Ligera como una pluma Anna Lavatelli Ligera como una pluma · 2021. 7. 28. · Parece imposible,...
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Anna Lavatelli
Ligera como una pluma¿Cómo puede ser “ligera como una pluma” una señora tan gorda que no pasa por la puerta del ascensor? Parece imposible, pero un chico generoso y sensible, con una pizca de magia, será capaz de lograrlo.
Ligera como una pluma
Anna LavatelliReconocida escritora de literatura infantil, ganadora del prestigioso premio italiano Andersen (2005). Estudió �losofía en Milán y se dedicó a la docencia en la escuela de letras. Ha publicado numerosas obras para niños, en géneros como la novela de aventura y la fantasía. En Editorial Norma ha publicado Cara de chancho y Los gatos no tienen siete vidas. Colabora en diversas revistas especializadas y es animadora de lectura en escuelas y bibliotecas. Casada con un peruano, vive entre Cameri y Lima.
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C.C. 29012263ISBN 978-607-13-0475-9
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Ligera como una pluma
Anna Lavatelli
Ilustraciones de Alessandra Vitelli
Bogotá, Buenos Aires, Caracas, Guatemala, Lima, México, Panamá, Quito, San José, San Juan, Santiago de Chile.
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Ligera como una pluma© Anna Lavatelli, 2013© Ilustraciones, Alessandra Vitelli, 2013© Grupo Editorial Norma S.A.C., 2013Av. Frutales 101 - AteLima, PerúTeléfono: 710-3000
Reservados todos los derechos.Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin permiso escrito de la Editorial.
Impreso por Editorial Impresora Apolo S.A. de C.V.Centeno 150-6, Col. Granjas Esmeralda, C.P. 09810, México, D.F.
Impreso en México - Printed in MexicoPrimera edición, julio de 2013Primera reimpresión México, junio de 2016
Dirección editorial: Ruby ParavecinoEdición: Fiorella BravoDiagramación y armada: Melchorita Tapia
C.C.: 29012263ISBN: 978-607-13-0475-9Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2013-06097Registro de proyecto editorial: 31501311300236
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Contenido
Cómo empezó 9Cómo continuó 15Cómo cambió 33Cómo terminó 47
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La señora Luciana Gordoso vivía en el séptimo piso de un edificio muy alto en el centro de la ciudad.
Allí nació, allí vivió sus primeros años de niña, de adolescente y de joven. Allí se convirtió en adulta y luego en una señora de mediana edad, una mujer que trabajó duro hasta el esperado día de su jubila-ción.
Pero después de su jubilación no volvió a salir de su departamento.
Cómo empezó
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¿Por qué?Es sencillo de explicar.
Sucedió que la señora Luciana Gordoso comenzó a engordar, a engordar y a engordar hasta que lle-gó el momento en que no podía pasar por la puerta.
Bueno, ¿pero no se podía agrandar la puerta?
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En efecto se podía, y pidió permiso en la asamblea del condominio del edificio, pero un coro de “NO” se alzó por todas partes.
—Las puertas no se agrandan, deben ser todas iguales para dar armonía al edificio —dijo el señor Leopoldo Tuertos—, además, discul-pen, me pueden explicar…, una vez que esté en el pasadizo, ¿qué hará? Porque ella, así gorda como está, de seguro no logra entrar en el ascensor, ni subir ni bajar las escaleras desde el séptimo piso…
El señor Leopoldo Tuertos dijo exactamente eso, en la cara de la señora Gordoso y delante de todos.
—Pero yo…, en verdad… —intentó defenderse ella.
—¿No pretenderá pedirnos que coloquemos un ascensor para disca-pacitados? —la interrumpió abrupta-mente la señora Rosa Malcriados— Por amor de Dios, ni lo piense.
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—Además, ¿quién lo usaría? —aña-dió la señora Valeria Pelear—. Sola-mente ella.
—Pero un día también podría nece-sitarlo usted… —se atrevió a replicar la señora Gordoso en voz muy baja.
—Tal vez —admitió el señor Tuer-tos—, pero por ahora el problema es solo suyo. Por lo tanto, asúmalo usted.
—Disculpe, ¿con qué dinero? —mur-muró la señora Luciana Gordoso— todos ustedes saben bien que soy jubilada y mi pensión no es gran cosa.
—Entonces haga una buena dieta, que además le hará ahorrar en sus gas-tos— se rió maliciosamente el señor Mario Rústico—. Así pasará por la puerta y podrá subir y bajar por las escaleras, sin gastar un centavo.
Todos rieron y el asunto quedó cerrado.
Para siempre.
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Cómo continuó
Así fue como la señora Luciana Gordoso acabó prisionera en su pro-pia casa. Vivía como si estuviera en la cárcel, a pesar de que no había roba-do, ni había hecho daño a nadie, simplemente porque no pasaba por la puerta. Ni por la de su casa, ni por la del ascensor.
Y, ¿cómo hizo para no morirse de hambre?
Para eso estaba Gerardo, el portero del edificio. A las ocho y media de la
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mañana tocaba el intercomunicador de la señora Gordoso y le decía “Baje”. Entonces, desde su ventana, ella baja-ba una canasta de mimbre atada a una soga, en la que ponía la lista de com-pras y el dinero para pagarle. Gerardo iba al supermercado de la esquina y le compraba todo lo que estaba escrito en la nota, luego amarraba la canasta de mimbre a la soga y le decía “Suba”. Después él regresaba a su puesto de guardia para vigilar el edificio.
“Suba” y “Baje” eran las únicas palabras que pronunciaba Gerardo el portero, porque era un hombre escueto. Una vez, la señora Luciana Gordoso lo invitó a almorzar, con la esperanza de que le conversara un poco más y le quitara una pizca de su
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soledad, pero no obtuvo ningún resultado. Así, ya sin esperar nada de él, cada día bajaba la canasta de mim-bre y la subía llena con las compras. Luego iba a la despensa para acomo-dar sus víveres, ordenaba la casa, leía una buena novela sentada en el sofá de la sala o tejía un suéter con pali-llos. Cuando sentía hambre entraba a la cocina y se preparaba un delicio-so almuerzo.
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Pero entonces, ¿pasaba por las puertas del interior de su casa?
Claro que pasaba. Porque en su casa no tenía que pedir permiso a nadie para hacer todas las modifica-ciones que quería. Cuando comenzó a engordar (inmediatamente después
de jubilarse) lla-mó a un albañil y
le pidió que agrandara
todas las puer-tas: la del baño, la de la cocina, la del dormi-torio, incluso las puertas del balcón.
De esa manera, por lo
menos, podía salir a tomar un poco de aire fresco.
Igual que los prisioneros, solo que ellos no tienen balcones sino el patio de la prisión, des-
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de el cual pueden ver el color del cie-lo y a veces algún pájaro volando feliz a donde le da la gana.
El período durante el cual el alba-ñil estuvo en su casa fue muy bueno para la señora Luciana Gordoso, por-que mientras el hombre agrandaba las puertas, ella podía hablarle y el tiempo pasaba más rápido. Sin embargo, cuando el albañil terminó el trabajo y se fue, otra vez ella se que-daba sola y triste.
¿Por qué triste?¡Oh, cariño!, porque quien está solo
está triste. ¿No me digas que nunca te ha pasado? Puedes tener ganas de mirar la TV, leer un libro, dibujar, bordar en punto cruz, pero después de un tiempo ya no soportas más, porque lo que real-mente necesitas
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es la compañía de tus amigos. Parece algo fácil, eso de tener ami-gos. Sin embargo, en algunos casos es muy difícil. Para la señora Luciana se había vuelto hasta imposible.
A veces la pobre se sentaba en el sofá en silencio con las manos cruza-das y escuchaba.
Escuchaba las fiestas de los vecinos, cómo se divertían con sus amigos, cómo se reían a carcajadas, y ella nada.
Escuchaba a los jóvenes que silba-ban felices, saliendo a la calle o regre-sando a sus casas, y ella nada.
Escuchaba a la gente que hablaba en el pasillo, conversando con gusto, y ella nada.
Nunca nadie llamaba a su puerta, aunque fuera tan solo para decir: “Buenos días, ¿cómo está?”.
Nunca nadie la visitaba para acom-pañarla, aunque fuera diez minutos.
Y cuando digo nunca quiero decir NUNCA.
“¡No tengo tiempo! —refunfuña-ban cada vez—, estoy apurado...”.
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