Los Dos Iluminismos

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Hugo Perez Navarro Los dos iluminismos Iluminismo/Ilustración Con el término “iluminismo” suele aludirse a la “ilustración”, corriente intelectual europea (británica, francesa y alemana) que atravesó la segunda mitad del siglo XVIII, desde el barroco hasta los inicios del romanticismo, extendiéndose –sobre todo en los nacientes países de Iberoamérica- hasta las primeras décadas del siglo XIX. Algunos autores como Lucien Goldmann, definen a la Ilustración como “una etapa histórica de la evolución global del pensamiento burgués”, remontando su filiación al Renacimiento. No es menor la vinculación con el Humanismo y es ciertamente observable su conformación a partir del racionalismo que se nutrió de las revoluciones científicas y de las corrientes racionalistas y empiristas del s. XVII que terminaron en la síntesis desarrollada por Kant. Precisamente, autor de la Crítica de la Razón Pura describe en el artículo “Qué es la ilustración” una síntesis clara y profunda sobre la cuestión. La Razón, fuertemente remarcada en el pensamiento cartesiano, alcanza crecientes grados de valoración desde mediados del siglo XVII y durante prácticamente todo el siglo XVIII, al ritmo de las profundas transformaciones acaecidas en Europa después de la paz de Westfalia (1648), que conducirían a la Revolución Industrial y a la Revolución Francesa. Las ideas cada vez más generalizadas entre los intelectuales europeos consideraban seriamente la posibilidad única de “disipar las tinieblas de la humanidad mediante las luces de la Razón”. Se asignaba pues a la razón humana la posibilidad única y excluyente de combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía, y construir un mundo mejor. De ahí que el siglo XVIII sea conocido “Siglo de las Luces” y el período político de conformación de las nacionalidades en algunos sea llamado “despotismo ilustrado”. Este modelo de ilustración política era de aceptación común entre la intelectualidad de la época y postulaba, por una lado la posibilidad de desplazar el poder de los sectores feudales a otras capas sociales (que en tiempos de la Revolución Francesa se denominará “el pueblo”), entre las cuales la burguesía, en franca carrera hacia el poder aportaba recursos y criterios y desestructuraba radicalmente la organización social europea a partir de la generación sostenida del modo de producción capitalista en sus estadios comercial avanzado, preindustrial e industrial. Se daba por cierto que si la Razón (la Ilustración, las Luces) podía transformar la realidad, mejorando en general las condiciones de vida de los pueblos, tal posibilidad implicaba un mandato, un imperativo moral al que ningún hombre pensante podía rehuir. Y se tenía la certeza de que la ilustración confería derechos a los miembros de las clases ilustradas. Ilustración/Revolución El ideario iluminista llegó a nuestras tierras a fines del Siglo XVIII, potenciado por el impacto de la Revolución del 1789. Las “nuevas ideas” de las que entonces se hablaban, no

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Una hipótesis que propone la existencia de dos líneas de concepción que corresponden a otros dos proyectos políticos derivados del Iluminismo en el Río de la Plata.

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Hugo Perez Navarro

Los dos iluminismos

Iluminismo/Ilustración

Con el término “iluminismo” suele aludirse a la “ilustración”, corriente intelectual europea (británica, francesa y alemana) que atravesó la segunda mitad del siglo XVIII, desde el barroco hasta los inicios del romanticismo, extendiéndose –sobre todo en los nacientes países de Iberoamérica- hasta las primeras décadas del siglo XIX.

Algunos autores como Lucien Goldmann, definen a la Ilustración como “una etapa histórica de la evolución global del pensamiento burgués”, remontando su filiación al Renacimiento. No es menor la vinculación con el Humanismo y es ciertamente observable su conformación a partir del racionalismo que se nutrió de las revoluciones científicas y de las corrientes racionalistas y empiristas del s. XVII que terminaron en la síntesis desarrollada por Kant. Precisamente, autor de la Crítica de la Razón Pura describe en el artículo “Qué es la ilustración” una síntesis clara y profunda sobre la cuestión.

La Razón, fuertemente remarcada en el pensamiento cartesiano, alcanza crecientes grados de valoración desde mediados del siglo XVII y durante prácticamente todo el siglo XVIII, al ritmo de las profundas transformaciones acaecidas en Europa después de la paz de Westfalia (1648), que conducirían a la Revolución Industrial y a la Revolución Francesa.

Las ideas cada vez más generalizadas entre los intelectuales europeos consideraban seriamente la posibilidad única de “disipar las tinieblas de la humanidad mediante las luces de la Razón”. Se asignaba pues a la razón humana la posibilidad única y excluyente de combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía, y construir un mundo mejor. De ahí que el siglo XVIII sea conocido “Siglo de las Luces” y el período político de conformación de las nacionalidades en algunos sea llamado “despotismo ilustrado”.

Este modelo de ilustración política era de aceptación común entre la intelectualidad de la época y postulaba, por una lado la posibilidad de desplazar el poder de los sectores feudales a otras capas sociales (que en tiempos de la Revolución Francesa se denominará “el pueblo”), entre las cuales la burguesía, en franca carrera hacia el poder aportaba recursos y criterios y desestructuraba radicalmente la organización social europea a partir de la generación sostenida del modo de producción capitalista en sus estadios comercial avanzado, preindustrial e industrial.

Se daba por cierto que si la Razón (la Ilustración, las Luces) podía transformar la realidad, mejorando en general las condiciones de vida de los pueblos, tal posibilidad implicaba un mandato, un imperativo moral al que ningún hombre pensante podía rehuir. Y se tenía la certeza de que la ilustración confería derechos a los miembros de las clases ilustradas.

Ilustración/Revolución

El ideario iluminista llegó a nuestras tierras a fines del Siglo XVIII, potenciado por el impacto de la Revolución del 1789. Las “nuevas ideas” de las que entonces se hablaban, no

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eran otra cosa que las ideas de la Ilustración, que en la versión rousseauniana motivaron a Moreno, y a través de la figura de Jovellanos inspiraron por un lado a Belgrano y por otro a Rivadavia.

La radicalidad del pensamiento y la acción de Mariano Moreno en la Junta de Mayo patentizan las referencias acerca de la plena convicción de la justicia y “razonabilidad” de sus acciones. Con aparente mayor mesura dieron sustento al esfuerzo físico, político e intelectual de Belgrano en sus afanes político-militares en el interior del territorio (incluido Paraguay). Si bien el estilo político de Moreno es francamente elitista, no lo es en cambio la finalidad inmediata de sus propósitos: asegurar y consolidad una revolución nacida del pueblo y encauzada en un sentido claramente democrático. El Plan de Operaciones da cuenta de ello al proponer, por ejemplo, la liberación de los esclavos y la entrega de tierra a los indios, en lo que coincidió claramente con Artigas, acaso el primer líder manifiestamente democrático, en los ideales y en las formas, de todo el proceso revolucionario del Río de la Plata1.

Bernardino Rivadavia, en cambio, se mantiene firmemente apegado a un modelo de acción y de organización social francamente elitista, acentuando su compromiso con los sectores más conservadores de la burguesía porteña, desde su cargo de secretario del Triunvirato y ministro del Gobernador Martín Rodríguez hasta terminar en su farsesca presidencia.

En todos sus actos políticos y en las ideas que los impulsaban –de modo especial en lo que hace a sus ideas sobre la educación, mediante la cual pretendía, por un lado difundir una alfabetización básica y por otro conformar una élite- Rivadavia fue la fiel expresión de un despotismo ilustrado que, lejos de consolidar la Nación, contribuyó a diferir su organización.

La idea de ilustración, fuertemente emparentada con la de despotismo ilustrado y elitismo, supone el ejercicio del poder y la obligación moral de ejercerlo.

Existe entre los miembros de las clases dominantes, cualquiera sea su antigüedad en el ejercicio del poder, la convicción de que a sus miembros les corresponde guiar a la sociedad; ordenarla, disciplinar a las otras clases, convencerlas de que ese esquema de poder es el que mejor les viene a todos: mandar.

En nuestro caso, la historia argentina despojó rápidamente a los sectores iluministas del poder, generando instancias de tránsito y retrocediendo incluso más de un escalón en cuanto a la idea de revolución como proceso radicalmente transformador, a la participación popular directa en las decisiones (impensable en un esquema social como el que se había heredado y que a nadie con posibilidades de acceder al poder se le hubiera ocurrido) o a lo que significaba la posibilidad de democracia efectiva como esquema de organización política.

Derivaciones/prolongaciones

Es en esta brecha donde Sarmiento replica a Rivadavia: en la mirada, en la concepción del poder y de su rol personal respecto del poder, en su valoración del pueblo y de su capacidad para el autogobierno, etc.

1 No es caprichoso que Puiggrós considere a Artigas y a Moreno los “caudillos de la “Revolución de Mayo”,

en su libro homónimo. Rodolfo Puiggrós: Los caudillos de la Revolución de Mayo, Buenos Aires, Corregidor, 1971.

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Y aunque las circunstancias son diferentes, y es otra la perspectiva que ellas imponen, será ese patrón ideológico vitalmente fuerte y una decisión arrolladora en la concepción y la práctica política del sanjuanino, lo que lo conducirá a impulsar una suerte de positivismo avant la lettre como guía ideológico-metodológica y utópica, y a plasmar todo en su consigna civilización o barbarie.

Las resonancias ilustradas de dicho slogan, surgido cuando el iluminismo era un recuerdo, encierran la paradoja de que el sujeto de la barbarie era, curiosamente, el conjunto del pueblo que, desde una perspectiva democrática, debería haber sido el constructor de su propio destino.

Y es aquí, en este rasgo elitista y antipopular donde Sarmiento es claramente heredero de Rivadavia, aunque el iluminismo estaba, por entonces, tan lejos del pueblo como la Europa que tanto desveló a Sarmiento y en la que Rivadavia hallaría su fin.

La estela de estas páginas se prolonga en la conveniencia de trabajar la idea de la existencia de un iluminismo revolucionario, expresado por Moreno, Castelli, Belgrano y Monteagudo, y de uno reaccionario, fácilmente identificable con Rivadavia, a quien sucederían los jóvenes de la Asociación de Mayo, sus congéneres y herederos, entre los que descollaron ciertamente Sarmiento y Mitre, tanto por los proyectos, objetivos y acciones, como por los marcos de alianzas que cada uno en su momento estableció.