LIHN El Fantasma de Un Nombre x Jorge Monteleone

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Lihn por Jorge Monteleone

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Jorge Monteleone, "El fantasma de un nombre: sobre Diario de muerte de Enrique Lihn", en: Sylvia Iparraguirre y Elsa Noya (Editoras), Travesas de la escritura en la literatura latinoamericana, Instituto de Literatura Hispanoamericana, Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 1995, pp. 221-228.

EL FANTASMA DE UN NOMBRESobre Diario de muerte, de Enrique Lihn

El hombre se est muriendo. Su cuerpo material ha entrado en el orden blanco de los hospitales. Y a la vez ese cuerpo amado y vilipendiado, centro del olvido y del jbilo, ceniza de las horas y hueco del futuro, se volvi objeto de la mirada mdica. Como una cartografa del dolor, el cuerpo comienza a mostrar sus espacios alterados, aquello que ha crecido en una lenta proliferacin sin nmero, la oscuridad que dibuja las seales seguras del mal.

El hombre se est muriendo. Se dira que su cuerpo, entre el blanco de la asepsia y los reflejos fugaces de los nqueles, muestra los signos negros que traza la enfermedad, enigmtica: los signos que esperan ser ledos. El tejido se vuelve texto: la enfermedad da indicios en los signos, pero est oculta y debe ser revelada, traducida, interpretada. Avanza entre dos extremos, entre dos polos que no pueden no ser temporales. El primero es la vida, como un fondo mvil que slo se piensa en la plenitud y hasta en la ignorancia de la plenitud. El segundo es la muerte, de la cual la enfermedad es el signo precursor, como un ndice terrible que desde el objeto designado apunta al vaco. En el momento de la enfermedad mortal, esta trada -vida, enfermedad y muerte-, altera la relativamente morosa y distrada relacin con el tiempo. Revela, con una ferocidad inaudita, que el tiempo presente es una ilusin. En el pasado est la vida, la vida que se descompone y altera en la patologa; en el futuro est la muerte, lo cual supone que, en verdad, ese futuro no existe: es "la vida con su duracin real -escribi Michel Foucault-, la enfermedad como posibilidad de desviacin encontrando su origen en el punto profundamente oculto de la muerte; ella dirige, desde abajo, su existencia". El sentido oculto de ese signo escrito en el cuerpo, ese signo que es el mismo cuerpo enfermo, es la muerte: la enfermedad comienza a disolver el vnculo con lo real alterando la duracin, el tiempo de la presencia en el mundo.

El hombre se est muriendo: se ve suspendido entre el pasado que comienza a ceder -porque en el pasado est la vida- y el futuro que comienza a perder -porque el futuro no tiene lugar-. Y entonces, dueo del miedo, con una irona algo obscena que mal lo defiende de la piedad, el hombre escribe un diario en el que registra, puntilloso, la ocupacin de la muerte en el seno mismo de la vida, de su propia vida. En verdad, no es un diario en el sentido ms estricto de la palabra, sino una serie de poemas. Porque el hombre que est muriendo es poeta. Cada poema es un da, unas horas, la orla de la experiencia. Es tambin una interrogacin, o una imprecacin: el recurso desesperado de un sujeto que, en su enunciado, naufraga. Al escribir un diario de muerte, el poeta lleva la subjetividad a su tensin mxima, a su lmite irreal: la muerte vuelve al autor, progresivamente, el fantasma de un hombre, mientras la poesa transforma al Yo en el fantasma de un nombre. Todo se vaca de s: el sujeto del poema, en esa experiencia de vacuidad, revela su verdadero estado fantasmal, casi neutro. Y la escritura y el lenguaje revelan, asimismo, su condicin de simulacros. De pronto, cuando la muerte es descifrada en esos trazos negros bajo el tejido enfermo, la negatividad se apodera de los signos. El lenguaje es un virus, deca William Burroughs: el lenguaje es un cncer. Frente a la muerte, el lenguaje revela su esencial naturaleza ficticia. Porque el lenguaje es capaz, por ejemplo, de producir este enunciado imposible: estoy muerto. Quin dice Yo cuando habla un muerto? Explorar esa fatal irrealidad, con ese precario instrumento que se disuelve como roco a medida que se lo usa, es el ltimo recurso del que muere. Escribe su diario de muerte y tambin la muerte escribe en l su diario. Como no poda ser de otro modo, el poeta no termina su libro en vida: la muerte lo cierra. Es un libro pstumo: Diario de muerte. El hombre que lo escribi es, ahora, un muerto: su nombre fue Enrique Lihn, poeta chileno.

Diario de muerte es el libro final de Enrique Lihn, pero el autor no le dio una versin definitiva. Los textos fueron reunidos y transcriptos por Pedro Lastra y Adriana Valds. Como se seala en la nota explicativa, Lihn reuni los poemas en un cuaderno, donde el ttulo estaba escrito en la primera pgina. La escritura del libro habra sido hecha entre la ltima semana de abril y la primera de junio de 1988. Enrique Lihn muri en Santiago de Chile el 10 de julio de ese ao. Muchos de los poemas no tenan ttulo. Lo extraordinario no radica en que el libro sea el ltimo, sino en que su objeto sea el proceso mismo del morir: su escritura se despliega junto al acto mismo de la muerte al minar el cuerpo enfermo. Lihn registra desde el poema ese lento trabajo de la nada, porque no hay otro espacio que no sea el del poema para referir el teatro de la irrealidad, el vaco insustancial del escenario y el negro decorado de la ausencia. Diario de muerte no es slo el conmovedor y a menudo airado relato de un hombre que se muere. Es, tambin, la puesta en escena de la irrealidad central del sujeto lrico y la plena imposibilidad de recuperar la experiencia vivida, aunque el texto simule ser la experiencia de un sujeto real. Lihn viene a decirnos, a costa de su propia vida, que la escritura y la muerte son parientes. Y que la agencia de ese parentesco es el lenguaje. Pero que precisamente en el instante en que la muerte toca el lenguaje, ste ya no puede nombrarla. Todo aquello que el lenguaje alude en su roce con la muerte es su propio vaco: no hay designacin. En esa encrucijada el discurso sobre la muerte revela su falsedad. Leemos:

Qu otra cosa se puede decir de la muerte

que sea desde ella, no sobre ella

Es una cosa sorda, muda y ciega

La antropomorfizamos en el temor de que no sea un sujeto

sino la tercera persona, no persona, "l" o "ella". (p. 65)Hay, tanto desde la mirada clnica como desde el registro del paciente, una relacin con el lenguaje que permite llegar a un punto extremo que el lenguaje, finalmente, no podr designar. La enfermedad como lenguaje que debe ser interpretado y la escritura de su progreso tienen, en un punto, un cdigo comn: la vida. Es con fondo de vida que tiene lugar la desviacin, la patologa, la negrura del vaco que progresa. El tejido corporal como texto y el texto como correlato del cuerpo enfermo, conforman la doble escena de la escritura de la muerte. De algn modo, la enfermedad es el signo, el tejido es el texto, la vida es el cdigo. Pero la muerte es el mensaje, slo descifrable desde el cdigo de la vida.

De inmediato nos preguntamos: cul es el sujeto de esa enunciacin? Cul es la verdadera dimensin temporal de esa enunciacin? Y leemos:

La ciudad del yo debiera paralizarse

cuando entra en ella la muerte

Toda su actividad es nada ante la nada

Quiranlo o no los agitados viajeros

que intilmente siguen

entrando y saliendo de la ciudad

bajo la mano ahora

que convierte en sombras todo lo que toca

La mera inercia, sin embargo, despierta

en el gobernador una desahuciada esperanza

Ante la muerte se resiste a capitular

aunque tocado por ella es una sombra

pero una sombra de algo, aferrada

a la imitacin de la vida. (p. 43)Al escribir un diario de muerte, el sujeto que zozobra se aferra a una forma posible de referencia. De referencia de s: l mismo es su objeto. Aquello que quiere ser fijado en la enunciacin mientras la sombra sitia al Yo. En el diario, como asegura Lotman, un mismo individuo es, en primera instancia, el remitente y el destinatario de un mensaje. La informacin se transmite en el tiempo y sirve "como medio de autoorganizacin de la persona". Es decir, en el diario un sujeto presente escribe, en abierta progresin, un sujeto futuro. Y a la vez, ese sujeto futuro se ve constantemente modificado por el sujeto del pasado que hoy escribe. De nuevo nos vemos enfrentados a dos cuestiones: la subjetividad y la dimensin temporal en el lenguaje. Un diario de muerte trastorna ese sentido. No lo trastorna probablemente en la recepcin, ya que el destino de todo diario es ser, finalmente, el diario de un muerto. A sabiendas de esta paradoja, Chateaubriand titul el suyo Memorias de ultratumba. El trastorno se produce en esa primera instancia sealada por Lotman, en el momento de autoorganizacin de la persona. Qu tipo de subjetividad se define cuando el sujeto futuro deja de existir y se es, en el silencio ominoso de los moribundos, un hombre postrero? Otra vez el lenguaje revela su falsedad:

Nadie escribe desde el ms all

Las memorias de ultratumba son apcrifas

En la casa de la muerte slo se encuentran agonizantes

/lectores

algunos vivos que curiosean all, pero no muertos.

Aunque el libro tibetano de los muertos diga que se dirige /a ellos

no hay lectores en el ms all, muertos que no guarden las

/formas y la gravedad de la noche.

Slo se recuerdan apariciones

fantasmas, ms bien, fantasas, enfermedades de la memoria

Esos seores, en lugar de hablar, responden a la /desesperacin

de preguntas medimnicas sin inters.

Peor an, suspenden mesas de tres patas para probar que

/existen

Como invisibles pionetas

bajan un piano del quinto al cuarto piso

Quiero saber qu son los muertos, si son

No lo que hacen ni lo que dicen de otros

no las pruebas de su existencia, si existen.(p. 63)Al decidir escribir un diario de muerte, el hombre quiere conocer ntimamente aquello que lo vaca de su Yo. Y para ello el nico medio a su alcance es el lenguaje y la nica forma posible de ese diario es la poesa lrica, porque en ella la subjetividad alcanza su apogeo y tambien su cada. El pronombre Yo -seala Benveniste- constituye la persona en el discurso, toda persona en cuanto habla. Por consiguiente, es la experiencia central en la que se determina la posibilidad misma del discurso. Ese pronombre personal recibe su sustancia del acto discursivo mismo, es decir, es una forma vaca. Asimismo, el tiempo lingstico tiene su centro en el presente de la instancia de la palabra. En ese fundamento, coexistente con el momento en que se enuncia Yo, se establecen las oposiciones temporales: cuando el acontecimiento no es contemporneo del discurso debe ser evocado por la memoria; cuando no est presente, surge como prospeccin futura. En el Diario de muerte todas las relaciones de sentido se alteran cuando la sombra ingresa en la enunciacin. Ahora se advierte que el Diario es la forma temporal en la cual el sujeto quiere alcanzar un presente posible y, en ese acto, recuperarse como sujeto. Memoriza, apunta la memoria de la especie como recurso desesperado para fijarse en la vida. O bien ensaya fugarse del tiempo en el instante eterno del sexo: "El enfermo incurable se ensaya/ en el coito distractivo/ la turbulencia en un teatro de sombras/ El mono que fue baja del rbol que fue/ y se precipita sobre su sombra// Soy el portador del corazn de los monos" (p. 76). Tristemente, vuelve a s, no sale de s, de su espejo de azogue negro. Busca seales en su cuerpo mismo: "Un enfermo de gravedad se masturba/ para dar seales de vida" (p. 67).

La muerte deshabita la enunciacin: la instancia discursiva, en ese acto que dice Yo, se vuelve annima, sin nombre. El Yo del poema de Lihn es el fantasma de un nombre. Pero acaso no todo pronombre lo es? Lihn sugiere, terriblemente, que la muerte reside ya en ese punto connatural a lo humano, en la instancia misma del acto que dice Yo, porque la muerte es su horizonte definitivo. El lenguaje es intil para la vida, para vivir:

Caballeros inflados de ego

descienden sobre la casa del enfermo de gravedad

Como l es uno de los mismos

Ellos hablan sin parar desgasndose

y l habla hasta la muerte.

La vida necesita muy poco del lenguaje

sta es una de las causales ms poderosas del Ego

de la muerte.(p. 21)En una poderosa inversin, Lihn desacredita el lenguaje desde la experiencia de muerte. O, mejor dicho, lo seala en su verdadera naturaleza de ausencia, de huella, de vacancia. Cmo comunicar esto mismo, entonces? Cmo alcanzar, con todo, un acto de discurso, un acto que se acerque, siquiera por imitacin, a la verdad? "No hay nombres en la zona muda" escribe Lihn. Y en ese punto, la poesa postula la utopa de un lenguaje verdadero, hecho con su propia neutralidad, con su propia imposibilidad. La poesa se desvela como una diccin de lo imposible, tanto desde la desaparicin del yo como desde el acto discursivo del presente y de la dimensin temporal. En la simulacin imaginaria, la poesa alude a lo otro de la vida, a sabiendas de que la muerte es su fundamento:

Quiero morir (de tal o cual manera) ese es ya un verbo

/descompuesto

y absurdo, y qu va, dir algo, pero razonable

mente, evidentemente fuera del lenguaje en esa

zona muda donde unos nombres que no alcanzan a ser

cuando ya uno, qu alivio, est muerto, olvidado ojal

/previamente de s mismo

esa cosa muerta que existe en el lenguaje y que es

su presupuesto

Invoco en la consulta al Dios

de la no mismidad, pero sabiendo que se trata

de otra ficcin ms

sobre la unin de Oriente y Occidente

de acpites, comentarios y prlogos

Un muerto al que le quedan algunos meses de vida tendra

/que aprender

para dolerse, desesperarse y morir, un lenguaje limpio

que slo fuera accesible ms all de las matemticas a

/especialistas

de una ciencia imposible e igualmente vlida. (p. 14)

Y sin embargo el hombre que se est muriendo escribi, escribe, est escribiendo. Con esa materia precaria, viciada de humores malignos, de excrecencia y connatural podredumbre, hay siquiera una modesta experiencia de libertad. "El que habla no tiene, por obra del habla, relacin con el ser ni, por consiguiente, con el presente del ser -escribi Blanchot-: en consecuencia, no hablaba". S, es cierto, pero en esto consiste la broma. Porque Diario de muerte es como la gigantesca broma de un mimo. De eso se trata: hacer la mmica, como un cmico de la lengua en el escenario negro, de una historia que no existe, de alguien que nace, de unos amores que se van y regresan, de un cuerpo que va muriendo en la tarde rabiosa de un invierno en el sur de Amrica.

Michel Foucault, El nacimiento de la clnica, Mxico, 1966, p. 224.

Enrique Lihn, Diario de muerte. Santiago de Chile, Editorial Universitaria,1989. Citaremos los poemas tomados de esta edicin, indicando entre parntesis nmero de pgina. Sobre este libro puede consultarse: Tamara Kamenszain, "La lrica terminal", en Juan Orbe (Comp.), Autobiografa y escritura, Buenos Aires, 1994, pp. 31-34. Luego recopilado en: Tamara Kamenszain, La edad de la poesa, Rosario, Beatriz Viterbo, 1996.

Yuri M. Lotman, Estructura del texto artstico, Madrid, Istmo, 1978, p. 19.

Emile Benveniste, Problemas de lingustica general, II, Mxico, Siglo XXI Editores, 1987, pp. 70-81.

Maurice Blanchot, El paso (no) ms all, Barcelona, Paids, 1994, p. 119.