Los Hijos de La Malinche.

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El mexicano, como lo dice Octavio Paz, es un gran acertijo nadie que no sea mexicano puede comprender la forma en la que reaccionamos, ya que muchas veces ante la misma situación nos comportamos de diferentes maneras. Desde un punto de vista empírico más actual, hablando en términos de mi experiencia, actúa a favor de lo que le conviene o en caso de la marginalidad, de lo menos que lo joda. El termino obrero es algo que no es muy comentado en la sociedad mexicana hoy en día, solamente es comentado en esa expresión de “trabajas” o “trabajo como obrero”, se da entonces la experiencia de que nos referimos a la persona explotada, que recibe el sueldo mínimo, ese salario que no alcanza ni para comprar la canasta básica y mucho menos lo indispensable del hogar y lo que una familia necesita, no pensemos ni por el más mínimo lujo. A la sociedad le atrae lo que se encuentra alejado de ella, pero no tiene el mínimo interés por los problemas reales del campo. Puede pasar el fin de semana entero admirando las bellezas naturales, pero ni de chiste quisiera quedarse ahí más de un mes soportando el sol, sin las comodidades de una cómoda sala o (peor aún) sin tener televisión. Esto crea una visión ignorante hacía el entorno que la rodea, hoy en día con la invención y propagación de las redes sociales la gente, en especial los adolescentes, crea un coraje y una percepción hacía las personas (personajes como presidentes, políticos, figuras públicas) que tal vez no son las correctas, o peor aún que sean correctas pero que no tengan las bases y razones por las cuales tienen aquellas percepciones, sino que con tan solo ver que todos tachan de “burro”, “ignorante”, “estúpido”, o por “x” razón a una persona ellos, cuales borreguitos, propagan esos insultos. Los obreros no son entretenidos, ya que se pierden entre la multitud, no sobresalen, se quedan en lo ordinario, desaparecen porque no tienen una identidad propia, algo que los diferencie de los demás, son sólo un número, un grano de arena en la playa, no tienen personalidad ni el encanto de lo único. Los técnicos parecen ser más que un obrero, pero tampoco tienen

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Los hijos de la Malinche de OPctavio Paz.

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El mexicano, como lo dice Octavio Paz, es un gran acertijo nadie que no sea mexicano puede comprender la forma en la que reaccionamos, ya que muchas veces ante la misma situación nos comportamos de diferentes maneras. Desde un punto de vista empírico más actual, hablando en términos de mi experiencia, actúa a favor de lo que le conviene o en caso de la marginalidad, de lo menos que lo joda.

El termino obrero es algo que no es muy comentado en la sociedad mexicana hoy en día, solamente es comentado en esa expresión de “trabajas” o “trabajo como obrero”, se da entonces la experiencia de que nos referimos a la persona explotada, que recibe el sueldo mínimo, ese salario que no alcanza ni para comprar la canasta básica y mucho menos lo indispensable del hogar y lo que una familia necesita, no pensemos ni por el más mínimo lujo.

A la sociedad le atrae lo que se encuentra alejado de ella, pero no tiene el mínimo interés por los problemas reales del campo. Puede pasar el fin de semana entero admirando las bellezas naturales, pero ni de chiste quisiera quedarse ahí más de un mes soportando el sol, sin las comodidades de una cómoda sala o (peor aún) sin tener televisión. Esto crea una visión ignorante hacía el entorno que la rodea, hoy en día con la invención y propagación de las redes sociales la gente, en especial los adolescentes, crea un coraje y una percepción hacía las personas (personajes como presidentes, políticos, figuras públicas) que tal vez no son las correctas, o peor aún que sean correctas pero que no tengan las bases y razones por las cuales tienen aquellas percepciones, sino que con tan solo ver que todos tachan de “burro”, “ignorante”, “estúpido”, o por “x” razón a una persona ellos, cuales borreguitos, propagan esos insultos.

Los obreros no son entretenidos, ya que se pierden entre la multitud, no sobresalen, se quedan en lo ordinario, desaparecen porque no tienen una identidad propia, algo que los diferencie de los demás, son sólo un número, un grano de arena en la playa, no tienen personalidad ni el encanto de lo único. 

Los técnicos parecen ser más que un obrero, pero tampoco tienen sentido, lo hacen todo por inercia, simplemente siguen órdenes, mecanizan el trabajo, no lo piensan, no lo razonan, no saben por qué lo hacen, no tienen una meta ni un objetivo que no sea cumplir con su trabajo. Dejan de lado la creatividad, la emoción y las transforman en perfeccionismo, y aunque esto signifique una mejora en el producto final, implica pagar un precio demasiado alto: tienden a convertir todo en números, deshumanizarse, transformarse en seres mecanizados. 

Los políticos son personas que luchan por la superioridad intentan controlar a las masas por medio de engaños, por promesas que muy pocas personas de antemano saben que son imposibles de cumplir, y no por ser pesimistas, sino que tienen un criterio y una educación basada en el principio fundamental de un ciudadano responsable, y es el saber a detalle que es lo que pasa con su país, como está administrado, de que carece, de que goza en abundancia, a que meta u opciones aspira a corto y largo plazo. Quieren obtener

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el poder no importa lo que cueste y si alguien se interpone en su camino lo persiguen. Pero a la sociedad no le interesa, cree que persiguen a los ”otros”, sin entender que tarde o temprano a él también lo perseguirá. 

La maquinaria del terror consiste en eso, que nadie sabe realmente en quien confiar, quién lo persigue: la sociedad no tiene idea de para quien trabaja o a quién es al que debe temer, y al final los mismos políticos sienten desconfianza, sin poder disfrutar su dinero por temor a que alguien se los robe o los mate, más en estos tiempos donde el narcotráfico, a comparación de los 50’s., tiene un gran poder. 

Lo enigmático posee el secreto de lo misterioso: no tenemos la total seguridad de lo que esconden las cosas y eso nos produce terror, desconfianza. Sin embargo, eso no sucede con lo mecánico, los “útiles” nos sirven sin ocultar nada; son simples y no hay secretos en ellos, son confiables, seguros, uno sabe a qué atenerse.

Los mexicanos no somos “útiles”, pensamos y usamos nuestra creatividad. Seguimos realizando trabajos artesanales a mano, pintando cada detalle como si fuera el único en vez de dejar a las máquinas su trabajo, hay personas que teniendo medios a la mano como la computadora, le tienen miedo, se podría justificar con que las personas más veteranas no contaban con esas cosas en su juventud y por eso no se atreven a usarlas, pero son meros pretextos. Prefieren hacer las cosas por ellos mismos aunque les cueste más tiempo. Por eso no podemos competir con la “producción en masa” de los países industrializados, pues ellos logran más en menos tiempo.

Esto demuestra lo enigmáticos que somos, los extranjeros no comprenden lo aleatorio, lo que tiene voluntad propia, están demasiado acostumbrados a lo “robotizado”, tanto que hasta quizás ya no comprenden lo real, lo humano. 

Sin embargo, los mexicanos tenemos un problema; a pesar de toda esa creatividad, tenemos lo que se llama ”moral de siervos” ese complejo que nos hace sonreírle a la autoridad pero hablar pestes de ella en cuanto se voltea, una mentalidad hipócrita que teme al gobernante y no se atreve a actuar como realmente es, con miedo a que cualquiera lo traicione ante “el jefe”. 

Tal vez todo esto se debe a nuestra historia: vida de un pueblo que siendo antes vencedor fue derrotado, y aunque conserva su mentalidad de guerrero, su recelo hacia los que dominan perdura en su mente, y a la vez no puede ya vivir sin que alguien le diga que hacer. 

No somos los únicos, también existen otros pueblos que, dominados durante siglos, siguen guardando ese rencor hacia lo extranjero. Y aun así, les sonríen y los invitan a su país, como turistas, sólo para estafarlos, venderles todo más caro, realizar su “venganza”. Aunque el punto de vista más general es que el indígena, “la gente del pueblo”, es la más ignorante, es la que más ceñido el concepto tiene de lo que fue la

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clásica historia del “maldito español” que penetró, violó, saqueó, esclavizó, y sobre todo los humilló. A menos eso es lo que ellos piensan.

Lo curioso es que, en su afán de venganza, terminan sin que les importe nada, arruinan aún a sus compañeros mientras intentan destruir al extranjero. Y descubren que amolando más a sus compatriotas ellos ganan, rendo así una cultura “doble cara”, mentirosa. 

No podemos “librarnos” de ese complejo con el pasado: han transcurrido ya casi 300 años y nosotros seguimos traumados con la clásica historia del abuelito: “Hace muchos años éramos los meros meros de Mesoamérica, nadie se metía con nosotros, nos temían todos los pueblos y traían tributo a la grandiosa ciudad de Tenochtitlán, hasta que llegaron los españoles y nos arruinaron”, pero entra aquí la controversia, ¿Qué hay con esa religión que adoptaste de ellos?, ¿Qué hay de aquellos dioses que antes de que llegarán los españoles tu pasada cultura veneraba?. Podría apostar que la gran mayoría al comentar esto no tiene del todo claro que son mestizos, que si los indígenas fueron las víctimas, y que los españoles los victimarios, somos una mezcla de los dos, no somos ni de uno ni de otro, sino somos una cultura que vive del pasado, de la humillación. 

Debemos darnos cuenta de que todo eso sí pasó, fue vergonzoso, terrible y trágico, pero ya quedó atrás, murieron los que nos conquistaban y llevamos 200 años de nuestra independencia, somos reconocidos como “libres” por todas las naciones, excepto por nosotros mismos. 

Hemos tomado de todo ese trasfondo sólo una cosa que nos une: las groserías que todos dicen en contra de los que tienen el poder, las que no se atreven a decirles de frente pero que cuando están borrachos las gritan a todo pulmón, reflejando lo que realmente son, no soportan la idea de ver superior al otro.

Las malas palabras nos identifican como mexicanos, en cualquier lugar donde las oigamos sabemos que quien la pronuncia tiene la misma cultura, el mismo doloroso pasado, que oculta dentro de su ser la misma rebelión secreta en contra de los dominantes, descargamos toda la tensión interior con una grosería, palabra insultante que cala hasta los huesos de quien la recibe, que realiza nuestro “desquite” en contra de los demás, voz que resume el rencor de tiempos ancestrales. La grosería es la forma en la que respondemos a todos nuestros problemas, la manera en la que desquitamos el recelo que sentimos contra todo el mundo, que saca a la luz todo lo que hemos estado ocultando a través de nuestra vida, el resumen de la opresión y el rencor, es la palabra que les dice a los demás que no valen nada, realza nuestra “superioridad” y odio contra todos los que no son iguales a nosotros, lo que reúne a nuestros enemigos bajo una sola y vaga denominación. 

Es un vocablo ofensivo que hiere al contrincante, resaltando la idea de victoria sobre él y haciendo hincapié en su condición de derrota. 

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Es una palabra prohibida ante la sociedad, a nadie le agrada oírla en público y sólo la sacan cuando están enojados, o con gran furor en sus interior. Todo esto genera una sociedad que vive una guerra contra sí misma, incapaz de unirse para salir adelante, puesto que no importan los ideales sino salir ganando y aplastar a prójimo. Es una expresión vaga que en realidad tiene significado hueco, ya que en éste juego todos salen perdiendo, ya que el país no avanza porque perdemos el tiempo peleando entre hermanos. 

Decirle a alguna persona esta grosería implica denigrarlo, rebajarlo a un nivel en donde la vergüenza no se puede contener, un lugar donde es imposible levantar la cara para ver a los demás debido a que el peso de la ofensa se hace insoportable.  Esta es una palabra que ofende debido a que no se dirige directamente a la persona, sino a su madre, a la persona a la que guardamos profundo respeto y cariño. 

El que pronuncia ésta lacerante palabra, quiere imponerse como autoridad sin que le importe si estamos de acuerdo o no. Intenta demostrarnos que es más que nosotros, que puede manejarnos a su antojo. El que insulta, cree que tiene la capacidad de gobernar al otro, pero en realidad lo hace para destruirlo, humillarlo, ultrajarlo, dejarlo tirado en el suelo. 

Nos es más fácil identificarnos con los héroes que cayeron en el cumplimiento del deber que con los vencedores. Quizás por eso seguimos viendo novelas en las que los protagonistas son los más sufridos, que abandonan sus propios sueños con tal de que los demás sean felices. Debido a que somos los indefensos y nobles, buscamos consuelo en donde desde el principio de nuestra vida lo hemos hallado: en los amorosos brazos de la madre, que nos defenderá de la funesta figura del que nos ofende. 

La Malinche ha permanecido como un signo de traición. Significa volverse en contra del que ha sufrido estoicamente, dejarlo tirado y sufriendo, para correr ha implorar el favor de quien la ha humillado. En base al libro “huesos de lagartija” de Federico Navarrete podemos ver como nuestra cultura representativa, los aztecas, eran una civilización agresiva, dominante abusiva, incluso comparada con los mismo españoles, pero uno piensa que los aztecas eran las víctimas, un pueblo armónico que se llevaba y respetaba a los demás, patrañas.

El vocablo despectivo que usamos los mexicanos reniega a la Malinche como su madre, odia a aquélla que lo hace ser débil y prefiere vivir sin pasado. Intenta olvidarla a ella y a los conquistadores, para intentar vivir con el recuerdo de Cuauhtémoc, héroe leal que no se doblegó ante la adversidad. 

El mexicano intenta vivir sin pasado, ya que no quiere aceptar a Cortés ni a la Malinche. No le gusta que lo llamen indio ni tampoco español. Le es vergonzoso aceptar que es la mezcla de los dos (si por separado no los quiere, menos revueltos). 

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Aun así, no puede ocultar su pasado. En lugar de recordar los muchos acontecimientos históricos que han forjado nuestro país, el mexicano tiene siempre presente el momento de la conquista y la caída del imperio azteca. 

Con todo, hoy en día no podemos olvidar lo que pasó hace ya tanto tiempo. Seguimos en la búsqueda de nuestra identidad, no logramos recuperarnos del trastorno que creó en nosotros la derrota. Quisiéramos regresar a lo que éramos antes, a las glorias pasadas. Pero eso es imposible mientras no podamos superar el trauma que nos ocasionó el descubrimiento de que somos “Hijos de la Malinche”