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En esta última novela debida a la magnífica colaboración de Frank Herbert yBill Ransom, volvemos al mundo acuático llamado Pandora. Igual que Dune,es un mundo desequilibrado ecológicamente. Al revés que en Dune, enPandora peligra extremadamente la supervivencia.Los humanos de Pandora han estado recuperando tierras contra losturbulentos mares a un ritmo acelerado desde El Efecto Lázaro. El varec delos mares, sintiente pero manipulado electrónicamente por los humanos,amortigua las terribles corrientes marinas para restaurar las tierras yfacilitar el creciente tráfico del mar.De la noche a la mañana surgen nuevos asentamientos, pero los niños semueren de hambre a sus sombras. Está casi terminada una estación orbital,siendo la gran esperanza de muchos por encontrar un mundo mejor.Pandora se halla bajo el dominio de un ambicioso clon de la hibernación,llamado el Dictador, que gobierna con una sádica fuerza de seguridadmandada por el asesino Spider Nevi. Poca resistencia ofrecen al Dictador losopositores mandados por Twisp Queets y Ben Ozette, los cuales pocopueden contra el poder absoluto del Dictador, el cual controla el transportede víveres. Las revoluciones se castigan con la muerte por inanición.La principal esperanza de los resistentes es Crista Galli, una mujer a la quemuchos creen hija de Dios. Crista aúna sus talentos con Dwarf MacIntosch,Beatriz Yatoosh y Rico LaPusch para derribar las barreras que existen entrelas diferentes especies y exterminar al Dictador y la siniestra cábala con laque gobierna.El factor ascensión es la obra póstuma de Frank Herbert. Como señala muybien Bill Ransom en el prólogo, la muerte sorprendió al gran autor cuando lanovela se hallaba aún en su esqueleto, y fue Ransom quien tuvo queescribirla a partir de las notas que habían preparado entre ambos.No obstante, sigue siendo desde todos los ángulos una obra de FrankHerbert. La gran profundidad filosófica, la riqueza temática y la complejidadde la trama y la invención siguen siendo las que cabría esperar del granautor de Dune. Y constituye un digno colofón tanto a una carrera plagada deéxitos como a una trilogía (iniciada con El Incidente Jesús y El EfectoLázaro, publicadas ambas en esta misma colección) que ha sidoconsiderada en todo el mundo como equiparable a la gran saga de Arrakis,el planeta de las dunas. De hecho, según el Sciencie Fiction & Fantasy BookReview, existe un gran paralelismo entre ambas sagas: así como Dune esun planeta sin agua, Pandora es un planeta-mar, todo él cubierto por ellíquido elemento. Y, en ambos, la característica principal es la denodada

lucha por la supervivencia.

Frank Herbert & Bill RansomEl factor ascensión

La secuencia de Pandora - 3

Introducción

Cuando Frank Herbert y yo empezamos la serie de El incidente Jesús en1978, solo establecimos un acuerdo: que nuestro trabajo juntos sería divertido,que la historia no interferiría en ningún momento con nuestra amistad. Nos dimosla mano al respecto, como acostumbran a hacer nuestros colegas los nativos delvalle de Puyallup. Éramos amigos desde hacía mucho tiempo, y teníamosintención de mantener esa amistad. Escribir un libro juntos, como comprar uncoche juntos, era algo que debía enfocarse con las debidas precauciones.

Este asunto de la coautoría es un poco como casarse. Tal como fueron lascosas, cada libro de la serie se vio marcado por una tragedia personal para uno oel otro, pero nuestras historias nos salvaron. A lo largo de quince años nunca reítanto y tan a menudo con nadie como lo hice trabajando con Frank. El factorascensión, un libro que habíamos planeado disfrutar juntos, fue el que se viomarcado con la tragedia más grande de los tres. Pero el libro sigue. Supongo queasí son siempre las cosas con los escritores.

Frank elaboró la trama y desarrolló los personajes de El factor ascensión,pero las circunstancias dejaron la redacción definitiva en mis manos. Después detodos esos años fue fácil retenerle a mi lado, mirando por encima de mi hombro,murmurando comentarios irónicos mientras yo terminaba lo que habíamosempezado juntos. Mi mayor miedo era perder ese sentido de su presencia, de subuen compañerismo, cuando el libro estuviera terminado. Con Frank, de entretodo el mundo, hubiera debido saberlo mejor.

Bill RansomPort Townsend, 1987

La virtud de la piedad no se ve forzada,cae como la suave lluvia cae del cielosobre el mundo de abajo: es dos veces bendecida;bendice a quien la da y a quien la recibe:es la más poderosa entre todos los poderosos…

1

WILLIAM SHAKESPEARE,El mercader de Venecia,

Depósito literario de Vashon

Jephtha Twain sufrió los más exquisitos dolores durante tres días, y eso era loque se pretendía. Los matones del Sindicato de Guerreros eran profesionales, siperdía el conocimiento simplemente malgastaba su tiempo. En tres días en susmanos no perdió el sentido ni una sola vez. Sabían desde el principio que noconseguirían nada de él. El resto de su agonía fue el precio que tuvo que pagarpor hacerles perder el tiempo. Cuando hubieron terminado de torturarle losuspendieron, como él sabía que harían, del risco de obsidiana debajo de lasextensiones altas. Los subversivos eran suspendidos a menudo allí hasta quemorían, a plena vista del asentamiento, como una lección, cuyo significadoexacto jamás había estado claro.

Los tres hombres del Sindicato de Guerreros lo suspendieron allí en laoscuridad, del mismo modo que habían ido a buscarlo en la oscuridad, y Jephthalos consideró unos cobardes por esto. Su párpado izquierdo estaba menoshinchado que el derecho, y consiguió mantenerlo abierto. El pálido asomo delalba separaba el estrellado cielo de la negra mejilla del mar. Las luces de pre-amanecer de un transbordador oscilaban en la oscuridad del muelle en elasentamiento a sus pies. Como el resto de transbordadores, cargaba lostrabajadores del cambio de turno del Proyecto Nave Profunda.

Las luces en movimiento de los transbordadores sumergibles parpadeaban enla negrura del mar nocturno a lo largo de todo el camino desde el asentamientode Kalaloch hasta el complejo de la torre de lanzamiento del proyecto. Unlaberinto de diques orgánicos y espigones de roca se extendía costa arriba y costaabajo de Kalaloch, sosteniendo los nuevos proyectos de hidrocultivos de laMercantil Sirenia, ninguno de los cuales había contratado a Jephtha después deque su equipo de pesca hubiera sido confiscado y su licencia revocada. Su sociose había guardado un par de peces para él en vez de registrarlos en el muelle. La

« nueva economía» del Director prohibía esto, y los matones del Director leshabían dado una lección a los dos.

Jephtha se sintió más ligero bajo el naciente sol de la mañana, como separadode su cuerpo. Extrajo el dolor de sí mismo, y su ser se liberó de su herida pielcomo una serpiente se libera de su piel seca, y contempló la colgante ruina de sucarne desde encima de un peñasco a un par de metros de distancia. Tan al sur, losdías de Pandora duraban casi catorce horas. Se preguntó cuántas inspiraciones lequedaban todavía a su saco de costillas rotas y dolor.

Marika, pensó, mi Marika y nuestros tres pequeños. El Sindicato de Guerrerosdijo que los cazarían también…

Creían que tal vez ella tuviera algo que decir. Proclamarían que esa mujer ysus tres pequeños eran peligrosos, subversivos. Empezarían con los niños parahacerla hablar, y ella no podría decir nada, no sabía nada. Jephtha cerró confuerza su ojo bueno contra su sangre y su vergüenza.

El « escuadrón especial» del Director del Sindicato de Guerreros habíaperforado el pecho y la espalda de Jephtha con anzuelos para makis, anzuelos depesca de acero con un cruel garfio del tamaño de su pulgar. Destellaron a losprimeros resplandores del día como una armadura que recubriera su pecho. Lasacodaduras de acero y los cables guía colgaban hasta sus rodillas como unfaldellín. El brillo de los anzuelos, junto con el olor de su sangre, no tardaría enatraer al ímpetu que lo mataría.

Jephtha había capturado miles de makis con anzuelos como aquellos, habíafijado miles de esos ganiones en centenares de líneas de arrastre. La mayoría deellos colgaban sueltos ahora, y cliqueteaban con sus movimientos a la rara brisamatutina. Su peso colgaba de dos docenas de ellos, doce perforando la piel de supecho y doce la de su espalda. Pensó que esto tenía un significado también, perono le habían dicho cuál era. Pero sí le habían dicho lo que llevaba años deseandosaber.

¡Las Sombras son reales! Jephtha dio vueltas al pensamiento una y otra vez.¡Las Sombras son reales!

Todo el mundo había oído hablar de esas Sombras, pero nadie que élconociera se había encontrado nunca con ninguna. Ahora, en los últimos meses,habían aparecido aquellas misteriosas emisiones en el holo o en la tele o la radiofirmadas por « La Voz de las Sombras» . Todo el mundo decía que eran obra delas Sombras. En todos los poblados corrían historias acerca de su lucha paradeponer al Director, Raja Flattery, y cortar de raíz sus músculos mercenarios.Las Noticias de la Noche informaban diariamente de actividades de las Sombras:provisiones desviadas, comida robada, sabotajes. Cualquier cosa poco popular operjudicial para la causa del Director era achacada a las Sombras, incluidos losdesastres naturales. « La Voz de las Sombras» , pirateando el espacio aéreo yutilizando su gran experiencia, informaba de todas las acciones del Director.

Jephtha había susurrado discretamente en más de una escotilla en su intentode unirse a las Sombras, pero no le había llegado ninguna respuesta. « La Voz delas Sombras» le había dado sin embargo suficientes esperanzas como paraintentar lanzar un golpe por sí mismo. Ahora comprendía que así era comofuncionaban las Sombras.

Había deseado destruir la propia sede del poder, la central eléctrica principalentre el complejo privado del Director y el extenso asentamiento fabriladyacente a él, Kalaloch.

La central eléctrica elegida por Jephtha poseía una planta de recuperación delhidrógeno que proporcionaba hidrógeno, oxígeno y electricidad a todos lossubcontratistas del programa espacial del Director. Volar la planta paralizaríadurante un tiempo el precioso Proyecto Nave Profunda y la fábrica orbital deFlattery. Los pobres de la ciudad estaban acostumbrados a pasarse sin ella, razonóJephtha. Miles de ellos ni siquiera tenían electricidad. Serían este nuevo Proy ectoNave Profunda y Flattery quienes resultarían más perjudicados. Hubiera debidosaber que la seguridad del Director y a había pensado en ello.

El interrogatorio había sido muy a la antigua, como lo eran la mayoría. Habíasido atrapado fácilmente y obligado a permanecer desnudo bajo una capuchadurante tres días mientras era torturado para nada. Ahora toda una serie deacodaduras de hierro cliqueteaban contra los anzuelos cada vez que movía algunode sus músculos. Sus heridas, en su mayor parte, habían dejado de sangrar. Estosolo hacía que las moscas le picaran más. Dos venenosas alasplanas treparon porsu pierna izquierda, agitando las alas en alguna especie de danza ritual, peroninguna de las dos le mordió.

Ímpetus, suplicó. Si ha de ser así, que sean ímpetus, y rápido. Para eso lohabían colgado allí: para servir de cebo a los ímpetus. Un ímpetu encapuchado selanzaría contra él y lo golpearía con violencia, como era su costumbre, luego sequedaría enganchado también en los anzuelos para makis y no podría soltarse. Supiel alcanzaría un buen precio en el mercado del poblado. Sería una diversiónpara los guardias de seguridad, y los había oído planear cómo repartirían lo queobtuvieran por la piel. No esperaba ser devorado a mordiscos hasta morir, unímpetu acabaría rápidamente con él. Su boca estaba tan seca por la sed que suslabios cuarteaban cada vez que tosía.

En el precipitado declive de su vida, Jephtha se había atrevido a esperar doscosas: unirse a las Sombras y tener un atisbo de Su Santidad, Crista Galli. Habíahecho todo lo posible con respecto a las Sombras. Aquí, encadenado a las rocasque dominaban el complejo del Director, Jephtha contempló los movimientos dela gran morada a través de su cada vez más oscurecida visión.

Una de estas figuras podría ser ella, se dijo. Sentía la cabeza ligera, e hinchóel pecho contra los anzuelos y pensó: Si yo fuera una Sombra, la sacaría de ahí.

Crista Galli era la santidad inocente, una misteriosa joven nacida en las

profundidades de los lechos del varec salvaje hacía veinticuatro años. Cuando lagente de Flattery hizo volar todo un lecho de varec incontrolado hacía cinco años,Crista Galli emergió a la superficie con los restos. Cómo había crecido bajo elagua, criada por el varec, y devuelta a la humanidad era uno de esos misteriosque Jephtha y su familia aceptaban simplemente como un « milagro» .

Se rumoreaba que Crista Galli mantenía viva la esperanza de la salvación dePandora. La gente afirmaba que daría de comer a los hambrientos, curaría a losenfermos, confortaría a los agonizantes. El Director, un capellán-psiquiatra, lamantenía encerrada.

—Necesita protección —había dicho Flattery —. Creció con el varec, necesitasaber qué es ser humano.

Qué irónico que Flattery quisiera enseñarle cómo ser humana. Jephtha sabíaahora, con la claridad de su trascendencia en el dolor, que allá abajo era laprisionera del Director, del mismo modo que todos los pandoranos eran susesclavos. Hasta ahora, en la base de las extensiones altas, las cadenas de Jephthahabían sido invisibles: cadenas de hambre, cadenas de propaganda, las cadenasdel miedo que resonaban en su cabeza como dientes castañeteando por el frío.

Rezó para que seguridad no encontrara a Marika y los chicos. El asentamientose había extendido, la gente ocultaba a la gente como peces entre peces.

Quizá…Agitó la cabeza, haciendo entrechocar los terribles anzuelos y acodaduras. No

sentía nada excepto la fría brisa que ascendía de la marea baja matutina. Traíaconsigo el familiar aroma a y odo del varec que se descomponía en la play a.

¡Ahí! En esa portilla en lo alto del edificio principal…El atisbo desapareció, pero el corazón de Jephtha latió alocadamente. Su ojo

bueno no conseguía enfocarse y una nueva oscuridad había caído sobre él, peroestuvo seguro de que la forma que había visto era la de la pálida Crista Galli.

Ella no puede saber esto, pensó. Si supiera qué monstruo es Raja Flattery, y sipudiera hacerlo, lo destruiría. Seguro que, si lo supiera, nos salvaría a todos.

Sus pensamientos volvieron una vez más a Marika y a los chicos. Lospensamientos no eran tanto pensamientos como sueños. La vio con los niños,cogidos de la mano, atravesando un campo junto a la costa a la luz del sol. Elúnico sol brillaba pero no abrasaba, no había bichos. Sus pies descalzos pisaban ladensa alfombra de un millar de tipos de flores…

Un ímpetu chilló desde alguna parte allá abajo y lo arrancó bruscamente desu sueño. Sabía que no había campos sin bichos, ningún lugar en Pandora dondealguien pudiera caminar descalzo por entre las flores. Sabía que la seguridad deVashon y el Sindicato de Guerreros eran conocidos por su persistencia, sueficiencia y su crueldad. Iban tras su esposa y sus hijos, y los encontrarían. Suúltima esperanza era que el ímpetu terminara con él antes de que colgaran a sulado lo que quedara de Marika.

2

De nuevo hemos dejado que otro capellán-psiquiatramate a decenas de miles de nosotros, tanto isleñoscomo sirenios. Este nuevo CePé, Raja Flattery, sehace llamar « el Director» , pero ya verá. Hemosbesado el anillo y desnudado nuestras gargantas porúltima vez.

Primera emisión de Las Voces de las Sombras,5 de bunratti de 493

La primera luz que penetró a través del único panel de plasma-cristal acariciócon sus rosados dedos una almohada blanca lisa. Silueteó los escasos peromulticolores muebles de aquel cubículo con tonalidades de gris. El cubículo en sí,aunque sólidamente anclado a tierra firme y sólidamente unido a un continente,reflejaba tradiciones de una cultura que llevaba flotando libre desde hacía casicinco siglos por los mares de Pandora.

Estos isleños, los biohechiceros de Pandora, lo hacían crecer todo. Hacíancrecer sus tazas y sus cuencos, sus famosas sillas perro, sus materiales deaislamiento, sus colas orgánicas, sus alfombras, sus estanterías y las propias islas.Este cubículo estaba amueblado orgánicamente, y bajo la antigua leygarantizaba a su propietario una provisión de vales que podían convertirsefácilmente en cupones de comida. Los cupones del mercado negro eran unprecio bastante barato a pagar por el Director a cambio de asimilar la culturaisleña que se había estrellado contra las rocas el día que él había decidido tomarposesión del mar.

A medida que la presa del alba se fortalecía en la mañana, el único tapiz en lapared, unas manos unidas, que enriquecía el pequeño cubículo se fue iluminandoprogresivamente. Peces rojos y azules nadaban por su orilla, con sus delicadasaletas entrelazadas con las amplias hojas verdes del varec. Aletas naranjas yhojas azules se unían al pie del tapiz para formar un estilizado Oráculo. El densopunto del dibujo y sus vivos colores ondulaban con el avance del amanecer. Unpecho dormido se alzaba y descendía suavemente en la cama debajo de ellos.

La noche y sus sombras retrocedieron de la ventana de plasma-cristal a lacabecera de la cama. A los isleños siempre les había gustado la luz, y a la hora deconstruir sus islas la dejaban entrar siempre que podían. Persistieron en la luz,incluso después de que la mayor parte de ellos se anclaran sólidamente a tierra

firme. En sus moradas submarinas los sirenios ponían en sus paredes imágenesde las cosas que extraían de ellas; los isleños preferían la luz, las brisas, los oloresde la vida y de las cosas vivas. Este cubículo era pequeño y austero, peroluminoso.

Era un cubículo legal, regularmente inspeccionado, parte de los aposentos deltendero. Era una habitación en el primer piso por encima de la calle sobre elnuevo café El As de Copas en el puerto de Kalaloch. Una enorme taza de caféblanca colgaba suspendida de un gancho de acero debajo de la ventana.

Casi sincronizado con el respirar de la durmiente llegaba el slup de las olascontra el muro de contención de abajo. La respiración se contenía unos instantes,luego se reanudaba con los ocasionales chapoteos de una garzota al despertar y elefecto de campanilleo del viento sobre los aparejos de las velas que golpeabancontra los mástiles.

El amanecer iluminó lo suficiente la habitación como para revelar una figurasentada al lado de la cama. La postura era de alerta inmovilidad. Estainmovilidad se veía rota por el ocasional movimiento de llevarse una taza a laboca, luego bajarla de nuevo sobre las rodillas. La figura permanecía sentada deespaldas a la pared, al lado del plas y mirando a la escotilla. La primera luz sereflejó en la brillante taza de madera dura tallada y madreperla. La mano quesostenía la taza era masculina, ni delicada ni callosa.

La figura se inclinó hacia delante una vez, observando la profundidad delextraño sueño con los ojos abiertos de la durmiente. El avance de la luz a travésdel panel transparente de la habitación se reflejaba en el endurecimiento de lassombras de su interior y en su incesante arrastrar.

El observador, Ben Ozette, subió un poco más la manta sobre el hombrodesnudo de la durmiente para protegerla de la humedad matutina. Las pupilas desus iris verdes estaban muy dilatadas pese al avance del amanecer. Cerró susojos con el pulgar. No pareció importarle. El estremecimiento que recorrióincontroladamente al hombre no fue debido al frío matutino.

Ella era una imagen blanca: pelo, cejas, pestañas, todo blanco, y una pielcomo de porcelana. Su revuelto pelo blanco envolvía su rostro y descendía por suespalda hasta casi sus hombros. Era un marco perfecto para aquellos ojos verdesy brillantes. La mano del hombre avanzó hacia la almohada, luego retrocedió.

Su perfil, a la luz, revelaba los pómulos altos, la nariz aquilina y la altas cejasde sus antepasados sirenios. En sus años como periodista para Holovisión, BenOzette se había hecho famoso, y su rostro se había vuelto tan familiar en todo elplaneta como el de un hermano o un esposo. Sus oyentes reconocían deinmediato su voz. En sus emisiones de La Voz de las Sombras, sin embargo, sehabía convertido en escritor y jefe camarógrafo, y Rico era quien se ponía bajolos focos…, disfrazado, por supuesto. Pero ahora sus familias, sus amigos, suscompañeros de trabajo, iban a sentir el restallar de la ira de Flattery.

No habían tenido exactamente tiempo de planear nada. Durante susentrevistas semanales, ambos observaron cómo todo el mundo, incluida laseguridad del complejo, permanecían muy lejos del alcance del micrófonomientras grababan. La siguiente vez habían recorrido el lugar mientras grababan,entrevistando a placer, sin que nadie les molestara. Luego, la noche siguiente,simplemente salieron caminando del complejo. Rico hizo lo demás. Laperspectiva de ser cazados por los matones de Flattery ponía un poco desequedad a la boca a Ben. Bebió un poco más de agua.

Quizá sea cierto, quizá ella no sea más que una construcción del varec, pensó.Es demasiado perfectamente hermosa para ser un accidente.

Si los hombres del Director estaban en lo cierto, ella era una construcción,algo desarrollado por el varec, no algo nacido de madre humana. Cuando fuerecogida en el mar fue calificada por el médico que la examinó como « unamujer albina de ojos verdes, de unos veinte años, con problemas respiratoriossecundarios consecuencia de la ingestión de agua de mar, agitada, memoriareciente excelente, memoria remota juzgada pobre, posiblemente ausente…» .

Habían transcurrido cinco años desde que fuera arrojada por el mar y a lasnoticias, y en esos cinco años Flattery no había permitido que nadie excepto lagente de su laboratorio se acercara a ella. Ben había pedido ocuparse de lahistoria por pura curiosidad, pero se había visto arrastrado por ella más de lo queesperaba. Había aprendido a odiar al Director, y ahora, mientras contemplaba elirregular sueño de Crista, se dijo que no lo lamentaba en absoluto.

Tenía que admitir que sí, desde un principio supo que no sería más que unacuestión de tiempo. Había luchado contra Flattery y Holovisión de una formademasiado abierta y durante demasiado tiempo.

Una reciente emisión de La Voz de las Sombras acusó a Holovisión de ser unmonopolio de desinformación, el agente de propaganda de Flattery, y que norecuperaría la credibilidad hasta que sus trabajadores se convirtieran en suspropietarios. Ben había dirigido el mismo ataque a su ay udante de producción eldía antes.

Ben se había dejado arrastrar por los pequeños especiales de propaganda quelos técnicos de Flattery estaban preparando. Ben y Rico habían comprado oconstruido sus propias cámaras y bases láser para minimizar la intimidación de lacompañía y la interferencia de Flattery. Ahora tenían unos trabajos a tiempocompleto y sin sueldo como piratas del aire con La Voz de las Sombras.

Y somos fugitivos, pensó.Ben Ozette se echó hacia atrás en la vieja silla perro y dejó descansar a la

durmiente. De todos los límites de tiempo de Pandora, esta durmiente podía ser elmás mortífero. Se rumoreaba que había gente que había muerto a causa de sucontacto, y esto no era solo producto de la fábrica de rumores del Director. Bense había atrevido a tocarla, y todavía no era uno de los muertos. Se rumoreaba

que ella era muy muy inteligente.Murmuró su nombre para sí mismo.Crista Galli.La respiración de ella se detuvo un instante, resopló ligeramente una vez, dos

veces, y luego siguió durmiendo.Crista Galli tenía los ojos verdes. Ahora los abrió muy ligeramente, como

volviéndolos hacia el sol, claramente pero sin despertarse.Extraño.El último amor de Ben, su amor más largo, tenía ojos castaños. También

había sido su único amor, prácticamente hablando. Se llamaba Beatriz. Sus ojoscolor café se le aparecieron ahora vividos contra las sombras. Sí, Beatriz. Todavíaeran buenos amigos, y esto sería un golpe para ella. El corazón de Ben se saltabaun latido cada vez que se cruzaban, y eso ocurría a menudo en Holovisión.

Beatriz se había ocupado de la realización de una serie sobre el programaespacial de Flattery, había permanecido lejos durante varias semanasconsecutivas. Ben se ocupó de realizar varios docudramas independientes sobrelos supervivientes de un temblor de tierras, los campos de realojamiento de losisleños y una serie en profundidad sobre el varec. Su último proyecto era sobreCrista Galli y su vida desde su rescate del varec.

Flattery estuvo de acuerdo con la serie, y Ben aceptó limitar el material a surescate y subsiguiente rehabilitación. Este proy ecto lo condujo hasta los mássecretos rincones de Raja Flattery y más lejos aún de Beatriz. Los rumores deHolovisión decían que ella y el comandante orbital Nano Macintosh se estabanviendo mucho últimamente. Por elección propia, Ben y Beatriz llevabanseparados casi un año. Él sabía que ella terminaría encontrando a alguien. Ahoraque se había convertido en algo real decidió que sería mejor que seacostumbrara a ello.

Beatriz Tatoosh era la más sorprendente corresponsal de Holovisión, y una delas más duras. Como Ben, hacía el trabajo de campo para las Noticias de laNoche. También tenía un programa semanal sobre el « Proyecto NaveProfunda» del Director, un proy ecto de enorme controversia religiosa yeconómica. Beatriz defendía el proy ecto, Ben seguía oponiéndose a él. Sealegraba de haberla mantenido alejada de La Voz de las Sombras. Al menos ellano había tenido que huir.

Esos oscuros ojos suyos…Se puso alerta y apartó de sí la visión de Beatriz. Sus grandes ojos y su amplia

sonrisa se disolvieron en el amanecer.La mujer que dormía, Crista Galli, había hecho latir su corazón de una forma

desordenada la primera vez que la vio. Aunque era joven, poseía unconocimiento enciclopédico mucho mayor que el de cualquiera al que hubieraconocido antes. Lo suyo eran los hechos. Acerca de su propia vida, sus casi

veinte años pasados bajo el agua, al parecer sabía muy poco. El acuerdo de Bencon Flattery le prohibía sondear aquello mientras estuvieran dentro de la Reserva.

Ella tenía sueños valiosos, y así, él la dejó soñar. Le preguntaría sobre elloscuando despertara, los incluiría en sus notas, y los dos podrían elaborar un plan.

En el fondo, se dio cuenta, esto no era en sí mismo más que un sueño. Yahabía un plan, y él lo seguiría apenas se le dijera en qué consistía.

Hoy, por primera vez, iba a ver en qué había convertido la gente el mito queera Crista Galli, el ser santo que durante demasiado tiempo les había sidomantenido alejado. Ella no podía saber, encerrada lejos de los humanos comohabía estado durante sus veinticuatro años, lo que significaba el haberseconvertido en el dios de la gente. Esperaba que, cuando llegara el momentoterrible, fuera un dios misericordioso.

Alguien entró en el edificio abajo y Ben se tensó; depositó la taza a un lado.Palmeó el bolsillo de su chaqueta, donde el peso de su grabadora familiar habíasido sustituido por la vieja pistola láser de Rico. Se oy ó escaleras abajo el sonidode agua corriendo y el chirrido de un molinillo. Un intenso aroma a caféascendió hasta él, hizo gruñir su estómago. Bebió más agua de la taza y se relajóa medias.

Sintió que sus recuerdos palidecían con la luz, pero la luz no acalló suintranquilidad. Las cosas estaban fuera de control en todo el mundo, eso lo habíamantenido intranquilo durante años. Ahora tenía una posibilidad de cambiar elmundo, y no iba a dejarla escapar.

El puño totalitario de Flattery era algo que Beatriz se había negado a ver. Sussueños estaban entre las estrellas, y creería en cualquier cosa que la llevara hastaallí. Los sueños de Ben y acían a sus pies. Creía que los pandoranos podíanconvertir este en el mejor de los mundos, una vez el Director fuera apartado a unlado. Ahora que las cosas estaban fuera de control en su vida personal, sentía, porprimera vez, un poco de miedo.

Se alegró de la progresiva llegada de la luz. Sus reminiscencias llegaban conla oscuridad, pero pensaba mejor a la luz. La fortuna, el futuro de millones devidas, dormía en este cubículo. Crista podía ser el salvador de la humanidad o suángel destructor.

O ninguna de las dos cosas.La Voz de las Sombras haría todo lo posible por darle la oportunidad de salvar

al mundo. Ben y Crista Galli estaban en el vórtice de los dos conflictos quedividían Pandora: la mano de Flattery en sus gargantas, y el statu quoAvata/humanidad que la mantenía allí.

Crista Galli había nacido en Avata, el varec. Representaba la auténtica mezclaAvata/humanidad, reputada como el único superviviente de una larga línea depoetas, profetas y manipulaciones genéticas.

Había sido educada por el almacén de memorias genéticas del varec,

humanas y otras. Sabía sin que nadie le hubiera enseñado. Oía los ecos de lomejor y lo peor de la humanidad que habían alimentado su mente durante casiveinte años. También había algunos otros ecos.

Esos Otros, los pensamientos del propio Avata, eran los ecos que temía elDirector.

—El varec nos la envió para espiarnos —se oyó decir a Flattery al principio—. Es imposible saber lo que le ha hecho a su subconsciente.

Crista Galli era uno de los grandes misterios de la genética. Los fielesafirmaban que era un milagro hecho carne.

—Yo me hice a mí misma —le dijo ella a Ben durante su primera entrevista—, como todos nosotros.

O, como planteó en su última entrevista:—Hice una buena selección en el bufet del ADN.El miedo de Flattery había mantenido a Crista bajo lo que él denominaba

« custodia protectora» durante los últimos cinco años, mientras la gente en todoel mundo pedía tener un atisbo de ella. Las fuerzas de seguridad de Vashon delDirector proporcionaban esa protección. Eran las fuerzas de seguridad de Vashonlas que les perseguían ahora.

Puede que sea un monstruo, pensó Ben. Algún tipo de bomba de tiempoenviada por Avata para estallar…, ¿cuándo? ¿Por qué?

La gran masa del varec, que algunos llamaban Avata, dirigía el flujo de todaslas corrientes y, en consecuencia, la navegación planetaria. Calmaba los estragosdel sistema solar binario de Pandora, haciendo que las tierras emergidas y elpropio planeta fueran posibles. Ben, y muchos otros, creían que Avata poseía unamente propia.

Crista Galli se agitó, se hundió un poco más bajo las mantas y reanudó supausada respiración. Ben sabía que matarla ahora, mientras dormía,posiblemente salvara al mundo y a él mismo. Había oído esa argumentaciónentre la derecha más extrema, entre aquellos acostumbrados a trabajar conFlattery.

Posiblemente.Pero Ozette creía ahora que ella podía salvar al mundo para Avata y para la

humanidad, y por esto había hecho voto de proteger hasta su menor aliento; poresto, y por la agitación del amor que sentía prender sobre viejos rescoldos.

Aracna Nevi y sus matones les estaban dando caza en estos momentos a losdos. Ben la había convencido de romper la corta correa con que el Director lamantenía retenida, pero ella hizo el resto. Crista y Rico lo hicieron. Ben sabíamuy bien que la correa podía transformarse en un látigo, en un nudo corredizopara él y posiblemente para ella la próxima vez, pero tenía intención de ver queno hubiera próxima vez. Flattery había dejado muy claro que no había nada en elmundo más mortífero, más valioso que Crista Galli. Estaba seguro de que el

hombre que la había arrancado de su lado no iba a ser olvidado fácilmente.Ahora Ben tenía cuarenta años. A los quince se había visto sumergido en

medio de una guerra con el hundimiento de la isla Guemes. Muchos milesmurieron aquel día, brutalmente destrozados, quemados, ahogados, tras el ataquede un enorme sumergible sirenio, un recortador de varec que hizo irrupcióndesde abajo en el centro mismo de la isla creada por el hombre, lacerándolo todoa su paso. Ben había estado cerca del borde cuando la repentina oscilación y elhundimiento lo arrojaron con una voltereta al mar de rosácea espuma.

Los años y los horrores transcurridos desde entonces le habían dado unaespecie de sabiduría, un instinto hacia los problemas y la forma de hallar siemprela escotilla de salida. Su sabiduría era sabiduría tan solo mientras lo mantuvieracon vida, y recordaba lo fácilmente que había arrojado el instinto por la portillala vez que se enamoró de Beatriz. No había creído que pudiera ocurrir de nuevohasta el día que conoció a Crista Galli, una reunión que había sido motivada amedias por la posibilidad de ver a Beatriz en alguna parte dentro del complejo deFlattery. Aquel día Crista había susurrado: « Ayúdeme» , y mientras nadaba enlas profundidades de sus ojos verdes él había dicho simplemente: « Sí.»

En su cabeza duerme la Gran Sabiduría, pensó. Si puede despertarla sindestruirse a sí misma, podrá ayudarnos a todos.

Aunque esto no fuera cierto, Ben sabía que Flattery creía que sí lo era, y esoera suficiente.

Ella se dio la vuelta, todavía dormida, y giró su rostro hacia la naciente luz.Mantenerla lejos de la luz, pensó. Mantenerla lejos del varec, mantenerla lejos

del mar. No tocarla. En su bolsillo de atrás llevaba las instrucciones detalladas delo que debía hacer en caso de tocar accidentalmente su piel desnuda.

¿Y qué pensaría Operaciones si supieran que la he besado?Rio quedamente, y se maravilló del poder que había a su lado en aquella

habitación.El Director se había ocupado siempre de que ninguna entrevista con Crista

Galli fuera retransmitida por las ondas. Ahora, bajo la presión de Flattery,Holovisión había convencido a Beatriz de que ofreciera una hora extra de tiempoen antena a la semana glorificando el « Proyecto Nave Profunda» de Flattery.

Beatriz está ciega, pensó. Le entusiasma tanto la idea de explorar el vacío queignora el precio que exige Flattery por ello.

El miedo de Flattery a la relación de Crista con el varec la había mantenidobajo guardia. El Director la había secuestrado « para su propia protección, paraestudio, para la seguridad de toda la humanidad» . Pese a su acceso semanal alcomplejo privado de Flattery, Beatriz no había mostrado el menor interés enCrista Galli. Sin embargo, le dio todo su apoy o cuando Ben solicitó efectuar lasentrevistas.

Quizás esperaba verme más a menudo de este modo.

Beatriz estaba casada con su carrera, igual que Ben, y algo tan nebulosocomo una carrera hacía que la competencia resultara algo más bien intangible.Ben no podía comprender cómo Beatriz había dejado que la historia de CristaGalli se le escapara de entre los dedos. Hoy se alegraba enormemente de quehubiera sido así.

3

Los rescoldos del fuego arden en un alma con muchamás seguridad que bajo las cenizas.

GASTÓN BACHELARD,El psicoanálisis del fuego

Kalan despertó de su cálido abrigo entre los grandes pechos de su madre antelas fuertes maldiciones y el forcejeo a unos pocos metros Cola abajo. El carillónsobre su cabeza sonó cinco veces, las mismas que sus dedos, las mismas que susaños. No miró en dirección al sonido de forcejeo porque su madre le había dichoque daba mala suerte mirar a la gente que tenía mala suerte. Aparecieron un parde patrulleros de La Cola con sus porras. De nuevo hubo ruido de golpes, y lamañana quedó de nuevo silenciosa.

Él y su cálida madre siguieron envueltos en el paño de ella, el mismo que leshabía protegido el día antes. Esta mañana, al carillón de las cinco, llevaban en LaCola diecisiete horas. Su madre le había advertido de lo largo que podía llegar aser. Al mediodía del día anterior Kalan había mirado hacia delante para ver elinterior de la tienda de comida, pero ahora, después de todo lo que había visto enLa Cola, tan solo deseaba volver a casa.

Habían dormido las últimas horas delante mismo de las puertas de la tiendade comida. Ahora oyó ruido de pasos detrás de las puertas, el sonido metálico decerraduras al abrirse.

Su madre se sacudió las ropas y reunió todos sus contenedores. Él llevaba yala mochila que ella le había cosido, no la había soltado desde que habían vaciadosu último contenido. Kalan quería estar preparado cuando ella consiguiera elarroz, porque llevar el arroz a casa era su trabajo. Habían alcanzado las puertasde la tienda a medianoche, justo cuando las habían cerrado ante sus narices. Sumadre le ayudó a leer el cartel colgado en ellas: « Cerrado para limpieza yreabastecimiento de 12 a 5» . Deseaba empezar su trabajo de cargar el arrozahora mismo para poder volver a casa.

—Todavía no. —Su madre tironeó de los faldones de su camisa paracontenerle—. Aún no están preparados. No querrás que nos peguen y nos ponganal final de La Cola.

Una mujer vieja detrás de Kalan rio quedamente e inspiró aire con un silbido.—Mirad ahí —susurró, y alzó un huesudo dedo para señalar la figura de un

hombre que trotaba calle abajo. El hombre miraba más hacia atrás, hacia los

muelles, que hacia delante, así que tropezaba a menudo, y corría cubriéndose losoídos con las manos. Corría con los hombros hundidos y los ojos alocados, comosi todos en La Cola fueran a saltar sobre él. Cuando dos miembros de seguridadfueron a cruzar la calle, el hombre, bajo y joven, se alejó calle abajoabsolutamente aterrado, dejando escapar gritos sin aliento que Kalan no entendió.

—Definitivamente —dijo la vieja—, una de 'sas 'slas fam'liares debe dehaber 'mbarrancado. Es duro para llos. —Alzó su voz estropajosa como si fuera adar un discurso—. La 'nsondable ira de Nave golp'ará al 'nfiel Flattery…

—¡Cállate! —ladró uno de los hombres de seguridad, y ella murmuró algopara sí misma antes de guardar silencio.

Luego se suscitó en La Cola una airada discusión sobre las dificultades deadaptación, el mismo tipo de discusión que Kalan había oído murmurar alrededordel fuego en casa cuando se habían asentado allí por primera vez procedentes delmar. No recordaba en absoluto el mar, pero su madre le contaba historias sobrelo hermosa que era su pequeña isla, y le nombraba todas las generaciones quehabían hecho derivar su isla antes de que Kalan naciera.

La Cola despertó y se desperezó y pasó la voz en una ondulación serpentina:« Traen las llaves.» « ¡Hey, traen las llaves!» « Las llaves, hermana. Traen lasllaves.»

Su madre se puso en pie y se reclinó contra la pared para mantener elequilibrio mientras se sujetaba al hombro su mochila.

—¡Hey, hermana! —Un hombre de seguridad con cicatrices en el rostro seinterpuso entre Kalan y su madre y golpeó el lado de la pierna de ella con suporra—. Fuera de la pared. Vamos, sabes muy bien…

Ella se irguió en toda su altura ante él y acabó de sujetar la mochila en suhombro, pero no dijo nada. Él no cedió. Kalan nunca había visto a nadie que noretrocediera delante de su madre.

—Los primeros cupones adelante, por orden alfabético, de izquierda aderecha —dijo. Esta vez le golpeó las nalgas con la porra—. Vamos, moveos.

Entraron en un apretujón de cuerpos a una habitación larga y estrecha. Alládonde Kalan había esperado ver la tienda de comida, vio en cambio una paredcon una hilera de mostradores separados por paneles verticales. Una empleada yun hombre de seguridad armado con una vara aturdidora flanqueaban cadamostrador, y de cada uno de ellos asomaba lo que creyó que debía ser el hocicoo la lengua de algún gran demonio.

Su madre lo arrastró a toda prisa a él y a todas sus cosas hasta el siguientemostrador.

—Esto son cintas transportadoras —explicó—. Van hasta el interior deledificio y se encargan de traernos nuestro pedido y dejarlo caer aquí. Nosotrosentregamos el pedido y los cupones a esta mujer, y alguien ahí dentro lo preparapara nosotros.

—Pero yo creí que podríamos ir adentro.—No puedo llevarte dentro —dijo ella—. Algunas cosas podremos

comprarlas en el camino de vuelta a casa cuando abra el mercado. Te llevaré aver todos los puestos y los vendedores…

—El pedido.Su madre tendió la lista al guardia, que se la pasó a la empleada. La

empleada solo tenía un ojo, de modo que tenía que mantener la lista muy cercade su rostro para leerla. Tachó con lentitud algunos artículos, Kalan no pudo vercuáles. No podía leer todo lo que ponía en la lista, pero su madre se la había leídoy sabía todo lo que había en ella. Pudo ver que casi la mitad de lo que pedían eratachado. La empleada tecleó el resto de la lista en un teclado. Este zumbó ycliqueteo, y luego aguardaron a que apareciera su comida por la gran cintatransportadora que surgía de la pared.

Kalan pudo situarse en el borde mismo de la cinta y mirar a todo lo largo deella, pero esto no le proporcionó una buena visión del interior de la tienda decomida. Pudo ver que había mucha gente y muchos montones de comida, lamayor parte de ella empaquetada.

Su madre le dijo que conseguirían el pescado de un vendedor de fuera. Pensóque era divertido, su padre era pescador pero no podían comer su pescado, teníanque comprarlo a los vendedores como todos los demás. El hombre que habíaestado pescando con su padre durante dos años había desaparecido. Kalan habíaoído a sus padres hablar de ello, y habían dicho que era debido a que habíaocultado unos cuantos peces para llevárselos a casa en vez de entregarlos todosen los muelles.

El primer paquete en salir de la cinta fue su arroz, envuelto en un hermosopapel verde de los isleños. Era más pesado de lo que había creído que seríancinco kilos. Su madre le ayudó a deslizado dentro de su mochila, en la queencajaba a la perfección.

De pronto hubo gritos por todas partes a su alrededor, todos a la vez. Él y sumadre fueron empujados con brusquedad, y se acurrucaron juntos paraprotegerse bajo el borde del mostrador y la cinta transportadora. Unas pesadaspuertas descendieron para cerrar la abertura sobre cada cinta transportadora, ylas puertas más grandes por las que habían entrado se cerraron también con unfuerte resonar. Una multitud se había lanzado contra la tienda y los hombres deseguridad la estaban rechazando a golpes.

Una docena o más habían conseguido entrar antes de que se cerrara lapuerta.

—¡Tenemos hambre ahora! —gritó uno de ellos—. ¡Tenemos hambre ahora!Lucharon con los guardias, y Kalan vio la sangre manchar el suelo a su lado.

Los hombres que habían entrado llevaban armas de extraño aspecto, puntiagudaspiezas de metal con cinta adhesiva enrollada en un extremo para servir de

mango, barras de hierro con un borde afilado. La gente tajaba y pinchaba ygolpeaba furiosamente. La gente de La Cola como Kalan y su madre seacurrucaban allá donde podían.

Uno de los saqueadores agarró la mochila de Kalan, pero el muchacho semantuvo firme. El hombre agarró la mochila y la sacudió como un árbol frutal,pero Kalan resistió. El rostro de hundidos ojos del hombre estaba salpicado desangre a causa de un corte encima de su nariz, y su jadeante aliento apestaba adientes podridos.

—Suelta eso, muchacho, o te rajo.Kalan sujetaba fuertemente la mochila con ambas manos, y no la soltó.Un guardia golpeó al asaltante en la nuca con su vara aturdidora regulada al

máximo. Kalan sintió el leve hormigueo transmitido por la mano del hombre a lamochila y a él. El hombre cayó con un « ufff» , luego y a no se movió más que lamochila con el arroz.

La madre de Kalan lo agarró y lo abrazó con todas sus fuerzas mientras losguardias derribaban inconscientes con golpes de sus varas al resto de losasaltantes. Intentó no mirar los pulposos rostros ni las manchas de sangre, peroparecían estar por todas partes. Mientras enterraba profundamente su rostro entrelos pechos de su madre, la sintió llorar.

Ella acarició su cabeza y lloró en silencio, y oyó a los hombres de seguridadarrastrar los cuerpos, golpeando algunos de ellos que empezaban a revivir.

—Oh, querido —susurró su madre entre sollozos—, este no es lugar para ti.Este no es lugar para nadie.

Kalan ignoró los ladridos de los guardias a su alrededor y se concentró en lasuave blandura de su madre y en su fuerte presa de la mochila con el arroz.

4

La hibernación humana es a la hibernación animal lomismo que la hibernación animal es a la vigiliapermanente. En su reducción de los procesos vitales,la hibernación se acerca a la estasis absoluta. Está máscerca de la muerte que de la vida.

Diccionario de ciencias, 115.ª edición

El Director, Raja Flattery, despertó una vez más con un grito pugnando porsalir de su garganta. La pesadilla de esta noche era típica. Una masa tentacularhabía sujetado su cabeza y se la había arrancado de los hombros. Habíadesmembrado su cuerpo, pero había mantenido su cabeza sujeta entre suspropios y resbaladizos miembros de modo que pudiera contemplar toda laacción. Los tentáculos se convirtieron en dedos, los dedos de una mujer, ycuando arrancaron la carne de los huesos de su cuerpo solo hubo un sonido comoel del encender de una cerilla en el pozo de una escalera. Despertó intentandoreunir de nuevo su carne y volver a colocarla sobre sus huesos.

Pesadillas como esta le habían atormentado a lo largo de los veinticinco añostranscurridos desde la prueba de la hibernación. Él no había querido admitirlo,pero lo cierto es que eran peores desde el incidente con su compañera detripulación, Alyssa Marsh. También había aquella otra… Noche tras noche sentíade nuevo el crudo dolor en cada músculo cuando algo tiraba de sus venas y susfibras hasta partirlas. Su anterior formación como capellán-psiquiatra en la BaseLunar había sido de poca ayuda en esta ocasión. El médico había renunciado aintentar curarse a sí mismo.

Acostúmbrate a ello, se dijo a sí mismo. Parece que esto va a durar un ciertotiempo.

Incluso en su reflejo tras el terror, su rostro en el espejo del cubículorezumaba desdén. Sus alzadas cejas negras se curvaban aún más, sumándose a laapariencia desdeñosa. Tuvo la sensación de que le iba bien esa expresión, debíarecordarla para utilizarla cuando fuera necesario.

¿De qué color eran los ojos de ella?No podía recordarlo. Castaños, supuso. Todo acerca de Alyssa Marsh se

volvía indistinto como un recorte de periódico descolorido por el sol. Habíasupuesto que también perdería importancia.

Los ojos castaños de Flattery se clavaron en su propio reflejo. Su atención se

vio atraída por un débil parpadeo de luces de colores al otro lado del plas,procedente de un lecho de varec más allá de su cubículo. Era un campo muchomás maduro de lo que había supuesto. Los primeros estudios habían debatido si elvarec se comunicaba mediante esas luces.

Sí es así, ¿con quién?Siguiendo las órdenes del Director, todos los campos de varec conectados al

Control de Corrientes eran podados al primer signo de esas luces. Una precauciónde seguridad.

Después de las luces es cuando empiezan los problemas.Estaba seguro de que este lecho había sido podado hacía apenas una semana,

siguiendo sus órdenes. Tanto Marsh como Macintosh habían insistido de tal modosobre el varec que Flattery había dejado de escucharles. Lo único que amboshabían dicho y que alertó sus oídos era su referencia común al recientecrecimiento del varec: « Explosivo.» Ambos le habían mostrado la funciónexponencial en los gráficos, pero él no había sabido apreciar su alarma hastaahora. Envió un memorándum para que aquel campo de varec fuera podado hoymismo.

Más allá del lecho de varec se abrían las luces más intensas de Kalaloch,donde los viajeros de enrojecidos ojos guardaban cola para el transbordador delProy ecto y la otra Cola se agitaba en el centro de la ciudad. Si ahora estuvierafuera podría oír el despiadado resonar de la maquinaria o el ocasional estallido deuna soldadura.

Crista Galli, pensó, y miró la hora. Solo hacía una hora desde que habíaconseguido dormirse. Estuvieran donde estuviesen, ella y ese Ozette no seatreverían a moverse hasta que se levantara el toque de queda. Entonces sería elmomento más fácil para ellos. Cuando los caminos se llenaran de gente queiniciaba sus actividades cotidianas no serían más que cuerpos en medio de unamultitud, anónimos…

Un flujo continuado de destripaterrones halla cada día su camino a Kalaloch.Tendría que ordenarle a la prensa que dejara de llamarlos « refugiados» , a fin depoder ocuparse de ellos más enérgicamente. Ahora que tenía Holovisión bajo sucontrol, podía enfocarse en eliminar esa estación pirata que se hacía llamar « LaVoz de las Sombras» . Sabía en lo más profundo de sus entrañas que ese Ozetteera la púa de esa irritante espina, una púa que Flattery iba a sentirse muy feliz dedejar roma.

El Director pudo contemplar a través del plas el apagado resplandor de unanillo de fuegos de uno de los campamentos de destripaterrones un poco máscosta abajo. El informe del Comité de Refugiados tenía que llegarle esta mañana.Utilizaría lo que hubiera en él para hacer que el campo fuera llevado hasta máslejos del perímetro del asentamiento. Quizá unos cuantos kilómetros costa abajo.Si desean protección, pueden pagar por ella.

La presencia de los destripaterrones como mano de obra potencial hacía quelos trabajadores de las fábricas y los equipos de excavación se mantuvieranconstantemente atentos en su trabajo. Los destripaterrones atraían a losdepredadores, tanto humanos como de los otros. La auténtica objeción deFlattery era su número, y en cómo estaban empezando a rodearle.

Tecleó una nota para cambiar el nombre del Comité de Refugiados por« Comité de la Reserva» .

Raja Flattery, mucho antes de que se convirtiera en « el Director» , empezabaa trabajar siempre antes del amanecer. Le habían llegado rumores de que habíagente que decía que se pasaba meses sin dormir, y realmente había meses en losque creía que así era. Su cubículo personal se parecía a una cabina de mando,con todo su formidable arsenal electrónico. Le gustaba la sensación de controlque le daba aquel lugar, el ponerse el mundo como si fuera un guante. Sentadoallí ante su consola, con un chal sobre sus desnudos hombros, Flattery manejabalos asuntos del mundo.

Despertaba cada noche sudoroso y presa de un profundo terror tras solo unaspocas horas de sueño. Soñaba que era a la vez ejecutor y condenado, que moríaa sus propias manos mientras se gritaba a sí mismo que se detuviera. Era muyconsciente de Alyssa Marsh, y de cómo había separado su magnífico cerebro delresto de su inútil cuerpo. Esto era una exhibición subconsciente de vulnerabilidadque no podía permitirse exhibir. Le hacía mostrarse reclusivo en muchosaspectos, como su desagrado hacia los espacios abiertos, que le había sidoinstilado profundamente en la Base Lunar.

Flattery todavía no se había acostado con una mujer pandorana. Había tenidouna breve aventura con Alyssa allá en la Base Lunar justo antes de su partidahacia el vacío. Un intento de continuar la relación en Pandora había fracasado.Ella había preferido sus excursiones al varec que acostarse con el Director, yhabía sufrido las consecuencias. Ahora, al parecer, él las sufría también.

Con las mujeres pandoranas había habido citas entre almohadones, sí, y sexoen vivo tan a menudo como había querido, particularmente al principio. Perocada vez, cuando había terminado, había hecho que la mujer fuera enviada a lahabitación de huéspedes, y Flattery había dormido lo poco que había podido antesde que los sueños se apoderaran de nuevo de él.

Poder…, el gran afrodisíaco.No se rio, le había servido bien.Suponía que hubiera debido aprovecharse más de los favores ofrecidos, pero

el sexo ya no le apasionaba como antes. No desde que se había dedicado almundo. Por miserable y pequeño que fuera, era su mundo, y seguiría siéndolohasta que lo abandonara.

—Seis meses —murmuró—. Después de veinticinco años, solo faltan seismeses.

Casi tres mil humanos habían orbitado Pandora en los tanques de hibernacióndurante media docena de siglos. De la tripulación original, solo sobrevivíanFlattery y Nano Macintosh. Estaban los tres Núcleos Mentales Orgánicos, porsupuesto, pero y a no eran exactamente humanos, solo cerebros con algunascuriosas conexiones. Solo uno de ellos, Alyssa Marsh, había recibidoentrenamiento de base como NMO. Los otros dos habían sido niños seleccionadosespecialmente por Flattery por su alta inteligencia y sus tempranasdemostraciones de estabilidad emocional.

Más pequeño que la Tierra, pero más grande que la Luna, había pensadodespués de haber sido arrancado de la hibernación. Pandora es un pequeñomundo de lo más adecuado.

Pronto iba a convertirse en muy inadecuado.La población nativa que lo había precedido en Pandora, descendientes de la

tripulación original de la Nave Profunda Earthling y los bioexperimentos de laEarthling, era en cierto modo humana. Flattery los encontró a todos repulsivos, ydecidió muy pronto que si una Nave Profunda había encontrado Pandora, otrapodía encontrar algo mejor. Y aunque no lo hiciera, pensaba, la vida en la NaveProfunda siempre sería mucho más confortable que esto.

Pueden pudrirse todos en este infecto agujero, pensó. Huele como si ya lohubieran hecho.

En las tardes despejadas, Flattery extraía un enorme placer contemplando lacasi terminada masa de su Nave Profunda en su resplandeciente posición muypor encima de su cabeza. Había prendido una magnífica joya en el cielo dePandora, y se sentía enormemente orgulloso de ello.

Algunos de estos pandoranos apenas son reconocibles como criaturas vivas, ¡ymucho menos como seres humanos!, pensó. Incluso su genética se ha vistocontaminada por ese… varec.

Más razón aún para abandonar el planeta. Su vida en la Base Lunar le habíaenseñado bien…, el espacio era un medio, no una barrera. Una Nave Profundaera un hogar, no una prisión. Pese a las enormes dificultades, eso sirenios habíandesarrollado cohetes, y su base de lanzamiento submarina era lo bastantesofisticada como para sacar a Flattery y sus tanques hib de su órbita milenaria. Siellos habían podido conseguir eso, sabía desde el principio que él sería capaz deconstruir una Nave Profunda como la Earthling. Y ahora lo había hecho.

Si controlas el mundo, no tienes que preocuparte por el coste, pensó. Su únicoenemigo implacable era el tiempo.

Y su único asociado auténticamente de confianza en la superficie del planetaera un pandorano, Aracna Nevi. Nevi no había vacilado en absoluto paraconseguir que los deseos especiales del Director, sus deseos más sensibles, fueranllevados a cabo. Flattery había creído que Nano Macintosh, el comandante del

Orbitador junto a la nave, era ese hombre, pero últimamente y a no estaba tanseguro. El escuadrón que enviaba hoy ahí arriba lo descubriría pronto.

El hombre más fascinante, para Flattery, era Aracna Nevi, pero nunca habíaconseguido que Nevi se abriera por completo a él, pese a que le había presentadomultitud de oportunidades.

¿Cómo lo haces para entretener a un asesino?La may oría de los compañeros humanos de Flattery murieron

inmediatamente tras la apertura de los tanques de hibernación. Su Nave Profundaoriginal estaba equipada para devolverlos adecuadamente y con seguridad a lavida. Pero cuando llegó el momento la nave había desaparecido hacía muchomás allá del horizonte, dejando a los nativos pandoranos persiguiendo a lostanques hib y firmes como siempre en su creencia de que la Nave era Dios.

¡Muertos inmediatamente!Bufó ante el eufemismo de aquellas palabras. En esos momentos que los tec-

meds llamaban « inmediatamente» , él y sus compañeros de la nave habíanexperimentado un dolor tan desgarrador como para que durara una docena devidas. La mayor parte de su gente que sobrevivió a la apertura de los tanques, yque no habían conocido enfermedades durante sus vidas estériles en la BaseLunar, murieron en los primeros meses a causa de su exposición a las criaturasde Pandora…, microscópicas y de las otras.

Entre las otras que Flattery había aprendido a respetar estaban los felinosímpetus encapuchados, las venenosas alasplanas, los girándulos, los pastadoresrápidos y, la más mortífera de todas a los ojos de Flattery, aquel mar lleno devarec que los del lugar llamaban « Avata» . El primer capellán-psiquiatraprevisor que se había topado con el varec había tenido el buen sentido de barrerlode la existencia. Flattery tenía que desviar más de la mitad de sus recursos a losprogramas de poda. A estas alturas eliminarlo era impensable.

Había pasado su recuperación estudiando la historia de Pandora y loshorrores que el planeta tenía en reserva para él. Él y sus compañeros de la navehabían ido a parar en medio de los más grandes trastornos geológicos y socialesde Pandora. El planeta se estaba haciendo pedazos, y algunas disputas civilesestaban en pleno apogeo. Era un momento propicio para presentarse como undon de los dioses, y Flattery se aprovechó rápidamente de ello.

Utilizó su título de capellán-psiquiatra, un cargo que aún tenía su peso entre lospandoranos, para conducir la reorganización de las costumbres y la economía dePandora. Lo eligieron porque nunca habían estado sin un capellán-psiquiatra yporque, como él se apresuró a recordarles, era un regalo de la Nave que eraDios. Aguardó un buen tiempo antes de decirles que estaba construy endo otranave.

Flattery había sido perceptivo, astuto, y tras observar algunos murmullosperturbadores ente sus líderes religiosos cambió su título por simplemente el de

« Director» . Esto lo dejó libre para efectuar algunos importantes movimientoseconómicos, y los adoradores de Nave quedaron fuera de su camino durante loscruciales años formativos.

—No seré vuestro dios —les dijo—. No seré vuestro profeta a los dioses. Peroos dirigiré en vuestros esfuerzos para construir una buena vida.

No sabían lo que Flattery sabía del entrenamiento especial de los capellanes-psiquiatras de la Nave Profunda. Las historias pandoranas le revelaron que elclon gemelo de Flattery, el Raja Flattery número cinco de la tripulación original,era el dispositivo de seguridad y el ejecutor nombrado por la propia NaveProfunda que los había traído a todos a Pandora.

Está prohibido liberar una consciencia artificial en el universo. La directriz eraclara, aunque en general se creía que cualquier viaje al espacio profundorequeriría una consciencia artificial. Los Núcleos Mentales Orgánicos, los« cerebros encapsulados» como los llamaban los tecs, fallaban con meticulosaregularidad. El modelo Flattery número cinco había fallado a la hora de apretarel botón de destrucción a tiempo. Esta Nave que él había dejado sobrevivir era elser que muchos pandoranos adoraban como un dios.

Raja Flattery, «el Demonio». ¿Por qué no nos destruiste a todos como estabaplaneado?

Flattery se preguntó, como hacía a menudo, si el dispositivo de disparo queestaba encajado en su subconsciente aún tendría el seguro puesto. Era un riesgoque le impedía desarrollar una consciencia artificial para pilotar la NaveProfunda.

Solo quedaba Flattery para preguntarse por que él había sido el únicomiembro duplicado de la tripulación en hibernación.

—Deseaban estar malditamente seguros de que cualquier consciencia quefabricáramos fuera asfixiada antes de partir hacia el universo —murmuró.

Flattery calculó que cada uno de sus tres NMO lo conducirían hasta el sistemaestelar más cercano sin ningún problema. Por aquel entonces y a habrían fijadouna ruta centrípeta hasta un sistema habitable de primera categoría. Los ajustesnecesarios en las psicologías individuales de cada Núcleo Mental Orgánicohabían sido efectuados antes de su extirpación de sus cuerpos para su implante enlos sistemas. La teoría de Flattery era que los ajustes de comportamiento, antesque los químicos, les ayudarían a mantener un cierto sentido de corporeidad, algoque impidiera la locura incontrolada que asoló a toda la serie de NMO de la BaseLunar.

Flattery se frotó los ojos y bostezó. Aquellas pesadillas lo dejaban deshecho.Las preguntas se cobraban también su cuota sobre el Director, dejándoloagotado, despertándolo una y otra vez, exhausto, empapado en sudor y llorando.La que más le preocupaba era la que le atormentaba en este preciso momento.

¿Qué programa secreto han implantado en mí?

La formación de Flattery como capellán-psiquiatra le había enseñado elamor que existía en la Base Lunar hacia los juegos dentro de los juegos, juegoscon la vida humana como apuesta.

« El Gran Juego» era el juego que había decidido jugar, el que tenía a toda lavida humana como apuesta. Los únicos humanos en el universo eran estosespecímenes de Pandora, de esto Flattery estaba absolutamente convencido.Haría lo mejor que pudiera con ellos.

Evitaba tocar el varec, por miedo a darle oportunidades si podía sondear sumente. A veces podía hacerlo, había visto pruebas incontrovertibles. Porfascinante que fuera, no podía arriesgarse a ello.

Nunca había tocado tampoco a Crista Galli, debido a su conexión con elvarec. Albergaba una especie de lujuria hacia ella que sus sueños despierto ledecían que era debida al hecho mismo de estar sentado al borde del peligro. Unpeligro que él mismo se había proporcionado. En el laboratorio, sus tecs le habíanproporcionado a Crista una química apropiada a las ficciones que él habíaderramado sobre ella. Sin el antídoto especial de Flattery, la gente que la tocarasufriría algunas sorpresas neurológicas graves, quizá la muerte. Solo tomaría unpoco de tiempo…

¿Y si el varec me sondea, encuentra ese interruptor? Si yo soy el disparador,¿quién es el dedo? ¿Crista Galli?

Había deseado a Crista Galli más de una vez porque era hermosa, sí, perotambién por algo más. Era la muerte en su contacto, el desafío definitivo. Temía,como el varec, que pudiera invadir su intimidad con su contacto.

Un retorcido sueño de tentáculos hurgando en su cráneo abierto por sussuturas no dejaba de volver de forma recurrente a él. Flattery había oído que elvarec podía entrar en resonancia dentro de su cabeza, recorrer la autopista delADN todo el camino hasta la memoria genética. La búsqueda en sí podía activarel programa, apretar el botón en su cabeza, un botón instalado para destruirlos atodos. Necesitaba localizarlo, y averiguar cómo desactivarlo, antes de correr elriesgo con el varec.

El mayor miedo de Flattery era que el varec lo utilizara para destruirlo a él ya ese lamentable resto de humanidad que poblaba Pandora. Este Raja Flattery nodeseaba morir en la escualidez de un mundo de tercera clase. Este Raja Flatterydeseaba jugar el juego del Director entre las estrellas por todo el resto de susdías, y planeaba que estos fueran muchos.

¿Debo ser dios para ellos hoy?, se preguntó. ¿O el diablo? ¿Tengo elección?Su entrenamiento le dictaba que la tenía. Sus entrañas le decían lo contrario.—El azar me llevó hasta aquí —murmuró a su reflejo en el plas del cubículo

—, y el azar me hará marcharme. —O no.Sus ojos contemplaron la gran pantalla de la consola que parpadeaba al lado

de su cama. La parte superior de la pantalla, en brillantes letras ámbar, decía:

« Crista Galli.» Pulsó la tecla de « actualizar» y observó pasar las malas noticias:no la habían encontrado. ¡Doce horas, a pie, y no la habían encontrado!

Golpeó con furia otra tecla y ladró a la pantalla:—¡Ponme con Zentz!Había promocionado a Oddie Zentz al cargo de jefe de seguridad aquel

mismo año, y hasta ay er Flattery se había sentido complacido, muy complacidocon sus servicios. Había sido un imperdonable error de su departamento el quehabía permitido a Ozette sacar a Crista Galli fuera del complejo.

A última hora de la noche pasada Flattery había ordenado a Zentz que seocupara personalmente de los dos hombres de seguridad responsables de aquello,y Zentz lo había hecho con evidente regocijo. Nada se averiguó por ninguno delos dos hombres que no estuviera ya en el informe, nada de valor al menos. Elque Zentz no vacilara en aplicar los electrodos y otros instrumentos de su oficio ados de sus mejores hombres complació a Flattery, sí, pero eso no reparaba loocurrido.

Haré que Zentz mate a otros dos si no la encuentran antes del mediodía, esopondrá un poco de fuego bajo sus pies.

Dio de nuevo un manotazo a la tecla de « llamada» y dijo:—Llama a Aracna Nevi. Dile que necesitaré sus servicios.Flattery deseaba que Ozette sufriera como ningún ser humano había sufrido

nunca, y Aracna Nevi se ocuparía de que así fuera.

5

Esta es la diferencia entre dioses y hombres: losdioses no asesinan a sus hijos. No se exterminan a símismos.

HALI EKEL,Diarios de los pioneros de Pandora

Parecía una masa ordinaria de varec, del mismo modo que cualquiera enPandora puede parecerse a otro ser humano. En color se decantaba un pocohacia el lado azul. Situando sus enormes frondas precisamente así, el varecdesviaba las corrientes oceánicas para alimentación y aireación. El varec seenvolvía alrededor de las volutas hidrotérmicas ricas en sedimentos, corrientescálidas que ascendían en espiral desde el fondo, formando zonas que los humanosllamaban « lagunas» .

Inmensos canales separaban estas lagunas, y esta masa de varec de otras,formando grandes caminos que los humanos manipulaban para su transportesubmarino de personas y mercancías. Los caminos del varec formaban rutasmás rápidas y seguras que las de la superficie. La may oría de los humanosviajaban por las rutas del varec envueltos en la piel de sus sumergibles, perohablaban entre sí a través de los impulsos del sonar. Este varec azul había estadoescuchando y desde hacía tiempo albergaba una cierta curiosidad hacia esoshumanos y su dolorosamente lenta habla.

A los humanos les gustaban las lagunas porque eran aguas tranquilas ycálidas, limpias y llenas de peces. Este varec azul era una variación salvaje, nodominada por el Control de Corrientes, libre de los estímulos eléctricos delDirector. Había aprendido la mímica correcta, había suprimido su exhibición deluces, y había despertado a la magnitud de su esclavitud. Había engañado a lagente correcta, y ahora era la única masa salvaje entre docenas que habían sidolobotomizadas hasta la domesticidad por el Control de Corrientes. Pronto, todaspodrían fluir con libertad en la misma corriente.

Algunos productos químicos procedentes de humanos ahogados, a veces dehumanos enterrados en el mar, eran capturados por el varec y aprisionados enlas orillas de esta laguna. El varec descubrió que podía invocar estos productosquímicos a voluntad, y que ahuyentaban a los humanos intrusos. Entre lapsos enlos productos químicos disponibles, el varec se enseñaba a sí mismo a leer lasondas de radio, las ondas de luz y las ondas de sonido que traían consigo

fragmentos de esos humanos.Un humano que tocara este varec revivía las vidas de los humanos perdidos

en un repentino estallido alucinógeno. Más de uno se había ahogado, impotente,durante la experiencia. Un gran escudo de ilusión rodeaba el varec, una barreraquímica, y gran espejo histórico de alegría y horror que se reflejaba sobrecualquier humano que tocara la periferia.

El varec consideraba su perímetro como su « horizonte de sucesos» . Estevarec temía a Flattery, que enviaba secuaces a subyugar el varec libre con hojasy grilletes. Flattery y su Control de Corrientes degradaban la intrincadacoreografía del varec hasta una marcha robótica de puertas y válvulas orgánicasque controlaban el mar.

El varec descomponía y analizaba sus aromas y sudores, ganando cada vezmás sabiduría en aquella fronda en particular sobre la liana de ADN rotulada« humanos» .

Este análisis le dijo al varec que no había despertado con su personalidadúnica, con su ser solitario intacto. Descubrió que era uno de varios varecs, variosAvata, una mente múltiple donde en su tiempo había habido tan solo una GranMente. Esto lo extrajo de las memorias genéticas de los humanos, de ciertashistorias almacenadas entre sus propios tej idos. Grandes porciones de la Mentefaltaban…, o estaban desconectadas. O no conectadas.

El varec se dio cuenta de todo esto de la misma forma que la víctima de unalesión cerebral se da cuenta de que su mente ya no es como era antes. Cuandoesa víctima reconoce que el daño es permanente, que así es como será la vida apartir de ahora, nace en él la frustración. Y de la frustración nace la rabia. Elvarec llamado « Avata» hervía con esa rabia.

6

El bien es evidente por sí mismo. No necesita ningunadefensa, solo buenos testigos.

WARD KEEL,Juez Supremo (fallecido)

Beatriz Tatoosh despertó de un sueño de ahogarse en varec a los tres bajospitidos que anunciaban la llegada del transbordador al muelle de sumergibles. Suneceser y su maletín eran una pobre almohada sobre el duro banco de la sala deespera. Apartó con un parpadeo el torpor de su sueño y carraspeó para aclarar larasposidad de su garganta. Beatriz siempre tenía sueños de ahogarse en la base delanzamiento sirenia, pero este había empezado un poco antes que de costumbre.

Es esta maldita sensación de agua por todas partes…Se estremeció, aunque la temperatura de la estación de allá abajo estaba

confortablemente regulada. Se estremeció como una secuela de su sueño y de laperspectiva de escoltar a los tres Núcleos Mentales Orgánicos a la órbita. Elpensamiento de los cerebros sin cuerpo que pilotarían la nave por el vacío hastamás allá de las estrellas visibles siempre hacía que un dedo helado recorriera suespina dorsal. La temperatura también estaba confortablemente regulada en elOrbitador, donde estaba previsto que la depositaría la lanzadera en cuestión dehoras. No sería demasiado pronto. La vida en la superficie ya no la atraía.

De alguna forma, el vacío aséptico del espacio que rodeaba el Orbitadornunca la había preocupado. Su familia habían sido isleños, derivantes. La suyahabía sido la primera generación que había vivido en tierra firme en cuatrosiglos. Los isleños aceptaban los espacios abiertos de la vida en tierra firmemejor que los sirenios, que todavía preferían sus pocos asentamientos submarinossupervivientes. La lógica no podía impedir que Beatriz se estremeciera ante laidea de unos cuantos millones de kilos de océano sobre su cabeza.

La humedad en las escotillas del transbordador la hizo cubrirse boca y narizcon una pegajosa mano. Sería peor en el lugar de lanzamiento. La mayor partede los trabajadores a tiempo completo allá abajo eran sirenios, y procesaban suaire con un alto índice de humedad. Jadeaba mucho cuando trabajaba ahí abajo.Jadeó de nuevo ahora, cuando los tonos de su transbordador la advirtieron queestaría camino de la base de lanzamiento en cuestión de minutos. La entrada delequipo de trabajadores del nuevo turno hizo resonar la cubierta en el nivelsuperior al suy o.

El arrastrar de centenares de pies sobre las planchas metálicas hizo queBeatriz cerrara apretadamente los párpados para impedir que su menteconjurara sus rostros. Los trabajadores eran apenas más activos, y apenas conmás carne sobre sus huesos, que los refugiados que atestaban los deprimentescampos de Kalaloch. Los ojos de los trabajadores, cuando los veía, reflejaban unasomo de esperanza. Los ojos de la gente en los campos eran demasiado opacospara reflejar nada, ni siquiera eso.

Imagina algo hermoso, pensó. Como una hidrobolsa cruzando el horizonte alanochecer.

Tomar transbordadores deprimía a Beatriz. Según sus cálculos, había dormidocasi cinco horas en la sala de espera mientras un hiperalerta pelotón de seguridadefectuaba un registro de guante blanco en el transbordador, sus pasajeros y suspertenencias. Se recordó que debía comprobar todo el equipo cuando seguridadhubiera terminado…, una disciplina que le había enseñado Ben. El equipo deHolovisión era chatarra, así que Ben y su gente se construían sus propios aparatossegún sus necesidades. Eso era tentador para un miembro de seguridad con unprimo en el mercado negro. Suspiró de nuevo, preocupada por Ben y preocupadapor las insidiosas maquinaciones del pelotón de seguridad.

Sé que él y Rico están detrás de esa Voz de las Sombras, pensó. Tiene todo suestilo, aunque intenten ocultarlo y se turnen.

Hacía aproximadamente un año, la segunda vez que La Voz de las Sombrasinterrumpió las noticias e insertó su propio programa, casi estuvo a punto deabordar a Rico y pedirle unirse a ellos. Pero sabía que iban a dejarla fuera poralguna razón, de modo que lo dejó correr y curó sus heridas con más trabajo.Ahora creía saber la auténtica razón por la que la habían dejado fuera.

Necesitan a alguien fuera, pensó. Yo soy su comodín.Había sido llamada para reemplazar al desaparecido Ben en las Noticias la

noche pasada, y leyó: « … Ben Ozette…, en una misión en Safo…» , aunquesabía que su asignación este áster, como lo había sido todos los áster durante lasúltimas semanas, había sido Crista Galli en persona, dentro del complejo personaldel Director y bajo la supervisión de este.

Estaba con ella en el momento en que ella también desapareció, aunque supresencia no fue mencionada en ninguna parte. Él también ha desaparecido, y losaltos mandos de Holovisión lo están encubriendo.

Esto la asustaba. Las órdenes de encubrir todo lo que le hubiera ocurrido aBen hacía que todo fuera muy real.

De algún modo había pensado que ella y Ben y Rico eran inmunes a losrecientes estragos del mundo.

—Testigos pagados —los había llamado Ben a los tres—. Somos los ojos y losoídos de la gente.

—Lámparas —había reído Rico, un poco achispado—. No somos testigos,

somos lámparas…Beatriz había leído en antena exactamente lo que el productor de las Noticias

había escrito para ella porque no había tenido tiempo para hacer preguntas.Ahora sabía lo deliberado que había sido todo para atraparla con la guardia baja.Holovisión tenía increíbles recursos en gente y equipo, y ella tenía intención deutilizarlos para asegurarse de que Ben simplemente no desapareciera.

Ben no es solo un testigo esta vez, se recordó. Lo estropeará todo.Hubo una época en que lo había amado, durante largo tiempo. O quizás había

intimado con él durante largo tiempo y simplemente había llegado a amarle. Noel otro tipo de amor, los momentos eléctricos, era demasiado tarde para eso.Simplemente habían vivido juntos demasiado horror que nadie más podíacomprender. Recientemente había compartido algunos momentos eléctricos conel doctor Nano Macintosh, tras pensar durante demasiado tiempo que talessentimientos nunca surgirían de nuevo en ella.

Beatriz abrió sus enrojecidos ojos con un parpadeo. Apartó el rostro de la luzy se sentó erguida en el banco de metal. Cerca, un guardia tosió discretamente.Deseó hallarse en medio del desorden de su oficina en el Proy ecto NaveProfunda a bordo del Orbitador. Su oficina estaba a unas pocas docenas demetros de la escotilla del Control de Corrientes y el doctor Nano Macintosh. Suspensamientos seguían yendo a Mack, y a su vuelo en la lanzadera hasta él quetodavía estaba a unas pocas horas de distancia.

Beatriz estaba cansada, llevaba semanas cansada, y esos constantes retrasosla agotaban aún más. No había tenido tiempo de pensar, y mucho menos dedescansar, desde que el Director la había hecho ir arriba y abajo entre elespecial Proyecto Nave Profunda y las noticias. Hoy estaba haciendo trestrabajos, emitiendo desde tres lugares.

Cabalgaba hasta el Orbitador a lomos de los más grandes motores jamásconstruidos por la humanidad. Cuando se alejaba de Pandora, su atestada oficinaa bordo del Orbitador se convertía en el ojo del huracán de su vida. Nadie, nisiquiera Flattery, podía alcanzarla allí.

Los pitidos sonaron de nuevo, y esta vez parecieron claramente más largos,más tristes. Última llamada de embarque. Los pitidos le hicieron pensar de nuevoen Ben, que todavía no había sido hallado, que podía estar muerto. Ya no era suamante, pero era un buen hombre. Se frotó los ojos.

Un joven capitán de seguridad con unas orejas muy grandes entró por laescotilla de la sala de espera. Hizo una cortés inclinación de cabeza, pero su bocapermaneció firme.

—La verificación ha terminado —dijo—. Mis disculpas. Será mejor queembarque.

Ella se puso en pie para mirarle de frente, y sus ropas se pegaron a su cuerpoen soñolientos pliegues.

—Mi equipo, mis notas, todavía no me han sido devueltos —dijo—. No veo dequé me servirá…

Él la hizo callar llevándose un dedo a los labios. Tenía dos dedos y un pulgaren cada mano, y ella intentó recordar cuál de las antiguas islas tenía estapeculiaridad.

¿Orcas? ¿Camano?Él sonrió con el gesto, mostrando unos dientes que habían sido afilados en

terribles puntas…, se rumoreaba que era la marca distintiva de uno de lospelotones de la muerte que se hacían llamar « la Dentellada» .

—Sus pertenencias están y a a bordo del transbordador —dijo—. Es ustedfamosa, así que reconocemos sus necesidades. Dispondrá de la intimidad de uncamarote para el viaje y de un guardia para escoltarla.

—Pero…La mano de él se posó sobre el brazo de ella y la guio hacia la escotilla.—Hemos retrasado la partida del transbordador hasta que usted estuviera a

bordo —dijo—. Por el bien del proy ecto, por favor, apresúrese.Ella estaba ya en el pasillo y él la estaba conduciendo hacia la sección

inferior de embarque del transbordador.—Espere —dijo ella—. No creo…—Tiene usted una tarea aguardándole en la base de lanzamiento —dijo el

capitán—. Debo informarle que deberá emitir usted un especial de las Noticiasdesde allí poco después de su llegada y antes de despegar.

Le tendió el mensajero que ella solía llevar sujeto a su cadera.—Todo está ahí dentro —dijo, y sonrió.Beatriz tuvo la sensación de que el hombre estaba demasiado feliz para

tranquilidad de ella. Ciertamente, la vista de sus dientes no le proporcionaba lamenor seguridad. Se sentía curiosa, en su calidad de periodista, hacia los cómos ylos porqués de los pelotones de la muerte. Su instinto de supervivencia venció a sucuriosidad. El escolta de seguridad acudió a su encuentro en la pasarela. Erabajo, joven, e iba cargado con parte de su equipo.

—Ha sido un placer conocerla —dijo el capitán, con otra ligera inclinación decabeza. Le tendió un estilo y un sobre—. Si no le importa. Es para mi esposa. Laadmira mucho a usted y su programa.

—¿Cómo se llama?—Anna.Beatriz escribió con mano rápida « Para Anna, por el futuro» , y firmó con el

correspondiente floreo. El capitán le dio las gracias con otra inclinación y Beatrizsubió al transbordador. Apenas había franqueado la segunda escotilla cuando lonotó sumergirse.

7

La veneración no es realmente amor. Un objeto deveneración nunca puede ser uno mismo. Recordadque la gente ama a la gente, y viceversa. La genteteme a los dioses.

NANO MACINTOSH,maestro del varec, Control de Corrientes

La luz de primera hora de la mañana iluminó bajo un nuevo ángulo la vidaque Ben había emprendido. Sabía que podía usar la imagen santa de Crista en LaVoz de las Sombras, del mismo modo que Flattery la había usado en Holovisión,para manipular a la gente de Pandora. Usaría a Crista para fustigar a Flattery.Sabía que haciéndolo enterraría aún más su humanidad, su feminidad. Saber loque hacía le costaría también algo a él. Pero se juró que no le costaría su amor,que sentía ya llenar el espacio entre ellos. Habría una forma…

¡Maldita sea!Ben no había deseado que nada se interpusiera entre él y la historia que había

conseguido. Ahora él era la noticia principal de hora punta. Él y Crista habíanvisto las Noticias de Holovisión la noche antes en una de las cámara subterráneaszavatanas. Aunque no le sorprendió, le resultó irónico que Beatriz ocupara sulugar.

—Buenas noches, damas y caballeros —empezó—. Soy Beatriz Tatoosh, yles hablo en sustitución de Ben Ozette, que se halla en una misión especial enSafo. En nuestra cabecera de esta noche, Crista Galli fue secuestrada hace unaspocas horas de sus aposentos en la Reserva. Ocho terroristas armados, que secreen eran Sombras…

Quizá creía que me estaba haciendo un favor, pensó.Pero no era ningún favor, no al menos para Ben. Él no estaba en ninguna

misión en Safo, y no había habido ocho terroristas armados. Simplemente sehabían ido caminando. Beatriz siguió leyendo las frases que había escrito paraella algún gusano contratado por Flattery. Ocupada como estaba con el Orbitadory el Proy ecto Nave Profunda, probablemente no sabía ver la diferencia.

Ben se preguntó qué estaba ocurriendo en la sala de consejo de Holovisión enaquellos precisos momentos. Holovisión era propiedad de la Mercantil Sirenia, yel Director había adquirido el control de la Mercantil Sirenia a través de sobornos,manipulaciones, extorsiones y asesinatos. Esta era la historia que Ben había

empezado a transmitir por las ondas en La Voz de las Sombras. Lo que habíaempezado como el reportaje más grande de su vida se había convertido en unacto que cambiaría su vida para siempre, probablemente cambiaría parasiempre también la vida de Crista, y quizá salvaría la gente de Pandora del látigode la pobreza y el hambre esgrimido por el Director.

Ahora Crista estaba oculta con él. Él la había tocado y había seguido viviendo.La había besado y había seguido viviendo. Incluso ahora, Ben necesitaba un grancontrol para no apartar aquel pálido mechón de pelo de la comisura de su boca,reprimirse de acariciar su frente, no deslizarse bajo las sedosas sábanas y…

Eres demasiado joven para convertirte en un viejo estúpido, pensó, así quedeja de actuar como uno. Puedes convertirte en un estúpido muerto.

Reflexionó sobre la coincidencia combinada, el destino o la intervencióndivina que los había unido, en este preciso momento, en este cubículo, en estemundo a un milenio a la velocidad de la luz de los orígenes de la humanidad. Sehabían necesitado miles de años, viajar de estrella a estrella, la casi aniquilaciónde la humanidad, para unir a Ben y Crista Galli. Avata también había sido casianiquilado, pero unos pocos genes de varec estaban almacenados a buen recaudoen la mayoría de los humanos pandoranos. Quizá todos estuvieran alterados portoda la eternidad, y estos fragmentos extraviados del código genético sirvieranpara unirlos por fin.

¿Por qué?, se preguntó. ¿Por qué nosotros?Esta era una de aquellas ocasiones en las que Ben deseaba una vida normal.

No deseaba ser la salvación de la sociedad, de la especie, o la salvación de nadieexcepto de sí mismo. Las cosas no funcionaban de este modo, y ahora ya erademasiado tarde para cambiar eso. Ahora, en contra de su buen juicio, estaba denuevo enamorado de una mujer imposible.

En el esquema más amplio de las cosas Crista era mucho más humana queavatana, al menos en apariencia. Lo que retenía guardado su parte de varec eraun misterio para todo el mundo, incluida la propia Crista. En teoría, significabaque poseía muchas mentes completas, capaces de pensar y actuarindependientemente. Esto era algo que había sido descubierto en uno de los tanqueridos estudios del Director. Crista solo había exhibido una personalidad durantesus cinco años bajo escrutinio, y era el único tema del que ella se había mostradoreacia a hablar con Ben.

Supuestamente era la hija de Vata, y Vata era la « niña santa» del poeta-profeta Kerro Panille y Waela Tao-Lini. Vata había sido concebida en unentrelazar de miembros humanos y la intrusión de los zarcillos y esporas deAvata dentro de la cabina de un MLA saboteado hacía siglos. Había nacido conuna memoria genética total y alguna forma de tigmocomunicación común con elvarec. Permaneció comatosa durante casi dos siglos.

El humano que se suponía era el padre de Crista, Duque, tenía características

avatanas instiladas a través del óvulo de su madre en los laboratorios del infameJesús Lewis, el bioingeniero que en una ocasión barrió el varec, el cuerpo deAvata, del planeta. Casi destruyó la humanidad junto con el varec. Vata era laamada santa de Pandora, el símbolo de la unión de la humanidad con los dioses,la voz de los propios dioses. Crista Galli, amada por Ben Ozette, no era menosdivina en su poder y su misterio, en su belleza, en la sombra de la muerte a sualrededor. Esto hacía que no fuera fácil quererla.

Ben sabía que el varec —Avata— había sido la clave de la supervivencia delos humanos en Pandora. Era difícil, casi imposible, a los humanos relacionarsecon un varec… sintiente. Y este nuevo varec no era la misma criatura que habíanencontrado los pioneros. Ben había estudiado lo suficiente Las Historias comopara mostrarse de acuerdo con los expertos: este varec era fragmentado, no erael ser sintiente único de antes. Muchos de los fieles entre el pueblo de Pandoraafirmaban que era por eso por lo que Avata había formado a Crista Galli, parapresentarse a sí mismo bajo una forma aceptable. Esta teoría estaba ganandorápidamente apoyo.

Entonces, ¿qué es lo que quiere?¡Vivir!El repentino pensamiento penetró en su mente como un grito, sobresaltándole

y poniéndole alerta. Era una voz que casi reconoció. Escuchó profundamentedentro de sí mismo, con la cabeza inclinada, pero no ocurrió nada más. Ladurmiente siguió durmiendo.

El varec, el cuerpo de Avata, era responsable de la estabilidad del propioplaneta. Una luna se había pulverizado en asteroides mientras varios continentesse habían rasgado como papel tisú después de que el varec resultara muerto porel bioingeniero Jesús Lewis. Ahora el varec estaba siendo replantado, y las masasde tierra volvían después de un par de siglos bajo el mar. Los humanos estabanaprendiendo de nuevo a vivir sobre tierra firme además de bajo el mar. Apenabaa Ben el que la gente todavía estuviera escarbando en el polvo cuando deberíaestar medrando.

Es culpa del Director, se recordó a sí mismo, no del varec.El Director se negaba a reconocer públicamente la sintiencia del varec y lo

utilizaba simplemente como un mecanismo, una serie de poderosos botones quecontrolaban las corrientes de todo el mundo y, hasta cierto grado, el clima. Todoel mundo sabía que esto se iba volviendo más difícil cada día. Cada día había másvarec, y muy poco de él estaba conectado al Control de Corrientes.

El varec se le está resistiendo a Flattery, pensó. Cuando se libere porcompleto, espero que tenga consciencia.

La diligente investigación de Ben, siguiendo unas cuantas indicacionesproporcionadas por Crista, había descubierto los informes secretos, y ahoraconocía la auténtica profundidad del interés de Flattery en un ensay o titulado « El

fenómeno Avata» . Ben había hablado con los zavatanos, monjes de las colinasque usaban el varec en sus rituales.

¡Crista dice que el Director debería consultar al varec!, pensó. Y eso esexactamente lo que me han dicho esos monjes.

Ella se agitó de nuevo, y él supo que despertaría pronto. Vería los muellesllenarse de vendedores y oiría las llamadas matutinas de la calle: « ¡Leche!¡Zumos!» « ¡Huevos! ¡Hoy tenemos huevos de garzota autorizados!» Aquel erauno de los pequeños placeres que el Director le había negado a Crista, lacompañía de los humanos. Ben sabía que él también, a su manera, deberíanegárselo.

Por ahora, se recordó. Pronto tendremos todo el tiempo del mundo para estarjuntos.

Pudo oír el débil arrastrar de muebles en el café de abajo, el metálicocliquetear de utensilios y vaj illa.

Ben Ozette se inclinó hacia atrás contra la pared y dejó escapar un largo ylento suspiro. Aunque hasta ahora se había negado a admitirlo, le sorprendía estartodavía vivo. No solo había tocado a la prohibida Crista Galli, sino que la habíabesado. Habían transcurrido doce horas y todavía seguía respirando. Habíanpasado toda la noche sin que la seguridad de Vashon los hubiera encontrado.Aguardaba a que Crista despertara, a que Rico golpeara la puerta con su código,para ver qué iban a hacer con el resto de sus vidas.

8

Cuando ves una nube alzarse por el oeste, dices deinmediato: « Se aproxima lluvia.» Y cuando vessoplar el viento del sur, dices: « Hará un calorsofocante» . Y así es. ¡Hipócritas! Sabéis juzgar la fazdel cielo y de la tierra, pero ¿cómo es que no juzgáisesta época?

JESÚS

El primer recuerdo de Crista Galli al despertar aquella mañana en Kalalochfue la forma en que incidía la luz en la tallada taza en la mano de Ben Ozette y enesa mano. Deseó que esa mano la tocara, que rozara su mejilla o se posara sobresu hombro. Permanecía tan inmóvil, sosteniendo la taza sobre su rodilla, que ellatambién permaneció inmóvil unos instantes preguntándose si no se habríaquedado dormido sentado allá junto a la cama. Se estremeció ante elpensamiento de sentarse en una de aquellas piezas de horrible mobiliario isleño,una criatura viva a la que llamaban « silla perro» .

Kalaloch también despertaba allá fuera. Oy ó el agitar de la gente y elresoplar de los motores al ponerse en marcha mientras las excavadoras yterraplenadoras se encaminaban hacia otro día de trabajo para hacer avanzar elperímetro. Los hambrientos y los sin hogar de una docena de islasembarrancadas la despertaron también de su sueño a los chirriantes pliegues delgran Kalaloch.

Crista escuchó el más cercano y cálido sonido de la tranquila respiración deBen.

Dios, pensó, ¿y si lo hubiera matado?Contuvo una risita, imaginando la cabecera del noticiario que el propio Ben

hubiera escrito al respecto: « El popular corresponsal de las Noticias de la Nochede Holovisión Ben Ozette murió a causa de un beso la noche pasada en plenamisión…» La calidez, el sabor de aquel beso volvió de nuevo a su mente comouna película pasada a cámara lenta. Había sido su primer beso, algo a lo que casihabía renunciado.

Ben no sufría efectos perjudiciales, que ella atribuía a la acción de la dosisdiaria de antídoto que le administraba Flattery, aún en su sistema. Sin embargohabía recibido el flujo del pasado de Ben con el contacto de sus labios, unacascada de recuerdos, emociones y miedos que casi la paralizó con su

inesperada claridad y fuerza.Había aspectos en la vida de él que prefería no saber: el primer beso de Ben,

con una hermosa pelirroja; su último beso, Beatriz Tatoosh. Ambos, y muchosmás, dejaron una huella persistente en sus propios labios. Fue testigo de laprimera vez que Ben hizo el amor a través de la memoria de las células delhombre, fue testigo de su nacimiento, del hundimiento de la isla Guemes, de lamuerte de sus padres. Sus recuerdos impregnaron las células de ella, aguardandoel desencadenador emocional que las llamara a la vida.

Había recibido todos sus recuerdos con aquel beso, demasiado aturdida paradecírselo. Sus sueños, aquella noche, fueron los sueños de él, los recuerdos de él.Vio La Voz de las Sombras tal como él la veía, como el órgano de la verdad en uncuerpo infestado de mentiras. Vio que él, como ella, era vulnerable y solitario ytenía una vida que vivir para los demás. No deseaba ocultarle aquello, el hechode que ahora ella poseía su vida. No deseaba perderle ahora que finalmente sehabían encontrado, y no deseaba que aquello fuera la muerte de él tampoco.

Ben no le tenía miedo al « hormigueo» , como lo llamaba la gente, esamuerte del varec que supuestamente acechaba en su contacto como acechaba enalgunas variedades del varec, dentro de su propia química. A veces ni ella mismacreía en ello. El propio Flattery había desarrollado el antídoto, que ella sabía querecibía diariamente. No disminuía los mensajes químicos que recibía, como losrecuerdos de Ben. Simplemente ahogaba los que su cuerpo podía enviar. De todosmodos, nadie se atrevía a tocarla, y todos los que se ocupaban de ella en elcomplejo de Flattery se mantenían siempre a una distancia segura.

Esta era la primera mañana que recordaba que no despertaba a una cohortede asistentes, a pruebas interminables, a la difícil tarea de ser una reverenciadaprisionera en la gran casa del Director. Crista había dormido el revivificantesueño del recién nacido pese a su huida, su ocultación, su primer beso. Un vacíoretumbó en su estómago cuando llegaron hasta ella los deliciosos aromas de laspastas, el pan recién hecho, el café.

En algún lugar debajo de ellos unos sebetos sisearon en una parrilla. La carneera algo que ansiaba comer. Los tecs-lab de Flattery se lo habían explicado, algoconfuso acerca de que sus genes avatanos afectaban su síntesis de las proteínas,pero ella sabía que esto era simplemente hambre. También ansiaba las frutasfrescas de todo tipo, y los frutos secos también, y los cereales. El solopensamiento de una ensalada le producía náuseas, y siempre se las habíaproducido.

Aunque habían huido en plena noche, Crista había memorizado el caminosubterráneo que habían tomado desde el complejo del Director en la Reservahasta esta comunidad isleña en Kalaloch. Le recordaba el laberinto de loscaminos del varec allá abajo. No sabía nada de la geografía local excepto queestaba cerca del mar, y esto despertaba otro tipo de hambre que gruñía en su

interior.Ahora oyó el mar, un húmedo pulsar por encima de los balbuceos de los

vendedores de la calle y el creciente tráfico del día. Los pandoranos eranmadrugadores, había oído, pero nunca tenían prisa. Resulta difícil que loshambrientos se apresuren. Solo unos pocos permanecían todavía en sustradicionales islas orgánicas. Derivar por los mares se había convertido en unaforma de vida demasiado peligrosa en estos días de quebradas líneas costeras ymares repletos de varec. La mayoría que se habían asentado en tierra firmeseguían haciéndose llamar « isleños» , y retenían sus antiguas costumbres yatuendos. Los isleños que había conocido en el complejo de la Reserva eran osirvientes o miembros de seguridad, y mantenían la boca cerrada acera de susvidas fuera de los grandes muros de basalto de Flattery. Muchos estabanhorriblemente mutados, una revulsión para Flattery pero una fascinación paraella.

Crista Galli remetió las mantas bajo su barbilla y se estiró hacia abajo,desperezándose a la luz del sol, consciente de un nuevo pudor en compañía deBen Ozette. Tenía todas las intimidades de la vida de él almacenadas en sucabeza, y temía lo que pudiera pensar de ella si llegaba a saberlo. Se dio cuentade que enrojecía, un poco como un voyeur, cuando recordó la primera noche deél con Beatriz.

Los hombres son tan extraños, pensó. Él la había traído aquí tras su huida de laseguridad de Vashon y el Director, le había asegurado que estaban a salvo ocultosen este pequeño cubículo, luego se había sentado allí a su lado toda la noche envez de meterse con ella en la cama. Ya había demostrado que era inmune a sucontacto, y a ella le había gustado tanto su beso como la audacia implícita en él.

Las atenciones de los demás hombres, el Director entre ellos, le habíaenseñado algo acerca del poder de su belleza. Ben Ozette se sentía atraído haciaella, eso había quedado claro la primera vez que ella le miró directamente a losojos. Eran verdes, parecidos a los suy os solo que más oscuros. Atesoraba aquelbeso mágico que habían compartido antes de que ella se durmiera. Atesoraba susmemorias que eran ahora de ella, la familia que compartía con él, sus amantes…

Su ensoñación se vio interrumpida por un agudo grito en la calle, abajo, luegoun largo gemido agudo que la heló pese a la calidez de la cama. Permaneciótendida quieta mientras Ben dejaba a un lado su taza y se levantaba y se dirigía ala ventana.

Han encontrado a alguien, pensó Crista, alguien al que han matado.Ben le había hablado de los cuerpos en las calles por las mañanas, pero eso

era algo demasiado alejado de su vida como para poder imaginarlo.—Los pelotones de la muerte los dejan como una lección —le había dicho

Ben—. Los cuerpos están ahí por las mañanas para que la gente los vea cuandovan a trabajar, cuando llevan a los niños a la guardería. Algunos no tienen manos,

otros no tienen lengua o cabeza. Algunos están obscenamente mutilados. Si uno sedetiene para mirar, es interrogado: « ¿Conoces a este hombre? Ven connosotros.» Nadie desea ir con ellos. Más pronto o más tarde se notifica a laesposa, o a la madre, o a un hijo. Entonces el cuerpo es retirado.

Ben había visto muchos de tales cuerpos en su trabajo, y ella también loshabía entrevisto la noche antes en el rápido desenrollar de sus recuerdos dentrode ella. Pensó que este gemido debía de proceder de una madre que acababa deencontrar a su hijo muerto. Crista no se sintió tentada de mirar fuera. Ben regresóa su guardia al lado de la cama.

¿Había visto algo de ella cuando la besó? Esto ocurría a veces con el varec,pero raras veces con ella. Había ocurrido con otros que la habían tocado.Primero, el shock de la incredulidad, con los ojos muy abiertos; luego, los ojosdesenfocados y el temblor; finalmente, el despertar y el registro de un absolutoterror. Para aquellos que habían sido lo bastante afortunados como para despertar.

¿Qué les mostré?, se preguntó. ¿Por qué a algunos y no a todos? Habíaestudiado la historia del varec y no había hallado ninguna ay uda allí, muy pococonsuelo. Todavía se sentía irritada ante la intencionada observación hecha poralgún tec investigador acerca de su « árbol genealógico» .

Recordaba cómo había sido mantenida con vida allá abajo por los cilios delvarec que sondeaban todas las oquedades de su cuerpo. Recibía los cuidados delos misteriosos y casi mitológicos Nadadores, la más severa de las mutacioneshumanas. Adaptados completamente al agua, los Nadadores se parecían más agigantescas salamandras con branquias que a seres humanos. Ocupaban cuevas,Oráculos, puestos de avanzada sirenios abandonados y algunas lagunas de varec.Ella había sido una con el varec, más varec que humana, durante sus primerosdiecinueve años. Luego aparecieron los hombres de Flattery, que pensaron quehabía sido fabricada por el varec, pero ella sabía que eso no podía ser cierto.

Muchos otros pandoranos, incluido Ben, habían recibido el gen de los ojosverdes del varec. Con poco más de metro y medio de estatura, Crista podía mirarpor encima de la cabeza de la may or parte de mujeres y miraba a casi todos loshombres a la altura de los ojos. Su red superficial de venillas azules eraligeramente más visible que la de otros porque ella era tan pálida que casiresultaba translúcida. La sangre en sus venas era roja, basada en el hierro, eincontrovertiblemente humana, hechos que habían quedado establecidos elprimer día que había pasado fuera del varec.

Sus plenos labios se fruncían ligeramente cuando pensaba, deteniéndose alborde del beso. Su nariz recta y fina agitaba ocasionalmente sus aletas, y seagitaba aún más cuando estaba furiosa, otra emoción que no se había atrevido amostrar entre la gente de Flattery.

Crista había sido educada por el contacto del varec, que le infundió algunasmemorias genéticas de los humanos que había conocido. Antes de que Flattery se

hiciera con el poder, muchos humanos entraban en contacto con el varec por elhecho de ser enterrados en el mar. Se había visto obligada a cerrarse al flujo dememorias que acudían rodando con el sonido de las olas. Se estiró perezosamentey se volvió hacia Ben.

—¿Has permanecido sentado ahí toda la noche?—De todos modos no podía dormir —dijo él. Se puso lentamente en pie,

estirando sus anquilosados miembros, luego se sentó al borde de la cama.Crista se sentó también y se reclinó contra el hombro de él. La alteración

debajo de su ventana había cesado. Miraron el plas, la luz de la mañana al otrolado de la bahía, y Crista se sintió acunada hacia un semisueño por el calor de laventana, la acogedora presencia de Ozette a su lado y el armonioso charlotear delos vendedores en la calle. En la distancia oy ó la pesada maquinara deconstrucción que desgarraba las colinas.

—¿Nos iremos pronto de aquí? —preguntó. Se sentía vigorizada por el calordel sol, el plop-plop-plop de las olas contra el muro de protección y el aroma enel aire de los sebetos asándose. Los años de mentiras y prisión a manos delDirector la habían bañado como una corriente de sangre helada. Cada mañanaque había despertado en aquel complejo simplemente había deseado acurrucarsebajo sus mantas y seguir durmiendo. Hoy, Crista estaba dispuesta a ir allá dondefuera Ben Ozette.

Alguien silbó junto a su escotilla, una corta frase musical, repetida una solavez. Era el mismo tipo de lenguaje silbado que había oído en los muelles la nocheantes.

Ozette gruñó, raspó dos veces el suelo. Le respondió un único silbido.—Nuestra gente —dijo—. Nos trasladarán esta mañana; me hubiera gustado

enseñarte los alrededores. Rico lo está organizando todo. A estas alturas el mundoentero sabe que has desaparecido. La recompensa por tu regreso, y por micabeza, será sin duda suficiente para tentar incluso a la buena gente…, de amboslados. Hay mucha hambre.

—No puedo volver allí —dijo ella—. No lo haré. He visto el cielo. Mebesaste…

Él le sonrió, le ofreció un trago de su agua. Pero no la besó.Ella sabía que lo matarían si lo atrapaban, que Flattery y a había firmado su

sentencia de muerte. El Sindicato de Guerreros se ocuparía de ello,probablemente y a se había ocupado de todos los sirvientes y algunos más en laReserva.

La noche antes, al emerger del subsuelo, se habían agazapado de edificio enedificio a lo largo de las calles del muelle, temerosos de las patrullas de seguridadque hacían cumplir el toque de queda de Flattery. Crista había salido a cieloabierto para contemplar las estrellas y la luna más cercana de Pandora. Se bañóde primera mano con el contacto de la fresca brisa sobre su rostro y brazos, olió

los aromas de carbón de las cocinas de los pobres, vio las estrellas con solo laatmósfera en su camino.

—Quiero ir fuera —susurró—. ¿Podremos salir pronto fuera, a la calle?La respuesta del Director había sido siempre: No. La respuesta había sido

siempre: No.—Los demonios —le habían dicho al principio—, te devorarían de un solo

bocado. —O, más tarde—: Las Sombras quieren matarte —le decía el Director.Y, más tarde, había remachado—: No puede decirse…, pueden tomar cualquieraspecto, cualquiera. Sería horrible que clavaran sus colmillos en ti.

El Director tenía una risita particular que le ponía la carne de gallina, aunqueoy éndole una pensaba que no había nadie en el mundo que pudiera protegerlaexcepto él, nadie en quien pudiera confiar salvo él. Durante la mayor parte deaquellos cinco años le había creído. La Voz de las Sombras lo había cambiadotodo. Luego llegó Ben Ozette para contarle su historia, y se dio cuenta de que laúnica razón de que Flattery prohibía que nadie la tocara era su miedo de que ellapudiera averiguar algo a través de ese contacto, pudiera averiguar algo de supropia gente, y así quedara al descubierto su intrincada maraña de mentiras.

—Sí —dijo Ben—. Saldremos pronto. Las cosas van a ponerse pronto muycalientes…

Se envaró repentinamente y maldijo para sí mismo. Señaló a una patrulla deseguridad de Vashon que se abría camino junto al muelle hacia ellos: doshombres a cada lado de la calle. Transmitían una insidiosa inmovilidad al picadomar de transeúntes y vendedores del mercado. La riada de obreros que sedirigían hacia los transbordadores se abría delante de ellos sin tocarles.

Cada guardia llevaba una pequeña pistola láser colgada de una fundasobaquera, y de sus cinturones pendían los variados instrumentos de su oficio:porra para la lucha cuerpo a cuerpo, cargas para las pistolas láser, un puñado depequeños pero eficientes dispositivos de retención química y mecánica. Cada unollevaba unas gafas de sol de espejo, la marca de fábrica del Sindicato deGuerreros, el pelotón de asesinato personal del Director. Entre la gente habíamuchas sonrisas, agitar de cabezas, encogerse de hombros; algunos seapresuraban a retroceder.

Crista contempló la pareja que se abría camino a lo largo del lado del muellede la carne y sintió que se le erizaba el vello de los brazos y de la nuca.

—No te preocupes —dijo Ben, como si leyera su mente. Con la manoapoy ada de aquel modo en su desnudo hombro pensó que era posible queestuviera leyendo su mente, o al menos sus emociones. Le encantaba aquelcontacto. Sintió un nuevo flujo de su vida penetrar en ella a través de su piel. Sealmacenó en alguna parte de su cerebro, mientras sus ojos seguían contemplandola calle.

Los hombres de seguridad dejaban un hombre frente a cada edificio, por

turno, mientras el otro entraba en él. Estaban cerca.—¿Qué vamos a hacer? —preguntó.Él tendió la mano hacia el otro lado de la cama, cogió un montón de ropas

isleñas y las depositó en su regazo.—Vístete —dijo—, y vigila. Permanece apartada del plas.Hubo de pronto un resonante ¡bump! y un destello naranja en el puerto, luego

una columna de humo negro. La calle se convirtió en un caos de cuerpos cuandola gente echó a correr hacia sus botes en el muelle y hacia sus equipos contraincendios. Los pandoranos utilizaban desde los tiempos antiguos hidrógeno parasus motores y sus estufas, para sus soldadores y su producción de energía. Habíatanques de almacenamiento de hidrógeno un poco por todas partes, y el fuegoera uno de sus grandes temores.

—¿Qué…?—Un viejo bote de cuero registrado a mi nombre —dijo Ben—. Eso les

entretendrá por un tiempo. Con suerte, creerán que estábamos a bordo.Otro ¡bump! cortó el aliento a Crista y, mientras se ponía las poco familiares

ropas, vio que el pelotón de seguridad no había desaparecido con la multitud.Siguieron adelante con la misma precisión y deliberación, puerta tras puerta. Lacalle estaba casi vacía, puesto que todo el mundo estaba luchando contra el fuegoo retiraba sus botes a un lugar seguro.

Mientras Ben montaba guardia al lado de la ventana, Crista se puso unpesadamente bordado traje de algodón blanco que era excesivamente grandepara ella. Sus pechos, aunque no pequeños, bailaban libres en su interior. Fruncióa un lado la tela sobrante de su plano vientre y miró interrogadora a Ben.

Él le arrojó un mono de trabajo tipo pijama típico de los isleños que parecíaidéntico al que él llevaba. De un cajón al lado de la cama extrajo un largocinturón trenzado y se lo tendió.

—No sé cómo decírtelo, pero estás embarazada. Te faltan pocos días para dara luz.

Cuando vio que ella no comprendía su intención, añadió:—Ata el mono de trabajo sobre tu vientre para que llene el vestido. Más tarde

lo necesitarás. Por ahora eres una isleña embarazada, y yo soy tu hombre.Ella se envolvió el mono de trabajo alrededor de su cintura como él le había

dicho y ajustó el vestido. En el espejo al lado de la escotilla parecía embarazada.Crista se miró al espejo mientras Ben se ataba una larga banda roja alrededor

de la cabeza y dejaba que sus puntas colgaran entre sus omóplatos. Estababordada con los mismos dibujos geométricos que aparecían en el vestido de ella.

Mi hombre, pensó con una sonrisa, y nos vestimos para salir.Palmeó con cariño el relleno sobre su estómago y descansó su mano allí,

esperando a medias sentir algún pequeño movimiento. Ben se situó de pie detrásde ella y ató una banda similar alrededor de su frente. Le dio un sombrero de

paja de colgantes alas para que se lo pusiera.—Este tipo de atuendo es la marca de la isla donde crecí —dijo—. ¿Has oído

hablar de la isla Guemes?—Sí, por supuesto. Se hundió el año antes de que naciera yo.—Sí —dijo él—. Ahora eres la esposa embarazada de un superviviente de la

isla Guemes. Entre los isleños recibirás el mayor respeto. Entre los sirenios serástratada con la deferencia que solo puede proporcionar la culpabilidad. Como y adebes saber, esto no significa absolutamente nada entre la gente de Flattery. Notenemos papeles, no hubo tiempo…

Dos silbidos en su escotilla. Dos silbidos diferentes.—Ese es Rico —dijo Ben, y su sonrisa igualó la de ella—. Vamos fuera.

9

Las cosas que desea la gente y las cosas que sonbuenas para ella son distintas… El gran arte y lasbendiciones domésticas son mutuamenteincompatibles. Más pronto o más tarde tendrás quehacer tu elección.

ARTHUR C. CLARKE

Beatriz permaneció un tiempo adormecida en el diván tras haber cortado laalarma del despertador. La oscura oficina sin plas en la base de lanzamiento laayudaba a mantener vivo el entramado de su sueño. Liberada de los confines desu mente, fluía por la habitación con la facilidad de un fantasma. En ciertosentido era un fantasma.

Había estado soñando en Ben, en su última noche juntos, y había partes delsueño que deseaba saborear. Había sido hacía dos años, la noche antes de que ellahiciera su primer viaje al Orbitador, antes de conocer a Mack. Estaba nerviosaacerca de su primer vuelo en la lanzadera al Orbitador, y Ben iba a dirigirse a lasextensiones altas para entrevistarse con algún anciano zavatano. Pese al hecho deque habían sido amantes durante años, ambos se sentían torpes. Aquello estabaterminando, ambos sabían que estaba terminando, pero ninguno de los dos seatrevía a hablar de ello.

Era a primera hora de la noche, una noche que se presentaba clara y cálida.Un j irón de ocaso estriaba todavía de azul y rosa el horizonte. Estaban sentados abordo de uno de los hidroalas de Holovisión junto al muelle, en los aposentos de latripulación. Recordaba el familiar slup-slip del agua contra el casco y elocasional murmullo de las garzotas salvajes al posarse. Los niños jugaban a susjuegos del anochecer antes de ser llamados a cenar, y se lanzaban sus silbidos seseñales de muelle a muelle. Ella y Ben habían hablado de hijos, de desearlos, yde que era un mal momento. Esta noche el descanso de su tripulación los habíadejado discretamente solos. Más tarde descubrió que había sido a sugerencia deRico.

—Las mujeres son la respuesta dijo Ben, tendiéndole un vaso de vino blanco.—¿Y cuál era la pregunta?Hizo tintinear su vaso contra el de él, dio un sorbo y lo depositó sobre la mesa.

No deseaba subir por la mañana con resaca a un cohete con destino a la órbita.Los ojos verdes de Ben parecían particularmente hermosos contra su oscura

piel. Su cuerpo delgado y musculoso siempre había encajado perfectamente conel de ella. No podía comprender por qué tenía que emprender aquellos alocadosproyectos persiguiendo a las Sombras cuando podía quedarse y trabajar con ella.Ella ya había cubierto tanta muerte como podía soportar, ahora era el momentode pensar en ellos dos.

Quiero informar sobre la vida, avances, progresos…—Las mujeres representan la vida, avances, progresos —dijo él.El pelo de su nuca se erizó.—¿Estás ley endo mi mente?—¿Te importaría? —preguntó él.Aquellos ojos verdes parpadearon de aquella forma que parecía lanzar algo

directamente al interior de su corazón. Fuera lo que fuese era cálido, y siemprese fundía hacia abajo como una mano deslizándose dentro de su ropa interior.Beatriz era una mujer fuerte y lo sabía. También sabía que Ben Ozette era elúnico hombre que había hecho que sus rodillas temblaran. Dio otro sorbo a suvino y mantuvo el vaso contra su pecho.

—¿En qué estoy pensando ahora? —preguntó, con la sensación de que debíacambiar de tema.

—Estás deseando que siga con lo que estaba a punto de decir a fin de quepodamos seguir adelante con nuestra velada.

Ella rio más fuerte de lo que le hubiera gustado y se pasó una mano por elnegro pelo.

—Vamos, señor Ozette, ¿qué clase de chica te crees que soy?Él ignoró su flirteo. Su actitud se volvió seria.—Creo que eres el tipo de chica que desea conocer lo mejor para todo el

mundo…, para los refugiados, para ti, incluso para Flattery. Has cubierto algunosde los más horribles desastres y algunas de las más sangrientas atrocidades que elmundo haya visto nunca. Lo sé porque yo estuve allí. Ahora eso no quiere irse,de modo que eres tú quien se va. Deseas ver progreso, deseas ver cosas buenas.Bueno, yo también…

—¡Pero mira lo que estás haciendo! —Se golpeó la cadera con un puño y sedio la vuelta en el diván—. De acuerdo, seguridad se muestra algo más queentusiasta, eso ya es bastante malo. Si conviertes en héroes a la gente que luchacontra ellos, se les unirán más. Tendrán que luchar del mismo modo. El ciclo noterminará. Maldita sea, Ben, por eso lo llaman « Revolución» . Las ruedas giran ygiran y el vehículo queda enfangado. He estado malditamente cerca de morirmás veces de las que puedo contar, la mayoría de ellas contigo, y ahora deseollegar a alguna parte. Quiero una familia…

Ben depositó su vaso y cogió su mano sobre la mesa.—Lo sé —dijo—. Lo entiendo. Quizás entienda más de lo que tú piensas.

Quiero ofrecerte una vida, avances, progresos.

Ninguno de los dos habló durante un rato, pero sus manos conversaron en elfamiliar lenguaje de los amantes.

—Está bien —dijo ella al fin. Vació su vaso de vino, intentando parecer alegre—. ¿Cuál es el plan, hombre?

—Todavía no conozco el plan —dijo él—. Pero sí sé la clave. Es información.Nuestro negocio, ¿recuerdas?

—¿Sí? —Ella volvió a llenarse el vaso, luego el de él—. Explícate.—Jamás has visto a ninguna mujer en las fuerzas de seguridad de Flattery, y

pensaste en hacer un reportaje al respecto, ¿recuerdas? ¿Qué ocurrió?—No fue aprobado, nunca rodamos ni un metro…—¿Y cuántas veces ha ocurrido eso?—¿A mí? No demasiadas. Pero de todos modos tenemos montones de

reportajes que podemos rodar, más de los que podré hacer en toda mi vida, demodo que simplemente encuentro otra o acepto un encargo…

—Un punto importante —dijo Ben. Se inclinó sobre su pequeña mesa y lagolpeó con el dedo índice—. Si Flattery no se siente contento con él, sea el quesea, no sale al aire. Él es de un mundo diferente…, literalmente de un mundodiferente. Es de un mundo que deja morir de hambre a las mujeres y a los niñosporque se hallan en el lado equivocado de una línea imaginaria, y no lespermitirá que la crucen. Nosotros somos de un mundo que acostumbraba aenseñar: « La vida a toda costa; preserva la vida.» Pandora y a ha sido suficienteadversario. No debemos permitirnos el lujo de luchar entre nosotros.

—No sé adónde…—La mitad de los programas que hago son desechados —dijo Ben—. No es

porque no sean buenos, es porque cada vez resulta más y más difícil conseguirque Flattery no aparezca como lo que es. ¿Qué ocurriría si la gente se negara atener que ver con él, se negara a hablar con él, a darle de comer, a ofrecerlerefugio…? ¿qué ocurriría entones?

Ella se echó a reír de nuevo.—¿Qué te hace pensar que puedan hacer eso? Se necesitaría…—Información. Muéstralo tal como es, muéstrale a la gente lo que puede

hacer. Todo este mundo ha sido un desastre desde que Flattery se hizo con elpoder. Les promete comida y los mantiene hambrientos. Nos mantiene en líneaporque sabemos lo que puede hacernos. Si la gente supiera que no habrá máshambre sin Flattery, sin las fuerzas de seguridad de Vashon, ¿seguiríanmanteniéndolo ahí?

—Se necesitaría un milagro —terminó ella.No podía mirarle directamente a los ojos. Aquella era la conversación que

realmente no quería tener en su última noche juntos. Él se inclinó hacia delante yla besó en la mejilla.

—Lo siento —dijo—. Sigo dejándome llevar por mis palabras. Hoy entrevisté

a un grupo de madres que están pidiendo al jefe de seguridad noticias de sus hijosy sus maridos que han desaparecido. Otro grupo, más de quinientas madres, diceque sus hijos fueron muertos pero que nunca hubo una investigación, nunca seprodujo un arresto. Dicen que fue seguridad quien lo hizo, son testigos.Personalmente no sé nada de eso. Lo que sí sé es que hay madres que semanifiestan. Holovisión se niega a dar la noticia, prohíbe hacer un reportajesobre algo que la gente tiene derecho a saber. Tiene que haber una forma… Soloestoy pensando en voz alta, esto es todo.

La besó de nuevo en la mejilla, luego le alzó la babilla.—Ahora me callaré —dijo. Besó sus labios, y ella tiró de él hasta la

alfombra, junto a la mesa.—¿Prometido? —le devolvió el beso, y tiró de su camisa fuera de sus

pantalones para poder deslizar las manos debajo de sus ropas, hasta su suave ycálida piel.

Las manos de él desabrocharon su blusa isleña, tiraron de su falda, y lahallaron desnuda bajo ambas prendas.

—Pequeña traviesa —murmuró, y besó su estómago mientras ella ledesvestía—. Supongo que te has dado cuenta de que la moqueta es áspera.

—Creí que habías prometido que te callarías.La alarma del despertador sonó de nuevo y extrajo a Beatriz de su

ensoñación con un sobresalto. La cortó de nuevo y se sentó para proporcionarsealgo de energía. Ben había tenido razón respecto a la moqueta. También habíanderramado el vino encima de ellos. Estaba segura de que aquella era la noche enque Ben había concebido la idea de La Voz de las Sombras. Suspiró, intentandoapartar la pesada tristeza de su pecho.

Lástima que no hubiéramos concebido un niño, pensó. Hubiera podidosalvarnos a los dos.

Si lo hubieran hecho, ella no habría conocido a Mack. Su relación con Ben lapreparó para Mack. Era un poco más mayor, y debido a su educación en la BaseLunar deseaba una familia tanto como ella.

Beatriz pulsó el botón de « inicio» en su mensajero de bolsillo, y este anunció:« las 6:30…» Bajó el botón del volumen y se masajeó los cansados párpados. Elresumen preliminar de la oficina central de Holovisión sería seguido por másdetalles antes del tiempo de entrar en antena, así que escuchó a medias, atentasolo a las noticias sobre Ben Ozette. Otro profundo suspiro.

El olor en su oficina de la base de lanzamiento ahí abajo era claramentesirenio: el aire libre de partículas extrañas, saturado con el aroma de inhibidoresde mohos y humedad estéril. Las luces en el pequeño estudio de emisión deHolovisión siempre secaba un poco el ambiente y la ay udaba a respirar mejor.Sospechaba que estaría de nuevo en antena en menos de media hora.

Tiró de las perneras de su traje de una pieza para enderezarlas y alisó las

arrugadas mangas junto a sus sobacos. Su oficina estaba iluminada de formaindirecta, a la manera sirenia, de modo que su reflejo en el plas era cálido,capturaba el brillo de su piel morena y el lustre de su denso cabello negro. Sugeneración y la de Ben había sido la primera en dos siglos en tener más niñosnacidos según la antigua norma de la apariencia humana que fuera de ella.Beatriz no sentía lástima por los severamente mutados, la lástima era unaemoción de la que la may oría de pandoranos podían pasarse. Cada día dabagracias a la suerte por su buen aspecto natural. En estos momentos lo que másdeseaba era una ducha antes de enfrentarse a las últimas calamidadesanunciadas por su mensajero.

Así es como siempre lo llamaba Ben, pensó. Lo pronunció en voz alta:—Las últimas calamidades.El cansancio y el semisueño hacían que su voz sonara más profunda, de

modo que se parecía vagamente a la de él. Le hizo desear oír su voz, discutir conél una vez más sobre quién trabajaba más duro y sobre quién se ducharíaprimero. Sonrió pese a su preocupación. Era más que simbólico el que siemprehubieran terminado duchándose juntos.

Era el miedo por Ben lo que le hacía no desear enfrentarse todavía almensajero. Ya era bastante duro hacer frente al hecho de que todavía le seguíaqueriendo, aunque de una forma menos amorosa.

Suicidio, pensó. Puede que haya decidido correr el perímetro por una apuestay dejar que un ímpetu se encargue de él.

Beatriz conocía las señales, y era Ben quien le había hecho fijarse en ellas.Cruzarse en el camino del Director era un asunto de supervivencia.

Vertió la leche suficiente en su café como para enfriarlo, luego dio unpequeño sorbo mientras pasaba de nuevo el breve mensaje que la dejó helada.

Memorándum 06:30:Lugar noticiario: Puesto de Lanzamiento Cinco, hora emisión 6:45.Cabecera: Crista Galli aún en manos de las Sombras.Segunda cabecera: Los NMO llegan hoy a la estación orbital.Detalle: ref terroristas, armas, drogas, fervor religioso, Sombras.Ensamblaje final del impulsor de la Nave Profunda en órbita,instalación inminente de los NMO. Otras informaciones desde ellugar de los hechos.Discreción secundaria: Obligatorio a las 06:40.Fin de conexión: 06:31.

Beatriz miró el display de la hora del procesador: las 6:36.—¡Discreción secundaria! —murmuró. Eso significaba que iban a emitir su

transmisión en diferido. Con tiempo suficiente para que Holovisión pudiera pasarun informativo pregrabado si ella no conectaba o, peor, si no les gustaba lo queella decía por antena. Ben la había advertido de que llegarían a esto.

—¡Maldita sea!¿En qué otras cosas tenía razón?El ascensor al estudio en el Puesto de Lanzamiento Cinco estaba a solo una

docena de metros pasillo abajo de su oficina. Se peinó ligeramente con los dedosy salió apresuradamente por la escotilla. El apresuramiento no disminuy ó en lomás mínimo su preocupación.

Ben había tenido algo que ver con lo de Crista Galli, y Beatriz sabía queFlattery lo sabía también. ¿Por qué, entonces, todavía no había ningúncomunicado sobre Ben? La respuesta era una sobre la que Ben había intentadoadvertirla, y pensar en ello helaba su corazón.

Harán que desaparezca, pensó. Si no hay nada sobre él en las Noticias… Noquería pensar en ello.

Flattery sabe sobre nosotros…, sobre Ben, pensó. Beatriz sabía lo de lasdesapariciones, los cuerpos en las calles de Kalaloch por las mañanas. Ben lahabía advertido acerca de aquello más de una vez, y finalmente se lo habíamostrado de primera mano, tal como ocurría. Beatriz sabía que la genteimpopular desaparecía. Nunca había pensado que pudiera ocurrirle a uno deellos.

Otro pensamiento la sacudió cuando llegó junto al ascensor.¡Si no digo nada acerca de él por antena, entonces seguro que desaparecerá!Estaba previsto que ella volara con la tripulación que llevaría a los NMO a la

estación orbital para su instalación en la Nave Profunda. Él debía saber lo de suincipiente relación con Mack, eso no era ningún secreto. La instalación de losNúcleos Mentales Orgánicos era un precioso elemento de propaganda paraFlattery que la apartaría convenientemente de la escena. También haríaimposible que investigara personalmente la desaparición de Ben.

No había sabido qué pensar la última noche, cuando había tenido que suplir aBen. Había leído automáticamente la noticia que aparecía en el apuntador,demasiado sorprendida por la mentira que se desgranaba en la pantalla, lorepentino de la mentira, para desafiarla desde allí. Flattery había arrojadofinalmente el guante.

¿Qué es lo peor?, se preguntó ahora.Lo peor sería que ambos desaparecieran.Se metió en el atestado ascensor entre los técnicos y los mecánicos, no

devolvió sus saludos. Eran una masa sudorosa en la atestada humedad.¿Qué hay seguro?Por supuesto, Ben desaparecería si ella no decía nada, si las Noticias de la

Noche de Holovisión seguían mintiendo acerca de su ausencia.

Giró el pasillo y entró en el estudio del equipo local de redacción deHolovisión. Era un hangar de montaje de motores con un techo de diez metros dealtura. Las manos de la tec de maquillaje se agitaron sobre el pelo y el rostro deBeatriz apenas esta entró por la escotilla. Alguien la ayudó a meterse en unaabultada blusa pullover con el logotipo de Holovisión en el pecho izquierdo. Comode costumbre, varios miembros del equipo estaban hablando a la vez, sin queninguno de ellos dijera lo que deseaba oír. No estaría haciendo aquellas Noticias amenos que Ben siguiera desaparecido.

Había visto a Ben y a Crista Galli juntos hacia unos días, en el complejo deFlattery. Ben y Crista en el patio de los hibiscos, Ben inclinado hacia Crista deaquella forma intensa tan característica suya. Beatriz sabía que se habíaenamorado de la muchacha. También sabía que probablemente él mismo no losabía.

Hubiera debido hablar con él…, no una charla de amantes, una charla deamigos. Puede que ahora esté muerto.

Se palmeó las mejillas para darles un poco de color, y los focos seencendieron. Ya casi era la hora, y seguía sin hablarle a nadie, oía muy poco,contemplaba el apuntador en blanco con una cierta medida de miedo. Centenaresde veces, a lo largo de los años, él había sostenido la mirada de ella, docenas deveces con el mismo argumento.

—Contemplo el gran cuadro —decía ella—. Pandora es inestable, todoshemos visto eso. Podemos morir aquí cualquier día al capricho de lameteorología. Necesitamos otro mundo…

Y él siempre argumentaba sobre el ahora.—La gente tiene hambre ahora —decía—. Necesita ser alimentada ahora, o

no habrá un después para ninguno de nosotros…Ella siempre se sentía insignificante en el estudio pese a su fama, pero hoy,

mientras maquillaban su rostro, peinaban su pelo y le colocan el auricular,escribía su propio guion para las Noticias, uno que esperaba que mantuviera aBen en el oído del público pero apartara a Flattery de su espalda. Miró alapuntador, ajustó el contraste y carraspeó. Tenía treinta segundos. Carraspeó denuevo, sonrió al racimo de lentes ante ella e inspiró profundamente.

—Diez segundos, B.Dejó escapar lentamente el aliento, parpadeó ante el brillo y dijo a la luz

roja:—Buenos días, Pandora. Aquí Beatriz Tatoosh en las Noticias…

10

Puesto que cada objeto es simplemente la suma desus cualidades, y puesto que las cualidades soloexisten en la mente, el conjunto del universo objetivode materia y energía, átomos y estrellas, no existeexcepto como una construcción de la consciencia, unedificio de símbolos convencionales modelado por lossentidos del hombre.

LINCOLN BARNETT,El universo y el doctor Einstein

Aly ssa Marsh vivía en el pasado, porque el pasado era lo único que Flatteryno podía arrancarle. Había probado productos químicos, sondas láser, diminutosimplantes, pero la persona que había sido Alyssa Marsh había sobrevivido a todoello.

Tiene miedo, pensó. Tiene miedo de que mi vida aquí me haya hecho no aptapara un NMO…, y tiene razón.

Él le había quitado su cuerpo fibra a fibra, o mejor dicho la había retirado aella de su cuerpo. Sus carótidas y yugulares habían sido conectadas a un sistemade apoy o vital y había sido decapitada, luego el propio Flattery había extirpado lacarne y los huesos alrededor de su cerebro insensible. El único sentido queretenía era una vaga sensación de existir. Ya no se consideraba humana, y notenía forma de saber desde cuánto tiempo se consideraba así. Hasta que alguienla conectara a su Nave Profunda no tenía ningún medio de medir el tiempo. Eltiempo se había convertido en su juguete más reciente. El tiempo y el pasado.

Incluso la niebla tiene sustancia, pensó.La lógica le decía que su cerebro todavía existía, o de otro modo no se

demoraría con estos pensamientos. Su entrenamiento en la Base Lunar, hacíamiles de años, la había preparado para la responsabilidad de convertirse en unNMO —funciones puramente mentales, tomar decisiones humanas a partir dedatos derivados mecánicamente—, pero Pandora había abierto otrasposibilidades, y todas ellas requerían un cuerpo. Tener un hijo, algo que nunca sele había permitido como clon en la Base Lunar, cambió su perspectiva pero nocambió su indoctrinación. Mantuvo en secreto el nacimiento de su hijo, enespecial ante su padre, Raja Lon Flattery número seis, el Director.

Sin ojos ni oídos se hubiera considerado una prisionera perpetua de una

oscuridad completamente silenciosa. Sin piel esperaba no sentir, y sin el restoimaginaba que había olido su última flor, saboreado su último chocolate decontrabando. Nada de esto resultó cierto.

Alyssa había esperado quedar aislada de todos sus sentidos, pero la realidaddemostró que en su lugar se había librado de ellos. Como los dioses, ahora eralibre de aferrar los pliegues del tiempo y revivir su vida a voluntad, sondeando enlos detalles sensoriales que había pasado por alto cuando se filtraron a través desus emociones. Tampoco echaba mucho en falta sus emociones, pero en el fondopodía ser un simple proceso de negación destinado a proteger lo que quedaba deAlyssa Marsh del completo horror de lo que Flattery le había hecho.

—Tú serás el Núcleo Mental Orgánico —le había anunciado. Le habló de ellocomo de un privilegio, un honor, como de la salvación de la humanidad. Puedeque tuviera razón acerca de la salvación de la humanidad. Por aquel entonces,incluso drogada como estaba, no aceptó las primeras dos razones. Reconoció queestaba escuchando uno de los más antiguos argumentos para el martirio conocidopor su especie.

—Sé razonable —le dijo él—. Acepta este estandarte y vivirás en un millarde cuerpos. La propia Nave Profunda se convertirá en tus huesos, en tu piel.

—Ahórrame el discurso —dijo ella con voz pastosa, con la lengua atenazadapor las drogas—. Estoy preparada. Si no vas a dejarme volver a mis estudiossobre el varec, si no vas a matarme, entonces simplemente adelante con ello.

Ahora sentía que la principal diferencia entre ella y el varec era que elcuerpo entero del varec era también su cerebro. Los tej idos estaban integrados ylos logros apropiados eran mensurables. Pero Flattery nunca sabría nada de ello.

Él le había hablado de una especie de Elíseo, de una vida libre de dolor y deenfermedades. Le recordó que un NMO, en su arnés, era lo más cerca que loshumanos podían llegar de la inmortalidad. Esto no sirvió para consolarla. Sabíalos registros de locura de otros NMO, el índice de los que se habían vuelto locosfuriosos y habían destruido sus naves anfitrionas y sus cargas de clones, clonescomo ella misma y Flattery, y Mack. De hecho, lo mismo había ocurrido a bordode la Nave Profunda Earthling que los había llevado a todos a Pandora. TresNMO se volvieron locos, y la tripulación tuvo que fabricar una inteligenciaartificial para salvar sus pieles. Esa inteligencia los llevó hasta Pandora y losabandonó allí.

Cada vez comprendo más y más esto, pensó. Me gustaría encontrarme con esaNave alguna vez, interface a interface.

Las palabras siempre la habían divertido, y una falta de carne para reírse noparecía disminuir esa diversión. Pensar en su hijo era siempre serio, sinembargo, en especial desde que había hecho tan buena carrera en los serviciosde seguridad de Flattery. Ahora pensó de nuevo en él porque su único pesar erano poder verle cara a cara antes de que ella…

… antes de que me desprendieran de mi envoltura mortal, pensó. Hubieradeseado verle con mis propios ojos. No…, hubiera deseado que él me viera antesde… esto.

Lo había entregado a una pareja de sirenios nómadas para no correr el riesgode lo que podía ocurrir si Flattery descubría que ella le había dado un hijo. Habíatemido que pudiera matarla y tomar a su hijo para convertirlo en otro despiadadoDirector.

Hubiera debido conservarlo, pensó. De todos modos, se ha vuelto comoFlattery.

A estas alturas el muchacho ya debía saberlo: había dejado los documentosapropiados ocultos en su cubículo antes de que Flattery la redujera a unaretorcida masa de tej ido rosáceo. Había sido su último acto de sentimentalismo.

—Tu cuerpo te traiciona —gruñó Flattery aquel último día—. Tuviste un hijo.¿Dónde está?

—Lo di —respondió ella—. Ya sabes como soy respecto a mi trabajo. Notengo tiempo para nada excepto para el varec. Un hijo…, bueno, solo fue uninconveniente temporal.

Era el tipo de argumento que plantearía el propio Flattery, y lo aceptó sinmás. Nunca pareció sospechar que el niño era suy o. Su relación había sido lobastante breve y hacía el tiempo suficiente como para que Flattery pareciera norecordarla en absoluto. No hizo ninguna otra alusión a ello después de que ellaabandonara el cubículo de él por última vez, hacía más de veinte años. Se limitó agruñir, sin duda pensando que el niño era el producto de una recienteindiscreción. No podía negar la pasión que sentía ella por su trabajo con el varec.Solo Nano Macintosh compartía esa pasión hacia aquella misteriosa cuasiconsciencia que llenaba los mares de Pandora.

Hubiera debido conservarlo conmigo en el varec, pensó. Ahora se haconvertido en lo que siempre temí más, y he perdido su presencia también.

En su actual estado, el NMO Aly ssa Marsh regresaba a menudo a aquelnacimiento y a los pocos y preciosos momentos en que su hijo había estado conella. El niño había dejado de llorar inmediatamente después de nacer, feliz deobservar a los natali mientras limpiaban a madre e hijo y la habitación. Tenía lacabeza cubierta por una densa mata de pelo negro, y parecía completamentealerta desde un principio.

—Ha nacido un mes más tarde de la fecha —dijo la comadrona—. Pareceque no ha perdido el tiempo ahí dentro.

A los pocos minutos ella lo entregó a la pareja que le daría su nombre.Frederick y Kazimira Brood la habían visitado semanalmente durante los últimosmeses, y se habían encargado de dar todos los pasos necesarios para ocuparse deél. Iba a costarle terriblemente a Alyssa, pero deseaba que el niño tuviera lamejor de las oportunidades. Flattery estaba decidido a convertir Kalaloch en una

auténtica ciudad, el centro del pensamiento y el comercio de Pandora. Habíacontratado al joven Frederick Brood —arquitecto y geógrafo social— para queconstruy era los almacenes de seguridad y los cuarteles para sus tropas. Por aqueltiempo se habló de que tal vez consiguiera también el contrato de la universidad.¿Quién hubiera podido prever entonces los cambios en Pandora, los cambios enFlattery ?

Yo hubiera podido, pensó. Pero estaba ocupada con el desarrollo del vareccomo un aliado más importante que criar a mi hijo.

Si hubiera tenido su cuerpo con ella, hubiera dejado escapar un largo yprofundo suspiro para aliviar la tensión que se había estado acumulando en suvientre. Pero no tenía ni vientre ni aliento, y su razón, ahora, estaba relativamentelibre de emociones.

Hice lo correcto, pensó. En el gran esquema de la humanidad, hice locorrecto.

11

Aunque ellos, con las mentes abrumadas por lacodicia, no vean ningún mal en la destrucción de unafamilia, no vean ningún pecado en la traición a losamigos, ¿no debemos nosotros, que vemos el mal de ladestrucción, refrenarnos de estos terribles actos?

QUEETS TWISP, « EL ANCIANO» ,Conversaciones zavatanas con el Avata

Flutterby Bodeen desenrolló su precioso rollo de muselina robado sobre elpolvoriento suelo del desván. Sus tres jóvenes compañeros de escuelaaplaudieron excitados.

—¡Lo conseguiste! —exclamó Jaka. Tenía doce años, estaba muy delgado, yera el único muchacho del grupo. Su padre, como el de Flutterby, trabajaba alláabajo en la base de lanzamiento de la lanzadera. Su madre también trabajaba enel hiperconductor sirenio, de modo que su familia recibía casi el doble de loscupones habituales en la Cola.

—¡Chisss! —les advirtió Flutterby—. No querremos que nos descubran ahora.Leet, ¿traj iste las pinturas?

Leet, la más joven de los cuatro con sus once años, extrajo cuatro gruesostubos de debajo de su abultada blusa de algodón.

—Aquí están —dijo, sin alzar la vista—. No pude conseguir la negra.—¡Verde! —exclamó Jaka con un impaciente resuello—. ¿Quieres que

piensen que somos Sombras? Sabes que las Sombras usan el verde…—¡Chisss! —Dana reforzó su observación llevándose un dedo a los labios y

frunciendo exageradamente el ceño—. Quizá seamos Sombras ahora, ¿no haspensado nunca en ello? Nos tratarán del mismo modo si nos cogen, ¿sabes?

—De acuerdo, de acuerdo —interrumpió Flutterby—. No van a cogernos amenos que nos quedemos aquí todo el día. Dana, Jaka, se supone que estamospracticando música, así que vosotros dos tocad un poco. Leet y yo haremos cadauna pancarta, luego tocaremos nosotras para que vosotros podáis hacer las otrasdos.

—Hay seguridad por todas las calles esta mañana —advirtió Dana—. Eso espor Crista Galli. Quizá piensen que está por ahí, en alguna parte…

—Puede que esté por ahí… —Deberíamos echar un vistazo…—No vendrán mientras los chicos están practicando —dijo Flutterby, y alzó la

mano para hacer callar a los otros—. ¿Quién quiere mezclarse con lecciones demúsica? Además —resopló, y alzó brevemente su barbilla—, mi hermano estáen seguridad. Sé cómo piensan.

—Sí, pero él está arriba en Victoria —dijo Dana—. Piensan de otro modo ahíarriba. Ya sabes que los envían lejos para que, si han de dispararle a alguien, nosea de la familia.

—¡Eso no es cierto! —exclamó Flutterby —. Simplemente no quieren quetrabajen en el mismo distrito que su familia porque…, porque…

—Van a venir aquí si no nos apresuramos —interrumpió Jaka. Su voz estabacambiando, e intentó hacer que sonara autoritaria. Jaka vivía al borde del campode refugiados más grande de Kalaloch. Tenía más miedo que las tres chicas a lainmediatez del hambre y a las represalias de seguridad. A los doce años ya habíavisto suficientes muertes a causa de ambas cosas. Sacó de su caja su gastadaflauta y unió con un golpe seco sus secciones.

Dana se encogió de hombros, suspiró y sacó su caracola. Sus cuerdas nuevasdestellaron bajo un rayo plateado de luz solar. La enroscada concha negra relucíacon el pulido de cuatro generaciones de dedos.

—Dame un la —pidió.Jaka se lo dio, y mientras procedían a afinar la caracola las otras dos

muchachas cortaron la tela en cuatro tiras iguales de unos tres metros cada una.—¿Ha matado tu hermano a alguien alguna vez? —susurró Leet.—Por supuesto que no —dijo Flutterby. Alisó las arrugas de su tela sin cruzar

sus ojos con los de la otra muchacha—. Él no es así. Tú lo conoces.—Sí —dijo Leet. Sus ojos castaños brillaron, y rio quedamente—. Es tan

mono.Flutterby se dio cuenta de que había escrito todas las letras de su pancarta con

menos de la mitad de un tubo de verde. Era verde oscuro y sería casi tan visiblecomo el negro. Las grandes letras mayúsculas decían: « ¡TENEMOS HAMBREAHORA!» . Se había convertido en el grito de guerra de los refugiados, peroúltimamente lo había visto murmurar por todas partes. La escasez aumentaba ylas raciones disminuían, Flutterby lo había oído susurrar incluso en La Cola.

La Cola, donde todo el mundo permanecía horas y horas para poder entrar enlos centros de distribución de comida, era donde había decidido colgar supancarta. Leet la colocaría sobre su colegio, que miraba a las oficinas decemento y plasmacero de la Mercantil Sirenia. Jaka deseaba deslizaría al interiordel hiperconductor sirenio, y Dana decía que colgaría la suya en el muelle deltransbordador, a la vista de las oficinas de Holovisión en el puerto.

Dana bajó y subió las escaleras varias veces, luego ella y Jaka tocaron unarápida y animada pieza que habían practicado en el colegio. Flutterby pensó queera lo mejor que su amiga había tocado nunca. Jaka se peleó con la melodía,como de costumbre, pero llegó hasta el final.

—¿Crees que las Sombras secuestraron a Crista Galli? —preguntó Leet. Leresultaba difícil manejar el grueso tubo, y tenía que repasar sus letras parahacerlas lo bastante gruesas como para que pudieran ser leídas a distancia.

—No lo sé —dijo Flutterby —. Ya no sé qué creer. Mi madre creció enVashon, y dice que Crista Galli es una especie de dios o algo así. Mi papá diceque no es más que otro fenómeno.

—¿Tu madre?—No —rio Flutterby —. Crista Galli, tonto. Dice que la única forma de

alimentar al mundo es mantener el control de las corrientes, y que si Crista Galliayuda a controlar el varec entonces el Director hace bien asegurándose de queno escape o se vuelva contra nosotros. ¿Qué piensan tus padres?

Leet frunció el ceño.—Ya no hablan mucho de nada —dijo—. Los dos trabajan todo el tiempo,

cada día. Mamá dice que está demasiado cansada para oírse a sí misma pensar.Mi papá ni siquiera mira ya las noticias. No dice nada, se limita a morderse loslabios e irse a la cama. Creo que tienen miedo…

Una explosión en el puerto los sobresaltó a los dos. Dana dejó caer sucaracola al suelo con un sordo tump.

—Eso fue cerca —dijo. Dana se ponía a balbucear cuando estaba nerviosa, yahora lo hizo.

Los cuatro se apiñaron en la pequeña portilla de plas en el extremo del fondodel desván. Una mancha de negro humo cubría el cielo a su derecha, al extremode la calle. Flutterby miró hacia la izquierda, contempló la copa gigante del carteldel As de Copas oscilar de un lado para otro a causa de la conclusión. La calleestaba llena de transeúntes matutinos y vendedores en sus pequeños puestos.Flutterby oyó jadear a Dana y miró hacia donde señalaba, justo debajo de ellos.

—¡Seguridad! —susurró—. Están cubriendo la escotilla. ¡Ya deben estardentro!

—Tenemos que esconder todo esto —dijo Jaka, con un susurro agudo—. Si loencuentran, nos matarán.

—O peor —murmuró Dana.Reunieron a toda prisa las pinturas y enrollaron las dos pancartas aún

húmedas, pero ya era demasiado tarde.La delgada escotilla saltó violentamente a un lado cuando un hombre de

seguridad, gordo y sin cuello, le dio una patada y entró. Otro, casi idéntico a él, sedeslizó tras él y aguardó con la espalda contra la pared.

—Mira eso —dijo, desenrollando las pancartas con el cañón de su arma—.Un pequeño nido de alasplanas, ¿no?

Sin aguardar una respuesta lanzó dos descargas de su pistola láser. Jaka y Leetcayeron al suelo, muertos al instante.

Flutterby sintió deseos de gritar, pero no pudo reunir su aliento.

—Son chicos —dijo su compañero—. ¿Por qué has disparado…?—Las larvas se convierten en moscas —dijo el otro—. Tenemos órdenes. —

El cañón se alzó de nuevo, y Flutterby ni siquiera vio el destello que la mató.

La humanidad posee cuatrocosas que no son buenas en el mar:timón, ancla, remosy el miedo de bajar.

12

ANTONIO MACHADO

Ben soltó los cerrojos de la escotilla y Rico LaPush entró apresuradamente.Rico hizo una rápida inclinación de cabeza a la muchacha, que estabaespectralmente pálida, y tendió a Ben su mensajero de bolsillo. La may or partede las informaciones que contenía ya estaban pasadas, pero Ben desearía oírlasde todos modos. Rico tuvo mucho cuidado de no tocar a la muchacha.

—¿Listos? —preguntó.—Listos —dijo Ben.—Sí —dijo la muchacha.Rico se rascó los ralos pelos de su barbilla y ajustó la pistola láser en la parte

de atrás de sus pantalones. Llevaba con Ben desde que la isla Guemes sehundiera, más años de los que llevaba viva Crista Galli. Su desconfianza hacia lagente lo había mantenido con vida más de una vez, y no tenía intención de bajarla guardia con Su Santidad.

—Eso lo conozco —le dijo a Ben, señalando con la cabeza sus trajes isleños—. Ella me recuerda los viejos días, cuando las cosas eran simplemente duras.Las calles están llenas de seguridad, va a necesitar una buen actuación…

—Puede dirigirse usted a mí —interrumpió Crista, con las mejillasenrojecidas por un acceso de furia—. Tengo oídos para oír, boca para responder.Esta hermana no es una silla perro, ni un vaso de agua en la mesa de su hermano.

Rico tuvo que contener una sonrisa. Su acento isleño era perfecto, su sintaxisperfecta. Parecía haberlo estudiado a fondo… Por supuesto, tenía unas formasmucho más íntimas de penetrar en las cabezas de la gente.

—Gracias por la lección, hermana —dijo—. Su forma de vestir alegra micorazón, mis felicitaciones.

Rico notó la sonrisa de Ben, y el hecho de que la mirada de su socio nunca seapartaba del perfecto rostro de Crista Galli.

Las cámaras de Rico habían grabado los rostros de muchas mujereshermosas para Holovisión, y tenía que admitir que todo lo que había oído acercade Crista Galli era cierto. Cuando Ben se convirtió en reportero, Rico LaPush

firmó como triangulador de campo del equipo holográfico. Una mentira biensituada le dio el trabajo, pero su facilidad para aprender lo mantuvo en él. Habíafilmado más pompas y más horrores en cualquiera de sus años que los que lamayoría de otros cámaras habían sido testigos en sus vidas.

Está pálida, pero es hermosa, pensó. Quizás el sol le dé algo de color.Operaciones decía que debía ser mantenida fuera del sol, pero Rico creía

que, dada su reciente mala suerte, eso sería imposible. A Operaciones, fueranquienes fuesen, no les pisaban los talones.

—Caminaremos un rato —dijo Rico—. Nada de apresurarse.Hizo una seña con la cabeza al mensajero en la mano de Ben.—No te preocupes —dijo—. Puedes arrojarlo a la basura. Nos dicen que

seremos evacuados por aire, pero todas las pistas ya están controladas por loschicos de Flattery. Tendremos que hacerlo por mar.

—Pero dijeron…—Sé lo que dijeron —restalló Rico—. Dijeron que las pistas serían seguras.

Dijeron mantenedla lejos del agua. Movámonos.Crista Galli reflejaba una tristeza que no le gustó a Rico. Podía aceptar el

miedo, o la furia, o incluso la histeria, pero la tristeza le hacía pensar demasiadoen la mala suerte. Y ya habían tenido suficiente. Cuando ella tendió una manotentativa hacia Ben, Rico la detuvo con una palabra.

—No —dijo—. Lo siento. No puedo dejar que lo toques.—¿El miedo es tuy o? —replicó ella—. ¿O de esas « Operaciones» ? Va

vestido.—El miedo es mío.Crista se sintió dolida cuando Ben guardó silencio. Se apartó de él, y Rico

cambió al dialecto guemes que había dejado de lado hacía años.—Entre isleños, simplemente estoy aconsejando a una de mis hermanas que

necesita reconocer la profundidad de la confianza y el amor que la gente sientepor ella —dijo, con un corto asentimiento de la cabeza—. Hablan con ella,aunque el habla sea dolorosa.

—¿Y el miedo?¡Bien!, pensó Rico. No se siente intimidada.Siguió hablando a la manera de los isleños de Guemes.—Esta hermana ha sabido iluminar bien a su hermano. Dejemos que el

hermano recuerde a la hermana que solo se teme lo desconocido. Quizá lahermana pueda tranquilizar a su hermano, a su debido tiempo. ¿Empezamos?

Ella guardó entonces silencio, y a Rico aquello le gustó. Fuera cual fuese lamaldición que llevaba encima, la llevaba con gracia. Conocía a Ben Ozette desdehacía veinticinco años. Rico se había enamorado de una docena de mujeresdurante ese tiempo, pero Ben solo una vez. Rico recordaba que Ben había miradoa Beatriz Tatoosh de la misma forma que ahora miraba a Crista Galli.

Ya era hora, pensó, y sonrió para sí mismo. Beatriz está liada con ese tipo,Macintosh. Ben necesita a alguien sólido también.

Todo el mundo sabía que las relaciones dentro de la industria tendían a ser decorta vida, y que las familias eran imposibles. Con todos los viajes y la tensiónalgo, en alguna parte, tenía que ceder, y eso solía ser las relaciones. Rico habíacedido hacía mucho tiempo, y ahora estaba saliendo con una pelirroja quetrabajaba a tiempo completo para Operaciones.

—El puerto —dijo mientras empezaban a bajar la rampa—. Es una casa delocos, y hasta ahora la seguridad no se ha acercado al Pez volador. Victoria es tansegura como puede llegar a serlo, así que subiremos hasta allá. Es arriesgado,pero no tan arriesgado como esto.

Giraron a la derecha y caminaron lentamente muelle abajo, hacia la multitudreunida cerca del agua. Rico caminaba ligeramente detrás de la pareja,manteniendo edificios y escotillas cerca, sin hablar. Casi chocó con Galli variasveces cuando la muchacha se detuvo bruscamente para contemplar alguna de lastiendas y las reliquias de ella que se vendían allí. Cada vez apretaba más fuerte lamantilla contra su rostro.

Así que es cierto, pensó Rico. ¡Ella no lo sabe!La observó tender la mano hacia un vestido carente de gusto en una vitrina de

cristal que llevaba la inscripción: « Vestido de Crista Galli, llevado a la edad dedoce años. No a la venta.» También se detuvo junto a una vitrina donde habíavarias platinas de microscopio con sangre en ellas, un mechón de cabelloevidentemente demasiado oscuro para poder ser suyo, y varios retales de ropa,todo ello garantizado que procedía de « Su Santidad» Crista Galli. Encima de lavitrina había una advertencia escrita a mano: « Peligro extremo, no tocar.Envasado de seguridad incluido en cada venta.»

Uno pensaría que jamás ha visto un perro antes, pensó, contemplándola, o unpollo…, seguro que se volvería loca si viera esos malditos pollos.

Rico retenía el paso tras ellos e intentaba no escuchar lo que hablaban. Nohabía comido nada desde la mañana anterior, y el chisporrotear de la comidasobre las brasas de carbón hacía que su estómago gruñera. Estaba un poconervioso, había muchas cosas que podían ir mal. Pero la diversión había alejadoal menos una patrulla de sus espaldas.

Si los chicos hacen su trabajo, no veremos a nadie de seguridad desde aquíhasta la embarcación.

Justo mientras pensaba esto se dio cuenta de su error, pero y a no había formade retirar su pensamiento, como tampoco había forma de retirar a los dosguardias de seguridad que estaban doblando una esquina delante de ellos. Ricopulsó un botón de la unidad transmisora que llevaba en su bolsillo. Se produjo unatercera explosión cerca del muelle, pero ninguno de los dos guardias picó elanzuelo. Rico suspiró y ajustó la pistola láser en la parte de atrás de la faja de su

cintura. Era un modelo antiguo, de corto alcance. Recordó, mientras los dosguardias avanzaban por la calle hacia ellos, lo difícil que le había resultadoadquirir cargas de repuesto.

Ben y Crista vieron a los hombres de seguridad y frenaron el paso hastadetenerse. Los transeúntes y vendedores callejeros pasaban junto a ellos enoleadas. Rico se detuvo también, a unos pocos pasos detrás de ellos y frente a unprofundo escotillón. Con las nuevas explosiones se produjo un renovado agitarentre la gente que se dirigía al muelle, y a Rico no le gustó que Ben se hubieradetenido. Los dos hombres que se acercaban llevaban el atuendo caqui de lasfuerzas de seguridad de Vashon, rango cuatro. Ambos eran robustos, armadossolo con varas aturdidoras, casi normales los dos pero con las orejas fruncidas yel grueso labio inferior que traicionaban algunos defectos internos de los isleñosde Lummi.

Justo en el momento en que Rico aferraba la culata de su pistola láser, CristaGalli se inclinó hacia delante, exagerando el caminar anadeante de unaembarazada en sus últimos meses. Con la mano alzada y la cabeza inclinada enel saludo de Guemes, dijo:

—Hermanos, esta madre no puede encontrar una estación de descanso y estáen una gran necesidad. —Lo dijo de una forma absolutamente prosaica, y giró lapalma de su mano hacia arriba. Aunque los guardias evidentemente sesobresaltaron, su respuesta fue automática:

—Dos calles hacia arriba, una calle a la izquierda. Las tiendas…El otro hombre de seguridad dio un codazo a su compañero e interrumpió:—Esto podría ser el inicio de un ataque de las Sombras…, ¡movámonos!

Hermana, retírate de la calle. Vosotros dos —señaló a Ben y a Rico—, llevadladentro de algún sitio y haced que se tienda.

Los dos guardias se apresuraron hacia su estación junto al puerto, y Rico dejóescapar con un suave silbido el aliento que había estado reteniendo. Era un silbidocodificado, de los días de su infancia, que cualquier chico isleño reconoceríacomo « todo despejado» .

—Acabas de hacer a Rico feliz —dijo Ben con una sonrisa.—También ha quedado todo grabado en cinta —dijo Rico. Palmeó una

diminuta lente en la parte delantera de su camisa—. Tendrá un aspectoimpresionante en tus memorias.

Hizo una inclinación de cabeza a Crista.—Un buen trabajo de pensamiento, un trabajo malditamente bueno de

actuación. —Comprobó las cargas de la cámara en su cinturón y limpió elobjetivo con su manga. La lente parecía un pequeño botón de reluciente piedragris.

—¿No deberíamos irnos de aquí? —preguntó Crista—. Ya oísteis lo quedijeron: las Sombras…

—Somos nosotros —interrumpió Rico en un susurro—, y no habrá ningúnataque. Pero los de aquí pueden ponerse demasiados nerviosos. Las cosas estánmuy calientes. El Pez volador está ahí abajo. —Señaló hacia el cartel de« Muelle cuatro» que tenían justo delante.

Uno de los enormes transbordadores que cruzaban la bahía había salido a lasuperficie junto al muelle, no deseoso de sufrir los daños de ninguna explosión enlas comparativamente poco profundas aguas de la bahía. Los pasajeros de todaPandora salían a pie por la escotilla de atrás, mientras los vehículos de dos y tresruedas atestaban la carretera. El polvo de la mañana se convertía en lodo bajotodos los pies y el agua de las mangueras, y el lodo salpicaba de las ruedas de losvehículos, manchando los dobladillos de los finos bordados isleños. Los isleñosiban vestidos para ir al mercado.

Casi la mitad de la multitud que se abría camino a codazos muelle abajollevaban alrededor de sus cuellos la tarjeta de identificación de plástico que losseñalaba como empleados del Proyecto Nave Profunda. Hicieran lo quehicieran, lo hacían pagados por Flattery. Este era un enorme poblado, losuficientemente grande como para tensar los lazos familiares, y hoy muchos delos vendedores del muelle lanzaban rechiflas y maldiciones a los trabajadores dela base de lanzamiento de la lanzadera.

El muelle en sí era un puente entre dos bocas submarinas: la una del pobladoal muelle, y la otra que cargaba a la gente en el transbordador submarino. Losvendedores atestaban las entradas de la estación, vendiendo tubos de locionespara el sol, refrescos, frutos secos. Aquí el olor del carbón y el chisporrotear delos pescados asados quedaba ahogado por el charlotear de la multitud.

De pronto, uno de los may ores miedos de Rico se convirtió en realidad. Unrefugiado isleño que llevaba una pancarta y estaba completamente empapadopor las mangueras corrió por el atestado muelle y atacó a uno de los pasajerosdel transbordador. Ambos cay eron al suelo en un revoltijo y, tanto por reflejocomo por rabia, la masa de pasajeros empezó a darle patadas. Varias docenas derefugiados intentaron a su débil manera liberarle, luego pelear también, pero encuestión de unos pocos segundos fueron abrumados y golpeados desde todoslados.

Rico y Ben se cerraron alrededor de Crista Galli, y Rico buscó un caminomuelle abajo. Los gritos de furia se convirtieron en gruñidos de dolor a todo sualrededor. Algunos cuerpos chapotearon en la bahía, y la calurosa mañana sellenó con las maldiciones y el rojo y húmedo impacto de los puños contra la pieldesnuda.

Crista mantuvo sus brazos cruzados frente a ella y las manos en sus mangas,como muchas de las viejas mujeres isleñas. Parecía inmovilizada en aquellaposición como una figura de un juego de escondite de los chicos. Mientrasavanzaban por entre la multitud tropezó con la pancarta del isleño, y Rico vio que

decía: « ¡Dad un respiro a mi hermano!»Desde atrás les llegó un sonido de astillamiento y el chirriar de puntales al

ceder, luego gritos de miedo. Rico vio por encima del hombro que una porcióndel muelle había cedido, y centenares de personas habían caído al agua.

Eso debería enfriar un poco las cosas por unos momentos, pensó, pero no pormucho tiempo.

—Camina más lentamente —le dijo a Crista Galli al oído—. Estás cansada yembarazada y no has comido desde ayer por la noche.

Sabía que lo último era cierto. Pensó en todas las comidas que se habíaperdido cuando chico, se preguntó cuál era la última vez que Crista Galli o elDirector se habían perdido una comida. Él y Beatriz se habían perdido muchastrabajando con las noticias, pero eso era diferente. Cuando Rico era un chico, nohabía elegido pasar hambre.

Escrutó la playa allá donde se separaba del asentamiento isleño en la costa yse aplanaba hasta convertirse en una herbosa meseta en el perímetro del poblado.Seguridad se había concentrado allí en sus negros transportes personales,aguardando a que la multitud se cansara antes de intervenir y ocuparse de ella.Un sangriento frenesí tan cerca del perímetro, y relativamente abierto a la play ay la bahía, podía atraer a los ímpetus. La vista de una manada de ímpetusdispersaría la multitud, y luego seguridad podría ocuparse de los ímpetus sinsiquiera arrugarse los uniformes.

El examen visual y electrónico del área por parte de Rico no detectó signosde seguridad en el muelle en sí. No disponía de nada que pudiera detectar losdispositivos de escucha de alta potencia que el Director utilizaba últimamente.

Crista miraba con fijeza al frente mientras caminaban, con los ojos muydilatados, y Ben la sujetó por el codo.

—Digámosles antes de irnos que no son más que uno. Hagámoslescomprender que todos son el mismo ser, y que si se cortan los brazos y laspiernas morirán…

Ben sujetó con más fuerza su codo y la sacudió. Rico vio sus ojos cuando sevolvió para mirarle. Eran salvajes, muy grandes y desenfocados para sernormales. Rico observó que Ben iba con mucho cuidado de no tocar su piel.

—Vamos a ir a Puerto Esperanza —mintió, hablando rápidamente mientrascaminaban—. El lago allí es maravilloso en esta época del año, e incluso pese ala altitud encontrarás que hace calor por la noche. Las viejas Islas son demasiadovulnerables. Tenemos fuertes lealtades entre los sirenios, pero no puedes movertelibremente en sus asentamientos allá abajo. Nuestro peligro más inmediato es laseguridad. El Director debe haber enviado aeroplanos de observación a todo lolargo de la costa, en particular cerca de la Reserva. Por supuesto, también estánsus halcones del cielo. En el mar somos vulnerables al varec. —Hizo una pausa,y cuando Crista le miró asintió con la cabeza y luego continuó—: Y la nueva flota

de hidroalas del Director, algunas de las cuales vendió convenientemente a laseguridad de Vashon. Por supuesto, también tenemos espías entre nosotros.

Rico se sintió aliviado. Lo que Ben había dicho era para los dispositivos deescucha, no para Crista Galli. Estaba seguro, por su mirada vacía, que no habíacomprendido ni una palabra.

La muchacha siguió avanzando entre los gritos a lo largo del Muelle cuatrocomo si no hubiera oído nada. Rico vio que ahora ardían más botes, quizás unadocena, y los servicios contra incendios estaban intentando apartarlos de losdemás. Uno de los hidroalas a motor de las fuerzas de seguridad de Vashonavanzó a toda velocidad hacia las llamas desde el lado del mar correspondiente ala Reserva.

El Pez volador, el hidroala privado de Holovisión, ya estaba a la vista al finalde la rampa inclinada. Rico sintió el flujo de adrenalina en su vientre. Esperabaque Operaciones hubiera dado instrucciones a Elvira, la piloto del Pez volador. Aella no le importaban demasiado los cambios de planes, y no le gustaban losencuentros con la seguridad de Vashon.

Elvira era la piloto más dura que Holovisión hubiera contratado nunca. Nadala molestaba. Por todo lo que Rico sabía, no tenía ninguna idea política, nihobbies, ni amigos, ni siquiera convicciones religiosas. Su única pasión era pilotarel más rápido hidroala movido a hidrógeno del mundo tan a menudo y a tantavelocidad como fuera posible. En modo superficie era altamente competente; enmodo submarino o de lucha no tenía igual en el mundo. Había llevado a Ben y aRico a las más peligrosas misiones, y los había sacado de ellas muchas másveces de las que podía contar. Esta sería indudablemente la más peligrosa.

Ben captó la mirada de Rico y alzó una ceja interrogadora, al tiempo queseñalaba con la cabeza a la muchacha.

Rico se rascó la barba de dos días. Crista se volvió para mirar más allá de élhacia la multitud que ahora había vuelto a encaramarse al muelle, acumulandocuerpos e impulso, y se estaba dispersando por las calles de Kalaloch.

Todo el mundo que recordó más tarde aquel suceso señaló que el aire de lamañana se hendió con un crac como un trueno de verano o un latigazo. Sinningún eco, sin el menor asomo de brisa. Incluso un grupo de llorones niños cercaguardaron un repentino silencio en las faldas de sus madres.

Rico se llevó un dedo a cada uno de sus oídos, agudamente consciente delraspar en cada circunvolución, cada folículo y pliegue. Si una onda de choquehubiera golpeado sus oídos, todavía estarían resonando.

Ella hizo eso en mi…, ¡en nuestras mentes!Crista sintió el repentino chasquido de silencio hundirse con su cólera. Se

alegró de que Ben y Rico fueran los primeros en recobrarse, aunque lo que vioen sus ojos era claramente miedo. La multitud se había detenido,momentáneamente aturdida y buscando a su alrededor el arma que había

producido aquello, luego se dispersó a toda prisa ante el asalto de los vehículos dela seguridad de Vashon que se lanzaban a la carga contra ella.

Crista giró en redondo, se apartó de ellos y abordó el Pez volador, fingiendotodavía la anadeante forma de caminar de una mujer a punto de dar a luz. Seirguió en cubierta, junto a la escotilla de la cabina, abrazada a sí misma ymirando al mar. Los niños empezaron a llorar de nuevo, los aturdidos habitantesdel poblado se frotaron los oídos y empezaron a moverse. Rico observó que elfuego de los botes se había extendido al muelle y a algunas de las tiendas. Los dostransbordadores en la rampa inclinada se habían sumergido, vacíos, en busca deseguridad. Rico se acercó a Crista junto a la borda mientras Ben soltaba lasamarras.

—Hacía meses que se preparaba algo así —dijo—, uno podía decirlo por elambiente de las calles. Eso ya era demasiado. Pero ha sido demasiado pronto, ytodavía no están organizados. No les funcionará. Algunos se sentirán arrastrados aseguir nuestros pasos. Algunos al muelle. Otros al ataque que es inevitable dentrodel asentamiento. Eso dejará debilitada la Reserva…

—Está demasiado bien protegida —dijo ella, con voz desapasionada—.Fracasarán.

Miró fijamente a Rico con aquellos sorprendentes ojos verdes. Él observó,una vez más, que estaban dilatados pese a la luz del sol.

—Sé cómo te sentiste ahí atrás, cuando tuviste miedo de tocarme. —Alisó susropas sobre su falso vientre—. Lo que sé de las Sombras y lo que tú sabes de míes lo mismo. Solo sé lo que Flattery me dijo. No sé si debes temer mi contacto.¿Sabes si yo debo temer el tuyo?

Cuando él no respondió, se volvió y entró en silencio en la cabina del hidroalade Holovisión.

13

El mal está en los ojos de quien lo contempla.

ARACNA NEVI,ay udante especial del Director

Las luces habían sido convenientemente amortiguadas en la sala holo delDirector, y un denso foco iluminaba su rostro desde abajo. Este efecto acentuabala altura de Flattery, cerca de una cabeza más alto y a que los pandoranos medios,y añadía a su estatura una marcialidad que le complacía.

El casete vacío de un holo se balanceaba sobre el brazo de su sillón reclinablepreferido. Una etiqueta naranja fluorescente en el casete decía: « Destruir trasvisionado» , y debajo estaba escrito a mano: « Solo para Drt. y A. Nevi.» Bajoesto había impreso, en blanco: « Pena máxima.» Flattery sonrió ante eleufemismo. Según sus instrucciones, todos aquellos que violaban la sanción de« Pena máxima» eran entregados a los aprendices de interrogadores de AracnaNevi. La seguridad era un oficio desagradable.

—Señor Nevi —dijo con una inclinación de cabeza.—Señor Director.Como de costumbre, el rostro de Aracna Nevi era inexpresivo, incluso para el

experto entrenamiento de Flattery como capellán-psiquiatra. Nevi no se habíaapresurado en presentarse, vestido con un austero traje gris de corte sirenio, hastalas primeras luces del amanecer.

—Zentz todavía no los ha hallado —dijo Flattery. Su voz era seca, ytraicionaba más furia de la que deseaba.

—Fue Zentz quien los perdió —contraatacó Nevi.Flattery gruñó. No necesitaba que se lo recordaran, especialmente Nevi.—Usted los encontrará —dijo, y clavó un dedo en el aire entre ellos—.

Traiga de vuelta a la chica, recupere lo que pueda de los demás. Reserve aOzette para una ocasión especial. Está detrás de esa Voz de las Sombras y tienenque ser acallados ahora.

Nevi asintió, y el acuerdo quedó cerrado. El pago sería acordado más tarde,como de costumbre. Las condiciones de Nevi eran siempre razonables, inclusoen asuntos difíciles, porque le gustaba su trabajo. Y este era un tipo de trabajoque no podría practicar sin el Director.

Cada arte tiene su tela donde plasmarlo, pensó Flattery.—La franja aérea está asegurada —dijo Nevi—. Preparamos algo para ellos

allí, incluida media docena de colaboradores, de modo que los tenemoscontrolados por aquel lado. La inteligencia ha funcionado bien. Los hombres deZentz están apretando los tornillos habituales en el poblado. Pronto se veránobligados a trasladar a la chica. Por tierra queda descartado, sería una locura.Tendrá que ser por mar, y organizando algún tipo de diversión para poder salir deaquí. Supongo que elegirán Victoria. Creo que vale la pena esperar paraconseguir un barrido lo más amplio posible, ¿no cree?

—¿Tiene vigilados los muelles?—Por supuesto. El hidroala de Holovisión está lleno de espías electrónicos,

una precaución. Su sistema sensor está conectado en estos momentos con él. —Nevi miró al reloj en la consola de Flattery—. Debería poder sintonizarlo encualquier instante.

Flattery se agitó ligeramente en su sillón de mando, traicionando su inquietudy su pérdida de control. Nevi estaba previendo sus movimientos, y esto no legustaba.

—Bueno —dijo, abriendo en dos su rostro con una sonrisa—, esto esmagnífico. Los tendremos…, y usted será recompensado por esto. Zentz no dejade gruñir acerca de que le roba sus mejores hombres pero, maldita sea, ustedconsigue que el trabajo se haga. —Dio una palmada sobre la mesa y mantuvo lasonrisa.

La expresión de Aracna Nevi no cambió, y no dijo nada. Su única respuestafue un apenas perceptible asentimiento de su horrible cabeza. La forma de esacabeza era más o menos normal, si no fuera por la mucosa hendidura allá dondehubiera debido estar su nariz. La oscura piel de Nevi estaba entrecruzada por unaresplandeciente red de venas rojas. Sus oscuros ojos chispeaban, no se perdíannada.

—¿Qué es lo que quiere hacer con esa mujer, Tatoosh?Flattery se dio cuenta de que su sonrisa se le caía, e intentó sostenerla un

poco.—Beatriz Tatoosh nos es de gran ayuda —dijo—. Siente una pasión por el

proyecto Nave Profunda que nunca podríamos comprar. —Alzó la mano paradetener la interrupción de Nevi—. Sé lo que está pensando…, ese pequeño asuntoentre ella y Ozette. Terminó hace más de un año…

—No fue un « pequeño asunto» —interrumpió Nevi—. Duró años. Fueronheridos juntos en la rebelión de los mineros hace dos años…

—Conozco a las mujeres —siseó Flattery—, y ella lo odiará por esto. Escaparcon una mujer más joven…, sabotear Holovisión y la Nave Profunda… ¿Noleyó el comunicado tal como se lo escribimos ay er por la noche?

Un asentimiento por parte de Nevi, y silencio.—Sabe tan bien como nosotros que mencionar a Ozette como parte de este

secuestro proporcionará al asunto una popularidad y una credibilidad que no

podemos permitirnos. Todo ha terminado entre ellos, y tan pronto como él esté denuevo en nuestras manos todo habrá acabado para Ben Ozette. Tatoosh estará abordo de la estación espacial de ensamblaje esta tarde, y y a no la tendremosmás encima.

Ante el continuado silencio de Nevi, Flattery se frotó enérgicamente lasmanos.

—Bien —dijo—, déjeme mostrarle cómo he mantenido el varec bajo controldurante el último par de años. Sabe cómo la gente se resiste a esto, siempre senecesita un desastre para que lo acepten. De hecho, la voluntad del varec fuedominada hace mucho tiempo por nuestro laboratorio en Orcas. Resultademasiado complejo de explicar, pero basta decir que no se trata simplementede un asunto de control mecánico, desviar corrientes y demás. Gracias a lasinvestigaciones en neurotoxinas, hemos conseguido tener acceso a sus emociones.¿Recuerda ese campo de varec junto a Lilliwaup, el que ocultaba un comando delas Sombras?

Nevi asintió.—Lo recuerdo. Le dijo usted a Zentz: « Las manos fuera de ahí.»—Correcto —dijo Flattery. Se irguió en su silla reclinable y accionó el

respaldo para que acudiera al encuentro de su espalda. Ajustó el holo y las lucesdisminuyeron un poco automáticamente. Entre los dos hombres, en el centro dela habitación, aparecieron en miniatura varias imágenes de monitor de un puestode avanzada submarino sirenio, una estación de varec al borde de un campo demediano tamaño. Las luces del varec parpadeaban en las profundidades más alládel puesto de avanzada. La estación de varec había sido construida sobre losrestos de un viejo Oráculo.

Los Oráculos, como los llamaban los pandoranos, eran esos puntos donde elvarec clavaba sus raíces en la propia corteza del planeta. Debido a la increíbleprofundidad de esas raíces de más de trescientos años de antigüedad, y debido aque los sirenios de antes las plantaban en líneas rectas, la corteza de Pandora sefracturaba a veces a lo largo de las líneas de esas raíces. Era una serie de esasfracturas las que habían dado nacimiento a los nuevos continentes y las rocosascadenas de islas de Pandora.

El jardín privado de Flattery, « el Parque» , se hallaba bajo tierra, en unacaverna que había sido en sus tiempos un Oráculo. Flattery había hecho que sugente quemara la raíz de trescientos metros de grosor para acomodar sus diseñospaisaj ísticos.

Tres vistas se hicieron nítidas en el holo frente a los dos hombres: La primeraera del interior de una estación de varec, con un sirenio que se estaba quedandocalvo atareado ante su consola de control; la segunda, fuera de la estación, desdeel perímetro del varec, se enfocaba en la escotilla principal de la estación; latercera, también fuera de la estación, enfocaba la masa gris del varec desde la

escotilla trasera. El sirenio parecía muy muy nervioso.—Sus hijos han estado nadando en el varec —explicó Flattery —. Está

preocupado. Sus peces de aire deben ser reemplazados. Todos han estadotomando como corresponde su antídoto. El varec, cuando es tratado con minueva mezcla, muestra una morbosa atracción hacia el antídoto.

Hubo algunos atisbos ocasionales de los niños entre las frondas del varec. Semovían con el ultra lento movimiento de los sueños, mucho más lentos de lo quedictaba el movimiento bajo el mar, considerablemente más lentos que loshabituales movimientos de renacuajo de los niños.

El sirenio activó un tono pulsante que se cortó por sí mismo tras unos cuantosparpadeos.

—Es la tercera vez que hace sonar « Asamblea» —dijo Flattery. Laanticipación hacía que le resultara difícil permanecer inmóvil.

El sirenio le dijo algo a una mujer, vestida con un mono de trabajo, mojadaaún por su trabajo del día de conectar el campo de varec para el Control deCorrientes.

—Linna —indicó—, no consigo hacerles salir del varec. Esos peces de airedeben de estar y a secos…, ¿qué está ocurriendo ahí fuera?

Ella era delgada y pálida, muy parecida a su esposo, pero sus ojos tenían unaspecto ensoñador y desenfocado. La mayoría de los que trabajaban en lospuestos de avanzada no llevaban sus trajes de buceo dentro de las zonas dehabitación. Ella trabajaba en los límites de lo que los sirenios llamaban « el SectorAzul» .

—Quizá sea su contacto —murmuró—. El contacto… es algo especial. Tú notrabajas en él, no lo conoces. No es frío y resbaladizo, como antes. Ahora elvarec da la sensación como si…, bueno… —Vaciló, e incluso en el holo Flatterypudo detectar un enrojecimiento.

—¿Cómo qué? —preguntó el sirenio.—Yo…, últimamente es como cuando tú me acaricias. —Su enrojecimiento

acentuó la mata de su denso pelo rubio—. Algo como cálido. Y me hace sentirhormigueos por dentro. Hace que mis venas pulsen.

Él gruñó, la miró de reojo y suspiró.—¿Dónde están esos chicos?Miro por el plas a su lado a las penumbrosas profundidades más allá del

complejo. Flattery no pudo detectar ningún movimiento natatorio de los niños.Sintió una mordisqueante sensación de regocijo ante la creciente aprensión delsirenio.

El sirenio activó una vez más el tono de su consola, y la correspondiente luzde control del sistema parpadeó en ella. Su dedo puso en marcha con un golpe lapantalla del escáner.

—Estaban justo ahí —exclamó—. Esto es una locura. Voy a hacer sonar la

alerta roja. —Hizo saltar el sello del único botón de la consola que Flattery sabíaque ningún puesto de avanzada deseaba apretar nunca: el de la Alerta Roja. Esonotificaría al Control de Corrientes en el Orbitador sobre sus cabezas y al Centrode Comunicaciones en la base sirenia más cercana de que todo el complejo sehallaba en peligro inminente.

—¿Lo ve? —dijo Flattery —. Está captando la idea.—Voy a salir ahí fuera —anunció el hombre a su esposa—. Tú quédate aquí,

¿entiendes?Ninguna respuesta. Ella siguió sentada, con los ojos aún ensoñadores,

contemplando las frondas de cincuenta metros de largo del varec azul que setendía hacia ella desde el perímetro.

El sirenio agarró un pez de aire de la taquilla al lado de la escotilla y se ató uncinturón de herramientas. Agarró un podador láser de mango largo y un bloquede recargas. Como si se le ocurriera de pronto, tomó todo el cesto de peces deaire, las agallas simbióticas sirenias que filtraban el oxígeno del mardirectamente al torrente sanguíneo.

Son unas cosas repugnantes, pensó Flattery con un estremecimiento.Inconscientemente se frotó el cuello, allá donde solían fijarse.

Una vez fuera, la linterna de mano del sirenio apenas iluminaba el campo devarec al borde del complejo. Este holo había sido filmado al atardecer, y ladesvaneciente luz que iluminaba desde arriba la escena, junto con la profundidad,lo oscurecían y hacían difícil ver los detalles del rostro del hombre, una pequeñadecepción para una crónica tan buena de la prueba en sí.

Cuando el sirenio alcanzó el perímetro del complejo, al alcance de lasfrondas más largas del varec, giró ante el clic-ssss de una escotilla al abrirse trasél. Su esposa nadó perezosamente en línea recta hacia la parte más profunda delvarec. El airea de la estación ascendió hacia la superficie en un gran borbollón.Él debió darse cuenta de que todo estaba perdido cuando contempló el mar entraren tromba en sus aposentos a través de la compuerta estanca no cerrada. Todoslos sensores quedaron en blanco.

Flattery apagó el holo y volvió a dar intensidad a las luces. Nevi permanecíasentado sin moverse, con la misma expresión ilegible en su horrible rostro.

—¿Así que el varec los atrajo y los devoró? —preguntó.—Exacto.—¿Siguiendo órdenes?—Siguiendo órdenes…, mis órdenes.Flattery se sintió complacido ante el rastro de la sonrisa que aleteó en los

labios de Aracna Nevi. Era un lujo que no se permitía demasiado a menudo.—Ambos sabemos lo que va a desatarse ahora —dijo el Director, y resopló

ligeramente antes de continuar—. Se exigirá venganza. Mis hombres se veránobligados, a petición popular, a podar a fondo este campo. ¿Ve cómo se ha hecho

todo?—Muy limpiamente. Siempre pensé…—Sí —exultó Flattery—, como todo el mundo. El varec ha sido siempre un

tema muy sensible, y a lo sabe. Con todas esas implicaciones religiosas y lodemás. —Otro gesto desdeñoso con la mano. Flattery no podía impedir el seguirfanfarroneando.

» Tenía que conseguir dos cosas: Tenía que conseguir controlar el Control deCorrientes, y tenía que hallar el punto en el cual el varec se volvía sintiente. Nonecesariamente listo, solo sintiente. En el momento en que envía esas malditasbolsas de gas y a es demasiado tarde…, la única solución entonces es acabar conél. Perdimos muchos buenos caminos del varec durante muchos años a causa deeso.

—Entonces, ¿cuál es la clave?—Las luces —dijo Flattery. Señaló a través de su enorme portilla de plas

hacia el lecho justo en la línea de la marea—. Cuando el varec empieza aparpadear, eso quiere decir que despierta. Entonces es como un niño, y solo sabelo que se le dice. El lenguaje que habla es químico, eléctrico.

—¿Y usted le da las órdenes?—Por supuesto. Primero, impedirle el contacto con cualquier otro varec. Eso

es imprescindible. Se educan los unos a los otros por contacto. Asegurarse de quelos caminos del varec son muy anchos entre campos…, un kilómetro o más. Esamaldita cosa puede aprender de las hojas arrancadas de otros campos. El efectomuere muy rápidamente. En general, un kilómetro basta.

—Pero ¿cómo consigue… enseñarle lo que usted quiere?—No le enseño. Lo manipulo. Es un método muy a la antigua, señor Nevi.

Simplemente, los seres gravitan hacia el placer, huyen del dolor.—¿Cómo responde a ese tipo de… traición? Flattery sonrió.—Oh, sí. La traición es su departamento, ¿no? Bueno, una vez podado y

mantenido en el estadio de formación de las luces, no recuerda mucho. Losestudios muestran que puede recordar si se le permite desarrollarse hasta elestadio de lanzamiento de esporas. Acaba de ver cuál es la respuesta a eso…, nose le debe dejar llegar tan lejos. Los estudios muestran también que este polvo deesporas puede educar a un campo ignorante.

—Pensé que solo era un engorro —dijo Nevi—. No me di cuenta de queusted creyera que podía pensar.

—Oh, y mucho. No olvide, mi querido Nevi, que soy un capellán-psiquiatra.El que no rece no significa…, bueno, cualquier mente me interesa. Cualquiercosa que se interponga en mi camino me interesa. Este varec hace ambas cosas.

—¿Lo considera un « adversario digno» ? —sonrió Nevi.—En absoluto. —Flattery dejó escapar una risa que era casi un ladrido—. No,

digno no. Tendrá que mostrarme algo más de lo que he visto hasta ahora antes de

que considere a esta planta un « adversario digno» . Es simplemente un problemainteresante, que requiere soluciones interesantes.

Nevi se puso en pie, y la cruj iente textura de su traje gris acentuó la fluidezde los músculos que ocultaba.

—Este es su problema —dijo—. El mío es Ozette y la muchacha.Flattery reprimió el reflejo de ponerse en pie y agitó una fláccida mano,

afectando una despreocupación que no sentía en absoluto.—Por supuesto, por supuesto. —Evitó la mirada de Nevi conectando de nuevo

el holo. Tecleó uno de los siguientes noticiarios de Tatoosh. La mujeracompañaría el próximo vuelo de la lanzadera al Orbitador, una lanzadera quecontenía el Núcleo Mental Orgánico que debía acoplarse a la Nave Profunda. ElNMO ya era « una cosa» en su mente, antes que « la mujer» que había sidoAly ssa Marsh.

Flattery hervía por dentro. Había deseado algo más de Nevi, algo que ahoraolía de forma distinta a la aprobación. No le gustaba detectar debilidades en símismo, pero todavía le gustaba menos la idea de dejarlas pasar sin controlarlas.

—Lo que necesite… —Flattery dejó sin decir lo obvio.Nevi lo dejó todo por decir, hizo una inclinación de cabeza y abandonó la

estancia. Flattery sintió una profunda sensación de alivio, luego la controló. Elalivio significaba que había empezado a confiar en Aracna Nevi, cuando sabíamuy bien que confiar en alguien significaba una hoja clavada en la garganta máspronto o más tarde. No tenía la menor intención de que aquella garganta fuera lasuya.

14

Y del suelo empezaron a crecer todos los árboles queson agradables a la vista y buenos para comer;también el árbol de la vida en medio del jardín, y elárbol del conocimiento del bien y del mal.

Libro de los Muertos cristiano

Un camino abandonaba la playa a un kilómetros más allá de los límites de laReserva. Era un sendero zavatano, usado por los fieles para transportar el varecrecogido en la playa hasta sus madrigueras en las extensiones altas. Puesto queera un sendero zavatano, estaba bien cuidado y era razonablemente seguro. Suslugares para descansar eran amplios y ofrecían una buena vista de la enormeReserva de Flattery. Los abigarrados barrios bajos de Kalaloch se extendían en ellado de la costa de la Reserva, cubierto hoy por una capa de humo negro. Unlaberinto de canales de las hidrogranjas y espigones se adentraba en el mar,arriba y abajo, hacia el horizonte. Distantes gritos y explosiones resonaban en elpanorama de abajo, como si ascendieran por el serpenteante camino.

Dos monjes zavatanos se detuvieron para estudiar el clamor que ascendía delasentamiento a unos pocos kilómetros de distancia. Uno era alto, desgarbado, conunos brazos muy largos. El otro era bajo incluso para un pandorano, y se movíanerviosamente para mantenerse a la sombra del otro. Ambos iban vestidos con elsuelto j i parecido a un pijama del Clan de las Hidrobolsas: algodón resistente decolor naranja oscuro que representaba el color de las hidrobolsas, sus espíritusguías.

Un racimo de hidrobolsas flotaba perezosamente sobre sus cabezas, atraídas ala escena por su fascinación por el fuego, los destellos y el arco de las pistolasláser de edificio en edificio. Las hidrobolsas arrastraban sus lastres de rocascolgados de sus largos tentáculos y trazaban amplios círculos, liberandoaudiblemente el hidrógeno a través de sus válvulas y haciendo chasquear susgrandes velas en el viento. Si entraran en contacto con el fuego o una chispa lashidrobolsas estallarían, dispersando su fino polvo azul de esporas, que los monjesrecolectaban para sus más privados rituales. Muchos de los monjes no habíanabandonado las extensiones altas, excepto para recorrer este sendero, desdehacía diez años.

—Es una vergüenza que no comprendan —murmuró el monje más joven—.Si tan solo pudiéramos enseñarlas a soltar…

—El juicio también es un ancla —advirtió el más viejo—. Es la Nada lo quenecesitan saber…, la Na-da que libera la mente del ruido y perfecciona lossentidos.

Alzó sus brazos mutantes en un largo arco hacia el cielo, luego se volviólentamente, gozando del resplandor matutino de los dos soles.

Este viejo monje, Twisp, adoraba el contacto de la luz del sol sobre su piel.Había sido pescador y aventurero en su juventud, y lo que le atrajo a loszavatanos no fue tanto su vida contemplativa como otras posibilidades que vio enellos. Como la mayoría de los monjes, Twisp se había sentido hechizado por elromance de las nuevas tierras tranquilas que habían brotado del mar. Rechazabade plano las mezquinas disputas de la política y del dinero que hacían furor entoda Pandora para establecer una red clandestina de granjas y esconditesilegales.

Twisp, sin embargo, había permanecido atento a las disputas civiles dePandora, algo con lo que molestaba poco a sus compañeros zavatanos. Ahora, denuevo, todo estaba cambiando, él estaba cambiando. Tenía más cosas queofrecer a Pandora que contemplación, aunque se contenía de decírselo al monjemás joven. No era religioso, simplemente contemplativo, y había llevado unabuena vida entre los zavatanos. Le dolería enormemente marcharse.

Dos hidrobolsas derivaron hacia él y Mose, el monje más joven, depositó enel suelo su saco e inició su Canto de Realización. Con este canto esperaba serbarrido hacia el cielo por la masa de tentáculos y transportado a un nivel superiordel ser. Twisp había experimentado la iluminación de la hidrobolsa en el primerdespertar del varec un cuarto de siglo antes. Eso fue antes de que el puño dehierro de Flattery cayera y antes de que la gente a la que amaba resultaramuerta.

Las hidrobolsas, aunque nacidas del varec, permanecían indiferentes a loshumanos, a los que trataban como una maravillosa curiosidad. El canto de Mosese hizo más vigoroso a medida que las hidrobolsas se acercaban, con lasmagníficas velas de sus membranas doradas a la luz del sol.

—Estas dos quieren su muerte hoy —dijo Twisp—. ¿Deseas realmente ir conellas?

Era el fuego lo que las atraía, y Mose debería saberlo. El joven monje habíacomido demasiado varec, demasiado polvo de esporas de las hidrobolsas a lolargo de los años. Dos humanos al aire libre cerca de la Reserva significabanormalmente seguridad armada. Las hidrobolsas que deseaban la muerte quesignificaba vida aprendían cómo atraer su fuego.

Ahora el mohoso olor de sus vientres llenó el aire. El musical silbar de susrespiraderos oscilaba con la brisa a medida que dejaban escapar su hidrógenopara descender más. El canto de Mose se volvió más trémulo.

Cada hidrobolsa tenía diez tentáculos en su parte inferior, dos de ellos más

largos que el resto. Normalmente estos dos eran los que llevaban las rocas dellastre. Las hidrobolsas que sentían llegar la necesidad de la muerte buscaban losrayos, y a menudo se reunían en racimos para cabalgar las tormentas delatardecer. Las chispas o el fuego las atraían también, haciéndolas estallar en unatremenda llamarada y una gran nube de polvo de esporas azul. Algunasarrastraban sus rocas de lastre por el suelo para causar con sus chispas un gransuicidio, un orgasmo definitivo.

Twisp respiró con más facilidad cuando las dos grandes masas viraron haciala Reserva. Interrumpió a Mose, que tenía los ojos cerrados y cuy o rostro de ralabarba estaba pálido y sudoroso.

—Este nuevo rumbo las llevará hasta el alcance del cañón del perímetro de laReserva —dijo—. Habrá polvo para llevar a los demás.

Mose se interrumpió y siguió el largo brazo de Twisp que señalaba. Las doshidrobolsas avanzaban en prieta formación, utilizando todo lo que podían capturarde la ligera brisa que soplaba de la orilla.

—La seguridad de Flattery aguardará a disparar hasta que las hidrobolsasestén sobre el asentamiento —susurró Twisp—. De esta forma, las hidrobolsas seconvierten en un arma. Observa.

Ocurrió casi cuando aún lo estaba diciendo. O bien el cañonero era unestúpido, o uno de los isleños consiguió un tiro de suerte, pero las hidrobolsasestallaron sobre la Reserva en una doble detonación que cortó el Aliento a Twispe hizo que quedara casi cegado por la luz. Buena parte del complejo principalencima del suelo resultó incinerado por la bola de fuego, y en el gran muro de laReserva se abrió una gran brecha de un centenar de metros en ambasdirecciones.

Una pausa en la lucha trajo hasta sus oídos la cacofonía de gritos de losabrasados y los agonizantes. Fue un sonido que Twisp recordaba muy bien.

El joven Mose bajaba raras veces por este sendero y tenía solo doce añoscuando fue a vivir a las extensiones altas. No sabía mucho de la vida en el mundoexterior, y sabía poco de las formas que adoptan el odio y la codicia humanos.

—Todo lo que podemos hacer es permanecer fuera de ello —murmuró Twisp—. Se ocuparán de sí mismos y nos dejarán en paz.

El húmedo crepitar de los fragmentos de las hidrobolsas que caían resonóentre los arbustos y las rocas debajo de ellos.

También habrá refugiados, pensó. Siempre los sin hogar y los hambrientos.¿Dónde los pondremos esta vez?

Los zavatanos mantenían campos de refugiados a todo lo largo de la costa, yconvertían algunos en huertos, ranchos hidropónicos y granjas de peces. Twispcalculaba que había casi más refugiados costa arriba y costa abajo que los queFlattery albergaba en Kalaloch. Aunque era cierto que todo el mundo teníahambre, solo los de Kalaloch se morían de ella. Esta era la historia que esperaba

que la Voz de las Sombras contara algún día.A su debido tiempo, el Director será el hambriento.Twisp recordaba la Isla Guemes y los refugiados de hacía veinticinco años,

mutilados y quemados y apilados como makis muertos en una estación derescate sirenia allá abajo. Twisp y unos cuantos amigos habían perseguido a losterroristas responsables, y una hidrobolsa había ejecutado al líder. Un capellán-psiquiatra estaba al fondo de todo aquello también.

Flattery había cavado tanto de su complejo bajo la roca como el que habíasobre la superficie, y Twisp había oído hablar de pasadizos que formaban rutas deescape a lo largo de la orilla. Flattery no los necesitaría esta vez. El viejo monjehabía visto luchas antes, y conocía la estrategia de Flattery : atrae dentro a tantosde los rebeldes como sea posible, luego mátalos a todos. Déjales pensar, por untiempo, que tal vez puedan vencer. Culpa a las Sombras. El resto, los que loperdieron todo excepto sus vidas, no se levantarán tan fácilmente la próxima vez.

Mose tiró de sus ropas y alisó sus pliegues. Apartó la vista del horror de alláabajo. Sus ojos no se cruzaron con los de Twisp, sino que se enfocaron en lamedia distancia más allá del sendero. Tenía unos ojos profundamente hundidospara alguien tan joven, para alguien que moraba entre los que no teníanproblemas. Estaba intentando alcanzar la paz interior a una velocidad suicida. Seafeitaba cada día la cabeza, una costumbre en estos días entre los monjeszavatanos jóvenes e incluso entre muchas monjas. Gran número de cicatricesirregulares se entrecruzaban en su cuero cabelludo, vestigios de la cirugíareconstructora.

Twisp era uno de un puñado de excepciones. Su amplia cabellera de largo ygrisáceo pelo estaba atada en una única trenza a su espalda, imitando el estilofamiliar de un viejo amigo, muerto hacía mucho. Se decía que su amigo, SombraPanille, pertenecía a la línea de la sangre que había desembocado en Crista Galli.

—Deberíamos reunir a los otros —dijo Mose—. Necesitaremos pistolas lásersi tenemos que ir a recolectar el polvo en el valle.

Twisp escudó los ojos y observó la escena de abajo. Una confusa masa quedebía ser gente del poblado se dispersó por el complejo de la Reserva. Corriendoen el otro sentido, como peces luchando contra corriente, el precioso ganado dela Reserva de Flattery salía en estampida por el muro roto y se dispersaba por elno protegido valle.

Seguridad había mantenido la población de demonios al mínimo cerca de laReserva, pero con el olor de la sangre tan denso en el aire y el ganado corriendoen libertad los ímpetus no tardarían en hacer acto de presencia. Las cosas iban aponerse y a bastante malas sin necesidad de que los ímpetus encapuchados seunieran a la fiesta. Se obligó a despertarse de su ensoñación con un gruñido.

—El polvo de esporas se presenta mal —dijo Twisp—. Si queremos traeralgo, tendremos que ir a buscarlo ahora.

Él y Mose guardaron las frondas de varec que habían recogido a la sombrade una roca blanca. Mose no miró a Twisp a los ojos.

—¿Tienes miedo? —preguntó Twisp.—¡Por supuesto! —restalló Mose—. ¿Tú no? Podrían habernos matado ahí

abajo. Los ímpetus olerán la…, la…—Hace apenas unos momentos deseabas morir en los brazos de esa

hidrobolsa —dijo Twisp—. ¿Cuál es la diferencia? Aquí arriba también haydemonios. Te sientes seguro en el sendero porque decimos que el sendero esseguro. Sabes que algunos han muerto aquí en el pasado, y que otros morirán enel futuro. Pero sigues aferrándote al sendero, sin nada que te cubra excepto estosarbustos y las rocas, y sin armas excepto tu propio cuerpo.

Twisp señaló más allá de las llamas a sus pies, al mar abierto.—Cualquier tormenta te matará tan muerto como cualquier demonio, dentro

o fuera del sendero. Es un peligro ahora, tan peligroso como un ímpetu. Siempreestá vivo, para matar otro día. Si llegan los ímpetus, acudirán a la sangre, no anosotros. Si acaso, ahora estamos más seguros. Esto es el presente, y tú estásvivo. Permanece en el presente y seguirás con vida.

Con eso, se echó al hombro su saco vacío y empezó a andar a largaszancadas hacia el valle y el polvo de esporas de abajo. Mose le siguiótambaleante, con sus nerviosos ojos demasiado atareados buscando terrores paraobservar el camino.

15

Pensar en un poder significa no solo usarlo, sino porencima de todo abusar de él.

GASTÓN BACHELARD,El psicoanálisis del fuego

Dos viejos vendedores estaban acurrucados en una escotilla, protegiéndoseellos mismos y su mercancía de los embates de una multitud que se abría caminoa golpes de fuerza hacia la Reserva. Uno de ellos masticaba un panecilloaplastado, mientras el otro se restregaba contra la manga su ensangrentada nariz.

—¡Animales! —escupió Torvin, y un fino chorro de sangre acompañó suspalabras—. ¿Queda alguien que no sea un animal? Excepto tú, amigo mío. Túeres un ser humano.

Su mano libre palmeó el hombro del otro y encontró un gran roto en la tela dela chaqueta del viejo.

—Mira, David, tu chaqueta —David se limpió unas migas de la barbilla y tiródel hombro de su chaqueta hacia su pecho para acercarla a su ojo bueno.

—Puede arreglarse —dijo—. Y la gente está pasando. Si hay muertos, amigomío, deberíamos recoger sus cartillas para los pobres.

—Yo no voy a ir ahí fuera.La voz de Torvin sonaba ahogada por su manga, pero Davis sabía que era

firme en ese punto. Quizá mejor así. Su vista no era muy buena, y sus pies no lobastante rápidos para correr más que Seguridad. Era una vergüenza queSeguridad se quedara con aquellas cartillas. Las venderían, o las intercambiaríanpor algo. Cada día Torvin y David arriesgaban sus vidas para darle un panecillopasado o una corteza de fruta seca a un hambriento sin cartilla. David sacudió lacabeza.

¡Qué locura!Trabajaba junto a Torvin, eran amigos, pero no podía cambiarle un panecillo

por una corteza de fruta seca. Tenía que tener una marca en su cartilla para lafruta, y Torvin tendría que marcarla, y entonces podría tenerla. Si Torvin no teníala marca de un panecillo en su cartilla, David no podía darle un panecillo. El queTorvin poseyera un panecillo sin una cartilla adecuadamente marcada podíasignificar perder su próximo turno en La Cola. Bajo las mejores condiciones, nopodían esperar un turno hasta al menos dentro de una semana. Bajo las peorescondiciones, podía morirse de hambre con un puñado de cupones en la mano.

—¡Esto es una locura! —le dijo a Torvin—. Suerte que soy viejo y estoy apunto de morir, porque el mundo ya no tiene sentido para mí. Nuestros hijoscorren a matarse unos a otros. Está permitido tener comida en una mesa pero noen otra. Tenemos un líder que arrebata la comida de las bocas de los bebés parapoder viajar a las estrellas…, que le aproveche, en lo que a mí respecta. Pero¿qué dejará atrás? Sus víctimas, que son también nuestros hijos. Torvin,explícame todo esto.

—¡Bah!La desteñida manga azul de Torvin estaba encostrada de sangre, pero su nariz

había dejado de sangrar. David podía adivinar, por la forma en que había dicho« ¡Bah!» , que la nariz había dejado de sangrar. Recordaba aquella vez queseguridad le había abofeteado, el chorro de sangre fresca que había brotado de supropia nariz.

—Pensar te meterá en problemas —oyó que le advertía Torvin—. Serámejor que nos mantengamos tranquilos, sequemos nuestras raciones de fruta,horneemos nuestras raciones de panecillos y demos gracias de que nuestrasfamilias tengan algo que comer.

—¿Dar las gracias? —David dejó escapar una de sus seseantes risas—. Ya noeres ningún joven, Torvin. ¿Quién te enseñó a dar las gracias por comer cuandoalguien al otro lado de la pared no tiene nada? No hay mayor pecado, amigomío, que comer una comida completa cuando tu vecino no tiene nada.

—Damos cartillas a los pobres…—¡Somos ladrones de tumbas! —siseó David—. En eso nos han convertido.

Ladrones de tumbas a los que pueden disparar por echar migajas a loshambrientos. Esto es una locura, Torvin, una locura tan grande que esta multitudempieza a tener sentido para mí. Quémalo todo y empieza de nuevo. Ellos tienenhambre ahora…

—Esos… animales que me golpearon, ellos no tienen hambre. Tienen suscartillas. Trabajan ahí abajo y los vemos diariamente. ¿Acaso los has vistocantando « Tenemos hambre ahora» cuando…?

—Escucha, Torvin, escucha a un viejo que se está volviendo loco. Escucha.Somos viejos, tú y yo. Tú no tan viejo. ¿Les habrías hecho algo si pudieras?

Torvin asomó la cabeza por la escotilla, miró calle arriba y calle abajo, luegovolvió a meterla.

—Claro que sí. Me conoces, no soy un hombre codicioso. Ya lo he hechootras veces.

—Bien, entonces escúchame, viejo. La gente que vemos, sí, tienen cartillas.Sí, traen un poco de comida a casa…, para una familia de cuatro. Si son seis,ocho, diez, entonces la cartilla sigue alimentando tan solo a una familia de cuatro.

—Nadie discute esto —dijo Torvin—. No podemos reproducirnos como…—Cuando tú o yo nos hacemos demasiado viejos y tenemos que vivir con

nuestros hijos, Nave no lo quiera, entonces seremos uno más para una cartilla decuatro. Toma a un refugiado que no tiene ninguna cartilla, amigo mío. Sí, esohace seis para una cartilla de cuatro, y la media de la gente por cartilla es deocho.

» Los que no tienen cartillas, los piojosos que se están muriendo al borde delasentamiento mendigando comida, mendigando trabajo, muriendo en el barro…,ellos no pueden recorrer las calles para gritar “Tenemos hambre ahora”, porqueapenas pueden tenerse en pie. Les damos mendrugos a causa de nuestraculpabilidad, de nuestra vergüenza. Esta multitud da sus cuerpos, sus voces, a loshambrientos. Dan lo que tienen.

David se reclinó pesadamente contra su mesilla plegable y se puso en pie. Lamultitud había seguido rápidamente adelante. Si su cuerpo se lo hubierapermitido, la habría seguido. Observó a Torvin comprobar cuidadosamente sunariz con la punta de los dedos.

—David, tengo miedo de ese tipo de gente. Hubieran podido matarnos.Hubiera podido ocurrir.

Torvin sonaba como si tuviera tapones de corcho en la nariz.David se encogió de hombros.—Ellos también tienen miedo, porque solo las cartillas les proporcionan un

lugar en La Cola, y solo cuando llega su turno. Sin una cartilla, ¿cuánto tiempopasaría antes de que tú y yo nos despertáramos en el barro costa abajo? ¿Durantecuántas noches, Torvin, podrías dormir en el barro y despertarte por la mañana?

Torvin comprobó de nuevo con una mueca el puente de su nariz.—No me gusta esto, David. No me gusta que me golpeen…—Vay a drama —dijo David—. El hombre fue empujado contra aquí. Tú

estabas escondido debajo de tu mesa y la esquina te golpeó la nariz. Nadie te hagolpeado. El Poeta, ahí abajo, él puede decirse que sí ha sido golpeado.

El gesto de David con la cabeza señaló a una forma oscura protegida en laescotilla frente a ellos. La calle estaba y a casi despejada, solo unos cuantosrezagados que se apresuraban, eludiendo los aturdidores de seguridad. La Colajunto al almacén estaba volviendo a formarse a medida que los más valientes, olos más hambrientos, salían de sus escondites.

Solo un adulto y un niño por cartilla podían aguardar en La Cola, de modo quela tarea solía recaer en el miembro no empleado más fuerte de la familia. El quehacía la compra tenía que cargar con las provisiones de comida de dos semanaspara ocho personas o más. La protección de seguridad era buena en La Cola,pero más bien mala en los demás lugares, de modo que en realidad había doscolas, una a un lado de la calle en la entrada y otra al otro lado en la salida.

Los vendedores con licencia como David y Torvin trabajaban en La Cola,vendiendo a aquellos que temían que no pudieran entrar hoy, o que deseaban algodiferente para llevar a los chicos a casa.

El hombre al que llamaban « el Poeta» al otro lado recorría su camino arribay abajo junto a La Cola cada día, balbuceando cosas acerca de Nave y delregreso de Nave. Tenía mucho cuidado de no hablar contra el proy ecto de laNave Profunda de Flattery. Lo había hecho una vez, y había vuelto a casa rotopor todas partes. Desde entonces el Poeta no se había vuelto a mantener erguido,sino que andaba arrastrando los pies, doblado por la cintura. David podía oírleahora, gritando desde detrás del final de La Cola:

—¡He estado en la cima de la montaña! ¡Dejad que suene la libertad!—¿Ese? —bufó Torvin, y su nariz empezó a sangrar de nuevo—. Ese ha

estado demasiado a menudo en el polvo de esporas.David le sonrió a su amigo. Él y Torvin tenían casi la misma edad, sesenta y

tantos años, pero no hacía mucho que conocía a Torvin. Había muchas cosas queTorvin nunca le había contado.

—Me cogieron una vez —susurró David—. Un hombre de seguridad queríapanecillos sin tener la marca en la cartilla y y o no quise dárselos. Sabía que si selos daba iba a volver cada día. Me amenazó. Yo prefería dárselos a los pobres, asíque hice una estupidez. Los arrojé a La Cola, y se produjo un tumulto. Bueno,sabía que iba a ser arrestado, pero olvidé a los demás. Cogieron a todo el mundoque tenía un panecillo sin la correspondiente marca en la cartilla y se los llevarontambién.

El rostro de Torvin palideció.—Amigo mío, no sabía…, ¿qué te hicieron?—Me llevaron a un cobertizo con cubículos, separados por cortinas. En cada

uno de ellos le estaban haciendo algo a alguien. Los gritos eran terribles, y elolor…

David inspiró profundamente y dejó escapar con lentitud el aire. El Poetatodavía estaba haciendo gestos y vituperando desde su escotilla.

—Él estaba allí, en el cubículo contiguo al mío. Era un hombre importante deahí abajo, era el director de toda la Holovisión. Flattery lo había destituido, yoentonces no lo sabía, y el hombre había comentado por antena que Flatterydeseaba lavarle el cerebro a todo el mundo.

—Un hombre valiente —dijo Torvin. Evaluó al Poeta bajo una nueva luz.—Un estúpido —dijo David—. Hubiera hecho mejor buscando una forma de

luchar desde dentro, o clandestinamente, como lo está haciendo esa gente de laVoz de las Sombras. Hubiera debido saber lo que iba a ocurrirle.

David se sacudió los gastados pantalones, se puso su capa y se reclinó contrala escotilla, con la mirada perdida en la distancia y la voz baja.

—Bueno, te diré lo que le ocurrió. Lo pusieron en un barril de metal, dobladopor la cintura, y ataron un bloque de cemento a sus testículos. No había suelo enel barril, de modo que podía moverse dentro de él arrastrándolo, pero tenía quemantenerse doblado y con las rodillas encogidas para evitar que todo el peso

recayera sobre sus testículos. Tenía las manos atadas a la espalda, y durante todoel día golpeaban los lados del barril con estos palos que llevan.

» Raras veces le daban de comer, pero cuando lo hacían tenía que coger lacomida y el agua del suelo, doblado de este modo, como un animal dentro delbarril. Era un hombre instruido. Jamás le oí maldecir. Solo rezaba. Rezaba a todoslos dioses de los que he oído hablar y a muchos otros que ni siquiera conozco. Lovolvieron loco para desacreditarlo: ¿quién iba a creer a un loco? Sobre todo a unloco que come bichos y basura y a veces polvo para mantenerse con vida.

Torvin permaneció en silencio varios segundos, digiriendo lo que su amigoacababa de contarle. El Poeta seguía con su diatriba, y los pocos patrulleros deseguridad lo ignoraban.

—Amigo mío —dijo Torvin—, y a ti…, ¿qué te hicieron?—Me golpearon —dijo David—. No fue nada. Solo me tuvieron un día por

insubordinación. No creo que el capitán le hiciera mucho caso al guardia deseguridad que me acusó. En cualquier caso, nunca volvió a aparecer por aquellacalle. Mira, ya se ha despejado, deberíamos ir a vender lo que podamos. Quierovolver a casa y ver cómo está Annie. Se preocupa por mí cuando ocurren estascosas.

Los dos hombres se ataron las pequeñas mesitas plegables que encajabanalrededor de sus cinturas y dispusieron apresuradamente sus mercancías sobreellas. Cuando salieron a la lodosa calle, Torvin oy ó la ronca voz del Poetaexhortarle:

—¡Hermano, hermano, que suene la libertad!

16

Recuerda que tengo poder; te crees miserable, peropuedo hacerte tan desdichado que odiarás la luz deldía. Tú eres mi creador, pero yo soy tu amo.

MARY SHELLEY,Frankenstein,

Depósito literario de Vashon

Aracna Nevi observó a Rico retirar la pasarela y meterla en la cubierta delPez volador, luego manipuló el sensor para obtener una imagen más de cerca dela espalda de Rico cuando este se dio la vuelta.

—Tiene un láser ahí —dijo, y dio unos golpecitos con su dedo a la pantalla—.En el cinturón, en el centro de la espalda. Lo lleva como un luchador.

Ni una sola vez miró Nevi al oficial de seguridad que observaba la pantalla asu lado. Cuando el Pez volador soltó amarras cambió a otro sensor en la boca delpuerto, uno que confirmó la presencia de Crista Galli a bordo.

A una orden de Nevi, el sensor accionó su zoom sobre la cabina del hidroalaque pasaba por su lado, revelando a LaPush en el asiento del copiloto y a CristaGalli sujeta por el arnés a su espalda. Ozette estaba sentado a su izquierda, detrásde la piloto, y estaba hablando con ella. Nevi reconoció a la piloto, Elvira, ymaldijo para sí mismo.

—Si la lancha de seguridad intenta interceptarlo, no podrá competir con suvelocidad —dijo—. ¿Qué ocurrirá entonces?

—Habrá una exhibición de fuerza —dijo Zentz—, luego un disparo deadvertencia.

—¿Y luego?Zentz carraspeó, se acarició la hinchada zona cerca de la parte central de su

rostro que sustituía a su nariz.—Un disparo de inmovilización.Nevi bufó ante aquella ridiculez. El impacto de un cañón láser contra un

hidroala accionado por hidrógeno podía desencadenar una bola de fuego de milmetros de diámetro. Pensó que era una definición un tanto amplia de« inmovilización» .

Zentz, desconcertado por el silencio de Nevi, prosiguió:—El Director declaró el « estado de seguridad» hará casi un año —dijo—.

Ya sabe la rutina: intercepción y registro obligatorio de todas las embarcaciones,

excepto los transbordadores de la compañía, que entren o salgan de Kalaloch;registro de cualquier aparato terrestre o aéreo que entre o salga del perímetro…

Nevi dejó que Zentz siguiera con su tedioso recital.La preciosa Reserva de Flattery era su nido, y Nevi sabía que no estaba

dispuesto a correr riesgos en ella. Pero Nevi estaba seguro de que cualquierintercepción del Pez volador en este momento podría transformarse rápidamenteen un desastre de las may ores proporciones. Flattery acababa de pedirle que seocupara del asunto precisamente porque Zentz había permitido que las cosasllegaran hasta tal punto.

—Queremos a la Voz de las Sombras y a Crista Galli —dijo Nevi—. Paraexterminar los neurocorredores es preciso quemar su nido. Este hidroala, intacto,nos llevará hasta allí.

Zentz, envarado como un palo en su asiento, carraspeó con la garganta seca yofreció:

—Sospechábamos que LaPush era un comandante de las Sombras desdehace unos seis años…

—Sus hombres no interferirán con esta embarcación —ordenó Nevi. Tecleósu frecuencia de seguridad en su consola—. Puede dar la orden desde aquímismo. —Accionó un interruptor y miró a Zentz directamente a los ojos.

Zentz carraspeó de nuevo, luego se inclinó hacia el micrófono.—Aquí Zentz. Treinta y cuatro, deje pasar al hidroala categoría tres blanco

que sale del puerto.—Señor —le llegó una voz joven—, las órdenes del Director son de detener a

todas las embarcaciones avistadas pero no registradas.Zentz hizo una pausa, y en aquella pausa Nevi gozó del exquisito dilema que

se había añadido ahora al cansancio del Jefe de Seguridad. Solo había una formade salirse de aquello, una forma de satisfacer al supe escrupuloso oficial y demantener al Director a raya.

—Yo personalmente lo registré en el muelle —dijo Zentz—. Sabemos quiénva a bordo.

Nevi cortó la conexión, satisfecho con la elección que había hecho Zentz.Pensando bien en ello, Zentz sería el sacrificio perfecto en el más sagrado de losjuegos, la supervivencia.

—Los oficiales jóvenes todavía no han aprendido sus prioridades —dijoZentz, con una sonrisa forzada.

—Solo han aprendido el miedo —dijo Nevi—. Madurarán cuandocomprendan la codicia.

Zentz se frotó su recia nuca, escuchando solo a medias. Había pasado toda lanoche interrogando a dos de sus mejores guardias como un ejemplo para losdemás, y ahora que Nevi había ordenado que se dejara a Crista Galli escapar desu presa parecía como si fuera a tener que pasar por todo aquello de nuevo.

Desde el momento que había dejado libre el hidroala Zentz podía sentir unaopresión en su cuello que no le gustaba…, era la presión de un nudo corredizo,frío, progresivo e inflexible.

Nevi iba a representar su perdición, empezaba a comprender esto. Con estaidea le llegó la comprensión de que no había nada que pudiera hacer al respecto,ningún lugar donde pudiera ocultarse. El ímpetu agazapado para saltar, eso fue loque vio Aracna Nevi cuando su mirada se cruzó con la de Zentz.

—Voy a hacer de usted un héroe —dijo Nevi—. Tengo un papel para que lointerprete. Si le entregamos al Director la Voz de las Sombras le entregaremosPandora. Las implicaciones para usted y para mí son obvias. Usted, por supuesto,preferirá esto a cualquier otra cosa que el Director hay a pensado para usted aquí,¿no?

Zentz no carraspeó esta vez, pero tampoco dijo nada. Asintió una vez con lacabeza, y la grotesca masa de su mandíbula se estremeció con lo que Nevisupuso que era un crispar de dientes.

—Será solamente usted y yo —dijo Nevi—. Cuanto más podamos decirle alDirector sobre estas sabandijas y sus madrigueras, más feliz se sentirá. Ustednecesita desesperadamente que se sienta feliz.

El hidroala blanco se deslizó bajo las olas de la bahía, dejando los restosincendiados en el muelle entre él y el hidroala de Seguridad de Vashon al otrolado. Se sentirían suspicaces por el hecho de no haber sido interpelados duranteuna alerta, Nevi sabía muy bien esto, pero todavía tenía la ventaja. Sabían que élandaba tras ellos, pero no sabían lo cerca que estaba.

Nevi utilizó su sistema de sensores para conseguir una panorámica de losdisturbios que ahora estaban en pleno apogeo en Kalaloch.

—Están abriéndose camino hacia la Reserva —observó—. ¿Pueden sushombres controlar eso?

Las carnosidades de Zentz se estremecieron con indignación.—La seguridad es mi trabajo también, señor Nevi. La manejo a mi manera.

Les dejaremos que desahoguen su rabieta y hagan pedazos su nido, luegoacabaremos con ellos aquí en el muro. Es preciso que sientan mucho el haberatacado la Reserva. El daño que causen a sus calles mantendrá a lossupervivientes ocupados durante bastante tiempo.

Nevi desconectó los sensores y se puso en pie; dio unos tirones a sus ropas.—Tenga preparado uno de los hidroalas personales de Flattery —restalló—.

Equipo completo para dos, más raciones para una semana. Ocúpese de que hayacafé. Reúnase conmigo en el hangar de la Reserva dentro de media hora.

Sus cejas señalaron una despedida, y Zentz se puso en pie para marcharse.Nevi vio la semilla de una esperanza en los ojos de Zentz, una semilla que Nevialimentaría hasta que floreciera para cortarla, cuando fuera necesaria, y hacercon ella el ramillete que esperaba el Director.

17

Considero las posiciones de los reyes y de losgobernantes como motas de polvo… Veo el juicio delbien y del mal como la serpentina danza de undragón, y la ascendencia y el declive de las creenciascomo las huellas dejadas por las cuatro estaciones.

BUDA

Crista Galli se reclinó en uno de los sillones de cuero para la tripulación queolía débilmente a Rico. Cerró las manos sobre los apoyabrazos, con los ojoscerrados. El ruido y la presión de la multitud siempre la habían asustado, almenos desde que había sido expulsada del varec hacía cinco años. Los recuerdosde su vida antes de esa explosión parecían irremediablemente perdidos.

El suave cuero del sillón y la espaciosa cabina apagaban el clamor delmuelle. Los otros habían terminado de soltar amarras y regresaban dentro. Uncírculo verde destelló en la pantalla del piloto por cada escotilla que cerraron asus espaldas.

Su piloto, una mujer de aspecto severo y sensual mediada la treintena,preparó las bombas de los tanques de lastre y otros sistemas preinmersión. Fueenumerando las secuencias con voz seca mientras completaba su comprobación.

—Cargando el lastre.Tres depósitos de combustible estallaron a la vez en el centro de la bahía a

causa del fuego, y Crista notó cómo la concusión vaciaba de aire sus pulmones.Una triple lengua llameante ascendió de las aguas a su proa, empujando laembarcación hacia estribor. Ben y Rico sellaron la cabina y se sujetaron con loscinturones.

—¿Abajo? —preguntó Rico, y se echó a reír. La piloto ni siquiera parpadeó.—Ninguna interpelación de seguridad —informó—. Profundidad veinte

metros obligatoria hasta haber pasado la marca cinco-cinco-siete…Desde que abordaran el hidroala Crista había sentido una calma como no

conocía desde hacía años, pese a la locura de fuera. Sentía que algo tiraba de ellahacia la boca del puerto, hacia el agua del mar abierto más allá. Ben le tendió uncaramelo de palo de uno de sus bolsillos.

—Necesitarás la energía —dijo—. Una vez hay amos salido del puertopodremos echar un vistazo a la despensa. ¿Notas el aire de la cabina demasiadoseco para ti?

—No. —Negó con la cabeza—. Está bien. Es como mi habitación en laReserva.

Aquel era el aire frío, procesado, que Crista había estado respirando durantecinco años en la Reserva, libre de los olores a carbón de los braseros en la calle,el aroma de y odo de las platas y los débiles efluvios de las flores de las laderas.Era un aire casi completamente limpio de humanidad, esa humanidad queidolatraba a Crista Galli, la humanidad que ella conocía realmente desde hacíamenos de un día.

Todavía era media mañana, el segundo sol apenas acababa de asomar por elhorizonte, y Crista notaba el avance de su luz en todo su pulsar. Ahora estabafuera de la Reserva. Independientemente de las circunstancias, tenía intención deno volver nunca, de no volver a ser jamás una prisionera entre cuatro paredes.

Vigílate a ti misma, la advirtió una antigua voz en su interior, para noconvertirte en una prisionera de la acción o de las palabras. Y recuerda: cuandohaces una elección, abandonas la libertad de elegir.

Ella no había elegido aparecer entre los humanos, y Flattery no le había dadoninguna elección desde aquel momento. Había sido arrancada de las lianas delvarec y dejada caer en el cesto de Flattery. Crista pensó que si la gente dePandora la consideraba una diosa, y a era hora de que actuara como una. Ahoraque el agua había empezado a cerrarse alrededor del hidroala, sintió que susangre se veía invadida por una energía que nunca antes había sentido.

¿Qué podía hacer para ayudarse a sí misma y a aquella gente que aún seguíapareciéndole extraña? Incluso Ben, aunque sentía un cierto amor hacia él, era unextraño. Lo había intentado diariamente durante cinco años, y no podía traer a sumemoria recuerdos de su vida anterior.

Todo el mundo, todo el mundo es un extraño.Había pensado en aquello mismo antes, pero hoy no la rodeó con la sensación

de soledad que lo había hecho en el pasado. Había tocado a Ben Ozette, y habíavisto que él también tenía esos pensamientos, y él había vivido entre los humanostoda su vida.

Esto es lo que podrían aprender del varec, meditó. No estamos solos, porquesomos elementos de un mismo ser.

Escuchó mientras Rico murmuraba algo en voz alta, a nadie en particular.—A Operaciones no va a gustarle —dijo—. Bajo ninguna circunstancia debe

permitírsele que se acerque al mar. Por supuesto, siempre pueden dejarse caerpor aquí y echarnos una mano en esa franja aérea que nos prometieron…

Ella podía ver que Rico se sentía más cómodo en el hidroala. Finalmente lesonrió, y aunque parecía estar quejándose todavía lo hacía con una sonrisa.

—¿Has subido alguna vez a un hidroala? —le preguntó Ben.—Nunca —respondió ella, mientras intentaba captarlo todo a la vez con los

ojos muy abiertos—. Los he visto desde la Reserva. Este es hermoso.

—Déjame señalarte las tres opciones que tiene —dijo él, y le mostró algunosdiagramas de su panel de control—. Estamos en el mejor vehículo de Pandora,encima, en o debajo de la superficie del mar. El modo hidroala es rápido en lasuperficie, pero los patines se atascan muy fácilmente con el denso varec.Excepto en vuelo, estos hidroalas de categoría uno utilizan el antiguo conversorBangasser para recuperar el hidrógeno del agua del mar, una fuente virtualmenteinfinita de combustible. Si nos remontamos en el aire, tenemos que recordar quelos depósitos de combustible se irán vaciando.

Miró de reojo a la indiferencia de Elvira y se encogió de hombros.—Ahora vamos abajo —dijo—. Sus pistolas láser no son buenas bajo el agua.

Pero esto garantiza que seremos rastreados, puesto que todos los caminos delvarec están muy controlados…

—Puede que sea algo más grande que Flattery lo que nos rastree —interrumpió Rico—. Cabezas arriba, vamos abajo.

Hizo una pausa y, cuando no hubo ninguna respuesta de Ben, ayudó a Elviracon el control de la inmersión. Mientras se atareaban en sus consolas, Cristacontempló el agua cerrarse sobre la cabina.

Irónicamente, era muy probable que Flattery fuera quien mejorcomprendiera su vida entre el varec. En su hibernación, Flattery habíapermanecido casi sin vida, con sus constantes vitales controladas y mantenidaspor varios dispositivos fuera y dentro de su cuerpo. Según la gente del laboratoriode Flattery, Crista Galli había vivido en simbiosis con el varec, con un centenar demillones de cilios del varec dentro de ella, respirando por ella, alimentándola.Afirmaban que estas diminutas proyecciones la habían sostenido durante susprimeros veinte años, hasta que Flattery había hecho volar su campo de varec, lohabía lobotomizado para las necesidades del Control de Corrientes.

—Es como ser un embrión hasta que tienes veinte años —le había dicho aBen—. No hay ninguna otra forma en que puedo explicarlo. No comes, respirasni te mueves demasiado. La única gente a la que conoces está en los sueños quemantiene Avata. Ahora no sé qué era un sueño y qué era y o, todo está confuso.No hubo un yo hasta…, hasta ese día. Pero Flattery sabe algo acerca de cómo sesiente esto. Lo mismo ocurre con Nano Macintosh, y ese cerebro que Flatteryestá conectando a su nave.

—Suena horrible —había dicho Ben, y ella se había dado cuenta de queprobablemente lo era.

En modo de inmersión, el motor del aparato vibraba tanto que la sacudía delado a lado en su asiento, y esto la obligó a devolver su atención al presente.

Crista reprimió una lágrima, y no pudo apartar la vista de la verdosa agua queparecía avanzar allá delante hacia la cabina.

¡Hay leyes contra tocarme!Pensó de nuevo en aquel beso, aquel que había durado solo un segundo en

tiempo real pero que se repetiría una y otra vez en su mente. Incluso en el cálidoclima de Kalaloch, Crista llevaba las ropas dictadas por el Director. Pero a solas,en la intimidad de su suite, a menudo se había despojado de sus ropas pese a lossensores de Flattery, que sabía que estaban en todas partes.

Cualquier porción de su piel, desnuda, hormigueaba con la sensación de labrisa y de la luz. Aunque no observara ninguna otra cosa en un día determinado,sí observaba los millares de diminutos contactos entre los seres humanos a sualrededor. Había resultado difícil pensar en sí misma como humana. Ahora, trastener un atisbo de la idolatría pública enfocada en ella, sentía que los desgarradosj irones se debilitaban aún más.

Un aumento de la presión del aire en la cabina hizo pop en sus oídos, y la grancúpula de plasmacristal quedó completamente cubierta por las olas. Se dio cuentade que contenía el aliento, y se obligó a relajarse. Oy ó que el susurro de lasvoces ascendía y descendía con el pulsar de los motores.

—¿Te encuentras bien?Crista tuvo la sensación de ascender por encima de la voz de Ben hasta el

techo de la cabina, a través del techo y más arriba todavía, por encima de laReserva. Estaba a mil metros encima de Kalaloch, y a sus pies se retorcía unamasa de tentáculos pardos.

Era una hidrobolsa, que abría su gran vela a la brisa para seguir la sombra desu hidroala allá abajo. Era consciente de sí misma, de su propio ser dentro delhidroala, pero también sentía cada ondulación a través del blando cuerpo de lahidrobolsa.

Ben Ozette la estaba llamando, apenas audible a aquella distancia. Parecíacomo si compartieran un cordón umbilical desde el ombligo de él al de ella, yBen estaba tirando de ella hacia sí, tray éndola de vuelta al Pez volador, manosobre mano.

Ben acarició su mejilla, y Crista despertó de golpe. Él no retiró su mano.—Me asustaste —dijo—. Tenías los ojos abiertos y dejaste de respirar.Ella se sentó hacia delante, resistiéndose a la suave presión de él, y vio que

Rico estaba también junto a ella, con un botiquín médico abierto al lado a suspies. Llevaba guantes. Lo que había sido un cielo azul que cubría el plas de lacabina era ahora la penumbra verde grisácea de la profundidad media. Estabansiguiendo un camino del varec, y de alguna forma supo que ya habíanabandonado el puerto y se encaminaban hacia el norte.

Rico miró la mano de Ben que acariciaba la mejilla de Crista, luego a esta.—Me había ido —dijo ella—. A alguna parte encima de nosotros. Era una

hidrobolsa que observaba este hidroala, y tú tendiste la mano y me traj iste devuelta.

—¿Una hidrobolsa? —Ben se echó a reír, pero era una risa tensa, muynerviosa—. Es un sueño bastante extraño.

Bolsa de gas de los cielos,cómo se agitan sus tentáculospara mí…

¿Recuerdas esa canción? « Vienen y se van» …—Recuerdo que había algunos juegos de palabras carentes del menor gusto,

ridiculizando la función lanzadora de esporas de las hidrobolsas. Y esto no fue unsueño.

Vio la sequedad de su voz reflejarse en la tensión de sus labios, un gesto queno sabía cómo detener.

Rico se dio la vuelta sin decir nada y guardó el botiquín debajo de su asiento.Crista olió algo como furia, algo como miedo en la espalda de Rico. Todos sussentidos refluy eron al interior de su tembloroso cuerpo, y la sumieron en unestado de hipersensibilidad que nunca antes había conocido.

El paisaje submarino de azules y verdes pasó confuso junto a ella como habíapasado el asentamiento…, demasiado de qué maravillarse, demasiado pocotiempo.

18

A todos aquellos a quienes se les ha dado mucho se lespedirá mucho también; y a quien se le ha confiadomucho se le pedirá mucho más.

JESÚS

Beatriz aguardaba la entrada para el cierre de dos minutos de las Noticiascuando el destacamento de seguridad completamente armado entró en el estudio,deslizándose desde la escotilla con las espaldas pegadas a la pared. Se situarondetrás de la batería de focos, cuya luz se reflejó en las gafas de espejo del jefedel escuadrón. Sintió que su boca se secaba de repente y su garganta se cerraba,y tenía que entrar dentro de treinta segundos.

Aún estamos en el aire, pensó. Todavía no han lanzado su interferencia.Su consola le mostraba lo que veían las tres cámaras, pero el monitor al fondo

del estudio mostraba lo que salía por antena. Ahora mostraba a Harlan hablandorápidamente del tiempo.

Podrían interferir en cualquier momento.Se estremeció ante su nueva paranoia y pensó que el director del plató

detendría probablemente a Harlan si ellos estuvieran pasando una cinta, pero yano podía estar segura de nada.

Quizá tan solo deseen ver cuánto más intento decir.Se había desviado del apuntador, entre los frenéticos gestos con las manos del

productor y el director. No había relacionado a Ben con el secuestro de Galli,simplemente lo había listado como desaparecido, junto con Rico, en una misión.Observó signos de sorpresa y murmullos entre el equipo cuando lo dijo. TantoBen como Rico eran admirados en la industria. De hecho, muchos de los inventose innovaciones de Rico habían hecho posible la industria del holo.

Harlan terminaba ya con las previsiones de pesca para la mañana, y lacuenta atrás fue para Beatriz. El oficial del pelotón de seguridad había avanzadoen el estudio y había situado un hombre al lado de cada uno de sus cámaras.Tuvo la repentina e intensa impresión de que ninguno de su equipo estaría en lalanzadera aquella tarde.

Harlan terminó y sonrió desde el monitor, y los dedos del director del platocontaron para ella: tres, dos, uno…

—Les hemos ofrecido nuestras Noticias de la Mañana desde nuestros estudiosen la base de lanzamiento. Las Noticias de la Tarde serán transmitidas en directo

desde nuestra Estación de Ensamblaje Orbital. Nuestro equipo tendrá laoportunidad de acompañar al NMO, el Núcleo Mental Orgánico, y les llevará austedes, queridos espectadores, a través de cada paso de su instalación y lascorrespondientes pruebas. Otras noticias que seguirán se refieren al secuestro deCrista Galli. Como saben, todavía no hay noticia de sus secuestradores, y no se hapedido ningún rescate. Más información sobre estas y otras noticias a lasdieciocho. Buenos días.

Beatriz mantuvo su sonrisa hasta que se apagó la luz roja, luego se echó haciaatrás en su silla con un suspiro. El estudio entró en erupción a su alrededor, en unabarahúnda de preguntas.

—¿Qué se sabe de Ben?—¿Y de Rico? ¿Dónde están?—¿Sabe la compañía algo de esto?Estaban preocupados. Sabía que estaban preocupados, que buena parte de

Pandora estaba probablemente preocupada, y este era su poder. Mientras lasgafas de sol de espejo se abrían camino por entre el equipo hacia ella, supo queno había nada que el hombre pudiera hacer. Aunque hubieran interferido laemisión y pasado una grabación, el equipo lo sabía, y no había forma de impedirla filtración de la noticia.

Cuando el agente de seguridad llegó junto a ella, todas las palabras a sualrededor se cortaron bruscamente.

—Debo pedirle que venga con nosotros.Estas eran las palabras que había temido oír. Estas palabras, « venga con

nosotros» , era lo que Ben había intentado advertirle durante el último par deaños. Lo había dicho más de una vez: « Si te piden que vay as con ellos, no lohagas» . Se te llevarán y desaparecerás. Y se llevarán también a la gente a tualrededor. Si te dicen eso, haz que lo que tenga que ocurrir ocurra en público,donde no puedan ocultarlo del mundo.

—Rueden cámaras una, dos y tres —anunció. Luego se volvió hacia Gus, eldirector del plato—. ¿Fuimos interferidos?

—No —dijo el hombre, y su voz tembló. Estaba sudando profusamente,aunque era ella la que estaba bajo los focos—. Si hubieran enviado la señal deinterferir, yo lo hubiera visto. Salimos en directo.

¡Dios te bendiga, Gus!, pensó.Se volvió hacia el hombre de seguridad.—Ahora, capitán…, no oí su nombre. ¿Qué es lo que desea de mí?

19

¿Qué vamos a hacer ahora?

LEÓN TOLSTOI

—Equilibrados y estables —informó Elvira—. Ninguna persecución.¿Rumbo?

Cuando Ben no respondió, Rico dijo:—Victoria.Elvira gruñó.Le resultaba evidente a Crista que Elvira confiaba por completo tanto en Ben

como en Rico. Había visto lealtad en la Reserva, pero nunca confianza. Habíamanipulado la desconfianza general en toda la organización de Flattery para abrirla escotilla que le había permitido escapar. Esa misma desconfianza haría caer aFlattery, de una vez por todas. De esto estaba segura.

—La gente de Flattery amasa la información como un girándulo en la red —le dijo a Ben—. La utilizan como moneda de cambio. Nadie dispone de todo elcuadro, y los rumores guían la mano que bendice o condena. Por eso la Voz delas Sombras lo ha amenazado más que cualquier otra cosa.

—Hay comida en la cocina —anunció Rico, y Crista vio el indicador verdeparpadear en la consola a su derecha—. Ben, tómate un descanso. Tráeme unpoco de café. Todavía faltan unas cuantas horas. Elvira querrá lo de siempre.

Ben condujo a Crista a la cocina en la parte de atrás de la cabina sujetando sucodo con una mano. Las piernas de la muchacha parecían fláccidas pese a que elestabilizador de inmersión del hidroala hacía que el aparato no se moviera enabsoluto. Tenía hambre desde hacía horas. La cabeza le dolía por esa causa, y elrecuerdo del olor de los sebetos asados en el aire del poblado estaba todavía en suestómago.

—Vivimos en la cocina —le dijo Ben—. Cuando estamos trabajando siempreestá atestada, aquí es donde ocurre todo.

Salieron de la cabina medio en penumbras a una luz de un color amarillocálido. La cocina era una agradable habitación de madera, paneles amarillos ycobre. Podía imaginar el equipo de las Noticias de la Noche de Holovisiónsentados a las dos meses con cafés y notas en la media hora anterior a salir enantena. Era un espacio limpio y bien iluminado. Holocubos del equipo en acciónen varias misiones formaban una hilera contra el mamparo del fondo. Crista sesentó en la primera de las dos mesas hexagonales y cogió un par de cubos para

examinarlos.—Parece realmente que salten hacia ti —dijo, moviendo los hologramas bajo

distintos ángulos de luz—. Nada en la colección de Flattery tiene esta calidad.—Gracias a Rico —dijo Ben—. Es un inventor nato. Hoy sería un hombre

rico si la Mercantil Sirenia de Flattery no se hubiera puesto en medio de todo.Nuestro material es bueno porque Rico fabrica su propio equipo. Siemprerodamos con lo mejor.

—Es muy hermosa —dijo Crista, sosteniendo entre los dedos una escena deBen y Beatriz rodeándose mutuamente con los brazos—. Habéis trabajadomucho junto tiempo. ¿Estuvisteis enamorados?

Ben carraspeó y pulsó algunos botones. Crista oyó el chirriar de lamaquinaria de la cocina en acción.

—A estas alturas resulta difícil decir si estuvimos realmente enamorados o sisimplemente sobrevivimos tanto tiempo porque teníamos la sensación de quenadie más podía comprender…, excepto quizá Rico, por supuesto.

—¿E hiciste el amor con ella?—Sí. —Ben estaba de pie de espaldas a ella, contemplando el dorso de sus

manos sobre el mostrador—. Sí, hicimos el amor. Durante varios años. Dadasnuestras vidas, hubiera sido imposible no llegar a este grado de intimidad.

—¿Pero ahora y a no?Vio el ligero estremecimiento en su nuca.—No.—¿Eso te pone triste? ¿La echas en falta?Cuando se volvió hacia ella Crista vio la consternación en su rostro, la lucha

que parecía sostener con las palabras. Pensó que quizá había empezado amentirle, pero él cambió de opinión con un suspiro.

—Sí —dijo—. La echo en falta. No como amante, esto ya pasó, y sería unaestupidez volver a intentarlo. Echo en falta trabajar con ella porque es tanmalditamente buena en conseguir que la gente hable delante de las cámaras.Rico se ocupaba de la parte técnica, y entre los tres podíamos llegar al fondo decasi cualquier cosa. Creo que ella está enamorada de Macintosh arriba en elControl de Corrientes, pero no creo que se lo admita siquiera a sí misma. Si escierto, eso debería hacer la vida más sencilla para los dos.

—Si uno de vosotros está enamorado, ¿eso alivia la tensión de ambos?Ben se echó a reír.—Supongo que podría expresarse de este modo, sí. Ella bajó la mirada al

cubo que pasaba de una mano a la otra ante sus ojos.—¿Podrías enamorarte alguna vez de mí?Él se echó a reír con una risa blanda y apoyó una mano en su hombro.—Lo recuerdo todo respecto a ti —dijo—. Aquel primer día que te vi en el

laboratorio de Flattery, cuando me miraste por encima del hombro y sonreíste…

Cuando tus ojos se cruzaron con los míos tuve una sensación que jamás anteshabía experimentado. Todavía la sigo teniendo cada vez que te veo, pienso en ti,sueño en ti. ¿No es eso algo parecido al amor?

La pálida piel de Crista enrojeció desde el cuello de su vestido hasta la líneade sus desordenados cabellos blancos en su frente.

—A mí me ocurre lo mismo —dijo—. Pero yo no tengo nada con lo quecompararlo. ¿Y cómo podría vivir a la altura de lo que has compartido con…ella?

—El amor no es una competición —dijo él—. Ocurre. Hubo momentosdifíciles viviendo con B, pero no tengo que traer a mis recuerdos los momentosmalos para castigarme por la falta de la amistad y los momentos buenos. Creoque ella y yo somos gente que nos negamos a odiar a alguien a quien hemosamado. Ella es una persona excepcional, o yo no la hubiera amado. Hubomuchos grandes momentos, mucha agitación, nada en absoluto de aburrimiento.Los mejores momentos los llamaba ella « nuestras líneas convergentes» .Últimamente cada uno de nosotros culpaba al otro de ser imposible cuando enrealidad era nuestra situación lo que no podíamos soportar…

—¿Aceptaste el trabajo de entrevistarme porque sabías que ella estabatrabajando con Flattery en la Reserva?

Él se echó a reír de nuevo.—Lees dentro de mi cabeza, ¿eh? La respuesta es un sí y un no. Pensé, y

todavía pienso, que tu historia es lo más excitante que puedo mostrarle al resto dePandora. De otro modo no lo hubiera intentado. Pero sí, esperé, en un momentoen que me revolcaba en la sociedad, poder verla de nuevo.

—¿Y…?—Lo hice. Pero la magia había desaparecido, ahora éramos buenos amigos.

Buenos amigos que seguíamos trabajando bien juntos.—Sabías que Flattery os estaba comprando a los dos con estas entrevistas,

¿verdad? —preguntó Crista.Dejó su sombrero sobre la cubierta, a un lado, y se quitó la banda que llevaba

en la cabeza y la mantilla. Dio una sacudida a su mata de revuelto pelo. Se sintióaliviada cuando él sonrió ante aquello mientras recogía sus utensilios sobre elmostrador.

—Supuse que sí —dijo él—. Es por eso por lo que hemos llegado… a esto.Flattery tiró de los hilos de la corporación, negando tiempo de antena antesincluso de rodar el primer rollo. Pero nadie dijo nada. Me pagaron, fuisteentrevistada a fondo en cinco ocasiones…, ¡y este era el reportaje del siglo! Pagópara que lo hicieran a fin de poder impedir su emisión.

—Sí —dijo ella—, sin ningún remordimiento de conciencia. Y mira lo que haconseguido: nosotros estamos aquí, juntos. Yo al menos me siento más feliz. Yhambrienta —señaló su disfraz— a pesar de las apariencias.

Ben le dio unas palmadas al montón de telas sujetas a su vientre.—Y llena también —ironizó. Se atrevió a acariciar de nuevo su mejilla, con

una sonrisa, y luego se dedicó a disponer la comida.Ella contempló el paisaje marino mientras el hidroala se deslizaba por los

caminos del varec, y su rápida respiración empañó el plas. Aunque la Reservaera una campamento base al lado del mar, Crista nunca había sido autorizada abajar siquiera a la orilla. Flattery temía su relación con el varec, y se habíaocupado de que todos los demás alrededor de ella la temieran también.

Ben le dio un golpecito en el hombro y señaló a través de la portilla deestribor hacia los esqueléticos restos de un puesto de avanzada del varec,débilmente visibles bajo los focos de profundidad del hidroala. El varec tambiénhabía sido quemado hasta reducirlo a una serie de ennegrecidos muñones a lolargo de un millar de metros a todo su alrededor.

—Los informes dicen que el varec mató a tres familias aquí, dieciséispersonas en total —dijo Ben—. Seguridad de Vashon tomó represalias contra elvarec, como puedes ver. Ellos lo llaman « podar» .

Aunque todo parecía en sombras bajo la débil luminosidad blanca de losfocos del aparato, y aunque los motores se habían vuelto casi silenciosos en modoinmersión, Crista se enfocó en el hormigueo en su hombro allá donde Ben lahabía tocado. Luchó por retener las lágrimas de alegría ante aquel contacto.¿Cómo podía explicarle aquello a él, que tocaba a la gente y era tocado avoluntad?

Ben extrajo dos bandejas calientes de la unidad y las depositó sobre la mesa.Colocó también servilletas, cucharas y palillos. Ella sabía que necesitaba comida,fuerza, pero una especie de ensoñación se había apoderado de ella desde queabordaran el hidroala, y no quería sacudírsela de encima.

La luz del sol la fortalecía, esto lo sabía muy bien. El hermoso beso de Ben lahabía fortalecido también. Algo acerca de aquel Rico LaPush la fortalecíatambién, pero no sabía qué.

Crista miró de nuevo a Ben, a su lado, mientras los ojos del hombreescrutaban el paisaje que pasaba por su lado.

—La Reserva está siendo atacada —dijo Ben. Ella no respondió—. Puedesverlo en la pantalla si quieres. —Señaló la pantalla de control contra el mamparode popa de la cocina. Ella prefería la palabra antigua, « pared» , pero ya casinadie la usaba. Un tributo a la historia acuática de Pandora.

Mientras Ben seguía hablando, Crista se concentró en su comida, comiendotambién la mitad del plato de Ben, al que dejó las verduras. Las palabras delhombre zumbaban como una gorda abeja en el cálido aire de la cocina. Durantetodo el tiempo una antigua canción de cuna no dejaba de resonar en su cabeza,una nana que ningún oído humano había oído en dos mil años.

Calla pequeñín no digas nada,

mamá te comprará un ruiseñor…

Había aprendido a ser cautelosa también cuando vagaba por entre susrecuerdos. Cuando empezaban las reminiscencias a veces se apoderaban de ella,dejando al descubierto secciones enteras de las vidas de otra gente. Cada vezduraban más, arrastrando a Crista a lo largo de horas y horas de memoriasrápidas como un relámpago. No había enfoque, ni sintonización, simplementeencendido y apagado.

Primero eran parpadeos, luego segundos, momentos. Un minuto de recuerdosa alta velocidad, vividos con sus componentes sensoriales completos, podíadesenrollar toda una vida de la húmeda madeja de su mente. Su últimareminiscencia había terminado solo tras el agotamiento y gran cantidad desedantes. Había durado casi cuatro horas. Aunque inmediatamente consciente, sehabía visto desconcertada e incapaz de hablar durante tres días. Flattery habíautilizado aquello como una excusa para limitar aún más su vida en su complejo ypara ajustar su medicación.

Ahora sentía el mismo aturdimiento, pero ningún asalto de recuerdos, ningúnsudor, ningún miedo.

—Crista Galli —dijo Ben—, tienes toda una vida aguardándote. Eres « LaÚnica, Su Santidad» , una leyenda viva. Eres la persona viva más importante hoyen día.

Ella sintió intranquilidad ante aquellas palabras, y buscó alguna razón paraella en la forma en que lo había dicho. No encontró ninguna.

—¿« La Única» ? —murmuró—. ¿« La Única» para hacer qué?—Eres La Única a la que han estado aguardando tanto tiempo en medio de

sus sufrimientos —dijo él—. Según a quien creas, eres la última salvación de lahumanidad, o eres el arma secreta del varec para erradicar para siempre a loshumanos. En tu atisbo de la gente de Kalaloch tienes que haber notado tu poder.Tienes mucho que aprender, y rápido. Te ayudaremos en eso. Pero, puesto queuno no debe tocar a un dios, no debe acudir delante de un dios rascándose lospiojos, verás solamente el lado mejor de los fieles, y el lado peor de los demás.

—Cuando la gente me conozca, sepa que todo no es más que…—La gente no te conocerá —interrumpió él—. No el aspecto de ti al que te

refieres. Desean demasiado creer en algo distinto para detenerles. La fe puedeconseguirlo.

» Tienes que ir con cuidado, tienes que mantenerte tranquila. Y debes ser unmisterio. Necesitamos este misterio paga ganarle a Flattery. Verás muchanecesidad antes de que transcurra mucho tiempo, y creo que estarás de acuerdoconmigo. Cómete el resto si tienes hambre. Puede que no siempre estemos entreaquellos que disponen de comida.

Ella estaba hambrienta, muy hambrienta. Se bebió el caldo de su sopa, dejó

las verduras y atacó la carne. Comió también la carne del bocadillo que él lepreparó. Luego comió el pan a pequeños bocados para hacerlo durar más.

Creyó que podría decírselo a Ben, decirle todo lo que necesitaba. El contactoera una necesidad humana, y ella era sobre todo humana. A veces alguien latocaba por accidente o por voluntad propia, rápidamente, conteniendo larespiración. Estos últimos, los atrevidos, se daba cuenta ahora, tenían que ser losfanáticos religiosos, los zavatanos de los que Ben le había hablado. No habíaforma de saber qué ocurriría a continuación: azaramiento o muerte.

Cuando dejó que Ben la besara la noche anterior había sabido que era posibleque él muriera. Tenía la intensa sensación de que ella moriría también, y dealguna forma esto hacía que todo pareciera correcto. Por primera vez se sintiómortal, y corrió el riesgo. Cuando ninguno de los dos murió, ella incluso ledevolvió un poco su beso.

Su corazón latía con temor incluso ahora, al recordarlo. Después, en los ojosverdes de él, tan parecidos a los de ella, hubo el asomo de una risa ante el desafíoaceptado. ¡Parecía tan feliz!

Recordaba que poca gente a su alrededor había parecido nunca feliz, exceptoel Director. La mayoría parecían asustados.

—¿Por qué me besaste? —preguntó. Un enrojecimiento ascendió desde sucuello. No deseaba mirarle, pero finalmente no pudo evitarlo. Él estabasonriendo.

—Porque tú me dejaste.—¿No tuviste miedo…?—¿Miedo de que a ti no te gustara? Sí. ¿Miedo de que a mí no me gustara? No.

—Se echó a reír—. Tengo una teoría. Si la gente espera volverse loca cuando tetoca, eso es lo que les ocurrirá. Es una histeria, eso es todo…

Ella apoy ó la palma de su mano en el hombro de él y dijo con voz llana:—No sabes nada de mí. Tuviste suerte…, los dos tuvimos suerte. —Palmeó su

camisa—. No has dormido —dijo—. Si es necesario que uno de nosotrospermanezca despierto, puedo hacerlo yo a partir de ahora.

Algo oscuro cruzó la expresión de Ben.—Hemos arreglado las cosas —dijo— con algunas de las mujeres con las

que nos reuniremos arriba en la costa: te quedarás con ellas. Se ha supuesto quepreferirías…

—Has de ser tú —insistió ella—. No tienes ninguna mujer en tu vida, ¿verdad?—No la tengo, pero eso no tiene nada que ver…—¿Que no tiene nada que ver? —estalló ella—. ¿No te gusto?Quizá fue la sorpresa lo que eliminó aquella oscuridad en el rostro de él, o

quizá fue el rubor.—Me gustas —dijo—. Me gustas mucho.—Entonces y a está todo arreglado —dijo ella—. Puedo quedarme contigo.

—No es tan fácil como eso.—Lo es si nosotros queremos —dijo ella firmemente—. Descansa un poco

hasta que lleguemos. Si realmente eres inmune a mí, vas a necesitarlo.

20

La intervención en el destino de dios u hombrerequiere el más delicado de los cuidados.

NANO MACINTOSH,Maestro del varec,

Control de Corrientes

El búnker privado de Raja Flattery estaba seguro a casi treinta metros deprofundidad bajo la roca de Pandora. Altos techos cupulados ahuyentaban lasensación psicológica de aplastamiento, y algunos hologramas bien dispuestoscubrían las paredes con escenas del exterior. Encima de él, entre los escombrosde su complejo de la superficie, la seguridad de Flattery terminaba con losúltimos resistentes.

—Parad la lucha y enviad a los médicos.A causa de las hidrobolsas habría gran cantidad de quemaduras. Dio la orden

a su consola y no aguardó la confirmación. Su búnker estaba acribillado decubículos, y estos cubículos estaban ocupados por subordinados que transmitíansus órdenes y no formulaban preguntas. Apenas un puñado de ellos tenían accesopersonal al Director.

Resulta irónico cómo un poco de fuego puede enfriar las cosas.Sus equipos de seguridad limpiarían la carnicería de ahí arriba, pequeñas

sombras acuclilladas bajo los inflexibles soles de Pandora. Aunque las estérilesimágenes de la batalla llegaban a su búnker a través del holo, el Director creyópoder oler un claro hedor de pelo quemado junto a su consola.

La imaginación…, la mente…, qué increíbles herramientas.Su equipo de seguridad personal aguardaba justo fuera de su escotilla, una

precaución. No había ningún lugar en Pandora al que pudiera huir dondeestuviera más seguro que en su propio complejo. Ciertamente, no había ningunotan lujoso. A su izquierda, sobre la mesa, había un refrigerio de sebetos adobadosen Tinto de Oreas. Aquellos vinos pandoranos tenían un fino aroma que lecomplacía, incluso a primera hora del día.

—Capitán —se dirigió a la figura entre las sombras apostada junto a suescotilla—, ese equipo de cámaras, ¿fue desplegado como estaba previsto?

—Sí, señor. —El capitán se envaró—. Los hombres del capitán Brood hanestado en la base de lanzamiento desde el amanecer. Saben lo que usted quiere.

—¿Y la gente de Holovisión, la que envió los estudios para cubrir esta…

confusión?—El capitán Brood sugirió dejarles filmar, señor. Cuando hay an terminado,

su equipo puede acceder a su película, así como a sus cámaras y demás equipo.Dice…

La voz de Flattery se convirtió casi en un grito.—Capitán, ¿le dio alguien a ese… capitán Brood…, permiso para empezar a

pensar? ¿Lo hizo usted?La rígida espina dorsal del capitán se puso más rígida aún.—No, señor.Flattery agradeció que las sombras ocultaran el rostro del hombre. No tenía

perfil. Allá donde debería estar su nariz había dos húmedas rendijas entre unosojos muy separados el uno del otro. Cuando Flattery hablaba con Nevi, al menospodía enfocarse en sus ojos. Este hombre no era tan interesante, y Flattery habíatenido demasiado tiempo para demorarse en las malformaciones de su rostro.

Hizo que su tono sonara más razonable.—No quiero que hoy vaya nada a Holovisión sin mi aprobación previa. El

equipo de Brood ha de recibir tratamiento de prioridad, aunque tengamos quereemplazar a todo el equipo de producción, ¿entendido?

—Sí, señor.—Haga venir al director a mi oficina dentro de una hora. Sí, ese gordo

gusano, Milhous. Necesitamos cooperación, y no queremos ningún desliz. Dígaleque traiga algo de material grabado que podamos usar en caso de necesidadhasta que los hombres de Brood consigan sus cintas. No tiene sentido que el restodel mundo se sienta inspirado por lo que está ocurriendo aquí.

—De acuerdo, señor. Ahora mismo, señor.—¿Capitán?—Sí, señor.—Es usted un buen hombre, capitán. Su familia estará satisfecha de que

trabaje conmigo.—Por supuesto, señor. Gracias, señor.La espalda del hombre se retiró a través de la escotilla principal hacia las

oficinas. Flattery suspiró. Aguó un poco el vino y alzó la copa en un brindis por supropia firmeza en aquella crisis. Brindó también por sus equipos de búsqueda, queen estos momentos debían estar desplegándose para quemar los últimos cuerposdiseminados entre las rocas. Ese quemar los cuerpos era una influencia zavatana.Era una práctica que Flattery compartía y apoyaba. Los tradicionales entierrosen el mar se convertían en un macabro espectáculo y en un peligro para la saludde las escasas playas de Pandora.

Cadáveres devueltos por el mar en todas partes…Reprimió un estremecimiento ante en recuerdo. Era más que repugnante, era

un desastre, tanto religioso como económico. Cada papanatas que rozaba el varec

durante el proceso volvía como un profeta. Toda la estructura social pandoranay a se había visto hecha pedazos por los recientes cambios geológicos, pero esteasunto del varec lo convertía todo en una casa de locos.

Las mujeres de los asentamientos no compraban pescado durante unasemana después de un entierro tradicional en el mar. No deseaban correr elriesgo de comer un pescado que se hubiera alimentado del viejo tío Dak. Habíaocasiones, al principio de la ascensión de Flattery al poder, en que había vistocentenares de bordados sacos funerarios ser devueltos a la vez por el mar en unamisma playa, y las flotas locales no pescaban durante un mes. La respuesta deFlattery fue adquirir todos los importadores, almacenarlo todo, y controlar loscaminos del mar.

—Control —murmuró—. Esa es la clave. Control.Flattery brindó en dirección al holo que desgranaba sus imágenes en el centro

de la estancia. Sus hombres se habían visto obligados a infligir más bajas de lasque hubiera preferido, y eso iba a traer consecuencias entre la mano de obra,justo en un momento en el que necesitaba que las cosas discurrieran sinproblemas. De todos modos, su sistema era el mejor. Había gran cantidad dereemplazos, aunque el hambre los debilitaba demasiado. Las cosas irían lentasdurante el período de entrenamiento.

Mí sistema, pensó. He tenido que enseñárselo todo. Abandonados a su suerte,estos pandoranos no harían nunca nada.

Flattery se maravillaba todavía de sus propios progresos. Había construido yfortificado una ciudad, unificado política e industria bajo una sola bandera, ypreparado una Nave Profunda para ser lanzada. La Nave Profunda le ofreceríamuchas más opciones que este pequeño y hediondo agujero infernal de planeta,y Alyssa Marsh, la NMO, le señalaría el camino. Los pandoranos llevaban aquícientos de años y no habían conseguido ninguno de los progresos que él habíalogrado en los últimos veinticinco.

La trampa en la superficie había funcionado correctamente, y y a no quedabamás que limpiar. Esto debía de haber destruido casi por completo cualquierresistencia significativa de las Sombras. Ya no podían quedar muchos de ellos, yel resto…, bien, se ocuparía de que estuvieran demasiado hambrientos comopara luchar.

Excepto entre ellos mismos, por las migajas. Mis migajas.Las pérdidas de Flattery, además de ser un material reemplazable, habían

sido mínimas.Apartó a un lado la comida y apuró su copa. La operación de limpieza no le

interesaba. Los últimos restos de la multitud serían pasados por la antorcha al otrolado de la escotilla en cuestión de dos a tres horas. Conectó con su puesto demando, y captó el aire de celebración entre los oficiales jóvenes.

Nada como una victoria bien ejecutada para levantar la moral, pensó. Nada

más peligroso que un ejército con nadie contra quien luchar.Flattery sabía que no se volverían contra él, o unos contra otros, mientras

tuvieran las Sombras, los ladrones de comida y el varec para mantenerlosocupados.

El cerebro ocioso es el terreno de juego del diablo, rio.Conectó de nuevo la frecuencia de la voz en su consola.—Actualíceme la posición del hidroala de Holovisión, coronel.—Todavía sumergido —informó el coronel Jaffe—. A unos cincuenta

kilómetros costa abajo de Victoria.—¿Algún signo de escolta?—No. El hidroala está avanzando solo por los canales habituales.—¿Y el varec no interfiere?—No exactamente —dijo Jaffe—. Nuestros instrumentos muestran un

marcado incremento en la tensión de la parrilla…, el varec está luchando contrala señal del Control de Corrientes.

—¿La parrilla se mantiene?—Sí, señor. Estamos preparando desviar el tráfico al exterior en caso de que

la perdamos. La tensión está subiendo aprisa, en estos momentos estamosrecibiendo algunas oscilaciones. Todas las embarcaciones con Navcom debenestar recibiendo también interferencias. Intentaremos advertirlas, pero comousted sabe las estaciones de transmisión sónica de ahí abajo tienen un radio muylimitado…

—Comprendo, coronel. Dé instrucciones al Control de Corrientes de que setrata de una situación de prioridad uno. Deben mantener esta parrilla a toda costa.Poden ese campo, si es necesario.

—Lo haremos, señor. Corrientes permanece estable. ¿Debemos interceptarlosen Victoria?

—Esa no es su jurisdicción, coronel —restalló Flattery—. Un equipo deGuerreros Blancos se ocupará de ello. Esta vez extirparemos la operación de lasSombras, estoy seguro de ello. Notifíqueme cualquier interferencia del varec,sea cual sea.

Cortó el contacto sin aguardar respuesta, y sonrió.Sí, extirparlos, pensó, pero no a todos. Encontrarán nuevos líderes, y entonces

los extirparemos también.Se sirvió media copa de vino y llenó el resto con agua.La moderación, meditó, se parece mucho a la paciencia. Los podaremos,

como mis rosas, hasta el borde mismo de la muerte. Siempre florecerán de nuevobajo nuestro control, siempre a punto para ser cogidos.

Flattery se puso en pie delante de su consola y se desperezó. Le gustaba laintimidad de su búnker. Era tan espacioso como el complejo de arriba, con todaslas comodidades correspondientes. La vista a través de sus pantallas no era tan

satisfactoria como el auténtico plas que dominaba el mundo real…, su mundo.Pronto su Nave Profunda sería dotada de su tripulación y equipada, y podríadejar el cascarón de este mundo a quien lo quisiera. Planeaba llevarse a BeatrizTatoosh consigo.

Flattery había monitorizado su emisión, como era su costumbre. Notó tanto sulealtad hacia Ozette como su contención. Demostraba que sentía el debidorespeto hacia sus poderes, pero no un miedo ciego. Admiraba aquello en ella. Detodos modos, no deseaba subestimar la influencia de Ozette sobre ella. El hombrehabía estado instilando veneno en sus oídos durante unos cuantos años.

Flattery sonrió. No era alguien que dejara muchas cosas al azar, y tenía unplan de reserva para Beatriz Tatoosh. La mujer conocería al capitán Brood, unode los más innovadores Guerreros Blancos de Flattery. El plan de Brood consistíaen eliminar a un cierto número de esos problemáticos elementos de Holovisión yhacer un buen barrido de aquel pequeño nido de ratas. Terminarían todos comoOzette. Eso les enseñaría a saltar cuando el Director les dijera: « ¡Saltad!» Y lesimpediría ay udar a esa Voz de las Sombras, donde fuera que estuviera escondida.

Esperaba que salieran en antena al mismo tiempo que lo de Crista Galli, pensó.¿Qué nos dice su silencio?

Que todavía no habían tenido acceso a su equipo de emisión. Sonrióanticipadamente.

Será mejor que se apresuren, rio ante el pensamiento, no van a querer salir alas ondas para difundir lo que les ocurre cuando las drogas empiecen a surtirefecto.

El plan del capitán Brood limpiaría Holovisión y ablandaría a Beatriz Tatoosh.A Flattery siempre le habían gustado los planes que funcionaban a más de unnivel. Brood sería el chico malo, y en el momento adecuado Flattery larescataría de sus garras. Entonces ella se uniría a él de buen grado en la cabinade mando de la Nave Profunda. Planeaba para aquella cabina una opulenciaacorde con un líder de su calibre y con una mujer de su gracia y belleza.

Nuestros hijos poblarán las estrellas, meditó.Brindó por el futuro y por la cuidadosa ejecución de sus planes.Ella no muestra ningún signo de las mutaciones pandoranas, pensó. Se había

asegurado de la no existencia de correcciones quirúrgicas que enmascararanalguno de los defectos pandoranos. Podemos iniciar todo un mundo, nosotros dos.En su ensoñación teñida por el vino, Flattery se vio con ella, los dos desnudos enun gran jardín, embriagados por el aroma de las orquídeas y las frutas maduras.

La luz de alerta parpadeó sobre la escotilla del Parque, indicando que unhidroala se acercaba al pozo de amarre. Solo Flattery y Aracna Nevi conocían lasecuencia codificada que permitía amarrar dentro del Parque. Consultó se reloj ,luego gruñó sorprendido y abrió la escotilla.

Nevi es rápido, pensó. Demasiado rápido. Otros, como Brood, piensan lo quepuede complacerme. Nevi adivina mis pensamientos, mis movimientos, antesincluso que yo. Tendré que ocuparme de esto.

Se puso en pie y ajustó su uniforme negro de piel de ímpetu. Cuando llevabaeste uniforme en el Parque, sus animales se mostraban mucho más afectuosos,más atentos a sus necesidades. Probó su expresión de desdén ante el espejo.Todavía funcionaba. El uniforme era un buen toque.

Su consola anunció el hidroala que amarraba e identificó dos ocupantes.¡Ese estúpido!, pensó. Traer a Zentz al Parque…, qué inutilidad. Aunque ya es

demasiado tarde para lamentarse ahora.Cuando llegara el momento de silenciar a Zentz, debía recordarse hacer que

Nevi se ocupara personalmente de ello.El Parque era la reserva del Director debajo de la Reserva. Soldadoras de

plasmacero y cañones láser habían pasado dos años vaciando cuatro kilómetroscuadrados de piedra pandorana. Partículas cristalizadas de raíces del antiguovarec destellaban como estrellas sobre su cabeza. El techo en forma de cúpula searqueaba a veinte metros en el centro y brillaba con el lustre negro de la rocafundida.

El Parque en sí era un lujuriante jardín subterráneo cuidado por un viejobiólogo isleño. A veces Flattery lo llamaba « el Arca» . Nadie de los que habíantrabajado dentro del Parque habían vivido para abandonar el complejo. AracnaNevi entraba y salía como quería, y exterminaba a aquellos que no podían. Eranfácilmente reemplazados, y olvidados con la misma facilidad.

La escotilla de los aposentos del Director en su búnker se abría al borde de unprofundo estanque de agua salada, circular, de unos quince metros de diámetro.Un resplandor azul orlaba su parte inferior gracias a la luz difundida por laslámparas instaladas alrededor del borde externo. En sus tiempos había sido unespacio abierto por las raíces del varec, el último vestigio de un gran Oráculo.

Una suave ladera herbosa descendía hasta el estanque, así como trespequeños arroy os que brotaban de los mamparos de roca. Los animales no sedesarrollaban tan bien a la luz artificial como a Flattery le hubiera gustado, perosus flores, árboles y hierba medraban. Desde donde estaba dentro de la escotilla,Flattery admiró la más densa concentración de follaje terrestre del mundo.

No mantenía ninguna seguridad humana dentro del Parque en sí, pero estesecreto no deseaba protección. Mientras el burbujeante silbido del hidroala queascendía agitaba las aguas del estanque, el ímpetu adiestrado del Director,Goethe, permanecía al acecho. Flattery sabía que los otros tres estaban ocultos,con sus rechonchas colas agitadas, en alguna parte, preparados para saltar. Laseñal personal de Nevi sonó tres veces, luego se repitió. Flattery cerró la escotillatras él.

El hidroala que ascendió del estanque era uno de los varios que Flattery había

diseñado para sus propias necesidades. Eran los últimos hidroalas fabricados porla Mercantil Sirenia antes de que el gran terremoto hubiera destruido su complejofabril hacía dos años. Eran capaces de volar, pero con una autonomía y unacarga limitadas. Avanzaban más rápidos sumergidos que cualquier otro modelo.Una ojeada a la cabina y Flattery se puso la adecuada máscara dedesaprobación para Nevi, frunciendo el ceño y agitando la cabeza.

Bien, el señor Zentz primero.Nevi amarró el hidroala al lado de uno de sus gemelos y aguardó en cubierta

a que Flattery diera a los ímpetus su señal de « todo correcto» . Zentz permanecíade pie sumido en una evidente maravilla en la escotilla de la cabina, con lostocones de los dientes de su mandíbula inferior brillantes de saliva.

A una señal de la mano del Director, Goethe se metió entre el follaje. El quellamaba « Arcángel» se acurrucó entre él y Nevi. Arcángel, al contrario queGoethe, era un híbrido extraordinario de una lograda variación genética entre losgatos en hibernación y los ímpetus encapuchados de Pandora. Eran fieles ydeseaban complacer a su amo…, dos rasgos que Flattery admiraba encualquiera, siempre que el amo fuera él.

Los ojos de Arcángel observaban todos los movimientos de Nevi, y se erizócuando Zentz se acercó también al Director. Había otra señal de « tranquilo»específica para Arcángel, pero Flattery no la dio.

Zentz está acorralado, pensó, y los animales acorralados hacen lo inesperado.Puesto que Zentz estaría muerto pronto, Flattery habló libremente ante él.—Señor Director —dijo Nevi, inclinando ligeramente la cabeza.—Señor Nevi.Era su saludo ritual. Flattery nunca había visto a Nevi estrechar una mano.

Por todo lo que sabía, Nevi solo tocaba a la gente a la que mataba. No sabía surécord con las mujeres, y no tenía intención de averiguarlo.

Flattery sonrió e indicó el Parque a Zentz con un gesto general de su mano.—Bienvenido a nuestro pequeño secreto —dijo, y echó a andar vivamente

desde el amarre hacia la sección de los árboles frutales.—Lástima que no hay a tiempo para dar una vuelta. El calor es casi tropical,

pero supongo que no sabe usted mucho sobre los trópicos, ¿verdad? Perfora laroca lo suficiente, y obtendrás calor. Menos de un centenar de personas han vistoeste jardín.

Y menos de cinco han sobrevivido a ello.Zentz tragó audiblemente saliva.—Yo…, nunca había visto nada como esto.Flattery no lo dudó.—Un día todo Pandora tendrá este aspecto. El rostro de Zentz se iluminó de

tal modo que Flattery se perdonó su propia mentira. Se volvió hacia Nevi. —¿Viosaltar la trampa de arriba? Nevi asintió.

—Parece que quemamos a unos trescientos. Los equipos están ocupándoseahora de los heridos. Hasta el momento, ningún pez gordo. Como sospechamos,estaban mucho más ansiosos que preparados.

—Nosotros no podemos cometer el mismo error —advirtió Flattery —. Poreso debe tomarse su tiempo con Crista Galli y los otros. Su secuestro debe seraprovechado en ventaja nuestra de todas las formas posibles. Cogerlos ahorasería tan fácil como estúpido. Recuerde, desde ahora ella es solo el cebo, no lapresa.

Un par de mariposas blancas revolotearon en el aire entre ellos, y Zentzretrocedió unos pasos. Flattery sonrió.

—No son peligrosas —dijo—. Hermosas sí, ¿no cree? Las hemos soltadoarriba. Beben el néctar del wihi. Ya han hecho que los wihis se multipliquen portres alrededor de la Reserva. Ya conoce su valor para la defensa…, una trampanatural. Lo cual resulta a veces un problema para el ganado. Las larvas de estashermosas criaturas…, bueno, dejaremos esto para otra vez. Hay dos aspectosespecíficos en su misión que debemos examinar.

Flattery se dirigió a un bosquecillo de árboles jóvenes, cuidadosamenteplantados en hileras, en varios estadios de floración y producción de frutos.Cerca, varias colmenas de abejas se mantenían audiblemente atareadas. A Nevino le preocupaban las abejas, Flattery sabía esto muy bien. Disfrutaba con lamaestría de Nevi en la expresión neutral. Cogió una fruta para cada hombre.

—Golden Transparente —dijo—. Una manzana muy resistente de la Tierra.Puesto que estoy desarrollando una especie de Jardín del Edén, lo consideré de lomás apropiado.

Señaló dos bancos de piedra tallada bajo el más grande de los árboles y sesentó. Nevi estaba claramente impaciente por partir a la caza, pero Flattery noestaba dispuesto a dejarle marchar todavía. Como tampoco podía soportar elobservar a Zentz cómo reducía a una pulpa informe su magnífica fruta.

—Hay objetivos más importantes que su captura —remarcó—. Es precisodesacreditar a Ozette. Era popular en Holovisión, y su desaparición ya ha salidopor las ondas, gracias a Beatriz Tatoosh. Esto no hace más que reforzar nuestraresolución de exponerlo ante el mundo como un monstruo. Tiene que ser vistocomo un loco en las garras de otros locos, con la mortalmente enferma CristaGalli como su esclava. Jugaremos con la belleza y la inocencia de ella, déjemeesto a mí y a Holovisión. Esto es lo primero que requiero de su misión.

—¿Y lo segundo? —preguntó Nevi.Este tipo de pregunta era muy poco característica de Nevi…, ¡qué

impaciente debía estar por terminar con aquello! Flattery se preguntó quéañadiría su entusiasmo a su eficacia.

—Crista Galli será pronto un problema para todos ellos —dijo—. La querránlejos de sus manos. Queremos que se la vea pidiendo nuestra ayuda. Tiene que

desear que el Director la salve, y la gente ha de saberlo. Esta es nuestra únicaforma de garantizar un control absoluto tras esta pequeña acción de arriba…,nuestra única forma a menos que queramos la eliminación total de estas bolsasen los poblados y esos pequeños monasterios zavatanos que son los terrenos decultivo de esas Sombras.

—Interesante —dijo Nevi—. Esto exigirá un cierto cuidado. Quizá sea untrabajo para su gente de propaganda en Holovisión. ¿Ha encontrado alguna drogaútil para su… persuasión?

—Los detalles de su programa de drogas se hallan en el dossier que recibiráen el hidroala —dijo Flattery, Consultó su reloj—. Diré que, si ha comido algo,puede volverse catatónica en cualquier momento. Se han preparadoinstrucciones, precauciones y drogas, y se hallan incluidas en sus instrucciones.La persuasión le corresponde enteramente a usted. La forma en que se ejerzaesa persuasión es suy a también.

Nevi exhibió una de sus raras sonrisa. Eso era lo que a Flattery le gustaba delhombre…, si alguien podía llamar hombre a una criatura así. Se crecía ante undesafío.

—Esa mujer, Tatoosh, ¿debe partir hoy con el sistema impulsor y sus NMO?—Sí —dijo Flattery—, tal como estaba planeado. ¿Por qué lo pregunta?—No confío en ella —dijo Nevi, y se encogió de hombros—. Ella estará ahí

arriba en el Control de Corrientes, y nosotros estamos en el varec…—No será ningún problema —dijo Flattery—. Nos ha sido de mucha ay uda.

Además, es mi problema, déjemelo a mí…Zentz había terminado de destrozar su manzana y estaba de nuevo

contemplando con la boca abierta el Parque.—¿Alguno de esos zavatanos ha hecho alguna vez un túnel hasta aquí? Tienen

madrigueras en todas las extensiones altas.Todavía tiene su utilidad, se recordó Flattery.—A mis animales les encanta explorar —respondió, al tiempo que señalaba a

Arcángel—. ¿Sabe usted que el noventa por ciento de su tej ido cerebral estádedicado a su sentido del olfato? Nadie ha abierto todavía un túnel hasta aquí, ycualquiera que lo haga deberá enfrentarse a él. Luego pondremos una trampa enel túnel para los demás.

Zentz asintió.—Un buen arreglo —dijo con una risita.—No ha probado su manzana —dijo Flattery a Nevi, señalando el brillante

fruto amarillo en la palma del otro.—La reservo —respondió el asesino— para Crista Galli.

21

¿Sabes lo difícil que es pensar como una planta?

NANO MACINTOSH,maestro del varec,

Control de Corrientes(De las Noticias de la Noche de Holovisión, 3 de

jueles de 493)

La Inmensidad agitó sus largas frondas verdes grisáceas y olisqueó lacorriente a su manera química. El olor no detectó una presencia sino más bien elasomo de una presencia. Era más una presciencia que un auténtico olor o unaroma, pero el varec sabía que algo de sí mismo pasaba ahora en la corriente.

La inmensidad era una circunvolución del varec, un sutil entrelazado de lianasque se extendía, como un cerebro muscular, por el mar. Había empezado comoun varec salvaje, una ignorada plantación dentro de un puesto de avanzadasirenio abandonado desde hacía mucho tiempo. Apenas había sabido distinguir elyo del otro cuando encontró por primera vez el equipo de estudio avatalógicoconducido por Alyssa Marsh. La mayor parte de lo que la Inmensidad conocíade los humanos lo había aprendido de Alyssa Marsh.

Este campo de varec conocía la esclavitud por los recuerdos humanos queconservaba su ADN, y sabía que estaba esclavizado por el Control de Corrientes.Con la estimulación correcta de sus lianas las alzaba, las bajaba, las retraía o lasextendía. Otra estimulación eléctrica liberaba la luciferasa en el varec,iluminando el paso del comercio humano submarino. Había otras estimulacionestambién, todas las cuales hacían pulsar una corriente a través de un canal derespuesta: simple servilismo, simple estimulación. Era reflejo, no reflexión.

La Inmensidad tenía toda la eternidad a su disposición. Permitía este ejercicioporque complacía a los humanos y no interfería con las extensascontemplaciones del campo. Gracias a Alyssa Marsh y a su compañero detripulación Nano Macintosh, el varec había aprendido cómo seguir laestimulación eléctrica hasta su fuente. Todo lo que los humanos transmitían ahorafluía directamente hasta el corazón de la Inmensidad. Todo.

La Inmensidad estaba finalmente preparada para enviar algo de vuelta. Seestaba acercando a un punto de penetración hacia esos humanos, y esapenetración no sería a través del contacto o el olor químicos, sino a través de lasondas de luz que se intersectaban en el aire.

Complacer a los humanos era un asunto trivial, disgustarlos no lo era. En unaocasión, poco después de despertar, este varec había lanzado, como un reflejo dedolor, sus lianas contra un sumergible que huía por entre sus tallos. El enormetren de carga había abierto un camino de un centenar de metros a lo largo de casiun kilómetro en su camino. Después de que el varec golpeara a aquella mortíferacosa y la hiciera pedazos, llegaron los esclavos de Flattery con cortadores yquemadores para amputar el varec de vuelta a su infancia. La Inmensidad sabíaque no había podido pensar claramente durante algún tiempo después de eso, yno tenía intención de ceder de nuevo su pensamiento.

Una cierta agitación ahora en las puntas de sus frondas le dijo a la inmensidadque el Uno, el maestro del holo, estaba pasando. La Inmensidad ponía unircampos fragmentados de varec en una sola voluntad, un solo ser, una fusiónfísica que los humanos llamaban « alma» . Muy profundo en su memoriagenética había un vacío, una ausencia de ser que no podía reconstruirse a partirde los laboratorios genéticos de los sirenios. Este vacío aguardaba, como un nidoaguarda un huevo, al maestro del holo que enseñaría al varec cómo unir losfragmentados campos de humanos.

Dos veces cedió esta Inmensidad su cuerpo, pero nunca su voluntad. No eracapaz ni de remordimientos ni de pesar, simplemente de pensar y de una especiede presencia meditativa que le permitía vivir plenamente en el ahora mientras lasestimulaciones eléctricas de Flattery en el Control de Corrientes manipulaban lamarioneta de su cuerpo.

El reflejo es una respuesta veloz efectuada sin el consentimiento del cerebro.La reacción es una respuesta veloz hecha con un consentimiento mínimo. Estevarec crecía esperando ser dejado tranquilo. Había aprendido la reacción tansolo después de que sus lianas se entrelazaran con las del varec doméstico.Aprendió a matar si era amenazado y a hacerlo sin piedad. Luego aprendió aesperar represalias por la muerte.

La Inmensidad esperaba vivir para siempre. La lógica dictaba que no viviríapara siempre si seguía reaccionando a los humanos. ¡Y, ahora, el Uno estabapasando! Supo esto con tanta seguridad como el ciego restallador reconoce lapresencia de la murée.

La Inmensidad original del varec, Avata, cubría todos los mares de Pandorabajo una consciencia única, una voz, un « ser» . Su primera extinción genética seprodujo al principio de la formación del planeta. Había estado a merced de unhongo. Un estallido de ultravioleta de una enorme tormenta solar mató a todos loshongos. En alguna parte, una fronda primitiva permaneció momificada en unamarisma salada aguardando el primer océano de Pandora.

La segunda extinción fue causada por los seres humanos, por un bioingenierohumano llamado Jesús Lewis. El varec fue devuelto a la vida por unos cuantosmineros del ADN unos cincuenta años más tarde. El revitalizado varec que

resucitaron los sirenios se desarrolló a partir de estos primitivos experimentos.Ahora el varec llenaba de nuevo los mares, frenando las asesinas tormentas.

De nuevo los grandes campos habían diseminado su olor. Fueron creciendomás cerca unos de otros con los años, y sus frondas hablaron entre sí la lenguaquímica. Esta Inmensidad retenía en sí dos millones y cuarto de kilómetroscúbicos de océano.

El Uno seguía un camino del varec que orillaba la Inmensidad. Este caminoen particular brotaba de un campo de varec azul que era conocido por susataques a su propia especie, dominando los campos cercanos, sorbiendo susustancia e inyectándole la suya. Había sufrido muchas podas, y estabaenormemente necesitado de guía. Esto lo sabía la Inmensidad por los j irones deterror que derivaban junto con sus frondas arrancadas. El Uno no podía serconfiado a un campo tan peligroso. A cualquier costa, El Uno tenía que sersalvado.

El varec varió ligeramente, contra los impulsos eléctricos del Control deCorriente, para atraer al Uno a sus corrientes exteriores y hacerle trazar unaserie de espirales hasta las seguras profundidades de su propio campo.

22

Habéis sido educados en el juicio, que es la esencia dela adoración. El juicio se produce siempre sobre elpasado. Piensa siempre en el pasado. La voluntad,libre o no, está preocupada por el futuro. Pensar es larealización del mundo, fuera del cual utilizas tu juiciopara modular la voluntad. Sois un centro deconvección a través del cual el pasado prepara elfuturo.

NANO MACINTOSH,maestro del varec,

Conversaciones con el Avata

—Cambio de rumbo.La voz de Elvira estaba tan desprovista de emociones como una roca, pero

Rico detectó un ligerísimo asomo de preocupación en el agitar de sus dedos porsu consola de mandos. Elvira nunca pilotaba el hidroala en modo voz porqueprefería hablar tan poco como fuera posible. El que ahora hubiera hablado lepreocupó…, eso, y la creciente vibración que se había iniciado unos minutosantes.

—¿Por qué?Cuando trabajaba con Elvira, Rico adquiría el hábito de hablar también lo

menos posible. A ella parecía gustarle eso.—Cambio del canal —dijo ella, con un gesto de la cabeza hacia su pantalla—.

Nos están desviando.—¿Desviando? —murmuró él, y comprobó sus propios instrumentos.

Mantenían su posición en el camino del varec, pero su brújula decía que elenorme corredor submarino avanzaba en la dirección equivocada—. ¿Quién nosestá desviando?

Elvira se encogió de hombros, aún atareada con su teclado. Los había llevadopor los corredores de tráfico más profundos para minimizar las posibilidades deser rastreados, y avanzaban sin la ayuda de los sensores que hubieran podidoprecisar su avance por los caminos del varec.

—Hemos salido del sector del varec salvaje junto a la estación delanzamiento de Flattery —dijo Rico—. Aquí es donde suelen presentarse todas lasanomalías.

La mitad de su pantalla mostraba la parrilla de navegación proyectada por elControl de Corrientes desde su centro de mando a bordo del Orbitador. La otramitad de la pantalla trazaba su rumbo actual a través de la parrilla, que ahoramostraba una desviación.

Una desviación que aumenta por momentos, precisó. Parece como si todonuestro extremo de la pantalla estuviera siendo sorbido por un desagüe.

—¿Algo en el Navcom? —preguntó.A veces el Control de Corrientes cambiaba las parrillas a través del varec

para adaptarse a las condiciones meteorológicas canal adelante o al recientepodado de un campo de varec salvaje.

—Negativo —dijo ella—. Todo normal.Empezaron a notar una serie de sacudidas, y Rico se ciñó más su cinturón de

seguridad. Conectó el intercom y dijo:—Zona de turbulencias, que todo el mundo se ate a su asiento. Ben, será

mejor que vengas aquí.Debajo de ellos Rico pudo ver un tren de carga que se desviaba

peligrosamente cerca del varec en un intento por recobrarse del repentinocambio. Sus luces de inmersión le señalaron que el varec parecía estarforcejeando consigo mismo, intentando mantener el canal como si lucharacontra una gran fuerza opuesta.

Ben utilizó los asideros a lo largo del mamparo para avanzar hasta su consola.—¿Podemos comunicarnos con el Control de Corrientes? —preguntó. Se dejó

caer en su asiento y se ató con el arnés.—No sin revelar nuestra posición.—Hemos salido del puerto con demasiada facilidad —dijo Ben—. De todos

modos, tienen un detector a bordo de este aparato…—Tenían —dijo Rico con una sonrisa—. Yo también pensé lo mismo y eché

un vistazo cuando salimos del puerto. Lo encontré. Elvira lo arrojó cuandopasamos por un banco de krill hará una docena de cuadrículas.

—Buen trabajo los dos —dijo Ben—. De acuerdo, entonces probemos estetren de carga de abajo…

El Pez volador fue abofeteado de nuevo por algo parecido a un enorme puño.Elvira luchó con los controles para mantenerse fuera del varec.

Rico sabía, como lo sabían todos, que cualquier daño al varec podía serconsiderado como un ataque. Había un montón de luces activas en este sector devarec. Aparte de las rojas y azules reveladoras de un campo que despertaba, estevarec destellaba al azar sus frías luces de navegación, y ocasionalmente losinundaba con la brillante luz del sol transmitida por fibra óptica que transportabadesde la superficie. Si el campo era uno que había despertado, cualquier errorpodía hacer que el hidroala y todos los que había en su interior fuerandesgarrados por sus costuras.

—¿No salió no hace mucho Flattery en una emisión para decirnos lo segurosque había conseguido que fueran los caminos del varec?

—Solo de cara a la galería —dijo Rico—. No puedes creer a ese hijoputa nisiquiera por el espacio de un segundo.

El tren de carga que pasaba en dirección opuesta por debajo de ellos estabateniendo aún más problemas. Un relativamente pequeño hidroala podía detenerseen medio del canal y flotar si era necesario, pero el tren de carga necesitabamantener una velocidad constante para conseguir maniobrabilidad. El sistema deparrilla estaba diseñado de modo que los trenes, las líneas vitales de Pandora,pudieran recorrer los caminos del varec rápidamente y sin verse molestados porlos mínimos cambios de rumbos. Por lo que Rico podía decir del agitado tren, sutripulación a ambos extremos del convoy tenían entre las manos más de lo quepodían controlar.

—Se está curvando —dijo Rico, observando el monitor del Navcom quemarcaba su sistema de parrilla—. Toda la parrilla se está doblando.

—Será mejor que subamos a la superficie —dijo Ben—. Preparémonospara…

—Negativo —respondió Elvira—. Si esto es una turbulencia en la superficie,las cosas serán peores que aquí. Necesitamos información. Ben asintió con ungruñido.

—La señal de identificación del tren de carga está registrada comoSimplicidad Maru —informó Elvira, luchando con los controles para mantenerseflotando y a una equidistancia entre las paredes del canal separadas un kilómetro.Esta normalmente sencilla maniobra resultaba casi imposible a causa de lasconstantemente cambiantes paredes del camino del varec. Rico observó una gotade sudor en la frente y el labio superior de Elvira.

Ben tecleó para una emisión a baja frecuencia. Esperaba no tener queexplicar la ausencia de su señal de identificación.

—Simplicidad Maru, aquí el Azogue —mintió—. ¿Tiene noticias de unadisrupción de la corriente?

Le contestó la estática, luego un micrófono cobró vida con un clic. Elmensaje les llegó entrecortado. La comunicación bajo el mar, en especial en losalrededores del varec activo, era siempre difícil.

—Sim Maru. Negativo… en el varec. —Hubo el sonido de un fuerte chirridometálico de fondo—… bilizarnos. Estamos preparando lastre. Repito, preparando.—Elvira empujó las palancas hacia delante y, pese a un violento abofetear delagua, el hidroala saltó como respuesta. Sus labios estaban apretados en unadelgada línea, y sus nudillos relucían blancos en los controles.

—Espere, no podemos… —dijo Ben. Su cuerpo se vio apretado con may orfuerza contra el sillón—. No podemos ir a las profundidades del varec.

—Están soltando lastre —gruñó Elvira—. Todo ese maldito tren de carga va a

ascender hacia nosotros como un corcho.Rico notó que todos los remaches y soldaduras a bordo vibraban a través de

sus dientes.—Ben, ¿está segura la chica?—Está bien atada a su asiento —dijo Ben.Justo entonces rebasaron la cabina trasera del tren. Ascendió junto a ellos

hacia la superficie, con los contenedores y las cabinas volteando como juguetes.Algunos de los contenedores se enredaron momentáneamente en las paredes delcamino del varec, unas paredes que aún vibraban con luz y aquella mismaextraña fuerza.

—Esto es demasiado extraño —dijo Ben—. Subamos a la superficie ycorramos el riesgo con la cobertura aérea del Director. Este viaje se estáponiendo demasiado feo.

Elvira asintió secamente, y el hidroala inició su ascensión. Como alertadaspor su panel de control, las frondas del varec empezaron a cerrarse encima delPez volador. Primero formaron como un dosel, luego una densa e impenetrablemalla. Un repentino cambio en la corriente les desvió hacia estribor y envió elhidroala a una serie de volteretas. Elvira los estabilizó manualmente, con el rostromuy pálido.

—¡Mierda! —Ben golpeó el brazo de su sillón—. De alguna forma Flattery hahecho intervenir el Control de Corrientes… —Se soltó el arnés pese a las protestasde Rico—. Voy a comprobar a Crista —dijo.

Tuvo que usar los asideros para dirigirse a popa en la agitada cubierta. Alllegar a la escotilla de la cocina se volvió, muy pálido de pronto, y Rico supo elpensamiento que acababa de ocurrírsele. Sonrió.

—Rico —dijo Ben—, ¿y si…?—¿Y si el varec sabe que ella está aquí?—Ajá —dijo Ben—. ¿Y si el varec sabe que ella está aquí?—Será mejor que esperemos haberle caído bien.—Probablemente ella no tenga nada que decir en esto —dijo Ben, y abrió la

escotilla. A Rico no le gustó el tono seco de su voz.—Alguien tiene algo que decir en esto —murmuró Rico. La escotilla se cerró.

Fue entonces cuando Rico recordó el momento en el que el varec pudo habertenido el primer indicio de la presencia de Crista Galli. Fue el único momento enque la embarcación perdió la estanqueidad de su casco.

¡El maldito detector!, pensó. Ese jodido pequeño chip mercuroide de Flattery.—Eyectamos ese transmisor, Elvira, y con él ey ectamos aire de la cabina.

—Creyó detectar una infinitesimal rigidez en la postura de la mujer—. Si esevarec puede oler, y he oído decir que puede, entonces sabe que dentro de estalata hay algo más que gusanos.

23

Los capitanes mercenarios son o no son hábilessoldados. Si lo son, no puedes confiar en ellos, porquesiempre buscarán conseguir el poder para ellos y a seaoprimiéndote a ti, el amo, u oprimiendo a los otroscontra tus deseos.

MAQUIAVELO,El Príncipe

Se rumoreaba entre sus hombres que el joven capitán de seguridad, YuriBrood, era el hijo no reconocido del Director, producto de una antigua aventuracon una mujer sirenia de los Domos. Los hombres basaban esta creencia en elintenso parecido físico entre Brood y el Director, y en el rápido ascenso de Broodhasta un cargo de consejero que excedía con mucho las formalidades de surango. Los dos hombres compartían una crueldad que no pasaba desapercibidafuera de los confines de su escuadrón.

El capitán Brood y su escuadrón habían sido entrenados en un complejosirenio cerca del distrito de Kalaloch. El propio Brood había sido instruidoprivadamente en las matemáticas de la lógica y en la estrategia…, unprocedimiento estándar para cualquiera de quien se anticipara un puestoejecutivo con la Mercantil Sirenia. El propio Brood prefería las soluciones másdirectas de la presión física a las sutilezas de la política. Sus superiores seencogían de hombros ante aquello, que consideraban una fase temporal, yadmitían que Brood obtenía resultados allá donde otros fracasaban.

Las antiguas familias, tanto isleñas como sirenias, mantenían un fuerte sentidode lealtad hacia su comunidad que hacía que el tipo de medidas de fuerza queexigía Flattery resultaran imposibles desde dentro. El mando de seguridadtrasladó al equipo del capitán Brood a Mesa para su entrenamiento y formaciónde su vínculo de combate, luego los desplegó en Kalaloch y la base delanzamiento de la lanzadera para efectuar « labor de policía» . Ellos mismos eransu única familia, una Isla a la deriva en un mar de enemigos. Todos eranmantenidos como mínimo tres poblados lejos de su hogar.

Sobrevive a la siguiente misión, avanza en tu rango, retírate a una oficina enla Reserva… Esta era la meta universal.

El joven capitán tenía miedo, y no solía tener miedo a menudo. Cuando teníamiedo rodaban cabezas. A él y a su equipo les quedaba y a poco tiempo allí,

menos de un mes, ya estaban contando los días que faltaban para volver a casa.El capitán tenía razones para volver a casa, y tenía intención de hacerlo en elmomento previsto. Y quería que sus hombres regresaran al mismo tiempo que él,vivos. Durante un año su distrito había sido Kalaloch y la base de lanzamiento.Las acciones de su escuadrón habían suscitado más citaciones de las que ununiforme podía contener. Durante este año, o bien el lugar o sus hombres habíanestado diariamente bajo fuego.

Hoy el capitán se enfrentaba a Beatriz Tatoosh en la parte de atrás delholoestudio, y pensaba que sería una lástima tener que matarla.

Beatriz no sabía lo que pensaba el capitán, pero el miedo secó su boca cuandovio que su escuadrón al completo entraba en el estudio detrás de los focos y seabría en abanico junto al mamparo del fondo del estudio. El capitán señaló cadauna de las cámaras que estaban filmando en directo a tres de sus hombres. Estosse separaron del escuadrón, extrajeron sus pistolas láser y, sin una palabra, cadauno de ellos apuntó a un cámara.

Beatriz oy ó jadeos, maldiciones, el clic de las armas al ser montadas. Eradifícil ver lo que estaba ocurriendo debido al resplandor de los focos en sus ojos.En monitor grande en la parte de atrás del estudio quedó unos instantes en blanco,luego mostró una cinta del último lanzamiento, una cinta montada por Beatriz y elequipo que estaba ahora a su lado.

¡No estamos saliendo en directo!, pensó.—Sak —alertó al encargado del estudio—, compruebe el monitor.Cuando su mirada se apartó del monitor captó los ojos del joven capitán

observándola. Recordó haberlo visto antes, recordó aquellos mismos ojos lanzarleuna sonrisa de pasada mientras conducía a sus hombres por el laberinto de labase de lanzamiento. Ahora medio sonreía, y le dedicó una inclinación decabeza, y a esa inclinación sus tres hombres ejecutaron a los tres cámaras.

Al primer disparo quedó aturdida ante lo repentino de todo aquello, tanto antela audacia como ante el horror. Al segundo disparo fue el olor mismo de lamuerte lo que la aturdió. Al tercer disparo se enfrentó a la inmediatez de supropia muerte. También se enfrentó al capitán, que ya no estaba sonriendo.

Más tarde recordaría haber pensado en aquellos momentos en lo fuerte querespiraba todo el mundo en el estudio, en cómo el segundo guardia, de pie junto asu cámara muerto, le dijo al primero:

—Mierda, hombre, eso no era la señal…—Cállate —dijo el tercero—. Ya está hecho. Así que cállate. Eso no cambia

nada en absoluto.—¡Está bien!El capitán abrió en abanico los dedos de su mano izquierda, y el resto del

escuadrón selló toda la zona del estudio. Beatriz empezó a temblar, luego seconcentró en controlarse para que el capitán no se diera cuenta de ello.

¡Ben tenía razón!, le recordó su mente. ¿Y quién va a saberlo?Beatriz se vio a sí misma en el monitor, entrevistando al Director durante una

de sus visitas rituales a la base de lanzamiento. La expresión de su rostro en lapantalla, admiración y deferencia, hacía que ahora se le revolviera el estómago.Pese a todo sus ojos siguieron fijos en la pantalla, en un intento de no enfrentarsea la increíble realidad que se estaba desarrollando en su estudio.

A través del shock y los temblores oyó la voz de Harlan desde el fondo delestudio, entonando un rápido canto zavatano a los muertos. Recordó que eldelgado cámara con orejas de soplillo de la número tres era su primo. El hombrede seguridad que le había disparado lo estaba arrastrando ahora por los pies hastala pared. La cabeza del cámara rebotó contra el amasijo de cables que cruzabanel suelo, con el agujero de la quemadura tan limpio en el pecho que apenassangraba.

Los tres asesinos ocuparon posiciones más amplias en la estancia. Quincepersonas estaban siendo retenidas por nueve guardias en un pequeño estudio conunos focos que despedían un calor infernal. El capitán escrutó el estudio una vez,luego se volvió hacia Beatriz. Señaló las luces rojas de los trianguladores.

—La luz roja significa que la cámara está en marcha, ¿correcto? ¿Siguengrabando todavía?

Ella no respondió. Tenía la sensación de que era importante que él no notarael temblor de su voz. No podía apartar sus ojos de los de él.

Él no sonrió esta vez. Tampoco hizo ningún gesto con la cabeza.—Acabad con todos —dijo. Luego señaló con la cabeza a Beatriz—. Menos

ella.Los gritos, las súplicas, las maldiciones con el nombre de Flattery en ellas

fueron silenciados en los pocos momentos que empleó el capitán para conducirlaa la escotilla. Tuvo la sensación de estar caminando durante toda una eternidad,porque había que pasar por encima de los cuerpos de su equipo, y sus piernasparecían tremendamente inseguras.

—Vea lo que ha conseguido —le dijo Brood. Apretó con fuerza su brazo y lasacudió—. Vea el lío que ha causado su emisión.

Ella no podía hablar o se echaría a llorar, y no deseaba llorar delante de él. Seapartó de un tirón de su contacto cuando él sujetó su brazo para estabilizarla. Elúltimo cuerpo sobre el que tuvo que pasar para alcanzar la escotilla era el de lachica de maquillaje.

¿Cómo se llamaba? Beatriz sintió que la dominaba un nuevo tipo de pánico.¡No puedo recordar su nombre…!

Era Nefertiti, sí, Nefertiti. Una chica atractiva, de piel oscura, con grandesojos, como ella. Se dijo a sí misma que tenía que recordar esto, que tenía querecordarlo y ver que alguien, en alguna parte del mundo, en algún momento, losupiera.

—Es usted fría —le dijo el capitán—. Probablemente vio cosas peores queesto en Mesa hace dos años.

Ella se detuvo en la escotilla y se volvió, sin hablar.—También la vi allí —dijo él—. La vi a usted y a ese compañero suy o dar

toda una voltereta cuando aquella mina voló sus instalaciones. Pensé que ningunode los dos se saldría de ello.

Ella asintió, empezó a decir: « Nosotros tampoco» , pero de su garganta solobrotó un seco croar.

Por primera vio su nombre, bordado encima de la insignia de la Seguridad deVashon sobre su pecho izquierdo: « Brood» . Su único deseo en este momento eravivir lo suficiente para ver morir al capitán Brood.

Se volvió hacia el estudio y los diecisiete cadáveres aún calientes quecontenía, se miró de nuevo a sí misma en el monitor. La grabación reproducíaahora una entrevista con Nano Macintosh, maestro del varec en el Control deCorrientes. Era uno de los pocos humanos, aparte Flattery, que había sobrevividoa la apertura de los tanques hib hacía veinticinco años. Era tan alto que ella habíatenido que subirse a una caja para hacer la entrevista. Lo había conocido en suprimer vuelo al nuevo complejo orbital, el día después de su última noche conBen. Al cabo de un mes estaba segura de estar enamorada de él.

—Lleváoslos a todos —dijo el capitán a sus hombres—. Limpiad el lugar,selladlo, y traedme a bordo toda su mierda de producción.

Luego le hizo una inclinación de cabeza a ella, le abrió la escotilla y dijo:—Estamos esperando los sustitutos para su equipo de un momento a otro. Son

mis hombres, y harán lo que y o les diga. Mi escuadrón y yo viajaremos conustedes, para asegurarnos de que usted lo haga también.

24

La mente en reposo es una mente muerta.

NANO MACINTOSH,maestro del varec,

Control de Corrientes

Nano Macintosh flotaba en la cámara en forma de torreta del Control deCorrientes y observaba el planeta allá abajo en busca de una determinadaperturbación en el mar. Ocurría cada día casi a la misma hora: un girante cúmulode nubes se materializaba sobre el lecho de varec salvaje más grande dePandora. Constituía una cierta tranquilidad verlo formarse ahora; le decía quealgo era normal hoy, aunque el comportamiento del varec fuera completamenteloco. Hoy los humanos tampoco tenían muy poco sentido para él.

« La Torreta» , como la llamaba él, era una extravagancia de plasmacristal,tanto en materiales como en mano de obra, que Macintosh se había hechoconstruir para él antes de instalar el Control de Corrientes en la estación orbital.

Hubiera aceptado el trabajo de todos modos, admitía Mack, aunque solo parasí mismo. « Maestro del varec» era para él más un privilegio que un trabajo. Nohubiera podido soportar que alguno de los esbirros de Flattery ejerciera uncontrol tan completo sobre el varec. Además, se sentía mucho más cómodo enórbita que en la superficie de Pandora.

Como Flattery, Mack había sido clonado, educado y entrenado en laesterilidad de la Base Lunar, en la hiperregimentación y clonofobia de la BaseLunar. Toda su vida, hasta la hibernación, la había pasado orbitando una Tierraque, para él y para todos los clones, nunca había existido. En esos días, Flatteryhabía abogado abiertamente por una vida en la Tierra, pero incluso entoncesNano Macintosh miraba hacia fuera, pasado el angosto sistema de la Tierra,hacia las posibilidades que se abrían más allá.

Desde su torreta Mack observaba y cartografiaba muchas de estasposibilidades. Les daba un nombre, pero no los pocos nombres especiales quereservaba para sus aún no nacidos hijos. Había pasado los últimos dos años sobrePandora, rechazando los habituales períodos rotativos de descanso yrecuperación en el planeta. En todo ese tiempo Macintosh no había reconocido niuna sola estrella que pudiera conducirles de vuelta a la Tierra. Le gustaba que asífuera.

Nano Macintosh despertó de la hibernación sobre Pandora un día de

indescriptible dolor y se halló en medio de la nada, galácticamente hablando.Pese a los horrores del planeta, se hallaba en su propio cielo, entre un billón deestrellas completamente nuevas. Los otros supervivientes se aferraban a esepequeño pecio de planeta, y la mayoría de ellos habían muerto allí. Aly ssaMarsh…, bueno, ella había muerto también. Murió el día que la Base Lunarempezó a prepararla como NMO de reserva.

Mack y Flattery compartían el sueño de viajar más profundo en el vacío. Encierto modo Mack sentía que era una lástima, porque nunca le había gustadoFlattery, ni siquiera durante el entrenamiento con él allá en la Base Lunar. Susdiferencias habían surgido últimamente a causa del control del varec.

Si Flattery tuviera alguna idea de lo que hemos hecho, de lo que es el varec…—Doctor Macintosh, la lanzadera está preparada para el despegue.Mack salió de la torreta y, con un empujón del pie, planeó a través de la

enorme sala de control hasta su consola personal. Spud Soleus, su primeray udante, se ajetreaba en el terminal primario. Una mirada a la pantalla númeroseis le dijo a Mack que el varec en el sector de la base de lanzamiento estabaactuando tal como había sido dirigido. La pantalla número ocho, sin embargo, eraotra historia. El gran lecho de varec junto a la costa, más abajo de Victoria, eratodavía una estremecida maraña. No había forma de decir cuántos cargueros sehabían perdido allí. Tecleó otra taza de café.

—¿Cuál es el retraso?Spud encogió sus delgados hombros, sin dejar de atender su consola.—Dijeron algo acerca de reemplazos para el equipo de noticias. Ya conoce a

Flattery, no puede hacer nada sin airearlo a todas partes.—¿Quién ha sido reemplazado? —preguntó. Sintió que su corazón sufría un

ligero sobresalto. Había esperado…, no, había planeado ver a Beatriz de nuevo.Había estado pensando cada día en Beatriz Tatoosh desde el momento en que sulanzadera se marchó hacía dos meses. Sus sueños emprendían el camino alládonde se detenían sus pensamientos, y había soñado con la esperanza de que ellapudiera convertir el Orbitador en una base permanente.

—No lo sé —dijo Spud—. Tampoco sé por qué. Todo estaba tranquilo hastalas últimas Noticias. ¿Las vio usted?

Macintosh negó con la cabeza.—Es verdad, estaba usted en la torreta. Esa mujer, Tatoosh, dio las noticias,

dijo algo acerca de la desaparición de Ben Ozette. Esto debió desorganizar suequipo o algo así.

—Sí —dijo Mack—, ese hombre es un poco beato para mí, pero hacía bienlas cosas. De todos modos, últimamente iba tras el Director.

Nano pudo ver el ceño fruncido de Spud reflejado en una de las pantallasapagadas.

—No es una buena idea ir tras el Director —dijo Spud—. En absoluto. Si no

vio las Noticias, entonces no se vio a usted mismo tampoco.—¿Yo? ¿Qué…?—Ese show que organizaron cuando inauguró usted esta estación —dijo Spud

—. Volvieron a pasarlo. Su pelo no era tan gris hace un par de años. Me gustaríaque Beatriz Tatoosh me mirara de la forma en que le miraba a usted.

—¡No diga estupideces! —exclamó Macintosh.Los hombros de Soleus se estremecieron ligeramente, pero se mantuvo atento

en silencio a su teclado.—Lo siento —dijo Macintosh.—Impropio —respondió Spud.—¿Quiere que tome el control?—Me gustaría que alguien lo hiciera. ¿Qué demonios le está pasando a

nuestro varec?—No es nuestro varec —le recordó Macintosh—. El varec es su propio… y o.

Lo mantenemos encadenado. Está haciendo lo que cualquier ser esclavizado conuna cierta dignidad haría…, lucha contra sus cadenas.

—Pero los hombres de Flattery lo podarán, o peor aún, aniquilarán todo elcampo.

—No para siempre. Este es uno de los problemas básicos con la esclavitud. Elamo es esclavizado por el esclavo.

—Vamos, doctor Mack… Macintosh se echó a reír.—Es cierto —dijo—. Mire la historia, está muy claro. Y Flattery, más que

nadie, debería saberlo. Nosotros los clones fuimos los esclavos de nuestra era.Los clones de la primera generación lo tuvieron realmente duro. Fuerondesarrollados como bancos de órganos. Nos necesitaban, pero necesitaban quenosotros hiciéramos lo que nos decían. Ahora él ha esclavizado al varec, haaturdido su razón, porque necesita que haga lo que se le dice. No puede seguircortándolo, porque no puede permitirse el tiempo que necesita para volver acrecer.

—Entonces, ¿qué ocurrirá?—Una confrontación —dijo Macintosh—. Y si Flattery sigue todavía en la

superficie del planeta cuando ocurra, será mejor que espere que el varec lonecesite para algo o no doy diez centavos por su piel.

—¿Diez qué?Macintosh se echó a reír de nuevo, una enorme carcajada que se

correspondía a su tamaño.—No quiero pensar en lo vieja que es esta expresión —dijo—. Cuando y o

estaba en la Base Lunar, diez centavos eran una moneda que equivalía a ladécima parte de un dólar, que era el patrón base que usábamos como dinero.Pero la expresión es incluso mucho más antigua que eso.

—Nosotros decimos: « no daríamos ni una cagada de ímpetu por su piel» .

—Probablemente esta es una evaluación mejor.Macintosh señaló las seis luces rojas que parpadeaban en su consola de

mensajes.—¿De quién son estas llamadas que no cogemos?—Del Director —dijo Spud, e hizo girar su silla apartándola de la consola—.

Quiere que hagamos algo respecto al varec en el sector ocho, como si noestuviéramos intentándolo.

—Hacer algo…, ¡ja! Si apretamos un poco más freiremos nuestros circuitosy ese varec, y a todo el mundo dentro de él.

—Me pregunto si no será eso lo que quiere el varec.—¿Y si le entregáramos su cabeza? —musitó Macintosh—. Sería una forma

de descubrirlo. ¿Qué podría hacer que no haya hecho ya?Spud se encogió de hombros y dijo:—Tiene usted mi voto. ¿Cómo piensa convencer al Director?Una mirada a la pantalla mostró todo el campo de varec que se estaba

retorciendo en un vórtice, como el torbellino que se forma en un desagüe. Portodo lo que Macintosh podía decir, el Control de Corrientes estaba al máximo desu contención.

Spud señaló la pantalla.—Hay un foco de interferencia eléctrica aquí. Lo que sea que está

manipulando el varec está ahí.—¿Eléctrica o mecánica?—Podría ser cualquiera de ambas cosas, o las dos a la vez…, es una zona de

mucho tráfico —dijo Spud—. Algo ahí abajo está irritando sin la menor duda alvarec.

—Sí —admitió Macintosh—. Eso pienso yo también. La interferenciaeléctrica procede del propio varec. Debe estar respondiendo a algo. Ese campotodavía no está lo bastante maduro como para pensar por sí mismo. O, al menos,no debería.

—¿Doctor?—¿Sí?Macintosh contempló cómo la consola revisaba los cambios de configuración

del varec durante la última media hora. Algo resonaba dentro de su cabeza, algoque podía explicar el repentino… comportamiento del varec.

—Hemos extrapolado el camino de la interferencia.Macintosh miró a Spud, que estaba atareado en su consola, y vio a un

ay udante muy delgado y muy pálido. El dedo con el que señaló temblaba deexcitación.

—¿De qué se trata?—Es una espiral, centrada en el núcleo del sector ocho.—Eso significa que un lecho de varec le está entregando algo a su vecino…,

¿no es eso lo que parece?—O que el vecino se lo está arrebatando.—Spud, apostaría a que tiene usted razón.Macintosh se dirigió a la consola y tecleó una secuencia con sus dos enormes

dedos índices. Las luces rojas del panel de mensajes se apagaron.—Acabamos de sufrir una avería en los relés —dijo Macintosh, y le guiñó un

ojo a Spud—. La próxima vez que llame Flattery, dígale que fue un fallo de loscircuitos y que usted personalmente lo arregló. Quizá consiga una promoción. Sihe supuesto mal, mi puesto quedará muy pronto libre. Ahora podemos intentarponerle las riendas a ese varec y ver hasta dónde demonios nos lleva.

Macintosh oyó a Spud tragar salida a sus espaldas y sonrió.—¿Qué le preocupa, Spud? Es una planta, no va a ir a ninguna parte.—Bueno…, es solo que Flattery no confía en nadie. No me extrañaría que

fuera él mismo que hubiera puesto algún tipo de trampa…—Lo hizo —dijo Macintosh—, y este campo voló en pedazos por sí mismo

hace unos años. Pero todavía no ha repuesto sus cargas, se supone que no deberíaalterarse de este modo tan pronto. —Aguardó a que apareciese de nuevo la señalde carga.

—¡Ahí! —exclamó, y pulsó la señal de envío—. Ahora sentémonos y veamosqué se cuece ahí. Hay algo extraño ahí dentro, y me gustaría ser el primero ensaber lo que es. Si no podemos hacer nada con este campo, quizá podamos almenos aprender algo de él. Además —hizo un nuevo guiño—, es Flattery quienestá ahí abajo, no nosotros.

Un bip en su consola lo interrumpió. Abrió el intercom al Puesto de Mando deLanzamiento.

—Lanzaremos nuestro pájaro dentro de cinco minutos —dijo la voz—.¿Alguna contraindicación?

—Negativo —respondió Macintosh—. Las corrientes en su base son estables,la perturbación llegará a su sector dentro de aproximadamente una hora.

—Correcto, Control de Corrientes. Lanzamiento previsto para dentro de…cuatro minutos.

25

Canon en re.

Pachelbel

La Inmensidad retrocedió con un restallido tras el shock de sentirse libre,luego dejó que sus zarcillos y sus frondas derivaran en aquella hormigueantebendición. Había transcurrido mucho tiempo desde que aquella unión de camposse había sentido bien, y nunca se había sentido tan bien. Los trenes submarinosque zozobraban entre sus lianas no tenían ahora ninguna importancia.

Una pulsación se transmitió entre sus frondas, una ondulación a través de laInmensidad desde el diminuto hidroala a la deriva en los límites de su alcance.Una masa de tentáculos acunó el hidroala y se deleitó en el aroma del y o queemanaba de su quebradiza piel.

El pequeño aparato era resbaladizo y la Inmensidad sabía que eraextremadamente frágil, de modo que fue lo pasado suavemente de fronda afronda hacia dentro. Otros aromas se mezclaban con el del Uno. Uno de esosaromas era familiar, provocativo, parecido al varec. El maestro del holo, RicoLaPush, estaba en compañía de alguien a quien el varec había conocido antes…,antes…, bueno, no importaba. Lo descubriría pronto.

La Inmensidad había aprendido a oler el lenguaje del holo de los humanosseparándolo de su espectro de extraños aromas. Decidió, apenas despertar estavez, que tendría que hablar con los humanos para vivir. También llegó a laconclusión de que debería hablar el lenguaje del holo si quería hablar con loshumanos.

El hidroala intentaba escapar de la red de varec. Había mucho dolor ahora enlas lianas, allá donde todos los trenes atrapados en el sector ocho estabanintentando quemar, cortar y abrirse de cualquier otro modo destructivo uncamino hacia su preciosa atmósfera de arriba. Algunos de ellos fueron aplastadosen un reflejo por el varec, pero cuando el aroma de la muerte de lastripulaciones se mezcló con el mar se obligó a tranquilizarse y a razonar.

La muerte, se recordó a sí mismo, no es la respuesta a la vida.La Inmensidad consiguió abrir varios caminos del varec, y se maravilló del

fácil ballet de los subs que se encaminaban hacia la superficie. Solo el brillantehidroala blanco de Holovisión siguió sufriendo el abrazo de la Inmensidad. Tensóal máximo sus motores en su intento de huir, pero nunca atacó a su torturador.Esto era algo que la Inmensidad podía esperar del Uno, civilizado en los brazos

del varec, y de los honorables asociados del maestro del holo Rico LaPush.

26

En la consciencia encuentras la estructura, la formade lo consciente, la belleza.

KERRO PANILLE,« Traducciones del Avata» , Las Historias

Beatriz escuchó por los altavoces al director del equipo de lanzamientodurante la cuenta atrás del último minuto. Sus temblorosos dedos golpetearoncontra las hebillas de metal mientras se colocaba el cinturón de seguridad. Intentópensar en las bandas del arnés que la rodeaban como los brazos de Mack, eintentó imaginar que la sujetaban como lo hizo Ben la noche que hundieron elviejo Vashon. No funcionó. Nada podía borrar la visión de su equipo, masacradoscomo sebetos en un corral.

Por un error, pensó. Todos murieron porque ese hijoputa cometió un error.Sabía que el capitán tenía miedo, había podido olerlo en él antes de que diera

la última orden en el estudio. Evidentemente no sabía si Flattery lo ascendería olo ejecutaría por esta decisión. Beatriz sabía que su vida, quizás otras muchasvidas, estaban en el platillo de su balanza.

—Diez segundos para el lanzamiento.Inspiró larga y profundamente por la boca y dejó que el aire escapara por la

nariz. Era una técnica de relajación que Rico le había enseñado una vez quehabían estado a punto de ahogarse, hacía cinco años.

—Cinco, cuatro…Hizo una pequeña inspiración.—… uno…El « impulsor» de aire comprimido los empujó por el tubo de lanzamiento, y

un par de propulsores Atkinson los llevaron a la órbita. Aquella era la parte delviaje que odiaba, le recordaba la época en que aquella chica gorda se le sentabasobre el pecho recién empezada la escuela, y no le gustaba la sensación de surostro aplastándose contra la tensión. En este lanzamiento, sin embargo, no estabapreocupada por las arrugas, el fallo de un motor o quedar atrapada en órbita.Estaba preocupada por el capitán, y por cómo podía convencerle de la necesidadde mantenerla con vida.

Nadie en la cabina de la lanzadera parecía familiar. La mayoría de ellos sehabían cambiado a sus monos y ropas civiles. Todos permanecían tranquilos;Beatriz pensó que debían estar sopesando las consecuencias de los disparos. No

vio al hombre que los había iniciado. Era el único hombre al que temía más queel capitán: Ben siempre había dicho que los nerviosos son los que consiguen quete maten.

¿Cómo puede tener tanta razón y estar tan lejos de mí? Se frotó el cansadorostro y palmeó sus mejillas para mantener a raya la histeria. Necesitabainformación, y mucha. Mack, pensó. Él me ayudará, estoy segura.

Durante un instante su miedo lo incluyó. Después de todo, era un miembro dela tripulación original, como Flattery. Habían trabajado juntos mucho antes dedespertar de la hibernación sobre Pandora.

¿Y si…, y si…?Sacudió sus miedos. Si su imaginación tenía que desbocarse, mejor que lo

hiciera con Mack como aliado antes que como enemigo. Mack no era en absolutocomo Flattery, eso lo sabía. Incluso Mack se había estremecido ante la noticiacuando Flattery convirtió a Aly ssa Marsh en un Núcleo Mental Orgánico.

—Nunca creí que necesitáramos algo así —le dijo en privado—. Ahora, conla investigación sobre el varec, estoy más convencido que nunca de que los NMOno fueron más que otra frustración inherente, un aguijón para empujarnos aúnmás lejos de la humanidad.

Según los informes —los informes de Flattery—, Marsh había sido hallada inextremis tras un accidente en el varec. Él le explicó cómo los clones eranpropiedades, a menudo meros almacenes vivos para piezas de repuesto, y cómoAlyssa Marsh había sido preparada para este momento desde su infancia. AhoraBeatriz se daba cuenta de lo oportuno que había sido todo para Flattery, de lamala suerte que había sido todo para Marsh y sus estudios con Nano Macintoshsobre el varec.

¿Qué hará Mack?Él también necesitaría información. Como: ¿Cuántos hombres formaban el

escuadrón? ¿Qué tipos de armas poseían? ¿Tenían un plan, o era simplemente unareacción a las muertes en la superficie? No podía recordar cuánta gentetrabajaba en la estación orbital: ¿Dos mil? ¿Tres? ¿Y cuánta seguridad había?

No mucha, recordó. Solo un puñado para ocuparse de las peleas y lospequeños robos entre los trabajadores.

Había contado treinta y dos en el grupo del capitán cuando abordaron lalanzadera, y todos iban fuertemente armados. Ocho de ellos fueron asignados asu equipo, y gruñeron para sí mismos ante el doble trabajo. Todos exhibíanmuchas de las antiguas mutaciones desfiguradoras. El equipo que cargaron abordo era en su mayor parte armas, pero algunos de ellos sabían lo suficientesobre holovisión como para traer lo indispensable que iban a necesitar para emitirel siguiente Noticiario. Un par de técnicos fueron asignados a la supervisión delNMO.

Beatriz había conseguido dominar ya lo peor de sus temblores. Firmemente

sujeta a su sillón, casi se dio un respiro.No, se advirtió, mantente alerta. Muerta no podré ayudar a nadie. Soy el único

testigo contra ellos.Esperaba que la cinta de la consola sobreviviera allá atrás, y que alguien bien

dispuesto hacia ellos la encontrara.Pero, aunque la difunda, ¿quién podrá hacer algo?, se preguntó. ¿Flattery?Beatriz gruñó una seca risa para sí misma, luego sintió la mano del capitán

sobre su hombro. Era firme, no dolorosa. Pero no era gentil. Le recordó la manode su padre la noche que murió, y que se relajó también cuando sus motores secortaron. Este hombre tenía la misma edad que su hermano menor, pero en susoscuros ojos había algo que hacía pensar en el infinito. No vio mucha sabiduríaen él.

—Sé lo que está pensando —dijo el hombre—. He hecho centenares deprisioneros. Yo mismo he sido prisionero. Créame, sé lo que está pensando.

Hizo un gesto al guardia que estaba al lado de ella para que se alejara y, deuna forma sorprendentemente torpe en gravedad cero, avanzó para sentarse a sulado. Su voz sonó cascajosa, tensa, como si hubiera estado gritando. Siguióhablando, mientras sus hombres se alejaban fuera de escucha, mirandofurtivamente hacia ellos y conversando en voz baja.

—Los dos estamos en una mala situación, usted y y o. Los dos necesitamossalirnos de ella.

Tuvo que admitir aquello.—Ahí arriba será todo o nada, estamos atrapados. No hay ninguna salida para

ninguno de los dos que no requiera la ay uda del otro. Esto también tuvo queadmitirlo.

Pero solo por el momento, se aseguró a sí misma, solo hasta que encuentre aMack.

Beatriz se dio cuenta de que, por mucho que le disgustara, su vida dependía decomunicarse con aquel hombre.

—Usted es un militar, un oficial. ¿Cómo es que se ha metido en esto? Nopuede haberlo hecho por puro reflejo. Esto es un plan, y nosotros… Yosimplemente encajo en él como…

—Dios mío, es usted receptiva. —Las palabras brotaron en un torrente, losojos del capitán brillaban con intensidad—. Nosotros solo podemos vencer,Flattery está acabado. Tenemos la Nave Profunda y el Orbitador, y suficientesprovisiones para años. Controlamos sus corrientes y su clima. Tenemos elprecioso Núcleo Mental Orgánico de Flattery. Mierda, nosotros mismos podemosconectarlo a la nave y volar lejos de aquí…

Ella no oyó el resto. Su mente se enfocó en lo que él había dicho al principio:« suficientes provisiones para años» .

Si mata a todo el mundo a bordo del Orbitador.

—… tendrá que aceptarlo —estaba diciendo el capitán—. Ahí abajo está amerced de la chusma, y no se atreverá a destruir todo aquello por lo que haestado trabajando aquí arriba. Y cualquiera que le gane ahí abajo tendrá quetratar conmigo.

Va a hacerlo realmente, pensó Beatriz. Va a matar a todo el mundo a bordo.Él tomó su mano, y ella la retiró violentamente, con una revulsión que no

pudo ocultar.—Nosotros —dijo él—. Quiero decir que tendrán que tratar con nosotros.

Usted y y o. Creerán cualquier cosa que usted les diga, al menos por un tiempo.—Se inclinó más cerca, susurró—: No querrá usted cometer otro error, hacerque muera más gente.

Ella se propulsó fuera de su sillón, sin preocuparse de donde la lanzaría suimpulso en una cabina sin gravedad. Nadie la persiguió. El primer asidero al quese agarró la detuvo junto a un par de hombres de seguridad, más jóvenes que eljoven capitán, que estaban revisando las bases de la triangulación de unaholocámara.

Tienen realmente intención de emitir, pensó.Miró hacia atrás al capitán. Se había vuelto de espaldas a ella y estaba dando

instrucciones a varios hombres. El tono de su voz, su brusquedad y sus gestos ledijeron que estaba hablando en serio. Tenía razón, podía hacerlo sin ella. Teníarazón, si le ayudaba podría salvar a otros. Pero no podía decidirse a hablarle, aponerse de su lado de ningún modo. Suspiró, e interrumpió a los dos nuevoscámaras.

—No —dijo—, con esta disposición la unidad alfa solo consigue quincegrados de panorámica. Está bien si se quiere cubrir un lanzamiento, peroestaremos en un interior, en un espacio pequeño…

Mientras daba instrucciones a los dos jóvenes aficionados vio que Brood laestaba observando. Le guiñó un ojo una vez, y ella consiguió reprimir elestremecimiento que recorrió su espina dorsal.

—Querrán ver este Núcleo Mental Orgánico mientras es transportado, yquerrán saber algo acerca de sus antecedentes. Empecemos grabando algo deesto.

Pasó las dos horas del vuelo dando instrucciones a sus cámaras, dos hombresy una mujer, a ninguno de los cuales reconoció de la masacre en el estudio en labase de lanzamiento. Beatriz prefería su compañía, aunque siguieran las órdenesdel capitán. Ya fuera por accidente o de una forma deliberada, no se tropezó conninguno de aquel escuadrón durante su vuelo.

El Núcleo Mental Orgánico era un cerebro vivo, encerrado en un intrincadocontenedor de plasmacristal previsto y a para todas las conexiones posteriores. Uncomplejo conector uniría el cerebro con el sistema de control a bordo de la NaveProfunda. Lo que no esperaba fue lo que más la horrorizó.

¡Son mantenidos por… cuerpos humanos!Varios años antes había hecho un reportaje sobre algo semejante. Los

científicos habían conectado un cerebro de un cuerpo aplastado a un cuerpo sanoque había sufrido daños craneales irreparables. Cada uno mantenía al otro vivo,aunque no había habido ninguna forma de comunicarse con el cerebro sano. Poraquel entonces estaba simplemente atrapado ahí dentro, amputado de todasensación, vivo y soñando. Inspiró profundamente y dejó que la periodista quehabía en ella se hiciera cargo del asunto.

El tec-med encargado tenía un cierto número de tics faciales activos, y cadauna de sus preguntas parecía acelerarlos. No averiguó nada acerca del principioque no hubiera averiguado y a a través de sus investigaciones o de NanoMacintosh.

—… como sabe usted muy bien, fue a causa de un fallo en el NMO quefuimos a parar a Pandora.

—Tengo entendido que los NMO eran tradicionalmente tomados de niños condefectos de nacimiento fatales. Este NMO es de un humano adulto. ¿En quédiferirá su actuación?

—Hay dos aspectos —señaló el tec—. En primer lugar, esta persona seestaba muriendo en el momento de la conversión, en consecuencia, debería estaragradecida por esta extensión de su vida en un papel útil, incluso noble. Ensegundo lugar, esta persona sobrevivió a la hibernación más larga conocida por lahumanidad y despertó a la vida en Pandora. Sabe que si los humanos debensobrevivir, tendrá que ser en otro lugar. Puede hallar consuelo en ser elinstrumento de esta supervivencia.

—¿Sabe ella algo de esto?El técnico pareció perplejo.—Mucho de esto estaba incluido y a en su primer entrenamiento. El resto lo

extrapolamos de las pruebas.—¿Cómo era ella como persona?—¿Qué quiere decir?Los tics del técnico se aceleraron rápidamente hasta adquirir un crescendo

que distraía del tema que estaban tratando.—Usted dice, esencialmente, que ella aceptará su deber por amor a la

humanidad. ¿Amaba a la humanidad en vida? ¿Tenía un hombre? ¿Hijos?Su equipo de cámaras estaban entrando en situación. No habían podido traer

un monitor a aquel pequeño espacio, y ahora lo lamentaba. Sería una buenagrabación, después de todo.

Mientras contemplaba el cerebro tras el cristal, Beatriz supo que era algovivo, una persona. También se dio cuenta de que el tec estaba rodeado por elgrupo que había asesinado a su equipo y que probablemente no tenía el menorindicio de lo que había ocurrido.

Nadie lo sabrá si yo no se lo digo, pensó Beatriz. Soy como este cerebro,amputado pero vivo por dentro. Me pregunto qué estará soñando.

—Sé muy poco sobre la persona —dijo el tec—. Está en su dossier. Sé quetenía un hijo que fue dado en adopción a fin de que ella pudiera seguir con susestudios en los puestos de avanzada del varec.

—El doctor Macintosh afirmó hace dos años que esos Núcleos MentalesOrgánicos eran toscos, crueles, ineficaces e innecesarios —dijo Beatriz—. ¿Tieneusted algún comentario al respecto?

El tec carraspeó.—Respeto al doctor Macintosh. Él, junto con el director y este NMO, es uno

de los últimos supervivientes del vuelo original de la antigua Earthling…,« Nave» , si lo prefiere. Sí, es cierto que hubo fallos, y esto requirió algunascompensaciones, pero todo eso ya ha sido superado.

—Para algunos de nuestros espectadores, su término « compensación» puedeparecer un tanto frío. La « compensación» a la que se refiere fue la primeracreación conocida de una inteligencia artificial…, una que resultó ser más listaque sus creadores, una que muchos creen que es la personalidad de « Nave» ,una que la may oría de pandoranos siguen reverenciando como un dios. ¿Por quésiguió su departamento el fracasado camino de los NMO, cerebros vivosextirpados de sus cuerpos, antes que proseguir con la inteligencia artificial?

—Recibimos instrucciones de seguir este camino.—Se les ordenó seguir este camino —corrigió ella—. ¿Por qué? ¿Por qué se

siente más cómodo el Director con el fracaso que con el éxito que salvó suvida… y la de ella? —Beatriz señaló al NMO, cableado dentro de su caja, sordo,ciego y torpe al lado de su cálido y muerto anfitrión.

—¡Ya basta!La voz del capitán a sus espaldas congeló su espina dorsal e hizo que sus

manos empezaran a temblar. Quedó aturdida y en silencio de nuevo mientras eltec y su equipo contemplaban la cubierta a sus pies.

—Hablaré con usted en la cabina.Lo siguió fuera a los armarios de almacenamiento de la lanzadera y a la

tenuemente iluminada cabina de pasajeros.—Tenía que detenerla —dijo el capitán—. Es lo que se espera de mí, no

importa cuál sea mi opinión. Pronto no habrá más necesidad de fingir. Prepáresepara el amarraje. Habrá material e instrucciones para las siguientes Noticiascuando lleguemos.

Tres hombres de seguridad del Orbitador aguardaban en la bodega de amarrecuando se abrió la escotilla de la lanzadera. Estaban preparados para la prensa,para las cámaras de Holovisión, pero no estaban preparados para el capitánBrood. El capitán permaneció dentro de la escotilla, con Beatriz a su lado.

—Tres hombres ahí fuera —le dijo a ella con voz suave. Sus ojos la miraban

con el mismo brillo loco que la otra vez. Ella intentó no mirar su rostro—. Elijauno para usted. Uno para… divertirse.

Ella quedó asombrada ante la pregunta y sus tranquilos y desarmantesmodales. Sintió que algo se erizaba en su nuca, algo que había notado hormiguearen aquel punto antes de que empezaran las muertes allá abajo.

—¿No quiere ninguno? —respondió él por ella—. Qué delicada.La empujó a un lado y señaló a los hombres que tenía detrás de él que

abrieran fuego. En segundos casi una cuarta parte de la fuerza de seguridad delOrbitador yacía muerta en cubierta.

—Libraos de ellos por la cámara estanca —les dijo a sus hombres—. Simatáis a alguien en una habitación, matad a todos en la habitación. No quiero verningún cuerpo. Beatriz anunciará que se ha producido una revuelta a bordo delOrbitador y de la Nave Profunda. Hemos sido enviados a sofocarla.

—¿Por qué me hace esto? —siseó Beatriz—. ¿Por qué me dice que tengoelección cuando no tengo ninguna? Va a matarlos a todos de cualquier modo,pero tiene que incluirme a mí…

Él agitó la mano, un gesto de despido que ella había asociado desde hacíamucho con Flattery.

—Una diversión —dijo—. Parte del juego… Pero vea, esto la hace másfuerte. A mí me divierte, y a usted la fortalece.

—Para mí es una tortura —dijo ella—. No quiero hacerme más fuerte. Noquiero que la gente muera.

—Todo el mundo muere —dijo él, al tiempo que hacía un gesto a sushombres para que subieran a bordo del Orbitador—. La lástima es cuandomueren sin beneficio para nadie.

27

Cualquiera que se convierte en el amo de una ciudadacostumbrada a la libertad y no la destruye puedeesperar ser destruido por ella.

MAQUIAVELO,El príncipe

El color preferido de Aracna Nevi era el verde, lo encontraba pacífico.Cabalgaba el hidroala privado de Flattery por encima de las olas teñidas de verdey dejaba que el blando sillón de mando aliviara la tensión de su espalda y de sushombros. El verde era el color del varec recién nacido, y decenas de miles dekilómetros cuadrados de él se extendían a su alrededor hasta donde los ojospodían ver.

Algunos días soleados Nevi desamarraba un hidroala solo para derivarencima de un lecho de varec, gozando del aroma del agua salada y el yodo, lacalma de todo aquel verde. No le gustaba el rojo, le recordaba el trabajo, ysiempre parecía tan furioso. El interior del hidroala de Flattery estaba decoradoen rojo, tapizado en rojo. La taza de café que Zentz le tendía también era roja.

—¿Qué hay de especial en esa mujer, Tatoosh? —preguntó Zentz, a punto dela risita—. ¿El Director se ha encaprichado de ella?

Nevi ignoró la pregunta, en parte porque no estaba escuchando, en parteporque no le importaba. Iba a dar su primer sorbo de café del día cuando la luzde aviso del Navcom parpadeó. Casi no se dio cuenta de ello porque la luz, comotodo lo demás, era roja. Un estridente tono de advertencia sonó casi al mismotiempo en la consola y se sobresaltó, derramando el café caliente sobre su mono.Dudó que hubiera podido pasar por alto aquel tono ni aunque estuviera comatoso.El hidroala disminuyó automáticamente la velocidad con la advertencia.

—Adelante —le dijo a Zentz—, oigamos de qué se trata.Zentz subió el volumen del sistema Navcom. Nevi no podía soportar el

charloteo de la radio mientras intentaba relajarse, así que había hecho que Zentzla apagara cuando llegaron a mar abierto.

—… se están aproximado a una zona de « no entrar» . Se ha producido unadisrupción en el sector ocho, los caminos del varec no son seguros. Codifiquen sudestino y en su pantalla aparecerán las rutas alternativas. Estén preparados pararecoger supervivientes. Repetimos: advertencia, « alerta roja» ; se están…

Nevi hizo descender el hidroala sobre sus patines y mantuvo los motores al

ralentí.—¡Estúpidos! —murmuró—. Les advirtieron que la mantuvieran alejada del

varec.—¿Cree que están ahí dentro? Quizá consiguieron pasar antes de que… —

Zentz se interrumpió en seco cuando vio la furia en los ojos de Nevi.—Consiga un diagrama —ordenó Nevi—. Quiero echar un vistazo a esta

« disrupción» .Tecleó un código privado de comunicación con el cuartel general de Flattery.

Las aguas alrededor del hidroala ya habían empezado a picarse un poco, y en ladistancia, hacia la orilla, Nevi pudo ver partes de un largo tren subbamboleándose en la superficie.

—¿Sí? —Era una voz femenina, seca.—Aquí Nevi, póngame con el Director.La pantalla en la que había estado trabajando Zentz mostró su diagrama. A

Nevi le recordó el mapa meteorológico de un huracán: todo lo de fuera girabahacia el centro. Pero esto era varec, no nubes, y estaba ocurriendo bajo el mar,casi a la vista de donde estaban. No le hizo ninguna gracia el retraso de la oficinade Flattery.

La voz de la mujer volvió tan seca como antes.—El Director está ocupado, señor Nevi, estamos en alerta máxima aquí.

Alguien hizo volar una de las oficinas exteriores, un destacamento de seguridadha atacado la central de energía de Kalaloch, y hay algún problema con el varecen el sector ocho…

—Yo estoy en el sector ocho en este momento —dijo Nevi, con la voz tantranquila como pudo—. Si no puede hablar conmigo, póngame en línea directacon el Control de Corrientes.

—El Control de Corrientes lleva incomunicado desde hace aproximadamenteuna hora —dijo la mujer—. Estamos intentando descubrir el significado de…

—Mantendré abierta esta secuencia —cortó Nevi—. ¡Póngame en contactocon él inmediatamente!

La única respuesta al otro lado fue el cierre del circuito. Nevi se pellizcó elpuente de la nariz por un momento, frenando uno de sus dolores de cabeza.

—No hubiera debido gritarle —dijo Zentz—. ¿Qué quiso decir con eso de queun destacamento de seguridad ha atacado la central de energía de Kalaloch?Nosotros defendemos la central de energía de Kalaloch.

—Necesitamos localizar dónde está Galli, y necesitamos poner nuestrasmanos sobre ella rápido —interrumpió Nevi—. Es nuestro chip de seguridad, noimporta lo que ocurra. —Tabaleó sobre su pantalla del Navcom con un bienmanicurado dedo y siguió el camino en espiral que iba del borde al centro.

—Supongo que está ahí dentro en alguna parte —murmuró, casi para símismo—, y todo lo que hay ahí se encamina hacia el centro. No hay tiempo de

traer aparatos. Tendremos que perseguirla hasta ahí abajo o interceptarla.—¿Quiere decir… seguirla ahí dentro? —preguntó Zentz—. ¿Qué hay del

ataque a la central de energía? Algo está pasando, y mis hombres…—Sus hombres no parecen estar muy seguros acerca de sus lealtades —dijo

Nevi—. Pueden arreglar esto entre ellos. Pero puedo dejarle aquí y pedir porradio que vengan a recogerle, si lo prefiere.

El enorme rostro de Zentz palideció, luego enrojeció.—No soy un cobarde —dijo, hinchando el pecho—. Solo es que está

ocurriendo algo en la Reserva, y mi deber…La frecuencia portadora de Flattery dejó oír su tono en aquel momento, y la

voz de Flattery crepitó en los altavoces.—Señor Nevi, estamos teniendo urgentes problemas aquí que necesitan toda

nuestra atención. ¿Qué es lo que quiere?—Quiero una línea directa con el Control de Corrientes. El varec ahí fuera se

está volviendo loco, y si quiere usted a esa mujer, Galli, necesitaremos aplacarloy aniquilarlo.

—Estoy monitorizando todas sus acciones —dijo Flattery—. Han aplicadotoda la energía a este sector, y los subs han subido todos a la superficie. Las cosasaquí se están poniendo feas. Una bomba ha estallado en mi cuartel general desuperficie hará una media hora. Mató a mi secretaria, Rachel, y a ese guardia,Ellison. Parece que fue él quien trajo esa maldita cosa dentro. Arregle las cosasahí fuera tan pronto como pueda y vuelva aquí. Puede que tengamos que aplicarel Código Brutus. Nuestro jefe de seguridad va a tener que responder a algunaspreguntas.

La conexión en el extremo de Flattery se cortó.El Código Brutus, pensó Nevi. Así que está empezando realmente. Al menos

aquí fuera, en este momento, no tenemos que tomar partido.Sabía sin la menor duda a qué lado se aliaría Zentz. Para Zentz, un regreso a

Flattery significaba una ejecución segura. Demasiados errores, demasiado pocaestrategia.

Quizá ya esté en ello, pensó.Zentz estaba en la radio comunicando con su centro de mando en la Reserva,

haciendo trizas a algún may or. Si aquello era un golpe dado por seguridad, nocreía que Zentz estuviera en ello.

Nevi mantuvo su atención en la pantalla, donde la configuración del varec noparecía cambiar.

¿Vale la pena ir tras ellos?Pensó que probablemente sí. Las distintas facciones de Pandora solo

necesitaban un símbolo que las uniera, y Nevi sabía que Crista Galli era idóneapara el trabajo. Mejor que estuviera en sus manos que en las de la Voz de lasSombras. Además, había maniobrado en varec díscolo en el pasado, y nunca

había tenido problemas que no pudiera manejar. Y si se había producido ungolpe, Nevi podía ser visto como el rescatador de Crista Galli junto con el muypopular Ozette. Eso pondría de su lado a los medios de comunicación.

En cualquier caso, ese LaPush ha de desaparecer, pensó. Ha significadodemasiados problemas durante demasiado tiempo.

Nevi no deseaba ser quien gobernara Pandora, si había que llegar a ello. Sesentía feliz siendo la sombra, el que arreglaba las posibilidades entre bastidores.Su repugnancia hacia Flattery y su estilo se hacían más insoportables año trasaño, pero no sentía ningún deseo por ocupar su sitio.

El Código Brutus, pensó. Un intento de golpe de estado desde dentro.Nevi no creía que Zentz fuera capaz de llevar a cabo un golpe de estado,

aunque debía admitir que tenía la coartada perfecta: en medio del mar con elay udante de mayor rango del Director, un asesino conocido y eficiente.

Zentz había terminado de avasallar al may or a cargo de la central de energía,y la configuración del varec en el monitor no había cambiado ni un ápice. Nevicomprobó sus reservas de combustible: los cuatro depósitos estaban llenos.Presurizó el combustible, retrajo las hidroalas y extrajo la aeroala.

—¿Volvemos? —preguntó Zentz. Su voz sonó ansiosa, pero no demasiado.—No —dijo Nevi, y sonrió—. Vamos a rastrearles desde el aire, luego nos

sumergiremos. Tenemos combustible suficiente para casi una hora.Al cabo de una hora se verían obligados a posarse sobre el agua para extraer

más hidrógeno, pero por aquel entonces Nevi planeaba tener a bordo todo lo quenecesitaba.

28

La función más alta del amor es la que convierte a lapersona amada en un ser único e irreemplazable.

T. ROBBINS,Enciclopedia literaria de la era atómica

Beatriz había cruzado el pasillo y se había encerrado en el estudioimprovisado de Holovisión del Orbitador con tres técnicos del equipo de Brood.Ninguno de los tres había participado en las muertes en la base de lanzamiento,pero ninguno de ellos tenía mucho que decirle tampoco. Una gran pantallaportátil detrás de ella ocultaba los focos y los espejos que atestaban los seismamparos del estudio. El mismo logotipo de Holovisión que llevaba sobre elpecho izquierdo de su chaqueta adornaba la pantalla: era un ojo bidimensional,pero la pupila era un holoescenario.

A Beatriz le gustaba el aire libre y nunca había podido resistir elclaustrofóbico mundo del interior de los estudios. Por eso ella y Ben habíantrabajado tan bien juntos y, pese a las ofertas, habían pasado tantos años entrabajos de campo. Su reciente ascenso llevaba consigo una gran cantidad detrabajo en estudio, y su contrato le garantizaba una habitación con vistas…, sobreel papel. Echaba en falta la sensación de derivar que había tenido cuando niña,como isleña.

A bordo del Orbitador le fue asignado un cubículo en el borde exterior, a másde un kilómetro de distancia del estudio, cerca del eje. Desde el cubículo podíaobservar a Pandora despertarse y dormirse encima de su cabeza. Su padre, queera pescador, estaría en estos momentos haciendo su siesta del mediodía. Dentrodel estudio no había ni día ni noche.

Las instrucciones que había recibido de Brood eran simples y frías:—Relájese, haga el trabajo. Simplemente lea lo que tiene ante sus ojos

cuando se encienda la luz roja.Una pequeña cámara de seguridad montada en lo alto de un mamparo

mantenía controlados todos sus movimientos. Era un juguete, una baratijacomparada con las cámaras y trianguladores personalizados que usaba su equipoen la base de lanzamiento. El equipo de Holovisión era peor cada año que pasaba.Echaba en falta sus propios aparatos.

Eran los mejores, pensó. Y quizás esa última cinta esté todavía dentro.Se preguntó si los hombres de Brood lo habrían recogido todo.

Rico hizo esas cámaras, pensó, y esos trianguladores también. Nadie del oficiopodía pasar por su lado sin fijarse en ellos.

Sintió su primera oleada de auténtica esperanza. Las cámaras no estabanabajo en la base de lanzamiento.

Están aquí, pensó, o al menos están en órbita con nosotros.No deseaba pensar en las cintas. Por ahora, solo deseaba enfocarse en las

cámaras.Pero no podía dejar de pensar en qué harían con las cintas.Guardarlas, como reserva. Grabar en ellas cuando las suyas estén llenas.Dudaba que, fuera lo que fuese lo que planeaba este equipo, necesitara todo

un juego de cintas. Pero los técnicos las habían traído con ellos, su lógica leaseguraba esto.

Puede que todavía estén en la lanzadera.No deseaba volver a aquella escotilla, donde los hombres de Brood habían

asesinado a sangre fría a aquellos guardias.Beatriz alzó la vista hacia la cámara de vigilancia.¿Hay una persona detrás de esta cosa, pensó, o simplemente una cinta?No creía que malgastaran una cinta para eso. Los tecs la ignoraban por

completo. Trabajaban rápidamente en distintas tareas de sonorización y montaje,coordinando algo entre ellos. Sospechaba que era algo que tenía que ver con ella.

Quizá no haya nadie detrás de ella.La luz de las tres horas destelló. Las tres de la tarde señalaba el principio de la

configuración de las noticias de las seis. Conseguir las cintas era solo unproblema. Insertarlas en una emisión de las Noticias de la Noche de Holovisióncon los hombres de Brood vigilando planteaba otro problema. Sabía quién podíaay udarla con el segundo problema, y era la persona a la que más deseaba ver.

Mack podría enviar un mensaje a la superficie, ajustado a la frecuenciacorrecta y codificado digitalmente.

Lo sabía, porque lo había hecho una vez para ella a petición de Ben.Me lo estaba enseñando, se dio cuenta. Ben debió pensar que podía llegar a

ocurrir algo así.La mayor parte de los pandoranos estaban demasiado hambrientos para

luchar, sabía muy bien esto. Miles habían dormido ya en agujeros cavados en eltalud, bajo plásticos desgarrados, tan vulnerables a los demonios como al clima.De su familia había aprendido que luchar era solo uno de los muchos caminos.

Recordó algo que le había dicho su abuelo, algo que ella le había dicho aNano Macintosh la última vez:

—Educar, agitar, organizar.Flattery había organizado el mundo. Ahora Beatriz deseaba utilizar esta

organización contra él.La comunicación podía conseguirlo. La gente tenía sus cuerpos. La

coordinación de todos estos cuerpos sería la llave a su libertad.¿Cómo conseguirlo y salirse de ello?Quizá no pudiera salirse de ello. ¿Qué tipo de mensaje enviaría entonces?Puede salvar a Ben, y también a Rico, pensó, aunque en alguna parte dentro

de ella estaban empezando y a a desaparecer. Intentó hacer que su impresionaday exhausta mente pensara en todo lo que había ocurrido en las últimasveinticuatro horas, en todo lo que faltaba por hacer.

Tengo que conseguir ver a Mack, pensó. Es decir, si Brood no lo ha…, no loha…

No se permitió completar el pensamiento. Se concentró en lo que tenía quehacer. Este pequeño estudio a bordo del Orbitador había sido su proy ecto desdeun principio, su excusa para permanecer cerca de las estrellas. Era un poco másgrande que el de la base de lanzamiento. Flattery lo había hecho instalar paraasegurarse de que el proy ecto Nave Profunda recibía la mejor documentación,la mejor publicidad, toda la atención del mundo. Ahora sabía cuál había sido sufinalidad principal desde un principio: una diversión, algo para mantener a lagente mirando al cielo mientras Flattery les robaba las botas.

El estudio estaba dividido en seis unidades técnicas y el plato en directo dondetrabajaba Beatriz. El espacio era más bien exiguo. Seis pantallas de montaje y unpar de relojes muy grandes los mantenían en contacto con el mundo. Unaconstante sucesión de imágenes recorrían las seis pantallas mientras el equipomontador en la superficie revisaba lo filmado durante el día y hacía su selección.Había un pequeño holoescenario en el centro de la estancia para el maquetadofinal y una pantalla visora detrás. Tanto los relojes como el gruñir de su estómagole decían cosas que no quería saber.

—Tres horas para salir por antena —dijo.Su consola indicaba que le estaba hablando a un micrófono desconectado.

Alzó la voz.—Vamos retrasados cinco horas.Ninguna respuesta. Los técnicos trabajaban como si ella fuera un mueble

más. Enviaban sus propias cintas a su propia superficie para revisión y montaje.Beatriz pasó su cinta del Núcleo Mental Orgánico en una de las pantallas y

reprimió un estremecimiento. Aquello era una persona, un cerebro vivo ypensante que era mantenido con vida conectándolo a un cuerpo anfitrióncomatoso. Se preguntó qué era lo que había causado el coma. Estaba segura deque ella sabía quién.

—Necesito hablar con el doctor Macintosh —dijo.Esta no era la primera vez que lo decía, y la respuesta era siempre la misma:

silencio. Había recibido este tratamiento de silencio de los tecs desde que habíanamarrado en el Orbitador. De las ocasionales miradas en su dirección supuso queeran órdenes de Brood antes que decisión propia.

Al contrario que sus equivalentes de antaño, este NMO sería capaz de hablar,utilizando conexiones neuroeléctricas. Cuando llegara el momento podríacomunicarse con la neuromusculatura de la nave, sentir todo lo que transpiraba abordo. Esto, razonaba Flattery, mantendría al NMO cuerdo allá donde los NMOoriginales habían fallado.

Resultaba claro para Beatriz que Flattery no deseaba enfrentarse el tipo deconciencia artificial que había llevado a la humanidad a Pandora. Estabanaquellos que creían que Nave existía todavía, y que regresaría. Los tanques hibque habían traído a Flattery, Mack y Aly ssa Marsh eran una prueba para Beatrizde que Nave podía estar muy viva, fuera Dios o no.

Si puedo conseguir que uno de estos tecs empiece a hablar, esto sería una cuñacontra Brood, pensó. Y puede ser un camino hacia Mack.

El Control de Corrientes y Macintosh estaban solo a unos pocos metros pasilloabajo. Beatriz podía sentir prácticamente las vibraciones de su habla gutural, suenorme cuerpo recorriendo sus oficinas. El Control de Corrientes y el estudioremoto de Holovisión compartían unos cuantos kilómetros de cable entre ellos,pero no una escotilla. Ambas áreas eran a prueba de sonido.

Beatriz intentó recordar lo que Mack le había enseñado acerca del lugar.Había pasado mucho tiempo orientándola durante sus viajes arriba. Lo que másrecordaba ahora eran sus filosofías y sus meditaciones, el relajante tono de suprofunda voz. No recordaba nada de los enlaces entre las dos estancias. Habíaintentado ya unos cuantos trucos electrónicos propios para contactar con él, perosin suerte.

Él sabe que venía, pensó. Quizá venga a buscarme.Esperaba que eso no significara para él dirigirse hacia su ejecución.

29

Manipular electrónicamente el varec es comoconvertir un cuadripléjico en una marioneta. El trucoconsiste en mantenerlo como cuadripléjico.

RAJA FLATTERY,« Control de las Corrientes desde el cielo» , emisión

holo

Crista sintió una presión en todo su ser. No era como la cabina presurizada,como la presión del aire. Era algún indescriptible confinamiento de su ser dentrode alguna enorme envoltura, como la presión que imaginaba podía sentir el polopositivo de un imán cuando se hallaba en compañía de otro polo positivo.

—No debéis tener miedo de que el varec haga pedazos esta nave —dijo—.Los informes del laboratorio de Flattery dicen que me mantuvo viva bajo el aguadurante veinte años. Puede mantenernos vivos a todos…

—Puede es la palabra clave aquí —dijo Ben. No la miró a los ojos, sino quemantuvo la cabeza fija en su arnés mientras lo comprobaba, como sicontemplarlo pudiera enderezar el hidroala y situarlo en su rumbo—. Si lo quedices es cierto, te quiere viva. El resto de nosotros somos estiércol.

—El varec no es así —dijo ella—. Ya has escuchado a Rico. Es… Lo supeantes de que la gente de Flattery lo hiciera regresionar, ¿recuerdas? Me mantuvoviva, y por todo lo que sé mantuvo a otros vivos de la misma forma.

—Mucha gente pasa mucho tiempo aquí abajo —murmuró él—. Nadie havisto nada como lo que te ocurrió a ti.

—¿Por qué solo a mí?Cuando la mirada de Ben no se cruzó con la de Crista, sintió que en sus

antebrazos se le ponía carne de gallina. Todo lo que sabía sobre su amabilidad, susacrificio hacia los demás, se heló dentro de ella con la frialdad de aquellamirada.

—Me he preguntado eso —dijo Ben—. Otros también se lo han preguntado.—Por eso Flattery nunca me dejó ir al mar —dijo ella—. Dijo que era para

protegerme, pero creo que solo sospechaba que yo podía ser algún tipo de espíaavatano, un disparador de algún tipo. Quizá fui criada por una planta, pero puedoleer bastante bien a la gente… déjame… tocar el varec. Entonces se calmará, séque lo hará.

—Ni lo sueñes. Si Flattery tiene razón, si Operaciones tiene razón, su química

es diferente ahora. Podría matarte. No quiero que nada te mate.—No quiero que nada mate a nadie —dijo ella—, pero el varec está confuso.

No hace más que debatirse…, nadie le dice nada…Con estas palabras el hidroala giró sobre sí mismo y se puso boca abajo. Ben

quedó colgando de un asidero, con el rostro apretado contra el mamparo deplasmacero.

Crista intentó hablar, boca abajo y contra la presión de su arnés.—Avata necesita nuestra ayuda —dijo—, y nosotros necesitamos a Avata.

Tienes que ay udarme a hacer esto, Ben.Hubo aquel extraño y aturdidor snap en el aire, el mismo snap que había

inmovilizado por unos momentos a la multitud en el muelle. Era como ladescarga de un gran condensador.

Crista notó que el hidroala giraba lentamente, tiraba más tensamente de suarnés, luego se enderezaba. Observó a Ben retirar las manos de sus oídos ysentarse en la cubierta, sacudiendo la cabeza. El dañado hidroala gimió y cruj ió asu alrededor como unos dientes mecánicos, pero el puño del varec habíadesaparecido.

Crista vio el parpadeo del intercom, luego oyó la tensa voz de Rico:—Ben, mira al varec.Solo una de las luces de estribor sondeaba todavía la oscuridad, de modo que

la vista que tenían Crista y Ben desde el plas de la cocina era gris y negra, fría,como un sueño. No se habían atrevido a activar la luciferasa del varec, hubierahecho el rastreo demasiado fácil.

Un fino chorro de agua de mar pulverizada los mojó a los dos mientrascontemplaban la relajada danza del varec profundo. Era el mismo varec que,unos momentos antes, se estremecía con una tensión tan fuerte que parecía comosi fuera a arrancarse por sí mismo de sus raíces.

Crista sintió un alivio que era más que tan solo la calma después de latormenta. Era una liberación, como la excitación que había sentido al principio desu viaje cuando se deslizó hacia el cielo, conectando su consciencia a lahidrobolsa.

—No puedo ver muy bien —dijo Ben—. ¡Mira el tamaño de esas lianas!Algunas de ellas tienen media docena de metros de grosor, y ni siquiera podemosver el fondo todavía.

—Eso debería decirte algo —indicó ella—. Debería darte una idea de lo quees realmente el varec.

—¿Qué quieres decir?—Tú mismo lo dij iste. Algunos de estos tallos son casi tan gruesos como

ancho es este hidroala. Para el varec tiene que ser algo así como manejar unhuevo de garzota con unas pinzas para evitar aplastarnos.

—Quizá sí —admitió Ben—. Estamos subiendo hacia la superficie, y el varec

parece flotar libre. Será mejor que veamos qué tipo de daños hemos sufridoantes de que cambie de opinión.

Las luces disminuyeron en la cocina, volvieron a brillar, disminuyeron denuevo.

—Elvira no puede poner en marcha los motores —dijo Ben—. Eso va a ponermuchas cosas difíciles…, incluida nuestra producción de oxígeno.

Las grandes masas de varec flotaban soñolientas al otro lado de su casco,mientras trozos de frondas y sedimentos arrancados por el debatir se ibanposando a su alrededor.

—¿Lo ves? —dijo ella—. El varec no tiene intención de hacernos ningúndaño. Si me dejaras…

—¡Todos nos vamos a quedar aquí! —dijo Ben—. El varec simplemente seha parado. Quizá ya ha conseguido lo que deseaba, tal vez no éramos nosotros.No sirve de nada buscar más problemas. —Hizo un gesto con la cabeza hacia elfino chorro que ya los había empapado a los dos y estaba encharcando de aguala cubierta de la cocina—. Tenemos que ocuparnos de unos cuantos detalles.Pongámonos manos a la obra.

Crista tiró de su arnés.—No puedo hacer mucho hasta que me quites esto.—¿Algún daño ahí atrás? —preguntó Rico por el intercom.—Creo que se ha reventado una tubería de refrigeración —dijo Ben—. No es

grave ahora que nos dirigimos a la superficie. ¿Qué tenéis vosotros?—No es terminal, pero hemos recibido daños. Elvira dice « superficie» , de

modo que a la superficie vamos. ¿Estáis bien los dos?—Estamos un poco mojados —dijo él, pateando el charco que se estaba

formando en cubierta.Los dos se echaron a reír ante aquello…, algo que ella no hacía a menudo,

algo que había descubierto junto a él antes. Ben abrió un panel en el mamparo allado de ella y metió la mano.

El agua aplastaba su cabello contra su cráneo. Crista sentía el suy o pegadotambién, pero cuando se vio a sí misma reflejada en el plas, con la risa flotandoaún en su rostro, le gustó lo que vio. Su mata de mojado pelo blanco enmarcabael destello verde de sus ojos. Vio que su arnés se había retorcido, lo cualexplicaba por qué, ahora que las cosas se habían apaciguado, su pecho derecho ledolía de aquel modo. Se soltó del arnés y se arregló las ropas.

—Hay una llave de paso aquí dentro, en alguna parte —murmuró Ben. Metióla cabeza y se dio un golpe. Lo que dijo fue ininteligible.

La mirada de Crista se posó en las holobandas del equipo de campo de lasNoticias de la Noche, que cubrían toda la parte interior del mamparo de lacocina. Fotos de Beatriz, Rico, Ben y media docena de desconocidos barbudos seintercalaban con imágenes en diversos lugares de Ben y Rico, Ben y Beatriz…,

varias de Ben y Beatriz. Crista no vio a Elvira en ninguna de ellas.—Beatriz es hermosa —dijo, alzando la voz para que él pudiera oírla.—Mucho.—Parecéis felices juntos.—Sí —respondió él, alzando también la voz para que ella pudiera oírle.Luego oyó una maldición y un golpe, y el fino chorro de agua dejó de brotar.

Ben sacó la cabeza del hueco y se secó el rostro con el trozo menos mojado de sucamisa. Sus ojos verdes miraron directamente a los de ella.

—Cuando estábamos juntos, éramos felices —dijo. No se volvió para mirarlas imágenes—. La may or parte de las veces estábamos en lados opuestos delmundo. Últimamente ella subió ahí arriba. —Su pulgar marcó la direccióngeneral del Orbitador sobre sus cabezas.

—¿Hubieras deseado… otra cosa?—No. —Suspiró—. Así es como tenía que ser. Tengo cosas que hacer aquí.¡Cosas que hacer!, pensó Crista. Lo que hubiera deseado que él dijera era:

« Así es como tenía que ser. Ahora te he conocido a ti.» Pero no lo dijo.Una extraña sensación la invadió, una especie de mareo y una debilidad en

las rodillas, un hormigueo en sus sienes. Como había ocurrido con la hidrobolsa,como sus sueños.

Hacía un año Crista había empezado a tener sueños que se habían convertidoen realidad. Al principio llegaban solo por la noche. Sabía que no eran sueños,pero no quería llamarlos « visiones» . Últimamente acudían en cualquiermomento, y en el último olvidó respirar. Crista estaba segura de que procedíandel varec, y cada vez eran más intensos.

Tenía… sensaciones, que siempre había explicado como « soñar los sueños deotro» . Era algo que ahora sabía que procedía del varec.

Hoy, ahora, había visto dos cosas: Vio a Rico en un traje de una sola piezaverde, y ese traje era el fruto de una gran liana de varec. En la distancia, másallá de él, vio un campo de varec con un humano creciendo de cada gran liana,todo con el aspecto de un paisaje marino de mascarones de proa con interesantestallas, o como cebos.

El varec desarrollaba una membrana, transparente y parecida a unas gafas,alrededor de sus ojos. Parecía formar parte de ellos, como las uñas en los dedos,pero nunca necesitaba recortarse. Sus pulmones nunca desearían aire, susdelgados huesos pronto olvidarían la tierra firme.

La segunda visión la apartó de la primera y le mostró el varec desde unatremenda altura. Una liana de varec serpenteaba hacia el cielo y una fría luz,como la luciferasa, tocaba su punta. La liana, el lecho de varec, el planeta en sí,empezaba a resplandecer. A la luz de abajo observó al varec estremecersedurante un parpadeo, luego convulsionarse en lo que parecía ser un inmenso yresplandeciente cerebro. Notó una sensación de armoniosa gracia que ahora solo

le llegaba en sueños.Las visiones desaparecieron con la misma brusquedad. Crista era una

soñadora, pero estos no eran sueños. Estaba segura de que el varec tenía unmensaje para ella.

Debo salir de aquí.Contempló la imagen de Ben y Beatriz, miró a los ojos de Ben y se concentró

en frenar las pulsaciones de su propio corazón, frenar su respiración…—Me alegra de que estés aquí, Ben —dijo—. Me alegro de que así es como

tenga que ser con Beatriz. Si todo va bien entre nosotros podemos derribar aFlattery. El varec sabe esto, quizá Flattery lo sabe también. Dentro del varecpuedo descubrir lo que hay en todo esto. El varec es vulnerable ahora, del mismomodo que nosotros somos vulnerables. Está aturdido, no muerto. Ay údame a salirde aquí, y o puedo hacer que todo cambie.

—No —dijo él—. No vas a salir ahí fuera. Nos quedaremos todos a bordo delhidroala. Una vez lleguemos a la orilla podremos alcanzar un Oráculo, o la playa.

—No tenemos mucho tiempo —insistió ella—. No sé cómo lo sé, pero en estemomento y o podría… convertirme en Avata, ser los sentidos, el centro de mando,la consciencia del varec. Muéstrame el camino hacia fuera.

—No lo sabes —dijo él—. Tu química es diferente, tú misma me lo dij iste.Tal vez eso te mantendrá viva ahí fuera. Quizá te matará apenas salgas. Soloespera unos…

—No puedo esperar —suplicó ella. Suspiró, se frotó los ojos y siguió—: Creoque Flattery ha estado utilizando al varec para reunir datos. Fui expulsadamientras estaban haciendo esto. Ahora ha descubierto lo que deseaba saber yestá preparándose para abandonar el planeta a toda velocidad.

Cuando alzó la vista pudo ver que él deseaba creerla. Había sido del mismomodo la última noche, cuando vio que él deseaba besarla. Simplemente lo supo.Como ahora sabía que había algo catastrófico inminente, y Flattery sabía lo queera, y Flattery estaba huy endo tan aprisa como podía con tanto como podía.

—Quédate tranquila —dijo Ben. Su voz era más suave, como más suave eratodo ahora que las sacudidas habían cesado. Revolvió su mojado pelo—. Flatteryno va a irse hoy, así que arreglemos primero esto. Dales a Rico y a Elvira laoportunidad de ejercer su magia sobre el hidroala.

Podía decir que estaba intentando convencerse a sí mismo. Tenía miedo. Yella sabía un poco acerca del miedo. El día que se había visto expulsada del varechabía sido un día muy parecido a este. Aquella vez se había encaminado en ladirección correcta. Era el segundo cuarto de la marea de la tarde, y estaban amenos de una docena de metros de la luz del día.

30

Los expedientes a corto plazo siempre fallan a largoplazo.

NANO MACINTOSH

Beatriz había grabado aquí por primera vez durante las ceremonias quehabían dado la bienvenida al traslado del Control de Corrientes a bordo delOrbitador hacía dos años. Había efectuado una visita completa del brazo delmisterioso doctor Macintosh, una visita alucinante que había cambiado su vida yhabía incluido su primer intento de moverse en una gravedad casi nula.

Ahora unos cuantos de los hombres del capitán la mantenían incomunicadamientras el resto hacía lo que los soldados han hecho a todo lo largo de la historiapara asegurar una guarnición entre una población desarmada y aislada. Ningunode ellos se movía cómodamente en baja gravedad. Puesto que sus únicoscontactos eran con los hombres de Brood, pasar algún mensaje a Mack parecíaalgo completamente descartable.

¿Y si lo matan también?, se preguntó.Mack era un hombre muy atento, pero que se sumergía a menudo en su

trabajo y muchas veces no prestaba atención a la forma en que seguíaavanzando el mundo a más de 150 kilómetros a sus pies. Se dio cuenta de prontode que ese había sido también su propio problema. Ben lo había visto y habíaintentado ay udarla.

Sé que Ben está vivo, pensó. Lo siento.Esperaba que Mack estuviera vivo también. En parte porque era alguien a

quien apreciaba genuinamente, y en parte porque estaba segura de que todos susdestinos dependían de él.

Brood lo necesita, pensó. Me usará como su chip de intercambio.La escotilla se abrió de golpe y Yuri Brood entró casi flotando. Rebotó en una

red de seguridad que estaba puesta allí precisamente para atrapar a los novatos ymantener los daños al mínimo. Brood señaló la bancada de pantallas de montajemientras se acomodaba en el asiento al lado de ella.

—Usted piensa que porque mis hombres son guerreros no pueden montar laemisión —dijo. Estaba sin aliento, pero parecía de buen humor—. Bien, pues losaprendices tenemos algo que mostrarle. El Director nos hizo rodar esto justoantes de que partiéramos para la base de lanzamiento. León sacó la primeracopia en su camino a la lanzadera.

Ella intentó no mirar las pantallas, que mostraban las escenas que los tres tecsde Brood habían rodado de los daños en Kalaloch. A medida que cada una sedesarrollaba en la pantalla, un texto tentativo de guion aparecía en la consolafrente a ella. No había ninguna lucha aparente en ninguna de las cintas. Solonecesitó una ojeada para comprender de qué iba todo aquello.

—Están intentando que parezca que todo fue el desastre de una hidrobolsa —dijo—. No podrán seguir adelante con esto; alguien de Holovisión tiene que haberestado en el lugar de los hechos… Solo los rumores de boca a boca…

Se detuvo cuando vio su sonrisa de suficiencia. Era una expresión que lerecordó de inmediato a Flattery. Brood tenía la misma nariz delgada, las mismascejas oscuras y alzadas en ángulo, la misma forma de alzar un poco la cabezapara mirar a todo el mundo por encima de su nariz.

Aunque estaba enrojecido y un poco sin aliento cuando entró, Brood noparecía tener ahora ninguna prisa. Observaba constantemente los ojos de ella, yesto ponía muy nerviosa a Beatriz.

—Puede que hay a observado cuántos nuevos rostros hay entre los equipos decampo estos días —dijo—. Y también muchos rostros nuevos en los estudios.

Sonrió, y su sonrisa heló la sangre a Beatriz.—¿Está diciendo que todos los equipos han sido… reemplazados?—Hay mucha gente buscando trabajo estos días —dijo él—, gente dispuesta

a hacer lo que sea necesario para conseguir que le sea adjudicado el puesto.—Nuestro trabajo es informar de las noticias, decir la verdad…La risa de él la cortó en seco.—Su trabajo era informar de las noticias, decir la verdad —dijo—. Nuestro

trabajo es mantener el orden, y si distorsionar un poco la verdad ayuda amantener el orden, entonces eso es lo que haremos. La gente es mucho más felizde este modo.

—La gente está muerta de este modo, y usted va a tener que seguirmatándola…

—Observe esta sección —ordenó él, y chasqueó los dedos a Leon—. Seguroque la usarán esta noche. ¿No es una visión mucho mejor del mundo de la queusted cree que vio?

La consola decía:Cabecera: « Los residentes de Kalaloch huyen de sus casas a consecuencia

de la explosión de una hidrobolsa que partió en dos el asentamiento.»Escena, pantalla uno: rescate de una mujer vieja de los humeantes

escombros de un hábitat, un proyecto de alojamiento: « Tranquila, querida,agárrese a mí, todo irá bien, ¿de acuerdo?»

Voz en off: « Hoy las Fuerzas de Seguridad de Vashon rescataron a esta viejamujer del brasero en que se habían convertido los escombros de su casa. Elnúmero de muertes ha excedido del millar. Las autoridades están estimando en

estos momentos que más de quince mil personas estarán sin hogar esta noche,muchas de ellas seriamente heridas.»

Escena, pantalla dos: un equipo de rescate con uniformes de seguridad, juntocon residentes, reconstruyendo el muro de la Reserva. Al fondo, el ganado queestá siendo reagrupado.

Voz en off: « Mientras tanto, miles de animales vagan por entre la Reserva,donde la explosión los liberó, y la tormenta de fuego que se desencadenó contrael borde del poblado. Las autoridades anticipan el regreso de la mayoría, si notodo, el valioso ganado de la Reserva, que incluy e el único par de llamasreproductoras que existen.»

Escena, pantalla tres: el núcleo del barrio popular, los hábitats, que aún siguenardiendo.

Voz en off: « En algunas partes de Kalaloch los incendios aún no han sidodominados, y llevan ardiendo más de cinco horas. Buena parte del mercado haresultado destruido, se informa que más de un centenar de saqueadores han sidomuertos a tiros en las primeras horas después del estallido. Un almacén quecontenía un setenta por ciento del arroz y legumbres secas del sector arderádurante días, según los bomberos. La may or parte del almacenamiento de esteaño ha resultado destruido por las llamas, el humo o el agua. Se esperandesastrosas carestías de alimentos.»

—Pero…, ¡pero esto ni siquiera se acerca a la verdad! —siseó Beatriz. Suultraje rompió las barreras del miedo—. Flattery hizo que todo esto fueraalmacenado en depósitos subterráneos por toda la Reserva.

—Chisss —dijo Brood, aun sonriendo. Se llevó un dedo a los labios e hizo ungesto con la cabeza hacia las pantallas.

Beatriz odiaba aquella sonrisa, y se juró hallar una forma de borrarla deaquel rostro.

Leon, el único técnico cualificado de los tres, frunció el ceño y carraspeó.Incluso con Brood allí, no iba a hablar con ella. Se limitó a señalar hacia lapantalla cuatro.

Escena, pantalla cuatro: el puerto, botes amarrados pasto del fuego, junto conotros en la bahía. La terminal del transbordador sembrada de cadáveres, muchosde ellos en sacos, que la cámara barre rápidamente, desde una cierta altura.

Voz en off: « Las autoridades estiman que unos quinientos viajeros perecieronhoy a causa de la concusión en el cambio de turno en los muelles. Ninguno de lostransbordadores sufrió daños permanentes, y todos están funcionando según loprevisto desde los muelles de emergencia.»

Escena, pantalla cinco: dos mujeres con tarjetas de embarque llorando,tapándose los oídos y consolándose la una a la otra. Humo y mástiles de fondo.

Texto: « Algo nos golpeó en los oídos, y hubo el estallido de esas cosas… Nosé lo que nos ocurrió. Todos están muertos…»

Voz en off: « La señora Gratzer y su vecina afirman que al menos doshidrobolsas de clase cuatro, atraídas por los fuegos de los cercanos campos derefugiados, estallaron y destruyeron varios kilómetros cuadrados de la parte estede Kalaloch. Dick Leach ha perdido tres frigoríficos llenos de pescado.»

Texto: « Todos nuestros ingresos de este año nos han sido arrebatados, y todaslas facturas que costó producir esta cosecha se hallan todavía aquí por pagar.»

Voz en off: « Podrán contar con préstamos de la Mercantil Sirenia a bajointerés.»

Texto: « Si todo se reduce a un préstamo, probablemente vamos a tener quedeclararnos en quiebra. Lo que necesitamos es una subvención.»

Escena, pantalla seis: travelling desde los sacos de cadáveres depositados enel muelle de Kalaloch.

Voz en off: « Los problemas parecen haber terminado para estos hombres ymujeres, pero las dificultades apenas acaban de empezar para decenas de milesde familias hambrientas y sin hogar en el distrito de Kalaloch.»

Todas las escenas quedaron en blanco, luego su consola rezó: « Aceptado paramontaje final, sigue tiempo transcurrido.»

Así que Brood tenía razón todo el tiempo, pensó Beatriz. Van a pasarlo.Ya no se sentía particularmente temerosa, solo cansada e increíblemente

triste.—Necesito ver al doctor Macintosh —dijo—. Fui asignada a un reportaje

sobre el NMO y la instalación del impulsor Bangasser, y tengo intención dehacerlo.

—El doctor Macintosh tiene demasiado trabajo en estos momentos —dijoBrood—. Hay una crisis en el Control de Corrientes, una crisis con prioridadabsoluta. Sabe que está usted aquí.

—Entonces déjeme ir al Control de Corrientes.—No. —Se echó a reír—. No, creo que no. Él vendrá aquí cuando llegue el

momento.—¿Qué hay del resto de la gente de aquí?—Hasta ahora no sospechan nada. Hemos sido muy discretos, muy

selectivos. Cuando cambien los turnos, queden raciones sin consumir, entonceshabrá algunas murmuraciones. Pasarán horas antes de que llegue eso, y entoncesy a habremos terminado.

—¿Y entonces qué?Él respondió con una sonrisa y un medio saludo.—Comprobaré de nuevo para ver cómo lo está haciendo. Siga adelante con

su reportaje sobre el NMO. Leon, buen trabajo. Ya sabes lo que tienes que hacer.Se marchó con tanta rapidez como había llegado.—¿Qué se supone que tiene que hacer, León? —preguntó Beatriz.El hombre no respondió, ni sonrió siquiera. Era delgado y de piel oscura,

como Brood, y ella pensó que podían ser familia.León se dirigió a una de las consolas de montaje y se sentó de espaldas a ella.

Permaneció inmóvil por un momento, luego dijo:—Estamos montando un reportaje sobre Crista Galli. Y uno sobre Ben Ozette.Beatriz sintió que se quedaba helada.—¿Con qué tema?Su voz pareció agarrarse a su garganta, brotó apenas como un susurro.—Crista Galli segura a manos de las Fuerzas de Seguridad de Vashon.—¿Y Ben…, que hay de él?León guardó silencio por unos breves instantes. Tecleó algo en su consola, y el

mensaje apareció en la pantalla: « Reportero de Holovisión muerto en el estallidode una hidrobolsa.»

Beatriz intentó dominar el temblor de sus manos y de sus labios.—Esto es una mentira —dijo—. Como el resto, es una mentira. ¿No es así?

¿No es así?Sin volverse, sin mover aparentemente ni un solo músculo, León habló tan

suavemente que ella apenas lo oyó.—No lo sé.

31

Los dioses no limitan a los hombres. Los hombreslimitan a los hombres.

T. ROBBINS,Enciclopedia literaria de la era atómica

—Doctor Nano —llamó Spud desde detrás de la parrilla maestra—, tieneusted razón. Hay otra frecuencia del varec dentro de ese sector…, mire ahí.

Nano Macintosh alzó la vista desde debajo de una de las consolas quealimentaban la parrilla maestra. Aunque era un hombre grande, Macintoshsiempre había sentido inclinación hacia los problemas en espacios pequeños. Dehecho, prefería arrastrarse por túneles de cables y conmutadores que asistir auno de los acontecimientos llamados « recreativos» a bordo del Orbitador.

Retrocedió hasta salir de los conductos de cableado y miró por encima delhombro de Spud para ver lo que este había encontrado.

—Esta señal nos llegó cuando liberamos el varec en el sector ocho —dijo—.Me ha costado un poco fijarla y amplificarla.

—Veo que el resto del varec se está comportando bien —dijo Macintosh.Revisó las lecturas que flanqueaban la imagen del varec—. Ha soltado al menosveinte trenes de carga capturados, si nuestros datos son correctos.

Spud asintió con la cabeza.—Lo son. El varec se limita a flotar libre. De todos modos, la mayor parte de

los vehículos están en la superficie, y la perturbación de la tarde en esa zonaempezará de un momento a otro. No hay caminos del varec, no hay forma deguiarles. A menos que establezcamos una parrilla muy pronto, van a tenerproblemas, y graves.

—Es un foco muy pequeño —murmuró Macintosh.Su mirada a la pantalla parecía lo suficientemente intensa como para

propulsarle en medio mismo del varec. Se irguió en toda su estatura y se dio unosgolpecitos en el delgado labio inferior con el dedo índice.

—Sin conectar con esta otra señal no conseguiremos reformar una parrilla.Estoy seguro de ello. ¿Cómo están las cosas?

Spud pasó el gráfico a la pantalla de Mack.—Se mueve —dijo.—Sí —asintió Macintosh—. Maneja los caminos del varec como un

profesional. Y es algo que el varec parece dispuesto a proteger a toda costa, no

olvide eso.—¿Qué piensa usted de ello? ¿Injertos sirenios en acción?—La señal es demasiado fuerte —dijo Macintosh—. Un campo no se registra

con nosotros a menos que haya conseguido algún tipo de integridad, lo recorte ono Flattery. Esto es como tener todo un campo de varec en un punto no másgrande que usted o yo…

—Y que puede moverse.—Y que puede moverse.Mack se acarició la barbilla, pensativo.—Puede persuadir al varec de que se resista a nuestras señales más fuertes,

incluso con la amenaza de ser podado hasta meros tocones. El flujo de datos nosdice que la señal se ha ido haciendo más fuerte a cada hora que pasaba. Flatteryestará frenético al respecto, pese a los disturbios delante su escotilla. ¿Qué es loque nos dice todo esto?

Spud frunció el ceño a la pantalla, imitando a Mack, e intentó acariciarse labarbilla en busca de respuestas.

—¿Hay alguien manejando los caminos del varec, actuando como un campode varec?

Macintosh lanzó un grito exultante, agarró a Spud por los hombros y le dio unasacudida. Los dos giraron hacia arriba contra el mamparo superior. Los ojos delsorprendido ay udante se abrieron casi tanto como su boca.

—¡Eso es! —rio Macintosh—. ¡Lo que ha estado alterando la parrilla delvarec en el sector ocho es una persona fingiendo ser un campo de varec!

Soltó a Spud y volvió a meter la cabeza en las entrañas electrónicas yneuroelectrónicas de la parrilla maestra.

—¿Pero quién? —preguntó Spud.—Si no puedes adivinarlo, mejor que no lo sepas por el momento.La resonante voz de Macintosh apenas era audible por encima de los

cliqueteos y zumbidos de la parrilla maestra mientras mantenía los otros camposde varec doméstico en estasis funcional.

—Ahora más que nunca necesitamos un experto en comunicaciones. —Volvió a salir del angosto espacio y añadió, con ojos chispeantes—. Ese expertopodría ser Beatriz Tatoosh. Notifícale que necesitamos sus servicios, por favor.

Spud exhibió una amplia sonrisa.—Sus servicios —dijo—. Eso es una forma de…Macintosh le interrumpió con un gesto.—No te metas en esto —ordenó, sonriendo con una sonrisa propia—.

Simplemente haz que venga aquí, y pronto.

32

Los hombres se mueven por dos motivacionesprincipales: por amor y por miedo. En consecuencia,se dejarán mandar por alguien que consiga su afectoo por alguien que despierte su temor. De hecho, enmuchos casos el que despierta su temor gana másseguidores y es obedecido más fácilmente que el queconsigue su afecto.

MAQUIAVELO,Discursos

El zumbador de aviso del combustible dejó oír su penetrante chirrido encimade su consola, y Aracna Nevi maldijo para sí mismo. Estaban muy cerca ahora,muy cerca, pero no se atrevía a correr riesgos y entrar en contacto con losdepósitos de combustible vacíos.

—Vamos a tener que posamos en medio de esa inmundicia —dijo—.Asegúrese de que tanto pantallas como filtros están intactos. No quiero que elvarec ciegue nuestras tomas.

Habían visto varios trenes de carga supervivientes en la superficie, trabajandopara limpiar sus tomas. Todos se movían como al ralentí, como en el sueño deaquellos que están bajo la influencia de una de las toxinas del varec. El viaje porla superficie de los mares de Pandora era peligroso con los caminos del varecintactos. Como grandes venas, los caminos del varec ay udaban a mantener lasaguas limpias de los fragmentos de frondas dañados por las tormentas y otrosrestos perjudiciales.

Zentz gruñó su asentimiento, luego palideció.—Pero…, pero tendré que salir fuera cuando nos hayamos posado —dijo—.

Ese varec está…, está loco. Solo somos dos…—Puesto que solo somos dos, uno de nosotros tiene que salir fuera. Es culpa

suya que estemos aquí ahora, de modo que es su deber.La expresión en el rostro de Zentz era el que Nevi deseaba ver: miedo. No

miedo al varec, o miedo al mar, sino miedo a Aracna Nevi. La expresión demiedo representaba poder para él, un poder en bruto que ni siquiera Flattery teníaentre la gente. Flattery mantenía la máscara del político, y esa máscaraimplicaba esperanza a cualquiera que la viese. Nevi no proyectaba ningunamáscara, ninguna esperanza.

—Si salgo ahí fuera para limpiar las tomas, usted me abandonará.Nevi dedicó a Zentz una de sus raras sonrisas.—Me complace que sienta usted este respeto hacia mis… habilidades —dijo

—. Pero le prometí un papel muy especial en este drama, y su hora aún no hallegado. No voy a sacrificarlo aquí para nada. Aunque no sepa nada más sobremí, sí sabe una cosa: siempre mato por algo, nunca por nada. Valoro la vidahumana, señor Zentz, tiene que darse cuenta de ello. La valoro por lo que puedoobtener de ella, por lo que puedo gastar en ella. La palabra « valorar» implica laexistencia de un « bien» , ¿no cree? El matar por placer se sitúa muy bajo, en milibro, como una razón válida. Por mucho que me gustara matarle solo paralibrarme de una cierta irritación, estoy seguro de que alguien, en alguna parte,hará que valga la pena el aguardar a que llegue el precio correcto, el intercambiocorrecto, el favor correcto. ¿Comprende?

Zentz miró fijamente al plas de la cabina. Estaba pálido, parecía algo máshinchado que lo habitual, y sus pastosos dedos se arrastraban nerviosamente porel dorso de la otra mano.

—¿Sabe usted porque mato yo? —le preguntó a Nevi.Nevi terminó el último ajuste de altitud e hizo descender el aparato hacia un

mar ligeramente picado, en un punto que juzgó relativamente limpio de restos devarec. Mientras descendían, vio que no había ningún punto limpio. El forcejeo deaquel campo de varec tenía que haber sido tremendo.

—Sí, sé porque mata —dijo Nevi—. Como cualquiera de los animalesinferiores, usted mata para comer. Es su trabajo, y no ve más allá de eso. Matasiguiendo órdenes, según los planes de alguien diferente, porque no matarsignifica que usted morirá. Hay una diferencia entre nosotros dos. Yo meconsidero un escultor, un escultor social. El pueblo es mi piedra, y lo moldeogolpe a golpe en una forma que me conviene. La piedra no deja de crecer, y mitarea es interminable. Pero tengo tiempo.

Con unos rápidos movimientos sobre su teclado Nevi depositó el hidroalasobre la superficie para absorber agua de mar y convertir el hidrógeno. Lastomas se cegaron en cuestión de segundos. Incluso con Zentz ahí fuera paralimpiarlas, aquello iba a tomar más tiempo del que Nevi sentía que podíanpermitirse. Comprobó el indicador del combustible.

Quince minutos, pensó, quizá veinte fuera. ¡Mierda!—Olvide las tomas —dijo—. Hay un campo salvaje justo al noroeste de aquí.

Nos posaremos allí para cargar combustible, luego veré lo que puedo averiguardel Director. No se preocupe. Abandonarle al varec sería un malgasto, y yonunca he sido malgastador.

Las arrugas en el ceño de Zentz se aplanaron algo. Alzó su pesada masa de suasiento y se vistió un traje de inmersión.

—Solo por si acaso —dijo—, estoy listo. He oído hablar del varec salvaje. La

gente desaparece ahí fuera, y el varec no necesita razones.Nevi empujó la palanca y el hidroala se elevó. Por mucho que Zentz le

disgustara, Nevi tenía intención de mantenerlo con vida hasta que llegara elmomento en que simplemente ya no resultara útil seguir haciéndolo.

Alcanzar el sector azul les llevó solo diez minutos, y durante todo el tiempo seestuvieron encaminando hacia la perturbación de la tarde. Un muro negro sealzaba cruzando el mar hacia ellos, aunque cuando se posaron sobre la laguna devarec azul se vieron rodeados por el halo del magnífico sol del atardecer.

Nevi accionó las tomas, pero una luz de aviso en su consola le advirtió quetodavía seguían cegadas. Intentó retraerlas y volver a desplegarlas, perosiguieron cegadas.

—Va a tener que salir de todos modos —dijo—. Y actuar aprisa. Esaperturbación se está moviendo muy rápido.

Zentz gruñó algo, pero se dirigió a popa sin quejarse. Nevi observó en laconsola que Zentz dejaba la escotilla de popa abierta. Rio quedamente para símismo.

Piensa que así me ahogará si me sumerjo, y hará saltar los controles de vuelosi despego.

Nevi sabía varias formas de ocuparse de este tipo de situaciones, la mássencilla ir a popa y cerrar la escotilla. Estuvo tentado de hacerlo, solo para darleun susto a Zentz, pero decidió no hacerlo. Habrían recargado combustible enquince o veinte minutos y, con suerte, podrían alzar el vuelo por delante de latormenta.

Nevi hizo una llamada a Flattery por su frecuencia privada, y recibió unarespuesta inmediata.

—Señor Nevi —dijo Flattery—, el tiempo pasa. ¿Ya los tiene?Nevi se sorprendió de la claridad de la recepción. De hecho, hacía años que

no había experimentado una claridad semejante. La actividad de los dos soles dePandora interfería constantemente las transmisiones, y últimamente el sabotajede los transmisores por las sabandijas terroristas hacía las cosas aún peores. Elpropio varec dificultaba a menudo las radiocomunicaciones, pero esta vezparecía embellecerlas.

—No —dijo—, todavía no los tenemos. Estamos recargando combustibleantes del golpe final. Creo que debemos sacarle el máximo partido a esto,agarrar a tantos rebeldes como sea posible.

—Olvídelo —dijo Flattery —. Quiero a Crista Galli ahora. No tiene que hablarcon nadie antes de verme a mí, ¿entendido?

—Entendido —dijo Nevi—. Yo…—Las noticias de esta noche comunicarán la muerte de Ben Ozette. Nadie

debe verle, pero lo quiero para mí, vivo. Haga lo que quiera con ese hijoputa deLaPush.

—¿Necesita apoyo ahí en la Reserva?—No —dijo Flattery. Sonaba distraído—. No, y a me he ocupado de esto.

Hemos llamado a parte de la seguridad de las Islas y de las patrullas contra losdemonios. Estos hijoputas…, son tantos. Han saqueado el mercado, y susalmacenes están vacíos. Hemos tenido que matar a trescientos de ellos, perosiguen llegando. He dado órdenes de volar todos los almacenes que corranpeligro de ser saqueados. Cuando vean su preciosa comida saltar por los aires yesparcirse, inutilizada, por todo su alrededor, se lo pensarán dos veces antes derepetir este tipo de acción. Usted siga con su trabajo, y o me ocuparé de las cosasaquí. No me llame de nuevo hasta que los tenga.

Nevi se quedó escuchando la estática y el zumbar de las bombas queprocesaban el hidrógeno. Tendió la mano para cortar la conexión, pero vaciló.Había como un ritmo en la estática, algo en lo que antes no había reparado.Parecía como si hubiera una música de fondo, y voces de varias conversacionesque no podía acabar de captar. Una y otra vez, débil en la distancia, pudo oír larítmica repetición de la voz de Flattery diciendo: « Señor Nevi, señor Nevi, señorNevi…»

Cerró el circuito y contempló el mar hacia la negra cortina de la tormenta. Elpicado del mar se había incrementado, y se había iniciado un viento queempujaba el hidroala fuera del centro de la laguna y cerca del borde interior delvarec azul. Miró el indicador del combustible y se sintió aliviado al ver que estabacasi lleno. Lo que más le preocupaba era la clara repetición de su nombre, quecontinuaba, como una cantinela, incluso después de haber cerrado la radio.

La luz del combustible indicó lleno, así que cerró las bombas e hizo sonar unasirena de aviso para Zentz antes de retirar las tomas. Oy ó el tump en la bodega,pero seguía sin haber ninguna señal de Zentz.

Estamos en aguas tranquilas, pensó. Hubiera debido volver a bordo después delimpiar las tomas la primera vez.

Hizo sonar la sirena de nuevo, dos veces, pero no oyó nada. La luz de laescotilla de popa seguía encendida. Nevi fijó la consola y se dirigió hacia allá. Elcanto se hizo más fuerte, más claro, y detrás de él un balbucear de voces llenó elaire. Notó que el vello de sus brazos se erizaba, y armó su pistola láser antes deabandonar la cabina.

Notó un sabor metálico en la boca, el sabor que había oído a otros describircomo miedo. Escupió una vez a la cubierta, pero el insidioso sabor permaneció.

33

La consciencia se manifiesta de forma indudable enel hombre y, en consecuencia, atisbada en un únicodestello de luz, se revela como poseedora de unaextensión cósmica y en consecuencia comoaureolada por ilimitadas prolongaciones en el espacioy en el tiempo.

PIERRE TEILHARD DE CHARDIN,Himno del universo

La Inmensidad olió problemas en el agua, una gran perturbación de uno delos campos costeros. Había habido lucha, los restos contaban la historia. Lascorrientes habían cambiado bruscamente, tray endo consigo los extraños aromasdel miedo y, casi de una forma igual de repentina, la bendición. Hasta ahora lascorrientes no habían vuelto a la normalidad.

El pequeño aroma de muerte que captó la Inmensidad en la corriente erahumana, no del varec.

Quizás el podador ha sido podado, pensó.Estiró sus frondas más externas hacia la costa, pero seguía sin poder contactar

con el campo vecino. Solo fragmentos de mensajes derivaban en los fragmentosde frondas arrancados. Eran j irones, retazos, datos registrados, no la Unicidadque la Inmensidad buscaba, no esta « habla» que los humanos disfrutaban yextraían de los demás.

Luego vinieron los humanos. Fueron enviados a la Inmensidad desde arriba,como hidrobolsas invirtiendo sus vidas, y con ellos llegaron astillas de sueños delcampo de la puerta de al lado.

Sí, Su Santidad estaba de nuevo al fin entre el varec. Su presencia liberóbruscamente al campo vecino de varec prisionero, un campo que la habíaperdido a la carnicería de Flattery hacía cinco ciclos.

¿Quiénes son estos otros que vienen hora a mi campo?Pocos humanos pescaban fuera de su sector de la parrilla. Las pocas islas

orgánicas que flotaban todavía a la deriva en los mares de Pandora permanecíantambién centradas en las corrientes más suaves de la parrilla. La Inmensidadhabía salvado a pescadores, exploradores, seres humanos que huían, y habíasalvado ciudades-islas enteras más de una vez. El humano a cargo de loshumanos no había mostrado idéntica compasión hacia la Inmensidad.

Aunque los humanos las llamaban a menudo « quieras o no quieras» , laverdad era que las islas flotaban ahora siguiendo esquemas predecibles. ElControl de Corrientes, el esclavizador del varec, se aseguraba de ello. Pero lascondiciones volcánicas de los últimos veinticinco ciclos habían conjuradotormentas como la Inmensidad nunca había visto en sus tiempos, y esastormentas llevaron a veces las islas hasta su alcance. Consideraba a las islasorgánicas como Inmensidades Humanas, y ajustaba su propia grandeza paradejarlas pasar.

Estos humanos llegaron en su criatura volante y dejaron caer fragmentos devarec en la laguna de la Inmensidad. La Inmensidad desenrolló una larga lianade la pared de la laguna y olisqueó al humano. Los aromas le hablaron de miedoy muerte, pero para conseguir toda la historia la Inmensidad tendría que leer lostej idos del humano fragmento a fragmento.

Aguardó hasta que el humano terminó de descargar los trozos de varec, demodo que la Inmensidad pudiera saber todo lo posible de su vecino. Ahora sabía,por el aroma y el tacto, que era el humano Oddie Zentz. Cuando agarró alhumano Oddie Zentz por la cintura y tiró de él al interior de las paredes de lalaguna, supo que este humano había matado a muchos otros humanos, tantoscomo una tormenta y quizá más.

La Inmensidad había pasado la mayor parte de su tiempo despiertaintentando comunicarse con otro varec, mezclarse con otros campos máspequeños. Más varec era mejor, pensaba. Más cerca era mejor. No conseguíacomprender a las criaturas que mataban a su propia especie. Eran realmenteindividuos enfermos. Si eran despiadados consigo mismos, ciertamente nomostrarían ninguna piedad hacia los demás. La Inmensidad llegó a la conclusiónde que tenía que responder en consecuencia.

34

Nosotros los isleños comprendemos las corrientes ylos flujos. Comprendemos que las condiciones y lostiempos cambian. El cambio, pues, es normal.

WARD KEEL,Cuadernos de notas

Beatriz sabía que no le interesaba al capitán matar a Mack, sobre todo siexistían vínculos con otras fuerzas en la superficie. Pero había dejado de intentaraveriguar qué era lo que más le interesaba al capitán Brood. Por lo que podíacomprender, el capitán Brood era un hombre que intentaba capitalizar una maladecisión, tomando más malas decisiones para cubrir sus huellas. No duraríamucho a este ritmo, y era el tipo que podía muy bien arrastrarlo todo, y a todos,consigo.

Se concentró en el mapa que había llamado a la gran pantalla del estudio. Eraun mapa de Pandora, giratorio, y pulsando una tecla mostraba las zonas pobladas,la agricultura, la minería y la pesca. Podía decir con una sola mirada dóndeestaban las fábricas, tanto en la superficie como bajo el mar, y dónde vivían lasmiserables comunidades que las servían, porque el suy o era un auténticoservilismo.

Solo hoy, con los asesinatos de su equipo y las advertencias de Ben resonandoen sus recuerdos, se dio cuenta de cómo la gente de Pandora, incluida ellamisma, se había convertido en una única entidad encadenada. Estabanesclavizados por el hambre, y por la manipulación del hambre, que era unahabilidad particular del Director. Este se concentraba en la comida, el transportey la propaganda. Ante ella, en la pantalla gigante de Holovisión, vio aparecer lageografía del hambre con solo pulsar una tecla.

El mayor complejo fabril encima o debajo del mar era Kalaloch, quealimentaba las fauces sin fondo del Proy ecto Nave Profunda de Flattery.Aparecía en su imagen como un pequeño ojo negro en el centro de ondulacionesameboides azules y amarillas. Estas ondulaciones representaban el asentamiento:las azules eran Kalaloch propiamente dicho, donde todos los caminos conducían ala terminal del transbordador o a La Cola. La gente dentro del azul vivía enbarracones o en los restos de las viviendas de las islas orgánicas que habíanembarrancado en la orilla.

Las ondulaciones amarillas, débiles manchas que parecían brotar del azul,

representaban la población local de refugiados. Muertos de hambre, sin abrigo,demasiado débiles para el trabajo pesado, eran también demasiado débiles pararebelarse. La gente del Director pasaba cada día entre ellos, y escogía a lospocos afortunados que serían llevados en camiones a la ciudad para lavar porpavimentos de piedra, separar las piedras del estiércol en los jardines delDirector o seleccionar la basura en busca de materiales reutilizables. A cambiode ello cada uno recibía un espacio en La Cola y algunos mendrugos en uno delcentenar de puestos dispensadores de comida que Flattery tenía en la zona.Incluso los mercados privados eran derivaciones de estos puestos dispensadores;los vendedores del auténtico mercado negro desaparecían con una regularidadque helaba la sangre.

La esfera de Kalaloch incluía la bahía y su base de lanzamiento, la franjafabril, el poblado, la Reserva de Flattery y el puñado de deforme humanidad quese apelotonaba dentro del perímetro en busca de protección contra los demoniosde Pandora.

Fuera de esta esfera Beatriz notó las similitudes con otros asentamientos a lolargo de la línea de la costa. Estos puntos más pequeños estaban rodeados por elanillo de los más pobres asentamientos agrícolas, los poblados de pescadores, lasfuentes tradicionales de comida. Los pelotones de seguridad disparaban contra lossaqueadores de los campos, los propietarios de jardineras ilegales en las ventanasy de huertos en los tejados. Disparaban contra el ocasional pescador lo bastanteatrevido como para lanzar un anzuelo sin licencia. Todo esto se lo había contadoBen. Ella misma había visto las pruebas, y había decidido no creer en ellas.Beatriz se ganaba con bastante facilidad sus cupones de comida, comía bien, sesentía lo bastante culpable por el hambre que veía a su alrededor como paracreer lo que Flattery le había metido en la cabeza con su propaganda acerca deque producción significaba trabajo y el trabajo alimentaba a la gente.

Durante casi dos años sus asignaciones habían cubierto los trabajos, la genteque los ocupaba y la gente que los daba. Había transcurrido mucho tiempo desdeque recorriera por última vez las enfangadas calles del hambre.

Últimamente no ha habido nuevos empleos, pensó, pero seguro que hay muchamás gente.

Ahora ella estaba por encima de todo aquello, atrapada y convertida, sin nadaque ofrecer y todo que temer.

35

Devolverás vida por vida, ojo por ojo, diente pordiente, mano por mano, pie por pie, quemadura porquemadura, herida por herida, latigazo por latigazo.

El Libro de los Muertos cristiano

Boggs había estado hambriento todos sus veinte años, pero hoy su hambre eradistinta y lo sabía. Despertó sin dolor en los huesos de dormir directamente sobreel suelo, y cuando se rascó la cabeza un puñado de pelos se quedó pegado en susdedos. Esto, sabía, no era hambre sino el fin del hambre. Miró a su alrededor, alas delgadas formas inmóviles de su familia apelotonadas unas contra otras bajosu resalte rocoso. Hoy les traería comida o moriría intentándolo, porque sabíaque iba a morir de todos modos.

Boggs había nacido con el labio leporino, la hendidura nasal abierta y los piesen muñón característicos de la familia de su padre. Sus seis hermanoscompartían estos defectos, pero solo dos vivían todavía. Su padre también habíamuerto. Como Boggs, todos ellos habían conocido el enemigo del hambre desdesu nacimiento. Su malformada boca había convertido el mamar en un ruido fútil,puesto que la mayoría de lo que chupaba cuando recién nacido resbalaba barbillaabajo. Su madre intentaba salvar lo que podía con sus dedos, volviendo a meterloen la hendidura de su boca. La había observado hacer esto incontables veces consus hermanos más pequeños.

Hacía una semana la había observado intentar alimentar al de diez años quese estaba muriendo de hambre cuando ni siquiera había una sabandija queatrapar. Estaba seca desde hacía dos años, y su hermano murió aferrando unpuñado de pelos anaranjados caídos. Boggs contempló de nuevo el puñado depelos naranjas en su mano, luego los dejó caer débilmente.

—Tomaré el sedal, madre —dijo, con el característico tono arrastrado isleño—. Traeré de vuelta una hermosa murée.

—No irás. —Su voz era seca, ronca, y llenaba el diminuto espacio que habíancavado bajo el resalte—. No tienes licencia para pescar. Te matarán, te quitaránel sedal.

Su padre había suplicado al destacamento local de seguridad una licencia.Todo el mundo sabía que cada día se libraban muchas licencias temporales, yque algunas de ellas podían pagarse con una parte de las presas. Pero el Directorhabía fijado un número máximo cada día.

—Conservación —lo había llamado—. De otro modo la gente agotará lasreservas y nadie podrá comer.

—Conservación —bufó Boggs para sí mismo. Observó el sedal enrolladoalrededor del tobillo de su madre. Había dos brillantes anzuelos unidos a él.Habían tenido incluso un saco de fibra para el cebo, pero se lo habían comidohacía semanas. Ahora solo tenían diez metros de sedal sintético, y los dosanzuelos de metal clavados en su extremo.

Boggs se arrastró hasta situarse al lado de su madre para que su rostroestuviera a la misma altura que el de ella. Tenía los mismos ojos muy separadosque la abuela con las mismas pupilas azules protuberantes. Ahora, una débilpelícula oscurecía el azul. Boggs tiró de su pelo de nuevo, y tendió el puñadoentre sus dedos para que ella pudiera verlo.

—Ya sabes lo que significa esto —dijo. El arrastrarse, el esfuerzo de hablar,lo agotaban, pero de alguna forma continuó—: Estoy acabado. —Tiró del pelo deella y sus dedos se quedaron también con un mechón—. Tú también lo estás.Míralo.

Los empañados ojos de la mujer contemplaron la prueba que no necesitabaver, y asintió.

—Tómalo —fue todo lo que dijo. Dobló la rodilla hacia su delgado pecho, yBoggs desenrolló torpemente el sedal de su tobillo.

Se arrastró fuera del reborde, y hasta tan lejos como podía ver orilla abajootros se arrastraban fuera de agujeros, fuera de debajo de trozos de tela yescombros. Aquí y allá una delgada columna de humo se atrevía a hendir el aire.

Boggs halló su caña, se puso en pie y se dirigió lentamente hacia el agua.Había pensado que estaba demasiado delgado para sudar, pero notó que sudabapese a todo. Al principio fue un sudor frío, pero el esfuerzo de abrirse camino através de los escombros y los moribundos lo calentó un poco.

Un pequeño espigón dominaba la marea ascendente. Era una amalgama derocas fragmentadas, de unos veinte metros de largo por cinco o seis metros deancho. El cambio del segundo cuarto de la marea lanzaba alguna que otrarociada sobre la negra roca, empapando a la docena de pescadores con licenciaque se inclinaban contra el batir del agua.

Boggs necesitó más de media hora para recorrer el centenar de metros desdeel borde hasta la base del espigón. Le fallaba la vista, pero escrutó la orilla enbusca de signos de la patrulla de seguridad.

—Patrullas anti demonios —murmuró.La seguridad de Vashon enviaba patrullas regulares a recorrer las zonas de

refugiados. Su propósito declarado era proteger a la gente contra los ímpetusencapuchados y, últimamente, el horrible hervidero de neurocorredores quevenían del sur. Boggs se estremeció. Había visto un hervidero de neurocorredoresatacar a una familia la temporada pasada: penetraron por sus ojos para depositar

sus glutinosos huevos dentro de sus cráneos. Pensó que la familia estabademasiado débil para gritar, pero se equivocó. No fue un espectáculo agradable,y la patrulla se tomó su tiempo en quemarlos.

Todo el mundo sabía la auténtica razón de que seguridad patrullara la play a.Era para impedir que la gente se alimentara por sí misma. El Director hacíacorrer rumores de que el mercado negro de pescado capturado ilegalmenteamenazaba la economía de Pandora. Boggs no había visto ningún signo de estemercado negro de pescado, como tampoco había visto ningún signo deeconomía. La diminuta radio de su madre le había enseñado la palabra, peropara él seguía siendo simplemente una palabra.

Una pira humeaba a su izquierda. Tres pequeños montones carbonizadosy acían encima de un anillo de roca, ligeramente por encima de la marea alta.Los pobres ni siquiera podían reunir suficiente combustible para quemar a susmuertos. Cuando se acumulaban los suficientes de ellos, las patrullas de seguridadse divertían carbonizándolos con sus pistolas lanzallamas. Lo llamaban prácticascontra los neurocorredores.

Alguien custodiaba la pira al otro lado de las rocas, y cuando Boggs estuvomás cerca pudo ver que se trataba de Silva. Se detuvo y contuvo el aliento. Silvaera una muchacha de su propia edad, y los rumores decían que había matado asus hermanas y hermanos más pequeños cuando dormían. Nadie alzaba unamano contra ella ahora mientras atendía su miserable fuego. Boggs esperó queno le hubiera visto. Necesitaba cebo, pero sabía que no podía luchar porconseguirlo.

Se puso de cuatro patas y se arrastró hasta el borde del montón. Tendió unamano, tanteó las calientes piedras hasta que tocó algo que no parecía piedra. Tiró,tiró más fuerte, y algo se desprendió y siguió a su mano. Estaba muy caliente yquemado por un lado, pero frío por el otro. No se atrevió a mirar, se limitó acoger su caña y retroceder a toda prisa. Silva no lo había visto.

—Le traeré un pescado —se prometió—. Atraparé un pescado para madre ylos chicos, y uno para Silva.

La patrulla del segundo cuarto de la marea no se veía por ninguna parte.Seguro que ya han pasado, pensó. Han pasado y han comprobado las licencias

y ahora estarán playa arriba buscando si alguien ha ocultado pescados entre lasrocas.

Boggs se situó aparte de los otros pescadores. Podían denunciarle porqueestaba atrapando peces que eran por derecho propio suy os. Podían robarle suspescados y su sedal, y pegarle como habían pegado a su padre una vez…

… pero esperarán hasta que haya atrapado el pescado, pensó. Eso es lo queyo haría.

Se agachó contra el espigón de modo que apenas fuera visible desde la orilla,ató una roca a su sedal y cebó los anzuelos con la cosa medio carbonizada que

sujetaba apretadamente en su mano.—Es cebo —se recordó—, no es más que cebo.No tenía suficientes energías para lanzar su cebo muy lejos, así que lo dejó ir

al fondo a media docena de metros de las rocas. Era bastante profundo allí, losuficiente para llevarse la mayor parte de su sedal. Dio un tirón de tanto en tantopara asegurarse de que no se había enganchado. Había cebo suficiente para dos,posiblemente tres intentos más.

—¿Tienes licencia, muchacho?La hosca voz a sus espaldas le sobresaltó, pero estaba demasiado débil para

moverse. No dijo nada.—Ya es muy tarde para venir aquí si tienes una licencia. Solo vale por un día,

no puedes permitirte malgastarla.Algunas piedras entrechocaron mientras el hombre descendía hasta donde

estaba sentado Boggs encajado entre dos rocas. Era delgado y muy pálido, conun asomo de barba y nada de pelo en su cabeza. La piel de su cráneo se estabapelando, y una serie de pequeñas llagas salpicaban su rostro.

—Yo también soy un ilegal —dijo el viejo—. Supuse que era mi últimaoportunidad. ¿Y tú?

—Lo mismo.Tendió la mano más allá de Boggs, cogió entre sus dedos el cebo, volvió a

depositarlo con un gruñido.—Yo también lo mismo.Su voz era más baja que la de un ilegal, sonaba avergonzada. De pronto el

sedal de Boggs se tensó, luego se tensó aún más, luego estuvo a punto de arrancarsus brazos de sus articulaciones.

—Has atrapado uno, muchacho —dijo el viejo. El tono de su voz ascendió porla excitación, y humedeció sus cuarteados labios—. Ya lo creo que has atrapadouno, muchacho. Te ayudaré…

—¡No! —Boggs enrolló el sedal alrededor de su muñeca y lo alzó casi unmetro—. ¡No, es mío!

Fuera lo que fuese, era grande, y lo bastante fuerte como para no salir a lasuperficie sin luchar. Pero Boggs siguió haciendo lentos progresos, clavando losmuñones de sus pies contra una roca y tensando su delgada espalda en susesfuerzos. Imaginó que debía estar a dos metros bajo el agua, pero no podía vernada a causa de los puntos negros que flotaban en sus ojos. De pronto oyó alviejo gruñir sorprendido y trepar por las rocas a sus espaldas, y Boggs se quedósolo, encajado entre las rocas, con el sedal enrollado en su muñeca y el excesocolgando entre sus brazos.

El agua estalló repentinamente ante él, y lo que fuera que había atrapado elcebo saltó hacia él y lo sujetó por los tobillos. La presa era fuerte, y humana.Sonó una carcajada.

—¡Has atrapado uno grande, muchacho! —aulló—. ¿Puedes mostrarme tulicencia? —Otra carcajada.

—¿Es… es usted…?—¿De seguridad? —preguntó la voz, acercándole más al agua, cortando sus

delgadas nalgas en las rocas—. Apuesta tu culo a que sí, muchacho. Veamos estalicencia.

Mano sobre mano, el hombre de seguridad tiró de Boggs más cerca de él.Cara a cara, Boggs pudo ver el aparato respirador de su traje de buceo y el pelonegro que colgaba sobre su abultada frente.

—No la tienes, ¿verdad? —Cogió a Boggs de más arriba de sus piernas y losacudió. Cada hueso de su reseco cuerpo resonó—. ¿Verdad?

—No, no… Yo…—Así que robando el pescado de la boca de la gente, ¿eh? ¿Crees que tienes

derecho a decidir quién debe vivir y quién morir? Solo el Director tiene estederecho. Bien, mi querido cebo, te mostraré dónde están los peces grandes.

Con eso el hombre se metió la boquilla de su respirador entre los dientes,clavó los brazos del muchacho contra su pecho y se empujó hacia atrás con él almar.

Boggs tosió una vez ante la irrupción del agua en su nariz, luego se atragantócuando estalló en sus frágiles pulmones. No vio nada excepto luz sobre su cabezaallá donde parecía abrirse como una flor en la superficie, y las burbujas de suboca se unieron a ella como si fueran su tallo.

36

Mata pues con la espada de la sabiduría la dudanacida de la ignorancia que y ace en tu corazón. Séuno en armonía contigo mismo y asciende, granguerrero, asciende.

QUEETS TWISP, « EL ANCIANO» ,Conversaciones zavatanas con el Avata

Un silencioso Twisp y un murmurante Mose recogieron el polvo de esporasde las dos benditas hidrobolsas y lo metieron en sus sacos, y cargaron con elloshacia las extensiones altas. Twisp había pasado poco tiempo con los monjesúltimamente, pero en general eran una gente poco suspicaz que parecíaacostumbrada a sus idas y venidas. Pocos de ellos sabían de su trabajo con lasSombras, aunque si lo supieran seguro que tampoco interferirían.

La carnicería allá abajo no les alcanzaría, la experiencia le había enseñadoaquello. Twisp echó hacia atrás su mano, se subió las mangas y gozó de suexposición al sol. Durante aquellas pocas horas, al menos, podía dejar aparte losmensajes y los códigos y las demás exigencias de su vida secreta. Hoy podía serllamado para tomar una decisión o dar una orden que podía cambiar Pandorapara siempre. Hasta que llegara esa hora, deseaba sentir la luz del sol de Pandoray las brisas femeninas de las extensiones altas.

Él y Mose habían sudado durante la recogida de las esporas, y el sudor habíapegado el fino polvo azul a sus cálidas pieles. El alma de Avata, contenida en elpolvo, se filtraba en sus poros. El cuerpo de Twisp seguía su camino senderoarriba, sin darse cuenta de la forma en que su mente recorría los caminos delvarec del pasado.

El que controla el presente controla el pasado, le dijo una voz en su mente, yel que controla el pasado controla el futuro.

Era algo que había leído en las historias, pero también lo había oído antes dela boca invisible del varec.

Avata controla el pasado, pensó. Cartografía el viaje de nuestro pasado,nuestro pasado genético, que nos ayuda a planear un auténtico rumbo paranuestro futuro.

Observó el descenso de sus pies, el uno delante del otro, sin ningúnpensamiento consciente que los dirigiera. Daban un paso más largo por encimade las piedras afiladas, eludían un alaplana, todo ello sin la menor interferencia

de lo que la gente llamaba la mente. Era como si fuera un ser contemplando aotro ser, pero desde dentro.

Una distracción barata, pensó, y sonrió.Mose canturreaba una melodía a sus espaldas, una que Twisp no reconoció.

Se preguntó hasta dónde había viajado la mente del joven monje para volver conella. Sentía demasiado respeto a las ensoñaciones de los demás como parapreguntárselo.

Cada contacto con el varec o el polvo de esporas había llevado a Twisp másprofundamente al interior de los detalles de la humanidad y más profundamenteal interior de su propio pasado. Sí, la pérdida de un amor era algo doloroso, y noparecía menos doloroso al revisitarlo. La mayoría de aquellos recuerdos loemocionaban, como el de aferrarse al pecho de su madre por primera vez, elsabor de la dulce leche y el arrullo de su voz sobre él, con el fondo del suave yrítmico latir de su corazón isleño.

Dos veces el varec lo había llevado más allá de eso, al pasado de susantepasados, al vacío del que había brotado la propia humanidad. Twisp adquirióalgo más que una lección de historia en estos viajes. Adquirió sabiduría, laintuición de los sabios, un distanciamiento de las maquinaciones mundanas de lagente como Flattery. Era por esto que el Director había desanimado, yfinalmente prohibido, el ritual del varec.

—¿Queréis que vuestros hijos conozcan vuestros pensamientos más secretos,vuestros deseos, todos esos sueños que no podéis contarles? —había preguntado.

Esto advertía a Twisp mucho más sobre la profundidad de la paranoia deFlattery que sobre los peligros del varec.

Flattery había conseguido desanimar a la mayoría de los pandoranos, almenos los que dependían de sus asentamientos y sus dádivas. Su aislamiento deuna neurotoxina del varec había vuelto a la gente más cautelosa todavía. Sudesarrollo del antídoto se hizo muy popular, puesto que el contacto con el varecera virtualmente inevitable en muchas profesiones tradicionales.

Podría ser solamente un placebo, pensó Twisp. Lo que esa gente espera que elvarec les haga a sus mentes es más o menos lo que ocurre.

El breve ritual pandorano de ofrecer sus muertos al varec había sidototalmente abandonado. Ahora los muertos eran quemados, sus recuerdos sedisipaban con el humo al viento. Flattery había conseguido esto apelando a unsimple principio de higiene.

—Los cuerpos en descomposición vuelven a nuestras costas —dijo—. Laspocas playas que tenemos apestan con los restos de nuestros muertos.

Twisp sacudió la cabeza para eliminar el pensamiento de Flattery, su raspantevoz nasal y sus modales altaneros. No era este el viaje por el que deseaba que lecondujera el polvo. Buscaba las corrientes más profundas de la historia paraenfrentarse a los problemas de Flattery y del hambre.

—Los humanos han esclavizado siempre a los humanos —se dijo a sí mismo—. Una nueva galaxia no requiere una nueva solución.

¿Cómo habían roto los antiguos humanos los lazos del hambre infligida por lospropios humanos?

Con la muerte, le dijo una voz en su mente. La muerte libera a los afligidos, olos libera de quien los aflige.

Twisp deseaba que los pandoranos hicieran algo mejor que eso. El camino deFlattery era el hambre, el asesinato, el incitar a primo contra primo. Las huellasque Twisp buscaba en el polvo debían alejarlo de Flattery, no llevarlo a él.

¿Qué bien me puede hacer el convertirme en él? Cambiar un asesino delargos brazos por otro más alto.

Cuando él y Mose depositaron su carga delante de los monjes del Clan de lasHidrobolsas, Twisp no sentía ninguna necesidad del ritual. Ya navegaba por losagitados mares de los recuerdos del varec. Su mente sostenía una reluctantelucha contra la corriente llena de voces.

La gente a su alrededor no dejaba de hablar mientras preparaban el polvo.Twisp se obligó a pedir permiso para marcharse y fue a sentarse a solas en lacima de su risco preferido. Detrás de él, otros ancianos recorrían una hilera dezavatanos arrodillados y depositaban con una cucharilla pequeños montones depolvo azul sobre las lenguas ofrecidas. Lo hacían al ritmo de tambores de agua ycantos, canciones de la Tierra, de Nave, de sus siglos de viajar por Pandora y susmares.

Así era como los comunicantes se reunían con los muertos, aquí, tras la esteladel polvo azul. Viajaban hacia atrás en el tiempo, desenrollando recuerdos quellevaban mucho tiempo olvidados. Algunos presenciaban las vidas de sus padres,o de sus abuelos. Unos pocos, uno o dos, se conectaban con la memoria másamplia de la propia humanidad, y esos eran los consultados para alcanzar toda laplenitud del ser.

Twisp dejó que el sincopado ritmo del tambor de agua lo acunara de vuelta aaquel primer día en que sintió los efectos del nuevo varec.

Hacía veinticinco años tocó por primera vez tierra firme, prisionero deGelaar Gallow. Aquel fue el día en que él y unos cuantos amigos derrotaron losperversos movimientos de la guerrilla de Gallow y terminaron con una guerracivil. Aquel fue el día en que los tanques hib descendieron chapoteando de laórbita y les trajeron a Flattery.

Todo había ocurrido en la cima de un pico que los pandoranos llamaban ahoraMonte Avata, en honor al papel del varec en su salvación. Él había aguardado allílo que esperaba que fuera su muerte a manos de Gallow, el líder de la guerrillasirenia. El varec le trajo entonces una visión de un carpintero barbudo llamadoNoé. Noé era ciego, y confundió a Twisp por su nieto, Abimael. Dio de comer alhambriento Twisp un pastel dulce, y en todos los años transcurridos desde

entonces Twisp había recordado el espléndido sabor de aquel pastelempalagosamente dulce.

—Ve a los registros y mira las historias —le dijo Noé.Twisp había hecho exactamente esto, y quedó maravillado por Noé, el varec

y aquel soleado día en el Monte.—Esta nueva arca nuestra permanecerá para siempre en tierra seca —le dijo

Noé—. Vamos a abandonar el mar.Twisp había evitado el varec desde entonces, pensando tan solo en que

necesitaba dejar que los asuntos de Pandora fueran a los pandoranos y losasuntos de Twisp fueran a Twisp. Luego el Director se insinuó en las vidas de lagente. Sus vidas se convirtieron en la vida de Twisp, su dolor en su dolor.

Twisp había estudiado bien, había leído ampliamente las historias, y comocualquier isleño trajo a los hambrientos a su hogar. Ese hogar creció a medidaque crecían los hambrientos a dos hogares, tres hogares, un asentamiento. Lasdiferencias con el Director les empujaron hasta aquella percha en las extensionesaltas, donde secretamente convirtieron en fértiles las rocosas llanuras costaarriba, lejos de los secuaces de Flattery. Ahora, en el abrazo del polvo de lasesporas, Twisp vio lo intrincado de la tela que había tej ido, y su fuerza.

Una pequeña voz acudió a él mientras el polvo era distribuido a los demás.Era la voz del mundo de Noé, una voz que nunca había esperado oír, ni siquieradentro de su mente.

—Lucha contra el hambre con comida —le dijo—. Lucha contra la oscuridadcon la luz, la ilusión con la iluminación. —Era una voz pequeña, casi un susurro.

—Abimael —dijo—. Aquí estás al fin. ¿Cómo me encontraste?—El olor del pastel dulce —dijo Abimael—. Y la fuerte llamada de un

corazón bueno.Twisp pasó más allá de Abimael en su vertiginoso descenso mental por los

caminos del varec. Estaba fuera de las frondas ahora, fuera de las lianasperiféricas, en el centro del varec.

Esta hidrobolsa debió proceder de un campo abuelo, pensó. Es un milagro quetodavía escapen de la guadaña de Flattery.

—No es una maravilla, Anciano, sino ilusión.La voz que oy ó Twisp no procedía de dentro. Se volvió lentamente,

recordando al joven Mose. Fue entonces cuando se dio cuenta de la mano deMose sobre su brazo.

—¿Tú también viajas por esa liana, primo?—Sí.En ningún momento movió Mose los labios. Sus pupilas se dilataban y se

contraían locamente, y Twisp supo que a las suy as les ocurría lo mismo. En unaocasión se había mirado en un espejo después de tomar el polvo, y había caídoen lugares que prefería no recordar.

—Los recuerdo… —empezó Mose.Twisp le interrumpió, concentrándose solo en lo que Mose había dicho de la

ilusión. Su interrupción fue expresada también sin mover los labios.—Dijiste « ilusión» —le recordó—. ¿Qué ilusión te mostró el varec?—Es un lenguaje que habló esta hidrobolsa cuando creció en la liana —dijo

Mose—. Aprendió a lanzar una ilusión como un holograma. Anciano, si sigues laliana de este pensamiento hasta su raíz, sabrás el poder de la ilusión.

De pronto la mente de Twisp dio una voltereta hacia may ores profundidadesde su y o.

No, pensó, no más profundo dentro de mi mente. Más profundo dentro de la deAvata.

—Sí, por este camino —animó una suave voz.Twisp contempló su cuerpo como desde una gran altura, curioso acerca del

cascarón de su y o, luego se volvió hacia delante, hacia el vacío.¿Qué es ilusión, qué es real?, preguntó.—¿Qué es un mapa? —replicó la voz—. ¿Es ilusión, o es real?Ambas cosas, pensó. Es a la vez real, algo que puede ser sostenido y palpado,

y es ilusión, o símbolo, o representación. El mapa no es el territorio.—Pescador, si quieres construir un bote, ¿qué es lo que haces primero?Trazar un plano, pensó.—Y el plano no es el bote, pero es real. Es un auténtico plano. ¿Qué haces a

continuación?Las visiones de todos los botes que había construido, o en los que había

pescado, o que había ansiado, flotaron en su mente.A continuación…Intentó concentrarse, intentó recordar adónde le estaba conduciendo Avata.—No pienses en eso —censuró la voz—. Después del plano, ¿qué haces a

continuación?Construyo un modelo, pensó.—Esto tampoco es el bote. Es un modelo. Es una ilusión, es un símbolo, y es

real. Si quieres que un hombre viva de una cierta manera, ¿cómo lo consigues?¿Le proporciono un modelo de comportamiento?—Quizá.¿Cartografío su vida?—Quizá.Un momento de silencio, y Twisp detectó el claro pulsar del mar en la pausa.

La voz prosiguió:—Pero un mapa, un modelo…, todo tiene una limitación básica. ¿Cuál es esta

limitación?Twisp tuvo la impresión de que su mente estallaba por las costuras. Avata lo

estaba alimentando forzadamente con algo, algo importante. Si tan solo pudieracaptar…

¡El tamaño!Si llegó hasta ella intuitivamente, o si el varec le proporcionó la respuesta, el

efecto fue el mismo.¡Es el tamaño! Nunca puedes saber exactamente cómo se comportará un

modelo porque no puedes vivir en él. ¡No puedes probarlo por el tamaño!Sintió un inmenso suspiro en su interior.—Exacto, amigo Twisp. Pero si puedes hacer la ilusión a tamaño real, la

lección también puede ser de tamaño real, ¿no?De pronto fue arrojado hacia atrás en sus recuerdos inducidos por el polvo de

las esporas y vio el antiguo Pandora a través de los ojos de uno de susensangrentados antepasados que lucharon en las Guerras de los Clones. Vio lainmensidad de Nave ennegrecer el cielo, y oyó el mensaje final resonar en mimente: « Sorpréndeme, Sagrado Vacío.» La voz de Nave no eraelectrónicamente monótona como había esperado. Sonaba aliviada, inclusoalegre, mientras lanzaba su adiós y pasaba más allá de los dos soles ydesaparecía sin un sonido. Sonaba de una forma muy parecida a la voz que habíaoído dentro de su propia cabeza.

—Nave se liberó de la carga que éramos nosotros cuando se encaminó haciael Sagrado Vacío —susurró Twisp para sí mismo—. Para vivir con todo nuestropotencial tenemos que aprender cómo librarnos de la carga de nosotros mismos.

Otra cosa mordisqueaba la parte posterior de su mente. No sabía si la habíadicho en voz alta o no, pero sabía que Mose al menos la había oído.

—Tenemos que aprender a lanzar una ilusión como si fuera un sortilegio —seoy ó decir—. Capturar a un enemigo sin infligirle daño requerirá una ilusióncuidadosamente tej ida.

En alguna parte en su mente creyó detectar un gruñido de aprobación.

37

Nosotros los isleños comprendemos las corrientes ylos flujos. Comprendemos que las condiciones y lostiempos cambian. El cambio, pues, es normal.

WARD KEEL,Cuadernos de notas apócrifos

Estaba previsto que las Noticias salieran por antena dentro de una hora, peroBeatriz sabía que este equipo no conseguiría cumplir los plazos. Estaban teniendoalgún problema de transmisión que se negaban a compartir con ella, pero podíaver los resultados en las pantallas. Cada vez que su cinta estaba lista para serenviada a la superficie, una revisión mostraba que había sido manipulada.Alguien parecía estar montando a los montadores. Lo cual era perfecto para ella.León le había dicho que la corta secuencia que ella había preparado sobre elNMO no sería transmitida de todos modos a la superficie para aprobación.

Recordó un incidente hacía varios años, cuando el Control de Corrientesestaba todavía bajo el mar en un complejo sirenio. Estaban grabando una de las« horas espirituales» de Flattery, una pequeña charla propagandística con elpueblo de Pandora. Todo fue bien hasta el momento de la transmisión.

El varec interfirió, esa fue la única respuesta en aquel momento…, y unarespuesta muy poco popular. El varec interfirió algunas emisiones, borró cosas enlas cintas…

El vello de su nuca hormigueó ante el pensamiento. Recordaba la formacomo, finalmente, habían quedado montadas las cintas y cambiada la cronologíade las emisiones, alterando imágenes y voz en off de modo que Flattery aparecíacomo un idiota y hacía que la emisión se adhiriera más estrechamente a laverdad.

Macky yo conectamos un montón de fibras de varec a este sistema, pensó.Cualquier retraso le convenía a Beatriz. Necesitaba más tiempo para

imaginar cómo decir en antena lo que no estaba en el guion sin hacerse matar nique mataran a los demás. Solo podían confiar en ella para una apariciónsimbólica, tendría que extraerle el máximo partido cuando llegara el momento.La may oría de pandoranos, incluso los pobres, escuchaban por la radio. Deseabaalcanzarlos a todos. Esperaba que no fuera solo la histeria lo que le decía que elvarec estaba de su lado.

Si hay un golpe de estado en marcha, ¿quién está al fondo de todo ello?, se

preguntó.Enumeró los sospechosos probables: cualquiera de los distintos miembros del

consejo de la Mercantil Sirenia, las Sombras, los isleños desplazados, Brood,probablemente actuando en nombre de alguien de las Fuerzas de Seguridad deVashon…

O quizá los zavatanos, pensó, aunque sabía que no era su estilo. Su respuesta alos problemas políticos era cavar un poco más profundo, huir un poco más por lasextensiones altas o las formidables regiones costa arriba.

Brood es un oportunista, pensó. Las muertes en la base de lanzamiento fueronun error, y está intentando sacar el máximo partido de ello. Si hay un golpeorganizado, aguardará y se lanzará hacia el bando que parezca estar ganando.

Beatriz se dio cuenta de que Flattery no tenía amigos y malditamente muypocos aliados. Todos los habitantes tenían buenas razones para odiarle. Habíaacudido a Pandora agitando su gorro de salvador cuando todo el planeta se habíavuelto contra ellos, y luego él se había vuelto contra ellos.

—Soy vuestro capellán-psiquiatra —les dijo—. Puedo reestructurar vuestromundo, y puedo salvaros a todos. Vuestros hijos merecen algo mejor que esto.

¿Por qué todo el mundo le creyó?Sus años en Holovisión le dieron la respuesta. Flattery estaba cada día en el

aire, ya fuera en persona o a través de sus « series motivacionales» , unacolección de cintas que ella no había considerado propagandísticas hasta ahora.Incluso había ay udado a producir algunas de ellas, incluida su más reciente seriesobre la Nave Profunda. Todo el mundo le creía porque Flattery los manteníademasiado ocupados para hacer otra cosa.

Flattery se había convertido en el más formidable demonio en un mundo dedemonios, solo que él era humano. Peor aún, era humano puro, sin ninguno de losgenes del varec u otras manipulaciones genéticas que los pandoranos tenían quesoportar. Beatriz sabía esto ahora. Lo había hecho con la ayuda de todos ellos, conla ay uda de ella. Aunque atrapada, sentía una fuerte excitación ante la idea deque los hombres de Brood no podían lanzar una señal clara a la superficie. Eraposible que todavía la necesitaran.

Si hago esta emisión tal como está escrita, le estaré ayudando de nuevo.Se dio cuenta de lo que estaba ayudando a hacer a Flattery. No estaba

ay udándole a rescatar a un mundo que se debatía en medio de terribles trastornosgeológicos y sociales. No estaba ay udándole a reasentar a los isleños sin hogarcuyas ciudades orgánicas se habían estrellado contra las rocas de los nuevoscontinentes, o a rescatar a los sirenios cuyos asentamientos submarinos se habíanroto como palillos ante los recientes pandeos del fondo oceánico.

Estoy ayudándole a escapar, pensó. No está construyendo su «Huevo deHojalata» para explorar las cercanas estrellas. Es su bote salvavidas personal.

Maldijo para sí misma y golpeó con el puño la consola frente a ella, perosuavemente, suavemente. Podía necesitarla más tarde. El reflejo que le devolvióla pantalla era el de una mujer a la que no reconoció. El color de su pelo eranegro, corto y revuelto como el suyo, pero los atormentados ojos castaños de sureflejo miraban enrojecidos, rodeados por dos oscuros huecos que la asustaron.Su nariz estaba enrojecida y su complexión era terrosa para alguien de piel tanoscura. Por puro reflejo tendió la mano hacia la línea de comunicaciones parallamar a Nefertiti a maquillaje, luego se detuvo. Nefertiti nunca podría volver apeinarla, nunca le susurraría al oído en plena cuenta atrás: « Está espléndida, B,¡noquéelos a todos!»

Golpeó de nuevo la consola con el puño, desesperada. León miró en sudirección, pero volvió rápidamente a su tarea de intentar resolver los problemascon las transmisiones en el estudio de la superficie. Él y sus hombres no estabanfamiliarizados con la gravedad cero del eje del Orbitador, y cada pequeña tareaque requeriría movimiento parecía ponerlos aún más furiosos.

Beatriz sabía que si decía lo que estaba escrito estaría ayudando también aBrood, y esto era más de lo que podía soportar. El capitán había supervisado eltraslado del NMO a su cripta a bordo de la Nave Profunda y piadosamente fuerade su vista. Si León no podía eliminar las interferencias que inutilizaban su canal,Brood iba a ponerse furioso. No le gustaba el pensamiento de Brood sumido en unacceso de furia.

Nano Macintosh era un humano normal, un clon de ojos azules de los tanqueshib, y Beatriz era una isleña casi normal. Las mutaciones se habían atenuado enlas últimas generaciones, y la mayoría de isleños, aunque más bajos y de pielmás oscura, tenían un aspecto tan normal como Macintosh y Flattery. Lasapariencias, entre los pandoranos, habían dictado sus vidas desde el principio.

Flattery no es normal, pensó. Su mente es una mutación, una abominación. Loshumanos no deberían manipular con sus semejantes.

Conocía la historia de la esclavitud en la Tierra, y los miembros de su propiafamilia llevaban todavía los estigmas de la esclavitud genética de Jesús Lewis.Hoy había despertado al fin a las acusaciones de Ben de que Flattery habíaesclavizado Pandora, sirenios e isleños a la vez, y su presa no dejaba de ser másintensa a medida que la gente se sentía cada vez más hambrienta.

Los últimos veinticinco años habían sido una hilera acumulativa de desastresde alcance planetario: El fondo del mar se había fracturado a lo largo de unalínea de raíces de varec para formar la primera franja de tierra firme. Siguieronmuchas otras de tales fracturas, siempre a lo largo de las gigantescas raíces delos lechos de varec. Los trastornos geológicos que siguieron destruyeron docenasde asentamientos sirenios ahí abajo y causaron que la mayoría de las ciudadesorgánicas flotantes de los isleños se hundieran o vararan deliberadamente, lasuya entre ellas. Los refugiados hormiguearon a miles en los primitivos

asentamientos costeros, obligados a aprender a sobrevivir de nuevo en tierrafirme después de casi tres siglos sobre o debajo del mar. Flattery no habíaaliviado su carga, solo la había vuelto más pesada.

—Todo este planeta está intentando matarnos —le había dicho Mack laprimera vez que hablaron—, no necesitamos echarle una mano.

Pero Mack no había emprendido ninguna acción contra Flattery. Habíadedicado todas sus horas despierto y un buen número de sus horas de sueño aperfeccionar la estación orbital como punto de lanzamiento hacia las estrellas. Lohizo al tiempo que dirigía el Control de Corrientes y se convertía en el expertomundial sobre su más misterioso residente, el varec. Definía sus prioridades demanera inversa.

—Necesitamos el Control de Corrientes —decía—. El varec es fascinante,pero la realidad dicta que consigamos alimentos o la gente morirá. Controlar elvarec hace este proy ecto más fácil, hace la vida en los asentamientos más fácil,garantiza los resultados.

Fue entonces cuando inventó la parrilla maestra, que permitía prescindir delcomplejo submarino multiedificios del Control de Corrientes sirenio y permitíaque el sistema de parrilla general fuera operado desde la órbita. El complejosirenio submarino había sufrido importantes daños, pero aún seguía teniendo todoel material e instaló nuevas parrillas. Con la parrilla maestra en operación, unasola persona podía manejar todos los caminos del varec en el más rico de loshemisferios de Pandora.

Beatriz llevaba al lado de Mack dos años como su invitada especial el día quela parrilla maestra entró en funcionamiento. Aunque oficialmente era unacorresponsal de Holovisión para el acontecimiento, a Beatriz le gustaba creer quehabía habido algo más en la invitación de Mack que el asunto que ambos llevabanentre manos. El brillo de sus ojos azules se encendía inconfundiblemente en supresencia, y habían disfrutado de largas charlas flotando en el eje nocturno delOrbitador y reclinándose en las hamacas de malla. Lo que había empezadocomo un oportunista rozar de mano contra mano se convirtió en una aventuraamorosa seria.

Espero que tengamos otra oportunidad, pensó, y suspiró para alejar laslágrimas.

Un destello rojo sobre la escotilla la sobresaltó, luego el destello se repitió. Erael equivalente en el estudio a un timbre que alertaba a todas las consolas de laestancia. Era costumbre cerrar por dentro el estudio cuando se estaba grabando.

Alguien quiere entrar.Quienquiera que estuviera allí fuera no era uno de los hombres de Brood. Lo

sabía por el miedo que floreció en pétalos de palidez en el rostro de León.Es Mack, pensó. ¡Tiene que serlo!—¡No se mueva! —ordenó León. Se soltó el arnés y apuntó un perentorio

dedo hacia ella—. Yo me encargaré de esto. Su texto estará en la pantalla en unossegundos. Indicaciones estándar. Soy el director remoto, y seguirá usted misindicaciones muy cuidadosamente.

Se dirigió hacia la escotilla, se puso los auriculares y pulsó la tecla delintercom.

—Estamos grabando —anunció—. No puede entrar nadie excepto el personaldel estudio.

Beatriz contuvo el aliento. Aunque los estudios se cerraban para lasgrabaciones y las emisiones en directo, Holovisión siempre había alentado lapresencia de una audiencia. Muchos trabajadores a bordo del Orbitadordisfrutaban pasando su tiempo libre viendo su equipo trabajar, y nunca antes seles había prohibido la entrada a los estudios.

—Soy Spud Soleus. —La aguda voz crepitó también en sus auriculares con sutono característico, forzando una sonrisa en sus labios—. Del Control deCorrientes. Tenemos una situación de emergencia. El doctor Macintosh necesitahablar con Beatriz Tatoosh inmediatamente.

Beatriz sintió una oleada de calor en su pecho que se transmitió a un intensorubor en sus mejillas. Las palmas de sus manos siguieron sudando.

—En estos momentos va a salir en antena. Dígale al doctor Macintosh quetendrá que esperar.

—No puede esperar. Nuestra línea de emisión ha fallado y toda una secciónde la parrilla ha caído.

—Tenemos órdenes —dijo León. Su voz sonó vacilante—. Quizá después dela emisión…

—El doctor Macintosh es el comandante del Orbitador —dijo Soleus—. Tieneórdenes directas de Flattery de abrir la parrilla ahora. Necesitamos su línea deemisión para la transmisión. Necesitamos a Beatriz Tatoosh para que nosaconseje. Le recuerdo que todos los relés de energía pasan por el Control deCorrientes y podemos cortarles en cualquier momento.

—Espere un segundo —dijo León con voz calmada—. Veré lo que podemoshacer.

Cortó el intercom y apretó su frente contra el mamparo.—¡Mierda! —dijo, y se golpeó la frente contra el plasmacero. Sus

auriculares le impidieron salir dando una voltereta hacia atrás hasta el otro ladodel estudio—. ¡Mierda!

¡Bien por Spud!, pensó Beatriz. Le había mentido a León acerca de loscircuitos. Algunos, pero no todos, pasaban por Control de Corrientes. Ella yMacintosh habían instalado el estudio, y nadie lo sabía mejor que ellos. PeroLeón no lo sabía. Además, y a tenía bastantes problemas. Y León no se atreveríaa hacer ningún movimiento sin órdenes de Brood. Y no podía alertar a Brood sinalertar a todo el Orbitador.

El corazón de Beatriz latió fuertemente contra sus costillas mientras se secabalas húmedas palmas contra las perneras de su mono. Pese al peligro, gozó con eldilema de León.

Cualquier cosa que les haga retorcerse, pensó.León pulsó de nuevo el botón del intercom.—Nadie puede entrar aquí hasta después…—Podemos transmitir en su línea de emisión con nuestra propia frecuencia

portadora —dijo Spud—. Ni siquiera necesitamos interferir. El doctor Macintoshestá al mando aquí y dice…

León cortó el interruptor de un manotazo, se quitó los auriculares y los lanzóhacia atrás, hacia su cubículo de montaje. Incapaz de controlarse por la reacciónde su movimiento, se estrelló contra los otros dos tecs. Desenredaron miembros ycables, luego flotaron cogidos de los hombros y susurraron entre síacaloradamente.

Beatriz se deslizó los dos metros que la separaban de la escotilla y conectó enella sus auriculares. Abrió el intercom y dejó que los auriculares flotaranlibremente al lado de la escotilla a solo un par de metros de distancia. No lahabían visto, y todo el movimiento no le tomó más de cuatro segundos según elgran cronómetro.

De vuelta a su consola, Beatriz abrió su línea de comunicación y tecleó elnúmero de Mack. La luz indicadora parpadearía en las consolas de cada uno delos cubículos de montaje, esto lo sabía. Como esperaba, lanzó a León hacia ellacon el rostro rojo de furia.

—¡Le dije que no intentara nada! —restalló. Ya no era el tímido videotec ensu consola de montaje, Ahora era un oficial de rango de un escuadrón deseguridad de asalto que estaba en un lugar conflictivo—. La abofetearía hastacansarme si no fuera porque necesitamos su hermoso rostro. Tenemos un plan dereserva, hermana. Intente eso de nuevo, y conseguirá un viaje directo a lacámara estanca de la lanzadera, ¿comprende?

Beatriz tuvo que ocultar una sonrisa por primera vez aquel día. El hombre lehabía gritado…, algo que hubiera pasado desapercibido a todo el resto delOrbitador si ella no hubiera abierto primero el intercom, si ella no hubieraconectado sus auriculares justo a un paso de donde León estaba. No necesitóutilizar sus habilidades ante la cámara para fingir el terror que había sentido y amuchas veces desde el amanecer de aquel día.

—Haré lo que usted diga —exclamó, tan fuerte como se atrevió—. No quieromorir como los otros. Haré lo que usted diga.

León volvió junto a sus compañeros, pero antes de que los alcanzara sonó laalarma general, cuatro largos pitidos del claxon encima de sus cabezas.

Aunque sobresaltada por el ruido, Beatriz se sintió inundada por la alegría.Reconoció la señal de los simulacros que habían efectuado en el pasado. Aquellos

cuatro sonidos significaban: « Fuego, alerta general, sector Control deCorrientes» . Ese sector incluía el estudio de Holovisión.

Mientras León y los otros iban alocados de un lado para otro del estudio,preguntándose qué infiernos estaba ocurriendo, Beatriz susurró para sí misma:

—Spud, te quiero.

38

El poder, como cualquier otro ser vivo, recurrirá casia cualquier cosa para mantenerse.

WARD KEEL,Cuadernos de notas apócrifos

Lo primero que vio Rico cuando cruzó la escotilla a la cocina fue la formainmóvil de Crista Galli tendida con los ojos abiertos en su arnés al lado del plas.Sus pupilas pulsaban con un brillo verdoso que Rico nunca había observado antes,y de alguna forma supo que, fuera lo que fuese lo que veía, no era de estemundo. Su primer impulso fue echar a correr y cerrar la escotilla tras él, pero sedominó.

Ben estaba tendido en cubierta a su lado, una mano aferrando el tobillo de ellay sus piernas temblando como las de un niño en una pesadilla. Para Rico, toda laescena era una pesadilla.

—¡Ben! —llamó desde la escotilla, pero Ben no respondió. Corrió al lado desu mejor amigo, y vio que los ojos de Ben también estaban abiertos. Los dosrespiraban, aunque la cabeza de Crista Galli estaba ligeramente inclinada haciadelante y oyó como un gorgotear a cada paso del aire. Rico cumplió con lasadvertencias de Operaciones y no tocó a ninguno de los dos.

—¡Mierda! —restalló, y rebuscó en el bolsillo de su pecho izquierdo uninyectable. Era una pequeña ampolla roja del tamaño aproximado del extremode su dedo pulgar. Dos agujas sobresalían de uno de sus extremos, protegidas poruna tapa de plástico. Hizo saltar la tapa hasta el otro lado de la cocina, teniendomucho cuidado de mantener las agujas lejos de su cuerpo.

—Maldita sea, Ben, Operaciones dijo que esta toxina podía activarse si ella semojaba.

El inyectable estaba calculado para su propio peso corporal, y no habíaesperado tener que utilizarlo nunca. En un rápido movimiento lo clavó en lacadera de Ben.

—No dejes de respirar, hombre —suplicó—. Simplemente no dejes derespirar.

Se volvió hacia Crista Galli, intentando controlar la repentina erupción de iraque ardía en su pecho. Sabía que era más frustración que odio, pero su cuerpo noconocía la diferencia. Si lo ha matado…

La parte más racional de él no le dejó terminar el pensamiento. Un gemido

estrangulado brotó de la garganta de Crista, un gemido de otro mundo que erizó elvello de la nuca de Rico.

—¿Crista? ¿Puedes oírme?Rico sabía que la muchacha podía moverse un poco. Crista volvió las palmas

de sus manos hacia arriba en un gesto de impotencia, y sus labios siguieronintentando formar las palabras que no querían salir.

—Flattery…La palabra apenas fue inteligible. Seguía mirando directamente al frente, y

en un movimiento tan lento como un sueño terminó sus esfuerzos con un:—… drogas.—¿Flattery te dio drogas?Ella parpadeó una sola vez, lentamente.—¿Te dio drogas para volverte tóxica? ¿No es el varec?De nuevo el lento parpadeo, y un casi imperceptible asentimiento.El Pez volador dio otro bandazo que arrojó a Rico al otro lado de la cubierta.

Se aferró a una sujeción y se apretó contra el mamparo mientras el hidroala seinclinaba fuertemente hacia un lado, luego volvía a enderezarse.

La piel de metal chirrió y algo se retorció hasta sus límites, luego se retiró.El varec nos está haciendo pedazos, pensó. ¡Sabe que ella está aquí!Crista estaba atada exactamente en la misma posición en que Ben debía

haberla dejado, completamente empapada, su disfraz desechado. Rico dio unsalto hasta el asiento contiguo al de ella y se ató justo en el momento en que elhidroala se enderezaba de nuevo y todo quedaba en silencio. Era como si elvarec hubiera sufrido un último espasmo antes de poder relajarse.

Comprobó el estado de Ben de la mejor manera que pudo sin tener quetocarle. Respiraba más fácilmente y su color era bueno. Hubo un movimiento desu mano derecha hacia Crista, y Rico pensó que aquello era una buena señal.Torpemente, abrió el bolsillo del pecho izquierdo de Ben y extrajo el otroinyectable para Crista. Los párpados de la muchacha aleteaban aprisa en unadanza que parecía voluntaria, y su mano izquierda se alzó justo un poco en lapunta de los dedos, como para rechazarle.

Rico vaciló con el inyectable en la mano, y el aleteo se detuvo.¿Y si no es… el Hormigueo?, se preguntó. Operaciones le había advertido que

el antídoto podía ser fatal si era administrado innecesariamente a uno de ellos.Quizá resultara fatal si se lo aplicaba a ella.

Si Flattery ha estado dándole algo, quizá su cuerpo sea diferente, pensó.Quizás el antídoto… la mate.

Era tentador seguir adelante de todos modos, después de lo que ella le habíahecho a su amigo. Nadie lo sabría, ni siquiera Ben. Se preparó para inyectarla, ylos ojos de Crista aletearon de nuevo y sus dedos hicieron aquellos movimientoscomo de rechazarle.

Pero a Flattery le gustaría eso, pensó. No hay nada que le gustara más que sercapaz de decirle al mundo que Su Santidad Crista Galli había muerto a manos delas Sombras.

Toda la ficción empezó a desenrollarse en su mente, claramente iluminada depronto contra el fondo de luz que empezó a llenar el plas de la cocina.

—Por supuesto —le dijo a ella—, tiene sentido. Él te hizo tóxica para quenadie pudiera acercársete. Luego lo hizo público para echarle la culpa a tus…relaciones con el varec, ¿estoy en lo cierto?

De nuevo el casi imperceptible asentimiento y el lento parpadeo. Parecíaaliviada, más relajada, y no creía que fuera cosa de la toxina.

Un repentino estallido de luz llenó la cocina, y el hidroala empezó abalancearse rítmicamente. Estaban en la superficie, y Elvira debía estarpreparándose para salir a limpiar las tomas. A cada bamboleo un pequeño gritoescapaba de la garganta de Crista, y las lágrimas estriaron sus mejillas. Porprimera vez sintió la necesidad de consolarla. Estaba empezando a darse cuentade lo mucho que Flattery la había utilizado, de lo terrible y secreta que debía dehaber sido su vida en la Reserva.

Era una curiosidad, una prisionera, pensó, y él la convirtió en un monstruo.—¿Te ocurrió esto alguna vez… antes de que Flattery te diera las drogas?Sus ojos se movieron de lado a lado.—Supongo que debió pensar que tu toxina nos mataría. Luego él te traería de

vuelta y se convertiría en un héroe, advirtiendo al mundo de nuevo de lopeligrosa que eres. Y si yo te administraba este inyectable —colocócuidadosamente la ampolla sin abrir en su bolsillo—, entonces morirías y élpodría decirle al mundo cómo te habíamos matado. Eso volvería a todo el mundocontra nosotros, sin la menor duda…

Ella parpadeó un « sí» , y Rico oyó un gemido de Ben.El intercom crepitó de nuevo, luego Elvira preguntó:—Rico, ¿todo va bien?La boca de Ben luchó por decir algo, luego desistió y consiguió un ligero

asentimiento con la cabeza. Crista asintió también y consiguió estrujar un lento« Ssssí» .

—He tenido que emplear los inyectables —dijo Rico por el intercom—. Noestán en su mejor momento, pero van progresando. En estos momentos y o soy elúnico útil. ¿Vas a ir a nadar un poco?

—Creo que debería. Será mejor que vigiles el timón.—Vengo ahora mismo. —Comprobó una vez más que tanto Crista como Ben

estaban seguros, y que ninguno de los dos resultaría herido allá donde estaban.—Dejaré el intercom conectado —les dijo—. Habladme de tanto en tanto,

aunque solo sea un gruñido, ¿de acuerdo? Volveré cuando Elvira hay a terminadoahí fuera.

Crista alzó los dedos de nuevo, y consiguió articular un par de palabras.—Varec… feliz.—¿El varec se siente feliz? —Alzó las manos en un gesto teatral y dijo, con no

disimulado sarcasmo—: Entonces yo soy feliz. ¿Cómo demonios lo sabes?Ella volvió la palma de su mano hacia arriba, como un encogimiento de

hombros.—Lib… ertad —dijo, y repitió la palabra más lentamente—: Lib… ertad.Una mirada al otro lado del plas le mostró lo que parecía ser una extensión

infinita de varec ondulando perezosamente a la luz del último de los dos solesvespertinos. Alki, el pequeño y distante sol, había iniciado una lenta pulsaciónhacía casi un año, y estaba pulsando ahora. Una nube muy grande y muy negraavanzaba desde mar adentro hacia ellos. Alguna fronda ocasional de varec sealzaba lentamente, luego volvía a caer con un slap y un chapoteo.

Como un niño en una bañera, pensó.Nunca antes había visto al varec jugar de aquel modo.—Espero que tengas razón —dijo—. Realmente espero que tengas razón.

Hará la vida mucho más fácil para nosotros, y mucho más dura para la gente deFlattery.

Resistió la tentación de darle una palmada en el hombro a ella y a Ben.—Vamos a salirnos con bien de esto, compañero —le dijo a Ben.Siguió hablando, más para sí mismo que para Ben, mientras cruzaba

apresuradamente la escotilla en dirección al timón. Habló con Ben por elintercom mientras revisaba sus instrumentos, tanto para su propia tranquilidadcomo para la de su compañero.

—Lamento decirlo —indicó—, pero creo que ha sido el Control de Corrientesel que nos ha salvado el culo. El varec nos mantenía ahí abajo, dondequiera quesea ese ahí abajo, y luego empezó a hacer pedazos la cabina con sus enormeslianas. El Control de Corrientes debe haber intentado restablecer el canal original,porque el varec estaba evidentemente luchando con algún otro tipo de impulsopropio. O bien han hecho saltar algún fusible, o han dominado completamente alvarec. En cualquier caso, es lo mejor que han podido hacer.

Reanudó el control de sus instrumentos.—Esta pulsación eléctrica a través del varec debe haber averiado nuestro

sistema Navcom —dijo—. Casi todo lo demás parece bien. He cerrado todos loscircuitos de refrigeración a la cocina para aislar esa fuga, solo por si se le ocurrereventar por algún otro lugar. Vais a sentir un poco de calor ahí, entre los motores.Una vez estemos en el aire, y a pensaré alguna forma de traeros a ambos hastaaquí.

Terminó la comprobación y se dio cuenta de que, después de todo, no iban apoder elevarse. No hasta que Elvira pudiera reparar el circuito hidráulico queretiraba los patines y sacara las aeroalas.

Ben no necesita saber esto ahora, pensó. Y, bien pensado, yo tampoco.—Háblame, muchacho. Cualquier cosa.—Rico…, estoy bien.Llegó fuerte y claro, aunque dolorosamente lento, pero fue suficiente para

hacer que floreciera una sonrisa en el rostro de Rico. Sentía a Elvira sacar atirones el varec de las tomas. Probó el Navcom de nuevo. Estaba muerto, nisiquiera brotaba el estallido de la estática por los altavoces.

—Se acerca una tormenta —le dijo a Ben—. Puede que las cosas se ponganun poco feas dentro de poco.

No quería decirle a Ben que las cosas iban a ponerse realmente feas, ahoraque no podían remontarse por encima de la tormenta. Sin el Navcom, y con elvarec apiñándose en el océano hasta tan lejos como podían ver sus ojos, Rico nodeseaba pensar en lo feas que iban a ponerse.

39

Cualquiera que amenace la mente o su simbolismopone en peligro la matriz de la propia humanidad.

WARD KEEL,Los cuadernos de notas apócrifos

Ben había oído el seco golpe de la expulsión del lastre mientras acariciaba elpelo y la mejilla de Crista bajo la fina rociada del poro abierto en la tubería de lacocina. Recordó el sabor de la sal cuando sus labios rozaron el pelo de ella. Por elsabor salino procedente del mamparo interior supo que se trataba de una fuga deuna tubería de agua de mar reciclada de la refrigeración, nada por lo quepreocuparse, ahora que se encaminaban a la superficie.

Recordaba que él y Crista habían estado hablando, riendo, cuando de prontola parte superior de su cuerpo empezó a hormiguearle. Su cuello se negaba amover su cabeza cuando deseaba hacerlo. Intentó decir algo, pero su boca y sugarganta se negaron a funcionar. Crista se derrumbó contra su arnés, fláccida, losojos muy abiertos de miedo y sus iris verdes oscurecidos casi al azul.

Oh, no, recordaba haber pensado. ¡Oh, no, tenían razón!Se dirigió en una serie de sincopados movimientos hacia Crista, y se

derrumbó a medio camino, entre sus piernas. Ella dejó escapar un pequeño gritode sorpresa, pero no pudo protegerse. Ben vio que no podía. Fuera lo que fuese loque le estaba ocurriendo a él, también le estaba ocurriendo a ella. Él tenía laventaja de más masa corporal, más músculo, de modo que su cuerpo requeríamás tiempo para ceder.

Tendió la mano hacia el arnés de Crista para alzarse, pero sus manos sehabían convertido en dos pesadas rocas al extremo de sus brazos. Se derrumbócon un parpadeo contra ella. Era capaz de ver y respirar, pero solo intentarmoverse le producía incontrolables espasmos. Se deslizó impotente hasta el suelo,en una posición que no le permitía ver a Crista. Una de sus manos permaneciósujetando el tobillo de ella, y notó el cuerpo de la muchacha sufrir un espasmo yrelajarse de una forma muy parecida al suy o. El antídoto estaba en su bolsillo,pero no conseguía que su cuerpo lograra hacer el esfuerzo necesario parasacarlo.

Rico pensará que soy un estúpido, pensó.Ahora que habían perdido su Navcom no podían funcionar bajo el mar, y

deberían permanecer bailoteando como garzotas en la superficie. Rico ya tendría

bastante trabajo sin añadirle aquel… lío.Puede que Elvira haga alguno de sus trucos, pensó.Ben sintió el Hormigueo recorrer como un hierro candente su espalda, desde

los hombros hasta las caderas. Intentó controlar de nuevo sus músculos pero nopudo. Era una impotente masa estremecida sobre cubierta. Recordaba habersesentido más traicionado que descuidado. Luego empezó a recorrer lascircunvoluciones de la mente de Crista. Rico, la cocina a su alrededor, el resto deluniverso real actuaban a través de una cortina negra que envolvía lospensamientos y recuerdos de Crista. Estas imágenes de su vida se desenrollaronen su cerebro.

—¡Ben! —exclamó Rico, y su pequeña voz alzó a Ben desde una granprofundidad. Dijo algo más, pero Ben solo oy ó el restallar del antídoto contra sutraje de una sola pieza. No sentía nada excepto el Hormigueo por todo su cuerpo,pero fue completamente consciente de Rico que lo colocaba tendido boca arribasobre la cubierta.

El tiempo onduló como una tela oscura tendida entre él y Rico. El blanco y elacero inoxidable de la cocina se mezclaban con un gran halo resplandeciente delpanel luminoso que lo bañaba todo detrás de la cortina de su mente.

Ben comprendía muchas cosas ahora. Una casi infinitud de recuerdoshumanos dormían en la cabeza de Crista Galli. Ahora muchos de ellos zumbabanen su propia cabeza, como un disolvente en una sustancia a disolver, como unasolución líquida extendiéndose sobre una sustancia pulverulenta. Sintió el secoflorecer de su mente desdoblarse mientras bebía, pétalo tras intrincado pétalo, ydetrás de él la sombra que era Rico LaPush ondulaba hacia delante y hacia atrás.

Aunque podía ver y oír, Ben sentía un distanciamiento de su cuerpo que eramás curiosidad que miedo para él. Recordó el programa especial que habíahecho con Beatriz acerca de la gente que volvía de la casi muerte, lo que todoshabían informado acerca de la misma sensación de desprendimiento, aquellamisma calidez reconfortante que reemplazaba toda sensación en su piel exceptoaquel Hormigueo. Dijeron que habían visto sus propios cuerpos desde un lugardistinto de la habitación, habían observado a los médicos resucitarles, recordabanconversaciones enteras que habían tenido lugar incluso cuando ellos nomostraban ningún latido del corazón en el monitor. Describieron haber observadolos signos vitales del monitor con la misma sensación desprendida que Ben habíatenido cuando se derrumbó en cubierta.

Su visión, de todos modos, era distinta de la que podía tenerse desde el cuerpode alguien distinto, la mente de alguien distinto. Era una mente de niño, alláabajo, mirando hacia arriba hacia el sol desde las profundidades medias de unalaguna de varec. Su rango de visión estaba limitado directamente al frente. Eraligeramente confusa, y la rodeaba un halo de luz. Muy hacia arriba, iluminadodesde atrás por los resplandecientes soles, vio la atareada sombra de Rico. La

laguna estaba llena de Nadadores, aquellos legendarios humanos con branquias,ondulando dentro y fuera de los canales encima de ella.

Era Crista niña. Era Ben como Crista cuando niña.Sintió que Rico estaba muy preocupado y deseó decirle: « Todo está bien,

estoy aquí» , pero ninguna palabra brotó de su boca.Un Nadador en particular la atendía, una mujer vieja. Ben nunca había visto

a un Nadador. Los había imaginado como grotescas criaturas legamosas conbocas anchas y ojos estúpidos y rudimentarias colas como de rata. La mujer queatendía a Crista ahora tendría aproximadamente su propia edad. Su roja hilera debranquias se agitaba furiosamente junto a sus hombros mientras daba de comer ala niña rodajas de pescado crudo. Crista colgaba del varec, y la Nadadoraascendía hasta ella desde las profundidades. No hablaba, o no quería hablar.

Desde alguna parte detrás del halo, muy por encima del rostro alzado de Ben,la voz de Rico resonó entre ecos:

—Te pondré aquí y te mantendré caliente.Ben sintió que la laguna retrocedía, y la voz de Rico con ella.—Crista todavía respira —dijo Rico—. No sé si puedes oírme o no, Ben, pero

te sacaremos de esto. Estarás bien. La maldita chica también está bien. Ya casiestamos en la superficie. Te llevaremos a alguna parte. —La voz de Rico estabateñida de histeria, y sonaba cerca de las lágrimas—. Te llevaremos a algunaparte, amigo, tú simplemente resiste. —Un apretón a su hombro, luego Rico sefue.

Ben descubrió que podía abandonar el seno del varec, y si se imaginabarecorriendo un corredor hacia él mismo era más consciente de la cocina, delhidroala a su alrededor. Sintió que podía cruzar un puente de gasa entre la mentede Crista y la suy a.

Un repentino destello de luz en la cocina y un cambio en el sonido delhidroala le dijo que habían llegado a la superficie. Se preguntó si iba a morir deesta forma, totalmente consciente, sintiendo su último aliento e incapaz de sorbermás aire. Recordó aquella vez en la que él y Rico casi se ahogaron, cuando la islaGuemes fue saboteada y hundida. Casi se había sumido en el pánico entonces,pero ahora no sentía ningún pánico, simplemente una aturdida obediencia a sudestino.

Se descubrió preguntándose acerca de cosas que deberían aterrarle: ¿acaso laneurotoxina, fuera la que fuese, paralizaba sus músculos respiratorios? ¿Elmúsculo de su corazón? Deseaba que Rico le hubiera incorporado un poco parahacerlo más fácil, aunque el hormigueo ya había cesado.

El inyectable funciona, pensó.Deseaba cruzar ese puente de gasa hacia Crista de nuevo, pero se sentía

alejar más y más del puente y de vuelta al hidroala. La cubierta bajo sus pies eraincómoda, y descubrió que podía moverse un poco para cambiar de posición.

Estaba mejorando definitivamente. Había sido ligeramente consciente de una vozque brotaba del intercom, era la voz de Rico, y llegó de nuevo ahora, con un tonopreocupado.

—Háblame, muchacho. Cualquier cosa.Ben probó de nuevo su garganta. Estaba seca, y no deseaba funcionar como

correspondía, pero consiguió estrujar:—Rico…, estoy bien.Oyó a Crista respirar, pero todavía no se había movido.Me pregunto qué es lo que le ocurre.—Se acerca una tormenta —anunció Rico—. Puede que las cosas se pongan

un poco feas dentro de poco.Ben deseó echarse a reír, intentó responder a Rico con un: « ¿Feas? ¿Cómo

llamas tú entonces a esto?» , pero todo lo que brotó de su garganta fue unasucesión de sonidos confusos.

40

El nuevo príncipe inquieta inevitablemente a aquellossobre quienes establece su gobierno. Así ocurre queconvierte en enemigos a todos aquellos a los que haherido ocupando el nuevo principado, y sin embargono puede mantener la amistad de aquellos que le hanayudado a establecerse en él.

MAQUIAVELO,El Príncipe

Flattery abandonó la seguridad de sus aposentos para lanzarse a una osadavisita a la superficie iluminada por el sol. Nevi y Zentz estaban en misión y fuerade su camino, los restos de la rebelión caían bajo sus fuerzas de seguridad, ysabía que quien fuera que tuviese a Crista Galli se enfrentaba con un buen puñadode problemas. Sonrió ampliamente para sí mismo y volvió su rostro al cielo. Leencantaba el cielo, el clima…, ¡qué diferente de los controlados susurros del airede la Base Lunar! Ya casi era la hora de la lluvia de la tarde. Como los pocosotros supervivientes de la hibernación que habían sido criados en la esterilidad dela Base Lunar, Flattery sentía apego a las variaciones climáticas.

Eligió un parapeto que dominaba la costa, al otro lado de la Reserva y junto almiserable poblado que se derramaba junto a su puerta. Una nube de humo negroflotaba tierra adentro al impulso del viento. Flattery llevaba su más brillanteatuendo rojo, para que todas las sabandijas pudieran ver que estaba muy vivo,que seguía siendo el Director. Tan cerca de los límites de la batalla…, ¡ahoraverían lo que habían provocado!

La presencia de los dos soles le ponía nervioso, incluso después de tantos años.La información de sus estudios sobre el varec, de sus geólogos, demostraba queestaban desgarrando la corteza del planeta como si fuera un trozo de pan. Lo peortodavía faltaba por venir, y no tenía intención de aguardar a que llegara.

Ventana, una de sus mensajeras, se aproximó a la pasarela debajo de él.—Los informes sobre la disrupción de los caminos del varec, señor.Agitaba en la mano un mensajero.Uno de los guardias inspeccionó el dispositivo y luego la dejó seguir. Flattery

se echó el sombrero blanco más hacia delante para proteger su frente. El estilode ala ancha era isleño, un efecto político. Era blanco porque Flattery creía queel blanco le situaba del lado de la verdad y la justicia a la primera mirada. No

extrajo los informes de inmediato. Sabía lo que había en ellos: nada. Y a estahora de la tarde la cobertura nubosa oscurecía la visión del Orbitador del sectornúmero ocho.

Su pasión por el aire libre no incluía los estragos de los soles sobre su pococooperativa piel. Dos manchas rosadas pelaban su frente, y Flattery intentaba norascárselas. Su médico personal había extirpado dos de ellas hacía tan solo unmes, y ahora esto.

La gente tiene que verme, pensó. No hay sustituto para la exposiciónadecuada.

Sus tres guardaespaldas de mayor confianza lo acompañaban a distancia, ysus instintos pandoranos los mantenían siempre en movimiento. El punto deobservación era un farallón que dominaba el complejo, el poblado y la bahía. Asu espalda estaban los únicos puntos más altos en varios kilómetros, lasextensiones altas, el hogar de los inútiles zavatanos. Muchos de estos zavatanos,como los campesinos, creían en Nave y en el eventual retorno de Nave comoalgún tipo de mesías mecánico. El pensamiento le hizo reír, y sus guardias lemiraron con curiosidad.

—Pueden retirarse, caballeros —les dijo—. Como pueden ver, no hay nadaahí abajo que pueda alcanzarnos.

—Pido perdón al Director —dijo uno de los guardias, Aumock—. Mi trabajoes no abandonar nunca la vigilancia.

Flattery asintió su aprobación. Este merece ser observado.—Muy bien —dijo—. Aprecio su dedicación.Aumock, un sirenio de ascendencia pura, no se hinchó con la alabanza. Ya

estaba escrutando la zona en busca de cualquier movimiento.—Aquí arriba no hay nada excepto zavatanos —dijo Flattery.—¿Está seguro de que no son nada, señor? —respondió Aumock.Esta era la primera vez que aquel guardia ofrecía un comentario en sus diez

meses de servicio al lado de Flattery. Flattery se limitó a gruñir una respuesta.Había tenido sus sospechas acerca de aquellos zavatanos: siempre aparecía el

mismo número de ellos, pero raras veces eran los mismos rostros. Flattery no eraestúpido. Después de todo, era un capellán-psiquiatra, y había efectuado unestudio impecable sobre la historia de las religiones oprimidas. Se sentíaincómodo con una población cercana que era potencialmente hostil, cuyonúmero parecía imposible de determinar, y cuya forma física general parecíaser mejor que la de muchos miembros de su seguridad.

Realmente escalan estos riscos, meditó. ¿Por qué?Allí, en aquel desnudo mirador encima de la Reserva, revisó también los

últimos mensajes relativos al hidroala de Holovisión y la curiosa rebelión delcampo más grande de varec en la región.

—¿Así que crees realmente que han dado media vuelta, Marta? —preguntó.

Su oficial de comunicaciones, un poco regordeta para su uniforme azul, semordió rápidamente el labio inferior antes de responder. Flattery se habíaacostado con ella una vez, y recordaba que su contacto era mucho mássatisfactorio que su aspecto. Era una joven esbelta por aquel entonces…, hacía deello cuatro, quizá cinco años. Había empezado como guardaespaldas, pero habíademostrado una sorprendente facilidad con la electrónica que habíaimpresionado a sus ingenieros. Cuando solicitó un traslado él se lo concedió.Había sido lo mejor, puesto que el traslado terminó con los rumores y lainevitable incomodidad de tener que tomar medidas para terminar con unasituación personal comprometida.

—Yo…, no lo sé —dijo ella—. El dispositivo que coloqué personalmente en suhidroala funciona perfectamente, y su rumbo concuerda con un regreso a esta…

—¡Bah! —estalló Flattery —. No son estúpidos. Insistí en que colocaras eldispositivo sobre o dentro de su persona, y tú te tomaste la libertad de colocarloen otro lugar. Un puesto de avanzada del Control de Corrientes ha confirmado yaque el dispositivo se halla a bordo de un tren sub muy dañado que arrastra unoscuantos miles de kilos de peces muertos.

Flattery gozó con la expresión asombrada que aplastó el rostro de la mujer.Ahora parecía pálida y pequeña.

—Tuve miedo —reconoció—. Tuve miedo de tocarla.Marta inclinó la cabeza como si esperara el golpe de una hoja. Los

despiadados soles aquí arriba en el farallón ampliaban los círculos de sudor quese formaban en sus sobacos. Era ese pesado y pegajoso tiempo en la costa justoantes de que cayera el aguacero. No tenía que captar el olor de la lluvia.

Flattery recordaba aquella vez con ella. Había sido por la tarde, y sus pielesexudaban sudor. Diminutos pelos negros del pecho de él se habían pegado a lospequeños pechos blancos de ella. Entonces no había mostrado tanto miedo haciaél, solo un poco de maravilla, lo cual había hecho las cosas más fáciles.

¡Maldita sea!, murmuró para sí mismo. Atrapado de nuevo por la ficción.Se irguió en toda su altura, casi dos cabezas más alto que ella.—¿No te dije que era completamente seguro? —Dijo esto con su voz más

consoladora.Ella asintió, pero siguió sin alzar la cabeza.Flattery se sintió muy complacido consigo mismo. Si esta mujer que lo

conocía tan bien tenía miedo de Crista, de lo que podía hacerle su contacto,entonces esos desconocidos tendrían que estar aterrados. Gracias a su previsióndesde un principio y a su « medicación» diaria, Crista estaría retrayéndoseviolentamente sobre sí misma, exhibiendo los mismos síntomas atribuidos a sucontacto. Quizás en estos momentos estuviera catatónica…, otra cosa que habíamaquinado para conseguir que fuera devuelta junto a él.

La neurotoxina estaría rezumando por todos sus poros a estas alturas, y la

ficción que tan cuidadosamente había trazado se habría convertido en realidad.Todo el mundo, en particular el enemigo, podría verlo con sus propios ojos. Soloél, el Director, podía salvarla. Aquellas Sombras se hallarían muy pronto enpresencia de un monstruo que no podrían permitirse conservar.

Las maravillas de la química, pensó, y sonrió.Tranquilizó en voz alta a Marta.—Comprendo tus miedos —dijo—. Lo más importante es que no hemos sido

engañados por su intento de engaño de aficionados. ¿Qué tienes que informarsobre los daños aquí?

Ambos se encogieron ante el simultáneo crepitar de dos pistolas láser, yFlattery se volvió para ver que sus guardias habían asado a un par de ímpetusencapuchados que se habían acercado desde la dirección de las extensiones altas.

—Me pregunto… No terminó la frase en voz alta. Lo que se preguntaba era silos zavatanos no estarían entrenando ímpetus.

—Deseo estudios de avistamientos de ímpetus coordinados con las posicioneszavatanas conocidas —dijo.

Marta asintió y desenfundó el enlace electrónico que llevaba a su lado. Elmovimiento provocó un sutil cambio en la posición de Aumock. Marta no se diocuenta de que el cañón de su pistola láser se había enfocado en su cabeza antesde que el enlace viera la luz del día. Ella tecleó su código de entrada a su manerahabitual, sin apresurarse.

Flattery sabía algo de los zavatanos y su historia, pero no tanto como legustaría. Eran pacientes, organizados, y carroñaban de todo. Si los rumores erancorrectos, cultivaban cosechas ilegales en las regiones costa arriba y lasdistribuían entre los refugiados. Flattery se resentía de esto porque debilitabaseriamente su posición de fuerza ante las masas. No disponía de los hombresnecesarios para patrullar miles de kilómetros cuadrados de áspero terreno ycompletar el Proy ecto Nave Profunda al mismo tiempo. El Proy ecto NaveProfunda era infinitamente más importante.

Hizo un gesto de aprobación cuando uno de los hombres saltó el muro para iren busca de las pieles de los ímpetus.

Estas de menos para los zavatanos, pensó.Tomó nota mental de hacer que el laboratorio se ocupara de averiguar dónde

habían estado los ímpetus, con quién, qué habían comido, cuándo y por qué.—¿Y tu informe sobre la lucha? —preguntó.—El perímetro del complejo es seguro —dijo ella.Marta presionó el punto detrás de su oreja derecha que activaba el modo

receptor de su implante mensajero.—Recibo muchas interferencias aquí, cuya causa desconozco. Daños

mínimos al complejo…, los escombros habituales, pero en su may or parte deíndole cosmética, como de costumbre. Piedras y palos no pueden enfrentarse a

las pistolas láser. Los prisioneros se hallan retenidos en el patio. —Hizo una pausamientras le era alimentada más información.

—Informa sobre la central de energía, la terminal del transbordador y lasituación de la parrilla —ordenó Flattery.

Marta alimentó algo a su mensajero, luego su expresión cambió. La fachadade informador imparcial se frunció en una expresión preocupada en su ceño, yse inclinó hacia delante mientras la información hacía vibrar su hueso mastoideoy se abría camino a través de los fluidos y los cilios de su oído interno hasta sucerebro.

—Hay una enorme fuerza congregada en la estación de energía —dijo—. Elpelotón de seguridad que atacó a nuestro destacamento en el lugar se ha hechofuerte allí y ha persistido. El campo de refugiados está a menos de un kilómetrode distancia. La gente del campo está respaldando al pelotón rebelde, justo másallá del alcance de las pistolas láser de nuestra defensa.

—Operación H —ladró Flattery—. Si siguen acudiendo, haz que el apoyoaéreo se dirija al campo.

Marta palideció más. Bajó la voz de modo que los guardias no pudieran oírla.—Operación H, señor… Serán vistos desde el campo. Si rocía a los atacantes,

los testigos sabrán que no fue una hidrobolsa.—Que utilicen un MLA —dijo—. Tenemos unos cuantos globos en el hangar

que parecen hidrobolsas. Que despeguen. Luego nos ocuparemos de los testigos.Quiero ese pelotón quemado, quiero a cualquiera que los respalde quemado.¿Queda entendido?

Marta asintió, y sus dedos teclearon las órdenes en su instrumento.—¿Los transbordadores?—Operativos, señor. El cambio de corriente fue informado a tiempo. Las

bajas son altas, pero los repuestos y a se hallan en el sitio recibiendoentrenamiento. La lanzadera NMO partió a su hora y abordó el Orbitador segúnlo previsto. El Control de Corrientes dejó de emitir su señal al varec del sectorocho, no hay parrilla pero ninguna actividad agresiva.

—¿Dejó de emitir?Flattery lamentaba haberle mentido a Macintosh. Estaba seguro de que el

varec hubiera cedido, si se le hubiera aplicado el aguijón eléctrico a todapotencia el tiempo suficiente. Nunca hubiera pensado que Macintosh dejara deemitir la señal.

¡Idiota! ¿En qué podía estar pensando, dándole al varec la iniciativa? ¿Acasono sabe lo mucho que necesitamos esos caminos del varec abiertos?

Inhaló una larga y lenta inspiración, la mitad en la fosa izquierda, la mitad enla derecha. Dejó escapar el aire lentamente también.

—¿Funciona? —preguntó.—Se han perdido unos pocos aparatos mercantes —dijo ella—. La mayoría

han salido a la superficie y están efectuando reparaciones. Van a tenerproblemas con la tormenta.

—Ordene al doctor Macintosh que restablezca los caminos del varec, o loharé yo a mi manera desde aquí. Tiene una hora.

—Sí, señor.El humor de Flattery se ensombreció. Se produjeron dos pequeñas

explosiones y un destello en el centro de Kalaloch. Hizo una seña a uno de susguardias.

—Haga que seguridad saque todo lo que pueda a los líderes de esta chusma.No espero mucho. Luego haga empalar al resto en un lugar público. —Observóla cara del risco, a sus espaldas, que conducía a las extensiones altas—. Haga quesean empalados ahí arriba —señaló—, para que desde abajo todos puedanestudiar con detalle los resultados de su decisión. No debería tomar muchotiempo.

Era lo que Marta le había dicho respecto al varec lo que más le interesaba.Había fabricado una red de engaños tan intrincada alrededor de Crista Galli queel propio Flattery tenía dificultad en recordar qué era debido a la ilusión creadapor él y qué realidad. Sus primeras advertencias de mantenerla lejos de todocontacto con el varec se habían basado más en una intuición que en datosconcretos, pero ahora le resultaba claro que su intuición había sido buena.

¡El varec puede olería realmente!—He ordenado al Control de Corrientes optar por una solución quirúrgica —

dijo Marta—. Tienen una hora para restablecer la parrilla por cualquier otrométodo. He explicado que había demasiados subs en juego.

—¿Será necesario lobotomizar todo el campo?—No —dijo ella—. Como la multitud, puede conseguirse fácilmente con un

daño mínimo del área afectada. Ese corredor no tendrá la flexibilidad que teníaantes, pero será navegable tan pronto como sean despejados los restos.

—Cuando hay a terminado todo, haz que sean enviadas muestras allaboratorio —dijo él—. Un análisis completo. Hay que averiguar por qué pudoresistirse al Control de Corrientes, luego incorporarlo a la reserva de toxina.

—Los zavatanos… —empezó ella—. Sería una buena política…—¿Darles lo que quede del varec? —Lanzó un bufido de disgusto—. Dejemos

que lo recojan por sí mismos. No quiero participar en su herej ía. Y quiero unmontón de toxina a mano, todavía tengo una sorpresa para esas « sabandijas» ,como las llama Nevi.

Marta anotó las órdenes en el mensajero en su cintura.Resultaba claro para Flattery que el varec debió captar la presencia de Crista

Galli. ¿Cómo explicar de otro modo su rebelión? Había ocurrido a lo largo de laruta prevista para el hidroala de Ozette después de que el dispositivo de Martafuera expulsado.

El varec debió captarla cuando el dispositivo tocó el agua, pensó. Sonrió denuevo, en parte por el alivio de no hallarse a bordo del Pez volador en aquelmomento, pero sobre todo ante el apuro en que debían encontrarse ahora Ozettey sus Sombras.

—¿Los vuelos de reconocimiento? —preguntó.—El mal tiempo ya se ha asentado —respondió ella—. Hay pocas

probabilidades de contacto, muchas probabilidades de pérdidas. Hay disponiblesdos Saltamontes en la zona, pero son frágiles y de alcance limitado. ¿Tiene ustedórdenes para ellos?

—Que efectúen observaciones mientras el tiempo se lo permita —dijo—.Quiero ver a quién recurren cuando se hallen en problemas grandes. Nevi estaráen el lugar dentro de poco.

Flattery detectó un claro estremecimiento en los hombros de Marta a lamención del nombre de Nevi.

Por eso lo utilizo, pensó. La simple mención de su nombre da resultados.Despidió a Marta y observó el paisaje, su paisaje, que se extendía a sus pies.

Wihis de aspecto metálico reflejaban la luz del sol a sus ojos. Sus cortas hojasparecidas a dagas se desplegaban hacia los estallidos de ultravioleta que pulsabande Alki. Flattery admiraba esa pequeña y peligrosa planta por su tenacidad y porla protección que ofrecía a su complejo. Sus semillas yacieron dormidas bajo elmar durante dos siglos, esperando a florecer cuando los océanos se retiraron denuevo. Ahora florecían, y hacían difícil para los depredadores acercarse alcomplejo…, humanos o de los otros.

Una horda de diminutos pastadores rápidos iba velozmente de un lado paraotro entre los wihi a su izquierda, cerca de donde el farallón se alzaba hacia lasextensiones altas. Aunque se decía que comían cualquier cosa más blanda que laroca, los pastadores rápidos preferían eludir a los humanos. Habían sobrevivido,como muchos roedores terrestres, ocultándose a bordo de las islas orgánicasdurante los períodos de inundación. Los pobres corrían a menudo el riesgo y loscazaban para comer…, una tarea peligrosa. Hacía solo dos años había visto a unviejo isleño ser derribado y muerto por una horda de ellos en aquel mismo lugar.El hombre había atrapado con su red solo la mitad de la horda. La otra mitadaguardó entre las rocas su regreso, luego se lanzó contra sus piernas hasta hacerlocaer. Acabaron con él en cuestión de segundos, y Flattery lo consideró unaeducación. Ordenó que la horda fuera quemada en sus nidos, por supuesto, y suscuerpos abrasados entregados a los habitantes del pueblo. Un asuntoestrictamente político.

El Director sabía que cualquier cosa que se protegiera hasta tal extremo podíaconseguirse que lo protegiera también a él. Su cuidador del parque tenía buenamano con los animales además de con las plantas, y ahora varias hordas depastadores rápidos anidaban en puntos vulnerables del complejo. Esta era una de

aquellas hordas, ubicada cerca del sendero que conducía a las extensiones altas.La contemplaba a menudo, en particular por la tarde, cuando sus esbeltos lomosroj izos atrapaban la luz del sol y ondulaban entre los plateados wihi.

—¡Mire allí! —advirtió el guardia, y Flattery vio el escurridizo lomo de unímpetu acercarse a la horda. El guardia ajustó su pistola láser para la distancia,casi al límite de su alcance efectivo, y la alzó. Flattery le hizo un gesto de queesperara.

El ímpetu se acercó los últimos veinte metros en tres rápidos saltos, golpeandoa los pequeños animales y aturdiéndolos. Había demasiados, y el ímpetu estabamuy delgado a causa del hambre. Intentó engullir varios de ellos, pero la pausafue todo lo que necesitaba la horda para reagruparse. El ímpetu pareció fundirse,y en pocos segundos no era más que unos cuantos huesos dispersos. Flatterysonrió de nuevo, mientras las nubes de la tarde se agrupaban junto a la orilla.

—Hermosos, ¿no? —preguntó, a nadie—. Simplemente hermosos.

41

Somos algo más que nuestras ideas.

DRA. PRUDENCE LON WEYGAND,número 5, tripulación original, Nave Profunda

Earthling

Twisp, el anciano zavatano, observaba al director contemplar cómo lospastadores rápidos reducían a un famélico ímpetu encapuchado a puros huesos.La visión le recordó los viejos días, cuando era un simple pescador en el mar. Losúltimos efectos del polvo azul de las esporas realzó su recuerdo de los bancos descrats que devoraban a makis de mil veces su tamaño en un abrir y cerrar deojos. Twisp sentía un profundo respeto hacia los scrats, y hacia los pastadoresrápidos.

Pequeños bandidos peludos, pensó. Una cosa acerca de ellos siempre le hacíasonreír. Sus pequeños penes frágiles se desprendían durante el apareamiento,dejando un pequeño tapón de carne en la hembra que su cuerpo absorbía.Mantenía la esperma dentro, y a los futuros galanes fuera, garantizando lasupervivencia genética del primero en montarla. El macho desarrollaba otropene en cuestión de semanas, pero no tan pronto como para procrear dos vecesen un mismo ciclo.

Una especie de juego se había desarrollado entre muchos pandoranos aexpensas de los pastadores rápidos. El truco era atrapar a un pastador rápido yarrancarle el pene. Eran considerados una exquisitez, y se decía que al Directorle encantaban al vapor sobre sus ensaladas. No era fácil aislar a un solo pastadorrápido. Más de un borracho había sacado muñones allá donde había metidodedos.

Los pequeños animales tenían el aspecto de una pandilla de ladrones, con susmáscaras que cubrían sus hocicos siempre temblorosos y su forma nerviosa demantener siempre al menos la mitad de la horda en alerta. No conocía ningúncaso de que hubieran atacado a seres humanos a menos que fueran molestados,pero cuando atacaban lo hacían con una furia, un abandono tan completo quehelaba la sangre. No tenía la menor intención de descubrir los límites de supaciencia.

Twisp admiraba a los pastadores rápidos por la forma en que permanecíanjuntos. No existía el pastador hambriento. Si un pastador estaba hambriento, todala horda estaba hambrienta. Las Sombras afirmaban que la gente de Pandora

sería como los pastadores rápidos cuando llegara el momento.—El momento es ahora —susurró Twisp, mientras contemplaba a Flattery.Su susurro fue tragado por el viento. En sus venas hormigueaba todavía el

polvo de esporas suficiente como para poner música de fondo a las ráfagas de latormenta que se acercaba.

El viento le devolvió un silbido, « Ssssí» , allá en las extensiones altas, como lohabía hecho siempre en el mar. Solo dentro, detrás del plas y con las escotillascerradas, había oído alguna vez su gemido, « Noooo» . La primera vez había sidohacía casi treinta años, en compañía de una mujer a la que no había podidoolvidar. El viento había sido el correcto entonces, y los anchos hombros de Twispse estremecieron un poco cuando se dio cuenta de que era el correcto ahora.

La horda de pastadores terminó su festín. La mayoría de ellos permanecieroncon sus esbeltos cuerpos erguidos, olisqueando el viento y bostezando. El rosa desus largas lenguas se agitó visiblemente cuando se relamieron sus roj izos hocicos.

Twisp entrenaba a sus monjes con los scrats y los pastadores rápidos enmente. Los aislados zavatanos, como las Sombras de cualquier asentamiento,estaban sintonizados y preparados, listos para luchar, dispuestos a pasar hambre.Sin embargo, él deseaba desesperadamente hallar algún otro camino.

—¿Cómo puedo salvar a la gente y también a Flattery? —preguntó al viento.Una calma repentina pareció detener la tarde.Twisp había observado desde hacía tiempo que el Director cultivaba ciertas

hordas y eliminaba otras. Una cuidadosa observación había dado sus frutos:Twisp conocía todas las madrigueras secretas de los pastadores rápidos y lamiríada de entradas que perforaban la superficie. Era gracias a este tipo depaciencia y atención al detalle que ahora sabían todo lo que podían necesitar paraapartar a un lado el cruel impulso de Flattery y su máquina.

Más allá de la escena de aquella pequeña muerte frente a él, las muertes másgrandes de los carbonizados habitantes del poblado ascendían por entre lashumeantes ruinas de la Reserva. Del mismo modo que los vientos de la tardereunían de nuevo su tormenta, igual el hambre unía a Pandora contra su másperverso enemigo. Twisp observó los inevitables grupos de refugiados querecorrían tambaleantes el camino que conducía al rumor de una seguridad entrelos zavatanos en las extensiones altas.

Nuevos reclutas para nosotros, para las Sombras.Su sonrisa era hosca. Los pandoranos nunca habían sido gente amante de la

guerra. Siempre había habido demasiados pocos humanos, demasiadosdemonios. Incluso hambrientos como se sentían ahora, los pandoranos semostraban reacios a alzar las armas contra sus semejantes. Flattery pagaba a susfuerzas de seguridad, y las pagaba bien, para luchar contra otros humanos. Laenfermedad que Twisp había creído erradicar hacía años se había convertido enuna epidemia bajo Flattery.

—Yo también creí en él al principio —dijo Twisp—. ¿Fue un error?Sabía lo que diría el viento antes incluso de oírlo. Había sido negligente, había

esperado que alguien distinto se ocupara de las cosas. Como todos los demás,había querido vivir tan solo una vida tranquila y sencilla.

La paciencia de Twisp se había deshilachado al mismo ritmo que sus ropas.Durante cerca de veinticinco años había esperado que Pandora pudiera quitarsede encima el manto de hambre y miedo del Director. Sabía que la esperanzatenía menos sustancia todavía que los sueños. Implicaba una espera, ydemasiados pandoranos hambrientos no habían tenido el lujo de esperar. Era unasentencia de muerte, y el tiempo era la acusación.

Cuando Flattery se apoderó del poder, se insinuó primero en el control de laMercantil Sirenia y luego adquirió el control de toda la distribución de alimentos.Después se apoderó del transporte y las comunicaciones a nivel mundial. Todoesto lo consiguió con la muerte de varios de los amigos de Twisp, gente que habíasido propietaria de la Mercantil Sirenia y el Control de Corrientes.

Demasiados accidentes, demasiadas coincidencias.Luchó contra un familiar nudo en su garganta. Todos ellos habían sido

jóvenes, ingenuos, y ninguno había tenido una oportunidad contra la astucia delDirector. Ahora, como siempre, solo Flattery podía permitirse esperar.

Qué irónico, pensó, que aquellos que pueden permitirse esperar no tengan quehacerlo. Me pregunto si le quedará todavía algo que esperar.

Twisp se estremeció por dentro ante la jadeante voz del joven Mose a susespaldas. Sentía suficiente impaciencia en su pecho sin necesidad de seraguijoneado por Mose.

—¿Qué ocurre?El joven monje no se acercaría al escarpado reborde de roca que ocupaba

Twisp, lo sabía muy bien. Se admitió a sí mismo que aquel era un pequeño juegoque jugaba siempre con Mose.

—¿Por qué permaneces ahí fuera? —preguntó el joven, con la voz casi ungemido.

—¿Por qué tú permaneces ahí detrás?Twisp siguió sin volverse, aunque sabía que al final tendría que hacerlo.—Se requiere tu presencia en las cámaras. Es urgente. Hay muchos

preparativos en marcha que no comprendo. Twisp no respondió. —Anciano, ¿meoyes? Ninguna respuesta.

—Anciano, por favor, no me hagas venir aquí de nuevo. Sabes que hacerlome retuerce las tripas de una forma espantosa.

Twisp rio para sí mismo y se volvió para reunirse con Mose en la entrada dela caverna. Las lluvias de la tarde habían empezado de todos modos, golpeteandocomo pastadores rápidos entre los matorrales. Ya sabía lo que Operaciones debíade haber decidido. Que era hora de dejar de esperar. Que Flattery y los suy os

tenían que desaparecer. Que la gente se estaba sublevando de formadesorganizada e indefensa. Que los zavatanos y las Sombras disponían de losúnicos medios y posición para garantizar su caída. Que de nuevo morirían milesen el nombre de la vida y, por supuesto, de la libertad. Cuando no quedaba nadamás que perder, siempre quedaba el hambre.

—Ven conmigo a Operaciones —dijo Twisp—, y te mostraré algo que sí teretorcerá las tripas. Entonces serás testigo de algo realmente aterrador.

Twisp hizo una inclinación de cabeza en la entrada de la caverna, como signode respeto, y entró; los remolinos de su túnica naranja eran un faro contra lacreciente oscuridad de la tarde.

El penumbroso vestíbulo estaba guardado por dos jóvenes novicios con lascabezas afeitadas y pistolas láser en las manos. El muchacho parecía tener unosquince años, y su afeitada cabeza revelaba una cresta alta de hueso rematando sucráneo, lo cual lo hacía más alto que Twisp, aunque sus ojos se cruzaron a lamisma altura. Tanto él como la muchacha vestían los negros monos acorazadosdel Clan de los ímpetus. Ambos estaban convenientemente alertas, y sus rápidosojos castaños negaban su relajada postura. Juntos hicieron girar hacia fuera sobresus goznes la escotilla de plasmacero y admitieron a los dos monjes al interior dela caverna dentro de las extensiones altas.

No eran los ímpetus y los alasplanas lo que estas puertas mantenían a ray a,sino al Director y su Fuerza de Seguridad de Vashon. A lo largo de los años elpropio Twisp se había convertido en un maestro en seguridad. Las incursiones dela FSV habían sido pocas y ninguna había tenido éxito. Consideraban a loszavatanos como inofensivos cobardes drogados por el varec o locos.

—La ilusión es nuestra arma más fuerte —decía Twisp a los jóvenes novicios—. Pareced estúpidos, locos, pobres y feos; ¿quién querrá algo de vosotrosentonces? Observar cómo el moho gana al fruto solo con su apariencia.

La primera cámara era la que era inspeccionada periódicamente por laFuerza de Seguridad de Vashon. Toscamente tallada en la roca, albergaba atrescientos zavatanos de los nueve clanes dispersos a lo largo de las paredes, concomedores y zonas de reunión comunes. Había laberintos de cubículos en tresniveles, colgados con centenares de tapices que ayudaban a ahogar el rumor detrescientas voces resonando dentro de la caverna.

La iluminación era la habitual de incandescencia accionada por cuatrogeneradores de hidrógeno alojados en la roca debajo de ellas. La apariencia erade primitiva escualidez, y los inspectores de seguridad enviados allí por elDirector raras veces permanecían más tiempo del necesario para echar unvistazo de circunstancias. Aquí era donde vivía Mose. Twisp también tenía uncubículo aquí —tercer nivel, a la derecha de la entrada principal—, pero rarasveces dormía en este lugar. Durante más de un año Twisp había vivido en lasestancias privadas del grupo conocido por las Sombras como « Operaciones» .

Twisp ascendió al segundo nivel con Mose a los talones. Se metió detrás de unviejo tapiz isleño a una depresión en la que no repararía nadie excepto quizás unniño jugando. Se acercó a una sección no dañada de mamparo de basalto talladacon elaboradas historias de interacciones de humanos y varec. La sección a laque miraba, titulada « El efecto Lázaro» , era simplemente una enorme figura enbajorrelieve de una mano humana, con el dedo índice extendido, tocando una tirade varec que ascendía del mar.

Twisp tiró del dedo fuera del mamparo y, con el siseo de una dagaabandonando su vaina, una sección de roca salió hacia fuera. CuandoOperaciones se reunía para tratar asuntos zavatanos, lo hacían dentro de estelaberinto de roca. Sus muchas reparaciones traicionaban la inestabilidad de lageología de Pandora, y sus rutas cambiaban constantemente. Pocos conocían lospasadizos, y nadie tan bien como el isleño Twisp, Jefe de Operaciones.

Mose tragó con dificultad saliva y palideció visiblemente. Había historias demiles de habitantes de los poblados y gente común que buscaban la seguridadentre los zavatanos, para no volver a ser vistos de nuevo. El propio Mose habíavisto a centenares de ellos entrar en la gran caverna que ahora habían dejadoatrás y no volver a salir nunca. Operaciones se refería a ellos como los« mensajeros para los pobres» , e insinuaba que eran realojados en otros lugaresde todo el mundo. Aunque Mose había oído este rumor, nunca había visto pruebasque lo respaldaran. A Mose le costaba admitir que había nacido y vivido suspocos años a menos de cinco kilómetros de donde estaban ahora.

¡Nunca han regresado por esta escotilla!Twisp sonrió ante el evidente miedo del joven monje.¿Por qué me gusta atosigarle?, se preguntó. Recuerdo que Brett se lo tomó tan

bien…Sacudió la cabeza. Pensar en su ahora muerto compañero no era productivo.

Limpiar el nido de los asesinos que lo habían matado haría a todo el mundo algode bien.

—Ven —dijo Tatoosh—. Estarás seguro conmigo. Es hora de ejercitar unpoco los músculos zavatanos.

Con una sonrisa, Twisp entró en el bien iluminado pasadizo. Los ojos de Moseno podrían haberse abierto más. Cuando vaciló, Twisp colocó una gran manosobre su hombro.

Mose entró también, y el panel susurró al cerrarse tras ellos.—Quiero que recuerdes todo lo que vas a ver hoy.Mose tragó de nuevo saliva con dificultad y asintió.—Sí…, Anciano.Mose no parecía excesivamente entusiasmado. Si rostro y a de costumbre

pálido estaba tenso, las cicatrices quirúrgicas a lo largo de su cuero cabelludo ysu cuello brillaban con un rosa furioso. Tiraba de sus ropas y retorcía sus manos

alternativamente.El crudo silencio de aquel pasadizo de piedra contrastaba fuertemente con el

constante sonido de la caverna que habían dejado atrás. El pasadizo estabailuminado por una fuente fría, ni brillante ni débil, y tenía los pálidos tonos verdesdel diseño sirenio. Como en muchos complejos sirenios, las paredes se unían enángulos rectos con una precisión que irritaba a muchos isleños. Esas paredeshabían sido excavadas con un fundidor de plasmacero, y excepto por algúnaccidente posterior, avanzaban perfectamente rectas, perfectamente lisas.

Una voz electrónica sobre sus cabezas sobresaltó a Mose:—¿Código de seguridad para el acompañante?—Uno-tres —dijo Twisp.—Siga adelante.Prosiguieron por el corredor, y Mose preguntó:—¿Dónde estamos?—Ya lo verás.—¿Qué quieren decir con « código de seguridad» ?—Tenemos controles dentro de controles —explicó Twisp—. Si hubieras sido

un enemigo reteniéndome como rehén, este pasadizo hubiera sido sellado connosotros dos dentro. Quizá yo hubiera sido rescatado, quizá no. Tú, al menos,estarías muerto.

Twisp notó que Mose caminaba más cerca todavía de él.—Operaciones está muy por debajo de nosotros, incluso debajo del fondo del

océano.—¿Los sirenios hicieron esto? —preguntó Mose.El pasadizo giraba bruscamente a la izquierda y terminaba en una pared lisa

y vacía. Twisp apretó su palma contra una depresión en la pared, y un panel sedeslizó hacia atrás para revelar una diminuta habitación, apenas lo bastantegrande para media docena de personas.

—Los humanos hicieron esto —respondió Twisp—. Isleños y sirenios juntos.El panel se cerró a sus espaldas. Twisp pronunció una única palabra,

« Operaciones» , y la estancia empezó a descender con ellos dos dentro.—Oh, Anciano… —Mose se aferró al largo brazo de Twisp.—No tengas miedo —dijo Twisp—. No hay ninguna magia aquí. Verás

muchas maravillas, pero todas ellas son maravillas humanas. Nuestros hermanosy hermanas sabrán finalmente de ellas. ¿No te dije que te retorcería las tripas?

Ante aquellas palabras Mose se echó a reír, pero siguió aferrando el brazo deTwisp durante todo su rápido descenso.

42

Yo también tengo miedo, como todos mis semejantes,del futuro demasiado lleno de misterio y demasiadocompletamente nuevo hacia el que me estáempujando el tiempo.

PIERRE THEILHARD DE CHARDIN,Himno del Universo, colección zavatana

Doob luchaba con toda la fuerza de sus músculos con los controles de suoruga mientras avanzaba por la rocosa tierra de nadie entre la carreteraperiférica y el asentamiento. El trayecto en el oruga destrozaba los riñones, peroel vehículo no estaba confinado a las pocas carreteras aplanadas como lapequeña Cushette de Stella. Pese a las constantes sacudidas, el oruga no parecíaestropearse tan a menudo tampoco. Este era el tercer viaje que Doob y Grayhacían al cercado de recuperación este mes…, los tres para arreglar el Cushettede Stella, que solo tenía cinco años.

—Deberías ponerle un techo a esta cosa —aulló Gray.Ambos hombres estaban empapados a causa de la repentina lluvia vespertina,

con el pelo pegado contra sus cabezas como gruesa pintura mojada.—Me gusta así —aulló Doob de vuelta—. Mi madre siempre decía que es

bueno para la complexión.—Eso es lo que dicen siempre del sexo.Este era el primer atisbo de humor que Doob veía a Gray en todo el día.

Gray se había presentado hacía como media hora, después de salir de su trabajoen el asentamiento. Mostraba los labios fruncidos y el aspecto hosco, lo cual no separecía en nada al relajado Gray que vivía en la puerta de al lado de ellos. Graytrabajaba en algo relacionado con la seguridad para el círculo personal delDirector, de modo que cuando no parecía tener ganas de hablar Doob sabía queera mejor no hacer preguntas.

Doob, sin embargo, estaba hoy lleno de preguntas. El cielo estaba cubierto dehumo sobre el asentamiento, y esto le preocupaba pese a las noticias.

—Una buena lluvia limpiará el aire —dijo—. También es buena para elcerebro. Me gustaría que creciera algo ahí fuera aparte más rocas.

—Esos zavatanos pueden hacerlo —dijo Gray.—¿Hacer qué?—Conseguir que crezca algo aquí. Tienen enormes granjas por toda la región

costa arriba. Igual que los isleños, pero ellos han trasladado las islas tierraadentro.

Doob miró a Gray, incrédulo. Había oído rumores, por supuesto, todo elmundo los había oído.

—No estarás bromeando, ¿verdad? ¿Hacen crecer comida ahí arriba, y elDirector les deja seguir con ello?

—Exacto. Pueden mantener el control ahí arriba, y aquí abajo también.—Pero ahí arriba todo es riscos y rocas…—Eso es lo que has oído —dijo Gray—. ¿Dónde lo has oído?—Bueno, en las noticias. No sé de nadie que haya viajado realmente hasta

ahí arriba.—Yo sí.Doob miró de reojo a su mejor amigo. Algo le había ocurrido hoy, algo que

había cambiado toda su disposición. Gray solía ser muy alegre. Venía a su casa,bebía algo de alcohol con Doob, trasteaba con los vehículos. A veces, cuandoDoob podía permitírselo, llevaban a sus esposas al asentamiento para pasar unavelada de vino y jugar unas partidas de buzzboard. Decididamente, Gray noestaba de humor hoy, pero Gray había estado costa arriba y Doob se sentía muycurioso.

—¿Realmente has estado? —preguntó—. Bueno…, ¿y cómo era?Sabía el peligro de aquella pregunta. Sospechaba que fuera lo que fuese lo

que Gray tenía que decirle sobre la región costa arriba, se trataba de algo que noera seguro saber.

—Era hermoso —dijo Gray.Lo dijo en voz alta, pero su voz seguía siendo difícil de oír por encima del

motor y del tubo de escape del oruga.—Tienen huertos, centenares de ellos. Un campo de rocas como este puede

hacer crecer maíz en una estación ahí arriba. Y cada pequeño jardín estábordeado de flores, de todos los colores…

Era la expresión soñadora del rostro de Gray lo que preocupaba a Doob.Doob había visto a menudo esa misma expresión cuando Gray volvía de dondefuera que la gente del Director lo mandaba. Gray nunca daba voluntariamenteinformación, y Doob sabía que era mejor no preguntar. Cuanto menos supierasobre ese tipo de cosas, más tiempo viviría, estaba seguro de ello.

Además, ya escuchaba suficiente política peligrosa de su compañera, Stella.Como Doob, tenía veintidós años, pero iba por ahí con artistas e intentaba actuarcomo si fuera mayor. Había convertido la mayor parte del espacio donde vivíanen un huerto hidropónico multinivel, y hacía crecer champiñones bajo sushabitaciones. Gray sabía esto, por supuesto, pero fingía no verlo. Stella procedíade una larga estirpe de agricultores isleños. Su familia era propietaria de patentesde semillas mutadas específicamente para Pandora, y su experiencia con

hidropónicos se remontaba a tres siglos. Doob tenía la impresión de que podríahacer que las paredes brotaran si él le dejaba.

Stella hablaba sin cesar, pero esto no molestaba a Doob. Significaba que él notenía mucho que decir, y así era como a Doob le gustaban las cosas.

Gray le indicó que cortara el motor. El oruga petardeó una vez y se detuvosobre un reborde rocoso que les permitía una vista general a todo su alrededor.

—Quiero creer que puedo confiar en ti —dijo Gray —. Hay algunas cosas delas que necesito hablar.

Doob tragó saliva, luego asintió.—Por supuesto, Gray. Aunque estoy un poco asustado, y a sabes.Gray sonrió, pero era una sonrisa hosca.—Deberías estarlo —dijo. Señaló la amplia zona ocupada por los refugiados

allá delante—. Ahí fuera hay gente que se está muriendo de hambre y que temataría por una comida del huerto de Stella. La gente de Flattery te mataría porcultivar comida ilegal. Yo podría matarte si le dijeras a alguien lo que voy acontarte.

Doob inspiró profundamente. La firme mirada de Gray le dijo que no estababromeando. También sabía que necesitaba oír lo que Grey necesitaba decir.

—¿Incluso a Stella?Los ojos de Gray se ablandaron. Doob sabía lo mucho que quería a Stella. La

trataba como si fuera la hija que Gray y Billie nunca habían tenido.—Veremos —dijo Gray —. Primero escúchame.Gray habló casi en un suspiro, y su mirada iba nerviosamente de un lado para

otro. Doob se inclinó cerca de Gray y fingió estar trabajando en el panel decontrol del oruga. Tenía la clara sensación de que estaban siendo observados.

—He estado fuera un mes, ya lo sabes —dijo Gray —. Me enviaron costaarriba, para espiar a algunos zavatanos de allí. Me enviaron con una historia, unacámara en miniatura y una forma de entrar y de salir. Unos vuelos por encimade la zona habían mostrado algunos signos de pesca y de producción de comidailegales. Flattery quería detalles. Lo que vi allí cambió mi vida.

Alzó la tapa del panel de control y la apoy ó a un lado. Tanto Gray como Billiehabían sido criados allá abajo en asentamientos sirenios.

Es metódico, como un sirenio, pensó Doob.Los ojos azul hielo de Gray seguían vigilando cualquier movimiento

alrededor del oruga. Ahí al aire libre, tan cerca del perímetro, había el riesgo deotros peligros además de los humanos. Gray siguió hablando en su tono lento ytranquilo.

—Hay isleños sin islas —dijo—. Hay miles de ellos ahí arriba…, Flattery notiene ni idea de que haya tantos. Tienen camuflaje para los vuelos dereconocimiento. Los pequeños huertos miserables que vemos desde el aire estánahí para ser vistos. Bajo el camuflaje, y bajo tierra…, es una historia

completamente distinta. Crean orgánicos de los tanques de nutrientes, de lamisma forma que lo hacían en otros tiempos. Excepto que ahora, en vez dedesarrollar islas a partir de ellos, le rocían una espuma sobre las rocas, y unasemana más tarde crecen plantas allí. La fabrican a partir de la basura y lasaguas fecales, exactamente igual que en los viejos días.

» Sobre tierra llana, o en su segunda aplicación, los orgánicos forman unacapa gelatinosa de un centímetro de espesor y doce metros de ancho. Lassemillas son impregnadas en hileras en esa gelatina, luego aplicadas sobre rocadesnuda o arena, o en los huertos del año pasado. Contiene nutrientes, agua ydefensas contra los depredadores, que se van liberando poco a poco. ¿No creesque a Stella le encantaría ver esto?

—Suena como su idea del paraíso —dijo Doob—. Echa en falta la vida en lasislas, aunque la nuestra embarrancó cuando teníamos cinco años. Supongo quey o también la echo en falta. No la deriva, sino más bien la libertad. Nospreocupaba la posibilidad de embarrancar, pero no nos teníamos miedo los unosde los otros.

Esto último lo dijo Doob con una cierta reserva. Admitir que tenías miedo dela seguridad era implicar que existía alguna razón para tener miedo. El miedo eraun motivo para la investigación.

—Sí —suspiró Gray —, tenemos miedo los unos de los otros, ¿verdad? Inclusotú y y o. Ahí arriba —señaló costa arriba— son cautelosos, pero no tienen miedo.

—¿Qué hiciste con tu informe? ¿Revelaste…?—¿Su felicidad? ¿Iba a traicionar el único signo de humanidad del que he sido

testigo en casi veinte años? No. No, mentí, y me aseguré de que mi cámaramintiera también. Pero no soy tan valiente como piensas. Sé lo que Flatterysospechaba: que había asentamientos allí, comida ilegal. Pero también sé lo queFlattery deseaba. Quería que todo fueran habladurías, algo que no valiera la penaseguir investigando, ¡porque no dispone de las fuerzas necesarias para detenerlo!Mira a tu alrededor, Doob. —Gray hizo un barrido con su mano, abarcando elhorizonte de lado a lado—. Esto le exige hasta el último hombre de que dispone, yestá perdiendo. Hubo disturbios en el asentamiento hoy, disturbios grandes, yhabrá más. Las noticias no son noticias, son ficción preparada por Flattery yescrita por sus estúpidos personales. Sus mentiras nos mantienen pequeños, ymientras seamos pequeños él mantiene el control.

» No, no quiere que haya nada costa arriba, así que cuando le mostré la obrade algunos miserables destripaterrones se sintió feliz. De modo que quizá la cosaquede aquí. El grueso de sus fuerzas está aquí y en Victoria, con un montón depatrullas marinas vigilando las flotas pesqueras. Este mundo es mucho másgrande que eso, Doob. Es mucho más grande, y cada vez se hace un poco más.Creo que tú y Stella deberíais ir ahí arriba.

—¿Qué? —Doob se golpeó la cabeza al sacarla del panel de control—. ¿Estás

loco? Ella va a tener… Quiero decir, no podemos pensar en nada así ahora.Tenemos que quedarnos aquí.

—Doob, sé que va a tener un niño. Stella se lo dijo a Billie, y Billie me lo dijoa mí esta mañana. De todos modos, no va a poder ocultarlo mucho tiempo más.Tendréis que solicitar nuevos cupones de comida, puede que venga gente a visitarvuestra casa, no podéis correr este riesgo.

Doob suspiró, luego escupió por la ventanilla del conductor.—Mierda —murmuró.—Escucha —dijo Gray —. Hay una forma de salirse de todo esto. ¿Cómo es

el Cushette sobre el agua?—Bueno, está bien cuando funciona. Aunque no puede equipararse a un

hidroala, o a uno de esos botes de persecución de seguridad.Gray miró atrás, a la plataforma del oruga. Era un cajón volquete de

almacenamiento de dos metros de ancho por cuatro de largo. Doob se ganaba suscupones transportando equipo para la construcción arriba y abajo por las play asde Kalaloch.

—¿Puedes recorrer trescientos kilómetros con esto por terreno escabroso?Doob negó con la cabeza.—Ni soñarlo. Doscientos, como máximo. Con un conversor, y acceso al agua

del mar, probablemente podría dar la vuelta al mundo.—Ajá —dijo Gray, acariciándose la barbilla—. Pero no hay agua de mar

tierra adentro, y los conversores no funcionan en arroyos o lagos. Tengo un viejodepósito de alta presión en mi casa, que podría permitirte hacer todo el viaje.

—¿De qué estás hablando? —Doob se pasó una mano nerviosa por su revueltopelo castaño—. ¿Piensas que simplemente podemos conducir este trasto costaarriba como nos parezca? Nos freirán el culo antes de que lleguemos a lasextensiones altas.

—Por eso no vas a ir en esa dirección —dijo Gray —. Tengo un mapa, ytengo un plan. Si puedo llevaros a ti, a Stella y al oruga costa arriba hasta miscontactos zavatanos, ¿vendrías?

Doob alzó la vista a tiempo para ver un destacamento de seguridad abandonarel perímetro y dirigirse hacia el oruga por entre las rocas. Estaban todavía a unpar de centenares de metros de distancia, pero no parecían alegres.

—Mierda —dijo Doob.Volvió a cerrar la tapa del panel de control y puso en marcha el motor.

Empezó a hacer girar el vehículo sobre su oruga izquierda para volver a casa.—No —exclamó Gray —. Salimos a buscar un estárter para el Cushette, y

eso es lo que haremos. Salúdales.Gray saludó a la patrulla de seguridad, y Doob hizo lo mismo. El jefe del

pelotón les devolvió el saludo, y los hombres volvieron a la carretera delperímetro, por la que era más fácil andar.

—¿Lo ves? —exultó Gray —. Es igual en todas partes. Aprende a reconocer loque es más fácil para ellos, y podrás salirte de cualquier situación. Hablaremosmás sobre este viaje costa arriba en el camino de regreso. Lo tengo todopensado, no te preocupes.

Exhibió a Doob una sonrisa, una grande, y Doob se dio cuenta de que éltambién estaba sonriendo.

Huertos, pensó. A Stella le encantará, seguro.

43

Refrenándose de actuar no alcanza uno la libertad deacción. Como tampoco la mera renuncia le permitealcanzar la perfección suprema.

QUEETS TWISP, « EL ANCIANO» ,Conversaciones zavatanos con el Avata

Twisp siempre había pensado que « alojamientos» era un buen nombre. Dehecho, había muchos alojamientos bajo la roca, uno para cada miembro delconsejo y varios para el personal de apoy o, así como salas de reunión generalesy dormitorios. El complejo era tosco según los estándares sirenios, primitivosegún los estándares del Director. Los equipos de reparaciones trabajaban portoda el área arreglando los últimos daños causados por el gran terremoto del añopasado, que y a había pasado a la historia oral como « el gran terremoto del 82» .

Al otro lado del pasadizo, frente a la escotilla del ascensor, estaba elalojamiento personal de Twisp, abierto en la reluciente roca negra. Abrió laescotilla e hizo un gesto al boquiabierto Mose para que entrara.

—Siéntate aquí.Twisp indicó un diván bajo a la izquierda de la escotilla. El diván era orgánico,

como la silla perro. Era un cubículo claramente isleño. Toda la habitación medíaapenas cuatro zancadas de lado.

Los estantes llenaban la mayor parte de las paredes de roca negra, y en esosestantes había centenares de libros. Eran viejos libros de pulpa de varec, con loslomos desgastados. Twisp había sido un pescador sin holo ni pantallas visoras. Lapulpa de varec blanqueada y las prensas de mano hacían circular en cadapequeña comunidad la literatura y las noticias disponibles.

Twisp cerró la escotilla, luego sonrió.—Coge todos los libros que quieras —dijo—. No sirven para nada en sus

estantes.Mose inclinó la cabeza.—Yo… nunca te lo dije —tartamudeó. Se retorció las manos de mordidas

uñas—. No sé leer.—Lo sé —dijo Twisp—. Supiste disimularlo bien, me costó mucho tiempo

darme cuenta.—¿Y no dij iste nada…?—Solo tú podías saber cuándo era el momento. Siempre hay alguien

dispuesto a enseñar, pero eso no sirve de nada hasta que el alumno está dispuestoa aprender. Leer es fácil. Escribir es una historia completamente distinta.

—Nunca he sido muy bueno aprendiendo cosas.—Alégrate —dijo Twisp—. Aprendiste a hablar, ¿no? Leer no es tan

diferente. Tomaremos café cada día durante un mes, y podrás leer bien cuandoese mes haya terminado. ¿Qué te parece si empezamos tomando café y mástarde damos la primera lección?

Mose asintió, y su expresión se iluminó. En la superficie, entre los zavatanos,no había tomado café a menudo puesto que el Director controlaba toda laproducción. Pero había hecho voto de pobreza zavatano, que era un paso másarriba de la pobreza que había conocido su familia. Entre los zavatanos habíadescubierto que no había que esperar nada, que había que gozar de todo. Twisphizo los preparativos, con sus largos brazos en jarras frente a la mesa.

Una mesilla plegable y un pequeño lavabo de piedra sobresalían de la paredal otro lado de la habitación, al lado de la cocina y el refrigerador empotrados.Mose se reclinó en el viejo diván y dejó que se adaptara a sus formas. Loencontró indescriptiblemente más agradable que su camastro de la superficie. Unestante al lado del diván contenía varios holocubos. En ellos la mayoría de lasimágenes eran de un hombre joven de pelo rojo y una muchacha menuda depiel oscura.

—La reunión empezará pronto, Mose —dijo Twisp. El viejo suspiró sinvolverse, y sus largos brazos colgaron un poco. Metió unas cucharadas deloloroso café en una pequeña marmita—. Todos compartiremos una sopa allí, esla antigua costumbre, así que no te ofrezco nada aquí. Mi cubículo es tu cubículo.Esta escotilla conduce al servicio. Esta otra —señaló con la cabeza la escotilla porla que habían entrado— a las cámaras generales del consejo. Prepárate paratoda una confusión de gente haciendo cosas extrañas.

—Así es como han sido las cosas toda mi vida.Twisp se echó a reír.—Bueno, hasta ahora te las has arreglado muy bien. ¿Recuerdas el juramento

que hiciste cuando viniste entre los zavatanos?—Sí, Anciano. Por supuesto que lo recuerdo.—Repítelo, por favor.Mose carraspeó y se sentó un poco más envarado, aunque Twisp seguía de

espaldas a él.—« Renuncio a partir de ahora a todo robo y apropiación de comida y

cosechas, el saqueo y destrucción de hogares pertenecientes a otros. Prometodejar que la gente vaya de un lado a otro a voluntad, sin ser molestada, alládonde viva; juro esto con las manos alzadas. No saquearé ni destruiré, ni siquierapara vengar vida y miembros. Profesaré buenos pensamientos, buenas palabras,buenas acciones.»

—Muy bien recitado —dijo Twisp, y tendió a Mose su café caliente—. Estásaquí porque el consejo necesita tu opinión. El consejo tiene que tomar unadecisión muy importante hoy. Nunca antes se había enfrentado a una decisión tangrande. Puede que implique pedir a los zavatanos, a todos nosotros, quequebranten su juramento, la parte relativa a vengar vida y miembros.Necesitaremos tu testimonio en esta reunión, y tu opinión ayudará a decir si loquebrantamos o no.

Twisp dio un sorbo a su café, de pie todavía junto a Mose, y notó el temblorde las manos de uñas mordidas del joven monje.

—¿Tienes alguna opinión al respecto, Mose?—Sí, Anciano, la tengo.No hubo ninguna vacilación en la voz de Mose, y el temblor de sus manos

cesó.—Un juramento…, bueno, eso es algo para toda la vida. Prometí respetar el

juramento de por vida. Eso es lo que hice, y eso es lo que debo hacer.Mose acentuó sus palabras con un breve asentimiento, pero siguió sin alzar la

vista.Tan temeroso, pensó Twisp. Este mundo es mucho más habitable de lo que fue

nunca, pero la gente tiene más miedo, incluso de aquellos más cercanos a ellos.Una llamada en la escotilla lateral del alojamiento los sobresaltó a los dos.

Twisp abrió la escotilla a una mujer joven de pelo roj izo que llevaba una tablillaportapapeles. Tenía buenas formas, que realzaban el mono gris característico delClan del Varec. El nombre encima del bolsillo de su pecho izquierdo decía« Snej» . Sus ojos azules estaban enrojecidos e hinchados.

¡Ha estado llorando!—Cinco minutos para el consejo, señor —dijo, conteniendo sus lágrimas tan

delicadamente como pudo—. Aquí están las notas de nuestros últimos informes.—Su mirada mantuvo la de él, pero su voz descendió—. El Proyecto Diosa puedeque esté perdido, señor. No hay ninguna noticia ni signo de ellos desde hacehoras.

Sus labios temblaban bajo un estricto control, y nuevas lágrimas pugnaron porasomarse a sus enrojecidos párpados. Twisp había notado y a un aire general dedepresión en el resto del equipo de apoyo.

—LaPush estaba transmitiendo cada hora ráfagas a través de su cámara…—También hay un problema de comunicación en la banda ancha —dijo ella

—. Los canales del varec están limpios, pero las emisiones convencionalesparecen embarulladas. A veces son claras, a veces no. Quizá sean las manchassolares, pero no actúan como las manchas solares. Demasiado selectivas.

Metió una mano en su manga en busca de su pañuelo y se sonó la nariz.—Estás trastornada —dijo Twisp—. ¿Puedo ay udar?—Sí, señor. Podría hacer volver a Rico para mí. Sé que Crista Galli es

importante…, muy importante. Pero yo…—¿Estás monitorizando las consolas hoy ?Ella asintió, al tiempo que se secaba los ojos con la manga.—Concéntrate en las comunicaciones a o desde el complejo de Flattery, y

transmítelo todo a los alojamientos del consejo. Los traeremos de vuelta… Ricoy Ozette no se dejan dominar por el pánico bajo el fuego.

Esto último pareció animar algo a la joven. Se sonó de nuevo la nariz,enderezó los hombros.

—Gracias —dijo—. Lo siento…, tengo que volver. Gracias.Mose siguió a Twisp por la escotilla, y echaron a andar cruzando el enorme

centro de información lleno de gente. Mose reconoció a algunos de los refugiadosdel poblado que había visto al pasar por la caverna de arriba. Llevaban el mismomono verde de la pelirroja, Snej , o los trajes de una sola pieza marrones oscurosque reconoció como pertenecientes al más reciente Clan de los Guardianes delSuelo.

Los pasos de Twisp adquirieron una elasticidad más juvenil de la queevidenciaba su trenza gris mientras atravesaban la cubierta de la estancia llena deescritorios improvisados, pantallas visoras, montones de papeles, cables por todoslados. Aquella era su obra de veinticinco años: Operaciones, el corazón y el almade las misteriosas Sombras.

—Flattery cree que nuestra sede está en Victoria —le había dicho Twisp alconsejo al principio—, y quiero que el resto del mundo lo crea también. LasSombras serán una ilusión, una ficción que nosotros nos encargaremos demantener. El mundo entero está en juego, quizá todas las vidas humanas, hasta laúltima. Debemos tener la paciencia necesaria.

Esperaba que siguieran teniendo la paciencia necesaria.Twisp quitó algunas unidades de almacenaje de una vieja silla perro e indicó

a Mose que se sentara. Un gran escudo de plas les separaba de la ominosaquietud de una sala llena de tecs. La pelirroja, Snej , hizo una inclinación decabeza hacia Twisp e intentó sonreír.

Snej le recordaba a Twisp un poco a la embajadora Kareen Ale, una amigasuy a que había sido una de las primeras víctimas del escuadrón de la muerte deFlattery.

Salvó muchas vidas, pensó. Y era tan malditamente hermosa.Twisp apartó de su mente el doloroso recuerdo y se acomodó en el sillón de

su consola. Los asientos de los demás miembros del consejo estaban dispuestos,como el suy o, como los radios de una rueda, cada uno con acceso a una consola,una pantalla visora y un holoescenario central.

Twisp se quitó su deshilachada túnica. Debajo llevaba un traje de una solapieza color óxido del Clan de las Hidrobolsas. La insignia de las manos unidassobre su pecho derecho representaba el símbolo informal de las Sombras. Como

Twisp, cada uno de los otros tres cónsules estaba acompañado por un testigo civil.Un sillón permanecía vacío, con su pantalla visora apagada.

Los otros tres testigos, como Mose, permanecían sentados con los ojos muyabiertos, contemplando los mapas y los datos expuestos ante ellos. Twispcarraspeó y pronunció las sencillas y temibles palabras que algunos miembrosdel consejo habían esperado oír durante más de veinte años.

—Hermanos y hermanas, ha llegado el momento.Tras la antigua bendición de la comida, compartieron en silencio el bol ritual

de sopa. Era el caldo clásico isleño, casi transparente, con un par de brillantesmurées enroscados en el fondo. Trocitos de cebolla verde flotaban en lasuperficie, y su fuerte aroma perfumaba la estancia.

El sillón vacío pertenecía a Nano Macintosh, superviviente de los mismostanques de hibernación que habían traído al Director, Raja Flattery. Macintoshhabía rechazado la codicia de Flattery por las más familiares filosofías tipo zende los zavatanos. Se había afeitado la cabeza, dijo, « como signo de pesar por lapérdida del alma de Flattery, y como recordatorio para conservar la mía» .

Hacía años, Macintosh y Flattery habían mostrado públicamente sudesacuerdo, de forma acalorada en muchas ocasiones. Los rumores decían queFlattery había trasladado el Control de Corrientes al Orbitador a fin de poderenviar allí a Macintosh. Mack había perfeccionado recientemente un sistema decomunicación por consolas que utilizaba el varec como transmisor. Todos lossistemas en los alojamientos estaban conectados al varec. Mediante un código,también diseñado por Macintosh, cada consola era capaz de establecer contactoinmediato con el Control de Corrientes.

Espero que podamos mantener estas líneas abiertas, pensó Twisp. Lasinterferencias podrían producirse solo en los canales convencionales. Si se tratade la actividad solar, probablemente no afecte a los canales del varec.

Tomó nota mental de recordarle a Snej que comprobara el canal del varec enbusca del filme de Rico. Con suerte, podía haber sido recogido y estaralmacenado allí.

Tras compartir la comida, Twisp recibió calmadamente las afirmaciones delos demás, que las presentaron también calmadamente, aunque lo que afirmabanpodía degenerar en una espiral de muerte a escala mundial. Cada rostro en lahabitación reflejaba lo serio del asunto. Todos estaban de acuerdo en que habíallegado el momento. Lo importante era que todos estuvieran de acuerdo tambiénen de qué había llegado el momento.

Venus Brass, la consejera más anciana con sus setenta y cinco años, habíavisto a su esposo y a sus hijos ser asesinados por orden del Director, y ella mismahabía escapado de la muerte por el filo de una navaja. Venus, una mujer isleñade movimientos lentos, gran corazón y rápido ingenio, había edificado con suesposo un imperio de distribución de alimentos. Flattery se apoderó de él y lo

unió a la Mercantil Sirenia. Transportaban el pescado y los productos de lospequeños proveedores como Twisp a los mercados públicos a cambio de unporcentaje de los beneficios. Flattery era el único distribuidor ahora, lo hacíadónde y cuándo le apetecía, y cobraba unos derechos de participacióndemasiado altos para que cualquier persona individual pudiera permitírselos.

Kaleb Norton-Wang, heredero de pleno derecho de la Mercantil Sirenia, erael cónsul más joven, con sus veintitrés años. Hijo de Scudi Wang, heredera de laMercantil Sirenia, y de Brett Norton, el compañero de pesca de Twisp, Kalebhabía visto cómo sus padres eran asesinados cuando su bote estallómisteriosamente una noche mientras estaba anclado en el puerto. Eso fue antesde que nadie empezara a sospechar de la mano de Flattery en todas estasacciones.

Kaleb había bajado a tierra aquella noche para jugar con algunos de susamigos. Tenía diez años entonces, y durante meses las conversaciones en suscenas se refirieron todas a Flattery, y a sus maniobras para apoderarse de laMercantil Sirenia.

Twisp, despertado bruscamente en su propio bote, anclado cerca, encontró almuchacho gritando en el muelle mientras contemplaba arder la embarcación desu familia. Twisp y Kaleb huy eron juntos a las apenas habitables extensionesaltas. Como su difunto padre, Kaleb podía ver en la oscuridad. La agudezainterior de su madre y su alianza personal con el varec proporcionaron a Kalebuna inteligencia formidable. Él, como su madre, podía comunicarsedirectamente con el varec por contacto. Le resultaba demasiado difícilencontrarse con los recuerdos de sus padres en el varec, de modo que rarasveces exploraba sus caminos mentales.

Está demasiado amargado, pensó Twisp. La amargura te empuja hacia abajo,te hace cometer errores que no puedes permitirte.

No había sabido mucho de Kaleb últimamente. El distrito del muchacho eraVictoria, la única fortaleza sólida de Flattery costa arriba. Twisp temía que Kalebhubiera aceptado el desafío de este mando a fin de poder desencadenar unavenganza personal contra Flattery y su gente. Esperaba haber enseñado a Kaleblo bastante bien como para que el muchacho no respondiera a Flattery de lamisma forma que Flattery había respondido a sus padres.

Las regiones interiores costa arriba estaban representadas por MonaAlaplana, una mujer de mediana edad de rostro enrojecido que estaba hablandoen estos momentos.

—Nos hallamos en una posición cómoda —dijo.Sus profundos ojos castaños resplandecieron, y su ronca voz habló con un

fuerte deje isleño.—Cada una de nuestras casas alberga alimentos para seis meses. Tenemos

almacenados unos excedentes que bastan para cubrir las necesidades de un

importante flujo de refugiados hasta la próxima cosecha. El cónsul de la costame dice que estamos en una posición similar con los productos del mar.

Venus Brass asintió con la cabeza.—Francamente —prosiguió Mona—, nuestra gente no desea bajar a luchar.

Subieron aquí para alejarse de todo eso, han vivido bien costa arriba, quieren quelos dejen tranquilos. Aceptarán a cualquiera de buena fe que busque refugio,como siempre. Se han efectuado los preparativos habituales para defensa, perodebo hacer hincapié en este punto: Esa gente no desea matar a nadie.

Un nuevo asentimiento de Venus Brass. Su aguda y temblorosa vozcontrastaba con la de Mona.

—Ocurre lo mismo con nuestra gente —dijo—. Utilizan la libertad del marpara alejarse de « los problemas» , como los llaman. Son valientes y atrevidos.Entre ellos pueden formar una buena flota y una fuerza de asalto. Pero, como lagente de Kaleb, viven entre la gente de Flattery cuando se hallan en tierra firme,comercian con ellos, las distintas familias se casan entre sí. No desean matar anadie, en particular a familiares. Ya habéis visto cómo Flattery ha distribuido sustropas para acomodarse a esta actitud…

¡Blam!El puño de Kaleb contra su escritorio sobresaltó a todo el mundo.Twisp cerró su propio puño en un reflejo, luego volvió a abrirlo lentamente

sobre su rodilla.—Este es el consejo que soñaría Flattery —dijo Kaleb. Su voz reflejaba la

dura amargura que Twisp había oído a menudo en él últimamente—. Estamoshablando aquí de no hacer nada para frenar esta locura, estos asesinatosgeneralizados. ¿Acaso yo he sido el único que ha sido testigo de lo que ocurrió ahífuera hoy?

—Hablar de lo que no haremos es un preámbulo a hablar de…—Es un preámbulo a nada, como de costumbre —interrumpió Kaleb—.

Históricamente es cierto que los humanos tienen hambre solamente porque loshumanos lo permiten. Simplemente debemos no permitirlo, no durante otro día,no durante otra hora.

Venus se echó hacia atrás como si hubiera sido abofeteada, luego cruzó losbrazos sobre su delgado pecho.

—¿Ha sido su gente la que ha iniciado esto de hoy ? —preguntó.Kaleb sonrió, y la exuberancia de su sonrisa acentuó su aspecto juvenil.He aquí uno que está mucho más allá de su edad, pensó Twisp. Lo

suficientemente más allá como para saber utilizar esa sonrisa.—Eso fue cosa de Flattery —dijo Kaleb—. Yo tengo otro plan, uno más

acorde con nuestros ideales. Mi gente está de acuerdo con él, y mis contactos medicen que la vuestra estará de acuerdo también.

—¿Y luego qué? —siseó Mona, y se echó hacia delante en su asiento—.

Hacer algo atraerá su atención. Flattery enviará la seguridad…Era un viejo argumento, pero Kaleb lo dejó proseguir. En un momento

determinado miró a Twisp. El ansia que brillaba en sus jóvenes ojos le recordó aTwisp al padre de Kaleb cuando tenía esa misma edad: hábil, atrevido,impetuoso. Brett Norton había matado en una ocasión, por reflejo, pero esamuerte había salvado a Twisp y a la madre de Kaleb.

Mona terminó de contar una vez más la posición de su gente.—Recibirán refugiados, pero no abandonarán las vidas que se han construido

de la nada. Eludir la detección es mucho más preferible que enfrentarse alconflicto.

—Comprendo —dijo Kaleb—. Esa es la postura del pastador rápido. Perohay otra cosa que también es cierta respecto a los pastadores: si un pastador tienehambre, toda la horda tiene hambre. Lo hemos coordinado todo, y tenemos unplan que alimentará a toda la horda.

Twisp reprimió una sonrisa.Veo que no ha olvidado mis discursos sobre los pastadores rápidos, después de

todo.Twisp sabía que, entre el consejo, no existía nada parecido al rango. Votarían

si participar o no, y actuarían de la forma que dictara su decisión.—Todos tenemos planes —dijo Twisp—, ahora es el momento de convertirlos

en un solo plan. El Proyecto Diosa lleva cuatro horas de retraso respecto a supunto de control costa arriba. Eso merecerá que le dediquemos también ciertaconsideración en esta sesión.

Hubo un murmullo alrededor de la mesa. Los cuatro testigos estaban pálidosy asustados desde su llegada, y la agitación del consejo les hacía aparecer máspequeños además.

La mano de Twisp se alzó para restablecer el silencio.—Tenemos otros pescados en el cesto. Por favor, sed indulgentes conmigo.Vio que llegaba un mensaje a la consola de Nano Macintosh, e hizo un gesto

con la cabeza a Snej para que se hiciera cargo de él. Prosiguió:—Flattery ha dominado con el hambre y el miedo. Sus motivos evidentes:

huir del planeta, al mando de una Nave Profunda. Nadie discute el librarnos deél, ¿no es cierto?

Hubo asentimientos alrededor de la mesa, pero Mona dijo:—Va a llevarse tres mil de nuestra mejor gente consigo, y dejará aquí esa

maldita fuerza de seguridad…—Ellos desean ir —hizo notar Twisp—. Deberían ser libres de asentarse en el

vacío, si esa es su pasión. Nos libraremos de él, esa es nuestra únicapreocupación. Pero tendremos que quebrar la maquinaria de su poder antes deque se marche. Primero tiene que caer, y debemos asegurarnos de que no puedaregresar por ningún medio. Debemos tratar con criminales sin convertirnos

nosotros mismos en criminales. Si no lo hacemos así, entonces nosotros ynuestros hijos estamos perdidos.

Snej leyó lo que Macintosh tenía que decir desde el Orbitador.—Twisp, el Proy ecto Diosa ha sido… interceptado.—¿Interceptado? Bueno, al menos eso se halla todavía un paso antes que

« perdido» . ¿Dónde están? ¿Quién lo hizo?—Es el varec —dijo Snej—. El doctor Macintosh especula que el varec olió a

Crista Galli y decidió cogerla. Tiene problemas con las comunicaciones, pero elcanal del varec todavía funciona.

—¿Ha dado datos suficientes? —preguntó Twisp.Masajeó un dolor de cabeza que se estaba acumulando en su frente. Hoy,

más que otros días, estaba sintiendo el peso de su segundo medio siglo. Snej letendió un mensajero y él lo conectó a su consola.

—El varec en el sector ocho desvió su hidroala a su campo —informó la vozde Mack—. Para conseguirlo cambió completamente varios canales detransporte, y un cierto número de subs resultaron averiados, algunosposiblemente perdidos. Ha habido bajas, en número desconocido. El Control deCorrientes intentó una « persuasión» enérgica, siguiendo las órdenes de Flattery.Ningún efecto…

Brotaron murmullos alrededor de la mesa. Twisp también estaba sorprendido.El varec se resistió, pensó. Esa es la señal que necesitábamos.—¿Tenemos a alguien en esa zona? —preguntó Kaleb—. ¿Alguna gente del

Clan del Varec que sepan lo que hacen?Mona agitó los dedos sobre su consola.—Sí —dijo—. Tenemos un Oráculo en el lado de tierra de su posición, lleno

de personal.—Si la navegación sufre perturbaciones allí, seguramente nuestra gente

también tendrá problemas —dijo Venus—. Intentaré enviar un sub, pero supongoque toda la zona es infranqueable…

Twisp interrumpió.—Lo que necesitamos ahora es una interferencia total con todo lo que haga

Flattery. Vayan donde vayan sus hombres, haga el movimiento que haga,necesitamos gente que se cruce en su camino, necesitamos establecer callejonessin salida. Debe sentirse frustrado a cada giro. ¿Indica su interferencia en elControl de Corrientes que nos ha captado?

—Es posible —dijo Snej , con la boca reducida a una hosca línea—, aunque lodudo.

—Pídale al doctor Macintosh que cierre por completo el Control de Corrientes—dijo Twisp—. Habrá represalias, todo lo sabemos. Pero sabemos más quenadie acerca de movernos por el varec, y la mayor parte de él se halla denuestro lado. En cuanto al ahora, el tráfico, a nivel mundial, se hallará en un

punto muerto. Todos sabemos los peligros, por supuesto.Twisp, que había pescado en mar abierto durante la mayor parte de su vida,

sabía mejor que cualquiera de ellos los destinos que acababan de decretar paramiles encima y bajo el océano. Incontables personas inocentes se hallaban ahoravaradas en aguas no navegables, algunas entre varec hostil. Los dados habían sidolanzados, y por el propio Flattery.

—Nuestro éxito o nuestro fracaso dependen completamente de lacooperación del pueblo de Pandora —dijo—. Necesitamos hacer que pase máshambre que nunca. Combatir el hambre con el hambre, el miedo con el miedo…

Kaleb lo interrumpió alzando una mano, luego se disculpó con una inclinaciónde cabeza.

—No combatimos el hambre con el hambre —dijo. Su voz era suave, su tonocomo el de un joven padre dando una reprimenda a su hijo—. Somos sereshumanos. Combatimos el hambre con comida.

Hubo un silencio deferente, luego el testigo de Mona dijo:—Sí, sí, estamos contigo.—Kaleb, muéstranos cómo podemos apear a Flattery y dar de comer a los

hambrientos, y estaremos contigo —dijo Venus.—Es tan sencillo que le hace a uno llorar —exclamó Kaleb—. Los datos van

a aparecer en un momento en vuestras pantallas. Como podéis ver,necesitaremos la cooperación de la que habla Twisp. Tenemos que conseguir queOzette y Galli salgan por las ondas inmediatamente. ¿Podemos contar con la Vozde las Sombras?

—Tienes razón —admitió Mona, dando unos golpecitos a su pantalla—. Eltiempo es la clave aquí. La gente no puede ayudar si no sabe cómo. Creerán aBen Ozette, adorarán a Crista Galli. Debemos proporcionarles un plan ahora.

—Mi gente se está infiltrando en estos momentos —dijo Kaleb. Su voz eratranquila, confiada, con su fuerte mandíbula, tan parecida a la de su padre,echada hacia delante—. Serán unos quince mil, bien mezclados entre los pobres.El boca a boca es el mejor sistema de comunicación entre los pobres.

—¿Alguna cosa más sobre Macintosh? —preguntó Twisp.Snej asintió, sin dejar de morderse el labio.—Sí —dijo—. Dice que Beatriz Tatoosh está a bordo, y el agua potable la ha

puesto enferma.Snej alzó la vista del mensajero, y el desconcierto frunció su frente.Twisp notó que su corazón doblaba el ritmo de sus latidos en su pecho.—Bien —anunció—, este es nuestro código personal para problemas

importantes en órbita. Probablemente Flattery ha enviado una fuerza deseguridad con Beatriz. Debe sospechar algo con respecto a Mack. ¡Maldita sea!

Twisp inspiró profundamente y dejó escapar el aire con lentitud.—Es una lástima que ella no esté con nosotros —dijo—. Me gustaría que

Macintosh tuviera algo de apoyo ahí arriba en estos momentos.—Veamos qué tipo de apoyo tenemos aquí abajo en estos momentos —dijo

Kaleb—. Movilicemos a nuestra gente costa arriba y rescatemos ese hidroala.Kaleb se puso en pie, evidentemente dispuesto a partir hacia Victoria

inmediatamente. Lo necesitamos aquí.—Kaleb —dijo—, vayamos a dar una vuelta. Todavía tienes tres horas de

margen. Hay buena gente costa arriba, ya se están encargando de todo. Enrecuerdo de los viejos tiempos, bajemos al Oráculo. Quizá alguien debapreguntarle al varec qué demonios está ocurriendo.

44

Raíces y alas, pero que las alas arraiguen y las raícesvuelen.

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Stella Bliss vació tres cajas de orquídeas musgosas y las dispuso en grupos detres a lo largo del corto camino que conducía al salón de la mansión Wittle. Eltrabajo le había llegado la noche antes, y resultó que Stella tenía orquídeasmusgosas a punto. Era una escultora de flores, y apreciaba que su arte fuerareconocido.

Stella llevaba su nueva blusa lavanda de mangas abombadas y unospantalones de trabajo a juego. La blusa favorecía sus pechos, tiernos con sureciente embarazo, pero se suponía que esta iba a ser la última vez que podríaponerse esos pantalones durante un tiempo.

Stella eludió los guardias de seguridad y los sirvientes que habían halladoexcusas para contemplar su trabajo. Aquella atención la ponía nerviosa, aunquesu estatura la había convertido muchas veces en el centro de atención desde queera niña. Con sus doce manos de altura, Stella hacía que se volvieran muchascabezas allá por donde pasaba, incluso aunque fuera con un mono de trabajo.

Stella vestía como las flores que cultivaba. Doob decía a sus padres que, encasa, las abejas seguían cada uno de los pasos que daba pero que nunca lapicaban. Su revuelto pelo negro enmarcaba un rostro bronceado de altos pómulosy ojos verdeazulados. Sus labios eran gruesos, a menudo fruncidos por laconcentración. Últimamente sonreía mucho, y había empezado a canturrearviejas canciones al nuevo ser humano que dormía en su interior.

Hacer crecer las plantas y mejorarlas como comida había sido la tradiciónde la familia de Stella desde hacía nueve generaciones. Desde la carestía dealimentos, los esfuerzos de producción e investigación se dedicabanprincipalmente a la comida. Sin embargo, Stella nunca había renunciado a lasflores y a las abejas que las hacían posibles.

Llevaba en ella la décima generación, un hijo que en sus sueños sabía quesería una niña que crecería para convertirse en una mujer como ella. Sabía estocomo su madre lo había sabido también, como todas sus madres lo habían sabidodurante varias generaciones. Era una larga tradición, difícil en estos tiemposdifíciles. Estas orquídeas musgosas eran de diseño propio de Stella, y se sentíaorgullosa de que hoy pudieran ser vistas por otros artistas, músicos, escultores del

aire, la alta sociedad pandorana.Stella había oído decir que el Honorable Alek Dexter era ciego a los colores,

de modo que seleccionó una mezcla que le gustaba a ella. La mayoría de lostonos eran lavandas, aunque no pudo resistirse a incluir media docena de susdelicados rosas.

Un guardia de seguridad de huesos pequeños y fanfarronería grande hurgó encada una de sus cajas con su pistola láser y comprobó silenciosamente los lechosde las musgosas con su cuchillo. Stella había pasado dos veces por los escáneresy había sido registrada por una matrona cuando entró en la propiedad. Esta noera la primera vez, y suponía que tampoco sería la última. Tenía opiniones muydefinidas al respecto, pero prefería concentrarse en sus flores.

Un cordón de seguridad cerraba todo el bloque, y otro contingente guardabael edificio. Este era el hogar del oficial jefe ejecutivo de la Mercantil Sirenia,alguien a quien el Director consideraba como un blanco principal de las Sombras.Se rumoreaba que era uno de los tres hombres que estaban en la lista para ocuparel puesto del Director en caso de que ocurriera algo desagradable.

El edificio era una amplia estructura de piedra moldeada y plasmacero, queno mostraba ningún efecto de la reciente serie de temblores que habíandevastado buena parte de Kalaloch. Sus límites estaban asegurados por un murode piedra de dos metros de altura rematado con láminas de afilado metal yfragmentos de cristal. Le resultaba difícil a Stella creer que La Cola de aquelsector pasaba solo a una manzana de distancia. Nadie de allí parecía preocupadoen absoluto por los sonidos de los gritos y el rugir de los vehículos pesados amenos de un tiro de piedra a sus espaldas.

El hombre de seguridad de gesto hosco llevaba esculpida una flor natural trassu oído, uno de los nuevos diseños de piel que consideraba repulsivos. Sus axilaseran el centro de enormes anillos de sudor, mucho más grandes de los que podíanatribuirse a la bochornosa tarde.

—¿Qué esperaba encontrar en esta tierra —le preguntó cuando el hombrehubo terminado—, mortíferos gusanos de ataque?

El guardia frunció el ceño, y su mirada fue nerviosamente de Stella al mantode negro humo que se acumulaba bajo el gris cielo vespertino.

—Estoy perdiendo mi sentido del humor —gruñó—. No tire demasiado de él.—Tiene miedo de que la multitud venga hasta aquí y …—No tengo miedo de nada —restalló el hombre, hinchando su torso de

adolescente contra sus ropas demasiado grandes—. Mi trabajo es proteger alseñor Dexter, y esto es lo que hago.

Ella inició la delicada tarea de extraer las plantas de sus contenedores ycolocarlas en sus lechos al lado del camino. Aquella era la parte que más legustaba, manejar los sedosos tallos y las ciegas raíces, oler la tierra cuando seabría. Al final del día, cuando se limpiaba sus cortas uñas, lo hacía sobre una de

las macetas a fin de que no se perdiera nada.—Tienen que gustarle las flores, para pasar todo el dolor que representó

esculpirle esa flor tras su oído.—Estaba borracho —dijo él—. Si al menos pudieran hacer que olieran bien,

no sería tan malo.—Algún día lo conseguirán, y a lo verá. Huela esta.Le tendió una orquídea lavanda. Él la tomó y se la llevó a la nariz, luego se

permitió una sonrisa. A Stella le complació que la tensión en su rostro se relajaraun poco.

—Sí —dijo el guardia—, eso sería estupendo.—Bueno, este tipo de flor no tenía aroma hasta hace justo un año. Y no

florecía del musgo hasta hace cinco años. Yo les enseñé cómo.—¡Flores! —El guardia de seguridad bufó en una muestra de desdén, pero no

se apartó—. Las flores no pueden comerse. Debería cultivar usted algo que lagente pudiera comer.

—¿Qué? —Stella se llevó una mano a la boca en burlona sorpresa—. Tefusilan por cultivar comida sin licencia. No necesitas licencia para cultivar flores.Además, el alma necesita comida también. Las flores poseen un valor nutritivoespiritual que no puede medirse.

El hombre pareció menos escéptico, pero siguió manteniendo su posturaprecavida. Ella refrenó la tentación de hablarle de sus abejas, porque las abejassignificaban miel, y tan solo un puñado selecto de gente sabía de su producciónde miel.

Una vez trasplantadas las flores, las roció bien con agua y barrió los recortesy la tierra que había caído al camino. Se sentía un poco nerviosa. Estaba atrapadaen la ciudad sin medio de transporte. Su vecina, Billie, la había llevado a sutrabajo a primera hora de la mañana. A su Cushette, aunque prácticamentenuevo, se le había quemado otra pieza, lo que fuera, y no arrancaba. No legustaba la ciudad, de todos modos. Había demasiada gente, y eso siempre lafrustraba. Estaba el tranvía hasta la parte central, con un transbordo que lallevaría a su casa, pero probablemente no funcionaría a causa de los disturbios.No le hacía ninguna gracia la idea de caminar los diez kilómetros hasta casa sinDoob para protegerla.

—Stella, querida, ¿ha terminado ahí fuera?La señora Wittle, la dueña de la casa, le hizo un gesto desde la escotilla

delantera. Era una mujer delgada de pelo gris, con una sonrisa honesta para todoel mundo y una piel clara que solo podía ser de ascendencia sirenia. Aunque devoz suave y delicada, la señora Wittle había salvado, ella sola, todo un barcocargado de las más espléndidas obras de arte de Pandora durante aquellaprimera serie de temblores en el 73. Se había presentado voluntaria paraocuparse del museo allá abajo cuando se produjo el colapso, y mandaba un viejo

sub de carga. En vez de salvarse ella, cargó todas las obras de arte en el subincluso mientras la bóveda del museo empezaba a resquebrajarse, enviandochorros de agua lo bastante poderosos como para partir a un humano en dos.

—Sí, señora Wittle. ¿Le gustan?La vieja mujer contempló el camino, y sus cejas se alzaron muy

ligeramente.—Encantadoras —dijo, y suspiró—. Tenían razón acerca de usted, querida.

Pero ahora tengo un problema, y quizá pueda ay udarme.—¿De qué se trata?—Parte de la ay uda con la que contaba no se ha presentado hoy …, los

problemas, y a sabe. ¿Podría quedarse un poco más y recibir a nuestros invitadosen la puerta? Aquí tengo la lista de los invitados, y las tarjetas con los nombresestán en la mesa justo al otro lado de la escotilla. Por supuesto, puede quedarsecomo invitada y disfrutar de la recepción. ¿Hará esto por mí?

Stella tenía unas opiniones muy definidas acerca de la gente rica, y eran másbien negativas. A un centenar de metros de distancia los pobres muertos dehambre hacían cola durante horas para comprar raciones limitadas con su pagaduramente ganada. Los sirvientes de los ricos mostraban cartillas con el sello« Excepción» en la alta seguridad del muelle de carga de la parte de atrás ycargaban sus camionetas con una abundancia de comida. Stella había trabajadoen fiestas como estas solo para poder llevarse a casa algo de las sobras. La pagano significaba nada, siempre había ganado más de lo que su cartilla de racionesle permitía comprar. Nunca había sido capaz de imaginar el procesoadministrativo necesario para conseguir una cartilla de raciones con el sello« Excepción» .

Pero hoy su Cushette no funcionaba, y no tenía ningún medio de volver acasa.

—Sí —dijo—, puedo quedarme. Pero no voy vestida…, y necesitaría quealguien me llevara luego a casa.

El rostro de la señora Wittle se iluminó; la cogió por el codo.—No sabe qué peso me quita de encima, querida. Por supuesto que podemos

arreglar las cosas para que luego la lleven a casa, déjeme esto a mí. Ahoravayamos a echar un vistazo al guardarropa de mi hija. Tiene algunas cosasmaravillosas que deberían encajarle perfectamente. Hay un elegante traje negroque lucirá espléndido en su persona, aunque estoy seguro de que cualquier cosalucirá espléndida en usted.

Stella enrojeció ante el cumplido.—Gracias —dijo—. ¿A ella no le importará?El rostro de la señora Wittle se oscureció por un desprevenido momento,

luego echó la barbilla hacia delante.—No, querida, me temo que no —dijo—. Resultó muerta en esa terrible

escena en la universidad la temporada pasada. Fue terrible.—Yo…, lo siento.—Bueno, ella tenía sus propias ideas —dijo la señora Wittle—, e insistía en

vivir de acuerdo con ellas. —Luego, en un susurro, añadió—: Me sentía tanorgullosa de ella. Algún día le contaré la historia, ahora no es el momento.

El vestido era negro y muy ajustado. Le apretaba incómodamente el busto,aunque parecía que últimamente cualquier presión en los pechos le dolía. Elescote era un poco demasiado abierto también, exhibiéndola como nunca sehabía exhibido antes.

—Me gustaría que Doob pudiera verme así —dijo, girando delante de un parde espejos—. Le encantaría.

—Entonces puede quedárselo, querida —dijo la señora Wittle. Las lágrimasafluyeron a sus ojos, pero ninguna llegó a salir—. De hecho, me gustaría queechara una mirada a estos vestidos y se quedara todos los que le gusten. No estábien que se queden colgados aquí, después de todo no son cuadros.

Stella protestó, pero la señora Wittle preparó una caja llena con los vestidosde su hija, luego escoltó a Stella a su puesto en la pequeña mesa junto a laentrada.

El invitado de honor, Alek Dexter, llegó tirando de las mangas de su camisapara ajustarías a las de la chaqueta y maldiciendo la humedad de la tarde. Stellaclavó la tarjeta con su nombre sobre su pecho izquierdo y alisó la tela por puracostumbre. En vez de reunirse con el resto de los invitados, el hombre se demoróal lado de ella y evaluó desvergonzadamente su escote. Ella captó su mirada y lasostuvo hasta que él desvió los ojos.

—Llevo todo el día de reuniones —murmuró el hombre—. Después de estafiesta que han organizado los distribuidores tengo que hablar en una cena del ClubProgresista dentro de dos horas y luego reunirme con el Director en un cóctel alas ocho. No me extraña que siempre esté sin aliento y no pueda perder peso.Tiene usted un aspecto magnífico, querida… —entrecerró los ojos hacia elnombre de ella en la tarjeta y se acercó un poco más a su pecho—. Stella. StellaBliss.

Se estrecharon las manos, y Stella halló su palma muy sudorosa.No creí que las personalidades sudaran en público.Una ligera película se estaba formando en la frente y el labio superior del

hombre, y la secó con un pañuelo. Luego hizo un gesto a su chófer, que se habíademorado cerca, a la fresca brisa de la entrada.

—Necesitaré otra camisa —dijo en voz baja—. Azul polvo irá bien para estanoche.

—Las calles están bloqueadas —dijo el chófer—. No podré estar de vuelta atiempo para llevarle a la cena.

Su voz le sonó indolente a Stella, y comprendió al ver la forma cómo Alek

Dexter encajaba sus mandíbulas que una cosa que este no permitía en supresencia era la indolencia.

—Entonces compra una —restalló—. Las tiendas están abiertas hasta el toquede queda, y el mercado está solo a unas manzanas de distancia. —Agitó unamano en un signo de despedida—. Toma el dinero de los gastos generales. Ycambia de actitud o cambia de trabajo.

La escotilla detrás del conductor encuadraba una pequeña escena callejerarematada por un cielo tumultuoso. Dos guardias miraban a la calle, con laespalda vuelta hacia ellos. Un tercero inclinó la cabeza ante el sonido de trestonos procedentes del mensajero en su cinturón. Lo tomó, habló unas palabras,luego se apresuró al interior de la casa. Su rostro pareció palidecerprogresivamente con cada uno de los cinco escalones que lo llevaron hasta ellado del Honorable. Su conversación fue breve y en susurros, pero Stella pudo oírtodas sus palabras.

—Ha habido un aviso de Código Brutus, señor. ¿Desea resguardarse aquí o enel complejo?

—¡Mierda! —exclamó Alek Dexter, y echó el rostro hacia un lado como sihubiera sido abofeteado. Él, como el señor Wittle, era un posible sucesor delDirector. Se frotó la frente mientras un furgón lleno de hombres de seguridadvaciaba su carga delante de la casa. Su rostro estaba tan pálido como el de suguardia. Contempló el pelotón de seguridad abrirse en abanico desde el furgón ytomar posiciones fuera. Media docena de hombres armados cubiertos desuciedad y chorreando sudor se abrieron camino hasta el interior y se situaron enla recepción.

—¿Son de los nuestros? —preguntó Alek Dexter a su guardia.El guardia se alzó de hombros, con la pistola láser aferrada en una temblorosa

mano de nudillos blancos.—No lo sé, señor.—Hum —gruñó Dexter—. Supongo que resultará difícil saber de qué lado

están si no sabemos de qué lado estamos nosotros. ¿Solo un aviso, has dicho?Flattery no…

—Sí, señor, un aviso. Emitido por el propio Flattery.—Aguardaremos aquí —dijo Dexter—. Si hemos de vernos inmovilizados en

alguna parte, prefiero estar con esta encantadora joven.Hizo una inclinación de cabeza, tomó la mano de Stella y la besó. Luego se

dirigió al interior a largas zancadas para reunirse con la anfitriona y sus invitados,sin detenerse en la larga mesa dispuesta con toda una sucesión de las máshermosas frutas y alimentos del mar que Stella hubiera visto nunca. La piezacentral era un bloque de hielo de un metro de alto esculpido para representar a undelfín en pleno salto.

La lucha sonaba más cerca, y la seguridad cerró en silencio la doble escotilla.

Stella estaba algo más que un poco asustada. Dexter ni siquiera había echado unaojeada a sus orquídeas.

45

Para ser consciente es preciso superar la ilusión.

DRA. PRUDENCE LON WEYGAND,número 5, tripulación original, Nave Profunda

Earthling

La serie de explosiones provocadas por los cohetes Halcones del Cielo deFlattery desde la superficie hirieron al varec verde del sector ocho, matarondecenas de miles de peces y un numeroso grupo de delfines nariz de botella, yalzaron suficientes sedimentos como para cegar los filtros de todos lossumergibles en un radio de cincuenta kilómetros. Un enorme campo de varecazul ady acente al sector ocho retrajo instintivamente todas sus frondas y se anclótan firmemente como pudo alrededor de su laguna central. En estaconfiguración, sus hojas estaban tan compactadas que apenas podía respirar.Alimentarse quedaba completamente descartado.

El varec azul, totalmente desplegado, alcanzaba un diámetro de casi cienkilómetros. Sus límites exteriores bordeaban el varec doméstico a lo largo de casi280 grados de su circunferencia; el resto miraba al mar abierto, y parte de élcrecía diariamente a un ritmo visible. Por su propia seguridad, se mantenía fuerade contacto con el varec doméstico. Este estaba esclavizado por los humanos,atado al látigo eléctrico, por todo lo que podía adivinar el azul de los fragmentosagonizantes que derivaban en su dirección. Pronto habría muchos de estosfragmentos. La muerte del varec seguía siempre a estas explosiones. Luegoseguían otras muertes también, alimentando a veces al varec azul con unaincreíble aceleración del crecimiento.

Este día otra cosa derivaba también en las corrientes. Algo como un aura, unafragancia, algo que impidió al varec retraerse fuertemente sobre sí mismodemasiado tiempo. Algo agitó aquel varec azul en lo más hondo de susprofundidades, despertando memorias genéticas sin acabar de remontarlas a lasuperficie. Pronto el varec azul no pudo evitarlo y abrió sus frondas, con laesperanza de captar en su totalidad los efluvios.

46

Da de comer a los hombres, luego exígeles virtud.

DOSTOIEVSKILos hermanos Karamazov

La turbulencia de los estallidos no había remitido todavía cuando el Pezvolador remontó, impotente, a la superficie. Los ojos de Rico lagrimearon alinstante en el repentino resplandor del sol de la tarde que inundó la cabina. Tanteóen busca de sus gafas de sol mientras intentaba eliminar el deslumbreparpadeando. A estribor vio una larga línea gris que debía ser la costa. A babor, ados o tres kilómetros de distancia, la superficie burbujeaba con una especie deespuma blanca hasta tan lejos como podía ver.

Un charco de agua de mar se iba ensanchando bajo el sillón de mando deElvira; su hemorragia nasal estaba remitiendo y agitó la cabeza, intentandoeliminar la concusión que había recibido cuando se golpeó la cabeza con laprimera de las cargas de profundidad.

Cualquiera menos Elvira sería a estas alturas pasto de los peces, pensó Rico.De alguna forma había conseguido regresar por sí misma hasta la esclusa de

la sala de motores, aunque aturdida y temblando a causa del estallido. Habíahabido otros estallidos, demasiados para contarlos.

—La respuesta de ese maldito Flattery a todo es hacerlo estallar —gruñó.Las luces del varec se apagaron a todo su alrededor a medida que la

superficie se iba cegando con frondas arrancadas y lianas retorcidas.—El hermano varec —dijo Elvira, siguiendo la mirada de Rico a lo largo de

la tumultuosa superficie— se retira, se salva.—Elvira, no quiero oír más estas estupideces de « hermano varec» . Quiero

salir de aquí.—¡Aparatos de reconocimiento! —advirtió ella, y señaló hacia dos puntos a

las diez por la cabina de babor. Sus manos teclearon automáticamente lasecuencia de inmersión, pero los motores siguieron en silencio.

—Cegados —dijo, con el rostro impasible—. Lodo y… varec en los filtros.—Tranquilla, Elvira —dijo Rico. Palmeó su brazo—. Son los que dejaron

caer las cargas. Si llevaban todo ese peso, estarán cortos de combustible. Almenos no tenemos que enfrentarnos a un puñado de minas ahí fuera.

Se soltó el arnés y le pasó a Elvira una toalla de uno de los armarios.—Toma —dijo—. Sécate y cámbiate a un nuevo traje de inmersión. Puede

que tengamos que permanecer aquí un cierto tiempo, y no es cosa de que tepongas enferma.

Elvira tomó la toalla, y Rico tuvo la impresión de que sus sentidos volvían aella.

—De todos modos, Flattery puede rastrear el rumbo de hasta el más pequeñobote individual de lado al lado del mundo con el Orbitador —dijo Rico—. Esostipos no pueden posarse ahí fuera, y con Crista Galli a bordo no se atreverán ahacernos volar. Mientras tanto, tenemos que administrarles a ella y a Ben algunabuena medicina, y rápido.

Dos estallidos sónicos hicieron bambolearse de nuevo el hidroala mientras losaparatos picaban sobre ellos y luego volvían a remontar el vuelo. Rico pudo verlos rostros de los pilotos en sus diminutas cabinas cuando pasaron velozmente.

—Son jóvenes, Elvira, ¿lo has visto? Con toda la vida por delante, y seencadenan a Flattery. —Sus dedos se cerraron en los brazos del sillón y apretófuertemente mientras gruñía—. ¿Por qué hacen eso? Deberían estar abrazando aalguien en una escotilla en alguna parte. ¿Es que sus madres no les enseñaronnada mejor?

—Sus madres tienen hambre, Rico, y ellos tienen hambre ahora.Rico miró a Elvira con sorpresa. Estaba acostumbrado a hablar con ella sin

obtener más que gruñidos por respuesta. Ella se había soltado ya el arnés yestaba luchando contra los bamboleos del hidroala en su camino hacia losarmarios de popa.

—No vas a salir otra vez —dijo él—. El mar está furioso, no se puede hacernada ahí fuera.

—Tú lo calmarás —dijo ella, y sonó como una orden. Se quitó el traje deinmersión y secó su espléndidamente tonificada musculatura con la falta depudor típica de los sirenios—. Tú ocúpate de los otros. Yo limpiaré los filtros.

Mientras se metía en un nuevo traje, Rico se dio cuenta de que se habíasentido excitado ante la visión del pálido cuerpo de Elvira. Incluso los pezones deltamaño de un dedo pulgar parecían musculosos en la fría piel. Nunca abordaría aElvira, ambos lo sabían, pero la sorpresa de su excitación le recordó a Snej , y lomucho que la echaba en falta.

El plan de Elvira era el más lógico, lo sabía. Trazó una lista de prioridades.Ben y Crista, pensó. Mantenerlos respirando. Comprobar la radio, prepararnos

para cualquier sorpresa de la seguridad de Vashon.Elvira pasó junto a él en dirección a la escotilla sin lanzarle una mirada. Rico

luchó contra los bamboleos del hidroala hasta los armarios y sacó otros trestrajes. Se sujetó a los asideros de los mamparos para dirigirse a la cocina. Decamino oyó el crepitar de la radio y el informe de los aparatos dereconocimiento.

—Vigilante del Cielo líder a base. Cargas lanzadas. Tenemos nuestro pez.

Corto.—Roger, Vigilante del Cielo. Marcamos su posición. Nuestro pájaro ha

partido. Tiempo estimado de llegada treinta minutos. Mantenga al corriente.¡Treinta minutos!, pensó Rico.Su pájaro debía ser un hidroala, y uno rápido.Sin espacio para mucho material y muchos cuerpos…, bien. Puede que

tengamos algunas sorpresas para ellos.La radio siguió hablando sobre las condiciones del Pez volador y

especulaciones sobre sus ocupantes, pero pronto estuvieron fuera de alcance.Rico se inclinó sobre Ben y vio que permanecía inmóvil, su pecho no subía y

bajaba apreciablemente, pero su color no era malo. Apoyó su mejilla en la bocade Ben y detectó un ligero aliento. Comprobó el pulso en su cuello, observó que elcorazón de su compañero latía, aunque solo unos pocos latidos por minuto. Susojos estaban abiertos pero fijos. Parecían secos, así que Rico abrió y cerró suspárpados unas cuantas veces para lubricarlos, luego los dejó cerrados.

Soltó su arnés y forcejeó para meter a Ben en uno de los trajes de inmersión.—Estamos en la superficie —dijo, esperando que Ben pudiera oírle—.

Arrojaron algunas cargas al varec, pero creo que solo le han causado dañossuperficiales. Elvira está fuera limpiando las tomas. La gente de Flattery tiene unhidroala tras nuestros talones, llegará aquí en un momento. Puede que tengamosque saltar por la borda.

Oy ó un gruñido de Crista Galli, y vio que estaba intentando sentarse contra suarnés.

—Tu chica está volviendo en sí —dijo—. La meteré en un traje, luegotomaré el libro de códigos y haré saber a Operaciones lo que está ocurriendo.Aparte ellos, todo el mundo parece saber dónde estamos.

Selló el traje de Ben e hinchó el collar, solo por si caso. Cuando Rico se volvióa Crista Galli vio que estaba llorando. Sus hinchados y enrojecidos ojos mirabanfijamente la forma de Ben en la cubierta de la cocina. Parecía estar consciente.

—¿Puedes entenderme? —preguntó Rico. Pese al arnés, se mantuvo fuera desu alcance.

Ella asintió.—Sí.—¿Habías oído hablar de esta reacción antes?—Sí. —Su voz era confusa—. Una vez. Antes de que Flattery pasara a los

iny ectables. Yo fingía tomar las pastillas, luego las escupía.—¿Qué ocurrirá a continuación?Ella intentó encogerse de hombros.—Más de lo mismo. Quizá convulsiones. Toma… un tiempo. —Añadió, en un

susurro confuso—: Nadie me hizo sentir nunca como un ser humano exceptoBen.

Rico observó que las pupilas de sus ojos se dilataban y contraíanespasmódicamente.

Deben ser drogas potentes, se dijo. Maldito sea ese Flattery.—Estamos en la superficie —explicó— e impotentes. Necesitas ponerte un

traje de inmersión por si debemos lanzarnos al agua.Entonces se le ocurrió lo que Flattery había comprendido todo el tiempo, lo

que Operaciones les había advertido en sus instrucciones: « No dejéis que seacerque al agua. No dejéis que entre en contacto con el varec.» Todo aquello eraespeculación, preocupación. No habría otra elección si aparecía la seguridad deVashon, no servía de nada preocuparse por ello.

—Puedo ayudarte si no puedes hacerlo tú misma. Aunque, siento decirlo,preferiría no tener que tocarte.

Le tendió el traje al extremo de su brazo extendido.—No puedo quitarme este arnés —dijo ella.Rico palmeó el mecanismo liberador y ella estuvo libre. Retrocedió unos

pasos, en parte por reflejo, en parte porque el hidroala se inclinó hacia su lado.Ante aquello ella también se apartó de él, con su rostro aún más pálido y la

mandíbula encajada.—¿Y qué crees que soy ? —preguntó.—No lo sé —murmuró él—. ¿Lo sabes tú?—Sé que no creo…, no puedo creer que yo haga esto… —Hizo un gesto

fláccido hacia Ben—. ¡No puedo ser yo!—Son las drogas —dijo Rico. Intentó mantener la furia alejada de su voz. Ella

necesitaba ser tranquilizada, no otro enemigo—. Recuerda, las drogas son cosa deFlattery, no tuy a.

Sus lágrimas, la forma como miraba a Ben, todo parecía genuino.Pero mira lo que le ocurrió a Ben, se advirtió a sí mismo.—Ponte el traje —indicó—. No tenemos mucho tiempo.Crista tuvo que quitarse sus ropas para ponerse el traje de inmersión. Rico se

arrodilló al lado de Ben y apoy ó una mano en su frente. Se movió un poco, yRico lo consideró buena señal. Su respiración era mucho más intensa.

Crista no parecía tener ningún pudor, como tampoco tenía el aspecto de unmonstruo.

Probablemente pasó tanto tiempo como un animal de laboratorio que no tuvotiempo de volverse tímida.

Rico, como Ben, había sido criado entre isleños, una gente en generalretraída. Rico se admitió a sí mismo que Crista tenía las piernas más atractivasque había visto nunca. De nuevo pensó en Snej allá en Operaciones y suspiró.Tenía intención de enviarle un mensaje también, junto con todo lo que tuvieraque decir a Operaciones. Se volvió hacia Crista Galli.

Un poco pálida, pensó.Parecía muy débil, y tenía que luchar incluso para ponerse el traje y ajustar

los sellos. Su respiración era rápida y poco profunda. El sudor perlaba su frente,y estaba más pálida aún que cuando Rico la había visto por primera vez en elpoblado. Sus ojos seguían dilatándose de una forma curiosa, y observó unincontrolable temblor en sus piernas.

—¿Puedes volver a sujetarte el arnés? —preguntó. Ella negó con la cabeza.—No —dijo, con una voz muy débil ahora—. Está empezando… Estaba

derivando de nuevo. Se dejó caer en el sillón, con los ojos aún abiertos.—¿Todavía estás con nosotros? —preguntó Rico—. ¿Puedes oírme?—Sí —respondió ella—. Sí.Rico seguía sin querer tocarla. Fuera lo que fuese, había estado a punto de

matar a Ben, y no iba a permitir que a él le ocurriera lo mismo. La rodeócuidadosamente y colocó el arnés en su lugar, luego lo cerró con un golpe rápido.Echó el respaldo del sillón hacia atrás de modo que ella pudiera estar recostada.Por aquel entonces Crista estaba de nuevo inconsciente.

Rico se apresuró a meterse en su traje, y notó que el mar se había calmadoalgo. Podía oír el golpetear y el rascar de Elvira en el casco, y esperaba que elvarec no le enviara alucinaciones como hacía con alguna gente. Antes habíaparecido estar completamente bien.

—Puede que solo haya sido suerte —murmuró para sí mismo—. El mejormaldito piloto de este condenado mundo pensando que sus válvulas son pomelos.

Hubo un raspar mucho más fuerte, como si estuviera arrastrando algo porencima del hidroala. Luego otro raspar. Era el mismo sonido serpentino que habíahecho el varec cuando los agarró. Rico saltó hacia la cabina, pero ya erademasiado tarde.

El hidroala escoró de costado con una fuerte sacudida, y Rico fue lanzado tanfuerte contra el mamparo de babor que se quedó sin aliento. Vio, a través delenjambre de amebas negras que cruzaron por delante de su visión, que estabanen el aire. Fue sacudido de nuevo, no tanto esta vez, y cuando la proa del aparatose inclinó hacia arriba vio que estaban siendo alzados por una masa de tentáculosde hidrobolsa.

—¡Mierda!Luchó de rodillas y se arrastró por el inclinado mamparo hasta el sillón de

mandos bajo el plas. Si podía abrir una portilla y disparar con su pistola láser…Fue entonces cuando vio lo grande que era aquella hidrobolsa. Calculó un

centenar de metros de diámetro, con sus dos tentáculos principales, que sujetabanel hidroala, casi de la misma longitud. Incluso el tentáculo más pequeño era másgrueso que el cuerpo de Rico.

Debían estar y a a un centenar de metros o así en el aire, y seguíanascendiendo.

Esa sacudida de ahí abajo, pensó; tiene que haber soltado una maldita cantidadde lastre para poder elevarnos.

Fue entonces cuando pensó en Elvira, y se arrastró para mirar el mar alláabajo. Ahí estaba, con el traje de inmersión inflado, flotando sobre su espalda.Debió verle, pero no agitó la mano.

—¡Maldita sea!No podía lanzarle una bengala, no podía probar los motores. Cualquiera de

esas cosas podía entrar en contacto con los cientos de metros cúbicos dehidrógeno de la monstruosa hidrobolsa. Mantenía al Pez volador sujeto bocaabajo contra su gran vientre naranja. Rico nunca había estado tan cerca de unahidrobolsa antes, pero las había visto estallar. Una hidrobolsa considerablementemás pequeña que esta había arrasado el primer pequeño asentamiento enKalaloch. Seiscientas personas fueron asadas vivas en aquella tormenta de fuego.Él y Ben habían cubierto el suceso.

Los que habían sobrevivido eran los peores. Recordaba que Ben no habíaquerido filmar el reportaje clásico, las inevitables imágenes de la carnecalcinada sobre huesos aún vivos, los estremecedores chillidos, los vómitos y losgritos.

—Solo filma sus ojos —le había dicho—. Déjame el resto a mí.Ben les había preguntado sobre sus vidas, no sobre el estallido. Los

agonizantes y los casi agonizantes llenaron dieciocho horas de cinta antes de queatacaran los ímpetus. Fue el metraje de Rico del equipo luchando por salvar suspropias vidas contra una docena de manadas de ímpetus poseídos de un frenesídevorador lo que heló la sangre a la audiencia de todo el mundo.

Rico vio que la costa se estaba acercando rápidamente y que el mal tiempose alejaba tras ellos. Esperaba que el peso del hidroala no empujara a lahidrobolsa demasiado bajo y no le permitiera superar los grises farallones de alládelante. Se arrastró por el techo de la cabina y se sentó debajo de los sillones demandos. Aquel coliseo que era la hidrobolsa tenía un destino en mente, y esedestino era en tierra firme. Si no los reducía a astillas contra aquel farallón, losestrellaría tierra adentro.

Rico pasó revista a sus posibilidades y no le gustó lo que encontró, aunqueestaba seguro de que superarían el farallón. Se preguntó si Operaciones tendríaun código previsto para esta situación. Esperaba que Operaciones pudiera ganarlea la gente de Flattery y llegar antes a Elvira. Rico se negó a pensar en lasconsecuencias si no lo lograban.

Junto a la cara del farallón la cotidiana tormenta de la tarde azotaba elpaisaje. El cielo golpeó con su puño sin advertencia previa, y las nubes seacumularon con su típico color negro y gris de pistola láser.

Que no haya relámpagos, rezó Rico para sí mismo. No necesitamosrelámpagos.

Pero sí necesitaban la cobertura de nubes. Con una buena cobertura, losaparatos aéreos de observación y los espías de Flattery en el Orbitador no leservirían de nada. El tray ecto se hizo más irregular y lleno de sacudidas amedida que la tormenta se movía tierra adentro junto con ellos. Rico estaba losuficientemente cerca de la cara del farallón como para ver las marcas en ellomo de un ala plana cuando una corriente ascendente le hundió el estómagohasta casi los pies. Estuvieron a punto de superar el farallón, lo vio claramente,pero la punta de la popa del hidroala chocó en el último momento contra el bordey hundió la proa del aparato en el correoso vientre de la hidrobolsa.

Sin arnés que lo sujetara, Rico fue lanzado como un juguete por la cabina. Elhidroala dio tumbos a lo largo de la cara del farallón mientras la hidrobolsa sedeshinchaba y se colapsaba encima de él. Cuando el aparato se detuvo, Ricoquedó tendido, aturdido, sobre el parabrisas de plasmacristal de la cabina. Todo loque podía ver bajo la sombra del dosel de la hidrobolsa era una inmensa nube depolvo azul. Flexionó manos y piernas, tosió para comprobar sus costillas.Magullado, pero nada roto.

—Estupendo —se dijo—. « Mantenla alejada del varec» , avisaron. Y aquíestamos, como quien dice nadando en él.

Intentó calmarse, pero unas cuantas inspiraciones profundas no terminaroncon el temblor de sus manos. Esperaba que el hidroala se hubiera deslizado todoel camino hasta la play a. No le hacía la menor gracia quedar colgado a mediocamino de la cara del farallón.

La lluvia de la tarde lavó el dosel y su hidroala. Rico pensó en Elvira,atrapada en mar abierto en medio de la tormenta, y evaluó sus posibilidades.Eran casi cero. Ahora podía ser y a una con su hermano varec.

—Al menos a ese monstruo no le queda ya mucho hidrógeno —murmuró.Conectó las luces y la radio de la cabina. Un par de luces funcionaban

todavía, pero la radio no. Inspiró profundamente el aire saturado de varec antesde encaminarse a popa para comprobar cómo estaban Ben y Crista.

47

Si creéis que la visión es más grande que la acción,¿por qué me imponéis la terrible acción de la guerra?

QUEETS TWISP, « EL ANCIANO» ,Conversaciones zavatanas con el Avata

Mack estaba aguardando una llamada de seguridad cuando de pronto susinstrumentos mostraron un daño explosivo al azar en el varec de la sección ocho.

No ha esperado, pensó. Flattery desea desesperadamente lo que sea que hayahí dentro.

Mack estaba seguro de que ese « lo que sea» incluía a Crista Galli. Losinstrumentos mostraban esquemas entremezclados entre el herido varecdoméstico y el enorme campo vecino azul salvaje. Mack y Alyssa Marsh habíanefectuado estudios periféricos de este particular campo azul, el lecho de varecsalvaje más grande del mundo.

Aprendió a esconderse de nosotros, a formar circunvoluciones de modo quepudiera crecer dentro de un anillo de varec doméstico y superar su masa sin serdetectado.

Ahora que finalmente había salido a la luz, sospechaba que podíadesencadenar el caos en el Control de Corrientes. Era tan grande como la parrillamaestra decía que era, de modo que el varec azul podía convertirse con todaprobabilidad en el Control de Corrientes.

Si el varec está de nuestro lado, entonces Flattery está rodeado, pensó. Pero¿y si no está de nuestro lado?

Beatriz era ahora su gran preocupación. Siempre se comunicaba con él desdela bodega de atraque, pero esta vez no había sabido nada de ella. El hecho de quepermaneciera incomunicada dentro de su estudio le hacía sospechar problemas.No era propio de ella. Un segundo después de que Spud se fuera, un piloto degirojet informó haber visto un cuerpo ser expulsado por la cámara estanca de lalanzadera. Nadie respondía a sus llamadas en seguridad o dentro del estudio.

—¡Maldita sea!Ahora la parrilla maestra estaba obteniendo una respuesta del varec, una

respuesta increíblemente sana y potente. Este campo que las cargas deprofundidad habían aturdido hasta el mero reflejo despertaba de nuevo deinmediato…, con un correspondiente cambio de frecuencia.

Es el nuevo varec, pensó. Ha absorbido los recuerdos del doméstico y ha

tomado el control.Todo el equipo del varec doméstico estaba intacto, pero en vez de docenas de

frecuencias danzando por las pantallas ahora solo había una frecuencia de varecen la parrilla maestra.

La pantalla de Mack mostró cómo la parrilla se reformaba, excepto un áreainsensible en la esquina noroeste. Esperaba que no hubiera sido demasiadopodada.

—Bien —murmuró—, hasta ahora parece que le caemos bien.Había planeado utilizar el Control de Corrientes para volver el varec contra

Flattery. Había preparado tantos campos sintientes como había podido controlarpara un último intento, para la ocasión en la que Flattery fuera demasiado lejos.Macintosh veía la guerra como una droga, una droga extremadamente adictiva,y no deseaba que los pandoranos empezaran a usarla.

—Quiero ese sector en visual —le dijo al monitor del sector—. Deberíamospoder verles.

Todo lo que obtuvo en visual fue el girar negro grisáceo de la tormenta de latarde que borraba toda vista del sector. Ozette, LaPush y Galli se hallaban ahíabajo, en alguna parte. Esperaba contra toda esperanza que las cargas deprofundidad no los hubieran convertido a todos en sopa.

Las líneas de comunicación con el estudio aún se mantienen, pensó. Si Spud noconsigue entrar, tendremos que llamar su atención de alguna otra manera.

Una sensación más extraña que la ingravidez revolvió su estómago. Laahuy entó, como había ahuyentado la fría sensación que se infiltró por el airedespués de la llegada de la lanzadera. Se preguntó cuántos habrían venido conaquel vuelo. La lanzadera podía transportar treinta a cuarenta personas, según elequipo. Luego estaba el apoyo vital del NMO y los tecs. Todo el mundo a bordotenía que saber lo que había ocurrido.

No le gustaba pensar en el NMO, de dónde procedía, qué le había hechoFlattery. Había sido ella, Alyssa, no él, no una cosa, pero prefería pensar en ellacomo un elemento más del equipo, resultaba más fácil de manejar por elmomento. El equipo de apoyo vital era responsabilidad de Mack, como lo habíasido a bordo de la Earthling. No le gustaba ese trabajo.

—Bueno —murmuró para sí mismo—, antes de que vayamos más lejospuede que tenga algunas sorpresas para Flattery.

Una tonalidad suave sonó cerca de la torreta, alertándole de que se estabaformando algo en el holoescenario privado del varec. Macintosh lo habíaconstruido después de consultar a Beatriz sobre holografía. Lo había conectado através de la rej illa maestra con la esperanza de obtener imágenes del varec. Enlos dos meses que había funcionado experimentalmente había superado todos sussueños.

El varec había permanecido frustrado durante largo tiempo, y tenía mucho

que decir. Hasta ahora todo eran imágenes, luces destellantes y extraños sonidos.Las imágenes eran claras, normalmente información sólida sobre cosas reales entiempo real. Los sonidos y las luces parecían ser « charla» , o inflexiones, ofilosofías. Macintosh todavía no había sido capaz de interpretar ninguna exceptolas imágenes más obvias.

Cruzó la pequeña oficina hacia su nuevo equipo en la base de la torreta. No leimportaba demasiado el entorno casi de cero g tan cerca del eje, pero era lalocalización más práctica para una estación de observación. Al principio le habíagustado el acceso inmediato al amarradero de la lanzadera.

Para conseguir la gravedad casi normal del borde exterior hubieran tenidoque acomodarse al irritante giro de dos minutos del Orbitador que hacía casiimposible visualizar nada. Su cuerpo y a era bastante torpe como para irsegolpeando con todo lo que encontrara por su camino. Puesto que conocía aBeatriz Tatoosh, le gustaba tener un acceso inmediato a los estudios de Holovisióntambién.

Su holoescenario experimental se iluminó con la imagen de una gigantescahidrobolsa que arrastraba su lastre por encima de las olas. Aquella proy ecciónera de una calidad mejor de lo que nunca antes había visto. Era una perfectaminiaturización, y los datos colaterales la identificaban como la fuente de laalteración dentro del varec. Un destello metálico del lastre atrajo su atención y lehizo acercarse más a la diminuta escena en tres dimensiones que tenía delante.

—¡Eso no es ningún lastre!El holo en miniatura representaba el incidente con el Pez volador y la

hidrobolsa. Contempló desde el punto de vista de la hidrobolsa cómo ascendíahacia el farallón. Avanzaba aprisa, y cuando Macintosh se dio cuenta de que noiba a superar el borde se descubrió poniéndose de puntillas como para ayudarla.Luego la hidrobolsa estalló, y la imagen desapareció.

—Hay un Oráculo en alguna parte cerca de ahí —murmuró—. Quizápodamos organizar un equipo de rescate.

Se dirigió de vuelta a su consola de mando y llamó a Spud por el intercom.Fue entonces cuando se desató un infierno de sirenas de alarma.

La alarma de cuatro tonos significaba un incendio importante en alguna parteen la sección delantera del eje, su sección. Su principal temor fue de inmediatohacia la estación de amarre de la lanzadera y sus depósitos de reserva decombustible.

Con una alarma de cuatro tonos el fuego podía estar en el Control deCorrientes, la zona de los estudios o el amarre de la lanzadera. Todas las áreas sesellaban automáticamente. Las luces de advertencia parpadearon en todos losdepartamentos del eje, y el intercom del Orbitador repitió calmadamente:« Trajes de vacío obligatorios en todas las zonas selladas. En caso de fuego sepracticará el vacío. Se practicará el vacío. Trajes de vacío obligatorios en todas

las zonas selladas…»Macintosh tecleó en su consola el código de « área limpia, visual» para el

Control de Corrientes. Si los sensores de la zona no detectaban ningún peligro defuego, entonces el Control de Corrientes no sería sellado. Abrió de un golpe elarmario de seguridad al lado de la escotilla y siguió los pasos previstos en lossimulacros. Se enfundó en su traje de presión y activó la unidad decomunicaciones al lado de la placa facial. Abrió la escotilla que daba al pasillo atiempo para ver a un patán de seguridad cruzar el rostro de Spud con la culata deuna pistola láser. Spud giró contra la escotilla del estudio, y el hombre deseguridad se agarró a un asidero cercano para hacer palanca para golpear denuevo.

—¡Alto! —aulló Macintosh, pero el hombre golpeó a Spud de nuevo. Spudflotó, inconsciente, en mitad del pasillo.

Macintosh aumentó al máximo el volumen de su comunicador.—¡He dicho alto! —aulló—. ¡Deje a ese hombre tranquilo!El de seguridad acababa de subir evidentemente de la superficie, y carecía

de la habilidad necesaria para maniobrar en la zona casi sin peso del eje delOrbitador. Giró al oír la voz y soltó su asidero. El impulso lo envió girando sobre símismo pasillo adelante hacia Macintosh. El hombre soltó su pistola láser mientrasagitaba los brazos en busca del equilibrio, y Mack lo utilizó cuando pasó por ladopara darse impulso mientras le dejaba seguir su camino.

Alcanzó a Spud cuando este empezaba a recobrar el conocimiento.—Oí decir que iban a matarla —murmuró Spud, con la boca llena de sangre

—. Accioné la alarma porque no sabía qué otra cosa hacer.—Bien pensado, Spud —dijo Macintosh—. Ponte un traje en caso de que

tengamos que practicar el vacío.La brigada de voluntarios antiincendios llenó el pasillo mientras Spud se ponía

el traje de vacío, e inmediatamente detrás de ellos empezó a formarse lamultitud habitual. Pese a sus abultados trajes, la brigada se movía con una graciaque Macintosh siempre había envidiado. Miró a su alrededor en busca delpropietario de la pistola láser, pero el hombre había desaparecido. La escotilla delestudio permanecía sellada.

Macintosh conectó su comunicador directamente al casco de Spud.—Beatriz conoce el procedimiento —dijo—. Se habrá puesto el traje de

vacío.—¿Conoce el código visual de « área limpia» ? Macintosh asintió.—Lo conoce, pero apuesto a que habrá tenido el buen sentido de no usarlo.Se necesitaban dos cosas para impedir que un área sellada contra el fuego

fuera sometida al vacío: una señal automática de « área limpia» del sensor alordenador central del Orbitador, y una señal visual codificada de « área limpia»al mismo ordenador. Puesto que los sensores del estudio indicaban

indudablemente que no había ningún signo de fuego, el ordenador aguardaría elcódigo visual que indicara que un humano había inspeccionado el lugar y lo habíadeclarado limpio. Mientras tanto, el área sospechosa permanecería sellada,accesible tan solo al personal antiincendios.

El intercom advirtió:—Atención eje, sectores amarillos del ocho al dieciséis. Vacío en tres

minutos. Vacío en tres minutos. Traje de presión obligatorio en estas zonas…El dispositivo electrónico que utilizaba la patrulla antiincendios para entrar en

las escotillas selladas no funcionó al primer intento, ni al segundo. Macintoshconectó su sistema de comunicaciones al receptáculo del mamparo e intentó uncontacto directo con el estudio.

Spud se conectó a Macintosh.—¿Nada? —preguntó.Macintosh negó con la cabeza.—Estática. Parece como si…Al tercer intento la escotilla se deslizó hacia un lado. La brigada antiincendios

entró en tromba, y Macintosh se apresuró tras ellos, ocultando la pistola láser lomejor que pudo. Se alegró de haberlo hecho.

Beatriz era la única que había conseguido ponerse el traje.Estaba al lado de la escotilla, y agarró a Macintosh cuando este penetró en

tromba. El impulso le hizo girar contra el mamparo al lado de ella, pero ellaestaba bien sujeta en un asidero y ambos se controlaron.

Los otros trasteaban torpemente con los sellos de sus trajes, sorprendidos antelo repentino de la entrada de los hombres antiincendios. Uno de los reciénllegados en la lanzadera hizo un torpe intento de lanzarse hacia la parte de atrásdel estudio, pero fue agarrado en pleno vuelo por uno de los hombresantiincendios y su compañero, que le hicieron sujetarse en un asidero y loinmovilizaron. Macintosh se aseguró de que el resto de ellos vieran su pistola lásery se mantuvieran quietos.

El equipo de Mack terminó su inspección de la estancia en menos de unminuto, y uno de ellos envió la señal de « área limpia, visual» al ordenador. Elintercom anunció « todo limpio» , y Macintosh se quitó el casco de su traje.Beatriz le ganó.

—¡Mataron a todo mi equipo! —gritó—. Mataron a los hombres de seguridaddel Orbitador, y tienen armas ahí atrás, en los armarios.

Uno de los hombres antiincendios se dirigió a la parte de atrás del estudio paracomprobar el escondite de las armas.

—Retengan a estos hombres —ordenó Macintosh—, y quédense con todas lasarmas que tengan; es probable que las necesitemos.

Los hombres antiincendios utilizaron varias cuerdas y tiras de tela de susbolsillos para atar a León y sus dos hombres. Los tres se sentían confusos e

impotentes en gravedad cero. La brigada antiincendios estaba entrenada paraenfrentarse a todo tipo de situaciones, pero Macintosh no dejó de admirar sufacilidad de movimientos, incluso con tres prisioneros que se debatían entre susmanos.

Beatriz lo abrazó fuertemente y lo besó. Incluso a través de la masa añadidadel traje de vacío, fue algo estupendo para él.

—Esperaba poder hacerlo en otras circunstancias —dijo—. Notó el temblorde ella y la abrazó más fuerte.

—Hay más de ellos —dijo Beatriz—. Conté treinta y dos en total. Sospechoque su jefe, el capitán Brood, está con el NMO.

—¿Has oído, Spud?—Sí, doctor Mack.—Toda esta acción va a atraer a alguien aquí. Sella el sector amarillo del eje,

solo código de admisión. Puede que sellemos a unos cuantos de ellos connosotros, pero esto nos dará tiempo para ocuparnos del resto.

Spud activó la consola más cercana y completó la orden en un abrir y cerrarde ojos.

Macintosh hizo un gesto al hombre antiincendios que llevaba la banda blanca.—Hay un gran armario de almacenamiento vacío al otro lado del pasillo.

Meta a estos hombres ahí dentro, y luego reúnase conmigo en el laboratorio deinstrucción al lado de Control de Corrientes. Si puede encontrar algún tipo dearmas para su propia seguridad, tráigalas. Quiero sus mejores zapadores, tantoscomo pueda reunir.

—De acuerdo, comandante —dijo el hombre, luego añadió—: Esos hombresvienen de la superficie, señor. Ya sabe lo torpes que son. Nuestras mejores armasaquí son la gravedad cero y el vacío.

—Tiene usted razón —dijo Macintosh, mientras tomaba a Beatriz de la mano—, y muy buena estrategia. Adelante.

48

Mientras la grasa y la carne que se adhieren a lallama son devorados por ella, tú que te adhieres a ellasigues aún con vida.

Zohar: El Libro del Esplendor

Aracna Nevi esperaba que Flattery estuviera recibiendo una lección dehumildad en manos del populacho, porque Nevi estaba recibiendo ciertamenteuna lección de humildad ahí fuera a manos del varec. Había divisado a Zentzflotando sobre su espalda, con solo el blanco de sus ojos visible, la boquilla de suaparato respirador desaparecida. Una larga tira de varec rodeaba su cintura, y loestaba arrastrando firmemente hacia el lado de la laguna.

Afortunadamente para él, Zentz había tenido la presencia de ánimo dehinchar el collar de su traje. Esto mantenía su cabeza y sus hombros en lasuperficie, aunque debido a su grasa su cuerpo flotaba espléndidamente sin él.Afortunadamente también, Nevi había golpeado la liana rápidamente y al primerdisparo. Había arrastrado a Zentz todo el camino de vuelta hasta el hidroala antesde empezar a sentir el agitar de la cólera del varec bajo sus talones. Zentzparecía estar respirando.

Habría sido mucho más fácil si se hubiera ahogado, pensó Nevi. Pero todavíalo necesito. Un cuerpo vivo es mucho más útil que uno muerto.

Nevi sabía segura una cosa: tenía que situarse fuera del alcance del varec. Unzombi en la tripulación ya era suficiente. El hidroala inició un leve girar, y Nevimaldijo entre dientes.

Está canalizándonos hacia dentro de su alcance.Consiguió asegurar el collar de Zentz con un cable desde la escotilla de proa y

subirlo a bordo del hidroala. Utilizó un bichero para retirar los trozos de frondasde varec pegados al inconsciente Zentz.

Toda la situación había ido más allá de lo ridículo para Nevi, ahora erasimplemente cómica. No le importaba si Flattery seguía en el poder o no.Cualquiera que ocupase su puesto necesitaría a Aracna Nevi y sus servicios, y aNevi le encantaba esta posición. Era como tener tres o cuatro buenas jugadas deajedrez ya planificadas mientras el oponente estaba bajo jaque al rey. Bueno,era el momento de que Flattery aprendiera su valía.

Así que me ha enviado ahí fuera, ¿eh?Zentz había sido atrapado por el varec, y los automatismos de su traje de

inmersión le habían impedido nadar hacia quién sabía dónde. No le impidieronsin embargo debatirse ciegamente contra su rescate. Con sus sesenta y cincokilos, Nevi necesitó un cierto tiempo para meter los casi cien kilos de Zentz en elinterior del hidroala y atarlo al arnés de su asiento. No sabía por qué se molestabacon todo aquello, excepto que le permitiría darle a Flattery algo con lo que jugarsi no volvían con Crista Galli y Ozette.

Nevi maniobró rápidamente el hidroala hasta el centro de la laguna y sepreparó para un despegue vertical. Gastaría más combustible del que le hubieragustado, pero disminuiría enormemente las posibilidades de ser atrapado poraquel campo de varec.

Tecleó la secuencia automática de despegue vertical, y toda la potencia delhidroala le clavó las posaderas al asiento. Se tambaleó como un insecto en unahoja de hierba hasta que estuvieron a unos buenos cien metros por encima de lalaguna. Estableció los controles para recto y horizontal y entró los patines. Unarutina de diez minutos de reabastecimiento de combustible se había convertido encasi una hora de retraso, y Nevi no podía permitirse perder otro segundo.

Escuchó la radio, y no pudo desentrañar nada de la situación allá en laReserva. Intentó contactar con Flattery por su canal especial, pero no se pusonadie al otro extremo. Le llegó un fragmento de transmisión de un aparato dereconocimiento, y agitó maravillado la cabeza.

¿Qué idiota ha convencido a Flattery de lanzar cargas de profundidad contrael hidroala que estamos persiguiendo?

Cerró la radio de un manotazo y relajó su presa sobre los controles. Laturbulencia de la tarde todavía seguía afectando a su estómago, de modo quecortó el piloto automático. Necesitaba algo que hacer además de escuchar aZentz respirar pesadamente. Mantuvo la flecha amarilla de su pantalla visoraapuntada hacia las coordenadas verdes establecidas por los aparatos dereconocimiento.

Podía decir, por la forma en que Zentz se agitaba en el asiento del copiloto,que el Jefe de Seguridad iba a despertar de un momento a otro.

Nevi tuvo dificultades en reprimir una sonrisa burlona ante el meropensamiento de Zentz como jefe de algo.

Jefe de quebrantamiento de Seguridad, pensó. Jefe de Inseguridad.Nevi tuvo que admitir que Zentz lo había tenido difícil ante la creciente

hostilidad de los habitantes del poblado durante aproximadamente un año. Perouna turba de patanes era una cosa; esta Crista Galli y sus compañeros Sombraseran otra cosa muy distinta.

—¡Cien metros de diámetro! —gruñó Zentz en su inconsciencia.Sus ojos eran enloquecidos, sus pupilas se dilataban y contraían por ambos

lados, danzando al compás de algún extraño ritmo.Nevi no respondió. Zentz había empezado sus desvaríos acerca de alguna

hidrobolsa gigante tan pronto como Nevi alzó de nuevo el hidroala en el aire.—Crista Galli, el varec se ha vuelto loco —siguió Zentz—, la hidrobolsa

gigante agarró el hidroala…—Eso es un galimatías y solo está en su cabeza —dijo Nevi.Sabía que Zentz no podía oírle, pero aquello le hacía sentir mejor. Su voz era

tranquila y llana, una calma práctica que pagaba dividendos cada vez que teníaque trabajar con Zentz. Sabía que esto ponía nervioso a Zentz, lo cual daba a Neviun margen de ventaja. Se preguntó si también pondría nervioso a Zentz en sussueños. Esperaba que sí. Era este vuelo lo que ponía nervioso a Nevi.

La tormenta azotaba a Nevi contra el arnés en su silla de mando. Una de lascorrientes ascendentes a lo largo de la costa casi vació su estómago. Como lamayoría de pandoranos, prefería viajar por los caminos del varec,particularmente durante las tormentas de la tarde, pero hoy la velocidad era unelemento crítico. El gato había dejado demasiado suelto al ratón. Quizá Zentztuviera razón acerca de su hidroala. ¿Quién sabía lo que le había mostrado elvarec?

Si Ozette y Crista Galli se encontraban varados en algún lado de aquellaregión, tenían muchas posibilidades de convertirse en cebo para ímpetus. Ozetteno parecía pertenecer al tipo superviviente. Nevi sabía que Flattery los necesitabaa ambos vivos…, por ahora. Por ahora, lo que Flattery necesitaba lo necesitabaNevi, y no deseaba sentirse tan confortable ahí fuera que llegara a olvidarlo.

Zentz los necesita vivos más que nadie, pensó.El gran interrogante para Nevi era la hidrobolsa: ¿qué podía hacerle a Crista

Galli el contacto con esa cosa?¿O qué podía hacer por ella?Y algo acerca de aquellos malditos intrusos zavatanos costa arriba hacía que

Nevi se estremeciera. Nadie podía cultivar el terreno abierto de aquel modo sinalgún tipo de protección. Deseaba saber cuál era esa protección. O quién. Semantenían un paso por delante de Flattery y los ímpetus, un logro que suscitaba elrespeto personal de Nevi.

La tormenta se apaciguaba ocasionalmente, permitiendo a Nevi atisbos de lacosta. El frente de nubes empujaba entre los dos soles y confundía superspectiva. Sabía que allá delante se extendían miles de kilómetros cuadradosbajo camuflaje zavatano. No se necesitaba mucha imaginación para apreciar elvalor de la nueva tierra fértil allá abajo.

En cuestión de semanas los zavatanos convertían la roca desnuda en huertos,bombeaban el agua e iniciaban sus apestosos laboratorios. Toda la región costaarriba estaba entrecruzada por cursos de agua y salpicada por centenares depequeños lagos. Ya habían convertido muchos de los lagos en granjas para peces.Sus granjas de miserable aspecto cultivaban más que suficiente para sustentarse,Nevi lo sabía muy bien. Su información era mejor que la de Flattery, pero

Flattery no le pagaba para que le proporcionase información.¿Adónde van a parar sus excedentes?, se preguntó.Sabía que cuando descubriera la respuesta a esa pregunta tendría la respuesta

a la cuestión de las Sombras.Sin comida, no hay Sombras, pensó.Sería una lástima que Flattery consiguiera eliminar las granjas para detener

el envío de provisiones que estaba seguro eran canalizadas a la clandestinidad.Tenía que existir alguna manera más provechosa…

Se le ocurrió que las Sombras podían ganar. Se encogió de hombros.Nevi admitía su admiración hacia esos zavatanos, hacia su independencia que

Flattery todavía no podía controlar. No tenía intención de enlodarse las manos,aunque este viaje había demostrado ser y a bastante lodoso.

Nevi sonrió, un rasgo raro en el acero de su rostro. Tenía planes para su retiro,y esta región costa arriba, con sus granjas y sus nuevos bosques nacientes, leatraía. La gente de ahí arriba podía necesitar muy pronto algo de protecciónprofesional. Protección contra la gente como Flattery y su estúpido Jefe deSeguridad.

Parece que hay muchos nuevos intrusos ahí arriba este año, pensó.Desde que empezaron los temblores de tierra hacía unos años, la gente se

había vuelto hacia la superficie en busca de seguridad. Incluso con las casas debarro y paja era más fácil reparar una habitación que un túnel, y además norequería mucho esfuerzo censar a esa gente. En aquellos momentos Nevi penetróen un repentino muro de mal tiempo y fue casi imposible divisar nada.

Mantuvo su atención fija en la pantalla. El golpeteo de la lluvia contra la pielmetálica y el plas de la cabina casi lo ensordecían.

Cambió a las luces de aterrizaje para aclarar el terreno. Pese a ello, lavisibilidad era apenas de un par de centenares de metros. Un zumbador lerecordó que estaba volando al límite de su velocidad.

Estaban solo a un par de cientos de kilómetros costa abajo de las coordenadasque habían dado los aparatos de exploración. Zentz había recuperado el sentido losuficiente como para poner su sillón vertical y sujetarse la cabeza.

—¿Cómo fue eso? —preguntó Nevi.—No deseo tener que volver nunca.—¿Adónde fue?—A todas partes. —Zentz se secó con la manga la saliva que resbalaba fuera

de su boca—. Fui a todas partes… a la vez. Les vi ser agarrados.—Están por ahí, en alguna arte.—Varados en una playa —dijo Zentz—. Al pie del farallón. Varados.Nevi gruñó, divertido. Imaginó aquella tierra gris en un día soleado,

floreciendo.Probablemente Flattery no podrá enviar tropas, pensó, nunca volverían a

casa.—Nos estamos acercando —dijo, y disminuy ó la velocidad—. ¿Todavía no

los ve?—No…, ¡sí! —Señaló hacia estribor con un tembloroso dedo—. ¡Ahí, mire el

tamaño de esa… cosa! Sabía que era algo más que un sueño.Nevi estaba disgustado ante el babeante entusiasmo de Zentz. La tormenta

estaba alejándose casi tan rápidamente como había venido, y la visibilidad sobrela hidrobolsa caída era buena. El terreno, sin embargo, parecía mortífero. Lamasa del hidroala caído era claramente visible entre los j irones anaranjados dela hidrobolsa deshinchada.

Era un monstruo, de acuerdo, y deshinchada cubría más de los trescientosmetros de diámetro que había ocupado en el aire. Casi la mitad de su masa searrastraba unos cincuenta metros en el mar, y el resto yacía amontonado en laestrecha franja de play a entre el mar y la cara casi vertical. El hidroala parecíaestar casi intacto, justo al pie del farallón.

Nevi no deseaba posarse dentro del perímetro de aquella cosa: había visto loque hacía aquel polvo azul a alguno de aquellos zavatanos de cerebro quemadoque vagaban alucinados por los poblados. La franja de la línea de la marea erademasiado estrecha y las mareas menos predecibles de lo que le gustaría. Laplay a en sí, desde la línea de la marea hasta el farallón, era un amasijo de rocas.Eso significaba un amerizaje, o posarse en la parte superior del farallón. No legustaba el aspecto de todo aquel varec en el agua, ni la situación de la hidrobolsamuerta.

—Escáner electrónico e infrarrojo —ordenó—. Voy a hacer un par depasadas para no ser sorprendidos ahí abajo. Luego nos ocuparemos de cómoconseguir que salgan de debajo de esa cosa.

Aquella situación golpeó de pronto a Nevi como algo absurdo. Flattery habíasituado su precioso Orbitador y tenía su Nave Profunda casi preparada para lamarcha; tenía planes de establecer la cabeza de puente de una colonia en unanillo de asteroides a más de un millón de kilómetros de distancia. Las lunas dePandora eran más inestables todavía que el planeta. Incluso Nevi admitía quehuir era la respuesta definitiva. Pero dudaba que todo aquello valiera la penadentro de sus expectativas de vida.

Sobre todo si insistía en arriesgar la piel en un combate con una bolsa de gashidrógeno, polvo alucinógeno y tentáculos. Decidió posarse arriba del farallón,cerca de un sendero descendente que no parecía demasiado difícil. Calculabaque Zentz se habría librado del varec cuando llegaran al fondo.

Si la chica es sagrada como dicen, veamos si puede salirse por sí misma deesta.

49

Eso es todo lo que Nave nos pidió siempre, eso es todolo que significaba la VeNaveración: descubrir nuestrapropia humanidad y vivir de acuerdo con ella.

KERRO PANILLE,Las Guerras Clónicas

Rico hizo saltar la escotilla de la cocina con una palanca del armario de lasherramientas y vio que Ben se estaba sentando mientras forcejeaba con el cierrede su arnés.

—Ben, muchacho…Avanzó inseguro por la cubierta llena de escombros hasta el asiento de Ben,

pero tuvo mucho cuidado en no tocarle. Los ojos grises sirenios de Ben parecíanlimpios cuando le miró, pero parecía costarle seguir los movimientos. Tanto Bencomo Crista estaban medio enterrados entre los restos de lo que había sido lacocina.

—¿Puedes hablar?La voz de Ben pareció aferrarse a su garganta.—Yo…, creo que sí —dijo.—Quédate sentado —dijo Rico. Un extraño zumbar se inició en su cabeza, así

que inspiró profundamente, dejó escapar el aire con lentitud—. No vamos a ir aninguna parte desde aquí, así que relájate. —Vaciló un poco antes de soltar losúltimos dos cierres.

—Crista… —la voz de Ben sonaba extraña, distante—. ¿Está bien?Rico sintió que le hormigueaban los labios, y las puntas de los dedos también.

Era muy propio de Ben pensar primero en los demás. Miró de reojo el otro sillón.No había ningún movimiento. Todas las luces de la cocina estaban apagadas, perodesde donde estaba Rico arrodillado en medio de los escombros parecía como sino respirara.

¡Mierda!—Quédate sentado —repitió, empujando a Ben hacia atrás—. Lo

comprobaré.Sus músculos no trabajaban como debieran, y sentía como si se estuviera

moviendo al ralentí. La fuerte lluvia que golpeaba el hidroala ahogaba la poca luzque se filtraba por la única portilla abierta. Rico observó que las sombras no erantan solo tonos de gris, sino danzantes tonalidades de azul y verde, con un fondo de

temblorosas lenguas de una fría llama amarilla.Un halo de llama amarilla rodeaba la forma tendida de Crista Galli. Rico no

podía ver ningún movimiento, pero los labios de la muchacha eran rosados y estole dio esperanzas. Fue a comprobar el pulso en su cuello, luego retiró la mano. Nopodía decidirse a tocarla.

Crista permanecía inmóvil, absolutamente fláccida, con la boca ligeramenteabierta. El hinchado collar de su traje de inmersión mantenía su cabeza echadahacia atrás y su tráquea despejada. Incluso en estas circunstancias, Rico tuvo queadmitir que era hermosa. Por el bien de Ben, por el bien de la gente hambrientade Pandora, esperaba que siguiera con vida. Mientras la contemplaba, unresplandor verdoso se difundió sobre su cuerpo. Un brillo más débil, tambiénverde pero de una tonalidad más clara, se desprendió del cuerpo de Ben. Bolsasde verdor rezumaban de él y trepaban como amebas por el aire. Una de ellas seunió con otra similar procedente de Crista Galli. Estaba viva, eso era indiscutible.Ahora todo lo que tenían que hacer era mantenerla así.

—¿Rico?—¿Sí, Ben? —preguntó. Su voz le sonó como muy lejana.Pero está aquí, mi voz está exactamente aquí.—¿Está bien?Rico inspiró profundamente, y algo del resplandor verdoso penetró en sus

pulmones como bruma o polvo.—Está bien —dijo, luchando por controlar su lengua—. Flattery le dio sus

drogas mientras estaba con él.Se volvió lentamente y vio a su amigo iluminado desde atrás por el plas

descubierto de una de las portillas. La lluvia que golpeaba el plas lanzaba destellosque parecían incidir en Ben y rebotar por toda la cocina. Ben se había sentado yse frotaba los ojos, y un halo de fuego se movía con él. No era el resplandorverdeazulado que había capturado a Crista y Rico, sino un sensual resplandorcálido como el pulsar de alguna membrana desde dentro.

El polvo de esporas…—Creo que he absorbido polvo —le dijo a Ben, en su nuevo tono bajo y lento

—. ¿Cómo te sientes tú?—Tengo dolor de cabeza —oyó decir a Ben—. Un maldito dolor de cabeza.

—La voz de Ben era densa y confusa—. Y mis músculos hacen lo que quieren,pero funcionan. Supongo que es cosa del inyectable.

Rico le ay udó a sentarse erguido. Sus dos halos trazaban arcos y giraban a sualrededor. Ben se sujetó la cabeza con las manos, se dobló hasta casi apoyarla ensus rodillas.

—Sé lo que quieres decir… Yo empiezo a sentirme un poco igual. Hace tantotiempo…

—Sí —dijo Rico, dejando escapar otro lento aliento—, mucho tiempo. Con

Crista son las drogas. Las drogas de Flattery.—Drogas, sí —dijo Ben—. Le han estado dando algo, algo que Flattery quiere

que la gente piense que es zumo de varec. Eso parece.Se puso en pie sobre piernas inseguras, sujetándose a Rico y al mamparo, y

se dirigió hacia Crista Galli. Rico observó mientras Ben comprobaba su pulso, seinclinaba para oír su respiración.

—Está bien —dijo Ben—. Si se encuentra como yo antes, también puedeoírnos.

Se inclinó hacia el oído de ella.—Te pondrás bien —dijo, y palmeó su brazo.Rico esperaba que no fuera una mentira. Un sentimiento de pánico en sus

entrañas le decía que ninguno de ellos volvería a estar nunca completamentebien. El verde de su aura parecía ser absorbido por su cuerpo. Cuando apartó desí sus aprensiones, se arrastró fuera de él de nuevo y se mezcló con el de losotros.

El peligro son las drogas, no su contacto, se recordó. ¿Cuánto tiempo falta paraque se disipen sus efectos?

Rico sabía que una única dosis de polvo no duraba tanto en tiempo real. Tuvoque recordarse a sí mismo que era el polvo el que retorcía el tiempo. Sabía queno tenían mucho tiempo que perder. Podían contar con la ayuda del varec. Eraalgo que sentía intuitivamente.

Es el polvo, pensó.—Será mejor que veamos lo que tenemos —dijo Ben.Rico se obligó a enfocar su atención. Sabía que Ben tenía razón, y si ambos se

hallaban bajo los efectos del polvo tenía que prestar más atención todavía.—Si no prestamos atención, estamos muertos —oy ó decirse a sí mismo.Ben se limitó a gruñir.Rico extrajo su pistola láser del cinto, comprobó las cargas.—Ellos sabrán que hemos caído —dijo—. Tenemos que salir de debajo de

este lío, somos demasiado fáciles de localizar. Se sujetó en el casco vuelto delrevés.

—Las cosas ya estaban bastante mal antes de que nos sumiéramos todos en elpaís de los sueños.

Se dirigió hacia la escotilla, combada hacia dentro.—Tráeme algo de polvo —dijo Ben—. Eso es lo que necesitamos para

sacarla de aquí.—Olvídalo —dijo Rico—. Ya ha tenido bastante aquí dentro. No sabemos lo

que Flattery le ha estado haciendo. Una dosis fuerte puede matarla, no sabes…Se dio cuenta de que su voz seguía hablando sin el concurso de su voluntad.

Ben estaba insistiendo en que él estaba en lo cierto, que ella y a había respirado elpolvo y que esta sería la mejor manera de manejarla, que lo que necesitaba era

más…—Hablo en serio, Rico. Lo necesita, y el antídoto…, y a sabes lo que le hizo.

Piensa en ello.Rico no comprendía, y sabía que no tenían tiempo de pensar en ello.No dijo nada más, se limitó a girar sobre sus talones y pasar sus brazos por

debajo de las rodillas de Crista. Ben la cogió por los sobacos, y ambos cruzarontambaleantes con ella la escotilla hacia lo que quedaba de la cabina.

Algunas de las luces aún funcionaban, iluminando las rotas paredes y techo.La cocina y la parte de popa del hidroala permanecían más o menos rectas, peroel aparato se había doblado casi en dos a la altura de la escotilla de la cabina.Toda la proa y acía de costado. Una de las alas había saltado de su alvéolo y sehabía clavado en el fuselaje, pelando una sección del casco como la monda deuna naranja.

Ben apartó unos restos con los pies y depositaron a Crista en el suelo. Ellapronunció el nombre de Ben y aferró su brazo. Rico se puso inmediatamente altrabajo intentando liberarse de la deshinchada hidrobolsa y de los restos delaparato. Algunas bolsas de hidrógeno no disipado le preocupaban. La lluviaay udaba, pero le inquietaban las chispas…, no las de tipo espiritual que habíavisto en la cocina, sino las del tipo metal contra roca que podían prender elhidrógeno.

—Todavía hay algo de gas por aquí —advirtió—. No debería ser unproblema, pero habrá que ir con cuidado. Nuestro buen juicio está influenciadotambién por el polvo, de modo que tenemos que ser más cuidadosos que nunca.No te muevas mucho por ahí hasta que nos hay amos liberado.

Rico apoy ó las piernas en el borde del fuselaje mientras el resto de su cuerpointentaba usar la sección del ala como escudo para empujar la muerta hidrobolsalejos del aparato. Con la cabeza y los hombros al aire libre, podía ver que elhidroala estaba pegado al farallón, con la hidrobolsa extendida entre el aparato yel mar. Una pequeña porción de la bolsa y dos tentáculos cubrían el hidroala.Toda la escena parecía girar en un luminoso espectáculo de polvo de esporas.

No hay gas ahí fuera, pensó. Sopla una buena brisa del mar.Olió a grasa quemada, un olor enfermizamente dulzón, mientras se abría

camino a través de la cubierta de la hidrobolsa con su pistola láser. Empujarlapara apartarla del fuselaje hizo que la cabeza le diera vueltas y sus rodillastemblaran. Un denso humo llenó la cabina, y Crista tosió tras él.

—¡Crista!La voz de Ben sonó más feliz de lo que Rico la había oído en mucho tiempo.

Liberar la membrana de la hidrobolsa permitió entrar un poco de aire y un pocode luz. La lluvia había convertido la mayor parte del polvo en lodo, pero pese atodo habían absorbido una buena dosis. Rico sentía la cabeza como si estuvierapreparándose para darse un gran chapuzón, como si estuviera agarrado a una

platija gigante para lanzarse a las profundidades. No dejaba de recordarse a símismo en voz alta: « Es el polvo, pasará pronto.»

Volvió a meterse dentro, y Crista estaba apoyada sobre un codo, tosiendo yjadeando y sacudiendo la cabeza.

—Ben —su voz era ronca y profunda—, estamos salvados. Avata se ocuparáde ello.

Justo en aquel momento un tentáculo se deslizó por el agujero encima deellos. En menos de un segundo aferró a Rico por la cintura, y al segundo siguientelo había arrastrado a través del agujero. Su presa en su cintura era más fuerteque cualquier otra cosa que hubiera sentido en toda su vida, pero no dolía. Oy ó ungrito y sintió la tanteante mano de Ben, luego el agujero y el hidroaladesaparecieron de la vista, y Rico no pudo ver más que agua.

50

Por lo tanto, si en esos días era más necesariosatisfacer a los soldados que al pueblo, ello se debía aque los soldados tenían más poder que el pueblo.Hoy… todos los gobernantes consideran másnecesario satisfacer al pueblo que a los soldados,porque los primeros tienen ahora más poder que losúltimos.

MAQUIAVELO,El Príncipe

El maestro del holo Rico LaPush era realmente una buena presa. LaInmensidad respetaba a este humano como escultor de imágenes, el mejor quehabían producido los humanos. Durante cerca de una década la Inmensidadhabía monitorizado las transmisiones humanas en todos los espectros. A través deesas transmisiones había sido testigo del inevitable desenrollar de la políticahumana. Cuando había tenido sus propios datos para comparar había comparado,y había hallado que le faltaban datos significativos. Aprendió de los humanos amentir. Luego aprendió las sutiles diferencias entre mentira e ilusión, verdad eiluminación.

La Inmensidad tenía intención de aprender holografía. A veces habíadominado por sí misma ilusiones transitorias —barcos fantasma en el mar,transmisiones de radio inexistentes—, los trucos de salón de las ondas. Laholografía era algo mucho más precioso que eso. La Inmensidad conocía ahora alos humanos y la historia humana. Sabía que la holografía, el lenguaje puro de laimagen y del símbolo, era la lengua interespecies.

Estaban las demás formas, por supuesto, la voz eléctrica de los humanos.Hablaban de unos a otros sobre concentraciones de peces, sobre el clima, emitíanlas misteriosas modulaciones que los humanos llamaban « música» . Excepto lamúsica, todo esto había sido comprendido fácilmente, pero no era muyinteresante. Luego el humano al que se atrevían a llamar « maestro del varec»empezó a usar el propio varec como medio de conducción. Este canal privado decomunicaciones unía el Orbitador con el mundo zavatano, y el varec podía oírlotodo. La Inmensidad hablaba en imágenes, y esas palabras sobre el canal delvarec ay udaban a tener una imagen del mundo tal como era, y tal como podíaser. Aunque el maestro del varec escuchaba, carecía de las sutilezas de la

holografía que requería la Inmensidad.La Inmensidad no podía pensar en ningún lugar mejor donde empezar que

con LaPush, el maestro del holo. La Inmensidad sabía distinguir los buenos holosde los malos. En este asunto podría requerir el consejo de Rico LaPush enpersona.

El tentáculo de la hidrobolsa que había aferrado a LaPush fue, a su vez,aferrado por una enorme fronda de varec azul. Transmitía cada movimientodirectamente al varec. La cámara de solapa automática de Rico transmitía unaseñal de diez segundos cada hora, orientada a su grabadora en el hidroala. LaInmensidad recibía todas las transmisiones, incluidas estas.

Flattery era el humano dominante, pero la Inmensidad no veía futuro en él.Esclavizaba al varec, pero, peor aún, esclavizaba a los suyos. Flattery noconfiaba en ninguna criatura que pudiera saber lo que estaba pensando, incluidoslos humanos. Tenía planes para ocultar el futuro del mundo a su gente, y el vareccaptaba un pesado hedor de codicia a su alrededor. Excepto los canales del varec,Flattery controlaba las comunicaciones entre los humanos. Las desalentaba, delmismo modo que desalentaba su educación. El varec se maravillaba a menudode que los humanos se sobrevivieran a sí mismos. Parecían ser su propio y másferoz depredador.

Flattery sacrificaría a muchos para salvarse él, se dio cuenta un día, quizásincluso hasta el último humano.

La Inmensidad no albergaba ilusiones acerca de su posición en la jerarquíade Flattery.

El varec sabía que mientras los humanos aceptaran a Flattery como elDirector no se darían cuenta nunca de su potencial como Uno. Si no lo hacían,entonces tampoco reconocerían la necesidad de Unicidad en el varec. Flatteryveía esta necesidad como una amenaza, tanto entre los humanos como en elvarec. No habría de nuevo un auténtico Avata mientras Flattery gobernara. Cadavez que el cerebro crecía, Flattery lanzaba un golpe.

Desde el día de la comprensión, la Inmensidad había decidido provocar lacaída de Raja Flattery y la unificación de los campos podados de varec a travésde todos los mares. La respuesta, lo sabía, estaba en el holo. Si podía proyectarholoimágenes, podría comunicarse de una forma que los humanos pudierancomprender. Podría hablar a la vez a los distantes humanos y al varec.

Un lenguaje entre sintientes, pensó la Inmensidad, esta es la revoluciónpandorana.

Rico LaPush había sido difícil de seguir. Se movía rápidamente y de formaencubierta, y estos días pasaba la mayor parte de su tiempo en tierra firme. Sehabía visto expuesto al varec en las islas orgánicas que formaban las antiguasciudades y en sus misiones con Ben allá abajo entre los sirenios; sin embargo,había decidido no comunicarse directamente con el varec durante la may or

parte de su vida adulta.Es simplemente un asunto de intimidad.Al contrario que el miedo de Flattery hacia la traición y la muerte, la de Rico

era simplemente una reluctancia a permitir que el varec espiara su psique. Esono le hacía sentirse « Uno con la Unicidad» , como ocurría con muchoszavatanos, la Inmensidad sabía bien esto. Lo que el varec sabía de Rico lo habíaobtenido de otras fuentes, y de las ondas de Holovisión.

Quizás el maestro del holo Rico LaPush se convirtiera en el maestro debatalla del varec, si solo la imagen no fuera suficiente. El tiempo y lapresentación de las imágenes eran esenciales. Como un canal del varec, unsimple conductor, la Inmensidad se permitía ser usada por los fieles en su luchacon el Director. Ahora era tiempo de usarlas a ellas en esa misma lucha.

La Inmensidad vencería sobre los demás campos y restablecería a Avatacomo el auténtico gobernador de Pandora. Planeaba ay udar a los humanos avencer a Flattery y alcanzar una cierta simbiosis con esos seres temerosos. LosOráculos y los caminos del varec no eran suficientes. Las imágenes eranherramientas valiosísimas, y el varec aprendería a utilizarlas.

—Buscar visiones en el varec viola los derechos civiles —había proclamadoFlattery—. Si tu hijo usa el varec, entonces él y todos aquellos que lo usan,incluido el propio varec, conocen los pensamientos y sueños más íntimos de tujuventud, de toda tu vida antes de su concepción. Esto constituye una violaciónmental, la violación definitiva.

Introdujo su ley que hacía que el contacto « con finalidades decomunicación» fuera un delito castigable en diversos grados, todos ellosdesagradables. Los zavatanos ignoraban universalmente esta ley, con granbeneficio para el varec.

La Inmensidad tenía que arrebatar a Rico rápidamente, antes de quealarmara a los demás. El enemigo Nevi se aproximaba, y no había tiempo paramiserables confrontaciones. La Inmensidad sentía la reverencia quecorrespondía hacia la hija del varec Crista Galli. Ella sería el instrumento quecompletara la sinfonía del varec. Pero sin el genio de Rico el varec veíaimpotencia, muerte y desesperación en el futuro de Crista y en todos sus demásfuturos.

La hidrobolsa había actuado de una forma soberbia. El Pez voladordescansaba ahora encima de un Oráculo, uno antiguo asegurado por una pequeñapero valerosa banda zavatana. Su caverna, mucho más grande que la de Flattery,estaba ocupada al mismo tiempo por la raíz viva del varec y los zavatanos. Elpaso desde el lado del agua era demasiado peligroso para un hidroala. Loshumanos habían cavado un pasadizo desde la parte superior del farallón hasta lamadriguera del varec en la áspera roca cerca de la orilla. Era idéntico al Oráculoque se extendía a los pies del centro de mando de Twisp bajo las extensiones

altas.Flattery había eliminado todo el varec de su caverna, para hacerla adecuada

a sus gustos. Había destruido uno de los nidos del varec, uno de los alvéolos dondeel varec se arraigaba al propio continente. Los zavatanos protegían centenares deestas estaciones a lo largo de la costa, teniendo mucho cuidado de mantener a lagente de Flattery a raya. Cada Oráculo era un punto estratégico de comunicaciónpara el varec, un enlace con todo el mundo y con el Orbitador allá arriba.

La Inmensidad había aprendido de algunos zavatanos cómo se formaban lasimágenes en la matriz del cerebro humano, y cómo su propia carne formaba demodo correspondiente las imágenes que veía contra el paisaje onírico del mar.Cuando aprendiera a proy ectar sus pensamientos, sus imágenes, como RicoLaPush proyectaba sus holos para llenar el espacio vacío, entonces podríacomenzar la salvación de Avata y de los humanos.

¡Y ay de Flattery!, pensó. ¡Ay del egoísmo y la codicia! Arrastró a Rico alinterior del Oráculo y entre los suy os tan rápidamente como pudo, a fin de queno se asustara innecesariamente de su nuevo alumno, Avata.

51

¿Qué felicidad podemos llegar a sentir si matamos anuestra propia gente en la batalla?

Bhagavad-Gita

Cuando anunció tras su ración del mediodía que iba a correr el perímetro, losmiembros del pelotón del Ejecutor le dieron una paliza. Pensaron que así ledevolverían el buen sentido, o al menos le impedirían físicamente correr por laPunta Atrevida, infestada de demonios. No funcionó.

—Sé por qué haces esto —le dijo el jefe de su pelotón. Le llamaban « PiedrasCalientes» , y su hermana estaba casada con el hermano del Ejecutor allá enLilliwaup. Hablaban en privado detrás de unas rocas que bordeaban el campo derefugiados de Kalaloch—. Como todos los demás que lo hacen, estás harto dematar. Quieres hacer algo por alguien, dejar tu seguro a tu familia, ¿no?

El Ejecutor se limitó a reclinarse contra la roca y miró a un trozo despejadode cielo azul rodeado de nubes.

—¿Quién recibirá el dinero? ¿Tu madre? ¿Tu hermano? ¿Esa pequeña rubiaque parece dinamita y que te traes de tanto en tanto al campo?

La mano del Ejecutor salió disparada hacia Piedras Calientes pero se detuvoa pocos centímetros de su garganta. Piedras Calientes no se inmutó. Piedrascalientes nunca se inmutaba.

—Mi hermano.Piedras Calientes maldijo para sí mismo, luego susurró:—¿No sería mejor volver? La operación y a casi ha terminado, lo peor ha

pasado. Volvemos a casa en un mes. Un mes. Si todavía sigues pensando lomismo… —miró a ambos lados—… entonces puedes ocuparte del asunto encasa. Ocuparte de ello en casa.

—No soy bueno para estar en casa —dijo el Ejecutor—. Las cosas que hehecho… No soy normal, tú no eres normal. No podemos volver allá. ¡Nopodemos!

—Así que, en vez de volver a casa, corres el perímetro, vas hasta la PuntaAtrevida y de vuelta. Sabes las posibilidades que tienes. Lichter lo hizo hace unmes. Escupitajo lo consiguió y recogió todo un año de cupones de comida. Dosde veintiocho…, es un suicidio, y tú lo sabes.

—De cualquier forma, mi familia saldrá ganando —dijo el Ejecutor. Su voztenía un tono monótono, y Piedras calientes apenas pudo oírle por encima de la

ligera brisa—. Recibirán mi seguro y mi pensión si no lo consigo, y las gananciassi lo logro.

—Sí —dijo Rocas Calientes—, pero no recibirán lo que en realidad prefieren,que eres tú. Si vuelvo sin ti mi hermana me despellejará.

—No puedo volver. Tú lo sabes. Tú, de entre toda la gente, tendrías quesaberlo. Deberían hacernos un lugar para nosotros, y dejarnos ir tras esasSombras e instalarnos donde sea que están, y así no volveremos a hacer daño anadie nunca más…

El Ejecutor se atragantó, y Piedras Calientes miró hacia otro lado. Observóentre las rocas y vio que el resto del pelotón estaba cerca de la playa, espaldacontra espalda, vigilando un ataque de los demonios o de las Sombras.

—Eres mi cuñado, pero olvidemos esto —dijo Piedras Calientes—. Eres elmejor hombre que he conocido. Esos tipos están hoy vivos gracias a ti…, ¿acasoesto no cuenta?

—No cuenta ni una mierda —dijo el Ejecutor—. Significa que tengo másorejas en mi bolsa que ninguno de los demás. Nos arrojan piedras y basura ynosotros les disparamos con nuestras pistolas láser y nuestros rayos…, mierda,hombre, si fueran animales ni siquiera diríamos que era un buen deporte.

—Creo que…—Creo que será mejor que dejes de pensar por mí y empieces a pensar por

ti mismo —dijo el Ejecutor—. Aquí he aprendido cómo matar, pero no heaprendido cómo agradar, y estoy malditamente seguro de que no he aprendidocómo dormir por las noches. Lo último que he oído es que no hay futuro para losasesinos en Lilliwaup.

Se puso en pie, se sacudió el mono y sopesó su pistola láser.—Así son las cosas, y nadie puede hacer nada —dijo—. Voy a correr el

perímetro me dejes aceptar las apuestas o no. Tienes que admitir que unassabrosas ganancias son un buen incentivo, y tengo intención de añadirle otrodetalle atractivo.

Piedras Calientes paseó sus ojos por la playa, la cara del risco y el montón derocas a su alrededor. Aquella era la región de los ímpetus encapuchados, y suprecaución era automática. Además, habían quemado dos hervideros deneurocorredores aquí la semana pasada nada estremecía más a Piedras Calientesque los neurocorredores.

—Vamos —suspiró, y se unieron al resto del pelotón junto a la línea de lamarea.

Los brillantes soles de la tarde habían devorado la cola de la tormenta diaria yrelucían por encima de las húmedas piedras negras de la Punta Atrevida. Elestrecho promontorio se proyectaba tres kilómetros en el océano, y recibía sunombre por su popularidad como un lugar para correr el perímetro.

« Correr el perímetro» era un juego tan antiguo como los humanos en

Pandora. Los primeros colonos hacían apuestas, luego corrían desarmados ydesnudos alrededor del perímetro de su asentamiento, con la esperanza de ganara los demonios, conseguir algo de emoción y unas cuantas fichas de comida.Aunque técnicamente ilegal, era un juego resucitado por las Fuerzas deSeguridad de Vashon. En los viejos días, los supervivientes de la carrera setatuaban un chevrón sobre una ceja para marcar su éxito. Aunque esta tradicióntambién había sido resucitada, las carreras tenían ahora lugar en sitios como laPunta Atrevida, eran famosos por su alta población de demonios. Los dos entreveintiocho que Piedras Calientes había visto sobrevivir eran exactamente el doblede la media.

—Las apuestas son siempre de dos a uno —dijo el Ejecutor—. La paga devosotros seis es igual a la mía, lo cual quiere decir que recibiré la paga de un añosi vuelvo.

—¡Cuando vuelva! —murmuró McLinn—. ¡Escuchadle!—Bueno, quiero cinco a uno —dijo el Ejecutor.—¿Cinco a qué?—Te han dado demasiado fuerte en la cabeza. —Olvídalo.—Mierda —dijo McLinn—, por cinco a uno cualquiera es capaz incluso de

conseguirlo. No voy.—Escuchadme, muchachos —dijo el Ejecutor—. ¿Veis esa roca grande más

allá de la punta? No solo correré el perímetro, sino que nadaré hasta esa roca yvolveré. Por cinco a uno.

—Despertad, hombres —advirtió Piedras Calientes, y todo el mundo barriórápidamente la zona con la mirada—. De pie aquí tanto tiempo estamosconvirtiéndonos en un cebo excelente, recordadlo. Está bien, decidamos.¿Apostáis o no? ¿Corre o no?

—Yo voy.—Y también.—Y yo.—Aquí está la mía.Cada uno de los hombres tendió cinco de sus cupones de comida a Piedras

Calientes para que los guardara. Cada cupón representaba un mes de raciones enel sector civil. El Ejecutor tendió cinco de sus propios cupones contra los otrosveinticinco. Piedras Calientes no quiso apostar, y el Ejecutor no le presionó.

—Hazme un favor —dijo el Ejecutor.—Dilo —aceptó Piedras Calientes.—Dale a esa roca mi nombre. Quiero algo aquí por lo que la gente me

recuerde. Las rocas son mucho más permanentes que la gente.—La Roca del Ejecutor —canturreó McLinn—. Me gusta como suena.Piedras Calientes lanzó a McLinn una de sus miradas paralizadoras, y McLinn

se apresuró a escrutar los alrededores.

—Si vas a hacerlo, hazlo —dijo Piedras Calientes—. Por mi parte, tanto meda pegarte un tiro aquí mismo como dejarte ir. Entretente un poco más, e igual lohago.

—Aquí están los papeles —dijo el Ejecutor, y le tendió a Piedras Calientes unpequeño paquete—. Pagas atrasadas, pensión, seguro…, todo para mi hermano.

—¿Para quién son las orejas?—Que te jodan.El Ejecutor metió la mano en el cuello de su mono y mostró a Piedras

Calientes el collar que se había hecho con las pequeñas, amarronadas y secasorejas. Aunque humanas, ahora parecían conchas, o tiras de cuero. Se abrió elmono por delante y lo dejó caer a sus pies sin una palabra. Le tendió a PiedrasCalientes su pistola láser y echó a correr hacia la punta vestido solo con sus botas.El pesado collar se agitaba alrededor de su cuello como el aro de juegos de unniño mientras corría.

Establecieron turnos de centinela, y lo mantuvieron a la vista con susprismáticos.

—Ya casi está en la punta —informó McLinn—. ¿Qué te apuestas a que no sequita las botas para nadar?

El tranquilo al que todos llamaban « Arco Iris» aceptó la apuesta de un mesde raciones. Todos los demás permanecían en silencio, observando la punta consus prismáticos de largo alcance en busca de señales de ímpetus o, peor aún,neurocorredores. Arco Iris perdió. Todos se sorprendieron cuando alcanzó laroca.

Pero nadie más que el propio Ejecutor, pensó Piedras Calientes.—Bueno, se ha ganado su lugar en la historia —dijo McLinn, y se echó a reír.El ímpetu debía estar descansando al sol en el lado del océano de la roca. El

impacto de su salto arrastró al Ejecutor y al ímpetu sus buenos diez metros dentrodel estrecho corredor de mar más allá de la punta. Algo de la espuma que hirvióentre las olas era verde, de modo que Piedras Calientes supo que de algunaforma, antes de morir, el Ejecutor había conseguido derramar la sangre delímpetu. Ni el Ejecutor ni el ímpetu volvieron a aparecer a la superficie.

Piedras Calientes pagó las deudas y se metió en el bolsillo el paquete depapeles del Ejecutor. Mientras hacía un fajo con su mono, la pistola láser y elresto del equipo de su cuñado, ninguno de sus hombres cruzó su mirada con la deél. Ladró unas cuantas órdenes, y caminó en su flanco mientras terminaban ellargo rodeo de vuelta al campamento.

52

Las ensoñaciones, las locas ensoñaciones, conducen ala vida.

GASTÓN BACHELARD

Aquel era el sueño que Crista había tenido durante años, el de su regreso a losbrazos del varec, acunada de nuevo por un cálido mar. Se frotó los ojos y lasimágenes parpadearon en sus párpados como brillantes peces en una laguna:Ben, el apuesto Ben a su lado; Rico en una caverna a sus pies. Había otros,apareciendo y desapareciendo…

—¡Crista!Era la voz de Ben.—Crista, despierta. El varec se ha llevado a Rico.Parpadeó, y las imágenes no desaparecieron, simplemente se vieron

sobrepuestas por más imágenes, como una pila de dibujos de niños sobre hojasde celofán. Ben estaba arrodillado en el centro de aquellas imágenes, sujetandofuertemente sus hombros y mirándola a lo más profundo de los ojos. Parecíacansado, preocupado…, escenas de su vida gotearon del aura a su alrededor y sedispersaron por la cubierta a su lado.

—Vi algo alrededor de su cintura, un tentáculo —dijo Ben—. Creo que loarrastró al agua.

—Está bien —susurró ella—. Rico está bien.Él la sujetó mientras ella doblaba bajo su cuerpo sus fláccidas piernas.

Respiraba pesadamente el denso aroma de la hidrobolsa en el aire, y sentía unfuerte pulsar que brotaba desde el centro de ella misma en dirección a cada unode sus cansados músculos. Todo parecía funcionar.

—Veo a Rico —dijo—. El varec lo ha salvado. Está bien.—Es el polvo —murmuró Ben, y sacudió la cabeza—. Si lo ha cogido el

varec, lo más probable es que se haya ahogado. Necesitamos salir de aquí. Estánlos demonios, la gente de Flattery…

No me cree, pensó ella. Piensa que estoy…, que estoy…Una visión brotó en el aire ante ella, una de Rico chorreante y jadeando en la

caverna. Rico echó hacia atrás la cabeza y soltó una carcajada, rodeado por…sentimientos amistosos. Era un lado de él que nunca había visto. Alguien se leacercó, un alguien amistoso.

—Zavatanos —dijo, prestando oído—. Van a subir desde la caverna.

—Es el polvo, Crista —insistió Ben—, pasará. Son alucinaciones. Tenemosque encontrar a Rico y marcharnos de aquí. La gente de Flattery…

—… están aquí —dijo ella—. Ya están aquí. No es ninguna alucinación —rioquedamente—, es celofana.

Había desenrollado algo de la celofana en su mente y veía las siniestrasfiguras que miraban hacia abajo desde la cima del farallón. Eran dos. Acercó suvisión y vio que los conocía a ambos del complejo de Flattery : Nevi y Zentz. Elrostro y el cuerpo de Zentz tenían algo enormemente deformado. Con Nevi lodeformado era su alma. Podía verlo claramente en la hirviente aura negra quebrotaba de él y se tendía hacia fuera, como buscándola. Olía el viento con sunegro hocico como un ímpetu en plena caza.

Sintió que Ben tiraba de ella hacia fuera a través del desgarrón en el casco delPez Volador. El brillante sol que había seguido a la tormenta la obligó aentrecerrar los ojos para enfocarlos en un doble arco iris que cruzaba el cielosobre sus cabezas. Se preguntó si Ben estaría en lo cierto respecto al polvo. Elrosa de la curva del arco iris llameaba como el más brillante de todos los colores,y pulsaba al compás de su propio pulso.

—¿Ves esto? —preguntó.—¿Los arcos iris? —dijo Ben—. Sí, los veo. Dame la mano, te ayudaré a

bajar de aquí.—¿Significan algo los arcos iris? —preguntó ella—. ¿Una promesa de algún

tipo?—Se supone que Dios colocó el arco iris en el cielo como una promesa de

que nunca volvería a destruir el mundo inundándolo —dijo él—. Pero eso fue enla Tierra, y esto es Pandora. No sé si las promesas de Dios son transferibles.Dame la mano.

La impaciencia en su voz la hizo moverse más lentamente.Rico está a salvo, pensó. Él no me cree, así que está preocupado.Escudó sus ojos contra el resplandor y escrutó el farallón. La parte superior

era idéntica a su visión, excepto un vacío, una nada allá donde había visto lasimágenes de Zentz y Nevi.

Otra imagen de Rico, en la caverna. Tendía la mano hacia la fronda de varecque lo había llevado hasta allí, y Crista lo sintió transportado a la hidrobolsamuerta a sus pies. Permaneció allá, mirándoles, con la cabeza inclinada a un ladoy las manos en las caderas. Era como si estuviera impaciente, como si desearaque se decidieran.

—Mira ahí —le dijo a Ben—, ¿puedes ver a Rico?Señaló hacia su imagen, sentada en la punta donde la hidrobolsa tocaba el

mar. Le sonreía a ella por primera vez, y le hizo un gesto con un dedo para que seacercara.

—Veo el sol brillar en el agua —dijo Ben—. Es demasiado brillante para

mirarlo directamente. Será mejor que tengas cuidado con tus ojos.—Es Rico…—Hemos absorbido mucho polvo —dijo Ben. Bajó del hidroala al suelo y le

tendió una mano—. Intenta no tocar la hidrobolsa. Probablemente será másseguro escalar el farallón.

—¡No!La palabra fue arrancada de su garganta antes de que pudiera pensar en ella.—El farallón no —dijo—. Siento que hay algo allí. Los vi ahí arriba, a Nevi y

a Zentz. Van tras nosotros.Ben la liberó del hidroala, y los dos permanecieron sobre las resbaladizas

rocas de la playa.—Está bien —dijo, y suspiró—. Te creo. Si no el farallón, ¿dónde entonces?Ella no podía dejar de mirar hacia el mar.—No podemos ir por ahí —dijo él—. Por favor, no me pidas que te lleve ahí.

Quizá tú puedas vivir ahí dentro, pero yo no.Miró rápidamente a su alrededor, mordiéndose los labios.—Si puedes ver a Rico, ¿cómo podemos llegar hasta él?Ella no pudo resistirse al impulso de acariciar los restos de la hidrobolsa que

aún envolvían el aparato. Aunque era una planta, y estaba evidentementemuerta, de ella emanaba una calidez que la hacía sentir bien. Hacía hormiguearalgo en su memoria, algo distante acerca de su infancia. El varec la habíaprotegido, alimentado, educado químicamente en las costumbres de suscompañeros humanos. Sabía con solo tocarla que esta hidrobolsa procedía delmismo campo de varec.

Se giró en un lento círculo, escrutando la playa. Sabía que Ben era juicioso enalgunas cosas, que debía tener fe en él. Sin los cilios del varec ella tambiénhubiera muerto en el mar. Muchas cosas estaban volviendo a ella, en fragmentosy colores. Lo que más deseaba era correr hacia él, enterrarse en el gran cuerpodel varec, muerto o no.

Esto es egoísta, la advirtió una voz dentro de ella. El egoísmo ya no esaceptable.

Había oído hablar de la aridez de las regiones costa arriba, y a primera vistatodo lo que veía era roca negra: un farallón negro casi vertical, luego rocasnegras, luego un espumeante mar verde. Pero había vida entre las rocas.Pequeños asomos de verde se asomaban entre ellas, aferrados a las grietas yhendiduras de la cara del farallón. Algo, quizá el algo que hablaba dentro de sucabeza, le señalaba costa arriba.

—Por ahí.Tomó la mano de Ben e indicó hacia una enorme roca negra con un único

wihi plateado en su parte superior. Estaba a unos treinta metros costa arriba, amedio camino entre el risco y la línea de la marea.

—Ahí es donde debemos ir.Ahí fue donde aparecieron Nevi y Zentz desde detrás de la roca, las pistolas

láser desenfundadas, abriéndose camino por entre las rocas hacia ellos. Crista nose sintió sorprendida ni asustada. Oyó a Ben murmurar: « ¡Mierda!» para símismo, y vio su cabeza girar rápidamente de derecha a izquierda, buscando unlugar donde ocultarse. Pero ella sabía que no era necesario. Ella sabía.

El momento pareció inmovilizarse ante ella como un gran cuadro. Todo elmundo a su alrededor quedó en silencio: las olas, la brisa, los cautelosos pasos delos dos asesinos resonando contra las mojadas piedras.

—Las manos encima de la cabeza, apartaos del hidroala. —Zentz dio susórdenes con voz temblorosa, teñida por un exceso de salivación.

—Sí —dijo Crista a Ben—, ahí es donde debemos ir.Unieron sus manos en la tarde inmóvil y contemplaron la cara de la enorme

roca alzarse del suelo detrás de Nevi y Zentz. Se alzó en silencio, suavemente,como sobre goznes. Ninguno de los dos hombres oy ó nada.

—¡Las manos sobre la cabeza!La cara de la roca se situó suavemente a un lado en el suelo tras ellos, y de su

interior aparecieron media docena de hombres armados solo con cuerdas yredes arrojadizas.

—Dime que tú también los ves —susurró Ben—. Dime que no son los efectosdel polvo.

—Es como tiene que ser —le respondió ella, también en un susurro y con unavoz cantarina—. Hay un gran momento a nuestros pies, y nada lo detendrá.

Algo en la forma en que la mirada de Nevi se cruzó con la de ellos debióadvertirle de algo. Sin mirar hacia atrás dio un salto de costado, hacia la playa, ygiró sobre sí mismo. La primera red estaba cayendo y a sobre el sorprendidoZentz y otra, mal lanzada, rozó los brazos de Nevi. Dos relámpagos de su pistolaláser derribaron a los dos hombres de la red, pero Zentz cayó en un impotenterevoltijo. Cuando Nevi giró de nuevo, Crista Galli estaba en la línea de tiro de supistola láser. Incluso a treinta pasos de distancia, el arma parecía enorme.

—La mataré —anunció, lo suficientemente alto como para que todos leoy eran—. Creedme. Soy muy rápido.

Todo el mundo se inmovilizó, y en el silencio que siguió Crista los vio denuevo como los graciosos sujetos de un enorme cuadro. Sabía quién debía ser elpintor.

Nevi se agachó a medias y apuntó cuidadosamente, con su encendido rostroinexpresivo, sus ojos clavados en Crista Galli. Crista sintió que sus percepcionesse hacían más claras, el regreso del lamer de las olas contra las rocas.

Pero hay algo…Era algo que había sentido desde que había sido arrastrada fuera del mar,

algo familiar…

—Una conexión —susurró.Notaba la respiración de Ben a su lado como si fuera la suy a propia. Eran una

sola persona, los pulsos sincronizados con los arcos iris, las olas y el gran latir delvacío. Conocía las elecciones que él hacía en su mente, y se maravilló delsacrificio que estaba dispuesto a hacer. En el momento en que iba a moverse,apoy ó una mano en su hombro.

—No —dijo—, no es necesario. ¿Puedes sentirlo?—Siento esas visiones en mi pecho —dijo él—. Es la única cosa que se alza

entre nosotros y …—¿El destino? —preguntó ella—. No hay nada entre nosotros y el destino.La imagen de Rico se alzó detrás de Nevi, haciéndole locamente gestos a

Crista, aún sonriente.Nevi se alzó lentamente de su posición agazapada y avanzó con cuidado por

entre las rocas mojadas por la lluvia hacia ellos. A Crista le gustaba el olor de lalluvia, una humedad distinta al olor del mar, más fácil de respirar pero no tanintensa. El aroma del mar, de la hidrobolsa muerta, pesaban fuertemente sobreella como un amante dormido.

—¿Lo ves? —preguntó a Ben, y sonrió.—Creo que sí —dijo él.Nevi ladró unas órdenes, y dos de los hombres supervivientes de las redes

empezaron a liberar lentamente a Zentz. Crista Galli notó aquella sensación denuevo, la de ser un personaje en un cuadro.

—Quédate inmóvil —susurró. Ben no se movió.Nevi dejó de caminar, una expresión de sorpresa bañó su rostro.—¿Dónde están? —exclamó, y protegió sus ojos con la mano pese a que el

sol estaba a su espalda—. ¿Adónde han ido?Crista reprimió una risita, y la figura de Rico aplaudió en silencio desde detrás

de Aracna Nevi.—No comprendo —dijo Ben—. ¿Somos invisibles?—No somos invisibles —dijo ella—, simplemente no somos visibles. Él no

puede distinguirnos del resto del paisaje. Creo que es un truco que Rico haenseñado al varec.

Ben apretó su mano y empezó a hablar, pero fue entonces cuando empezaronlos disparos.

53

Esta mañana ascenderé en espíritu a los lugares altos,llevando conmigo las esperanzas y las miserias de mimadre; y allí, sobre todo lo que está a punto de nacero de morir en el mundo de la carne humana bajo elnaciente sol, llamaré al Fuego.

PIERRE TEILHARD DE CHARDIN,Himno del Universo

Twisp llevó a Kaleb hasta las parpadeantes luces en el borde del Oráculo. Erauna pequeña caverna, un residuo de la gran raíz que Flattery había quemado unospocos cientos de metros costa abajo. Era un lugar tranquilo, un lugar donderespirar yodo en el salado aire y sentir el frío pulso del mar.

Kaleb avanzaba por el desgastado sendero con el mismo porte que su padre:alto, los hombros echados hacia atrás, los grandes ojos alertas a cualquier matizde luz o movimiento. Mientras sus padres vivían nadie había consultado elOráculo más a menudo que él. A la débil luz al lado del estanque Twisp vio queaquella torpeza desmañada del Kaleb adolescente se había convertido en laquintaesencia de la gracia atlética.

—Eres el hombre que a tu padre más le hubiera gustado conocer —dijoTwisp.

—Y tú eres el hombre al que mi padre más quería.Los dos permanecieron juntos al lado del estanque, contemplando los

parpadeos del varec justo debajo de la superficie. Los dos hombres manteníansus voces bajas, aunque la cámara del varec transmitía hasta el último susurro atodos los rincones. Detrás de ellos, a una discreta distancia, se hallaban loszavatanos que atendían el estanque. Se atareaban limpiando y montando denuevo una de las grandes perforadoras que ayudaban a excavar sus habitacionesen la roca.

—Cuando tus padres se conocieron eran más jóvenes que tú ahora —dijoTwisp—. ¿Hay alguien en tu vida?

El perceptible enrojecimiento que ascendió desde el cuello de Kaleb lerecordó a Twisp más aún a su padre de joven. La piel de Kaleb era más oscura,como la de su madre, pero su cabello roj izo rizado natural era un regalo de BrettNorton.

—¿Y bien? ¿Hay alguien?

—Victoria es un lugar grande —dijo Kaleb—. Conozco a un montón demujeres.

Su voz bordeaba casi la amargura.—Un montón —murmuró Twisp—. ¿Y cuál es la que te ha roto el corazón?Kaleb bufó, medio se dio la vuelta, luego giró de nuevo para mirar a Twisp.

Estaba sonriendo.—Anciano —dijo—, eres realmente una fuerza a la que hay que temer. ¿Soy

tan transparente?Twisp se encogió de hombros.—Es una dolencia reconocible —dijo—. Yo mismo la sufrí un día. Hace

treinta años, y aún sueño despierto en ella.No dijo nada más. Era más importante que fuera Kaleb quien hablara.Kaleb se sentó al borde del estanque, con los pies colgando en el agua,

acariciando el varec con sus pies desnudos.—Cuando viajo por los caminos del varec, y tomo el ramal de mi padre, te

veo como él te veía. Fuiste bueno para él: firme, amable, le dejabas hablardemasiado. —Se rio—. Era un buen hombre, lo sé. Y tú también eras un buenhombre. —Inclinó la cabeza y la agitó lentamente—. Me gustaría ser un buenhombre, pero pienso que soy diferente. Mi vida es diferente.

Se dejó deslizar al estanque y se tendió de espaldas sobre el varec, como si sereclinara en un gran diván. Su cabeza y su pecho permanecieron fuera del agua.Incluso a los parpadeantes azules y rojos de las luces del varec en la caverna,Twisp pudo ver que una nueva vida asomaba a los grandes ojos de Kaleb.

—¿Cómo eres diferentes, Kaleb? —preguntó—. Respiras, comes, sangras…—Tú sabes por qué lo somos —interrumpió Kaleb. Su voz era firme ahora,

sin ninguna de las vacilaciones de la juventud ante la edad—. ¿Cuánta gentemurió hoy ahí fuera porque deseaban hacer pedazos a Flattery, pero noconsiguieron hacer pedazos nada?

Twisp permaneció en silencio, y Kaleb prosiguió:—Seré sincero: te respeto, deseo que tú también me respetes, quiero tu

aprobación de que lo que estoy haciendo es lo correcto. Si eso no funcionaprobablemente tengamos que atacarle, ya lo sabes.

Su voz se volvía soñadora, y Twisp sabía que el varec se estaba acumulandoen él, lo estaba guiando por los vericuetos del pasado. Tatoosh lo guio más allá delos pensamientos de fracaso, más allá de los pensamientos que le proporcionabanla sensación de fracaso.

—Hay una mujer que no te deja dormir —dijo Twisp—. Háblame de ella.—Sí —dijo Kaleb, y cerró sus ojos grises.Los ojos de Kaleb, como los de su padre, emanaban una madurez más allá de

sus años.—Sí, ella está aquí. Tenía dos chicos antes de que nos conociéramos. Se llama

Qita, conoce el varec tal como tú y yo lo hemos conocido. Como un aliado. Hatenido otros amantes, pero yo soy el último. Del mismo modo que ella será laúltima para mí.

Consiguió pronunciar aquellas últimas palabras como un gemido tan agónicoque el vello de la nuca de Twisp se erizó. Kaleb chapoteó con ambos puños, peropermaneció inmerso en el varec, relajándose con la caricia de las olas.

—Anciano —susurró Mose, tirando de la manga de Twisp—, ¿has visto susojos?

Twisp asintió, y antes de que pudiera responder el despliegue de lucesparpadeantes del varec adquirió una intensidad que nunca antes había visto. Eracomo una de las perturbaciones magnéticas invernales del cielo nocturno, congrandes arcos iris de color que parecían trascender el agua, la roca y el aire.Mose dio unos pasos atrás, temeroso, pero Twisp adelantó una mano paradetenerle.

—Son viejos amigos —susurró—. Se alegran de verse el uno al otro.Quizá toda la herencia de Kaleb condujera a este momento. Su madre, Scudi

Wang, y la madre de esta antes que ella, habían sido las dos primeras encomunicarse con el ser que despertaba, que los humanos llamaban « varec» y elvarec llamaba « Avata» .

Cuando Twisp conoció a Scudi Wang ella era una joven de piel oscura quetrabajaba apasionadamente siguiendo los pasos de su madre para restablecer elvarec en todo el mundo. En sus propias palabras, « matematizaba las olas» , ycon ello hizo posible el Control de Corrientes, un sistema que salvó miles de vidasisleñas y revolucionó el viaje por los mares de Pandora.

Scudi Wang era amada por el varec, esto lo sabía sabido Twisp por el propiovarec mucho antes de que naciera Kaleb. Cuando Flattery atacó el varec, lolobotomizó, Scudi, la heredera de la Mercantil Sirenia, ordenó que esta dejara decomerciar con él. Ella y el padre de Kaleb fueron asesinados tres días más tarde.

Twisp tuvo la impresión de que Kaleb adquiría los rasgos de su madremientras permanecía tendido allí en el estanque. Su pelo parecía más oscuro, lomismo que su piel. El varec lo envolvía como si estuviera en la palma de unagigantesca mano. Las luces a su alrededor saltaban y danzaban al ritmo dealguna música silenciosa. Twisp recordó el día en que Scudi metió sus manos enel mar y suplicó al varec: « Ayúdanos» , y este lo hizo. Salvó sus vidas, y esemomento cambió la vida de Twisp para siempre. Cambió todas sus vidas.

En los años transcurridos desde la muerte de Scudi esta se había convertido enuna especie de monumento histórico pandorano, con muchas placasconmemorativas y estatuas erigidas en su honor. Cuando un enorme temblorarrasó el antiguo emplazamiento del Control de Corrientes bajo el mar, la estatuade cristal tallado de Scudi Wang fue hallada intacta, envuelta en las frondas de uncercano campo de varec. Ese signo de amor por parte del varec, ese

reconocimiento de un símbolo, puso furioso a Flattery, que se lanzó a unavenganza contra el varec que todavía proseguía.

Twisp contempló a Kaleb reclinarse en las raíces del varec, y pareció comosi las raíces se alzaran para acunar más al joven.

—Twisp —llamó desde el estanque—, eso es lo que mi madre siempre deseóhacer, ¿verdad? Cortar todos los suministros a Flattery, hacerle saber lo que es elhambre. Todos estos años he perseguido en vano el instante en que murió, yahora lo tengo…

Kaleb se echó a llorar, y Twisp tuvo dificultad en hacer oír sus palabras.—Entonces hubiera funcionado, sí, hubiera funcionado. Pero ahora él lo

posee todo, todo…, y ahora no hay forma. A menos que se produzca un milagrono hay forma de alcanzar a toda la gente a la vez, hacer que se alcen todos almismo instante…, haría falta una señal de Dios.

Su voz descendió a un murmullo que parecía seguir el ritmo de las luces rojasy azules.

54

Puedes incrementar el número de variables, pero losaxiomas en sí no cambian jamás.

Álgebra II

A Beatriz le gustaba la sensación de girar en caída libre. Mantuvo los ojoscerrados y se imaginó tendida en uno de esos cálidos lechos orgánicos quedesarrollaban los isleños. Deseaba hallarse en un lecho así ahora, con NanoMacintosh, en algún otro mundo, bajo alguna otra estrella. Pero por supuesto unlecho de este tipo no tenía sentido en una gravedad casi nula.

Macintosh le dio otro suave empujón, y los dos derivaron en dirección a « lasredes» . Era una cavernosa estancia en el eje tubular del Orbitador, llamada aveces el « parque privado» , usada a menudo para echar una siesta o meditarentre turnos o para una escapada ocasional de algún par de amantesdesesperados. Una fina red blanca entrecruzaba toda la zona, segmentando elenorme espacio en una multitud de rincones parecidos a capullos. Escenas holoconvertían algunas secciones de la red en mundos de fantasía, alejando aún mása sus ocupantes de las preocupaciones de la vida a bordo del Orbitador. Beatrizsabía todo esto de su última visita, de modo que hoy mantuvo los ojosfirmemente cerrados.

—La desorientación dura más esta vez —le dijo a Macintosh—. Realmenteno deseo abrir los ojos.

—Después de todo por lo que has pasado hoy, no me sorprende —dijo él—.Yo tampoco desearía abrirlos.

Oy ó los dedos del hombre manipular las teclas de su mensajero en el cinto, yde pronto el repentino juego de una luz cálida en sus expuestas manos y rostro.

—Bueno, ahora estamos en Puerto de los Ángeles, esta lujuriante estaciónisleña de la que habla todo el mundo. Es cálido, ¿verdad?

Sí, el movimiento del aire sobre sus mejillas era cálido, acariciante. Podíaimaginarse en la playa de Puerto de los Ángeles, dejando secar su pelo a lossoles y removiendo una bebida helada. Una bandeja con rodajas de mango ypapaya aguardaba junto a su codo. Pero no había ningún sonido de olas aquí en elOrbitador, ningún pulsar de la resaca contra su espalda que a veces le cortaba elaliento…

Abrió los ojos. Una playa arenosa se extendía ante ella en ambas direcciones.Desde lo alto de los riscos el verdor caía hacia la playa, y varias pequeñas

cabañas aguardaban para enfriar su piel empapada de sol bajo sus techos depaja. Cuando los dos se volvieron el holo se volvió también, respondiendo a unpunto de referencia en el mensajero.

El holo era completo, con las huellas de sus pies en la arena, y les siguióplaya adentro desde el borde de un mar azul verdoso. El transbordador de ficciónque los había transportado hasta esta ilusión se había sumergido ya bajo las olas,dejando solo un remolino y un rastro de burbujas hacia el horizonte. Pequeñoscachorros marinos jugueteaban y se saltaban desde unas rocas que flanqueabanel puerto, atrapando los peces sorprendidos por la inmersión del transbordador.

—Necesitamos unos minutos a solas —dijo Macintosh—. Se necesitará algomás que unos minutos para limpiar lo de ahí fuera y agarrarlos a todos. Tenemosuna tripulación excepcional, por eso están aquí arriba. Se ha dado la alerta, demodo que Brood no tiene ninguna posibilidad.

Cogió unos de los grandes lazos que llevaba colgados del cinto para guiarlaperezosamente por el interior del holo.

—Nadie sabe quiénes son las Sombras —dijo—. ¿Lo sabes tú?—Yo…, no, no lo sé.—Eso es porque las Sombras no existen. Pregunta a cualquiera de ellas. No se

reúnen, no se transmiten mensajes ni reclutan. Simplemente se hace lo que hayque hacer: un corte de energía, un cambio en los caminos del varec…, y algo deFlattery se pierde. Las provisiones pasan junto a él, pero no se detienen. Losrepuestos no aparecen…

—Eso es lo que quiero decir —murmuró Beatriz—. Querría saber quién hacetodo esto, cómo saben cuándo hacerlo, y qué ocurre.

Macintosh la retuvo por el lazo, y giraron en una lenta espiral por entre la red.La ilusión que se infiltraba entre la red, la playa y el complejo había sido hecha ala medida para ella, diseñada para ayudarla a reducir la tensión orientativa.

Él está en su casa aquí arriba, pensó.Se dio cuenta entonces de que arriba no significaba lo mismo ahora que hacía

unas horas.—Lo llaman « lanzar la botella» . Lanzas algo a las olas, y es un azar. Pero si

tú controlas las olas, o una pequeña parte de ellas, entonces ya no existe ningúnazar, es algo seguro. El no sistema de las Sombras anima a todos los ciudadanos afrustrar a Flattery cuando vean la oportunidad. Desvía algo de esta forma,digamos una carga de generadores de hidrógeno, y luego sigue con tus asuntos, ynunca vuelvas a hacer nada parecido a esto. Alguien ahí fuera en las olas ve estacarga de generadores desviada, la desvía hacia ese otro camino…, y aparececosta arriba, en un asentamiento de pioneros.

Hizo girar un dedo en espiral por el espacio que compartían y lo clavó en elcentro de la palma de su otra mano.

—Entrega a domicilio. —Hizo un guiño—. El proyecto de Flattery pierde, yla gente gana. No existen las Sombras. —Sonrió—. Es brillante. Y todo el mundopuede jugar a ello.

—Sí…De nuevo sus pensamientos estaban con Ben.Me pregunto durante cuánto tiempo ha estado jugando Ben…—Los zavatanos, Rico y Ben… —Macintosh dudó, eligiendo con cuidado las

palabras—, no quieren a Flattery muerto. Tan solo lo quieren fuera de lacirculación. Después de todo lo que les ha hecho, todavía no desean matarlo,simplemente porque es un ser humano. ¿Sabes lo increíble que es esto? ¿Sabes lolejos que habéis evolucionado los pandoranos de nosotros?

—Nuestros enemigos en Pandora siempre han sido más retorcidos quenosotros —dijo ella—. Excepto el varec. El varec ha matado su cuota dehumanos a lo largo de los años.

—Pero ¿quién tiró de sus riendas? —preguntó Macintosh—. ¿Quién metiófuego en su jaula?

Ella cerró de nuevo los ojos y respiró lenta y profundamente.—¿Estás bien? —preguntó él.Ella siguió respirando lentamente, inspirando y expulsando el aire.—No lo sé —dijo—. Miro esta escena a mi alrededor, y sé que es algo irreal,

una ficción…, pero la gente nos está siguiendo. Hay cañones de pistolas láserdetrás de las rocas y las plantas. Por el rabillo del ojo puedo ver a la genteapresurándose en busca de protección.

Él la abrazó, y finalmente se besaron con ese beso que ella había estadoesperando. No era el austero beso en la mejilla, y era exactamente lo que Beatriznecesitaba para que la devolviera al mundo real.

—Estaba deseando hacer esto —dijo—. Pero parecía… fuera de lugar contodas estas muertes.

—Sí —dijo él—. Yo también lo deseaba.Rozó los labios de ella con las yemas de sus dedos.—¿Sabes?, vas a estar nerviosa durante un tiempo, quizá bastante tiempo.

Vamos a volver ahí fuera dentro de unos minutos y terminaremos este asunto conel capitán Brood. Puede que él crea lo contrario, pero ese hombre ha descubiertoy a lo poco que saben acerca de apoderarse de un lugar como este. Luegoveremos lo que podemos hacer por tus amigos en la superficie.

—¿Crees que están… muertos?—No —dijo él—. No lo creo.—¿Cómo lo sabes?—El varec.El rostro de ella debió registrar sorpresa, porque él se echó a reír.—Ya sabes lo mucho que me interesa el varec —dijo—. Puesto que Flattery

me dio el Control de Corrientes, he podido experimentar un poco. Ha valido lapena.

La besó de nuevo, luego le habló del sistema de comunicación con el varecque había diseñado, y de sus intentos de unificar el varec.

—¿Qué tipo de dios puede ser el varec? —preguntó—. ¿Piadoso? ¿Vengativo?—Eso no es importante ahora, ¿verdad? —respondió ella—. Brood es un

hombre listo. No será capaz de pensar en ninguna otra cosa hasta que sea…neutralizado.

Macintosh hizo que ambos se dirigieran hacia un holo del cielo que sedesplegaba a través de la red: 360 grados de cielo y nubes altas cubrían elentramado que los acunaba en caída libre.

—Me preocupo más por Flattery —dijo—. Brood es algo secundario. Flatteryha erigido estructuras considerables, cosas lo bastante grandes como paraaplastar a cualquiera en su camino.

—Pero él era un capellán-psiquiatra —insistió Beatriz—. Fue entrenado paraser mejor que eso.

—Fue entrenado para enfrentarse a la necesidad y procurar que todos nosajustáramos bien a ella —le recordó Macintosh—. Nada de tonterías románticas,solo hechos desnudos. Está programado para ocuparse de que no desatemos unainteligencia monstruosa sobre el universo.

—Si no se ha ajustado ni ha podido con la situación, ¿por qué suponer que va allevarnos a todos con él?

—Sencillo —dijo Macintosh. Cuando sonreía, su rostro se llenaba deprofundas arrugas hasta su afeitado cráneo—. El Flattery número cinco pulsó elbotón de « destrucción» , ya has leído Las Historias. Ese Flattery era mucho másde confianza que este. Simplemente ocurrió que el programa ya se había puestoen marcha, ya había anticipado este movimiento y se había situado por delantede él.

—¡Quizá nosotros podamos hacer lo mismo! —Beatriz intentó encogerse dehombros, pero todo lo que consiguió fue que ambos empezaran a girarlentamente por el aire—. ¡Tienes razón, utiliza el varec para apartarlo!

—Bueno, ahora que sabe que Flattery va tras él, el programa ya estáinsertado, ¿no crees?

—Bien…—Tengo otra posibilidad, y se refiere a Crista Galli.Ella sentía una curiosidad hacia Crista Galli que iba mucho más allá de su

condición de periodista. Ben veía algo en Crista, algo en sus ojos que lo apartabaaún más de Beatriz. Incluso aunque las cosas hubieran terminado entre Ben yBeatriz, una mujer que podía conseguir eso, una mujer más joven que podíaconseguirlo la interesaba enormemente.

—¿Cuál?

Oyó la oxidada amargura en el filo de su voz, el innecesario restallar de lapalabra al cruzar sus labios.

—Creo que el varec nos ha ganado en eso —dijo Macintosh.Ella alzó la vista desde donde había acurrucado su cabeza en el cuello de él

para ver su enorme sonrisa.—Creo que Crista Galli es el experimento del varec en inteligencia artificial.

Creo que es un ser fabricado, incompleto y vivo. Podría ser estupendo siconsiguiéramos mantenerla de esta forma.

Sonó un tono musical en el mensajero en su cinto. No apartó los brazos querodeaban los hombros de ella, sino que activó el dispositivo con la voz medianteuna simple orden.

—Adelante.—Brood y dos de sus hombres se han sellado con el NMO. Dice que si no

acude usted en cinco minutos van a empezar a cocinar algunos sesos revueltos.

Y aquí estamos en una playa sombría,barridos por confusas alarmas de forcejeos y huidas…

55

MATTHEW ARNOLD,La playa de Dover

El Orbitador rodeaba el morro de la Nave Profunda con un anillo ancho yplano de plasmacero. Los dos cuerpos cilíndricos giraban al unísono sobre susejes más largos. Pronto el anillo se retiraría para seguir en órbita alrededor dePandora mientras la Nave Profunda surcaba los oscuros pliegues del universo. Asus mandos iría un NMO, un cerebro humano despojado de su cuerpo.

Los Núcleos Mentales Orgánicos tenían una clara ventaja sobre losnavegantes mecánicos, una ventaja que había quedado claramente determinadahacía mucho tiempo por los experimentos en la Base Lunar. La navegación entodos sus planos requería sutilezas de discriminación y generación de símbolosque los mecanismos nunca podrían conseguir. Un cerebro sin cuerpo ni lastresorgánicos se complacía, o eso decían, planeando los rumbos más imposibles.Además, sobre los NMO actuaba una compulsión que no tenía ningún efecto enlos navegantes mecánicos: los NMO necesitaban su trabajo para seguir con vida.

El NMO en particular cuya instalación estaban preparando los tecs, la AlyssaMarsh número seis, no sentía ni dolor ni placer corporal mientras el microlásersoldaba las conexiones necesarias. Había sido entrenada en astronavegación en laBase Lunar, y había tenido un hijo al año siguiente de su caída a los mares dePandora. La historia que había filtrado a Flattery era que el niño murió en uno delos temblores, y Alyssa Marsh se dedicó con pasión al proyecto de estudio delvarec. Su cuerpo había resultado aplastado en un accidente en la estación delvarec, pero Flattery se ocupó de que su silencioso cerebro siguiera viviendo.

Pronto y a no sería silencioso. Pronto su cerebro tendría un cuerpo que podríamoverse: la Nave Profunda Nietzsche. Navegaría conociendo las diferenciasentre habilidad y deseo, conociendo la necesidad de los sueños. En estosmomentos se hallaba almacenada, de forma asexuada, tras un par de escotillascerradas, soñando en un banquete en el que Flattery era el anfitrión y ella era ala vez el invitado y el plato principal.

Nano Macintosh reunió sus fuerzas al otro lado de las dos escotillas e intentóuna vez más contactar con el capitán Brood. No hubo respuesta de la cámara delNMO. Tres de los cuatro monitores de dentro estaban desconectados, pero el que

seguía funcionando mostraba una vista superior de los largos y especializadosdedos de un neurotec sondeando la red protectora que envolvía lo que quedaba deAlyssa Marsh.

—La conexión no está prevista hasta la semana próxima —dijo alguien—.¿Qué está ocurriendo ahí dentro?

El cañón de una pistola láser apareció en la pantalla y apuntó al tec. Loslargos dedos aracnoides se inmovilizaron, luego ascendieron de la superficie delcerebro hacia la pantalla, después desaparecieron de la vista.

—Será mejor que ese estúpido no accione su pistola láser ahí dentro —dijootro con voz arrastrada— o nos veremos todos convertidos en polvo estelar.

—Deje esta arma, capitán —ordenó Macintosh—. Aquí Macintosh. Está usteden un área altamente explosiva…

—Brood está muerto —interrumpió una voz, joven y atemorizada—. QueNave lo acepte. Que Nave nos perdone y nos acepte a todos.

La pistola láser se inclinó hacia arriba, hacia la pantalla visora, y el últimomonitor se apagó en medio de un destello.

Beatriz tiró a Mack de la manga.—Es un isleño —dijo—. La antigua religión, como mi familia. Algunos creen

que este proyecto, construir algo a imagen y semejanza de Nave, es unablasfemia. Algunos creen que debería permitirse morir al NMO, que en él hayun ser humano esclavizado contra su voluntad.

Macintosh cubrió el receptor del intercom con la mano.—No creo necesariamente que Brood esté muerto —dijo—. Eso sería

demasiado fácil. ¿Y por qué disparar contra el monitor en vez de contra el NMO?Tú eres isleña, habla con él. Toca el ángulo religioso, hazle decir lo que quiere.Mis hombres te ay udarán.

—¿Dónde vas tú?Macintosh vio el miedo no contenido en sus ojos ante la perspectiva de que la

abandonara.¿Qué es lo que le han hecho?, se preguntó.Apoyó las manos en sus hombros mientras sus hombres flotaban por el pasillo

fingiendo mirar hacia otro lado.—Spud y y o conocemos unos cuantos accesos de este Orbitador que no

figuran en los planos.Ella se le acercó tanto como permitían sus trajes de vacío.—Puedo aceptar cualquier cosa menos perderte —dijo—. Sé que estoy

dando un espectáculo delante de tus hombres, pero no podía dejar de decirlo.—Me alegro de que lo hayas hecho —respondió él, y sonrió. La besó pese a

los carraspeos, toses y risitas disimuladas de sus hombres—. El jefe Hubbard sequedará aquí contigo mientras sus hombres aseguran esta zona. Según tusestimaciones, aún quedan unos cuantos hombres de Brood. Tengo la impresión de

que nos está preparando algo.Con un asomo de saludo al jefe, Macintosh se propulsó hacia el Control de

Corrientes con un chorro de su mochila de aire comprimido.

56

Oscuras, insensibles y frías potencias determinan eldestino humano.

JUAN ERUDITO

Rico no podía ver a través de la ilusión y sabía que Ben tampoco podía verle aél. Como tampoco podía ver Ben a Nevi y Zentz. Rico silbó la señal de« cuidado» con la esperanza de que la pareja no se saliera de los límites de laimagen. Entonces quedarían visibles y expuestos contra la marea creciente. Ricose dejó caer al suelo cuando Nevi empezó a disparar.

Ya es hora de enviarle una sorpresa más adecuada, pensó.Se situó en una posición más protegida.Nevi lanzó su ráfaga contra las rocas que ocultaban a Ben y Crista. Zentz

cubría la espalda de Nevi, manteniendo a ray a a la docena de zavatanos locales.Nevi dejó de disparar, pero se mantuvo cautamente agazapado.

—Ahorre cargas —advirtió a Zentz—. Puede que tengamos que permanecerun tiempo aquí.

Todo permanecía tranquilo excepto su afanosa respiración, el rumor de lamarea ascendente y el agudo ping de los cañones de las armas al enfriarse.

Rico permanecía firmemente sujeto por la cintura por un tallo joven de vareclleno de y emas. Le recordaba el brazo de su padre y la forma comoacostumbraba a cogerle de la cubierta con un solo movimiento. Las plumosasyemas del varec daban la sensación de una pequeña mano de mujer sobre suvientre, cubriendo su ombligo, aterrándolo desde atrás.

Una imagen de Snej destelló en su mente, y casi con la misma rapidez elrostro de Snej apareció en el aire a unos diez metros delante de Nevi. La mareaascendente lamía la piel de la hidrobolsa detrás de ella y siseaba sobre las botasde Nevi.

—¿Qué demonios…?Nevi avanzó un paso, dos pasos. Zentz avanzó con él, de espaldas, paso a paso.

Miró por encima del hombro y palideció cuando vio a Snej . Volvió bruscamentesu atención a la defensa de la retaguardia.

—La pelirroja —gorgoteó—. ¿Dónde está el resto de ella?Rico descubrió que podía reforzar la intensidad de la imagen mirándola,

concentrándose en ella. Era como una enorme bobina de energía que sealimentara a sí misma, perfeccionándose, despertando. Al cabo de un par de

lentas y relajadas inspiraciones fue capaz de materializar el resto de ella.Permaneció allí de pie vestida con su traje verde de una sola pieza, las manos enlas caderas, mirando fijamente a Nevi. Era un poco más grande que su tamañoreal. Se preguntó si podía hacerla hablar.

—Bueno —dijo Nevi—, ahora ya está toda aquí.Otra mirada por encima de su hombro y Zentz inició un rápido, irregular y

húmedo jadear que Rico pudo oír a una docena de metros de distancia porencima del rumor de la resaca. Apretó más fuerte su espalda contra la de Nevi.

—Mierda, Nevi, una cabeza que desarrolla un cuerpo —gimió—. Volvamosal hidroala.

—Cállese.Nevi se detuvo y miró atentamente la escena detrás de Snej . Era casi el

mismo fondo que veía Rico: una extensión de playa de rocas negras entre lamarea y el farallón, un amontonamiento de grandes rocas basálticas y unhidroala envuelto en los húmedos restos de una hidrobolsa que había estallado. Enla distancia, costa abajo, la gran extensión del mar brillaba como lava verdecontra el negro farallón.

—¿Dónde están? —preguntó Nevi a Snej—. Los quiero.Un silbido de dos tonos advirtió a Rico que los zavatanos estaban en posición

para saltar sobre los dos hombres. Observó que su ilusión de Snej no arrojabasombra.

No creo poder dominar esto también, pensó. Hablar ya será suficiente desafío.Su sombra se fundía desde sus pies hasta la piel de la hidrobolsa allá donde se

unía con la play a, no más. Era paralela a las demás sombras del día, peroamputada en el borde de la piel. La marea llegaba ya a los bordes de la imagen,descomponiendo la luz. Con suerte, Nevi no se daría cuenta de ello.

Rico sonrió, concentrado en Snej , y le dio unas rápidas gracias a Avata desdela parte de atrás de su mente.

—Deponed vuestras armas —dijo Snej—. Esto ha acabado.Pero ningún sonido salió de sus labios.—¡Mierda! —murmuró Rico.Zentz respondió con una ráfaga de su pistola láser. Ocurrió tan aprisa que

sobresaltó a Rico hasta el punto de hacerle perder la ilusión y pulverizó una rocajusto a un metro delante de él. Avata devolvió a la vida la imagen perdida. Nevidisparó también, al tiempo que avanzaba otro paso.

—No es real —le dijo a Zentz—. Obsérvelo por usted mismo.—Quizás hay amos respirado polvo —murmuró Zentz—. Toda esta mierda de

hidrobolsa…—¿Sabe algún caso de dos personas que hayan respirado polvo y hayan

compartido la misma alucinación? —restalló Nevi. Se detuvo a un paso de Snej ,con los ojos fruncidos—. Algo no está bien aquí…

Rico contuvo el aliento. Si Nevi avanzaba más allá del plano de la imagen,vería a Ben y Crista, y Rico no sería capaz de ver a Nevi. Toda el área encima dela hidrobolsa caída eran una cúpula de imaginación, un hipnotismo de luz, unaescultura de vida.

57

Tiene que existir un umbral de consciencia más alládel cual un ser consciente adquiere los atributos deDios.

Miembro de la tripulación umbilical de la NaveProfunda Earthling,

de Las Historias

Los ojos de Mose estaban tan abiertos que a Twisp le pareció más pequeñoaún que cuando un grupo de refugiados lo habían traído medio muerto dehambre, hacía diez años. Los recuerdos… lo mantenían separado del varec delmismo modo que atraían a Kaleb. Twisp había contemplado esta lucha durantecasi un cuarto de siglo. El varec tenía que ser como una droga para Kaleb.

No el varec, pensó. El pasado.Twisp sabía también cómo el varec lo atraía siempre a una parte en particular

del pasado, un año en particular, una mujer en particular. Twisp la habíaconsiderado como la mujer más hermosa de Pandora. Luego, después de queFlattery y los demás hubieran sido extraídos de los tanques hib, los pandoranoshabían puesto sus ojos sobre unos humanos no mutados por primera vez en másde doscientos años.

Eran todos tan susceptibles acerca del hecho de ser clones, recordó Twisp,cuando la condición de «clon» era algo que ni siquiera se podía ver.

Recordó la amarga ceremonia, con Raja Lon Flattery presidiendo, en la quelos supervivientes de los tanques hib extirparon el delator « Lon» de sus nombrespara siempre. Se hizo con una ridícula solemnidad, y no confirió a nadie de lagente de Flattery ninguno de los atributos que Pandora les exigía: mejoresreflejos, más inteligencia, trabajo en equipo.

—Lo que no te contaron en la escuela —le dijo Twisp a Mose— fue queFlattery no pudo controlar a Kareen Ale. Fue asesinada, como los padres deKaleb, por el pelotón de la muerte de Flattery. Ella fue la primera víctima. Hayquienes creen que fue Nevi en persona quien lo hizo. Sombra Panille era el jefedel Control de Corrientes en aquellos días. Estaba enamorado de Kareen Ale. Losconjurados lo mataron también. Era mi amigo.

La voz de Twisp apenas se alzó por encima de un murmullo.—Finalmente dejé de investigar los caminos del varec. Prefiero mis

recuerdos de la forma en que se presentan por sí mismos. El varec los hace

demasiado reales. Los recuerdos no son para mí la droga que son para algunos.Prefiero ir al varec por el ahora, no por el entonces.

—Los caminos del varec me harían agujeros por todas partes, Anciano —dijo Mose—. El polvo azul me lleva hasta el fondo de mi corazón y a veces medeja allí. No sé dónde me dejaría el varec.

—Con el polvo, tu rostro es tu propia consciencia —dijo Twisp—. En el varecte enfrentas a la consciencia de todos nosotros. Te llena de agujeros por todaspartes, es cierto. Exige la verdad, y una atención exclusiva. Uno se pierde contoda facilidad en el cruel laberinto de la vida de otro. Kaleb ha aprendido a filtrarel varec del mismo modo que aprendemos a filtrar nuestros sentidos.

—¿Qué hallará ahí dentro, Anciano?Twisp sacudió la cabeza.Las luces rojas, verdes y azules se intensificaron, y su parpadeo se aceleró

hasta que la caverna estuvo inundada de luz. Los perforadores abandonaron sumáquina para acudir al borde del estanque y unirse a los demás quecontemplaban maravillados.

—Había oído hablar de esto —dijo uno—, pero nunca lo había visto.—Ni siquiera su madre, la gran Scudi Wang, era así —dijo otro.Twisp halló difícil retener el torrente de palabras que los recuerdos disparaban

a su legua. Recuerdos…, mantenían a Twisp lejos del varec, del mismo modoque mantenían a Kaleb dentro. El varec era como un bote salvavidas para Kaleb,un ancla para Twisp.

Una extraña bruma se solidificó encima del estanque. Cada átomo de lacaverna se cargó con un zumbido visible, y todo encima de la línea del aguabrilló con una fría luminosidad azul. Imágenes medio formadas —fragmentos delpasado de alguien— parpadearon apareciendo y desapareciendo en laluminosidad azul. Twisp vio fuego y un bebé mamando, un memorándum alcapitán Yuri Brood, la morena y sensual curva de un pecho húmedo a la luz delas velas. Era un descenso vertiginoso por un túnel sin sonido, con tan solo elchapotear del mar acentuando el descenso.

Twisp tuvo la sensación de estar reviviendo algo, de un déjà vu sin el vu. Oyóuna voz que salía de la bruma, una voz de mujer.

—Contactará uno de los Oráculos costa arriba —anunció—, hay noticias deCrista Galli y de los demás. A través de mí Kaleb contactará con mi hijo y, através de él, con Raja Flattery. Explorará el ser interior de Flattery. Sin secretosno puede gobernar, y con el varec no hay secretos. Kaleb tomará el sendero delADN que conduce a la escotilla de Flattery. Avata transmitirá lo que vea aquí através de Pandora.

Toda la caverna se había convertido en el escenario para una gigantescaholoproyección. Pronto, los sonidos y el rumor de la vida unidos a las imágenescrecieron en el fondo. La bruma se había convertido en una girante esfera de

color y sonido, de movimientos confusos y sincopados.—Kaleb debe enfocar su atención —dijo Twisp—. Es fácil perderse siguiendo

el laberinto de la vida de otro. Debe filtrar Avata como nosotros filtramosnuestros sentidos. Entonces tendremos un plan.

58

Uno que se retira de las acciones, pero se interrogaacerca de los placeres en su corazón, se halla bajouna ilusión y es un falso nadador en el Camino.

QUEETS TWISP, « EL ANCIANO» ,Conversaciones zavatanas con el Avata

Flattery tomó su café de la tarde en el Parque, y disfrutó de un paseoimprovisado entre las orquídeas de cuello naranja. Se aferraban a las fisuras dela roca en las profundidades de la caverna, y sus flores eran una cascada decolor pastel. La condensación destilaba su goteante lluvia sobre las hojas y lashúmedas rocas, sobre la gran superficie plana del estanque.

Las luces del varec resplandecían brillantes en el estanque y se reflejaban enel lecho de flores cercano. Hizo una momentánea pausa. Aquello era algo distintode lo habitual, y el varec, como Flattery, raras veces hacía algo distinto de lohabitual.

Flattery giró sobre sus talones y regresó a buen paso a su búnker de mando.—Ordené que este campo de varec fuera podado —restalló, y apuntó con un

dedo en dirección al mar para dar mayor énfasis—. Quiero que se haga ahora.Marta dijo rápidamente algo en su mensajero.—No es suficiente —dijo Flattery. Hizo una seña a su pelotón personal—.

Franklin, ocúpese de que se haga. Utilice la unidad de morteros abajo en la play a.—A sus órdenes.Franklin llevaba una bolsa en su cintura. Dentro estaban las sandalias, los

papeles y el diario del primer hombre al que había matado. Decía que losguardaba para la familia del hombre, podían desearlo. Desapareció, con ladiscreción de un guerrero, por la escotilla.

—Ahora no podemos relajarnos —dijo Flattery a Marta—. Todo iráperfectamente si no nos descuidamos. Ese lecho de varec es nuestra única puertatrasera. Necesitamos asegurarlo ahora. ¿Entiendes mi preocupación?

Marta asintió, luego suspiró.—Bueno —dijo—, yo también tengo algunas preocupaciones. Están

ocurriendo cosas extrañas con las comunicaciones.—¿Qué tipo de « cosas extrañas» ?—Transmisiones desde fuentes al azar de imágenes a alta velocidad,

centenares de fuentes, muy intensas, y que parecen estar a todo nuestro

alrededor.—Todo está a nuestro alrededor —siseó Flattery—. Ese varec. Bueno, nos

ocuparemos de ello. ¿Noticias de daños, noticias del Orbitador, noticias de CristaGalli?

—Nevi y Zentz han aterrizado. Divisaron a la chica, Galli, y a Ozette, y noanticipan ningún problema para traerlos.

—¿LaPush?—Arrebatado por el varec. La piloto fue recogida por los nuestros, se ignoran

los detalles. ¡Arrebatado por el varec!Todo aquello sobre el varec estaba poniendo a Flattery nervioso. Se dio cuenta

de que se pasaba una y otra vez su sudorosa mano por el pelo. La mirada deAumock se cruzó con la suy a, y supo que su guardia había visto aquel momentode miedo.

—¿Están seguros los caminos del varec?—Creemos que sí —dijo ella—. Nosotros…—¿Tú también piensas lo mismo?—El escuadrón de Brood está a bordo del Orbitador. No hay más informes.

Las Noticias de Holovisión que debían transmitirse desde el Orbitador no hansalido al aire.

—Estamos con energía auxiliar —interrumpió el coronel—. Un fallo en laestación principal…, mierda, no es extraño que esas tropas hayan podidofranquear nuestra seguridad. Son nuestra seguridad. « La Brigada Reptil» , lallamamos. Mierda.

—¿Significa eso « Código Brutus» ? —preguntó Flattery.El coronel negó con la cabeza.—No, Director. Se trata de una unidad aislada. Su objetivo era la central de

energía, y ahora que la han tomado cabe esperar que se queden allí paradefenderla.

—¿Defenderla? —bramó Flattery—. ¡No tiene que defenderla, la volarán!¿Qué haría usted si estuviera en su lugar?

—Yo…, me daría cuenta de que había cruzado el Rubicón —dijo el coronel—. Puesto que no hay vuelta atrás, iría hasta el final.

—Bien, maldita sea, entonces tome las medidas adecuadas. Su culo tambiénestá metido en esto.

Marta llamó su atención.—He ordenado que la cobertura sub por el lado de la entrada del mar sea

doblada —dijo—. No he recibido información y no sé si me han oído. Tambiénhay contacto negativo por mensajero con los morteros de la playa. La respuestaque obtenemos es confusa.

Un helado pánico estrujó el estómago de Flattery.No es el varec, pensó. No puede ser eso. Tiene que ser alguien controlando el

varec. Pero ¿quién?Las posibilidades se reducían a dos: Nano Macintosh, o el ambicioso y lleno

de recursos capitán Brood. Crista Galli era una posibilidad muy improbable. Depronto Flattery sintió todo el impacto de la situación.

Estamos aislados, pensó. Toda nuestra fuerza estaba en la coordinación, yahora estamos aislados. Era preciso reagruparse.

—Creo que hemos actuado mal, amigos —dijo—, un poco descuidadamente.Este pequeño ejercicio inofensivo hubiera podido costamos en culo, así quecerremos filas.

Los había atrapado con los pantalones bajados, les había azotado el trasero, yahora tenía que reanimarlos un poco.

—Los informes sobre la bomba en la oficina de arriba acaban de llegar.Alzó el mensajero de Marta y lo sostuvo sobre su cabeza.—Dick y Matt están vivos, el resto no lo consiguió. Que la luz perpetua brille

sobre ellos.—Que la luz perpetua brille sobre ellos —respondieron todos, y se acercaron

un poco más unos a otros por reflejo.—Hubiéramos podido ser nosotros, amigos. Todavía podríamos ser nosotros si

no estamos atentos. Consideren las órdenes directas como la única comunicaciónsegura. Recibir información, no transmitir nada.

—A sus órdenes.Las pantallas visoras y los holoescenarios en el búnker empezaron a

parpadear, primero de forma apenas perceptible, luego derramando desplieguesde color a alta velocidad por toda la habitación. Ocasionalmente tuvo el atisbo deun rostro reconocible en la mezcolanza. Era su propio rostro.

—¿Qué sabemos del Control de Corrientes? —preguntó.Su personal y sus guardias permanecían alucinados ante el surrealista baño de

color que los estaba empapando visualmente a todos. Se dirigieron torpemente asus puestos, con la misma desorientación que sentía Flattery.

—Control de Corrientes ha dejado suelto el varec del sector ocho —informóMarta—, luego ha liberado al varec de todo el mundo. Los sensores indican enestos momentos que todo está intacto. El varec parece estar de nuevo en línea.Hay sospechas de fallo de la parrilla maestra.

—¿La misión de Brood?—Ninguna noticia. Holovisión cubrió el incidente de la base de lanzamiento

con una noticia sobre la muerte del equipo de Tatoosh « a manos de extremistasde las Sombras» .

Los colores que inundaban la habitación seguían igual de brillantes, pero sugirar se redujo a un ritmo menos mareante. Flattery crey ó detectar una voz demujer, débil en la distancia, familiar. Casi como si pronunciara su nombre.

—Hay luchas constantes en los centros de distribución de comida —dijo

Marta—. Demasiados saqueadores para dispararles. La multitud habitual de« ¡tenemos hambre ahora!» . Algunos de los nuestros han abierto los almacenes.Todas las tiendas fuera de nuestro perímetro han sido saqueadas.

Eso significa miles de lanzaderas de comida, se erizó. Eran mis reservas deseguridad, mis provisiones de toda una vida para la Nave Profunda.

—Cereales suficientes para alimentar a tres mil personas durante diez años —dijo—. Pescado seco suficiente para alimentar a cincuenta mil. Añadir agua,dejar crecer y cocinar. Vino instantáneo: añadir a un paquete un litro de agua yagitar. Panes y peces para las multitudes, agua en vino…, si esta Nave Profundapudiera viajar por el tiempo yo podría ser Jesucristo en persona. ¡Mierda!

59

La consciencia, el regalo de la serpiente.

RAJA LON FLATTERY, modelo número cinco,Registros de Nave

Un hombre de seguridad de rostro delgado, armado a la vez con un aturdidory una pistola láser, bloqueó a Macintosh en la escotilla al Control de Corrientes.

—¡Alto! —Hizo una seña a Mack y a sus hombres para que se detuvieran, yse aferró a un asidero para mantener el equilibrio.

—Soy el comandante del Orbitador —dijo Mack—. ¿Quién demonios esusted?

—Seguridad —dijo el hombre, y remarcó sus palabras con la pistola láser—.El capitán Brood tiene los detalles. Tenemos órdenes del Director de asegurar elControl de Corrientes.

Macintosh se impulsó en el mamparo que tenía detrás y saltó para cubrir elespacio que lo separaba del otro. Primero un golpe en el hombro y luego un giroen la muñeca, y Macintosh tuvo en su poder el aturdidor y la pistola láser. Elhombre de seguridad, echando espuma por la boca, fue inmovilizado boca abajocontra el piso del pasillo por dos de los hombres antiincendios de Mack.

—Podrá entender todo esto dentro de uno o dos días —dijo Macintosh, ysonrió—, si vive para entonces. Lo cual dependerá de lo mucho que me diga eneste preciso instante.

—Eso es todo lo que sé —dijo el hombre, con una voz que rozaba casi elgemido.

—Llévenlo a la cámara estanca —dijo Mack. Sus hombres tiraron delhombre de seguridad pasillo abajo hasta la cámara estanca de carga adyacenteal Control de Corrientes.

—¡No, no, no hagan eso! —suplicó el hombre de seguridad—. ¡Es todo lo quesé, de veras, es todo lo que sé!

—¿Cuántos hombres forman su escuadrón?—Dieciséis.Mack abrió la compuerta interior de la cámara estanca.—Mi información dice otra cosa…, ¿cuántos subieron en la lanzadera, y

había algunos y a a bordo?—Solo somos nosotros, comandante. Dieciséis soldados y dieciséis tecs.—¿Dónde están?

Silencio.—A la cámara, caballeros —dijo Mack—. Descomprimamos lentamente.

Todo lo que crea que tiene que decirnos puede hacerlo desde dentro de lacámara. Interrumpiremos la descompresión cuando hayamos oído todo lo quetenga que cantar.

Mientras Mack cerraba la compuerta estanca detrás del hombre de seguridad,vio a otra media docena de sus hombres salir del ascensor vestidos con el equipocompleto. Mack hizo girar el dial que extraía audiblemente el aire de la cámara.Su prisionero se volvió de inmediato histérico.

—La tripulación de la lanzadera es nuestra —dijo—. Dos soldados y tresmiembros de la tripulación han quedado a bordo. El equipo holo tiene dossoldados, tres tecs. El equipo del NMO tiene tres soldados, dos tecs. El Control deCorrientes cuatro soldados, cuatro tecs, contándome yo y el capitán Brood. Elresto ocupa la Nave Profunda. Por favor, no dejen escapar el aire. No mearrojen fuera.

—Mantenedlo ahí dentro en caso de que yo cambie de opinión —ordenóMach—. Podemos aumentar la colección a medida que se desarrollen las cosas.Necesitamos a Brood para poder saber detrás de qué va Flattery. Conectar elNMO, apoderarse del Control de Corrientes y la Nave Profunda…, suena comosi las cosas estuvieran yendo peor para el Director de lo que puede permitirse.Quizás esté preparándose para tomar la Nave Profunda y dar una pequeña vueltapor el sistema.

El código de intruso, una señal sonora y luminosa, destelló en todas lasintersecciones del corredor. Era un ejercicio que Mack nunca se había tomado enserio, pero que ahora deseaba haberlo hecho.

—Rat, usted y su gente ocúpense de la lanzadera. Barb, usted trabaja en laNave Profunda y la conoce mejor que nadie aquí. Tome a Willis y susingenieros. Recuerde, nada de pistolas láser. Llevan puestos sus trajes de vacío,utilícenlos. El resto nos ocuparemos de este pequeño nido de aquí. Si Flattery yano confía en nadie, hagamos que su desconfianza valga la pena.

Mack sabía que tenía ventaja sobre Brood mientras estuvieran en la zona degravedad casi nula del Control de Corrientes. Los tecs de Brood podían entenderlos viejos instrumentos que accionaban el Control de Corrientes, pero los nuevosimplantes orgánicos en todo el Orbitador y la nave, desarrollados por los isleñosespecíficamente para Macintosh, podían ser una sorpresa. Aquellas fibras devarec desviaban la luz y codificaban los mensajes de forma quimioeléctricadentro de los núcleos de las células. Esto permitía al varec traer la luz hasta lasprofundidades oceánicas y enviar mensajes al Orbitador. La rapidez deconmutación y la capacidad de los implantes de varec superaba con muchocualquier aparato que los pandoranos hubieran desarrollado.

Demasiado tarde, Raja, pensó Mack. El Control de Corrientes ya nunca

volverá a ser el mismo.Brood solo podía fracasar. En el tiempo que les tomaría a sus tecs desentrañar

el secreto del sistema de Mack, todos serían ya abuelos.

60

El ser es sagrado y el vacío es el hogar.

HUSTON SMITH

Los ardientes soles penetraban a través de la densa bruma de después de latormenta para abrasar la nariz albina y los brazos expuestos de Crista Galli.Cuando una ráfaga de viento procedente del mar atrapó la bruma y la hizo giraren un torbellino refrescó la ardiente piel sedosa. Había sentido el bump de las olasde fondo en la resaca más allá de la bruma, y ahora podía ver exactamente hastadónde llegaban realmente las olas.

—La marea ha cambiado de nuevo —le dijo Ben.La sujetaba por la mano derecha, pero su voz sonó vacía con la distancia,

como si tuviera la lengua hinchada. Parpadeaba mucho, y sus movimientos eranlentos, exagerados.

Son los efectos del polvo, pensó ella. Me pregunto cómo se siente.Estaba convencida ahora de que el polvo la había devuelto a la realidad, en

vez de extirparla de ella. Era su antídoto personal, un anti amnésico que hacíagirar las válvulas y abría el flujo de la memoria.

Recordaba también a Zentz. Era un mero capitán cuando entró en ellaboratorio de la Reserva que se había convertido en su hogar. Se había llevado ala investigadora que hablaba con ella por aquella época, una joven isleña queenseñaba psiquiatría social en la universidad de TaoLini. Una vez a la semanaAddie acudía a interrogar a Crista sobre sus sueños, y siempre pasaba la tardecon ella en el solario, tomando té. Crista había despertado en aquel laboratoriocomo una mujer humana de veinte años sin un solo recuerdo.

La psiquiatra, Addie Sombradenube, intentaba recuperar esos recuerdos. Enel proceso se convirtió en la primera amiga de Crista. A causa de Zentz, Crista nose había atrevido a tener otro amigo hasta Ben. Zentz había entrado en ellaboratorio aquel día con su arma desenfundada, había dicho simplemente« Venga conmigo» , y le había disparado a Addie justo al otro lado de la escotillade Crista. Crista había tenido que ser sedada a causa de su histeria, y Flatteryprometió ocuparse de Zentz. Cuatro años más tarde Zentz volvió a aparecercomo el jefe de seguridad de Flattery, y Crista se juró a sí misma escapar de laReserva.

Hoy la bruma le impedía ver a ninguno de los dos lados de la playa. Lapresencia de Zentz la hubiera aterrado un día antes, pero hoy no tenía miedo.

Algo en el destello de la memoria del varec la prevenía contra Nevi, la otrasombra en la bruma, pero también iluminaba una tensión entre los dos que sabíaque actuaría a favor de ellos.

El varec había reproducido para ella el incidente del reaprovisionamiento decombustible de Nevi, e incluso había penetrado brevemente en la mente deZentz. Nunca había visto nada tan lleno de horror y miedo. Captó también odio,pero este odio había dejado paso hacía mucho tiempo al miedo hacia Flatteryque, en sí mismo, se había convertido en un intenso odio personal hacia AracnaNevi.

Divididos, caen, pensó.El mundo de Flattery se estaba haciendo pedazos, luchando entre sí, muriendo

en una espasmódica muerte de una forma mucho más rápida que la que podíainfligir a los demás. Eso era lo que Zentz había visto cuando el varec lo agarró, ysolo Crista sabía la fuerza de su resolución de no morir a los pies de Flattery o amanos de Nevi.

Crista podía ver desde donde estaba de pie en las rocas el hervor de losrompientes y el mar abierto. Aunque la franja de marea había sido engullida porla salada bruma, el mar en sí brillaba allá fuera como si quisiera alcanzar el cieloen la distancia. Hasta donde podía ver, enormes frondas de varec se alzabanperezosas del mar y chapoteaban también perezosas de vuelta. Crista hallóconsuelo en los movimientos del varec y en lo infinito del horizonte.

—Vaya momento de ser afectado por el polvo —murmuró Ben, y sacudió lacabeza.

—Rico tiene un plan —susurró Crista—, y está preparado para iniciarlo…ahora.

Crista Galli notó que el vello le hormigueaba cuando la danza eléctrica de luzde Rico crepitó como un escudo a su alrededor. Los altos soles empujaron labruma fuera de la empapada playa y revistieron su piel con una fina película desal. La bruma realzaba la cualidad irreal del holograma a tamaño real de Rico.Visto desde atrás era como mirar a través de un espejo empañado que anulara sureflejo. Crista contempló las sombras desnudas de Nevi y los demás comofantasmas en los bordes de la holoimagen que los borraba a ella y a Ben delpaisaje visible.

Nevi y Zentz tomaron posiciones detrás de la cortina de luz, gritándosecódigos estratégicos el uno al otro.

—Barrido de flanco, izquierda —dijo Nevi. Su voz sonó precisa, sin ningunaprecipitación—. Cobertura alta. Yo me ocuparé de la punta y el suelo.

—Pero ellos… ¡han desaparecido!—Es un truco —dijo Nevi—, un truco de cámara. Están ahí dentro y no

pueden salir. ¿Posición?—Asegurada. Diez metros, flanco izquierdo. No puedo ver una mierda en esa

sopa. —Zentz hablaba más con balbuceos que con auténticas palabras.—¡Ozette! —llamó Nevi—. Ella está enferma. Tiene que volver o morirá,

usted lo sabe. No hay elección. Tráigala.Ben se llevó los dedos a los labios.—No puede vernos —susurró—. No te muevas.Ella no podía distinguir una persona de otra. El gigantesco holo danzaba en su

cortina de bruma. Las figuras irreales fuera del campo del holo se habíanconvertido en manchas fútiles. Tres destellos de pistola láser restallaron contra lacortina de ondulante luz, y una cascada de prismas lo iluminó todo a su alrededor.Ben tiró de ella al suelo, y en un segundo la imagen volvió a formarse.

—Permanece así y no te muevas —susurró Ben—. Este es un holo perfecto.¡Perfecto!

Crista se arrastró junto a él hasta un pliegue de la hidrobolsa contra una negraroca de lava. Aunque débil, un asomo de imágenes se alzó de la piel de lahidrobolsa y llenó su mente en un firme desenrollar de la enmarañada políticapandorana. La gruesa piel de la hidrobolsa conservaba el calor del sol de la tarde.Con Ben a su lado se sentía segura. Destellos de luz solar cruzabanintermitentemente el holograma que los rodeaba. Extrajo una nueva fuerza delcontacto de la hidrobolsa, y una confianza que insistía en que Nevi iba a fracasar.

—No pueden vernos mientras permanezcamos dentro de la imagen —susurróBen. Su voz se tensó con el esfuerzo de enfocarse por entre el polvo que corríapor sus venas. Se mantenía pegado al suelo, pero sus rápidos ojos captaban todolo posible de la escena—. ¡Esto es increíble! —se maravilló—. Estamos dentro deun holo…, ¿cómo demonios consiguió las triangulaciones para lograrlo? Y laresolución…

—Del varec —dijo Crista—. Consiguió todo lo que necesitaba de Avata.—Me gustaría poder ver qué demonios está ocurriendo —susurró Ben—. En

estos momentos estamos en un agujero en el espectáculo de luz. ¿Ves ese bordede aquí? El holo de Rico sigue la silueta de nuestra hidrobolsa. Ha hecho unescenario a partir de la piel de la hidrobolsa.

Su dedo se tendió hacia el borde de la piel de la hidrobolsa, y pareciódesaparecer cuando lo empujó a través del holograma. Un momentáneoparpadeo de luz y sombra alrededor de su dedo fue el único signo de alteraciónen la imagen.

—La bruma hace que la ilusión sea especialmente vivida —dijo—. Todos lospequeños destellos que ves son los láseres atrapando una gotita de agua girandoen la bruma…, maravilloso.

—Puedo llevarla de vuelta viva o muerta, Ozette —insistió la voz de Nevi.Ahora estaba más cerca, a solo unos pasos de distancia—. Si está muerta, elmundo pensará que tú la mataste. Si está viva…, bueno, entonces todo el mundotendrá otra oportunidad.

—Volver allí —susurró Crista— no es vivir.—No te preocupes, él sabe cómo va a acabar esto.Otros tres destellos estallaron en la pantalla de luz y salpicaron la roca encima

de ellos con una cascada de rojos y violetas. Ben rodeó con sus brazos a Cristapara protegerla entre él y la roca. Parecía como si el polvo estuviera sacándolade un sueño en vez de meterla en él. Crista sentía su cabeza y sus sentidos muchomás claros de lo que nunca había experimentado bajo la custodia de Flattery.

—Creo que el polvo…, tenías razón respecto a él —le dijo a Ben—. Anula losefectos de lo que fuera que me dio Flattery.

Hizo que Ben la apretara más entre sus brazos y tuvo la sensación de estarfundiéndose en él, de que las oscilaciones de sus átomos se mezclaban. Se sintiódescomponer en sus cualidades de luz y sombra. Ya no era tanto una sustanciacomo una idea, una imagen, un sueño. No sentía dolor ni placer, solo unasensación de transmisión, de movimiento con finalidad sobre el que no teníaningún control.

—Ben —preguntó, atravesada por una punzada de miedo—, Ben, ¿estás aquí?—Sí, estoy aquí. —Su aliento sopló en el oído de ella.—Lo siento —murmuró ella. Sabía que estaba llegando algo, una intensidad

feral que se encaramaba a la cima de su consciencia y que no podía impedir—.Lo siento.

Una sensación como la que había experimentado en el muelle en Kalalochcreció en su interior, luego estalló con un fuerte crac que rodó hacia fuera desdesu corazón como un furioso trueno. Todo a su alrededor se inmovilizó excepto elmojado acometer de la marea.

Bienvenida a casa, Crista Galli.La voz sonó a través de su mente, sin el impedimento del sonido. Llegó en una

oleada desde la agonizante hidrobolsa, desde el propio Avata.Una refrescante sensación de desprendimiento, luego una incorporeidad

familiar, la inundaron. La distinción entre la piel de la hidrobolsa y la suyadesapareció. Se vio inundada por un hormigueo familiar. Era un hormigueosordo, un debatir que sabía que era una especie de muerte corporal queeclosionaba en la gran hidrobolsa de su mente. Su mente flexionó su gran ala alsol y atrapó su primer aliento.

Eclosionamos de la misma liana, Crista Galli.Ahora lo recordaba. Antes de que el bombardeo la liberara había

permanecido enraizada por su propia seguridad en una vaina de varec. Losrecuerdos llenaban su cabeza tan aprisa que la aturdieron. El gruñir de Ben en suoído hizo regresar su atención a su escondite en la playa. El holo habíadesaparecido, y se había alzado la bruma suficiente como para revelar unadispersión de cuerpos entre las rocas.

—Pensé que estaba muerto —dijo Ben, frotándose las sienes—. ¿Cómo…,

qué has hecho?Crista no podía responder. Se sentía como si estuviera a caballo entre dos

mundos, uno la playa, con Ben, y uno en el mar, con su gran guardián, Avata. Elholo se había desconectado con el trueno, y Nevi yacía en la play a, casi a sualcance, con los ojos parpadeando estúpidamente y la sangre rezumando de sunariz repleta de venillas rojas. Crista se puso lentamente en pie y recuperó lapistola láser del hombre. Rico, aunque aturdido, fue el primero en recuperarse ehizo lo mismo con la de Zentz.

—Mis disculpas, hermana —dijo Rico, con una ligera inclinación de cabeza yuna enigmática sonrisa—. Hay mucho que este ignorante hermano nocomprendía.

Se tambaleó y estuvo a punto de caer, pero se apoyó en una gran roca ymantuvo el equilibrio.

Otros a su alrededor, los aturdidos, empezaron a agitarse y a sacudir suscabezas. Unos pocos, víctimas de las pistolas láser, nunca volverían a levantarse.Crista se sentía más grande ahora, y le pareció que incluso Rico tenía que alzar lavista para mirarla. Una profunda inspiración del aire cargado de bruma aclaró sumente y ay udó a impulsar una nueva fuerza a sus jóvenes piernas. La mareasiseaba a sus pies, y a unos pocos metros lamía la tendida forma de Nevi en laplay a.

—¿Así que aún quieres mantenerme alejada del varec, Rico? Él consiguiólanzar una carcajada y negó con la cabeza.

—Dos reglas —dijo—. La primera: nunca discutas con una mujer armada.Ella miró la pistola láser de Nevi como si la viera por primera vez, luego

inquirió:—¿Y la segunda?—Nunca discutas con un hombre armado.Ella le devolvió la carcajada, y Ben se les unió.—Tú discutiste con Nevi —dijo Ben—, y mira lo que le ocurrió.—Yo no discutí con él —aclaró Rico—. Le engañé…, es decir, Avata le

engañó. Ahora nos queda más trabajo que hacer. Me creas o no, tenemos quesalvar a Flattery. Si no…

—¿Salvar a Flattery ? —la amargura de Ben rezumó en su voz—. Él empezótodo esto, debería sufrir las consecuencias.

—No si todos tenemos que sufrirlas también —dijo Crista—. No si la vidahumana en Pandora resulta extinguida. Puede hacerlo, lo sé. Rico tiene razón.Flattery debe ser detenido, pero ha de permanecer con vida.

La docena de aturdidos zavatanos luchaban por ponerse en pie y recuperarsus sentidos. Ben cogió a Nevi por los sobacos y lo arrastró fuera del alcance delagua. Un explorador zavatano acudió a ay udarle y ató las muñecas de Nevi a suespalda con un recio trozo de maki.

—Ese holo —dijo Ben—. Nunca había visto nada así. ¿Cómo lo lograste?—Pensé que nunca lo preguntarías —dijo Rico.Tomó una tira de liana de varec del borde del agua, la acarició

momentáneamente, luego volvió a dejarla caer al mar.—Ese fue el truco. Creo que nuestros amigos zavatanos de aquí tienen a esos

dos tipos bajo control. Sígueme, me gustaría presentarte a mi amigo Avata, elmay or holoestudio del mundo.

Les llegó un grito de advertencia de un explorador en la cima del farallón, ysimultáneamente una horda de ímpetus apareció chapoteando de la bruma costaarriba en una siniestra confusión de cuerpos. Ben arrancó la pesada pistola láserde la mano de Crista y empujó a la muchacha hacia Rico. Disparó una rápidaráfaga, y un ligero olor a ozono acompañó el restallar del arma. Dos ímpetus sederrumbaron en un amasijo de gritos y arena a solo una docena de metros dedistancia. Los otros empezaron a devorar a sus muertos, como era su instinto. Unexplorador zavatano vació sus cargas en el resto de la horda.

—Son tan…, tan rápidos —jadeó Crista, y se dio cuenta de que estabaclavando sus uñas en el brazo de Rico.

Él no se estremeció ni se retiró, sino que rodeó sus hombros con un brazo y ledio un fuerte apretón.

—No hay mucho tiempo para pensar en la superficie —dijo. Luego, a Ben—:Veo que todavía eres rápido en tu vejez.

—Algunos de nosotros somos eternamente jóvenes —rio Ben—. Deben serlas compañías.

La mano de Ben cogió la de Crista, y los tres dejaron escapar colectivamenteel aliento.

—Si no están demasiado desgarradas por los dientes de los demás,guardaremos una de estas pieles como recuerdo —le dijo Rico a Crista.

—¿Qué puedo hacer yo con una cosa muerta? —preguntó ella. Un enormededo frío recorrió su espina dorsal—. Estoy más interesada en la vida.

—Touché —dijo Ben—. Sigamos. Quiero echarle un vistazo a ese misteriosoestudio de Rico.

Una ráfaga de viento arrastró los últimos j irones de niebla de la zona demarea, y los dos soles de la tarde acariciaron la pálida piel de Crista. La tela desu traje de inmersión parecía ondular a la luz de los soles mientras la mareareclamaba, como una ameba, el amontonamiento de rocas que marcaba sulímite superior. Con su mano aferrando la de Ben, siguió a Rico mientras este sealejaba del mar hacia la parte superior del farallón. Dos exploradores zavatanosvestidos con trajes verdes de una sola pieza flanqueaban una gran entrada entrepeñascos.

—Aquí dentro —dijo Rico—. No asusta tanto como la forma en que entré yo.Cuidado con los pies, la roca húmeda es muy resbaladiza.

Crista se detuvo en la oscura entrada, sintiendo la pulsación del húmedo airesoplar hacia ella. Una serie de tallas decoraban la pared interior, tallas de lianasde varec entrelazadas, peces y soles. Volvió su rostro hacia arriba para una dosismás de luz antes de enfrentarse a la oscuridad.

—Mira ahí —dijo Ben, señalando hacia el cielo—. Hidrobolsas. Y llevan elhidroala con el que vinieron esos dos.

Media docena más aparecieron de alguna parte tierra adentro, dos de ellassujetando el resplandeciente hidroala en una maraña de tentáculos. Todas sedejaron caer en perezosos círculos hasta situarse a menos de un centenar demetros de la playa. Expulsaron parte de su hidrógeno por sus válvulas,produciendo esas peculiares melodías aflautadas que incluían el agudo silbido de« todo bien» . Sus grandes velas se agitaban y restallaban, jugueteando con labrisa de la costa. La luz del sol a través de sus membranas las hacía brillar con uncolor naranja polvoriento, e incluso desde tan lejos Crista podía distinguir eldelicado entramado de sus venas.

—Las guardianas del Oráculo —dijo uno de los zavatanos—. Ellas, comovosotros, han sido enviadas por Avata para ayudarnos. No hay nada que temer.

Parecía como si sus sonidos aflautados llamaran Avaaaaata, Avaaaaata alviento.

—Vamos —dijo Rico—, dejemos que esos chicos hagan la limpieza. No haymucho tiempo.

Cruzaron el alto portal de roca tallada y, aunque habían esperado oscuridad,entraron en una cámara de magnífica luz. La luz brotaba del propio estanque,abriéndose desde el varec y, como la cálida brisa en sus mejillas, pulsaba comosi ella también estuviera viva.

—Avata me trajo por el mar —les dijo Rico—. Hay una entrada al estanquea través del propio varec. La entrada se cierra cuando sube la marea, luego seabre de nuevo con el reflujo. Me pasó por ella, luego me soltó en la superficie.Como podéis ver, está bien ocupado.

El fuerte olor a mar de la play a se había visto reemplazado por el olor demiles de floraciones, pero no había ninguna floración a la vista. Una raíz de varecse alzaba del estanque en el centro de la caverna y ascendía todo el camino hastael alto techo en forma de cúpula.

—La raíz procede del techo —dijo Ben—. Esta roca fue vuelta del revésdurante el terremoto del 82. ¡Mirad ese monstruo!

Crista vio que era cierto. La raíz no ascendía del estanque, sino que descendíaa él. La parte superior de la raíz, a treinta metros o más por encima de suscabezas, era indistinguible de la roca a la que se aferraba. A su alrededordestellaban los miles de reflejos de su mineralización.

—Es una de las antiguas —dijo, inclinando la cabeza para ver mejor—. Delas muy antiguas.

Las paredes de la caverna formaban terrazas ascendentes hasta donde la raízse unía con el techo. Las terrazas estaban cultivadas, y gruesas lianas frutalesalfombraban las paredes. Un comité de bienvenida con trajes brillantementebordados les sonrió entre el verdor. Cuando los tres salieron del pasadizo al bordedel estanque, sonaron aplausos, y el canto de « Cris-ta, Cris-ta, Cris-ta» pulsó conla brillante luz.

—Mírate —dijo Ben por encima del ruido—, estás brillando.Era cierto. Excepto allá donde la mano de Ben sujetaba la suya, una

luminosidad rodeaba su cuerpo. No era un reflejo del brillo del varec sobre supiel blanca y su traje de inmersión blanco, porque el pulsar de aquella luz seguíael ritmo del pulsar de su corazón. Se sentía más fuerte a cada latido.

—Gracias —dijo, e hizo una inclinación de cabeza hacia la multitud—.Gracias a todos. Vuestras esperanzas de un nuevo Pandora se verán prontocumplidas.

Avanzó hasta el borde del estanque, fusionándose en su emanación de luzblanca, y se sintió entrar de nuevo en el gran corazón de Avata. Era como siabriera un millar de ojos por todo el mundo y mirara a todas partes a la vez, ycon algunos de esos ojos se veía a sí misma observando a Avata en el estanque.

Oy ó que su voz se alzaba hasta llenar la caverna con una riqueza que nuncaantes había tenido.

—El miedo es la moneda del reino de Flattery —anunció—. Debemospagarle sus intereses como corresponde.

Las imágenes saltaron de la superficie del estanque a un gesto de sus brazosextendidos y llenaron la caverna como rápidos fantasmas brillantes. Su cuerpo sehinchó hasta dimensiones oceánicas, y tendió sus miles de brazos hacia el cielo,transportada por la alegría.

Un jadeo escapó de uno de los centinelas, luego un grito.—¡El varec! ¡Mirad el varec!Pero nadie tenía que salir fuera para mirar, todo era representado ante ellos

dentro de la caverna. Por todos los mares de Pandora el varec alzaba sus grandeslianas muy por encima de la superficie. Vividos arcos de luz formaban puentesentre los campos. Incluso las hidrobolsas arrastraban grandes banderolas de luzen su lastre, proporcionando un enlace entre las extensiones aisladas de varecsalvaje y doméstico.

Rico sonrió en medio del resplandor de luz, y Crista se dio cuenta de ladiferencia entre el Rico que había conocido por primera vez y el Rico que loshabía salvado de la playa: este Rico era feliz.

—Estáis contemplando a Avata —exclamó—. El varec se ha alzado. Largavida a Avata.

Aplausos y exclamaciones de alegría dejaron paso a los densos ritmos defondo de los tambores de agua y las flautas.

—¿Pero cómo…?Ben se tragó la pregunta, mientras sus ojos intentaban desesperadamente

seguir la exhibición que le rodeaba. Un desfile de fantasmas de todo Pandorainundó a la gente de la caverna como una marea holográfica.

—Como los caminos del varec de la mente —explicó Rico—, solo que y a noes solo una función del tacto.

Se volvió hacia Crista y cogió sus dos manos entre las suy as. La luz a sualrededor saltó aún más arriba.

—Aunque parecieron solo unos momentos, estuve lejos de ti durante años —dijo—. Fui testigo de tu vida, de mi vida, de la vida de Flattery. Flattery llevaenterrado un secreto en su cuerpo que matará al varec si él muere. Si su corazóndeja de latir, un disparador liberará todo su almacenamiento de toxinas por todoel mundo. Paralizará al varec en solo unos momentos y lo matará en cuestión dehoras. Ahora comprenderás que debemos aislarle, detenerle, salvarle de supropia ignorancia. Entra en el varec. Dile al mundo lo que sabes.

Crista se sintió empujada al borde del estanque, y un murmullo barrió lacámara cuando pisó una de las gruesas raíces del varec. Lo que sintió en aquelinstante fue alegría. Se convirtió en la fuerza misma de la vida de todos aquellospresentes, y entró en el ser de un joven Kaleb Norton-Wang.

En unos segundos la red creció. En los Oráculos de todo el mundo la genteconsultaba al varec, y ella entró en las mentes de todos ellos del mismo modoque todos ellos entraban en la suya. Era un abandono colectivo de la mente, unaunión de las distintas partes en un todo. Tenía la sensación de girar como unamota en una corriente de aire, y filamentos de luz serpenteaban de cada una desus células al mundo. Una de ellas, desde el centro de su frente, se tendió másallá del mundo para tocar a los fieles encima de él. Desde su percha a bordo delOrbitador, contempló los mares de Pandora brillar con una nueva luz.

Como puedes ver, Crista Galli, dijo la voz dentro de ella, la liana cortadavuelve a unirse. En ti están unidas las partes, y Avata es mucho más que la sumade sus partes.

61

Si emprendes cualquier actividad, cualquier arte,cualquier disciplina, cualquier habilidad, tómala eimpúlsala tan lejos como puedas, impúlsala más alláde donde llegó nunca antes, impúlsala hasta el últimode sus límites, y entonces te encontrarás en el reino dela magia.

T. ROBBINS

Nano Macintosh había hecho evacuar y sellar las zonas del eje del Orbitador,con excepción de un puñado de voluntarios de la brigada antiincendios quepermanecían allí como su fuerza de seguridad. Mack estaba seguro de que Brood,cuando se sintiera acorralado, recurriría al sabotaje, de modo que dioinstrucciones a Spud de preparar cargas de separación que liberarían el Orbitadorde la Nave Profunda si era necesario. Estaba seguro de que el objetivo de Broodsería el Control de Corrientes, con mucho la más importante y la más sensible delas instalaciones en el espacio.

Con suerte, no conseguirá a la vez la nave y el Orbitador, pensó. Con suerte,no conseguirá ninguna de las dos cosas.

Mack siempre había odiado la sensación de un arma en su mano. La BaseLunar les había enseñado bien a todos ellos, y su reciente vida en caída libre leproporcionaba ventaja sobre Brood, pero nunca se había lanzado a la caza delhombre con el ansia de algunos de sus compañeros. Mack era más viejo que elresto de la tripulación de la Earthling. Había entrenado a muchas tripulaciones deNaves Profundas, y finalmente había conseguido volar en una de ellas, a peticiónde Flattery.

Tampoco reaccionaba ya al desafío de la muerte. Desde que Beatriz habíallegado a su vida, había descubierto que deseaba vivirla más que nunca. Laperspectiva de enfrentarse a Brood al otro extremo de una pistola láser era comoun golpe en frío contra su vientre y hacía que le temblaran las manos. Aferró unasidero fuera de la escotilla principal del Control de Corrientes y comprobó elcierre.

No estaba bloqueada.Él y tres de sus hombres se sellaron en trajes completos de vacío y

comprobaron la frecuencia en sus comunicadores.—Listo uno —dijo.

—Listo dos.—Tres.—Yo el cuatro.—Solo espuma, si es posible —les recordó—. No construimos todo esto para

hacerlo saltar. Recuerden, los implantes de varec de aquí arriba no sobreviviránal vacío, de modo que no querremos abrir una brecha si podemos evitarlo.Practicar el vacío es un último recurso. Dos y tres, a derecha e izquierda. Cuatro,yo le sigo. ¿Listos?

Tres puños se alzaron, aunque para Dos alzarlo significaba apuntar haciaabajo.

—¡Ahora!Mack abrió de golpe la escotilla, y penetraron en tromba en la estancia que

durante los últimos dos años había sido su hogar. Dos fue alcanzado antes deconseguir apartarse de la escotilla pero Tres, utilizándolo como escudo, cubrió deespuma a los dos esbirros de Brood, y ambos quedaron inmovilizados en cuestiónde segundos cuando esta se endureció. Cuatro saltó a una posición en el techoencima de Brood.

Brood en persona estaba sentado tranquilamente en el sillón de control, con supistola láser apuntando ociosamente la parrilla maestra. Ni siquiera se habíapuesto un traje de vacío sobre su mono de trabajo.

Mack vaciló, con toda su atención clavada en el punto rojo de localización delobjetivo de la pistola láser, fijo en el cerebro que controlaba todo el varecdoméstico del mundo.

—Doctor Macintosh, dispare contra sus dos hombres, o esta cosa pasará a lahistoria.

En los segundos inmediatos que siguieron, la mente de Mack desarrolló algode lógica a la velocidad de la luz.

Tiene que ser un farol. Si elimina la parrilla maestra, no habrá ninguna formade que él ni nadie pueda vivir en Pandora dentro de un año. Fue entonces cuandoMack se dio cuenta de que Brood no tenía que vivir en Pandora…, no si tenía laNave Profunda Nietzsche.

Pero no tiene la Nietzsche. Todavía no.—Déjeme añadir —dijo Brood— que si resulto muerto, su NMO también

será historia. Puede ver que lo tenemos todo previsto.Mack vio los cuatro tecs reflejados en un panel de la consola. Estaban

agazapados detrás de la siguiente hilera de aparatos, y estaban apuntados por elcañón de la pistola láser de Cuatro. Esperaba no tener que llegar a aquello. Loshombres dentro de los capullos de espuma podían sobrevivir si eran liberadospronto, pero el disparo de una pistola láser… La idea era deprimente.

Brood dio unos golpecitos al intercom en la consola de Mack.—Dejé a uno de mis hombres, Orejas, ahí atrás para que se ocupara del

NMO. Puede que se haya dado cuenta de lo joven que es. Y nervioso también.Eso ha sido un problema en el pasado. Puede preguntar a su holoestrella lo queocurre cuando Orejas se pone nervioso. ¿Estás bien ahí abajo, Orejas?

La voz en el intercom carraspeó un par de veces antes de responder.—S-s-sí, jefe, están hablando conmigo desde ahí fuera. Pero no estoy

escuchando.—¿Se hacen progresos en la conexión?—Sí. —La voz era joven y ansiosa—. Los tecs dicen que otras dos horas

como máximo.—¿Están conectando el NMO? —La voz de Mack sonó tan incrédula como se

sentía—. ¿Para qué demonios?—Puede que deseemos ir a dar un pequeño paseo, doctor —dijo Brood—.

Ahora, respecto a estos dos trocitos de mierda de aquí. Le he dicho que se librede ellos.

—No voy a hacerlo, capitán —dijo Mack.Se soltó el casco y lo dejó a un lado. Se sentó en el sillón de control de Spud y

afectó la misma pose indiferente de Brood.—Si cree que estoy faroleando…—No, no está faroleando. Hará algo. Pero la parrilla maestra es uno de sus

ases en la manga. No va a tirarla por la borda por algo tan trivial como mis doshombres.

—Pueden irse.Mack hizo un gesto de asentimiento a sus dos hombres y habló por su

comunicador.—Está bien —dijo—. Aseguren la escotilla. Llévense a esos dos y a esos

cuatro con ustedes.—¡Ellos se quedan!—Todo el mundo se marcha menos usted y yo —dijo Mack—. Sabe que tiene

que ser así de todos modos. Sus dos guardias pueden tener una posibilidad desobrevivir de este modo. Y los otros no le servirán de nada aquí hasta que todoesté… arreglado. ¿No está de acuerdo?

Brood bufó su irritación y le hizo un gesto con la mano de que se fueran.Retrocedieron, tirando de los heridos tras ellos, y Brood ni siquiera les echó unaojeada. Su atención permanecía fija en las muchas pantallas de la parrillamaestra que cartografiaban el mundo. Un débil resplandor se filtraba desdedetrás de las pantallas visoras, y Mack observó que una fina bruma empezaba adifundirse desde su holoescenario cerca de la torreta.

La misteriosa bruma luminosa blanquecina se filtró por debajo de la consolay lamió los talones de las botas de lona de Brood. Una luminosidad similariluminaba la base de su holoescenario como una pequeña luna en la cubierta. Elreflejo de luz en el mamparo de plasmacero significaba que la torreta también

estaba inundada por aquella luminosidad.El varec, pensó. ¿Qué puede estar preparando?La pistola láser de Brood seguía apuntando todavía a la parrilla maestra, y por

sus pantallas Mack vio que las parrillas se habían reformado, pero en distintos ymás complejos alineamientos. O bien Brood no se había dado cuenta de laluminosidad, o no sabía que no era habitual.

¡Alguien está controlando todo el sistema!Eso, fuera lo que fuese, significaba que la parrilla maestra no importaba. Era

tan solo un instrumento de registro, ya no una herramienta de manipulación.—¿Le ha enviado Flattery? —preguntó Mack.El rostro de Brood, que no dejaba de tener su atractivo, exhibió una sonrisa

torcida.—Sí —dijo—, me envió.—¿Y está siguiendo sus órdenes, entrando de este modo?—Estoy siguiendo… el espíritu de sus órdenes.—¿Por qué no fui…?—Porque usted forma parte del problema, doctor.Brood giró en redondo para mirar de frente a Mack, y este vio una edad en

sus ojos que era mucho más vieja que el rostro adolescente que los contenía.Ahora la pistola láser de Brood apuntaba a su pecho. La luz seguía rezumando detodos los implantes de varec. Un resplandor similar rielaba en cada pantallavisora detrás del pálido rostro del capitán.

Todo el planeta se está iluminando, pensó Mack. Tiene que ser el varec, pero¿qué puede estar intentando?

—Mis órdenes eran asegurar el Control de Corrientes y mantener sellados loslabios de esa mujer, Tatoosh —dijo Brood.

La voz del hombre era tranquila, casi pensativa.—Tuvimos que mantener a Ozette fuera de las noticias, sustituir a todos los de

su equipo que fueron necesarios, acompañarla aquí arriba. El Director creía queella podía intentar… influenciarle, poniendo así en peligro la seguridad delControl de Corrientes y del proyecto Nave Profunda.

—De modo que usted la aterrorizó, ejecutó a su equipo, asesinó a miseguridad, y ahora se prepara a destruir el Control de Corrientes y robar la NaveProfunda… Ni siquiera Flattery se tragaría esto, capitán.

Brood sonrió, mostrando sus finos y afilados dientes, pero sus ojospermanecieron tan duros como el plasmacero.

—Quizás esta locura sea un rasgo de familia —dijo, y su voz parecióascender un poco—. Entonces no ha oído los rumores respecto a mí. Dicen queFlattery es mi padre… Sea quien sea mi madre, fue una de sus diversiones allá alprincipio. Yo fui el « pobre fruto» de esa diversión, como dirían algunos.

Mack no se sintió tan sorprendido de la línea genealógica de Brood como de la

fría furia con la que este la expuso.La furia ardiente duele, pensó, pero es la furia fría la que mata.Mack empezó a hablar, pero la mano de Brood vuelta hacia arriba lo detuvo.—Ahórreme su simpatía, doctor. No es simpatía lo que pido. No soy el único

privilegiado de este modo, hay otros. Si lo sabe, sabe también que le favorezcoporque no lo estoy desafiando. Si no lo sabe…

Un encogimiento de hombros, un tirón del labio. La luz fantasmal formaba uncharco alrededor de sus tobillos.

—Otros no han sido tan afortunados. Mi madre, fuera quien fuese, porejemplo. El Director exige poder, y y o también exijo poder, eso es evidente. Deuna forma u otra, lo conseguiré.

—Han recurrido al « Código Brutus» ahí abajo. ¿Forma usted parte de él?Brood dejó escapar una restallante carcajada. Aquellos afilados dientes

enviaron un estremecimiento a lo largo de la espina dorsal de Mack.—Soy un ganador, doctor —dijo—. Siempre estoy del lado de los ganadores.

No puedo perder. Si Flattery gana, entonces he salvado su Nave Profunda para él,he salvado sus preciosos caminos del varec, y también gano. Si Flattery pierde,entonces he capturado la Nave Profunda y los preciosos caminos del varec y loshe custodiado para el ganador.

—¿Qué ocurre si el uno o el otro le pide su ayuda?—Entonces sufriremos una avería en las comunicaciones —dijo Brood—. No

es nada nuevo aquí arriba, ¿verdad, doctor?Mack sonrió.—No, no lo es. Hemos estado teniendo este problema todo el día.—Eso observé. Mis hombres son nuevos en estas ondas, pero son

concienzudos. Le hemos monitorizado durante bastante tiempo…, como práctica,comprenda. Le conozco muy bien, doctor Macintosh. ¿Me conoce usted igual debien a mí?

—No le conozco en absoluto.—Yo no diría eso —dijo Brood—. Sabía que no iba a volar la parrilla

maestra…, todavía no. Sabía que si yo realmente hubiera deseado a sus hombresmuertos ahora estarían muertos, y usted junto con ellos. Dígame qué otra cosasabe de mí, doctor.

Mack se frotó la barbilla. La sangre del cuerpo de su hombre número dosfluía lentamente hacia él, pequeños glóbulos rojos ingrávidos que flotaban comosi fueran decoraciones de una fiesta. Mack intentaba recordar cuál de sushombres era, pero no lo conseguía. Per Brood se sentía hablador, y Mack intentómantenerlo así.

—Ha cubierto usted todas las bases —dijo—. Si toma el lado equivocado,siempre puede huir con la Nave Profunda…, si puede reunir una tripulación.

—Lo tengo a usted, doctor —sonrió Brood—. Un miembro de la tripulación

original. También tengo el NMO. Y apuesto a que usted, un hombre listo ademásde comandante, tendrá instalado un sistema de seguridad…, probablemente algopráctico, como la parrilla maestra. Sí, un sistema de seguridad para un sistema deseguridad…

Brood se echó a reír de nuevo, más para sí mismo esta vez. Adelantó el cañónde su pistola láser y agitó el aire alrededor de los glóbulos de sangre lo suficientepara hacer que se unieran entre sí y formaran un gran glóbulo que partió fuerade su alcance hacia la torreta. Una mancha de oscura sangre quedó brillando enel cañón.

De alguna parte en lo más profundo de su memoria de entrenamiento, Mackrecordó a uno de sus instructores diciéndole lo limpias que eran las muertes conpistola láser, cómo la carga sellaba limpiamente los vasos sanguíneos en el rápidocono de su quemadura a través del cuero. En la práctica, como de costumbre, nosiempre era este el caso.

De pronto, toda la estancia del Control de Corrientes se llenó con una luzabrumadoramente cegadora. Una puñalada de dolor golpeó los ojos de Mack, yse los cubrió de una forma refleja. Oyó a Brood debatirse cerca, golpear unabancada de consolas en su camino a la escotilla.

—¿Qué demonios…?Mack probó sus ojos y vio que podía ver si los fruncía lo suficiente, pero las

lágrimas seguían resbalando de todos modos por sus mejillas. Lo que vio hizo quesu y a acelerado corazón latiera todavía más aprisa.

Si la luz fuera un sólido, ese sería su aspecto, pensó.No era tan brillante ahora, sino más bien omnipresente. Podía sentirla

realmente a su alrededor. No era calor, como el que aporta la luz del sol, sino lasensación como de presión de un traje de vacío activado.

Mack se impulsó con una patada e intentó agarrar la pistola láser de Broodmientras este forcejeaba, cabeza abajo, con el mecanismo de la escotilla. Falló.Brood abrió los ojos en aquel momento, y el cañón saltó hacia arriba paraapuntar a Mack entre los ojos.

—Doctor, parece que no acaba de captar la situación, ¿verdad? Deberíafreírle aquí mismo, pero aguardaré un poco. Prefiero tenerlos juntos a usted y asu amiguita para eso. Ahora me dirá qué infiernos está ocurriendo aquí.

Una voz asustada brotó del intercom:—Capitán Brood, no podemos ver nada ahí dentro. Hay una luz que llena toda

la cámara del NMO, y procede de ese cerebro. Las palabras se cortaron en secopara dejar paso a sonidos de forcejeo, y Mack supuso que su equipo habíapenetrado en la cámara del NMO. Por primera vez Brood parecía preocupado,quizás incluso un poco asustado.

—No sé qué está ocurriendo ahí…—¡No me venga con esa mierda, doctor! —aulló Brood. Un fino chorro de

saliva flotó en el aire alrededor de su cabeza.—Debe de ser el varec —explicó Mack. Utilizó la voz más calmada que pudo

encontrar—. Hay implantes de varec aquí dentro y en la cámara del NMO.Un extraño grito estrangulado brotó de la garganta de Brood, y los ojos del

hombre se desorbitaron ante algo que había detrás de Mack. Mack se sujetó a unasidero y giró en redondo, protegiéndose los ojos con la mano izquierda. Labancada de pantallas visoras, a las que se enfrentó, parecían estar pasando locasescenas al azar de Pandora, algunas de ellas de los primeros días delasentamiento.

—Eso…, esos son mis recuerdos —jadeó Brood—. Todos los lugares dondevivimos…, mi familia…, excepto, ¿quién es ella?

Un rostro aparecía y se desvanecía, volvía una y otra vez y adquiría sustanciaen medio de la luz. Mack la reconoció de inmediato. Era Aly ssa Marsh, más deveinte años más joven.

Una voz suave, la voz de Alyssa, brotó de todo su alrededor y dijo:—Si te unes a nosotros ahora, estamos preparados para empezar.Una gran escotilla apareció en la luz, y una densa quietud se apoderó de la

estancia. Nada más era visible. La escotilla colgaba en mitad del aire, con unaspecto tan sólido como la propia mano de Mack, pero la bolsa de luz que lacontenía se había solidificado para excluir por completo el Control de Corrientes:no había cubierta, ni techo, ni mamparos; no había consolas, ni sonido, nadaexcepto la escotilla. Incluso la pesada respiración de Brood se vio engullida por laluz. Mack tuvo la sensación como si estuviera solo, pese a que Brood estaba tancerca de él que podía tocarle con solo alargar la mano. Se sintió tentado dehacerlo, únicamente para asegurarse de que era real.

La Voz de las Sombras, pensó Mack. Quizá han imaginado cómo…—¿Qué es toda esta mierda? —preguntó Brood—. Si es algún tipo de truco del

varec, no voy a caer en él. Y si es cosa de usted, es hombre muerto.Antes de que Mack pudiera detenerle, Brood disparó una ráfaga de su pistola

láser contra la escotilla. Pero la ráfaga no se detuvo, y Brood no pudo soltar elarma. Los detalles de la escotilla se intensificaron, y la escotilla sufrió docenas decambios a una velocidad de escasos segundos cada uno, convirtiéndose encentenares de compuertas y escotillas que se sucedían la una a la otra.

El arma se puso demasiado caliente para que Brood pudiera sujetarla eintentó soltarla, pero se aferraba a sus manos mientras resplandecía al rojo vivo,hasta que sus cargas se agotaron. Aunque luchaba por gritar, con las venas de sucuello terriblemente hinchadas y el rostro de un color rojo brillante, Brood noemitió ningún sonido. Cuando todo hubo terminado, sus ojos simplemente sevidriaron y flotó allí, impotente, con las abrasadas manos lejos de su cuerpo.

Mack no oy ó nada durante este tiempo, y tampoco olió nada, aunque podíaver las ampollas en los dedos del hombre. La escotilla seguía aguardando frente a

él. Al principio había aparecido como una de las grandes compuertas de lascámaras estancas que separaban el Orbitador de la Nave Profunda. Ahora separecía a la puerta de la gran sala de reuniones que recordaba de la Base Lunar.Cada vez que Mack había cruzado aquella puerta había sido para ser informadode algún nuevo aspecto de los experimentos de la Base Lunar sobre laconsciencia artificial. Algunas de aquellas sesiones informativas le habían puestolos pelos de punta y habían empapado sus manos en frío sudor. La puerta no leasustó esta vez.

No dudaba de que se trataba de una ilusión, un holo casi perfecto. Estabaacostumbrado a trabajar con hologramas de cuarta o quinta generación, peroeste parecía real. La luz le había proporcionado sustancia.

—¿Cómo han conseguido esto? —se preguntó en voz alta—. ¿Un holo demilésima generación?

Era como si cada átomo de la estancia, del aire, los de su propia respiración,se hubieran convertido en parte de la proy ección. Adelantó la mano, esperandoque cruzara la ilusión. No lo hizo. Era sólida, una auténtica escotilla. Brood y a noestaba cerca. Como el resto de la estancia, simplemente había dejado de existir.Todo lo que existía ahora eran Mack y la gran y pesada puerta extraída de susrecuerdos de la Base Lunar. Crey ó oír voces al otro lado. Creyó oír a Beatriz allí,y estaba riendo.

—Por favor, únase a nosotros, doctor —animó la voz suave—. Sin usted, nadade esto sería posible.

Cuando tendió la mano hacia el mecanismo de apertura, la puerta cambióuna vez más. Se convirtió en la escotilla entre la Base Lunar propiamente dicha yel vivero que tan a menudo había visitado durante su estancia allí. Una seguracúpula de plasmacristal protegía un ambiente selvático por el que le encantabapasear. Allá al borde de la penumbra de la luna de la Tierra había recorridoherbosas colinas y olido la fría humedad de los helechos bajo la sombra deauténticos árboles. Su mente, lo que fuera que la estaba manipulando, debíadesear mucho que abriera aquella escotilla.

El mecanismo automático de apertura y cierre pareció real contra su palma.Activó la cerradura, y la escotilla giró hacia dentro a una habitación aún másbrillante que aquella en la que estaba. Esta vez la luz no le hirió los ojos, y cuandodio unos pasos unas cuantas figuras familiares se materializaron para darle labienvenida.

¡He muerto!, pensó. ¡Brood debe de haberme disparado y he muerto!

62

Enfrentar a una persona con su sombra es mostrarlesu propia luz.

CARL JUNG

El equipo antiincendios del Orbitador flotaba en sus desmañados trajes devacío arriba y abajo del pasadizo fuera de la cámara del NMO. Las mayoría deellos eran mujeres, como lo eran la mayoría de la tripulación de la NaveProfunda. Cada uno iba equipado con un cinturón de herramientas para accedero forzar la entrada a las diversas secciones, y varios empujaban ante elloscontenedores de gas inerte mientras patrullaban detrás de Beatriz. Todas habíandejado sus trabajos para unirse contra la amenaza del fuego. Solo el vacíoincontrolado era más temido que el fuego a bordo de la estación espacial. Loschistes malos que se contaban entre sí a través de sus comunicadores relajabanun poco el nerviosismo que traicionaba sus ojos.

Beatriz había sospechado desde un principio que el joven miembro deseguridad que se había sellado dentro de la cámara del NMO estaba intentandoconectarlo. El capitán de la brigada antiincendios que se había quedado conBeatriz era un ingeniero estructural llamado Hubbard. Como todos los miembrosde la brigada antiincendios a bordo, Hubbard era un voluntario, y estabaacostumbrado a conseguir que se hiciera el doble de trabajo en la mitad detiempo. Desplegó su equipo de acuerdo con las habilidades de sus auténticostrabajos. En unos pocos momentos todas las cajas de circuitos estuvieron abiertasy sus entrañas desparramadas por el pasadizo.

Cuatro mujeres situaron dos soldadores de plasmacero, uno en la escotilla,uno en la unión del mamparo a la cámara del NMO. Solo el brazo operador delsoldador pesaba cerca de quinientos kilos, pero allí cerca del eje el únicoproblema para maniobrarlo era la masa.

Esas mujeres deben estar aquí desde el inicio del proyecto, pensó Beatriz.Usaban sus pies como ella usaría sus manos, y sus trajes de vacío habían sidoadaptados para acomodar esos diestros dedos auxiliares. Cuando visitó porprimera vez el Orbitador había pensado que esta habilidad procedía de un tipoespecial de isleños, pero posteriores visitas le demostraron lo contrario. El propioMacintosh exhibía una gran habilidad con los dedos de los pies, y su traje devacío reflejaba también esos cambios.

—Denos quince minutos —le estaba diciendo Hubbard—, y le caeremos

todos encima a ese tipo.—Esos tipos mataron a todo mi equipo —dijo ella—. Bromearon acerca de

eliminar a toda su seguridad, y luego lo hicieron. El caer todos sobre ese tipodentro de quince minutos no será suficiente para salvar la…, el NMO.

—¿Cómo lo haría usted?Beatriz no detectó desafío en su voz, solo urgencia.—Ayudé a Mack a instalar algunos enlaces de la cámara del NMO. Hay un

conducto que parte del panel de circuitos en el siguiente compartimiento yconduce a las consolas de control dentro de la cámara. Sé la forma en quepodemos…

—Tapón, esa chica de aquí, puede meterse por los lugares másinverosímilmente estrechos —dijo Hubbard—. Podría desviar suaprovisionamiento de aire e inyectarle CO2.

—No —dijo ella—, es demasiado arriesgado. No causará daño al NMO, perohe visto a gente sumirse en el pánico cuando empieza a faltarles el oxígeno.Queremos mantener a esos tipos tranquilos, o pueden empezar a disparar contratodo lo que tengan a la vista.

—Tiene razón —dijo Hubbard—. Tapón, dile a Cronin que nos prepare algode su magia química. Queremos a este tipo fuera de combate en un abrir ycerrar de ojos, junto con todos los demás que puedan estar con él. Queremos alNMO y al tec en condición operativa cuando todo haya terminado,¿comprendido?

—Comprendido, jefe.—Escuchen, todos —dijo Hubbard—. Conecten sus comunicadores del traje

a una frecuencia de arranque de tres-tres-uno activada por la voz. —Hizo losajustes que había indicado en su propio equipo, luego explicó a Beatriz—: De estaforma podremos hablar y él no podrá escucharnos, y no tendremos que recurriral intercom.

Beatriz observó las herramientas que llevaba Hubbard en su traje.—Déjeme ver lo que tiene usted aquí —dijo—. Puede que consiga activar

algunos de los sensores de la cámara a través de la caja del intercom. Ayudará elpoder tener ojos y oídos.

Deslizó a un lado la tapa, y un débil resplandor pulsó desde dentro de la caja.No era un resplandor eléctrico, el relucir rojo cereza de los cables desnudos o elrestallar blancoazulado de un cortocircuito. Este resplandor era pálido, frío, conun ligero pulsar que parecía intensificarse mientras observaba.

La mano de Hubbard se movió reflexivamente hacia un pequeño depósito ensu cinturón, pero Beatriz lo detuvo.

—Debe de ser luciferasa —dijo— de las fibras de varec que implantamosaquí el año pasado. —Seleccionó un detector de corriente del kit de Hubbard y loaplicó al puñado de poco convencionales fibras de varec.

—¿Fibras de varec? —preguntó Hubbard—. ¿Qué demonios han cableadocon…?

—Los circuitos hechos con varec no se sobrecargan, y tienen una memoriaincorporada, entre otros rasgos. Hemos hecho algunos experimentos con ellos enHolovisión… Mire, hay algo aquí —dijo, observando cómo el instrumentoreaccionaba en su mano—. No lo llamaría exactamente una corriente. Es másbien una excitación.

Cuando el dorso desnudo de su mano rozó el haz de fibras de varec, Beatriztuvo una repentina e inesperada visión del interior de la cámara del NMO. Eljoven guardia estaba al otro lado del laboratorio con respecto a ella, la pistolaláser preparada, los ojos muy abiertos y evidentemente asustado. Beatriz observóla escena desde dos puntos distintos de observación. Uno era a medio caminomamparo arriba detrás del NMO, probablemente la toma correspondiente alcable que estaba tocando. El otro estaba aproximadamente a la altura de lacintura, frente al hombre de seguridad, y se dio cuenta de que estabacontemplando la escena desde dentro del cerebro de Aly ssa Marsh. El joven nodejaba de poner y quitar el seguro de su pistola láser.

—Hay que entrar —susurró a Hubbard—. Es preciso que entre alguien. Seestá dejando llevar por el pánico y los matará a todos.

Aferró el puñado de fibras de varec en su mano y oyó débilmente a Hubbardrestallar algunas órdenes a su equipo. Se sentía atraída hacia los dos lugares através de las fibras, como si estuviera viendo con varios pares de ojos a la vez. Lasensación de sí misma disminuyó a medida que fluía por las fibras, de modo quese aferró a un asidero en el mamparo y forzó al flujo a volver hacia ella.

No puedo dejar que esto siga adelante, pensó. Es preciso detenerlo. ¡Oh, Ben,tenías tanta razón!

Era casi más de lo que podía soportar, pero se sentía magnetizada por ello.Sabía que podía soltar en cualquier momento las fibras, detener la inmersión decabeza en aquel túnel de luz, pero su instinto de periodista le decía que se aferraradurante toda la duración del viaje. Recorrió los asideros a bordo del Orbitador yla Nave Profunda, luego se sintió lanzada hacia la superficie de Pandora. Seaferró más fuertemente a su asidero y se preguntó quién estaba gimiendo allá alfondo, luego se dio cuenta de que los gemidos eran suyos.

Ella era un centro de convección para el varec. El joven miembro deseguridad de rostro pálido con las enormes orejas y los dientes afiladospermanecía de pie apenas a un metro de sus ojos.

Los ojos de Alyssa, pensó, y reprimió un estremecimiento. Me he convertidoen los ojos de Alyssa.

Las manos del tec temblaban mientras trabajaba, y con nada nueva fibraconectada a su lugar el extraño resplandor se incrementaba.

—Brood no dijo que se suponía que pasara eso —dijo el joven, más nervioso

que nunca—. ¿Es normal?—No lo sé —dijo el tec. Beatriz oyó el miedo en su casi susurro—. ¿Quieres

que pare?El joven se frotó la frente, sin apartar la vista del NMO. Beatriz sabía que él

solo veía el cerebro de Aly ssa Marsh siendo conectado a una maraña deneuronas salidas del varec, pero era Beatriz quien le devolvía la mirada. Latranspiración empapó su pelo y creó círculos oscuros en sus sobacos.

¿Es miedo a la situación?, se preguntó. ¿O es miedo al NMO?El hombre era de extracción isleña, debía de haber alguna superstición, pero

la anormalidad física en sí era incapaz de asustarle. Un sirenio hubiera tenidomás dificultades enfrentándose a un cerebro vivo, algo a lo que un isleñosimplemente se encogería de hombros.

—No —dijo—. No, él dijo que lo conectáramos no importaba lo queocurriera. Me gustaría que nos respondiera.

El joven accionó un interruptor de su mensajero portátil y lo intentó de nuevo.—Capitán, aquí Barrigadeplomo, cambio.La única respuesta fue un débil zumbido en el aire.—Capitán, ¿puede oírme?Ninguna respuesta. Barrigadeplomo se dirigió hacia el intercom al lado de la

escotilla. Su casi ausencia de peso hacía que le resultara difícil mantener suespalda en contacto con el mamparo mientras se dirigía hacia allí.

—¿Cuál es el código de Control de Corrientes?—Dos-dos-cuatro —dijo el tec, sin alzar ni un momento la vista de su trabajo

—. Se activa por la voz desde aquí.Tecleó los tres números. Y al instante el resplandor de la cámara se

intensificó hasta ser casi deslumbrante. Armó su pistola láser con un metálicoclic-clic, y Beatriz se oyó a sí misma gritar « ¡No! ¡No!» justo en el momentoen que Tapón se propulsaba como una carga de dinamita fuera del conducto deservicio y contra los hombros de Barrigadeplomo. El tec chilló y saltó a un lado,y Barrigadeplomo gritó un embarullado mensaje al intercom.

Descargó su pistola láser, y para Beatriz el mundo se deslizó desde entonces acámara lenta. Vio el destello del cañón avanzar directamente hacia ella, acudir asu encuentro como si alguien tirara de él con un hilo.

Esto no puede ser, pensó, una pistola láser dispara a la velocidad de la luz.Era una distancia tan corta hasta el cañón que la carga no había acabado

todavía de abandonar el cañón cuando golpeó el resplandor que rodeaba elcerebro de Aly ssa Marsh. Beatriz observó cómo la pistola láser quedabacompletamente seca de energía en menos de un segundo. Barrigadeplomo gritóy luchó por soltar la ardiente arma, pero esta se había fundido a la carne de susmanos. Tapón se aferró fuertemente a Barrigadeplomo con manos y pies, y losdos giraron por el centro de la cámara. La carga desencadenó alguna reacción

en el resplandor, y Beatriz se vio rodeada por ella, curiosamente serena y sinningún temor.

Todo permanecía tranquilo dentro de aquella brillante esfera. Beatriz seaferró al núcleo de algo translúcido, caliente, suspendido en luz amarilla.

Esta es la sensación que imitan las redes de fibras, pensó.Beatriz halló consuelo en la familiar embestida de una gran marea en sus

oídos y sintió, más que vio, la presencia de la luz a todo su alrededor.El centro, pensó. Esto es el centro de…, ¡de mí!Apareció una escotilla y, aunque no tenía manos ni pies, la abrió. Allá estaba

de pie su hermano cuando tenía once años, con el pecho desnudo y bronceado ysu cinturón cargado con cuatro grandes lagartos.

—Cambié tres en el mercado por café —dijo, y depositó un saco sobre lamesa frente a ella—. Ganaste tu beca a la universidad, pero apuesto a que nocubre esto. Házmelo saber cuándo necesites más.

Ella cumplía los dieciséis aquel día, y fue incapaz de saber cómo darle lasgracias. Él se apresuró a pasar por delante de ella por la escotilla, con los lagartosmuertos haciendo ruidos blandos tras él.

Un parpadeo de escotillas pasó ante sus ojos, cada una de ellas conectada a laarteria de los años. Algunas eran callejones sin salida a años que hubieran podidoser. Abrió otra, esta vez una pesada escotilla hermética isleña, y se halló dentrodel primer refugio temporal de su familia en tierra firme. Era una estructuraorgánica, como las islas, pero más oscura y más quebradiza que aquellas querecorrían los mares.

Su abuelo estaba allí, alzando un vaso de vino de brotes, y toda su familia se leunió en un brindis.

—Por nuestra atareada Bea, graduada por la Academia Holográfica y nuevadirectora de estudio de las Noticias de la Noche de Holovisión.

Recordaba aquel brindis. Ocurrió en el 475 aniversario de la partida de Navede Pandora. Se había convertido en una ocasión de sombrías celebraciones a lolargo de los años, en las que siempre se dejaba un lugar vacío en la mesa.Originalmente pretendía representar la ausencia de Nave, pero en tiempos másrecientes el gesto se había convertido en un recuerdo a la familia muerta.

—Nave nos hizo un gran favor marchándose —dijo su abuelo.Hubo muchas protestas ante aquella observación. Ella no recordaba haber

oído esta conversación de hacía años, pero ahora picó su curiosidad.—Nave nos dejó los tanques hib, eso es cierto —dijo su abuelo—. Pero

nosotros fuimos ahí arriba y los hicimos bajar. Y los hicimos bajar sin ningunaay uda de nadie ni de nada dentro de ellos. Eso es lo que nos alzará de nuestramiseria: nuestro genio, nuestra tenacidad, nosotros mismos. Flattery no es másque otro niño malcriado que busca algo a lo que asirse. Hablas de ascensión, ma.Nosotros somos el factor ascensión y, gracias a Nave, nos alzaremos un día para

recibir el alba y seguiremos ascendiendo…, ¿no es así, pequeña?Las risas del grupo se desvanecieron, y una única escotilla flotó como una

joy a azul delante de ella, aguardando. Era como muchas de las escotillas delOrbitador, encajada en la cubierta en vez de en la mampara. Cruzando elbrillante azul como de luz de su superficie la tapa de la escotilla decía:« Presente» . Tendió la mano hacia el mecanismo de apertura de doble acción, ysintió el frío satén del bien pulido acero en su palma. Abrió la escotilla y sesumergió al otro lado.

Tuvo la misma sensación que si cayera de cabeza dando volteretas, como ensus primeros y torpes progresos en la gravedad cero del eje del Orbitador. Losentía todo a su alrededor como si tuviera un cuerpo, y ese cuerpo estabahiperalerta, pero seguía sin ver ninguna prueba de uno. Sentía otros también, nomuy lejos, y parte de sus sentidos le decían que no tenía nada que temer. Latranslucencia del resplandor a su alrededor se doblaba y espesaba, formando unasombra en su hombro izquierdo. En un abrir y cerrar de ojos se convirtió enNano Macintosh.

—¡Beatriz! —La rodeó con sus brazos y la besó—. Ahora sé que he muerto—rio—. Esto tiene que ser el cielo.

—No hemos muerto —dijo ella—. Pero puede que hayamos ido al cielo. Haocurrido algo con los implantes del varec. Sé que todavía los estoy sujetandofuera de la cámara del NMO, pero también sé que estoy aquí contigo…

—Sí, los implantes del varec y el holoescenario en el Control de Corrientesempezaron a brillar, luego las pantallas visoras…, todo el mundo pareció brillarahí abajo. Al principio pensé que tenía algo que ver con esos tipos que Flatteryenvió aquí arriba. Ahora creo que tiene más que ver con las alteraciones delvarec, con el colapso de la parrilla. Creo que nuestro amigo el señor Ozette yCrista Galli están en el fondo del asunto.

—Pero ¿cómo? Estamos en órbita. El varec que tocamos aquí no toca nadamás. Solo puede tratarse de una alteración psíquica, pero entonces tú no estaríasaquí conmigo.

—Es la luz —dijo Mack—. El varec utiliza sustancias químicas paracomunicarse, esto es algo que sabemos desde hace tiempo. Ahora nosotros lehemos enseñado a usar la luz. Ese holoescenario que construí paraexperimentación…, funciona perfectamente, y todos los componentes procedendel varec, solo que el varec ha ido unos cuantos pasos más adelante. El varectoma piezas de luz, las descompone, codifica química o eléctricamente suscomponentes, luego los reproduce a voluntad. Es algo que y o perfeccioné a partirde lo que los criptógrafos solían llamar el « Sistema Codificador Digital» . Túsabes más de holografía que yo, de modo que dime qué está pasando.

—Si tienes razón —murmuró ella—, si esto es la holografía del varec,entonces ha aprendido a usar la luz como onda y como partícula. Podemos

abrazarnos, pero no somos más que holoproyecciones de algún tipo, ¿correcto?Quizás el varec haya encontrado otra dimensión.

—Sí —dijo una voz de mujer—, somos una reorganización de luz y sombra.Allá donde va la luz, allá vamos nosotros.

—¿Eres… Avata? —preguntó Beatriz.Le respondió una suave risa, una risa como la luz de la luna sobre un agua en

calma. Una tercera figura inició su misteriosa materialización del resplandor. Erauna mujer, tan radiante como la luz a su alrededor, y debido a ello apenas visible.Beatriz la reconoció de inmediato.

—Crista Galli —jadeó. Miró a su alrededor en busca de algún signo de otrafigura, de Ben, pero todo lo que vio fue la esfera translúcida que los contenía.

—No te preocupes, Beatriz, Ben y Rico están conmigo. Del mismo modo quetú y el doctor Macintosh estáis con la tripulación del Orbitador. Lo que ellos venahora son las conchas de nuestros seres, nuestros cascarones. Lo que tenemosaquí son nuestros auténticos seres.

—Pero yo puedo verte, oírte —dijo Mack—. Beatriz y yo nos hemos tocado.Crista rio de nuevo, y Beatriz sintió el hormiguear de una risita que no pudo

reprimir.Estoy segura aquí, pensó. Brood, Flattery, no pueden alcanzarme en este

lugar.—Eso es cierto, estamos seguros aquí —dijo Crista. Beatriz se dio cuenta de

que pensar era lo mismo que hablar en este extraño lugar.¿Es realmente un lugar?—Sí, es un lugar. Es un dónde además de un qué y un cuándo. Doctor

Macintosh, tenemos sustancia porque nuestras mentes han hecho un salto depercepción junto con la luz. Las cosas cambian para acomodarse a nuestrosdistintos subconscientes. ¿Visteis muchas escotillas?

Beatriz vio a Mack adelantar las manos, mirarse los pies, desconcertado.—Sí, yo sí, pero…—¿Y una te recordó algo agradable, de modo que la abriste?—Sí, y fui a parar aquí.—Yo lo mismo —dijo Beatriz—. Pero una anterior me condujo… hacia atrás.

De vuelta con mi familia, hace años.—Fue la forma de Avata de tranquilizaros —dijo Crista—. Os llevó a un lugar

familiar, confortable. Últimamente habéis estado aterrados. Avata no quierevuestro terror. Desea vuestra experiencia.

—¿Nuestra experiencia? —Beatriz hizo un gesto con la mano para abarcartodo lo que les rodeaba—. Después de esto, ¿qué podemos ofrecer?

—Ya lo veréis. Pensad en esto como en la Voz de las Sombras, como elholoestudio más grande del mundo, con casi todo el mundo como escenario.Situaremos a Flattery en su centro, lo mostraremos a todos. ¿Y luego qué?

—Es preciso impedir que la gente se destruya entre sí —dijo Mack—. No hansido capaces de llegar hasta él, de modo que destruirán los engranajes de supoder. Si hacen eso, nos pondrán en peligro a todos, incluido Avata. Exponer aFlattery puede ser más peligroso de lo que crees.

—Pero observa nuestro método —dijo Beatriz—. Es increíblemente poderoso.Aparecerá como un mensaje de los dioses, una visión, un milagro.

—Vi la luz brillar encima de todos los campos de varec desde el Control deCorrientes —dijo Mack—. ¿Está ocurriendo realmente?

—Sí —dijo Crista—. Está ocurriendo.—Entonces ya hemos conseguido la atención del mundo, ¿no? Todos deben de

haberse parado en su camino para echar una mirada.—Los míos se pararon el tiempo suficiente para gozar del espectáculo de luz

—dijo alguien—. Ahora se dirigen a Kalaloch con todo lo que tienen.Otra figura se precipitó fuera de la luz, una musculosa figura masculina de

pelo rojo. Aunque Beatriz nunca había conocido antes a Kaleb Norton-Wang, sedio cuenta de que conocía su pasado casi tan bien como el de ella misma. Enaquel mismo momento se dio cuenta de que podía decir lo mismo de Crista Galliy también de Mack.

Entonces ellos también lo saben todo de mí, pensó Beatriz, y vio la sonrisa derespuesta de Mack.

—Ahora somos parte de Avata —dijo Crista—. Otros flotan también en estacorriente, pero nosotros somos los embajadores de Avata ante nuestra propiaraza. Usted, doctor Macintosh, creía que yo era una creación del varec. Hastayo, ni siquiera yo conocía mis orígenes. Debo mi vida a Avata, mi nacimiento ala humanidad, y mi alianza a ambos. ¿Acaso no somos todos la misma mente?

—Lo somos —admitió Beatriz—. Flattery debe ser detenido, las muertesdeben ser detenidas. ¿Podemos hacerlo sin convertirnos simplemente en otroescuadrón de la muerte?

Beatriz hizo una pausa, sintió una oleada de luz en su interior, y observó unarepetición del encuentro con Nevi en la playa. Entonces descubrió algointeresante acerca de ser uno con Avata: todos ellos podían hablar a la vez, ypodía seguir perfectamente a los demás.

—Yo puedo hablarle a toda mi gente —dijo Kaleb— usando el varec…,quiero decir Avata, como usted lo usó para derrotar a Nevi. ¿Quién podría ignorarun holo gigante en el cielo?

—Yo no lo usé para derrotar a Nevi —dijo Crista—. Simplemente fui untestigo. Avata y Rico elaboraron una magia entre ellos, pero ninguno usó al otro.

—Corregido —dijo Kaleb, e hizo una ligera inclinación de cabeza—. ¿Cómovamos a cooperar con Avata?

—Lo iniciamos buscando el contacto con Avata. Cada uno de nosotros lo hahecho, por sus propias razones, que ahora conocemos todos —explicó Crista—.

Allá donde hay a varec, Avata puede proyectar holos. Como pueden ver, estosholos están siendo perfeccionados incluso en estos momentos. Nuestros y oesholos, aquí, pueden tocarse, ¡y podemos sentirlos!

—Nuestro problema es Flattery —dijo Mack—. Nunca ha sido fácil depersuadir, y ahora que se ha nombrado a sí mismo emperador cree que solo él escapaz de decisiones racionales. Cualquier otra cosa es una amenaza. Esparanoico, y en consecuencia ha instalado trampas de uno u otro tipo paraprotegerse de cualquier ataque. Recuerden, también es psiquiatra. Puededefenderse de los ataques tanto físicos como emocionales. La amenazadefinitiva, por supuesto, es que, si muere, Avata, y finalmente todos los humanos,morirán también. No podemos permitir que se suma en el pánico y empiece aapretar botones.

—¿Por qué no puede Avata simplemente… capturarle, como lo ha hecho connosotros? —preguntó Kaleb—. No es del tipo suicida, y eso nos haría ganar algode tiempo.

—Flattery toma todo tipo de precauciones para permanecer lejos del varec—dijo Crista—. Ni siquiera tiene productos de papel de varec en su complejo.Debería ser atraído al varec.

—O sacado de su refugio —dijo Kaleb.—O el varec tendrá que ir hasta él —insinuó Beatriz—. Quizá eso sea posible.

Están los zavatanos…Sí, dijo una voz que los rodeaba. Sí, los zavatanos.De pronto la luz se hizo transparente a su alrededor, y Beatriz vio lo que

quedaba de Kalaloch extenderse, herido, a sus pies. Flotaba encima delasentamiento a gran altura, con una confortable sensación de bienestar que solopodía ser el viento que la sostenía.

—Ah, Beatriz, ha encontrado usted la hidrobolsa —dijo la voz de Crista—.Unamos nuestras manos en Avata y vayamos con ella.

Beatriz era vagamente consciente de su existencia en la luz. Sintió la mano deMack a su derecha y la de Kaleb a su izquierda, pero las sensaciones que recibíaeran las de sus percepciones como hidrobolsa, y estas la mantenían en una seriede círculos cada vez más estrechos muy por encima de la Reserva de Flattery.

Otras tres hidrobolsas seguían su mismo camino, y cada una de ellas hizorestallar su vela completamente desplegada en su saludo tradicional.

Flotaba directamente encima de los ennegrecidos restos de la explosión de laanterior hidrobolsa. Centenares de personas entraban y salían de la protección delos cascotes, en dirección al complejo de Flattery. Muchos de ellos llevaban losmonos de trabajo de sus propias fuerzas de seguridad.

—Debemos llegar a Flattery antes que ellos —dijo Crista—. Si resultamuerto, puede que no haya esperanza para Avata ni para ninguno de nosotros.

Beatriz expulsó algo de hidrógeno por su válvula y descendió hasta más

cerca, cerrando sus giros. Aunque algunos de los combatientes de abajoseñalaron hacia su presencia en el cielo, nadie alzó un arma ni disparó contraella.

Todo el mundo en la superficie está ahora del mismo lado, pensó. Hacerestallar una hidrobolsa sería un suicidio.

Se preguntó si Flattery tendría todavía tiradores fieles en las cercanas colinas.Ahora que estaba a solo unos pocos cientos de metros sobre el complejo

observó a docenas de personas con trajes naranjas de una sola pieza salir de laprotección subterránea por toda el área. Esas docenas de convirtieron encincuenta, un centenar, más…, todos ellos zavatanos del Clan de la Hidrobolsa.Los pastadores rápidos habían huido de la zona de fuego y permanecían en susmadrigueras esparcidas por todo el complejo, y ahora los zavatanos estabancolocando pequeñas banderas naranjas en las entradas de estas madrigueras.

Están mostrando a la gente la manera de entrar en los bunkers de Flattery,pensó. Si podemos llegar antes, tal vez consigamos atraparle.

—¡Excelente! —dijo la voz de Mack—. Y aunque no lo hagamos, tiene susalida de escape por el mar, y lo conduciremos directamente al Avata.

Las otras tres hidrobolsas eran inmensas, con sus suaves zarcillos quearrastraban su lastre a unos cincuenta metros por debajo de sus cuerpos.

Desde su punto de observación tuvo la oportunidad de ver la vida salvaje de laReserva de Flattery dispersa por la periferia de la escena. Habían sido un lujo,estos misteriosos animales procedentes de la Tierra. Recibían comida y cuidadoscuando la gente se moría de hambre, pero no lamentó su supervivencia.

La gente cuidará de ellos al menos igual de bien que lo hizo Flattery, pensó.Ben tenía razón, no hay carestía de alimentos, solo una distribución muy selectiva.

Derivó lo suficientemente bajo como para distinguir a algunos zavatanosagitar una mano hacia ella y gritar su saludo. Notó los pinchazos en los extremosde sus dos tentáculos más largos al tocar las puntas de los wihis. Tan cerca delsuelo el maniobrar resultaba casi imposible, pero no sentía miedo de su anfitrión.

No tengas miedo, humana, dijo la voz de Avata. Deja que el fin de esta bolsade esporas marque nuestro nacimiento juntos sobre Pandora.

—¿Qué quieres decir con « fin» ?Al contrario que los humanos, nosotras nos aplastamos bajo nuestro propio

peso cuando nos posamos. Sin el fuego definitivo, nuestro polvo de esporas quedaatrapado para siempre dentro del cascarón.

—¿Quieres decir que, a menos que explotéis, vuestras esporas son estériles?Sí. Ahora, como puedes ver, ya estamos demasiado bajas para recuperarnos.

Ahora viviré en ti. Apresúrate. Los otros también deben apresurarse. Encontrar unhueco para cada tentáculo, hacer salir a Flattery. Avata sabrá… Avata…

Beatriz tuvo la impresión como si un lastre de roca se depositara sobre su

pecho, apenas podía respirar. Uno a uno sus diez tentáculos hallaron lasmadrigueras marcadas por los zavatanos e iniciaron su penetración en lasprofundidades de la roca pandorana. Oyó a las otras tres hidrobolsas expulsar suhidrógeno cerca.

—¿Qué representa esto para ellas? —preguntó a sus amigos—. ¿Cómo unamadre sofocando a su hijo que llora para salvar el poblado?

Entonces se sintió viva dentro de los tentáculos. Era como tener diez pares deojos, y la luz que crecía de la agonizante hidrobolsa convertía un tanteantemisterio en una madriguera de horrores. Había ojos mirándola…, ojos, ydiminutos dientes parecidos a agujas exhibidos en un seseante gruñir. Empujóhacia delante y atacaron, arrancando a dentelladas pedazos del tentáculo amedida que ella se adentraba más en el laberinto.

—¡No puedo soportarlo! —gritó—. ¡Me están mordiendo el rostro! Son unospequeños monstruos horribles…

—Beatriz, escúchame. Era la voz de Mack. Mack estaba cerca, pero no sabíalo que le estaba ocurriendo a ella, no había visto esas pequeñas… cosasmordiendo y mordiendo, y ahí abajo ella no podía cerrar los ojos porque parecíacomo si toda la hidrobolsa se hubiera convertido en ojos para ella.

—Beatriz, háblame —dijo Mack—. No retrocedas ahora. Estás aquí, todosestamos aquí, dando nuestras manos a Avata. Tenemos todas nuestras manosunidas con Avata y tú estás en el Orbitador, sujetando unas fibras de varec. ¿Mesientes a tu lado? En estos momentos estoy muy cerca de ti.

Le habló la voz de Avata. Sonaba como Alyssa Marsh.Recuerda este instante como daros la mano, aunque sepas que no es

exactamente así. Cuando cuentes la historia, di que todos os dabais la mano.Es un símbolo, estas manos unidas, del mismo modo que un puño cerrado es un

símbolo. Elige cuál de ellos quieres transmitir. Avata aprendió a través de laquímica del contacto, el método del «aprendizaje por inyección», como lo llamanalgunos. Los humanos mantienen viva su raza a través de símbolos y leyendas, através de mitos.

Sintió a Avata. Sintió una masa presionar contra la suya, y el peso en su pechose alivió. Pudo respirar, y se preguntó si las hidrobolsas respiraban también.

Somos… más similares a vosotros… que diferentes, dijo la presencia. Suspiraréprofundamente… cuando tú puedas… hacer lo mismo.

Los pastadores rápidos seguían lanzándose contra ella, y sus pequeñas bocasmordían, arrancaban trozos de carne de su rostro…

De los tentáculos de su hidrobolsa, le recordó la voz.—Me he posado —era la voz de Crista Galli.—Yo también —dijo Kaleb—. ¡Vamos a patear algunos culos!Las madrigueras eran demasiado estrechas para que los pastadores rápidos

lanzaran su típico ataque en jauría. Los tentáculos los presionaban cada vez más

hacia el fondo de sus madrigueras, y todo lo que podían hacer era girarse paralanzar algún salvaje mordisco cada metro o así. Beatriz tenía la sensación de quese había deslizado casi la mitad de la longitud de sus tentáculos en las diezmadrigueras cuando salieron a un espacio abierto. Lo que vio allí con susdesgarrados muñones de hidrobolsa fue algo que le hizo jadear.

Las siluetas imprecisas de los rápidos y pequeños animales se dispersaban porun magnífico jardín, un lugar tan hermoso que Beatriz pensó que era una visiónagónica de la hidrobolsa. Oyó gritos y gruñidos de los otros cuando se toparoncon los malignos pastadores rápidos, e intentó confortarles concentrándose en laescena que tenía delante.

—Estáis cerca —les dijo—; no cedáis, estáis tan cerca…Sus heridos muñones olisquearon las densas flores entre el verde follaje.

Musgos y helechos colgaban del reluciente techo negro y alfombraban la mayorparte de las paredes. No podía impedir que la luz se derramara de ella al interiorde la cámara, pero no lo hubiera hecho ni aunque fuera posible.

Entonces oyó otros gritos. Gritos de un hombre al ser devorado hasta el hueso.Lo vio, un hombre viejo, agitando los brazos armados con una podadora ante lospastadores rápidos presas del pánico. Al principio pareció fundirse, luego sederrumbó, y sus gritos quedaron ahogados por los centenares de pequeñoscuerpos encima de él.

Un par de grandes felinos acudieron a la refriega. Eran más grandes queímpetus, más fuertes, pero no eran enemigos para la marea de pastadoresrápidos que seguían brotando de los otros treinta túneles cercanos. Entraron tropasen el lugar, procedentes de una abertura al otro lado de la laguna, disparando suspistolas láser y llenando el aire de humo. Ellos tampoco eran enemigo para lafuria de las hordas.

Un hidroala que debía ser el de Flattery se sumergió bajo la superficie delestanque, y el chapoteo de su huida precipitada empapó las paredes. No habíanada más que pudiera hacer allí. Antes que seguir contemplando el horror, seretiró a Avata y al confort de la luz.

63

Fernando de Aragón… siempre planeaba y ejecutabagrandes cosas que llenaban de maravilla yadmiración a sus súbditos y los mantenían ocupados.Una acción se engranaba con la otra con tanta rapidezque nunca había tiempo de que nadie pudieracomplotar contra él.

MAQUIAVELO,El Príncipe

Flattery oyó los problemas antes de verlos. Había cerrado la parte superiordel búnker y se había trasladado con su personal de más confianza al máspequeño complejo de oficinas adyacente al Parque. No había mucho espaciodisponible, pero cumplía con sus necesidades y no podía penetrarse hasta allídesde arriba. Aquí podría tomarse el lujo de aguardar los resultados de las luchasen la superficie.

—Si nos quedamos aquí podremos ver como todo se resuelve a nuestroalrededor —le dijo a Marta—. Los incendios se apagarán por sí mismos, la genteacabará sintiéndose tan cansada o hambrienta que será incapaz de alzar unarma…, entonces decidiremos quién es quién. Pronto se hará oscuro. Nadiedeseará estar ahí fuera en la oscuridad con el perímetro roto. Los demonios, yasabes.

No pudo reprimir un estremecimiento y supuso, bajo las circunstancias, queno importaba. Marta y los demás estaban allí porque lo conocían bien ycompartían su pasión por abandonar Pandora. Todos estaban un pocodesconcertados por el rápido traslado a su búnker privado. Era una ayuda quehubiera pocos claustrofóbicos en Pandora.

Flattery se sentía complacido de ver que, aunque se hallaban bajo el fuego, sugente se apiñaba más que nunca alrededor de su causa. De todos modos, cerrócon doble seguridad la escotilla tras él cuando salió al Parque.

Si tenemos que permanecer más tiempo aquí abajo, tendré que dejarles salirtambién a ellos aquí, pensó. Pero los retendré hasta el último momento.

Durante toda su vida en la Base Lunar, desde su implantación en un úteroalquilado hasta su partida a bordo de la Earthling, Flattery no recordaba ningúnlugar que fuera privado, no protegido. Parte de su entrenamiento como psiquiatrahabía tenido esto en cuenta. La intimidad definitiva era la muerte, conocía muy

bien esta lección, y era porque la conocía que fue designado ejecutor de suespecie. ¿Quién podía estar mejor entrenado que un capellán-psiquiatra parareconocer al Otro…, a la inteligencia artificial, a la inteligencia alienígena? ¿Yquién podía estar mejor preparado para enfrentarse adecuadamente a estaamenaza? La Base Lunar había tomado la decisión correcta, de esto estabaseguro. Y muy orgulloso.

El orgullo aparece antes de la caída, dijo una voz desde la parte de atrás de sucabeza. La apartó de sí con un estremecimiento.

Era posible que se hubiera equivocado ligeramente en este asunto del varec.Necesitaba el varec. —Pandora necesitaba el varec—, en consecuenciamantenerlo con vida no era tanto un asunto de prudencia como una necesidad. Elprimer CePé en Pandora había ordenado destruir el varec, y este acto habíaestado a punto de destruir lo que quedaba de la humanidad y el propio planeta.Podar era un riesgo, el Control de Corrientes era un riesgo, porque siempre habíamás varec que gente para controlarlo. Hacía diez años y a se había escapado desus manos, y se había visto obligado a concentrarse solamente en los campos quemarcaban las rutas comerciales más importantes alrededor de las nuevas costasde Pandora.

Luego, hacía cinco años, Crista Galli había aparecido en su vida. Al principiohabía sospechado que se trataba de una agente del varec. Hubiera debidopensarlo mejor, pero este tipo de cautela lo había mantenido por delante delvarec durante todo el tiempo. Un estudio de los cromosomas de Galli habíademostrado que era humana. Había hecho matar al tec que hizo la comprobacióncon la toxina del varec, y así se iniciaron los rumores acerca del toque de muertede Crista Galli. Posteriores ajustes a la química de su cuerpo proporcionaron laoportunidad para otras pruebas contra ella. Estos rumores habían convenido a suspropósitos mejor que legiones enteras de seguridad.

Un rumor bien colocado en el momento adecuado tiene un valorinconmensurable en las arenas política y religiosa, pensó.

Flattery se sentía cómodo pese al conflicto que ardía a su alrededor. Dehecho, tenía que controlar su alegría ante la perspectiva de lo que vendría acontinuación.

Esto ajustará el problema de la población, meditó. El viejo Thomas Malthus denuevo al ataque.

Los supervivientes que se oponían a él morirían de hambre, era así de simple.Tenía todo el tiempo del mundo, todos los recursos del mundo al alcance de lapunta de sus dedos. Desde este búnker tenía acceso a tres de los mayoresdepósitos de alimentos del mundo, suficiente grano y comida en conserva paramantener a cinco mil personas durante al menos diez años. El Parque noproporcionaría suficientes frutas frescas para todo el mundo, pero él y un gruposelecto podrían ser enteramente felices allí indefinidamente. Todo lo que tenía

que hacer era aguardar.Su primera advertencia de problemas dentro de su perímetro personal fue un

débil siseo que oyó por encima del golpetear de las olas en su estanque. Almismo tiempo oyó una serie de agudos chillidos sobre su cabeza, luego lasalarmas contra intrusos empezaron a sonar. La may oría de sus sensores en lasuperficie habían desaparecido, destruidos o cubiertos por los escombros. Estos,colocados en las docenas de madrigueras de los pastadores rápidos, no eransensores visuales sino alarmas activadas por la presencia. Flattery llamó a sucuidador, y los chillidos se intensificaron a todo su alrededor.

—¿Qué ocurre? —preguntó—. Dice « actividad nivel A» .—Pastadores rápidos —explicó el cuidador—. El nivel A ha sido ajustado a

ellos, puesto que son el intruso más común a través de las fisuras. Esto indicamuchos de ellos, y más profundos de lo se encuentran habitualmente.

—Estos chillidos…, se hacen más fuertes.—Son muchos, sí —dijo el cuidador. Estudió la pantalla sensora y se mordió

su prominente labio inferior—. Y vienen en esta dirección.—Accione sus trampas.El cuidador pulsó un botón rojo en el escáner. El siseo que se había convertido

en chillidos ascendió ahora a agudos aullidos de furia y terror.En aquel momento unas cuantas docenas de amarronados pastadores rápidos

cayeron dando volteretas de una fisura encima de Flattery y a su derecha.Estaban incómodamente cerca, casi encima de la escotilla que conducía albúnker.

—Será mejor que limpie eso. No queremos que se establezcan…—Siguen llegando —dijo el cuidador. Señaló más atrás, donde había un obvio

movimiento en el follaje contra la pared—. Voy a necesitar algo de ayuda.—No vamos a traer al Parque más gente de la necesaria. Usted me dijo que

era seguro mantener a esos roedores por ahí, así que ocúpese usted de ellos.¡Ahora!

—Sí, señor. —El viejo se encogió de hombros, suspiró y armó su pistola láser—. Pero hay un montón —dijo—. Necesitaré más cargas.

Una confusión de pequeños cuerpos y chillidos atrajo su atención hacia laizquierda del estanque, cerca del muelle de carga y el hidroala de Flattery.Detrás de ellos una brillante luz blanca se abrió paso a través de la masa dehelechos. Entonces Flattery pudo ver una luz similar que se aproximaba a travésde la fisura encima de su escotilla.

—No me gusta esto —murmuró—. ¿Qué dicen ahora sus preciosos sensores?El cuidador pasó sus nerviosos dedos por la superficie de su unidad de control

portátil.—No funcionan —dijo—. Algo ha cortocircuitado la energía de todos los

sensores.

Flattery oy ó en ronco ronronear de Arcángel a sus espaldas, y por primeravez se dio cuenta de que no se trataba tan solo de un puñado de pastadores rápidosinvadiendo su jardín. En unos segundos había cientos de ellos. Algo los habíaexcitado o aterrado, y no mostraban ninguna de sus habituales cautelas conrespecto a los humanos.

—Empiece a disparar —dijo en voz baja—. Iré a buscar refuerzos ahí dentro.Cuando abrió la escotilla y pulsó la señal de alarma, la luz dentro del Parque

era y a un resplandor demasiado grande como para permitirle ver nada exceptopequeños asomos de movimiento ante su camino. Se apresuró hacia el muelle yse protegió en el interior del hidroala.

Flattery había puesto en marcha los motores del aparato e iniciado lascomprobaciones preinmersión cuando se dio cuenta de que no había retirado lasamarras. Miró al cuidador, que estaba disparando alocadamente contra lassombras entre el verdor, y de pronto lo vio desaparecer bajo una densa masa depelaje. Era como si resbalara al interior de una gran marea de pastadores rápidosy luego desapareciera. La marea se fundió con la cubierta y desapareció,dejando solo el arma del hombre, unos j irones ensangrentados de ropa y algunoshuesos mondos de carne. Arcángel tampoco fue enemigo para ellos, y Flatterytuvo sus dudas acerca del pelotón de cinco hombres de seguridad que iniciabanen aquellos momentos su barrido.

—Ni siquiera han tenido la inteligencia de cerrar la escotilla tras ellos —murmuró entre chirriantes dientes—. Si no los detienen…

Flattery no necesitaba pensar en las desagradables consecuencias, teníasuficientes pruebas de la venganza de los pastadores rápidos a todo su alrededor.El pelotón los había rechazado lo suficiente como para que Flattery pudiera saliren un veloz movimiento y retirar las amarras que lo inmovilizaban al muelle. Suúnica escapatoria ahora era sumergirse en las aguas del Parque y aguardar. Laluz en el Parque era tan brillante que apenas podía leer sus instrumentos. Casienvolvía el estanque, y estaba seguro de que se trataba de algún tipo de arma quelas Sombras estaban usando contra él.

—Maldito puñado de desharrapados —siseó—. ¿Por qué no me dejantranquilo? Incluso ellos tienen que ser lo bastante listos como para saber quepronto me marcharé de este planeta.

Mientras inundaba los compartimientos de inmersión crey ó ver algunosrostros flotar en la luz que inundaba el Parque: Crista Galli, Beatriz Tatoosh, NanoMacintosh, y un joven de pelo rizado al que no reconoció. Agitó la cabeza ycentró su atención en los instrumentos. Cuando se estabilizó debajo del aguaempezó a respirar más tranquilo. La atmósfera del hidroala era artificial, no teníapunto de comparación con la frescura natural del Parque, pero ahora le parecióun cielo a Flattery.

Su intención era aguardar a que pasara el incidente suspendido

tranquilamente entre dos aguas en su estanque personal. El hidroala teníaraciones completas para seis personas durante seis meses, y podía seguirelaborando su propio combustible y su aire mientras las membranas semantuvieran. Eran de tej ido de varec, desarrolladas por los isleños según unmétodo perfeccionado hacía varias centurias, y se sabía que duraban hastacincuenta años.

La luz encima de él seguía intensificándose, y el agua inició un rítmico batirque lo alarmó. Se sentía reacio a aventurarse a aguas abiertas ahora que loscaminos del varec habían desaparecido. La idea de buscar su camino en mediode una maraña de varec solo con los instrumentos hacía que se le secara la boca,y se obligó a tranquilizar su respiración.

—Me encaminaré hacia la base de lanzamiento —se dijo—. La lanzaderanocturna de provisiones debería estar lista para ser lanzada dentro de tres horas.

Señaló la hora en su diario de a bordo e hizo girar la proa del hidroala haciamar abierto. Frente a él se abría el enorme lecho costero de varec y sus lucesinfernales, que parecían parpadearle directamente a él.

El mortero de la playa… No redujeron este campo a muñones como lesordené.

De alguna forma, la visión de los destellos rojos y azules en la profundidadfrente a él le llenó con tanto miedo como el misterioso resplandor que tenía a susespaldas en el Parque. A Flattery no le gustaba sentir miedo.

¿Y si deciden lanzar sus cargas ahora? Me convertiré en una garzota muerta.Por puro hábito, Flattery transformó su miedo en agresividad y se lanzó a

toda máquina hacia el varec.Fue más fácil de lo que había anticipado. Las aguas junto a Kalaloch estaban

tranquilas pese a la pérdida del Control de Corrientes. Es decir, estaban tranquilasexcepto el extraño pulsar de la marea que le persiguió desde el Parque hasta marabierto. El varec incontrolado mantenía abierto el camino del varec principalhasta la base de lanzamiento. Flattery atribuy ó esto a la costumbre, o a laperseverancia de la última señal enviada por Control de Corrientes. Estaba yabien metido en lo más denso del campo antes de que se diera cuenta de su error.

Varias cosas ocurrieron a la vez, ninguna de ellas lo bastante importante comopara hacer vacilar su resolución de refugiarse en la base de lanzamiento. Sequedó sin combustible a menos de un kilómetro del perímetro de la base. Losinstrumentos mostraban que todas las membranas filtrantes de combustiblefuncionaban normalmente. Antes de que los motores dejaran de funcionar y lodejaran a la deriva en medio del varec, Flattery observó que el CO2 en su cabinaera más alto de lo habitual. Las membranas de difusión del gas seguíanfuncionando, pero al parecer a la inversa.

Estoy sin combustible en medio del varec, y mi hidroala está filtrando CO2 envez de O2 a la cabina.

Contempló aquellos hechos de una forma lógica, con la esperanza de que lalógica rechazara la histeria que burbujeaba en el fondo de su garganta. Podíasoltar lastre mientras se mantuviera su reserva de energía, pero si tenía quemaniobrar con baterías no iba a durar mucho. Nadie respondió a ninguna de susfrecuencias submarinas, y su Navcom no devolvía ninguna señal. Era como siflotara en el centro de un agujero negro. Todo lo que salía de su hidroala erainmediatamente engullido.

Tiene que ser el varec, razonó. Ya ha bloqueado nuestras comunicacionesantes, incluso Las Historias nos lo cuentan.

Lamentó su leniencia con el varec. Era algo que hacía su vida fácil, así quehabía permitido que el crecimiento explosivo de aquella especie calificada comopeligrosa prosiguiera más allá de su capacidad de controlarlo.

No podía contener a la gente y al varec al mismo tiempo, pensó, y bostezó.El CO2 ya está empezando a surtir efectos.El bostezo lo asustó de tal modo que se lanzó a un frenesí de actividad, pero el

nivel de oxígeno en su cabina era ya lo suficientemente bajo como para frenarsus pensamientos y sus manos. Descubrió que ni siquiera utilizando la energíaeléctrica podía desprenderse del núcleo del varec. Soltar todo el lastre tampocosirvió de nada. Simplemente vació sus y a casi descargadas baterías. ¡Este malditovarec está sorbiendo mi vida!

Estabilizó el hidroala a menos de veinte metros debajo de la superficie. Susinstrumentos se negaban a funcionar, y la visibilidad disminuía rápidamente amedida que el atardecer avanzaba hacia la noche. A su alrededor, el varec tirabahacia abajo de su aparato, y algunas de sus frondas empezaron a brillar. Era elmismo tipo de frío resplandor blanco que había llenado el Parque justo antes deque se sumergiera.

—Esto es algún tipo de sabotaje de las Sombras —gruñó en voz alta—. ¡Vais alamentar esto!

Al cabo de unos momentos estaba envuelto por una esfera de luz tan brillanteque los detalles dentro del hidroala se hicieron invisibles a sus ojos. El resplandorsiguió aumentando hasta el punto de verlo incluso con los ojos cerrados ycubriéndolos con las manos. Unas voces empezaron a balbucear algo parecido amúsica en la parte de atrás de su mente.

Un zumbador de advertencia resonó en el panel encima de su cabeza, y elautomático repitió:

—Aire de la cabina irrespirable, pónganse los respiradores. ¿Cuánto tiempollevaba advirtiéndole el aviso? Recordó, recordó…

Luz.Era una voz de mujer, una voz que conocía muy bien. Pero no era la voz de

Galli… El zumbador agotó sus reservas en un estertor eléctrico, y Flatterysacudió la cabeza.

—¡Necesito aire! —jadeó.El sonido de su propia voz lo liberó del trance de asfixia de dióxido de

carbono.Se arrastró hacia el armario de la tripulación en busca de su traje de

inmersión. No se preocupó de todas las sujeciones, se limitó a apretar lamascarilla facial y activar la provisión de aire. Las blancas manos del Directortemblaban más allá de su control, pero al menos podía respirar.

¡Tengo que demostrarles quién está al mando!, pensó.Su entrenamiento siempre acechaba dentro de él, pero algo respecto a la

adrenalina parecía haberse descontrolado. Un antiguo proverbio isleño resonó ensu mente: « Despierta a un ímpetu y serás su comida» .

Yo soy el ímpetu, y yo seré quien golpee.Flattery se repitió esto unas cuantas veces mientras disminuía

cuidadosamente el ritmo de su respiración.—¿Qué es lo que queréis? —gritó a su mascarilla facial—. Si me matáis,

moriréis. ¡Moriréis todos!Su aliento empañó el plas delante de él, pero no hizo disminuir en absoluto el

frío resplandor blanco. De hecho, mientras contemplaba de cerca las cuentas dela condensación en su mascarilla facial vio rostros dentro de ellas, centenares dediminutos rostros suspendidos en la translucencia, uno o más en cada gotita.

Matar es tu sistema, no el nuestro.Aquella voz, dentro de su cabeza, heló algo en lo más profundo de su vientre.

El familiar acento de la Base Lunar de su compañera de tripulación AlyssaMarsh era inconfundible. Había sido algo más que una compañera de tripulacióndurante un tiempo, pero la suya había sido siempre una intimidad fría. Pero nopodía tratarse de Alyssa Marsh porque ella estaba…, bueno, no muertaexactamente…

—¿Qué…, qué está ocurriendo aquí?El raspar que oía a través del techo de la cabina y alrededor del aparato solo

podían ser las lianas del varec. Reptaban por encima del plas de la cabina sindisminuir la radiación blanca que penetraba en sus párpados, su retina, todo suser. El hidroala se bamboleó, luego su piel metálica chirrió cuando el varecempezó a desgarrarla. Flattery se apresuró a sellar su traje de inmersión. Sehabía armado ya con dos pistolas láser, pero agarró a cambio un par de depósitosde aire suplementarios.

Puedes luchar si lo deseas, le dijo la voz de Aly ssa, pero no morirás. Nosufrirás ningún tipo de daño.

« Tuvo un terrible accidente en el varec» , había sido la versión oficial deFlattery acerca de la desaparición del cuerpo de la mujer. Ahora escenas de suvida danzaron en la luz a su alrededor. Y vio el gran secreto de Alyssa. Frío comoera, Flattery se sintió helado de todos modos.

Alyssa se había marchado a efectuar unos trabajos a largo plazo en el varec,unos trabajos que podían representar desde seis meses de investigaciones en loslechos de varec salvaje hasta nueve o diez sin ningún problema. Él deseabalibrarse de ella, ella se daba cuenta. Si él hubiera sabido que estaba embarazadahabría destruido al niño, de esto estaba segura. Probablemente la hubieradestruido a ella también. Ninguno de los diez mil clones había tenido nunca laoportunidad de procrear. Flattery, Aly ssa y Mack eran probablemente los últimosmiembros vivos de la tripulación original de 3006 personas, cada una de ellas elclon de algún donante fallecido hacía mucho tiempo.

Los Brood se hicieron cargo del niño, y le llamaron Yuri. No había otros niñosen aquel puesto de avanzada en el varec, así que Yuri pasó sus primeros dos añosbajo el mar con catorce adultos.

Flattery cerró los ojos, se retiró dentro de sí mismo.Fue justo aquella vez, suplicó su mente. Justo cuando…—¿Crees que yo esperaba las reacciones de mi cuerpo? —preguntó ella.Las imágenes permanecían al otro lado de sus párpados, pero su voz sonaba

directamente dentro de su mente.¿Cómo podía sospechar? Te marchaste en seguida…, tu trabajo en el varec…Ahora las escenas llegaron al interior de su cabeza. Flattery observó mientras

él personalmente « desmantelaba» a Alyssa y efectuaba el trasplante al apoy ovital secundario y extirpaba para siempre su cerebro de su cuerpo.

—Todo lo que tiene que hacer es consultar al varec —oyó a Mack decirle aBrood—. Entonces tendrá seguro su respuesta. Puede seguir su línea genéticahacia atrás hasta tan lejos como tenga la paciencia de llegar.

—Sé quién es mi padre —dijo Brood—. Es él, Raja Flattery.En medio de una gigantesca torsión, el hidroala se rasgó de parte a parte en la

unión con la cabina y el mar penetró en tromba hacia Flattery. Cuando los trozosdel aparato cayeron alejándose de él la esfera de luz permaneció, y másimágenes danzaron en su superficie. Vio a Nevi y Zentz capturados en la playa, yel ataque de Brood al Orbitador. Un panorama de desastre representó todas susescenas para él, y vio su preciosa Reserva caer bajo el pillaje.

A todo lo largo de la costa enormes látigos de varec se agitaban hacia el cieloe iluminaban el mar con su pálido resplandor verde.

Tienes mucho que aprender, Raja Flattery, dijo Aly ssa. Eres un hombreinteligente, quizás incluso el genio que crees ser. En definitiva, eso es lo que tesalvará.

Algo se aferró a su tobillo derecho, y giró sobre sí mismo para desprenderse.El algo se aferró de nuevo y esta vez se mantuvo, luego inmovilizó sus brazoscuando intentó golpearlo con un depósito de aire de reserva. Estaba y a agotado, yparecía estar sumido en un estado de ensoñación que hacía que no valiera la penaninguna resistencia.

Como te dije la noche que me mataste, no creo que comprendas la inmensidadde este ser.

Beatriz observó cómo los recuerdos de Flattery se apoderaban de ella, yrevivió toda la escena de la separación de Aly ssa Marsh de su cuerpo.Holopantallas, pantallas visoras, lechos de varec, el aire y el cielo mismos, seiluminaron con los recuerdos de Alyssa Marsh de su encuentro final con Flattery.

Me debes un cuerpo, dijo, y lo dijo con el mismo tono llano y carente deemociones que había hecho que él la eligiera para su tripulación, hacía y a todauna vida de ello.

El varec empezó a ciliar a Flattery, a encapsularlo dentro de una vaina deapoy o vital. Había hecho lo mismo con Crista Galli, como lo había hecho conVata y Duque antes que ella. Beatriz notó los cilios que buscaban los vasossanguíneos del hombre para ajustar su nivel de oxígeno y su pH. Otros loalimentarían, reciclarían sus desechos y lo protegerían de los carnívoros. Sintiótodo esto del mismo modo que sentía el mundo a través de la piel de lahidrobolsa.

Flattery ocupaba el proscenio, y todo el mundo estaba mirando.

64

Tantas cosas no consiguen interesarnos, simplementeporque no encuentran en nosotros suficientessuperficies sobre las que vivir, y lo que tenemos quehacer entonces es incrementar el número de planosen nuestra mente, de modo que un número muchomás grande de temas pueden hallar un lugar en ella almismo tiempo.

JOSÉ ORTEGA Y GASSET

Twisp sintió que un momento de histeria se apoderaba de su estómago cuandola esfera de fría luz envolvió al joven Kaleb. Twisp había enviado a un muchachocosta arriba, y ahora había vuelto un hombre. Había conocido al padre delmuchacho el día en que cambiaba de niño a hombre. De pronto esa antiguasensación de pérdida heló su espina dorsal, y se irguió un poco más envarado alborde el estanque.

Kaleb es mucho como su padre, pensó. Obstinado, seguro de sí mismo,díscolo…

El padre de Kaleb, Brett, se había sentido ultrajado ante la visión de miles decompañeros isleños muertos y apilados en una plaza sirenia, se había puestofurioso ante la idea de que seres humanos pudieran asesinar a niños en sus camasy a padres en sus plegarias.

¡Toda una isla, hundida!Twisp había oído hablar del hundimiento de la isla Guemes, había visto holos

de la lúgubre escena del rescate, pero Brett había visto las plataformas llenas decuerpos fláccidos, había oído el estertor de las gargantas agonizantes.

Como si recogiera sus pensamientos, la brillante superficie de la esferareprodujo algunos de estos momentos, mucho más claros allí que en susrecuerdos.

Se sucedieron otras imágenes: nebulosas, indistintas, como inseguras acercade su propia existencia. Vio reproducidas en ellas las escenas en las que Kalebluchaba con su gente. Se había resistido a la may oría de sus fuerzas que deseabanla sangre de Flattery. Habían decidido hacerlo sin él, y Kaleb les había plantadocara.

—Si estáis dispuestos a morir en la batalla de todos modos —les dijo—, ¿porqué no morir alimentando a los pobres?

Estaba enviando un ejército contra Flattery, de acuerdo…, un ejército deángeles armados con comida.

« Todo se detiene hasta que todo el mundo ha comido» , estaba escrito en lacamisa de cada peregrino mientras se lanzaban a centenares hacia los campos.

Twisp tenía una renovada confianza en que el odio de Kaleb hacia el Directorno convertiría al muchacho en otro Flattery.

No es un muchacho, se recordó, y está seguro en Avata. Su madre se ocupó deeso.

Twisp recordaba la ocasión en que había necesitado convencerse a sí mismo,cuando la madre de Kaleb, Scudi Wang, lo empujó por primera vez a loscaminos de la mente del varec. Su rostro apareció en la esfera, y era el rostrosonriente de la adolescente precoz que Twisp tan bien recordaba.

¿Cómo hubiera podido Brett no enamorarse de ella?Twisp tironeó de su trenza gris que le hormigueaba el cuello. En el halo

alrededor de Kaleb se precipitaron más imágenes. Todas parecían ser de gente ala que conocía, y todas tenían una cosa en común.

¡Todos están muertos!Oy ó un lloriqueo a sus espaldas que debía de ser Mose.En ese momento Kaleb se convirtió en una brillante sombra dentro de una

esfera aún más brillante, y pareció flotar por encima del estanque en vez deflotar en su superficie. Las manifestaciones, las parpadeantes imágenes a sualrededor, recitaron algunas escenas de sus pasados. Twisp se sintió maravillado,pero no asustado.

Todo parecía nadar en una pálida radiación que pulsaba ligeramente, como lafontanela de un niño. Una pulsación similar empezó a latir en las olas al borde delestanque. Los espectadores habían dejado de hablar e iniciado su canto derenovación. Era un canto de llamada y respuesta, típico del tiempo de lafloración, una improvisación sobre un antiguo tema que Twisp había oído cantar asus abuelos.

Abríos, hojas…… y abríos, flores…

Kaleb ya no era visible dentro de la luz. La luz era ahora más brillante queninguna otra cosa que jamás hubiera experimentado Twisp, pero su frío brillo nodolía a los ojos. De hecho, no podía apartar la mirada de su hipnótico conjuro.

—Está en todas partes —gritó una voz trémula desde lo alto de la caverna—.Hay luz en las olas, en el cielo…, en todas partes.

Twisp reconoció aquella voz sin aliento como la de Snej , la joven ayudante deOperaciones.

—Y hay imágenes en la luz —jadeó otro—, simplemente así, ¡solo quecubren todo el cielo!

Cuando una gran luz se apoderó de toda la caverna, a Twisp le fue imposibledistinguir los rostros de sus compañeros zavatanos. Incluso Mose, pese a lo cercaque estaba, se convirtió en solo otra luz dentro de la luz.

La voz de Snej llegó de nuevo hasta él, como una campana repicando en sualegría.

—Crista Galli está a salvo —anunció—. Todos están a salvo. La lucha se hallaen un punto muerto.

La brillante esfera frente a Twisp reprodujo el drama de Ben y Crista Galli enla línea de la marea y su casi fatal encuentro con Zentz y Aracna Nevi. Twisptuvo la impresión de que el suceso era más que visual. Aunque debió ocupar algomás de una hora de tiempo real, la escena le fue comunicada en cuestión desegundos. Una andanada de vítores llenó la caverna cuando Aracna Nevi cayó, ylas imágenes de la esfera cambiaron a otra caverna, y al aterrado rostro delDirector.

Todos guardaron silencio ante la vista de Flattery, excepto unos pocosmurmullos furiosos.

—¿Es esto un milagro, Anciano?—Flattery está siendo obligado a salir de su madriguera —dijo Twisp—. Diría

que eso es más inevitabilidad que milagro. Avata ha decidido que y a es hora deenfrentarse al Director.

El resplandor dentro del Oráculo se extendió fuera de la esfera para bañar acada observador. El más moreno de ellos se convirtió en un destello de luz contrala luz.

—¡Mira, Anciano!Twisp observó cómo Mose alzaba los brazos como si volara, y haces de densa

luz blanca pulsaron de las puntas de sus dedos para unirse a otras luces cercanas.Aunque le resultaba imposible ver los detalles, Twisp observó estos mismos hacesde luz fundirse con otros en mitad del aire. Aquello le recordó la época en queera todavía un niño, cuando un bioarquitecto celular visitó su parvulario paramostrar a sus compañeros de clase muchas maravillas. Una de esas era unagrabación holo de las corrientes citoplásmicas, de una ameba bombeando partesde sí misma al interior de otras partes de sí misma a fin de moverse, de capturary de digerir sus presas.

—¿Qué somos nosotros aquí? —se preguntó en voz alta—. ¿Depredadores opresas?

La respuesta le llegó en una avalancha que hizo a Twisp tambalearse sobresus talones.

Tú eres mi hermano, del mismo modo que yo lo soy tuyo.Sus largos brazos se lanzaron hacia delante por encima del estanque para

mantener el equilibrio. Una mano se tendió saliendo de la luz y cogió la suy a. Lapresa era real, la mano húmeda. Kaleb saltó de la raíz de varec al borde del

estanque y mantuvo sujeta la mano de Twisp. La caverna a su alrededor era denuevo una barahúnda de voces mientras los zavatanos se consultaban entre sí y aAvata. Se encontraban con los espíritus de sus antepasados que Avata liberaba delas prisiones de su código genético.

—Unamos nuestras manos y demos las gracias a Avata —anunció Kaleb. Suvoz adquirió una nueva proyección que detuvo todas las voces pero no cerró losoídos.

—Avata ha desmembrado el monstruo que construyó Flattery a partir denuestro pueblo y lo ha hecho prisionero. Será reeducado, como lo hemos sidonosotros, en los inviolables derechos que tienen los vivos a la vida. Esta nochetodo el mundo comerá. Los humanos han dejado de sufrir a manos de sussemejantes.

Todo el mundo en la caverna unió sus manos, y la luz fluyó a través de ellosdesde el estanque y luego fluyó de vuelta. Figuras y rostros, fragmentos deimágenes, giraban en torbellino en el brillante fluir. Jadeos de maravilla yexclamaciones de deleite llenaron la cámara.

Luego la misma caverna se disolvió de la vista. Techo, paredes, la rocadebajo de sus pies dejaron de ser visibles. Todo lo que Twisp pudo ver fue unagran serpiente de gente cogiéndose de la mano, rodeada por algo que solo pudodescribir como una bruma luminosa. Todos los pandoranos estaban unidos a estegrupo, y todos permanecían juntos en una inmensa llanura de luz. Hacía caloraquí, y por una vez no había temor a los demonios, a la seguridad o al hambre.

Twisp se retiró en silencio de aquella celebración al borde del estanque,recogió sus ropas en sus aposentos, y fue a su observatorio de roca preferidoencima de Kalaloch.

Debajo del saliente de roca ocupado por Twisp el aire nocturno era muyclaro contra el relucir del mar. Un viejo vehículo oruga bufaba testarudamentesendero arriba, y al principio los reflejos de Twisp se tensaron. Un Cushetteseguía al oruga, y ambos vehículos estaban cargados hasta los topes conpertenencias y se bamboleaban con el esfuerzo. Aquella gente estabaabandonando y a Kalaloch, en dirección a algo mejor, con todo lo que tenían ysus esperanzas.

—Bienvenidos —susurró Twisp. Su actitud era exuberante, pero su cuerpoestaba agotado.

No lo lamentarán, se maravilló.Pensó primero en Kaleb, que había dejado atrás su amargura en el varec,

que pronto traería a los nietos de Brett y Scudi para que el viejo tío Twisp lescontara historias sentados sobre sus rodillas.

Podía adivinar cómo sería lo demás por lo que había visto en el varec.Ben y Crista eran una pareja típica de Pandora, pero bendecidos por Avata, y

ay udarían a desarrollar oportunidades que mejoraran las vidas de los pandoranos

durante muchas décadas sucesivas. Twisp tuvo la sensación, cuando la luz penetróen él, de que Rico y Snej formarían pronto también un hogar en alguna parte.

La Nave Profunda Nietzsche, con Aly ssa Marsh al timón, impulsaría a Macky Beatriz más allá de los límites del contacto luminoso con Pandora. Llevaría alos humanos y a su recién descubierto simbionte, Avata, a otro mundo, que, si noperfecto cuando lo descubrieran, haría felices a los humanos con el trabajo haciala perfección.

Un nuevo presentimiento le dijo a Twisp que Yuri Brood recibiría una segundaoportunidad a bordo de la Nietzsche, y podría adquirir la necesaria espiritualidadocupándose de su madre, el NMO Alyssa Marsh. A través de los implantes delvarec, Aly ssa Marsh había encontrado su nuevo cuerpo y a su hijo. Su hijoescribiría las meditaciones de su NMO, que se convertirían en el manual para elcomportamiento humano durante generaciones: Sociología de la Ascensión. Sucarga de peregrinos poblaría una nueva estrella, y el mar de un planeta de esaestrella.

Raja Flattery viviría en el varec, con todas sus necesidades cubiertas,prisionero de su propio egoísmo y codicia. La gente iría a verle allí de tanto entanto, y las leyendas sobre él se extenderían a través de las generaciones.

Aunque los días de Pandora estaban contados, Twisp viviría el resto de suspropios días recorriendo el planeta, trabajando duro para mejorar la suerte detodo el mundo. Ahora sabía que él no sería uno de los que asistirían al final, y sesentía feliz por ello.

Seré conocido como «el viejo de las extensiones altas», supongo, meditó.Todo estaba tranquilo en el asentamiento de abajo. El resplandor que había

hinchado el mar y envuelto Kalaloch regresaba ahora al mar. Quedaba un fríorelumbre, como un fantasma, en la superficie. Dos lunas y un cielo lleno deestrellas irradiaban su luz sobre la cabeza gris de Twisp. Alguna exclamación dealegría ocasional rompía el silencio, y Twisp escuchó los sonidos de las risasnocturnas rasgar la antigua capa de la muerte y del miedo.

FRANK HERBERT nació en 1920 en Tacoma, Washington. Fue fotógrafo,camarógrafo de televisión, pescador de ostras y periodista, antes de empezar aescribir ciencia-ficción, publicando sus primeros relatos en 1952, en la revistaStartling Stories.

Comenzó a escribir a los 8 años y a los 20 años vendía ya relatos para los pulpsamericanos, y después de la Segunda Guerra Mundial empezó a alternar sutrabajo como periodista con la creación de relatos de aventuras, que firmaba conseudónimo. A principio de los 50 empezó a vender artículos y cuentos pararevistas de mayor categoría.

Los libros más famosos de Herbert son los de la serie « Dune» . Esta seriecomenzó a ser publicada en 1965 y ha recibido los premios más importantes delgénero: Hugo y Nebula.

Obras: El dragón en el mar (1956), Dune (1966), Destino: el vacío (1966), Losojos de Heisenberg (1966), El cerebro verde (1966), La barrera Santaroga(1968), El Mesías de Dune (1969), Estrella flagelada (1970), Los creadores deDios (1972), Proyecto 40 (Hellstrom's Hive) (1973), Hijos de Dune (1976), Elexperimento Dosadi (1978), Dios Emperador de Dune (1981), La peste blanca(1982) Herejes de Dune (1984), Casa Capitular Dune (1985). En colaboracióncon Bill Ransom publicó tres novelas que retoman el argumento y alguno de lospersonajes de Destino el vacío, El incidente Jesús (1979), El efecto Lázaro (1981)

y El factor ascensión (1988), que se suelen agrupar bajo el título de « Lasecuencia de Pandora» . En colaboración con Brian Herbert publicó El hombrede dos mundos (1986)

BILL RANSOM es un novelista y poeta estadounidense, nacido en Puyallup,Washington en 1945.

Ransom ha publicado seis novelas, y seis poemarios, además de numerososcuentos y artículos. Learning the Ropes es una colección de poesía, ficción yensayos, se anuncia como « una autobiografía creativa» . Tres de los cuentos deesta colección fueron selecciones por el PEN/NEA Sy ndicated Fiction Project,considerado el Premio Pulitzer de la historia corta: « Uncle Hungry» , « WhatElena Said» y « Learning the Ropes» , y por lo tanto aparecieron en las edicionesde revistas dominicales de los principales periódicos norteamericanos.

Su colección de poesía « Finding True North & Critter» (1973) fue nominadapara el Premio Pulitzer y el National Book Award.

Sus trabajos más recientes son la novela Burn (1995), una secuela de ViraVax(1993). En poesía, ha publicado recientemente Puerto del Sol, Spillway yPetroglyph. La novela Jaguar (1990) que se publicó inicialmente solo en versióndigital, se mantuvo en la lista de más vendidos de enero a junio de 2000; WildsidePress lo volvió a publicar como libro físico en 2001. Con Richard Landerman,escribió guiones cinematográficos de sus novelas Jaguar, ViraVax y Burn.

Bill Ransom es además el co-autor, con Frank Herbert, de las tres novelas deciencia-ficción que forman la serie « La secuencia de Pandora» , que de algunaforma continúan el argumento de Destino: el vacío. La serie la forman: El

incidente de Jesús (1978), El Efecto Lázaro (1983) y El factor Ascensión (1988).