LMP - Acéfalo (proyecto de cuento)

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Leopoldo María Panero De En lugar del hijo: Acéfalo (proyecto de cuento) Ed io sentii chiavar l'uscio di sotto all'orribile torre: ond'io guardai nel viso al mio figliuol senza far matto. Inferno, XXXVII, 46-48 I Descripción de la Torre de Gualandi, en el centro de Le Sette Vie, que sirvió de prisión al Conte Ugolino y a sus dos hijos y a sus dos sobrinos en el año de 1289, y una de cuyas puertas fue sellada tras de ellos: descripción que ha de ser fría, objetiva, geométrica, en modo alguno poética: como, si quien la mirara, no fuera el autor, ni ningún otro hombre, sino el objetivo insensible de una cámara cinematográfica. II. Presentimientos de Ugolino 1. Una noche, tras de una batalla perdida (la batalla de Meloria, en la desastrosa guerra

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Leopoldo Mara PaneroDe En lugar del hijo:Acfalo (proyecto de cuento)Ed io sentii chiavar l'uscio di sotto all'orribile torre: ond'io guardainel viso al mio figliuol senza far matto.Inferno, XXXVII, 46-48

IDescripcin de la Torre de Gualandi, en el centro de Le Sette Vie, que sirvi de prisin al Conte Ugolino y a sus dos hijos y a sus dos sobrinos en el ao de 1289, y una de cuyas puertas fue sellada tras de ellos: descripcin que ha de ser fra, objetiva, geomtrica, en modo alguno potica: como, si quien la mirara, no fuera el autor, ni ningn otro hombre, sino el objetivo insensible de una cmara cinematogrfica.II. Presentimientos de Ugolino1. Una noche, tras de una batalla perdida (la batalla de Meloria, en la desastrosa guerra con Gnova, en 1284: fue el regreso de los prisioneros hechos en esa batalla a Pisa uno de los factores que ms influyeron en la cada del conte, cuando ste ya se haba convertido en dspota de Pisa: en esta ocasin, sin embargo, se supone que no era an sino capitn general de los ejrcitos de Pisa), Ugolino suea que est en su palacio, en un banquete: pasan ante sus ojos numerosas imgenes de copas de cristal rellenas de Chianti, de vino francs de Mdoc; ve verterse en las copas lquidos rojos, o rosceos, y algunos casi negros: ve el vino derramado por toda la mesa y se siente inmensamente borracho: y de repente le asalta la sospecha, venida no se sabe de dnde, de que lo que mancha los ricos manteles no es vino, sino sangre.

2. Siendo an capitn general de los ejrcitos de Pisa, y despus de derrotar, con la ayuda de su aliado el arzobispo Ruggiero degli Ubaldini, a los Visconti, sus rivales para el gobierno de la ciudad (que le haban encarcelado y desterrado antes de 1276), entra triunfalmente en Pisa y desfila junto a degli Ubaldini por sus calles. No se hace mencin de sus sentimientos, basta con saber que experimenta un profundo cansancio, que apenas alivia el orgullo: el desfile se le antoja interminable. Entonces, de repente, cree por un segundo ver entre la multitud a un hombre sin cabeza, que le aplaude frenticamente: se vuelve al instante hacia Ruggiero en demanda de ayuda, y puede ver cmo ste le sonre.

3. Discusin entre il conte y degli Ubaldini, mucho ms tarde, cuando Ugolino es ya tirano de Pisa en la biblioteca del palacio del Arzobispo (por orden del cual habra de ser encerrado luego en la torre de Gualandi).

De la calle llegan chillidos de animales, cerdos tal vez, atenuados por los gruesos cristales coloreados, y la voz de una mujer que canta una cancin incomprensible. Mientras Ugolino le habla con tono cada vez ms excitado, el arzobispo se dedica a hojear calmosamente un libro, en el que se describe, con singular crudeza, la castracin de un santo.

De repente, Ugolino, borracho de clera, borracho como en su sueo, da un manotazo a la pila de libros que hay sobre la mesa del arzobispo Ruggiero, a guisa de despedida. Pero, sin embargo, algo retiene su mirada y le impide marcharse: una ilustracin visible en uno de los libros que se ha abierto al caer al suelo. Era, en verdad, un dibujo muy extrao: tena el aspecto de un hombre y, sin embargo, no lo era. Haba, en efecto, en l una incongruencia que le mantena all inmvil y que, sin embargo, no alcanzaba a precisar. No haciendo caso alguno del arzobispo ligeramente atnito y divertido ante aquella interrupcin del teatro de la clera, il conte se agach y tom en sus manos el libro que contena aquel dibujo, pudo comprobar entonces que la ilustracin representaba a un hombre desnudo, pero cubierto de extraos signos: sus intestinos, que eran visibles, componan la forma de una serpiente, y una calavera ocupaba el lugar del estmago; uno de sus brazos sostena un corazn en llamas, mientras que el otro blanda, el fro de una espada. Pero no estaban, sin embargo, aquellos signos en el origen de su extraeza, pese a ser, como ya se ha dicho, sobremanera extraos; lo que le dejaba perplejo era la sensacin de una falta, de una falta monstruosa en aquella figura. Y entonces lo descubri; y, al hacerlo, sinti como si le hubieran robado el alma, y se encontrara, al caer la tarde, solo en una llanura y sin otra riqueza que un inmvil asombro de que algo o alguien le hubiera robado su espritu: y pens por un segundo que no era extrao que slo fuera capaz de sentir ese miserable asombro, si no tena alma. Y es que aquello, aquello que faltaba a la figura, era precisamente el asiento del alma: la figura careca de cabeza: sa era su divinidad, o, lo que es lo mismo, su monstruosidad; y se sorprendi de que hubiera tardado tanto en averiguarlo.

Y, a continuacin, su mirada se detuvo en una leyenda, en latn y parte en griego, que haba debajo de aquella figura, atribuyendo, al parecer, un nombre a lo que haba perdido el derecho de llamarse de algn modo. La inscripcin deca:

DEUS AKFALOS, QUI IMPERAT OBSCURAM REGIONEM VENTRIS

Y se vio de nuevo en aquel campo solitario, al crepsculo, cado y maltrecho, y profundamente perplejo por carecer de alma.

4. Ugolino suea que se despierta, en su habitacin, y que las paredes de sta se van poco a poco desnudando y llenando de una humedad oscura hasta acabar ofreciendo el aspecto de los muros de un calabozo. No se sabe si de dentro o de afuera de ese improbable afuera llegan chillidos de animales, cerdos tal vez. Es en ese momento cuando nota en su boca un sabor dulce y viscoso, y le asalta el recuerdo impreciso, pero tenaz hasta la asfixia, de haber ingerido una sustancia pegajosa, esponjosa parecida tambin a la goma; de sbito se ve levantarse lentamente e ir hacia la nica ventana y mirar a travs de ella: y experimenta entonces la confusa sensacin de que es inmortal.

IIIUgolino despierta, esta vez realmente, y se halla en una celda, en una celda real, y recuerda todo, porque el perdn del sueo no dura indefinidamente: all estn sus dos hijos y sus pequeos sobrinos que chillan como animales, por causa del hambre. No es posible describir el hambre, la reduccin del cuerpo al estado de boca, de una boca vida y dolorosa. Una boca que se ha desnudado de la palabra, de la palabra inspida

Y, como no es posible describir el hambre, se procede a describir minuciosamente la boca de Ugolino, en un rincn oscuro de la celda, y se nos relata de la forma ms minuciosa sus nuseas, bostezos, etc. Igualmente de sus mandbulas, de su garganta, etc.

En cuanto a la psicologa del hambre, se desprecia, haciendo slo a lo ms mencin de que su deseo, entonces, es algo distinto de su voluntad, de que es como si habitara su cuerpo un alma que ya no es la suya.

IVMientras los pequeos chillan como cerdos, su mirada encuentra avergonzada avergonzada, simplemente, de mirar, de delatar la presencia de un ser humano en aquel lugar en que ya no es posible lo humano, la de Gaddo, su hijo de menos edad, que tiembla frente a l, y le oye, con esa mezcla de exactitud y precisin que es propia de la agona, decir:

Padre, por qu no ,me ayudas?

Y luego de decir esto, Gaddo se recuesta en un rincn oscuro de la celda, y se os relata de la forma ms crudamente informativa y menos potica posible, simplemente que ha muerto. Y, cuando Ugolino lo sabe, sabe tambin que le espera, horrible, el gozo.

VSin la concesin a la humanidad que supondra explicar el proceso psicolgico que lleva a il conte a devorar a su hijo muerto, explicacin que sera intil, a ms de falsa, dado que la decisin de hacerlo ha de cortar inevitablemente toda continuidad psicolgica, vemos a Ugolino en el acto de hacerlo, devorando a Gaddo sin apenas darse cuenta de ello. No hay voluntad en el hambre, sera tambin por ello mentiroso ver el gesto de devorar a Gaddo desde la ptica de una voluntad cualquiera. El hambre no es humana, no se equivoca quien habla accidentalmente de un hambre sobrehumana: hambre es, como deca Hesiodo, una divinidad hija de la noche.

VIUgolino, que ha actuado hasta entonces fuera de s, es decir ms all del alcance de toda psicologa, despierta de su trance dudando entre la saciedad y el vmito: pero hay algo peor, algo entre sus manos que escapa incluso al argumento del hambre, que rehuye toda lgica incluso la menos humana y la ms desesperada: porque, en efecto, tiene entre sus manos baadas, obviamente en sangre, la cabeza de su hijo menor y, al volverse, contempla a su otro hijo que le mira, no hace falta decirlo, con interrogacin y horror: ms an cuando ve que su padre le sonre, inexplicablemente, como sonre agresivamente el loco cuando se han cortado todos los puentes que nos podran unir a l. Y, sin embargo, cuando Ugolino procede a raspar cuidadosamente el crneo y cuando luego lo abre y le extrae el cerebro, sabe que aquello no carece de lgica, slo por obedecer a la lgica de un sueo; y, si contina sonriendo, es porque hay tambin placer en la pesadilla, y el placer ms extremo, del que el hombre slo est protegido por el Terror.

Descripcin de aquella bola pegajosa. Descripcin breve de la sensacin que produce en su boca aquella sustancia elstica.

Al acabar de devorarla siente la necesidad del vmito, pero no puedeo quizs no quierevomitar. Sin embargo, est por hacerlo cuando siente una ligera ebriedad que va creciendo ms y ms hasta transformarse en una salvaje borrachera.

Al cabo de infinitos aos, algunos nios juegan en un campo solitario, al atardecer, aprovechando que se es el primer da en que no llueve: ha llovido, en efecto, sin cesar durante muchos das, y la lluvia interminable ha removido la tierra, abriendo el camino a sus secretos repugnantes. Juegan con el lodo que no ha tenido tiempo de secarse y, cuando estn sumergidos en esa labor, sus manos tropiezan con un objeto slido que emerge apenas de entre el barro y que resulta ser una tosca caja de madera, cerrada con fuertes y mohosos candados. Pero lo que les hace salir corriendo en busca de la ayuda de sensibilidades ms cicatrizadas es la sensacin, que luego, a la vista del contenido real de la caja, se demuestra absurda, de que dentro algo respira. Y, sin embargo, sus mayores habrn de comprobar que no hay en apariencia nada extrao, al menos insoportablemente extrao, en dicho contenido: slo el cadver incorrupto de un hombre, que suponen enterrado hace slo escaso tiempo, pese a que la caja presenta las seales del paso de muchos aos, de demasiados aos. Nada pues, de una extraeza excesivamente intolerable: excepto aquellos cerrojos, aquellos cerrojos que hacen suponer que ese hombre fue enterrado vivo, y que alguien se asegur muy bien de que no pudiera escapar de aquella muerte horrenda que, sin embargo, no ha logrado cerrar sus ojos, ni, tal vez... su boca.