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Los Cuadernos de Asturias FERNANDO VELA: LA MISION ETICA DEL PERIODISTA Teóo Rodguez Neira rnando Vela, reci¿n ingresado en el Cuerpo cnico de Aduanas. 84 A lgunos escritores, científicos, pro- sionales, estallan de pronto _ en el gran público. Se muestran como revela- ciones súbitas que acapan la aten- ción y las miradas. Algunos van urdiendo lenta- mente su fama y prestigio. Otros, de indudable mérito, permanecen siempre en una medio pe- numbra disa. Quedan como a trasmano de la gente. No ocupan nunca las primeras páginas de la popularidad. A estos últimos pertenece Fernando Vela, el importante escritor asturiano, nacido en Oviedo, o 1888, poco después de que se escbiese «La Regenta». Fue Vela periodista, crítico, tra- ductor, ensayista iatigable. A lo largo de su vida acumuló una obra presionante. Escribió miles de pánas publicadas en los periódicos y revistas más importantes, cientos de ensayos, traduccio- nes, libros a través de los cuales ejerció un magis- terio silencioso, tranquilo, casi imperceptible, pero de una repercusión cultural incalculable. OPIONES EN TORNO A LA PERSONALAD DE F. LA Bástenos recordar, para hacernos idea de la gran labor llevada a cabo por Vela y del gran hombre de letras que llegó a ser, unos pocos jui- cios de entre los muchos que sobre él rmularon quienes directamente lo conocieron o quienes tu- vieron acceso a su producción literaria. El día 16 de julio de 1933 apareció una nota en la primera página de «El Sol», sin duda uno de los productos periodísticos más importantes de la flrensa espola, que es grato evoc en estos momentos porque al hacerlo estamos volviendo un poco a la vida a Fernando Vela: «El Conso de administración de esta Em- presa, se decía en aquellas líneas, ha encargado de la dirección de «El Sol», a don Fernando Vela. Es preciso que presentemos a nuestros lectores a Fernando Vela, a quien, sin embgo, los lecto- res que lo eran antes del advenimiento de la República es a quien más conocen de toqos los que hemos hecho «El Sol». Fernando Vela es seguramente quien ha escrito más artículos en nuestro periódico. Durante más de diez años, casi todos los editoriales políticos se escribieron con su pluma. La campaña por el advenimiento de la República, orgullo de «El Sol», la llevó principal- mente él en lo desconocido, y aunque su estilo era inconfundible, al salir hoy de detrás de la cortina, parece que sale a luz, en plena justicia, el perio- dista auténtico, el periodista animo. Natural de una ciudad de tanta tradición cultu- ral como Oviedo, Fernando Vela, desde sus mo- cedades, vivió envuelto en un ambiente de letras. Sus escritos de muchacho apecieron en periódi- cos y revistas de su ciudad natal; pero pronto su potente temperamento de periodista tuvo acoda en un gran diario regional, «El Noroeste de Gi- jón». En Madrid estuvo en contacto inmediato con los esctores más señalados de su generación

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Los Cuadernos de Asturias

FERNANDO VELA:

LA MISION ETICA DEL

PERIODISTA

Teófilo Rodríguez Neira

Fernando Vela, reci¿n ingresado en el Cuerpo Técnico de Aduanas.

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Algunos escritores, científicos, pro­fesionales, estallan de pronto _ en el gran público. Se muestran como revela­ciones súbitas que acaparan la aten­

ción y las miradas. Algunos van urdiendo lenta­mente su fama y prestigio. Otros, de indudable mérito, permanecen siempre en una medio pe­numbra difusa. Quedan como a trasmano de la gente. No ocupan nunca las primeras páginas de la popularidad. A estos últimos pertenece Fernando Vela, el importante escritor asturiano, nacido en Oviedo, año 1888, poco después de que se escribiese «La Regenta». Fue Vela periodista, crítico, tra­ductor, ensayista infatigable. A lo largo de su vida acumuló una obra impresionante. Escribió miles de páginas publicadas en los periódicos y revistas más importantes, cientos de ensayos, traduccio­nes, libros a través de los cuales ejerció un magis­terio silencioso, tranquilo, casi imperceptible, pero de una repercusión cultural incalculable.

OPINIONES EN TORNO A LA PERSONALIDAD

DE F. VELA

Bástenos recordar, para hacernos idea de la gran labor llevada a cabo por Vela y del gran hombre de letras que llegó a ser, unos pocos jui­cios de entre los muchos que sobre él formularon quienes directamente lo conocieron o quienes tu­vieron acceso a su producción literaria.

El día 16 de julio de 1933 apareció una nota en la primera página de «El Sol», sin duda uno de los productos periodísticos más importantes de la flrensa española, que es grato evocar en estos momentos porque al hacerlo estamos volviendo un poco a la vida a Fernando Vela:

«El Consejo de administración de esta Em­presa, se decía en aquellas líneas, ha encargado de la dirección de «El Sol», a don Fernando Vela.

Es preciso que presentemos a nuestros lectores a Fernando Vela, a quien, sin embargo, los lecto­res que lo fueran antes del advenimiento de la República es a quien más conocen de toqos los que hemos hecho «El Sol». Fernando Vela es seguramente quien ha escrito más artículos en nuestro periódico. Durante más de diez años, casi todos los editoriales políticos se escribieron con su pluma. La campaña por el advenimiento de la República, orgullo de « El Sol», la llevó principal­mente él en lo desconocido, y aunque su estilo era inconfundible, al salir hoy de detrás de la cortina, parece que sale a luz, en plena justicia, el perio­dista auténtico, el periodista anónimo.

Natural de una ciudad de tanta tradición cultu­ral como Oviedo, Fernando Vela, desde sus mo­cedades, vivió envuelto en un ambiente de letras. Sus escritos de muchacho aparecieron en periódi­cos y revistas de su ciudad natal; pero pronto su potente temperamento de periodista tuvo acogida en un gran diario regional, «El Noroeste de Gi­jón». En Madrid estuvo en contacto inmediato con los escritores más señalados de su generación

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por medio de la revista «España». Y «El Sol» , desde su aparición, contó con él, nombrándole su redactor corresponsal en Asturias.

Su actuación en nuestro periódico hizo que se le llamara a la Redacción misma, como articulista, en diciembre de 1920, y aquí empieza su labor anónima y formidable de once años, que terminó cuando en las luchas por la República hubo de retirarse, en marzo de 1931, con otros elementos directivos, para fundar «Crisol» y «Luz» , donde ha seguido siendo hasta ahora el editorialista que había sido en «El Sol». Muchos artículos litera­rios, de carácter filosófico o científico, han apare­cido también en estos periódicos con o sin su firma; pero tales frutos delicados del espíritu de Fernando Vela parecían entretenimientos de su ruda labor cotidiana. Sin embargo, su obra de raíz puramente cultural ha sido continua también. En Gijón fue ya el trasformador del viejo Ateneo Obrero; en Madrid, desde 1923, en que se fundó, es el secretario de la «Revista de Occidente» , donde ha publicado ensayos importantes.

Fernando Vela, al volver a «El Sol» , vuelve a su casa, y al encargarse de la dirección es la garantía más firme de que « El Sol» va a mantener más que nunca su programa inicial, que tanto lo enalteció.»

Juan Antonio Cabezas escribía hace poco más de un lustro en «ABC» (24-VI-1975): «Se ha dado en llamar generación de 1927 al grupo de poetas y prosistas que, en los últimos años veinte, forma­ron una promoción, ciertamente importante, en torno al gran diario «El Sol» y a la «Revista de Occidente» , dirigida por Ortega y Gas set. Eran, en cierta forma, los hijos espirituales de la genera­ción del 98, que trataban de injertarse en la nueva estética europea que constituían los movimientos llamados de vanguardia. Ultraísmo español; futu­rismo italiano; dadaísmo, cubismo, creaccio­nismo, franceses de origen, con influencia univer­sal. Nuevos cauces a las aspiraciones evolutivas del arte. Acequias conductoras de las aguas líricas -nuestro lirismo- de los «ismos» de posguerra.

Entre los prosistas figuraban Ramón Gómez dela Serna, Antonio Espina, Benjamín Jarnés, Va­lentín Andrés Alvarez, Antonio de Obregón, Ra­món Sender, Francisco Ayala, Max Aub, el chi­leno Vicente Huidobro y otros más jóvenes. En la poesía sobresalían los andaluces, llegados de la mano del moguereño Juan Ramón Jiménez: Fede­rico García Lorca, Rafael Alberti, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre. Con algunos de otras regio­nes como Jorge Guillén, Pedro Salinas, Gerardo Diego, Miguel Hernández, Cernuda, Aleixandre, Vivanco, Alfara, Rosales. Y los cuatro hispanoa­mericanos, Bodet, Borges, Vallejo, Neruda.

Lo que pocos saben, al menos de las últimas promociones de posguerra, es que la rigurosa se­lección y agrupación estética de los que traían las nuevas corrientes literarias -la mayor promoción desde el 98- la hizo la «Revista de 0ccidente» y desde ella su primer secretario de Redacción, el

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asturiano Fernando Vela, de quien decía Ortega que era «la mente más clara que había conocido».

Sobre la relación de Fernando Vela con Ortega hablaba no ha mucho, en una entrevista, Luis Calvo («Región» , domingo, 18 de enero de 1981): «Fernando Vela, decía, es un hombre que está arrinconado y creo que son los discípulos de Or­tega los que no quieren que renazca porque, como secretario de Ortega, era un hombre de confianza. Cuando don José pronunció aquellas conferencias en el Instituto de Humanidades era Fernando Vela el que tomaba las notas y el mismo Ortega, en sus «Obras Completas», dice que ha podido reunir las conferencias gracias a las notas y al talentón Fer­nando.

Esta es una de las cosas que a mí me indigna del mundo madrileño, que se haya olvidado a Fer­nando Vela que, vuelvo a decirlo, en mi opinión, es el mejor periodista que hemos tenido hasta ahora en el siglo veinte».

Los comentarios bibliográficos, al irse publi­cando sus obras, nos van ofreciendo, destacados, distintos aspectos del politematismo de Vela. Al aparecer «El grano de pimienta», se decía en la sección correspondiente de la revista «Mundo» : « La conclusión que cabe sacar ante estas páginas es la de que Vela supo «no hacer literatura» , sino fijar ideas concretas, revelar detalles desconoci­dos y sentar puntos de vista que -como en el caso de «Genserico, rey de los vándalos» , «La poesía pura» o «Mundo limitado»- permanecen e ilus­tran. Un buen gusto evidente en la expresión, una formación filosófica, madurada en largos años de comercio intelectual con don José Ortega y Gasset y la innata facultad de aclarar al •hombre medio toda clase de hechos y problemas, hacen de Vela un informador al que se puede recurrir en cual­quier momento y un crítico cuyos juicios resultan sólidos, claros y honrados» ...

Al editarse «Ortega y los existencialismos» , Fernández Almagro recordaba en las páginas de «ABC» (24-VI-61): «Fernando Vela fue una de las más importantes revelaciones periodísticas de la penúltima post-guerra universal, gracias a sus ar­tículos casi siempre anónimos de «El Sol» por ser de carácter redaccional. Pero en casos singulari­zados por el mérito, trasciende pronto el nombre del autor, mucho más cuando, como le ocurrió a Fernando Vela, la colaboración firmada hizo ver a todos que se trataba de un escritor de variada e intensa formación científica y literaria,' poco des­pués acreditada en la «Revista de Occidente» , de la que era secretario, y lo fue hasta el final. Corrían los ilusionados tiempos de los «ismos» , y sin que Fernando Vela se incorporase a la vanguardia de aquel desconcertado, pero consciente, movi­miento renovador, ocupó el puesto harto difícil -más que de simple combatiente- de crítico esti­mulante, si bien con toda suerte de matices ydiscriminaciones: esto es, con la poderación y lassalvedades que abonaron su primer libro de ensa­yos: «El arte .�_l.Cubo» , aparecido en 1925» ...

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El libro de Fernando Vela «Los Estados Unidos entran en la historia» fue recibido con general aplauso. El «Diario Africa» -lo mismo ocurría en «Arriba», «Pueblo», «Mundo» y otras publicacio­nes- recogía la noticia en estos términos: «Fer­nando Vela, que es sin duda alguna, la mejor pluma que hoy posee España, o cuando menos, la pluma más elegante cuando se apodera de un tema digno de él, se sumerge en él mismo, pone a contribución todos los conocimientos de que está lleno, vibra apasionadamente, estudia con afán e inteligentemente (que esto es privilegio de l<Js que pueden y saben hacerlo), y después brota de su pluma con infinita facilidad -con lá facilidad que tantos envidian- con el orden y el ajuste que presta la comprensión y el dominio completo del tema, el estudio, la narración, el reportaje, el aná­lisis -que de todo esto tiene este magnífico libro­con arreglo a las exigencias de cada asunto, de cada momento, de cada tema parcial» ...

Los testimonios podrían multiplicarse con abundancia. Sirva esta pequeña muestra de expo­nente y ejemplo. Porque el mejor modo de enten­der a Vela es habérnoslas con alguna de las ideas por él elaboradas, con algunos de los temas por él desarrollados y analizados.

LA SITUACION DEL HOMBRE

ACTUAL

Fernando Vela, ya lo hemos visto, fue un gran periodista. Y es tarea de todo buen periodista ir indicando, día a día, las coordenadas en las que se encuentra situado el hombre de su tiempo. Un buen periodista marca el ritmo de su época, señala el nivel significativo de los acontecimientos, pre­viene de los peligros que acechan tras las situa­ciones aparentemente más irrelevantes, anticipa los escollos ocultos en cada decisión, marca los lugares de riesgo, esboza las líneas de realización individual y colectiva, destaca los hechos de va­lor. Un buen periodista está siempre en primera línea atisbando el horizonte para poder precisar los mejores caminos del futuro. Y todo esto lo llevó a cabo Fernando Vela con denuedo. Incluso se esforzó, traspasando el marco profesional, por ofrecer un sistema desde el que fuese factible un diagnóstico del proceso a que estaba sometido el hombre de nuestra era.

Han sido muchos los empeños, en este orden de cosas, practicados por destacados intelectuales. Es de todos conocido el trabajo de pensadores como Mannheim, Fromm, Horney, Rilsman, Mead, etc. El «Diagnóstico de nuestro tiempo», « La revolución de la esperanza», « La personali­dad neurótica de nuestro tiempo», «La muche� <lumbre solitaria», «Cultura y compromiso», tam­bién «La rebelión de las masas» de Ortega y Gas­set, son obras manejadas por todos los lectores interesados en descifrar el mundo en que sé en­cuentran.

Los puntos de vista adoptados son distintos.

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Unos parten de supuestos sociológicos, otros lo hacen desde planteamientos psicológicos, antropo­lógicos, filosóficos, económicos, etc.

Fernando Vela se ocupa directamente de estas cuestiones en varios ensayos: «La vida de los termes», recogido en «El arte al cubo»; «De an­tropología filosófica» y «Mundo limitado», de «El grano de pimienta». Pero, sobre todo, la necesi­dad de aclarar nuestra actual situación está pre­sente en «El futuro imperfecto», impreso en la Colección Pen, el 12 de diciembre de 1934.

El esquema de referencia está colocado en la filosofía. Inicia el tema por una caracterización de

Fernando Vela y su hermano el violinista Emilio, én el campo de fútbol de Teatinos en el año 12. (Foto hecha por el pintor Eugenio Tamayo).

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la vida humana, de corte orteguiano. Y los aspec­tos que descubre suponen la contraposición con otras formas de vida, que actúan como recorte fenomenológico.

Acodados en esta perspectiva, la tarea ha de comenzarse por una descripción del vivir humano. Y «vivir» es, comenta Vela, en primer lugar, en­contrarnos en un mundo oc;upados con las cosas. « Yo soy, yo vivo» quiere decir yo trato con el mundo; yo me ocupq de él, lo cual implica que me preocupo. La vida es, pues, ocupación y preocu­pación. Nos encontramos ocupándonos de las co­sas y preocupándonos del instante futuro. Pues la vida tiene la peculiarísima condición de que su ser consiste en ir siendo, en hacerse a sí misma; su ser consiste en decidir en cada momento lo que ha de ser en el momento siguiente. Mi vida es, ante todo, decidir mi vida. La vida es, pues, un pro­blema perenne para sí misma. Tiene que llevarse a sí misma en vilo, a pulso. De ahí frases como «el peso de la vida» que es algo más que una simple metáfora. Pero si vida consiste en decidir instante tras instante lo que vamos a ser, quiere decirse que el tiempo con que primero tropezamos no es el presente -como parece al pronto- ni menos el pasado, sino el futuro ... Mas decidir implica que hay un porqué para la decisión. Nuestra existencia necesitajustificarse ante sus propios ojos. Lajus­tificación es un ingrediente consustancial de nues­tra vida. Toda vida que no se sienta preocupación, problema, justificación, no es vida auténtica, sino vida que resbala sobre sí misma, vida que no quiere encontrarse frente a frente consigo misma. No es vida, sino subterfugio, sustitutivo de la ver­dadera vida» ... (p. 78-80).

La vida es, nos lo acaba de decir Vela, preocu­pación. Esto es, ocupación anticipada. El hombre, a diferencia del resto de los seres, antes que su acción cuaje en hechos, antes que las obras se concreten en un tiempo y un espacio determinado, antes que los sucesos acontezcan, los proyecta, los imagina, los diseña, los elude o los confirma, los selecciona. Y esta precaución, esta ineludible necesidad previa a todas sus realizaciones, lo convierte en un ser inexorablemente vertido hacia el futuro. Por tanto, en un ser distinto, en una especie de capricho en el orden de la naturaleza. Las cosas están ahí, con su peso y medida, co{l la abrumadora presencia de lo dado. Incluso los animales se desenvuelven con todas las notas de su existencia impresas en el pentagrama de sus instintos. La clave temporal está en el pasado y en el presente. Lo peculiar humano, sin embargo, germina en el futuro. Por eso los sueños, el en­sueño, son la materia secreta con la que se teje toda vida íntima y personal. Bloch afirmaba lo mismo desde su posición utopista, desde lo que él llama «conciencia anticipadora»: « Un sueño, so­bre todo, trasvive siempre el breve día personal. Aquí se trata, por tanto, de algo distinto al placer de acicalarse, de reflejarse tal y como su señor lo desea. Aquí se traza una imagen mayor en el aire,

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una imagen desiderativamente superior. También con esta imagen superior se ha errado en gran medida, pero con ella uno no puede engañarse. Ni tampoco se contenta fácilmente, porque su volun­tad tiende a más, y este más es a lo que sabe todo lo que alcanza. De tal suerte, que el sueño vive, no sólo por encima de sus propias posibilidades, sino totalmente sobre las posibilidades malamente existentes. El anhelo mantiene su fuerza justa­mente en tanto que engañado, y también en tanto que girando aquí o allí en el vacío. Cuánto más mantendrá su fuerza, cuando el camino sigue ha­cia adelante con exactitud y precavidamente» (El Principio Esperanza, vol. II, 1979, p. 11).

Ocupación y preocupación, proyectar y decidir, futurición y justificación, son propiedades esencia­les, características de la vida. Son elementos de plenitud humana. Cualquier situación, cualquier fenómeno que reduzca o dificulte su expresión cabal, su eclosión absoluta, está, de alguna ma­nera, bloqueando la integridad del hombre, vulne­rando su autentici9ad. _

Fernando Vela descubre el primer peligro en la desmesura racista de Alemania, cuando el «nacio­nal socialismo» germano había adquirido ya el signo impositivo y despótico que más tarde lo iba a definir. Y la alarma la propaga Vela a propósito de una nota aparecida en la « Vossishe Zeitung» de 4 de mayo de 1934. En la nota se decía: «El comisario de Estado de Dormunt ha establecido en esta ciudad una oficina para la higiene de la raza. Han sido obtenidas ya las fichas genealógi­cas y biológicas de 80.000 niños de las escuelas, funcionarios, alumnos de las escuelas superiores, Universidades y otras clases de la población. Se espera para muy pronto una ley sobre diferencia­ción y regeneración de la raza. En su virtud, que­dará prohibida la mezcla de razas -he aquí una de las finalidades de la ficha genealógica- y la pobla­ción se dividirá en familias cuya descendencia de­sea el Estado y familias cuya descendencia no desea el Estado. La consecuencia lógica es la es­terilización forzosa de los individuos indeseables. El objetivo de esta higiene de la raza sólo se alcanzará al cabo de muchas generaciones, pero los hombres responsables que dirigen el Estado están obligados a pensar para muchas generacio­nes». (F. Imperfecto, p. 94).

La respuesta de Vela va encaminada a desarti­cular los supuestos mismos del racismo y a preve­nir otras formas de exterminio no menos drásticas que aquella. «La vida, escribe, quiere vivir todas sus formas, todas sus combinaciones, es decir, todas las conciencias, maneras de ser y pensar. Sólo así podrá ser recorrido, pensado, explorado el mundo físico y espiritual en la inmensa amplitud de sus dimensiones. Decretar la eliminación de un tipo humano es quitarle ojos a la vida, de los infinitos que necesita para verse a sí mismo y al mundo. Si hubiera lugar a una intervención volun­taria, lo· más cuerdo sería, en vez de empobrecer el número de combinaciones por la regulación eu-

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genes1ca, fomentarlas, acelerarlas, multiplicarlas, experimentarlas todas para que la vida eche fuera todo lo que tiene dentro, para que dé de sí cuanto puede (p. 110).

El gran error del racismo no es sólo que no se puede hablar de razas puras en Europa, ni mucho menos de raza «aria», sino que el agente unifica­dor del Estado nacional no es la raza. Pueblos, naciones, Estados son mezclas de razas sobre las cuales actúa como factor unificador, más que el suelo, el clima o el idioma, la historia común. Las razas no son el molde de los pueblos, sino los pueblos el molde de las razas. La raza es pura unidad biológica; de ésta para arriba comienza pueblo, nación, Estado. Estado es siempre un proceso de asimilación de diversas poblaciones; la nación es la consecuencia de este proceso histó­rico, a cargo del Estado ...

Contra lo que supone la teoría racista, lejos de ser el agente principal de la historia, la raza es uno de los elementos naturales que la historia coge, golpea, deshace, funde, moldea, refunde. El Es­tado nacional, unificado, llevado ya a término, ha comenzado por ser dominio de una población so­bre otra. Mientras no hay una heterogeneidad -ra­cial y social-, no existe necesidad de un Estado que la organice y articule» ... (id. pp. 122-124).

El gran engañó del racismo, que conmovió el mundo civilizado con el exterminio sistemático de los judíos, que retorna trágicamente sobre los pueblos, es sin embargo sólo una de las formas de «inmolación del individuo», como escribe Vela, a los distintos tipos de poder (Vid. «Arte al cubo», p. 112).

Y no se trata únicamente del progresivo desa­rrollo de lo social sobre lo personal. Este es un fenómeno característico del siglo XX. Así lo reco­noce, por ejemplo, Valentín Andrés en su comen­tario sobre Vela. Fernando Vela, decía, «Vió en su infancia la desaparición de las últimas diligen­cias y la aparición de los primeros automóviles; y el paso del siglo XIX, liberal romántico y bohe­mio, al XX, socializante y centralizador. Lo pre­senció él, y lo presenciamos muchos de su gene­ración, como un acontecimiento casero, un día, o mejor una noche en que ocurrió en nuestra misma casa y delante de nosotros, sin que nadie se diese cuenta, por supuesto, la muerte de una época y el nacimiento de otra. Sobre la mesa del comedor estaba aún el quinqué apagado, y apagado para siempre, la noche anterior, pues en aquella se encendió por vez primera la bombilla eléctrica. Porque el viejo quinqué y la flamante bombilla representaban dos épocas y hacían muy bien su papel de símbolos, pues el quinqué, la luz que hace' uno mismo en su casa, es individualismo puro, mientras que la bombilla nos enchufó a to­dos a una central».

Desde luego,, al hablar Vela de la «inmolación del individuo», pretende ir más allá de la invasión inevitable de lo social. Incluso, más allá del im­placable dominio de las masas, que tanto preo-

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cupó a Ortega y Gasset. Fernando Vela entiende que lo que está en peligro es la entraña misma de la vida humana.

«El hombre vive hoy como si hubiera enajenado su yo verdadero, sustituyéndolo por otro que rea­liza de cualquier modo su función ... La vida es, para él, usufructo, beneficio, propiedad pasiva que se tiene y se goza con tan pleno derecho que ya no exige conquista ni defensa, ni siquiera justi­ficación. Es la nuestra una existencia sin tensión, floja, llana y achatada. Vivimos en el tópico, sin opiniones hondamente pensadas, ni resoluciones decididas con plena responsabilidad, y, por tanto, irrevocables. Nuestros mismos conocimientos pa­recen más hijos de la simple curiosidad que del afán de la verdad, de la necesidad vital de cono­cer. El problema actual es, pues, devolverle al hombre la vida auténtica que ha perdido, supri­mirle los subterfugios y los sustitutivos y enfren­tarle con esa realidad enorme y terrible que es existir, vivir y tener un destino» ... (F. Imperfecto, p. 88).

Esto es, lo que nos está sucediendo, lo que enverdad aniquila al hombre, es el progresivo, cons­tante e infatigable empobrecimiento de su vida. Las condiciones implantadas, consciente o in­conscientemente, han esquilmado, con rapiña y avidez, los resortes más elementales del ser hu­mano. La capacidad de decidir, necesariamente acompañada de libertad, de conocimiento y elec­ción, perece víctima de un agotamiento interno. Es imposible decidir. Se nos decide. Porque todos estamos sometidos, necesariamente incluidos en las grandes planificaciones colectivas. Las socie­dades tienen que organizarse. Es verdad. No pue­den sobrevivir sin regulación y orden. Pero el peligro ,,se produce cuando la persona, sin partici­pación; sin permitir ningún resquicio para lo indi­vidual e íntimo, resulta cruentamente inmolada. Es aquí cuando emerge, aterrador, ese empeño utópico y abstracto de transformar a la sociedad en una termitera (Arte al cubo, pp. 111 y ss.).

La propaganda incontrolada, el fanatismo ideo­lógico, la previsión unidimensional, la negación del pluralismo, son las formas de que ahora se reviste el racismo y la eugenesia radical.

Karl Mannheim ofrece una solución para salir de reduccionismos que muy bien, pienso, podría ser suscrita por Vela: «Una sociedad democrática planificada necesita un nuevo tipo de sistema de partidos, en el cual el derecho a la crítica esté tan fuertemente desarrollado como el deber de acep­tar una responsabilidad frente al todo. Esto signi­fica que la educación liberal capacitadora para ser miembro inteligente de un partido -situación en la cual se defienden principalmente los intereses de la propia facción dejándose la integración final en gran medida a la armonía natural de los intereses-, debe reemplazarse poco a poco por una nueva educación que tienda a crear el ciudadano respon­sable y en la cual la conciencia del todo sea, por lo menos, tan importante como la conciencia de los

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propios intereses. En una sociedad planificada no es el juego natural de los intereses lo que conduce gradualmente a un esquema total de acción sino un plan concebido con inteligencia que sea acep­tado por todos los partidos. Es evidente que sólo se puede lograr esa nueva moralidad si las fuerzas más profundas de la regeneración humana ayudan el renacer de la sociedad» (Diagnóstico de nuestro tiempo, p. 140).

En definitiva, las circunstancias cambian, los marcos de referencia se modifican. Con ellos debe

Fernando Vela en Llanes, dos años antes de su muerte. (Foto de Ramón G. Vela).

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ir surgiendo la forma de conciencia capaz de inte­grarlos y de salvar las categorias que hacen de la vida algo auténticamente humano. Es decir, he­mos de permitir la expresión de ese saber que redima la penuria de nuestra época de la que ha­blaba Ortega: Porque «vivimos en un tiempo que se siente fabulosamente capaz para realizar, pero no sabe qué realizar. Domina todas las cosas, pero no es dueño de sí mismo. Se siente perdido en su propia abundancia. Con más medios, más saber, más técnicas que nunca, resulta que el mundo actual va como el más desdichado que haya ha­bido: puramente a la deriva.

De aquí esa extraña dualidad de prepotencia en inseguridad que anida en el alma contemporánea. Le pasa como se decía del Regente durante la niñez de Luis XV: «que tenía todos los talentos menos el talento para usar de ellos» (La rebelión de las masas, pp. 88-89).

El saber usar de los talentos, el saber decidir, justificarse y preocuparse, tener responsabilidad, son saberes éticos. Cuando Fernando Vela, y en este punto su actitud es solidaria de la de Ortega y Gasset, parte de las propiedades para organizar las carencias y problemas de nuestro tiempo, está situándose, en última instancia, en la línea socrá­tica de pensamiento. Verdad y virtud son insepa­rables, en el sentido de las virtudes «herméticas», de las virtudes cívicas y políticas. La virtud es la forma vital de la verdad. Lo cual quiere decir que el cimiento oculto de Vela, el nivel último del orteguismo, es de índole ética. Por eso, al diag­nosticar la situación de nuestro tiempo, ven sobre todo la marginación de la dimensión ética, la inca­pacidad para usar de los conocimientos acumula­dos. Y la ciencia, sin este soporte se está convir­tiendo en un peligro inmenso o en un artilugio inservible. Por eso también escribía Ortega, como conclusión a la que añadimos toda la capacidad clarividente de Vela, el hombre de hoy vive in­serto en contradicciones insalvables, puesto que «de la moral no es posible desentender sin más ni más. Lo que con un vocablo falto hasta de gramá­tica se llama amoralidad es una cosa que no existe. Si usted no quiere supeditarse a ninguna norma, tiene usted, ve lis nolis, que supeditarse a la norma de negar toda moral, y esto no es amo­ral, sino inmoral. Es una moral negativa que con­serva de la otra la forma en hueco.

¿ Cómo se ha podido creer en la amoralidad de la vida? Sin duda porque toda la cultura y la civilización moderna llevan a ese convencimiento. Ahora recoge Europa las penosas consecuencias de su conducta espiritual. Se ha embalado sin reservas por la pendiente de una cultura magní­fica, pero sin raíces» (La rebelión de las masas, p. 264).

Quizá el recuerdo de Vela tenga hoy � sentido, de alguna manera, como recupe- .. � ración y retorno a esas raíces perdidas. �