualdad entre los hombres y la elimina-ción de las diferencias ante la ley: “¿Qué dis-tinción podré hacer entre siervos y libres?¿Entre vasallos y soberanos? ¿Entre noblesy plebeyos? Mi pulso hubiera temblado, mi

conciencia hubiera reprendido, el siglo mehubiera acusado… Entre nosotros todos loshombres nacen iguales, se desconocen lasjerarquías, el respeto debido a los magistra-dos es el respeto que el ciudadano se debe así mismo: obedece la ley, no obedece al hom-bre” 15. Al menos Gamarra, un caudillo auto-ritario era, según los parámetros de la época,más “realista” y “consecuente” cuando se re-fería a la plebe, en 1835, en lo siguientes tér-minos: “De nada sirve apoyarse en la opi-nión del pueblo: jamás se ha dado este nom-bre a una turba compuesta de mercenariossin garantía, de descamisados frenéticos, dehombres cubiertos de crímenes” 16 .

Para los liberales el mantenimiento deltributo indígena era, teóricamente, un contra-sentido. Se trataba de un impuesto corporati-vo reñido con un orden republicano basadoen el principio de igualdad. Pero, como sa-bemos, la penuria fiscal en estos primerosveinte años, hizo inviable su abolición. Lajoven república, entonces, tuvo que vivir conesta suerte de “excepción” hasta que, en lostiempos del guano, la contribución fue sus-pendida (1854) y su vacío fue cubierto conlos ingresos del abono. Sin embargo, en 1867,un grupo “liberal” encabezado por José Ca-simiro Ulloa, pidió la restitución del tributobasándose en el principio de la “igualdad delos ciudadanos”. Y, siguiendo con la relaciónentre los liberales y los grupos populares, nopodemos dejar de mencionar el caso de nu-merosos empresarios y políticos, teóricamen-te hijos de la Libertad que, antes de 1854,tenían esclavos o se beneficiaban del trabajoservil de los chinos en sus propiedades rura-les. El “liberal” Domingo Elías, por ejemplo,

Revisiones Historiográficas

14 Citado por WALKER, Charles. Montoneros, bandoleros, malhechores: criminalidad y política en las primerasdécadas republicanas. En: Bandoleros, abigeos y montoneros. Criminalidad y violencia en el Perú, siglosXVIII-XX . Lima, Instituto de Apoyo Agrario. 1990. p. 113.

15 Proyecto de Código Civil Peruano. Lima, 1835.16 Citado por WALKER, Charles. Montoneros, bandoleros, malhechores: criminalidad y política en las primeras

décadas republicanas. En: Bandoleros, abigeos y montoneros. Criminalidad y violencia en el Perú, siglosXVIII-XX . Lima, Instituto de Apoyo Agrario. 1990. p. 112.

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era propietario de numerosos esclavos y, en-tre 1849 y 1853, tuvo el monopolio para traerpeones chinos al país. Él mismo los utilizabaen el “carguío del guano” en las islas de Chin-cha y en sus fundos en Ica.

Por otro lado, los liberales criollos de-fendieron la libertad de cultos basada en lasupremacía de la conciencia del individuo.Su defensor más radical fue el sacerdote tac-neño Francisco de Paula Gonzáles Vigil. Ensu Defensa de la autoridad de los gobiernosafirmaba que la conciencia de una persona esexclusivamente suya y, por lo tanto, se ubicamás allá de la jurisdicción del Estado. Habladel “ateísmo político” y, recogiendo el ejem-plo de los Estados Unidos, había que evitarel culto a un “Dios nacional” e impulsar latolerancia a todas las confesiones17. De otrolado, al igual que los ilustrados del XVIII,los liberales eras “deístas”, es decir, conce-bían a Dios como un “Ser Supremo”, crea-dor del universo, pero que no se ocupa de suscriaturas, de tal forma que sus hijos son due-ños de su propia libertad y destino. El “deís-mo” influiría en la masonería, cuya versióncriolla corresponde a la del liberal FranciscoJavier Mariátegui, presidente de la Corte Su-prema, o a Mariano Amézaga, profesor delColegio Guadalupe.

Si en la teoría las diferencias eran relati-vamente claras, en la práctica siempre resul-tó difícil la confrontación entre liberales yconservadores. Hay cercanía respecto a supercepción negativa de la plebe. En este sen-tido, debemos tener en cuenta que ambos gru-pos descendían de la sociedad virreinal, tanjerárquica e inflexible. Es por ello que a me-diados de siglo, al igual que sus pares en elresto de América Latina, los liberales perua-nos adoptaron posturas centralistas y autori-

tarias, dejando atrás el federalismo y a lossectores populares.

Paul Gootenberg18 intentó demostrar que,en la práctica, en lo único que se diferencia-ron estos grupos fue en la política comercialque se debía adoptar. Su tesis central es quetras la separación de España el Perú no cayóbajo el dominio británico y se frustró la posi-bilidad de implementar el “libre comercio”.El país cayó más bien en un aislamiento co-mercial y financiero y que la anarquía de es-tos 20 años fue la mejor defensa del país frentea las intenciones del imperialismo (británi-co, francés y norteamericano) por establecerel liberalismo comercial. Sostiene, además,que, dentro del caos, hubo una suerte de “so-beranía económica”, alentada por la elite li-meña que impuso medidas comerciales pro-teccionistas hasta 1850.

Estas fuerzas “nacionalistas”, comúnmen-te llamadas “conservadoras”, frustraron exi-tosamente los intentos de quienes pretendíanestablecer una política de libre comercio. Eraun grupo anti-liberal, muy compacto, quecombinaba diversos rasgos de proteccionis-mo, estatismo, intervencionismo y corporati-vismo y que envolvía esta amalgama con undiscurso “nacionalista”. Su base era Lima ydemandaba una elevada tarifa aduanera paralas mercancías extranjeras con el fin de pro-teger los artículos nativos y mantener un mer-cado cerrado con Chile de azúcar por trigo,intercambio que se remontaba al siglo XVIII.Junto a la élite limeña encontraríamos a losartesanos y tenderos de la Capital, los terra-tenientes de la costa norte y central (produc-tores de azúcar, algodón y vid), la red de obra-jeros del interior y los caudillos que defen-dían sus intereses: Gamarra, Gutiérrez de laFuente, Salaverry, San Román y Castilla, en-tre otros.

17 KLAIBER, Jeffrey. La Iglesia en el Perú. Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica delPerú. 1988.

18 GOOTENBERG, Paul. Beetween Silver and Guano: Comercial Policy and the State in PostindependencePeru. New Yersey, Princeton University. 1989.

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En cambio, la primera generación de “li-brecambistas” no era un grupo numeroso nipertenecía a los grupos dominantes entre 1820y 1845. Estaba conformado por los comer-ciantes extranjeros asentados en Lima y Are-quipa, los cónsules de Inglaterra, EstadosUnidos y Francia, los intelectuales “boliva-rianos” y la elite arequipeña. En este sentido,Gootenberg resalta las gestiones infructuosasde los cónsules de las potencias extranjerasante los “gobiernos” de turno para lograr ta-rifas bajas de importación, garantías para suscomerciantes y tratados para establecer unsistema liberal de comercio. Descubrrio, ade-más, que no fue el imperio de Su Majestad –como antes se suponía- el que más presionópara que se abrieran los puertos sino los Es-tados Unidos. El gobierno de Washington, através de su infatigable encargado de nego-cios, Samuel Larned, pretendió atraer a losmiembros liberales de la elite peruana e in-fluenciar en la opinión pública –aun finan-ciando periódicos- a favor de sus intereses.Cansado de sus continuos fracasos, Larneddejó de batallar y se retiró del Perú a fines dela década de 183019. Los británicos, en cam-bio, cuando vieron desvanecerse sus esperan-zas liberales, fueron los primeros en alejarsede la política peruana y sólo adoptaron pos-turas defensivas contra los permanentes ata-ques de los “nacionalistas”. Dos veces loscónsules se retiraron, en 1828-33 y 1839-45.Los franceses fueron quienes menos se en-trometieron. Sólo estuvieron interesados enproteger el pequeño tráfico de artículos delujo que realizaban los minoristas galos20.

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Los caudillos liberales, llamados “boliva-rianos”, vinculados a las aspiraciones de co-mercio libre del regionalismo sureño –comoNieto, Vivanco, Vidal, Orbegoso y SantaCruz- carecieron de apoyo tanto en Limacomo en el estratégico norte y al interior delpaís21. Al igual que Bolívar, carecieron de unabase social amplia y segura en el territorio.El ejemplo de la Confederación Perú-bolivia-na demuestra cómo siguieron dependiendo defuerzas externas que determinaron su derrotacon la invasión del “partido” de militares “na-cionalistas” apoyados por Chile. Por su lado,sus intelectuales –como Manuel Lorenzo Vi-daurre, José María de Pando, Manuel Garcíadel Río y Manuel del Río-, herederos tam-bién de la ocupación bolivariana, demanda-ban no sólo la reducción de las tarifas adua-neras sino el desarrollo de un modelo econó-mico orientado a la exportación al mercadoeuropeo22. Pero permanecieron como simplesideólogos y sin ningún apoyo de la élite. Lallamada “élite sureña”, con su centro en Are-quipa, por su temprana inserción al mercadoinglés a través de la exportación, por los puer-tos de Islay y Arica, de lanas, salitre y quini-na, defendía el libre comercio y veía al mer-cado de Bolivia (Alto Perú) como La Mecapara sus intereses. Su derrota en la Confede-ración, entonces, la habría debilitado.

Pero la razón más importante -continúaGootenberg- del fracaso de esta primera ge-neración de liberales fue la fragilidad políti-ca del país. No encontraron un Estado localfuerte y estable capaz de manejar el libre co-mercio, la integración financiera, convenios

19 GOOTENBERG, Paul. Tejidos y harinas, corazones y mentes. El imperialismo norteamericano del librecomercio en el Perú, 1825-1840. Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1989.

20 El autor, sin embargo, no menciona que los franceses, para proteger sus intereses, amenazaron con bombardearel Callao y a la Escuadra peruana.

21 En este punto, se soslaya el gran apoyo popular que recibió Orbegoso en Lima cuando la revolución de enero de1834.

22 Es muy cuestionable calificar de “liberal” a José María de Pando quien, volvió a España al amparo de lamonarquía y organizó luego en Lima su conocida tertulia conservadora. De otro lado, en Vidaurre contraVidaurre, Manuel Lorenzo de Vidaurre abandona ideológicamente a Bolívar.

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y estabilidad económica, elementos esencia-les para una política de liberalización. De otrolado, los cónsules no podían hallar una elitenativa colaboradora y confiable. La ida y ve-nida de gobernantes, burócratas y políticas,así como el caos social y la depresión mate-rial hacían fracasar cualquier incentivo libe-ralizador. Digamos que el arma secreta delPerú contra las presiones del imperialismo erasu absoluta impredecibilidad. Apunta quehabría que tener en cuenta que se trataba deEstado empírico, en formación, nacido delmolde hispánico, cuya clase dominante man-tenía la herencia de la soberanía diplomáti-ca, en parte originada de la tradición anti-an-glosajona. Incluso los ideólogos más libera-les, como Pando y Vidaurre, resistieron a laspresiones externas. En suma, lo cierto es que,en vez de promover a la liberalización, la in-tervención extranjera intensificó el proteccio-nismo.

Este “nacionalismo”, propio del partidoproteccionista es -para Gootenberg- un

elemento clave para entender la formación delEstado peruano. Al momento de laIndependencia las élites peruanas carecían deuna conciencia nacional. Existía un Estadoartificial dividido por regionalismos, eldesmembramiento externo (como en lostiempos de la Confederación) y las presionespolíticas de las potencias de Ultramar. En eseescenario, el territorio peruano bien pudoterminar balcanizado como la Gran Colombiao las federaciones centroamericanas. Sinembargo, esto fue evitado por la rápidaformación de una élite en las décadas de 1820y 1830 que, alimentada por un tempranonacionalismo económico, transformó losintereses de Lima y la costa central y norteen un Estado. En estos años, su lucha contralos “extranjeros” aceleraba el “nacionalismo”de los hijos del país. En conclusión, sin esatemprana, a veces incoherente, pero oportunadosis en defensa de la economía local el Perú,quizá, no habría podido continuar comoEstado.❂