Los derechos de la salud -...

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LOS DERECHOS DE LA SALUD FLORENCIO SÁNCHEZ Ediciones elaleph.com

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Personajes

LUISARENATAALBERTINAMIJITAROBERTODOCTOR RAMOSPOLOLO, niño de 5 añosNENA, niña de 4 añosUN CRIADO

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Acto primero

(Un saloncito amueblado sin lujo, pero con elegancia y buengusto.)

Escena I(LUISA y MIJITA)

LUISA.- Está bien, Mijita, está bien. Luego mecontarás el resto. MIJITA.- Como gustes. Creí que te interesara. LUISA.- Lo que me interesa es ver a mis hijos. MIJITA.- Se fueron ya a tomar el aire. LUISA.- Pero ¿esas criaturas viven en la calle? MIJITA.- ¡Oh, no hay que exagerar!... LUISA.- Hace dos días que estoy de vuelta y entodo ese tiempo apenas si he podido tenerlos unahora a mi lado. Parece que lo hicierandeliberadamente. MIJITA. - ¿Qué es lo que supones, Mijita, quehagamos a propósito?

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LUISA.- Aislarlos de mí. MIJITA.- ¡Virgen María!... ¡Y lo piensas!... Antessí, hijita, cuando estabas enferma, los médicosaconsejaron que los alejáramos un poco paraevitarte molestias. Pero hoy que estás tan bien, tanrepuesta, ¿qué necesidad habría? Es cierto que salenseguido... LUISA.- Demasiado seguido. MIJITA.- ...pero es por el bien de ellos. Lascriaturas son un poco débiles y necesitan tomar aire,mucho aire, como dice el doctor Ramos. LUISA.- Pues... en adelante saldrán conmigo. MIJITA.- Eso me parece muy bien pensado,salvo que... LUISA.- (Brusca.) ¿Qué? ¿Salvo qué? MIJITA.- Como ya empiezan los fríos, quiénsabe si te conviene hacer muchas excursiones. LUISA.- También necesito mucho aire. MIJITA.- No este aire de la ciudad. LUISA.- ¡Mucho aire!... (Abre la ventana de par enpar después de descorrer las cortinas.) ¡Estoy en unaatmósfera de invernadero!... (Aspira una bocanada deaire.) ¡Ah!... MIJITA.- El relente de la tarde es muy malo,hijita. Sal de esa ventana. ¡No seas imprudente! ¡Salde aquí! (Cierra la ventana.) LUISA.- ¡Mijita! ¡Mijita!... (Tomándola por unbrazo.) ¡Mijita, ven acá!... Mírame bien, así, en losojos. Tú sabes la verdad; dímela.

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MIJITA.- Virgen santa ¿qué verdad quieres quete diga? LUISA.- La verdad de mi salud. Dímela. MIJITA.- ¡Pero, hijita!... LUISA.- Yo estoy tísica. ¿No es cierto? MIJITA.- ¡Virgen santa!... ¡Qué locuras te pasanpor la cabeza, hijita!... (confundida rehuye las miradas deLUISA) LUISA.- Mírame, te digo, mírame bien. Tú quenunca has engañado a tu hijita, no debes mentirleahora. Estoy condenada ¿verdad? MIJITA.- ¡No, santa, no pienses cosas tantristes... cosas tan terribles!... LUISA.- Más terrible es el tormento de la duda.Quiero saber. ¡Quiero defenderme! Te lo han dicho¿verdad?: «La hijita Luisa está condenada, se muere,se muere a plazo más o menos largo, pero semuere». MIJITA.- (Angustiada.) ¡No, no, no!... LUISA.- ¡Sí, sí, sí!... ¿No ves que te traicionas?...Te han hecho entrar en el complot sin contar conque en tu alma sencilla no cabe el disimulo. Y sincontar con que tú en ningún caso estarías contra mí. MIJITA.- ¡Contra ella! ¡Quién podría estarcontra ella, Dios, santo! LUISA.- Todos los que me oculten la verdad.De modo, Mijita, que es preciso ser razonable. ¿Quetú no te atreves a decir las cosas? Yo te ahorraré eltrabajo: Renata y Roberto conocen mi sentencia. Eldoctor Ramos se lo ha dicho todo a mi marido y

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Roberto no ha podido ocultárselo a Renata queejerce aquí desde mi enfermedad, funcionesmaternales. ¿Comprendes? Que es una especie deseñora de la casa, la suegra de Roberto, como quiendice. El espíritu práctico, avezado y fuerte, y comoambos no podían obrar sin contar con tucomplicidad te enteran del caso. Luisa estácondenada; está tísica, su mal es incurable y lo quees peor, contagioso. Y ya que no podemos salvarla,hay que salvar a los niños, tenemos que salvarnostodos. MIJITA.- No, hijita. Te juro... LUISA.- No jures nada. Sé que he perdido todoslos derechos de la vida. Que no puedo ser madre, niesposa, ni amiga... Me separan de mis hijos para queno los envenene con mis besos... MIJITA.- (Llorando.) No, santa. Eres injusta ycruel con nosotros, y contigo misma. La hijita nopodría prestarse a ningún complot. No podríahacerlo. ¡Te juro!... Mira, te juro por Dios y MaríaSantísima, que nada de lo que dices es verdad.¿Serías capaz de creerme ahora? LUISA.- Sí, Mijita, quisiera creerte. MIJITA.- Mientras estabas en las sierras, muchasveces nos ha visitado el doctor Ramos y siempre lehe oído hablar con Renata de tu enfermedad. Tútienes una bronquitis que se curará con paciencia ycon cuidados... Una bronquitis... Una bronquitis... LUISA.- (esperanzada.) ¿No me engañas? MIJITA.- ¡Oh! ¿Quieres que te lo jure otra vez?...

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LUISA.- No, Mijita; basta. Sin embargo... MIJITA.- (Advirtiendo a ALBERTINA) Miraquién llega. (Aparte.) Dios la manda.

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Escena II(Dichos y ALBERTINA)

LUISA.- (alborozada, yendo a su encuentro.)¡Albertina! ¡Albertina!... ALBERTINA.- (Retribuye las caricias extremosas deLUISA con cierto embarazo que no pasa inadvertido paraésta.) ¿Cómo estás, Mijita?... ¿Qué?... ¿Has llorado,Mijita? ¡Qué cara tan fúnebre! ¿Seguro que estadesalmada de Luisa te ha regañado?... ¡Quéperversidad! ¡A la madre y a la hijita de tantagente!... LUISA.- Llora por mí. Se le ha ocurrido queestoy enferma de gravedad, que estoy tísica; ¡nadamenos!... MIJITA.- ¡Oh, hijita!... (sollozante.) LUISA.- Observa esos pucheros. Es muy capazde soltar el trapo otra vez. (Abrazándola.) Pobreviejita. Tranquilízate. Te juro que nunca me hesentido tan bien. ALBERTINA.- Efectivamente. Te ha probadola estadía en las Sierras. ¿Cuántos kilos? Y buenos

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colores y espíritu alegre. Mijita, ¿cómo se te hanocurrido semejantes cavilaciones?... LUISA.- Tan indiscretas, sobre todo... MIJITA.- Yo... yo... Yo me voy. (Se va deprisa,ahogándose.)

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Escena III(Dichos, menos MIJITA)

ALBERTINA.- ¡La buena Mijita!... Espero queno lo habrás tomado en cuenta. LUISA.- ¿No te sientas? ALBERTINA.- Claro que sí. ¿Mi marido no haestado por acá? Roberto lo llamó por teléfono estamañana. Te aseguro que fue una sorpresa, pues noesperábamos que regresaran tan pronto. ¿Por quéno avisaron que venían? Habríamos ido a recibirlosa la estación. LUISA.- Fue repentino el viaje. Imagínate quemedia hora antes de salir el tren me dice Roberto:¡nos vamos ahora mismo! ALBERTINA.- ¡Es raro! LUISA.- Pretextó un llamado urgente, pordespacho telegráfico, despacho que, por cierto nome ha mostrado. ALBERTINA.- Como de costumbre. Me figurotu inquietud pensando en que podría haberlessucedido algo a los nenes o a Renata.

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LUISA.- A ese respecto no me asaltó el menortemor, te lo aseguro. Roberto hubiera tratado deprevenirme. Por otra parte, estoy habituada a susmisterios y no trato de descifrarlos. En él, lo másenigmático es lo menos importante. Sólo sabeocultar las trivialidades. ALBERTINA.- Parece que estuvieras resentida. LUISA.- No. ALBERTINA.- Apuesto a que hay confidenciaen puerta. (Con exageración cómica.) Habla, mujer.Desahoga tus penas. ¿Qué te ha hecho esemonstruo de infidelidad? LUISA.- No pensé hacer ningún reproche. ALBERTINA.- Confía en mí. Cuenta,muchacha. LUISA.- Y en último caso el tono que adoptasno es el más aparente para provocar confidencias. ALBERTINA.- ¿Te has ofendido? Perdóname.Como te conozco muy bien y conozco igualmente atu esposo, no pude colocarme en situación detragedia. LUISA.- Pues nada ocurre. Ni tragedia, nisainete. ALBERTINA.- Punto y aparte, entonces. LUISA.- Como gustes. ALBERTINA.- (Con extrañeza.) ¡Oh!... ¿Quétienes, Luisa?... ¿Por qué me tratas así? No creíahaber merecido tanta acritud por poner un poco demi buen humor en mi empeño de desvanecer, quiensabe qué cavilosidades tuyas. Dime, ¿a qué puedo

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atribuirlas?... Debe mediar algún motivo grave paraque hayas llegado a olvidar los respetos debidos anuestra vieja amistad. LUISA.- ¡Oh, cuánta solemnidad!... (Remedando.)«Los respetos debidos a nuestra vieja amistad».¡Tonta! ALBERTINA.- (Ofendida.) ¡Luisa! LUISA.- No retiro la palabra. ¡Tonta!... ¡Tonta ytonta!... ¡En el acto pídame usted perdón de sussospechas! ALBERTINA.- ¡Será posible que no acabe decomprenderte! LUISA.- La culpa es tuya. No soy tancomplicada. ALBERTINA.- Confesarás cuando menos queestabas de mal humor... LUISA.- ¡Oh, perspicacia! ¡Sí, Albertina! Ya quetan necesario es, te diré que me impacienta un pocoel tono incrédulo y protector de tus palabras.Advierte que me negabas el derecho de tener unacomplicación en mi vida... ALBERTINA.- ¿El derecho?... No te entiendo. LUISA.- La posibilidad, si quieres, si te resultamás claro. ALBERTINA.- Bien remota, por cierto. LUISA.- Tú no lo crees así. ALBERTINA.- No eres poco exigente quedigamos. Tienes un marido que te adora y a quienadoras, un par de chicos que son una gloria y elamor de una hermana modelo, vives entre espíritus

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simples y buenos como el tuyo... Nadie mejorresguardado de las tormentas de la vida. LUISA.- ¡Oh! No hay puerto seguro para todoslos vientos. ALBERTINA.- Está claro, sí hemos de ir a losextremos, si hemos de pensar en las fatalidadesirremediables de la existencia. LUISA.- ¡Las fatalidades irremediables! ¿Y porqué no descontarlas del haber de nuestra dicha?... ALBERTINA.- Sencillamente porque... Porquenos quedaríamos sin capital... Pero, ¿a qué vienetanto pesimismo, mujer? ¿Será que te hanimpresionado las tonterías de Mijita? LUISA.- Nada me decía la pobre vieja. Fui yoquien... ALBERTINA.- ¿Tú? LUISA.- Sí, yo. ALBERTINA.- No deja de ser una maldadasustar a la infeliz viejita. Por otra parte no te alaboel gusto de gastar bromas tan lúgubres. LUISA.- Hablaba muy seriamente. Quiseobligarla a confesar lo que ninguno de los que merodean ignora y todos quieren ocultarse. ALBERTINA.- ¡Dios nos ampare! Lindaesperanza nos dejas, mujer, si con semejante saludque te rebosa empiezas a creerte camino del otromundo! ¿Estás en tu juicio?... LUISA.- ¡Uff!.. Siempre lo mismo. La piadosa ycompasiva digresión! ¡Oh, hazme el favor de nocontinuar así, si no quieres verme de nuevo irritada!

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ALBERTINA.- ¡Pero Luisa! LUISA.- Calla. No te fatigues en persuadirme, enilusionarme. Me hace más daño la caritativa ficciónde ustedes, que el mismo mal que me roba la vida. ALBERTINA.- Estás diciendo cosas absurdas,mujer. LUISA.- (Irónica.) Sí, absurdas. Desde hace unaño mis sentidos y mis facultades están enbancarrota. Me he idiotizado. He perdido laponderación de las cosas y de los hechos. Nada. Niveo, ni oigo, ni palpo, ni presiento, ni discierno. Meataca una enfermedad que me tiene no sé cuantosdías a las puertas de la muerte, salvo de sus garrasprovidencialmente y entro a convalecer. Comienzoa experimentar la alegría del retoñar de mis fuerzasy vuelven a mi espíritu las golondrinas de laesperanza. Unas horas más, un día, quizás un mes...Me aguardan todos los dones de la plenitud de lavida. Pero pasa la hora, el día, el mes. La meta se haalejado. ¡Sin embargo, nada es la nueva distanciapara la certidumbre del completo revivir! Vamos denuevo hacia ella, pero de nuevo se distancia... Ymuchas veces más la buscamos en vano. ¡Oh!entonces las golondrinas empiezan a emigrar, sinque baste a retenerlas el cálido optimismo de losmíos. Las he visto irse, Albertina, una por una en lasalternativas de esta convalecencia que no acabanunca, que acabará conmigo. ALBERTINA.- ¡Oh, imaginación!

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LUISA.- ¡No, no es la imaginación!... Es larealidad cruel de mi dolencia sin lenitivos. Y si ellano bastara a convencerme de que estoyirremisiblemente condenada, ahí están ustedesahuyentando las últimas golondrinas; mi marido, mihermana, la vieja criada, los amigos y hasta losextraños. ALBERTINA.- ¿Nosotros? LUISA.- Ustedes, ustedes, ustedes. Se les lee enlos rostros la sentencia irremisible. ¡Oh! Si túhubieras visto como he visto yo al pobre Robertotan sufrido, tan enérgico, tan fuerte, tan consoladorcon su optimismo irradiante, durante la enfermedad,y en los primeros días de la convalecencia, ir horapor hora cediendo y quebrantándose hastaderrumbarse en la congoja de la desesperanza y lapiedad. Su optimismo de hoy es una mediocresimulación caritativa. Caritativa ¿me comprendes?...Y luego mi hermana, un caso estupendo defatalismo y resignación, y los sobresaltos de la tristeMijita, ese fiel animal doméstico que gira en tornomío, azorada, con el presentimiento de la catástrofeinminente, gruñendo a todos los rumbos en celosoacecho del enemigo que sabe que ha de llegar y dequien quisiera protegerme y defenderme con todassus fuerzas. Y luego... y luego la profilaxis... ¡Ah, laprofilaxis, la higiene!... Un trabajo de araña, sutil,sutilísimo. Una tela dorada por mil pretextos yengañifas con que lo van envolviendo a uno sin que

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lo sienta hasta dejarlo aislado de sus semejantes paraque no los contamine. ALBERTINA.- (Conmovida.) No prosigas, Luisa,no prosigas. Eso es falso... ¡Tú deliras!... ¡Nocontinúes que me afligirás también a mí con tuscavilaciones!... Estás viendo fantasmas, mujer... LUISA.- Y lo dices tú, Albertina, tú que hace unmomento al entrar aquí, me volvías la cara para queen los transportes de mi efusión cariñosa no fuera ainocularte los gérmenes del mal terrible. ALBERTINA.- ¿Yo? LUISA.- Tú. No te dejaste besar en la boca.Comprendo ese sentimiento. Hice mal. Tienes hijosademás... A los míos ya no puedo besarlos... ALBERTINA.- ¡Oh! ¿Eso era todo?... Ahoraverás como te engañas... (Besándola.) ¿Lo ves? Tebeso en la boca, bebo tu aliento... ¿Te hasconvencido? Y te beso otra vez, y otra... y otra... LUISA.- (Incrédula.) ¡Ahora! ¡Por caridad!... ALBERTINA.- (Ofendida.) Perdónameentonces... LUISA.- (Reaccionando emocionada.) No teenfades... Soy injusta. ¡Gracias, Albertina, gracias!¡Ah, si tú quisieras comprenderme, sí quisieras sermi confidente, el amigo fuerte, el amigo leal, sinprejuicios y sincero que me hace falta! ALBERTINA.- Lo soy, Luisa. LUISA.- ¿Me dirás la verdad? ALBERTINA.- (Impaciente.) ¿Pero qué verdad,hija, quieres que te diga? No pienses encontrar en

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mí un cómplice que ampare y aliente tuspreocupaciones. Eso nunca. LUISA.- No me sirves, entonces. Estoy harta deficción. Necesito un espíritu capaz de acompañarmeen las horas de la desesperanza, necesito verdad ybuena fe. Dime, dime que es cierto que estoycondenada, que debo morir fatalmente. Dímelo. Yono le temo a lamuerte. Tengo miedo de la vida que me esperadespojada de todos sus derechos. Me horroriza laperspectiva de verme convertida en mísero pingajohumano, expuesta a la piadosa condolencia de lagente. ¿No me entiendes? No quiero que me tenganlástima. Quiero afrontar el porvenir, como heafrontado la vida, serena y tranquilamente,confortada con el apoyo de espíritus afines. Bastade caridad. Bastantes energías me ha robado mi mal.No quisiera que mi altivez se acabara de relajar. Hayquienes experimentan la voluptuosidad de laconmiseración que inspiran. Yo no, me oyes, no.¡No, no! (La fatiga que debe ir sintiendo creciente se resuelveen un acceso de tos.) ALBERTINA.- No te exaltes, que te fatigas. ¿Loves? LUISA.- (Dominándose un instante.) Contesta,contesta este argumento... ¡Desmiénteme!... ¡Oh, mesofoco!... (Huyendo a toser a la habitación inmediata.)¡Un instante! ...Perdóname... (Mutis, tosiendo.)

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Escena IV(ALBERTINA, después RENATA y LOS NENES,un varón y una mujercita de 5 y 4 años, respectivamente)

ALBERTINA.- (Acompaña la salida de Luisa con ungesto compasivo y enjuga una lágrima.) RENATA.- (Que entra con LOS NENES) ¿Cómoestás, Albertina? ALBERTINA.- Oh, déjame... ¡Muy triste! ¡Sivieras que mal encuentro a Luisa! ¿La oyes? Unacceso terrible de tos. Se puso a hablar y hablarexaltándose como en un delirio... Y lo peor no eseso... Desconfía... Sabe todo... RENATA.- Sí. Roberto me lo ha dicho. Laasaltan con frecuencia esas crisis nerviosas. Sonmanifestaciones de la enfermedad... Ayer nos hatenido angustiados a todos con sus interrogatorios ysus reproches. Sospecha, pero no está convencidade su mal. Esa insistencia en que le digamos laverdad, revela su incertidumbre. ALBERTINA.- A mí me impresionó tanto, queestuve a punto de confesárselo todo.

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RENATA.- ¡No! ¡Cuidado! La mataríamos.Nuestra negativa es el último asidero de susesperanzas... ALBERTINA.- Viene hacia acá. Disimula...¡Pero qué bien están los nenes!... ¿Vienen del paseo?

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Escena V(Dichos y LUISA)

LUISA.- (Demudada y temblorosa entra secándose elsudor con el pañuelo. Al ver a sus hijos corre hacia ellos conefusivo transporte.) ¡Pololo!... ¡Nena!... ¡Oh, mis hijitos!¡Mis criaturas queridas!... (Los une en un estrecho abrazoy llora dulcemente sobre sus cabecitas, monologando ternuras.) POLOLO.- ¿Qué tienes, mamita? ¿Estásllorando?... ¿Por qué estás llorando?... LUISA.- (Serenándose.) No, no lloro... Es que...Son cariñitos... ¡He pasado tanto tiempo lejos deustedes!... Y ustedes son tan malos que prefierenirse de paseo en vez de estar con su mamá... ¡Ah,pero me las van a pagar!... ¡Ya verán, ya verán!... POLOLO.- No te enojes... Es Renata que noslleva todos los días a la Recoleta en coche... LUISA.- Lo sé, Pololo. Y hace muy bien.Cuando los niños son juiciosos hay que premiarlos.(A MIJITA, que aparece.) ¿Quieres algo, Mijita?

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Escena VI(Dichos y MIJITA)

MIJITA.- Precisamente venía en busca de estospergenios. Calculaba que estarían de vuelta. LUISA.- ¿Qué? ¿Ya quieren quitármelos? MIJITA.- Es que deben tomar el alimento. LUISA.- ¡No, no!... Hoy se lo daré yo. No losseparan de mi lado. Albertina, tú no has de habertomado el té tampoco. ¿Quieres pasar? nosentretendremos con estos personajes. ALBERTINA.- De buena gana aceptaría, pero... LUISA.- No temas. Por el momento... (Indicandoa los niños.) no puedo ser peligrosa. Vamos, ¡Ay! Senos complica la fiesta íntima. ¿Cómo está usted,doctor Ramos?

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Escena VII(Dichos, ROBERTO y RAMOS)

RAMOS.- (Saludando.) ¡Señora!... No le preguntocómo está usted, porque lleva en su aspecto larespuesta. LUISA.- ¿Lo cree, doctor? RAMOS.- Roberto, a quien encontré en lapuerta de calle, me daba las más optimistasimpresiones, y usted, las confirma plenamente. LUISA.- Sin embargo es extraño que lo hayallamado... ROBERTO.- Olvidas que bien he podido tenernecesidad de ver al amigo ya que no al profesional. LUISA.- Bien. Conformes entonces. Advierto austedes, que teníamos programa hecho conAlbertina. ¿Quieren pasar a tomar una taza de té? ROBERTO.- Iremos después. LUISA.- Como gusten. Vamos, niños,Albertina... ¿Vienes, Renata?RENATA.- Prefiero quedarme. Tengo que concluirla copia del último trabajo de Roberto...

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LUISA.- (Con intención.) ¡Ah! ¡Comprendido!¡Comprendido!... (Mutis con ALBERTINA, NIÑOSy MIJITA)

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Escena VIII(RENATA, RAMOS y ROBERTO)

RAMOS.- Tiene, efectivamente, mejor aspecto lapobre Luisa. ROBERTO.- Reaccionó pronto de la últimacrisis. Sin embargo aquellas alturas no eranpropicias... RAMOS.- Sí; un poco enrarecido el aire, pero detodos modos hubiera sido preferible aquello a laatmósfera viciada de la ciudad. No me has explicadoaún los motivos del regreso tan precipitado. ROBERTO.- Nos expulsaron. RAMOS.- ¿Cómo? ¿Por qué? ROBERTO.- Una historia muy curiosa. Tú noignoras que mi situación económica es bastanteprecaria desde algún tiempo a esta parte... RAMOS.- Siempre has debido contar con miamistad... ROBERTO.- No; no se trata de lo que supones.Verás... En los cerros lo pasábamos muy bien,únicos pensionistas de una de las tantas familias queno tienen miedo del contagio porque están

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contaminadas y sacan doble provecho de su mal ydel mal del prójimo. Naturaleza pintoresca, climaapacible y presupuesto muy llevadero. Aquello erapor todo concepto lo más conveniente... Pero,como te escribí, en la imaginación de Luisa empezóa trabajar el miedo y la desconfianza. No era paramenos, te lo aseguro, el espectáculo de aquellapoblación doliente. No te voy a describir porque túdebes conocerlo muy bien, a pesar de que lacostumbre de ver una cosa limita la facultad deanalizarla. Bastará con que te diga que yo mismomás de una vez, dejando trabajar un poco la mente,he sentido que la angustia y el espanto me oprimíanun poco la mente, he sentido que la angustia y elespanto me oprimían el alma. ¡La tos! Todos tosen,creo que allí hasta los sanos tosen por sugestión. Enla villa, en los hoteles, en los sanatorios, en lospaseos, donde quiera que uno va, lo acompaña lalúgubre desafinación de esa orquesta de escuálidosmúsicos exasperados y febricientes, que sudan lavoluntad de arrancar un poco de armonía a susdesvencijados instrumentos, sin conseguir otra cosaque un monótono jadear de fuelles rotos... ParaLuisa aquello se convirtió en una dolorosa obsesión.Sus desconfianzas y su irritabilidad iban creciendo, yuna noche en que no nos dejó dormir el carraspeardesesperante de un tísico, nuestro vecino dehabitación, me expresó su resolución de huir deaquel antro. Todo mi empeño en disuadirla seestrelló contra su voluntad firme y casi

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amenazadora. Conseguí únicamente arrastrarla auno de los hoteles de la cumbre. Allí al menos no seoye tanto la fatídica orquesta, aunque el clima seamenos favorable. RAMOS.- O precisamente por eso. ROBERTO.- La vida es cara. Había además quehacer una renovación del equipo y ponerse enactitud de no desentonar en aquel ambienterefinado y aristocrático. Todo se hizo. No obstante,las exigencias del medio sobrepasaron la largueza demis previsiones. ¿Qué hacerle? Estaba y estoyresuelto a todos los sacrificios en homenaje a la pazde esa triste alma compañera. Pero nada bastó. Eratambién preciso salvar distancias sociales y por másque mi reputación literaria pudiera obviarlas, Luisano entraba en aquel mundo, y así lo comprendió. Niella ni yo insistimos, limitándonos a hacer ranchoaparte. De repente, sin que se sepa cómo o quizáspor nuestro mismo orgullo indiferente, las gentesempiezan a huir de nuestro contacto, y el boycott seacentúa cuando Luisa cae en cama. Así que mejorase me presenta el dueño del hotel. «Señor, ustedperdonará, pero los reglamentos de la casa sonterminantes y los pensionistas me han amenazadocon irse a otra parte si sigo albergando enfermoscontagiosos...»Y patatín y patatán. En resumen, unaintimación de desalojo en regla. Había en elestablecimiento, había sí, enfermos más avanzados,pero no eran peligrosos. RAMOS.- Porque gastarían más...

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ROBERTO.- Precisamente. Ahí tienesexplicadas las causas de nuestro regreso anticipado.Hubiera podido llevarla a cualquier otro hotel de lasinmediaciones, pero tuve miedo a un nuevoboycott. Luego, ella empieza a sentirse deprimidapor la pertinacia de su dolencia, y esa depresión setraduce en fenómenos nerviosos muy intensos. Unasensibilidad extrema, humor fácilmente irritable,desconfianzas, prurito de análisis... RAMOS.- Me has dicho que las impresiones delcolega que la asistió... ROBERTO.- Son pesimistas. Lejos de ceder, elmal avanza. Pero me inspira mayores temores suestado moral. RENATA.- Según parece, acaba de hacerle unaescena a Albertina. La encontré llorando mientrasLuisa se debatía en un acceso terrible de tos.Después se serenó, como ustedes la han visto. ROBERTO.- Nos tiene acosados porque ledigamos la verdad. Y para colmo, ayer, la sorprendíleyendo un viejo trabajo mío, inconcluso, queandaba por ahí perdido entre papeles inservibles, ytitulado «Los derechos de la salud». En ese trabajo,una especie de «nouvelle», un tanto sentimental,estudiaba la situación moral de un enfermoincurable -atacado de tuberculosis precisamente-que descubre que su esposa le es infiel y acaba porencontrar lógica su conducta, justificándola en queno siendo apto para llenar las funciones de la vida,

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no se considera con derechos para encadenar lossanos a su destino malogrado. RAMOS.- Conozco el asunto. ROBERTO.- Es verdad, pues. Si fuiste tú quienme hizo desistir o postergar su publicación,objetándome que los tísicos nunca llegan a darsecuenta de su mal... RAMOS.- Es característico el optimismo de lostuberculosos, producto del estado febriciente enque viven. ROBERTO.- Bien, eso no hace al caso. Luisa leeaquello y su imaginación empieza a fantasear y adespacharse a su gusto. «Lo has escrito a propósitoy lo has dejado a la vista para que lo lea, Niégameahora que estoy tísica». Se exaspera y llega hastasoltarme sin empacho las cosas más absurdas, lassospechas más inverosímiles... RENATA.- Que a mí también me alcanzaron.Atribuía mi solicitud por sus hijos al propósito dearrebatarle los derechos de la maternidad... ROBERTO.- ¡Cuánto absurdo! Hay que tomarpues, alguna medida... RAMOS.- Quisiera examinarla un poco. RENATA.- Hoy no lo creo oportuno. Podríaalarmarse... RAMOS.- Mañana o pasado... De cualquiermodo creo que no debes deshacer las maletas. Elinvierno se viene encima y es preciso llevarla a unclima más benigno, al Paraguay por ejemplo. ROBERTO.- Lo he pensado.

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RAMOS.- Por muchos motivos convendría y noes el menos convincente, el de que es necesariopreservar a los niños. (Mira la hora.) Es tarde ya. Sino me necesitas me marcho porque me quedan porhacer algunas visitas. RENATA.- Deja usted a Albertina... RAMOS.- Sí, adiós, Renata. Y en cuanto a ti...¡Paciencia! Mañana volveré. (Le estrecha la mano.Mutis.)

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Escena IX(RENATA y ROBERTO)

RENATA.- (Después de unos instantes deensimismamiento.) ¿En qué piensa usted, Roberto? ROBERTO.- Pienso... pienso... En verdad, nopodría precisar en qué pienso. Tengo tantas cosasen la cabeza y en el espíritu... RENATA.- ¿Es que su fe empieza aquebrantarse? ROBERTO.- Mi fe. ¿Qué fe resiste a tantainexorable evidencia? RENATA.- La fortaleza, la energía es fe... ROBERTO.- Siento que mis fuerzas sedesmoronan. RENATA.- Cuando más falta le hacen. Tieneusted que resolver el viaje al Paraguay y cuantoantes... ROBERTO.- La resolución está hecha. Digamejor, que debo empezar a buscar los medios derealizarlo. RENATA.- Lo sabía. Por eso he queridohablarle.

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ROBERTO.- ¿En qué sentido? RENATA.- Decirle que no debe usted quebrarsela cabeza por buscar recursos. Venda mis bienes, ohipoteque, o haga lo que le plazca con ellos. ROBERTO.- ¡Oh! ¡No! ¡Eso nunca!... RENATA.- No he hecho el ofrecimiento antesde ahora por ignorancia de su situación financiera y,un poquito, por temor de mortificar sususceptibilidad. Hoy sé que usted no sólo haagotado su crédito, sino que también ha descontadosobre su porvenir literario comprometiéndose arealizar trabajos a plazos determinados, sin contarcon que las circunstancias pueden oponerse a susdeseos, y pudiendo muy bien haber evitado esosextremos. Ya que ha querido hacerme el honor desu confianza le impongo el castigo de tomarme porprestamista. ROBERTO.- Gracias, Renata. De ningún modopodré aceptar su ofrecimiento. RENATA.- Una sola condición le exijo: quereintegre usted en seguida el dinero tomado acuenta de trabajos literarios. ROBERTO.- Repito que no tomaré un céntimode sus bienes. Por otra parte, olvida usted que casino tendría derecho a disponer de ellos. Debecasarse en breve. RENATA.- ¡Ah! Si sus escrúpulos son esos,poco me costará vencerlos. Ya no me caso. ROBERTO.- ¿Cómo? ¿Qué está usted diciendo?

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RENATA.- Sencillamente, que he desistido demi enlace... que he roto mis relaciones con Jorge... ROBERTO.- No. Usted me engaña... o seengaña... RENATA.- Ninguna de las dos cosas. ROBERTO.- ¡Oh, por qué ha hecho usted eso!¡Por qué ha dado un paso semejante sin consultar anadie! RENATA.- Creo que los dos íbamos almatrimonio llevados por una simple complacenciaafectuosa, nada más. De modo que la ruptura seprodujo sin violencia y sin desgarramientosmayores. ROBERTO.- Las causas, los motivos, ¿cuálesfueron?... RENATA.- Una trivialidad. ROBERTO.- No lo creo, Renata. Usted lo hahecho por nosotros, para poder entregarse más librey enteramente a su devoción caritativa por Luisa ypor nuestros pobres hijitos! ¡Oh, gracias! ¡Es usteduna santa!... Pero no hemos de consentirle talsacrificio. Se lo contaré todo a Luisa... RENATA.- ¡Muy bien pensado!... ¡Alármelausted más de lo que está!... ROBERTO.- ¡Oh, Renata! ¡Renata! (Muyconmovido estrechándole ambas manos.) ¡Qué alma lasuya!

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Escena X(Dichos; LUISA, después ALBERTINA)

LUISA.- (Apareciendo con un diario en la mano,alborozada.) ¡Doctor!... ¡Doctor Ramos!... ¡Ah!(Paralizada al sorprender la actitud de ROBERTO yRENATA) ROBERTO.- ¿Qué ocurre, Luisa? LUISA.- (Reponiéndose un tanto.) Creí que estuvierael doctor... ROBERTO.- (Alarmado.) Estás demudada. ¿Quéte pasa? (Conduciéndola muy afectuoso.) Ven, siéntate...¿Fue un acceso de tos?... Algún esfuerzo,seguramente... LUISA.- Ya pasa. Es que... ¡Imagínate miemoción! (Como espantando sombras de la mente.) ¡Oh, sino es posible! ROBERTO.- ¿Qué, hija mía? LUISA.- ¡Oh, nada!... Imagínate, imagínate mialegría al leer la noticia... Corrí en seguida aconsultarle a Ramos. Creí que estuviera aquí conustedes y... ROBERTO.- ¿Acabaremos de saber de qué setrata? LUISA.- ¿Verdad, Roberto, que te alegrarás,conmigo, hondamente, infinitamente? (Del todorepuesta y confiada.) Lee... lee... (Mostrándole el diario.)La más sensacional de las noticias. Lee fuerte... ¡Ahí!¡Esos títulos tan gordos!... ¡Lee pronto, pronto!...

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ROBERTO.- (Que ha ojeado el diario, tratando dedisimular su emoción.) Sí; es una importante noticia. LUISA.- (Impaciente.) Pero, lee fuerte, hombre deDios. ROBERTO.- Bien, te haré el gusto. (Leyendo.)«El suero contra la tuberculosis. Sensacionaldescubrimiento del doctor Behring. Suconfirmación plena. París, 8. Telegrafían de Berlínque el profesor Behring, ha terminado una memoriapresentada a la academia de Medicina, demostrandohaber hallado el suero contra la tuberculosis. Refierecasos en que ha tenido un éxito indiscutible decuración completa. La noticia ha causado hondaimpresión en todos los círculos científicos.» LUISA.- ¿Lo ves, lo ves?... Continúa, hay otrodespacho, todavía... ROBERTO.- (Leyendo siempre.) «Berlín, 8. Seconfirma la noticia del descubrimiento Behring. Elilustre sabio se niega a suministrar informeslimitándose a manifestar que someterá el fruto desus estudios a la opinión de sus colegas.» LUISA.- ¿Qué me dices, ahora? ROBERTO.- Es una sensacional y consoladoranoticia, pero no veo qué importancia directa puedetener para nosotros. LUISA.- Te estás traicionando. Tonto; ¡Si tevende la emoción! ¡Oh, estalla de una vez conmigo,alegrémonos todos!... ¡Para qué seguir mintiendo siel remedio que me ha de sanar está ahí y lotendremos antes de un mes a nuestro alcance!...

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Óyeme; ya no me importa saber que estoy tísica,como antes no me preocupaba saber que teníainfluenza, reúma o jaqueca o cualquier otro malpasajero y curable... Ahora comprendo que teníanrazón ustedes de ocultarme mi estado. ¿Para quéhacernos desesperar de la vida, cuando existen losBehring, los Roux y tantos otros sabios creandosalud para sus semejantes en el misterio de loslaboratorios?... Y pensar que yo he sido cruel, tantorpe, tan... que se yo, con mis bienhechores... ¡Oh,Roberto, Roberto! ¡Perdóname! ¡Perdóname tutambién, Renata!... ¡Y tú, Albertina!... ¿Dóndeestá?... ¡Con mi aturdimiento la he dejado sola!... (Avoces.) ¡Ven Albertina, ven!... ¡Oh!... (Respirahondamente.) ¡Qué bien respiro ahora!... ¡Me pareceestar sana!.... (Muy extremosa acariciando aROBERTO) ¡Roberto mío!... ¡Roberto mío!...¡Cuánto habrás padecido!.. ¡Cuánto te he hechosufrir!... (Aparecen ALBERTINA y MIJITA) ¡Ven,Albertina, tú también, pobre Mijita!... ¡Vengan!...¡Todos tienen que participar de esta alegría derevivir!... Roberto, ¡qué dicha!... ¡Qué dicha!...(Estrechándolo con transporte.) ¡Quién pudo pensar haceun rato, Albertina, en un cambio semejante!... ALBERTINA.- ¡Luisa!... ¡Son las golondrinasque vuelven!...

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Segundo acto(El despacho de ROBERTO. Amplia mesa de trabajo,

atestada de libros y papeles en artístico desorden.)

Escena I(ROBERTO y RENATA trabajan juntos, terminando

de ordenar los originales de un libro.)

RENATA.- ¿Quiere leer, Roberto? Creo que nofalta ninguno, pero tengo poco confianza en mimemoria. ROBERTO.- «Los herejes». Me gusta poco estetítulo. RENATA.- Tiene tiempo de cambiarlo alcorregir las pruebas. ROBERTO.- «La novena sinfonía», «El imán»... RENATA.- (Verificando con los manuscritos.) Elimán... ROBERTO.- «El señor Pérez», «El derecho a latristeza»... RENATA.- ...A la tristeza... El cuento quemenos me gusta... Yo, en su lugar...

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ROBERTO.- Necesito completar el volumen yno tengo tiempo ni humor para escribir uno nuevo.Por lo demás todos son igualmente mediocres... RENATA.- No soy de esa opinión. ¿Por qué notermina éste?... Con un par de plumadas tendría unespléndido broche para cerrar el libro... «Losderechos de la salud». ROBERTO.- No me tiente, Renata, no metiente. Deme usted esos originales... RENATA.- ¿Qué va a hacer? ROBERTO.- Démelos usted... Sería un crimenpublicar semejante artículo en estos momentos. Porla pobre Luisa en primer término, y por el públicocuya malignidad encontraría en él abundante asuntode fantaseos y comentarios. ¡Deme usted eso!... RENATA.- ¿Para guardarlo? (Le entrega elmanuscrito.) ROBERTO.- No. Para romperlo. Así... Así.(Despedazando el artículo.) RENATA.- (Fríamente.) Ha hecho usted mal. ROBERTO.- En todo caso siempre hay tiempode reconstruírlo. RENATA.- Por eso mismo ha hecho mal,porque acaricia la idea de poder publicarlo algúndía. ROBERTO.- No comprendo. RENATA.- Más criminal que darlo a luz hoy,sería acechar la oportunidad de poder hacerlo. ROBERTO.- Le advierto, Renata, que estácometiendo una injusticia.

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RENATA.- Más injusto es usted consigo mismo.Volvamos la hoja, ¿quiere?... Los originales están enregla. ¿Piensa usted corregir las pruebas delfolletín?... Las han traído hace un rato de laimprenta. ROBERTO.- Sí. RENATA.- Yo podría hacerlo... ROBERTO.- Gracias. Renata. Demasiadotrabajo le doy. Yo en su lugar ya me habríadeclarado en huelga... (Voces en el vestíbulo.) ¿Quépasa?

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Escena II(Dichos, MIJITA, POLOLO, después LUISA)

MIJITA.- (Regañando a POLOLO) ¿Crees queesto tiene disculpa?... ¡Oh, las pagarás todas juntas,bandido!... ¡Revoltoso!... ¡Miren los juguetes delniño!... ¡Capaz de matarse, Virgen santa! Renata tetraigo a este pícaro para que lo castigues. ROBERTO.- ¿Qué has hecho Pololo? POLOLO.- ¡Mentira! ¡No hacía nada!... MIJITA.- (Mostrando un revólver.) Miren ustedes eljuguete con que se entretenía el niño. Vean ustedes.¡Capaz de matarse!... ROBERTO.- (Tomando el revólver.) ¡Y estabacargado! RENATA.- ¿Y de dónde sacó esa arma? MIJITA.- La habían olvidado seguramente en lacochera el día que estuvieron tirando al blanco conel doctor Ramos. Yo sentía un alboroto terrible enel corral y no hacía caso porque estoy acostumbradaa los estropicios de este bandido. Cuando derepente, lo veo corriendo a una pobre gallina cluecacon el revólver en la mano. ¡Virgen Santa!...

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LUISA.- (Entrando.) ¿Qué ocurre?... RENATA.- El señorito que jugaba con unrevólver... LUISA.- ¡Claro está!... ¡Si dejan las armas encualquier parte!... ¡Qué sabe el inocente!... ¡Vengausted acá, Pololo!... Las armas no se tocan porquepueden disparar y lastimar al niño. MIJITA.- ¡Oh! ¡El ya sabe para que sirven lasarmas!... Imagínate que estaba empeñado en matar,en matar, sí señor, una gallina... LUISA.- ¿Y por qué hijito pretendías matarla? POLOLO.- Porque quiere quitarle los hijitos a lapatita blanca. MIJITA.- Es una gallina clueca que yo no la hequerido echar porque dice el quintero que es muymala sacadora, y este pergenio que todo lo revuelvela ha descubierto echada en el nidal de la patitablanca. POLOLO.- Ya tiene tres patitos chiquititos y lagallina la picotea y quiere quedarse con ellos... Esuna ladrona ¿verdad? LUISA.- Una ladrona, sí, una pícara ladrona.¿Por eso querías castigarla? POLOLO.- Porque la pata es muy zonza y nosabe defenderse. LUISA.- Bueno, hijito. Por toda esa gracia,Renata te perdonará la travesura. ¿Verdad, Renata? RENATA.- Ese mimoso siempre estáperdonado.

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LUISA.- Y vendrás con mamá a poner en salvotu patita blanca. ¿Quieres que demos un paseo porel jardín, Roberto? ROBERTO.- Con mucho gusto. Aguarda a queponga este objeto fuera del alcance de estedemonio. (Guarda el revólver bajo llave, en uno de loscajones.) LUISA.- Llévanos tú, Pololo. POLOLO.- Verás. Yo sé muy bien donde estántodos los nidos. (Vanse los tres por el jardín.)

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Escena III(MIJITA y RENATA)

RENATA.- (Una vez que se han ido recogeprolijamente los pedazos del artículo roto por ROBERTO) MIJITA.- ¿Qué haces, muchacha? RENATA.- Recojo unos papeles que he rotoimpensadamente. MIJITA.- ¡Ah! (Pausa.) ¿Sabes que anoche lapobre Luisa no ha estado bien? RENATA.- Lo sé. Te sentí varias veceslevantarte. MIJITA.- Pero no tosía ni tenía fiebre o fatigacomo otras veces... RENATA.- (Con indiferencia, ocupada en recomponerlos papeles.) ¿Y qué tenía? MIJITA.- (Impaciente.) ¡Te aseguro que lo pasómuy mal!... RENATA.- (Con igual tono que antes.) ¡Ah, sí! Nodijiste tanto al principio. «De la... sa... sa... sa...¿Dónde estará el otro pedazo?... sa... Este es. De lasalud. (Leyendo.) «Nadie tiene derecho a exigirle a la

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vida más de lo... de lo que...de lo que está en aptitudde darle». MIJITA.- (Fastidiada.) Bueno. Si te interesan másesos papelotes que tu hermana, no te diré unapalabra. RENATA.- Habla mujer, habla. ¿De qué setrata? MIJITA.- Anoche Luisa... RENATA.- Lo pasó mal. Ya te oí. ¿Qué más? MIJITA.- ¡Qué más! ¡Qué más!... Me atiendescomo si hablara del gato. (Severa.) ¡Eso está muy malhecho! RENATA.- ¡Ay! ¡Mijita malhumorada!... ¡Mijitarezongando!... Es extraordinario. ¿Qué te ocurre? MIJITA.- Me ocurre, me ocurre que lo que estápasando en esta casa me tiene muy afligida.¡Ustedes, van a matar a la hijita Luisa! ¡Ustedes! RENATA.- ¡Tanto has descubierto, Mijita! MIJITA.- ¡La están matando ya!... Luisa está másaniquilada por la indiferencia de ustedes, que por sumisma enfermedad. Había regresado muy bien delParaguay, llena de salud y de alegría, y en un mesque lleva de esteadía acá, su buen humor, su apetito,sus colores, todo ha ido desapareciendo. Y conmucha razón. Ella tan mimada durante toda su vida,verse ahora cuando más necesita de la solicitud y dela ternura de los suyos, arrumbada, abandonadacomo un mueble viejo e inservible... RENATA.- ¿Es posible que tú también piensesen semejantes ridiculeces?

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MIJITA.- ¡Es que observo las cosas! Tengo aquílos ojos. ¿Me los ves? Bueno. RENATA.- Lo que falta ahora es que tú des alasa las cavilaciones absurdas de Luisa. MIJITA.- ¡Ah! No crean contar conmigo otravez para engañarla. Roberto había de resultar comotodos los hombres: un zalamero farsante. RENATA.- ¡Mijita! MIJITA.- No me harás callar. Estoy dispuesta ahablar fuerte hoy. Un zalamero mentiroso. Mientrasla mujer le servía porque era sana y linda y fuerte,mucha devoción y mucho mimo. ¡Ahora para qué,si ya no la puede usar más!... ¡Bandido!... ¡Portarseasí con una mujercita tan santa y tan desgraciada!... RENATA.- ¡Mijita, has perdido el juicio! MIJITA.- Todo el día, en tanto ella anda por ahí,por los rincones, consumida por la fiebre y latristeza, el caballero, o está en la calle o estáentregado a sus libros y a sus escrituras. Y como sino tuviera otra cosa más importante que atender. ¡Ytú!.. Bueno; en verdad de ti nada puedo decirporque siempre fuiste poco expansiva, pero Luisano está como para acordarse de ello y atribuye turetraimiento a temor, a indiferencia o que sé yo, sino es que pasan otras ideas más tristes por sucabecita. RENATA.- (Un poco alterada.) ¿Qué sospechas,Mijita? ¿Qué ideas son esas?... Dilo enseguida. MIJITA.- ¡Hijita!... Yo no he querido decir nada.Es una manera de expresarme nada más.

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RENATA.- No intentes disculparte. ¿Cuáles sonlas ideas tristes a que te refieres?... Vamos, dímelas,Mijita, y muy pronto, si no quieres verme alterada...¡Vamos, vamos, vamos!... ¡Habla! MIJITA.- Pero si es un absurdo. Yo te conozcomuy bien y sé que serías incapaz... RENATA.- ¿De qué? ¡Explícate de una buenavez! MIJITA.- Mira te juro que ella no ha dicho niuna sola palabra, pero... ¡Oh, tú sabes muy bien quesoy incapaz de mentir!... Nada ha dicho, pero enmás de una ocasión se le han escapado expresionesque... Bueno, yo no digo más porque es una cosamuy fea y muy triste... RENATA.- ¡Oh, empiezo a comprender!... MIJITA.- Entonces, se acabó... RENATA.- No se acabó. Es necesario quecompletes tus pensamientos. MIJITA.- Ella empieza a darse cuenta de que laestás reemplazando demasiado en esta casa... RENATA.- ¡Demasiado! MIJITA.- No se cree tan enferma para no poderayudar a Roberto en sus trabajos, ¿mecomprendes?... Y luego los niños. Teme que acabenpor perderle el cariño. Y en eso no le falta razónporque las criaturas a fuerza de estar bajo tuscuidados hoy casi te prefieren. Y luego la frialdad deRoberto y el verlos a ustedes siempre juntos... RENATA.- ¡Oh, basta!... ¡Basta, Mijita! Unapalabra más sería una injuria. ¿Me oyes?... ¡Basta!

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MIJITA.- Te juro, mi hijita, que yo... RENATA.- Basta... Vete de aquí... (Se paseanerviosamente.) MIJITA.- (Compungida.) No supongas que yopiense nada malo de ti, mi hijita... Ni la hijita Luisatampoco... No vayas a decirle nada, ¿quieres?Atiéndeme: si he hablado es porque tengo muchomiedo, mucho miedo. La hijita Luisa tienepensamientos extraños en su cabeza; ¿me entiendes?Y debemos quitárselos. ¡Por eso, por eso nada más,he dicho lo que he dicho, por la paz de esadesdichada criatura!... RENATA.- (Como si acabara de adoptar unaresolución.) Está bien. ¡Que Roberto no llegue aenterarse de nada de esto!... MIJITA.- Puedes estar tranquila. ¿Qué piensashacer? Medita bien las cosas, hijita, antes de tomaralgún partido, no sea que empeores más lasituación. RENATA.- No preciso consejos. Déjame sola. MIJITA.- (Yéndose.) ¡Las pobres hijitas!

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Escena IV(RENATA, después LUISA y ROBERTO)

RENATA.- ¡Oh! ¡Tenía que suceder! (Se sienta.Después de unos instantes de honda reflexión, recoge losfragmentos del artículo de ROBERTO, los contempla unmomento como indecisa y luego acaba de desmenuzarlos,arrojando con rabia los pedazos al cesto.) LUISA.- (En acalorada discusión con ROBERTO)¡No, no, y no!... Esta vez no transijo. ¡Oh!...Demasiado han jugado ya ustedes con mi voluntad.(Irritada y nerviosa va a sentarse en una silla.)... ¡No!...¡No, no y no! ROBERTO.- Cálmate, Luisa. Yo no insisto. Fueuna simple idea que me pareció propio consultarte.Figúrese usted Renata, que se me ocurrió que a losniños les sentaría muy bien un mes o dos de campo,le expongo la idea y estalla como un cohete sinatender a mis razones, ni siquiera a mis excusas. LUISA.- Porque conozco las razones y lasexcusas de ustedes. ROBERTO.- ¿Por qué pluralizas? Creo queRenata nada tenga que ver...

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LUISA.- Sí, comprendo, que se trata de unnuevo complot para separarme de mis hijos. ROBERTO.- No digas disparates. ¡No teperturbes así, Luisa!... LUISA.- Es que... ROBERTO.- (interrumpiéndola.) Déjame hablar;no es cosa de que tú lo digas todo. Seamosrazonables. LUISA.- ¡No insistas porque será inútil!... ROBERTO.- Ni lo pienso, Luisa. Te quedaráscon ellos, no irán al campo ni a ninguna parte; nosaldrán de tu lado!... ¿Estás conforme?... LUISA.- Lo estaré cuando me den la razón loshechos. ROBERTO.- ¡Oh, eso es terquedad, Luisa, omás bien ganas de mantener el entredicho. LUISA.- Así han procedido siempre. ¡Así!...¡Así!... ¡Insidiosamente! Cuando me rebelo fingenrenunciar a todo para aplacarme y recuperar micredulidad y mi confianza. Pero luego empiezan loszapadores a zocavar mi resistencia y una concesiónarrancada hoy a mi debilidad y a mi descuido es elpretexto de otra mayor que me arrancarán mañana yde otra, y de otra, de otra, hasta que les entreguetodo. (Con creciente exaltación.) ¡Así!... ¡Así!... Pacientee insidiosamente han ido relajando poco a poco misenergías, maleando mi voluntad, limitando miindependencia, mi altivez, mi albedrío,acorralándome, estrechándome, reduciéndome...

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¡Así!... ¡Así! ¡Así!... De esa manera, conprocedimientos tan inicuos, tan... ROBERTO.- ¡Oh, basta Luisa!... ¡Cálmate! LUISA.- No. No me desdigo. Conprocedimientos tan inicuos han ido consumando elcrimen, sí, sí, el crimen de despojarme de misatributos de esposa y de madre, de la facultad degobernar mi existencia e intervenir en la existenciade los míos y de todo, por el delito de tener la saludprecaria; como si los bienes de este mundo fueranun patrimonio exclusivo de la carne, más que underecho de la salud moral! ROBERTO.- No te exasperes así, Luisa.¡Cálmate! ¡Cálmate! Tranquiliza esos nervios quehoy están endemoniados. ¿Quieres un poco debromuro? Tranquilízate y conversaremos de todasesas cosas. Verás como pronto espanto losfantasmas de esa cabecita. ¡Oh! No. No intentesproseguir. No te permitiremos continuar en esetono. LUISA.- ¿Lo ves?... ¡Lo ven!... ¡A esta lastimosaincapacidad de ente irresponsable me han reducido!No puedo ni pensar, ni discernir con mi propiaautonomía. Son los nervios o es la fiebre la quepiensa, razona, se exalta, y se rebela en mí. ¡Oh, ni elderecho de injuriarles me van a dejar! ROBERTO.- (Sonriendo con benevolencia.) ¡Oh!¡Criatura!... ¿Acaso no lo estás ensayando?... Vamos,vuelve en ti...

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LUISA.- ¡Basta!... No continúes en ese tono queme exaspera. Estoy harta de tu lástima. Estoy hartay empalagada de tu compasión. Protesta una vez.rebélate, enfurécete, castígame, maltrátame,arrástrame por los suelos, arráncame la carne apedazos y me devolverás la conciencia de miexistir... ¡Mortifícame! ¡Oh!, ¡No puedo vivir así!...¡No quiero vivir así! ¡No quiero vivir así?... ¡Noquiero vivir así!... (Su exaltación se resuelve en unacrisis de lágrimas y cae en brazos de ROBERTOque la acaricia intensamente conmovido.) ROBERTO.- ¡Mi pobre Luisa! ¡Mi tristeenfermita!... LUISA.- ¡Oh! ¡Roberto!... ¡Roberto! (Sollozahondamente, estrechándolo, palpándolo, aferrándolorabiosamente en ciertos momentos como para asegurarse de supresión. RENATA después de contemplarlos entra en unahabitación inmediata y regresa trayendo un frasco y unacuchara.) ROBERTO.- (Al verla.) ¡Sí, muy bien pensado!...(Mientras RENATA llena la cuchara.) ¡Mi Luisa!...Cálmese... Tome... ¡Esto la confortará!... ¡Seréneseun poco!... Beba... Es bromuro... LUISA.- ¡No quiero!... ¡No quiero nada!...(Vuelca el remedio de una manotada.) ¡Quiero vivir!...¡Devuélvanme la vida!... ROBERTO.- ¡Sé razonable!... Para vivir esnecesario recuperar las fuerzas... (RENATA llena denuevo la cuchara.) ¡Por ahora beba, beba esto! ¡Sea

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buena!... ¡Yo prometo hacer su voluntad! ¡Modificarlas condiciones de nuestra vida! Beba... LUISA.- (Después de una pausa, reaccionando como enun despertar lento y perezoso.) Sí... Dame... Necesitoreponerme. (Bebe.) ¡Ah!... Siéntame. Estoy cansada.Me duelen todos los músculos... ROBERTO.- Los nervios te han zurrado, Luisa.(Conduciéndola al diván.) Reclínate... A tu gusto. ¡Así!...¡Así!... ¿Te sientes bien? LUISA.- Sí... Estoy aliviada... Pero experimentouna sensación extraña... que no podría explicar... undoloroso bienestar... Sufro y no sufro... ROBERTO.- (Que se ha sentado en el suelo junto aella.) Es la savia que recupera sus cauces. LUISA.- ¡Quisiera estar siempre así!... Siempre...Siempre...

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Escena V(Dichos y UN CRIADO)

CRIADO.- Con permiso. Buscan al señor... ROBERTO.- (Sin volverse.) ¿Quién? CRIADO.- De la imprenta. Desean hablar conusted. ROBERTO.- Dile que no estoy. CRIADO.- Yo... Como no tenía orden... ROBERTO.- Entonces, que aguarde. Criado.- Está bien. (Mutis.) LUISA.- Ve, Roberto. Atiéndelo. Por mí nodescuides tus asuntos. Estoy bien ya... Ve... Cuandovuelvas habré recuperado el dominio de misfacultades y entonces conversaremos mucho,tranquilamente. ROBERTO.- Si es así, obedeceré a mi buena, ami santa mujercita. (La besa en la frente.) Renata, ladejo a su cargo. RENATA.- Pierda cuidado, Roberto. Se ladevolveré a usted curada por completo. ROBERTO.- Lo creo. (Mutis.)

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Escena VI(LUISA y RENATA)

RENATA.- (Después de una larga pausa, a laexpectativa de un pretexto para entablar el diálogo seaproxima a LUISA que ha permanecido absorta en susmeditaciones con la vista fija en el techo.) Luisa. Yo mevoy. LUISA.- (Incorporándose, iluminada por unaesperanza, sin disimular su impresión.) ¡Cómo! ¿Quédices? ¿Tú, tú te vas? RENATA.- Sí. Me voy. LUISA.- ¡Tú!... ¡No puede ser! Aguarda uninstante... Estoy todavía perturbada. RENATA.- ¡No, hermana mía, no intentesdisimular o disfrazar tus impresiones!... Le heprometido a tu esposo que te curaría y aquí metienes de médico del alma operando en carne viva...Me voy. He comprendido que el más grave de tusmales soy yo. LUISA.- ¿Por qué, por qué dices eso, Renata? RENATA.- Tú estás celosa. LUISA.- ¡Oh!...

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RENATA.- No lo niegues. Tienes celos de mí.Escúchame un instante, sin interrumpirme, sinprotestar sobre todo, porque además de no sersinceras tus protestas, perjudicarían la claridad decuanto pienso decirte y debes oírme. No temas quetrate de ensayar mi defensa o de hacerte la caridadde un consuelo. Eso sí, como punto de partida tediré que jamás, jamás cruzó por mi imaginación elpensamiento de disputarte nada de lo que era y estuyo. Te digo esto porque en otro tiempo hubimosde ser rivales en la conquista de Roberto. Fuiste lapreferida, te casaste con él y yo tuve que vivir alamparo de tu hogar porque quedaba sola, pero vinea él sinceramente y sinceramente compartí siemprelas alegrías y los dolores de tu vida. LUISA.- ¡Oh! ¡Sí! Es verdad, Renata. RENATA.- Bien. Después sobrevino tuenfermedad. De ahí parten todas las contrariedades.Yo cometí entonces el error de abrogarmeatribuciones y derechos. LUISA.- No hables así, Renata. RENATA.- (Convincente.) Te juro que lo digo sinironía. Fue un error. En tu reemplazo asumí elgobierno de esta casa, pero con excesivasatribuciones. Estabas grave, te morías, Roberto noatinaba más que a lamentarse y en esas horas detribulación fuí el espíritu fuerte que lo sostuvo todo.Los médicos aconsejaron el aislamiento de tus hijosy me convertí en la madre de tus hijos. Otro error. LUISA.- (En tono de reproche.) ¡Renata!

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RENATA.- Te sustituí demasiado. Procurésiempre que no echaran de menos el calor de tuafecto; y tus largas ausencias por un lado y laprodigalidad de mis ternuras por el otro, han hechoque las inocentes criaturas se habitúen a mi trato yme prefieran. Luego tu interminable convalecencia,la indecisión, la perpetua inquietud en que hemosestado todos con respecto a tu suerte, es otra causade que no se te haya permitido intervenir comoantes en el gobierno de tu hogar. Tú eras elamanuense de Roberto, copiabas sus escritos, leayudabas a corregir las pruebas. También tereemplacé. Roberto no podía consentir que teentregaras a una tarea fatigosa. LUISA.- ¡Y también Roberto se habituó a ti!... RENATA.- Precisamente. Se ha habituado. Yacabas de sugerirme la síntesis de todo lo que nospasa. Se trata de una cuestión de costumbre. Nosíbamos acostumbrando al estado de cosas quecreara tu enfermedad. LUISA.- Es decir, anticipando los hechos,descontando mi desaparición, habituándoseprematuramente a la idea de mi muerte. ¡Oh! ¡Peroestá muy lejano ese día!... ¡Me resta mucha vidaaún!... RENATA.- Por eso es que quiero irme de acá;para que nos desacostumbremos todos. He debidohacerlo mucho antes de que te presentaras areclamar tus fueros...

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LUISA.- ¡Oh! Perdóname, Renata. Si me herebelado es porque estoy convencida de que voy acurarme pronto. ¿No lo crees así, Renata? RENATA.- Lo creo, Luisa. LUISA.- (Con cierto aturdimiento nervioso.) Mira:antes cuando creía estar tuberculosa, antes delfracaso del suero Behring y del viaje al Paraguay quetan bien había de probarme, me había resignado amorir. ¡Imagínate! Me había resignado a mi suerte, ymuchas veces a solas con mi tristeza, pensaba en lasituación en que quedarían ustedes después que yomuriera; pensaba en mis hijitos, en Roberto, en ti,en el destino de los seres más queridos y hallabamuy lógico todo lo que hoy, sana, me resulta undespojo. ¡Ah! ¡Si Roberto y Renata se casaran!... Yacaricié esa idea, cuya enunciación me hace temblaren este momento, te lo confieso; como unaprolongación de mi reinado en el alma de Roberto yuna suerte para las pobres criaturas que poco iban aechar de menos el cambio de madre. Pero luegocuando empecé a sentirme fuerte, cuando volvió ami ánimo esta certidumbre, esta seguridad quetengo de vivir y de curarme, la idea se ha convertidoen una dolorosa obsesión. ¡Sí, Renata, tienes razón!¡Estaba y... estoy celosa!... Nunca sospeché de ti, telo juro, pero temía por él. Lo veía, lo veíahabituarse... acostumbrarse demasiado a tucompañía, a tu contacto, a tu solicitud, miraba enredor mío y me veía tan substituida por ti, que nopude, no tuve fuerzas para dominar mis inquietudes

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y me dejé arrastrar por el temor y la duda hasta elextremo doloroso en que me has sorprendido, derecibir la noticia de tu partida sin alientos paradecirte: ¡Quédate, hermana mía! RENATA.- Adiós, Luisa. Roberto te quiere, tequiere como antes. LUISA.- Tú lo crees, tu estás segura, ¿verdad? deque me quiere! RENATA.- Sí. Estoy segura, así como estoysegura de que muy pronto sanarás de esa... LUISA.- De esta bronquitis. RENATA.- De esa bronquitis. LUISA.- Yo lo siento. Ya la tos no me acosacomo antes, respiro más a gusto y estoy de mejorsemblante y más gruesa, ¿Verdad? ¡Ah, qué emociónpoder pronto, muy pronto, ocupar mi puesto demadre y de esposa, besar a mis hijos como antes...Porque yo ya puedo besarlos sin temor ¿No escierto? RENATA.- ¿A los niños?... No. Todavía no seríaprudente que te entregaras demasiado a ellos. Peroes cuestión de aguardar unos días más a que estéscompletamente restablecida. LUISA.- Tienes razón. Es preferible. ¿Y adóndevas, Renata? RENATA.- No lo he determinado aún. Pero esmuy posible que vaya a refugiarme a casa de losviejos tíos provincianos. LUISA.- No les serás muy gravosa, porquecomo tienes tus rentas...

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RENATA.- ¿Mis rentas?... Sí... Sí... LUISA.- Supongo que te pondrás de acuerdocon Roberto. RENATA.- Ahora no. Roberto debe ignorar,como comprenderás muy bien, las causas de estadeterminación. Yo me voy ahora mismo. Tú teencargarás de disculparme, de justificarme ante él.Adiós, Luisa. (Le tiende la mano.) LUISA.- No, Renata. Así no. (La estrecha y la besacon ternura.) ¡Así!... ¡Así!... ¡Gracias, hermana,gracias!... Cuando esté curada, cuando todo hayavuelto a su quicio, volverás, ¿verdad? Te iremos abuscar con Roberto y con los nenes... Adiós,hermana. RENATA.- Adiós, Luisa. (Mutis.)

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Escena VII(LUISA, después ROBERTO)

LUISA.- ¡Ah!... ¡Era necesario!... (Se deja caer en eldiván con laxitud extrema.) Ahora recomencemos avivir. ROBERTO.- (Entra. Se dirige al escritorio, ycomienza a revolver los papeles buscando algo que noencuentra.) LUISA.- ¿Qué buscas, Roberto? ROBERTO.- Unas pruebas que tengo quecorregir, Renata sabrá donde están. (Llamando.)¡Renata! (A LUISA, afectuoso.) Y... ¿Estamos mejor?¿Te has tranquilizado? LUISA.- Por completo. Me queda un poquito delaxitud. Roberto.- Está claro. No se juega impunementecon el temperamento. Ahora tienes queprometerme que no volverás a dejarte arrastrar poresos odiosos nervios. ¡No sabes cuánto nos hasmortificado!... (llamando.) ¡Renata!. ¡Hay que tenermás formalidad, señora mía!... ¡Renata! LUISA.- No la llames. Es inútil.

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ROBERTO.- ¿Por qué? ¿Ha salido? Yo estabaen el vestíbulo y no la he visto pasar. LUISA.- Se ha ido. ROBERTO.- No puede ser. No acostumbra asalir a estas horas. LUISA.- Se ha marchado para no volver. ROBERTO.- ¡Qué dices, Luisa! No. No. Es unabroma tuya. Eso no puede ser cierto. LUISA.- Se ha marchado para no volver.. Meencargó que la disculpara contigo. ROBERTO.- ¡Ah! ¡Luisa! ¡Luisa! LUISA.- A mí también me pareció extraño... ROBERTO.- Luisa... ¡Tú la has echado!... ¡Tú lahas echado! LUISA.- Te aseguro que no. ROBERTO.- (Cada vez más exaltado.) ¡Tú la hasechado!... ¡Dime la verdad!...¡Responde! Tú... Tú has sido... Tú, Luisa. ¿Por quéhas hecho semejante cosa? ¿Por qué? LUISA.- (Severa, reprendiéndolo.) ¡Esos modales,Roberto!... ROBERTO.- ¡Has cometido un delito, Luisa!... LUISA.- ¿Por qué supones que la haya echado?... ROBERTO.- (Sin oírla.) ¡Un delito!... ¡Undelito!... Un delito de lesa gratitud. LUISA.- Atiende, Roberto. Mira que es muyextraño que te exaltes así... ROBERTO.- (Como antes.)¡ Tamañadesconsideración con la pobre Renata, tan buena,tan solícita, tan devota, tal fiel!... ¡Oh!... ¡Era

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deliberada entonces la escena que hiciste hace unmomento! LUISA.- (Con firmeza.) No. No. Roberto. Renatase ha ido por su voluntad. ROBERTO.- ¡Pero Luisa, si eso no puede ser!Renata es una mujer razonable y de buen sentido. Sihubiera tenido el propósito de abandonarnos, lohabría anunciado previamente, lo habría justificadode alguna manera. Una fuga así, es inconcebible enella. Veamos, Luisa. Si es verdad cuanto me dices, sies cierto que se ha ido para siempre, sudeterminación tiene que obedecer a un grave, a ungravísimo motivo, y ese motivo tú no puedesignorarlo. Acabo de expresarme con algunaintemperancia. No pude disimular la impresión detu noticia, tan inesperada y tan desagradable. Habla,Luisa, habla. Dime con franqueza lo que haocurrido. Comprenderás que es preciso aclarar estemisterio para desagraviar cuanto antes a la buenahermana. Yo, por mi parte, no creo haberla dado unsolo motivo de resentimiento. LUISA.- Tampoco yo. Renata hace un instante,cuando tú te alejaste, me comunicó, con su frialdadhabitual... ROBERTO.- ¿Su frialdad? LUISA.- Sí, con su frialdad habitual, que habíadeterminado irse a vivir con los tíos provincianos. ROBERTO.- Entonces, estará preparando suequipaje. ¡Felizmente estamos a tiempo de

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contenerla o de exigirle una explicación de suactitud. ¡Voy a verla! (Llamando.) ¡Renata! LUISA.- No vayas. ¡Será en vano! Se ha ido ya... ROBERTO.- ¿Así? LUISA.- Así. ROBERTO.- ¿Con lo puesto? ¿Sin llevarequipaje, sin decirme adiós, sin besar a los niños,siquiera? LUISA.- Así. Me dijo que quería evitarse lamortificación de una despedida. ROBERTO.- ¿Ella? No puedo creerlo. ¡No, no,y no!... Tampoco puedo creer que su hermana, lacompañera afectuosa de tantos años, la haya dejadoir así, como a una criada, sin exigirle unaexplicación, sin que brotara de tu corazón una frasede protesta o un argumento capaz de retenerla, undía, una hora, un minuto, el tiempo necesario paraque entrara en razón o para que se fuera, si es quehabía de irse, con todos los honores de su dignidad.No. No te creo. Tú me engañas. Tú la has ofendidogravemente, tú la has arrojado de esta casa. ¡Luisa,Luisa! ¡Tú has cometido un crimen! LUISA.- ¡Roberto! ¡Olvidas que en todo casohabría ejercido un derecho! ROBERTO.- ¡Ah! ¡Lo confiesas! LUISA.- No confieso nada. Te recuerdosimplemente que soy tu esposa. ROBERTO.- ¡Magnífica ocasión de ejercer tusderechos de esposa! ¡Magnífica! Tienes que estarmuy perturbada y fuera de ti, Luisa, para que

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intentes justificar de esa manera tu conducta.¿Ignoras lo que ha hecho Renata por ti y por todosnosotros? LUISA.- No lo ignoro, ni pretendodesconocerlo. ROBERTO.- Ignoras entonces lo que vale elsacrificio de una vida. Te quejabas no hace muchode un despojo. Ella era el único despojado entrenosotros. Ella. Le hemos arrebatado la juventud,¿entiendes? Las ilusiones, las esperanzas, la frescurade las alegrías de su juventud, lozana como unaprimavera. LUISA.- ¡Roberto, no hables así! Me haces daño. ROBERTO.- La hemos marchitado, la hemosenvejecido de cuerpo y de espíritu, le hemos puestouna toca de monja, avezándola prematuramente enla contemplación del dolor y la miseria. LUISA.- ¡Roberto, tú la amas! ROBERTO.- (Sin oírla.) Todo nos lo ha dado,todo nos lo ha sacrificado, con un desinteréssupremo, con una abnegación sin límites. ¿Sabespor qué desistió de su enlace? Para ser la madre denuestros hijos. Sí. Para ser la madre de hijos ajenos,renunció a las emociones de la propia maternidad. LUISA.- ¡Roberto, tú la amas!... ROBERTO.- (Como antes.) Renunció a suindependencia, a su reposo, al hogar feliz que laaguardaba como una dulce realización de sus másacariciados ensueños, para venir a compartir lamiseria de nuestra vida sin sonrisas. Nada le

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quedaba por entregarnos a esa noble criatura, ni losbienes materiales. Con su fortuna hemos compradoun poco de oxígeno para tus pulmones. LUISA.- ¡Roberto, tú la amas! ROBERTO.- ¡Oh! Ese tenía que ser el pago detanto heroísmo. La injuria de una odiosa, de unaabominable sospecha. ¡Oh! ¡No!... ¡No!... ¡No!... ¡Noserá así! Tú has perdido el dominio de tussentimientos. La fiebre te ha hecho cometer elcrimen. Tenemos que reparar, sí, reparar, lahorrenda injusticia. ¡Oh! (Llamando.)¡Renata!...Tenemos que pedirle perdón de rodillas.¡Renata!... ¡Corro a buscarla!... (Lo hace.) LUISA.- ¡No, no la llames!... ¡No la llames,Roberto! ¡Me condenas, me matas!.... ¡Roberto!... ROBERTO.- (Desapareciendo, alterado ydescompuesto.) ¡Renata!... ¡Renata!... ¡Renata!... LUISA.- (Al mismo tiempo.) ¡Roberto!...¡Roberto!...¡Roberto!... (Cae de rodillas junto a la puerta,sollozando. Pausa. Luego se incorpora y con gesto de supremodesconsuelo.) ¡Todo, todo ha concluido!... ¡Todo!... (Sedesploma en una silla y se entrega a un agitado procesomental. Se alza después de unos instantes con la seguridad deuna resolución enérgica y corre hacia el escritorio, forcejeandopor abrir el cajón en que ROBERTO ha guardado elrevólver.) ¡La completa liberación!

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Escena VIII

MIJITA.- (Que ha visto azorada los últimosmovimientos de LUISA, aproximándosele.) ¡HijitaLuisa!... LUISA.- (Con un movimiento brusco de sorpresa.)¿Qué quieres aquí, Mijita?... Vete. MIJITA.- ¡Pero Luisa!... ¿Qué haces?... ¿Québuscas?... LUISA.- (Dominándose y mintiendo.) Yo... Nada,Buscaba unas carillas escritas... de Roberto. Estácon llave el cajón. ¿Sabes? ¿Quieres ir a pedírselas aRoberto?... ¡Tráemelas! Sí. Corre a traérmelas. MIJITA.- ¡Voy, Luisa!... (Se aleja lentamente,volviendo la cabeza con desconfianza.) LUISA.- (Así que MIJITA le da la espalda reanudanerviosamente la tarea de forzar la cerradura.)

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Acto tercero

(La misma decoración del acto segundo. Una lámpara conabasjour ilumina débilmente la escena.)

Escena I

(RENATA, ALBERTINA y MIJITA. Esta hundidaen un canapé, duerme profundamente.)

RENATA.- ¡Debe ser muy tarde ya!... (Va amirar el cielo sin descorrer las cortinas.) Es de nocheaún... (Volviéndose.) Pero cantan los gallos. ¿Quédirán en tu casa, Albertina? ALBERTINA.- ¡Oh! Duermen todos. RENATA.- Ramos es un trasnochadorimpenitente.

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ALBERTINA.- El club, Renata. Felizmenteahora poco cuida de su profesión, pero antes esehábito era un verdadero sacrificio. Acostarse a lascuatro o las cinco de la mañana y tener quelevantarse dos o tres horas después para atender suclínica y visitar a los enfermos. Figúrate. ¡Ustedesestarán muy rendidos... RENATA.- Yo no siento la menor fatiga y esoque en estos dos días, tres casi, habré dormido a losumo un par de horas de continuo. Roberto hadescansado menos, pero está horriblementesobreexcitado. Se sostiene a fuerza de café que bebeen dosis enormes, y de licores... ALBERTINA.- Deben procurar que descanse. RENATA.- ¡Quien lo convence!... Ahora si lasnoticias que nos da Ramos son favorables como loespero, trataremos de que tome un calmante. ALBERTINA.- Ramos le dejó ayer una fórmulade cloral. RENATA.- Tendrá que hacérsela beber élmismo. Si él no lo convence... (Interrumpiéndose con unestremecimiento.) ¡Eh!... ¿Qué es eso?... ALBERTINA.- Nada. Mijita que sueña fuerte. RENATA.- Ah!... Yo también estoy con losnervios en tensión. El menor ruido me produce unsobresalto... ALBERTINA.- No es para menos, hija. ¿Porqué no mandas a dormir a esa pobre vieja? RENATA.- Otro imposible.

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ALBERTINA.- ¡Es que a este paso se van aenfermar todos!... RENATA.- Vamos a intentarlo. (Se acerca aMIJITA) ¡Vieja! ¡Mijita!... MIJITA.- (Irguiéndose con trágico sobresalto.) ¡No!...¡No le hagas nada!... ¡Yo la defiendo!... ¡Yo!... ¡Yo!..(Despertando.) ¡Ah! ¡Eras tú!... Mira, casi me hedormido. Si no me hablas seguramente me vence elsueño. RENATA.- ¿Por qué no te acuestas un ratoMijita? MIJITA.- ¡Para qué, si no podría dormir! ALBERTINA.- Para que descanse el cuerpo. Túno estás en edad de hacer estas pruebas... MIJITA.- Soy más fuerte que todos ustedes. Voya ver si es hora de darle la medicina a mi hijitaLuisa. RENATA.- Aguarda. Está el doctor. MIJITA.- ¿Es posible? No puede ser. Yo lohubiera sentido entrar. RENATA.- Te digo que está. MIJITA.- Hacen muy mal en dejarme dormir así,entonces. Demasiado saben que yo soy quien laatiendo, quien le da los remedios, única persona quepuede cuidarla. La única que tiene derecho acuidarla, la única, la única, la única... (Se varefunfuñando por la derecha.) RENATA.- ¡Ahí la tienes! ALBERTINA.- Un perro.

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RENATA.- Un perro viejo, lunático. Acabas deoírlo. Todo el santo día rezonga así. Nadie ama aquícomo ella a la hijita Luisa; nadie sabe ni quierecuidarla. Ni quiere cuidarla. El temor de perderla lesugiere las más extravagantes ocurrencias. Figúrateque en los primeros momentos hasta pretendía queRoberto no se acercara al lecho de Luisa. «Retíresede aquí. Usted es un miserable. Usted es el causantede su muerte». ALBERTINA.- Chocheces, manías de vieja. RENATA.- Tiene una teoría muy rara. Cree quela única expresión posible del dolor es el llanto y lasactitudes trágicas. ALBERTINA.- Ella sin embargo es laresignación misma. RENATA.- ¡Ah! Pero ella no es el marido ni lahermana de la pobre Luisa. La adora como la mástierna y cariñosa de las madres podría adorar a unhijo. Quizás la muerte de Luisa la lleve a la tumba,pero pretende que los vínculos de sangre tienen quedeterminar un afecto más hondo, más intenso queel suyo «el de una pobre sirvienta» -son suspalabras-, y su pobreza de espíritu no concibe laserena resignación con que tanto Roberto como yo,aguardamos el desenlace previsto e inevitable deldrama de esa vida amada. A eso obedecen susrecriminaciones... ALBERTINA.- ¡El desenlace inevitable!...Ramos, desde que empezó a asistirla me dijo quesolo un milagro podría salvarla.

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RENATA.- ¡Recuerdas cuánto se ilusionó con lanoticia del descubrimiento de Behring!... ALBERTINA.- ¡Pobre Luisa! ¡Pobre amiga!... Loque habrá padecido al ver desvanecidas sus últimasilusiones. RENATA.- Se aferró enseguida, a la esperanzade un error de diagnóstico. ALBERTINA.- Pero ahora está convencida desu fin próximo. RENATA.- Parece desear la muerte como unaliberación. ALBERTINA.- ¡Qué tristeza!... ¡Qué dolor!... Yosería incapaz de resignarme a morir. RENATA.- Yo lo preferiría. Solo deben vivir lossanos.

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Escena II(Dichos, ROBERTO y RAMOS)

ALBERTINA.- (A RAMOS.) ¿Y?... ¿Cómo lahallas? RAMOS.- Mucho mejor. Reaccionaenérgicamente. ROBERTO.- Vayan a su lado. Quiere verlas. ALBERTINA.- Tú me aguardas ¿verdad?...Supongo que me llevarás a casa, digo, si mipresencia no es necesaria mayor tiempo... ROBERTO.- Gracias Albertina. Usted debedescansar. ALBERTINA.- ¿Y usted no?... Ramos, tienesque imponerle un poco de reposo a este otroenfermo. (Mutis con RENATA.)

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Escena III(ROBERTO y RAMOS)

ROBERTO.- Siéntate. RAMOS.- (Encendiendo un habano.) Mi gorro dedormir. ROBERTO.- ¿Tienes otro? RAMOS.- Perdón. No te ofrecí porque creo queno te convienen más excitantes. Es necesario queduermas, que des un alivio a esos nervios que debenestar como cuerdas de violín. (Le da un cigarro.)¿Tomaste el chocolate? ROBERTO.- (Encendiendo.) ¿Para qué?...¿Quieres una copa de coñac? RAMOS.- Paso, como dicen los jugadores depocker. ROBERTO.- (Se sirve de una botella que está sobre elescritorio y bebe la copa de un sorbo.) No le hepreguntado a Albertina por los niños. RAMOS.- Durmiendo a pierna suelta debenestar, con los nuestros. ROBERTO.- ¿No han extrañado?

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RAMOS.- Muy poco. Les dura aún la noveleríadel cambio de vida. Preguntan por Renata conalguna frecuencia. ¿Luisa no ha insistido en verlos? ROBERTO.- Al contrario. Renata le ofreció estanoche llevárselos y se negó a recibirlos con singularenergía. RAMOS.- A medida que la fiebre cede varecobrando el dominio de las cosas con unaserenidad extraordinaria.

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Escena IV(Dichos y RENATA)

RENATA.- (desde la puerta.) Doctor: pide que latransportemos al sillón. ¿Usted cree que seríaconveniente? RAMOS.- Pueden hacerlo. Tal vez esté máscómoda así. RENATA.- Parece que no. Se ha incorporadocon mucha energía. En todo caso avisaremos.(Mutis.)

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Escena V(ROBERTO y RAMOS)

ROBERTO.- (Se sirve una nueva copa de coñac.) RAMOS.- ¿Más coñac? ¡No hombre, no! No esrazonable. ROBERTO.- Quisiera aturdirme un poco. RAMOS.- ¿También piensas tú que el alcoholaturde? Duerme. Lo necesitas. Podría darte unainyección de morfina. ROBERTO.- Dejame así. Dime, ¿cuánto creesque podrá durar aún? RAMOS.- ¿Luisa?... Es imposible precisar concerteza el desenlace. Si esta reacción continúapodría tirar algunos meses. ROBERTO.- ¿No temes alguna complicación? RAMOS.- Tenemos que esperarlo todo. ROBERTO.- ¿Todo, verdad? La muertetambién. RAMOS.- Ya te lo he dicho. ¿Es que ese ánimoempieza a decaer? ¿Te espanta la inminencia delgolpe final?

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ROBERTO.- No me espanta. Lo deseo ¿sabes?(Acentuando.) Lo deseo. RAMOS.- (Estupefacto.) ¡Hombre! ROBERTO.- Te parece una atrocidad. Pues esasí, es así. Lo deseo. RAMOS.- Me explicaría ese sentimiento ante laperspectiva de una larga y dolorosa agonía. Pero eneste caso no existe semejante temor. Luisa seconsumirá en una progresiva languidez, apacible yesperanzada. ROBERTO.- ¿Y si no fuera así? RAMOS.- Te aseguro que así será. ROBERTO.- ¿Y si estuviera condenada altormento de una agonía moral más cruel que todossus dolores físicos? RAMOS.- No te entiendo. ROBERTO.- (Después de cerciorarse de que nadieviene.) Yo le arranqué el revólver de las manos.¿Comprendes, ahora? RAMOS.- Entendámonos, Roberto. Estás tanfebriciente que no sabes lo que dices o me vienescon una confidencia literaria. ROBERTO.- No hago literatura, Luisa estuvo apunto de pegarse un tiro. La sorprendí en elmomento en que violentaba la cerradura delescritorio y se apoderaba de mi revólver paramatarse. Yo nada te había contado por falta deoportunidad o mejor dicho, porque creí podermantener en secreto este drama de mi hogar y de mivida. Pero ese secreto se ha convertido en una

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obsesión espantosa, inaguantable, y antes que eldelirio o el alcohol me lo hagan decir a gritos quieroque tú me alivies de su peso. RAMOS.- Vamos. Serénate y habla. ROBERTO.- Yo puse el arma en manos deLuisa. ¡Yo!... RAMOS.- ¡Ah! ¡No!... ROBERTO.- ¡Yo, yo, yo!... RAMOS.- No, no. En este tono no andaremosbien. Expón los hechos tranquilamente que ya lellegará su turno a la distribución deresponsabilidades. No te castigues así. ROBERTO.- (Serenándose.) Sí. Tienes razón.(Pausa.) Tú conoces muy de cerca mi vida. Sabesque ha transcurrido sencillamente, sin lucha, sinconflictos ni complicaciones de ningún género. Mimatrimonio no fue otra cosa que un episodioamable en la serenidad de mi existencia. Encontré aLuisa en mi camino, fresca, sana, hermosa,sutilmente espiritual y comprensiva. La amé, meamó y formamos un hogar modelo de apacibleconvivencia. Ni una nube, ni el menor barrunto deperturbación. Sanos de cuerpo y espíritu, ni ella niyo podíamos aspirar a más. Pero sobreviene laenfermedad de esta criatura. ¡Eh!... No es nada. Uncontratiempo, un factor negativo, de antemanodescontado en el fácil problema de nuestra dicha.¿Qué se agrava? Un poco de inquietud, un poco depiedad y un crescendo de afecto y ternura por laamada sufriente. ¿Qué se agrava más aún? ¿Qué se

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llega a temer por su existencia? Ese temor no mealcanzó, no llegó a conmover mi seguridad, mioptimismo, mi fe, la fe en su salud, en la resistenciade ese organismo pletórico de sanas energías. ¿Lorecuerdas?... ¡Oh!... Pero luego vino la condena, laespantosa revelación de la impotencia humanacontra los elementos inexorables y ante ese falloinapelable todo cuanto en mí vibraba sedesmoronó. De esa fe mía que era un roble, fueronuna a una cayendo las hojas, los brotes,desgajándose los retoños, y la fronda de misesperanzas quedó convertida en mísero montón decosas inertes, de hojas secas, de ramas sin savia enredor del viejo tronco inconmovible. ¡Oh!... ¡Túsabes cuanto he sufrido! ¡Qué injusticia! ¡Quéinjusticia! ¡Qué injuria el aniquilamiento de esa vidagrávida de la eterna potencia!... ¡Qué dolor!... Sinembargo, yo estaba sano ¿me entiendes? sano,incontaminado. Subsistía el viejo tronco arraigadoen el mismo corazón de la tierra y sus venascomenzaron a hincharse, a hincharse, y ladesolación de aquella derrota, a animarse con laalegría de las verdes reventazones. ¡Oh! ¡La salud!¡La salud! Madre egoísta del instinto creador, nostraza la ruta luminosa e inmutable y por ella va lacaravana de peregrinos de lo eterno y va, y va ymarcha sin detenerse un instante, sin volver los ojosuna sola vez, sordos los oídos al clamor angustiosode los retardados, de los exhaustos que va dejandoen el camino que nunca se vuelve a recorrer. Sí. Yo

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estaba sano. Me conformé. Me resigné. Losinconsolables caen bajo el dominio de la patología.Luisa incapacitada para las glorias de la maternidad,se convirtió para mí en un objeto de ternura, deinfinita ternura. Era todo cuanto podía darle. Ella seconformó. Advirtió la mudanza, y reclamó susderechos a la vida integral; sospechó la verdad de suestado y se la ocultamos para no atormentar más sularga agonía. Cuando hubimos de decírsela, noquiso creerla y desde entonces a medida queaumentaba su confianza en el porvenir, susprotestas se acentuaban por el despojo quepresintiera en los primeros momentos y que nopodía pasar inadvertido a su espíritu de análisissutilizado y exacerbado por el mismo mal que laconsumía. Un día no pudo más. Estalló. Arrojó aRenata de esta casa o consintió que se alejara encondiciones que significaban lo mismo. Yo no tuvebastante dominio sobre mis impresiones paradisimularlas o desnaturalizarlas y explotaron,estallaron con una violencia insospechada por mímismo y corrí en busca de Renata, loco, ciego, sincomprender que dejaba en el espíritu de lainfortunada compañera la desolación de unaevidencia brutal, sin comprender que dejaba en susmanos el revólver con que había de sorprenderla uninstante después, a punto de matarse. RAMOS.- ¡Oh! Luego tú... ROBERTO.- Amo a Renata. Sí, amo a Renata,con todas las fuerzas del alma y del instinto y con

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todos los derechos de mi salud. No puedo negarlo yno me avergüenzo de esta pasión que no es unaimprudencia ni un crimen. RAMOS.- ¿Y Renata?... ROBERTO.- Ella nada sabe de esta tragedia.Volvió a esta casa cuando Luisa se puso tan mal,para asistirla con la devoción de siempre. RAMOS.- ¿Ignora por completo tussentimientos? ROBERTO.- Nada le he dicho. Nada le he dadoa comprender, pero tengo la certidumbre de haberlaatraído a mis destinos, con el imán de mis energíasexpansivas. Nada me acusaría pues, nada nosacusaría. Habríamos aguardado sin la menorimpaciencia, te lo juro, aunque durara años ladesaparición de Luisa, para emprender nuestramarcha. Luego aquí no hay más que un crimen, elhorrendo crimen de haber amargado, envenenadolos últimos días de la querida enferma, dejándolecomprender la verdad de su despojo. Yo, yo, yo soyel único criminal. ¿Cómo evitar, cómo reparar losefectos del daño, cómo llevar un poco de paz a eseespíritu torturado por la desesperanza? Ahí tienes laexplicación de mi problema. Resuélvelo si erescapaz. RAMOS.- ¿La revelación fue tan decisiva? ROBERTO.- Tal vez no; pero suconvencimiento es inquebrantable. Ya lo ves, iba amatarse.

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RAMOS.- Es muy posible que exageres un pocoy que eso que crees un convencimiento no sea otracosa que una impresión transitoria. Por otra parteno hay nada más accesible al consuelo que unespíritu que empieza a sentirse corroído por ladesesperanza. Cálmate pues. Tienes buen deseo ytienes ingenio. Prodígale tu solicitud y tu ternura yverás como pronto recobra su calma la pobre Luisa. ROBERTO.- ¿Y si así no fuera? RAMOS.- Será así. Lo que hemos conversadome permite decirte sin ambajes esta crueldad; dejaque obre el mal, deja que obre el mal. El alma mástemplada se quebranta, las energías morales serelajan al par que las energías del organismo yacabamos por llegar a un estado que únicamentenos deja ver las cosas a través del cristal verde de laesperanza o del cristal sonrosado de la ilusión. Siestás en paz contigo mismo no te atormentes más. ROBERTO.- ¿Es un reproche? (Clarea un poco.) RAMOS.- No, Roberto. Te he comprendidobien. Eres un fuerte. Pero toma un poco de cloral.Lo tienes por ahí. (Buscando sobre el escritorio.) Debeser éste. Bebe un par de tragos. (ROBERTO toma elcloral.) Así. ROBERTO.- Y ahora dime, dime confranqueza: ¿Qué piensas de mí? RAMOS.- ¡Hombre!... Pienso que eres uningenuo.

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Escena VI(Dichos, ALBERTINA y RENATA)

ALBERTINA.- Roberto, le traigo las mejorasimpresiones. Noticias de último momento. Luisa,duerme como una santa. Ha charlado con nosotrascomo en sus mejores días. Es un organismoprodigioso el suyo. ¿Verdad, Ramos? Un par de díasmás y la veremos por esos jardines vendiendo salud.Por lo pronto esta noche, o mejor dicho, estamañana no necesita de sus cuidados y podía usteddescansar. Ella misma nos pidió que losobligáramos a acostarse. ROBERTO.- ¡Oh! Muchas gracias, Albertina. RAMOS.- Ya he conseguido que tome cloral. ALBERTINA.- Y tú también Renata debes irte adescansar. ¿Quieres algo para tus nenes? RENATA.- Un beso. Luego iré a verlos. ALBERTINA.- ¿Nos vamos? RAMOS.- Aguardo tus órdenes. ALBERTINA.- Adiós, Roberto. Mucho ánimo.Hasta luego Renata. (RAMOS se despide y ambos sevan. De una iglesia lejana llaman a misa.)

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Escena VII(ROBERTO y RENATA)

ROBERTO.- (Se extiende perezosamente sobre eldiván, cada vez más dominado por la fatiga. El calmante vaamodorrándolo poco a poco.) RENATA.- (Después de acompañar aALBERTINA y a RAMOS, se vuelve al escritoriodisponiéndose a trabajar. La fatiga la invade tambiénvisiblemente.) ROBERTO.- (Adivinando la presencia deRENATA.) Renata. ¿Qué hace usted? RENATA.- Pongo en orden estas pruebas paracorregirlas. ROBERTO.- ¿De modo que no quieredescansar? RENATA.- Estoy desvelada y aprovecho eltiempo. (Pausa larga. ROBERTO se revuelve sinencontrar una postura cómoda.) ROBERTO.- Renata. ¿Sabe usted que los niñosla extrañan mucho? RENATA.- No tanto. Dice Albertina querevolotean alegremente. (Pausa más larga.)

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ROBERTO.- Renata. Acérquese usted, venga unmomento. RENATA.- Con mucho placer. ROBERTO.- Siéntese a mi lado. (Después de unmomento con voz y ademanes languidecientes.) El doctorRamos acaba de llamarme ingenuo por mi fe en lasfuerzas conservadoras del instinto. ¿Qué piensausted? RENATA.- Que tiene usted razón. ROBERTO.- ¿Y por qué piensa así? RENATA.- Porque también creo. ROBERTO.- ¿Usted no teme que eseoptimismo pueda ser criminal? RENATA.- No le entiendo. ROBERTO.- ¿No ha llegado a pensar que puedeser un pretexto para disculpar bajos, innoblesapetitos?... RENATA.- Cabe en lo posible, tanto que es lomás frecuente ver desnaturalizada la misióninequívoca de los sentidos. Por eso seguramente eldoctor Ramos le llamaba a usted ingenuo. ROBERTO.- ¿Luego usted cree que nadatenemos que reprocharnos? RENATA.- (Inquieta.) ¿Quienes?... ROBERTO.- Nosotros. Usted y yo... RENATA.- Roberto, ¿por qué habla así? ROBERTO.- ¿Piensa que nada tenemos quereprocharnos? RENATA.- No. No prosiga usted. No leentiendo. No quisiera entenderlo.

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ROBERTO.- Nuestros destinos están ligados ya.Venga, venga. Hablemos serenamente del porvenir. RENATA.- No, calle usted; calle usted. Unapalabra más y comenzaremos a ser criminales,horriblemente criminales. ¡Oh por qué todo ha deser así!... ROBERTO.- Renata. Yo la he amado... RENATA.- Basta, Roberto. Hemos concluido.Acaba usted de romper el encanto... ROBERTO.- Venga, Renata, venga. ¿Por quémentir?... RENATA.- ¿Por qué? ¡Oh! ¡Mire usted unmomento hacía allí!... (Señalando la habitación deLuisa.) ROBERTO.- No se mira hacia atrás. El lamentode los exhaustos no llega a la caravana ascendentede peregrinos de lo eterno. No llega, no llega, nollega... RENATA.- Se acabó, Roberto. ROBERTO.- No llega... No llega... No llega...(Se duerme.) RENATA.- (Se vuelve y al verlo dormido.) ¡Oh!... Erala fatiga... El delirio lo hizo hablar... (Lo contempla unmomento.) ¡Oh! Pobre compañero... ¡Noble amigo!...(Dominada, vencida por la ternura, languideciendo consensualismo enfermizo, se deja caer en la silla, besa levementea ROBERTO en la frente, reclina la cabeza y quedaadormecida.)

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Escena VIII(Dichos y LUISA)

(Aparece la figura espectral de LUISA. Avanza hacia laventana; descorre las cortinas y los cristales. La luz de un

amanecer explendente de primavera inunda la escena y lleganampliamente los rumores del despertar de la naturaleza.

LUISA contempla el espectáculo, respira a bocanadas y luegose vuelve hacia el sitio donde ROBERTO y RENATA

reposan, gobernando sus pasos con visible esfuerzo. Al llegara ellos no puede más y cae desvanecida.)

RENATA.- (Se estremece por la impresión del airecillomatutino. Se incorpora y ve a LUISA) ¡Luisa!... ¡Luisa!...¡Oh! ¡Perdón!... ¡Perdón, hermana mía!... ¡Perdón!...(La alza y la deposita en un sillón arrodillándose a su lado.)¡Perdón!... ¡Perdón!... (La sofocan los sollozos.) ROBERTO.- (Despertándose amodorrado.)¡Luisa!...¡Renata!... ¡Oh! ¡Esto es un sueño! ¡Unapesadilla horrible!... (Corre hacia ellas.) ¿Qué es esoLuisa, esposa mía? RENATA.- ¡El crimen, Roberto. El crimen!... ROBERTO.- (Balbucea algunas palabrasincomprensibles.) LUISA.- (Dulcemente.) Hijos míos... Estoycansada. (Pausa.) ¡Qué hermoso amanecer!... (Pausa.)Renata. Tengo sueño. Ponme una almohada.(RENATA coloca una almohada a sus espaldas.) ¡Así...Así!... (Se adormece. Una pausa. ROBERTO se alza con

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un gesto de suprema inquietud, le toma el pulso, palpa sussienes.) RENATA.- ¿Muerta? ROBERTO.- No. ¡Duerme!

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