Los niños de la luna

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Novela, literatura infantil. La historia narra la vida de Sofía, una pequeña niña que descubre un mundo de fantasía oculto tras las puertas de una vejada y oscura casa. En un pequeño pueblo alejado de su hogar, Sofía descubre un secreto inimaginable, cuando todo su entorno cambia, comienza a experimentar emociones, sorpresas y miedos que desconocía. A partir de entonces y en compañía de peculiares compañeros, la pequeña Sofía emprende una travesía que está más allá de la realidad, un sueño que sólo es capaz de existir en la imaginación de un par de amigos, quiénes le mostrarán poco a poco el poder que tiene una pizca de imaginación, la virtud de los sueños y la magia de la esperanza. Y así, aprendiendo de aquellos a quienes temía y enseñando a aquellos a quienes ama, Sofía se descubre a sí misma, capaz de cambiar, de reír y de soñar.

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Título original: Los niños de la luna

1.a edición: Agosto 2013

© 2013, Chris Jacobo Amaya

ISBN: 978-607-00-7143-0

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Diseño de portada: “LConde”

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Para Madre.

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“Nuestra imaginación nos agranda tanto el tiempo presente,

que hacemos de la eternidad una nada,y de la nada una eternidad.”

Blaise Pascal

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Presentación.

Sofía es una pequeña niña que vive una vida carente de diver-sión, emociones o sobresaltos, hasta el día en que debe mudarse de casa su existencia había sido una constante monotonía. Es cuando todo su entorno cambia, que comienza a experimentar emociones, sorpresas y miedos que desconocía.

En un pueblo alejado de las ciudades, Sofía descubre una miste-riosa y antigua casa, que oculta un secreto inimaginable.

A partir de entonces y en compañía de peculiares compañeros, la pequeña Sofía emprende una travesía que está más allá de la realidad, un sueño que sólo es capaz de existir en la imagina-ción de un par de amigos, quiénes le mostrarán poco a poco el poder que tiene una pizca de imaginación, la virtud de los sueños y la magia de la esperanza.

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I. Un nuevo hogar.

“Existe un reino muy lejano, escondido bajo el velo del otro lado de la luna, un lugar que es imposible contemplar desde la tierra y que a aquellas per-sonas sin sueños y sin imaginación, les es negado. Un reino siempre blanco, donde los torrentes de estrellas abarcan e iluminan las tinieblas, los ríos cristalinos fluyen a través de comarcas rellenas de pinos albinos y las nubes de algodón flotan tan bajo que casi puedes jugar con ellas. En este reino vive dentro de un castillo de cristal, una hermosa princesa, de piel blanca como la nieve y un fino cabello largo, ondulado y oscuro como la noche. Camina siempre melancólica, su rostro hermoso irradia cada noche una tristeza an-tigua, taciturna, que guarda aún la esperanza, porque la princesa espera, cada noche, la princesa espera ansiosa…”

Esa fue quizá la primera historia que despertó la imaginación de Sofía, y cada vez que ella miraba a la luna, recordaba todas aquellos relatos que le habían enseñado a sentir, la sonrisa de aquel niño que la había conta-giado de alegría, la mirada sensible que la hizo llorar y las manos que le enseñaron a crear.

Siendo aún muy pequeña, Sofía olvidó lo que era reír y también llorar, su comportamiento no se asemejaba al de un niño normal, nunca salía a jugar al parque, ni al patio de su casa, no veía televisión, ni siquiera mi-raba por la ventana cuando escuchaba a los niños que jugaban en la calle; se podía concluir que era una niña obediente, comía lo que sirvieran en su plato, hacía sus deberes cuando se le indicaba y se iba a la cama sin discutir. Siempre estaba bien peinada y vestía hermosas ropas, sin una sola mancha que opacara su aspecto. Su apariencia era comparable a la de una muñeca de porcelana colocada en un aparador, siempre hermosa, pulcra y brillante.

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De hecho todo aquel que conocía a Sofía la describía como tal; “una her-mosa muñeca con mejillas de frambuesa”, Sofía era una niña de tez clara y pómulos rozados, de cara redonda, nariz diminuta y ojos grandes color avellana, su cabello era castaño, rizado, y tan largo que parecían finas espirales, bajando hasta su cintura. Apenas había cumplido los ocho años y aunque su facha era la de una niña pequeña, su conducta se asemejaba a la de una persona mayor. No era que a ella no le gustase reír o no su-piera cómo jugar, sino que se había olvidado de hacerlo. Su padre era un hombre de carácter seco y apariencia ruda, alto, robusto y de mirada fría; le molestaba el ruido y estaba obsesionado con la pulcritud.

Sofía recordaba con claridad cierto día, cuando ella era más pequeña vació accidentalmente el plato de sopa sobre su ropa, esa fue la primera y última vez que escuchó gritar a su padre por causa suya, el hombre gritó tan fuerte y fue tal el alboroto, que los vecinos salieron de sus casas para curiosear; desde entonces cada vez que Sofía se ensuciaba, su madre traía de inmediato un cambio de ropa para evitar el enfado de su padre, fue así que Sofía aprendió que el ensuciarse no era una conducta apropiada. Sin embargo, al principio no sabía cómo evitarlo, cada vez que jugaba había una mancha sobre su ropa y si jugaba más, aparecían nuevas manchas, fue entonces cuando Sofía dejó de hacerlo, pues comprendió que el perma-necer quieta y sin moverse, era la única forma en que su ropa se mantenía intacta. Hubo también una ocasión en la que la chiquilla resbaló mientras bajaba las escaleras, raspó sus pequeñas rodillas y lloró estridentemente, su madre acudió en seguida para curar sus raspones y mientras tanto, el padre de Sofía le explicaba que no era de personas valientes el tirarse a llorar por “cualquier cosa” y que sólo aquellos que son cobardes actúan de esa forma. Sofía no volvió a llorar por ningún motivo, aunque muchas veces lo haya deseado, ya que aunque no tenía una clara idea de lo que significaba, no deseaba que su padre la considerara una cobarde.

De esa manera, la niña comenzó a apaciguar sus emociones poco a poco, y las estruendosas sonrisas que alguna vez se dibujaron en su rostro, con el tiempo fueron apagándose, hasta el punto en que la pequeña fue capaz de emular una tímida sonrisa sólo cuando su padre lo requería. Con el paso del tiempo Sofía desarrolló una actitud antisocial con las personas de su edad, e indiferente hacia la vida y aunque su madre toleraba el ca-rácter apático de su esposo, comenzó a preocuparse por la actitud de su

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hija. Fue entonces que una oportunidad para cambiar las cosas se presen-tó inesperadamente.

El padre de Sofía fue trasladado a otra ciudad por parte de la empresa en la que trabajaba, Sofía y su madre debían viajar con él, pero no lo harían hasta que la niña terminara su ciclo escolar, mientras tanto, decidieron mudarse a casa de los tíos de la niña, de esa manera la mamá de Sofía tampoco tendría que dejar su empleo y no estarían solas mientras llegaba el momento de alcanzar a su padre. El lugar en el que había vivido la niña no era una ciudad muy grande, pero el pueblo a donde se mudaron sí era muy pequeño y las personas bastante curiosas, por eso el día en que ambas llegaron a casa de sus tíos, casi todos los vecinos de la cuadra se reunieron para darles la bienvenida. La madre de la niña se sintió feliz por tan caluroso recibimiento y más aún al notar que había varias niñas de la edad de Sofía con las que la niña podría convivir, sin embargo la pequeña no se mostró emocionada en lo absoluto.

El tío de Sofía se llamaba Samuel, era hermano de su madre, y su carácter era gentil y amable, su aspecto era gracioso y bonachón, la punta de su cabeza era calva, pero el resto de ella estaba cubierta por un abundante y entrecano cabello rizado, tenía los mismos ojos enormes y expresivos que poseía su madre y era bastante alto y delgado. Su esposa por el contrario, era una mujer de complexión robusta que caminaba siempre con la cara muy arriba, sus cabellos estaban teñidos de un color rojo intenso, su nariz era larga y su boca pequeña, tenía una mirada poco amigable que podría intimidar a cualquiera, pero no a Sofía, pues debido el carácter de su pa-dre estaba acostumbrada a ese tipo de actitud, y con el tiempo se percató de que aunque la apariencia de su tía era poco amistosa, también era una persona gentil como su tío.

A partir de entonces, todos los días Sofía era animada por sus tíos y su madre para que saliera a jugar, pero la pequeña no se interesaba nunca. Sofía había adquirido un extraño pasatiempo viviendo en esa casa, ocu-paba gran parte de su tiempo observando a su tía, le parecía muy curioso el hecho de que cada tarde al terminar las labores del hogar, la mujer se sentaba en un enorme y feo sillón, colocaba a su gordo y melenudo gato “Tino” sobre sus piernas y lo acariciaba hasta que el animal se dormía

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sobre su regazo, ella terminaba cubierta de pelos de gato y luego cubría al animal con una manta y lo arropaba como si fuera un bebé. Pronto Sofía se daría cuenta de que “Tino” era lo que más le importaba a su tía.

Por su parte el tío Samuel, no estaba interesado en mascotas, lo que más le gustaba a él eran las plantas, tenía un pequeño jardín al frente de la casa y cada día dedicaba un tiempo considerable cuidando de él, ponía especial cuidado a su pequeño huerto de hortalizas. Los tíos de Sofía eran tan cuidadosos y se esmeraban tanto en sus respectivos pasatiempos que parecía como si la vida los hubiera dotado de una inmensa cantidad de cariño que no bastaba con sus muestras diarias de afecto el uno con el otro, sino que les hacía falta compartirlo con “alguien o algo” más y de-bido a que jamás habían tenido hijos, era comprensible que cada uno de ellos volcara todo ese cariño excesivo en las cosas que más disfrutaban.

Sin importar lo curioso y a veces gracioso que le resultara a la pequeña Sofía aquel comportamiento, también le parecía desconcertante, ya que nunca antes había convivido con adultos que le restaran tanta importan-cia a la limpieza y el orden, poco a poco fue acostumbrándose a esa rutina, incluso le resultaba entretenida, pues en ocasiones ese cariño divergente causaba pequeñas disputas entre sus tíos. Tino acostumbraba rascar en el huerto de hortalizas, lo que molestaba a su tío, quien rápidamente ideaba la manera de reprender al gato, mientras que su tía se enfadaba cada vez que su esposo amonestaba a Tino, y aunque sus discusiones siempre con-cluían en una cariñosa reconciliación, generalmente no paraban hasta que Tino terminaba cubierto de lodo o su tío cubierto de hojas.

Después de un tiempo Sofía ya consideraba la conducta de sus tíos como algo habitual, pero no dejaban de asombrarla, su tía parecía una mujer muy dura, pero lucía muy distinta cuando acariciaba al regordete Tino. Su tío también era singular, siempre al llegar de su trabajo se dirigía a su jardín y salía cubierto de lodo y hojas diciendo que era “el monstruo de las hortalizas”. No había duda de que aquello le resultaba curioso a Sofía, pero sus costumbres anteriores estaban muy arraigadas, y no se atrevía a jugar con Tino, así como siempre declinaba las invitaciones de su tío para visitar su jardín.

Cierta tarde un par de niñas, visitaron la casa de Sofía para invitarla a dar

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un paseo y mostrarle el pueblo. La idea no le agradó a Sofía, su constante afán de conservar la pulcritud, le impedía interesarse en una actividad en la que existía el riesgo de ensuciarse, pero para su tía, que se había retra-sado en sus labores domesticas y que se sentía intimidada cada vez que su sobrina la miraba insistentemente, resultó una formidable idea e insistió tanto en que Sofía fuera, que la niña se sintió casi obligada a aceptar aque-lla inesperada invitación.

El pueblo no tenía muchas atracciones, así que el paseo duró poco tiem-po, pero durante el recorrido se toparon con otro grupo de niñas que jugaban en una de las casas del vecindario. Una de las niñas que acompa-ñaba a Sofía se acercó a ellas— ¿Qué hacen? —preguntó interesada.—Estamos haciendo pasteles de tierra…—respondió una de ellas— ¿quieren jugar?Los ojos de Sofía engrandecieron con preocupación, mientras las otras niñas accedieron de inmediato y se quitaron los zapatos casi enseguida para disfrutar de la sensación de mezclar los dedos con la fresca tierra mojada con la que jugaban las demás pequeñas.— ¡Vamos Sofía! —la llamaron.La pequeña Sofía pensó en su brillante vestido rojo antes de retroceder temerosa, las manos cubiertas de lodo de las niñas, representaban un pe-ligro para su limpieza, así que se negó a participar en aquel descabellado juego.—Creo que no voy jugar…—rehusó cortésmente Sofía. — Pero ¿Por qué? —preguntó una de las niñas.—Si juego con lodo me ensuciaré, —señaló serenamente Sofía— creo que voy a regresar a casa ahora.El comentario de Sofía era parte de su lógica cotidiana, pero al resto de las niñas les había parecido arrogante y ofensivo.— Bueno y ¿sabes cómo regresar a tu casa? —preguntó una de las niñas con las que había salido.—Sí, me he fijado bien. —respondió Sofía.—Si quieres regresar, ¡hazlo! Pero ten cuidado de no pasar por “la casa embrujada” —advirtió una de las niñas tratando de asustarla.— ¿Cuál casa embrujada? —preguntó Sofía sorprendida.—La casa grade de tres pisos, —respondió la pequeña con voz tétrica— en esa casa hay fantasmas, monstruos y brujas… Nadie vive ahí, pero por

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la noche se oyen ruidos tenebrosos.—No te creo. —aseguró Sofía.—Es cierto, —reiteró otra de las niñas— un niño de la escuela me dijo que ha visto el fantasma de un niño, sale a jugar al patio de la casa todas las noches...— ¡¿Eso es verdad?! —preguntó Sofía desconfiada.— ¡Claro que sí! —Repuso la otra niña— ningún niño pasa por esa calle de noche, porque las brujas los encierran y nunca los dejan escapar.—Lo mejor es que te quedes aquí y regreses a tu casa cuando todas nos vayamos…—sugirió una de las niñas.Las pequeñas tenían toda la intención de asustar a Sofía, pero ella que no se fiaba de nada, presintió que se trataba de un timo y además de molestarse un poco, no tenía intención de quedarse a jugar con lodo, así que se dio la vuelta y comenzó a caminar sin escuchar ni una más de sus advertencias.—No pasaré por esa calle de todas formas…—aseguró Sofía— además todavía no es de noche, así que los fantasmas no me asustarán.

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