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LO QUE REALMENTE IMPORTA LA BÚSQUEDA DE LA SABIDURÍA EN OCCIDENTE TONY SCHWARTZ 5 Índice

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LO QUE REALMENTE IMPORTA

LA BÚSQUEDA DE LA SABIDURÍA EN OCCIDENTE

TONY SCHWARTZ

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Índice

Lo que realmente importa

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Para Deborah, Kate y Emily, siempre.

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Índice

Lo que realmente importa

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Índice

INTRODUCCIÓNUn anhelo en el corazón.......................................................................... 11

Primera Parte FUNDAMENTO: LOS PIONEROS

I. Redefinir la realidad Ram Dass, los psiquedélicos y el viaje a Oriente................................ 29

II. El desarrollo del potencial humanoMichael Murphy y la fundación de Esalen ........................................ 87

III. El yoga de OccidenteElmer Green, el biofeedback y el autocontrol.................................... 133

Segunda Parte CAMINO: LOS POTENCIALES DEL CUERPO Y DE LA MENTE

I. Ver la imagen completaBetty Edwards y el lado derecho del cerebro .................................... 175

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Índice

II. La relación entre la mente y el cuerpo¿Podemos enfermar y curarnos a nosotros mismos?.......................... 211

III. El estado de desempeño idealEl «flujo», el optimismo aprendido

y «el proceso de recuperación» .................................................... 255IV. El despertar

Montague Ullman, Jeremy Taylor y la sabiduría de los sueños.......................................................... 291

Tercera Parte CRISTALIZACIÓN: LOS INTEGRADORES

I. Buscando el corazón de la sabiduríaLa encrucijada en la que se separaron los caminos

de Jack Kornfield y Joseph Goldstein .......................................... 327II. La elaboración de un mapa de la conciencia

De cómo Ken Wilber casó a Freud con el Buda ................................ 361III. Personalidad y esencia

Helen Palmer, el eneagrama y Hameed Ali ........................................ 399

ConclusiónLo que realmente importa es ser real ...................................................... 449

Agradecimientos .................................................................................... 463Bibliografía ............................................................................................ 469Notas .................................................................................................... 485

Lo que realmente importa

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Introducción

Un anhelo en el corazón

¿Qué significa entregar la vida a la verdad? En primer lugar, significa

mantener una actitud de autoindagación constante. Nuestro conocimiento

del mundo depende de la relación que mantengamos con él... La sabiduría

exige del adecuado equilibrio entre la contemplación y la acción.1

M. Scott Peck

Uno no se ilumina imaginando figuras luminosas sino cobrando

conciencia de la oscuridad.2

Carl G. Jung

La fiesta en el patio de mármol rosado de la Trump Tower comenzó poco des-pués de las diez de la noche de un gélido sábado de diciembre de 1987. Los flas-hes parpadeantes de las cámaras fotográficas iluminaban a modo de relámpa-gos la puerta de entrada ubicada en la Quinta Avenida al ritmo en que laslimusinas iban deteniéndose y de ellas bajaban los invitados a una acera alfom-

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Introducción

brada de rojo, en donde eran recibidos por una docena de violinistas y una co-horte de camareros ataviados con chaqueta blanca que les servían champaña enlargas copas. Más allá del cordón policial, la muchedumbre se apiñaba parapresenciar la llegada de las celebridades. Y, por más que festejáramos la publi-cación un libro escrito —o, mejor dicho, co-escrito— por mí, yo no dejaba desentirme como un extraño. Después de todo, ése era el tipo de fiestas a las queúnicamente solía acudír en calidad de periodista. Pero ahí estaba, de pie junto ami esposa, vestido de esmoquin, luciendo un nuevo corte de pelo y mostrandouna sonrisa inequívocamente social, entre Donald Trump, Ivana Trump y SiNewhouse, el propietario de Random House.

Allí recibíamos a los invitados que habían venido a festejar la publicación deThe Art of the Deal, el libro que yo había escrito junto a Donald Trump. Y, pormás que desconociéramos a la mayor parte de las personas a las que saludába-mos, eso no parecía importar, porque estábamos sumidos en una especie decuento de hadas. El libro estaba a punto de alcanzar el primer puesto en la listade ventas del New York Times; el mismo Trump estaba convirtiéndose en el sím-bolo del éxito de los ochenta, un conocido empresario, un afanoso inversor, elejemplo vivo de alguien que se había hecho a sí mismo, una auténtica celebri-dad, en suma. Podías amarle u odiarle, pero lo cierto es que no se trataba de al-guien que pasara desapercibido.

Dispuesto a sacar el máximo partido posible de tan singular evento había in-vitado a todos mis amigos, familiares y conocidos, incluyendo nuestra canguro,nuestro asesor financiero y nuestro profesor de tenis y su encantadora esposa.Mi hermano se encargaba de la grabación en vídeo y mi hermana de la fotogra-fía, pero fue nuestra canguro la que consiguió el mayor número de fotos conpersonas famosas, entre los cuales cabe destacar a Leon Spinks, campeón de lospesos pesados y su entrenador Don King; Tom Kean, el gobernador de NewJersey; la modelo Cheryl Tiegs; la célebre Anne Bass; la última Miss America; lapresentadora de la CBS Phyllis George y su esposo; John Y. Brown, ex-goberna-dor de Kentucky; el escritor Norman Mailer y el actor Michael Douglas, queacababa de estrenar Wall Street, una película en la que desempeña el papel deun multimillonario como Trump.

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Poco después de medianoche, los centenares de invitados se arremolinaronen las barandillas de los cinco pisos del atrio y el cómico Jackie Mason presentóa Trump, quien se deshizo en elogios sobre el libro e incluso llegó a bromear di-ciendo que había asumido el reto de enseñarme a ganar dinero. Luego trajeronun inmenso pastel que reproducía la Trump Tower, seguido de un séquito dehombres y mujeres portando bengalas y, en el momento en que cortaron el pas-tel, soltaron centenares de globos rojos. La fiesta duró hasta las tres de la ma-drugada y pasé el resto de la noche bailando, bebiendo y riendo con mi esposa,mi familia y mis amigos.

Esa fiesta coincidió con un momento extraordinario de mi vida, ya que aca-baba de cumplir los treinta y cinco años y, en muchos sentidos, me hallaba en lacresta de la ola del sueño americano. Había trabajado como periodista del NewYork Times, escrito para Newsweek y había logrado el éxito en mi profesión.Nunca había ganado mucho dinero y, como suele ocurrir en estos casos, pasabala mayor parte del tiempo preocupado por el modo de resolver los problemaseconómicos. En unas pocas semanas, The Art of the Deal, me había proporcio-nado más dinero del que había ganado en toda mi vida, algo que muy pocaspersonas tienen la suerte de disfrutar. Los editores estaban dispuestos a publicarcualquier cosa que decidiera escribir; mi matrimonio de diez años iba viento enpopa, mi esposa tenía su propia carrera y nuestras dos hijas, de dos y seis años,estaban sanas y felices, corría varios kilómetros al día, jugaba al tenis un par deveces por semana, tenía muchos amigos íntimos y sentía que era un miembroactivo de mi comunidad.

Pero ¿por qué, entonces, me sentía infeliz?Las semanas que siguieron a la fiesta de Trump —durante las cuales el libro

continuó suscitando una gran expectativa— las pasé sumido en una especie devorágine. Luego, en la medida en que iban espaciándose las noticias sobre el li-bro, comencé a experimentar una difusa ansiedad. Había pasado un par de añoscontemplando el mundo a través de los ojos de Trump y me había acostumbra-do a vivir a su ritmo, llenando los días con todo tipo de actividades, pero laspresiones externas que me habían alimentado durante ese tiempo comenzaron aamainar. No tenía la necesidad de acometer de inmediato un nuevo proyecto

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para pagar las facturas del próximo mes. Algo en lo más profundo de mí ser es-taba comenzando a cambiar. Había pasado la vida tratando de ser reconocido,de que mis esfuerzos se vieran recompensados y de alcanzar el éxito, pero aca-baba de escribir un libro que me había proporcionado todo ello, gozaba del pri-vilegio de tener tiempo para pensar en todas estas cosas... y, sin embargo, seguíafaltándome algo.

Al comienzo me pregunté si la respuesta podía hallarse en la naturaleza deléxito que acababa de alcanzar. Después de todo, The Art of the Deal no erami libro y, en la misma medida en que escalaba rápidamente la lista de losbest-séllers, iba despertando alguna que otra repercusión negativa, ya que elmismo Trump era criticado como el símbolo del espíritu egoísta de los tiem-pos y yo también fui juzgado sumariamente y declarado culpable de habermevendido. Yo, sin embargo, consideraba que había hecho un buen trabajo yque la prueba de ello no residía sólo en su popularidad sino en todos los co-mentarios positivos que había recibido. Pero, a pesar de que esas críticas notenían nada que ver con el modo en que me valoraba a mí mismo y el modoen que quería que me valorasen los demás, no dejaban, sin embargo, de hacermella en mí.

Yo no sólo buscaba reconocimiento sino respeto. Mis héroes periodísticosfavoritos habían sido personajes como David Halberstam, Gay Talese y TomWolfe y siempre había querido escribir libros como los suyos, reportajes ambi-ciosos sobre temas importantes y actuales. Hoy en día comprendo que ése deseoera un modo de llenar el vacío que me carcomía internamente hasta que, poco apoco, acabé dándome cuenta de que ningún libro resolvería las dudas que meinquietaban. Y no es que estuviera insatisfecho con mi labor periodística sinoque, por algún motivo, no me había proporcionado la sensación de profundi-dad, riqueza o pasión que andaba buscando. Así, aunque había alcanzado eléxito en mi trabajo y disfrutaba de una vida cómoda con mi familia y mis ami-gos, mi vida, no obstante, carecía de sentido. Todas ésas eran metas muy respe-tables e importantes, pero también insuficientes, ya que lo que yo andaba bus-cando era sentirme más a gusto conmigo mismo, más cómodo dentro de mi piel,más conectado con algo eterno y esencial, en suma, más real.

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Desde un punto de vista externo, yo había sido siempre un buscador. Bajo lacapa de persona exitosa, segura y honesta que solía mostrar al mundo, se ocul-taba una gran inquietud interna, una ansiedad crónica y sorda. Yo buscaba laaceptación y el amor pero me enojaba e impacientaba con suma facilidad. Megustaba la gente pero la mantenía a distancia e incluso la alejaba de mí. Teníamucha energía pero debía esforzarme en concentrar la atención. Me hallaba di-vidido entre el impulso a alcanzar el éxito y la sensación de que esa misma in-tensidad me impedía disfrutar de mi vida cotidiana. No dejaba de pensar en elmodo de resolver mis conflictos, pero me sentía mejor cuando simplemente mesumergía en una actividad o me comprometía con una persona. Y, aunque elpresente me inquietara, estaba muy esperanzado con el futuro. De algún modo,sabía que la vida era mucho más de lo que había experimentado hasta ese mo-mento; sentía que sólo estaba viviendo una faceta de mi vida, un pálido reflejode mi auténtico potencial y quería llevar una vida más plena, una experiencia demi propia esencia, algo que entonces califiqué como sabiduría.

A diferencia de lo que ocurre con muchos estadounidenses, yo nunca había con-fiado en que la religión pudiera proporcionarme el sentido de la vida. Mis padresjudíos no me habían inculcado ninguna creencia religiosa, aunque sí valores talescomo la honestidad, la racionalidad, la objetividad y el escepticismo. En casanunca hablábamos de Dios, de un poder superior o de una inteligencia más pro-funda que habitualmente nos pasa inadvertida. Las pocas ocasiones en que visitéla sinagoga salí tal cual había entrado o incluso peor. Cuando asistí a la escueladominical, a los servicios de las vacaciones judías o las celebraciones de Pascuaen el apartamento de mi abuela, fui incapaz de conectar con los rituales y las tra-diciones. Y, cuanto más crecía, más alejado me sentía del dogma, la jerarquía y larigidez que caracterizan a la mayor parte de las religiones organizadas. Yo me re-sistía visceralmente a cualquier autoridad que —desde el prisma de mi experien-cia— se me antojaba abusiva, estrecha e hipócrita. Retrospectivamente conside-rado, me doy cuenta de que anhelaba tener fe, pero que no estaba dispuesto aaceptar ciegamente creencias que no resonaran con mi propia experiencia.

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El único camino hacia el sentido valorado por mi familia era el servicio alos demás. Mi madre era una persona socialmente muy comprometida y noperdía ocasión para expresar la importancia que le concedía a ese tipo de acti-vidades. Cuando llegó el momento colaboré —y, en ocasiones, de un modohasta entusiasta— en todo tipo de campañas políticas, enseñando a los niñosdesfavorecidos y participando en manifestaciones en contra de la guerra deVietnam. Poco después, volqué mi activismo escribiendo sobre todas aquellascausas que despertaban mi interés. Luego crecí, me casé y tuve hijos y mi cen-tro de interés se desplazó hacia mi carrera y el bienestar de mi familia. Sólo alcabo del tiempo me di cuenta de que ése había sido el modo en que me rebelécontra mi madre porque, desde mi punto de vista, su forma de compromiso lahabía llevado a descuidarme a mí y mis hermanos y, como reacción, decidí to-mar una ruta diferente.

Entonces fue cuando emprendí los dos caminos más típicamente americanoshacia una vida mejor. El primero de ellos fue creer que el sueño del éxito —sufi-ciente reconocimiento, suficiente dinero, una casa lo suficientemente cómoda,vacaciones más interesantes, un matrimonio que me satisfaciera, hijos sanos yun amplio círculo de amistades— podría proporcionarme la felicidad. Iróni-camente, sin embargo, estaba a punto de alcanzar ese sueño y ya no estaba tanseguro de que el éxito proporcionase la felicidad; en todo caso, sólo se tratabade una pieza más o menos importante de un puzzle mucho mayor.

El segundo fue la psicoterapia. Poco antes de concluir mis estudios universi-tarios, la mujer con la que había estado saliendo los últimos tres años me aban-donó. Ella había sido mi primer amor y me sentía destrozado. Entonces dirigími atención hacia la terapia en busca de respuestas y emprendí un largo psicoa-nálisis freudiano que, con el tiempo, me ayudó a entender los conflictos infanti-les que todavía seguían distorsionando mi presente y las maniobras defensivasque había desarrollado para protegerme de ese dolor. Al cabo de varios años meenamoré de la mujer con la que finalmente habría de casarme y las dificultadesde concentración y disciplina que obstaculizaban mi trabajo comenzaron a ali-viarse. Nunca supe, sin embargo, si esos cambios hubieran tenido lugar por sísolos como fruto del mismo proceso natural del desarrollo.

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Sea cual fuere, no obstante, la respuesta a esta pregunta, finalmente co-mencé a darme cuenta de que mi experiencia con la terapia era un tanto áriday unidimensional. Mi analista era un hombre honesto e inteligente, pero nues-tra relación era demasiado formal. Rara vez experimentaba fuertes emocionesdurante las sesiones —no recuerdo haber llorando ni tampoco haber experi-mentado una intensa angustia— y mi analista nunca me empujó a profundizarsino que, en lugar de ello, guardaba una distancia neutra y mantenía conmigouna relación fría e intelectual. Y, si bien mis circunstancias vitales mejoraroncon el paso del tiempo, también debo decir que no me sentía fundamentalmen-te mejor. Aun así, cuando finalmente decidí abandonar la terapia, tenía emo-ciones muy encontradas. Sabía que aún no había dado con las respuestas queandaba buscando, todavía anhelaba una vida más satisfactoria y seguía sin-tiéndome vacío.

Fue después de haber escrito The Art of the Deal cuando comencé a interesarmepor la meditación. Pero este interés no era especialmente espiritual, porque nun-ca me había llamado la atención una práctica que me parecía tan ajena a la vidacotidiana. La meditación me interesaba en tanto que forma de relajación, por-que sentía que estaba viviendo en un estado de sobreexcitación crónica, ham-briento del próximo chute de adrenalina y seriamente incapaz de relajarme. Asípues, comencé a meditar como una forma de reducir la velocidad por la que dis-curría mi vida.

Para mi sorpresa, sin embargo, la práctica de desidentificarme de los pensa-mientos y descansar en un espacio interno silencioso resultó ser tan relajantecomo movilizadora. Por primera vez me di cuenta de que podía ir más allá delas preocupaciones cotidianas y experimentar una sensación profunda de cal-ma, claridad y bienestar. Al cabo de un tiempo terminé convenciéndome de quefinalmente hallaría la respuesta a las preguntas que tanto me inquietaban y deque acabaría descubriendo el modo de llenar el vacío que me aquejaba.Entonces concluí que las personas suelen desdeñar la meditación porque creenque se trata de una actividad mística que sólo tiene sentido para quienes estándispuestos a renunciar a su vida material y dejar atrás el mundo cotidiano.

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No tardé mucho tiempo en darme cuenta de las aplicaciones prácticas de lameditación. El hecho de aprender a aquietar la mente reducía mi tensión, meayudaba a concentrarme mejor y estimulaba la asimilación de información.Pero, por encima de todo eso, me descubrí experimentando una sensación másamplia de conocimiento y claridad y abriéndome a una visión más expansivadel mundo que resulta difícil de explicar. Empecé sentándome durante veinte otreinta minutos al día y, en ocasiones, hasta una hora. Había momentos, en lasoledad de la meditación, en los que me hallaba más presente, vivo, abierto yconectado con los demás de lo que recordaba haberlo estado nunca. Ahí fuedonde comencé a darme cuenta de que mi vida tenía un sentido y experimentéla sensación inequívoca de que estaba conectado con una realidad superior queme trascendía. Entonces fue cuando decidí que mi vocación como escritor con-sistía en conectar la meditación con la vida cotidiana y encontrar un lenguajeque me permitiera comunicar las experiencias que me proporcionaba.

Pero, en ese intento, ocurrió algo inesperado, porque entonces me di cuentadecepcionado, de que, cuando abría mis ojos y regresaba a la vida cotidiana, notardaba en asumir las viejas pautas de conducta y volvía a preocuparme porcuestiones que, desde la perspectiva meditativa, me hubieran parecido triviales.La impaciencia y el continuo parloteo de mi mente volvían una y otra vez y notardaba en descubrirme buscando la aprobación de los demás y experimentan-do mi acostumbrado desasosiego. Y es que una cosa es llegar a atisbar la indu-dable existencia de una vida mejor y otra muy distinta llegar a encarnarla en lavida cotidiana.

Tal vez, me dije, el problema residía en que recién estaba emprendiendo lameditación. En tal caso, era absurdo esperar cambios duraderos en mi vida encuestión de meses y, mucho menos, la iluminación instantánea. Pero, cuandoconocí a personas que habían consagrado años a la práctica de la meditación,personas que habían construido sus vidas en torno a prácticas espirituales orien-tadas a trascender el ego, me di cuenta de que ellos tampoco parecían haber re-suelto completamente los problemas que me angustiaban. Es cierto que algunosse comportaban de un modo más compasivo, sensible y desinteresado que lamayor parte de las personas que no meditaban. Pero eso, aunque valioso desde

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la perspectiva de los estados meditativos superiores, no parecía proporcionarlas respuestas que yo andaba buscando. El hecho de aprender a aquietar la men-te no es más que una de las piezas del puzzle de la sabiduría y no parecía bastarpor sí misma.

Entonces fue cuando mi búsqueda experimentó una apertura. Sólo más tar-de me di cuenta de que estaba siguiendo una tradición que se remontaba a milesde años, la búsqueda del Santo Grial, la búsqueda del sentido, la búsqueda delyo verdadero, un camino que Joseph Campbell había calificado como el viajedel héroe. También comprendí que estaba buscando una forma de sabiduría quese adaptase a mi vida y a mi entorno cultural. Yo no estaba interesado en renun-ciar a los deseos materiales, mudarme a un ashram o abandonar mis ambicio-nes profesionales, lo único que quería era conectar con algo más profundo enmí mismo y en los demás sin dejar, por ello, de estar apasionadamente compro-metido con el mundo.

Durante cuatro años viajé por todo el país entrevistando a personas cuyasvidas giraban en torno a la búsqueda del sentido, pasé cientos de horas hablan-do con psicólogos, filósofos, médicos, místicos, curanderos, maestros y científi-cos acerca de su visión de las cosas y de sus experiencias. Estudié minuciosa-mente el modo en que los descubrimientos en los campos más convencionales—como la psicología, la medicina y la ciencia— han aumentado nuestro cono-cimiento sobre el significado de una vida más plena. Y siempre que fue posible,experimenté personalmente con los métodos, las tecnologías y las prácticas di-señadas para propiciar la transformación.

Gran parte de estas contribuciones habían nacido al calor del microclimacontracultural de los años sesenta como una reacción en contra del elitismo, laesterilidad y el énfasis del psicoanálisis en la patología. Las personas a quienespregunté estaban interesadas en las potencialidades más elevadas del ser huma-no. Muchos de ellos sacaron su trabajo de la consulta del analista y lo vertieronal mundo. Qué duda cabe de que todos ellos estaban bajo el influjo de la visiónoriginal de Freud en torno a la naturaleza del inconsciente, pero también se ha-llaban atraídos por la visión de Carl G. Jung acerca del «proceso de individua-ción» que nos lleva a descubrir nuestro yo verdadero y por la visión de Wilhelm

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Reich de que la neurosis está anclada en la desconexión del propio cuerpo y la consiguiente incapacidad de experimentar plenamente los sentimientos.Finalmente, muchos de estos pioneros también estaban interesados en llegar auna integración entre la comprensión proporcionada por la psicología modernay la sabiduría de las grandes tradiciones contemplativas orientales.

Así fue como, entre los años sesenta y los setenta, aparecieron multitud deenfoques orientados a la transformación de la conciencia que acabaron inscri-biéndose bajo el epígrafe del movimiento del potencial humano, de la nueva eray de la revolución de la conciencia. Por primera vez en América, la clase mediacomenzó a interesarse abiertamente en cuestiones tales como el autodescubri-miento, el crecimiento personal y la autotrascendencia. Yo no sólo estaba inte-resado en las ideas, las técnicas y las prácticas de las personas con quienes ibatropezando, sino también por el modo en que habían elaborado su obra, por latradición de la que habían extraído su inspiración y por el grado de transforma-ción que había experimentado su vida. Entonces fue cuando tuve una clara evi-dencia de que el ser humano puede evolucionar, tanto en su nivel de concienciacomo en su autoconocimiento y en el rango y profundidad de sus habilidades.Así, mucho antes de experimentar ningún cambio significativo en mi vida, ad-vertí con claridad el enorme potencial desaprovechado del ser humano.

El campo que investigué abarcaba temas y contextos tan diferentes como losprimeros experimentos con drogas psiquedélicas, el nacimiento de la psicologíatranspersonal, la aparición del biofeedback, el estudio exhaustivo de los sueños,la investigación científica de las relaciones existentes entre la mente y el cuerpo,los revolucionarios descubrimientos realizados en torno a los hemisferios cere-brales, derecho e izquierdo, y el intento de importar a Occidente las principalestradiciones orientales (particularmente el yoga y las técnicas meditativas) e in-vestigaciones muy minuciosas y bien documentadas en terrenos habitualmentedominados por el ocultismo, como la parasicología, la sanación a distancia, lasexperiencias extracorporales y las experiencias cercanas a la muerte.

Mi propio viaje incluyó la meditación en contextos tan diversos que ibandesde el retiro semanal en las montañas de Utah, hasta el encuentro silenciosode fin de semana con otros cien buscadores urbanos en una minúscula habita-

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ción de Times Square, en Nueva York, y un curso de meditación trascendentalimpartido en casa a todos los miembros de mi familia. Me tumbé junto a dos-cientas personas en el suelo de una oscura sala en el desierto cercano a PalmSprings a practicar una poderosa técnica respiratoria especialmente diseñadapara ir más allá de la conciencia ordinaria y abrir la puerta a las emociones y losrecuerdos reprimidos (incluida la experiencia del nacimiento). Viajé hastaBerkeley (California) para pasar cinco días haciendo ejercicios orientados a re-cobrar una mayor conciencia de mi cuerpo y descubrir la relación existente en-tre la emoción y la postura corporal. Permanecí conectado a aparatos de bio-feedback en Nueva York, Topeka (Kansas) y Palo Alto (California) que meproporcionaban la información necesaria para modificar a voluntad la tempe-ratura de las manos y los pies, relajar la tensión de mis músculos, modificar elritmo de los latidos de mi corazón, enlentecer mis ondas cerebrales, concentrarmi atención e incluso producir las imágenes del sueño.

Viajé a Cambridge (Massachusetts), para aprender a dibujar utilizando elhemisferio cerebral derecho y a Sarasota (Florida), para aprender a jugar al te-nis en estado de flujo. Consulté a conocidos videntes de ambas costas y fui ma-nipulado por masajistas y terapeutas de orientación corporal de ciudades tandistantes como Boulder (Colorado), Amherst (Massachusetts) y Petaluma(California). Participé en un grupo dirigido por un ministro de la iglesia unita-ria de San Rafael (California) y por un antiguo psicoanalista de Dobbs Ferry(New York) para aprender a interpretar y utilizar creativamente mis sueños.Invertí mucho tiempo en grupos de trabajo de Big Sur (California) y NewRochelle (Nueva York) aprendiendo a observar y cambiar las pautas de perso-nalidad profundamente arraigadas que me encadenaban a respuestas automáti-cas. Pasé varios fines de semana aprendiendo a discernir la diferencia existenteentre la experiencia de mi personalidad y mi esencia subyacente.

Y, por más diferentes que fueran todas esas prácticas y todos los practicantesa quienes consulté, a menudo me sentí muy impactado por la estrecha relaciónexistente entre todas ellas. Cuando llegó el momento de relatar la historia demis viajes, me pareció natural empezar con los pioneros que habían abierto elcamino de la moderna búsqueda americana de la sabiduría intentando estable-

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cer un puente entre las ideas, métodos y técnicas de Oriente y Occidente. A par-tir de ahí, centré mi atención en aquellos practicantes que han desarrollado for-mas muy innovadoras y accesibles de fomentar aspectos concretos del potencialhumano. Finalmente, me fijé en un grupo de personas cuya obra representa elabordaje más amplio, equilibrado y característicamente americano a la sabidu-ría. Y también hice el esfuerzo permanente de separar el trigo de la paja y dediscernir muy claramente las diferencias existentes entre los distintos practican-tes, teorías y prácticas. Y, aunque no encontré ninguna respuesta absoluta a mispreguntas, esta búsqueda me proporcionó la clara sensación de haber aprendi-do a vivir una vida más rica, auténtica y plena.

Durante todo ese tiempo, mi creencia en que habitualmente sólo experimenta-mos una fracción muy limitada de nuestras posibilidades, no hizo sino aumen-tar. Pero cuanto más sencillas eran las soluciones que buscaba, más misteriosasy profundas eran las preguntas que me formulaba. ¿Cómo es posible equilibrarlas necesidades y deseos personales con la orientación más desinteresada y tras-cendente que puede proporcionar la meditación? ¿Cuál es la relación que existeentre lo que Jung denominó la «persona» (la faceta consciente que presentamosal mundo) y la «sombra» (los impulsos y conflictos más oscuros que permane-cen ocultos en nuestro inconsciente)? ¿Cómo reconciliar la sed de conocimientocon el deseo de una acción más clara y eficaz en el mundo? ¿Cómo superar losconflictos existentes entre mi cabeza y mi corazón, entre lo que deduzco de unmodo racional y lógico y lo que siento de un modo intuitivo? Y finalmente¿cómo puedo armonizar mi deseo de crecer y evolucionar con mi instinto igual-mente poderoso de conservar y defender el statu quo, por más imperfecto y do-loroso que pueda ser?

Estos eran los problemas que me acuciaban cuando emprendí la escrituradel presente libro. En tanto que periodista, estaba acostumbrado a presentarlos hechos de un modo frío y objetivo, independientemente de mis sentimien-tos personales, algo que siempre me había parecido imposible, a menos quepretendiera no tener experiencia subjetiva. Además, durante años había estadotratando de presentar todos los puntos de vista posibles de cada historia, para

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acabar descubriendo mi falta de profundidad y honestidad. Cuando abordéeste trabajo, no tenía el menor deseo de informar desde una distancia aséptica.¿Cómo podía, si había emprendido la búsqueda porque anhelaba una vidamás plena y satisfactoria, limitarme a recopilar e interpretar los datos? ¿Cómopodía sumergirme en las experiencias sin tratar de valorarlas? ¿Cómo preten-día, de otro modo, descubrir algo importante? E inversamente ¿cómo podíaextraer conclusiones interesantes y creíbles si suspendía mis facultades críti-cas? Entonces llegué a una conclusión muy simple, experimentar primero yvalorar después.

Lo mismo he hecho con mi presentación de las personas que configuran laesencia de este libro. En tanto que periodista, sabía que el hecho de mantenercierta distancia con respecto a las personas entrevistadas me permite escribirdesapasionadamente sobre ellos. Así pues, estaba acostumbrado a entrevistaren profundidad a una persona, evaluar su trabajo, sus ideas y su vida y fi-nalmente seguía mi camino embargado por una sensación de tristeza y pérdidaporque, después de todo, se trataba de personas cuyas vidas me interesaban yatraían por uno u otro motivo. En esta ocasión, sin embargo, me sentía de todomenos desapasionado, ya que se trataba de personas que encarnaban la sabidu-ría y la integridad, verdaderos modelos a seguir. Con mucha frecuencia, las per-sonas a las que entrevisté compartían mis preocupaciones y pasiones más pro-fundas y no me pareció que pudiera llegar a conocerles realizándoles unas pocaspreguntas. Así fue como llegué a la conclusión de que debía comprometermemás profundamente y establecer una relación más personal con ellos y eso fuelo que hice, hasta el punto de que algunos de ellos terminaron convirtiéndose enbuenos amigos. En cierto modo, yo tenía que sentarme y escribir sobre ellos ysobre su trabajo. ¿Era posible —me preguntaba— valorar honestamente suscontribuciones y el grado en que encarnaban sus visiones, sabiendo que, en al-gunos casos, podría dañarles u ofenderles? ¿Es posible ser, al mismo tiempo,crítico y compasivo, distante y amistoso?

Todavía ignoro cuáles son las respuestas a todas esas preguntas, pero estoyseguro de haber hecho las cosas lo mejor posible. He tratado de valorar la obrade cada uno de ellos en función de toda su vida y de lo que yo estaba tratando de

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definir. ¿Acaso sus ideas, sus técnicas y su conducta cotidiana me ayudaban aavanzar en mi camino? Y, de no ser así, ¿en qué se habían equivocado? Mi inte-rés no se centraba, por tanto, en separar a los buenos de los malos sino, por elcontrario, en definir la naturaleza de una verdadera búsqueda de la sabiduría.No tengo la menor duda de mi visión de las cosas se ha visto influida por misprejuicios, preferencias y resistencias inconscientes, aunque he tratado de estarespecialmente alerta para no caer en mi tendencia automática a centrarme másen las debilidades de las personas que en sus fortalezas. He tratado de resistirmea mi tendencia a extraer conclusiones absolutas y también he intentado valorarla riqueza, complejidad y misterio de las personas con que he ido encontrándo-me a lo largo de mi camino.

Así pues, no me he contentado simplemente con probar las técnicas e inves-tigar las diferentes aproximaciones a la sabiduría, sino que estaba decidido aidentificar un camino y un conjunto de prácticas que pudieran aportar mayorsentido y satisfacción a la existencia. Pronto me quedó claro que el hecho detransformar creencias y conductas profundamente arraigadas requiere de unapráctica disciplinada y continua que permita romper las pautas fijas y adentrar-se en los niveles más profundos de la verdad. Empecé mi viaje con la convicciónde que alguien —o algún camino— lo aclararía finalmente todo. También meresultaba evidente que debía pasar mucho tiempo antes de que pudiera llegar aarticular una visión clara de lo que es una vida sabia y del enfoque más adecua-do para lograrla. Muchas de las personas a las que entrevisté eran muy carismá-ticas y persuasivas y mi fidelidad cambió intensa y frecuentemente.

Entonces me di cuenta de la presencia de una pauta inequívoca. Cada vezque conocía un nuevo maestro, un nuevo sistema, una nueva visión o una técni-ca interesante para adentrarme en las profundidades del inconsciente, me sentíasecuestrado por esa visión y me sumergía completamente en ella, anunciando atodos mis amigos que finalmente había encontrado la respuesta definitiva, locual parecía divertirles mucho. Al cabo de un tiempo, sin embargo, mi pasióninicial daba paso al escepticismo que siempre acecha bajo la superficie, y la téc-nica, que tan poderosa me había parecido al comienzo, acababa mostrandoinexorablemente sus limitaciones. Así fue como, poco a poco, fui cobrando con-

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ciencia de la diferencia existente entre el mensaje inspirador de un determinadomaestro y su conducta cotidiana.

Debo decir que, al comienzo, este fenómeno me resultaba muy decepcionan-te. Al cabo de un tiempo, sin embargo, me di cuenta de que la diferencia exis-tente entre la palabra y la acción no necesariamente significa que la enseñanzacarezca de sabiduría o de que el maestro en cuestión sea un fraude. Entoncesfue cuando comencé a apreciar lo que cualquier persona tiene que ofrecer —in-cluidas sus limitaciones y sus puntos ciegos—, hasta el punto de que comencé asentirme atraído por aquellos maestros que reconocían abiertamente sus con-tradicciones, porque ello significaba que estaban comprometidos con el creci-miento y que eran lo suficientemente valientes como para seguir profundizandoen su propia verdad, por más difícil que ésta pudiera resultar. Se trata de algotan raro que cualquier evidencia en este sentido resulta sumamente inspiradora.

He invertido cuatro años buscando respuestas a dos preguntas muy concre-tas y muy antiguas: ¿Quién soy yo? y ¿Por qué estoy aquí?, dos preguntas quelas personas más sabias con quienes tropecé respondieron de modos muy dife-rentes. Algunos hablaban de la existencia de un yo que se definía por la capaci-dad de invocar a voluntad los pensamientos y emociones necesarias para lograrsus objetivos en el mundo. Otros se referían a un yo real en términos psicológi-cos en tanto que medida de la capacidad de conectar con los sentimientos másprofundos. Otros se centraban en el yo verdadero como la expresión de cuali-dades esenciales innatas que la personalidad cotidiana, el yo, tiende a ocultar yque, en consecuencia, deben ser redescubiertas y cultivadas. Otros, por último,afirmaban que el yo es una ilusión y que el verdadero reto de la vida consiste entrascender el ego y toda sensación de separación y acercarse a una experienciade unidad ilimitada.

En cualquiera de los casos, descubrí que la forma en que las personas defi-nen la naturaleza del yo depende del modo en que contemplan el objetivo de lavida. Para algunos, la aspiración más elevada consiste en el perfeccionamientode uno mismo, para otros se trata del descubrimiento de su propia identidad ypara otros, en fin, de la autotrascendencia y del servicio desinteresado. Desdecierta perspectiva, la meta consiste en desarrollar nuestro potencial a través de

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Introducción

la acción consciente y disciplinada, desde otra consiste en conocerse mejor auno mismo, ser más consciente y estar más despierto, menos defensivo y auto-mático, desde otra, por último, la sabiduría aparece cuando trascendemos nues-tras intenciones racionales y nos entregamos a una sabiduría intuitiva que brotanaturalmente del interior cuando aquietamos nuestro cuerpo y nuestra mente.El gran reto que tuve que afrontar fue el de tratar de integrar todas esas visionesaparentemente tan contradictorias en la vida cotidiana. El libro que presento acontinuación es la historia de mi propia búsqueda de la sabiduría, una historiaque se halla en continuo proceso. Éste, dicho de otro modo, soy yo.

Lo que realmente importa

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