Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el...
-
Upload
maria-riano -
Category
Documents
-
view
780 -
download
0
Transcript of Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el...
Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica
Relaciones de poder en el texto y en el contexto
P r e s e n t a d a p o r : M a r í a d e l P i l a r R i a ñ o P r a d i l l a
Dirigida por: Claudia Leal
Monografía de grado Maestría en Historia
Universidad de los Andes - Facultad de Ciencias Sociales
Departamento de Historia
María del Pilar Riaño
2
Contenido Pág.
Introducción……………………………………………………………………………….3
Sección 1: Viajeros, viajes y „viajados‟ del río Magdalena….……..………………….10
a. El viajero decimonónico…………………………………………………………..12
b. El río Grande de la Magdalena: puerta de entrada a la República………………...22
c. Los bogas………………………………………………………………………….33
Sección 2: Los bogas del río Magdalena: representación y distanciamiento………..40
a. Zambos degenerados……………………………………………………………....43
b. Carácter bárbaro, costumbres repugnantes, seres indisciplinados…………………50
El mal-decir
Los modales y la vida material
La vida licenciosa
c. Geografía de la barbarie…………………………………………………………….62
d. Los gajes del oficio…………………………………………………………………68
e. La seducción de la barbarie…………………………………………………………72
f. Distanciamiento..…………………………………………………………………....77
Sección 3: ¿Viajantes vs. navegantes? El encuentro……………………………………80
a. Los bogas: los amos…………………………………………………………………82
b. El ―indefenso‖ viajero……………………………………………………………….86
c. La negociación……………………………………………………………………....92
El texto y el contexto: a manera de reflexión…………………………………………….97
Bibliografía………………………………………………………………………………...102
María del Pilar Riaño
3
Introducción
En la Conferencia ―Irse, quedarse. Reflexión literario-antropológica sobre el viaje‖, Mary Louise
Pratt planteaba la necesidad de generar avances metodológicos en los estudios sobre la literatura
de viajes, los cuales, a su parecer, han terminado siendo poco innovadores en la medida en que
siguen ocupándose de los mismos temas de los que se ocupan los libros de viaje. Al recordar que
―no hay viaje sin anfitrión‖, y que el enfocarse en los actos de movilidad de los viajeros-
peregrinos no permite a los investigadores ver la inmovilidad de los anfitriones, Pratt planteaba
un giro metodológico: «dejar de acompañar al peregrino para acompañar al anfitrión»1.
El presente trabajo se interesa por un grupo del que se ha hablado de manera fragmentaria, pero
nunca se ha explorado de manera sistemática: los bogas del río Magdalena, quienes fueran por
más de tres siglos los ―motores‖ del transporte fluvial del actual territorio colombiano y los
―anfitriones‖ de los múltiples viajeros que debieron utilizar sus servicios para movilizarse a lo
largo del país. El objetivo— que no logra escapar del todo a las críticas planteadas por Pratt— es
problematizar la manera como los bogas fueron representados en la literatura del siglo XIX. Por
ello, más que insistir en los prejuicios que manejaban los escritores de dicha literatura, se
pretende recalcar aquí que las apreciaciones de los viajeros eran la expresión de la ideología
civilizadora de la cual eran portadores y que enmarcó el pensamiento del siglo en mención. No
obstante, el presente escrito no pretende quedarse únicamente en el estudio de las
representaciones que subyacen a los textos, también se interesa por explorar el encuentro entre
bogas y viajeros y las relaciones de poder que se establecieron tanto en los textos como en el
contexto.
Las fuentes de estudio son relatos de viajes, cuadros de costumbres y algunos ensayos que
distintos viajeros, nacionales y extranjeros, escribieron sobre Colombia a partir de los años veinte
hasta finales del siglo XIX. La periodización es relevante si se tiene en cuenta que después de la
independencia de los países suramericanos, y como producto de la apertura de las puertas
hispanoamericanas al mundo exterior, transitaron por el continente americano viajeros de
1 PRATT, Mary Louise, Irse, quedarse. Reflexión literario-antropológica sobre el viaje, conferencia dictada en la
Universidad de los Andes el 24 de agosto de 2009.
María del Pilar Riaño
4
diferentes nacionalidades; y que, por la misma época, la élite política e intelectual colombiana
debió darse a la tarea de recorrer su propio territorio para redefinir los contornos de un proyecto
nacional. Los textos que tenían como nexo el motivo del viaje y en los cuales se retrataban los
más variados aspectos sobre la vida económica, política, social y cultural de la naciente nación,
por tanto, fueron variados y abundantes durante el periodo en mención2.
El trabajo parte de preguntarse por la manera como se configuraron las imágenes de los bogas del
río Magdalena y por la forma como en esas representaciones contribuyó el encuentro entre éstos
y los viajeros. Responder a esta doble cuestión implica reconocer, siguiendo a Ingrid Bolívar, «el
orden social como un orden construido y no dado» y que «el análisis de las visiones que hacen
inteligible al ―otro‖ pasa por la revisión de los múltiples sentidos con los que una sociedad se
explica, se concibe, y se ve a sí misma»3. Vale la pena aclarar que por viajeros se entenderán no
sólo los visitantes extranjeros, sino también los autores nacionales que en sus escritos elaboraron
textualmente sus experiencias de viaje. Recordemos, como lo ha señalado Santiago Muñoz,
siguiendo a James Clifford, que lo que hacía a un individuo viajero no era únicamente su
movilización geográfica, sino la relación que establecía con el lugar que visitaba, sus intensiones,
su mirada y su ubicación con respecto al entorno: «por más que el boga recorriera las aguas del
Magdalena, el viajero no era él, sino el europeo que transportaba en su champán»4.
Teniendo en cuenta lo anterior, esta investigación se estructura en torno a la hipótesis de que el
proceso de configuración de las representaciones sobre los bogas fue producto tanto del marco
ideológico compartido desde el cual los escritores construían su realidad social, como del
encuentro entre bogas y viajeros. Para ello, argumento que los autores construyeron una imagen
de los bogas como zambos que vivían en un medio ―funesto‖ y que tenían prácticas contrarias a
las de los hombres de ―buenas costumbres‖ a partir de las ideas dominantes entonces en torno a la
raza, el clima, los oficios y la civilización; y que, además, dicha construcción les permitió no sólo
2 El corpus documental está compuesto por 9 textos de autores nacionales y 12 libros de viaje de escritores
extranjeros. Al contexto y a los autores de las fuentes seleccionadas me referiré en las siguientes páginas de esta
introducción. 3 BOLÍVAR, Ingrid, ―Los viajeros del siglo XIX y el ‗proceso de civilización‘: Imágenes de indios, negros y
gauchos‖, en Memoria y Sociedad No. 18, Vol. 9, Bogotá, enero-junio de 2005, p. 20. 4 MUÑOZ, Santiago, ―Las imágenes de viajeros en el siglo XIX. El caso de los grabados de Charles Saffray sobre
Colombia‖, en Historia y Grafía, No. 34, México D. F., Universidad Iberoamericana, 2010, en prensa.
María del Pilar Riaño
5
ubicar a los bogas en el espacio de la barbarie, sino también establecer relaciones de poder,
subordinación, jerarquización y distanciamiento entre ellos y los sujetos a quienes se encontraban
describiendo. A la vez, sostengo que los estereotipos que se tejieron en torno a los bogas se
confirmaban y reforzaban en la travesía por el río Magdalena. Durante el viaje –entendido como
un espacio de encuentro y como una zona de contacto que exigía a los viajeros salir de su medio
social para entrar en el territorio del boga– el ―bárbaro gobernaba‖. Lo anterior, además de irritar
a los viajeros, escapaba a sus ideales de autoproclamada superioridad y los ayudaba a reproducir
la imagen ―bárbara‖ que tenían sobre los bogas. Ambos señalamientos me llevan a proponer que
las relaciones de poder entre bogas y viajeros eran ―opuestas‖ en el texto y en el contexto, y que
dicho contexto fue constitutivo de los mismos textos.
La actualidad de este tema se pone en evidencia si se tiene en cuenta que en las últimas décadas
el estudio de la literatura de viajes se ha convertido en uno de los principales objetos de
investigación de diversas disciplinas que han identificado en los textos de los viajeros el análisis
de formas de saber del mundo y la posibilidad de reflexionar acerca de quién conoce y cómo
conoce. Ejemplo de esto son libros como el de Mary Louise Pratt, Ojos imperiales. Literatura de
viajes y transculturación, y el de Joseph Fontana, Europa ante el espejo, que fueron
fundamentales en el presente trabajo para analizar la manera como los viajeros extranjeros
construían y se apropiaban del ‗otro‘. En Colombia, dicho tema ha sido estudiado por
historiadores como Jaime Jaramillo Uribe en el artículo ―La visión de los otros. Colombia vista
por observadores extranjeros‖ y Jorge Orlando Melo en “La mirada de los franceses: Colombia
en los libros de viaje durante el siglo XIX‖. También ha sido trabajado –desde la perspectiva de
la literatura nacional– por investigadores como Olga Restrepo en su artículo ―Un imaginario de
nación. Lectura de láminas y descripciones de la Comisión Corográfica‖ y Erna von der Walde
en ―El cuadro de costumbres y el proyecto hispano-católico de unificación nacional en
Colombia‖, cuyos trabajos me permitieron caracterizar la literatura de viajes y costumbrista
propia del siglo XIX.
Así mismo, la preocupación por el ‗otro‘ y por la manera como se representa y configura dicha
relación han sido objetivos fundamentales del estudio de la literatura de viajes. El libro de Peter
Burke, Formas de historia cultural –en el cual se acuña el concepto de encuentro cultural–; los ya
María del Pilar Riaño
6
mencionados trabajos de Pratt y Fontana –de los cuales empleé los conceptos de zona de contacto
y de distanciamiento, respectivamente–, y varios escritos de Pierre Bourdieu, en particular El
sentido práctico, del cual tomé la categoría de habitus, me ayudaron a analizar la manera como se
representó al boga y las relaciones subyacentes a dicha representación. También tuvieron una
gran influencia en la construcción del argumento del presente trabajo el libro del historiador
cultural Roger Chartier El mundo como representación y el artículo del sociólogo Norbert Elias
―Conocimiento y poder‖. Del primero me valí de la idea de que las representaciones discursivas
no están separadas de lo material, de las relaciones y que, por lo mismo, la construcción de
sentido por medio de las representaciones y de las prácticas es producto de elementos tanto
discursivos como extradiscursivos. A partir del segundo se configuró la idea de poder como un
atributo de toda relación humana y a plantear que dicha relación surge cuando un grupo o
individuo monopoliza aquello que otro necesita5.
El estudio de las imágenes que se construyen sobre el ‗otro‘ requiere comprender los marcos
interpretativos que delimitan las formas en que los escritores representan lo social. En el siglo
XIX las concepciones que se tenían sobre la raza y la geografía tuvieron un fuerte peso en las
construcciones discursivas. El libro de Julio Arias Nación y diferencia en el siglo XIX
colombiano. Orden nacional, racialismo y taxonomías poblacionales, los conocidos trabajos de
Thomas Skidmore, Black into White. Race and the Nationality in Brazilian Thought, Peter Wade,
Gente negra nación mestiza Dinámicas de las identidades raciales en Colombia, así como el de
Alfonso Múnera, Fronteras imaginadas: la construcción de las razas en el siglo XIX
colombiano, y el artículo de Max Hering ―‘Raza‘: variables históricas‖ –del cual tomé el
concepto de epistemes imperantes–, fueron utilizados para analizar la manera como los bogas y el
territorio en el cual éstos habitaban fueron descritos, imaginados y caracterizados a partir de las
categorías arriba enunciadas.
De acuerdo con el argumento que enmarca la presente investigación, el estudio de las
representaciones que se construyen sobre el ‗otro‘ no debe estar separado de la ―realidad‖. Sin
embargo, pese a su importancia y a la gran abundancia de fuentes primarias que los describen,
5 ELIAS, Norbert, ―Conocimiento y poder‖, en Conocimiento y Poder, Colección Genealogía del Poder No. 24,
Ediciones la Piqueta, Madrid, 1994, p. 52.
María del Pilar Riaño
7
son pocos los trabajos dedicados a los bogas del río Magdalena. Al respecto, vale la pena señalar
el único libro que se dedica exclusivamente a estos remeros: Los bogas de Mompox, Historia del
zambaje del momposino David Ernesto Peñas Galindo. También son significativos los trabajos
de Fals Borda, ―Mompox y Loba‖ –en Historia doble de la costa–; de Eduardo Posada Carbó,
―Bongos, champanes y vapores en la navegación fluvial colombiana del siglo XIX‖; y del
historiador Sergio Paolo Solano, Puertos, sociedad y conflictos en el Caribe colombiano, 1850,
1930, por sólo mencionar una de sus publicaciones. Estos últimos, aunque dan cuenta de
procesos históricos más amplios, resultan un esfuerzo importante por recomponer la historia de
estos sujetos.
Siguiendo los aportes y orientaciones de los autores referidos, la primera sección de este trabajo
está dedicada a la caracterización de los viajeros nacionales y extranjeros que recorrieron las
aguas del Magdalena en el siglo XIX, cuáles fueron sus intereses y qué relación tenía su
movilización con el expansionismo europeo y los procesos de independencia de comienzos del
siglo XIX. Con ayuda de las fuentes, delineo las condiciones del viaje, su recorrido y duración, y
analizo por qué el río y sus sistemas de transporte, a la vez que eran juzgados como reflejo del
atraso de la nación, eran vistos como símbolos de progreso y civilización. Por último, expongo
brevemente lo poco que se conoce sobre los bogas del Magdalena.
La segunda sección explora las representaciones que se construyeron sobre los bogas del
Magdalena en la literatura decimonónica. En ésta, sostengo que las imágenes estereotipadas que
se elaboraron sobre los trabajadores de los champanes estaban ancladas en el habitus de los
viajeros6 y que, por lo mismo, eran producto de las epistemes imperantes desde las cuales los
autores construían su realidad social7. Las ideas preconcebidas propias del siglo XIX –como la
6 El habitus es, para Bourdieu, «un sistema de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas
predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes» (BOURDIEU, Pierre, El sentido práctico, Barcelona,
Editorial Paidós, 1991, p. 92). Según Santiago Castro-Gómez, el concepto de habitus es desarrollado por Bourdieu
con el fin de conceptualizar el modo en que los individuos incorporan en su estructura mental una serie de valores
culturales que les identifican como miembros de un determinado grupo social (CASTRO GÓMEZ, Santiago, La
hybris del punto cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816), Bogotá, Editorial Pontificia
Universidad Javeriana, Instituto Pensar, 2005, p. 81). 7 Por el concepto de episteme Max Hering entiende «un conjunto de conocimientos de una época determinada que
condiciona la construcción discursiva de los saberes» (HERING TORRES, Max, ―Raza‖: variables históricas‖, en
Revista de Estudios Sociales no. 26, Bogotá, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes, abril de 2007,
p. 17).
María del Pilar Riaño
8
opinión que se tenía del zambo como una raza degenerada, de la desnudez como símbolo de
ignorancia y de la influencia de la geografía en el carácter de los hombres, por solo mencionar
algunas de ellas– permitieron a los escritores enmarcar a los bogas dentro de lo ―bárbaro‖, a la
vez que distanciarse y presentarse a sí mismos como modelo de ‗civilidad‘ y como miembros de
un espacio privilegiado de poder.
Partiendo de la idea de Roger Chartier sobre la mutua influencia entre realidad y representación,
la tercera sección se centra en el encuentro entre bogas y viajeros. En ésta, argumento que el viaje
por el río Magdalena implicaba para ambos sujetos no sólo un desplazamiento geográfico, sino el
establecimiento de una zona de contacto en la cual el lenguaje dominante era el del boga8. Lo
anterior ponía a los viajeros en una situación de ―indefensión‖ frente a aquellos sujetos que, como
ya se mencionó, eran concebidos por los escritores como ―bárbaros‖ e ―inferiores‖. De ahí que la
sección se articule en torno al estudio de las ventajas que poseían los bogas –en palabras de un
viajero– para moverse «por sus propias y favorecidas tierras» 9
y a las ―negociaciones‖ que se
dieron entre éstos y los viajeros, sosteniendo que las relaciones de poder ‗asimétricas‘ que se
establecieron durante el encuentro permitieron a los viajeros reforzar ciertos estereotipos en
relación con el boga. De ahí que se concluya que si bien las apreciaciones de los viajeros con
respecto a los bogas fueron producto de la mirada civilizatoria desde la cual los primeros
escribían, también fueron el resultado del encuentro entre ambos sujetos.
La pregunta por las representaciones estereotipadas que se construyeron sobre los bogas durante
el siglo XIX da cuenta de cómo los viajeros-letrados se confirmaron y expresaron su
autoconciencia de superioridad. Además, permite confirmar que los tipos de representaciones que
se consideraron naturales, como la inferioridad de los zambos o la degeneración de los habitantes
de la ―tierra caliente‖, han sido históricamente construidos a partir de la interacción entre
diferentes actores. A la vez, permite ver y entender la manera como se representó a un grupo que,
aunque crucial para el progreso de la nación, fue fuertemente racializado. En definitiva, resulta
8 Por zona de contacto Pratt entiende los «espacios sociales en los que culturas dispares se encuentran, chocan y se
enfrentan, a menudo en relaciones de dominación y subordinación fuertemente asimétricas» (PRATT, Mary Louise,
Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1997, p.
p. 21-22). 9 STEUART, John, Narración de una expedición a la capital de la Nueva Granada y residencia allí de once meses,
Bogotá, Academia de Historia de Bogotá, Tercer Mundo Editores, Colección Viajantes y viajeros, 1989., p.p. 71-72.
María del Pilar Riaño
9
interesante e importante en la medida en que posibilita encontrar los elementos que constituyeron
la estructura de la cultura ―dominante‖ en el siglo XIX y penetrar en el mundo de los valores, del
poder y del lenguaje de la época.
Llegados a este punto, es preciso señalar que a lo largo del proceso de búsqueda, lectura y
análisis de fuentes primeras me preocupé por identificar cambios en el discurso que se construyó
en relación con el boga. Aunque las fuentes parecían ser muy parecidas la una a la otra, suponía
que las representaciones sobre estos sujetos debían variar enormemente, pues no es lo mismo un
viajero de 1820 a uno de 1880 ni un político colombiano a un geógrafo norteamericano. En
efecto, tales diferencias existen. Lo que sorprende, y lo que sorprenderá seguramente a los
lectores, es que no encontré cambios importantes en la manera como se representó al boga del
Magdalena ni en el tiempo ni entre los escritores nacionales y extranjeros. La visión que tenía del
boga el diplomático francés Gaspard Mollien en 1823 era similar a aquella que encontramos en
los textos del escritor colombiano José María Samper en 1861, por ejemplo. Lo anterior implica,
parafraseando a Braudel, que los contextos mentales desde los cuales se representó al boga son de
largo duración10
, y que el discurso construido en torno a lo bogas, por ser éstos un grupo
fuertemente racializado, presenta una continuidad enorme a lo largo del siglo XIX.
Consciente de lo anterior, e interesándome menos en lo que se mueve y más en lo que queda
constante, el presente trabajo se centra en analizar lo homogéneo en los textos, quedando
pendiente realizar un estudio minucioso sobre lo heterogéneo en el cual se puedan establecer
comparaciones más sutiles entre los viajeros nacionales y extranjeros y entre los mismos viajeros.
No debe olvidarse que, si bien los autores eran portadores de epistemes imperantes y se veían
afectados por los valores de su propia cultura, sus intereses personales y su profesión (como en
todo testimonio) debieron influir en la comprensión que cada uno tuvo de los bogas.
10
BRAUDEL, Fernand, ―Historia y Ciencias sociales. La larga duración‖, en Annales, E. S. C., No. 4, París,
octubre-diciembre de 1958, p.p. 725-753.
María del Pilar Riaño
10
Sección 1.
Viajeros, viajes y „viajados‟ del río Magdalena
Producto de las transformaciones que se dieron tanto en Europa como en América, durante las
primeras décadas del siglo XIX llegaron a los puertos de Suramérica viajeros de diferentes
nacionalidades: Hispanoamérica se había abierto a los visitantes y se había convertido, en
palabras de Pratt, en un «Nuevo Mundo, porque había iniciado un camino de experimentación
social para el cual la metrópoli brindaba escasos precedentes»11
. Junto a estos viajeros, el siglo
XIX conoció otros cuyas circunstancias eran diferentes: intelectuales ‗latinoamericanos‘ que
recorrieron sus propias tierras, bien porque se habían dado a la tarea de explorar las nuevas
repúblicas, bien porque se sintieron atraídos por visitar otros lugares y debieron movilizarse para
salir y regresar a sus países de origen.
El actual territorio colombiano fue el destino y el punto de partida de gran cantidad de viajeros12
.
La expansión comercial de las potencias europeas, los procesos independentistas y su ubicación
estratégica como cruce entre Centro y Suramérica, entre el mar Caribe y el Océano Pacífico, y
entre los Andes, los Llanos y la Amazonía, fueron algunos de los elementos que despertaron el
interés de gobiernos, literatos, aventureros y hombres de ciencia13
. Sus experiencias de viaje y su
impresión sobre las tierras visitadas quedarían consignadas en textos de diversa índole; textos que
11
PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 307. 12
Son numerosos los estudios sobre los viajeros extranjeros que durante el siglo XIX visitaron el actual territorio
colombiano. Ver por ejemplo: ANGULO JARAMILLO, Felipe, ―Viajeros franceses del siglo XIX en Colombia. Un
balance bibliográfico‖, en Boletín AFEHC No. 31, agosto de 2007, disponible vía web: http://afehc-historia-
centroamericana.org/index.php?action=fi_aff&id=1649 Consultado el 20 de agosto de 2009; JACQUES
GOINEAU, Jean, ―Presencia francesa y acción diplomática de Francia en Colombia durante el siglo XIX‖, en
Boletín AFEHC No. 31, 2007, disponible vía web: http://afehc-historia-
centroamericana.org/index.php?action=fi_aff&id=1654 Consultado el 20 de agosto de 2009; JARAMILLO
URIBE, Jaime, ―La visión de los otros. Colombia vista por observadores extranjeros‖, en Historia Crítica No. 24,
Bogotá, Universidad de los Andes, 2002, p.p. 7-24; MELO, Jorge Orlando, La mirada de los franceses: Colombia en
los libros de viaje durante el siglo XIX, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/sociologia/melo/franceses.htm Consultado el 20 de abril de 2006; MUÑOZ
ARBELAEZ, Santiago, op. cit; NÚÑEZ, Eduardo, ―Viajeros norteamericanos en el pacífico antes de 1825‖, en
Journal of Inter-American Studies, Vol. 4, No. 3, Miami, University of Miami, 1962, pp. 327-349; OLAVE
QUINTERO, Viviana, ―Viajeros de la avanzada del capitalismo. La visión de Gaspard Théodore Mollien sobre la
política de la Nueva Granada en la post – independencia‖, en Historia y Espacio No. 19, Revista del Departamento
de Historia de la Facultad de Humanidades, Cali, Universidad del Valle, p. p. 5-20, disponible vía web:
http://historiayespacio.com/rev33/art4.html Consultado el 20 de abril de 2010. 13
ANGULO JARAMILLO, Felipe, op. cit.
María del Pilar Riaño
11
evidencian que los escritores –fueran nacionales o extranjeros– eran portadores de ideas
dominantes en su época, como lo fue, por ejemplo, la explicación de los fenómenos históricos a
causa de factores geográficos o por las características que se le atribuían a las diferentes razas14
.
La mayor parte de los viajeros que visitaron Colombia durante el siglo en mención hicieron un
recorrido similar al de Gonzalo Jiménez de Quesada en 1536: después de llegar a Santa Marta o
Cartagena sobre la costa Caribe, remontaron el río Magdalena desde su desembocadura hasta
Honda, para subir de allí a la cordillera Oriental y alcanzar la Sabana de Bogotá15
. Este mismo
trayecto, pero en ocasiones a la inversa, debieron recorrer tanto las mercancías como los viajeros
nacionales que entraron o salieron del país. Todos, o casi todos los viajeros tuvieron, por tanto,
que valerse del río Magdalena para llegar a sus lugares de destino, pues, como lo recuerda
Herrera, el río era la «vía de comunicación estratégica entre la Región Caribe, los Andes centrales
y el interior del continente»16
. Y puesto que el itinerario de viaje era una ocasión propicia para
elaborar un buen relato, en los textos de los viajeros la descripción del río se destacó siempre17
:
no hay una sola de las obras de quienes tomaron esta ruta que no contenga la narración del viaje
por el Magdalena y la caracterización de uno de los sujetos que lo hacían posible: el boga.
Con el fin de presentar el contexto en el que se enmarca el presente trabajo, en las páginas que
siguen expondré quiénes fueron estos viajeros, cuáles fueron sus intereses y qué relación tenía su
movilización con el expansionismo europeo y con los procesos de independencia del siglo XIX.
Posteriormente, hablaré del río Magdalena, de su importancia, y realizaré una descripción de la
experiencia de viaje vivida por los viajeros, delinearé las condiciones del viaje, su recorrido y
duración. Por último, presentaré una breve reseña histórica sobre lo poco que se conoce sobre los
bogas.
14
JARAMILLO URIBE, Jaime, ―La visión de los otros…‖, op. cit., p.p. 8, 19. De este asunto me ocuparé en la
segunda sección. 15
Ibíd., p. 8; ANGULO, Felipe, op. cit. Otros viajeros también entraron por Venezuela, por el sur-oeste (Ecuador y
Perú) o por Panamá. 16
HERRERA ÁNGEL, Martha, ―Transición entre el ordenamiento territorial prehispánico y el colonial en la Nueva
Granada‖, en Historia Crítica No. 32, Bogotá, Universidad de los Andes, julio-diciembre de 2006, p. 135. 17
PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 261.
María del Pilar Riaño
12
a. El viajero decimonónico
Los viajeros extranjeros que recorrieron el río Magdalena durante el siglo XIX fueron, en su
mayoría, emisores de un proyecto expansionista europeo que, si bien se había iniciado en el siglo
XVIII, no había podido concretarse en las colonias americanas debido a los fuertes controles
impuestos por la corona española: la metrópoli, preocupada por la penetración de otras potencias
imperiales extranjeras, había sido muy cuidadosa con el control de la llegada de viajeros a
Hispanoamérica y, por lo mismo, con la expedición de licencias de comercio y de permisos para
explorar sus territorios18
. De ahí que al comenzar el siglo XIX el interior continental de América
permaneciera ―virtualmente‖ inexplorado para los europeos no españoles19
; y que la
independencia significara la apertura a relaciones comerciales entre Europa y América, en
contraposición a los territorios que durante la colonia habían estado cerrados a pueblos diferentes
al español20
: «Sólo después de 18[19] los extranjeros tuvieron la posibilidad de pasearse
[tranquilamente] por el territorio americano y llevar a cabo su proyecto de expansión comercial»,
como lo expresa Olave21
.
Los primeros viajeros interesados en la búsqueda de nuevos mercados y de formas de inversión
llegaron, por tanto, una vez producida la independencia. Como lo ha señalado Jaramillo, las
intenciones comerciales de las potencias europeas –producto de la Revolución Industrial, del
impulso del capitalismo y de las ideologías liberales– presentaban a Colombia como un candidato
potencial para crear proyectos de inversión y para establecer relaciones comerciales entre ésta y
naciones europeas como Inglaterra, Francia, Suecia y Alemania22
. De hecho, por su ya
mencionada ubicación estratégica y por la riqueza natural de su territorio, el país era considerado
un buen mercado para colocar manufacturas y adquirir materias primas y mineras de gran
demanda en Europa. Este interés no era unilateral. En palabras de Olave:
18
Al respecto ver: NÚÑEZ, Eduardo, op. cit., p.328; MUÑÓZ, Santiago, op. cit. 19
SÁNCHEZ, Efraín, ―Agustín Codazzi y la geografía en el siglo XIX‖, en Revista Credencial de Historia No. 42,
Bogotá, 1993, disponible vía web:
http://www.temascolombianos.com/COMISIOM%20COROGRAFICA/AGUSTIN%20CODAZZI%20Por
%20Efrain%20Sanchez%20Cabra.pdf Consultado el 20 de abril de 2010. 20
JARAMILLO, Jaime, ―La visión de los otros…‖ op. cit., p. 13. 21
OLAVE, Viviana, op. cit.; NÚÑEZ, Eduardo, op. cit., p. 332. 22
JARAMILLO, Jaime, ―La visión de los otros…‖ op. cit., p. 13.
María del Pilar Riaño
13
Si para los europeos […] América se convirtió en la posibilidad de obtener mercados
y materias primas, para los americanos la relación económica y política con algunas
potencias europeas se convirtió en la mejor opción de consolidar el proyecto
independentista23
.
Los extranjeros que llegaron a Colombia hacia la década de los años veinte del siglo XIX –y que
seguirían llegando a lo largo de todo el siglo–, se preocuparon por la exploración y
documentación de las tierras del interior del país. Según Pratt, estos viajeros no describirían
realidades que se dieran por nuevas, pues ya no existían lugares no transitados, y, en contraste
con sus predecesores, «no se presentaban como descubridores de un mundo primigenio; los
trozos de la naturaleza que recogerían eran muestras de materias primas, no muestras del designio
cósmico de la naturaleza»24
. De ahí que los ríos –en particular el Magdalena, que por la fertilidad
de sus tierras era visto como un gran depósito de materias primas25
– fueran los protagonistas de
muchos de sus relatos.
Según Beatriz González:
El viajero del siglo XIX es diferente de Marco Polo; se hace necesario distinguirlo de
los cronistas de Indias, a pesar de que uno y otros presentan con su mirada una forma
especial de interpretación. Es un personaje nacido de Rousseau y del romanticismo,
impulsado por Humboldt, que escribe sus observaciones y dibuja a caballo o en
canoa, para quien la rapidez del apunte acuarelado no le hace requerir del estudio
confortable y quien encuentra reposo en los peligros de la selva. Para conocer el
mundo hay que recorrerlo con el lápiz en la mano, decía Herder26
.
No existe un perfil común a los viajeros que llegaron al país y recorrieron el río Magdalena
durante el siglo en mención. Algunos eran científicos; otros, simplemente, aventureros que
23
OLAVE, Viviana, op. cit. Con respecto a las políticas de inmigración, de exportaciones y de atracción de capital
extranjero por parte del gobierno de la Gran Colombia ver BUSHNELL, David, Colombia, una nación a pesar de sí
misma. De los tiempos precolombinos a nuestros días, Bogotá, Planeta, 1996, p. 177; KÖNIG, hans Joachim, En el
camino hacia la nación. Nacionalismo en el proceso de formación del Estado y de la nación de la Nueva Granada
1750 a 1856, Bogotá, Banco de la República, 1994, p. 362; OCAMPO, José Antonio, Colombia y la Economía
Mundial: 1830-1910, Bogotá, Tercer Mundo Editores, Colciencias Fedesarrollo, 1998. 24
Ibíd., p. 51. 25
Al respecto ver: KASTOS, Emiro (Juan de Dios Restrepo), ―Cartas á un amigo de Bogotá‖ en El Neo-granadino
No. 187, Bogotá, 19 de Diciembre de 1851, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/modosycostumbres/ares/ares13.htm. Consultado el 28 de marzo de 2006. 26
GONZÁLEZ, Beatriz, Ramón Torres Méndez. Entre lo pintoresco y la picaresca, Bogotá, Carlos Valencia
Editores, 1986, disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/todaslasartes/torres1/indice.htm
Consultado el 20 de abril de 2010.
María del Pilar Riaño
14
buscaban fortuna o comerciantes en pos de las oportunidades de mercado dejadas por la
desaparición del restrictivo imperio español. También hubo emisarios de gobiernos extranjeros,
tanto en carácter diplomático como contiguo con el espionaje. Igualmente, llegaron personas
contratadas por el gobierno colombiano para desempeñarse en la construcción de obras civiles,
como maestros o consejeros. Según Pratt, la oleada de viajeros
estaba compuesta principalmente por británicos, quienes viajaban y escribían como
exploradores de avanzada del capital europeo. Ingenieros, mineralogistas, criadores,
agrónomos, militares, con frecuencia estos viajeros de comienzos del siglo XIX eran
enviados al ―nuevo continente‖ por compañías de inversores europeos, como
expertos en la búsqueda de recursos explotables, contactos y contratos con las élites
locales, información sobre potenciales emprendimientos, condiciones de trabajo de
mano de obra, transporte, posibilidades de mercado, etc.27
Entre quienes llegaron a Colombia por razones científicas se encontraba el geólogo e ingeniero
Jean Baptiste Boussingault, quien fuera contratado por el gobierno colombiano para realizar
estudios geológicos y colaborar con la fundación de una escuela de ingeniería. Antes de viajar, se
entrevistó con Humboldt: «debíamos recorrer los sitios que él había visitado hacía 20 años y
residir allí para completar y aumentar algunas de las observaciones que había hecho»28
.
Boussingault estuvo en Colombia entre 1822 y 1830. Le seguirían, entre otros, viajeros como el
norteamericano Issac Holton, quien en 1857 visitó el país con el objetivo de estudiar la flora
tropical, además de los problemas educativos y religiosos de la población29
; el geógrafo francés
Eliseé Reclus, el cual residió en Bogotá entre 1855 y 1857, en parte por intereses científicos y en
parte para huir de las persecuciones a sus ideas anarquistas y el también francés Charles Saffray,
quien viajó en 1869 con el objetivo de estudiar las virtudes curativas de las plantas. Otros
viajeros llegaron como representantes diplomáticos y, por lo general, en busca de relaciones
comerciales. El coronel inglés John Potter Hamilton, por ejemplo, viajó a Colombia en 1824
como ―agente confidencial‖ del gobierno francés para estudiar las instituciones políticas de la
naciente nación y, un año más tarde, apareció como ministro plenipotenciario para celebrar un
tratado de comercio. Un año antes había llegado al país el también inglés Charles Stuart
27
PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 257. Ver también MUÑOZ, Santiago, op. cit. 28
BOUSSINGAULT, Jean Baptiste, citado por MELO, Jorge Orlando, op. cit. (En el texto de Melo no aparece la
referencia de la cual fue tomada la cita de Boussingault). 29
NOGUERA, Aníbal, Crónica grande del Río de la Magdalena, Tomo II, Bogotá, Ediciones Sol y Luna, Banco
Cafetero, 1980, p. 61.
María del Pilar Riaño
15
Cochrane, quien traía una misión similar: establecer negocios mercantiles y mineros con la
naciente nación. En 1825 el oficial de la marina real sueca Carl August Gosselman viajó a
Colombia en busca de relaciones comerciales entre los dos países y, en 1828, llegaría el
diplomático francés August Le Moyne, quien fuera secretario de la delegación de Francia y
representante del gobierno de Carlos X30
. Viajeros como el francés Gaspard Theodore Mollien
(1823), el escocés John Steuart (1835) y el sueco Ernst Röthlisberger (1880) arribaron a América
en otras condiciones. El primero, al parecer, llegó por la curiosidad despertada por el impacto que
las narraciones de la independencia habían tenido en Europa. Quería saber cómo se organizaban
las nuevas sociedades y evaluar el papel de Francia en las nuevas naciones31
. Steuart, por su
parte, era fabricante de sombreros y quería estudiar la industria del vestido masculino, mientras
que Röthlisberger fue contratado por el gobierno colombiano como profesor de historia y
filosofía.
Más allá de sus intenciones, todos los viajeros que debieron tomar la ruta del Magdalena
registraron sus impresiones del viaje, ya fuera en bitácoras de recorrido, en informes o reportes
científicos. En los textos, consignaron sus observaciones sobre el ambiente natural y social,
detallaron los ―tipos humanos‖32
–dentro de los cuales el boga fue uno de los más destacados–,
las costumbres de los habitantes, las virtudes y defectos de los pueblos. Según Eduardo Núñez,
hasta el más rutinario informe de situaciones o casos de interés en las relaciones internacionales
dejó espacio para impresiones de viaje, usos y costumbres, o semblanzas de nuevos personajes de
la política33
. El viajero decimonónico, por tanto, era un narrador que presentaba al público el
testimonio de una experiencia de viaje34
.
Es importante aclarar que estos testimonios no eran descripciones espontáneas y objetivas de
nuevas experiencias35
, por lo que es preciso tener en cuenta dos aspectos. En primer lugar, que
30
MELO, Jorge Orlando, op. cit. 31
Ibíd.. 32
Los ´tipos humanos‘ eran tipos regionales fuertemente racializados. Según Arias, «Los tipos obedecían a una
taxonomía confusa y elemental a la vez, cuyo mayor objetivo era clasificar las diferentes variaciones, muestras y
ejemplos de lo nacional» (ARIAS VANEGAS, Julio, Nación y diferencia en el siglo XIX colombiano: orden
nacional, racialismo y taxonomías poblacionales, Bogotá, Uniandes, 2005, p. 82). 33
NÚÑEZ, Eduardo, op. cit., p. 346. 34
MELO, Jorge Orlando, op. cit. 35
BURKE, Peter, Formas de historia cultural, Madrid, Alianza Editorial, 2000, p. 127.
María del Pilar Riaño
16
los viajeros escribían pensando en la ulterior publicación de los textos y en su circulación entre
los lectores europeos, lo que los obligaba a seguir ciertas convenciones literarias y a situarse
dentro de un corpus documental que les daba los parámetros sobre la manera en la que se debía
representar al ‗otro‘36
. Eliseé Reclus, por ejemplo, escribió para la revista más influyente de la
época, la Revue des Deux Mondes, dirigida a un público de élite social y cultural de Francia37
.
Charles Saffray, por su parte, publicó sus notas en el famoso periódico de viajes Le Tour du
Monde, en que se divulgaron numerosos viajes «efectuados en todos los contenientes, incluyendo
los jóvenes países hispanoamericanos y Colombia», como lo señala Angulo38
. Entre quienes
escribieron sobre su estancia en el país, únicamente algunos publicaron sus memorias como un
libro poco después de su regreso, como Gaspard Mollien. Otros lo hicieron muchos años después,
como August Le Moyne, o fueron editados después de su muerte, como fue el caso de
Boussingault. En segundo lugar, que el tiempo con que contaban los viajeros entre el viaje y la
publicación de los textos les permitió leerse y citarse entre ellos. Mollien, por ejemplo, lector de
Humboldt como Boussingault, fue leído por muchos de los europeos que visitaron Colombia en
el siglo XIX. Le Moyne, por su parte, escribió apoyado en su diario de viaje y en viajeros y
escritores casi 40 años después de su salida de Colombia39
. Y Holton, según Noguera, «consultó
lo que pudo: el Semanario de Caldas, el ―Bogotá en 1836-7‖ de Stuart, los artículos de
Boussingault, una publicación del presidente Mosquera, la historia de Plazas y…pare de
contar»40
.
Lo que me interesa resaltar con todo esto, siguiendo a Burke, es el porqué del aspecto retórico y
la importancia de esquemas y lugares comunes en las descripciones. Sólo de esta manera es
posible entender que en la literatura de viajes del siglo XIX –como mostraré en la próxima
sección– se repitieran una y otra vez las convenciones y los temas, y que, según el mismo autor,
las narraciones reflejaran «prejuicios en el sentido literal de opiniones formadas antes [o después]
de que los viajeros salieran de su país, tanto si dichas opiniones eran fruto de conversaciones
36
MUÑÓZ, Santiago, op. cit. 37
ANGULO, Felipe, op. cit. 38
Ibíd. 39
MELO, Jorge Orlando, op. cit. 40
NOGUERA, Aníbal, op. cit., p. 61.
María del Pilar Riaño
17
como de lecturas»41
. Pese a esto, no hay que perder de vista que, como argumento más adelante,
los textos de los viajeros no sólo se construían con base en otros textos y en torno a otros libros,
ni eran una simple copia o repetición de las lecturas efectuadas. Según Patricia Almarcegui,
El viajero proyectaba sus conocimientos en el país visitado y comprobaba con la
mirada que lo que habían leído coincidía con lo que percibía en su visita. Sólo la
comprobación in situ confirmaba los conocimientos adquiridos antes de la partida.
La mirada engendraba conocimiento42
.
El viaje, por tanto, hacía parte de un sistema de conocimiento y de divulgación del ‗otro‘. Fueran
cuales fueren sus nacionalidades, destinos o intereses, los viajeros extranjeros tenían un nexo
común: eran originarios de sociedades ‗modernas‘ que se estaban urbanizando y cuyas costumbres
distaban de aquellas observadas en el país que se encontraban visitando. En este sentido, eran
portadores de las epistemes imperantes y juzgaban el entorno desde la perspectiva europea o
norteamericana. Y ya que en el siglo XIX, en especial, Europa asumió de manera creciente una
visión de sí misma como encarnación del destino humano que habría de extenderse hasta la
periferia ―salvaje‖43
, no sorprende que los autores también escribieran para instaurar una
diferencia. En palabras de Pratt:
Los estudiosos del discurso colonial reconocerán aquí el lenguaje de la misión
civilizadora, con el que los noreuropeos presentan a los pueblos como (para ellos)
―nativos‖, seres incompletos que sufren la incapacidad de haber llegado a ser lo que
son los europeos ya son, o de haberse convertido en lo que los europeos pretendían
que se convirtieran44
.
Ahora bien, tal y como ha sido señalado, los visitantes de las potencias extranjeras no fueron los
únicos en recorrer el territorio colombiano. Al concretarse el proceso independentista, los
intelectuales criollos se dieron a la empresa de viajar por su país y de aventurarse hacia tierras
lejanas en la geografía, como Europa y Estados Unidos. Quienes hicieron lo primero –la mayoría
de ellos científicos interesados en construir, ordenar y pensar la nueva república–, exploraron y
41
BURKE, Peter, op. cit., p 128. 42
ALMARCEGUI, Patricia, ―La metamorfosis del viajero a Oriente‖, Revista de Occidente No. 280, Madrid,
septiembre de 2004, p. 106. 43
MELO, Jorge Orlando, op. cit. 44
PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 268.
María del Pilar Riaño
18
demarcaron un país que les era aún ‗desconocido‘ y clasificaron a sus habitantes con el fin de
definir y crear una idea de nación. Quienes consiguieron lo segundo, viajaron con un objetivo
similar: esbozar los diferentes proyectos de construcción del Estado a la luz de los modelos de
Francia, Estados Unidos o Inglaterra: iban a aprender, a tratar de encontrar las claves de la
‗civilización‘ y ver cómo su experiencia los educaba o servía para educar a los colombianos45
.
Unos y otros, ya fuera para moverse por el interior del país o para entrar y salir del mismo, se
vieron obligados a tomar la ruta del Magdalena.
Al igual que los viajeros extranjeros, los nacionales no se limitaron a redactar informes o a
levantar la cartografía de la República. Sus ‗cuadros‘ de investigación científica sobre las
regiones y sus habitantes así como sus diarios de viaje dieron origen a la aparición de un
sinnúmero de dibujos, grabados, crónicas y libros de viaje en los cuales retrataban los recursos
naturales, la topografía, el relieve, pero también los ―tipos humanos‖, sus usos y costumbres. En
últimas, ―todos los detalles dignos de anotarse‖.
Si se trataba de dar a conocer la nación que a mediados del siglo era una ―incógnita‖ para la gran
mayoría de sus habitantes, no sorprende que las obras realizadas por los viajeros fueran
divulgadas46
. La gran mayoría de los habitantes de las ciudades ―conocerían‖ el país a través de la
lectura de sus descripciones. Entre ellas, las más representativas fueron las de la Comisión
Corográfica, «empresa justamente contratada con el fin de ―dar a conocer el país‖ en sus
relaciones físicas, morales y políticas», como lo anota Olga Restrepo citando la ley que en 1839
había ordenado formar la Carta Geográfica de la Nueva Granada47
.
45
MARTÍNEZ, Frédéric, El nacionalismo cosmopolita: la referencia europea en la construcción nacional en
Colombia, 1845-1900, Bogotá, Banco de la República, Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001. 46
RESTREPO, Olga, RESTREPO, Olga, ―Un imaginario de nación. Lectura de láminas y descripciones de la
Comisión Corográfica‖, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura No. 26, Bogotá, 1999, p. 31. 47
Codificación Nacional de todas las leyes de Colombia desde el año de 1821: hecha conforme a la ley 13 de 1912,
por la sala de Negocios Generales del Consejo de Estado, Vol. 8, Imprenta Nacional, Bogotá, 1924, p.p. 341-342. En
Ibíd., p. 32. Sobre la Comisión Corográfica ver también: GUHL CORPAS, Andrés Ernesto, ―La Comisión
Corográfica y su lugar en la geografía moderna y contemporánea‖, en BARONA BECERRA, Guido, et. Alt. (Org.),
Geografía Física y Política de la Confederación Granadina (Estado de Antioquia), Vol. 4, Medellín, 2005, p.p. 27-
41; RESTREPO, Olga, ―Un imaginario de nación. Lectura de láminas y descripciones de la Comisión Corográfica‖,
en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura No. 26, Bogotá, 1999, p.p. 30-58; ROZO, Esteban,
―Naturaleza, paisaje y viajeros en la Comisión Corográfica‖, en Tabula Rasa. Revista de humanidades, Bogotá,
Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca, 2001, disponible vía web:
http://www.revistatabularasa.org/documents/tesisrozo.pdf Consultado el 24 de enero de 2010.
María del Pilar Riaño
19
Uno de los medios utilizados para poner las obras en circulación fue la prensa. Diversos artículos
circularon en periódicos como El Observador, El Neogranadino, El Tiempo y en revistas como
El Mosaico. Los escritores de esta última, que nació como tertulia en 1858 y que fue dirigida por
José María Vergara y Vergara, se encargaron de procesar parte del legado de la Comisión, pues
muchos de sus miembros habían participado en las expediciones o se habían convertido en
continuadores de su labor una vez se disolvió. Pese a que El Mosaico estaba dedicado
especialmente a asuntos literarios, la noción con la cual operó fue muy amplia, posicionando
escritos como los informes científicos y las crónicas de viaje. El grupo se proponía, como consta
en el núm. 1 del 24 de diciembre de 1858, «hacer conocer el suelo donde recibimos la vida, i
donde seguirán viviendo nuestros hijos. A nosotros nos toca el elogio de las grandes acciones, la
pintura de nuestros usos y costumbres; darles coherencia a las dispersas individualidades del
momento»48
.
El Mosaico se convirtió en el espacio de difusión del costumbrismo y organizó su labor en torno
a este género, el cual incluyó todo tipo de trabajos de descripción de los espacios geográficos del
territorio nacional, de sus gentes, sus formaciones sociales y económicas49
. Gracias a lo anterior,
«este grupo terminó consolidando los contornos de la literatura nacional, afectando sus
desarrollos futuros, al mismo tiempo que su actividad le otorgó el papel fundamental a la
literatura en la formación de los imaginarios nacionales», como argumenta Von der Walde50
. Del
círculo salieron publicaciones como el Museo de cuadros de costumbres, variedades y viajes,
recopilado por el mismo Vergara y Vergara con la colaboración de otros miembros de la tertulia.
Aunque no es mi objetivo caracterizar la literatura costumbrista colombiana, es importante
mencionar que las publicaciones del Museo estaban acompañadas de prólogos que definían los
valores nacionales y que contribuyeron a la configuración de un mapa social de la nación que
tenía como propósito sentar las bases para una pedagogía civilizatoria y ciudadana. Según von
der Walde:
48
Citado por LUQUE MUÑOZ, H., Narradores colombianos del siglo XIX: Introducción, Bogotá, Biblioteca Básica
Colombiana, 1976, p. 3. 49
DER WALDE, Erna, ―El cuadro de costumbres y el proyecto hispano-católico de unificación nacional en
Colombia‖, en ARBOR Ciencia, Pensamiento y cultura, CLXXXIII 724, marzo-abril de 2007,, p. 243. 50
Ibíd.
María del Pilar Riaño
20
El costumbrismo resultó un vehículo apto para crear un mapa cultural del país como
mosaico, una imagen que posibilitó imaginar la ―unidad en la diversidad‖, para usar
uno de los lemas del hispanismo actual. El conjunto amplio de cuentos, poemas,
crónicas de viaje, coplas, láminas y demás materiales que podían ubicarse bajo el
rubro, en los que se retrataban tipos humanos con el trasfondo de paisajes, ilustrando
las diferentes formaciones sociales y económicas, se registraban los hábitos, las
fiestas, las prácticas religiosas, las industrias, las labores del campo, permitieron
trazar los contornos de una ―comunidad imaginada‖51
.
Los escritores costumbristas cuyos textos tenían como motivo el viaje, eran intelectuales
multifacéticos, preocupados por la literatura y la historia, la gramática y la filología, la poesía, el
estudio de las costumbres, la política y la geografía, entre otros52
. De ellos me interesa destacar
aquellos que en sus escritos describieron el río Magdalena, sus experiencias de viaje y
caracterizaron a los sujetos que hacían posible la circulación de bienes y personas: los bogas del
Magdalena. Tal es el caso del ya mencionado escritor y crítico literario bogotano José María
Vergara y Vergara, quien dejó sus impresiones sobre los habitantes del Magdalena en su
reconocida obra Historia de la literatura en la Nueva Granada53
; así como el del político, poeta,
traductor y fundador de El Mosaico, José Joaquín Borda, quien escribió, entre otros, el ‗relato de
viaje‘ titulado ―Seis horas en un champán‖54
; y del antioqueño Emiro Kastos (seudónimo de Juan
de Dios Restrepo), quien fue periodista, comerciante, agricultor, minero, político y autor de
Cartas a un amigo en Bogotá, texto en el que caracterizó a los bogas clasificándolos en
―verdaderos‖ y ―apócrifos‖55
. También me interesa destacar al bogotano Rufino Cuervo, padre
del filólogo y gramático Rufino José Cuervo y autor del primer cuadro de costumbres sobre los
bogas del Magdalena56
; al poeta y escritor cartagenero Manuel María Madiedo, autor del cuento
―El boga del Magdalena‖ y de varios poemas sobre este río57
, y al intelectual y político tolimense
51
Ibíd., p. 248. 52
RESTREPO, Andrés, ―El Mosaico (1858-1872): Nacionalismo, élites y cultura en la segunda mitad del siglo
XIX‖, en Fronteras de la historia, Vol. 8, Bogotá, Ministerio de Cultura, 2003, p. 20. 53
VERGARA Y VERGARA, José María, (1867a). Historia de la Literatura en la Nueva Granada, Bogotá,
Biblioteca Banco Popular, 1974, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/literatura/histolit/indice1.htm Consultado el 20 de noviembre de 2007. 54
BORDA, José Joaquín (1867), "Seis horas en un champán", en Museo de Cuadros de Costumbres. Variedades y
viajes, Tomo II, Bogotá, Biblioteca del Banco Popular, 1973, p.p. 109-124. 55
KASTOS, Emiro (Juan de Dios Restrepo), ―Cartas á un amigo de Bogotá‖, op. cit. 56
CUERVO, Rufino (1840), "El boga del Magdalena", en El Mosaico, Bogotá, Imprenta del Mosaico, 1859, p.p.
265-266. 57
MADIEDO, Manuel María, "El boga del Magdalena", en Museo de Cuadros de Costumbres, Variedades y viajes,
Bogotá, Biblioteca del Banco Popular, 1966, p.p. 13-19.
María del Pilar Riaño
21
José María Samper, quien, además de ser recordado por uno de los trabajos clásicos del
pensamiento colombiano del siglo XIX –Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición
social de las Repúblicas colombianas–, escribió el ‗relato de viaje‘ titulado ―De Honda a
Cartagena‖ 58
.
De acuerdo con la consigna del escritor costumbrista Eugenio Díaz Castro según la cual «los
cuadros de costumbres no se inventan, se copian»59
, la realidad colombiana debía explorarse y
entenderse desde sus propias condiciones, sin afectaciones de ideologías extranjeras60
. Sin
embargo, los escritores del siglo XIX a la vez que seleccionaron y adaptaron los discursos
europeos, retuvieron sus valores: la élite criolla era heredera del discurso europeo, y, a través de
sus escritos, lo reprodujo empleando mecanismos de diferenciación social61
. Sus textos, por tanto,
operaron como un instrumento para la consolidación del proyecto civilizatorio. En definitiva, el
discurso de las élites intelectuales no se alejó de Europa; por el contrario, los escritores se
afirmaron a sí mismos a través de los valores europeos, como mostraré más adelante.
La oleada de viajeros de principios del siglo XIX en Colombia fue, en gran parte, producto de los
intereses comerciales que tenían las potencias europeas sobre las riquezas de América. De igual
forma, fue un proceso practicado por la élite nacional que, tras la independencia, se encontraba en
la tarea de construir una idea de nación. El grupo heterogéneo que recorrió las aguas del
Magdalena registró sus impresiones de viaje en documentos de distinta índole (ya fueran
literarios, reales, producto de una expedición) desde los cuales desplegó estructuras de
significación basadas en lo europeo. Esto implica, parafraseando a Almarcegui, que tan
importantes son las representaciones, es decir, los textos de viaje, como el viaje en cuanto objeto
de las representaciones62
.
58
SAMPER, José María (1861), Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas
colombianas (Hispano-americanas). Con un índice apéndice sobre la orografía y la población de la Confederación
Granadina, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1969; “De Honda a Cartagena", en Museo de
Cuadros de Costumbres, Bogotá, Banco Popular, 1966, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/literatura/cuac/cuac39a.htm Consultado el 14 de marzo de 2006. 59
DÍAZ CASTRO, Eugenio, ―Epígrafe‖, en Manuela, Medellín, Editorial Bedout, 1986. 60
VON DER WALDE, Erna, op. cit., p. 247. 61
CASTRO GÓMEZ, Santiago, op. cit., p. 69. Pese a que Castro Gómez se refiere a los criollos ilustrados del siglo
XVIII, este discurso eurocentrista aparece arraigado en los discursos de los intelectuales criollos del siglo XIX. 62
ALMARCEGUI, Patricia, op. cit., p. 108.
María del Pilar Riaño
22
a. El río Grande de la Magdalena: puerta de entrada a la República
Si algún lugar en el mundo, que no sea prisión,
está calculado para despertar la nostalgia de la tierra y
oprimir el corazón,
es este río Magdalena,
tal como yo lo experimenté en 1836.
(John Steuart, 1989: 83)
CALDAS, Francisco José (1800), ―Mapa del río Magdalena desde La Jagua hasta Honda‖, en Atlas de Colombia, Instituto
Geográfico Agustín Codazzi, Litografía Arco, 1967, p. 21B63.
Como ya se mencionó, el itinerario era una ocasión propicia para generar un buen relato de viaje.
De hecho, se podría afirmar que éste fue un elemento estructural en las narraciones de los viajeros,
las cuales, en gran parte de los casos, se desarrollaban cronológicamente en torno a este eje. El río
Magdalena fue paso ‗obligado‘ para casi todas las personas que llegaron o salieron de Colombia
en el siglo XIX. Ahora bien, dado que el desarrollo económico del país giraba en gran medida
alrededor del río, también fue foco del debate sobre cómo hacer salir a la nueva república del
atraso en el que se encontraba. Debido a su importancia estratégica, por tanto, no pasó inadvertido
en ninguno de los relatos consultados, convirtiéndose en uno de los ―lugares comunes‖ de las
narraciones y en un tópico de gran interés para la literatura decimonónica colombiana.
Concluido el proceso independentista, las vías de comunicación de la naciente nación eran
escasas y precarias. Durante las épocas de lluvia los pocos caminos de herradura existentes eran
intransitables y gran parte de los ríos eran prácticamente innavegables en varios periodos del
63
Disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/geografia/carma/images/9.jpg Consultado el 8 de junio de
2010.
María del Pilar Riaño
23
año64
. No existían entonces otros caminos de la costa atlántica al interior que el río Magdalena, el
Cauca y algunos de sus afluentes. El primero, por atravesar el país de sur a norte, era, en palabras
del viajero John Steuart, la «mismísima puerta de entrada a la República»65
.
Las comunicaciones seguían los ejes impuestos por la geografía66
. El río Magdalena había sido,
desde antes de la conquista española, la columna vertebral del actual territorio colombiano67
. Para
los pobladores prehispánicos fue un corredor primordial: el lugar de asentamiento, la frontera de
comunicación y el canal de navegación y comercio entre los distintos grupos indígenas68
; para los
colonizadores, el principal camino de penetración y conquista del territorio, la ruta de acceso que
determinó la fundación de las ciudades, y el escenario de desarrollo de las regiones, de las
comunicaciones, del comercio, de la política. En definitiva, el soporte esencial para el
mantenimiento de la administración colonial, en la medida que los metales preciosos, los
esclavos, los pasajeros y los bienes de la más variada índole debieron transitar por el Magdalena.
Tal era su importancia durante esta época que, según Borrego Plá, «todo se medía según la
distancia que lo separaba del Magdalena –leguas arriba o abajo»69
.
Ahora bien, si el Magdalena era la principal vía de comunicación de la Nueva Granada y el eje de
sus relaciones entre el interior, la costa y el mundo exterior, no es de extrañar que mantuviera su
importancia en el tránsito de la Colonia a la República, en tanto que, una vez consolidado el
proceso independentista, el río paso de ser una importante ―arteria de comunicación‖ a una
64
POSADA CARBÓ, Eduardo, El Caribe colombiano. Una historia regional (1870-1950), Bogotá, El Áncora
Editores, Banco de la República, 1998, p. 259. Ver también: MOLLIEN, Gaspard (1823), Viaje por la República de
Colombia en 1823, Vol. 1, Bogotá, Colcultura, 1992, p. 67. 65
STEUART, John, op. cit., p. 44. El río Magdalena nace en el Macizo colombiano y desemboca en el mar Caribe. 66
Recordemos, como lo hace Posada Carbó, que el río Magdalena y sus tributarios formaban (y aún forman) una
vasta región natural (El Caribe colombiano…op. cit., p. 259). 67
SÁNCHEZ, Efraín, ―Antiguo modo de viajar en Colombia‖, en CASTRO, Beatriz, Vida cotidiana en Colombia,
en CASTRO, Beatriz (ed), Historia de la vida cotidiana en Colombia, Bogotá, Editorial Norma, 1996, p. 313. Sobre
la historia del río Magdalena y el transporte en Colombia también ver: ACEVEDO LATORRE, Eduardo, El río
grande de la Magdalena. Apuntes sobre su historia, su geografía y sus problemas, Bogotá, Banco de la República,
1981; CRUZ SANTOS, Abel, Por los caminos de Mar, Tierra y Aire. Evolución del transporte en Colombia,
Bogotá, Editorial Kelly, 1973; GÓMEZ PICÓN, Rafael, Magdalena, río de Colombia, Bogotá, Biblioteca
colombiana de cultura, Colección de autores nacionales, 1950; YBOT LEÓN, Antonio, La arteria histórica del
Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Editorial ABC, 1952. 68
Al respecto ver REICHEL-DOLMATOFF, Gerardo, Arqueología de Colombia, Bogotá, Biblioteca Familiar de la
Presidencia de la República, 1997. 69
BORREGO PLA, María del Carmen, ―Impacto de la entronización borbónica en el Caribe neogranadino‖, en
Temas Americanistas No. 19, Sevilla, 2007, p. 17.
María del Pilar Riaño
24
―auténtica autopista fluvial‖. Tanto la oleada de viajeros antes mencionada como el boom de las
exportaciones producto de la llamada ―Revolución de medio siglo‖ –primero de tabaco y quina y
luego de café– estimularon el tránsito y el comercio a través del Magdalena70
. De acuerdo con las
palabras de un viajero de la década de los sesenta del siglo XIX, «la navegación por el
Magdalena [era] bastante activa y sobre todo pintoresca»71
.
Con todo, tres décadas después de la independencia el país todavía confiaba sus comunicaciones
a una red que tenía sus orígenes en la colonia temprana: bongos, piraguas, champanes y pequeñas
canoas seguían siendo los medios de transporte más populares72
. Las condiciones físicas y los
métodos tradicionales empleados para la navegación del río eran considerados un obstáculo para
el desarrollo de las comunicaciones y, por consiguiente, del comercio nacional e internacional.
Con el fin de hacer frente a lo anterior, políticos, intelectuales y hombres de negocios apostaron
su futuro de manera casi exclusiva al mejoramiento de las condiciones de navegación73
, pues,
según Rufino Cuervo, todos confiaban «en que la introducción del vapor en la Nueva Granada se
produciría una revolución completa del comercio, en las empresas y en los negocios…»74
. Hubo,
sin embargo, muchos años de experimentación y de decepción, así como grandes inversiones
económicas, antes de que los vapores fueran acomodados a los problemas especiales del
Magdalena y se regularizara su uso75
. En palabras de un viajero que llegó a Colombia en 1828 y
permaneció en el país hasta 1839:
70
POSADA CARBO, Eduardo, El Caribe colombiano…op. cit., p. 259. El boom de la exportación del tabaco
ocurrió entre 1847 y 1869 gracias a una coyuntura de precios excepcionales en el exterior. El añil, por su parte,
comenzaría a producirse en la década de 1860 en regiones cercanas al valle del río Magdalena. El auge del café se
daría hacia 1880. (GARCÍA, Claudia Mónica, ―Las ‗fiebres del Magdalena‘: medicina y sociedad en la construcción
de una noción médica colombiana, 1859-1886‖, en História, Ciencias, Saúde, Vol. 14, No. 1, Manguinhos, Río de
Janeiro, 2007, p. 76). 71
SAFFRAY, Charles (1869), Viaje a Nueva Granada, Vol. 1, Bogotá, Ministerio de Educación Nacional, 1948, p.
54. 72
POSADA CARBÓ, Eduardo, El Caribe Colombiano…, op. cit., p. 261; GILMORE, Robert Louis, PARKER
HARRISON, John, : GILMORE, Robert Louis, PARKER HARRISON, John, ―Juan Bernanrdo Elbers and the
introduction of steam navigation on the Magdalena river‖, in The Hispanic American Historical Review, Vol. 28, No.
3, North Carolina, Duke University Press, 1948, p. 335. 73
POSADA CARBO, Eduardo, El Caribe colombiano…op. cit., p. 259. 74
CUERVO, Rufino, ―El boga del Magdalena‖, en El Mosaico, Imprenta del Mosaico, Bogotá, 1859, p. 266. 75
A través del Decreto 1 de 3 de Julio de 1823 se concedió a Juan Bernardo Elbers ―el privilegio exclusivo para
establecer buques de vapor por el río Magdalena‖, en Documentos que hicieron un país, Bogotá, Archivo General de
la Nación, Presidencia de la República, 1997, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/docpais/indice.htm Consultado el 2 de junio de 2010. Vale la pena aclarar
que dicho privilegio fue derogado por el Congreso en 1837 debido al incumplimiento de las condiciones inicialmente
María del Pilar Riaño
25
A pesar de que un animal de nombre Elbers ya hubiera traído […] de los Estados
Unidos, al amparo de una exclusiva, dos barcos de vapor para la navegación por el
Magdalena, esos barcos tenían unas dimensiones tan grandes y un calado tan
considerable que cuando el río venía muy crecido y con gran corriente les costaba
mucho trabajo subir contra la corriente y eso a no mayor velocidad que las
embarcaciones corrientes del país […] En una palabra era un servicio paralizado o
mejor dicho fracasado desde un principio, tanto para los viajeros como para los
contratistas, que además no tardó en quebrar76
.
Las dificultades sufridas en la implementación de barcos a vapor hicieron que todos los viajeros
tuvieran, de alguna u otra manera, que valerse de las ‗antiguas‘ embarcaciones para movilizarse
por el interior del país, ya fuera porque los vapores fallaban, porque su calado ocasionaba que se
quedaran encallados en las zonas poco profundas, o porque sus características no les permitían
navegar ciertos brazos o cursos del río –como era el caso de quienes descendían del vapor en la
bodega de Conejo y debían abordar allí un champán para que los condujera hasta Honda–77
. Las
piraguas eran utilizadas por los viajeros que no llevaban mucho equipaje y para el transporte de
correos del gobierno. Mollien las describió como «un tronco de árbol vaciado a hachazos; una
piragua de diez y seis a veinte varas suele costar doscientas piastras; no se pueden transportar en
ellas más de veinte cargas»78
. Los bongos, en palabras de uno de los viajeros que pudo viajar en
vapor, eran «grandes piraguas construidas con troncos de árboles, y que pueden contener de
sesenta a setenta toneladas de mercancías, empléanse para abastecer los mercados que hay a lo
largo del río»79
. Y el champán, según el mismo autor, era
pactadas. Al respecto ver: ―Decreto de 28 de enero de 1837 que declara libre la navegación del río Magdalena en
buques de vapor‖, en Ibíd; GILMORE, Robert Louis, PARKER HARRISON, John, op, cit., p. 359. 76
LE MOYNE, August, Viajes y estancias en América del sur, la Nueva Granada, Santiago de Cuba, Jamaica y el
Istmo de Panamá, Volumen IX, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1945, p.p. 43-44. Énfasis mío.
Con respecto a la introducción de barcos de vapor en el Magdalena ver también: NICHOLS, Theodore, Tres puertos
de Colombia: Estudio sobre el desarrollo de Cartagena, Santa Marta y Barranquilla, Bogotá, Banco Popular, 1973;
PIZANO DE ORTIZ, Sophy, "Don Juan Bernardo Elbers, fundador de la navegación por vapor en el río
Magdalena", en Boletín de Historia y Antigüedades, Volumen XXIX , Bogotá, 1942; POSADA CARBÓ, Eduardo,
―Bongos, champanes y vapores…‖, op. cit; POVEDA RAMOS, Gabriel, Los vapores fluviales en Colombia, Bogotá,
Tercer Mundo Editores, Colciencias, 1998; ZAMBRANO, Fabio, ―La navegación a vapor por el río Magdalena‖, en
Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura Vol. 9, Bogotá, 1979. 77
Al respecto ver: ZAMBRANO, Fabio, op. cit; SÁNCHEZ, Efraín, ―Antiguo modo…”, op. cit., p. 326; SAMPER,
José María, “De Honda a Cartagena‖, op. cit.. 78
MOLLIEN, Gaspard, ―Vías de Comunicación por tierra y por agua - Leyes comerciales‖, en Viaje por la
República de Colombia en 1823, Vol. 1, Bogotá, Colcultura, 1992, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/vireco/vireco0.htm Consultado el 24 de agosto de 2009. 79
SAFFRAY, Charles, op. cit., p. 54.
María del Pilar Riaño
26
un bongo de gran tamaño, protegido por
un tejado de cañas y de hojas de
palmera; […] En cuanto a los pequeños
vapores, son reemplazados con
frecuencia por los champanes. El
interior está dividido por esterillas en
compartimientos que sirven de
habitaciones y almacenes; la cocina se
halla en la proa; en la popa se sitúa el
capitán, que se cubre el cuerpo solo con
una camisa, y se sirve de un largo remo
a guisa de timón [ver imagen]; sobre el
tejadillo se colocan diez o doce negros,
provistos de largas pértigas terminadas
por una horquilla de madera muy dura,
con las cuales hacen avanzar la pesada
madera contra la corriente, lanzando a
intervalos ruidosos gritos80
.
TORRES MÉNDEZ, Ramón, ―El champán, navegación por Magdalena (1851)‖, En Álbum de cuadros de costumbres, París, A.
De la Rue, 1860, p. 281.
Estas últimas embarcaciones, que después del vapor eran una de las más codiciadas por su
capacidad de carga y de pasajeros, pertenecían a unos pocos comerciantes y eran operadas por
grupos de bogas que oscilaban –según el tamaño y la carga– entre diez y veinticinco personas82
.
Cada champán era dirigido por un patrón, un boga que, por su ―destacada‖ labor, había alcanzado
una maestría suficiente para supervisar el trabajo de los demás. Los bogas, siguiendo a Poveda,
impulsaban la embarcación utilizando pértigas de cinco a seis metros de longitud: «cada hombre
apoyaba un extremo de la palanca en su hombro, mientras anclaba el otro extremo en el fondo del
río. Caminando por uno de los bordes, en el sentido contrario al de la dirección del avance del
champán, recorría la toldilla de proa a popa [para hacer avanzar la embarcación»83
. Con respecto
al valor del jornal, Aquileo Parra señalaba que «el servicio de un piloto y dos bogas costaba
80
Ibíd., p. 54-55. Énfasis mío. 81
Tomado de ―Viajeros por Colombia‖, en Galería Histórica, Biblioteca Luis Ángel Arango, Banco de la República,
disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/galeria/images/44.jpg Consultado el 20 de abril
de 2010. 82
«Boga: m. la persona que boga o rema», en Diccionario de la lengua castellana, Madrid, Real Academia
Española, 1859. A los bogas me referiré en el siguiente aparte de la presente sección. Con respecto a los dueños de
las embarcaciones ver: SOLANO, Sergio, Puertos, sociedad y conflictos en el Caribe Colombiano, 1850-1930,
Cartagena, Beca de Investigación Cultural Héctor Rojas Erazo 2001, Observatorio del Caribe Colombiano,
Universidad de Cartagena, Bogotá, 2003, p.p. 38-39. 83
POVEDA RAMOS, Gabriel, op. cit., p. 12.
María del Pilar Riaño
27
treinta y seis pesos»84
. Y sobre el costo de las embarcaciones, Posada Carbo –siguiendo las
relaciones de los viajeros– comenta que: «El capitán Charles Stuart Cochrane, quien alquiló una
piragua en Mompox por US$ 50, calculó que un viaje de Mompox a Honda en champán costaba
US$ 1.200», siendo esta última la embarcación más costosa85
.
Como lo ha señalado Efraín Sánchez, navegar en champán «no era cosa de poca monta,
especialmente para el viajero europeo recién llegado»86
. El camino aguas abajo –de Honda a la
costa– duraba uno o dos meses de acuerdo con el estado del río, del clima y del ánimo de los
bogas87
. Pero el recorrido inverso era a contracorriente y duraba alrededor de cien días: de la
costa hasta Mompox tomaba entre siete y quince días, de Mompox hasta las bodegas de Honda –
donde los viajeros iniciaban su ascenso a la altiplanicie– tardaba otros setenta a ochenta días
según lo caudaloso o seco del río, y el paseo de mula de esta última población hasta Bogotá
requería de tres a cuatro días, si no era en temporada de lluvia88
. El itinerario, por tanto, era
irregular. El argentino Miguel Cané, quien tras llegar al país en 1880 describió «las condiciones
antiguas del viaje», anotó que «el viaje, de esta manera, duraba en general tres meses, al fin de
los cuales el paciente llegaba á Honda, con treinta libras menos de peso, hecho pedazos por los
mosquitos, hambriento y paralizado por la inmovilidad; de una postura de ídolo azteca»89
.
En efecto, el viaje en champán por el Magdalena implicaba muchas incomodidades, riesgos y
demoras. Durante los meses de sequía su navegación era extremadamente difícil, pues el
estrechamiento del canal impedía el paso de algunos de los botes90
. El mismo Cané describió así
las características físicas que dificultaban la navegación por el río:
84
PARRA, Aquileo, "Las ferias en Magangué", en Memorias, Bogotá, Imprenta La Luz; Librería Colombiana, 1912,
disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/parra/parra9.htm Consultado el 26 de marzo de
2006. 85
POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Bongos, champanes y vapores…‖, op. cit. 86
SÁNCHEZ, Efraín, ―Antiguo modo…‖, op. cit., p. 317. 87
A este tema haré referencia en la siguiente sección. 88
GILMORE, Robert Louis, PARKER HARRISON, John, op. cit., p. 336; POVEDA RAMOS, Gabriel, op. cit., p.p.
13-17. 89
CANÉ, Miguel, Notas de viaje sobre Venezuela y Colombia, Bogotá, Biblioteca y centenario Colcultura. Viajeros
por Colombia, 1992, p. 67. 90
STEUART, John, op. cit., p. 260.
María del Pilar Riaño
28
La naturaleza de su lecho arenoso y movible, que forma bancos con asombrosa
rapidez sobre los troncos inmensos que arrastra en su curso, arrebatados por la
corriente á orillas socavadas, su anchura extraordinaria en algunos puntos, que hace
extender las aguas, en lo que se llaman regaderos, sin profundidad ninguna, pues
rara vez tienen más de cuatro pies; la variación constante en la dirección de los
canales, determinada por el movimiento de las arenas de que he hablado antes; los
rápidos violentos, llamados chorros, donde la corriente alcanza hasta catorce y
quince millas: he ahí (y sólo consigno los principales), los inconvenientes con que se
ha tenido que luchar para establecer de una manera regular la navegación del
Magdalena, única vía para penetrar al interior91
.
El calor, los mosquitos, la pésima alimentación y las condiciones en las cuales viajaban los
pasajeros –quienes compartían el espacio con otros visitantes, con los bogas, la carga, las pacas
de tabaco y a veces con animales– también hacían que el trayecto fuera una experiencia
―inolvidable‖ para los viajeros, por lo que sus descripciones están llenas de lamentaciones en
torno a este modo de viajar92
. Al respecto, el comerciante Emiro Kastos comentaba que: «El
champán que me tocó en suerte es como todos caliente, estrecho, poblado de moscos y zancudos,
parecido a la prisión de Cervantes, en que toda incomodidad tiene su asiento y todo triste ruido
hace su habitación»93
. Las palabras de John Potter Hamilton eran similares:
Creo que la navegación para remontar el río, estando encerrado todo el día en un
champán con los bogas, el intenso calor del clima, las nubes de mosquitos de
diferentes clases y tamaños, de las cuales hay cinco, y el dormir en las orillas
calientes de los ríos, es una peregrinación mala e incómoda que tiene que sufrir el ser
humano94
.
Adicionalmente, para algunos pasajeros el viaje por el Magdalena era tan espantoso que ni servía
para recrear la vista95
: nada existía más aburrido que recorrer la invariable naturaleza que
bordeaba el río96
. Según Mollien, «sus márgenes más fértiles que deberían estar cubiertas de
cacaotales, de caña de azúcar, de cafetos, de añil, de tabaco […] están, por el contrario, erizadas
91
CANÉ, Miguel, op. cit., p. 67. Énfasis mio. 92
POSADA CARBÓ, Eduardo, El Caribe…op. cit., p. 271; RAMON, Gabriel, op. cit., p. 16. 93
KASTOS, Emiro, op. cit. 94
HAMILTON, John Potter (1827), Viajes por el interior de las provincias de Colombia, Vols. I, Bogotá, Banco de
la República, 1993, disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/viinpro/viinpro0a.htm
Consultado el 21 de febrero de 2006. Al respecto ver también: STEUART, John, op. cit., p. 71; CUERVO, Rufino,
―El boga del Magdalena‖, op. cit., p.p. 265-266; PARRA, Aquileo, op. cit.; CANÉ, Miguel, op. cit. 95
MOLLIEN, Gaspard (1823), Viaje por la República de Colombia en 1823, Vol. 1, Bogotá, Colcultura, 1992, p. 67. 96
GOSSELMAN, Carl August, Viaje por Colombia 1825 y 1826, Bogotá, Publicaciones Banco de la República,
Archivo de la Economía Nacional, 1981, p. 42.
María del Pilar Riaño
29
de malezas, de bejucos, de espinas de entre las cuales emergen cocoteros y palmeras»97
. Para
Holton el paisaje «tenía el aspecto de un invernadero sin límites»98
. Y, para Miguel Cané, no era
«más que una mortaja tropical»99
.
Otros viajeros, por el contrario, encontraban en el paisaje la única dicha del viaje. Saffray, por
ejemplo, comentaba que pese a la lentitud de la navegación, «aún se quisiera ir más despacio, a
fin de disfrutar mejor las de las bellezas del paisaje, cuyo aspecto cambia de continuo […] A cada
hora se experimentan nuevas sensaciones; a cada vuelta del río se recibe una sorpresa»100
. Para
Steuart, nada podía «sobrepasar la belleza primitiva de tal escenario […] aún el más simplón de
mis compañeros no puede menos de compartir el sentimiento de admiración y el encanto que me
produce el paisaje»101
. Y, para José María Samper, aunque el panorama producía «miedo y
admiración al mismo tiempo», la vegetación era incomparable, constituyendo «el fondo del
inmenso cuadro»102
.
Un itinerario típico del ascenso por el Magdalena en champán incluía, además de las
incomodidades mencionadas, numerosas paradas. Remolino, El Peñón, Barranca Nueva y El
Plato, eran sólo algunos de los primeros pueblos en los que los champanes solían hacer sus
paradas, ya fuera para abastecerse de alimentos, descargar mercancías y pasajeros, pernoctar,
divertirse o descansar algunas horas. Estas paradas, según lo expresan las palabras de Rufino
Cuervo, eran ‗insufribles‘:
En el Peñón debíamos permanecer tres días, para que tomasen descanso los bogas.-
Qué, ¿en este lugar hemos de estar tres días sufriendo calor, mosco i aburrimiento?
Decía á uno de ellos mi compañero. Sí, blanco, respondía el boga, aquí mismo- ¿i no
hai otro mejor lugar para hacer parada? No, blanco: si en las orillas del Magdalena
97
MOLLIEN, Gaspard, op. cit., p. 67. Al respect o ver también: SAMPER, José María, ―De Honda a Cartagena‖, op.
cit. 98
HOLTON, Isaac F., La Nueva Granada: veinte meses en los Andes, Bogotá, Traducción de Ángela Mejía de
López, Banco de la República, Archivo de la Economía Nacional, 1981, p. 34. 99
CANÉ, Miguel, op. cit. 100
SAFFRAY, Charles, op. cit., p. 67. 101
STEUART, John, op. cit., p. 40. Al respecto ver también: BORDA, José Joaquín, ―Seis horas a Bordo de un
champán‖, op. cit. 102
SAMPER, José María, ―De Honda a Cartagena‖, op. cit.
María del Pilar Riaño
30
hubiera ciudades i posadas, i no se sintiera calor i mosquito, tanto mejor para el boga
i para el blanco, pero no sucede así103
.
Luego seguiría Mompox, uno de los puertos que más se benefició del transporte fluvial hasta que
el curso principal del río se desvió al brazo de Loba a mediados del siglo XIX, cediendo su
camino a Maguangué. En adelante, Morales, San Pablo, San Bartolomé, Garrapata, Puerto Nare,
Buena Vista y Honda104
. Algunos seguirían río arriba hasta Ambalema, región que desde 1840 se
había convertido en la principal productora de tabaco para consumo nacional y para la
exportación por el río Magdalena105
.
Vale la pena aclarar que no todas las paradas eran despreciadas por los pasajeros. Aquellas en los
centros urbanos que gozaban de una buena condición comercial y portuaria, como Honda y
Mompox, ofrecían diversiones a los viajeros, como lo ha señalado Sergio Paolo Solano:
En medio de la monotonía de las poblaciones [y del viaje], los puertos eran lugares
en los que se vivía intensamente. Al ser sitios de múltiples funciones a él convergían
flujos humanos de todas las condiciones sociales; sus alrededores se convertían en
espacios propicios para que surgieran establecimientos de diversión […] si el
pasajero bajaba a tierra y recorría sus intermediaciones lo que avizoraba eran mesas
de juego, fandangos nocturnos organizados como negocios, fondas, cantinas,
vendedores al menudeo, hoteles de mala muerte, vagos, lupanares.106
.
Luego de soportar la ―mala‖ e incómoda navegación por el río Magdalena, el viajero tenía que
seguir su «peregrinación»107
. Si iba para Medellín, debía bajarse en Puerto Nare y subir en canoa
hasta la bodega de San Cristobal, para luego ascender por tierra a través de Marinilla y Rionegro.
Si su destino era Bogotá, seguiría de Honda a Guaduas, Alto del Trigo, Villeta, Los
103
CUERVO, Rufino, ―El boga del Magdalena‖, op. cit., p. 265. 104
SÁNCHEZ, Efraín, ―Antiguo modo…‖, op. cit., p. 325. 105
GARCÍA, Claudia Mónica, op. cit., p. 73. Si bien se producía tabaco en la región de Ambalema desde el siglo
XVII, a partir de 1840 se expandió significativamente el área de cultivo. Además, Ambalema no sólo producía la
mayor parte del tabaco sino que era el lugar en que se ubicaba el centro de acopio más importante desde el siglo
XVIII. 106
SOLANO, Sergio, ―Puertos, sociedad y conflictos en el Caribe Colombiano, 1850-1930, op. cit, p. 6. El autor
dedica un capítulo de su trabajo al estudio del ambiente cultural de los puertos en dos dimensiones: «como epicentro
del desorden social y como espacio de trabajo». 107
HAMILTON, John P., op. cit.
María del Pilar Riaño
31
Manzanos108
. De ahí que el viajero francés Gaspard Mollien afirmara que «no hay parte del viaje
que sea soportable. Todo el recorrido, el clima y el paisaje traen sus horrores»109
.
La síntesis del viaje por el Magdalena en champán debe servir para ilustrar por qué, ante el
creciente interés de las élites nacionales por incursionar en el mercado mundial y hacer parte del
modelo agroexportador, «los malditos champanes» –en palabras de Emiro Kastos– «con su
incomodidad y lentitud, acobarda[ban] al viajero y desespera[ban] al hombre de negocios»110
.
También debe ayudarnos entender los motivos por los cuales muchos de los viajeros que
visitaron el país durante el siglo XIX argumentaron que las dificultades en materia de
comunicación representaban serios obstáculos para el comercio entre Colombia y las naciones
extranjeras. Sus quejas, que aparecen tanto en los relatos de viaje de la primera mitad del siglo en
mención como de la segunda, evidencian que, a pesar de su importancia, las condiciones de
navegación variaron muy poco entre una época y otra111
. Charles Cochrane, quien viajó al país
entre 1823 y 1824, señalaba que «a menos que se introduzcan barcos de vapor […] los viajeros
deben abstenerse de comerciar o de viajar por el país»112
. Y en 1869 un viajero que llegó al país
una vez ‗regularizada‘ la navegación a vapor afirmaría que era fácil comprender «hasta qué punto
debe resentirse el comercio y la industria en un país donde los transportes son tan lentos y
onerosos»113
. Por último, la recreación del viaje debe servir para evidenciar lo obvio: que los
vapores, al representar una indudable mejora en las condiciones y en el tiempo del viaje, fueran
vistos como un símbolo de progreso y civilización.
Recordemos que en la segunda mitad del siglo XIX el comercio de los productos agrícolas,
además de las importaciones, estaba ligado al desarrollo del transporte por el río Magdalena114
.
108
SÁNCHEZ, Efraín, ―Antiguo modo…‖, op. cit., p. 326. 109
MOLLIEN, Gaspard, op. cit., p. 92. 110
KASTOS, Emiro, op. cit. 111
POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Bongos, champanes y vapores en la navegación fluvial colombiana del siglo
XIX‖, en Boletín Cultural y Bibliográfico No. 21, Volumen XXVI, Bogotá, 1989, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/boletin/boleti5/bol21/bongos.htm Consultado el 5 de
marzo de 2006. 112
COCHRENE, Charles Stuart (1825), Viajes por Colombia 1823 y 1824, Bogotá, Biblioteca del V Centenario
Colcultura, Viajeros por Colombia, 1994, p. 65. Ver también: STEUART, John, op. cit., p. 37; SAFFRAY, Charles,
op. cit., p. 78. 113
SAFFRAY, Charles, op. cit., p. 78. 114
POSADA CARBÓ, Eduardo, El Caribe Colombiano, op, cit., p. 269.
María del Pilar Riaño
32
Por ello, frente a una región que se identificaba con el futuro económico del país –pues la
producción que sostenía dichas importaciones estaba localizada en las márgenes del alto
Magdalena–, sus sistemas de transporte heredados de la colonia se presentaban como un
obstáculo para el progreso de la nación. En palabras de José Joaquín Borda: «el champán es el
símbolo de nuestra primitiva época. En vano flota sobre su cubierta la bandera de la República
[…] el lujoso y cómodo vapor, prenda de civilización moderna y esperanza en lo porvenir»115
.
Como ya se mencionó, pese a las esperanzas puestas en los buques de vapor, durante el siglo XIX
«los vapores, ―prendas de la civilización moderna‖, y los bongos y champanes, ―recuerdo de lo
pasado‖, siguieron conviviendo en el Magdalena»116
. El boga con quien viajó seis horas en un
champán el optimista Rufino Cuervo parecía tener la razón: «Pero blanco, dijo con sorna el boga
consabido, con estos buques no podrán hacer ustedes todo lo que dicen, y por mucho tiempo solo
el pecho del boga vencerá la corriente y los caprichos del Magdalena»117
.
115
BORDA, José Joaquín (1867), "Seis horas en un champán", op. cit., p. 124. Al respecto ver también: SAMPER,
José María, ―De Honda a Cartagena‖, op. cit; GOSSELMAN, Carl August, op. cit.; KASTOS, Emiro, op. cit. 116
POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Bongos, champanes y vapores…‖, op. cit. 117
CUERVO, Rufino, ―El boga del Magdalena‖, op. cit., p. 266.
María del Pilar Riaño
33
c. Los bogas
El boga, boga,
preso en su aguda piragua,
y el remo, rema: interroga
al agua.
Y el boga, boga.
(Nicolás Guillén, 1946)
TORRES MÉNDEZ, Ramón, ―Tipos de bogas del Magdalena‖, sin fecha118.
Los bogas del río Magdalena fueron los verdaderos ―motores‖ del transporte fluvial en Colombia
durante más de tres siglos119
. El control exclusivo que tuvieron de la navegación por el río hasta
la llegada de los vapores hizo que ocuparan un lugar central en el desarrollo de la unidad política
y económica del país, y en la construcción de un estado-nación que, como ya mencioné, requería
urgentemente de las comunicaciones. De ahí que se pueda afirmar que sin estos trabajadores, en
palabras de José María Samper, no habría habido «navegación (a pesar de los vapores), ni tráfico
alguno»120
.
Pero los bogas fueron más que «marineros de agua dulce»121
, fueron los ‗compañeros‘ y
‗anfitriones‘ de los viajeros nacionales y extranjeros que recorrieron las aguas del Magdalena
durante largos días o meses: compañeros, en la medida en que condujeron los trayectos de los
118
Disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/exhibiciones/humboldt/images/viajes/magdalena-
tipos-peque.jpg Consultado el 8 de junio de 2010. 119
POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Viaje en champán. Los bogas de Mompox de David Ernesto Peñas Galindo‖, en
Boletín Cultural y Bibliográfico No. 19, Volumen XXVI, 1989, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/boletin/boleti5/bol19/viaje.htm Consultado el 14 de
mayo de 2010. Según Sergio Paolo Solano, «El uso del concepto ―boga‖ no llama la atención si se desconoce que a
lo largo del siglo XIX tuvo un desplazamiento semántico, pues de haber derivado del verbo ―bogar‖ empleado para
designar el oficio de remar, adquirió luego una fuerte carga peyorativa al señalar a una persona de ―malos modales‖,
lo que supuso una actitud discriminatoria» (―De bogas a navegantes: los tripulantes de los barcos de vapor del río
Magdalena, 1850-1930‖, en Historia Caribe No. 3, Barranquilla, Universidad del Atlántico, disponible vía web:
http://sites.google.com/site/sergiopaolosolano/ Consultado el 27 de agosto de 2009). 120
SAMPER, José María, Ensayo sobre las revoluciones políticas…op. cit., p. 100. 121
De acuerdo con Sergio Paolo Solano, era usual que los capitanes y trabajadores de la mar emplearan la expresión
―marinero de agua dulce‖ para referirse a los trabajadores del río. Esta expresión cargaba cierto tono despect ivo.
(SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, Puertos, sociedad y conflictos en el Caribe colombiano…op. cit, p. 37).
María del Pilar Riaño
34
pasajeros, viajaron con ellos; anfitriones, debido a que determinaron la ruta, las condiciones de
viaje y solucionaron, en gran medida, la supervivencia básica de los pasajeros, como veremos
más adelante. Los espacios de trabajo de los bogas –bongos, piraguas y champanes– por tanto,
fueron lugares de encuentro, zonas de contacto que permitieron la presencia conjunta, espacial y
temporal, de sujetos que habían estado separados geográfica e históricamente, cuyas trayectorias
se interceptaron por una ‗necesidad‘ laboral o de movilidad122
. ‗Motores‘, ‗compañeros‘,
‗anfitriones‘. Pese a su importancia, como lo ha señalado Sergio Paolo Solano, «sigue siendo
poco lo que conocemos sobre este trabajador a pesar de los esfuerzos de los investigadores, pues
las fuentes más empleadas para su estudio (viajeros) han terminado por imponer una visión hasta
cierto tipo estereotipada»123
. De hecho, la lectura de los viajeros que se aventuraron por el río
Grande durante el siglo XIX ha generado que se identifique a los bogas con esta época. Su
presencia, sin embargo, se remonta a los años de los encomenderos, cuando el tributo de los
indios se trasladó a la lucha contra la corriente del río en busca de Honda124
. Veamos lo poco que
se conoce sobre su historia.
A lo largo del siglo XVI se utilizó en la construcción de canoas y en el transporte de productos
por el río Magdalena a indígenas desarraigados del altiplano y trasladados por la fuerza a las
regiones de los cursos medio y bajo del río125
. Su empleo en estos oficios no era ―legal‖, pues
implicaba trabajo forzoso y llevaba, según se comprobaría desde los primeros años, a la
decadencia física de la población indígena. Pese a las múltiples disposiciones promulgadas por el
gobierno colonial con el propósito de proteger a los indios, su uso como mano de obra en este
tipo de labores se constituyó en una práctica común hasta finales del siglo en mención: los
encomenderos siguieron obligando a los indios a servir en los champanes, dando nacimiento a la
boga del Magdalena126
.
En 1542 Carlos V promulgó las Leyes Nuevas, con las cuales pretendía contener el creciente
poder de los encomenderos, ordenar la tasación estricta del tributo indígena y anular el servicio
122
PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 26. 123
SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, Puertos, sociedad y conflictos…op. cit., p. 38. 124
POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Viaje en champán…‖, op. cit 125
DEL CASTILLO, Nicolás, La llave de las Indias, Vol. 1, Bogotá, Ediciones El Tiempo, 1981, p. 111. 126
PEÑAS GALINDO, David Ernesto, Los bogas de Mompox, Bogotá, Tercer Mundo, 1988, p. 22; FALS BORDA,
Orlando, op. cit., p.p. 34B, 45A.
María del Pilar Riaño
35
personal y la ‗esclavitud‘ de los indios127
. Sus disposiciones, aunque bien intencionadas, no se
cumplieron o se cumplieron sólo en parte128
: el dinamismo del comercio y las necesidades de
seguir utilizando la única vía de comunicación de que disponía la provincia ‗obligaron‘ a los
encomenderos a violar la restrictiva legislación española y a explotar a los nativos cobrándoles la
tasación del tributo (que debía pagarse en oro) en forma de boga129
. Según Fals Borda, la
intención de la corona española cuando permitió que los indios trabajaran en la boga fue «que
estos recibieran toda la paga, 3 o 4 pesos, que les correspondía por viaje. […] Pero los
encomenderos entendieron la cédula a su modo, en el sentido de que podían exigir la boga a los
indios como servicio personal o como mita, sin remunerarlos»130
. Justamente, por la misma época
ya se había instaurado en Mompox una situación sui géneris en cuanto al sistema de tributación
se refiere131
: la boga se había convertido en un servicio personal extraordinario, en una especie de
mita sin remuneración alguna, y Mompox, en el lugar de acopio de mercancías y en la capital del
contrabando del Nuevo Reino132
. Según Borrego Plá,
la Villa de Mompox, era la única que podía prestar no sólo el tipo de transporte
adecuado –las canoas- sino también la tripulación indígena –los bogas- e incluso
bastimentos y víveres para la travesía –pescado salado y manteca de manatí- que se
producían en sus pesquerías133
.
Como puede suponerse, la población indígena comenzó a controlar casi la totalidad del tránsito
de las mercancías del reino, pero también a sucumbir, pues no soportó el traslado, las plagas, ni el
«ritmo matador de la tarea»134
. En 1560, por tanto, se redactaron nuevas ordenanzas que limitaron
el peso de la carga y aumentaron el número de remeros por trayecto. Según Nicolás del Castillo,
estas ordenanzas «prescribieron el uso de sombreros, esterillas y toldos para los bogas con el
127
FALS BORDA. Orlando, op. cit., p. 41A; PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p. 21. 128
DEL CASTILLO, Nicolás, op. cit., p. 110. 129
BORREGO PLA, María del Carmen, Cartagena de indias en el siglo XVI, V. CClXXXVIII, Sevilla, Escuela de
estudios Hispano-Americanos, 1983, p. 132; PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p. 23. 130
FALS BORDA, Orlando, op. cit., p. 46A. 131
PELAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p. 21. 132
FALS BORDA, Orlando, op. cit., p.p. 35B; 40B 133
BORREGO PLÁ, María del Carmen, ―Mompox y el control de la boga del Magdalena‖, en Temas Americanistas
No. 4, Sevilla, 1984, p. 1. Según Fals Borda, «desde el descubrimiento del Nuevo Reino de Granada, Mompox se
desarrolló, además, como puerto obligado de descanso en el viaje por el río Magdalena hacia el interior» (op. cit., p.
35B) 134
Ibíd., p. 45A
María del Pilar Riaño
36
objeto de protegerlos de las plagas y los rigores del clima»135
, además de otorgar a los indígenas
dos meses de descanso136
. Con todo, de nuevo poco o nada se cumplieron las leyes, pues los
bogas continuaron navegando sin protección alguna137
. La magnitud de la problemática quedó
consignada en la carta que Martín Camacho envió al rey Felipe II en 1596:
Redimir a esos miserables indios del martirio que a tantos ha consumido con fin
desastrado pues siendo que los indios estaban poblados veinticinco años ha, y
entendían en aquella boga, más de cuarenta mil han venido a reducirse a menos de
mil […] los cuales indios como no son marineros ni bogaron en su vida, y el trabajo
de la boga es tan grande, se mueren como moscas, y de esta manera afirmo a Vuestra
Majestad según he sido informado de cristianos religiosos doctrineros, y yo he visto
que no hay año que no consuma la boga más de quinientos de estos indios138
.
Ante la realidad del exterminio de la población indígena, y previendo la gravedad que
significaría interrumpir la navegación por el gran río, hacia finales del siglo XVI se optó por la
introducción masiva de negros traídos del África al Nuevo Reino de Granada139
. Aparecieron
entonces los primeros remeros esclavos, quienes comenzaron a navegar con los indios por el
extenso río Magdalena. La creación de tripulaciones mixtas tuvo como resultado la instauración
de un régimen especial de coexistencia que no se dio en otras latitudes de la Nueva Granada,
pues existía una legislación muy dura para que hubiese una separación estricta de ambos
grupos140
. Esta permisividad, según Borrego Plá, evidencia «la importancia que debía tener el
problema de la boga y el interés de las autoridades en solucionarlo»141
. Según algunos autores,
esto también se debió a la falta de experiencia de los africanos en el trabajo de la boga, por lo
que se pensó que debían ser entrenados por indígenas expertos142
. Pronto los esclavos
desplazaron a los indios.
135
DEL CASTILLO, Nicolás, op. cit., p. 110. 136
PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p. 25. 137
DEL CASTILLO, Nicolás, op. cit., p. 110. 138
CAMACHO, Martín, ―Carta a su majestad‖, en NOGUERA, Aníbal, op. cit., p. 68.. 139
PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p.11. Como lo ha señalado Nicolás del Castillo, en 1560 ya se había
prohibido la navegación de los indígenas y se había permitido la de esclavos negros. Sin embargo, tales órdenes se
derogaron pocos años más tarde quizás por no haber suficiente mano de obra esclava y porque, según el autor, la
boga de los indios debía resultar económicamente más ventajosa (op. cit., p. 112). 140
PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit,, p. 49. BORREGO PLÁ, María del Carmen, ―Cartagena de Indias en
el siglo XVI…‖, op. cit., p. 237. 141
Ibíd., p. 237. 142
Al respecto ver: DEL CASTILLO, Nicolás, op. cit., p. 111; FALS BORDA, Orlando, op. cit., p. 45A.
María del Pilar Riaño
37
En adelante, la historia de los bogas resulta bastante confusa. Según Peñas Galindo, los esclavos
negros, que comenzaron a bogar desde Honda hasta Mompóx, se asentaron en las poblaciones
ribereñas del medio y bajo Magdalena143
. Mompox, por ser puerto intermedio y el eje de tráfico
más importante del río Magdalena, se constituyó como el gran territorio de asentamiento de los
bogas y contribuyó a un proceso de zambaje –mezcla de negro con indio– que culminó con el
―reemplazo‖ en la boga del esclavo negro por el zambo libre, ―autónomo‖ y asalariado144
. Según
el mismo autor, los peninsulares no opusieron resistencia, pues la esclavitud no era propicia para
fundar en ella la boga: se necesitaban personas libres y sujetas al salario, diestras en el manejo de
las embarcaciones y en los secretos del río: los zambos145
. Al respecto cabe preguntarse: ¿quiénes
fueron los dueños de los esclavos que trabajaron en las embarcaciones? ¿Los bogas obtuvieron su
libertad sólo como resultado de la unión de hombres negros con mujeres indígenas o también
como producto de la manumisión de los primeros? ¿Qué eco tuvo sobre la vida de los bogas la
abolición de la esclavitud? ¿Cuándo se reglamentó el bogaje como una actividad asalariada?
¿Gozaron de esta condición los esclavos o sólo los zambos libres?
Pese a los vacíos, se sabe que desde la colonia temprana los bogas se caracterizaron por tener una
gran libertad de movimiento y pocos controles externos sobre su independencia146
. Como lo ha
señalado Solano, «el tráfico por el río implicaba un constante desplazamiento a lo largo de un
mundo fluvial que estaba dotado de una vida social desarticulada y con una precaria presencia de
jerarquías sociales e instituciones que ejercieran un control constante sobre el boga», sobre sus
tiempos, el cumplimiento de los contratos y el abandono de los pasajeros o de la carga147
. Su
autonomía, entendida en muchas ocasiones por los viajeros como indisciplina, sumada a la ya
mencionada necesidad de regular la navegación por el Magdalena, llevó a que durante el siglo
143
PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p. 9. Según Sergio Paolo Solano, el oficio de la boga exigía a los
remeros «vivir agrupados en los puertos fluviales, siendo Mompox, Barranquilla, Tenerife, Calamar, Magangué y
Honda, los asentamientos de mayores concentraciones de este conglomerado laboral» (SOLANO DE LAS AGUAS,
Sergio Paolo, Puerto, sociedad y conflicto…op. cit., p 38). 144
PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p. 9. Con respecto a la condición asalariada de los bogas ver Ibíd., p.
38-39. El autor realiza una descripción detallada sobre las relaciones existentes entre los bogas, las embarcaciones y
la demanda del servicio con el objetivo de explicar la inexistencia de un vínculo de propiedad entre el boga y los
medios de transporte y dejar clara su condición de asalariados. 145
PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p. 32. 146
SOLALANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, ―Trabajo no calificado y control del mercado laboral en los puertos
del Caribe colombiano, 1850-1930‖, en Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del Caribe No. 87,
Ámsterdam, Centro de Estudios y Documentación Latinoamericanos, 2009, p. 4, disponible vía web:
http://sites.google.com/site/sergiopaolosolano/ Consultado el 27 de agosto de 2009. 147
SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio, Puertos, sociedad y conflictos…op. cit., p. 39.
María del Pilar Riaño
38
XIX los bogas –al igual que las embarcaciones que constituían su lugar de trabajo– fueran
juzgados como un obstáculo para la vida económica y el progreso del país148
.
De hecho, pese a que a lo largo de todo el siglo en mención se realizaron numerosos esfuerzos
por reglamentar el servicio de la boga, las fuentes indican que ni la creación del cargo de
Inspector de Bogas (1.843; 1953; 1873) –que buscaba controlar el tráfico por el río y la labor de
los remeros–, ni las numerosas disposiciones dictadas para regular la navegación fluvial,
consiguieron hacer que los viajeros dejaran de quejarse del servicio de los bogas149
. La falta de
controles eficientes sobre este grupo de trabajadores pudo deberse también, como lo indica
Solano, a la gran cantidad de personas que alternaban el oficio de la boga con otras formas de
subsistencia . Con respecto a lo anterior, el autor indica que
existió un gran número de bogas ocasionales […] grupo que se nutrió de las
migraciones provenientes de poblaciones y sitios ubicados a lo largo del bajo curso
del Magdalena, el que por la munificencia del bajo Magdalena y por la
disponibilidad de recursos naturales, podía fácilmente transitar a la condición de
campesino, pescador, cazador y volver a su economía de subsistencia. […] Quizá a
este sector laboral ocasional podamos vincular las quejas de los viajeros, pues el
continuo cambio de su residencia le permitía eludir a las autoridades150
.
Ahora bien, las quejas de los viajeros respecto a diferentes aspectos de la vida de los bogas son
abundantes en los textos. En las páginas que siguen analizo la manera en la que en libros de viaje,
cuadros de costumbres y algunos ensayos del siglo XIX se representó el origen racial de los
bogas, su carácter y costumbres, así como el medio en el que vivían y el oficio que
desempeñaban dentro de la nación. Dejemos pues que sean los ―mismos viajeros‖ quienes nos
cuenten sobre la vida de aquellos individuos que, por más de tres siglos, se encargaron de la
navegación y del transporte por el Río Grande de la Magdalena.
148
SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, ―De bogas a navegantes…‖, op. cit., p. 13. 149
Ibíd. El autor realiza un repaso de las leyes y códigos sancionados para controlar el oficio de la navegación fluvial
y de la creación del cargo de Inspector de Bogas desde 1847 hasta 1923 (p. p. 13-17). 150
SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, Puertos, sociedades y conflictos…op. cit., p. 39.
María del Pilar Riaño
39
Sección 2.
Los bogas del Magdalena: representación y distanciamiento
Al saltar a un champán se
encuentra uno con los bogas,
figuras esenciales del
Magdalena,
delante de las cuales debe
detenerse un momento
todo viajero que lleve en la
mano pincel o una pluma.
(Emiro Kastos, 1851: en
línea)
Orbigny, Alcide Dessalines d', "Navegation sur la Magdalena", en Sala de libros raros y manuscritos, Biblioteca Luis Ángel
Arango del Banco de la República151.
A los bogas del río Magdalena se les encuentra en los cuadros típicos de comienzos del siglo
XIX, con los remos en movimiento, rodeados del paisaje solitario y tranquilo de la ribera, dice
Posada Carbó152
. Yo agregaría que éstos ―cobran vida‖ en las numerosas observaciones dejadas
por los viajeros que se aventuraron en estos pasajes y que se detuvieron a describir, en palabras
de Peñas Galindo, a ―los dueños‖ del Magdalena153
.
Pero, ¿cómo fueron representados los bogas? Para dar respuesta a este interrogante estudiaré con
detalle las imágenes que se construyeron sobre los bogas del río Magdalena en la literatura de
viajes, los cuadros de costumbres y algunos ensayos del siglo XIX. Este estudio, además de
llevarme a concluir que no hubo cambios significativos en la manera como se representó al boga
151
En Sala de libros raros y manuscritos, Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, disponible vía
web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/exhibiciones/candelario-obeso/imagenes/img-012.jpg Consultado el 20 de
abril de 2010. 152
POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Viaje en champán‖, op. cit. 153
PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p. 11.
María del Pilar Riaño
40
entre 1820 y finales del siglo XIX, me permitirá demostrar que la caracterización de éste en torno
a su origen zambo, su carácter y comportamiento, el medio en el que vivía y el oficio que
desempeñaba dentro de la nación, sirvió a los escritores para enmarcar a los bogas dentro de lo
que se consideraba bárbaro, a la vez que permitió a los primeros presentarse a sí mismos como
modelo de ―civilidad‖; en este sentido, la invención del boga coincide con la reinvención de los
escritores.
En las páginas que siguen me centraré en cuatro problemas que emergen de las mismas fuentes y
que, pese a que serán tratados por separado, aparecen estrechamente asociados, interactuando y
construyéndose mutuamente. Comenzaré por examinar la concepción que los escritores tenían
sobre el origen racial de los bogas, a quienes catalogaban en su mayoría como zambos. Para tal
fin, además de la difundida creencia sobre la inferioridad de los no blancos, tomo como marco de
referencia las ideas que predominaban en la época sobre el mestizaje, a saber: degeneración y
blanqueamiento. El análisis me lleva a concluir que tanto aquellos escritores para los cuales el
mestizaje era visto como un proceso del cual surgía una raza que tomaba lo peor de sus
antepasados, como los que lo concebían como una tabla de salvación, ubicaban a los bogas en la
base de la pirámide social y los presentaban como ejemplo de la degeneración racial y moral a la
que podía llegar la especie humana.
Así como el origen racial fue de gran importancia en la construcción que los escritores hicieron
de los bogas, su carácter y sus costumbres también lo fueron. Tanto los adjetivos utilizados para
referirse a su forma de ser, como las extensas descripciones sobre sus formas de actuar (gritería,
desnudez, borracheras, bailes, entre otros), evidencian que los escritores encontraron en los bogas
unos seres cuyas prácticas eran desagradables y que en nada se parecían a lo que ellos
consideraban la vida civilizada. Ser boga equivalía, como demostraré en el segundo apartado, a
gestos, hábitos y prácticas opuestas a las de sus observadores.
En el tercer apartado analizo la concepción que los escritores tenían sobre la geografía, a la cual
atribuían el poder de moldear el aspecto físico y el carácter moral de los seres vivos. Partiendo de
las teorías sobre la influencia del clima en la vida de los hombres, y pasando por la apropiación
que los criollos americanos hicieron de tal paradigma, concluyo que la degeneración que los
María del Pilar Riaño
41
escritores atribuían a los bogas se derivaba, según ellos, en parte del medio hostil en el que éstos
vivían: su barbarie era concomitante a la naturaleza en que habitaban (el Magdalena) ya que,
según se creía, el hombre aprehendía las características básicas de su entorno natural al punto de
identificarse moralmente con éste.
En el cuarto apartado reviso las apreciaciones de los escritores respecto a la labor que los bogas
desempeñaban dentro de la nación. El bogar, definido como uno de los oficios más rudos que
pudiera realizar un hombre, era visto por los autores de dos maneras: como producto de una
elección individual y voluntaria, y como algo natural, como una expresión de la corporalidad y de
la ―naturaleza salvaje‖ del boga. Ambos aspectos me permitirán resaltar la correspondencia entre
el sujeto y el oficio, entre el boga y la boga.
Por último, realizo una breve reflexión en torno a las ambivalencias encontradas en la lectura que
los escritores hacían de los bogas. Tras revisar la atracción que generaban en los escritores ciertos
rasgos del carácter, del comportamiento y del aspecto físico de los bogas, concluyo que las
―contradicciones‖ en las narraciones resultaban de una interacción entre los estereotipos
culturales y la observación personal propia del encuentro entre bogas y viajeros, a la vez que
reflejaban los impulsos, sentimientos y pasiones de los escritores.
Como mostraré, el boga era para los autores el descendiente de las razas inferiores, el hombre del
desorden y el que ignoraba las más elementales comodidades; el que vivía en un medio funesto y
estaba más cerca de la naturaleza, y el único capaz de ejercer el oficio de la boga. En definitiva:
el bárbaro. Pero no hay que perder de vista que bárbaro y civilizado son conceptos
complementarios: «la civilización, egocéntrica por naturaleza, no se concibe sin la contraposición
de la barbarie»154
, dice Fernández Buey. Por lo que vale la pena un comentario final.
Si tenemos en cuenta que, como dice Fontana, «todos los hombres se definen a sí mismos
mirándose en el espejo de los otros para diferenciarse de ellos»155
, podemos concluir de antemano
que, a partir de la utilización de un lenguaje binario, los viajeros no sólo calificaban a los bogas
154
FERNÁNDEZ BUEY, Francisco, La barbarie de ellos y de los nuestros, Barcelona, Biblioteca del Presente,
Paidós, 1995, p. 58. 155
FONTANA, Josep, Europa ante el espejo, Barcelona, Crítica, 2000, p. 107.
María del Pilar Riaño
42
dentro de rasgos opuestos a los suyos, sino que también señalaban particularidades que los hacían
a ellos mismos incomparables con la población a la que se encontraban describiendo. Con ello,
imprimían diferencias y jerarquías que se mostraban como naturales; y reafirmaban su propia
identidad generando formas de diferenciación frente a los ―otros‖156
. Esta distinción de los
escritores con respecto a los bogas, además de ayudar a los primeros a construir el contraste entre
―ellos‖ y ―nosotros‖, entre el sujeto y el objeto de conocimiento, postulaba implícitamente quién
tenía el poder de enunciación para dar a cada cosa el lugar que le correspondía157
. Por lo anterior,
los distintos escritos dan más luces sobre el esfuerzo continuo de los autores por marcar esta
diferencia, establecer un orden político y social, y evidenciar aquellos elementos que
consideraban que los hacían distintos de los demás, que sobre los mismos bogas, como veremos a
continuación.
a. Zambos degenerados
En Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas colombianas
(hispano-americanas) (1861) el intelectual, político y militar colombiano José María Samper
realizaba la siguiente descripción:
A bordo del champán, remontando el Magdalena, veis a 20 ó 30 figuras de color de
madera de rosa, lustrosas como la grasa, […] y resumiendo en sus fisonomías
estúpidas, impasibles y toscas, y sus cabellos intermediarios entre la mota de lana y
la mecha lisa, los rasgos dominantes del negro y del indio, mas ó menos
amalgamados ó modificados158
.
Samper no fue el único en describir a los bogas del Magdalena en términos raciales. Aunque
algunos autores se limitaron a definirlos en función de su oficio, refiriéndose a ellos
156
«Cabe señalar que los autores de los textos de viajeros no fueron conscientes de cómo ellos mismos
contribuyeron a la construcción de la imagen del otro, legitimando así el desenlace en las relaciones de poder entre
las sociedades blancas e industrializadas y las multiétnicas y agrarias» (FISCHER, Thomas, ―La ―gente decente‖ de
Bogotá. Estilo de vida y distinción en el siglo XIX –vistos por los viajeros extranjeros‖, en Revista Colombiana de
Antropología, Volumen 35, enero-diciembre, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 1999, p. 42). 157
NIETO, Mauricio, CASTAÑO, Paola, OJEDA, Diana, ―Ilustración y orden social: El problema de la población
en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada (1808-1810)‖, en Revista de Indias, Departamento de Historia de
América ―Fernández de Oviedo‖, Instituto de historia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Vol. LXV,
Núm. 235, septiembre-diciembre, 2005, p. 689. 158
SAMPER, José María (1861), Ensayo sobre las revoluciones política…op.cit., p. 96.
María del Pilar Riaño
43
genéricamente como bogas, remeros, vaqueros o bateleros, fueron varios los que dieron
importancia a su origen racial. Carl August Gosselman (1825), por ejemplo, señalaba que uno de
sus bogas era «una mezcla de negro e indígena, zambo como se les llama por acá. De cuerpo
entre negro y castaño»159
. El francés Auguste Le Moyne (1828), por su parte, comentaba que los
remeros «pertenecían a esa clase de gentes que en el país se llaman bogas y que se reclutan entre
los negros, los mulatos y los indios de sangre mezclada»160
. Y según Elisee Reclus (1866), «los
baqueros de esos ríos pertenec[ían] prácticamente todos ellos a la clase de sambos [sic], fruto del
cruce de negros e indígenas»161
.
Las características físicas resultaban, para los escritores, la expresión externa del origen racial de
los bogas. En el color de su piel, en su cabello y en la forma de sus ojos, aunque había
componentes blancos e indígenas, parecían prevalecer los negros. El coronel John P. Hamilton
(1827) aseguraba que la tripulación de los champanes era «negra, cobriza y morena»162
. Según
José Joaquín Borda (1866), entre los remeros «había pieles de distintos matices, según el grado
de sangre negra, blanca e india que circulaba en sus venas; el amarillo cobrizo, el de aceituna
española, es decir, verde pálido, el morado oscuro y el negro azabache»163
. Así describió
Gosselman a uno de los bogas que viajaba con él:
Su sobrero ocultaba su enorme cabellera que caía sobre los hombros como una cola
de caballo, por entre el cual se lograban ver los trazos de una piel oscura, seca, con
una ancha nariz, labios gruesos y ojos negros, sobre los que descansaban dos
frondosas y oscuras cejas redondeadas164
.
Pese a las referencias al fenotipo de los bogas, vale la pena aclarar que la racialización de éstos
no se limitaba a su apariencia: el pensamiento racial propio de la época se refería tanto a la
constitución física como a la moral de los habitantes, pues a partir de la primera se conseguía
159
GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 103 160
LE MOYNE, August (1875), Viajes y estancias en América del sur…op. cit., p. 46. 161
RECLUS, Elisée, ―Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas por José María
Samper‖, en Series 5, 3, (2), Bulletin de la Societé de Géographie No. 3, 1866, p.p. 96-112. Tomado de
LANGEBAEK, Carl, ―La obra de José María Samper vista por Élisee Reclus‖, en Revista de Estudios Sociales No.
27, Bogotá, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes, agosto de 2007, p. 203. Con respecto a las
descripciones del origen racial de los bogas ver también: MOLLIEN, Gaspard, (1823), op. cit., p. XI.;
GOSSELMAN, Carl August, op.cit., p. 103; LE MOYNE, August, op. cit., p. 46. 162
HAMILTON, John Potter, op. cit. 163
BORDA, José Joaquín , "Seis horas en un champán‖, op. cit., p. 112. 164
GOSSELMAN, Carl August, op., cit., p. 103.
María del Pilar Riaño
44
definir la segunda165
. De ahí que Samper se refiriera a la fisionomía de los bogas con términos
como ―estúpida‖, ―impasible‖ y ―tosca‖, asignándoles características físicas (estéticas) y
patrones culturales y morales (éticos), asunto en el que profundizaré más adelante.
Este origen racial ubicaba a los bogas en la base de la pirámide social. En 1823, el francés
Gaspard Mollien expresaba que los bogas «deb[ían] ocupar el último escalafón en la clasificación
de la especie humana: [por ser] una mezcla de individuos de todos los colores que no han
conservado sino los vicios de las distintas razas de donde provienen»166
. Años más tarde (1861),
el ya mencionado José María Samper señalaba que: «el boga, descendiente de Africa, e hijo del
cruzamiento de razas envilecidas por la tiranía [colonial], no tiene casi de la humanidad sino la
forma exterior y las necesidades y fuerzas primitivas»167
. Y, en 1867, el periodista y poeta
colombiano José Joaquín Borda diría que los bogas «sirven de punto para adivinar el grado de
degeneración al que puede llegar la especie humana»168
. Como es evidente, los bogas eran
catalogados por los escritores en su mayoría como zambos, pese a que podían ser negros,
mulatos, mestizos o indios. Su definición en función de su adscripción a un origen racial
mezclado, en el cual parecía prevalecer lo negro, sirvió a los escritores para condenarlos y
ubicarlos en la base de la pirámide socio-racial.
La racialización y los juicios en torno a los bogas eran el reflejo, en palabras de Max Hering, de
epistemes imperantes169
. La difundida creencia sobre la inferioridad de los no blancos, así como
las ideas que para la época se tenían sobre el mestizaje (degeneración y blanqueamiento),
condicionaron la construcción de los bogas como un ejemplo de la decadencia racial y moral a la
que podían llegar los hombres de sangre mezclada. Como lo ha mostrado el mismo Hering,
«desde la antigüedad, el blanco se relaciona[ba] con lo bueno, lo bello y lo divino, y el negro con
165
ARIAS, Julio, RESTREPO, Eduardo, ―Historizando raza: propuestas conceptuales y metodológicas‖, en Crítica y
emancipación. Revista latinoamericana de ciencias sociales No. 3, Año II, Buenos Aires, Clacso, 2010, p. 58. Al
respecto ver también LEAL, Claudia, ―Usos del concepto de raza en Colombia‖, en MOSQUERA ROSERO-
LABBÉ, Claudia, LAÓ-MONTES, Agustín, y RODRGÍUEZ, César (eds.), Debates sobre ciudadanía y políticas
raciales en las Américas negras, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, CES, IDCARAN, sede Medellín,
Universidad de los Andes, (en proceso de publicación). 166
MOLLIEN, Gaspard, op. cit. XI. Énfasis mío. 167
SAMPER, José María, ―“ De Honda a Cartagena", op. cit. 168
BORDA, José Joaquín, op. cit., p. 109. 169
HERING TORRES, Max, op. cit., p. 17.
María del Pilar Riaño
45
la amoralidad, la perversión y lo diabólico»170
. De ahí que se asignaran a los diferentes grupos
una serie de características culturales dentro de una jerarquización que privilegiaba la blancura; y
que, siguiendo a Leal, los grupos racializados se ubicaran en una jerarquía en la cual los blancos
estaban en el ápice y los indígenas y negros en la base171
. En palabras de Whitten: «La
designación blanco está intrínsecamente ligada a un status social alto, a la riqueza, el poder, la
cultura nacional, la civilización, el cristianismo, la urbanidad y el desarrollo; sus opuestos son el
indio y el negro»172
.
En el siglo XVIII filósofos como Kant ya habían reflexionado sobre los factores que podrían
explicar las diferencias entre grupos humanos. El autor, de pensamiento monogenista, afirmaba
que Dios había creado a los hombres con unas ―semillas‖ de la diferencia que se activaban por el
efecto de los diversos climas y desarrollaban características físicas y morales que se volvían
indelebles y perturbaban por todas sus generaciones173
. Un siglo más tarde, la ciencia europea
poligenista proponía que las razas humanas habían sido creadas en forma de diferentes especies,
exhibiendo siembre características físicas particulares, por lo que la supuesta inferioridad de los
no blancos era vista como innata y permanente174
. Desde esta ideología, la inferioridad de los
negros e indígenas podía correlacionarse con sus diferencias físicas y culturales con respecto a
los blancos. De ahí que la clasificación social de las personas estuviera altamente relacionada
con el color de la piel y aspectos como el color, la textura del pelo, las facciones y otras
características físicas perceptibles fueran vistas como determinantes de la categoría racial en la
que las personas eran ubicadas175
. Este argumento de la inferioridad de los no blancos servía a
170
Ibíd., p. 21. 171
LEAL, Claudia, op. cit. 172
WHITTEN, Normando, Las transformaciones culturales y Etnicidad en Ecuador Moderno, Illinois, Universidad
de Prensa de Illinois, Illinois, 1981, p. 16. 173
CHÁVEZ, María Eugenia, ―Los Sectores Subalternos y la Retórica Libertaria. Esclavitud e Inferioridad Racial en
la Gesta Independentista‖, en La Independencia en los Países Andinos: Nuevas Perspectivas, Memorias del Primer
Módulo Itinerante de la Cátedra de Historia de Iberoamérica, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar y OIE,
2001, disponible vía web: http://www.lai.su.se/gallery/bilagor/MCH_subindep.pdf Consultado 4 de septiembre
de 2009. 174
SKIDMORE, Thomas E., Black into White. Race and the Nationality in Brazilian Thought, Durham and London,
Duke University Press,1993, p. 49. 175
Ibíd, p. 39. Los autores más representativos de esta teoría de principios del siglo XIX son Johann Blumenbach y
Georges Louis Leclerc, el Conde de Buffon. Estos autores, basándose en la narración del Génesis (la fuente básica
utilizada durante el siglo XVIII y parte del XIX para establecer los orígenes del hombre), sostenían que Adán y Eva
habían sido blancos a imagen de Dios y que las diferentes pigmentaciones más oscuras de la piel se debían a un curso
degenerativo producido por factores ambientales que incluso podía llegar a invertirse.
María del Pilar Riaño
46
los escritores para determinar su lugar y el de los bogas en la pirámide social y para apelar a la
diferenciación entre lo blanco y lo otro. Y, aunque era suficiente para ―condenar‖ a los bogas, su
carácter mestizo les permitiría juzgarlos con más fuerza.
Las teorías raciales que tomaron fuerza a lo largo del siglo XIX evidencian la predominancia de
dos ideas claramente diferenciables en relación con el mestizaje: había quienes, inspirados en
pensadores del siglo anterior como el Conde de Buffón, veían el mestizaje como un proceso de
degeneración. Argumentaban que éste degradaría a las razas puras y conllevaría al declive de los
pueblos y civilizaciones. Había otros que, preocupados por el futuro de sus pueblos mezclados,
veían el mestizaje como un tránsito hacia el blanqueamiento, postulándolo como agente del
proceso civilizatorio y democratizador, y como un vehículo para ―mejorar‖ las razas de color176
.
Para los seguidores de la primera línea que creía en el mestizaje como degeneración, en palabras
de Alfonso Martín, el mestizaje era entendido como la acción de «corromper o adulterar las
castas por el ayuntamiento o cópula de individuos que no pertenecen a una misma»177
y, por
ende, como el promotor de los vicios y de la degeneración racial y moral de los pueblos. Estos
autores tendían a juzgar a las razas de sangre mezclada como débiles y degeneradas por
considerarlas el producto de modificaciones perjudiciales y nocivas –tanto en lo físico como en lo
moral y lo espiritual–178
. El mestizaje con influencia indígena y africana era valorado como el
más defectuoso y repugnante. Los bogas, al llevar en su sangre los ―vicios‖ propios de las razas
de las que descendían y heredar nuevos por la mezcla, se convertían en el símbolo más claro de la
degeneración racial.
Las teorías europeas que juzgaban a las personas de sangre mezclada como inferiores
representaban un serio reto para las élites latinoamericanas, quienes, conscientes de la naturaleza
claramente mezclada de la población americana y de las connotaciones manifiestamente blancas
del progreso y de la modernidad, en palabras de Wade, «luchaban con el problema de cómo
176
D´ALLEMAND, Patricia, ―Quimeras, contradicciones y ambigüedades en la ideología criolla del mestizaje: el
caso de José María Samper‖, en Historia y Sociedad No. 13, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, Facultad
de Ciencias Humanas y Económicas, 2007, disponible vía web:
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/colombia/fche/3.pdf Consultado el 3 de septiembre de 2009. 177
ALONSO, Martín, Enciclopedia del idioma, Madrid, Aguilar, 1958, p. 2807. 178
SKIDMORE, Thomas E., op. cit., p. 28.
María del Pilar Riaño
47
entender y cómo representar a sus emergentes naciones»179
. Por esto, frente a los autores que
establecían una clara dicotomía entre los blanco y lo mestizo, hubo quienes veían el mestizaje
como un proceso de blanqueamiento: esta era la vía para crear una población homogénea y el
mestizo era el hombre ideal para superar la inferioridad generada por la sangre y el medio
geográfico (asunto del que nos ocuparemos más adelante)180
.
Entre quienes intentaron conceptualizar el mestizaje como proceso de blanqueamiento se
encontraba el ya mencionado José María Samper. Éste intentaba ver la salvación de América
Latina en el mestizaje. En su Ensayo –calificado en ese entonces por Élisee Reclus como «el
mejor que tenemos sobre las repúblicas hispanoamericanas»181
– el autor hace un diagnóstico
sobre los principales problemas de la nación y, condenando el aislamiento en que mantuvo la
corona española a los indios y a los negros, hace un llamado al mestizaje. Este proceso, según el
autor, tendría un resultado feliz:
Suponiendo que los cruzamientos que producen zambos, mulatos é indo-españoles
fuesen un mal, –que no lo son en manera alguna, sino un gran bien al contrario,– en
todo caso debe esperarse un porvenir dichoso en Colombia, preparado por el
cruzamiento de las razas blancas182
.
Las ideas de Samper contemplan la posibilidad de un proceso de mestizaje como contrapuesto a
lo indio y a lo negro: la fe en que la población podía ser transformada gracias a la mezcla con el
blanco en algo que correspondiera al tipo europeo, ya que la raza blanca ―absorbería‖ a las demás
y las ayudaría a salir de su estado de ignorancia183
. El mestizaje, entonces, es visto por Samper
como el mejor camino hacia el blanqueamiento, idea que estaba basada en la aceptación de la
179
WADE, Peter, Gente negra nación mestiza Dinámicas de las identidades raciales en Colombia, Bogotá, Instituto
Colombiano de Antropología, Universidad de Antioquia, Ediciones Uniandes-Siglo del Hombre, 1997, p. 41. 180
Claudia Leal explica el cambio de énfasis en la valoración del mestizaje en Colombia como producto del reto al
que se enfrentaban las élites criollas al intentar construir estados nacionales «sobre los hombros de gente de dudosos
méritos» (LEAL, Claudia, op. cit. Sobre el problema de lo mestizo y la identidad latinoamericana en la historia y la
historiografía colombianas ver: SUÁREZ PINZÓN, Ivonne, ―A propósito de lo mestizo en la historia y la
Historiografía colombianas‖, en Revista de Ciencias Sociales No. 1, Vol. 1, Bogotá, 2005, p.p. 29-47. Disponible
vía web_ http://www.serbi.luz.edu.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1315-
95182005004000003&lng=en&nrm=iso Consultado el 4 de septiembre de 2009). 181
Para una lectura de los puntos de encuentro entre las concepciones de los dos autores con respecto al tema de la
raza y la geografía ver: LANGEBAEK, Carl, ―La obra de José María Samper vista por Élisee Reclus‖, op. cit. En el
mismo artículo se encuentra una transcripción completa de la reseña realizada por Reclus. 182
SAMPER, José María, Ensayo sobre…, op. cit., p. 80. Énfasis mío. 183
Ibíd., p. 100.
María del Pilar Riaño
48
superioridad blanca y en la creencia de que de la amalgama racial podía resultar el mejoramiento
de al menos una de las razas originales184
.
Ahora bien, si se creía, como lo creía Samper, que el futuro traería un blanqueamiento de la
población a través de la mezcla de razas, es de suponer que su fe en el mestizaje no se mantuviera
intacta al hablar de la mezcla entre la raza indígena y la negra: «no sólo la mezcla neutral sino el
movimiento jerárquico; el movimiento que potencialmente tiene gran valor es el ascendente, el
blanqueamiento, entendido en términos físicos y culturales»185
. Lo anterior nos ayuda a entender
porqué Samper, pese a que creía en el mestizaje como promotor de la prosperidad racial, al
referirse a los bogas del Magdalena se olvida de las ventajas de este proceso:
Extraño tipo el del boga o zambo del Magdalena, del Atrato, etc. ¡La evidente
inferioridad de las razas madres (la africana negra y la indígena cobriza) y su
degeneración más o menos profunda, auxiliadas por un clima que todo lo
fermenta, (porque el sol y la tierra se abrazan allí con infinita lubricidad) han
producido en el zambo una raza de animales en cuyas formas y facultades la
humanidad tiene repugnancia en encontrar su imagen ó una parte de su gran
ser186
.
Pero no sólo Samper deja por fuera del proyecto civilizador a los zambos. Tanto aquellos
escritores para quienes el mestizaje era visto como un proceso de degeneración racial, como los
que lo consideraban el camino hacia el blanqueamiento, ubicaban a los bogas del río Magdalena
en la base de la pirámide socio-racial y los percibían como un obstáculo en el camino de la
civilización. La definición de los bogas en función de un origen ―mayoritariamente‖ zambo los
condenaba. El pensamiento ampliamente extendido que postulaba la superioridad de la raza
sobre las demás los confinaba a la inferioridad, y su origen racial mezclado, en el cual parecía
predominar la sangre negra y escasear la blanca, los postulaba como una raza degenerada y
difícilmente redimible. El zambo era, en palabras de Samper, «la peor casta o raza del país»187
.
184
SKIDMORE, Thomas E., op. cit., p. 64. Según Patricia D´Allermand, «Samper no pierde ocasión ni para resaltar
―la superioridad de la raza blanca‖ por sobre ―las demás castas o razas‖ […] ni para recordarnos que ―la república y
la civilización‖ sólo podrán consolidarse en América cuando se cuente con una ―masa totalmente modificada‖, en
otras palabras, ―mejorada‖, por el efecto blanqueador del mestizaje, sobre la cual el criollo mantendría su
incuestionable hegemonía» (D´ALLERMAND, Patricia, op. cit.). 185
SAMPER, José María, Ensayo sobre…, op. cit., p. 53. 186
Ibíd., p.p. 895-896. 187
Ibíd., p. 98.
María del Pilar Riaño
49
b. Carácter bárbaro, costumbres repugnantes, seres indisciplinados
Cada cual considera bárbaro
a lo que no pertenece a sus costumbres
(Montaigne)
En el primer cuadro de costumbres escrito sobre los bogas del Magdalena, Rufino Cuervo (1840)
afirmaba que: «el boga del Magdalena es un ente singular, de quien todos los viajeros hablan,
contra quien se declama fuertemente, pero cuyo carácter y costumbres ninguno hasta el momento
ha descrito con propiedad!»188
. Algunos años más tarde, en el cuento titulado ―Seis horas a bordo
de un champán‖, José Joaquín Borda (1866) aseguraba que: «hermosas pinceladas han dado
nuestros literatos sobre el carácter moral y la fisonomía física de los bogas»189
. Que el carácter de
los bogas haya sido descrito o no a profundidad no es lo importante, lo que sí es cierto es que,
parafraseando a Leal, «el carácter, definido en función de gustos, aptitudes, sentimientos y
costumbres» fue una preocupación y un elemento central en la definición de los bogas de quienes
hablan los viajeros del siglo XIX190
.
Los temas que predominan en la construcción del carácter y las costumbres de los bogas son su
supuesta ignorancia e indisciplina. Con respecto al primer elemento, Cuervo señalaba que el boga
del Magdalena era un hombre «supersticioso como el español i camorrista como el africano, de
cuya mezcla ha nacido»; un ser «sin educación, sin familia, porque el boga casi nunca conocía a
su padre, es un ser aislado, ignorante, imprevisto y lleno de resabios»191
. José Joaquín Borda
agregaría que encontró en ellos «unos seres más bien ignorantes que viciosos, que desconociendo
el movimiento y las grandezas del mundo, fincan toda su ambición en una copa de aguardiente y
en unos racimos de plátano. Hombres ligeros, volubles y supersticiosos»192
. Otras descripciones
dejan entrever que la ‗indisciplina‘ y la ‗indocilidad‘ eran elementos constitutivos del carácter de
188
CUERVO, Rufino (1840), "El boga del Magdalena", op. cit., p. 265. 189
BORDA, José Joaquín, ―Seis horas a bordo de un champán‖, op. cit., p. 112. 190
LEAL, Claudia, op. cit. 191
CUERVO, Rufino, "El boga del Magdalena‖, op. cit., p. 265. Énfasis mío. 192
BORDA, José Joaquín, op. cit., p. 112. Énfasis mío. Respecto a la ―ignorancia‖ de los bogas ver también: LE
MOYNE, August, op. cit., p. 49; MOLLIEN, Gaspard, op. cit., en línea.
María del Pilar Riaño
50
los bogas. Ejemplo de las muchas referencias que hay al respecto son las palabras de Jean
Baptiste Boussingault: «tuvimos, naturalmente, que soportar los numerosos inconvenientes de la
vida en común con los bogas, que son los seres más caprichosos, insubordinados y estúpidos que
sea posible encontrar»193
. Y la afirmación de Carl August Gosselman: «No tienen respeto por sus
superiores, a los que solo envidian por tener el mando […]»194
. Supersticioso, sin educación,
aislado, ignorante son sólo algunos ejemplos de los términos utilizados para referirse a estos
personajes. Lo cierto es que los bogas eran, a los ojos de los escritores, personas cuyas
costumbres, prácticas y modos de ser iban en contravía del proyecto civilizatorio tan anhelado
por las élites nacionales y supuestamente alcanzado por las sociedades europeas.
En aras de ilustrar que el comportamiento de los bogas era, según los viajeros, la manifestación
de su carácter, en las páginas que siguen expongo aquellos aspectos considerados más
sobresalientes por los autores. Primero analizo porqué los gritos, cantos y oraciones de los bogas
eran considerados un símbolo de su falta de educación. Luego, argumento que las impresiones
que tenían los escritores sobre la desnudez y la frugalidad de la vida material de los bogas
reforzaban la imagen de éstos como hombres ―ignorantes‖, sin aspiraciones y como un obstáculo
para el progreso económico de la nación. Por último, expongo que el gusto de los bogas por el
licor y por el baile del currulao los mostraban, a los ojos de los observadores, como seres
indisciplinados, cercanos a la barbarie y lejanos de la civilización.
193
BOUSSINGAULT, Jean Baptiste, Memorias del naturista y científico Jean Baptiste Boussingault en su
expedición por América del Sur, disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/memov1/indice.htm
Consultado el 22 de abril de 2010. Al respecto ver también: GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 127;
MOLLIEN, Gaspard, op. cit., p. 86; STEUART, John, op. cit., p. 59. 194
GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 128.
María del Pilar Riaño
51
El mal-decir
El boga del bajo Magdalena no es más que un bruto
que habla un malísimo lenguaje,
siempre impúdico, carnal, insolente […].
(Samper, 1966: en línea) Énfasis mío.
BOGA: Lo aplicamos con frecuencia para tachar
a una persona grosera y mal educada
(Sundheim, 1922: 89) Énfasis mío195
.
No hubo viajero de cuantos recorrieron algún tramo del río Magdalena en champán que no
hiciera referencia en sus escritos a los ―ruidosos gritos‖ de los bogas196
. Sus cantos y oraciones,
además de perturbar a los pasajeros, eran considerados ―chillidos‖ estrepitosos y desordenados,
más cercanos a la naturaleza que a la civilización, a los animales que a los seres humanos. Desde
esta óptica, como lo señala Ana María Ochoa, «los bogas encarnaban el umbral de lo sonoro, el
punto límite de la escucha», ya que, mientras las ―personas naturales‖ emitían gritos y aullidos
parecidos a las guacamayas, las serpientes y los jaguares, las ―personas civilizadas‖ producían
música197
. En 1801 Humboldt ya había advertido sobre lo anterior:
Lo más enojoso es la bárbara, lujuriosa, ululante y rabiosa gritería [de los bogas], a
veces lastimera, a veces jubilosa; otras veces con expresiones blasfemantes, por medio
de las cuales estos hombres buscan desahogar el esfuerzo muscular […] El estruendo
que se oye ininterrumpidamente hasta llegar a Santa Fe es tan molesto como el pisoteo
de los remeros sobre el toldo, que pisan tan fuertemente que a menudo amenazan
desfondarlo. Nuestros perros necesitaron muchos días para acomodarse a este
descomunal estruendo198
.
195
SUNDHEIM, Adolfo, Vocabulario costeño o lexicografía de la región septentrional de la República de
Colombia, Editorial Hispano-francesas – Paru, 1922, p. 89. Citado por SOLANO, Sergio Paolo, ―De bogas a
navegantes: los tripulantes de los barcos de vapor del río Magdalena, 1850-1930‖, op. cit. 196
Ver por ejemplo: MOLLIEN, Gaspard, op. cit., p. 88; COCHRANE, Charles Stuart, op. cit., p. 44;
GOSSELMAN, op. cit., p. 142; LE MOYNE, August, op. cit., p. 46, SAFFRAY, Charles, op. cit., p. 55; CUERVO,
Rufino, ―El boga …” op. cit., p. 265; KASTOS, Emiro, op. cit.; SAMPER, José María, “De Honda a Cartagena”
op. cit; MADIEDO, Manuel María, "El boga del Magdalena", op. cit., p.p. 13-19; BORDA, José Joaquín, ―Seis
Horas a bordo de un champán‖, op. cit. 197
OCHOA, Ana María, ―El mundo sonoro de los bogas‖, en Revista Número No. 57, Bogotá, agosto de 2008,
disponible vía web: www.revistanumero.com/web. Consultado el 24 de agosto de 2009. Al respecto, la misma
autora señala que: «la línea fronteriza que establece aquello que pertenece al ruido y aquello que se puede nombrar
como música es también la línea fronteriza que divide las diferentes clases y etnicidades dentro del champán». 198
VAN HUMBOLT, Alexander, ―Diario VII‖, en NOGUERA MENDOZA, Aníbal, op. cit., pp. 145-160. Énfasis
mío.
María del Pilar Riaño
52
Años más tarde, el misionero presbiteriano, botánico y periodista Isaac Holton, quien había leído
a Humboldt, también describió la escena199
:
[Los bogas van] gritando todo el tiempo: osh, osh, osh, osh. El grito de todos juntos
era impresionante [...] Apenas una jauría de lebreles podría hacer ruido semejante
ladrando media hora seguida, con la diferencia de que los bogas gritaban todo el
tiempo, desde el amanecer hasta la noche, callándose únicamente para comer o para
cruzar el río200
.
Según Sandra Pedraza, en aquella época se creía que una persona vulgar empleaba una voz
demasiado estruendosa, enfática y de acento imperioso, y que para dejar de serlo las palabras
debían pronunciarse clara y sonoramente: el tono de la voz debía ser natural y suave y la
fisonomía debía traducir las impresiones de las ideas201
. De ahí que los cantos de los bogas,
relacionados por Humboldt con el descomunal esfuerzo muscular y la coordinación rítmica que
exigía el trabajo de la boga, fueran vistos como uno de los símbolos de su ‗animalidad‘ y de su
ignorancia.
Pero no sólo los ‗gritos‘ de los bogas perturbaban a los viajeros. Las referencias explícitas al
vocabulario utilizado por éstos evidencian la preocupación de los autores por la falta de
educación y recato reflejado en sus expresiones. Muchos escritores dejan ver su clara ofensa y
desagrado con respecto al lenguaje obsceno y soez utilizado por los bogas. Y no era para menos
si se creía, como efectivamente se hacía, que las malas palabras ensuciaban el lenguaje y que era
perentorio, como lo señala Beatriz González, «limpiar la lengua de expresiones viciosas»202
. Si el
bien hablar marcaba a la gente fina –pues según Rufino José Cuervo «era una de las señales de la
199
Sobre la lectura que Holton realizó del Diario de Humboldt ver: ―América exótica. Panorámicas, Tipos y
Costumbres del siglo XIX‖, en Exhibiciones en línea, Biblioteca Luis Ángel Arango, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/exhibiciones/america_exotica/biografias/isaacholton.htm Consultado el 21 de
febrero de 2006. 200
HOLTON, Isaac F., op. cit., p. 85 201
PEDRAZA, Sandra, En cuerpo y alma: Visiones del progreso y la felicidad, Bogotá, Universidad de los Andes,
1999., p. 83. 202
GONZÁLEZ STEPHAN, Beatriz, ―Cuerpos de la nación: cartografías disciplinarias‖, en Annales: Nueva época:
Ciudadanía y nación, Göteborg, Instituto Iberoamericano, 1999, p. 71-106, disponible vía web:
http://gupea.ub.gu.se/dspace/bitstream/2077/3213/2/anales2gonzalez.pdf. Consultado el 10 de septiembre de 2006.
María del Pilar Riaño
53
gente culta y bien nacida»203
, los bogas, por oposición, debían ser considerados «gentes de poca
instrucción» atrapadas en el ―mal decir‖ de sus lenguas204
. Al respecto, John Steuart diría que: «al
terminar cada cláusula ellos pronunciaban la interjección española: ―¡carajo!‖. El lenguaje no
provee otra distinta; ni la necesidad para expresar toda cosa que sea mala y obscena»205
.
Gosselman recordaba que se sorprendió al comprobar que «aun después de haberse casi perdido
de vista [los bogas] continuaban con las groserías y palabrotas, desde luego a grandes gritos»206
.
Y José Joaquín Borda comenta que: «cuando ―La joven Julia‖, se encontraba con otro champán,
los bogas de ambas embarcaciones prorrumpían en gritos descompasados, en insultos de baja ley
y aún en viles blasfemias»207
. El mismo autor hace la siguiente aclaración: «esto era, sin
embargo, un saludo que repetían al pasar por alguna ranchería, concluyendo por dirigir un
requiebro a las mulatas y hacer algún encargo a los dueños de las chozas»208
.
Este ‗mal decir‘, con su carga de desprecio a la ‗norma‘ y ‗irrespeto‘ a los ‗buenos modales‘ de
los viajeros, cobraría más fuerza al presentarse en las oraciones que los bogas dirigían a la virgen
y a algunos de sus santos, pues, juzgadas desde los parámetros de los escritores, representaban un
insulto a sus íconos religiosos. Para los viajeros, el uso de palabras obscenas en los rezos era un
símbolo de que los bogas, supuestamente cristianos, celebraban la religión y utilizaban el
lenguaje de maneras totalmente inapropiadas. Esto se debía, en parte, a que —según los
autores— los bogas no hacían separación alguna entre lo material y lo espiritual, mezclaban las
oraciones propias de la doctrina cristiana con maldiciones, y utilizaban los momentos de oración
para hacer peticiones absurdas e inapropiadas que nada tenían que ver con lo espiritual. En este
sentido, José María Samper señalaba que:
Los 20 ó 30 salvajes, al zarpar de un puerto, entonan en voz alta y tosca, formando
una algarabía de todos los diablos, una interminable relación de todas las vírgenes,
santas y santos reputados por mas [sic] milagros en los pueblos del río, sin perjuicio
de los que corresponden á la devoción particular de cada boga. Pero esa advocación
203
CUERVO, Rufino José, ―El lenguaje bogotano‖, in LAGOMAGGIORI, Francisco, América literaria:
Producciones secretas en prosa y verso, Buenos Aires, La Nación, 1883, p.p. 290-298. Citado por PEDRAZA,
Sandra, ―En cuerpo…” op. cit., p. 42. 204
GONZÁLEZ, Beatriz, op.cit. 205
STEUART, John (1835), op. cit., p. 71 206
GOSSELMAN, Carl August, op. cit., en línea. 207
BORDA, José Joaquín, ―Seis horas a bordo de un champán‖, op. cit., p. 112-115. Énfasis mío. 208
Ibíd., p. 115.
María del Pilar Riaño
54
no es puramente religiosa: es una especie de olla podrida de votos y promesas,
recuerdos lúbricos, reniegos infernales, insultos á los que se quedan en la playa,
recomendaciones para todas las comáes (comadres) y las ñas (abreviacion de doña ó
señora). Aquel guirigay es tan ininteligible como grosero y abominable209
.
En un sentido similar, pero refiriéndose particularmente a las oraciones matinales que los bogas
dirigían a la Virgen, Steuart expresaba que: «en estas advocaciones se mezclan bendiciones y
maldiciones y las peticiones más singulares, sea que se refieren a cosas temporales o espirituales
[…] Sus efusiones en tales ocasiones eran todas extemporáneas»210
. Vale la pena referir una de
las supuestas oraciones realizadas por los bogas, trascrita por el autor anteriormente mencionado,
quien insistía en afirmar que ésta era tan literal como le era posible:
Oh, María, ¡la más poderosa! ¡Bendita reina del cielo, madre de Dios, apiádate de
nosotros los pobres bogas! Recorre la corriente con nosotros este día, y que los
rápidos y remolinos no impidan nuestro progreso. ¡Qué el hombre blanco, nuestro
patrón, aquí, nos de abundancia de brandy y tal vez un poquito de mantequilla para
freír nuestro pescado! ¡Hurra por el patrón blanco y las bonitas muchachas indias de
Ocaña! ¡Viva María, el Santo San José y todos los Santos!211
Más allá de qué tan preciso es lo anterior, lo que interesa es resaltar que esta oración abre una
ventana a la vida de los bogas: es evidente que éstos aceptaban cierto nivel del sistema religioso
cristiano, no se revelaban contra éste y en muchas formas lo aceptaban, pero desde su
cotidianidad manejaban los ritos y las creencias dándoles un giro, creando una nueva visión que
generaba formas diferentes que producían a su vez una realidad social y cultural nueva. Por lo
anterior, es de comprender que los distintos viajeros afirmaran el carácter desordenado y
perturbador de las prácticas lingüísticas y religiosas de los bogas, su particularidad y sus errados
rasgos interpretativos.
Los viajeros –especialmente nacionales–, se enorgullecían de rendir culto a la gramática y de
hablar la mejor lengua a la vez que citaban la ―barbarie lingüística‖ de los bogas, ubicando su
209
SAMPER, José María, Ensayo sobre las… op. cit., p. 96. Énfasis mío. Es importante aclarar que para Samper la
mezcla de lo religioso y lo profano en los rezos de los bogas era, en parte, culpa del clero: «es así como la indolencia
ó la fría codicia del clero le ha dejado alimentar al zambo el sentimiento religioso, confundido con las cosas mas
indignas!». 210
STEUART, John, op. cit., p. 70. 211
Ibíd., p. 71.
María del Pilar Riaño
55
oralidad en el espacio de la anomalía y degradándola hasta casi ingresar a la animalidad y revestir
la condición de mero balbuceo apenas inteligible. La ―ininteligibilidad‖ de sus rezos se hace
visible en las palabras de Holton, quien nunca pudo saber si «las oraciones eran en latín, español
o en algún dialecto»212
.
Los modales y la vida material
Las referencias a las costumbres ―repugnantes‖ se hacen más fuertes al interrogar a los viajeros
respecto a las formas de vida de los bogas. En aspectos elementales como comer y vestirse los
autores encontrarían prácticas desagradables que en nada se parecían a lo que ellos consideraban
la vida civilizada. En la escaza indumentaria de los bogas, en su pobre vida material y en sus
hábitos de alimentación, los escritores no hallarían el seguimiento de las normas o patrones
civilizados, sino la desviación de éstos.
John P. Hamilton afirmaba que «[Los bogas] están desnudos con excepción de un trapo de tela
que llevan alrededor de la cintura y un sombrero»213
. En un sentido similar, otro viajero
comentaba que «[los bogas son] pilluelos desnudos y de piel amarillenta, jaspeada de mugre»214
.
Si bien las referencias anteriores no hacen explícito el desagrado que producía la desnudez del
boga, si se tiene en cuenta que ésta era un indicio de vulgaridad e irreverencia con la sociedad, y
que el vestido cumplía la función de expresar la posición social de las personas, se podría pensar
que la ―exhibición‖ que el boga hacía de su cuerpo permitiera a los escritores a reafirmar su
carácter bárbaro. No se debe olvidar, como lo recuerda Pedraza, que la apariencia exterior, que
incluía el aseo y el aliño, reflejaba la condición moral de las personas, y que la elegancia y el
buen gusto eran criterios estéticos que las élites definían continuamente y que servían para
reformular la vulgaridad y preservar su superioridad215
.
212
HOLTON, Isaac, op. cit., p. 85. 213
HAMILTON, John Potter, op. cit. 214
HOLTON, Isaac G., op. cit., p. 56 215
Ibíd., p.p. 66-68. Recordemos que, como lo señala Franz Hensel, «la moral no sólo enseñaba el bien o el mal, el
vicio o la virtud, la moral tiene como preocupación darle un contenido práctico, mostrar cómo se hace el bien, cómo
se es virtuoso o bien de qué forma se lleva una vida licenciosa y desordenada» (HENSEL RIVEROS, Franz,
―Introducción‖, en Vicios, virtudes y educación moral en la construcción de la República, 1821-1852, Bogotá,
Colección Prometeo, Uniandes-Ceso, 2006, p. xxxi).
María del Pilar Riaño
56
Esta asociación entre pulcritud corporal y estética y pulcritud moral se vería complementada por
las impresiones que los viajeros se llevaron de la vivienda de los bogas. Charles Saffray, por
ejemplo, diría que: «su caseta de bambú, cubierta de hojas de palmera, es angosta y baja; en la
única habitación no hay muebles, ni utensilios, ni útiles; sólo se ve una olla de barro, una hacha
vieja y un machete»216
. Así mismo, Miguel Cané observaba que:
Todo á lo largo del río no se encuentran sino pequeñas y miserables poblaciones,
donde las gentes viven en chozas abiertas, sin mas recursos que un árbol de plátanos
que los alimenta, una totuma, cuyas frutas, especie de calabazas, les suministran
todos los utensilios necesarios á la vida y uno ó dos cocoteros217
.
La pobreza de la cultura material de los bogas era un problema asociado a sus escasos recursos y
a la frugalidad de la vida que llevaban. Como lo señala Safford, las élites del siglo XIX veían el
consumo material como un indicador importante del grado de civilización alcanzado por un
grupo determinado218
. Desde esta perspectiva, el criterio más evidente para la ubicación de un
individuo en la pirámide social era su modo de vida, definido en función de la calidad de su casa,
su vestido y sus bienes219
. La ‗evidente‘ pobreza de la cultura material de los bogas, por tanto,
era un síntoma de su falta de ambición por el futuro, y, por lo mismo, un obstáculo para la
construcción de la civilización y para el progreso social y económico de la nación. Y puesto que
la condición moral de los pobladores estaba directamente relacionada con sus condiciones
materiales, y dado que la pobreza era vista como consecuencia directa de la ignorancia, el
abandono y la falta de orden, los bogas, según los autores, se hallaban expuestos a la corrupción
moral.
En adición a lo anterior, y sin ocultar su desagrado por las pautas de relación con los modales
para comer, John Steuart señalaba que:
[Cuando] una tripulación de bogas se sienta a comer representa una escena
digna de ser descrita […] Los bogas se atracan allí mismo de grandes
216
SAFFRAY, Charles, op. cit., p. 128. 217
CANÉ, Miguel, op. cit., 218
SAFFORD, Frank, ―Race, integration, and progress: Elite attitudes and the Indian in Colombia, 1750-1870‖, en
Hispanic American Historical Review, Duke University Press, North Carolina, February, 1991, p.p. 23-24. 219
PRICE, Thomas Jr., ―Algunos aspectos de estabilidad y desorganización cultural de una comunidad isleña del
Caribe Colombiano‖, en Revista Colombiana de Antropología III, Bogotá, 1954, p.p. 31-32.
María del Pilar Riaño
57
cantidades de comida, que mastican con rapidez y pasan con el agua del río,
fría y barrosa, tal como corre al paso del bote. […] El comportamiento de los
bogas en tales situaciones nos obligaba a presenciar escenas repugnantes de
suciedad y una conducta muy por debajo de la bruta creación. Ni la persuasión
ni aún las amenazas pueden persuadirlos de sus prácticas bestiales220
.
Siguiendo a Pedraza, si durante el siglo XIX se creía que todo acto de comer debía transcurrir de
manera discreta y limpia, sin que fuera demasiado notorio que se estaba satisfaciendo una
necesidad ya que «en la mesa se conoce a la persona bien educada»221
, es comprensible que las
prácticas de los bogas con respecto a la alimentación fueran vistas por los viajeros como
repugnantes. La ‗falta de modales‘ de estos sujetos generaba en los viajeros malestar y era vista
como símbolo de suciedad y desviación de los estándares civilizados. En este sentido, el viajero
no sólo estaba constatando la diferencia del boga con respecto a su cultura, sino que también
establecía jerarquías que le permitían formular juicios de valor desfavorables con respecto a las
pautas de comportamiento de los bogas. La descripción de este tipo de costumbres, por lo tanto,
relataba vicios a fin de reflejar actos de inmoralidad dignos de rechazar. Recordemos que, según
Beatriz González:
extremar la limpieza o cuidar meticulosamente los movimientos del cuerpo o educar
la dicción no era un asunto de estricta higiene corporal o lingüística, sino un
problema de distinción social. Las buenas maneras no sólo blanqueaban la piel, sino
que representaban ahora un valor (y no una virtud) mercadeable, porque tanto la
apariencia (limpieza, salud, vestuario) y saber decir eran un capital simbólico que
podía colocar a cada individuo (mujer u hombre según el caso) en una jerarquía
social más alta [o, en este caso, más baja]222
.
El desagrado que producían en los viajeros la desnudez del boga, la precariedad en la que vivía y
sus hábitos de alimentación era, de acuerdo con los planteamientos de Norbert Elias, una de las
sensaciones dominantes de lo que él denominaba el ―malestar de la barbarie‖: «el malestar que
produce aquella otra constitución emotiva, aquella otra pauta de pudor que aún hoy se encuentra
en muchas sociedades a las que llamamos ―incivilizadas‖»223
.
220
STEUART, John, op. cit., 70. Énfasis mío. 221
PEDRAZA, Sandra, ―En Cuerpo…”, op. cit., p. 80. 222
GONZÁLEZ, Beatríz, ―Cuerpos de la nación…‖, op. cit. 223
ELIAS, Norbert, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, México, FCE,
1994, p. 104, citado por BOLIVAR, Ingrid, ―Los viajeros del siglo XIX y el ―proceso de civilización…‖, op. cit., p.
28.
María del Pilar Riaño
58
La vida licenciosa
El Boga, sin escrúpulo de ninguna clase,
recarga su conciencia con todos los pecados capitales:
es licencioso como Don Juan Tenorio.
La embriaguez, la pereza y la gula están siempre en el programa de su vida.
(Emiro Kastos, 1851: en línea)
Las fiestas –en las que se bailaba currulao–, los regocijos y la embriaguez de los bogas eran
también censurables desde el punto de vista de los viajeros. En estas prácticas culturales los
escritores veían el reflejo del carácter vicioso e indisciplinado de los bogas, así como la
expresión más clara del atraso en el cual se encontraban ciertas poblaciones. Las borracheras de
los remeros se presentaban, a los ojos de los observadores, como una inmoralidad grotesca y
libertina, y el baile del currulao no era más que una danza bárbara, desenfrenada e instintiva, y
por lo mismo irracional.
La propensión de los bogas a la embriaguez es uno de los señalamientos más recurrentes en las
descripciones de los viajeros. Esta supuesta inclinación natural era vista por algunos escritores
como una manifestación de la rusticidad y la miseria en la que se encontraban los bogas; factores
que los impelían a la promiscuidad y que permitían, en palabras de Castro, Hidalgo y Briones, la
«proliferación de prácticas que estorbaban la civilización y que permitían la reproducción de la
barbarie»224
. Según Aquileo Parra, los bogas, «a pesar de que sus costumbres se acercaban
mucho al estado salvaje [,] no pecaban de pendencieros sino cuando se hallaban
embriagados»225
. En este sentido, es de suponer que su carácter ―insolente‖ y ―belicoso‖ fuera un
problema asociado a sus continuas borracheras.
Con respecto a las ―tremendas y extravagantes borracheras" de los bogas, que en varias
ocasiones obligaban a los viajeros a detener su viaje hasta cuando fuera oportuno, John P.
224
CASTRO, Nelson, HIDALGO, Jorge, BRIONES, Viviana, ―Fiestas, borracheras y rebeliones (Introducción y
traducción del expediente de averiguación del tumulto acaecido en Ingaguasi, 1777)‖, en Estudios Acateños No. 23,
San Pedro de Acatama, Universidad Católica del Norte, 2002, p.p. 77-109, disponible vía web:
http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=31502306&iCveNum=1817 Consultado el 28 de
septiembre de 2009. 225
PARRA, Aquileo, op. cit.
María del Pilar Riaño
59
Hamilton decía que «los bogas, o la tripulación de los champanes que los impulsan río arriba,
son un conjunto de individuos tan borrachos como disipados como los suele haber en el
mundo»226
. Mientras que otro viajero, refiriéndose también al gusto de los bogas por el licor,
relataba la siguiente escena:
Los bogas se habían embarcado en un estado de embriaguez tal, que no daban un
paso sobre la movediza tolda del champán sin caer al fondo del río, en grupos de tres
o cuatro. Para los curiosos que se situaban en la ribera a presenciar el grotesco
espectáculo, era éste muy divertido; pero no así para el dueño de la carga, que la veía
más de una vez en peligro227
.
Fuera cual fuere la concepción que los viajeros tenían de la embriaguez de los bogas, ésta era
vista como un rasgo determinante de su carácter y como una práctica contraria, en todo caso, a
aquella practicada por los hombres de buenas costumbres, quienes, según Mabel Centeno,
«circunscribían el consumo a la hora de sus comidas y debían ser capaces de beber sin llegar a
perder su actitud digna, lo que significaba no llegar a la embriaguez»228
. El problema de la
ebriedad de los bogas, por tanto, no radicaba en el consumo o no de bebidas alcohólicas, sino en
el tipo de alcohol y en cómo, cuándo y quiénes lo consumían.
La actitud ‗viciosa‘ de los bogas no se limitaba al champán. Las fiestas en las que se adentraban
durante sus paradas en las poblaciones o en las márgenes del río Magdalena eran vistas como
eventos que abrían el espacio del vicio, las pasiones desenfrenadas y las imperfecciones
alentadas por la embriaguez. De ahí que fueran juzgadas como celebraciones inmorales,
indisciplinadas y descontroladas. Dentro de estas celebraciones se encontraba el baile del
currulao. Esa danza que, según José María Samper, «resume al boga y a su familia, que revela
toda la energía brutal del negro y el zambo de las costas septentrionales de la Nueva
Granada»229
, y que según José María Vergara y Vergara era «un dialecto bárbaro». Bárbaro, en
la medida en que se presentaba como una actividad de energía desordenada y ruidosa, y como un
226
HAMILTON, John P., op. cit. Al respecto ver también GOSSELMAN, Op. cit., p. 137-8; SAFFRAY, Charles,
Op. cit., p. 56; PARRA, Aquileo, op. cit. MADIEDO, Manuel María, Op. cit., p. 21. 227
PARRA, Aquileo, op. cit. Énfasis mío. Al respecto ver también: STEUART, John, op. cit., p., 58. 228
RODRÍGUEZ CENTENO, Mabel, ―Borrachera y vagancia: argumentos sobre marginalidades económica y moral
de los peones en los congresos agrícolas mexicanos del cambio de siglo‖, en Historia Mexicana No. 1, Vol. XLVII,
Ciudad de México, junio de 2009, p. 123. 229
SAMPER, José María, “De Honda…”, op. cit.
María del Pilar Riaño
60
fenómeno estrictamente físico, irracional y desarticulado230
. Así calificaba la danza Ernest
Röthlisberger,
No entraré en la descripción de la danza, con sus salvajes movimientos, tan pronto
sensuales como lánguidos o apasionados. Aquí no se baila con entusiasmo o con el
corazón, sino con el instinto puramente mecánico que habita la carne. Existe una
profunda diferencia entre nuestro trabajo social, apoyado en esfuerzos mentales, en
comunes sacrificios, padecimientos y gozos, y este oscuro vegetar, este predominio
de todas las fuerzas físicas en el hombre, que debe luchar contra la Naturaleza y
contra un siglo de viejo despotismo. Es un estado de barbarie, con el que sólo en un
futuro lejano podrá acabarse231
.
Como se observa en esta cita, el baile del currulao aludía, para Röthlisberger, no sólo a una
danza instintiva, irracional e inconsciente, sino también a un ―oscuro‖ existir que era producto
tanto del medio como del despotismo al que habían estado sometidos durante la era colonial.
Este espacio festivo, perfecto para el ‗desborde‘ de las pasiones, se relacionaba no sólo con un
pasado arcaico y ‗vergonzoso‘, sino también con la incivilidad, la infracción y la culpa232
. Por lo
mismo, era censurable pues estaba vinculado con actos públicos que cuestionaban el orden en el
cuerpo social por la proximidad que guardaba con el vicio y el pecado233
. De ahí que José María
Samper afirmara en uno de sus textos que «al ver ese horrible espectáculo, uno cree que está
mirando, en una pesadilla, una zambra de réprobos dando vueltas en una de las cavernas del
infierno, en honor de los siete pecados capitales!»234
. Y que en otra de sus narraciones insistiera
en que «la civilización no reinará en esas comarcas sino el día que haya desaparecido el currulao,
que es la horrible síntesis de la barbarie actual»235
. Como se refleja en sus palabras, ante la
barbarie de los cuerpos cobraba espesor la moralidad, la racionalidad y la blancura del que los
representaba236
.
230
RAMOS, Julio, ―Cuerpo, lengua y subjetividad‖, en Revista de Crítica Literaria Latinoamericana No. 38, año 19,
Lima-Hanover, Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar, 1993, p. 229. 231
RÖTHLISBERGER, Ernest, El Dorado. Estampas de viaje y cultura de la Colombia suramericana, Bogotá,
Biblioteca V centenario Colcultura, Viajeros por Colombia, 1993, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/eldorado/eldo4c.htm. Consultado el 21 de septiembre de 2009.
Énfasis mío. 232
GONZÁLEZ, Beatriz, op. cit. 233
CASTRO, Nelson, HIDALGO, Jorge, BRIONES, Viviana, op. cit. 234
SAMPER, José María, Ensayo sobre las… op. cit, p. 97. 235
SAMPER, José María, “De Honda…”, op. cit. 236
RAMOS, Julio, op. cit, p. 230.
María del Pilar Riaño
61
Las costumbres de los bogas, por tanto, eran la expresión de su carácter. Las primeras, además
de expresar usos ignorantes, prácticas repugnantes y hábitos indisciplinados, servían a los
escritores para representar a los bogas como seres intelectual, moral y culturalmente inferiores.
Sus prácticas, costumbres y formas de ser parecían estar muy lejos de los valores que
caracterizaban a las poblaciones civilizadas, reflejando de esta manera el carácter bárbaro de los
bogas. Esta ―barbarie‖ se vería reforzada –a la vez que era producto– por el medio en el que
vivían.
c. Geografía de la barbarie
La naturaleza humana es, en verdad,
esencialmente la misma en todas partes,
pero infinitamente diversificada por el poder
de las circunstancias externas.
(Holton, 1981: 19).
Pero quizás lo que se llaman las razas humanas
no es más que el resultado de las influencias específicas del clima,
confirmado a través de períodos indefinidos de tiempo
por la acumulación de herencias fisiológicas.
(Camacho Roldán, 1973: 119).
Las narraciones realizadas por los viajeros sobre el río Magdalena y sus habitantes evidencian
que la asociación entre geografía y población fue uno de los mecanismos utilizados por los
escritores para explicar el porqué del carácter y las costumbres bárbaras de los bogas: entre más
salvaje fuera la naturaleza más salvaje sería la cultura de sus habitantes237
. Esta asimilación de la
cultura a la naturaleza, gracias a la cual se naturalizaba la jerarquía social y se asociaban grupos
poblacionales a espacios geográficos particulares, fue objeto explícito de preocupación en la
mayoría de los textos consultados, ya que América, y en particular el río Magdalena, eran lugares
―ideales‖ para demostrar la veracidad de tales ideas. En palabras del francés August Le Moyne:
237
PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 234.
María del Pilar Riaño
62
Los habitantes [del Magdalena] eran negros, mulatos o indios, únicas razas capaces
de vivir en medio de los pantanos de la ciénaga sin sentir los efectos de las graves
enfermedades que con un ambiente abrasador, húmedo y cargado de miasmas
deletéreos no tardan en aquejar a los blancos que se aventuran por estos parajes238
.
El Conde de Buffon (1707-1788) ya había dado luces al respecto: para este naturalista de
mediados del siglo XVIII, las condiciones climáticas del continente americano (humedad, calor,
ausencia de estaciones, trópico) hacían de éste un lugar «salvaje, hostil y frígido», y, como
consecuencia, un territorio en donde las especies eran inferiores y débiles239
. De hecho, según
argumentaba el mismo autor, el clima de estas tierras era la causa de que todo ser vivo europeo
(animal, planta u hombre) se adaptara mal y se degradara240
. De esta manera Buffon, entre otros,
sentó las bases para la explicación científica de la supuesta inferioridad americana y de su falta de
condiciones para el establecimiento de una verdadera civilización241
. América, en síntesis, era un
medio completamente degenerativo y, por lo mismo, determinante para el desarrollo físico, moral
e intelectual de los seres vivos. En este sentido, la naturaleza de sus habitantes, en palabras de
Nieto, Castaño y Ojeda, «podría estar definida no sólo por su origen racial y por la nobleza de sus
antepasados, sino [también] por el clima y la naturaleza del lugar en el que [habitaban]»242
.
Esta episteme imperante, gracias a la cual se valoraban territorios y sociedades en detrimento de
otros, dejaba muy mal parados a los escritores nacionales; el hecho de que no se discutiera la
influencia de la geografía sobre las características físicas y mentales de las sociedades, y que se
afirmara que esta misma influencia determinaba si una sociedad sería capaz o no de alcanzar la
civilización o si quedaría confinada al salvajismo y a la barbarie243
, así como la creencia de que el
238
LE MOYNE, August, op. cit., p. 52. Con respecto a las ―fiebres del Magdalena‖ y al uso del concepto de miasma
en Colombia ver: GARCÍA, Claudia Mónica, op. cit.; VILLEGAS VÉLEZ, Álvaro Andrés, ―Territorio, enfermedad
y población en la producción de la geografía tropical colombiana, 1872-1934‖, en Historia Crítica No. 32, Bogotá,
Universidad de los Andes, 2006, p.p. 94-117. 239
GERBI, Antonello, La Disputa del Nuevo Mundo: Historia de una polémica. 1750 – 1900, México, Fondo de
Cultura Económica, 1993, p. 7-42. Esta inferioridad de las especies, según Buffon, surgía bebido a que «del estado
de perfección encarnado por la raza europea blanca se había degenerado hacia formas inferiores como la de la raza
negra, por influencia del clima». Citado por MÚNERA, Alfonso, Fronteras imaginadas: la construcción de las
razas en el siglo XIX colombiano, Bogotá, Editorial Planeta, 2005, p. 27. 240
Ibíd., p.p. 23-26. 241
MUÑOZ, Santiago, op. cit. 242
NIETO, Mauricio, CASTAÑO, Paola, OJEDA, Diana, ―El influjo del clima sobre los seres organizados y la
retórica ilustrada en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada‖, en Historia Crítica Nº 30, Bogotá, julio-diciembre
2005, p. 97. 243
GERBI, Antonello, op. cit., p. 17.
María del Pilar Riaño
63
trópico encarnaba todos estos valores, eran argumentos a través de los cuales los criollos se
convertían en habitantes de la barbarie. Frente a lo anterior, el reto para los escritores nacionales
de comienzos del siglo XIX consistió, en primer lugar, en demostrar que no todo el territorio
americano era degenerativo y, en segundo lugar, en apropiar «a su manera dichos discursos
europeos sobre la influencia negativa del clima y la geografía para legitimar su función de
europeos-americanos civilizados entre los grupos poblacionales que consideraban salvajes»,
como lo señala Muñoz244
.
Siguiendo a Arias, con el fin de «cuestionar las proposiciones radicales de naturalistas, filósofos
y literatos sobre la innegable degeneración de la naturaleza y los hombres americanos», los
escritores colombianos formularían su propia teoría245
: la región de los Andes, por causa de su
altura y geografía, no tenía efectos negativos sobre las personas y, por lo mismo, era un lugar
propicio para el desarrollo de la civilización y de hombres con atributos físicos, intelectuales y
morales similares a los del hombre europeo. Por el contrario, las regiones cálidas o de ―tierra
caliente‖ eran ambientes degenerativos que condenaban a las personas al estado salvaje246
. De
acuerdo con esta ―topografía de la moral‖, como la denomina Taussig, las tierras bajas eran
presentadas como un obstáculo para el progreso y la integración nacional y como opositoras al
paraíso terrenal de las montañas247
: «del otro lado de la naturaleza salvaje, en un más allá
antitético, está la civis, la civilización, la ley y el orden»248
.
244
MUÑOZ, Santiago, op. cit. 245
ARIAS VANEGAS, Julio, ―Seres, cuerpos y espíritus del clima, ¿pensamiento racial en la obra de Francisco José
de Caldas?‖, en Revista de Estudios Sociales No. 27, Bogotá, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los
Andes, agosto de 2007, p. 17. Digo colombianos porque en el Perú, por ejemplo, las tierras altas (habitadas por
comunidades indígenas) fueron consideradas salvajes y las costas (habitadas por los políticos e intelectuales blancos)
civilizadas. Esto ayuda a entender que las ideologías son históricamente construidas, y que éstas dependen del
tiempo y del espacio en el que se las analice. Con respecto a lo anterior ver: ORLOVE, Benjamin, ―Putting Race in
its place: Order in Colonial and Postcolonial Peruvian Geography‖, in Social Research No. 2, Vol. 60, summer 1993,
p.p. 301-336; TAUSSIG, Michael, ―A lomo de indio. La topografía moral de los Andes y su conquista‖, en
Chamanismo, colonialismo y el hombre salvaje, Bogotá, Editorial Norma, 2002. 246
Para un estudio más preciso del pensamiento geográfico de los criollos de comienzos del siglo XIX ver también:
ARIAS VANEGAS, Julio, ―Seres, cuerpos y espíritus del clima…‖, op. cit., p.p. 16-30; RESTREPO, Eduardo,
―´Negros Indolentes´ en las plumas de corógrafos: Raza y progreso en el occidente de la Nueva Granada de
mediados del siglo XIX‖, en Nómadas No. 26, Bogotá, Universidad Central, abril de 2007, p.p. 28-43. 247
TAUSSIG, Michael, op. cit. 248
RODRÍGUEZ, Ileana, op. cit., p. 30.
María del Pilar Riaño
64
El diplomático alemán Alfred Hettner, quien viajó a Colombia a finales del siglo XIX, parecía
estar de acuerdo con esta teoría al afirmar que
El clima de la tierra baja tropical con su calor apenas disminuido durante las noches,
produce en el extranjero de origen nórdico un efecto de cohibición limitativo de su
agilidad mental y su fuerza emotiva, condiciones que pronto mejoran en las regiones
de mayor elevación sobre el nivel del mar, con su aire enrarecido y su temperatura más
baja.249
.
Al reconocer que la geografía americana no era homogénea, los escritores nacionales a la vez que
matizaban la propuesta de Buffón, también la confirmaban: la existencia de una correspondencia
directa entre la geografía del territorio y el carácter moral de sus habitantes no era
cuestionable250
. A esta correspondencia José María Samper agregaría otro elemento: la geografía
de las razas251
. Según el autor, cada raza debía ocupar un espacio físico específico y situarse en el
medio que «mejor conviene á la sangre, las tradiciones, la industria y la energía de cada una»252
,
ya que «cada grupo social obedece á las leyes de su fisiología y su geografía»253
. Su esfuerzo por
dotar a las regiones de contenidos raciales y a partir de ellos construir una jerarquía de las
geografías humanas, se hace visible en las siguientes palabras:
[…] es preciso establecer una distinción, que la naturaleza había determinado en la
distribución de las razas. La región de las altiplanicies había concentrado todas las
fuerzas de la civilización en progreso. La región ardiente de las costas, de los valles profundos, las Pampas y los Llanos, era el inmenso imperio de la barbarie
254.
Una valoración similar se desprende de las palabras del geógrafo francés Élisée Reclus, quien,
tras haber leído y reseñado el Ensayo de José María Samper, afirmaba que consideraba
249
HETTNER, Alfred, Viaje por los Andes colombianos (1882-1884), Bogotá, Talleres Gráficos del Banco de la
República, 1976, disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/viaand/indice.htm Consultado el 5 de
septiembre de 2009. 250
CASTRO GÓMEZ, Santiago, La hybris…, op. cit., p. 265. 251
Según Alfonso Múnera (―Fronteras…‖op. cit., p. 33), la formulación de una geografía humana en Samper
«cumple con el propósito de fijar en la imaginación de los colombianos las líneas de una nación heterogénea, cuyas
razas inferiores de indios y negros constituyen el principal obstáculo en su evolución hacia una nación civilizada». 252
SAMPER, José María, Ensayo sobre las… op. cit., p. 99. 253
SAMPER, José María, Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las Repúblicas
colombianas, Ed. Centro, Bogotá, 1862, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/revpol/indice.htm#indice Consultado el 5 de septiembre de
2009. 254
SAMPER, José María, Ensayo sobre las…, op. cit., p. 27.
María del Pilar Riaño
65
absolutamente pertinente analizar la distribución de los grupos humanos según consideraciones
geográficas255
:
Los habitantes de Colombia se establecieron en diferentes altitudes según el color de
su piel. Así pues, la blancura de la tez es inversamente proporcional a la elevación de
la temperatura; las zonas climáticas están marcadas por las montañas colombianas,
como lo están por la redondez de la tierra, y de la base a la cima los andes granadinos
ofrecen un resumen de las razas humanas así como un resumen de la fauna y de la
flora terrestres256
.
Parafraseando a Múnera, al fortalecerse la idea de un centro andino rodeado de tierras marginales
y fronterizas, y al dotarse esas fronteras y sus habitantes de categorías éticas y estéticas, el río
Magdalena y los bogas que vivían en él serían codificados en los textos de los viajeros como el
territorio y las gentes de la barbarie257
. Si se creía, como lo profesaba Samper, que «las
sociedades [tenían] sus climas ó [sic] temperaturas morales como sus climas físicos»258
y que no
era «posible liberarse de ciertas influencias de calor o frío, o de higiene natural ó [sic] de
moralidad, bajo ciertas latitudes o elevaciones»259
, es de suponer que la inferioridad moral que
los viajeros le atribuían a los bogas se derivara, en parte, del medio hostil, ―inevitable y fatal‖ en
que éstos vivían. En palabras del mismo Samper:
Nacido bajo un sol abrasador; en un terreno húmedo, inmenso y solitario, y contando
con una naturaleza exuberante que lo da todo con profusión y de balde, y que exagerando el desarrollo físico de los órganos, debilita [las funciones del boga] y
degrada su parte moral260
.
Al igual que Samper, varios autores subrayan la influencia del clima sobre la vida de los bogas.
Según el argentino Miguel Cané, los bogas habitaban «el suelo dónde el hombre nace más débil y
escaso», por lo que se preguntaba: «¿Qué vale esa ferocidad maravillosa, si el clima no permite el
255
LANGEBAEK, Carl, ―La obra de José María…‖, op. cit., , p. 198. 256
RECLUS, Elisée, op. cit., p. 203. 257
MÚNERA, Alfonso, ―Fronteras…‖ op. cit., p. 102. 258
SAMPER, José María, Ensayo sobre las…, op. cit., p. 43. Por ―climas físicos‖ se entendía la naturaleza corporal
del hombre desde el punto de vista de sus determinaciones externas (medio ambiente, fisonomía, temperamento,
raza); mientras que la ―temperatura moral‖ hacía referencia a la capacidad del hombre para superar el determinismo
de la naturaleza física; CASTRO GÓMEZ, Santiago, op. cit., p. 38. 259
SAMPER, José María, Ensayo sobre las…, op. cit., 1969, p. 43. 260
SAMPER, José María, "De Honda…”, op. cit.
María del Pilar Riaño
66
desenvolvimiento de la raza humana que debe explotarla?»261
. Por su parte, Charles Saffray
afirmaba que «el boga elige de ordinario por morada la orilla de los ríos, esas tierras malsanas
donde el calor y la humedad engendran prodigios de vegetación y extraños animales»262
. Y más
adelante señalaba que:
la temperatura es sumamente elevada; el termómetro marca a la sombra, por la tarde,
cuarenta grados centígrados, y jamás hay viento ni sopla la menor brisa. Así se
comprende la indolencia de los habitantes, y se explica que tomen con intervalos de
una hora copitas de ron, para luchar contra la influencia depresiva del clima263
.
Como se observa en la cita, el medio ―malsano‖ del Magdalena no sólo ―degradaba‖ y
―debilitaba‖ física y moralmente a los bogas, también explicaba su carácter indolente y, de alguna
manera, su ―tendencia‖ a la embriaguez. Lo que salta a la vista es la creencia en la
correspondencia directa y causal entre el clima y el carácter moral de los bogas. La opinión de
que la temperatura del aire y la composición del suelo tenían consecuencias directas sobre su
moral, afectando su estado físico. En últimas, la barbarie de los bogas era concomitante a la
naturaleza, ya que esta última era tan agreste como los habitantes que la ocupaban y el hombre
aprehendía las características básicas de su entorno natural al punto de identificarse moralmente
con éste. De ahí que el filólogo colombiano Rufino Cuervo afirmara que: «[el boga] inherente a
la raza de que trae su origen, i [sic] al clima en que vive, son por la mayor parte sus defectos»264
.
261
CANÉ, Miguel, op. cit., p. 75. 262
SAFFRAY, Charles, p. 55. 263
Ibíd., p. 58. Énfasis mío. 264
CUERVO, Rufino (1840), "El boga del Magdalena", op. cit., p. 265.
María del Pilar Riaño
67
d. Los gajes del oficio
El trabajo era excesivo, y sólo una raza de mortales
como aquella podría haberlo soportado.
(Steuart, 1989: 41.)
Los bogas eran producto del medio, dirían los viajeros. A éste debían, en parte, su carácter y sus
costumbres, pero también su oficio y la fuerza física que los caracterizaba. Desde esta
perspectiva, la labor y la corporalidad propia de los sujetos que la realizaban serían elementos
privilegiados en la construcción que los viajeros realizaron de los bogas; y no era para menos, ya
que el boga se hacía boga bogando.
Los viajeros nacionales y extranjeros que se aventuraron en el río Magdalena durante el siglo
XIX describieron detalladamente el oficio de la boga, uno de los trabajos más importantes, en
tanto que el transporte fluvial de bienes y personas dependía de éste. Sus apreciaciones, empero,
presentan ambivalencias interesantes: el bogar, definido como uno de los oficios más rudos que
pudiera realizar un ser humano, era elogiado por lo escritores por implicar esfuerzos
―sobrehumanos‖ y un alto conocimiento y experiencia en la materia. A la vez, era presentado
como producto de una elección individual y voluntaria, consecuencia directa de que ―cierta clase
de individuos‖ optaran por él, pero también como algo natural, como una expresión de la
corporalidad y de la ―naturaleza salvaje‖ del boga.
Comencemos por hacernos una imagen de la técnica del oficio. Las palabras de Aquileo Parra y
de José Joaquín Borda resultan esclarecedoras. Según el primer autor, llegada la hora del trabajo
los bogas «formaba[n] en dos filas, y al compás del canalete, manejado con airoso movimiento,
golpeaba[n] con los pies la proa del champán, produciendo un ruido cadencioso, semejante al
currulao»265
. Una descripción similar es realizada por José Joaquín Borda: «en la popa doce
mulatos medio desnudos empuñaban su canalete, y otros cuatro sobre la cubierta alzaban sus
265
PARRA, Aquileo, op. cit.
María del Pilar Riaño
68
varas delgadas para secundar el movimiento de los remeros, apoyando una punta de la vara en los
árboles de la orilla y la otra en el desnudo y encallecido pecho»266
.
El oficio de la boga requería de trabajadores con experiencia y gran conocimiento sobre el tráfico
por el río Magdalena, y los viajeros eran conscientes de ello. Gosselman, por ejemplo, destacaba
que «la empresa requería mucha experiencia, ya que no es nada fácil poder moverse y trabajar a
plenitud en tan pequeña embarcación; de ahí que la vara hacía también las veces de palo de
equilibrio»267
. Parra, por su parte, enfatizaba en el conocimiento que tenía el patrón de los bogas
en la dirección de los champanes: «era siempre al ejercitado oído del patrón al que primero
llegaba el sordo rumor de la tempestad que amenazaba; y al sentirlo, después de ponerse en pie,
daba la voz de alarma diciendo: Blanco! un palo de agua! Experiencia»268
.
En adición al reconocimiento que los viajeros hacían del conocimiento de los bogas con respecto
al oficio, ninguno «de cuantos navegaron el Magdalena dejó de apreciar la rudeza del trabajo de
los bogas»269
, como lo señala Sánchez270
. El ―bogar‖ era descrito por el mismo Gosselman como
una de las labores más difíciles que pudiera realizar un hombre, «especialmente en este clima
infernal [del Magdalena]»271
. En una dirección similar se orientaba el comentario de Charles
Saffray: «Desnudo, sufriendo los ardientes rayos del sol, y con su pértiga apoyada en el pecho
para hacer más fuerza, recorre la embarcación, moviéndola a la vez por su peso y por el esfuerzo
de todos sus músculos. Rudo es el trabajo»272
. La labor en sí misma era vista August Le Moyne
como una profesión «para gentes rudas sin más aptitudes que para esto»273
y como un ejercicio
brutal, rudo, que implicaba esfuerzos sobrehumanos continuados. Según el mismo autor, el
bogar, por ser un trabajo excesivo, sólo podía ser soportado por cierta clase de gentes:
Desde luego, un europeo por robusto que sea y por más acostumbrado que esté a las
más rudas faenas no podría bajo este sol de fuego de los trópicos soportar un solo día
las fatigas de semejante oficio y por de contado las gentes del país que
266
BORDA, José Joaquín, op. cit., p. 110. 267
GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 103. Énfasis mío. 268
PARRA, Aquileo, op. cit. Énfasis mío. 269
SANCHEZ, Efraín, ―Antiguo modo de viajar en Colombia”, op. cit., p. 329. 270
SANCHEZ, Efraín, ―Antiguo modo de viajar en Colombia”, op. cit., p. 329. 271
GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 127. 272
SAFFRAY, Charles, op. cit., p. 56. 273
LE MOYNE, Auguste, op. cit., p. 47.
María del Pilar Riaño
69
voluntariamente se dedican a él no alcanzan más que en casos contados una edad
avanzada, pues estos trabajos unidos a la vida desordenada que llevan, se debe tener
por consecuencia inevitable una serie de dolorosas enfermedades y prematuras
incapacidades para el trabajo274
.
Como evidencian las citas, la dificultad del trabajo de la boga era asociada no solamente al
esfuerzo muscular requerido, sino también al clima en el que se ejercía. Pese a que los bogas,
según los escritores, eran los únicos capaces de vivir en el clima del Magdalena, los ―infernales‖
y ―ardientes‖ rayos del sol de ―fuego‖ los afectaban: reducían sus años de vida y los exponían a
penosas enfermedades. Como lo señalaba Hamilton: «A los bogas, a causa de sus esfuerzos y
constante caminar sobre las cubiertas calientes, se les hinchan las piernas y con frecuencia vimos
en las aldeas a jóvenes inválidos por esta clase de trabajo»275
.
Los agobios sufridos por los remeros como consecuencia del oficio de la boga apenaban a los
viajeros. Y los bogas, a la vez que eran representados como individuos que hacían un esfuerzo
sobrehumano, eran ―elogiados‖ por llevar una vida ―laboriosa‖. Al respecto, Gosselman
comentaba que
observarle [al boga] causaba admiración, ya que había hecho de su oficio una
profesión, yendo constantemente de un lugar a otro, tostado por el calor abrasador,
picado por los mosquitos, padeciendo sed, sin otra compañía que sus bogadores276
.
Boussingault, por su parte, explicaba que a los bogas había «que perdonarles mucho teniendo en
cuenta la miserable existencia que llevan: ejercen un rudo trabajo muscular, desnudos a pleno sol,
con temperaturas de 29° a 35°, alimentados abundantemente, pero con alimentos poco finos»277
.
De hecho, el mismo Gosselman relacionaba su ―soberbia‖ con su estatus laboral: «[…] unido a
esto la brutalidad que significa realizar tal labor se explica que todos sean indomables,
acercándose mucho a los animales salvajes»278
.
274
Ibíd. Énfasis mío, 275
HAMILTON, John Potter, op. cit. 276
GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 103. Énfasis mío. 277
BOUSSINGAULT, Jean Baptiste, op. cit. Énfasis mío. 278
GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 127.
María del Pilar Riaño
70
La naturalización del oficio es entonces evidente: la labor llevada a cabo por los bogas era
entendida como expresión de su misma corporalidad y como un oficio que reflejaba en sí mismo
su fuerza y su naturaleza salvaje. Sólo personajes ―bárbaros‖ y ―brutales‖ estaban en capacidad
física para ejercer ese tipo de labor: sólo seres ―salvajes‖ y ―primitivos‖ podían «impeler el
champán contra la corriente desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde bajo un sol
tropical y con sólo hora y media para el almuerzo y la comida»279
, como lo explicaba el coronel y
diplomático inglés John Potter Hamilton en 1827. Así, sólo los bogas podían llevar a cabo el rudo
oficio de remar en medio de un clima ardiente, rodeados de mosquitos y enfrentándose tanto a las
enfermedades propias del Magdalena como a las generadas por el oficio.
Ahora bien, hasta el momento hemos visto que las características atribuidas a los bogas del
Magdalena eran vistas por los viajeros como esenciales y en absoluto como producto de la
elección individual. Sin embargo, esto parece ―cambiar‖ en el oficio. En los textos, algunos
escritores señalaban que la existencia del trabajo de la boga era consecuencia directa de que cierta
clase de individuos lo eligieran u optaran por él; era el resultado de una decisión personal que
estaba por encima de los problemas y sacrificios que ésta pudiera traerles. Lo anterior se hace
evidente al analizar las palabras del botánico y periodista norteamericano Isaac Holton, quien, al
preguntarse cómo se lograba que un «vagabundo desnudo haga un esfuerzo casi sobrehumano,
trabajando día tras día, en un país donde casi es imposible morirse de hambre», responde: «Me
imagino que ese es el mismo problema de saber porqué unos hombres escogen ser poetas,
naturalistas o escritores sabiendo qué, exactamente como el boga, se les espera mucho trabajo y
poco dinero»280
. Sus palabras contradicen a aquellas expuestas por August Le Moyne, para quien
los bogas trabajaban en la boga porque no tenían otra opción: «Hasta cierto punto se podría
percibir que la profesión de boga la escogiesen únicamente cierta clase de gentes rudas que no
tuviesen más que aptitudes para ser cargadores»281
.
Pese a que la actividad de la boga era asemejada por Holton con la ardua labor de los escritores,
esta asociación sólo era posible en términos salariales: el trabajo físico realizado por los bogas en
nada se parecía a la producción intelectual restringida a los blancos. De hecho, parafraseando a
279
HAMILTON, John Potter, op. cit. 280
HOLTON, Isaac, op. cit., p. 87-88. 281
LE MOYNE, Auguste, op. cit., p. 47. Énfasis mío.
María del Pilar Riaño
71
Kingman, lo que hacen los escritores es entrar en un juego clasificatorio en el cual diferencian
jerárquicamente las ocupaciones nobles de los blancos de los oficios plebeyos propios de los no
blancos; algo así como una división racial del trabajo en la cual los oficios manuales, sobre todo
los relacionados con los servicios, eran los más despreciados282
.
Lo que es evidente, además del reconocimiento de que sin los bogas el transporte fluvial no
funcionaría y de la preocupación de los distintos autores por este oficio inhumano que era
realizado sin decoro por seres ‗desgraciados‘, es la naturalización de la fuerza de trabajo y una
jerarquización de los oficios que designa a los remeros zambos un nombre –bogas–, una actividad
–la boga– y una posición social de inferioridad. A partir de esta diferenciación los escritores
designan a las distintas razas un oficio u ocupación y toman distancia con respecto a los bogas en
términos laborales. Es indudable, entonces, la fuerza clasificatoria de la actividad observada y la
correspondencia entre el sujeto y el oficio, entre el boga y la boga.
e. La seducción de la barbarie
Boga del bajo Magdalena; gente alegre, jovial, alborotadora,
libre en sus costumbres, robusta y varonil,
y que a pesar de sus defectos de educación es honrada y leal, ama la patria con entusiasmo
y se bate por ella con bravura
(Samper, 1966: en línea)
Hasta el momento he expuesto la ―visión fatal‖ que los viajeros construyeron respecto a los bogas
del Magdalena. Éstos, según los autores, eran ―bárbaros‖ no sólo como producto de la mezcla
racial a la que pertenecían y del medio hostil en el que vivían (el cual reforzaba su carácter y
degradaba su moral), sino también como consecuencia de la labor que realizaban. En otras
palabras, los ―vicios‖ propios de su origen racial se veían acrecentados por la naturaleza ―salvaje‖
282
KINGMAN GARCÉC, Eduardo, ―Identidad, Mestizaje, hibridación: sus usos ambiguos‖, en Revista
Proporciones No. 34, Santiago de Chile, Ediciones SUR, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, octubre de
2002, disponible vía web: http://www.flacso.org.ec/docs/artidenymestizaje.pdf. Consultdo el 26 de agosto de 2009.
Ver también: JARAMILLO URIBE, Jaime, ―Mestizaje y diferenciación social en el Nuevo Reino de Granada en la
segunda mitad del siglo XVIII‖, en Ensayos de Historia Social, Tomo I, Bogotá, Tercer Mundo, Ediciones Uniandes,
1989, pp. 159-198; LÓPEZ-BEJARANO, Pilar, op. cit.; MÚNERA, Alfonso, ―Fronteras…‖ op, cit.
María del Pilar Riaño
72
en que habitaban y por el trabajo que realizaban en la boga, y viceversa. De ahí que, como lo
expresaba el norteamericano Isaac Holton, «los antepasados, el suelo, el clima, la ocupación, la
constitución física, todos ellos influyen en la vida del [boga]»283
.
Con todo, una lectura cuidadosa de los textos permite observar ciertas ambivalencias en la
construcción que los viajeros hicieron de los bogas. Sus representaciones se mueven –como
mostré para el caso del oficio– entre la imagen idílica y heroica y la imagen bárbara. Esta mezcla
de atracción y repulsión evidencia que los bogas ejercían sobre los viajeros una especie de
seducción no siempre oculta: su ―barbarie‖, además de rechazo, también despertaba, en palabras
de María Rosa Lojo, «un hechizo secreto aún sobre sus más estentóreos enemigos»284
. Uno de los
síntomas de esta seducción es la importancia concedida a los bogas en los textos. En éstos,
aunque los autores se pronunciaban por el ―deber ser‖ de la civilización, convertían en riqueza
estética el mundo ―bárbaro‖ que condenaban ideológicamente: la descripción al detalle de los
elementos del boga, de su carácter, sus costumbres, su oficio, revelan la atracción de los autores
por este personaje colectivo. De hecho, como lo he señalado, el boga era el personaje central de
los apartes de los libros de viaje que describían la travesía en champán por el río Magdalena,
además del protagonista de varios de los textos costumbristas escritos en Colombia entre 1840 y
1870285
.
Una muestra clara de que no todas las prácticas de los bogas eran valoradas en forma negativa, es
la ‗atenuante‘ explicación presentada por los escritores nacionales respecto a los robos llevados a
cabo por estos sujetos286
. Pese a que, según los autores, los bogas no desperdiciaban oportunidad
para hacerse a cigarrillos, licor o comida de quienes viajaban con ellos, para Rufino Cuervo estas
andanzas resultaban ‗insignificantes‘. El boga, desde la visión optimista del autor, era, al menos
283
HOLTON, Isaac, op. cit., p. 19. 284
LOJO, María Rosa, ―La seducción estética de la barbarie en el ―Facundo‖, en Estudios Filológicos No. 27,
Valdivia, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Austral de Chile, 1992, p.p. 141-148. 285
―El boga del Magdalena‖ de Rufino Cuervo (1840) fue el primer cuadro de costumbres sobre los bogas del
Magdalena. Le seguirían ―Bogas verdaderos y bogas apócrifos‖, de Emiro Kastos (1856); ―Las ferias de Magangué‖,
de Aquileo Parra (1845); ―Seis horas a bordo de un champán‖, de José Joaquín Borda (1866); y ―El boga del
Magdalena‖ (1866), de Manuel María Madiedo.; y ―De Honda a Cartagena‖ de José María Samper (1866). 286
Sobre las quejas de los viajeros por los robos de los bogas ver GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 128.;
STEUART, John, op. cit., p. 42; PARRA, Aquileo, op. cit.; SAMPER, José María, Ensayo sobre las… op. cit., p. 97.
María del Pilar Riaño
73
para él, un «pequeño pilluelo que necesitaba de corrección y de la transformación de su medio
salvaje», como lo señala Arias287
. En palabras de Cuervo:
el boga roba un poco de dulce o de licor, unos cigarrillos, o cualquier otra friolera,
pero nunca se hace reo de uno de aquellos grandes delitos que tan frecuentes son del
otro lado de los mares […] Sus vicios empero no pertenecen a la clase de aquellos
que hacen estremecer la humanidad; siendo más bien travesuras i ruines pillerías,
con las que poco riesgo corren la vida i la propiedad de los viajeros288
.
Los robos de los bogas, por tanto, no eran vistos como distintivos de maldad o perversión, sino
como meras fechorías a través de las cuales estos sujetos buscaban satisfacer algunos de sus
‗caprichos‘. De ahí la contradictoria afirmación de Vergara y Vergara: «el boga es honrado, pero
ladrón y libertino; es decir, no se roba el dinero ni las ropas que se le confían, pero sí el licor y
las muchachas»289
, y la divertida y paradójica recomendación de José María Samper: «En cuanto
á probidad, podeis estar seguro con vuestro cofre abierto, vuestras mercancías y demas valores
que no sean comibles; pero tened por cierto que cada caja, barril ó vasija con provisiones será
abierta y saqueada, sobre todo si contiene licores […]»290
.
Las descripciones que los autores realizaron sobre la vida social de los bogas también presentan,
a mi parecer, ciertas ambivalencias: pese a que desde la perspectiva de los viajeros los bogas eran
hombres sin ataduras sociales, sin sentido de la obligación frente al gobierno, insensibles al
cambio y a los avances de la historia, en el tono de las narraciones se observa que, en cierta
medida, los escritores querían estar en el lugar del boga al ‗envidiar‘ su vida desprovista de
preocupaciones. Al respecto, Emiro Kastos indicaba que: «Como los gitanos en Europa, los
bogas no aprenden ni olvidan nada, son siempre los mismos. No se dan por notificados del
movimiento social, ni se curan de la monarquía y la república, del socialismo ni del Gólgota»291
.
Más adelante se preguntaba el mismo autor: «¿Qué le importa el día de mañana a él, hombre de la
naturaleza, que come lo que encuentra, anda medio desnudo, se acuesta sobre la arena de la playa
287
ARIAS VANEGAS, Julio, Nación y diferencia en el siglo XIX colombiano…op. cit., p. 102. 288
CUERVO, Rufino, ―El boga del Magdalena”, op. cit., p. 266. Énfasis mío. 289
VERGARA Y VERGARA, José María, op. cit. 290
SAMPER, José María, Ensayo sobre las…, op. cit., p. 97 291
KASTOS, Emiro, op. cit.
María del Pilar Riaño
74
y se cobija con la luz de las estrellas?»292
. Un tono similar se desprende de las palabras de José
Joaquín Borda, quien afirmaba que los bogas «siempre va[n] con el día, sin miedo al tenebroso
porvenir»293
. Y del cuestionamiento de José María Samper:
¿Os parecerá extraño que un hombre viva en esa indolencia, sin religión, sin
relaciones sociales, libre de toda autoridad, contento de su suerte miserable y sin
ninguna aspiracion? Él se cree mas dichoso que nadie porque no tiene los deberes del
ciudadano ni las necesidades de la civilización. Su platanar entero, su maizal y su
yucal (que son casi un lujo) su hamaca, su red y su canoa, le bastan para vivir.
Cuando necesita sal, plomo para su red, un machete, un cuchillo, un azadon o algun
pedazo de coleta ú otro género, llena su piragua de plátanos, yucas y pescado seco,
va á venderlos a la más cercana villa ó parroquia, se provee de lo que necesita y
vuelve a su vida de indolente reposo294
.
También llama la atención que pese al carácter perturbador que los autores atribuían a las
prácticas lingüísticas de los bogas, se mostraran atraídos por sus pláticas. Rufino Cuervo
aseguraba que sus conversaciones solían ser interesantes y divertidas295
. Aquileo Parra parecía
estar de acuerdo con él al afirmar que «en cada grupo de más de dos tripulantes había uno, por lo
menos, cuya charla divertía [...]». Gosselman, por su parte, veía en los diálogos de los bogas las
habilidades propias de un experto: «Es proverbial el caso de encontrar a uno de estos personajes
desarrollando y terminando una charla con la dinámica y conocimientos de una persona avezada
en la vida social»296
. ¿No eran acaso los bogas seres ignorantes y carentes de educación?
Ahora bien, si las ―picardías‖ –como las denominó Rufino Cuervo–, la vida social y las
conversaciones de los bogas evidencian valoraciones en cierto sentido positivas, la seducción de
la barbarie se hace palpable al interrogar a los viajeros sobre el cuerpo y la fuerza física de los
remeros. En los textos, éstos son descritos como hombres musculosos, atléticos, corpulentos y
resistentes, tanto que, como lo señalaba el norteamericano Isaac Holton, «les molestan menos los
zancudos que a un rinoceronte»297
. Su fuerza física, que atraía con cierta distancia a los viajeros
292
Ibíd. 293
BORDA, José Joaquín, op. cit., p. 124. 294
SAMPER, José María, Ensayo sobre las…, op. cit., 1969, p. 99. 295
CUERVO, Rufino (1840), "El boga del Magdalena", op. cit., p. 266. Ver también BORDA, José Joaquín, op. cit. 296
GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 147. 297
HOLTON, Isaac F., op. cit., p. 41.
María del Pilar Riaño
75
por su exagerada animalidad, se confirma en las palabras de Manuel María Madiedo298
: «[El
boga] tenía cada brazo como el de una Ceiba, el pecho del ancho de una piedra de lavar ropa,
cada mano como un oso y la voz como el ronquido de un toro»299
.
A la vez que el boga era admirado por su fuerza física, su cuerpo, en palabras de Arias,
«despertaba cierta fascinación, cierto deseo por su exacerbada corporalidad y su figura
atlética»300
. Para ilustrar lo anterior, vale la pena citar la poética y casi ―romántica‖ descripción
presentada por Gosselman: «Su cuerpo, cubierto por la transpiración, hace pensar en un número
infinito de perlas cayendo lentamente por las líneas curvas, entre los músculos, algo semejante a
las gotas del rocío que resbalan en una ventana al llegar la mañana»301
. Y las palabras de Le
Moyne, para quien los bogas parecían estatuas atléticas y en extremo masculinas: «con esta
vestimenta más o menos paradisíaca, casi todos ellos hombres jóvenes, se distinguían por sus
formas atléticas y por su aspecto impotente, debido a su aire arrogante y a las hermosas
proporciones de sus miembros»302
.
Como se muestra, la mezcla de atracción y repulsión era frecuente en las narraciones de los
viajeros, quienes, a la vez que se sentían ‗seducidos‘ por ciertas peculiaridades de la vida de los
bogas, los enjuiciaban en forma severa desde el punto de vista ideológico. Los escritores, por un
lado, insistían en que los bogas eran ignorantes, indolentes, miserables e indiferentes, y, por el
otro, recalcaban su libertad, alegría y espontaneidad, entre otras características igualmente
esencializadas. Lo interesante de esta aparente contradicción, que resultaba de la interacción entre
los estereotipos culturales y la observación personal propia del encuentro entre bogas y viajeros,
es que a través de ella los escritores presentaban la mirada extensa y compleja que se tenía sobre
los bogas303
. Algo así como la tensión entre el compromiso y el distanciamiento, en palabras de
Norbert Elias, en la cual salían a relucir los impulsos, sentimientos y pasiones de los escritores304
.
298
ARIAS VANEGAS, Julio, Nación y diferencia…op. cit., p. 101. 299
MADIEDO, Manuel María, op. cit., p. 14. 300
ARIAS VANEGAS, Julio, Nación y diferencia…op. cit., p. 101. 301
GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 40. 302
LE MOYNE, August, op. cit., p., 46. 303
BURKE, Peter, op. cit., p. 131. 304
Para Elias el compromiso es entendido como la participación emocional en la realidad, tradicionalmente vista
como una conducta irracional. El distanciamiento, por su parte, es concebido como el control de la afectividad y de
María del Pilar Riaño
76
f. Distanciamiento
Después de una lectura minuciosa de las fuentes aquí citadas, salta a la vista que los escritores
que emprendieron el viaje por el río Magdalena durante el siglo XIX representaron a los bogas
desde una serie de supuestos anclados en el habitus, entendido por Pierre Bourdieu como las
representaciones ―habituales‖ (disposiciones duraderas) con pretensión objetivadora de la
realidad y como esquemas de clasificación que sirven para orientar las valoraciones, percepciones
y acciones de los sujetos, quienes construyen su realidad social proyectando sobre ellas sus
ideales y aspiraciones particulares305
.
De acuerdo con lo anterior, en esta sección he mostrado que los bogas del Magdalena fueron
representados a partir de esquemas de clasificación que permitían a los escritores asimilarlos con
lo bárbaro306
: eran miembros de una raza degenerada, vivían en un medio funesto con el cual se
identificaban, no habían adoptado las convenciones de los hombres de ―buenas costumbres‖ y
estaban dominados por las pasiones, además de ser incapaces de llevar una vida disciplinada307
.
A la vez, he argumentado que las características con las que se definía a los bogas servían a los
escritores para ubicarlos en una escala jerárquica que se organizaba en relación con la dicotomía
civilización y barbarie. Mientras esta última se encontraba emparentada con las zonas rurales, la
indisciplina, el atraso y lo irracional, la primera estaba ligada a las ciudades, al orden, al progreso
y la razón. En este sentido, las representaciones construidas sobre los bogas del Magdalena se
constituyeron como un acto de distanciamiento entre el observador y el observado308
.
los valores en la pretensión de conocimiento racional (Ver: ELIAS, Norbert, Compromiso y distanciamiento.
Ensayos de sociología del conocimiento, Barcelona, Ediciones Península, 1990, p.p. 12-13). 305
BOURDIEU, Pierre, El sentido práctico, op. cit., p. 92. 306 A los bogas y a los habitantes de las riberas del río Magdalena dedica parte de su lírica el autor momposino
Candelario Obeso. Contraria a la visión de los autores mencionados hasta el momento, los bogas eran para Obeso
personajes que, con su trabajo, dinamizaban la vida económica del país y dejaban su impronta en las manifestaciones
culturales de la región. «En la obra de Obeso se valora el boga y su mundo. Los demás escritores los retrataron como
personas salvajes e incivilizadas, que necesitaban ser regenerados para hacer parte de la sociedad‖, afirmó Javier
Ortiz, curador de la exposición ―Candelario Obeso, bogando en un río de letras‖ (en ―Candelario Obeso, en boga‖,
Dirección de Artes, Ministerio de Cultura, 12 de mayo de 2009, disponible vía web:
http://www.mincultura.gov.co/index.php?idcategoria=22854). Sobre el trabajo de Candelario Obeso ver: ORTIZ
CASSIANI, Javier, VALDELAMAR SARABIA, Lázaro, "La actividad intelectual de Candelario Obeso: entre el
reconocimiento y la exotización", en Colombia Cuadernos De Literatura Del Caribe E Hispanoamérica,
Barranquilla, Ediciones Universidad Del Atlántico, Vol. 5, fsc. 9, 2009, p.p. 11-36. 307
LEAL, Claudia, op. cit. 308
PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 239.
María del Pilar Riaño
77
Recordemos, por ejemplo, las palabras de Steuart respecto a los modales de los bogas para
comer: «El comportamiento de los bogas en tales situaciones nos obligaba a presenciar escenas
repugnantes de suciedad y una conducta muy por debajo de la bruta creación. Ni la persuasión ni
aún las amenazas pueden persuadirlos de sus prácticas bestiales»309
. Como lo ilustra la cita, la
descripción del boga permitía al autor establecer semejanzas formarles entre los mismos bogas y
diferencias marcadas entre éstos y el observador. Röthlisberger no escapó a este distanciamiento,
como lo evidencia su mención a los ―salvajes‖, ―lánguidos‖ y ―apasionados‖ movimientos de los
bogas, o cuando señalaba que los bogas no bailaban «con entusiasmo o con el corazón, sino con
el instinto puramente mecánico que habita la carne»310
. Al carácter bárbaro de los bogas se
contraponía la racionalidad de los observadores, como lo explicaba el mismo autor: «Existe una
profunda diferencia entre nuestro trabajo social, apoyado en esfuerzos mentales, en comunes
sacrificios, padecimientos y gozos, y este oscuro vegetar, este predominio de todas las fuerzas
físicas en el hombre […]»311
.
Las palabras de Samper ayudan a ratificar cómo los escritores definían a los bogas a partir de
rasgos opuestos a los suyos, a través de los cuales reafirmaban su propia identidad y recalcaban el
distanciamiento entre el acá civilizado y el allá bárbaro:
Acá el europeo, activo, inteligente, blanco y elegante, muchas veces rubio, con
su mirada penetrante y poética, su lenguaje vibrante y rápido, su elevación de
espíritu, sus formas siempre distinguidas […] allá el hombre primitivo, tosco,
brutal, indolente, semi-salvaje y retostado por el sol tropical, es decir, el boga
colombiano, con toda su insolencia, con su fanatismo estúpido, su cobarde
petulancia, su indolencia increíble y su cinismo de lenguaje, hijos más bien de
la ignorancia que de la corrupción312
.
De lo anterior se desprende que las representaciones que se construyeron sobre los bogas
expresaban mensajes que estaban recalcando una frontera e indicando una contraposición entre el
boga como ―bárbaro‖ y el viajero-letrado como ―civilizado‖ y ―superior‖. Estos mensajes
evidencian el afán de los escritores por establecer una jerarquía moral entre los grupos, y les
309
STEUART, John, op. cit., p. 70. Énfasis mío. 310
RÖTHLISBERGER, Ernest, op. cit. Énfasis mío. 311
Ibíd. 312
SAMPER, José María, “De Honda a Cartagena", op. cit. Énfasis mío.
María del Pilar Riaño
78
permitían reafirmar la superioridad de unos sobre otros con el fin de determinar su posición en el
espacio de la ―civilización‖ y la ―barbarie‖. Por lo anterior, las narraciones sobre los bogas
hablan, más que del objeto representado, de lo que los escritores querían ser: en su intento por
―decir‖ a los bogas los escritores se ―decían‖ a sí mismos diferenciándose de éstos313
.
Ese punto de accionar y de distanciarse de los sujetos a los cuales se encontraban representando
colocaba a los escritores en un espacio privilegiado (como muchos de ellos pretendían) asentado
en el poder de la palabra. A través de sus textos, los autores creaban, administraban y difundían el
―deber ser‖ de la civilización, esto es, sus signos, símbolos, palabras, dotados de un significado
que daba cuenta de los medios a los que pertenecían y de sus condiciones de producción. A partir
de su carácter de productores ideológicos, los escritores desarrollaban una vocación
autoproclamada y se manifestaban en nombre de la moral y de los valores ‗civilizados‘,
legitimando su propia identidad.
Las representaciones hasta aquí analizadas, por tanto, evidencian luchas por el monopolio de
hacer ver, de hacer creer, de hacer conocer y reconocer y de imposición de las divisiones y
jerarquías legítimas del mundo social. Siguiendo a Bourdieu, a través de sus narraciones los
autores maximizaban su poder, su influencia y status, ―logrando‖ mantener un prestigio social
que iba acompañado de una serie de estrategias de clausura social que aseguraban el status de
poder para unos pocos314
.
En suma, la construcción del boga fue un ejercicio en el que era posible para los escritores
establecer relaciones de poder, subordinación, jerarquización y marginación entre ellos y los
sujetos a quienes estaban describiendo315
; y los textos un espacio en el cual se postulaba
313
Recordemos que, según Bourdieu, «el espacio social es un sistema de posiciones sociales que se definen las unas
en relación con las otras (v.g., autoridad / súbdito; jefe / subordinado; patrón / empleado; hombre / mujer; rico /
pobre; distinguido / popular; etc.» (citado por GIMENEZ, Gilberto, ―La sociología de Pierre Bourdieu‖, en Proyecto
Antología de teoría sociológica contemporánea, Perspectivas teóricas contemporáneas de las ciencias sociales,
México, UNAM, 1999, disponible vía web: http://www.culturayrs.org/?q=bibliografia Consultado el 13 de
octubre de 2009.) 314
BOURDIEU, Pierre, La Distinción, Madrid, Taurus, 1998. 315
ARIAS VANEGAS, Julio, Nación y diferencia… op. cit., p. 137.
María del Pilar Riaño
79
implícitamente quien tenía el poder de enunciación para dar a cada cosa el lugar que le
correspondía316
. Pero, ¿mantenían los viajeros su poder por fuera de la escritura?
316
Recordemos que, entre todo el abanico de herramientas, la escritura constituyó –y aún constituye- una fuente
importantísima de poder y de dominio.
María del Pilar Riaño
80
Sección 3.
¿Viajantes versus navegantes? El encuentro.
Ninguna amenaza ni ninguna promesa ni alcalde alguno
pudieron hacer que uno de los malvados bogas moviera un solo paso.
El calor se hizo allí doblemente intolerable
por la ira que me causó la conducta
ignominiosa y provocadora de este hombre.
(Steuart, 1989: 67)
Hasta el momento hemos visto cuáles fueron las imágenes estereotipadas que se elaboraron en
relación con los bogas en la literatura de viajes, los cuadros de costumbres y algunos ensayos del
siglo XIX, así como el modo en que la construcción de dichas imágenes confería a los escritores
el poder de estigmatizar al boga y de hacer circular entre los lectores una imagen de éste como
‗bárbaro‘. A la vez, esto permitía a los autores ser artífices de un régimen de representación a
través del cual trazaban jerarquías definidas entre ellos como ―legítimos dueños de la
civilización‖ y los bogas como sujetos que debían ser corregidos y civilizados.
En las páginas que siguen analizaré cómo era el encuentro entre bogas y viajeros y qué tipo de
relaciones se establecieron entre ambos durante el viaje por el río Magdalena. Lo que me interesa
demostrar es que las representaciones sobre los bogas no sólo fueron producto de las epistemes
imperantes desde las cuales los escritores ‗construían‘ su realidad social, sino también del viaje
como un encuentro y una experiencia en la cual tales epistemes se confirmaban, reafirmaban y
reconceptualizaban317
. En definitiva, que las relaciones de poder entre bogas y viajeros tuvieron
lugar tanto en el texto (narraciones) como en el contexto (encuentro), y que el contacto que
establecieron en dicho contexto fue constitutivo de los mismos textos.
317
La experiencia es la organización de formas persistentes de mirar y de realidades objetivas. Y es también, además
de un encuentro entre la mente con el mundo, un encuentro del pasado con el presente, de las aspiraciones elaboradas
en relación a ese pasado y de las realidades emergentes del presente. Por lo tanto, podría decirse que nace de la lucha
y de la colaboración entre reflexión y necesidades. El respecto puede verse: puede verse GEERTZ, Clifford, ―The
impact of the concept of culture on the concept of man‖, en The Interpretation of Cultures: Selected Essays, New
York, Basic Books, 1973.
María del Pilar Riaño
81
La travesía por el Magdalena en champán, bongo o piragua implicaba para los viajeros una
experiencia particular, pues además de ser demorada, ―tortuosa‖ y calurosa, les exigía salir de su
medio social para entrar en el territorio del otro, del boga. En este sentido, el viaje no sólo era un
desplazamiento geográfico, sino también un encuentro complejo y una zona de contacto que
ponía en comunicación dos mundos socialmente dispares cuyos caminos se entrelazaban por
largas temporadas318
. Este encuentro, además de obligar a los viajeros a interactuar y a compartir
el viaje con los bogas, los sometía a sus reglas, pues el viaje era dirigido y controlado, en palabras
de Pratt, por lo ―viajados‖, quienes trabajaban desde su propia comprensión del mundo319
. Lo
anterior, además de irritar a los pasajeros, permitiría a los escritores reproducir y reforzar la
imagen ‗bárbara‘ e ‗indisciplinada‘ que tenían sobre los bogas, quienes, a los ojos de los viajeros,
desconocían el lugar que debían ocupar.
En el primer apartado de las páginas que siguen, argumento que durante la navegación por el
Magdalena los viajeros estaban a merced de los bogas, no sólo porque estos últimos establecían
las condiciones del viaje, cobraban por adelantado, escapaban con el dinero y ―abandonaban‖ y
manejaban el tiempo de los pasajeros a su antojo, sino también porque entre el viajero y los
bogas existía una relación de ‗necesidad‘. Los viajantes necesitaban a los navegantes, y eran
conscientes de ello. En el segundo apartado, planteo que durante el trayecto se imponía la
voluntad de los bogas frente a la de los pasajeros, en gran medida, como consecuencia del
manejo que los primeros tenían de la oferta del servicio, de su superioridad numérica y de la falta
de control que se ejercía sobre ellos. En el tercer apartado, analizo la manera como los viajeros
intentaron recuperar el poder que creían que les era propio y que perdían durante el recorrido. Al
reconocer que las relaciones de poder son elásticas, afirmo que los viajeros desplegaron ciertas
estrategias que les permitieron desenvolverse en un contexto que les era desconocido; a la vez
que estuvieron dispuestos a aprender ciertos ―lenguajes‖ propios del territorio del boga para
moverse mejor en él.
El análisis de las relaciones de poder entre bogas y viajeros durante el viaje por el Magdalena,
sumado al estudio anteriormente expuesto sobre la manera como se representó al boga en las
318
PRATT, Mary Louise, op. cit., p.p. 21-22. 319
Ibíd., 239.
María del Pilar Riaño
82
narraciones, me permitirá terminar con una reflexión en torno al papel que juegan el
conocimiento y las necesidades de unos y otros en la balanza de poder. Gracias a lo anterior
concluyo que las relaciones entre ambos sujetos sucedían en dos momentos claramente
diferenciables en el tiempo y en el espacio: el del texto y el del contexto.
a. Los amos: los bogas
…entonces fuimos ocho los que nos quedamos a merced de esa horda de bogas
primitivos, en su mayoría completamente desnudos, y dirigidos por el patrón,
apenas un poco más civilizado que ellos.
(Holton, 1981: 83) Énfasis mío.
Durante el viaje en champán por el río Magdalena los viajeros estaban a merced de los bogas.
Esto se debía a que, pese a que eran los primeros los que contrataban a los segundos, estos
últimos determinaban los términos del viaje: decidían cuándo partir, cuánto duraba y cómo sería
el trayecto.
Las contrariedades iniciaban en el momento mismo de contratar el champán, pues era frecuente
que los bogas no se presentaran a la hora o el día acordados o que, simplemente, no se
presentaran del todo320
. Diversos autores señalan que se vieron en apuros en el momento de
iniciar el viaje, ya que los bogas «cobraban por adelantado desapareciendo frecuentemente con el
dinero»321
. Aquileo Parra fue víctima de esta situación, pues «de los cuatro bogas contratados de
antemano para bajar por el río, sólo dos se resolvieron a embarcarse«322
. Gaspard Mollien sufrió
el mismo percance: de los seis bogas que había contratado, no se presentaron más que cinco, pues
«uno de ellos había enfermado y se había gastado una parte del dinero» que le había anticipado a
cuenta de salario323
. Pese a la ―sorpresa‖ de los anteriores autores, estas contrariedades eran
habituales, como lo expresa Le Moyne:
320
POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Bongos, champanes y vapors…‖, op. cit. 321
COCHRANE, Charles Stuart, op. cit., p. 59. 322
PARRA, Aquileo, op. cit. 323
MOLLIEN, Gaspard, op. cit., p. 73.
María del Pilar Riaño
83
sucede con mucha frecuencia que del número de bogas contratados hay algunos que
no se presentan a bordo, y que después de haberse gastado el dinero se escapan y se
esconden, siendo necesario sustituirlos haciendo nuevos gastos además de la
contrariedad inherente al retraso (…)324
.
Según el mismo autor, los contratiempos no se solucionaban con el reemplazo de los bogas que
no se presentaban a trabajar, pues, en muchas ocasiones,
cuando a fuerza de habilidad y de molestias se ha logrado por fin reunir a bordo a
todos los bogas, algunos de éstos están en tal estado de embriaguez que no pueden
mantenerse de pie y entonces sus compañeros se niegan a emprender la marcha hasta
que aquellos estén en estado de trabajar, para evitarse y con razón el aumento de
trabajo que ello implicaría325
.
Una vez iniciado el viaje surgían nuevas dificultades: las fugas y el ―abandono‖. Con respecto a
las primeras, era común que durante el trayecto, y en particular en las noches, se escapara uno
que otro remero, poniendo en aprietos a los pasajeros. Steuart recordaba que uno de sus bogas se
emborrachó y los dejó «con el mayor desenfado, llevándose su remo con él»326
. Y cuál no sería la
sorpresa de Cochrane, cuando, con los primeros rayos del sol, encontró que durante la noche se
«había largado un boga»327
. El caso de Steuart, sin embargo, tuvo una desconcertante solución:
Salimos a las cinco y media de la mañana. Y cuál no fue nuestra sorpresa al hallar de
nuevo en la canoa a nuestro desaparecido boga. El hombre se había arrepentido de su acción, pero meramente en consideración a su propio interés, pues quería llegar a
Barranca, lugar de donde era oriundo.328
La fuga sin retorno de alguno de los trabajadores debía resultar problemática, pero más
problemática debía ser la situación cuando no era uno, sino todos los bogas los que
―abandonaban‖ durante varios días a los pasajeros329
. En estas circunstancias, los viajeros debían
sentarse, esperar y permanecer inmóviles hasta solucionar el percance330
. Le Moyne señalaba
324
LE MOYNE, August, op. cit., p. 48. 325
Ibíd. Con respecto a las borracheras de los bogas como causa de las contrariedades para iniciar el viaje ver:
HAMILTON, John Potter, op. cit., LE MOYNE, August, op. cit., p. 48; STEUART, John, op. cit., p. 237-8. 326
STEUART, John, op. cit., p. 237-8. 327
COCHRANE, Charles Stuart, op. cit., p. 61. Al respecto ver también HOLTON, Isaac, op. cit., p. 89. 328
STEUART, John, op. cit., p. 238. Énfasis mío. 329
Al respecto ver: SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, Puertos, sociedad y conflictos…op. cit., p. 42. 330
PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 146.
María del Pilar Riaño
84
que, como consecuencia del «mal trato que algunos viajeros irritados» les daban con frecuencia a
los bogas, una de las represalias que solían usar contra los pasajeros «era la de abandonarles por
la noche en las embarcaciones, creándoles de este modo una de las situaciones más graves que
pu[dieran] presentarse en el viaje»331
. Gaspard Mollien, luego de discutir con los bogas por haber
tenido que trabajar hasta caída la noche, señalaba que éstos «con frecuencia suelen abandonar al
viajero cuando se les impone un trabajo demasiado duro, desertando en el primer lugar habitado,
donde están seguros de encontrar amigos y protectores»332
. En un sentido similar se orienta el
siguiente comentario de Aquileo Parra:
Infelices bogas! […] Cuando menos se esperaba, amarraban el champán y dejaban de
platón al infeliz pasajero, que no sabía qué hacer de sí durante aquellos largos días,
no teniendo siquiera el recurso de la lectura, porque dos manos libres eran apenas
bastantes para defenderse de los mosquitos. Mal alimentados, porque en todo el largo
viaje no encontraba dónde hacer provisión de carne fresca, percibiendo por todas
partes el repugnante olor a pescado, y sintiéndose atacar a cada instante por la fiebre
del Magdalena, no podía darse para él una situación peor333
.
En adición a las fugas de los trabajadores y al ―abandono‖ temporal al que eran sometidos los
viajeros, los bogas manejaban el ―horario laboral‖ a su antojo, retrasando el itinerario de viaje al
prolongar sus descansos, incumplir sus compromisos y finalizar la jornada cuando se les
antojaba. Según los viajeros, en muchas ocasiones los bogas se detenían en las playas de las
orillas del río a emborracharse, a jugar o a descansar, desobedeciendo las órdenes de sus
empleadores e incumpliendo los términos que habían sido pactados con anterioridad334
. Al
respecto, Charles Saffray señalaba que «es muy natural que los desgraciados bogas traten de
aprovecharse de todas las ocasiones posibles para reposar un momento, y hasta que busquen en la
embriaguez la insensibilidad y la indiferencia»335
. John Steuart advertía lo anterior como un
«rasgo en el carácter de los bogas», quienes se habían rehusado a avanzar en el viaje, «pues
331
LE MOYNE, August, op. cit., p. 48. Énfasis mío. Al respecto ver también GOSSELMAN, Carl August, op. cit.,
p. 237-8. 332
MOLLIEN, Gaspard, op. cit., p. 73. Énfasis mío. 333
PARRA, Aquileo, op. cit. Énfasis mío. 334
Al respecto ver: STEUART, John, op. cit., p. 40; COCHRANE, Charles, op. cit., p. 75; HOLTON, Isaac, op. cit.,
p. 82. 335
SAFFRAY, Charles, op. cit., p. 56.
María del Pilar Riaño
85
decían que estaban muy cansados»336
. Y más adelante señalaba que: «No hubo fuerza humana ni
divina que moviera a nuestros bogas hasta el mediodía […]»337
.
Como salta a la vista, los bogas, a través de acciones como cobrar por adelantado, embarcarse en
estado de embriaguez, escaparse, detener el viaje cuando se les antojaba y ―abandonar‖ a los
pasajeros, construían, en palabras de Solano, «códigos tramposos de convivencia»338
. Y sabiendo
que quienes los contrataban dependían de ellos para llegar a su lugar de destino, manejaban el
tiempo a su antojo, haciendo indiscutible su capacidad de agencia, como lo reconocía Cochrane:
«Día de los inocentes. Y, realmente fuimos burlados: los bogas no se presentaron a la hora de la
salida acordada»339
.
En el caso del ―abandono‖, sin embargo, la actitud de los bogas era vista por algunos autores
como una contestación a los malos tratos y a los duros trabajos que les eran impuestos –de ahí
que la acción fuera referida por Le Moyne como ―represalia‖ y por Mollien como respuesta a la
jornada laboral que se les había impuesto–. Lo anterior dejaba desamparados e indefensos a los
viajeros en medio de las embarcaciones durante uno o varios días. Dicho en otras palabras, a las
órdenes de los viajeros los bogas respondían con acciones que les permitían provechar la ocasión,
siempre con miras a mantener su autonomía.
El poder de los bogas frente a los viajeros resulta evidente, y los segundos eran conscientes de
ello. Ejemplo de lo anterior es la irónica honestidad de John Steuart: «Nos convencimos de que,
para poder seguir nuestro viaje, debíamos esperar el visto bueno de nuestros amos los bogas»340
,
la afirmación de Felipe Pérez: «estábamos a merced de aquellos beduinos de las aguas»341
, y el
negativismo de Aquileo Parra, quien se preguntaba:
336
STEUART, John, op. cit., p. 71. 337
Ibíd., p. 76. Con respecto a la manera como los bogas manejaban el tiempo de los viajeros ver también:
STEUART, John, op. cit., p. 55, 59; LE MOYNE, August, op. cit., p. 87. 338
SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, Puertos, sociedad y conflictos…op. cit., p. 41. 339
COCHRANE, Charles Stuart, op. cit., p. 49. 340
STEUART, John, op. cit., 81. Énfasis mío. 341
PÉREZ, Felipe, Episodios de un viaje, Bogotá, 1946, p. 44, citado por POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Bongos,
champanes y vapores…‖, op. cit. Énfasis mío.
María del Pilar Riaño
86
¿Qué podía prometerse el viajero de las [batallas] que en adelante habría de
empeñar? No había remedio ni apelación: desde que el pasajero ponía el pie a bordo
de una de esas embarcaciones, quedaba por misino [sic] hecho no a merced del
patrón, que siempre era un hombre formal, sino de la tripulación342
.
La descripción hecha hasta aquí evidencia que la experiencia de viaje por el río Magdalena
constituía para los viajeros una vivencia particular que les implicaba salir de su medio social para
entrar en el territorio del boga: el extenso río Magdalena. En este territorio los bogas eran ―los
dueños de casa‖ y los ―anfitriones‖. Esta movilidad adquiría una significación específica en el
discurso de los escritores, pues, contrario a lo que sus ideales pretendían, durante el trayecto se
imponía la voluntad de los bogas. Pero ¿a qué se debía esta situación? A este interrogante se
intentará responder en el apartado siguiente.
b. El “indefenso” viajero
El poder de los bogas pudo radicar, en primer lugar, en la percepción que éstos tenían del tiempo.
Si tenemos en cuenta que las culturas, como los individuos que las componen, poseen un ritmo
temporal propio, es posible que bogas y viajeros tuvieran una comprensión disímil de lo que
significaba el horario laboral y, por ende, del cumplimiento de un contrato de este tipo. Los
viajeros –la mayoría de ellos extranjeros o miembros de la élite política y económica nacional–,
eran portadores de un discurso ‗civilizatorio‘ que valoraba el trabajo y la disciplina como
elementos fundamentales para el progreso de las naciones, por lo que compartían algo así como
una «conciencia del valor intangible del tiempo»343
. Los bogas, por su parte, eran portadores de
una tradición cultural agraria en la cual, según Sergio Paolo Solano, «el tiempo del día se iniciaba
con el despuntar del sol y se extendía hasta caída las sobres de la tarde, dividiéndose muy
tenuemente entre el tiempo laboral y el tiempo del ocio»344
. Los viajeros, que debían estar
ansiosos por llegar a sus lugares de destino, tenían, por tanto, que someterse al ritmo temporal de
los bogas. De ahí que fuera común, como ya se mencionó, que en medio de la jornada laboral el
342
PARRA, Aquileo, op. cit. Énfasis mío. 343
SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, ―La percepción del tiempo en los orígenes de la clase obrera en el
Caribe colombiano, 1850-1900‖, en Historia Caribe No. 2, Vol. 1, Barranquilla, 1996, p. 33. 344
Ibíd., p.p. 28-29.
María del Pilar Riaño
87
boga se «detuviera y se entregara a la diversión sin importarle el compromiso que tenía con los
viajeros a los cuales transportaba», como lo señala el mismo Solano345
.
En segundo lugar, puede sugerirse que la dependencia de los viajeros respecto a los bogas se
debía no sólo al manejo que los primeros hacían del tiempo, sino también al dominio que tenían
del espacio: sólo el boga conocía el Magdalena como la palma de su mano, la población que
habitaba sus orillas, los peligros e inseguridades que los asechaban y, por tanto, la manera de
moverse en él. Así, mientras Hettner confesaba que ni los viajeros nacionales tenían
conocimiento de las tierras por las que transitaban, «a tal extremo que de las regiones remotas
apenas tienen una vaga imagen»346
, Santiago Pérez afirmaba que los bogas conocían las «playas y
sus peligros»347
. Este reconocimiento también fue hecho por August Le Moyne:
He podido convencerme de la verdad de lo que muchos viajeros han contado acerca
del desarrollo extraordinario de los sentidos de la vista y del oído de los habitantes de
las regiones salvajes en las que existe la capacidad de discernir entre los múltiples
gritos que interrumpen el silencio de aquellas soledades; los que revelan la presencia
más o menos próxima de cada especie de animales inofensivos o peligrosos, les hace
estar sin cesar interrogando los ruidos lejanos y los objetos ocultos en aquellos vastos
horizontes348
.
El conocimiento del territorio hacía del Magdalena un espacio ‗familiar‘ y controlado por los
bogas. Los viajeros, al desconocer tanto cultural como físicamente los lugares por los cuales
transitaban, necesitaban a los remeros para protegerse, alimentarse y movilizarse. En últimas,
para garantizar su supervivencia. En este sentido, cuanto mayor era la necesidad de los viajeros
mayor resultaba el poder de los bogas.
En tercer lugar, puede indicarse que la ‗sujeción‘ de los viajeros a los bogas se debía a la lógica
de la economía local de subsistencia de la cual participaban algunos de los remeros. Pese al gran
número de personas que se dedicaban al trabajo en los champanes, varios de ellos eran bogas
ocasionales que gracias a la disponibilidad de recursos naturales que les proveían las tierras del
345
SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, Puertos, sociedad y conflicto…op. cit., p. 42. 346
HETTNER, Alfred, op. cit. 347
PÉREZ TRIANA, Santiago, ―Apuntes de viaje por el sur de la Nueva Granada, 1853‖, en Museo de cuadros de
costumbres II, Bogotá, F. Mantilla, 1866, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/literatura/cosii/cosii11.htm Consultado el 28 de marzo de 2006. 348
LE MOYNE, August, op. cit., p. 76
María del Pilar Riaño
88
bajo Magdalena podían «fácilmente transitar de la condición de campesino[s], pescador[es],
cazador[es], y volver a su economía de subsistencia», como lo ha señalado Solano349
. Según
Emiro Kastos, estos bogas ‗apócrifos‘, «unas veces trabajaban la tierra y otras veces reman en las
embarcaciones»350
. Steuart también señaló que los bogas tenían rozas o pequeñas plantaciones en
donde cultivaban «azúcar, plátano y maíz, suficientes para su subsistencia»351
. Y, en palabras de
Saffray, los bogas podían vivir sin trabajar, «pero el hombre desea tomar parte en los placeres y
en los vicios de las ciudades y los pueblos; para esto necesita dinero; y a fin de adquirirlo
consciente en alquilarse por una o dos semanas al patrón de una balsa, de un bongo o de un
champán»352
.
Como lo sugieren las citas, los bogas no sólo vivían de la boga, también eran campesinos. Esta
condición debía resultar problemática, pues, como lo indica Solano, «la escasez de mano de obra
podía darse paradójicamente en medio de la abundancia de hombres libres que [podían] subsistir
por fuera de los circuitos del mercado laboral, o entrar y salir de él cuantas veces qui[sieran]»353
.
Estas formas de vida basadas en la economía autosuficiente, además de dar a los bogas cierta
libertad de movimiento, permitirles tomarse la libertad de abandonar a los viajeros cuando se les
imponían trabajos demasiado fuertes y resistirse a la ‗subordinación‘ que implicaba el trabajo
asalariado354
, afectaban la oferta del servicio de la boga y llevaban a los pasajeros a una situación
de dependencia en relación con los remeros. El asunto, por tanto, no era cuánta gente trabajaba en
los champanes, sino cuánta se encontraba disponible. Al respecto, es sugestivo que en la
Recopilación de Leyes de la Nueva Granada de 1844 se creara el cargo de Inspector de Bogas y
se le asignara, entre otras, la tarea de «tomar todas las providencias conducentes para proveer de
ausilio á cualquiera necesidad que ocurra en los viajes por falta de patrones, bogas, víveres, ó de
cualquiera otra clase»355
. Igualmente diciente es la descripción de John Steuart, quien afirmaba
349
SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, Puertos, sociedad y conflicto…op. cit., p. 39. 350
KASTOS, Emiro, op. cit. 351
STEUART, John, op. cit., p. 57. 352
SAFFRAY, Charles, op. cit., p. 56. 353
SOLANO, Sergio Paolo, Puertos, sociedad y conflicto, op. cit., p. 39. 354
Ibíd. 355
DE POMBO, Lino, Recopilación de Leyes de la Nueva Granada, en cumplimiento de la lei de 4 de mayo de 1843
i por comisión del poder ejecutivo, Bogotá, Imprenta de Zoilo Salazar, 1845, disponible vía web:
http://books.google.com.co/books?id=lyU2AAAAIAAJ&pg=PA20&dq=recopilaci%C3%B3n+de+leyes+de+la+Nue
va+Granada+1844&cd=1#v=onepage&q=recopilaci%C3%B3n%20de%20leyes%20de%20la%20Nueva%20Granad
a%201844&f=false Consultado el 24 de marzo de 2010. Énfasis mío.
María del Pilar Riaño
89
que: «durante algún tiempo no pudieron conseguirse bogas; y cuando nos los procuraron, como
se acercaban las fiestas, no pudimos tenerlos ni doblando la paga»356
. Isaac Holton también se
refirió a la escasez y a las dificultades en la consecución de bogas:
Antes de que se introdujera la navegación a vapor era imposible contratar bogas en el
bajo Magdalena que navegaran más arriba de Mompós, ni ninguno en el alto
Magdalena que descendiera más allá de esta ciudad; así que todos los champanes
tenían que demorarse aquí hasta que con mucha dificultad conseguían nueva
tripulación357
.
En cuarto lugar, es posible afirmar que el poder de los bogas también residía en su superioridad
numérica y en la existencia de una cierta ―identidad laboral‖ entre ellos. Según el mismo Solano,
la escasez de mano de obra antes mencionada había llevado a que los bogas se organizaran de
manera autónoma en cuadrillas con el fin de defender sus intereses, hacer frente a los
trabajadores ocasionales y evitar la baja de los precios del jornal358
. Aunque no se ha estudiado a
profundidad el grado de cohesión social de este grupo de trabajadores, es de suponer que el
compartir el espacio laboral, exponerse a los mismos peligros y estar ligados en más de un
contexto (laboral, familiar, cultural), permitiera a los bogas originar intensos lazos de
solidaridad, asociarse, e imponer sus propias reglas y condiciones a los viajeros, quienes, por lo
general, viajaban solos o en grupos pequeños. De ahí que Gosselman afirmara que:
De cualquier manera estos medio seres humanos resultan más fáciles de manejar en
embarcaciones pequeñas que en las grandes, ya que el encontrarse en grupos
numerosos les hace sentirse bravos y su indocilidad crece junto con el número de
asociados359
.
Finalmente, es posible afirmar que los pasajeros estaban al ―arbitrio‖ de los bogas como
consecuencia directa del escaso control que se ejercía sobre ellos. Recordemos, como lo hace
356
STEUART, John, op. cit., p. 43. Énfasis mío. 357
HOLTON, Isaac, ―El vapor del Magdalena‖, en La Nueva Granada: veinte meses en los Andes, disponible vía
web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/nueveint/nueve6a.htm Consultado el 24 de marzo de 2010. 358
SOLANO, Sergio Paolo, ―Trabajo, formas de organización laboral y resistencia de los trabajadores de los puertos
del Caribe colombiano, 1850-1930‖, en European Review of Latin American and Caribbean Studies No. 88,
Ámsterdam, Centre for Latin American Research and documentation, 2010, p.p. 35, 37. 359
GOSSELMAN, Carl August, op. cit., en línea. Énfasis mío. El comentario de Aquileo Parra también hace suponer
que entre los bogas había algún grado de cohesión social: «Yo les he perdonado hasta la incomparable mortificación
que me causaban al declararse en huelga por tres o cuatro días en cualquier miserable caserío de la orilla del
Magdalena» (PARRA, Aquileo, op. cit.)
María del Pilar Riaño
90
Solano, que en las márgenes del río Magdalena las relaciones sociales se caracterizaron por la
debilidad de los mecanismos de control del Estado debido a la conjunción de varios factores
históricos: formas de poblamiento del espacio regional, precariedad de la vida institucional tanto
del Estado como de la iglesia, formas de vida elementales en contraposición a los abundantes
recursos naturales que permitían a sus pobladores vivir de una manera independiente, ilegalidad
y contrabando, entre otros360
. De ahí que los distintos viajeros atribuyeran su ―impotencia‖ frente
a los bogas a la ausencia de una administración que los controlara y les recordara el lugar que
debían ocupar frente a sus empleadores. Según Carl August Gosselman, los bogas «siempre
hacen lo que se les da la gana, ya que la autoridad nunca se mete en estas disputas y los jefes de
la policía son tan pillos como los negros; así que se les considera Primero entre iguales, ―Primus
inter pares‖»361
. Por su parte, John Steuart indicaba que «ni las amenazas ni la persuasión los
indu[cían] a cumplir su deber, y ni un mísero alcalde había en el lugar»362
. En un sentido similar,
Charles Cochrane señalaba que: «no existe una buena ley que los regule o están mal
administrados»363
. Y que:
La administración civil en esta parte de Colombia es tan mala, que a menos que se
adopte la navegación a vapor o se produzca y se haga cumplir un código de leyes
para gobernar a estos hombres, muchas personas dejarán de comerciar o viajar en el
país364
.
Como se mencionó en la primera sección, el escaso control que se ejercía sobre los bogas había
sido un problema desde la época colonial. De hecho, pese a los esfuerzos realizados por el
gobierno para reglamentar el servicio de los bogas –como la creación del cargo de Inspector de
bogas en diversas fechas y poblaciones365
– y por castigar a los trabajadores que incumplieran sus
360
SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, El mundo de Cosme. Trabajo, estilos de vida y cultura popular en el
Caribe colombiano, 1850-1930, disponible vía web: http://sites.google.com/site/sergiopaolosolano/ Consultado el 28
de octubre de 2009. Ver también: HERRERA ÁNGEL, Marta, Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y
control político en las llanuras del Caribe y en los Andes centrales neogranadinos siglo XVIII, Bogotá, Academia
Colombiana de Historia-ICAHN, 2002. 361
GOSSELMAN, op. cit., p. 127. Énfasis mío. 362
STEUART, John, op. cit., p. 62. 363
COCHRANE, Charles Stuart, op. cit., p. 59. 364
Ibíd., p. 65. 365
La creación del cargo de Inspector de Bogas en 1873 para las poblaciones de Cartagena, Mompox, Magangué,
Lorica y Tolú reglamentaba que estos trabajadores «Debían llevar un registro de las tripulaciones de bongos y
champanes, goletas y vapores, con las anotaciones sobre la capacidad de carga de cada nave, destino, carga que
movilizaban […] Los salarios acordados, los anticipos otorgados, destino del viaje y las funciones de los tripulantes.
Los incumplimientos en los trabajos por parte de éstos eran multados con salario correspondiente a un mes y si huían
María del Pilar Riaño
91
contratos habiendo recibido parte del salario, a finales del siglo XIX seguía siendo
supremamente difícil controlar a los remeros. Esto podría deberse –además de la ya mencionada
precaria presencia del Estado en la zona–, al continuo cambio de residencia de los bogas
ocasionales que, según Solano, les «permitía eludir a las autoridades que los buscaban por el
incumplimiento del contrato de trabajo, robos o abandono de los pasajeros y de la carga; además
así podían engancharse laboralmente pues nadie los conocía»366
, así como al poco contacto que
tenían los remeros con los dueños de las embarcaciones, quienes dejaban el control de los bogas
a los patrones. John Steuart, por ejemplo, se sintió frustrado al intentar apelar ante el propietario
de los botes por las desobediencias de los bogas y encontrar que era muy poco lo que podía
esperar de él,
Porque Mr. Glen se limitaba a repetir lo de "Las picardías" [de los bogas] y pude
percibir que él no tenía mayor autoridad sobre ellos que yo mismo, ahora que estaba
lejos de Mompox. Tampoco la tenía el alcalde ni ninguna otra persona, así que no
había enmienda367
.
Ahora bien, imaginémonos por un instante la situación: un viajero que, ignorando la cultura
laboral a la que se enfrentaba, y posiblemente el lenguaje, debía negociar la contratación de un
servicio que le era necesario y que, en ocasiones, escaseaba. Imaginémonos ahora al mismo
viajero, rodeado de 12 o 16 bogas que se conocían, que se trataban en camaradería y se
comportaban del mismo modo368
. Sumemos a esto que sus compañeros de viaje, los bogas,
―hacían lo que se les daba la gana‖ y que en la región ―no había‖ leyes ni autoridad que lo
ampararan. ¿Qué tenemos? Un espacio que permitía a los bogas establecer su lenguaje como el
dominante, una zona de contacto, en palabras de Mary Louise Pratt, en la cual el viajero contaba
con pocos medios para hacerse valer y sentir369
, y que, por lo mismo, permitía a los bogas
establecer sus propias condiciones. En últimas, siguiendo a Steuart, un viajero ―indefenso‖:
y eran apresados se les obligaba a trabajar, pues los inspectores tenían funciones policivas para apresar a los
patronos, bogas y tripulantes que incumplieran habiendo recibido parte del salario por adelantado» (SOLANO,
Sergio Paolo, ―De bogas a navegantes…‖, op. cit.). 366
SOLANO, Sergio Paolo, Puertos, sociedad y conflictos…op. cit., p. 39. 367
STEUART, John, op. cit., p. 62. Énfasis mío. 368
Con respecto al desconocimiento del lenguaje, Röthlisberger afirmaba que: «Yo, que a gusto hubiera querido
celebrar con los suizos la noche del 24 con una fiesta del árbol de Navidad (de la palma más bien que del abeto),
hube de plegarme a la voluntad de los otros compañeros de viaje, ya que, todavía ignorante de la lengua española,
deseaba agregarme a álguien para la travesía» (RÖTHLISBERGER, Ernst, op. cit). 369
PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 21.
María del Pilar Riaño
92
Un extranjero ha de cuidar su independencia frente a los alcaldes de las poblaciones
ribereñas, que son por lo común de la misma ralea de los bogas. Y aun si se
encuentra alguno que desea ayudarlo, el viajero deberá abstenerse de recurrir a él por
el temor de ser maltratado por los bogas, de cuya venganza no tiene medio de
defensa en estos pueblos tan aislados370
.
c. La negociación
Durante el viaje aprovechaba la ocasión para observar a los componentes de mi tripulación,
los que marchaban tanto mejor si se les amenazaba;
así fui conociendo otras de sus características.
(Gosselman, 1981: 129)
El poder no puede ser entendido en una sola dirección. Por esto, no sorprende que el que ejercían
los bogas sobre los viajeros se desarrollara en medio de tensiones y a menudo de violencias que
se ‗solucionaban‘ gracias a la negociación371
: es cierto que los bogas respondían a las exigencias
de los viajeros a través de acciones que les daban movilidad, pero también es cierto que entre las
prácticas de unos y otros hubo negociación. Según Isaac Holton, no había «nada más
desagradable que negociar con los bogas»372
. Sin embargo, los viajeros debieron recurrir a ello e
ingeniarse modos de actuar que les devolvieran el lugar que ellos creían que debían ocupar.
Antes de negociar, algunos viajeros recurrieron al uso de la fuerza para intentar controlar a los
bogas. Uno de los métodos utilizados fue el de acusarlos ante la ley, pues, según Gosselman,
«aunque la arrogancia de los bogas era grande, tiemblan cuando escuchan el nombre de un
Oficial de la República»373
. ¿Olvidaba Gosselman que, en sus propias palabras, «la autoridad no
intercedía en las disputas»? Al parecer, no sólo Gosselman había asumido la actitud del
desesperado. Cochrane y sus acompañantes intentaron acusar a los trabajadores de varias
maneras: frente a la huida de uno de sus bogas, denunciaron «el caso ante el juez civil de la
370
STEUART, John, op. cit., p. 80. Énfasis mío. 371
CERTEAU, Michel de, op. cit., p. 249. 372
HOLTON, Isaac, op. cit., p. 82. 373
GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 129.
María del Pilar Riaño
93
localidad, quien regulaba en estas materias»374
. En otra ocasión, el mismo autor decidió notificar
el ―inapropiado‖ comportamiento de los bogas, frente a lo cual «el juez civil dijo que haría todo
lo posible por recuperar el dinero que se les había pagado» y le recordó que «no había ninguna
ley que los castigara por lo que no podría hacer mucho más por nosotros»375
. Por último,
exasperado, y, consciente de que una vez se descuidara lo dejarían libre, tomó el poder por sus
manos y lo envió a prisión376
.
Frente al fracaso que significaba apelar a la autoridad, el uso de armas de fuego fue otro de los
recursos utilizados por algunos viajeros para intentar contrarrestar el dominio que los bogas
tenían de la situación. John Steuart aseguraba que en varias ocasiones se vio en la necesidad de
recurrir a su uso. Tomemos como ejemplo una de éstas:
Yo estaba completamente resuelto a que, al menos por esta vez, los bogas no
tuvieran el dominio de la situación. Así que, aproximándome al más audaz de los
cabecillas, con el reloj en la mano, le di tres minutos para volver a su trabajo,
amenazándolo con que, si persistía en su propósito, lo lanzaría al río. Viendo a ocho
de los nuestros armados con escopetas y un par de pistolas cada uno y respaldados
por los patrones, los bogas tuvieron que ceder y llegamos al pueblo un poco después
del ocaso377
.
Steuart aclara que refiere en detalle hechos particulares relativos al tratamiento que padecen los
extranjeros en el río, no para prevenir a los lectores, sino para que sirvan de guía a quienes en el
futuro asciendan al Magdalena y para que conozcan las «enormes ventajas que poseen los
nativos para viajar por sus propias y favorecidas tierras»378
. Yo añadiría que el autor deja claro
que la única manera en la que pudo contrarrestar el poder de los bogas fue a través del empleo de
armas de fuego, por lo que su uso era una manera de decir ―yo sigo siendo el que mando‖. Las
connotaciones que tenía el arma de fuego (tecnología) como símbolo de civilización y
superioridad se hacen también evidentes en las palabras de José María Samper:
El boga] donde se le antoja detenerse salta a tierra y dice: -Branco, de aquí no
pasamo hoy! ¿Os irritas? Es inútil. ¿Apeláis a la amenaza? Os servirá según como la
374
COCHRANE, Charles Stuart, op. cit., p. 61. 375
Ibíd., p. 63. 376
Ibíd., p. 65. 377
STEUART, John, op. cit., p. 72. Énfasis mío. 378
Ibíd., p. 71-72. Énfasis mío.
María del Pilar Riaño
94
apoyéis: si mostrais un sable, estais perdido, porque el zambo, aunque cobarde,
maneja admirablemente el machete; pero si mostrais un arma de fuego, la cosa es
diferente, -el zambo tiembla al ver el cañon y la pólvora. Lo mejor es resignarse á
darles una de aguardiente de anis, soportales sus insolencias y hacerles seguir por las
buenas379
.
La acusación no ofrecía a los viajeros los resultados esperados, y el uso de armas de fuego debía
ser una medida excepcional, pues no todos debían tenerlas ni podían usarlas todo el tiempo. De
ahí que la negociación resultara ser la mejor opción. El procedimiento más utilizado por los
viajeros para intentar recuperar el poder que creían que les era propio fue el de ofrecer ―dadivas‖
a los bogas. En 1824 Hamilton recomendaba «encarecidamente [a los que fueran a viajar] llevar
consigo dos o tres barrilitos de ron o trescientos cigarrillos y darles a los bogas, siempre que
trabajen bien, dos o tres cigarrillos y un vaso de ron por la mañana y otro por la noche»380
. Su
sugerencia, al parecer, fue acogida, pues pocos años más tarde Steuart aseguraba que «cada
mañana daba a cada uno de los bogas un vaso de anisado, del país, y uno más cuando paraban
por la noche»381
. Pese a la recomendación, este procedimiento a menudo fallaba, por lo que el
mismo autor debió optar por «pagar a los miserables salarios extras; contraté un número
adicional de bogas, para aliviarles su tarea y los traté con la mayor amabilidad, pero ni aún así
dejaron de molestarme y demorarme durante todo el viaje. ¡Y eso que habían sido
particularmente contratados como personas confiables»382
. August Le Moyne, quien debió
recurrir a los métodos anteriores, afirmaba que «sólo gracias a una distribución suplementaria de
cigarrillos, aguardiente y algunas monedas, logramos convencerles de que siguiéramos río arriba
hasta llegar a un bando de arena para pasar la noche»383
. Y que:
El viajero que sepa dominarse para no maltratarlos y sobre todo, como lo sé por
experiencia, si de vez en cuando les da alguna propina y lleva consigo bastante
cantidad de cigarrillos y de aguardiente para distribuir entre ellos después de las
comidas y muy principalmente después del trabajo de la jornada, se evitará muchas
tribulaciones384
.
379
SAMPER, José María, Ensayo sobre las… op. cit., p. 97. 380
HAMILTON, John Potter, op. cit.. 381
STEUART, John, op. cit., p. 54. 382
Ibíd., p. 80. Énfasis mío. Con respecto al pago de salarios extras ver también PARRA, Aquileo, op. cit. 383
LE MOYNE, August, op. cit., p. 86. 384
Ibíd., p. 49.
María del Pilar Riaño
95
Charles Stuart Cochrane, el viajero que parece haber tenido más problemas con los bogas,
también negoció con éstos:
Sólo se calmaron cuando les dimos medio cochinillo haciéndoles prometer que
continuaríamos el viaje después de comer. También, que limpiarían la piragua y
pondrían todo en orden. Sin embargo, cuando terminaron el cerdo asado, quisieron
romper su acuerdo385
.
Vale la pena aclarar que las acciones puestas en práctica por los viajeros para contrarrestar el
poder de los bogas eran realizadas desde una posición desventajosa en las relaciones de poder,
pues lo que éstos buscaban era convertir en favorable una situación que era, de antemano,
desfavorable. En este sentido, los viajeros aprovechaban las oportunidades pero dependían de
ellas, y, en ocasiones, lograban subvertir las relaciones aunque sólo momentáneamente386
.
Hasta el momento he mostrado por separado las actuaciones a través de las cuales los bogas
ejercían poder sobre los viajeros y las diversas acciones utilizadas por estos últimos para intentar
recuperar el dominio que creían les correspondía y redistribuirlo. A continuación citaré por
extenso el naufragio sufrido por Gaspard Mollien al llegar a Perico, una población a orillas del
Magdalena. Esta referencia es útil para evidenciar tanto el poder de los bogas sobre los viajeros,
como las maniobras utilizadas por los segundos para retomar el control sobre los primeros.
La piragua zozobró entre las rocas; los bogas que estaban conmigo a bordo saltaron
al agua y se pusieron a salvo a nado; una vez en tierra me dieron voces diciéndome
que la piragua estaba perdida y que había que abandonarla. Como no sabía nadar
tuve que quedarme en la canoa volcada; me así a ella. […] Aturdido por el rugir de
las aguas, irritado por lo gritos de los bogas fugitivos, me dejé caer del todo al agua,
que me llegaba a la barbilla, y utilizando un remo, del que me así en el momento del
naufragio, a manera de palanca levanté la piragua. Los negros, que me miraban, se
quedaron sorprendidos de mi éxito y eso les hizo volver a mi lado; me ayudaron y
uniendo nuestros esfuerzos pusimos a flote la piragua […] Eso sí, no pude por menos
de echar en cara a los negros su cobardía y el abandono en que me habían dejado;
estaban tan avergonzados, que no dijeron ni una palabra. El sol secó en seguida la
embarcación y nos pusimos de nuevo en camino. Antes de seguir navegando hice
tomar todas las precauciones del caso. Desde el accidente de por la mañana había
385
COCHRANE, Chasles Stuart, op. cit., p. 75. Énfasis mío. 386
CERTEAU, Michel de, La invención de lo Cotidiano1. Artes de hacer, México, Universidad Iberoamericana,
1993, p.p. 42-43.
María del Pilar Riaño
96
adquirido yo una autoridad tal sobre los bogas, que me permitía dirigir todo lo que
hubiese que hacer.387
En una situación como la expuesta, ¿de qué le servían al viajero sus ‗buenas costumbres‘, su
supuesta superioridad y su conocimiento si no sabía nadar para sortear las dificultades del
naufragio? Adviértase que, según Mollien, frente a las circunstancias mencionadas los bogas no
hicieron más que salvarse a ellos mismos, huir, dejando al viajero sólo y en dificultades. La
emergencia permitió que los remeros, una vez más, utilizaran su experiencia para mostrarse
poderosos frente a las necesidades del pasajero. Anótese también que el viajero, al verse burlado
y abandonado, no tuvo más remedio que inculpar y recriminar a los bogas, ganándoles en su
propio terrero. Así, al llamarlos cobardes y al reprenderlos por su actuación, éstos se sintieron
humillados y cedieron el mando. Este poder, según se evidencia en la cita, no era habitual y era
obtenido por el viajero gracias a la manipulación de los sentimientos de quienes lo habían
dejado. Las exigencias emocionales, por lo tanto, están implícitas en el conflicto.
Durante el viaje en champán por el río Magdalena, como se muestra, las relaciones de poder
entre bogas y viajeros estaban continuamente resignificándose: cuando uno tenía el dominio
sobre el otro, este otro se ingeniaba maneras que le devolvieran su lugar, y viceversa. Se trataba,
en últimas, de un ir y venir entre dominar y ser dominado, que estaba acompañado del uso de la
fuerza, de manipulaciones y negociaciones.
387
MOLLIEN, Gaspard, op. cit., p. 84. Énfasis mío.
María del Pilar Riaño
97
El texto y el contexto: a manera de reflexión
La relación entre bogas y viajeros sucedía en dos momentos diferenciables tanto en el tiempo
como en el espacio: el del texto y el del contexto. Y, pese a que ambos momentos están
disponibles al lector sólo a través de los escritos de los viajeros, las relaciones de poder que se
establecían en cada uno de ellos eran diametralmente opuestas.
El primero de los momentos de la relación entre bogas y viajeros era el encuentro: el viaje en
champán por el río Magdalena. Esta relación puede ser analizada desde los planteamientos de
Norbert Elias, quien, en su texto Conocimiento y poder, plantea que el poder debe ser entendido
como un atributo de toda relación humana, y que esta relación surge cuando un grupo o
individuo monopoliza aquello que otro necesita388
. En este sentido, si se tiene en cuenta que
durante el viaje por el río Magdalena eran los bogas quienes estipulaban los términos del viaje,
quienes conocían el territorio, y quienes brindaban a los pasajeros protección y alimentación,
puede afirmarse que durante el recorrido los bogas eran más ―poderosos‖ que los viajeros. Los
viajantes necesitaban a los navegantes (y lo sabían), ya que, entre otras cosas, dependían de ellos
para movilizarse a lo largo del país. En palabras de Gosselman: «Quizás ahora sea adecuado
continuar la descripción de este tipo de tripulación. No puede olvidarse que, pese a todo, es un
mal inevitable para viajar"»389
.
Siguiendo a Elías, y recordando la importancia que juega el conocimiento en la distribución del
poder, se puede ratificar que la relación conflictiva entre bogas y viajeros durante el encuentro
estaba estrechamente ligada a formas de conocimiento que competían: en este caso, el
conocimiento del viajero versus la experiencia y el conocimiento de los bogas. Pese a que para
los viajeros los bogas eran seres ‗ignorantes‘ y, por ende, ‗inferiores‘, si de alimentarse,
movilizarse o protegerse durante el recorrido se trataba, el conocimiento letrado dominante en el
siglo XIX servía poco o nada en el río Magdalena.
388
ELIAS, Norbert, ―Conocimiento y poder‖, op. cit., p. 52. 389
GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 53. Énfasis mío.
María del Pilar Riaño
98
Durante el viaje en champán, entonces, la balanza de poder era ―asimétrica‖390
: el ―bárbaro‖
gobernaba. Se puede afirmar que el conocimiento de los viajeros competía con el de los bogas en
la medida en que entraban en juego sus necesidades, y que, en este mismo sentido, los viajeros
―perdían poder‖, ya que la capacidad que tenían de conservar el monopolio sobre los principales
recursos disponibles en la sociedad disminuía. Pero, si se piensa el problema teniendo en cuenta
que las relaciones de poder son elásticas y que, como ya se mencionó, no suceden en una sola
dirección, se debe aceptar que durante el encuentro entre bogas y viajeros las relaciones estaban
continuamente resignificándose.
Lo que es interesante –y lo que quiero resaltar– es que las negociaciones y la posibilidad de que
el boga tuviera el poder sobre aquel observador que se consideraba a sí mismo ‗civilizado‘ y
‗poderoso‘, hacían aparecer a los primeros (una vez más) como sujetos ‗bárbaros‘ e ‗indomables‘,
en contraste con la ‗civilidad‘ de los segundos. Pero, ¿por qué? En primer lugar, debe tenerse
presente que la mayoría de los escritores, antes de viajar por el río Magdalena, ya tenían una
impresión bastante clara de lo que implicaba tal travesía. De hecho, podría aventurarme a
plantear que los viajeros, al haber leído diarios de viaje previamente difundidos, ya sabían lo que
iban a encontrar: tenía ―acceso‖ a los bogas sin necesidad de relacionarse con éstos, ya que la
literatura había contribuido a la construcción de un imaginario estereotipado en torno a estos
sujetos391
. En segundo lugar, vale la pena recordar que los viajeros experimentaban el viaje
dotados de un habitus particular bajo la forma de disposiciones mentales y corporales de
percepción, apreciación y acción en relación con el cual construían su relación con los bogas; y
que este habitus, siguiendo a Bourdieu, debía readaptarse en situaciones nuevas como la del
viaje, pues la experiencia de la movilidad reorganiza cognitiva y espacio-temporalmente las
formas de relación, las percepciones y las sensibilidades.
390
Según Pratt, las zonas de contacto a menudo llevan implícitas relaciones de dominación y subordinación
fuertemente asimétricas (op. cit., p. 21-22). 391
Vale la pena aclarar que, pese a que el corpus documental del presente trabajo sólo está compuesto por fuentes
escritas, las imágenes, como sistemas de comunicación, también fueron vehículos de poder para representar al boga:
a través de éstas los viajeros proyectaron sobre los bogas unas categorías y unas redes para comprenderlos y
―dominarlos‖, gracias a las cuales los bogas perdían su singularidad y se reducían a una imagen homogénea y
―bárbara‖. Al respecto ver: GRUZINSKI, Serge, La guerra de las imágenes. De Colón a “Blade Runner” (1492-
2019), México, Fondo de Cultura Económica, 1995, p.p. 11-39.
María del Pilar Riaño
99
En este proceso de reacomodación del habitus y de confrontación entre las imágenes previamente
construidas y el mundo real, la ‗subordinación‘ de los viajantes a los bogas debió tener un peso
importante. Si se tiene en cuenta que el orden resultante durante el encuentro escapaba a los
ideales de autoproclamada superioridad de los viajeros y que éstos, además de tener que
sobrevivir a las incomodidades de las embarcaciones, al calor y a los mosquitos, debían negociar
su identidad al relacionarse con los bogas, es de suponer que su posición de ―subyugación‖ los
irritara y les permitiera no sólo producir y reforzar la representación que tenían sobre estos
últimos, sino también la que tenían de sí mismos. En palabras de Posada Carbó: «Víctimas de la
larga travesía por el río, sometidos a la voluntad del boga y a las penurias del clima, a los ojos de
los viajeros civilizados, los zambos sólo podían estar en los confines de la barbarie»392
. De ahí
que pueda concluir que las quejas con respecto a los bogas no se reducían o bien a los prejuicios
de los viajeros o bien a la naturaleza ‗salvaje‘ de los remeros: estos prejuicios, en gran medida, se
reforzaban por el ‗resquebrajamiento‘ de las relaciones de poder que ocurría durante el encuentro,
por lo que la representación de los bogas como seres ‗bárbaros‘ e ‗inferiores‘, en últimas, era
producto de una experiencia en relación con el ‗otro‘.
Este orden ‗resquebrajado‘ debía ser enderezado. De ahí que el segundo de los momentos de la
relación entre bogas y viajeros esté dado por los textos que producían los autores luego del
encuentro: narraciones de diversa índole que eran escritas y publicadas después del viaje y en un
contexto diferente, lo que les daba a sus autores tiempo para ―poner las cosas en orden‖. De
hecho, siguiendo a Chartier, si se tiene en cuenta que las diferencias sociales se evidencian en la
práctica cultural de la escritura, los textos producidos por los viajeros son fundamentales para
comprender las diversas relaciones de poder que se establecían entre bogas y viajeros.
Ahora bien, de acuerdo con el análisis realizado sobre la manera como se representó al boga en
los textos, podemos afirmar que al ser los viajeros quienes gozaban del poder de la palabra y de
describir a los bogas, tenían más ―poder‖ que los segundos. En los relatos, en términos de Elias,
los bogas eran «estigmatizados como personas de valor humano inferior. Pensados como carentes
392
POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Viaje en champán…‖, op. cit.
María del Pilar Riaño
100
de la virtud humana superior […] que el grupo dominante se atribuía a sí mismo»393
; mientras
que los escritores se definían a ellos mismos como ―humanamente mejores‖, como poseedores de
un valor que compartían todos mientras los bogas carecían de él394
. Si se presta atención a lo
anterior, los viajeros se presentaban como un grupo ―poderoso‖ en la medida en que contaban
con recursos o medios de control social (diarios de viaje, cuentos o ensayos que serán
posteriormente divulgados), sin olvidar que eran ellos quienes, a la vez, excluían y
estigmatizaban a los bogas395
. Esta estigmatización, por un lado, le proporcionaba al viajero el
poder de condenar al boga, y, por el otro, le permitía recuperar el ―poder perdido‖ durante el
recorrido por el río Magdalena, ―sacarse la espina‖, además de conservar su identidad, reafirmar
su superioridad y, en palabras de Elias, «mantener a los otros en su sitio»396
.
En los discursos, por lo tanto, se establecía un tipo de relación distinta a la que sucedía durante el
encuentro: los viajeros, en la práctica de la escritura, empleaban estrategias simbólicas que
determinaban posiciones y relaciones y construían, en palabras de Chartier, un «ser-percibido
constitutivo de su identidad»397
. En este sentido, los textos evidencian luchas de representación a
través de las cuales los viajeros reordenaban la estructura social de la cual hacían parte y, al
contrario de lo que sucedía durante el encuentro, se presentaban a sí mismos como superiores.
Las fuentes, como prácticas culturales, evidencian ejercicios de poder en sí mismas: si se tiene en
cuenta que los viajeros le dan sentido al mundo a través de sus escritos (ya que la práctica
produce significados), se puede afirmar que en éstos el lector puede vislumbrar la manera como
los escritores percibían y comprendían su sociedad y su propia historia. A la vez, se puede
analizar la manera como los viajeros se representaron a sí mismos y la forma como
comprendieron el orden social del cual eran parte y al cual se veían sometidos al viajar por el río
Magdalena.
393
ELIAS, Norber, ―Ensayo teórico sobre las relaciones entre establecidos y marginados‖, en La civilización de los
padres y otros ensayos, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1998, p. 81. 394
Ibíd., p. 82. 395
Ibíd., p. 86. 396
ELIAS, Norbert, “Ensayo teórico…op. cit., p. 86. 397
CHARTIER, Roger, ―El mundo como representación‖, en El mundo como representación. Estudios sobre la
historia cultural, Barcelona, Editorial Gedisa, 1992, p. 57.
María del Pilar Riaño
101
Chartier nos invita a recordar la importancia de la distinción entre el texto y el contexto en el cual
éste fue producido, ya que en esta separación se produce el sentido. Un discurso, un texto, no
existe en sí mismo ni tiene sentido por sí sólo, depende y adquiere significado sólo en la medida
en que es producto de dispositivos específicos y de realidades materiales particulares; en este
caso, es producto del encuentro entre bogas y viajeros. Y, pese a que las diversas formas de
construcción de sentido (tanto el lenguaje como lo social) no pueden entenderse por separado, su
revisión individual permite concluir que la manera como se representó al boga fue producto, por
un lado, del encuentro y de las relaciones de poder que se establecieron en él, y, por el otro, de
los marcos de referencia ideológicos a través de los cuales los viajeros empleaban estrategias de
dominación y construían y legitimaban identidades y alteridades. Estos marcos, como se ha
intentado demostrar, se confirmaban y reforzaban durante el encuentro. En últimas, seguir la
sugerencia de Chartier –«acercar la comprensión de las obras, de las representaciones y de las
prácticas a las divisiones del mundo social que, en conjunto, ellas significan y construyen»398
– no
sólo permite concluir que las relaciones de poder entre bogas y viajeros sucedían en tiempos y
lugares diferentes (texto y contexto), sino también que la existencia de estas esferas pone al
descubierto un cambio en las relaciones de interdependencia entre ―dominados‖ y ―dominantes‖,
‖representados‖ y ―representantes‖.
Pero, si tenemos en cuenta que los textos escritos por los viajeros son en sí un ejercicio de
memoria (ya que no son escritos al momento mismo del encuentro), aún queda por responder:
¿Cuál es la relación entre lo que pasó y lo que relatan los viajeros en sus textos? Tal vez los
efectos de verdad de las fuentes no nos permitan dar respuesta a esta pregunta.
398
Ibíd., p. 62.
María del Pilar Riaño
102
Bibliografía
Decretos y leyes
―Decreto 1 de 3 de Julio de 1823 que concede a Juan Bernardo Elbers el privilegio exclusivo para
establecer buques de vapor por el río Magdalena‖, en Documentos que hicieron un país, Bogotá,
Archivo General de la Nación, Presidencia de la República, 1997, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/docpais/indice.htm Consultado el 2 de junio de 2010.
―Decreto 1 de 3 de Julio de 1823 que concede a Juan Bernardo Elbers el privilegio exclusivo para
establecer buques de vapor por el río Magdalena‖, en Documentos que hicieron un país, Bogotá,
Archivo General de la Nación, Presidencia de la República, 1997, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/docpais/indice.htm Consultado el 2 de junio de 2010.
―Decreto de 28 de enero de 1837 que declara libre la navegación del río Magdalena en buques de
vapor‖, en Documentos que hicieron un país, Bogotá, Archivo General de la Nación, Presidencia
de la República, 1997, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/docpais/indice.htm Consultado el 2 de junio de 2010.
DE POMBO, Lino, Recopilación de Leyes de la Nueva Granada, en cumplimiento de la lei de 4
de mayo de 1843 i por comisión del poder ejecutivo, Bogotá, Imprenta de Zoilo Salazar, 1845,
disponible vía web: http://books.google.com.co/books?id=lyU2AAAAIAAJ&pg=PA20&dq=recopilaci%C3%B3n+de+leyes+
de+la+Nueva+Granada+1844&cd=1#v=onepage&q=recopilaci%C3%B3n%20de%20leyes%20de%20la%
20Nueva%20Granada%201844&f=false Consultado el 24 de marzo de 2010.
Imágenes
DE CALDAS, Francisco José (1801), ―Mapa del río Magdalena desde La Jagua hasta Honda‖, en
Atlas de Colombia, Bogotá, Instituto Geográfico Agustín Codazzi, Litografía Arco, 1967, p. 21,
disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/geografia/carma/images/9.jpg Consultado el 8
de junio de 2010.
D´ORBIGNY, Alcide (1854), ―Navegation sur la Magdalena‖, en Sala de libros raros y
manuscritos, Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/exhibiciones/candelario-obeso/imagenes/img-012.jpg Consultado el 20 de
abril de 2010.
TORREZ MÉNDEZ, Ramón, ―Champán en el río Magdalena (Colombia)‖, en Álbum de cuadros
de costumbres, París, A. De la Rue, 1860, p. 2. Tomado de ―Viajeros por Colombia‖, en Galería
Histórica, Biblioteca Luis Ángel Arango, Banco de la República, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/galeria/images/44.jpg Consultado el 20 de abril de 2010.
María del Pilar Riaño
103
_________________________, ―Tipos de bogas del Magdalena‖, sin fecha, disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/exhibiciones/humboldt/images/viajes/magdalena-tipos-peque.jpg Consultado el 8 de junio de 2010.
Bibliografía primaria
BORDA, José Joaquín (1866), ―Un viajero‖, en Museo de cuadros de costumbres y variedades,
Tomo I, Bogotá, Banco Popular, 1973, disponible vía web en:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/literatura/cosi/cost23.htm Consultado el 20 de abril de 2010.
____________________, (1866), "Seis horas en un champán", en Museo de Cuadros de
Costumbres. Variedades y viajes, Tomo II, Bogotá, Biblioteca del Banco Popular, 1973, p.p. 109-
124.
BOUSSINGAULT, Jean Baptiste (1880), Memorias del naturista y científico Jean Baptiste
Boussingault en su expedición por América del Sur, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/memov1/indice.htm Consultado el 22 de abril de 2010.
CAMACHO ROLDÁN, Salvador (1890), Notas de viaje, Bogotá, Banco de la República, 1973.
CANÉ, Miguel (1881), Notas de viaje sobre Venezuela y Colombia, Bogotá, Biblioteca y
centenario Colcultura. Viajeros por Colombia, 1992.
COCHRANE, Charles Stuart (1825), Viajes por Colombia 1823 y 1824, Bogotá, Biblioteca del V
Centenario Colcultura, Viajeros por Colombia, 1994.
CUERVO, Rufino (1840), "El boga del Magdalena", en El Mosaico, Bogotá, Imprenta del
Mosaico, 1859, p.p. 265-266.
DÍAZ CASTRO, Eugenio (1859), ―Epígrafe‖, en Manuela, Medellín, Editorial Bedout, 1986.
GOSSELMAN, Carl August (1827), Viaje por Colombia 1825 y 1826, Bogotá, Publicaciones
Banco de la República, Archivo de la Economía Nacional, 1981, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/viajes/viacolom7.htm Consultado el 20 de mayo de 2007.
________________________, Viaje por Colombia 1825 y 1826, Bogotá, Publicaciones Banco de
la República, Archivo de la Economía Nacional, 1981.
HAMILTON, John Potter (1827), Viajes por el interior de las provincias de Colombia, Vols. I,
Bogotá, Banco de la República, 1993, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/viinpro/viinpro0a.htm Consultado el 21 de febrero de 2006.
María del Pilar Riaño
104
HETTNER, Alfred, Viaje por los Andes colombianos (1882-1884), Bogotá, Talleres Gráficos del
Banco de la República, 1976, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/viaand/indice.htm Consultado el 5 de septiembre de 2009.
HOLTON, Isaac F. (1857), La Nueva Granada: veinte meses en los Andes, Bogotá, Traducción
de Ángela Mejía de López, Banco de la República, Archivo de la Economía Nacional, 1981.
KASTOS, Emiro (Juan de Dios Restrepo), ―Cartas á un amigo de Bogotá‖ en El Neo-granadino
No. 187, Bogotá, 19 de Diciembre de 1851, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/modosycostumbres/ares/ares13.htm Consultado el 28 de marzo de
2006.
LE MOYNE, August (1829-1839), Viajes y estancias en América del sur, la Nueva Granada,
Santiago de Cuba, Jamaica y el Istmo de Panamá, Volumen IX, Bogotá, Biblioteca Popular de
Cultura Colombiana, 1945.
MADIEDO, Manuel María (1866), "El boga del Magdalena", en Museo de Cuadros de
Costumbres, Variedades y viajes, Bogotá, Biblioteca del Banco Popular, 1966, p.p. 13-19.
MOLLIEN, Gaspard (1823), Viaje por la República de Colombia en 1823, Vol. 1, Bogotá,
Colcultura, 1992.
______________________, Viaje por la República de Colombia en 1823, Vol. 1, Bogotá,
Colcultura, 1992, disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/vireco/vireco0.htm
Consultado el 24 de agosto de 2009.
PARRA, Aquileo (1845), "Las ferias en Magangué", en Memorias, Bogotá, Imprenta La Luz,
Librería Colombiana, 1912, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/parra/parra9.htm Consultado el 26 de marzo de 2006.
RÖTHLISBERGER, Ernest (1880), El Dorado. Estampas de viaje y cultura de la Colombia
suramericana, Bogotá, Biblioteca V centenario Colcultura, Viajeros por Colombia, 1993,
disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/eldorado/eldo4c.htm. Consultado el 21
de septiembre de 2009.
SAFFRAY, Charles (1869), Viaje a Nueva Granada, Vol. 1, Bogotá, Ministerio de Educación
Nacional, 1948.
SAMPER, José María (1858), “De Honda a Cartagena", en Museo de Cuadros de Costumbres,
Bogotá, Banco Popular, 1966, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/literatura/cuac/cuac39a.htm Consultado el 14 de marzo de 2006.
_________________ (1861), Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las
repúblicas colombianas (Hispano-americanas). Con un índice apéndice sobre la orografía y la
población de la Confederación Granadina, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá,
1969.
María del Pilar Riaño
105
_______________________, Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las
Repúblicas colombianas, Ed. Centro, Bogotá, 1862, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/revpol/indice.htm#indice Consultado el 5 de septiembre de
2009
PÉREZ TRIANA, Santiago, ―Apuntes de viaje por el sur de la Nueva Granada, 1853‖, en Museo
de cuadros de costumbres II, Bogotá, F. Mantilla, 1866, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/literatura/cosii/cosii11.htm Consultado el 28 de marzo de 2006.
STEUART, John (1838), Narración de una expedición a la capital de la Nueva Granada y
residencia allí de once meses, Bogotá, Academia de Historia de Bogotá, Tercer Mundo Editores,
Colección Viajantes y viajeros, 1989.
VERGARA Y VERGARA, José María, (1867a). Historia de la Literatura en la Nueva Granada,
Bogotá, Biblioteca Banco Popular, 1974, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/literatura/histolit/indice1.htm Consultado el 20 de noviembre de
2007.
Bibliografía secundaria
ACEVEDO LATORRE, El río grande de la Magdalena. Apuntes sobre su historia, su geografía
y sus problemas, Bogotá, Banco de la República, 1981.
ALMARCEGUI, Patricia, ―La metamorfosis del viajero a Oriente‖, en Revista de Occidente No.
280, Madrid, septiembre de 2004, p. p. 105-117.
ALONSO, Martín, Enciclopedia del idioma, Madrid, Aguilar, 1958.
―América exótica. Panorámicas, Tipos y Costumbres del siglo XIX‖, en Exhibiciones en línea,
Biblioteca Luis Ángel Arango, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/exhibiciones/america_exotica/biografias/isaacholton.htm Consultado el
21 de febrero de 2006.
ANGULO JARAMILLO, Felipe, ―Viajeros franceses del siglo XIX en Colombia. Un balance
bibliográfico‖, en Boletín AFEHC No. 31, agosto de 2007, disponible vía web: http://afehc-
historia-centroamericana.org/index.php?action=fi_aff&id=1649 Consultado el 20 de agosto de 2009.
ARIAS VANEGAS, Julio, Nación y diferencia en el siglo XIX colombiano. Orden nacional,
racialismo y taxonomías poblacionales, Bogotá, Universidad de los Andes, Centro de Estudios
Socioculturales e Internacionales CESO, Colección PROMETEO, 2005.
María del Pilar Riaño
106
__________________, ―Seres, cuerpos y espíritus del clima, ¿pensamiento racial en la obra de
Francisco José de Caldas?‖, en Revista de Estudios Sociales No. 27, Bogotá, Facultad de
Ciencias Sociales, Universidad de los Andes, agosto de 2007, p.p. 16-30.
ARIAS, Julio, RESTREPO, Eduardo, ―Historizando raza: propuestas conceptuales y
metodológicas‖, en Crítica y emancipación. Revista latinoamericana de ciencias sociales No. 3,
Año II, Buenos Aires, Clacso, 2010, p.p. 45-64.
BOLIVAR, Ingrid, ―Los viajeros del siglo XIX y el ―proceso de civilización‖: imágenes de
indios, negros y gauchos‖, en Memoria y Sociedad Vol. 9, No. 18, Bogotá, 2005, p. p. 19-32.
BOURDIEU, Pierre, El sentido práctico, Barcelona, Editorial Paidós, 1991.
________________, Réponses, París, Seuil, 1992.
________________, La Distinción, Madrid, Taurus, 1998.
BORREGO PLA, María del Carmen, Cartagena de indias en el siglo XVI, V. CClXXXVIII,
Sevilla, Escuela de estudios Hispano-Americanos, 1983.
BRAUDEL, Fernand, ―Historia y Ciencias sociales. La larga duración‖, en Annales, E. S. C., No.
4, París, octubre-diciembre de 1958, p.p. 725-753.
BURKE, Peter, Formas de historia cultural, Madrid, Alianza Editorial, 2000.
BUSHNELL, David, Colombia, una nación a pesar de sí misma. De los tiempos precolombinos a
nuestros días, Bogotá, Planeta, 1996.
CASTRO, Nelson, HIDALGO, Jorge, BRIONES, Viviana, ―Fiestas, borracheras y rebeliones (Introducción y traducción del expediente de averiguación del tumulto acaecido en Ingaguasi,
1777)‖, en Estudios Acateños No. 23, San Pedro de Acatama, Universidad Católica del Norte,
2002, p.p. 77-109, disponible vía web:
http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=31502306&iCveNum=1817 Consultado el 28
de septiembre de 2009.
CASTRO GÓMEZ, Santiago, La hybris del punto cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva
Granada (1750-1816), Bogotá, Editorial Pontificia Universidad Javeriana, Instituto Pensar, 2005.
CERTEAU, Michel de, La invención de lo Cotidiano1. Artes de hacer, México, Universidad
Iberoamericana, Iteso, 1993.
CHARTIER, Roger, ―El mundo como representación‖, en El mundo como representación.
Estudios sobre la historia cultural, Barcelona, Editorial Gedisa, 1992, p.p. 45-62.
CHÁVEZ, María Eugenia, ―Los Sectores Subalternos y la Retórica Libertaria. Esclavitud e
Inferioridad Racial en la Gesta Independentista‖, en La Independencia en los Países Andinos:
María del Pilar Riaño
107
Nuevas Perspectivas, Memorias del Primer Módulo Itinerante de la Cátedra de Historia de
Iberoamérica, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar y OIE, 2001, disponible vía web:
http://www.lai.su.se/gallery/bilagor/MCH_subindep.pdf Consultado 4 de septiembre de 2009.
CRUZ SANTOS, Abel, Por los caminos de Mar, Tierra y Aire. Evolución del transporte en
Colombia, Bogotá, Editorial Kelly, 1973.
D´ALLEMAND, Patricia, ―Quimeras, contradicciones y ambigüedades en la ideología criolla del
mestizaje: el caso de José María Samper‖, en Historia y Sociedad No. 13, Medellín, Universidad
Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, 2007, disponible vía web:
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/colombia/fche/3.pdf Consultado el 3 de septiembre de
2009.
DEL CASTILLO, Nicolás, La llave de las Indias, Vol. 1, Bogotá, Ediciones El Tiempo, 1981.
ELIAS, Norbert, Compromiso y distanciamiento. Ensayos de sociología del conocimiento,
Barcelona, Ediciones Península, 1990.
________________, ―Conocimiento y poder‖, en Conocimiento y Poder, Colección Genealogía
del Poder No. 24, Ediciones la Piqueta, Madrid, 1994, p.p. 52-119.
________________, ―Ensayo teórico sobre las relaciones entre establecidos y marginados‖, en
La civilización de los padres y otros ensayos, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1998, p.p. 79-138.
FALS BORDA, Orlando, ―Mompox y Loba”, en Historia doble de la costa, Vol. 1, Bogotá,
Carlos Valencia Editores, 1979.
FERNÁNDEZ BUEY, Francisco, La barbarie de ellos y de los nuestros, Barcelona, Biblioteca
del Presente, Paidós, 1995.
FISCHER, Thomas, ―La ‗gente decente‘ de Bogotá. Estilo de vida y distinción en el siglo XIX –
vistos por los viajeros extranjeros‖, en Revista Colombiana de Antropología, Volumen 35, enero-
diciembre, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 1999, p. p. 36-69.
FONTANA, Josep, Europa ante el espejo, Barcelona, Crítica, 2000.
GARCÍA, Claudia Mónica, ―Las ‗fiebres del Magdalena‘: medicina y sociedad en la construcción
de una noción médica colombiana, 1859-1886‖, en História, Ciencias, Saúde, Vol. 14, No. 1,
Manguinhos, Río de Janeiro, 2007, p. p. 63-89.
GERBI, Antonello, La Disputa del Nuevo Mundo: Historia de una polémica. 1750 – 1900,
México, Fondo de Cultura Económica, 1993.
GEERTZ, Clifford, ―The impact of the concept of culture on the concept of man‖, en The
Interpretation of Cultures: Selected Essays, New York, Basic Books, 1973.
María del Pilar Riaño
108
GIMENEZ, Gilberto, ―La sociología de Pierre Bourdieu‖, en Proyecto Antología de teoría
sociológica contemporánea, Perspectivas teóricas contemporáneas de las ciencias sociales,
México, UNAM, 1999, disponible vía web: http://www.culturayrs.org/?q=bibliografia Consultado el
13 de octubre de 2009.
GÓMEZ PICÓN, Rafael, Magdalena, río de Colombia, Bogotá, Biblioteca colombiana de
cultura, Colección de autores nacionales, 1950.
GONZÁLEZ, Beatriz, Ramón Torres Méndez. Entre lo pintoresco y la picaresca, Bogotá, Carlos
Valencia Editores, 1986, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/todaslasartes/torres1/indice.htm Consultado el 20 de abril de 2010.
___________________, ―Cuerpos de la nación: cartografías disciplinarias‖, en Annales: Nueva
época: Ciudadanía y nación, Göteborg, Instituto Iberoamericano, 1999, p. 71-106, disponible vía
web: http://gupea.ub.gu.se/dspace/bitstream/2077/3213/2/anales2gonzalez.pdf. Consultado el 10 de
septiembre de 2006.
GRUZINSKI, Serge, La guerra de las imágenes. De Colón a “Blade Runner” (1492-2019),
México, Fondo de Cultura Económica, 1995.
GUHL CORPAS, Andrés Ernesto, ―La Comisión Corográfica y su lugar en la geografía moderna
y contemporánea‖, en BARONA BECERRA, Guido, et. Alt. (Org.), Geografía Física y Política
de la Confederación Granadina (Estado de Antioquia), Vol. 4, Medellín, 2005, p.p. 27-41.
GILMORE, Robert Louis, PARKER HARRISON, John, ―Juan Bernanrdo Elbers and the
introduction of steam navigation on the Magdalena river‖, in The Hispanic American Historical
Review, Vol. 28, No. 3, North Carolina, Duke University Press, 1948, p.p. 335-359.
HENSEL RIVEROS, Franz, Vicios, virtudes y educación moral en la construcción de la República, 1821-1852, Bogotá, Colección Prometeo, Uniandes-Ceso, 2006.
HERING TORRES, Max, ―Raza‖: variables históricas‖, en Revista de Estudios Sociales no. 26,
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes, Bogotá, abril de 2007, p.p. 16-27.
HERRERA ÁNGEL, Marta, Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y control político
en las llanuras del Caribe y en los Andes centrales neogranadinos siglo XVIII, Bogotá,
Academia Colombiana de Historia-ICAHN, 2002.
_______________________, ―Transición entre el ordenamiento territorial prehispánico y el
colonial en la Nueva Granada‖, en Historia Crítica No. 32, Bogotá, Universidad de los Andes,
julio-diciembre de 2006, p. p. 118-152.
HORNA, Hernán, ―Modernization and Entrepreneurship in Nineteenth Century Colombia‖, in
Journal of Latin American Studies, Vol. 14, No. 1, Cambridge, Cambridge University Press,
1982, p.p. 33-54.
María del Pilar Riaño
109
JACQUES GOINEAU, Jean, ―Presencia francesa y acción diplomática de Francia en Colombia
durante el siglo XIX‖, en Boletín AFEHC No. 31, 2007, disponible vía web: http://afehc-historia-
centroamericana.org/index.php?action=fi_aff&id=1654 Consultado el 20 de agosto de 2009.
JARAMILLO URIBE, Jaime,, El pensamiento colombiano en el siglo XIX, Bogotá, Editorial
Temis, 1964.
________________________, ―Mestizaje y diferenciación social en el Nuevo Reino de Granada
en la segunda mitad del siglo XVIII‖, en Ensayos de Historia Social, Tomo I, Bogotá, Tercer
Mundo, Ediciones Uniandes, 1989, pp. 159-198.
________________________, ―La visión de los otros. Colombia vista por observadores
extranjeros‖, en Historia Crítica No. 24, Bogotá, Universidad de los Andes, 2002, p.p. 7-24.
KINGMAN GARCÉC, Eduardo, ―Identidad, Mestizaje, hibridación: sus usos ambiguos‖, en
Revista Proporciones No. 34, Santiago de Chile, Ediciones SUR, Facultad Latinoamericana de
Ciencias Sociales, octubre de 2002, disponible vía web:
http://www.flacso.org.ec/docs/artidenymestizaje.pdf. Consultdo el 26 de agosto de 2009.
KÖNIG, hans Joachim, En el camino hacia la nación. Nacionalismo en el proceso de formación
del Estado y de la nación de la Nueva Granada 1750 a 1856, Bogotá, Banco de la República,
1994.
LANGEBAEK, Carl, ―La obra de José María Samper vista por Élisee Reclus‖, en Revista de
Estudios Sociales No. 27, Bogotá, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes,
agosto de 2007, p.p. 196-205.
LEAL, Claudia, ―Usos del concepto de raza en Colombia‖, en MOSQUERA ROSERO-LABBÉ,
Claudia, LAÓ-MONTES, Agustín, y RODRÍGUEZ, César (eds.), Debates sobre ciudadanía y políticas raciales en las Américas negras, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, CES,
IDCARAN, sede Medellín, Universidad de los Andes, (en proceso de publicación).
LOJO, María Rosa, ―La seducción estética de la barbarie en el ―Facundo‖, en Estudios
Filológicos No. 27, Valdivia, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Austral de
Chile, 1992, p.p. 141-148.
LUQUE MUÑOZ, H., Narradores colombianos del siglo XIX: Introducción, Bogotá, Biblioteca
Básica Colombiana, 1976.
MARTÍNEZ, Frédéric, El nacionalismo cosmopolita: la referencia europea en la construcción
nacional en Colombia, 1845-1900, Bogotá, Banco de la República, Instituto Francés de Estudios
Andinos, 2001.
María del Pilar Riaño
110
MELO, Jorge Orlando, La mirada de los franceses: Colombia en los libros de viaje durante el
siglo XIX, disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/sociologia/melo/franceses.htm
Consultado el 20 de abril de 2006.
MÚNERA, Alfonso, Fronteras imaginadas: la construcción de las razas en el siglo XIX
colombiano, Bogotá, Editorial Planeta, 2005.
MUÑOZ ARBELAEZ, Santiago, ―Las imágenes de viajeros en el siglo XIX. El caso de los
grabados de Charles Saffray sobre Colombia‖, en Historia y Grafía, No. 34, México D. F.,
Universidad Iberoamericana, 2010, en prensa.
NICHOLS, Theodore, Tres puertos de Colombia: Estudio sobre el desarrollo de Cartagena,
Santa Marta y Barranquilla, Bogotá, Banco Popular, 1973.
NIETO, Mauricio, Remedios para el imperio: Historia Natural y apropiación del Nuevo Mundo,
ICAHN, Bogotá, 2000.
______________, ―Historia Natural y política: conocimientos y representaciones de la naturaleza
americana‖, en MUÑOZ, Santiago (coordinador editorial), Historia Natural y política:
conocimientos y representaciones de la naturaleza americana, Bogotá, Banco de la República,
2008, disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/exhibiciones/historia-natural-politica/hnp-
intro.html Consultado el 26 de mayo de 2010.
NIETO, Mauricio, CASTAÑO, Paola, OJEDA, Diana, ―El influjo del clima sobre los seres
organizados y la retórica ilustrada en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada‖, en Historia
Crítica Nº 30, Bogotá, julio-diciembre 2005, p.p. 91-114.
____________________________________________, ―Ilustración y orden social: El problema
de la población en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada (1808-1810)‖, en Revista de Indias, Departamento de Historia de América ―Fernández de Oviedo‖, Instituto de historia,
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Vol. LXV, Núm. 235, septiembre-diciembre,
2005, p. p. 683-708.
NOGUERA, Aníbal, Crónica grande del Río de la Magdalena, Tomos I y II, Bogotá, Ediciones
Sol y Luna, Banco Cafetero, Bogotá, 1980
NÚÑEZ, Eduardo, ―Viajeros norteamericanos en el pacífico antes de 1825‖, en Journal of Inter-
American Studies, Vol. 4, No. 3, Miami, University of Miami, 1962, pp. 327-349.
OCAMPO, José Antonio, Colombia y la Economía Mundial: 1830-1910, Bogotá, Tercer Mundo
Editores, Colciencias Fedesarrollo, 1998.
OCHOA, Ana María, ―El mundo sonoro de los bogas‖, en Revista Número No. 57, Bogotá,
agosto de 2008, disponible vía web: www.revistanumero.com/web. Consultado el 24 de agosto de
2009.
María del Pilar Riaño
111
OLAVE QUINTERO, Viviana, ―Viajeros de la avanzada del capitalismo. La visión de Gaspard
Théodore Mollien sobre la política de la Nueva Granada en la post – independencia‖, en Historia
y Espacio No. 19, Revista del Departamento de Historia de la Facultad de Humanidades, Cali,
Universidad del Valle, p.p. 5-20, disponible vía web: http://historiayespacio.com/rev33/art4.html
Consultado el 20 de abril de 2010.
ORLOVE, Benjamin, ―Putting Race in its place: Order in Colonial and Postcolonial Peruvian
Geography‖, in Social Research No. 2, Vol. 60, summer 1993, p.p. 301-336.
PEDRAZA, Sandra, En cuerpo y alma: Visiones del progreso y la felicidad, Bogotá, Universidad
de los Andes, 1999.
PEDROSA, José Manuel, ―Negros músicos, negros poetas: estereotipos y representaciones de
Occidente de la oralidad africana y afroamericana‖, en Oráfrica, revista de oralidad africana No.
4, Cataluña, CEIBA y los Centros Culturales Españoles de Guinea Ecuatorial, abril de 2008, p.p.
11-28.
PEÑAS GALINDO, David Ernesto, Los bogas de Mompox, Bogotá, Tercer Mundo, 1988.
PIZANO DE ORTIZ, Sophy, "Don Juan Bernardo Elbers, fundador de la navegación por vapor
en el río Magdalena", en Boletín de Historia y Antigüedades, Volumen XXIX , Bogotá, 1942.
POSADA CARBÓ, Eduardo, El Caribe colombiano. Una historia regional (1870-1950), Bogotá,
El Áncora Editores, Banco de la República, 1998.
_______________________, ―Bongos, champanes y vapores en la navegación fluvial
colombiana del siglo XIX‖, en Boletín Cultural y Bibliográfico No. 21, Volumen XXVI, Bogotá,
1989, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/boletin/boleti5/bol21/bongos.htm Consultado el 5 de marzo de 2006.
_______________________, ―Viaje en champán. Los bogas de Mompox de David Ernesto Peñas
Galindo‖, en Boletín Cultural y Bibliográfico No. 19, Volumen XXVI, 1989, disponible vía web:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/boletin/boleti5/bol19/viaje.htm Consultado el 14
de mayo de 2010.
POVEDA RAMOS, Gabriel, Los vapores fluviales en Colombia, Bogotá, Tercer Mundo
Editores, Colciencias, 1998.
PRATT, Mary Louise, Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación, Buenos Aires,
Universidad Nacional de Quilmes, 1997.
__________________, Irse, quedarse. Reflexión literario-antropológica sobre el viaje,
conferencia dictada en la Universidad de los Andes el 24 de agosto de 2009.
María del Pilar Riaño
112
PRICE, Thomas Jr., ―Algunos aspectos de estabilidad y desorganización cultural de una
comunidad isleña del Caribe Colombiano‖, en Revista Colombiana de Antropología III, Bogotá,
1954, p.p. 11-54.
RAMOS, Julio, ―Cuerpo, lengua y subjetividad‖, en Revista de Crítica Literaria
Latinoamericana No. 38, año 19, Lima-Hanover, Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo
Polar, 1993, p.p. 225-237.
REICHEL-DOLMATOFF, Gerardo, Arqueología de Colombia, Bogotá, Biblioteca Familiar de la
Presidencia de la República, 1997.
RESTREPO, Andrés, ―El Mosaico (1858-1872): Nacionalismo, élites y cultura en la segunda
mitad del siglo XIX‖, en Fronteras de la historia, Vol. 8, Bogotá, Ministerio de Cultura, 2003,
p.p. 19-63.
RESTREPO, Eduardo, ―´Negros Indolentes´ en las plumas de corógrafos: Raza y progreso en el
occidente de la Nueva Granada de mediados del siglo XIX‖, en Nómadas No. 26, Bogotá,
Universidad Central, abril de 2007, p.p. 28-43.
RESTREPO, Olga, ―Un imaginario de nación. Lectura de láminas y descripciones de la Comisión
Corográfica‖, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura No. 26, Bogotá, 1999,
p.p. 30-58.
RODRÍGUEZ CENTENO, Mabel, ―Borrachera y vagancia: argumentos sobre marginalidades
económica y moral de los peones en los congresos agrícolas mexicanos del cambio de siglo‖, en
Historia Mexicana No. 1, Vol. XLVII, Ciudad de México, junio de 2009, p.p. 103-131.
ROZO, Esteban, ―Naturaleza, paisaje y viajeros en la Comisión Corográfica‖, en Tabula Rasa.
Revista de humanidades, Bogotá, Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca, 2001, disponible vía web: http://www.revistatabularasa.org/documents/tesisrozo.pdf Consultado el 24 de
enero de 2010.
SÁNCHEZ, Efraín, ―Agustín Codazzi y la geografía en el siglo XIX‖, en Revista Credencial de
Historia No. 42, Bogotá, 1993, disponible vía web: http://www.temascolombianos.com/COMISIOM%20COROGRAFICA/AGUSTIN%20CODAZZI%20Por
%20Efrain%20Sanchez%20Cabra.pdf Consultado el 20 de abril de 2010.
________________, ―Antiguo modo de viajar en Colombia‖, en CASTRO, Beatriz, Vida
cotidiana en Colombia, en CASTRO, Beatriz (ed), Historia de la vida cotidiana en Colombia,
Bogotá, Editorial Norma, 1996, p.p. 311-335.
SKIDMORE, Thomas E., Black into White. Race and the Nationality in Brazilian Thought,
Durham and London, Duke University Press, 1993.
María del Pilar Riaño
113
SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, ―La percepción del tiempo en los orígenes de la clase
obrera en el Caribe colombiano, 1850-1900‖, en Historia Caribe No. 2, Vol. 1, Barranquilla,
1996, p. p. 25-34.
________________________________, ―De bogas a navegantes: los tripulantes de los barcos de
vapor del río Magdalena, 1850-1930‖, en Historia Caribe No. 3, Barranquilla, Universidad del
Atlántico, 1998, p. p. 55-70, disponible vía web: http://sites.google.com/site/sergiopaolosolano/
Consultado el 27 de agosto de 2009.
________________________________, Puertos, sociedad y conflictos en el Caribe Colombiano,
1850-1930, Cartagena, Beca de Investigación Cultural Héctor Rojas Erazo 2001, Observatorio
del Caribe Colombiano, Universidad de Cartagena, Bogotá, 2003.
_________________________________, El mundo de Cosme. Trabajo, estilos de vida y cultura
popular en el Caribe colombiano, 1850-1930, disponible vía web:
http://sites.google.com/site/sergiopaolosolano/ Consultado el 28 de octubre de 2009.
_________________________________, ―Trabajo no calificado y control del mercado laboral
en los puertos del Caribe colombiano, 1850-1930‖, en Revista Europea de Estudios
Latinoamericanos y del Caribe No. 87, Ámsterdam, Centro de Estudios y Documentación
Latinoamericanos, 2009, p. 4, disponible vía web: http://sites.google.com/site/sergiopaolosolano/
Consultado el 27 de agosto de 2009.
__________________________________, “Trabajo, formas de organización laboral y
resistencia de los trabajadores de los puertos del Caribe colombiano, 1850-1930‖, en European
Review of Latin American and Caribbean Studies No. 88, Ámsterdam, Centre for Latin American
Research and documentation, 2010, p. p. 30-54.
SORIANO NIETO, Nieves, ―Escrito de viajes y creación de la alteridad‖, en Revista de Observaciones Filosóficas No. 4, disponible vía web en
http://www.observacionesfilosoficas.net/conceptosfilosoficos.html# Consultado el 10 de junio de
2010.
SUÁREZ PINZÓN, Ivonne, ―A propósito de lo mestizo en la historia y la Historiografía
colombianas‖, en Revista de Ciencias Sociales No. 1, Vol. 1, Bogotá, 2005, p.p. 29-47.
Disponible vía web_ http://www.serbi.luz.edu.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1315-
95182005004000003&lng=en&nrm=iso Consultado el 4 de septiembre de 2009.
TAUSSIG, Michael, ―A lomo de indio. La topografía moral de los Andes y su conquista‖, en
Chamanismo, colonialismo y el hombre salvaje, Bogotá, Editorial Norma, 2002.
VILLEGAS VÉLEZ, Álvaro Andrés, ―Territorio, enfermedad y población en la producción de la
geografía tropical colombiana, 1872-1934‖, en Historia Crítica No. 32, Bogotá, Universidad de
los Andes, 2006, p.p. 94-117.
María del Pilar Riaño
114
VON DER WALDE, Erna, ―El cuadro de costumbres y el proyecto hispano-católico de
unificación nacional en Colombia‖, en ARBOR Ciencia, Pensamiento y cultura, CLXXXIII 724,
marzo-abril de 2007, p. p. 243-53.
WADE, Peter, Gente negra nación mestiza Dinámicas de las identidades raciales en Colombia,
Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología, Universidad de Antioquia, Ediciones Uniandes-
Siglo del Hombre, 1997.
WHITTEN, Normando, Las transformaciones culturales y Etnicidad en Ecuador Moderno,
Illinois, Universidad de Prensa de Illinois, Illinois, 1981.
YBOT LEÓN, Antonio, La arteria histórica del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Editorial
ABC, 1952.
ZAMBRANO, Fabio, ―La navegación a vapor por el río Magdalena‖, en Anuario Colombiano de
Historia Social y de la Cultura Vol. 9, Bogotá, 1979, p.p. 63-75.